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los derechos humanos


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Colección

Filosofía y Derecho

José Juan Moreso Mateos (dir.)


Jordi Ferrer Beltrán (dir.)
LA IDEA DE LOS DERECHOS HUMANOS
CHARLES R. BEITZ

LA IDEA DE LOS
DERECHOS HUMANOS

Traducción de
Hugo Omar Seleme y
Cristián A. Fatauros

Marcial Pons
MADRID | BARCELONA | BUENOS AIRES | SAO PAULO
2012
La colección Filosofía y Derecho publica aquellos trabajos que han superado una evaluación
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© Título original: The Idea o f Hum an Rights, Oxford: Oxford U niversity Press, 2009.
Esta traducción se publica de acuerdo con Oxford University Press.
© Charles R. Beitz
© De la traducción: Hugo Omar Seleme y Cristián A. Fatauros
© M ARCIAL PONS
EDICIONES JURÍDICAS Y SOCIALES, S. A.
San Sotero, 6 - 28037 M ADRID
S 91 304 33 03
www. marcialpons. es
ISBN: 978-84-9768-983-0
Depósito legal: M -24917-2012
Fotocomposición: M edianil C omposición , S. L.
Impresión: E lecé, Industria G ráeica
c/ Río Tiétar, 24 - Algete (Madrid)
M ADRID, 2012
ÍNDICE
Pág.

ESTUDIO PRELIMINAR. LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HU­


MANOS DE CHARLES BEITZ...................................................,..... 11

1. LA CONCEPCIÓN PRÁCTICA DE DERECHOS HUMANOS........... 12


2. EL DEBATE CONTEMPORÁNEO ACERCA DELOS DERECHOS
HUMANOS........................................................................................... 17
3. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA CONCEPCIÓN DE JUSTICIA
INTERNACIONAL............................................................................... 22
4. CONCLUSIONES................................................................................. 28
BIBLIOGRAFÍA........................................................................................... 29

ABREVIATURAS....................................................................................... 31

PRÓLOGO.................................................................................................. 33

CAPÍTULO I. INTRODUCCIÓN............................................................ 37
1. POR QUÉ EXISTE UN PROBLEMA.................................................. 37
2. FORMAS DE ESCEPTICISMO............................................................ 39
3. ENFOQUE............................................................................................. 43

CAPÍTULO II. LA PRÁCTICA............................................................... 49


1. ORÍGENES............................................................................................ 50
2. DOCTRINA........................................................................................... 62
ÍNDICE

Pág.

3. IMPLEMENTACIÓN............................................................................ 66
4. UNA PRÁCTICA EMERGENTE......................................................... 76
5. PROBLEMAS........................................................................................ 78

CAPÍTULO III. TEORÍAS NATURALISTAS........................................ 81

1. NATURALISMO SOBRE LOS DERECHOS HUMANOS................. 82


2. PERSONAS «COMO TALES» (I): EL LADO DE LA DEMANDA..... 92
3. PERSONAS «COMO TALES» (II): EL LADO DEL SUMINISTRO.... 101

CAPÍTULO IV. TEORÍAS CONTRACTUALISTAS............................ 107

1. «NÚCLEO COMÚN» Y «CONSENSO SUPERPUESTO»................. 108


2. EL ATRACTIVO DE LAS CONCEPCIONES CONTRACTUALISTAS... 111
3. CONVERGENCIA PROGRESIVA....................................................... 121

CAPÍTULO V. UN NUEVO COMIENZO............................................... 129

1. LOS DERECHOS HUMANOS EN THE LA W OF PEOPLES............. 129


2. LA IDEA DE UNA CONCEPCIÓN PRÁCTICA.................................. 135
3. UN MODELO DE DOS NIVELES....................................................... 139
4. «DERECHOS DECLARATIVOS»....................................................... 150
5. EL ROL DE LOS ESTADOS................................................................ 154

CAPÍTULO VI. NORMATIVIDAD........................................................ 159

1. PARA QUÉ SIRVEN LOS DERECHOS HUMANOS......................... 161


2. UN ESQUEMA...................................................................................... 169
3. MINIMALISMO Y JUSTICIA SOCIAL................................................ 174
4. TOLERANCIA (I): LA ANALOGÍA DOMÉSTICA............................. 176
5. TOLERANCIA (II): LA AUTONOMÍA DE LOS PUEBLOS.............. 184

CAPÍTULO VIL PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL.................... 193

1. DERECHOS EN CONTRA DE LA POBREZA................................... 194


2. DERECHOS POLÍTICOS..................................................................... 206
ÍNDICE 9

Pág.

3. DERECHOS HUMANOS DE LAS MUJERES..................................... 217

CAPÍTULO VIII. CONCLUSIÓN........................................................... 229

1. RESIDUOS DE ESCEPTICISMO......................................................... 230


2. PATOLOGÍAS....................................................................................... 233
3. LOS DERECHOS HUMANOS Y EL ORDEN NORMATIVO GLO­
BAL....................................................................................................... 241

BIBLIOGRAFÍA......................................................................................... 245

ÍNDICE ANALÍTICO................................................................................ 257


ESTUDIO PRELIMINAR
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS
DE CHARLES BEITZ

Hugo O. Seleme*
Cristián A. F atauros * *

Charles B e i t z , Profesor Edwards S. Sanford de Políticas y Director del


Centro para los Valores Humanos en la Universidad de Princeton, es uno de los
teóricos políticos contemporáneos de mayor importancia. Su extensa obra entra
en diversos campos: teoría política internacional, teoría de la democracia, teo­
ría general del derecho y teoría de los derechos humanos. El presente libro — La
idea de derechos humanos ( B e it z , 2009)— es su última y más importante con­
tribución.
La idea de derechos humanos, tiene dos marcos generales de inserción. En
primer lugar, forma parte de uno de los debates teóricos y políticos más activos
de los últimos años. La concepción de los derechos humanos que se presenta y
defiende en el libro es una de las múltiples concepciones que han sido elabora­
das por los teóricos políticos contemporáneos para explicar y justificar la prác­
tica de los derechos humanos. En segundo lugar, este trabajo forma parte de la
obra más vasta elaborada por B e i t z . La posición que el autor adopta sobre los

* CONICET, Catedrático de Ética de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba


(Argentina).
** CONICET, Profesor de Ética de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba
(Argentina).
12 HUGO O. SELEME / CRISTIÁN A. FATAUROS

derechos humanos se inserta en el marco de las demás posiciones que ha elab­


orado en otras obras con respecto a otros temas1.
Por esto, para entender cabalmente la posición defendida por B e i t z en esta
obra es necesario, por un lado, tener un panorama claro de las concepciones
alternativas sobre los derechos humanos que se presentan en el debate con­
temporáneo. Sólo así será posible apreciar el aporte novedoso que realiza el
autor en este libro. Por otro lado, es necesario articular lo que aquí se señala
acerca de los derechos humanos, con las demás posiciones teóricas que el
propio B e it z ha sostenido en referencia a otros problemas. Específicamente,
debemos determinar cómo se articula esta concepción de los derechos huma­
nos internacionales con la teoría de justicia social internacional que B e it z ha
presentado en su primer libro, Political Theory and International Relations
( B e i t z , 1979).

El objetivo de este estudio preliminar es servir de guía al lector para reali­


zar estas dos tareas. En primer lugar, una vez que hayan sido explicados breve­
mente los principales lincamientos de la concepción de derechos humanos de­
fendida por B e i t z , señalaremos los aspectos que la distinguen de concepciones
alternativas de los derechos humanos. En segundo lugar, una vez analizada la
concepción de justicia internacional defendida por B e i t z , y después de haberla
ubicado en el debate más amplio en el que se inserta, señalaremos el modo en
que se relacionan su concepción de derechos humanos y su concepción de jus­
ticia internacional. Sin embargo, nuestro objetivo no es ofrecer un resumen de
la concepción de los derechos humanos propuesta por B e it z que lo exima de la
lectura del texto. De lo que se trata es de ofrecer una hoja de ruta que permita
ubicar el texto en el entorno general que lo enmarca. Creemos que hacer esto
redundará en una lectura más fructífera del mismo y permitirá comprender las
razones que articulan su defensa de los derechos humanos y su defensa de una
visión cosmopolita de la justicia.

1. LA CONCEPCIÓN PRÁCTICA DE DERECHOS HUMANOS

La característica central de la concepción de derechos humanos elaborada


por B e it z se aprecia en el modo en que se relaciona con la práctica internacio­
nal de los derechos humanos. El objetivo que persigue el libro es reconstruir la
idea de derecho humano que se encuentra implícita en esa práctica. De este
modo, la materia prima sobre la que trabaja el autor es la doctrina y la práctica
internacional de los derechos humanos, tal como las encontramos en la reali-1

1 Los dos libros más importantes de B eitz, junto con numerosos artículos, son Political Theory and
International Relations (1979-1999) y Political Equality: An Essay in Democratic Theory (1990). También
ha sido editor de Peace and War (1973) junto con Theodore H ermán, International Ethics (1985) y Pimish-
ment (1994) junto con Marshall C ohén, Thomas Scanlon y John Simmons, y Global Basic Rights (2009)
junto con Robert G oodin.
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 13

dad. En este sentido, la concepción de los derechos humanos defendida por


Be it z es una concepción práctica.

En consecuencia, el primer paso en la elaboración de la concepción consis­


te en investigar la práctica y determinar qué funciones cumplen los derechos
humanos dentro de ella. O dicho de otro modo, se busca identificar las funcio­
nes discursivas que cumple la apelación a los derechos humanos dentro del
discurso político internacional. Para lograr identificar estas funciones B e it z
sostiene que es necesario prestar atención a los participantes de la práctica de
los derechos humanos e identificar qué consecuencias prácticas ellos conside­
ran que se siguen de la apelación válida a un derecho humano. De lo que se
trata, entonces, es de identificar las inferencias prácticas que los participantes
extraerían a partir de un reclamo válido de derechos humanos ( B e i t z , 2009:
90). Es decir, identificar los tipos de acciones —esto es, las inferencias prácti­
cas— que los participantes consideran justificadas en razones que son provistas
por los derechos humanos.
El punto de partida de La idea de derechos humanos es, entonces, la nece­
sidad de identificar las funciones o los roles que este concepto juega dentro de
una práctica discursiva. Es decir que es necesario comprender previamente la
práctica internacional de los derechos humanos. Para alcanzar este objetivo,
B e i t z ofrece un modelo que selecciona entre las múltiples características que
posee la práctica, aquellas que son centrales. La idea es que sólo comprende­
mos una realidad compleja cuando logramos abstraer aquellos aspectos que
son esenciales a la misma.
El modelo considera que los responsables primarios por la satisfacción de
los derechos humanos son los Estados; cuando éstos incumplen su responsabi­
lidad, la comunidad internacional actúa como garante de que los derechos
humanos sean satisfechos. Así, una de las principales características de la
práctica es que posee dos niveles de responsabilidad. En el primer nivel se
encuentran los Estados, principales responsables, y en el segundo se encuentra
la comunidad internacional, garante. El modelo, además, consta de tres ele­
mentos:
1) El objetivo de los derechos humanos es proteger ciertos intereses indi­
viduales especialmente importantes en contra de las amenazas que de
modo predecible son engendradas por la existencia de Estados.
2) Los principales destinatarios de las exigencias contenidas en los dere­
chos humanos son los Estados.
3) El fracaso de los Estados a la hora de satisfacer las exigencias conteni­
das en los derechos humanos, es una razón para que la comunidad in­
ternacional actúe procurando su protección. Los derechos humanos
son un objeto que de manera adecuada concita la «preocupación inter­
nacional» ( B e it z , 1999: 95).
14 HUGO O. SELEME / CRISTIÁN A. FATAUROS

El modelo reconstruye las inferencias prácticas que los participantes de la


práctica extraen de los derechos humanos. En primer lugar, los participantes
consideran que los derechos humanos tienen implicaciones prácticas para los
Estados. Que exista un derecho humano, implica que un Estado no sólo debe
respetar el interés protegido por ese derecho a la hora de conducirse sino que
adicionalmente debe brindar protección contra las amenazas al interés que
provengan de agentes no-estatales que se encuentran dentro del territorio sobre
el que ejerce control. En segundo lugar, los participantes consideran que a
partir de los derechos humanos se pueden extraer consecuencias prácticas que
se refieren a agentes externos al Estado. Si un Estado no respeta un interés
protegido por un derecho humano —ya sea por acción, porque su acción lo
vulnera, o por omisión, porque no evita que la acción de otros lo vulnere— esto
brinda razones para que la comunidad internacional exija su cumplimiento,
para que otros agentes estatales o no-estatales le brinden la ayuda necesaria
para que pueda cumplir, ya sea mediante la asistencia directa o la remoción de
trabas y obstáculos, o para que directamente interfieran en la conducción de los
asuntos del Estado transgresor con el objeto de garantizar la protección de los
intereses.
De lo señalado es posible inferir que, para B e i t z , las exigencias normativas
de los derechos humanos se aplican, en primera instancia, a las instituciones
estatales domésticas y no a los individuos particulares. Esto determina que la
concepción presentada en La idea de derechos humanos se incluya entre las
denominadas concepciones «institucionales» que se definen por oposición a las
concepciones «interaccionales»2. Según las concepciones «institucionales» el
único que puede vulnerar las exigencias contenidas en los derechos humanos es
el Estado, al no brindar la protección requerida. Las amenazas que provienen
de agentes no-estatales no constituirían violaciones a los derechos humanos.
Quien violaría los derechos humanos en este caso, sería el Estado, al no confi­
gurar el diseño institucional de modo que se puedan evitar estas amenazas. El
objetivo de la práctica internacional de los derechos humanos puede entenderse
mejor, señala B e it z , si se la concibe como incluyendo exigencias de que los
Estados establezcan condiciones efectivas de protección por cualquier medio
moralmente permisible.
El carácter institucional de la concepción no implica, sin embargo, que sus
exigencias deban ser satisfechas a través de la creación de leyes por parte de los
Estados. La noción de protección debe ser entendida en sentido amplio de
modo que se ajuste mejor a la heterogeneidad normativa de los derechos huma­
nos. Con esto en mente, puede señalarse que el objetivo es asegurar una protec­
ción efectiva, dejando abierta la cuestión acerca de cuáles son los medios más
adecuados para satisfacer las exigencias de las normas internacionales, i. e., si

2 Sobre las ventajas que tiene el enfoque institucional sobre el enfoque interaccional, véase la explica­
ción que Pogge brinda sobre la preocupación rawlsiana por la estructura básica. (P ogge, 1989: 31-34).
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 15

es mejor a través de políticas públicas, leyes constitucionales u otros mecanis­


mos (Beitz, 2009: 110).
En consecuencia, la principal utilidad del modelo de Beitz reside en que
permite identificar de modo claro cuál es la función central que los derechos
humanos cumplen dentro del discurso político global. Los derechos humanos
son exigencias que pesan sobre los Estados cuya falta de cumplimiento es ob­
jeto de «preocupación internacional» y da razones para que agentes externos al
propio Estado intervengan ya sea con fines precautorios o correctivos.
Una vez esclarecido el concepto de derecho humano que se encuentra im­
plícito en la práctica, B eitz se avoca al problema normativo. El objetivo aquí
es, en primer lugar, determinar el carácter valioso de los propósitos que persi­
gue la práctica internacional de los derechos humanos. Una vez establecido que
estos propósitos son valiosos, en segundo lugar se busca fijar qué criterios de­
berían utilizarse para seleccionar aquellas exigencias que de modo justificado
puede considerarse que pertenecen a la práctica, como derechos humanos. Fi­
nalmente, es necesario identificar a los agentes externos a quienes los derechos
humanos darían razones para actuar, explicitando por qué tal situación se en­
cuentra justificada.
Dicho en otras palabras, para justificar la práctica de los derechos humanos,
B eitz sostiene que es necesario a) mostrar que los objetivos que persigue la
práctica son valiosos, b) evaluar si las normas de derechos humanos cumplen
la función de promover dichos objetivos, y c) determinar quiénes son los agen­
tes que deberían actuar para proteger los derechos humanos y cuáles son las
razones por las que deberían hacerlo. Si tal cosa puede ser llevada adelante con
éxito, entonces se habrá brindado una justificación de los derechos humanos
(B eitz, 2009: 122-123).
Con respecto a lo primero, Beitz señala que la práctica de los derechos
humanos es una herramienta diseñada para corregir ciertas patologías que po­
see el sistema de Estados. Estas patologías se traducen en dos tesis empíricas.
La tesis del peligro interno sostiene que los habitantes podrían verse desprote­
gidos si los terceros Estados no pudieran intervenir dentro del ámbito de sobe­
ranía estatal. La tesis del peligro externo afirma que los Estados que maltratan
a sus habitantes, tienden a desarrollar una política exterior agresiva que amena­
za la paz internacional. Es en función de estas premisas que los derechos huma­
nos fueron pensados como un remedio a las deficiencias estructurales del siste­
ma que configuraba el orden internacional con Estados, esto es, con unidades
políticas soberanas con base territorial (Beitz, 2009: 124-131).
Ambas patologías se volvieron patentes en el caso de la Alemania nazi. Su
política interna de exterminio con respecto a un sector de su población, dejó
claro el peligro que para los propios ciudadanos engendraba la existencia de
una entidad dotada de poder soberano. Su política externa, expansionista y
16 HUGO O. SELEME / CRISTIAN A. FATAUROS

agresiva, puso de manifiesto el peligro que la existencia de estas entidades en­


gendraba sobre aquellos individuos que no eran sus ciudadanos. Los derechos
humanos aparecieron como una manera de corregir estas patologías, y garanti­
zar que no volviese a repetirse la experiencia sufrida con el nazismo. Fueron
una creación de posguerra tendiente a poner límites al poder soberano de los
Estados territorialmente organizados.
Para B e it z , entonces, el objetivo valioso que persigue la práctica interna­
cional de los derechos humanos es uno de tipo precautorio. Éste consiste en
contrarrestar las amenazas o peligros que son engendrados por el sistema de
Estados. Sólo es razonable aceptar tal sistema donde los Estados son sobera­
nos, si se incluyen las exigencias de derechos humanos con el objeto de limitar
y regular el ejercicio de la soberanía. De este modo todos los ciudadanos se
encuentran protegidos frente a las amenazas que tanto su propio Estado —tesis
del peligro interno— como otros Estados —tesis del peligro externo— pueden
generar con respecto a la satisfacción de sus intereses más importantes3. La
práctica de los derechos humanos es una revisión introducida al sistema de
Estados con el objeto de subsanar los problemas estructurales que éste posee
( B e i t z , 2009:184).

La respuesta ofrecida por B e it z nos deja con una justificación de los dere­
chos humanos que depende de circunstancias históricas y sociales contingen­
tes. Si no existiese un sistema de Estados, esto es, si el orden internacional no
tuviese como sujeto central a entidades soberanas de base territorial, la práctica
de los derechos humanos no estaría justificada. Esto se debe a que las amenazas
probables contra las cuales los derechos humanos brindan protección, no ten­
drían cabida en ese nuevo escenario. Para B e it z , por lo tanto, la justificación de
los derechos humanos tiene un inevitable componente histórico.
Una vez que se ha establecido el objetivo valioso que podría perseguir una
práctica semejante a la de los derechos humanos, el paso siguiente es establecer
qué extremos debería satisfacer un requerimiento para que esté justificado con­
siderar que es un derecho humano. Cómo es obvio, B e i t z piensa que estos ex­
tremos se corresponden con los tres elementos del modelo. En primer lugar,
debe mostrarse que el requerimiento que pretende incorporarse como un dere­
cho humano protege un interés que reviste importancia. Segundo, es necesario
establecer que sería algo bueno que este interés estuviese protegido por el Es­
tado, ya sea por medio de sus normas o a través de sus políticas, y que si no se
introdujese un derecho humano que tuviese como contenido ese interés sería
probable que las instituciones estatales no brindasen dicha protección. En au­

3 No es pacífica la doctrina sobre si la promoción de estos objetivos es compatible. Se afirma que cen­
trarse en la perspectiva de los intereses de los Estados y promover el mantenimiento de la paz, podría exigir
prohibir la injerencia internacional. Incluso B eitz tiene dudas respecto a cómo se solucionaría el caso de
conflicto entre estos dos objetivos, pero esto no obstaculiza la conceptualizacion de una práctica con múlti­
ples objetivos (B eitz, 2009: 131-132)
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 17

sencia de un derecho humano que proteja el interés en cuestión, las institucio­


nes estatales probablemente pondrían en peligro o representarían una amenaza
para este interés. Tercero, tiene que dejarse en claro que existen cursos de ac­
ción internacional que probablemente sirvan para proteger el interés en cues­
tión, que se trata de cursos de acción moralmente permisible y que no implican
un costo excesivo para aquellos en posición de seguirlos. En palabras de B e i t z ,
el hecho que un estado fracase a la hora de brindar protección a un interés
protegido por los derechos humanos debe considerarse «un objeto adecuado de
preocupación internacional» ( B e it z , 2009: 131).
Esto nos conduce al último interrogante, referido a los agentes a quienes la
transgresión de un derecho humano da razones para actuar. B e i t z establece que
la fuerza que tengan estas razones se encuentra directamente vinculada con la
importancia que posea el interés que protege el derecho humano. Mientras más
importante sea el interés protegido más poderosas serán las razones para actuar
ante su vulneración. No obstante, éste no es el único elemento que debe consi­
derarse. También tienen relevancia, por ejemplo, el tipo de amenaza de la que
se trata, cuál es su origen, qué relación existe entre aquellos que pueden inter­
venir para proteger el interés en cuestión y quienes se verían beneficiados por
esta intervención. Dado que existen diversos cursos de acción disponibles para
los múltiples agentes externos, no existe una respuesta unívoca frente a la vul­
neración de los derechos humanos. Dependiendo de las circunstancias, en algu­
nos casos la respuesta adecuada puede ser la intervención armada, la presión
económica, la demanda frente a un organismo internacional, el pedido de infor­
mes, la búsqueda de consensos, etc. De manera que tanto los agentes de quienes
se requiere la acción precautoria o restaurativa, como los tipos de acciones
disponibles, son variados y heterogéneos.
A modo de síntesis, puede señalarse que la concepción de los derechos
humanos elaborada por B e it z es deferente con respecto a la práctica a la hora
de determinar en qué consiste un derecho humano, pero no a la hora de ofrecer
respuestas a las preguntas por el contenido adecuado de la doctrina de los dere­
chos humanos o por su justificación. Estos son problemas diferentes que sólo
pueden ser resueltos una vez que se ha dado respuesta a la pregunta sobre qué
puede ser considerado apropiadamente como un derecho humano.

2. EL DEBATE CONTEMPORÁNEO ACERCA DE LOS DERECHOS


HUMANOS

Como hemos señalado, una de las características más novedosas de la con­


cepción defendida por B e it z es su carácter práctico. No es posible advertir ca­
balmente por qué B e it z se inclina por una concepción de esta índole sin previa­
mente tener claro quiénes son los interlocutores con los que La idea de derechos
humanos diáloga. Para que sea posible entender la fuerza de la propuesta de
18 HUGO O. SELEME / CRISTIAN A. FATAUROS

B eitz debe situársela en el marco de la discusión contemporánea acerca de los


derechos humanos.
Desde su creación después de la Segunda Guerra Mundial, la suerte que
han corrido los derechos humanos ha sido paradójica. Por un lado, se han
transformado en el lenguaje en el que se expresa la política global. Formular
reclamos fundados en los derechos humanos se ha vuelto algo usual a nivel
internacional, y no existe nadie que considere que tales reclamos carecen de
importancia. Aun los Estados que de modo patente vulneran los derechos hu­
manos, se esfuerzan por aparentar que los respetan, dejando claro de esta ma­
nera que reconocen su relevancia. Aun quienes los vulneran no ponen en tela
de juicio su importancia.
Por otro lado, y quizás en parte debido a lo anterior, de modo creciente se
han vuelto objeto de ataque de un número creciente de teóricos y han comen­
zado a ser vistos con un grado creciente de suspicacia. Beitz sostiene que estas
posiciones escépticas con respecto a los derechos humanos se fundan en diver­
sas razones. Un grupo de escépticos han atacado a la práctica de los derechos
humanos basándose en razones de índole conceptual. Dentro de este grupo al­
gunos han cuestionado que los derechos humanos sean genuinos derechos, por
ejemplo, por no disponer de mecanismos para establecer cuándo un derecho
humano ha sido violado o para obligar a los Estados a su efectivo cumplimien­
to. Sin estos mecanismos los derechos humanos son derechos sólo sobre el
papel. Otros han cuestionado que los derechos humanos sean «universales»,
esto es que puedan ser esgrimidos por cualquier individuo por el mero hecho
de ser hombre en cualquier tiempo y lugar.
Un segundo grupo de escépticos ha atacado la práctica en función de con­
sideraciones de índole normativa o valorativa. Para estos escépticos los dere­
chos humanos carecen de la fuerza necesaria para motivar a la acción política.
Algunos han llegado a esta conclusión movidos por la convicción de que los
intereses protegidos por los derechos humanos no pueden ser garantizados por
ninguna acción política internacional. Los derechos humanos establecerían
exigencias imposibles de satisfacer. Otros, han sido llevados al escepticismo
debido a la convicción de que ningún agente externo al Estado transgresor
tendría una razón suficiente para afrontar los costos que implicaría llevar ade­
lante una acción que efectivamente protegiese los derechos humanos.
Finalmente, un tercer grupo de escépticos ha cuestionado la práctica de los
derechos humanos esgrimiendo razones políticas. Específicamente han señala­
do que los derechos humanos han servido para brindar una pátina de legitimidad
a las acciones autointeresadas de las grandes potencias. Esto no es de extrañar,
afirma este tipo de escepticismo, si se tiene en cuenta que han sido estas mismas
potencias las que al final de la Segunda Guerra Mundial diseñaron la práctica.
Los derechos humanos no serían más que otro de los múltiples mecanismos que
tienen las potencias para alcanzar sus propios fines (Beitz, 2009: 13-15).
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 19

De modo que puede decirse que el éxito que ha tenido la empresa de los
derechos humanos a la hora de convertirse en el lenguaje por excelencia de la
política global, ha ido acompañado de una creciente ola de escepticismo teóri­
co —fundado en consideraciones conceptuales y normativas— y suspicacia
política. Es este marco el que hace que clarificar el concepto de derechos hu­
manos, evaluar su contenido y argumentar por su justificación, sea una tarea
importante y necesaria. Su importancia deriva del papel preponderante que los
derechos humanos han alcanzado en el discurso político global. Tanto los Esta­
dos, los organismos no gubernamentales y las organizaciones internacionales y
supranacionales, utilizan a los derechos humanos para justificar sus acciones.
La necesidad de acometer la tarea viene dada por los embates escépticos a los
que se encuentra actualmente sometida la práctica de los derechos humanos. Es
este carácter dual que tiene la práctica de los derechos humanos —exitosa y a
la vez bajo sospecha— lo que explica la importancia y la necesidad de la tarea
que se propone llevar adelante La idea de derechos humanos.
En consecuencia, los principales interlocutores con los cuales Beitz discute
son aquellos que defienden posiciones escépticas en el debate contemporáneo
sobre los derechos humanos. La idea de derechos humanos es un texto de ca­
rácter apologético, que pretende defender la práctica contemporánea de los
derechos humanos frente aquellos que la atacan. Es esta finalidad apologética
lo que explica el carácter práctico de la concepción de derechos humanos de­
fendida por Beitz. Si el objetivo es defender la práctica de los derechos huma­
nos actualmente existente, el primer paso es interpretar a los derechos humanos
tal como son concebidos en el seno de esta práctica. Esto explica por qué Beitz
a la hora de elaborar el concepto de derechos humanos presta atención al modo
en que éstos son concebidos en el seno de la práctica. Sin este paso previo,
ningún argumento justificatorio que se ofreciese luego serviría para respaldar
la práctica actualmente existente.
Al adoptar este enfoque práctico La idea de ¡os derechos humanos se acerca
a la concepción de los derechos humanos propuesta por John Rawls en The Law
o f Peoples (1999). Efectivamente, Rawls ha sido el primero en proponer un
modo semejante de abordar el problema. Lo que Beitz toma de R awls es la idea
de que los derechos humanos son una «doctrina política» elaborada para alcan­
zar ciertos fines y cumplir ciertas funciones. La función que cumplen los dere­
chos humanos en el discurso político público global determina cual es el modo
correcto de concebirlos y permite determinar cuáles son las exigencias aptas para
ser consideradas derechos humanos y cuáles no lo son. Sin embargo, el carácter
apologético de la obra de Beitz, hace que su concepción se aparte de la de Rawls.
Los diferentes objetivos que persiguen Rawls en The Law o f Peoples y
Beitz en La idea de derechos humanos permiten explicar la diferencia. El
objetivo de Rawls es elaborar una teoría ideal del orden internacional justo.
Los derechos humanos forman parte de su teoría ideal de justicia internacional
20 HUGO O. SELEME / CRISTIAN A. FATAUROS

y este carácter ideal de su teoría lo que le permite simplemente estipular las


funciones que los derechos humanos deberían desempeñar en la Sociedad de
Pueblos ideal que tiene en mente. En tanto se encuentra elaborando una teoría
ideal que luego pueda utilizarse para evaluar las instituciones que de hecho
existen, R a w l s no debe preocuparse por permanecer fiel a las funciones que
de hecho los derechos humanos cumplen en la práctica actualmente existente.
Para él los derechos humanos son condiciones que de modo necesario todo
Estado debe satisfacer para ser miembro de la Sociedad de Pueblos, y su cum­
plimiento basta para que otros Estados no deban intervenir en sus asuntos
domésticos. Para ser consistente con sus propios objetivos, R a w l s sólo debe
mostrar que la Sociedad de Pueblos que tiene en mente es un esquema institu­
cional que aparece como razonable a partir de nuestras convicciones morales.
El objetivo de B e it z , como hemos señalado, es diferente. Su intención es
defender la práctica de los derechos humanos que actualmente existe. Por esta
razón, a diferencia de R a w l s , no puede contentarse con estipular la función que
los derechos humanos desempeñarían en una teoría ideal. El ejercicio de B e it z es
uno de teoría no-ideal que, por lo tanto, debe prestar atención a las funciones que
los derechos humanos de hecho desempeñan en la práctica. B e it z recoge de
R a w l s la idea de concebir a los derechos humanos de acuerdo a la función dis­
cursiva que desempeñan, pero se aparta de él al buscar estas funciones en la
práctica actualmente existente. Por lo tanto, aunque la concepción de los dere­
chos humanos tiene, por decirlo de algún modo, una estructura rawlsiana —en
tanto presta atención a las funciones que desempeña el concepto— no es rawlsia­
na en su contenido —en tanto obtiene estas funciones de la práctica existente y
no de una versión idealizada de la misma. El fin apologético de La idea de dere­
chos humanos hace que la obra sea un ejercicio de teoría no-ideal, lo que a su vez
explica el carácter práctico de la concepción de derechos humanos propuesta.
Sin embargo, la concepción práctica de B e it z no sólo toma distancia de la
posición de R a w l s . A la vez, también se aleja de dos posiciones tradicionales
en el debate sobre los derechos humanos: el naturalismo y el contractualismo.
Estas posiciones tradicionales ofrecen una respuesta a la pregunta sobre la na­
turaleza de los derechos humanos apelando a una idea filosófica preconcebida
—sin prestar mayor atención a la práctica existente— y a partir de esta respues­
ta derivan una solución al problema de la justificación de los derechos humanos
y al problema de definir su contenido.
A la pregunta por la naturaleza de los derechos humanos, las concepciones
naturalistas ofrecen una respuesta basada en un sistema de valores trascenden­
te y universal, concebido independientemente de cualquier relación o compro­
miso social que pudieran tener los seres humanos4. Por otro lado, las concep­

4 B eitz se concentra en el análisis de dos concepciones naturalistas, a saber, la defendida por James
Griffin (2008) y la sostenida por Martha N ussbaum (1997 y 2000). Con respecto a la posición de Amartya
S en (2004), expresa dudas sobre si considerarla o no como una concepción naturalista.
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 21

ciones contractualistas ofrecen una respuesta que concibe a los derechos


humanos como el objeto de un acuerdo entre diferentes culturas con diferentes
valores morales o políticos5.
La característica central de estas concepciones tradicionales, según B e i t z ,
es que ambas interpretan a los derechos humanos internacionales a la luz de
una idea recibida de antemano. La empresa de los derechos humanos es vista
como el intento de corporizar una idea previa de la que uno puede tener cono­
cimiento con independencia del conocimiento de la práctica misma. Desde esta
idea previa la práctica ha sido diseñada y desde ella puede ser evaluada y si es
el caso corregida. Si la práctica de los derechos humanos busca corporizar va­
lores trascendentes y universales —como sostiene el naturalismo— entonces
cualquier derecho humano actualmente incluido en la práctica que no pueda ser
visto de este modo debe ser suprimido. Lo mismo sucede si uno considera que
el objetivo de la práctica es establecer aquellos derechos en los que las diferen­
tes culturas, en algún sentido, acuerdan.
El rasgo de la concepción de B e it z que la aparta de estas concepciones
tradicionales es precisamente el que, como hemos señalado, la acerca a la po­
sición de R a w l s . Para B e it z el modo correcto de concebir a los derechos huma­
nos consiste en identificar la función que cumplen de hecho en el discurso po­
lítico global. La idea de derechos humanos es extraída a partir de las funciones
que cumplen en el seno de la práctica, no es una idea recibida de antemano
como sostienen el naturalismo y el contractualismo. Si de lo que se trata es de
entender y defender la práctica actualmente existente, es necesario concebir a
los derechos humanos como esta práctica los concibe. Así, para B e i t z , los de­
rechos humanos son una empresa política colectiva que tiene objetivos particu­
lares y modos de acción característicos. Comprender cómo füncionan en la
práctica actualmente existente permite identificar el concepto de derechos hu­
manos, i. e., saber qué son los derechos humanos, a la vez que posibilita que los
desacuerdos sobre su contenido y su fundamento, i. e., saber qué exigen y por
qué, se resuelva en el interior de la práctica.
De modo que, nuevamente, el fin apologético de La idea de derechos hu­
manos determina que la concepción de derechos humanos presente en el texto
difiera de las visiones tradicionales. Más aún, B e it z piensa que han sido estas
posiciones tradicionales las que, al dar una visión distorsionada de los derechos
humanos, han contribuido en gran medida a la ola creciente de escepticismo.
Estas posiciones han favorecido que los derechos humanos se vean como ex­
presión de una idea previa más general. Aquellos que han aceptado este punto
de partida, al constatar el grado en que la práctica existente diverge de lo que
debería ser si se ajustase a dicha idea, han sido llevados al escepticismo. Su

5 Las concepciones contractualistas que B eitz tiene en mente son, entre otras, las propuestas por Alison
Dundes R enteln (1990), Rex M artin (1993), Bemard W illiams (2006) y Joshua C ohén (2004).
22 HUGO O. SELEME / CRISTIAN A. FATAUROS

razonamiento ha sido el siguiente. Los derechos humanos son la corporización


de otra idea: la de derechos morales trascendentes o la de los derechos sobre los
que existe o puede existir algún tipo de acuerdo intercultural. Pero es verdad
que grandes porciones de la práctica no pueden ser vistas de este modo. Por lo
tanto, han concluido, estas porciones de la práctica no están constituidas por
genuinos derechos humanos (Beitz, 2009: 75).
La estrategia de B e it z para evitar esta conclusión escéptica consiste en
cuestionar el punto de partida. Los derechos humanos no son la expresión de
una idea previa. Los derechos humanos son una creación novedosa y deben ser
concebidos de acuerdo a las funciones novedosas que desempeñan en el discur­
so político global. Si es posible ofrecer una justificación de los derechos huma­
nos así concebidos, entonces se habrá encontrado una vía de escape a la con­
clusión escéptica. Esta vía de escape es la que intenta mostrar B e it z en su libro.
A modo de síntesis, puede señalarse que la posición que La idea de dere­
chos humanos ocupa en el debate contemporáneo acerca de los derechos huma­
nos se encuentra determinada por sus fines apologéticos. El escepticismo con
respecto a los derechos humanos es el principal rival que B e it z enfrenta en su
libro. Esto lo lleva a elaborar una concepción práctica de los derechos humanos
que difiere tanto de la concepción rawlsiana, como de las concepciones natura­
listas y contractualistas. Aunque tiene la misma estructura que la concepción
defendida por R a w l s en The Law o f Peoples, las funciones que cumplen los
derechos humanos son establecidas mirando la práctica que de hecho existe. A
su vez, la estructura rawlsiana de la concepción es lo que la distancia de las
concepciones naturalistas y contractualistas. En consecuencia, es el carácter
práctico de la concepción de B e it z , motivado por su finalidad apologética, lo
que le otorga su sello característico.

