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El Campesinado.

Al final del Antiguo Régimen, Francia continuaba siendo un país


esencialmente rural; la producción agrícola dominaba la vida
económica. De ahí la importancia del problema del campesinado
durante la Revolución.

En primer lugar, la importancia de los campesinos en el conjunto de


la población francesa. Si se tiene en cuenta la cifra de 25 millones
de habitantes en 1789, y si se valora la población urbana en un 16%
aproximadamente, la población rural constituye una gran masa,
seguramente más de 20 millones.

En segundo lugar, la importancia que tuvieron los campesinos en la


historia de la Revolución. No hubiera podido tener éxito la
Revolución y la burguesía aprovecharlo si las masas de campesinos
hubieran permanecido pasivas. El motivo esencial de la intervención
de los campesinos en el transcurso de la Revolución fue el
problema de los derechos señoriales y de las supervivencias de
feudalismo; esta intervención llevó consigo la abolición radical,
aunque gradual, del régimen feudal. El Gran Miedo nació en gran
parte, en la noche del 4 de agosto. La adquisición de los bienes
nacionales vinculó, por otro lado, y de modo irremediable, al nuevo
orden, a los campesinos propietarios.

Al terminar el Antiguo Régimen, los campesinos franceses poseían


tierras. Aún está por averiguar que parte de tierra poseían los
campesinos: para Francia, en general, no se pueden formular
conjeturas.

Los campesinos eran importantes en las regiones que fueron


primitivamente arboleadas o bosques, y en las montañas en donde
la roturación de la tierra había quedado abandonada a la iniciativa
individual. Era mínima, en cambio, en aquellas regiones en donde la
preparación del terreno había exigido importantes trabajos para
dejar la tierra en condiciones, o en los alrededores de aquellas
ciudades en que los privilegiados y los burgueses habían acaparado
las tierras. Si la proporción total de la propiedad campesina parece
ser bastante importante (35%), la parte correspondiente a cada
campesino era mínima e inclusive para muchos campesinos esta
parte era nula.

El campesino francés del Antiguo Régimen era generalmente un


propietario parcelario; los campesinos sin tierras, más numerosos
aún, constituían un proletariado rural.

La clase campesina era muy variable: los dos grandes factores de


su diversidad eran, de una parte, la condición jurídica de las
personas; de otra, el reparto de la propiedad y la explotación
territorial.

Desde el primer punto de vista se distinguía a los siervos y a los


campesinos libres. Si la gran mayoría de los campesinos eran libres
de hacía tiempo, los siervos eran más numerosos (1 millón
aproximadamente). Sobre los siervos pesaba la mano muerta: los
hijos no podían heredar los bienes paternos salvo que pagasen al
señor importantes derechos. En 1779, Necker había abolido la
mano muerta en el patrimonio real, y en todo reino, el derecho de
continuidad, que permitía al señor revindicar sus derechos respecto
de los siervos fugitivos.

Entre los campesinos libres, los trabajadores manuales o braceros,


jornaleros agrícolas, formaban un proletariado rural cada vez más
numerosos. La proletarización de las capas inferiores de la
población campesina se acentuó a finales del siglo XVIII, como
consecuencia de la reacción señorial y la agravación de los
impuestos feudales y reales.

Muy cerca de esos proletarios rurales, un gran número de pequeños


campesinos no tenía para vivir más que una tierra insuficiente, bien
en propiedad, bien en arrendamiento; tenían que encontrar recursos
complementarios en el trabajo asalariado en la industria rural. Los
propietarios eclesiásticos, nobles o burgueses, explotaban
raramente sus tierras, es decir, las cedían en arriendo, o en caso
más frecuente, en régimen de aparcería, es decir, compartiendo los
frutos con el cultivador. Las parcelas estaban con frecuencia
separadas y se les arrendaba independientemente.
Los colonos constituían, entre los campesinos parcelarios, el grupo
más numeroso.

La aparecería era el modo de explotación de las regiones más


pobres, aquellas en que los campesinos no tenían ni ganado en
aparcería ni créditos o adelantos.

En los países de gran cultivo, en las llanuras de cereales de la


cuenca parisina, por ejemplo, los arrendadores de cosechas
importantes acaparaban con mucha frecuencia debido a la deterioro
de los jornaleros y de los pequeños campesinos, todas las tierras en
arrendamiento: verdadera “burguesía rural”, que desencadenó
contra ella el odio y la cólera de la masa campesina que contribupia
a proletarizar. Era este un grupo social homogéneo, poco
numeroso, localizado en países de gran cultivo, económicamente
importante.