3. LOS DERECHOS HUMANOS Y LA CONCEPCIÓN DE JUSTICIA


INTERNACIONAL6

Como hemos señalado, La idea de derechos humanos no sólo se inserta en


el debate contemporáneo sobre los derechos humanos sino, adicionalmente, en
el marco más general de la obra de B e i t z . L o que interesa es ver la manera en
que la concepción de los derechos humanos presentada en esta obra es compa­
tible con la concepción de justicia internacional que B e it z ha desarrollado en
obras previas. El problema radica en que, a menos que se tenga clara conciencia
de los diferentes objetivos que persiguen la empresa de defender los derechos
humanos y la de establecer las exigencias de justicia internacional, ambas con­
cepciones amenazan con presentarse como incompatibles. Para percibir el

6 La explicación de la concepción de justicia internacional defendida por B eitz que se ofrece en este
apartado sigue con pequeñas modificaciones lo que se señala en Seleme, 2011.
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 23

problema, es necesario explicar brevemente la concepción de justicia interna­


cional de B eitz y el debate del que forma parte.
La primera obra de B eitz, Political Theory and International Relations se
encuentra entre el conjunto de trabajos que siguieron la estela trazada por A
Theory o f Justice de John Rawls (1971-1999). Luego de la publicación de A
Theory. o f Justice —donde Rawls abordaba tangencialmente el problema de la
justicia internacional en su embrionario Law o f Nations1— algunos filósofos
que simpatizaban con el liberalismo igualitario pusieron manos a la obra para
completar lo que Rawls había dejado inconcluso. Así, se dedicaron a intentar
extender las ideas presentes en A Theory o f Justice al dominio internacional.
Uno de los intentos más destacados en este sentido fue el de B eitz78. En Politi­
cal Theory and Internacional Relations B eitz pretendía ofrecer una versión de
lo que el liberalismo igualitario exigía a nivel internacional. Su percepción de
la cuestión era que en tanto proponía principios para distribuir la riqueza a nivel
internacional estaba batallando del mismo lado que Rawls. Se estaba ocupando
de hacer una tarea que Rawls tenía pendiente, esto es, ofrecer una concepción
liberal igualitaria de justicia internacional.
La idea de B eitz desarrollada en Political Theory and International Rela­
tions para extender la concepción rawlsiana de justicia al ámbito internacional
era sencilla. De lo que se trataba, en su opinión, era de reformular la justicia
como equidad9 de modo que ahora tuviese en consideración no sólo a los ciu­
dadanos de una sociedad liberal sino a todos los seres humanos con indepen­
dencia de la sociedad a la que perteneciesen. Lo que se encontraba detrás de
esta extensión era el siguiente argumento. Partía del hecho que de acuerdo con
la justicia como equidad las contingencias naturales y sociales que rodeaban a
los ciudadanos de una sociedad liberal eran arbitrarias y debían ser eliminadas
o neutralizadas a la hora de elaborar principios de justicia. Que un ciudadano
hubiese nacido en una determinada clase social o con un determinado género,
raza, era moralmente arbitrario y no tenía que tener peso alguno a la hora de
elaborar principios de justicia para configurar las instituciones domésticas.
El segundo paso del argumento consistía en constatar que la contingencia
de haber nacido en un país u otro era tan arbitraria como la contingencia de
habitar determinada clase social o poseer cierto género o raza. Si esto era así,
el mismo mecanismo que era apto para garantizar que estas contingencias no
tuviesen incidencia a la hora de elaborar principios de justicia doméstica debía
ser apto para garantizar que estas contingencias no tuviesen incidencia a la hora

7 Este embrionario Law o f Nations se encuentra en el parágrafo 58 de A Theory o f Justice


8 El otro fue el de Thomas P ogge en Realizing Rawls (P ogge, 1989).
9 Este es el nombre de la concepción de justicia doméstica propuesta por R awls. Esta concepción con­
tenía dos principios según los cuales debían organizarse las instituciones: el principio de la igual libertad y el
principio de la diferencia que sostenía que las únicas desigualdades de recursos justificadas eran aquellas que
funcionaban en beneficio de quien se encontraba en la posición menos aventajada.
24 HUGO O. SELEME / CRISTIÁN A. FATAUROS

de elaborar principios de justicia internacional. Puesto que el mecanismo que


garantizaba tal resultado era el recurso de la posición original, el tercer paso
consistía en sostener que el modo correcto de extender la concepción de justi­
cia rawlsiana al ámbito internacional era a través de la configuración de una
posición original global o cosmopolita. En esta posición original global o cos­
mopolita, estarían representados todos los seres humanos. Los principios que
fuesen elegidos en esta posición original serían los principios aptos —según
estándares rawlsianos— para aplicarse al ámbito internacional.
La conclusión del argumento era que puesto que la posición original global
era análoga a la doméstica los principios que se obtendrían serían igualmente
análogos. Específicamente, B e it z sostenía que esta posición original global
daría como resultado un principio globalizado de la diferencia10. Tal principio
sostenía que las desigualdades de ingreso y recursos debían ser permitidas sólo
si tal cosa beneficiaba a los seres humanos que ocupaban la posición más des­
ventajosa en la distribución del ingreso y la riqueza global.
En este escenario es que la publicación de The Law ofPeoples acaeció. La
primera razón por la que la obra convulsionó el debate fue que, finalmente, lo
largamente esperado por los liberales igualitarios —entre ellos B e i t z — había
sucedido, R a w l s finalmente exponía el modo en que proponía extender su con­
cepción de justicia al dominio internacional. La segunda razón, y más impor­
tante, era que R a w l s proponía extender su concepción de una manera diame­
tralmente opuesta a la que habían sugerido sus seguidores, incluido B e i t z . En
su intento por extender la concepción rawlsiana al ámbito internacional B e it z
había encontrado un oponente insospechado, el propio R a w l s .
A diferencia del principio de la diferencia global que proponía B e i t z ,
R aw ls proponía principios que parecían tener un carácter marcadamente con­
servador y, como el mismo R a w l s reconocía, en su mayor parte se trataba de
principios familiares que podían ser extraídos de la historia y los usos del de­
recho internacional ( R a w l s , 1999: 57). Concretamente, R a w l s no proponía a
nivel internacional ningún principio de justicia distributiva semejante al prin­
cipio de la diferencia. Específicamente en lo atinente al problema de la justicia
distributiva en el dominio internacional R a w l s sostenía que ni la desigualdad
de recursos que existía entre individuos que habitaban distintos pueblos ni la
desigualdad de recursos que existía entre distintos pueblos exigía redistribu­
ción alguna.

10 En Political Theory and International Relations B eitz presenta dos principios de justicia distributiva
internacional. El primero es un principio de redistribución de los recursos y se aplica con total independencia
de que existan o no vínculos económicos entre los Estados. El segundo principio de B eitz se aplica en el
supuesto de que existan vínculos económicos entre Estados. Si este es el caso, y B eitz cree que lo es, al
ámbito internacional deben aplicarse las mismas exigencias de justicia distributivas que al ámbito doméstico.
El producto de la cooperación económica internacional debe distribuirse entonces de acuerdo a un principio
global de la diferencia (B eitz, 1979-1999: 144).
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 25

Las exigencias que según Rawls se aplicaban a nivel internacional eran


notoriamente menos exigentes que las propuestas por Beitz. En su opinión, no
existe a nivel internacional ninguna obligación de organizar el esquema institu­
cional de modo que sólo existan aquellas desigualdades de recursos —entre
individuos o pueblos— que benefician al que menos recibe. Lo que existe a
nivel internacional es un deber de asistir a los pueblos constreñidos por cir­
cunstancias desfavorables que les impiden dotarse de instituciones domésticas
que les posibiliten el autogobierno para que alcancen dicho objetivo. Adicio­
nalmente, toda sociedad tiene el deber de satisfacer los derechos humanos de
sus ciudadanos, lo cual garantiza que podrá autogobemarse sin la interferencia
de terceros11.
La primera reacción de Beitz, y de los que como él habían intentado exten­
der la concepción de Rawls al ámbito internacional, fue de estupor. ¿Qué podía
explicar que un pensador que había defendido una concepción de justicia do­
méstica de consecuencias tan radicales, ahora elaborase una concepción de
justicia internacional con exigencias tan débiles y compatibles con el statu
quo? Sin embargo, pronto el estupor se transformó en crítica. La posición de
The Law ofPeoples respecto de la justicia distributiva internacional era objeta­
blemente conservadora. Rawls parecía estar excesivamente comprometido con
la práctica internacional, lo que restaba poder crítico a su concepción frente a
las injusticias que caracterizan al actual orden global.
De este modo The Law o f Peoples provocó la aparición de dos bandos en
disputa dentro del seno mismo del liberalismo igualitario de corte rawlsiano.
De un lado quedó ubicado Beitz y los cosmopolitas que afirmaban que exigen­
cias de justicia distributiva de índole prioritarista o igualitaria12tenían cabida
a nivel internacional11213. Del otro se posicionó el mismo Rawls que sostenía
que a nivel internacional no tenían cabida exigencias prioritaristas o igualita­
rias sino meramente suficientistas14. Mientras los cosmopolitas proponían
principios que exigían distribuir la riqueza a nivel internacional sin establecer

11 La concepción de justicia internacional elaborada por R awls contiene otras exigencias que hemos
omitido por no ser relevantes para elaborar el contraste con B eitz.
12 Los principios prioritaristas o igualitaristas se caracterizan por otorgar relevancia moral al hecho de
que algunos individuos posean menos recursos y derechos que otros. Prescriben que la distribución debe
beneficiar al que menos posee, bien porque esto es intrínsecamente bueno, tal como sostiene elprioritarismo ,
bien porque éste es un modo de acercarse a la distribución igualitaria que es lo que en última instancia posee
valor moral, tal como sostiene el igualitarismo (P arfit, 2000).
13 Otras visiones cosmopolitas han sido defendidas por Peter S inger (1972, 2002), Brian B arry (1982,
1989), James M oellendorf (2002) y ICok-Chor T an (2004).
14 Los principios suficientistas sólo consideran moralmente relevante el hecho de que la porción distri­
butiva que recibe cada individuo no se encuentre por debajo de un determinado nivel medido en términos
absolutos. Por esta razón no importa que alguien tenga menos o más siempre y cuando se ubique por encima
de dicho nivel. Lo característico de los principios suficientistas es que establecen un punto de corte en la
distribución, a saber, cuando se ha alcanzado el nivel de suficiencia.
Entre quienes han defendido posiciones suficientistas a nivel internacional se encuentran Michael
B lake (2002) y Thomas N agel (2005).
26 HUGO O. SELEME / CRISTIAN A. FATAUROS

ningún punto de corte, Rawls proponía un deber de asistencia que prescribía


auxiliar a las sociedades que aún no tenían instituciones bien ordenadas a que
se dotasen de ellas, con la condición de que satisficiesen los derechos humanos
de sus ciudadanos para no sufrir la interferencia de terceros.
Lo señalado basta para vislumbrar dónde se encuentra el problema. Si tan­
to el primer libro de B eitz, Political Theory and International Relations, como
el último, La idea de los derechos humanos, tienen el mismo objetivo, es decir,
si ambas obras pretenden elaborar una concepción de justicia internacional,
entonces su incompatibilidad es evidente. La razón de ello es La idea de los
derechos humanos, como hemos señalado, es una defensa de la práctica inter­
nacional actualmente existente. Exactamente esto le criticaba B eitz a Rawls
luego de la publicación de The Law o f Peoples. Dicho de otro modo, La idea
de los derechos humanos estaría tan comprometida con el statu quo como Beitz
afirmaba que lo estaba The Law o f Peoples. El nuevo libro de B eitz debería
entenderse como una retractación de las posiciones radicales que defendía en
Political Theory and International Relations. Allí señalaba que un orden inter­
nacional justo debía satisfacer una exigente distribución de la riqueza de acuer­
do con un principio de la diferencia global, mientras que ahora se conformaría
con sostener que sólo debe estar constituido por Estados que satisfacen los
derechos humanos de sus ciudadanos. La posición de Beitz sería todavía más
conservadora que la posición del propio Rawls ya que éste al menos incluía un
deber de asistencia mientras que B eitz no habla de nada semejante en La idea
de los derechos humanos. Uno debería concluir, que el principal exponente del
cosmopolitanismo contemporáneo, de modo inexplicable, ha renunciado a sus
tesis con respecto a la existencia de exigencias de justicia distributiva interna­
cional. En su reemplazo defendería las exigencias menos demandantes conte­
nidas en los estándares de derechos humanos.
No obstante, como Beitz se encarga de enfatizar, el objetivo que persigue
La idea de los derechos humanos es mucho más modesto que la elaboración de
una concepción de justicia internacional. Es decir, no tiene el mismo objetivo
que perseguía Political Theory and International Relations. Una semejanza
estructural de ambas obras, sin embargo, puede confundir al lector y hacerle
creer que los objetivos son idénticos. En Political Theory and International
Relations uno de los interlocutores de Beitz es la posición escéptica. A partir de
esto alguien podría concluir que si el interlocutor con el que discuten ambas
obras es idéntico —en ambos casos se discute al escepticismo— el objetivo
que persiguen ambas obras debe ser idéntico y la última obra debe ser vista
como la continuación de la primera.
La semejanza estructural, sin embargo, es sólo aparente. En la primera
parte de Political Theory and International Relations Beitz tiene en mente al
escéptico con respecto a la ética o moral internacional. Según este escepticismo
ninguna exigencia moral tiene cabida a nivel internacional. Por el contrario, el
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 27

escepticismo que busca refutar en La idea de los derechos humanos no se refie­


re a las exigencias morales en general sino a ciertas exigencias morales corpo-
rizadas en una práctica internacional concreta. Dicho de otro modo, mientras la
primera parte de Political Theory and International Relations defiende la
existencia de una ética internacional con independencia de que las prácticas
internacionales se ajusten o no a ella, La idea de los derechos humanos busca
defender que una práctica internacional específica está moralmente justificada.
El diferente tipo de escéptico con el que B e it z discute en ambas obras tiene
que ver con los diversos objetivos que cada una de ellas persigue. Si se preten­
de determinar cuáles son las exigencias morales que un orden internacional
debería satisfacer para ser justo, esto es, cuál es el modo moralmente correcto
de diseñar las instituciones internacionales, entonces el enemigo a derrotar es
aquel que señala que tal empresa no tiene sentido debido a que no existe ningu­
na exigencia moral que se aplique al ámbito internacional. Éste es el objetivo
que B e it z persigue en su primera obra, de allí que el interlocutor con el que
discute es el escéptico respecto de la moralidad internacional. B e it z se encuen­
tra elaborando una teoría ideal de la justicia internacional, y debe mostrar que
aquellos que sostienen que no existe tal cosa como las exigencias morales de
justicia internacional están equivocados.
Por el contrario, en La idea de los derechos humanos, como hemos señala­
do, se encuentra abocado a resolver un problema de teoría no ideal. No se trata
de determinar cuál sería el mejor modo de organizar las instituciones globales,
sino de establecer que, dado como ellas de hecho están configuradas —especí­
ficamente, alrededor de un sistema de Estados dotados de poder con base terri­
torial— la práctica actualmente existente de los derechos humanos se encuentra
moralmente justificada. Si éste es el objetivo, es lógico que el enemigo a derro­
tar sea aquel que sostiene que la práctica de los derechos humanos no tiene
justificación moral alguna.
De modo que aunque ambas obras tienen, al menos en parte, carácter apo­
logético, aquello que quieren defender es diverso. Political Theory and Inter­
national Relations pretende elaborar una teoría ideal de justicia internacional y,
por tanto, debe defender a la ética internacional de aquellos escépticos que la
cuestionan. La idea de los derechos humanos pretende elaborar una teoría no
ideal que sirva para justificar la práctica actualmente existente de los derechos
humanos y, por tanto, debe defender el carácter justificado de la práctica frente
aquellos escépticos que la cuestionan. No existe, por lo tanto, ninguna incom­
patibilidad entre lo defendido por B e it z en ambos trabajos. Political Theory
and International Relations es un ejercicio de teoría ideal. Al nivel de la teoría
ideal B e it z no ha abjurado de sus convicciones igualitarias, el principio de la
diferencia global no ha sido reemplazado por los requerimientos menos de­
mandantes contenidos en los derechos humanos. Mucho menos ha dejado de
lado sus convicciones cosmopolitas, y sigue pensando que aún el sistema de
28 HUGO O. SELEME / CRISTIAN A. FATAUROS

Estados debe someterse a evaluación moral. La idea de derechos humanos es


un ejercicio de teoría no-ideal. A este nivel, dada la existencia de un sistema de
Estados, B eitz se compromete con la tarea de ofrecer una justificación de la
práctica de los derechos humanos actualmente existente.

4. CONCLUSIONES

La idea de derechos humanos de Charles B eitz es la contribución de uno de


los filósofos políticos más lúcidos a uno de los debates que ha tenido mayor
desarrollo y relevancia en al ámbito de la filosofía política contemporánea: el
debate acerca de la naturaleza y la justificación de la práctica de los derechos
humanos. El contraste con las teorías naturalistas y contractualistas permitirá
apreciar el aporte novedoso de la concepción práctica que Beitz nos propone.
La característica principal que la diferencia de estas otras concepciones es su
peculiar relación con la práctica actualmente existente.
Además es una obra que debe comprenderse dentro del marco general del
pensamiento político y filosófico de B eitz. Por ello, de no tomar en cuenta los
específicos objetivos apologéticos que persigue, podría caerse en la tentación
de ver en esta obra una abjuración de su posición cosmopolita expuesta en sus
primeros trabajos sobre la justicia internacional. Sin embargo, por las razones
que hemos señalado, esta tentación debe ser rechazada.
Si bien es verdad que existe una fuerte inspiración rawlsiana en la concep­
ción práctica de los derechos humanos propuesta por Beitz, y esto podría ser
inconsistente con la crítica que en el pasado realizara a la teoría de la justicia
internacional expuesta en The Law o f Peoples, no existe contradicción alguna.
Los objetivos de los trabajos son distintos, y los interlocutores con los que
discute también. Mientras en su primera obra los interlocutores eran los escép­
ticos morales en materia de justicia internacional, en la última aquellos con
quienes discute son los escépticos en materia de derechos humanos. Este es un
dato que no debe dejar de tenerse en cuenta, puesto que de lo contrario, se corre
el riesgo de malinterpretar el marco teórico general en el que se inserta La idea
de derechos humanos.
Con estas precauciones el lector podrá observar cómo se conjugan en esta
obra un análisis profundo de los argumentos utilizados en la discusión contem­
poránea que intenta dar sentido a la práctica de los derechos humanos, y una
solidez estructural que hace de la concepción de Beitz una propuesta filosófi­
camente poderosa. Estas características hacen a La idea de derechos humanos
una obra cuya lectura será indispensable para cualquier que quiera entender el
debate contemporáneo acerca de la naturaleza, el contenido y la justificación de
los derechos humanos.
LA CONCEPCIÓN DE DERECHOS HUMANOS DE CHARLES BEITZ 29

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ABREVIATURAS

Principales instrumentos internacionales de derechos humanos (con la fe­


cha de su entrada en vigencia).
CCT Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles,
Inhumanas o Degradantes (1987).
CEDCM Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discri­
minación Contra la Mujer (1981).
CIEDR Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las For­
mas de Discriminación Racial (1969).
CDN Convención sobre los Derechos del Niño (1990).
PIDCP Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (1976).
PIDESC Pacto Internacional de Derechos Económicos Sociales y Cultura­
les (1976).
DUDH Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948).
PRÓLOGO

Comencé a escribir un libro sobre los derechos humanos hace aproximada­


mente treinta años, en la inocencia de un primer año sabático. Sin embargo,
luego de leer y pensar por casi un año sobre el asunto llegué a la conclusión de
que los derechos humanos no eran un buen tema para la filosofía política. Por
un lado, las cuestiones en disputa parecían ser mayormente artificios de la Gue­
rra Fría; a pesar de su importancia política, no parecían involucrar problemas
filosóficos muy interesantes. Además, la idea de un derecho humano tal como
era expresada en la doctrina internacional parecía haber sido expandida más
allá de lo que de modo plausible podía ser aceptado como un legado de la idea
filosóficamente respetable de derechos fundamentales. Los derechos humanos
parecían ser más la expresión de una concepción de justicia social. Pero de ser
así, el tema que en realidad revestía interés sería la idea de justicia social y tal
vez la de justicia global, no los derechos humanos. Al sentirme incapaz de
abordar el tema, decidí buscar otros desafíos.
El postergar esta tarea pudo no ser un error en ese momento, pero lo sería
hoy. En los años que siguieron, el lenguaje de los derechos humanos se ha
convertido en el idioma común de la crítica social en la esfera de la política
global. Parte de lo que las personas quieren decir cuando hablan de una «revo­
lución de los derechos humanos» en las últimas décadas, es que debería haber
una amplia aceptación de estándares críticos globales para evaluar las institu­
ciones políticas nacionales. Otro punto adicional que pretenden señalar es que
las violaciones o amenazas de violación de estos estándares en el seno de una
sociedad podrían razonablemente ser consideradas como una justificación para
la acción de agentes externos con el objeto de remediarlas o prevenirlas. Uno
no necesita negar que la acción humanitaria internacional tenga una historia
más larga para reconocer que estos hechos marcan un hito en la historia del
orden normativo global.
34 PRÓLOGO

El problema es que, aunque la idea y lenguaje de los derechos humanos se


ha tomado cada vez más prominente en el discurso público, no se ha tomado
más claro qué tipo de objeto se supone que son los derechos humanos, por qué
deberíamos creer que las personas los poseen, o qué se sigue de esta creencia
para la práctica política. Esto tal vez no debería ser sorprendente, pero aun
constituye un problema para cualquiera que esté inclinado a creer que nuestras
ideas políticas deberían tener una relevancia clara y definida a la hora de pensar
cómo actuar. Este es particularmente el caso cuando las ideas desempeñan un
papel tan fundamental en la configuración de las inquietudes públicas de mayor
importancia.

Un tipo de contribución que la teoría política puede hacer a nuestra vida


intelectual más amplia es disciplinar nuestras referencias a estas importantes
ideas. En el caso de los derechos humanos aún hay más: ya que una vez que
comprendemos a qué nos compromete un compromiso con los derechos huma­
nos, vemos que puede tratarse de un compromiso demandante y potencialmente
en conflicto con otros valores políticos más corrientes, por ejemplo los asocia­
dos con la tolerancia, la identidad cultural, y el autogobierno. Por lo tanto, una
teoría de los derechos humanos se enfrenta a un desafío doble: no sólo clarificar
el significado y los fundamentos de los derechos humanos, sino también diluci­
dar las distintas formas en las que podríamos ponerlos en alguna relación razo­
nable respecto a otros valores con los cuales podrían entrar en conflicto.

Lo que vuelve especialmente dificultosos a estos desafíos es que la expre­


sión «derechos humanos» hace referencia no tanto a una idea normativa abs­
tracta sino a una práctica política emergente. Aquellos interesados en la teoría
de los derechos humanos no tienen libertad de interpretar esta idea del modo
que mejor se ajusta a sus convicciones filosóficas. Los derechos humanos son
un emprendimiento público, y aquellos que interpretan sus principios deben
mantener el compromiso de dar cuenta de su carácter y propósitos públicos.
Por lo tanto, parece que involucrarse con la idea de derecho humano debe im­
plicar también involucrarse con la naturaleza y propósitos del emprendimiento
público. Esto, en sí mismo, es un desafío ya que el emprendimiento de los de­
rechos humanos es complicado doctrinal y políticamente, y mucho de lo que se
ha escrito sobre él tiende a ser distorsionado por preferencias que, o bien cele­
bran el emprendimiento, o bien son escépticas con relación al mismo.

Lo expuesto anteriormente, de todos modos, es la idea que motiva este li­


bro. He llegado a comprender sus implicaciones sólo gradualmente. Uno de los
resultados es que la posición que esbozo en este libro difiere en algunos aspec­
tos de lo que he expresado en algunos artículos que escribí en los últimos años
sobre derechos humanos ( B e it z , 2001, 2003 y 2004)'. Por esta razón, aunque1

1 «Protections against Poverty in the Practice of Human Rights», en P ogge (ed.), The Theory and Poli­
nes o f Socio-economic Human Rights (UNESCO, en prensa).
PRÓLOGO 35

algunas partes de este libro están basadas en dichos artículos, el libro también
revisa algunas cosas que en ellos se señalaban. Esto es así especialmente en lo
que respecta al carácter de las prácticas discursivas, los tipos de normatividad
que los derechos humanos son capaces de poseer, la relevancia de la conver­
gencia real y potencial entre los códigos morales culturales, y la relación entre
los derechos humanos y las ideas diferentes de justicia social y global. Espero
que la concepción de derechos humanos presentada en este libro sea más plau­
sible que la que se encontraba en los artículos anteriores.
La larga y dispersa historia de este proyecto implica que he acumulado in­
usualmente muchas deudas, de hecho más de las que puedo recordar y recono­
cer con agradecimiento. Agradezco por los comentarios, críticas y conversacio­
nes instructivas a Elizabeth Ashford, Brian Barry, Alien Buchanan, Joshua
Cohén, Heather Collister, Ryan Davis, Michael Doyle, Kristen Hessler, James
Griffin, Amy Gutmann, George Kateb, Benedict Kingsbury, Stephen Macedo,
Jamie Mayerfeld, Liam Murphy, Hans Oberdiek, Susan Moller Okin, Thomas
Pogge, John Rawls, Joseph Raz, Nancy Rosenblum, Rahul Sagar, Thomas
Scanlon, Samuel Scheffler, Henry Shue, Lawrence Simón, Marión Smiley,
John Tasioulas, Robert Taylor, Dennis Thompson, Thomas Weiss and Deborah
Yashar. David Miller, Mathias Risse, Leif Wenar y dos lectores anónimos de
Oxford University Press, brindaron comentarios excepcionalmente detallados y
útiles de una versión preliminar del manuscrito. Risse y Wenar colaboraron de
nuevo posteriormente. Dominic Byatt ha sido la clase de editor que todo autor
desearía: él capturó las aspiraciones de este libro de modo más claro que yo y
sus gentiles sugerencias con respecto a la edición han mejorado el manuscrito
en su totalidad. También estoy agradecido por la atención y los cuestionamien-
tos que me brindaron los miembros de los auditorios académicos a quienes
presenté mis ideas sobre los derechos humanos en distintas etapas de gestación.
Aunque no podría ser más consciente de los puntos débiles del libro, sé que es
mucho mejor de lo que hubiese sido sin esta invaluable y generosa ayuda.
El primer período de licencia de mis obligaciones académicas, cuando co­
mencé a trabajar en este tema, fue posible gracias a la Fundación Rockefeller y
al Swarthmore College/Universidad de Swarthmore. Ninguna otra inversión
podría haber tomado más tiempo en dar fruto. Desde el momento en que retomé
el tema, he recibido el apoyo de la Fundación Guggenheim, la Universidad de
Bowdoin y la Universidad de Princeton. También gocé la hospitalidad del direc­
tor y los profesores del Merton College, Oxford; del Departamento de Política y
Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford; y del Instituto de De­
recho Internacional y Justicia de la Facultad de Derecho de la Universidad de
Nueva York durante un período sabático en el que bosquejé gran parte del libro.
Culminé la mayor parte de la revisión final durante una licencia posterior en la
Universidad de Stanford, donde estuve como invitado del Programa de Justicia
Global. Agradezco a todas estas instituciones por su generosidad.
CAPÍTULO I
INTRODUCCIÓN

La doctrina de los derechos humanos es la expresión, en la moral pública


de la política mundial, de la idea de que cada persona es un asunto que concier­
ne a todos a nivel global. No importa cuál sea la ubicación espacial que tenga
una persona o a qué grupo social o subdivisión política pertenezca. Todas las
personas tienen derechos humanos, y las responsabilidades de respetar y prote­
ger estos derechos pueden, en principio, atravesar las fronteras políticas y so­
ciales. La propagación y difusión de esta idea se encuentra entre los legados
más admirables de la Segunda Guerra Mundial. Para adoptar la frase de Richard
Rorty, los derechos humanos se han convertido en «un hecho del mundo» con
un grado de alcance e influencia que dejaría estupefactos a quienes elaboraron
el proyecto de los derechos humanos internacionales ( R o r t y , 1993: 134). En la
actualidad, si puede decirse que el discurso público de la sociedad global en
tiempos de paz tiene un lenguaje moral en común, éste es el de los derechos
humanos.1

1. POR QUÉ EXISTE UN PROBLEMA

Este libro es una contribución a la teoría política de los derechos humanos.


El mismo está motivado por dos observaciones. La primera es que los derechos
humanos se han convertido en una elaborada práctica internacional. Desde el
final de la Segunda Guerra Mundial, esta práctica se ha desarrollado en varios
frentes: en el derecho internacional, en instituciones globales y regionales, en
la política exterior de los Estados (en su mayoría liberales-democráticos), y en
las actividades de un conjunto variado y cada vez más numeroso de organiza­
ciones no gubernamentales (ONG) y redes de trabajo y comunicación. Desde
38 CHARLES R. BEITZ

el final de la Guerra Fría la práctica se ha vuelto políticamente más notoria a la


vez que el alcance de la doctrina de los derechos humanos se ha expandido, y
los recursos materiales, políticos y humanos dedicados a la protección y fo­
mento de los derechos humanos se han multiplicado. Quienes participan de
esta práctica toman sus principales ideas morales con gran seriedad. Muchos de
ellos son empoderados por esas ideas. Algunos arriesgan sus vidas por ellas.
Los beneficiarios y potenciales beneficiarios de la práctica la ven como una
fuente de esperanza.
La otra observación es que el discurso y práctica de los derechos humanos
también puede evocar un escepticismo paralizante, aun entre aquellos que res­
petan sus sugerentes ideas. No me refiero al escepticismo radical que se refleja
en el completo rechazo de la moral o al escepticismo más limitado que subyace
al rechazo a aceptar lo que comúnmente reconocemos como consideraciones
morales como razones para la acción en la vida política global. Me refiero a un
escepticismo sobre los derechos humanos que puede ser adoptado en una u otra
forma, aun por aquellos que no están alienados de la moralidad en general o de
la moralidad política global en particular. Esta clase de escepticismo implica un
menosprecio por los derechos humanos como fundamentos para la acción po­
lítica. Este escepticismo puede adoptar varias formas y puede ser alentado por
algunos elementos de la propia empresa de los derechos humanos: por ejemplo,
la imprecisión respecto de la cantidad de intereses protegidos por los derechos
humanos, la dificultad de percibir la doctrina contemporánea de los dere­
chos humanos como «universal» en un sentido significativo, la elasticidad de
los permisos para interferir que los derechos humanos parecen generar, y los
costos potenciales de actuar de manera consistente para proteger los derechos
humanos frente al abuso y promover la adhesión a ellos.
Una razón para ocuparse de la teoría política de los derechos humanos es
ver qué tan exitosamente puede resistirse este tipo de escepticismo. Ésta es una
razón importante, pero no es la única. Aun cuando sea mirada con simpatía, la
práctica de los derechos humanos está destinada a parecer desconcertante. No
está claro, por ejemplo, si los objetos llamados «derechos humanos» dentro de
esta práctica son, en algún sentido usual, derechos y por qué ciertos estándares,
y no otros, deberían contabilizarse como derechos humanos. No está claro qué
responsabilidades implican los derechos humanos, sobre qué agentes recaen
estas responsabilidades, y qué clases de razones deberían motivar a estos agen­
tes a preocuparse por ellas. No está claro por qué una práctica que intenta pro­
teger a las personas individuales de diversas amenazas debe asignar primera­
mente responsabilidades a los Estados en vez de a otra clase de agentes. Ni
siquiera está claro por qué uno debe considerar, en algún sentido, a los derechos
humanos como fundamentos de la acción internacional: en cambio, uno podría
considerarlos estándares cuya garantía dentro de una sociedad es responsabili­
dad exclusiva del gobierno de esa sociedad. Cuanto más claramente apreciamos
el alcance material de la doctrina internacional de los derechos humanos y la
INTRODUCCION 39

variedad de propósitos prácticos por los cuales se apela a los derechos huma­
nos, más difícil es asimilarlos a alguna idea moral familiar. Incluso un defensor
de los derechos humanos podría terminar preguntándose si la práctica repre­
senta algo moralmente coherente. En cambio, uno podría verse tentado a con­
siderarla como nada más que una construcción inestable, explicable sólo histó­
ricamente.

2. FORMAS DE ESCEPTICISMO

El escepticismo sobre los derechos humanos se presenta de muchas formas.


Algunos filósofos creen que es parte de la idea de un derecho que debe existir
algún mecanismo establecido para su efectivo cumplimiento. Sin embargo, la
práctica internacional de los derechos humanos carece notoriamente de una
competencia internacional firmemente establecida para hacer cumplir muchos
de los derechos enumerados en los principales tratados, y aun en los casos en
que tal competencia existe, usualmente se aplica de manera selectiva y a menu­
do sólo por la tolerancia de aquellos Estados contra los cuales podría ser utili­
zada. Para empeorar la situación, ni siquiera está claro cómo deberíamos con­
cebir la idea de «hacer cumplir un derecho» con respecto a algunos de los
requerimientos de la doctrina de los derechos humanos. Por ejemplo, ¿qué
significaría «hacer cumplir» el derecho a un nivel de vida adecuado?1Es posi­
ble, por supuesto, imaginar medidas políticas que asegurarían la satisfacción de
este derecho, pero no está claro que el goce de este derecho pueda en algún
sentido ser «hecho cumplir» de la misma manera que lo es el goce de otros
derechos más corrientes. Si uno piensa que los derechos genuinos tienen que
poder ser hechos cumplir efectivamente, entonces uno podría verse inclinado a
creer, como sugiere Raymond G e u s s , que la idea de un derecho humano «es un
concepto intrínsecamente vacuo» ( G e u s s , 2001: 144)1
2.
Otro tipo de escepticismo, tal vez relacionado, surge de la creencia de que,
al menos en lo referido a ciertos derechos humanos, su satisfacción no es facti­
ble bajo las condiciones sociales que existen o que previsiblemente podrían
existir. No siempre es claro cómo debería entenderse esta creencia: la idea po­
dría ser que los recursos requeridos para proteger o satisfacer un derecho no
están disponibles, o que el costo de oportunidad de dedicar recursos para este
propósito es irrazonablemente alto, o que el derecho puede ser satisfecho bajo
condiciones institucionales o culturales que no pueden ser alcanzadas fácil­
mente. La idea que motiva estos tres casos es que un valor no puede contabili­
zarse como un derecho si no existe un agente que pueda considerarse que tiene

1 Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales (PIDESC), art. 11(1).


2 G euss continúa: «Tal vez si repetimos las afirmaciones referidas a los derechos naturales por el tiempo
suficiente, en un tono suficientemente alto, y aprobamos suficientes resoluciones, las personas cesarán de
hacerse cosas horribles unas a otras. De hecho, quizás puedan hacerlo, quizás no».
40 CHARLES R. BEITZ

el deber de satisfacerlo. Si uno acepta esta idea, así como alguna versión de la
creencia que la satisfacción de, al menos ciertos derechos, no es posible, o sería
irrazonablemente costosa, entonces uno podría concluir que al menos ciertos
derechos humanos reconocidos en la doctrina internacional no pueden ser real­
mente derechos. Los valores de este tipo expresan aspiraciones para el futuro
pero no generan razones para la acción en el presente3. Su estatus es análogo al
de las leyes naturales de Hobbes en el estado de naturaleza: ellas «obligan a
tener un deseo de verlas realizadas» pero no necesariamente obligan «a realizar
los actos que prescriben» (H obbes, 1651: cap. 15, par. 36).
Otras dos formas de escepticismo surgen al poner en cuestión la idea de
que los derechos humanos pueden ser «universales» de algún modo significa­
tivo. La interpretación más sencilla de esta idea es que los derechos humanos
se aplican a cualquier persona o que pueden ser reclamados por cualquier
persona. El escepticismo surge cuando consideramos por qué esto podría ser
cierto. Frecuentemente se dice que los derechos humanos pertenecen a las
personas «como tales» o «sólo en virtud de su humanidad». Como veremos,
no está claro que es lo que significa esto, sin embargo por el momento podría­
mos decir que un derecho le pertenece a las personas «como tales» si el funda­
mento o justificación del derecho hace referencia a características que las
personas poseen independientemente de sus relaciones y de su entorno social
contingentes. El escéptico sostiene que ninguna interpretación plausible de
esta idea dará como resultado una concepción de la naturaleza humana que sea
lo suficientemente robusta como para justificar un catálogo de derechos que
sea interesante a los fines prácticos. Una versión extrema de este escepticismo
afirma que «nada de lo que denominamos como un derecho humano puede
derivarse de la naturaleza humana», ya que las disposiciones conductuales que
actualmente observamos en los seres humanos es muy diversa y conflictiva
como para permitir realizar alguna generalización coherente (Nelson, 1990:
345). Una posición más moderada sostiene que los intereses que de hecho son
compartidos por todos los seres humanos son muy pocos como para servir de
sustento para algo que exceda las prohibiciones más elementales, por ejemplo,
del asesinato, la tortura, la privación material. La referencia a los «intereses»
es esencial: la idea escéptica no es que las personas no acuerdan sobre los
derechos humanos (ésta también es una idea escéptica, pero es una idea dife­
rente). La idea es, más bien, que los seres humanos abstraídos de las contin­
gencias de sus circunstancias históricas o sociales, no comparten los suficien­
tes deseos o necesidades como para justificar algo más que una muy breve
lista de estándares normativos4. El resultado de aceptar esta idea no es un

3 Muchas personas han sostenido posiciones de este tipo. Uno de los primeros ejemplos puede encon­
trarse en la crítica incisiva de Arthur H olcombe a la versión preliminar de la Declaración Universal en Hu­
man Rights in the Modern World (H olcombe, 1948). Una fuente común es C ranston, 1973: cap. 8.
4 Esta idea se encuentra en el análisis de H. L. A. H art de «El contenido mínimo del derecho natural»,
en The Concept ofLaw (H art, 1961: cap. 9. 2), aunque no se hace referencia a los derechos humanos.
INTRODUCCIÓN 41

completo escepticismo sobre los derechos humanos sino más bien un escepti­
cismo sobre la doctrina internacional de los derechos humanos tal como existe
en la actualidad: su alcance parece extenderse mucho más allá de lo que razo­
nablemente podrían percibirse como derechos que pertenecen a los seres hu­
manos «como tales».
Obtenemos otro tipo de escepticismo a partir de la idea de que los derechos
humanos pueden ser «universales», en un sentido moralmente relevante, sólo
si ellos son aceptables desde todos los puntos de vista morales y culturales.
Ésta es una idea diferente de la que afirma que los derechos humanos genuinos
deben pertenecer a los seres humanos «como tales»: cualquier relación entre
los catálogos de derechos que satisface este estándar y aquellos que son acep­
tables alrededor del mundo sería contingente. Uno podría sentirse atraído hacia
esta última idea al reconocer que las violaciones a los derechos humanos pue­
den servir como desencadenante de la interferencia internacional en la sociedad
en donde dichas violaciones suceden, junto con la creencia de que sería inacep­
tablemente paternalista interferir en defensa de valores que, de hecho, no son
compartidos dentro de la cultura de esa sociedad5. Es común que algunas de las
normas que se encuentran en los tratados internacionales más importantes estén
en conflicto con elementos de algunos de los principales códigos de moral so­
cial que encontramos alrededor del mundo (consideremos, por ejemplo, las
disposiciones que prescriben el trato equitativo entre hombres y mujeres o las
que exigen iguales derechos individuales para participar en política). Si se su­
pone que los derechos humanos describen una base de acuerdo entre sociedades
o entre culturas, entonces nuevamente parecerá que la doctrina internacional es
demasiado ambiciosa. De esta manera arribamos por otro camino a la idea de
que los derechos humanos genuinamente «universales» son relativamente po­
cos ( B r o w n , 1999: 119)6.
Una quinta forma de escepticismo surge de la combinación de esta última
idea con una concepción sobre la influencia que las disparidades de poder que
existen en la política global tienen sobre la doctrina y la práctica de los dere­
chos humanos. La doctrina moderna de los derechos humanos se originó en
Europa y Estados Unidos, y aunque a veces se pasa por alto que Estados más
pequeños, mayormente fuera de Europa, jugaron un papel muy importante en
la génesis del régimen de posguerra de los derechos humanos, es poco probable
que hubiese existido una declaración o tratados sin la participación activa de
las grandes potencias que intervinieron en la guerra. En el período histórico que

5 La expresión canónica de esta idea es el «Statement on Human Rights» del Comité Ejecutivo de la
American Anthropological Association (American A nthropological A ssociation, C omité E jecutivo, 1947).
La declaración ya no representa la posición de la Asociación (A merican A nthropological A ssociation, C o ­
mité de D erechos H umanos, 1999).
6 Por supuesto, alguien podría compartir la idea de que los derechos humanos representan valores par­
ticularistas sin convertirse en un escéptico como se lo caracteriza aquí. La posición de Richard R orty es un
ejemplo (R orty, 1993: 117-119).
42 CHARLES R. BEITZ

vino a continuación, vinculado con los esfuerzos internacionales por proteger


los derechos humanos, los Estados más fuertes han sido ampliamente inmunes
a la interferencia militar o política para proteger dichos derechos. Más aún,
existe constancia de países poderosos que recurren a los derechos humanos
como justificaciones públicas de medidas cuyos principales propósitos no están
relacionados y en ocasiones hasta son incompatibles con tales justificaciones.
Incluso en aquellos casos en que los actores poderosos han estado verdadera­
mente interesados en la protección de los derechos humanos, su atención se ha
concentrado usualmente en regiones donde ellos mismos poseen intereses es­
tratégicos y se ha apartado de aquellas regiones donde estos intereses no exis­
ten. Al juntar todos estos hechos, puede parecer que el efecto producido por las
disparidades de poder político ha sido distorsionar el contenido y la aplicación
de la doctrina de los derechos humanos de maneras que sirven a los intereses
de los actores poderosos a expensas de los demás. Llevado al extremo, los de­
rechos humanos pueden parecer un instrumento de dominación en vez de una
herramienta de emancipación. Esta percepción puede ser una razón tanto para
reconfigurar de modo más o menos radical el contenido de la doctrina de los
derechos humanos, como para resistirse a los esfuerzos internacionales por
hacer cumplir sus requerimientos7.

También existen otros tipos de escepticismo, incluyendo una forma prag­


mática que se sigue del juicio empírico que señala que ni la aceptación de las
obligaciones impuestas por los tratados de derechos humanos, ni los esfuerzos
internacionales por hacerlos cumplir, afectan de manera apreciable el compor­
tamiento de los Estados8. Pero lo señalado es suficiente para ilustrar las distin­
tas razones por las que alguien podría poner en duda la inteligibilidad del dis­
curso de los derechos humanos, o la importancia práctica, o el valor de la
práctica internacional de los derechos humanos. Solamente he descrito a gran­
des rasgos los detalles de estas posiciones. Tal vez un análisis más profundo
revelaría modos en los que cada una de las posiciones escépticas es vulnerable
a la crítica. Sin embargo, yo no creo que estas formas de escepticismo puedan
ser refutadas de un modo efectivo enfrentándose a cada una por separado. Di­
fícilmente puede obtenerse alguna ventaja mostrando que posiciones como
éstas dependen de premisas equivocadas y malos argumentos; las posiciones
simplemente reaparecen en formas más sofisticadas. Uno hace mejor al buscar
una explicación constructiva del tema que provoque el debilitamiento de la
fuerza que poseen las dudas escépticas. Uno de los objetivos de este libro es
analizar si la práctica internacional de los derechos humanos es susceptible de
tal explicación.

1 Para otras versiones de esta opinión véanse E vans, 2005: cap. 2; M utua, 2002, y K ennedy, 2004. Es­
tos autores no son todos igualmente escépticos respecto de los derechos humanos.
8 E. g. (G oldsmith et al., 2005: cap 4; y H afner-B urton y T sutsui, 2007).
INTRODUCCIÓN 43

3. ENFOQUE

Podemos pensar en principios prácticos para distintas áreas de conducta de


dos modos. Podríamos pensar en ellos como inferencias de algunas ideas de
nivel superior o principios de mayor alcance, adaptados para tomar en conside­
ración las particularidades del área que nos interesa de modo inmediato. O
podemos pensar en ellos como principios construidos para esa área, tomando
en consideración un conjunto asistemático de consideraciones prácticas y éti­
cas, puestas en una relación cuya razonabilidad es juzgada por su coherencia,
su adecuación a los propósitos y su capacidad para dar cuenta de aquellos jui­
cios prerreflexivos de los que nos sentimos seguros. Cada modo de pensar trae
aparejadas implicaciones con relación a diferentes aspectos de los principios en
cuestión: por ejemplo, respecto a su contenido sustantivo, al alcance de su ám­
bito de aplicación, a la clase y variedad de consideraciones que pueden incluir­
se de modo apropiado en su justificación.
Esta distinción se puede encontrar en las corrientes de pensamiento sobre
los derechos humanos9. Algunos filósofos han concebido la idea de los dere­
chos humanos como si ellos tuviesen, en el orden moral, una existencia que
pudiese ser comprendida independientemente de su corporización en la doctri­
na y práctica internacional, por ejemplo como «derechos naturales» o sus suce­
sores seculares, como derechos morales fundamentales que todos los seres
humanos poseen «como tales» o «sólo en virtud de su humanidad», o como
condiciones para las instituciones sociales sobre las que todos los códigos de
moral social del mundo están de acuerdo. Estas posibilidades no son mutua­
mente excluyentes. La posición más común es que los derechos humanos inter­
nacionales, es decir, los objetos a los que se hace referencia como «derechos
humanos» en la práctica y la doctrina internacional, expresan y derivan su au­
toridad de un orden semejante de valores más profundos. Para aquellos que
aceptan alguna variante de este tipo de posición, la tarea de un teórico de los
derechos humanos internacionales es descubrir y describir el orden de valores
más profundo y juzgar hasta qué punto la doctrina internacional se ajusta a éste.
Argumentaré que este modo de pensar en los derechos humanos internacio­
nales es un error. Estas concepciones familiares incurren en una petición de
principios al presumir que entienden y critican una práctica normativa existen­
te a partir de alguna concepción dominante que, en sí misma, no tiene en cuen­
ta las funciones que la idea de un derecho humano se pretende que cumpla, y
que de hecho cumple, en la práctica existente. Como veremos, estas concepcio­
nes se encuentran en conflicto con el desarrollo histórico de la doctrina interna­
cional de los derechos humanos. Los autores de esta doctrina repudiaron la idea

9 Al describir una distinción similar entre enfoques sobre los derechos humanos, James G riffin utiliza
los términos top down (descendente) y bottom itp (ascendente). Él caracteriza su propio enfoque sobre los
derechos humanos como bottom up (ascendente) pero, por razones que sugeriré (apdo. ÍII.2 infrá), me pare­
ce que es una aplicación sofisticada del enfoque descrito en este párrafo (G riffin, 2008: 29).
44 CHARLES R. BEITZ

de que los derechos humanos son la expresión de una única concepción de la


naturaleza humana, o del bien humano, o de algo que no sea la comprensión
más genérica de los propósitos de la organización social humana. Tomaron
como un hecho inevitable el que las personas no llegarían a un acuerdo sobre
estos asuntos. Por lo tanto, aspiraban a elaborar una doctrina que pudiese ser
aceptada desde diversos puntos de vista morales, religiosos y culturales con­
temporáneos y que fuese adecuada para ser implementada por los medios que
son propios de las formas de organización social típicamente modernas. El
enfoque que toma a los derechos humanos como la expresión de una idea filo­
sófica que se considera como dada corre el riesgo de pasar por alto este rasgo
de los derechos humanos internacionales.
Mi intención es explorar un enfoque diferente, uno que podríamos describir
como práctico. Este enfoque se propone utilizar la observación de que la em­
presa de los derechos humanos es una práctica global. La práctica es a la vez
discursiva y política. Como una primera aproximación, podríamos decir que
consiste de un conjunto de normas para regular el comportamiento de los Esta­
dos, junto con un conjunto de modos o estrategias de acción para las cuales las
violaciones de las normas pueden contar como razones. La práctica existe
dentro de una comunidad discursiva global, cuyos miembros reconocen a las
normas de la práctica como fuente de razones y las utilizan para deliberar y
argumentar sobre cómo actuar. Estas normas están expresadas en los principa­
les instrumentos internacionales de derechos humanos —la Declaración Uni­
versal de 1948 y los tratados más importantes celebrados con el objetivo de
brindarle efectos jurídicos a sus disposiciones— aunque, como veremos, estas
formulaciones están abiertas a la interpretación y revisión dentro de la práctica.
La práctica reside en una comunidad discursiva global que consiste en un gru­
po heterogéneo de agentes, que incluye a los gobiernos de los Estados, las or­
ganizaciones internacionales, los participantes en los procesos de derecho in­
ternacional, los actores económicos como, por ejemplo, las empresas, los
miembros de organizaciones no gubernamentales y los participantes en redes
políticas nacionales y transnacionales y en movimientos sociales. El enfoque
que exploraré trata de aprehender el concepto de derecho humano mediante la
comprensión del rol que este concepto desempeña dentro de la práctica. Se
supone que las reivindicaciones de derechos humanos dan origen a razones
para diversas formas de acción política que están disponibles para una serie de
agentes. Comprendemos el concepto de un derecho humano al preguntar para
qué tipo de acciones y en qué clase de circunstancias puede entenderse que las
reivindicaciones de derechos humanos son fuente de razones10.

10 Sobre la comprensión de conceptos normativos en las prácticas discursivas, véanse B random, 2000:
cap. 2; y A nole, 2002: 27-39. También es instructiva la explicación de John R. Searle sobre la progresión
desde el «hecho social» hasta el «hecho institucional» en The Construction o f Social Reality (S earle, 1995:
88 ss.). Los breves comentarios de S earle sobre los derechos humanos (ibid: 93) son abstractos y no consi­
deran la amplitud normativa de la práctica contemporánea.
INTRODUCCIÓN 45

Mencionaré algo más sobre los detalles de la práctica de los derechos hu­
manos más adelante. Aquí sólo hago dos precisiones. Primero, al sostener que
la práctica consiste en normas que son ampliamente reconocidas dentro de una
comunidad discursiva, no me refiero a que dentro de la comunidad exista un
acuerdo sobre el alcance y contenido del sistema de normas tomado como un
todo, sobre el peso que debería ser adjudicado a las razones para la acción
provistas por estas normas, o sobre cómo los conflictos entre los derechos hu­
manos, o entre los derechos humanos y otros valores, deberían resolverse. De
hecho, como veremos, no sólo es un aspecto inevitable sino también un aspec­
to funcionalmente importante de la práctica de los derechos humanos, que sus
normas sirvan tanto para enmarcar acuerdos como desacuerdos. La práctica
está constituida como tal no porque exista acuerdo sobre el contenido de las
normas o sobre las conclusiones prácticas a las que uno se encuentra compro­
metido por aceptar dichas normas, sino más bien por la aceptación de una
clase específica de normas como fuentes de razones —aunque no necesaria­
mente como razones concluyentes— para un conjunto de modos de acción.
Dependemos de la práctica para comprender las funciones discursivas de los
derechos humanos, no (o al menos no directamente) para delinear su alcance o
contenido.

La otra precisión es que la práctica de los derechos humanos es emergente.


Es distinta de prácticas normativas más establecidas y de larga data como las
que podrían encontrarse, digamos, en un sistema jurídico maduro. En las prác­
ticas sociales maduras, existe un acuerdo bastante amplío dentro de la comuni­
dad sobre qué acciones son apropiadas como respuesta a la falta de adhesión a
las normas de las prácticas. Este acuerdo se sostiene en el tiempo por las tradi­
ciones de evaluación acerca de lo apropiado de estas respuestas ( B r a n d o m ,
1985: 178). Pero la práctica de los derechos humanos no es una práctica social
madura. Existe desacuerdo sobre todos sus principales elementos —por ejem­
plo, sobre el contenido de sus normas, los medios idóneos para su aplicación y
para hacerlas cumplir, la distribución de responsabilidades para sostenerlas, y
el peso que debe darse a las consideraciones sobre los derechos humanos cuan­
do entran en conflicto con otros valores— . Las instituciones internacionales de
derechos humanos carecen de competencia para decidir autoritativamente las
disputas y para hacer cumplir de modo coactivo las normas de la práctica. La
división de tareas entre las instituciones públicas de derechos humanos y las
organizaciones no gubernamentales que participan en procesos institucionales
internacionales, es inestable. Lo que es más importante para nuestro propósito,
no hay una base inequívoca para establecer los límites de la comunidad discur­
siva dentro de la cual la práctica se desarrolla. He señalado que el significado
de la idea de derecho humano puede ser inferido del papel que estos derechos
cumplen en una práctica discursiva, pero si los límites de la comunidad discur­
siva son difusos —por ejemplo, si no existen fundamentos dotados de autoridad
para incluir o excluir participantes— entonces puede que nuestra comprensión
46 CHARLES R. BEITZ

de la idea de derechos humanos esté inevitablemente indeterminada. Todas


estas características reflejan el carácter inmaduro de la práctica y todas ellas
complican un análisis práctico. Sin embargo, pese a las complicaciones, no
puede negarse la existencia o la complejidad institucional y doctrinal de la
práctica de los derechos humanos: ella organiza gran parte del discurso norma­
tivo de la política mundial contemporánea y guía la energía y el esfuerzo de un
gran número de personas y organizaciones.
Como veremos, la consecuencia más general de adoptar un enfoque prácti­
co es poner en tela de juicio las dos concepciones usuales mencionadas ante­
riormente: la idea que concibe a los derechos humanos como prerrogativas que
les pertenecen a las personas «por naturaleza» o «sólo en virtud de su humani­
dad» y, por otro lado, la idea que los concibe como objetos sobre los que existe
acuerdo entre diversas culturas morales y políticas. En este punto debo antici­
par una objeción. Un enfoque práctico hace algo más que poner de manifiesto
que existe una práctica de derechos humanos; sostiene que la práctica cuenta
con cierta autoridad para guiar nuestra reflexión acerca de la naturaleza de los
derechos humanos. Sin embargo, alguien podría preguntarse por qué se le de­
bería conferir tal autoridad a la práctica, considerada como un fenómeno empí­
rico. Por ejemplo, ¿por qué debería ser una desventaja para una teoría de los
derechos humanos —que además es filosóficamente atractiva— tener una
concepción de derecho humano que diverge de la concepción que encontramos
en la práctica, interpretada del mejor modo posible? ¿Por qué no decir, enton­
ces, peor para la práctica?
En síntesis, la respuesta que sugeriré es la siguiente. Elay muchos interro­
gantes que pueden formularse sobre los derechos humanos. Podríamos pre­
guntar, por ejemplo, qué valores cuentan como derechos humanos, quiénes
son los agentes responsables de actuar cuando se viola un derecho, y qué
clase de acciones tienen razón para llevar a cabo estos agentes. También po­
dríamos preguntar —de hecho, este interrogante surge antes que los otros que
he enumerado— qué tipo de objeto es un derecho humano o, tal y como yo
interpretaré este interrogante, con qué entendería estar comprometido un par­
ticipante ordinariamente competente en el discurso de los derechos humanos,
si reconociera que existe un derecho humano a esto o aquello. El enfoque
adoptado en este libro permite que la práctica ejerza cierto grado de autoridad
sobre el interrogante previo pero no sobre los otros, o al menos no directamen­
te. La idea fundamental es diferenciar el problema de la descripción de los
derechos humanos de otros dos problemas: el de la determinación de lo que
pueden justificadamente exigir los derechos humanos, y el de la identificación
de las razones que podríamos tener para actuar de acuerdo con los derechos
humanos. Estos interrogantes están relacionados, por supuesto, ya que cual­
quier posición que se adopte sobre la naturaleza de los derechos humanos
tendrá implicaciones para sus fundamentos y exigencias. Aun así, los interro­
gantes son distintos.
INTRODUCCIÓN 47

Dos consideraciones explican por qué parece legítimo conceder incluso


este grado de autoridad a la práctica. Primero, como he señalado, la práctica
existe: tanto a nivel doctrinal como político es elaborada, consume una canti­
dad considerable de recursos humanos y de otro tipo, y las personas tienden a
considerar sus normas con gran seriedad. Si el foco del interés analítico se en­
cuentra en la idea de los derechos humanos tal como aparece en el debate y la
reflexión pública acerca de la vida política global, entonces parece evidente
que deberíamos seguir la guía de la práctica pública al conceptualizar sus tér­
minos centrales. Esto no significa que investigar otras concepciones de dere­
chos humanos, tales como las que podrían estar inspiradas en diversas ideas
presentes en la historia del pensamiento, carezca de sentido; sino sólo que no
deberíamos asumir que esto sería una investigación sobre los derechos huma­
nos en el sentido en que ellos aparecen en el discurso público contemporáneo.
El segundo punto es que tenemos una razón prima facie para considerar que la
práctica de los derechos humanos es valiosa. A primera vista, sus normas bus­
can proteger importantes intereses humanos de las amenazas de falta de cuida­
do u opresión que son generadas por el Estado, las cuales, gracias a la experien­
cia histórica, sabemos que son reales y pueden ser devastadoras cuando son
llevadas a cabo. Como expondré más adelante, una práctica global de los dere­
chos humanos ofrece la esperanza de limitar uno de los dos principales peligros
que presenta un orden político global compuesto por Estados independientes
(el otro principal peligro es la propensión a la guerra).
No sugiero que éstas sean razones para aceptar los contenidos de la doctri­
na existente de los derecho humanos como vinculante para nosotros, o para
acordar que la práctica como la encontramos es la mejor manera de materializar
la esperanza que uno podría ver en ella a primera vista. Estos son interrogantes
para ser examinados cada uno por sí mismo. Sin embargo, ninguno de estos
interrogantes puede ser interpretado coherentemente sin una clara comprensión
de la idea de los derechos humanos. Para alcanzar tal comprensión no supone­
mos que los derechos humanos deben expresar o derivar de un valor básico
único, o que ellos constituyen una categoría de consideración moral única y
fundamental. Tratamos, en cambio, a los derechos humanos internacionales
como una práctica normativa a ser comprendida de un modo sui géneris y con­
sideramos de qué manera la idea de derecho humano funciona dentro de ella.
CAPÍTULO II
LA PRÁCTICA

La idea central de los derechos humanos internacionales es que los Estados


son responsables de satisfacer ciertas condiciones en el tratamiento de sus pro­
pios ciudadanos, y que los incumplimientos actuales o probables de esta res­
ponsabilidad pueden justificar alguna forma de acción correctiva o preventiva
por parte de la comunidad mundial o de aquellos que actúan como sus agentes.
Esta idea está incorporada en las disposiciones de derechos humanos de la
Carta de las Naciones Unidas, la cual, como expresó un tribunal estadouniden­
se, «deja en claro que en esta época moderna el modo en que un estado trata a
sus propios ciudadanos es un asunto que concierne a la comunidad inter­
nacional»1. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la idea ha tomado
forma en lo que denominaré una práctica emergente de derechos humanos. En
este capítulo intento describir los principales elementos de esta práctica.
La descripción pretende ser selectiva y temática en vez de comprehensiva.
Comienzo con una síntesis histórica dedicada a los orígenes de la práctica mo­
derna de los derechos humanos. Luego explico los dos elementos principales
de la práctica de los derechos humanos, su contenido doctrinal y los distintos
mecanismos que han evolucionado para propagar y hacer cumplir (o «imple-
mentar») los derechos humanos. Todo esto parecerá elemental para aquellos
que están familiarizados con el tema, sin embargo no todos los lectores que
provengan del ámbito filosófico tendrán este nivel de familiaridad, y es esencial
para lo que sigue, advertir que los derechos humanos como los encontramos1

1 F ilártiga v. P eña-Irala, 630 F. 2d 876 (1980), 881. El tribunal sostuvo que la Alien Tort Claims Act
de 1789 (28 U.S.C- S 1350) autoriza a los tribunales federales a juzgar casos interpuestos por extranjeros que
aleguen violaciones atroces a los derechos humanos, dondequiera que se hayan cometido, por agentes que se
encuentren dentro de Estados Unidos.
50 CHARLES R. BEITZ

presentes en la política mundial contemporánea constituyen un proyecto políti­


co público con sus propios y característicos propósitos, formas de acción y
cultura. El objetivo es describir las características más importantes de esta
práctica de manera esquemática y razonablemente benévola, en lo posible sin
prejuzgar el resultado de algunos problemas interpretativos y normativos que
surgen cuando se piensa de manera crítica sobre ella. Al final del capítulo, in­
tentaré dar una respuesta por adelantado a estos problemas.
Inevitablemente, tendré que dejar de lado algunos temas que se encontra­
rían presentes en una explicación más comprehensiva de los derechos humanos
entendidos como un fenómeno político y jurídico. Por ejemplo, no abordaré,
sino sólo para mencionarlo, el tema del desarrollo de regímenes de derechos
humanos regionales, principalmente en Europa, Africa y América. Estos regí­
menes son cada vez más importantes: de hecho, no sería sorprendente que la
competencia institucional y jurídica para proteger los derechos humanos se
desarrollase de manera más efectiva en ciertas regiones (como ha comenzado a
ser el caso en Europa) que a nivel global. Así mismo, no podré ocuparme del
desarrollo del derecho de la guerra, conocido convencionalmente como el «de­
recho humanitario» aunque tal vez mejor descrito como el derecho de «los
derechos humanos en conflictos armados»2. La importancia práctica de este
tema es obvia, sin embargo suscita problemas especiales que son característi­
cos del contexto de la guerra. Obviaré estos temas para concentrarme en el fe­
nómeno de los derechos humanos en su manifestación más abarcadora: como
una práctica normativa pública de alcance global cuya preocupación central es
proteger a los individuos de las consecuencias provocadas por ciertas acciones
y omisiones de sus gobiernos.