Los labradores eran campesinos propietarios acomodados e incluso


ricos. Poseían bastante tierra para vivir independientes. En la masa
de los campesinos constituían un grupo poco numeroso; pero su
influencia social era grande: eran los más importantes en las
comunidades campesinas, una especie de “burguesía rural”. Su
papel económico era menor; comercializaban una parte de sus
cosechas, pero no constituían más que un débil porcentaje del
conjunto de la producción agrícola.

El campesino propietario acomodado se benefició de la subida de


los precios agrícolas casi hasta los primeros años del reinado de
Luis XVI.

La explotación tradicional del suelo permitía a los campesinos


pobres, compensar su falta de tierras.

Las tierras en barbecho, es decir, la mitad o el tercio del terreno


cultivable, así como los campos despojados ya de sus cosechas, se
consideraban comunes, lo mismo que los prados. Unos y otros
estaban sujetos al derecho de pastos comunales: cada campesino
podía hacer pastar en ellos al ganado; los campos y los prados no
estaban cercados. Los bienes comunales (pastos y bosques) y los
derechos de uso a ellos vinculados ofrecían otros recursos a los
campesinos. Los campesinos ricos eran hostiles a estos derechos
colectivos que restringían su libertad de explotación y su derecho de
propiedad; los pobres, por el contrario, estaban muy pegados a
ellos, ya que podían subsistir gracias a sus derechos. Todos sus
esfuerzos tendían a limitar el derecho de la propiedad individual
para defender los derechos colectivos: oponiéndose al progreso del
individualismo agrario.

La explotación campesina continuaba siendo de tipo pre capitalista


a finales del siglo XVIII. El pequeño campesino no tenía la misma
idea de la propiedad que el propietario territorial noble o burgués, o
que el gran jornalero de países de grandes cultivos. Su idea de
propiedad colectiva chocaba con la idea burguesa de derecho
absoluto del propietario y de sus bienes.

Las cargas del campesino eran muy duras.

Primero, impuestos reales: el campesino era casi el único en pagar


el impuesto real sobre las tierras, también contribuía al impuesto per
cápita y al impuesto de la vigésima parte sobre sus rentas de bienes
muebles; tan solo el campesino estaba sujeto a la prestación
personal para la conservación de los caminos, los transportes
militares y a la milicia; por último los impuestos indirectos, sobre
todo las gabelas, eran especialmente duros. Estos impuestos reales
fueron creciendo sin parar durante el siglo XVIII.

Impuestos eclesiásticos: el diezmo se debía al clero, como un


impuesto variable, casi siempre inferior a la décima parte, sobre los
cuatro granos importantes, trigo, centeno, avena y cebada (diezmo
mayor), y sobre las demás cosechas (diezmo menor), y por ultimo
sobre la crianza de los animales.

Los impuestos señoriales eran, con mucho, los más duros y los más
impopulares. El régimen feudal pesaba sobre todas las tierras de
plebeyos y llevaba consigo la precepción de derechos. El señor
poseía sobre sus tierras la justicia, alta o baja, símbolo de su
superioridad social; la baja justicia, arma económica para exigir el
pago de los derechos. Los derechos propiamente señoriales
abarcaban los derechos exclusivos de caza y pesca, de palomar,
los peajes, la percepción de derechos sobre mercados, tranajos
personales al servicio del señor.

Se consideraba que los derechos reales pesaban sobre las tierras y


no sobre las personas.

El sistema de explotación tradicional no favorecía los progresos


técnicos. La explotación agrícola era poco remuneradora.

En un país en el que la población agraria constituía la mayor parte


de la nación y en donde la producción agrícola dominaba a todas
las demás, las reivindicaciones campesinas tenían gran
importancia. Presentaban un aspecto doble: el problema de los
derechos feudales y el problema de la tierra.

Con relación a los derechos feudales, los campesinos eran


unánimes. Las memorias de problemas dirigidos al Rey
manifestaban su solidaridad frente a los señores y los privilegiados.
De todos los impuestos campesinos, los derechos feudales y el
diezmo eran los más odiados, por pesados y ventajosos, porque el
campesino no encontraba su origen y les parecían injustos.

Los campesinos pedían que el diezmo y la “gavilla” fuesen en


dinero, no en especie; creían que acabarían por desaparecer, como
consecuencia de la baja de poder adquisitivo del dinero.

Que los diezmos vuelvan a su lugar de origen. Que los privilegiados


paguen impuestos. En un gran número de cuestiones, los
burgueses estaban de acuerdo con los campesinos.

Respecto a las tierras, a muchos campesinos les faltaban tierras y


otros se daban cuenta que hubieran necesitado ser propietarios.

La unidad de los campesinos franceses surgió por oposición a los


privilegiados y por su odio hacia la aristocracia.

Aboliendo los derechos feudales, el diezmo, los privilegios, la


Revolución situó a los campesinos propietarios en el partido del
orden.

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