1. ORÍGENES

La práctica moderna de los derechos humanos internacionales comienza a


finales de la Segunda Guerra Mundial, con la adopción de la Declaración Uni­
versal de los Derechos Humanos en 1948 (DUDH). Sin embargo, su idea cen­
tral posee una extensa historia previa en el sistema internacional de Europa y
el Atlántico. Una idea precursora, aunque difícilmente la misma, estuvo pre­
sente en la misma Paz de Westfalia (1648), cuya principal relevancia histórica
radica en haber sentado las bases del sistema moderno de Estados europeos, en
las disposiciones que limitaban los derechos soberanos de los principados ale­
manes mediante una garantía colectiva de tolerancia religiosa ( G r o s s , 1948:
21-22)3. Una idea similar estuvo presente en el movimiento abolicionista de
fines del siglo xvm y siglo xix, y en la serie de intervenciones de las grandes
potencias en el Imperio Otomano con el objetivo de proteger a las minorías

2 La frase le corresponde a Sean M acB ride, citado en B est, 1995: 780.


3 Para cotejar los tratados, véase P arry, 1969: i.
LA PRÁCTICA 51

religiosas, durante la última parte del siglo xix. El Congreso de Berlín de 1878
adoptó el principio de libertad religiosa como una condición previa para el re­
conocimiento de nuevos estados ( F i n c h , 1941: 6Ó2-665)4. El Pacto de la Liga
de las Naciones llamativamente omitió cualquier referencia a los derechos
humanos: se sabe que fracasó un intento apoyado por los japoneses de incluir
una garantía de no discriminación en razón de la raza y la religión, a pesar del
voto mayoritario de la comisión redactora5. No obstante, la idea puede encon­
trarse en la Constitución de la Organización Internacional del Trabajo, también
establecida en la Conferencia de Paz de París, la cual se había comprometido a
establecer estándares internacionales para la eliminación del trabajo forzado, el
desarrollo de prácticas laborales justas, la disminución de la pobreza y la pro­
tección de la libertad de expresión y asociación ( B u r g e r s , 1992: 449; L a u r e n ,
2003: 97-102, III ss.)- Así mismo la noción de derecho humano puede encon­
trarse en los «tratados de las minorías» de posguerra que brindaron garantías
internacionales para diversos derechos civiles, políticos y sociales de minorías
nacionales en Europa Central y del Este y en los países balcánicos ( B u r g e r s ,
1992: 450)6. Todas éstas fueron medidas a través de las cuales los estados limi­
taron su autoridad soberana y se comprometieron a proteger ciertos intereses
de los individuos, colocando de manera efectiva, aspectos que habían sido
tratados como jurisdicción de los Estados, bajo alguna forma de supervisión
internacional.
Después de la guerra, se desarrolló un movimiento transnacional de dere­
chos humanos que en parte estuvo estimulado por la no inclusión de proteccio­
nes a los derechos humanos en el Pacto de la Liga. Por toda Europa proliferaron
«Ligas para los derechos del hombre». En París, en 1922, se estableció la Fédé-
ration Internationale des Droits de l’fíomme y comenzó una campaña a favor de
elaborar una carta o declaración internacional de derechos humanos dotada de
autoridad. También en París, la Académie Diplomatique Internationale, fundada
en 1926 por un grupo internacional de abogados, creó una comisión para redac­
tar una declaración internacional de derechos humanos cuyo informe se convir­
tió en la base de la Declaración de los Derechos Internacionales del Hombre
publicada en 1929 por el Institute of International Law en Nueva York. Esta
declaración tuvo una amplia influencia entre los juristas durante la década de
1930 y en la composición de la declaración de 1948 ( B u r g e r s , 1992: 450-454)7.

4 Información más general puede encontrarse en B rownlie, 1998: 568-573.


5 El Reino Unido y los Estados Unidos se opusieron a la propuesta (M iller, D. H., 1928: i. 268-269,
461-465). A excepción de una disposición relacionada con el tráfico de mujeres y niños, la comisión redac­
tora también declinó incluir garantías relacionadas con derechos de la mujer recomendadas por representan­
tes de agrupaciones de mujeres (Woodrow Wilson, quien presidió la conferencia, dijo: «simplemente fue
porque la Liga no podía comenzar a solucionar todos los problemas de la humanidad, no porque la Comisión
no estuviera de acuerdo con que los reclamos fueran excelentes») (M iller, D. H., 1928: ii. 362).
6 También puede cotejarse el confiable estudio contemporáneo de Julius Stone, International Guaran-
tees o f Minority Rights (S tone, 1934).
7 Un editor describió la declaración del Institute of International Law como un «documento revolucio­
nario [que] marca una nueva era que está más interesada en los intereses y derechos de los individuos sobe­
52 CHARLES R. BEITZ

El movimiento de los derechos humanos se vio retrasado por la Depre­


sión, sin embargo recobró fuerzas con el inicio de la Segunda Guerra Mun­
dial, en parte porque se creía que la guerra podría haber sido evitada si hu­
biesen existido mecanismos internacionales eficaces para identificar y
sancionar las violaciones a los derechos humanos cometidas en la Alemania
nazi. En el Reino Unido, H. G. W e l l s comenzó una campaña internacional
abogando por la inclusión de una declaración de «derechos del hombre» o
una «carta internacional de derechos» en el acuerdo de posguerra ( W e l l s ,
1940)8. Organizaciones de abogados, educadores y otros profesionales pre­
sionaron para lograr la incorporación de una declaración de derechos huma­
nos en el acuerdo de paz y para que se estableciera una competencia interna­
cional con el objeto de hacer cumplir los estándares de derechos humanos
por parte de los gobiernos. Se puede citar como ejemplo al proyecto para la
redacción de una declaración internacional de derechos humanos del Ameri­
can Law Institute, que en 1944 emitió una «Declaración de Derechos Huma­
nos Esenciales», que también sirvió de base para la Declaración Universal
( S o h n , 1995: 54Ó-553)9.

Aun antes de que Estados Unidos entrara en la guerra, Franldin R o o s e v e l t ,


en su discurso de 1941 sobre el Estado de la Unión, había remarcado la impor­
tancia de «cuatro libertades» (la libertad para expresarse y para profesar un
culto, y el estar libre de la extrema pobreza y del miedo) y asoció la idea de «la
supremacía de los derechos humanos en todo lugar» con una paz garantizada
( R o o s e v e l t , F. D., 1941: 672). Posteriormente, la declaración de los objetivos
de guerra acordada entre R o o s e v e l t y C h u r c h il l en la Carta del Atlántico
(1941) describía un orden mundial de posguerra en el que «todas las personas»
gozarían de un conjunto de derechos, por ejemplo: al autogobierno, a mejores
normas laborales, a la seguridad social, y (nuevamente) a la «libertad para ex­
presarse y para profesar un culto, a estar libre de la extrema pobreza y del
miedo» ( R o o s e v e l t , F. D., y C h u r c h il l , 1942: 314). Un catálogo similar de
derechos aparece en la «Declaración de las Naciones Unidas» de enero de
1942, emitida por los Estados Unidos y el Reino Unido a la que posteriormen­
te se adhirieron todos los aliados involucrados en la guerra. No obstante, a
medida que los planes para el mundo de posguerra avanzaban, entre las grandes
potencias se desarrolló cierta resistencia a la idea de una carta internacional
de derechos. Como resultado, las propuestas presentadas en la Conferencia de
Dumbarton Oaks (1944) para el establecimiento de una organización interna­
cional incluían sólo una referencia a los derechos humanos y no contenían

ranos que en los derechos de los Estados soberanos» (B rown, 1930: 127). Sobre la influencia de este docu­
mento véase Sohn, 1995.
8 Sobre las actividades e influencia de W ells, véanse B urgers, 1992:464-468, y Simpson, 2001:160-167.
9 La «declaración» circuló ampliamente en forma de panfleto. Para cotejar el texto, véase Annals o f the
American Academy ofPolitical and Social Science, 243 (enero de 1946), 18-26. También fue de gran influen­
cia el «International Safeguard of Human Rights» (C omisión para E studiar la O rganización de la P az,
1944).
LA PRÁCTICA 53

ninguna disposición que se ocupase de su determinación o de cómo debían


hacerse cumplir. De las cuatro potencias representadas, sólo China presionó
por más101.
La omisión desató una vigorosa reacción pública por parte de grupos reli­
giosos, agrupaciones de abogados, y grupos intemacionalistas en Estados
Unidos y el Reino Unido. A la protesta se unieron un número de pequeños Es­
tados, entre los cuales los gobiernos latinoamericanos fueron particularmente
activos. La administración de Roosevelt apoyó este movimiento. En los últimos
estadios del proceso de redacción de la Carta de las Naciones Unidas se inclu­
yeron varias referencias a los derechos humanos, comprometiendo a la organi­
zación y a sus Estados miembros a cooperar en la promoción del respeto «por
los derechos humanos y las libertades fundamentales» (arts. I, 55). Sin embar­
go, estas disposiciones no dan ninguna explicación acerca del contenido de los
derechos humanos ni acerca de los pasos que las Naciones Unidas podrían
adoptar en casos de abuso. En cambio, la carta delega la preocupación por los
derechos humanos a una comisión permanente responsable ante el Consejo
Económico y Social (arts. 62, 68) ( L a u r e n , 2003: 166-193; B r u c k e n , 1999:
94-116)11. Lo que es más importante, la autoridad de las Naciones Unidas para
promover los derechos humanos es restringida por otra disposición de la carta
que le niega autoridad para «intervenir en asuntos que son esencialmente de la
jurisdicción interna de los Estados» [art. 2(7)]. El reconocimiento de la juris­
dicción interna exclusiva de cada Estado fue un elemento fundamental en el
cálculo político por el cual muchos gobiernos, incluido el del Reino Unido y la
Unión Soviética, fueron llevados a aceptar el compromiso de las Naciones
Unidas a promover los derechos humanos. Este reconocimiento también fue
fundamental para lograr la ratificación de la Carta en el Senado de Estados
Unidos ( R u s s e l l y M u t h e r , 1958: 900-910; S c h l e s i n g e r , 2003: 263-279; S i m p -
s o n , 2001: 261-268).

En la carta (de la ONU) no hay una referencia explícita a una declaración o


carta de derechos humanos, sin embargo con el apoyo de Estados Unidos, du­
rante la conferencia fundadora en San Francisco, se generó la expectativa de
que la preparación de una declaración o tratado sobre derechos humanos estaría
entre las primeras prioridades de la organización. En 1946, el recientemente
constituido Consejo Económico y Social de las Naciones Unidas estableció
una Comisión de Derechos Humanos a la que instruyó para que informase so­
bre una «carta internacional de derechos humanos». Esta declaración se enten­
día que era un instrumento de rango constitucional que tendría la fuerza de
derecho internacional y estaría acompañada por el establecimiento de una

10 Para un estudio profundo del enfoque de la administración Roosevelt sobre los derechos humanos
durante este período, consultar B rucken, 1999: 25-94 y las referencias citadas allí. Véanse también L auren,
2003: 154-165; y H umphrey, 1984: 12-13,24.
11 Sobre el importante papel que desempeñaron los estados pequeños en 1944 y años posteriores, véase
W altz, 2001; y sobre el papel de los países latinoamericanos en particular, cotejar G lendon, 2003.
54 CHARLES R. BEITZ

«agencia internacional de implementación» para supervisar el cumplimiento de


los estándares de derechos humanos por parte de los gobiernos ( M o r s i n k , 1999:
12-14; ONU, C o n s e j o E c o n ó m ic o y S o c ia l , 1946: 5). Como en el caso anterior,
los principales defensores de una declaración de derechos humanos cuyo cum­
plimiento pudiese ser exigido eran pequeños Estados y organizaciones no gu­
bernamentales. Estos recibieron la oposición tanto de los Estados Unidos como
de la Unión Soviética. Frente a esta situación, la comisión adoptó una estrategia
progresiva, comenzó con una proclamación no vinculante que podría ser adop­
tada por la Asamblea General pero no requeriría ratificación por parte de los
Estados. Planeó elaborar más tarde una convención de derechos humanos vin­
culante así como mecanismos de implementación para cuando una declaración
ya hubiese sido alcanzada. La primera tarea se completó con la adopción de la
Declaración Universal en diciembre de 194812.
Dejaré para la próxima sección los comentarios sobre el contenido de la
declaración, aunque debe hacerse alguna mención a su carácter general y a sus
ambiciones. A pesar de que la declaración consiste de una serie de artículos que
en su mayoría estipulan protecciones más o menos específicas, ésta fue clara­
mente diseñada para formar un todo integrado. Comienza con un preámbulo
que hace referencia a la «dignidad intrínseca» de los seres humanos como
parte de los fundamentos de los derechos humanos; señala que «el desconoci­
miento y menosprecio de los derechos humanos» ha conducido a «actos de
barbarie» que podrían ser evitados en el futuro si los derechos humanos son
«protegidos por el derecho»; sugiere también que el respeto por los derechos
humanos «promovería el desarrollo de relaciones amistosas entre las nacio­
nes», describe a la declaración como un «ideal común por el que todos los
pueblos y naciones deben esforzarse», e insta a los individuos y a las organiza­
ciones para que, mediante «medidas progresivas de carácter nacional e interna­
cionales», se encaminen a asegurar los derechos humanos. A continuación, si­
gue una lista de derechos que están organizados de manera general de acuerdo
a la naturaleza de los intereses que se espera protejan. Principalmente éstos son
intereses relacionados con la libertad y seguridad personal, la personalidad ju ­
rídica, la libertad de expresión y libre asociación, la participación en el proceso
político, la seguridad social y económica y la participación en la vida cultural.
La declaración demanda «un orden internacional y social» en el cual los dere­
chos humanos «puedan concretarse de manera completa» y concluye con la
exhortación de que «todos tienen deberes con la comunidad en la cual es posi­
ble el libre y completo desarrollo de su personalidad»13. El carácter integrado
de la concepción política incluida en el documento es expresado en la descrip­

12 Los estudios más completos del proceso de preparación son el de M orsink (1999) y el de Mary Ann
G lendon (2001).
13 Para consultar el texto véase B rownlie y G oodwin-G ill, 2006: 23-28. Los documentos básicos
también están disponibles en http://www2.ohchr.Org/english/law/index.htm#core (consultado el 3 de marzo
de 2008).
LA PRÁCTICA 55

ción del mismo que ofrece Mary Ann Glendon como una «declaración de inter­
dependencia [...] de personas, naciones y derechos» (Glendon, 2001: 174)14.
En líneas generales, hay dos motivaciones que se pueden distinguir en la
caracterización dada en el preámbulo de los objetivos que justificaban la decla­
ración: que el reconocimiento internacional de los derechos humanos es nece­
sario para proteger la igual dignidad de todas las personas, y que el respeto por
los derechos humanos es una condición para las relaciones amistosas entre los
Estados. Al final de la guerra, esta última preocupación, aunque raramente re­
gistrada en los documentos de la Comisión de Derechos Elumanos o en los in­
formes de los participantes, se encontraba de manera indudable en los antece­
dentes. La perspectiva de los que redactaron la declaración parece haber sido
que los regímenes que se involucran en graves violaciones de derechos huma­
nos también son proclives a ser amenazas para la paz y la seguridad internacio­
nal. De hecho, el ejemplo de la Alemania nazi sugirió que ambos tipos de
comportamiento podrían surgir de las mismas propiedades generales de un ré­
gimen— en el ejemplo alemán, de una ideología de supremacía racial propaga­
da de manera sistemática y reforzada por un aparato estatal represivo15. Estas
dos motivaciones representan dos clases distintas de consideraciones y no
existe una razón para creer ex ante que cualquiera de las dos, tomadas por sí
mismas, arrojarán el mismo catalogo de protecciones que la otra, o para el caso
la misma clase de práctica normativa. La tensión que a veces se ha observado
en la práctica de los derechos humanos entre la meta de proteger intereses indi­
viduales fundamentales y el objetivo de proteger la estabilidad y paz interna­
cional, por ende, tiene una base en la misma declaración (aunque la posibilidad
de conflicto no parece haber preocupado a los que la redactaron)16.
En relación con esto, debería observarse que el preámbulo no busca asentar
la universalidad o relevancia del valor de la igual dignidad humana sobre otras
consideraciones acerca de la naturaleza humana o la gracia divina; simplemen­
te es reivindicada como un valor fundamental por derecho propio. Esto con­
trasta con pasajes análogos de la Declaración de Independencia de los Estados

14 Todos los cometarios de G lendon sobre el texto son esclarecedores; véase G lendon, 2001: 174-191.
Sobre la aspiración de los artífices de producir un documento que pudiese ser leído como un todo integrado,
véase M orsink, 1999: 232-238.
15 Tal como observa Michael I gnatieff, «[f]ue Hitler el belicista, no Hitler el arquitecto de la extermi­
nación europea, quien preocupó a los que redactaron» la carta (I gnatieff, 2002: 53). Sobre la relevancia que
tuvo la guerra para la declaración, véase M orsink, 1999: cap. 2.
16 Por ejemplo, en un artículo que describe la redacción de la declaración, Eleonor R oosevelt, presi­
dente del comité de redacción, expresa que «muchos de nosotros pensamos que esa falta de estándares de
derechos humanos [...] fue una de las principales causas de fricción entre las naciones, y que el reconoci­
miento de los derechos humanos podría convertirse en uno de los pilares en el cual la paz podría finalmente
basarse». Aun así, sus comentarios sobre los fundamentos de diferentes derechos individuales, y de la decla­
ración como un todo, se refieren exclusivamente a la necesidad de «cierta protección que el individuo debe
tener si es que va a adquirir un sentido de seguridad y dignidad en su propia persona». No hay ninguna re­
flexión acerca de que estas metas, en la doctrina o en la práctica, podrían no coincidir (R oosevelt, E., 1948:
471,477).
56 CHARLES R. BEITZ

Unidos y la Declaración Francesa de los Derechos del Hombre, que respectiva­


mente sostienen que las personas fueron «dotadas por su Creador» con ciertos
derechos y que los derechos humanos son «naturales» y «sagrados» ( I g n a t ie f f ,
2001: 77-78). Por supuesto que, dadas las circunstancias, no podría haber sido
de otra manera. Quienes redactaron la declaración no sólo representaban distin­
tos países, sino también diferentes tradiciones filosóficas y religiosas, además
de diferentes posiciones políticas; y a pesar de que existía un compromiso
compartido con la idea de los derechos humanos, no existía una posición filo­
sófica en común sobre las razones de por qué debería considerarse urgente que
se les otorgara a estos derechos alguna forma de reconocimiento y protección
internacional. Por ejemplo, no había ningún acuerdo sobre si los derechos hu­
manos debían ser considerados como la expresión jurídica de un orden más
fundamental de derechos que poseen los seres humanos «por naturaleza» o por
la gracia de un creador. Quienes redactaron la declaración consideraron estas
cuestiones, como también lo hizo el Tercer Comité de la Asamblea General que
revisó la versión preliminar de la declaración con gran detalle, y concluyeron
que cualquiera de las dos ideas incorporaría a la declaración una posición teo­
lógica limitada que sería inapropiada en una declaración que aspiraba lograr
una amplia aceptación internacional (ONU, A s a m b l e a G e n e r a l , T e r c e r Co­
m i t é , 1948: 95-125)17.

El problema fue diseñar una doctrina pública que fuese capaz de ser acepta­
da desde diversos puntos de vista morales y culturales pero que no presupusiera
nada más que una sencilla justificación teórica aceptada de manera común, que
pudiera ser extraída de una apelación abstracta al valor de la dignidad humana.
Jacques Maritain, uno de los miembros del Comité de la UNESCO sobre las
Bases Teóricas de los Derechos Humanos, daba cuenta del siguiente comentario
de un colega: «estamos de acuerdo sobre los derechos pero con ¡a condición de
que nadie nos pregunte por qué». Su intención no era únicamente tomarse una
licencia humorística: a continuación, el describía a los derechos humanos como
«conclusiones prácticas que, aunque son justificadas de distinto modo por per­
sonas diferentes, son principios para actuar con un fundamento común de simi­
litud para todos»18. Esta concepción de los derechos humanos internacionales
como una doctrina pública abierta a una variedad de justificaciones es indispen­
sable para llegar a una adecuada apreciación de su singularidad histórica19.

17 Consultar también las memorias de John H umphrey (H umphrey, 1984: 37-49, 63-77). H umphrey fue
un funcionario canadiense que trabajó como parte de la comisión.
18 La cita corresponde a la «Introducción» de Jacques M aritain a Human Rights: Comments and Inter-
pretations (UNESCO, 1949 9, 10) (cursiva original). Creo que esto describe la perspectiva de la mayoría de
los miembros de la Comisión de Derechos Humanos así también como la de los expertos de la UNESCO,
pese a que algunos de los miembros de la comisión consideraron el estudio de la UNESCO como contrapues­
to a la perspectiva de la Comisión (ONU, C onsejo E conómico y Social, C omisión de D erechos H umanos,
1947a: 11-17).
19 El informe final del comité de la UNESCO señala que « [E] 1 problema filosófico involucrado en la
declaración de derechos humanos no es alcanzar el consenso doctrinal sino más bien alcanzar un acuerdo en
lo concerniente a derechos, y también en lo concerniente a la acción para la realización y defensa de los de­
LA PRÁCTICA 57

Como he observado anteriormente, una razón por la que los gobiernos con­
sideraron aceptable el principio de que los derechos humanos conciernen a la
comunidad internacional, fue la expectativa de que la ONU respetaría la juris­
dicción nacional de los Estados absteniéndose de intervenir en sus asuntos in­
ternos20. La declaración, que no posee disposiciones para su implementación, y
en ningún caso tiene la fuerza jurídica de un tratado, era compatible con esta
expectativa: ella pretende establecer «un estándar común de aspiración», y no
un conjunto de compromisos que se harán cumplir. Por lo tanto, uno podría
pensar que la declaración representa una solución de compromiso entre los
valores en competencia de los derechos humanos globales, por un lado, y los
derechos soberanos de los Estados, por el otro. Debemos retomar la pregunta
acerca de cómo debe considerarse este hecho en la interpretación de la práctica
de los derechos humanos tal como se ha desarrollado posteriormente. Lo que se
podría decir en relación con la historia es lo siguiente. La redacción y promul­
gación de la declaración fue parte de un proyecto más extenso que había pre­
visto desde sus inicios la adopción eventual de un acuerdo internacional vincu­
lante que definiría de manera más precisa las obligaciones de los Estados
relacionadas con los derechos humanos y establecería una competencia inter­
nacional para su implementación. De hecho, la elaboración de un pacto inter­
nacional había comenzado aun antes de que la declaración fuera adoptada.
Debería recordarse que la idea de la jurisdicción nacional de un Estado es, en
sí misma, una creación del derecho internacional: su alcance está limitado por
las obligaciones jurídicas internacionales de un Estado, y la inmunidad de un
Estado frente a la interferencia funciona sólo dentro de estos límites. Si los
derechos humanos se reconocieran en el derecho internacional, entonces ellos
limitarían el alcance de la jurisdicción nacional de un Estado; no entrarían en
conflicto con ella21. Aunque la carta no exige tal desarrollo, tampoco lo descar­
ta: el asunto simplemente se deja para el futuro. En esta perspectiva, la relevan­
cia de la declaración al momento de su adopción no fue tanto desafiar el prin­
cipio de la jurisdicción nacional, sino más bien promover un proyecto más
ambicioso con el fin de redefinirlo.
Finalmente, un comentario sobre la inclusión de los derechos económicos
y sociales. A menudo se ha pensado que la inclusión fue fruto de un acuerdo
político requerido para asegurar el apoyo del bloque soviético. De esto se infie­
re que la declaración incluye una combinación inestable de concepciones in­
compatibles de justicia social22. Dejando de lado el interrogante relacionado
con la coherencia de la visión política de la declaración, lo que debe señalarse

rechos, lo que puede justificarse en fundamentos doctrinales altamente divergentes» (UNESCO, 1949:
apéndice II, 263).
20 Como lo expresó Geoffrey B est, pese a que cada estado se comprometió a cumplir con los estándares
internacionales, el compromiso estuvo acompañado de la salvedad de que «cómo lo hacemos es nuestro
asunto, no el suyo» (B est, 1995: 787).
21 Para un debate, véase B rownlie, 1998: 293-297.
22 P or ejem plo, C ranston, 1973: 54.
58 CHARLES R. BEITZ

es que la inferencia se basa en una premisa histórica falsa. Los derechos econó­
micos fueron incluidos en la versión de la declaración desde el comienzo ya
que su importancia fue ampliamente aceptada, por ejemplo en las «cuatro liber­
tades» de las que habló Franklin Roosevelt en su mensaje del Estado de la
Unión de 1941 («la libertad de verse libre de necesidad [...] traducido a térmi­
nos mundiales»), en la Carta del Atlántico, y en algunas versiones de declara­
ciones preparadas por organizaciones no gubernamentales antes y durante la
guerra. La defensa de los derechos económicos por parte de los delegados lati­
noamericanos en el transcurso de las deliberaciones que condujeron a la adop­
ción de la declaración por la Asamblea General fue particularmente importante
( G l e n d o n , 2003: 35-36 y W a l t z , 2001: 65). Es cierto que el delegado soviético
defendió la inclusión de derechos económicos y sociales, y que el Departamen­
to de Estado de Estados Unidos inicialmente se opuso. Sin embargo, la mayoría
de los miembros de la Comisión de Derechos Humanos compartían la visión
soviética, y eventualmente el mismo Estados Unidos propuso una versión de la
declaración que incluía derechos económicos (a «un estándar de vida decente;
a trabajar [...] a la salud, educación y seguridad social») (ONU, C o n s e j o E c o ­
n ó m ic o y S o c ia l , C o m is ió n d e D e r e c h o s H u m a n o s , 1947: art. 9)23. Nunca exis­

tió la posibilidad de que los derechos sociales o económicos no estuviesen in­


cluidos en la declaración ( G l e n d o n , 2001: 42-43, 115-117, 185-190; M o r s i n k ,
1999: 222-230).
La promulgación de una declaración de derechos humanos fue la primera
de las tres tareas que se propuso realizar la Comisión de Derechos Humanos.
Las otras dos fueron: redactar una convención internacional vinculante e idear
un mecanismo para su implementación. Mis comentarios sobre estas dos tareas
comienzan por la última debido a que la discusión relacionada con la imple-
mentación comenzó simultáneamente con la redacción de la declaración.
La comisión estableció un equipo de trabajo para idear los mecanismos
internacionales para difundir y hacer cumplir los derechos humanos. El equipo
de trabajo asumió que los derechos humanos finalmente serían incorporados en
una convención internacional que sería vinculante (únicamente) para los Esta­
dos signatarios y que incluiría disposiciones para su implementación. Desarro­
lló lo que podría ser descrito como un paradigma «jurídico» que se conceptúa-
liza mejor si se lo piensa como dotado de dos niveles. El primer nivel era
nacional: los gobiernos de los Estados tendrían la responsabilidad primaria de
tratar de lograr la adhesión a los derechos humanos dentro de sus fronteras y se
esperaba que lo hicieran principalmente por medio de la incorporación de pro­
tecciones de derechos humanos en sus constituciones y leyes. La idea era que
los individuos deberían tener la posibilidad de obtener una compensación por
la violación de derechos humanos a través de los sistemas jurídicos nacionales.

23 Sin embargo, no hay un artículo paralelo en la propuesta de Estados Unidos para una convención de
derechos humanos presentada el mismo día (E/CN.4/37).
LA PRÁCTICA 59

Sin embargo, el problema fundamental era la ausencia de garantías de que los


gobiernos nacionales, librados a sus propios mecanismos, fuesen a brindar una
protección efectiva de los derechos humanos. Se acordó unánimemente, y ex­
plícitamente en la carta, que el incumplimiento por parte de un gobierno de
respetar los estándares de derechos humanos debería ser un asunto que concer­
niese o preocupase a la comunidad internacional. El interrogante era de qué
modo se debería manifestar la preocupación internacional. El grupo de trabajo
consideró varias posibilidades, incluyendo instrumentos como, por ejemplo, la
obligación de presentar informes, la petición de informes y la investigación por
parte de comisiones especiales o una corte especial de derechos humanos y, en
los casos en que se descubrieran violaciones, la utilización de la censura públi­
ca y la «acción extrema involucrando represalias y el uso de sanciones» ( N o l -
d e , 1949: 24)24. Al menos un delegado propuso que se debería autorizar la in­

tervención militar como último recurso en caso de abusos atroces ( J o h n s o n ,


1998: 32). El grupo definió un esquema de implementación que combinaba
elementos tales como informes periódicos, control, negociación y adjudicación
judicial. Un comité compuesto por expertos independientes recibiría informa­
ción por parte de los Estados sobre su adhesión y cumplimiento con los dere­
chos humanos, aceptaría peticiones presentadas por individuos, grupos (inclu­
yendo organizaciones no gubernamentales) y Estados; investigaría y juzgaría
posibles violaciones, negociaría acciones para remediar la situación con el Es­
tado infractor; e informaría a la Comisión de Derechos Humanos sobre aquellos
casos en los que no se hubieran logrado las soluciones negociadas. El grupo
también recomendó la creación de una corte internacional de derechos huma­
nos, la cual dictaría resoluciones en los casos que no pudieran solucionarse por
otros medios; estaría autorizada a tomar «decisiones finales y vinculantes» (en
vez de meramente proporcionar opiniones consultivas). El grupo no pudo, sin
embargo, llegar a un acuerdo sobre las sanciones a tomar en caso de incumpli­
miento por parte de los Estados que tuvieran sentencias de la corte de derechos
humanos, más allá de simplemente informar a la Asamblea General sobre tales
incumplimientos (ONU, C o n s e j o E c o n ó m ic o y S o c i a l , C o m is ió n d e D e r e c h o s
H u m a n o s , 1947b)25.

La comisión completa no tomó ninguna acción en relación con lo recomen­


dado por su grupo de trabajo y la misma declaración reconocía sólo en los tér­
minos más abstractos la necesidad de un procedimiento para hacer efectivo su
cumplimiento. De este modo, el desarrollo de las disposiciones para la imple-
mentación fue delegado a quienes estaban encargados de redactar los conve­

24 N olde asistió a las reuniones del Comité de Derechos Humanos como observador de una organiza­
ción religiosa de los Estados Unidos.
25 Para propuestas relacionadas con la «supervisión y ejecución» internacional, consultar pp. 9-33. El
grupo imaginó que un régimen de implementación basado en la convención funcionaría de manera paralela
con un «sistema de comunicación» entre gobiernos y el Consejo Económico y Social establecido bajo la
autoridad de la propia Carta. Véase también H umphrey, 1984: 48-49).
60 CHARLES R. BEITZ

nios. Como veremos, estos instrumentos, junto con las convenciones, incorpo­
raron de diversas maneras elementos del esquema de implementación del grupo
de trabajo, tales como los informes y el control. Sin embargo, no hay disposi­
ciones para la investigación independiente de las quejas por violación de los
derechos humanos, ni sistema de sanciones para el incumplimiento, y por su­
puesto, tampoco hay corte de derechos humanos. Los Estados Unidos, el Reino
Unido y la Unión Soviética se opusieron a estos mecanismos. El fracaso en
lograr un acuerdo sobre los mecanismos efectivos para ejecutar los compromi­
sos de los estados de cumplir con los derechos humanos debe ser considerado
como una de las decepciones más importantes con respecto a las aspiraciones
que albergaban los artífices de los derechos humanos26.
La última de las tareas de la comisión fue preparar una convención o «pac­
to» internacional vinculante. La redacción comenzó aun antes de que la decla­
ración estuviese finalizada y continuó hasta 1954. En contraste con la prepa­
ración de la declaración, la redacción del pacto estuvo cargada de conflictos
ideológicos y fue interrumpida por cambios en las políticas de derechos hu­
manos de los Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido, quienes
en distintos momentos se opusieron al desarrollo de un tratado comprehensivo
y procuraron evitar el establecimiento de un régimen efectivo de implementa­
ción internacional. La intervención de la Asamblea General, a instancia de
una mayoría compuesta de países socialistas y países menos desarrollados,
fue necesaria para asegurar la inclusión de derechos sociales y económicos, a
los cuales los Estados Unidos y el Reino Unido se oponían (aunque estos
países los habían apoyado en la declaración) (ONU, A s a m b l e a G e n e r a l ,
1950). En el medio de la redacción se decidió dividir el documento en dos
partes, lo que se convertiría en el Pacto Internacional de Derechos Civiles y
Políticos (PIDCP) y el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales (PIDESC). Esto sucedió en respuesta a la presión ejercida por
Estados Unidos y sus aliados, y es interpretado a veces como la expresión de
una jerarquía de importancia entre derechos. Ciertamente, ésta fue la posición
estadounidense, pero, debido a que la decisión era un compromiso político, es
difícil considerarla como el resultado de una única opinión27. La justificación,
que no parece presuponer ninguna opinión sobre la importancia intrínseca de
cualquiera de las dos categorías de derechos, fue que los derechos políticos y
civiles podrían ser implementados inmediatamente, mientras que los derechos
sociales y económicos sólo podrían ser llevados a cabo «progresivamente»
por cada Estado «tanto por separado como mediante la asistencia y la coope­

26 La propia evaluación del equipo de trabajo fue profética: «O se busca una adhesión total y eficaz a los
derechos humanos o no. Si se busca esta adhesión, entonces la consecuencia de este principio debe ser admi­
tido y se debe aceptar la idea de decisiones judiciales obligatorias». (ONU, C onsejo E conómico y S ocial,
C omisión de D erechos H umanos, 1947b: 28). Consultar también (L auterpacht, 1950: cap. 17). Sobre el pa­
pel de las principales potencias en el bloqueo de medidas de implementación más efectivas, véase N ormand
y Z aidi, 2008:235-240.
21 Para la interpretación jerárquica, véase N orman y Z aidi, 2008: 204-208.
LA PRÁCTICA 61

ración internacionales, hasta el máximo de sus recursos disponibles» (PI-


DESC, art. 2.1)28. Ambas convenciones incorporan mecanismos para el con­
trol internacional del cumplimiento por parte de los Estados. Un protocolo
opcional del PIDCP provee los medios para que los individuos presenten pe­
ticiones para que el comité del tratado las examine29. No hay un procedimien­
to similar para el PIDESC (de hecho, éste no obtuvo su propio comité de
control sino hasta 1986). Se remitieron versiones de ambos pactos a la Asam­
blea General en 1954, sin embargo éstos no fueron aprobados por la Asamblea
hasta 1966 y entraron en vigencia recién 10 años más tarde ( P e c h o t a , 1981:
39-42; C r a v e n , 1995: 16-22, 42 ss.).
Los dos pactos, junto con la declaración, forman lo que comúnmente se
conoce como «La Carta Internacional de Derechos». A estos instrumentos tam­
bién se deben agregar al menos otros cuatro tratados, usualmente considerados
como los «principales» documentos de la doctrina internacional de derechos
humanos. Estos son la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas
las Formas de Discriminación Racial (CIEDR, que entró en vigencia en 1969),
La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
Contra de la Mujer (CEDCM, 1981), la Convención contra la Tortura y Otros
Tratos o Penas Crueles, Inhumanas o Degradantes (CCT 1987), y la Conven­
ción sobre los Derechos del Niño (CDN, 1990).
Esta lista de los «principales» instrumentos omite otros múltiples docu­
mentos que también revisten importancia, tales como, la Convención sobre la
Prevención y Sanción del Delito de Genocidio (1948), la Convención Interna­
cional Contra el Apartheid (1973), varios tratados relacionados con las condi­
ciones de trabajo apoyados por la Organización Internacional del Trabajo, las
Convenciones OIT para los Pueblos Indígenas y Tribales (núm. 107, 1957, y
núm. 169, 1989), y los tratados regionales de Europa, África y toda América.
También debe recordarse el Acta Final de Helsinki (1975), la cual fúe relevan­
te para establecer el cumplimiento de los derechos humanos como un interés
diplomático legítimo en la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en
Europa y también por su papel imprevisto pero históricamente relevante en el
estímulo del activismo sobre los derechos humanos en la Unión Soviética y
Europa del Este30.

28 El Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales posteriormente sostuvo que «la frase “al
máximo de sus recursos disponibles” fue expresada por quienes redactaron el Pacto con la intención de refe­
rirse tanto a los recursos existentes dentro de un Estado como para aquellos recursos disponibles por parte de
la comunidad internacional a través de la asistencia y cooperación internacional». (ONU, C omité de D ere­
chos E conómicos, S ociales y C ulturales, 1991: 86).
29 Ni Estados Unidos ni el Reino Unido se han adherido al protocolo. La Federación Rusa adhirió al
mismo en 1991 (ONU, O ficina del A lto C omisionado para los D erechos H umanos).
30 Se puede encontrar un confiable inventario y compilación de estos documentos en B rownlie y
G oodwin-G ill, 2006. Para cotejar los países signatarios, véase ONU, O ficina del A lto C omisionado para los
D erechos H umanos. Para la importancia del Acta Final de Helsinki, consultar T homas, 2001, especialmente
el capítulo 5.
62 CHARLES R. BEITZ

2. DOCTRINA

Los derechos enumerados en la declaración y en los principales tratados,


comprenden protecciones de un vasto conjunto de intereses humanos, y sus
exigencias se relacionan con muchos aspectos de la estructura social, económi­
ca, jurídica y política de una sociedad. Existen diversas maneras de clasificar
estas protecciones. Una clasificación de los derechos incluidos en la declaración,
que se debe a René Cassin, distingue cuatro categorías ( G l e n d o n , 2001: 174):
1)Derechos a la libertad y seguridad personal: tales como, el derecho a la
vida, la libertad, y la seguridad de la persona; prohibición de la escla­
vitud, la tortura y el castigo cruel o degradante; derecho al reconoci­
miento como una persona jurídica; derecho a la igualdad frente a la
ley; al arresto no arbitrario; y a la presunción de inocencia;
2) Derechos en la sociedad civil: protección de la privacidad respecto a la
familia, al hogar, a la correspondencia; a la libertad ambulatoria y de
residencia dentro del estado; derecho de emigración; derechos iguali­
tarios de hombres y mujeres para contraer matrimonio, dentro del
matrimonio, y para divorciarse; derecho a consentir casarse;
3) Derechos políticos: libertad de pensamiento, conciencia, y religión;
libertad de reunión y asociación; derecho «a ser parte del gobierno del
país» y a «elecciones genuinas y periódicas... por sufragio igual y
universal»; y
4) Derechos económicos, sociales y culturales: a un estándar de vida
adecuado, incluyendo alimentación, vestimenta, vivienda y asistencia
médica adecuada; educación elemental obligatoria; libre elección de
empleo; remuneración justa y favorable; igual salario por igual traba­
jo; derecho a asociarse a sindicatos de trabajo; límite razonable de
horas de trabajo; seguridad social.
Además de estos derechos encontrados en la declaración, ambos pactos
incorporan en artículos comunes lo que efectivamente es una quinta categoría
de derechos:
5) Derechos de los «pueblos» (concebidos como entidades colectivas):
entre los que se destacan, el derecho a la auto determinación y control
comunitario sobre «la riqueza y los recursos naturales»31.
A veces los pactos son vistos como una reformulación de los derechos in­
corporados en la declaración de un modo más acorde con un acuerdo interna­
cional, pero de hecho, los pactos expanden la doctrina formulada en la declara­
ción tanto en su alcance como en sus detalles. Así, por ejemplo, mientras que
en la declaración se habla de un derecho a la «asistencia médica» que «asegure
la salud y el bienestar», el pasaje correspondiente en el Pacto Internacional de

31 PIDCP y PIDESC arts. I (I)-1 (2).


LA PRÁCTICA 63

Derechos Económicos, Sociales y Culturales postula un derecho al «disfrute


del más alto nivel posible de salud física y mental»32. La declaración garantiza
a todas las personas el derecho a «participar en el gobierno de su país» pero
más allá de lo que podría ser inferido de este derecho, no adopta una posición
explícita sobre el gobierno colonial; ambos pactos reconocen específicamente
el derecho de autodeterminación. La declaración sostiene que «el acceso a los
estudios superiores será igual para todos, en función de los méritos respecti­
vos». El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales
exige «la implantación progresiva de la enseñanza [superior] gratuita». La
única reducción importante en lo referente al alcance está relacionada con el
derecho a la propiedad privada: reconocido vagamente en la declaración (art.
17), pero totalmente ausente en ambos pactos33.
Las cuatro «principales» convenciones provocaron que el alcance de la
doctrina internacional de derechos humanos fuera aún mayor. Así, por ejemplo,
la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación
Racial obliga a las partes no solamente a eliminar la discriminación racial, del
derecho y de las prácticas de las instituciones públicas, sino también a usar el
poder del estado para prohibir y sancionar la expresión pública de «ideas basa­
das en la superioridad o el odio racial» [art. 4 (a)]. Aún más sorprendente, la
Convención sobre la Eliminación de Toda Forma de Discriminación contra la
Mujer obliga a las partes a «modificar los patrones socioculturales de conducta
de hombres y mujeres» con el fin de eliminar «prejuicios y las prácticas con­
suetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la infe­
rioridad o superioridad de cualquiera de los sexos» (art. 5). Ambas convencio­
nes exhortan a las partes a eliminar la discriminación «sin dilaciones», a
diferencia de ciertos fragmentos de los Pactos, ninguna permite ser interpretada
como si estableciesen metas políticas a largo plazo o «derechos declarativos»
que no exigen acción inmediata. La Convención sobre los Derechos del Niño
es la convención más detallada de este grupo. La misma establece el principio
de que «la primera consideración» en las políticas públicas que afecten a los
niños debe ser «el interés superior del niño» [art. 3(i)] y enumera una serie de
derechos que van bastante más allá de las estipulaciones específicas de la de­
claración y los pactos, que incluyen el derecho del niño/a a preservar su identi­
dad, el derecho de los niños/as indígenas a practicar su propia cultura, y el de­
recho del niño/a a «la libertad de expresión», incluyendo la «libertad de buscar,
recibir y difundir informaciones e ideas de todo tipo» (arts. 8, 13, 30). Se exige
que las partes adopten disposiciones relacionadas con el trabajo infantil, tales
como las referidas a minoría de edad y a las horas de trabajo permitidas, con el
objetivo de protegerlos de la explotación y el trabajo que pudiera interferir con
su educación (art. 32). La convención también obliga a las partes a adoptar al-

32 Comparar DUDH art. 25 con el art. 12 del PIDESC.


33 Los pactos también omiten el derecho al asilo [DUDH, art. 14(1)].
64 CHARLES R. BEITZ

gunas políticas que no pueden fácilmente ser vistas como protegiendo derechos
individuales, tales como, políticas para «alentar la producción y difusión de
libros para niños» y la adopción de medidas políticas que tengan por objetivo
educar a los padres acerca de la «la salud y la nutrición de los niños, las venta­
jas de la lactancia materna, la higiene y la sanidad ambiental» [arts. 17 (c), 24
(2) (e)F .
Formulo a continuación algunos comentarios sobre diferentes característi­
cas generales de la doctrina de los derechos humanos. La primera y más impor­
tante característica es su amplio alcance normativo. Los derechos humanos a
veces se conciben como exigencias mínimas —«condiciones mínimas para
absolutamente cualquier modo de vida» o como protecciones contra las formas
más «inequívocas» de «abuso de poder» ( I g n a t ie f f , 2001: 56; W i l l i a m s , 2006:
19). Quizás existe un sentido en el cual estas frases describen anteriores decla­
raciones de derechos, pero ninguna se aplica de manera directa a los derechos
humanos de los documentos de posguerra, los cuales difieren significativamen­
te de sus predecesores en el rango de sus disposiciones. Los derechos humanos
internacionales buscan no sólo proteger a los individuos de las amenazas contra
la libertad y seguridad personal y garantizar algún recurso frente al uso arbitra­
rio del poder estatal, sino también proteger a las personas de diversos peligros
económicos y sociales, y garantizar cierto grado de participación en la vida
cultural y política.
Una segunda característica, relacionada con la anterior, es la heterogenei­
dad de estas exigencias. Diferentes derechos están abiertos a distintas estrate­
gias de implementación: algunos describen características estructurales de
instituciones aceptables, mientras que otros son estándares para la acción y la
política que pueden ser satisfechos por una variada clases de instituciones.
Entre estos últimos, algunos prescriben políticas relativamente específicas
mientras que otros enuncian metas políticas más generales. Esto significa que
para ciertos derechos, y bajo ciertas circunstancias, los derechos humanos pue­
den no servir como fundamento para que un agente individual que se vea pri­
vado del contenido de un derecho esté facultado para insistir, frente a otro
agente identificable, en reclamar la satisfacción del derecho.
Tercero, debido a su variedad y heterogeneidad, no es plausible considerar
a todos los derechos humanos de la doctrina contemporánea como perentorios.
En las condiciones sociales y económicas vigentes en algunas sociedades,
puede no ser posible satisfacer de manera inmediata todos estos derechos, y
aun si es posible satisfacer un derecho, puede que sea únicamente al costo de
no satisfacer otro o de sacrificar algún otro objetivo importante de política34

34 La posibilidad de ampliaciones posteriores se sugiere por los esfuerzos por promulgar declaraciones
en otras áreas, con la esperanza de que prosigan los tratados. Considerar, por ejemplo, la Declaración sobre
el Derecho al Desarrollo (1986) y el Borrador de la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indíge­
nas (1994).
LA PRÁCTICA 65

pública35. En este aspecto, los derechos humanos parecen abandonar un para­


digma familiar (tal vez ingenuo) de derechos fundamentales.
Una cuarta característica importante es la referencia de los derechos huma­
nos a circunstancias sociales de cierta clase general. A veces los derechos hu­
manos son descritos como atemporales —como protecciones que podrían razo­
nablemente ser demandadas en todo tiempo y lugar— . Pero esta descripción es
difícil de reconciliar con el contenido de la doctrina internacional. Muchas de
las amenazas contra las que los derechos humanos intentan brindar protección
(por ejemplo: remuneración injusta, falta de oportunidades educativas y acceso
a atención médica, pérdida de nacionalidad) surgen característicamente en las
sociedades modernas o en proceso de modernización; no son genéricas en la
manera en que la agresión, por ejemplo, fue concebida como una amenaza en
las teorías tradicionales del «estado de naturaleza». Además, algunos derechos
humanos sólo son comprensibles si se da por supuesto que ciertas clases de
instituciones existen o pueden existir —por ejemplo el estado de derecho, las
elecciones para los cargos públicos, un poder público institucional para impo­
ner tributos y proveer asistencia social, la existencia al menos de una adminis­
tración estatal rudimentaria— . No es plausible considerar que la doctrina mo­
derna de los derechos humanos intenta articular protecciones de relevancia
atemporal; ésta se refiere a las que, en sentido amplio, podrían describirse como
las condiciones de la vida moderna36.
Finalmente, la doctrina de los derechos humanos no es estática. La declara­
ción de 1948 es fundamental, no obstante ni ésta, ni los pactos, establecen lími­
tes para la variedad y el contenido de los derechos humanos. En particular, las
convenciones sobre discriminación racial, discriminación contra la mujer,
y derechos del niño, generan un crecimiento sustantivo de las protecciones de
derechos humanos. Las convenciones no presentan simplemente reformulacio­
nes más específicas de las disposiciones de la declaración y los pactos. Para
recordar algunos ejemplos, la convención sobre discriminación racial exige a
los gobiernos prohibir y sancionar la expresión pública de «ideas basadas en la
superioridad o el odio racial»37. La convención sobre discriminación contra la
mujer exige a los gobiernos «modificar los patrones socioculturales de conduc­
ta de hombres y mujeres» con el fin de eliminar «los prejuicios, costumbres y
las prácticas de cualquier otra índole, que estén basados en la idea de la inferio­
ridad o superioridad de cualquiera de los sexos»38. La convención sobre los

35 En las disposiciones que rigen la derogabilidad en el PIDCP, art. 4, se reconocen estos hechos aunque
de manera incompleta.
36 Esto es de acuerdo con una observación de H. G. W ells en sus escritos panfletarios de tiempos de
guerra abogando por una declaración internacional de derechos: tal declaración «debe ser, debido a la com­
plejidad en aumento de la nueva estructura social, más generosa, detallada y explícita que cualquiera de sus
otras predecesoras» (W ells, 1940: 19).
37 CIEDR, art. 4(a).
38 CEDCM, art. 5.
66 CHARLES R. BEITZ

derechos del niño sostiene que «una consideración primordial» que se debe
tener en cuenta en las políticas públicas que afecten a los niños debe ser «el
interés superior del niño»39. Estas disposiciones muestran tanto la expansión
sustancial de la doctrina de derechos humanos como la extensión de su alcance,
desde la constitución y las leyes fundamentales de una sociedad hasta sus cos­
tumbres y políticas públicas. La expansión evolutiva de la doctrina de los dere­
chos humanos a veces se desacredita como un hecho contrario a la efectividad
de los derechos humanos. Si esto es cierto, y en qué sentido podría serlo, son
preguntas complicadas. Lo que debería observarse aquí es que otra perspectiva
es posible. La evolución de la doctrina de los derechos humanos podría ser
considerada como un rasgo propio de la práctica normativa más amplia, un
rasgo que podría ser importante para hacemos una idea adecuada de cuál es la
finalidad que persigue la práctica misma.

3. IMPLEMENTACIÓN

Los derechos humanos tienen interés práctico debido a que el incumpli­


miento de sus exigencias, o la amenaza de incumplimiento por parte de los
gobiernos, proporciona una razón para la acción preventiva o correctiva, en
primer lugar desde dentro de las sociedades individuales y, secundariamente,
desde fuera de ellas. Como expresé anteriormente, los derechos humanos son
estándares para los gobiernos de los estados, cuya violación es un asunto que
concierne o preocupa a la comunidad internacional. Enunciado en estos térmi­
nos, el interrogante por la «implementación» se refiere al modo en que será
expresada esa «preocupación internacional».
Los artífices del proyecto de los derechos humanos tenían en mente un
paradigma jurídico de implementación. Ellos esperaban que los derechos hu­
manos fúeran incorporados en el derecho intemo y se hicieran cumplir en los
tribunales domésticos o, en el caso de derechos no tan fáciles de reclamar ante
un tribunal, que fúeran aceptados como prioridades para las políticas estata­
les40. El rol internacional era supervisar el cumplimiento a nivel doméstico a
través de la verificación de los informes que los propios Estados elaboraban, y
tomar acciones directas en aquellos casos en que se determinara que el cumpli­
miento a nivel doméstico no se había logrado. Los más ambiciosos anhelaban
establecer una autoridad judicial internacional, tal como un tribunal de dere­

39 CDN, art. 3(1).


40 El PIDCP exige a las partes «adoptar, con arreglo a sus procedimientos constitucionales y a las dis­
posiciones del presente Pacto, las medidas oportunas para dictar las disposiciones legislativas o de otro ca­
rácter que fueren necesarias para hacer efectivos los derechos reconocidos en el presente Pacto» (art. 2). La
disposición paralela en el PIDESC exige a los Estados «adoptar medidas, tanto por separado como mediante
la asistencia y la cooperación internacionales, especialmente económicas y técnicas, hasta el máximo de los
recursos de que disponga, para lograr progresivamente, por todos los medios apropiados, inclusive en parti­
cular la adopción de medidas legislativas, la plena efectividad de los derechos aquí reconocidos» (art. 2).
LA PRÁCTICA 67

chos humanos, que pudiera resolver los desacuerdos entre los Estados y los
supervisores internacionales, y estableciera sanciones cuando no se pudiera
llegar a un arreglo. Sin embargo, tal autoridad no se estableció, y las acciones
disponibles para los organismos de supervisión se limitaron al asesoramiento,
la elaboración de informes y la censura pública. Lo que se esperaba era que,
con el correr del tiempo, estos elementos que formaban parte de un sistema de
rendición de cuentas, establecerían incentivos para el cumplimiento de los de­
rechos humanos a nivel doméstico.
Lo que de hecho ha surgido a nivel global es considerablemente más com­
plejo41. El paradigma jurídico se ha hecho realidad en algunas partes de la
práctica de derechos humanos, tal vez de manera más completa en los sistemas
de derechos humanos regionales, particularmente los de Europa, en los que se
incluye un tribunal de derechos humanos con competencia para exigir (aunque
no siempre de manera efectiva) el cumplimiento de sus decisiones por parte de
los estados42. También puede encontrarse, aunque de forma atenuada, en el
sistema de derechos humanos de la ONU. Sin embargo, a medida que la prác­
tica de los derechos humanos se ha desarrollado y las limitaciones de este pa­
radigma se han vuelto patentes, las formas de acción para las cuales tiende a
buscarse justificación en consideraciones sobre los derechos humanos han
proliferado mucho más allá de lo que imaginaron los artífices del proyecto de
los derechos humanos. Esto es particularmente cierto con respecto a la política
global de los derechos humanos a partir del Acta Final de Helsinki de 1975.
Una manera de comprender esta complejidad sería distinguir entre las di­
versas clases de agentes internacionales y transnacionales que participan en la
práctica de los derechos humanos, por ejemplo: los organismos de derechos
humanos de la ONU dedicados a controlar e informar, otras organizaciones
internacionales con capacidad de influir en la conducta de los actores domésti­
cos, los Estados individuales y coaliciones de Estados y un grupo heterogéneo
de agentes no gubernamentales (por ejemplo ONG, organizaciones de movi­
mientos sociales, organizaciones comerciales). No obstante, la mayoría de es­
tos agentes se enfrentan a una pluralidad de cursos de acción, y creo que será
más esclarecedor para nuestros propósitos distinguir estos diversos mecanis­
mos sobre la base de sus características funcionales. Visto desde esta perspec­
tiva, una tipología elemental distinguiría al menos seis paradigmas de acción a
través de los cuales diversos agentes podrían tratar de prevenir o corregir el
incumplimiento de los gobiernos de los Estados, a la hora de respetar y hacer
cumplir los derechos humanos. Me referiré a estos paradigmas como «paradig­
mas de implementación» o «ejecución», a pesar de que estos términos conven­

41 Para una descripción breve, véanse F oot, 2000: capítulo 2, y D onnelly, 2003: caps. 8-9, especial­
mente la explicación esquemática y perspicua de la evolución de la práctica de los derechos humanos en pp.
129-138.
42 Sobre el desarrollo y deficiencias del sistema europeo, que incluye un análisis de los problemas rela­
cionados con el cumplimiento, véase G reer, 2006.
68 CHARLES R. BEITZ

cionales puedan parecer artificialmente limitados. La tipología incluye 1) res­


ponsabilidad, 2) estímulo, 3) asistencia, 4) compromiso y debate a nivel
doméstico, 5) coerción, y 6) adaptación externa. Comento brevemente sobre
cada uno de estos paradigmas y luego ofrezco algunas observaciones más ge­
nerales sobre ellos, considerados en conjunto.
1) Responsabilidad. Los procesos de presentación de informes y audito­
ría llevados a cabo por los organismos de derechos humanos de la ONU se
aproximan al paradigma jurídico. Estos organismos están compuestos básica­
mente por una serie de órganos establecidos por los tratados más importantes
de derechos humanos, cada uno de los cuales prevé su propia implementación43.
Dejando de lado algunas diferencias, la principal tarea de estos «órganos esta­
blecidos por los tratados» es examinar y auditar los informes periódicos cuya
presentación es requerida a los Estados partes en los tratados para probar su
cumplimiento. Las organizaciones no gubernamentales desempeñan un rol
cuasioficial en estos procesos, como fuentes independientes de información.
Además, cuatro de los tratados admiten de manera opcional un derecho indivi­
dual de reclamar, y dos establecen un procedimiento independiente de investi­
gación a iniciativa del órgano establecido por el tratado. La herramienta princi­
pal de cada órgano, al descubrirse evidencia de infracciones, es la consulta con
el Estado infractor para identificar los modos de hacer cesar la infracción.
También puede publicar los resultados de su investigación. No existen disposi­
ciones para que un proceso judicial resuelva los desacuerdos o determine y
aplique sanciones a los Estados que se resisten a cooperar44.
¿Por qué describir estos procesos como generadores de «responsabilidad»?
En general, el agente B es responsable frente al agente A si se cumplen tres
condiciones: i) A puede exigir que B brinde una explicación acerca de si ha
cumplido con un conjunto de expectativas o estándares; ii) A tiene el poder
para juzgar si B ha cumplido con los estándares; y típicamente iii) A puede
imponer sanciones a B si no ha cumplido (Grant y Keohane, 2005: 29)45. La
eficacia de la relación como un modo de influir en la conducta del agente res­
ponsable depende de esos tres elementos. En el caso de los órganos estableci­
dos por los tratados de derechos humanos, sin embargo, cada elemento es pro­
blemático. La presentación de informes por parte de los Estados tiende a ser

43 Además, la Carta estableció una Comisión de Derechos Humanos, ahora sucedida por un Consejo de
Derechos Humanos. Al momento de escribir este libro los procedimientos de control y revisión del Consejo
estaban cambiando. Para un debate sobre las deficiencias de la antigua comisión y la posibilidad de éxito de
su reforma, véase A lston, 2006.
44 El PIDCP es una excepción parcial del último punto; bajo un protocolo opcional el organismo del
tratado ha desarrollado un procedimiento cuasijudicial para las audiencias y la resolución de reclamos. Se
pueden encontrar detalles sobre estos procedimientos en N owak, 2003: cap. 4.3. Sobre el papel de las ONG
véase C lapham, 2000: 183-194.
45 Digo que las relaciones de responsabilidad «típicamente» incluyen una amenaza de sanciones
porque no creo que esto sea una parte esencial de la idea de responsabilidad. Para una discusión instructiva,
véase P hilp, 2009: 34-36.
LA PRÁCTICA 69

tardía e incompleta, los órganos establecidos por los tratados no poseen los
recursos suficientes para auditar estos informes, y las sanciones disponibles en
caso de incumplimiento se limitan mayormente a «señalar y avergonzar», es
decir, a informar públicamente de las infracciones, y tal vez, a censurar ( A l s -
t o n , 1996: § 10-12 y passimf". Por lo tanto, uno podría pensar que es engaño­

so describir estos procesos como modos de generar responsabilidad.


Esto puede ser cierto en el sentido en que estos mecanismos probablemen­
te sean relativamente ineficaces4647. Sin embargo, una cosa es juzgar la eficacia
de los mecanismos de informe y supervisión, y otra es clasificarlos como siste­
mas de responsabilidad. Los mecanismos, de hecho, satisfacen las condiciones
mencionadas anteriormente. Por cierto, esto es especialmente verdad si los
mecanismos son vistos en relación con los otros paradigmas de aplicación con­
siderados aquí: únicamente los sistemas de supervisión de tratados procuran
influir en el comportamiento de los Estados mediante la exigencia de que brin­
den una explicación pública de su conducta.
2) Estímulo. Los sistemas de responsabilidad podrían ser entendidos
como estructuras de incentivos definidas por procesos reglados cuyo objetivo
es estimular el respeto de las exigencias de derechos humanos a través de ame­
nazas de sanciones ante el caso de incumplimiento. Pero por supuesto también
existen maneras menos estructuradas de estimular el cumplimiento. Las más
comunes en la práctica de derechos humanos son diversas políticas a disposi­
ción de los gobiernos nacionales y organizaciones internacionales que genera­
rían incentivos y desincentivos para otros gobiernos.
Dejando de lado las amenazas coercitivas, a las que luego volveremos, los
principales medios a disposición de los gobiernos nacionales son los ofreci­
mientos de incentivos diplomáticos, el manejo del acceso a recursos económi­
cos, sociales y culturales, el trato preferencial en las relaciones económicas, y
el establecimiento de condiciones a la asistencia bilateral ( L u a r d , 1981: 26-
27)48. El uso de incentivos para alentar el respeto por los derechos humanos se
ha vuelto más común a partir de la década de 1970, cuando Estados Unidos,
seguido por algunos Estados europeos, Japón y finalmente la Unión Europea,
adoptaron la protección de los derechos humanos como un objetivo de su polí­
tica exterior. En Estados Unidos, por ejemplo, se impusieron condiciones míni­
mas de derechos humanos a los programas de asistencia extranjera y de venta
de armas, y se exigió que el Departamento de Estado publicara informes anua­
les sobre las prácticas de derechos humanos de otros gobiernos49. Los medios
disponibles para las organizaciones internacionales son análogos aunque más

46 Para estudios críticos sobre el desempeño del sistema de control del tratado, véanse B ayefsky, 2000,
y A lston y C rawford, 2000.
47 Hay muy poca evidencia sistemática para citar sobre la eficacia de estos procesos. Para una opinión
escéptica que hace referencia a las incertidumbres, véase H afner-B urton y T sutsui, 2005.
48 Compárese con B aehr, 1996: 31-47; F oot, 2000: 42-51; D onnelly, 2003: cap. 9.
49 Código USA 22 Sec. 2304. Véase también M ower, 1987: cap. 4.
70 CHARLES R. BEITZ

limitados. Por ejemplo, las instituciones financieras internacionales podrían


incluir condiciones relacionadas con el cumplimiento de derechos humanos en
los acuerdos de préstamos para fomentar el desarrollo («condicionalidad») o
incluir exigencias de derechos humanos en la asistencia destinada a reajustes
estructurales50. De manera similar, la Organización Mundial de Comercio tiene
competencia, hasta el momento no muy utilizada, para crear incentivos (y para
remover desincentivos) a través de sus procedimientos para la resolución de
controversias51. Una sugerencia más ambiciosa es que los Estados y las organi­
zaciones internacionales podrían utilizar el cumplimiento de los estándares de
derechos humanos, por parte de un gobierno, como condiciones para su reco­
nocimiento y membresía52.
3) Asistencia. Algunas sociedades puede que carezcan de las capacidades
necesarias para cumplir con los derechos humanos. Por ejemplo, una sociedad
puede no tener capacidad económica para producir los bienes necesarios para
satisfacer los derechos humanos, o puede no poseer capacidad institucional
para implementar las medidas necesarias para impedir o remediar la pobreza.
En tales casos, no es probable que los paradigmas discutidos hasta ahora mejo­
ren el cumplimiento de los derechos humanos.
La idea de que ciertas formas de asistencia extema podrían ayudar a desa­
rrollar las capacidades domésticas es bastante familiar en el ámbito de la ayuda
para el desarrollo económico53, pero debe remarcarse que también se refiere al
desarrollo de la capacidad institucional. La doctrina de los derechos humanos
coloca sobre los gobiernos domésticos las responsabilidades primarias por el
cumplimiento. Éstas no se limitan a la responsabilidad de satisfacer los dere­
chos humanos, cuando esto exige acciones positivas, y a evitar violarlos, cuan­
do esto exige abstenerse de actuar. También se incluye la responsabilidad de
proteger a las personas de diferentes tipos de acciones perjudiciales por parte
de terceros y de instituir la posibilidad de recurrir judicialmente cuando la pro­
tección falle. La satisfacción de estas últimas responsabilidades exige la exis­
tencia de capacidades institucionales que pueden no estar al alcance de ciertas
sociedades. Por ejemplo, los tribunales y la administración de justicia pueden
estar insuficientemente desarrollados, la aplicación del derecho puede no ser
confiable, y pueden no existir las capacidades necesarias para establecer la
administración pública. Los agentes extemos pueden encontrarse en una posi­
ción que les posibilite colaborar en el fortalecimiento de estas capacidades. La

50 Existe controversia con respecto al fundamento jurídico de las obligaciones relativas a los derechos
humanos de estas instituciones internacionales (C lapham, 2006: 137-159). Vale la pena mencionar que el
derecho de los Estados Unidos establece como política que estas instituciones deberían dirigir la asistencia
hacia gobiernos que no infringen los derechos humanos [22 U.S Code Sec. 262d(a)].
51 Acerca de estas posibilidades, véanse P auwelyn, 2005: 205-31, y C lapham, 2006: 161-177.
52 Por ejemplo, B uchanan, 2004: 266-281.
53 Por ejemplo, en defensa de un «derecho humano al desarrollo». Véase, por ejemplo, Sengupta, 2004:
179-203. La Asamblea General adoptó una «Declaración sobre el derecho al desarrollo» en diciembre de
1986 (ONU, A samblea G eneral, 1986).
LA PRÁCTICA 71

asistencia internacional en materia electoral respecto a sociedades con institu­


ciones electorales relativamente subdesarrolladas es otro ejemplo. Tales medi­
das, aunque no son fácilmente subsumibles bajo los rótulos comunes de coer­
ción y estímulo, claramente pertenecen a cualquier lista de los medios a
disposición de los agentes externos para mejorar la protección por parte de los
Estados de los derechos humanos54.
4) Involucramiento y debate a nivel doméstico. Los agentes externos
pueden intentar influir en la conducta de un gobierno involucrándose en diver­
sos aspectos de la vida social y política de una sociedad doméstica. Usualmen­
te estos esfuerzos tienen alguno de estos dos objetivos: movilizar y apoyar a los
actores domésticos para presionar a los gobiernos para que realicen cambios en
el derecho y en las políticas, o para producir cambios en las creencias y prácti­
cas dentro de la sociedad. El debate busca influir en la conducta de los actores
domésticos, pero no a través de la modificación de la matriz de pago de las
opciones que tienen u ofreciendo apoyo para el logro de objetivos que ya acep­
tan, sino más bien afectando sus creencias normativas y capacidades para la
acción. Típicamente los actores externos son agentes de organizaciones inter­
nacionales y organizaciones no gubernamentales transnacionales (aunque
también pueden representar a otros gobiernos). Entre sus funciones pueden
incluirse las de interpretar y traducir las normas de derechos humanos, recopi­
lar y difundir la información sobre las condiciones locales, y organizar y faci­
litar la realización de alianzas políticas locales y transnacionales55. Existen dos
patrones de conducta. El primero es político. Los actores externos buscan in­
fluir convirtiéndose en participantes y proveyendo recursos para la actividad
política local, por ejemplo formando asociaciones con partidos políticos, orga­
nizaciones no gubernamentales y movimientos sociales. También pueden legi­
timar y aumentar la influencia de los actores domésticos refractando sus reivin­
dicaciones políticas desde el nivel global al local56. El otro patrón de conducta
es social. Aquí las principales funciones desempeñadas por los actores transna­
cionales incluyen la educación, la persuasión y quizás la organización local. El
objetivo inmediato es inducir el cambio en el comportamiento privado en vez
de producir un cambio político o jurídico, aunque estos últimos también pue­
den suceder57.

54 Para un estudio de las opiniones sobre los fines y los medios de la asistencia para el desarrollo de la
capacidad jurídica, véase C arothers, 2006. Sobre la asistencia relacionada con los actos electorales, véase
B jornlund, 2004.
55 Para una breve discusión, véase T arrow, 2005, y la sugerente monografía de Hans Peter Schmitz
«When Networks Blind: Human Rights and politics in Kenya» (S chmitz, 2001: 149-172).
56 Éste es el «patrón bumerán» descrito por Margaret E. K eck y Kathryn S ikkink (Keck y S ikkink, 1998:
12-13). Se puede encontrar una variante de este patrón en el «Efecto Helsinki», el proceso por el cual las
disposiciones de derechos humanos del Acta Final de Helsinki (1975) estimularon el desarrollo de redes
transnacionales que alentaron y legitimaron la resistencia local a los regímenes comunistas de Europa del
Este. El estudio más detallado es el de T homas, The Helsinki Effect (2001).
57 Véase la discusión de los esfuerzos realizados por ONG para darle fin a las prácticas de vendaje de
pies en China y mutilación genital femenina en África, en T albott, 2005: 107-111. Como señala T albott,
72 CHARLES R. BEITZ

Por supuesto que los derechos humanos pueden influenciar el debate a ni­
vel doméstico aun sin que agentes externos se involucren directamente. Los
propios actores locales pueden estar empoderados, y su actividad política pue­
de estar legitimada, por el reconocimiento de que sus reivindicaciones se fun­
dan en la doctrina de los derechos humanos, en especial cuando su gobierno es
parte en los tratados correspondientes. Por ejemplo, las estrategias de litigación
pueden ejercer presión para que se realicen cambios en la legislación y la polí­
tica gubernamental, y la protesta social puede hacer que determinados aspectos
relacionados con el cumplimiento de los derechos humanos por parte del go­
bierno se introduzcan en la agenda política pública. Aunque tal vez no haya un
agente externo activo que pueda decirse que interfiera, existe una clara ruta
causal a través de la cual las apelaciones a una norma cuya fuerza deriva de su
lugar dentro de la doctrina internacional pública, influye en los procesos políti­
cos domésticos ( S im m o n s , 2009: cap. 4).
Estos procesos de involucramiento en los asuntos domésticos de cada Esta­
do tienen una importancia creciente y sustancial como mecanismos para imple-
mentar los derechos humanos, pero a veces se los pasa por alto porque, al igual
que algunas formas de asistencia, no encajan dentro de las categorías conven­
cionales de coacción y estímulo. Aunque estos mecanismos pueden incluir un
importante componente transnacional, no son entendidos de modo adecuado
como esfuerzos externos para imponer o intervenir en una cultura local recal­
citrante. Como observa Sally M e r r y , al reflexionar sobre un estudio referido al
activismo por los derechos humanos en Asia, «[e]n vez de mirar a los derechos
humanos como una forma de derecho global que impone reglas, es mejor ima­
ginarlos como una práctica cultural, como un modo de producir nuevas accio­
nes y entendimientos culturales» ( M e r r y , 2006: 228-229)58. En este sentido el
paradigma del debate es la desviación más importante de la concepción de
implementación que tuvieron en mente los artífices del proyecto de los dere­
chos humanos modernos.
5) Coerción. La forma más drástica de implementación de los derechos
humanos a través de la acción extema es la interferencia utilizando medios
coercitivos. Estos pueden ir desde sanciones económicas hasta la intervención
(«humanitaria») utilizando la fuerza armada. Las metas pueden ir, desde provo­
car un cambio en el comportamiento del gobierno establecido, hasta forzar un
cambio de régimen. Ante la ausencia de una institución internacional con com­
petencia para actuar, la intervención ha sido llevada cabo por Estados o coali­
ciones de Estados, a veces actuando con autorización internacional. Así, por
ejemplo, las intervenciones en Bosnia, Haití, Somalia, Kosovo y Timor del
Este fueron todas justificadas como esfuerzos por detener las infracciones co­

ya que estas maneras de influir operan mediante la provisión de información en lugar del ejercicio de presión,
es posible evitar la objeción de que la interferencia es paternalista.
58 Para cotejar casos de estudio relacionados con el impacto local de las normas de derechos humanos
internacionales, véase G oodale y M erry, 2007.
LA PRÁCTICA 73

metidas en contra de algún derecho humano. La permisibilidad de la interven­


ción humanitaria en el derecho internacional es discutida, pero su aceptación
como herramienta política ha sido reconocida de modo cada vez más amplio59.
Por supuesto, un tema diferente es la eficacia de la intervención coercitiva
como medio de protección de los derechos humanos. La experiencia recogida
en el período que va desde 1990, es despareja y sugiere que las perspectivas de
éxito varían según las particulares metas políticas de una intervención, las cir­
cunstancias de la sociedad que se interviene, y la voluntad política y las habili­
dades militares del agente interviniente. La calidad del planeamiento estratégi­
co por parte del agente interviniente y su habilidad para generar el suficiente
compromiso político para llevar a cabo la estrategia, son muy importantes60.
Uno podría verse tentado a sobrestimar las perspectivas de éxito, sin embargo
no puede dudarse de la importancia de la intervención coercitiva como un po­
tencial remedio in extremis para casos de infracciones graves. La cuestión im­
portante para nuestros fines es que éste es el caso límite, no el caso modelo, de
la acción internacional para proteger los derechos humanos. Es el caso excep­
cional dentro de la práctica.
6) Adaptación externa. Los primeros cinco paradigmas consisten en me­
canismos que intentan influir en el comportamiento de los agentes domésticos,
ya sea creando incentivos para cumplir con las normas de derechos humanos,
ayudando en el desarrollo de las capacidades o disposiciones necesarias para
hacerlo, u obligando a realizar cambios en las políticas o en los gobiernos. Sin
embargo, podría darse el caso que los obstáculos para el cumplimiento por
parte de un gobierno se encontraran en las políticas de otros estados, actores
multinacionales, o regímenes normativos, y no en su propia falta de voluntad,
de capacidad o de recursos. Consideremos por ejemplo, las políticas comercia­
les que discriminan a los productos agrícolas, o las reglas de propiedad intelec­
tual que se aplican en el derecho internacional aumentando el costo de los
productos farmacéuticos. Si fuera cierto que a menos que se adaptasen estas
políticas «externas», un gobierno no estaría en posición de asegurar la satisfac­
ción de los derechos humanos de las personas que habitan su territorio, enton­
ces, aunque parece ser una distorsión lingüística, la reforma de las políticas
podría posiblemente considerarse como un modo de «implementación». (po­
dría parecer menos una distorsión lingüística si uno recuerda que la declaración
reconoce la necesidad de «un orden internacional [...] en el que los derechos

59 La cuestión referida al estatus de estas intervenciones en el derecho internacional se complica por la


presión por subsumir la acción humanitaria bajo el encabezado de «amenazas a la paz» (cfr. Carta de las
Naciones Unidas, art. 7). Para una discusión del tema, véase C hesterman, 2001: cap. 4. Sobre la aceptación
de la intervención humanitaria como cuestión de moralidad política pública, la fuente más importante es el
informe de la Comisión Internacional sobre la Intervención y Soberanía del Estado (C omisión Internacional
sobre la Intervención y S oberanía del E stado, 2001). Sus principales conclusiones fueron respaldadas por
la 60.a Sesión de la Asamblea General de la ONU en el 2005. Véase la Resolución 60/1 [2005 WorldSummit
Outcome] (ONU, A samblea G eneral, 2005).
60 Para un estudio comprehensivo, véase S eybolt, 2007.
74 CHARLES R. BEITZ

humanos puedan ser hechos realidad de manera completa»). De cualquier


modo, es evidente que las adaptaciones extemas se encuentran dentro de las
formas de acción para las cuales a veces se busca justificación apelando a con­
sideraciones vinculadas con los derechos humanos.
Pretendo que esta tipología sea como una clasificación aproximada de las
principales formas de acción política transnacional para las cuales la protección
de los derechos humanos podría ser tomada, y a menudo efectivamente es con­
siderada, como una razón. En la naturaleza del tema, hay una superposición
entre los paradigmas; y considerados conjuntamente, ellos pueden no presentar
una lista completa. El objetivo del relevamiento es dar muestras de la comple­
jidad de los derechos humanos como una práctica global en curso y revelar
cuán sustancialmente su repertorio de medidas de implementación diverge del
paradigma judicial61.
La diferencia más destacada es que la mayoría de los esfuerzos internacio­
nales y transnacionales para promover y defender los derechos humanos son
entendidos de manera más precisa como esfuerzos de índole política en vez de
jurídica. Ni los componentes del sistema de derechos humanos basados en la
Carta ni los basados en los tratados del sistema de derechos humanos de la
ONU han desarrollado mecanismos eficaces para la revisión de las resolucio­
nes vía apelación o para la aplicación judicial de sanciones. Por otro lado, se
han desarrollado, tanto dentro como fuera del sistema de la ONU, un amplio
abanico de formas políticas de acción sin ninguna competencia para apelar ni
para revisar la decisión de actuar. Estas formas de acción política no son bien
descritas en términos de la distinción convencional entre intervención coerciti­
va y asistencia consensuada. Algunas actividades orientadas a promover los
derechos humanos son fundamentalmente persuasivas, otras involucran el
apoyo, la coordinación y la movilización de agentes políticos domésticos, y
otras involucran la formación de coaliciones transnacionales de agentes no
gubernamentales para propósitos relacionados con la comunicación y la defen­
sa pública. No sería inapropiado describir a la mayoría de éstas como formas
de acción como una «interferencia» de agentes extemos en la vida política de
una sociedad. Sin embargo se debe reiterar que la intervención coactiva es el
caso límite, no el caso modelo de «interferencia», y que algunas de las formas
comunes de acción para las cuales los agentes pretenden buscar justificación en
consideraciones vinculadas con los derechos humanos pueden contarse como
«interferencias» sólo en un sentido lato de la palabra.
Una segunda diferencia está relacionada con los actores involucrados en
estas formas de acción. En el paradigma jurídico, los órganos públicos estable­
cidos y autorizados por los tratados desempeñan el papel de supervisión y
control internacional. En principio, estas instituciones actúan como agentes de

61 Nuevamente, remarco que las posibilidades de ejecución judicial son mayores en los sistemas regio­
nales de derechos humanos.
LA PRÁCTICA 75

los Estados y son responsables ante los mismos Estados que las establecieron.
Dentro del paradigma jurídico, los derechos humanos proveen razones para la
acción de estos agentes legalmente constituidos de la comunidad internacional.
En la práctica, sin embargo, con el desarrollo de paradigmas de implementa-
ción políticos en vez de jurídicos, las violaciones de derechos humanos también
han comenzado a proveer razones para la acción para otros tipos de agentes,
que actúan frecuentemente sin poseer ninguna específica autoridad jurídica.
Los más importantes de éstos agentes son los Estados que actúan de manera
individual o en coaliciones, las organizaciones internacionales que no son par­
te del sistema constituido por los tratados de derechos humanos, y los actores
no gubernamentales locales y transnacionales.
Para terminar, es importante recordar que el paradigma jurídico es «jurídi­
co» en dos aspectos diferentes. En su aspiración de que existiesen institucio­
nes jurídicas de derechos humanos a nivel global y en su expectativa de que,
en la medida de lo posible, los Estados individuales cumplirían sus obligacio­
nes contraídas dentro de los acuerdos de derechos humanos mediante la incor­
poración, en sus leyes y constituciones, de protecciones de los derechos hu­
manos que siguiesen el modelo de una «declaración de derechos». La práctica
se ha separado de las expectativas tanto en el primer aspecto como en el se­
gundo. Los cambios a nivel doméstico para los cuales los derechos humanos
son considerados como razones, no se limitan a cambios en el derecho consti­
tucional. Los derechos humanos también pesan a la hora de establecer políti­
cas por medio de leyes o acciones ejecutivas y hasta a la hora de dirigir las
instituciones de la vida cultural (por ejemplo, en el caso de los derechos de las
mujeres contra la discriminación). La expansión de la doctrina internacional
junto con el desarrollo de los procesos transnacionales de debate político im­
plica que no es claramente esencial a la idea de derecho humano el que todas
las protecciones de derechos humanos sean provistas por las leyes y constitu­
ciones estatales.
Al enfatizar el rol que desempeñan los derechos humanos como fuentes de
razones para la acción política transnacional, no es mi intención sostener, como
una cuestión descriptiva, que dentro de la práctica las infracciones, aun de los
derechos humanos más urgentes, den razones para que de modo necesario los
agentes externos interfieran en los asuntos de las sociedades domesticas. En la
doctrina de los derechos humanos no existe una opinión definida sobre las
condiciones en las que puede considerarse que los agentes externos están obli­
gados a actuar. Tampoco es el caso que las infracciones dentro de una sociedad
sirvan sólo para justificar la acción por parte de agentes externos a esa sociedad.
Obviamente las infracciones también pueden justificar la acción de agentes
domésticos. Sin embargo, ninguno de los puntos mencionados puede negar el
rol central que, en el discurso de los derechos humanos, tiene la idea de que las
amenazas o infracciones dentro de una sociedad, no sólo son asuntos que con­
ciernen a nivel local, sino también a nivel global. Cuando estas infracciones o
76 CHARLES R. BEITZ

amenazas son lo suficientemente serias, se considera que justifican la acción de


los agentes externos tendientes a detener, prevenir o remediar las infracciones.
He subrayado que los paradigmas de implementación disponibles, sus agentes,
y los objetivos domésticos que persiguen, son más diversos de lo que usual­
mente se reconoce, y que la intervención coercitiva es un caso excepcional. No
obstante, este rol justificatorio de las acciones transnacionales es definitorio de
la función que los derechos humanos cumplen en el discurso normativo de la
política global.

4. UNA PRÁCTICA EMERGENTE

La empresa global de los derechos humanos constituye una práctica en el


siguiente sentido: consiste en un conjunto de reglas para la regulación del com­
portamiento de una clase de agentes, una creencia más o menos extendida de
que estas reglas deben ser cumplidas, y algunas instituciones, cuasiinstitucio-
nes y procesos informales para su difusión e implementación. Es una caracte­
rística general de las prácticas sociales que bajo las circunstancias apropiadas
los agentes ven a las reglas como si proporcionaran razones para la acción y
fundamentos para la crítica. También tienden a creer que sería ventajoso contar
con procesos sociales que promoviesen el cumplimiento y desalentasen el in­
cumplimiento de otros agentes. Estos elementos están claramente presentes en
el sistema de los derechos humanos.
Las prácticas normativas pueden estar, en mayor o en menor medida, bien
establecidas. Puede existir acuerdo, en mayor o menor medida, sobre los pro­
pósitos de las normas individuales y sobre su aplicación en diferentes circuns­
tancias. Aunque cierto nivel de cumplimiento es esencial para que se pueda
afirmar que una práctica existe, las prácticas pueden variar en su grado de
cumplimiento. De manera similar, las instituciones para la difusión, interpreta­
ción y ejecución de las normas pueden variar en su articulación y efectividad.
Las condiciones del contexto social pueden ser tales que los agentes enfrenten
mayores o menores conflictos entre adherir a las normas de una práctica o
perseguir otros intereses. Cuando digo que los derechos humanos constituyen
una práctica «emergente» quiero decir que estas dimensiones están menos de­
sarrolladas que en las prácticas maduras.
¿Por qué no describir a los derechos humanos como a un «régimen interna­
cional», un grupo de «principios implícitos o explícitos, normas, reglas y pro­
cedimientos de toma de decisión sobre los cuales las expectativas de los actores
tienden a converger»?62 ( K r a s n e r , 1983). Esto no sería incorrecto, pero podría
ser confuso en, al menos, en dos sentidos. El sistema de derechos humanos no
cuenta con ciertas características que están presentes en los regímenes intema-

62 Sobre la naturaleza de los derechos humanos, véanse D onnelly, 1986, y N ickel, 2002.
LA PRÁCTICA 77

cionales más comunes. Por ejemplo, la mayoría de estos regímenes (por nom­
brar algunos, aquellos vinculados con el comercio y las finanzas) poseen insti­
tuciones con competencia para la resolución oficial de disputas con respecto a
la aplicación de las normas a casos individuales y para la aplicación de sancio­
nes a aquellos agentes que no cumplen con la interpretación oficial de dichas
normas. Por el contrario, el sistema de derechos humanos es conocido por la
debilidad e irregularidad de sus competencias para la resolución de conflictos y
la aplicación de sanciones. Además, y vinculado con lo anterior, la mayoría de
los regímenes pueden ser descritos de modo apropiado como acuerdos coope­
rativos en un sentido cuasitécnico: están organizados con el propósito de con­
ferir beneficios mutuos y sus miembros participan en ellos con ese propósito.
Cada parte considera ventajosa la participación de acuerdo con las reglas, con
la condición de que otros participen bajo las mismas condiciones. Sin embargo,
aunque puede haber casos en los que la participación de un Estado en el sistema
de derechos humanos es ventajosa para el Estado, en general esto no es necesa­
riamente verdad. Al igual que sucede con los regímenes más comunes, los de­
rechos humanos constituyen un sistema de autorregulación colectiva, pero los
beneficiarios primarios —es decir aquellos cuyos intereses son promovidos por
la cooperación— no son los propios agentes que cooperan, sino más bien sus
miembros individuales63.
Existe, también, otro sentido en el que sería confuso describir a los dere­
chos humanos como a un «régimen». La idea de un régimen centra la atención
en reglas explícitas y procedimientos formales para su aplicación. En cierta
medida estos elementos están presentes en los derechos humanos, sin embargo
una concentración exclusiva en ellos no abarcaría las maneras en que los dere­
chos humanos funcionan como estándares de aspiración —por ejemplo, como
fundamentos para la crítica política, como elementos de un lenguaje moral
compartido, y como ideales que guían los esfuerzos de individuos y organiza­
ciones no gubernamentales para alcanzar el cambio político. La idea, en térmi­
nos generales, es que los derechos humanos no sólo funcionan como estándares
respecto de los cuales la comunidad internacional puede responsabilizar a las
instituciones de cada país. Los derechos humanos también operan como metas
del cambio político para actores no gubernamentales y como un equivalente a
nivel global de la concepción pública de justicia encontrada en sociedades do­
mésticas bien ordenadas. No es mi intención afirmar que las exigencias norma­
tivas de los derechos humanos describen o constituyen una concepción com­
pleta de justicia. Más bien, al igual que una concepción pública de justicia, los
derechos humanos aspiran a funcionar, y en ocasiones funcionan, como un
criterio moral compartido o un punto de referencia común en la deliberación
sobre la acción política y la crítica social. Cualquier análisis de los derechos
humanos que no capturase este aspecto aspiracional no sería fiel a las esperan­

63 No sería inconsistente creer que los gobiernos también pueden tener razones para imponerse restric­
ciones a sí mismos, como sostiene Andrew M oravcsik (2000) que ha sido el caso en Europa.
78 CHARLES R. BEITZ

zas que tenían los artífices de la doctrina moderna de los derechos humanos o a
los roles que los derechos humanos han llegado a desempeñar en el discurso de
la política global actual.

5. PROBLEMAS

He descrito a los derechos humanos como una práctica discursiva emergen­


te que consiste en un conjunto de normas para la regulación de la conducta de
los gobiernos y en una pluralidad de acciones a disposición de diversos agentes,
para las cuales la falta de acatamiento de estas normas por parte de un gobierno,
proporcionan razones. Los rasgos principales que he enfatizado son la amplitud
normativa de la práctica, la heterogeneidad de las exigencias institucionales de
sus normas constitutivas, la ausencia de una punto de vista oficial sobre los
fundamentos de estas normas, el carácter dinámico del contenido normativo de
la práctica y la variedad de paradigmas de acción política que podrían entender­
se como reacciones justificadas en respuesta a las infracciones.
Estos rasgos, tomados en conjunto, enfatizan la novedad de la práctica de
los derechos humanos. La reflexión sobre ellos hace patente distintos proble­
mas de interpretación y justificación.
El primero, se refiere a la naturaleza de los derechos humanos. ¿Cuál es el
mejor modo de conceptualizar estos objetos? Uno podría tomar como modelo
alguno extraído de diferentes fuentes —por ejemplo, de la historia del pensa­
miento sobre los derechos naturales o «los derechos del hombre» o de alguna
concepción contemporánea de derechos morales fundamentales— . Sin embar­
go es difícil reconciliar los modelos históricos y analíticos que primero nos
vienen a la mente con la amplitud normativa de los derechos humanos, su ca­
rácter dinámico o su distintiva modernidad. Los modelos disponibles tampoco
encajan bien con el carácter de los derechos humanos como una doctrina polí­
tica pública, que especifican las condiciones que deben satisfacer las institucio­
nes y que pueden recibir apoyo de múltiples visiones fundacionales. Aun así, si
la doctrina de los derechos humanos intenta evitar la acusación de no ser algo
más que una colección de valores ad hoc, debemos tener alguna concepción
coherente del tipo de objetos a los cuales se refiere.
Un segundo problema involucra los fundamentos para establecer el alcance
normativo apropiado de la doctrina de los derechos humanos. Aun entre aquellos
que se consideran partidarios de los derechos humanos, la expansión del alcance
de la doctrina de los derechos humanos internacionales puede parecer que deva­
lúa su aceptación general64. La preocupación es razonable, pero, sin una concep­
ción de la naturaleza y objetivos del proyecto no tenemos las bases para configu­
rar los límites de su extensión. Como es evidente, el problema del alcance está

64 Para un tem prano ejem plo, véase A lston, 1984.


LA PRÁCTICA 79

relacionado con el problema de la naturaleza de los derechos humanos, porque la


comprensión que uno tiene de su naturaleza puede influir en la opinión que uno
tiene acerca de las consideraciones que es apropiado tener en cuenta al determi­
nar qué valores sustantivos deberían contar como parte de la doctrina pública.
Tercero, se supone que los derechos humanos son «universales», sin em­
bargo, no está claro si esto puede ser cierto para los derechos humanos de la
práctica internacional en un sentido que no sea vacuo. A veces el interés por la
«universalidad» es una preocupación acerca de si es posible que todos los va­
lores incorporados en la doctrina de los derechos humanos sean vistos como
importantes para todos, independientemente de sus vínculos culturales y aso­
ciativos. Al mismo tiempo, los agentes externos que actúan para proteger o
promover los derechos humanos en una sociedad en la cual se los viola, es casi
seguro que deberán afrontar costos que de otro modo no afrontarían. La inquie­
tud sobre la «universalidad» podría surgir como una preocupación sobre si
existe una justificación adecuada para imponer estos costos. Por lo tanto, una
explicación de la «universalidad» de los derechos humanos debe funcionar
desde dos perspectivas —la de los supuestos beneficiarios de la acción política
justificada por los derechos humanos, y la perspectiva de aquellos a quienes se
les pide actuar— . Dada la centralidad del beneficiario en los discursos más
populares sobre los derechos humanos, es particularmente importante no per­
der de vista la segunda perspectiva. Cuanto más amplio se vuelve el alcance
normativo de la doctrina de los derechos humanos, más enigmática se vuelve la
forma que tendría esta explicación.
Un cuarto problema es el modo en que los derechos humanos pueden ser
una guía para la acción. Es natural pensar en los derechos humanos internacio­
nales como una clase de derecho moral, y en los derechos morales como funda­
mentos para atribuir deberes a otros agentes individualizados. Los derechos
humanos más importantes se centran en exigencias dirigidas a algún determina­
do grupo de agentes con el propósito de que ellos realicen u omitan ciertas ac­
ciones, para cuya realización u omisión, el derecho sirve de justificación. Pero
puede ser difícil reconstruir ciertos derechos humanos (por ejemplo, a trabajar,
a un estándar de vida adecuado, o a elecciones periódicas y genuinas) como
fundamentos para exigencias que pueden ser formuladas por los individuos,
tomados cada uno por separado, en contra de otros agentes individualizados.
Esto podría deberse a distintas razones: por ejemplo, porque ningún agente o
grupo de agentes controla los recursos necesarios para satisfacer las exigencias,
o porque las exigencias sólo pueden ser satisfechas si se produce un cambio
muy importante en las instituciones o las políticas. Derechos humanos como los
recién mencionados pueden no parecer derechos genuinos en absoluto65. No es

65 De este modo, por ejemplo, Onora O ’N eill (2000: 97-8) objeta que la «retórica de los derechos» es
«evasiva» porque no respeta la regla que señala que todo derecho válido debe estar asociado con una obliga­
ción por parte de algún agente identificable.
80 CHARLES R. BEITZ

de gran ayuda decir, a modo de respuesta, que los derechos humanos (o al me­
nos algunos de ellos) son derechos en un sentido especial de «derecho», inde­
pendiente de la idea de exigencia. La dificultad inicial surge de la suposición
plausible de que cualquier derecho genuino debe ser capaz de guiar la acción en
las circunstancias típicas en las que es posible que su cumplimiento sea exigido.
Si, en tales circunstancias, la reivindicación del derecho no produce razones
para la acción de ningún agente, entonces el derecho parece carecer de sentido.
Sin embargo, no se supone que los derechos sean carentes de sentido; se supone
que ellos deben proporcionar razones para la acción. El interrogante es si existe
una concepción de los derechos humanos que sea coherente y atractiva, y que
al mismo tiempo preserve su capacidad para guiar la acción sin forzar una dis­
minución radical en su alcance sustantivo.
Finalmente, está el problema de la importancia que tiene la diversidad mo­
ral intercultural para una práctica internacional de los derechos humanos. El
amplio alcance normativo de la doctrina contemporánea junto con su carácter
moderno trae aparejado que no sea probable que los derechos humanos sean
neutrales con relación a las principales concepciones morales presentes en las
distintas sociedades y culturas del mundo. Como resultado, la defensa de los
derechos puede aparecer como una forma de parcialidad, irrespetuosa de aque­
llas culturas en las que las normas ampliamente aceptadas están en conflicto con
sus exigencias. Esto puede parecer inaceptablemente intolerante. Desde otro
punto de vista, sin embargo, una vez que hemos considerado todas las razones
relevantes, sean las que sean, y hemos concluido que existe un fundamento
correcto para cierta exigencia en particular, no está claro por qué las considera­
ciones de tolerancia en la política global deberían contar en contra de dicha
exigencia. Permitir que el desacuerdo que de hecho existe, cuente en contra de
una exigencia normativa, que por otra parte está bien fundada, parece privar al
discurso normativo de su fuerza crítica. Estas perspectivas no son fácilmente
reconciliables. Necesitamos mayor claridad sobre los fundamentos de nuestra
preocupación por la tolerancia y las maneras en las que esta preocupación debe­
ría influir a la hora de pensar cuál debería ser el contenido de una doctrina de los
derechos humanos apropiada para un mundo culturalmente plural.
Aunque ésta no es una lista exhaustiva, creo que incluye los problemas
generales más preocupantes que enfrentamos al pensar sobre la práctica de los
derechos humanos tal como la encontramos en la actualidad. Propongo comen­
zar con el primer problema, es decir, el de la naturaleza de los derechos huma­
nos considerada como una categoría de idea normativa. No sugiero que una
comprensión satisfactoria de esta idea proporcione soluciones para los otros
problemas, pero creo que ayudará a formularlos de manera tal que las solucio­
nes puedan ser alcanzadas más fácilmente.
C A P ÍT U L O III
TEORÍAS NATURALISTAS

A menudo, las investigaciones filosóficas sobre los derechos humanos co­


mienzan con la pregunta «¿qué son los derechos humanos?», sin embargo, no
siempre resulta claro qué podría ser considerado como una respuesta. La pre­
gunta podría leerse como un pedido de análisis sobre qué clase de objeto son
los derechos humanos, sobre su naturaleza u ontología, por así decirlo. Tam­
bién podría leerse como un pedido de una lista de derechos humanos, o de los
valores protegidos por ellos. Incluso podría leerse como un pedido sobre qué
implica designar a un valor como un derecho humano, acerca del modo en que
los derechos humanos son o deberían ser una guía para la acción. Además po­
dría leerse como una solicitud indirecta de una explicación de la importancia
de los derechos humanos, acerca de las razones por las que deberíamos preocu­
pamos por ellos, o acerca de su normatividad. Estas preguntas están relaciona­
das: la respuesta a una de ellas puede implicar o, por el contrario, excluir algu­
nas respuestas a las otras. Así, por ejemplo, una posición sobre la naturaleza de
los derechos humanos puede tener implicaciones para el conjunto de valores
que pueden, de modo plausible, ser considerados como derechos humanos o
como protegidos por los derechos humanos. Una posición sobre la normativi­
dad de los derechos humanos es probable que tenga implicaciones sobre los
aspectos en los que los derechos humanos pueden ser guías para la acción. Aun
así, las preguntas son distintas, y por lo tanto al preguntar «¿qué son los dere­
chos humanos?» deberíamos tener claro a cuál de estas preguntas nos estamos
refiriendo.
En este capítulo y en el siguiente, consideraremos dos posiciones teóricas
que se presentan a sí mismas como respuestas a la primera pregunta, acerca de
la naturaleza de los derechos humanos. Las denominaré como las visiones «na­
turalistas» y «contractualistas». Ambas posiciones buscan comprender a los
82 CHARLES R. BEITZ

derechos humanos internacionales como expresiones de alguna idea más abs­


tracta que ya se encuentra disponible. Han sido muchos los que han considera­
do que cada una de estas visiones expresa el núcleo intuitivo de la idea de de­
recho humano, sin embargo argumentaré que ambas posiciones distorsionan
nuestra percepción de los derechos humanos de la doctrina internacional. Es
mejor abordar el tema de los derechos humanos de manera práctica, no como
la aplicación de una idea filosófica independiente a la esfera internacional, sino
como una doctrina política construida para desempeñar un papel determinado
en la vida política global.

1. NATURALISMO SOBRE LOS DERECHOS HUMANOS

Las posiciones naturalistas conciben los derechos humanos como objetos


que heredan sus principales características de los derechos naturales que pode­
mos encontrar en el pensamiento jurídico y político europeo del período mo­
derno temprano. Así es como John S im m o n s describe esta posición:

«Los derechos naturales [...] son aquellos derechos que pueden ser poseídos
por las personas en un «estado de naturaleza» (i. e„ independiente de cualquier
institución política o legal, reconocimiento, o ejecución) [...] Los derechos hu­
manos son aquellos derechos naturales que son innatos y que no pueden perderse
(i. e., que no pueden ser abandonados, confiscados o quitados). Los derechos
humanos, por ende, tendrán las propiedades de universalidad, independencia (del
reconocimiento legal o social), naturalidad, inalienabilidad, inmunidad a la con­
fiscación e imprescriptibilidad. Sólo entendida de este modo una explicación de
los derechos humanos capturará la idea central de derechos que siempre pueden
ser reclamados por cualquier ser humano».

En síntesis, los derechos humanos «son derechos poseídos por todos los
seres humanos (en todo tiempo y en todo lugar), simplemente en virtud de su
humanidad» ( S i m m o n s , 2001: 185) (cursiva original; el orden de los pasajes ha
sido invertido).
Esta idea está abierta a varias interpretaciones. Estas tienen, al menos, dos
elementos en común. Primero, los derechos humanos son distintos de los dere­
chos positivos —esto es, derechos que están reconocidos de hecho en una so­
ciedad, o de algún modo promulgados jurídicamente— . Los derechos humanos
son estándares morales críticos, que pueden ser invocados como base para la
crítica de leyes o prácticas sociales existentes. La noción de un derecho que
existe en un estado de naturaleza es una manera de concebir tal tipo de derecho,
aunque no es la única. Segundo, los derechos humanos le pertenecen a los seres
humanos «como tales» o «simplemente en virtud de su humanidad». Esto sig­
nifica, mínimamente, que todos los seres humanos tienen el derecho a reclamar
derechos humanos. También puede significar que los fundamentos sobre los
TEORÍAS NATURALISTAS 83

cuales un derecho humano particular puede ser reclamado están a disposición


de cualquiera porque ellos son, de alguna manera, inherentes a la naturaleza de
cada persona o a su estatus como ser humano. Tomados estos dos puntos en
forma conjunta, las concepciones naturalistas consideran que los derechos hu­
manos tienen un carácter y fundamento que puede comprenderse íntegramente
sin hacer referencia a su corporización y a su rol en alguna práctica o doctrina
pública. De acuerdo a tal postura, la identidad y la autoridad de los «derechos
humanos» de la doctrina internacional derivan de este nivel más básico de va­
lores. La tarea del teórico es describir o descubrir estos valores y luego decir
cuál de los derechos representados como derechos humanos en la doctrina in­
ternacional los corporizan o pueden derivarse de ellos.
Las posiciones naturalistas pueden arrojar conclusiones escépticas sobre
el alcance y contenido de la doctrina internacional. Por ejemplo Maurice
Cranston, quien sostuvo tal posición, argumentó que muchos de los derechos
humanos reconocidos en la doctrina internacional, en particular, los derechos
económicos y sociales, son inapropiadamente considerados como derechos
humanos porque no pueden ser reconstruidos como poseyendo los atributos de
los derechos naturales. Éstos deberían ser vistos, en cambio, como elementos
de un ideal político sin la universalidad ni la fuerza concluyente de los dere­
chos humanos genuinos (Cranston, 1973: 65-71). Cranston escribió durante
la Guerra Fría cuando a veces era sostenido (incorrectamente, como hemos
visto) que los derechos económicos y sociales habían sido incluidos en la
doctrina internacional con el fin de asegurar el apoyo de los países comunistas.
Pero sería una equivocación no tomar en cuenta su escepticismo y dejarlo de
lado como un producto de la época; el escepticismo podría ser tentador para
cualquiera que interpretase a la doctrina internacional como un intento de
corporizar en el derecho internacional un orden de valores más profundo y
distinguible de manera independiente, modelados sobre los derechos naturales
de la tradición. Desde esta perspectiva, la empresa de los derechos humanos
internacionales podría parecer que se ha expandido más allá de los límites de
su idea motivadora. El punto en el que se presenta el posible desacuerdo entre
los teóricos naturalistas es el referido a dónde establecer apropiadamente el
límite entre los derechos humanos genuinos y otros valores que pretenden te­
ner este estatus1.
Considerado como una tesis sobre la historia de las ideas, los derechos
humanos son, efectivamente, un legado de los derechos naturales. Sin embar­
go, de la tesis histórica no se sigue que concebir a los derechos humanos como
objetos que poseen los rasgos esenciales de los derechos naturales sea una
mejor forma de comprenderlos. Ésta es una tesis filosófica, no una tesis histó-1

1 La gama de variación es amplia. Comparar, por ejemplo, la posición sobria de C ranston en WhatAre
Human Rights? (1973) con la posición más amplia acerca de los derechos humanos tomada por James
G riffin en On Human Rights (2008).
84 CHARLES R. BEITZ

rica2. Ofreceré un argumento con el objetivo de rebatir esta tesis: nuestro enten­
dimiento de los derechos humanos internacionales se ve distorsionado más que
ayudado por el hecho de concebirlos de acuerdo al modelo de los derechos
naturales. Además, la distorsión no es simplemente una falla en el análisis.
Adoptar una concepción de los derechos humanos modelada sobre los derechos
naturales trae aparejadas consecuencias que producen confusión con respecto a
todas las preguntas importantes sobre las que una teoría de los derechos huma­
nos debería arrojar luz, sobre sus fundamentos, su alcance y la manera en que
las reivindicaciones válidas de derechos humanos deberían guiar la acción.
Existe una extraordinaria dificultad inicial que uno debe sortear para for­
mular el argumento que tiene por objeto rebatir la tesis. Hablar de «un modelo
de los derechos naturales» podría sugerir más precisión de la que podemos es­
perar alcanzar. La idea de un derecho natural tiene una larga historia. Sus orí­
genes son un tema de controversia, aunque los detalles de esta controversia no
interesan para nuestros propósitos3. Lo que es claro, de todos modos, es que las
concepciones sobre los derechos naturales han cambiado con el tiempo, por lo
que ninguna explicación filosófica de los derechos humanos como derechos
naturales sería instructiva sin una indicación de con cuál de las versiones que
existen dentro de la familia de las concepciones de derechos naturales encon­
tradas en la historia del pensamiento, los derechos humanos son comparados.
La dificultad inicial yace en el hecho de que el argumento parece no contar con
un blanco inequívoco.
Ni siquiera está claro en qué sentido puede decirse que los derechos natu­
rales sean «naturales»4. Existen al menos dos concepciones históricamente in­
fluyentes. Un derecho podría ser «natural» en el sentido de que lo poseemos
independientemente de nuestros compromisos y relaciones sociales, y de ma­
nera más general, de cualquier estatus o posición establecida convencional­
mente. Este sentido de «natural» —una interpretación de la idea de un derecho
que pertenece «por naturaleza» a todos los seres humanos— es común en el
pensamiento moderno a partir de G r o c io , P u f e n d o r f y L o c k e . Pero también
existe otra concepción de lo «natural» como aquello que sería exigido o permi­
tido por el derecho idealmente considerado como el mejor para la situación en
que uno se encuentra —esto es, el derecho que uno descubriría a través del uso
de la razón natural si uno fuera perfectamente razonable y tuviera conocimien­
to de todos los hechos relevantes, incluyendo posiblemente hechos sobre los
fines inmutables que comparten todos los seres humanos— . Esta concepción
data de la tradición premodema del derecho natural. Aunque éstas podrían

2 Existen discusiones instructivas sobre la relación entre los derechos naturales y los derechos humanos
en N ickel, 2007: 12-14, y J ones, 1994: cap. 4.
3 Para cotejar tres posiciones distintas, véanse T uck, 1978: cap. 1; T ierney, 1997: cap. 1, y B rett, 1997:
cap. 4.
4 Como observa T ierney (1997: 133), la ambigüedad puede percibirse en reflexiones sobre los derechos
naturales tan tempranas como las realizadas por los glosadores.
TEORÍAS NATURALISTAS 85

coincidir en algunas posiciones5, los sentidos son distintos. En el primer senti­


do de «natural», lo que distingue a los derechos naturales de otros derechos es
una limitación en el conjunto de consideraciones que pueden tenerse en cuenta
a la hora de justificar un derecho: un derecho es natural si las razones por las
cuales estamos facultados a reclamarlo no hacen una referencia esencial a ca­
racterísticas contingentes de nuestras situaciones, tales como nuestras transac­
ciones voluntarias y nuestras relaciones sociales. Es un derecho que coherente­
mente podríamos creer que existe en un estado de naturaleza en donde no hay
convenciones sociales establecidas o patrones de reciprocidad institucionaliza­
dos. Esto no necesariamente es verdad de los derechos que son naturales en el
segundo sentido. Los fundamentos del derecho idealmente considerado como
el mejor para nuestra situación podrían —si nuestra situación es socializada—
tomar en cuenta las características destacables del entorno social, tales como la
amplitud y características de nuestras relaciones con los otros. Incluso es posi­
ble que algunos derechos que son naturales en el segundo sentido sean incon­
cebibles como naturales en el primer sentido —por ejemplo derechos constitui­
dos por relaciones sociales o instituciones (v. g., tal vez, el derecho a participar
en el gobierno del propio país) ( M c D o n a l d , 1946-1947: 228-232)— 6.
En su mayoría, las posiciones que examinamos aquí entienden la naturali­
dad de los derechos naturales de acuerdo al primer sentido en vez del segundo.
Esta concepción ha sido más influyente en el pensamiento político moderno y
ha contribuido en gran parte a la distorsión de la comprensión filosófica de los
derechos humanos7. Sin embargo, aun con esta restricción, todavía no conta­
mos con un objetivo inequívoco: frente a la rica historia de la idea, la ambigüe­
dad es inevitable. No creo que sea provechoso discutir si una teoría es más fiel
a la historia del pensamiento sobre los derechos naturales que otras. En su lugar
procedo de manera menos sistemática. Examino cuatro características de lo
que en términos generales denominaré el espacio conceptual de los derechos
naturales, y luego considero cada característica, de manera separada, en rela­
ción con los derechos humanos. En forma breve en los tres primeros casos y
con mayor detenimiento en el cuarto. Espero que el efecto acumulativo sea
motivar la exploración de una concepción práctica sobre los derechos humanos
al mostrar cómo el modelo de los derechos naturales genera distorsiones.
Las cuatro características son las siguientes. Primero, los derechos natura­
les son requerimientos cuya fuerza no depende de las convenciones morales ni
de las leyes positivas de su sociedad. Éstos son estándares críticos para las re­
glas jurídicas y convencionales de una sociedad. Segundo, los derechos natura­
les son preinstitucionales en un sentido lógico (más que histórico): su contenido

5 Como tal vez lo hacen en L ocke (S immons, 1992: 95-102).


6 Véase también P agden, 2003: 176-181.
7 No quiero decir que la segunda concepción esté totalmente ausente. Puede encontrarse, por ejemplo,
en Jacques M aritain, 1951: cap. 4, y John F innis, 1980.
86 CHARLES R. BEITZ

es concebible independientemente de cualquier referencia a las características


estructurales de las instituciones. De esta manera, podríamos decir que los de­
rechos naturales son los derechos (o un subconjunto de los derechos) que exis­
ten en un estado de naturaleza prepolítico. Tomados en conjunto, los primeros
dos elementos describen estándares que residen en un nivel profundo de nues­
tras creencias normativas y operan como límites globales sobre la conducta
humana en cualquier área que esta conducta se manifieste, en las relaciones
interpersonales, en la sociedad doméstica y en la vida internacional. En este
sentido estos derechos son «fundamentales». Tercero, los derechos naturales
son poseídos por las personas «en todo tiempo y en todo lugar», independien­
temente de la etapa de desarrollo de una sociedad y de sus fuerzas productivas,
los detalles de su estructura política, o el contenido de sus tradiciones religiosas
y de su cultura política. Éste es un modo en el cual se podría decir que los de­
rechos naturales son «universales». Finalmente, los derechos humanos perte­
necen a las personas «como tales» o, según la tradicional frase utilizada por
S im m o n s , «simplemente en virtud de su humanidad». Los derechos humanos
están fundados en consideraciones que se aplican a todos los seres humanos,
independientemente de sus ubicaciones en el espacio o de sus relaciones socia­
les. Éste es otro sentido (distinto) en el que se podría describir a los derechos
naturales como «universales».
He dicho que las concepciones naturalistas heredan sus principales carac­
terísticas de la idea de derecho natural, pero no quiero decir que toda concep­
ción naturalista deba sostener que los derechos humanos poseen cada una de
las características que he enumerado. La clase de las concepciones naturalistas
se define por su procedencia y no por una lista canónica de características. Al­
gunas de estas concepciones combinan todas estas características; otras inclu­
yen unas pocas. Algunas pueden apegarse sólo a una, en su mayoría, a una u
otra interpretación de la idea de que los derechos humanos pertenecen a las
personas «como tales» Según algunas posiciones, las primeras tres caracterís­
ticas pueden ser implicadas a partir de la cuarta (aunque, como sugeriré, esto
no es indudablemente correcto). Estas variaciones no son relevantes para nues­
tro fin. Como veremos, cualesquiera que sean los detalles, las concepciones
naturalistas típicas son más restrictivas con respecto al contenido y fundamen­
to de los derechos humanos de lo que podrían parecer al principio; de hecho, en
muchas versiones ellas excluirían importantes partes de la doctrina contempo­
ránea de los derechos humanos. Ésta es la verdad que se encuentra presente en
las críticas de escritores como C r a n s t o n . La pregunta relevante es por qué de­
beríamos concebir a los derechos humanos internacionales según algún modelo
naturalista.
La primera característica, es decir, que los derechos naturales son indepen­
dientes de las leyes positivas y de las convenciones morales de una sociedad,
es la menos problemática para los derechos humanos. Esto es cierto, al menos,
si la idea es planteada en su forma más simple, ya que de esta manera se sostie­
TEORÍAS NATURALISTAS 87

ne que el contenido de los derechos naturales no está determinado por las reglas
morales y jurídicas que de hecho prevalecen en alguna sociedad particular ac­
tualmente existente. Los derechos naturales tienen una fundamentación que no
es la creencia convencional o la promulgación legal. Esto es esencial si se es­
pera que los derechos naturales funcionen como estándares críticos: debe ser
posible decir, por ejemplo, que una sociedad en la que se ejerce la esclavitud
viola los derechos naturales de aquellos a quienes sus leyes clasifican como
esclavos, y además que la violación ocurre aun cuando las leyes de la sociedad
estén en sintonía con el contenido de sus convenciones morales. Los derechos
humanos contemporáneos claramente comparten esta característica de los de­
rechos naturales.
Dentro de la tradición de los derechos naturales, a veces, el rasgo de ser
independiente del derecho positivo y de las convenciones ha sido combinado
con otro rasgo de los derechos naturales. Esto es usualmente formulado como
una propiedad ontológica, como cuando se dice, por ejemplo, que los derechos
naturales «existen» independientemente del derecho positivo. Esta última idea,
que los derechos naturales tienen cierto tipo de existencia permanente en un
orden normativo separado, es difícil de representar de manera clara. Tal vez es
una manera elíptica de expresar una postura sobre la justificación de los dere­
chos naturales —por ejemplo, que ellos se basan o derivan del derecho natural
concebido como la ley de Dios, cognoscible por los seres humanos a través del
uso correcto de la razón— 8. Si consideramos a esta idea como parte del modelo
de los derechos naturales, entonces hemos arribado a un punto en el cual el
modelo difiere de la práctica contemporánea de los derechos humanos, porque
se hizo explícito en los orígenes de esta práctica que la doctrina de los derechos
humanos no incorpora ninguna idea acerca de la justificación de los derechos
humanos en un orden independiente de derechos naturales, en el derecho natu­
ral, o en los mandamientos de Dios. Para reiterar la caracterización de M a r it a in
sobre los derechos humanos internacionales, ellos son «conclusiones prácticas
que, aunque son justificadas de distinto modo por personas diferentes, son prin­
cipios para actuar con un fundamento común de similitud para todos»9. Los
derechos humanos se asemejan a los derechos naturales en que ambos son es­
tándares críticos cuyo contenido no está determinado por las convenciones
morales y las reglas jurídicas de una sociedad en particular; no obstante se dife­
rencian en que los derechos humanos no presuponen ninguna posición particu­
lar sobre sus fundamentos o su justificación. En ese sentido no se puede decir
—y en cualquier caso no es parte de la doctrina internacional— que los derechos
humanos estén «ahí afuera», existiendo en cierto orden normativo separado10.

8 Véase, por ejemplo, M aritain, 1951: 99-102.


9 Véase la «Introducción» de Jacques M aritain en UNESCO, 1949: 9, 10 (cursiva original). Véase
apdo. II. 1 supra
10 La cuestión no es que los tratados de derechos humanos simplemente no incorporan ningún aparato
justificador. Pocos tratados lo hacen (aunque no se puede decir lo mismo de las declaraciones históricas de
CHARLES R. BEITZ

Ahora considere la idea de que los derechos humanos son preinstituciona-


les —que ellos son derechos que uno tendría en un estado de naturaleza prepo­
lítico— . Los teóricos de los derechos naturales que más influencia han tenido
sobre el pensamiento moderno, imaginaron que la sociedad política se desarro­
llaba por medio de un contrato social que tenía lugar en un «estado natural»
prepolítico (aunque socializado) o una situación en la cual las personas tenían
ciertos derechos cuyo respeto era responsabilidad de todos11. Locice, por ejem­
plo, sostiene que la «ley natural fundamental» reconoce el derecho a «la vida,
a la salud, a la libertad [y] a las posesiones» (Loche, 1690: ii. 6)*12. Estos dere­
chos expresan protecciones morales que constituyen el fundamento para que
las personas puedan formular reivindicaciones con independencia de su perte­
nencia institucional y que, por consiguiente, ninguna institución política puede
infringir. La idea de un estado de naturaleza modela este hecho: imagina que
los individuos establecen instituciones en una situación preinstitucional en la
que ya están constreñidos por ciertas exigencias morales. Debido a que las
personas no tienen el poder de derogar estas exigencias, cualquier institución
que ellos establezcan debe respetarlas.
Si los derechos naturales son preinstitucionales entonces debería ser posi­
ble conceptualizarlos como si existieran en una situación en la que no hay ins­
tituciones. No es difícil concebir los derechos lockeanos de esta manera. Sin
embargo, no sucede lo mismo con algunos de los derechos presentes en los
documentos contemporáneos de derechos humanos. Consideremos, por ejem­
plo, los derechos humanos al asilo político, a participar del gobierno del país, o
a la educación elemental gratuita. Debido a que la característica central de estos
derechos es que describen rasgos de un entorno institucional aceptable, no hay
ningún sentido claro en el que ellos pudiesen existir en un estado de naturaleza.
Aunque las teorías de derechos naturales del período formativo interpreta­
ron estos derechos como preinstitucionales, no es difícil imaginar una posición
que se pueda describir razonablemente como una teoría de derechos naturales
que expanda esta idea de manera tal que pueda incluir derechos institucionales.
Uno podría sostener, por ejemplo, que mientras los derechos naturales de pri­
mer orden deberían ser concebibles en un estado de naturaleza (porque debe­
ríamos ser capaces de entender sus fundamentos con independencia de las
contingencias institucionales y sociales), también existen derechos de segundo
orden, concebibles sólo dentro de un contexto institucional, que puede ser de­

derechos). M aritain, en este sentido estaba hablando por los artífices de los derechos hum anos (pese a que él
no era un m iem bro de la com isión redactara): ellos deseaban articular una doctrina pública cuya aceptación
no exigiera tam bién aceptar alguna visión en particular acerca de su justificación.
11 Como señala Quentin Skinner, en estas teorías la idea de un estado de naturaleza está presente porque
debe estarlo, aun si el término no lo está (S kinner, 1978: ii. 155). Cfr. pp. 155-166 para una discusión sobre
las funciones que cumple la idea de un estado de naturaleza en el pensamiento de tomistas como V itoria,
Suárez y M olina.
12 L ocke raramente utiliza la frase «derecho natural» y, como señala Simmons (1992: 90 ss.), cuando lo
hace no está claro cómo la interpreta.
TEORÍAS NATURALISTAS 89

rivado de los derechos de primer orden con el agregado de premisas sobre el


carácter del entorno social y las posibles ventajas y desventajas de varias clases
de instituciones. Una posición como ésta sería más persuasiva si los derechos
de primer orden se concibieran de manera relativamente abstracta (por ejem­
plo, como derechos a la vida y a la libertad). El mismo L o c k e , citando a H o o k e r ,
sostiene que la legislatura está obligada por el derecho natural a establecer
«jueces indudablemente autorizados» quienes, al resolver desacuerdos sobre
las prerrogativas individuales, pueden ayudar a evitar el peligroso desorden
que posiblemente surgiría si cada persona fuera juez o jueza de su propio caso
( L o c k e , 1690: ii. 136)13. Tal vez, al menos algunos derechos humanos puedan
ser considerados, por analogía, como mecanismos por los cuales los derechos
naturales de primer orden podrían ser protegidos (y ¿podría promoverse su
respeto?) una vez que el estado de naturaleza le haya dado paso a la sociedad
política. De hecho, dada una concepción suficientemente profusa de los conte­
nidos de los derechos de primer orden y premisas suficientemente ambiciosas
sobre el entorno institucional y social, aún podría ser posible arribar a un vasto
catálogo de derechos más o menos coextensivo con los encontrados en la doc­
trina internacional contemporánea.
No hay razón para descartar esta posibilidad ab initio, y tal vez deberíamos
aceptarla. Sin embargo salvar las apariencias de este modo tiene sus costos.
Quien propone una teoría así enfrenta un dilema. Para permanecer de manera
plausible dentro de la clase de las concepciones de los derechos naturales, este
tipo de teoría debe incorporar, desde el principio, algún contenido normativo,
expresado en la forma de derechos de primer orden con un fundamento que no
dependa de contingencias sociales o institucionales. Esta exigencia ejerce pre­
sión para restringir el rango del contenido normativo. Pero cuanto más limitado
sea el contenido básico, menos amplia será la lista de derechos de segundo or­
den (institucionales) derivables de éste. Por otro lado, el deseo de arribar a una
lista de derechos de segundo orden con una amplitud que se aproxime a la lista
de la doctrina contemporánea de derechos humanos ejerce presión para ampliar
el contenido básico. No hay razón para dudar que pudiese llegarse a una deri­
vación válida si se introducen premisas intermedias apropiadas, sin embargo
una estrategia como ésta amenaza con exceder el alcance de aquello a lo que la
idea subyacente de «naturalidad» dará sustento. El intento de producir una po­
sición cuyos fundamentos sean suficientes para justificar un catálogo de dere­
chos parecido a los derechos humanos contemporáneos, corre el riesgo de dejar
de lado la relevancia genérica de la situación humana «como tal» que podría
haberse considerado asegurada por la utilización de la idea de «naturalidad».
Volviendo a la idea tradicional de que los derechos naturales son preinsti­
tucionales, debemos preguntamos por qué deberíamos concebir a los derechos

13 Sin embargo, L ocke no menciona específicamente que las personas cuentan con un derecho natural
a una judicatura independiente.
90 CHARLES R. BEITZ

humanos del mismo modo. Las teorías de los derechos naturales, al menos en
las variantes modernas como la de L o c k e , constituyeron los primeros intentos
de formular restricciones al poder coercitivo de un gobierno en circunstancias
de diversidad moral y religiosa. Ellas fueron herramientas teóricas por medio
de las que se podían distinguir los usos legítimos e ilegítimos del poder político
para limitar la libertad, y la gran importancia atribuida a los derechos identifi­
cados como «naturales» tiene sentido sólo si se presupone que la protección de
la libertad y seguridad personal, ante las amenazas predecibles por parte de un
gobierno opresivo o tiránico, es un problema central de la vida política. Pero el
interés que motiva a los derechos humanos internacionales es evidentemente
más amplio que (aunque ciertamente incluye) la protección de la libertad per­
sonal frente a la violación por parte del Estado: los derechos humanos de la
doctrina internacional, tomados como un conjunto, constituyen, en sus propios
términos, un esfuerzo por identificar las condiciones sociales necesarias para
vivir una vida humana digna. Como dijo Charles M a l i k , uno de los que elabo­
ró el proyecto de los derechos humanos contemporáneos, en referencia a algu­
nos de los derechos económicos, éstos son «derechos del individuo como
miembro de la sociedad» más que derechos «del individuo como tal»14. Estos
representan la asunción por parte de la esfera pública de una responsabilidad
más exigente de la que era requerida por las preocupaciones que motivaron a
las teorías clásicas de los derechos naturales. Uno tiene derecho a creer que
esto es un error, pero tal pensamiento sería una posición sustantiva de teoría
política, y no una deducción a partir de una comprensión apropiada del concep­
to de derecho humano.
La tercera característica de los derechos naturales es que sus exigencias son
invariables a lo largo del tiempo y el espacio. Los derechos naturales de la
tradición se suponía que eran atemporales en este sentido, sin embargo como
mencioné anteriormente (apdo. II.2 supra), es difícil ver cómo algunos de los
derechos de la declaración podrían calificar como tales: consideremos, por
ejemplo, los derechos a la seguridad social o, nuevamente, a la educación ele­
mental gratuita (arts. 22, 26). Frente a ejemplos como éstos, queda razonable­
mente claro que quienes elaboraron estos derechos no pudieron haber tenido la
intención de que la doctrina de los derechos humanos se aplicara, por ejemplo,
a los griegos antiguos o a la China de la dinastía Ch’in o a las sociedades euro­
peas de la Edad Media. Los derechos humanos internacionales, a juzgar por los
contenidos de la doctrina, son adecuados para desempeñar un rol en un conjun­
to específico de sociedades. En general, éstas son sociedades que tienen al
menos algunos de los rasgos definitorios de la modernización: por ejemplo, un
sistema jurídico mínimo (que incluye la capacidad para hacerlo cumplir), una
economía que incluya alguna forma de trabajo remunerado para al menos algu­
nos trabajadores, algún tipo de participación en la vida económica y cultural

14 Citado enMoRsiNK, 1999: 225.


TEORÍAS NATURALISTAS 91

global, y una competencia institucional pública para recaudar ingresos y pro­


veer bienes colectivos esenciales. Es difícil imaginar algún sentido interesante
en el que una doctrina de los derechos humanos que se aplica principalmente a
sociedades que satisfacen estas condiciones podría decirse que es «atemporal»15.
Quizás a modo de respuesta, un filósofo adopte una formulación más cauta
y sostenga que los derechos humanos deberían «tener peso y relevancia para
futuros seres humanos en sociedades que aún no existen» ( M a r t in , 1993: 74,
75). Sin embargo, esto tampoco parece correcto. Los derechos humanos inter­
nacionales no son siquiera atemporales prospectivamente. Ellos son apropiados
para las instituciones de sociedades modernas o en vías de modernizarse, que
están organizadas como estados políticos que coexisten en una economía polí­
tica global en la que los seres humanos enfrentan una serie de amenazas prede­
cibles. La lista de derechos humanos se explica por la naturaleza de estas
amenazas16. A medida que el entorno social, económico y tecnológico evolu­
ciona, el espectro de amenazas puede cambiar. Del mismo modo, tal vez, puede
hacerlo la lista de derechos humanos; de hecho, parte de la expansión de la
doctrina de derechos humanos desde 1948 posiblemente podría explicarse de
esta manera. Si uno impone desde el principio la restricción de que los derechos
humanos deben ser atemporales, cualquier expansión de este tipo sería sospe­
chosa. Sin embargo, una vez más, es difícil pensar por qué alguien, por otras
razones que no sean la sujeción a la tradición de los derechos naturales, es de­
cir, a la interpretación moderna identificada anteriormente17, desearía imponer
tal restricción sobre el contenido de los derechos humanos internacionales.
Con respecto a la segunda y tercera de estas características, los derechos
humanos de la doctrina internacional parecen ocupar un espacio conceptual
distinto al definido por el modelo de los derechos naturales. Ellos tienen distin­
tos objetivos y mantienen una relación diferente con las razones por las que
deberíamos aceptarlos como fuentes de razones para la acción. No es extraño
que la combinación de las dos ideas generase escepticismo sobre los derechos
humanos —de hecho, el escepticismo aparece como profundamente tenta­
dor— . Sin embargo, si estoy en lo cierto acerca de que la idea de derecho hu­
mano puede distinguirse de la idea de derecho natural, entonces podemos evitar
la tentación. Esta clase de escepticismo está enraizado en la creencia de que la

15 Algunas sociedades contemporáneas, aquellas con instituciones políticas y legales precarias o defec­
tuosas, por ejemplo, pueden tener un parecido más cercano a sociedades feudales que a sociedades modernas.
Cualquier explicación sobre la normatividad de la doctrina contemporánea de los derechos humanos debe
considerar este hecho, tal vez como un caso excepcional.
16 En relación con la idea de «amenazas normales», véase Shue, 1996: 29 ss., y las fuentes citadas injra
en el apdo. V.3. Con respecto a la conexión con las condiciones sociales distintivamente modernas, véase
D onnelly, 2003: cap. 4.
17 Introduzco la salvedad porque alguien que comprende los derechos humanos como una expresión de
los requerimientos del derecho natural no está comprometido a pensar que una doctrina pública de derechos
humanos debería representarlos como «atemporales». Véanse M aritain, 1951: 101-105, y T ierney, 1997:
133-134.
92 CHARLES R. BEITZ

empresa de los derechos humanos involucra un tipo de apropiación equivocada


de la idea histórica de derecho natural. Pero ésta es una creencia que no tene­
mos necesidad de aceptar.

2. PERSONAS «COMO TALES» (I): EL LADO DE LA DEMANDA

La contribución de la tradición de los derechos naturales que más amplia­


mente ha influido sobre el pensamiento contemporáneo acerca de los derechos
humanos es la idea de que los derechos humanos pertenecen a las personas
«como tales» o «simplemente en virtud de su humanidad». Esta idea está pre­
sente en las dos ramas del pensamiento acerca de los derechos naturales men­
cionadas anteriormente, la que identifica a los derechos naturales como dere­
chos que son poseídos en un estado de naturaleza y la que los identifica como
derechos prescritos por el derecho o la ley natural a la luz de una concepción
del bien humano o de los fines últimos inmutables de los seres humanos. La
idea surge como una explicación de la «universalidad» de los derechos huma­
nos, entendida como la propiedad de pertenecer a cualquier persona en cual­
quier sociedad, o poder ser reclamado por cualquier persona en cualquier so­
ciedad. A primera vista la conexión parece obvia: si los derechos humanos
pueden ser reclamados por cualquiera, ellos deben, de alguna manera, estar
fundados en rasgos que todas las personas necesariamente comparten. Una vez
que reflexionamos, sin embargo, no está claro que exista un sentido significati­
vo en el cual esto necesariamente sea verdad.
Existen dos puntos de vista. Frecuentemente, la idea de que los derechos
humanos pertenecen a las personas «como tales» es entendida como haciendo
referencia a lo que podríamos llamar el «lado de la demanda» de los derechos
humanos —es decir, a las razones de por qué deberíamos considerar a los dere­
chos humanos como cosas buenas para sus beneficiarios— . Desde este primer
punto de vista, decir que un derecho humano le pertenece a las personas «como
tales» es decir, en líneas generales, que el derecho protege un interés que cual­
quier ser humano puede (o tal vez debería) esperarse que tenga. Esto nos da un
tipo de posición que podríamos llamar el «naturalismo del lado de la deman­
da». Sin embargo, la fuerza de la expresión «como tal» también podría enten­
derse como aplicable al «lado del suministro» de los derechos humanos —a las
razones de por qué algunos tipos de agentes deberían considerarse a sí mismos
bajo la obligación de respetar o hacer cumplir los derechos humanos de otras
personas— . Al adoptar este segundo punto de vista, usualmente no será sufi­
ciente (puede que, de hecho, ni siquiera sea necesario) que el derecho proteja
un interés que se espera que cualquiera tenga; una explicación satisfactoria del
derecho tendría que explicar de manera general de dónde deberían provenir los
recursos para satisfacerlo y por qué algunos individuos deberían considerar que
ellos mismos tienen una razón para proveerlos. Ya que se supone que los dere­
TEORÍAS NATURALISTAS 93

chos humanos pueden ser reclamados por las personas «simplemente en virtud
de su humanidad», podría inferirse que los destinatarios de la reclamación de­
berían tener una razón «natural» para respetar el derecho —esto es, una que
exista independientemente de cualquier rasgo contingente de la relación que
tengan con quien reclama— . Estos dos puntos de vista requieren ser considera­
dos por separado.
Comencemos con «el lado de la demanda». La idea es que los derechos
humanos son protecciones de intereses o bienes que son valiosos para todos los
seres humanos, independientemente de su cultura, el nivel de desarrollo de su
sociedad, o de sus vínculos sociales particulares. ¿Cómo podría entenderse esta
idea?
Describiré dos modos posibles de entenderla y luego haré un comentario
sobre la conveniencia de utilizarla como fundamento para comprender el con­
cepto de derecho humano que se encuentra en la práctica internacional. Po­
dríamos tomar a la teoría de los derechos humanos propuesta por James
G r if f in como ejemplo del primer modo posible de interpretación. Al mirar
retrospectivamente la historia del pensamiento occidental sobre los derechos,
G r i f f i n percibe el surgimiento de la idea de un «carácter humano» a fines de
la Edad Media. Este es el estatus de un ser con capacidad para «representarse
una imagen de lo que sería una buena vida» y para «tratar de volver realidad
esa imagen». G r if f in cree que la idea se encuentra en el comentario de Pico
sobre que al hombre les es dado «tener lo que él elija y ser lo que él desea». La
sugerencia de G r if f in es que los derechos humanos, aquellos que los seres
humanos poseen «como tales», deberían «ser vistos como protecciones de
nuestro carácter humano o, como lo diría yo, de nuestra personalidad» ( G r i f f i n ,
2008: 31-33)18.
La «personalidad», tal como lo presenta G r i f f i n , es una interpretación de
la idea de dignidad humana. Él identifica a esa idea con «la agencia normati­
va», a la que a su vez describe como poseyendo tres componentes. Éstos son:
«autonomía» (la capacidad de «elegir el propio camino en la vida, es decir, no
ser dominado o controlado»), «provisión mínima» (uno debe tener la educa­
ción, información, capacidades y recursos para elegir y actuar eficazmente), y
«libertad» (uno no debería verse impedido de actuar debido a la intervención
violenta de otros). La idea intuitiva es que debido a que consideramos que el
ejercicio de nuestra «personalidad» tiene un valor especialmente alto, «vemos
su ámbito como privilegiado y protegido». La importancia y el contenido de
los derechos humanos tienen que ser entendidos en términos de su papel estra­
tégico en la protección de estos valores. G r if f in describe esta perspectiva como
a un «naturalismo expansivo», «expansivo» porque incluye tanto los intereses

18 Éste es el esfuerzo más reciente y abarcador de crear una teoría de los derechos humanos a partir de
fundamentos naturalistas. Con relación a Pico, véase Pico della M irándola, 1486: 5.
94 CHARLES R. BEITZ

humanos básicos como «circunstancias tales como su satisfacción o falta de


satisfacción», entre los fundamentos de los derechos humanos (Griffin, 2008:
32-33, 36)19.
Como observa Griffin, se supone que los derechos humanos poseen un
cierto tipo de existencia social. Un derecho humano es «un reclamo dirigido a
otros, eficaz y posible de realizar socialmente». Necesitamos alguna manera de
determinar cuándo es razonable proteger los valores vinculados con la «perso­
nalidad», confiriéndoles a los individuos el poder de realizar dicho reclamo, y
qué forma debería adoptar el reclamo. Para resolver estos problemas, Griffin
se concentra en una segunda categoría de consideraciones a las que denomina
«aspectos prácticos». Esta categoría incluye un grupo heterogéneo de factores
de los cuales los más importantes son hechos generales sobre la naturaleza
humana y la sociedad (éstos son hechos «universales», «no vinculados a un
tiempo o lugar particular») (Griffin, 2008: 37-39)20.
Griffin argumenta que estas dos categorías de consideraciones, las vin­
culadas con la «personalidad» y los «aspectos prácticos», son suficientes
para identificar ciertas protecciones sustantivas que tienen que ser estableci­
das como derechos humanos y para explicar por qué deberíamos considerar
estas protecciones como asuntos de especial importancia. Estas conside­
raciones también nos permiten descartar otras protecciones debido a que re­
presentan una aplicación inapropiada de la idea de derecho humano. Este
aspecto de la posición se vuelve evidente en el análisis que Griffin hace de
las discrepancias que existen entre la lista generada por su teoría y los conte­
nidos actuales de la doctrina internacional de derechos humanos. En relación
con algunas de estas discrepancias, él argumenta que son lo suficientemente
serias como para brindar una razón por la que la doctrina internacional debe­
ría ser revisada para ajustarse más a la explicación fundada en la idea de
personalidad21.

19 Estos componentes están elaborados en los caps. 8-10.


20 G riffin señala que los hechos requeridos deben ser «universales» en este sentido para justificar dere­
chos «que uno posee sim plem ente en virtud de ser hum ano» (G riffin, 2008: 38).
21 Los derechos presentes en la doctrina internacional que son inaceptables según la teoría de la per­
sonalidad incluyen la prohibición de la propaganda de guerra [PIDCP, art. 20(1)], el derecho contra los
ataques al honor y a la reputación del individuo (DUDH art. 12), la protección de la libertad de desplaza­
miento y residencia dentro de las fronteras nacionales, el derecho al trabajo (DUDH, arts. 12, 13, 23), y el
derecho al «estándar de salud física y mental más alto que pueda ser alcanzado» [PIDESC, art. 12(1)]
(G riffin, 2008: 194-196, 206-208). G riffin no concede importancia al derecho a «vacaciones periódicas y
pagadas» (quizás entendido de modo más instructivo como el derecho al «descanso y al ocio», el cual si se
lo interpreta de este modo no aparece como algo obviamente insignificante) (DUDH, art. 24). Él también
argumenta que no existe un «derecho a heredar», aunque cabe mencionar que el estado de este derecho en
la doctrina internacional es en el mejor de los casos incierto. El «derecho a heredar» es mencionado en la
Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial en una lista de «otros
derechos civiles» [CEDR, art. 5(d)(vi)] en el contexto de una garantía frente a la discriminación. Esta
disposición no afirma que exista tal derecho humano. No hay referencias a un derecho a heredar en ningu­
no de los dos pactos, los cuales fueron adoptados por la Asamblea General de la ONU un año después de
la CEDR.
TEORÍAS NATURALISTAS 95

Haré un comentario sobre la teoría de la personalidad después de presentar


otra posición naturalista. Esta posición es la teoría que concibe a los derechos
humanos como protecciones de las «capacidades humanas básicas» que ha sido
propuesta de manera independiente por Martha N u s s b a u m y Amartya S e n 22.
Ambos autores emplean la idea de capacidad, pero lo hacen de manera distinta,
lo que origina concepciones diferentes de los roles discursivos y los contenidos
normativos de los derechos humanos. Después de algunos prolegómenos con
el fin de clarificar ciertas ideas, me concentraré en la posición de Nussbaum,
que ejemplifica más claramente una interpretación de la idea de derechos que
pertenecen a los seres humanos «como tales»23.
De acuerdo a la posición de las capacidades, lo que es beneficioso para una
persona, o su bienestar, puede ser descrito como el logro de diversas acciones
y estados de cosas valiosos («acciones» y «estados»). Estas «funciones» son
los elementos primigenios de las teorías de la capacidad. El «conjunto de capa­
cidades» de una persona consiste en las combinaciones alternativas de las
funciones que una persona está en posición de lograr. La capacidad tiene que
distinguirse, por un lado, del valor alcanzado (es decir, de las funciones reales)
y, por otro lado, de la mera oportunidad formal (la ausencia de restricciones
generadas por medio de la fuerza o el derecho). La capacidad es una especie de
libertad, no es un resultado: hace referencia a las «combinaciones alternativas
de funciones sobre las cuales la persona tiene libertad de elección efectiva» en
vez de las funciones en sí mismas ( S e n , 2004: 334). El sentido relevante de
«libertad de elección efectiva» involucra más que la ausencia de una restricción
legal o física; para ser parte del conjunto de capacidades de una persona, una
función debería ser de hecho posible de alcanzar como resultado de las eleccio­
nes a disposición de la persona24.
Si pensamos en las funciones como «acciones y estados», entonces es claro
que la idea de capacidad no es normativamente neutral. Algunas «acciones y
estados» no se considerarán como funciones si no son valiosas, y la capacidad
para alcanzar estas acciones y existencias no se considerará como parte de lo
que es beneficioso para, o del bienestar de, una persona. Sin embargo ésta es
una delimitación relativamente débil del alcance de lo que cuenta como una
capacidad: la mera noción de que una función es una acción o estado de cosas
valioso no será de gran ayuda para enfrentar el problema de indexar las capaci-

22 N ussbaum, 1997, y 2000: 96-101, donde se resum en partes del artículo anterior, y 2002. Con relación
a Sen, véase Sen, 2004: 315-356.
23 La ausencia de un elemento análogo a la lista de capacidades humanas centrales de N ussbaum en la
posición de S en significa que la perspectiva de Sen es más pluralista y pragmática; tal vez no debería ser
clasificada como una teoría naturalista en absoluto.
24 La idea de un estado de cosas configurado por ciertas consecuencias «de hecho alcanzable como re­
sultado de las elecciones disponibles para la persona» obviamente necesita una ulterior clarificación. La ca­
pacidad de ser alcanzable es una idea contrafáctica y será ambigua hasta que se especifique qué característi­
cas del mundo se consideran constantes y cuáles se dejan abiertas a la variación cuando se afirma que algún
resultado es alcanzable.
96 CHARLES R. BEITZ

dades o establecer un orden de prioridades entre ellas. Sin embargo, podría ser
posible identificar un subgrupo de capacidades, cuya posesión las personas
generalmente tienen alguna razón para considerar altamente valiosa. Si tal idea
pudiese ser elaborada, tendría una afinidad con la concepción naturalista de
derecho humano, ya que los derechos que protegen esas capacidades podrían
ser vistos como pertenecientes a los seres humanos «como tales».
N u s s b a u m ha propuesto una lista semejante de «capacidades humanas fun­
damentales», las cuales son —según argumenta ella — «de central importancia
en cualquier vida humana, más allá de lo que la persona busque o elija». Estas
capacidades, sostiene, son los fundamentos de los derechos humanos
( N u s s b a u m , 1997: 286)25. Esta idea sigue una sugerencia de Bemard W i l l i a m s :
«La noción de un derecho humano básico me parece bastante oscura, y prefe­
riría, en cambio, abordarla desde la perspectiva de las capacidades humanas
básicas. Preferiría que las capacidades hiciesen el trabajo, y si vamos a tener un
lenguaje o una retórica de los derechos, que éstos provengan de ellas, en vez de
que sea a la inversa» ( W il l ia m s , 1987: 100).
De acuerdo con la explicación de N u s s b a u m , podría decirse que los dere­
chos humanos «son obtenidos a partir de» las capacidades en al menos tres
modos diferentes. El término capacidad se utiliza como un recurso analítico
para especificar los bienes y oportunidades protegidos por los derechos huma­
nos, como un fundamento para definir el alcance apropiado de los derechos
humanos, y como una explicación de las razones para la acción a las cuales dan
surgimiento las reivindicaciones válidas de derechos humanos26. En lo que
concierne a nuestro propósito, la segunda y tercera clase de dependencia es de
especial interés. N u s s b a u m describe a un derecho humano como «una reivindi­
cación especialmente urgente y moralmente justificada que una persona posee
simplemente en virtud de ser un humano adulto, e independientemente de su
pertenencia a una nación en particular, o de su clase, de su sexo, o de su grupo
étnico, religioso o sexual» ( N u s s b a u m , 1997: 292). La lista de «capacidades
humanas fundamentales» sirve para identificar los tipos de reivindicaciones que
satisfacen esta condición. El carácter central de estas capacidades como compo­
nentes de un amplio conjunto de formas de vida, junto con (lo que N u s s b a u m
sostiene que es) su valor intrínseco, también explica por qué nos debería impor­
tar que las personas disfruten de los derechos humanos que las protegen.
Por lo tanto, es importante preguntarse por el modo en que se justifica la
composición de la lista. Nussbaum describe la posición de las capacidades
como a una «forma de aristotelismo» que tiene en su centro un ideal particular

25 Para una versión más reciente de la lista, véase N ussbaum, 2003: 41-42; comparar con N ussbaum,
2000: 78-80.
26 N ussbaum escribe que la justificación para alegar que las personas poseen ciertos derechos humanos
«usualmente sigue señalando a algunos rasgos parecidos a las capacidades de las personas [...] Sin tal justi­
ficación la apelación a los derechos es bastante misteriosa» (N ussbaum, 1997: 295).
TEORÍAS NATURALISTAS 97

de ciudadano «como un ser humano libre y dotado de dignidad, un sujeto que


realiza elecciones» (Nussbaum, 1997: 296). Ella también describe la posición
como una forma de «liberalismo político» capaz de ser validado a través de
diferentes culturas y que contrasta con el «liberalismo comprehensivo» de John
Stuart M ill y Joseph Raz (Nussbaum, 1997: 286; 2003: 49). Estos escritores
adoptan ideales de persona muy similares al ideal de ciudadano que se encuen­
tra en el centro de la propia posición de N ussbaum, por lo que la relevancia de
esta distinción no está clara. De cualquier modo, las consideraciones que deter­
minan el contenido de la concepción de derechos humanos de N ussbaum son
claramente normativas. Que un valor deba o no deba ser considerado como un
derecho humano depende de que pertenezca o no a la lista de «capacidades
humanas fundamentales», y esto, a su vez, depende de un juicio acerca del ca­
rácter central del valor en «cualquier vida humana».
Las posiciones de la «personalidad» y de las «capacidades básicas» son
similares en dos importantes aspectos. Ambas están fundadas en un valor o en
unos pocos valores que podríamos denominar «intereses humanos básicos».
En el caso de la teoría de Griffin, estos intereses están relacionados con la
autonomía, la provisión mínima, y la libertad (los componentes de la «persona­
lidad»), El hecho es que estos intereses deberían ser de importancia para cual­
quier ser con capacidad para la agencia normativa. Esta capacidad es universal­
mente compartida, y una vez que comprendemos esto, vemos por qué sería
razonable para cualquiera que tenga esta capacidad, preocuparse por que estos
intereses sean satisfechos. A primera vista, la posición de N ussbaum podría
parecer similar: ella consigna que las capacidades básicas son importantes para
la realización de un ideal de ciudadano «como un ser humano libre y dotado de
dignidad, un sujeto que realiza elecciones». Sin embargo, ella también identi­
fica estas capacidades como importantes para una gran variedad de vidas nor­
males y las describe como objetos de un «consenso superpuesto» (Nussbaum,
2000: 76)27. Por lo tanto, aunque ambas posiciones sostienen que los derechos
humanos son protecciones de intereses que pertenecen a los seres humanos
«como tales», poseen explicaciones discrepantes acerca de cómo estos intere­
ses son derivados.
La otra característica común de estas posiciones es la creencia de que, en el
nivel más fundamental, la naturaleza y el contenido de los derechos humanos
pueden ser comprendidos sin ninguna referencia al papel que los derechos hu­
manos desempeñan en la vida política global. Los derechos humanos expresan
exigencias comprehensivas para la conducta política que pueden ser identifica­
das por medio de la reflexión sobre las características que los seres humanos
inevitablemente tienen en común en conjunción con los rasgos más generales
de la vida social. Una vez identificados, puede apelarse a estos derechos para la

27 Aunque John R awls es la fuente de la idea de un «consenso superpuesto», él no lo utiliza para expli­
car la idea de los derechos humanos. (§ 12).
98 CHARLES R. BEITZ

evaluación crítica de la doctrina internacional (por ejemplo, buscando discre­


pancias de contenido). El hecho de que los derechos humanos deban funcionar
como estándares internacionales públicos es, desde la perspectiva de una teo­
ría como ésta, simplemente una contingencia histórica; no desempeña ningún
papel a la hora de elaborar una concepción de derecho humano o a la hora de
determinar qué protecciones debería incluir una doctrina de los derechos hu­
manos.
Las teorías que comparten estos rasgos enfrentan diferentes objeciones
cuando se las adopta como explicaciones de la naturaleza de los derechos hu­
manos internacionales. Primero, como recién he señalado, estas teorías no in­
corporan o hacen uso de las consideraciones referidas a las funciones discursi­
vas de los derechos humanos dentro de la práctica existente. Griffin enfatiza
que se supone que un derecho humano es «una reivindicación dirigida a otros,
eficaz y posible de realizar socialmente». Esto es cierto, pero sólo es una parte
de la historia. Los derechos humanos internacionales son primeramente reivin­
dicaciones formuladas a instituciones y a otros agentes sociales —al gobierno
propio, en primera instancia, y a otros Estados y actores internacionales cuando
el gobierno propio los desatiende— . Los derechos humanos internacionales
son potenciales disparadores de la acción transnacional protectora y correctiva,
y deberían ser adecuados para funcionar como justificaciones de dicha acción.
Esto es parte de la naturaleza de los derechos humanos tal como ellos operan
en el discurso político global, y su influencia sobre la posición que uno adopta
acerca de los fundamentos y los contenidos de la doctrina internacional parece
casi una certeza.
Segundo, estas posiciones naturalistas no son lo suficientemente robustas
para echar luz sobre lo que podríamos denominar el problema de la contribu­
ción. Estas teorías expresan de manera filosófica el carácter central que tiene el
beneficiario para gran parte del pensamiento popular sobre los derechos huma­
nos. Al configurar el problema central como uno referido a cuáles son los inte­
reses de los beneficiarios que los derechos humanos deberían proteger, estas
teorías desvían la atención de lo que a menudo son las preguntas más difíciles.
Estas preguntas serían obvias si la función discursiva de los derechos humanos
como disparadores de la preocupación internacional fuera tomada seriamente.
Las más importantes de estas preguntas son las referidas al grado de incumpli­
miento o falta de atención que debe existir a nivel doméstico para disparar la
acción protectora o correctiva de los agentes externos, la selección —entre los
agentes que se encuentran en posición de actuar— de aquellos que tienen la
responsabilidad de hacerlo, y principalmente, la naturaleza y nivel de exigencia
de las razones para la acción que se aplican a estos agentes.
No es que las posturas naturalistas no tengan recursos para responder a
estas preguntas. No obstante, el carácter central que ocupa el beneficiario en
esta posición limita lo que puede ser dicho. De este modo Griffin, quien aborda
TEORÍAS NATURALISTAS 99

el tema de la contribución de manera más directa que N u s s b a u m , sostiene que


la obligación de ayudar a satisfacer los derechos relacionados con el bienestar
se funda en una obligación general (quizás en un deber natural) de ayudar a
aquellos que se encuentran en un estado de necesidad, combinada con conside­
raciones pragmáticas tales como la proximidad y la capacidad. También obser­
va que esta obligación debe ser balanceada con otras consideraciones en con­
flicto (e. g., «compromisos profundos con ciertas personas, causas, carreras e
instituciones») ( G r i f f i n , 2008: 102-103). Desde algunas perspectivas esto pa­
recería ser una base precaria para las obligaciones de respetar y promover los
derechos humanos, y cabe la posibilidad de que una teoría naturalista pudiera
decir más; sin embargo, como sugeriré en la próxima sección, el precio podría
ser que el punto de vista desde el «lado del suministro» tuviese que abandonar
la idea de que los derechos humanos pertenecen a las personas «como tales»28.
De cualquier modo, la cuestión es que concentramos en la noción de que los
derechos humanos están fundados en características «naturales» de las perso­
nas nos inclina a pensar el problema de la contribución como subsidiario del
problema más básico de identificar estas características, cuando, de hecho, se
trata de un problema distinto, tanto a nivel teórico como práctico, y caracterís­
ticamente más difícil.
Un tercer problema es que es probable que el contenido normativo de las
teorías naturalistas no coincida con la lista de protecciones que de hecho se
encuentran en la doctrina internacional de los derechos humanos. Como obser­
vé anteriormente, para ajustarse a la idea de que los derechos humanos perte­
necen a los seres humanos «como tales», las teorías naturalistas deben proceder
desde fundamentos más o menos restringidos. Según la posición defendida por
G r i f f i n , por ejemplo, sólo cuentan como derechos humanos aquellas proteccio­
nes que pueden ser vistas como condiciones para la agencia normativa. Este
hecho ayuda a explicar algunas de las discrepancias con la doctrina internacio­
nal que él identifica. Sin embargo, es posible que estas discrepancias no expre­
sen cabalmente el grado de desviación que una explicación naturalista plausible
puede tener con respecto a la doctrina internacional. La interpretación de
G r if f in del proceso por el cual los derechos humanos son derivados a partir
de consideraciones referidas a la personalidad y a los aspectos prácticos permi­
te obtener un amplio y variado número de derechos humanos. Pero no siempre
está claro que estos derechos puedan ser justificados por apelar solamente a
consideraciones vinculadas con la personalidad y los aspectos prácticos. Con­
sideremos, por ejemplo, el derecho a un estándar de vida adecuado. De acuerdo

28 No parece que G riffin hiciese esto. Él describe un derecho humano como «un reclamo de todos los
agentes humanos frente a todos los otros agentes humanos» (G riffin, 2008:187). No tengo claro si N ussbaum
está comprometida con una idea similar; ella caracteriza los derechos humanos como estándares para las
instituciones más que para los agentes individuales, pero su posición es ambigua sobre las razones por las
que los agentes en posición de actuar cuando las instituciones no cumplen con estos estándares, deberían
hacerlo.
100 CHARLES R. BEITZ

con la posición naturalista de la personalidad, la base de este derecho tiene que


ver con las condiciones materiales necesarias para ejercer la agencia de modo
eficaz29. No obstante, un estándar de vida «adecuado» puede exigir más que
esto. La doctrina internacional sostiene que la satisfacción de los derechos
económicos es esencial para la «dignidad». La dignidad tiene una dimensión
social: involucra la posición que uno tiene en relación con otros y su satisfac­
ción puede exigir un nivel más alto de bienestar material que el que justificarían
las consideraciones vinculadas únicamente con la agencia30. La cuestión gene­
ral se aplica también a la formulación que realiza N u s s b a u m de la posición
naturalista de la capacidad: si se toma seriamente la idea de que un interés tiene
que ser importante para todas o casi todas las vidas humanas, entonces la lista
de capacidades que califican es posiblemente más limitada que lo que sostiene
la explicación31.
Esta última posibilidad apunta a una cuarta dificultad. Cuando hay discre­
pancias entre la doctrina internacional y la teoría naturalista más persuasiva,
entonces el teórico debe sostener que existe por lo menos una razón prima facie
para reformar la doctrina internacional. Por ejemplo, G r if f in sostiene que
cuando un valor reconocido como un derecho humano en la doctrina interna­
cional no puede justificarse por consideraciones referidas a la personalidad y a
aspectos prácticos, tal valor debería ser descalificado. Las propuestas para de­
rechos nuevos deberían satisfacer el mismo estándar filosófico ( G r i f f i n , 2008:
cap. II). N u s s b a u m adopta una posición similar sobre las conclusiones del en­
foque de las capacidades32. Tal como debe hacerlo cualquier teórico naturalista,
estos escritores tratan a la teoría filosófica como dotada de autoridad para juzgar
el contenido apropiado de la doctrina internacional. La dificultad reside en ex­
plicar por qué esto debería ser así.
Hemos visto que, en el desarrollo de la doctrina contemporánea de los de­
rechos humanos, se realizó de modo explícito un esfuerzo por distinguir la
empresa de los derechos humanos de la empresa de los derechos naturales. Esto
era necesario para evitar que la doctrina internacional padeciese de una estre­
chez filosófica que hubiese limitado su atractivo y su alcance normativo. Las
mismas inquietudes deberían alertamos en contra de la imposición de una teo­
ría filosófica que ubica la autoridad de los derechos humanos en una concepción
dada de estatus humano o funciones humanas. Es esencial tomar seriamente la
aspiración de que la doctrina sea adecuada para la vida internacional contem­
poránea y se encuentre abierta a recibir apoyo desde diversos puntos de vista

29 Por ejemplo, al discutir el tema del salario justo, G riffin escribe que lo que exigen los derechos hu­
manos es «suficientes recursos materiales (v. g. salario) para satisfacer las condiciones necesarias para la
agencia normativa» (G riffin, 2008: 307, n. 28).
30 Para un argumento relacionado con la idea que una teoría basada exclusivamente en la personalidad
no puede, sin más, justificar la variedad de derechos humanos que el mismo G riffin dice defender, véase
T asioulas, 2002.
31 Este punto es enfatizado por Susan Moller O ion, 2003: 296.
32 Véase, por ejemplo, N ussbaum, 2003: 37.
TEORÍAS NATURALISTAS 101

razonables. Sería acorde con esta aspiración pensar que una idea de estatus
humano o funciones humanas proveen el fundamento para al menos algunas de
las protecciones incorporadas en la doctrina internacional. Sin embargo, apelar
a estas concepciones para interpretar la idea de derecho humano que se encuen­
tra en el núcleo de la doctrina internacional, de un modo que restringe el alcan­
ce normativo de la doctrina, es hacer más que eso. Es esta fuerza crítica adicio­
nal —el uso de una concepción filosófica de los derechos humanos para
argumentar a favor de las limitaciones de contenido y la reforma de la doctrina
internacional— lo que exige una justificación. ¿Por qué deberíamos insistir en
que los derechos humanos internacionales se adecúen a una concepción filosó­
fica dada en vez de interpretarlos tal y como ellos mismos se presentan, esto es,
como un sistema normativo distinto construido para desempeñar cierto papel
especial en la vida política global?

3. PERSONAS «COMO TALES» (2): EL LADO DEL SUMINISTRO

Mencioné antes que la idea de que los derechos humanos pertenecen a las
personas «como tales» puede ser entendida desde dos perspectivas. Ya hemos
considerado la perspectiva del beneficiario. Me dedicaré ahora a examinar, más
brevemente, la perspectiva del agente o de los agentes para quienes los dere­
chos humanos se supone que proveen razones para la acción, es decir, los
contribuyentes o suministradores de los derechos humanos.
Ésta es la perspectiva desde la que se realiza la influyente distinción de H.
L. A. H a r t entre derechos «generales» y «especiales». Según H a r t , los dere­
chos especiales son aquéllos asociados con las promesas y contratos o con la
membresía a sociedades políticas: éstos surgen de «transacciones especiales
[o] algún tipo de relación especial». Los derechos generales, por otro lado,

No surgen de ninguna relación o transacción especial entre hombres [...] No


son derechos distintivos de aquellos que los poseen sino derechos que todos los
hombres capaces de elegir poseen en ausencia de aquellas condiciones especiales
que dan origen a derechos especiales [...] [y que] tienen como correlato obliga­
ciones de no interferencia, a las cuales cualquiera está sujeto y no meramente las
partes de alguna relación o transacción especial (H art , 1955: 183, 188)33.

H a r t sugiere que los derechos descritos por los teóricos clásicos de los
derechos naturales tenían estas propiedades, pero él mismo sólo identifica un
único derecho general —«el igual derecho de todos los hombres a ser libres».
Su posición, para ser precisos, es que «al menos existe» este derecho natural.
Aunque no hace ninguna mención de los derechos humanos, muchos teóricos
han pensado que es obvio que los derechos humanos deben ser también dere­

33 H art (1983: 17) posteriorm ente rechazó gran parte del argum ento de este artículo.
102 CHARLES R. BEITZ

chos generales34. Si los derechos humanos se aplican a todas las personas, ¿qué
más podrían ser?
Volveremos a la identificación de los derechos humanos y los derechos
generales en un momento. Primero, es instructivo observar la conexión entre la
distinción de H a r t de derechos generales y derechos especiales y su teoría de
los derechos desarrollada en trabajos posteriores. H a r t describe esta concep­
ción de derechos como la teoría de la «elección» y la contrapone a la teoría del
«interés» que se encuentra en B e n t h a m y sus sucesores35. Según la teoría de la
«elección», lo relevante acerca de los derechos es que ellos confieren a una
persona el control sobre las elecciones de otra persona. Si A tiene un derecho
frente a B, entonces A tiene autoridad para limitar algún aspecto de la libertad
de B para elegir cómo actuar. En la posición de H a r t , el problema de justificar
los derechos se presenta debido a este rasgo limitador de la libertad que ellos
poseen. El problema se presenta porque existe la creencia subyacente de que
todos tienen un derecho general a ser libres. La teoría de la «elección» dirige su
atención a la situación de aquéllos frente a quienes los derechos se aplican y se
pregunta acerca de si existe una razón suficiente para permitir que se limite su
libertad. La fuerza de la afirmación de que el único derecho general es el igual
derecho de todos a ser libres es que, en ausencia de relaciones o transacciones
especiales, el único fundamento que sirve de base para que A puede reclamar
un derecho frente a B es que B tiene con respecto a A un deber general de res­
petar la libertad de A.
La importancia de la distinción de H a r t entre derechos generales y dere­
chos especiales, usualmente se cree que yace en su defensa afirmativa del dere­
cho general a ser libre. Sin embargo, cuando se aplica el análisis a la idea de
derecho humano, su efecto es deflacionario. Si es posible decir que los derechos
humanos pertenecen a las personas « c o m o tales» o «simplemente en virtud de
su humanidad» sólo si son generales en el sentido de Hart, entonces muchos de
los derechos reconocidos en la doctrina internacional pueden parecer dudosos
—en particular los derechos económicos y sociales— . Esto podría no ser obvio
si uno no advierte la ambigüedad de las frases citadas. La declaración sostiene
que todas las personas «nacen libres e iguales en dignidad y derechos» (art. 1)
y que «toda persona tiene todos los derechos» enumerados a continuación
(art. 2). Estos pasajes señalan que cualquiera puede reclamar sobre la base de
los derechos humanos, independientemente de factores tales como su lugar en
la sociedad o el código moral específico de su sociedad; los derechos humanos
son universales en su aplicación. Sin embargo, derechos que son universales en
su aplicación no necesitan ser «generales» en el sentido de H a r t . La idea de un
derecho general involucra además otra tesis relacionada con la justificación de
los derechos humanos. Ésta sostiene que los derechos humanos deben generar

34 Por ejemplo, J ones, 1994: 81; O rend, 2002: 91.


35 Véase v. g. H art, 1982: 162-193.
TEORÍAS NATURALISTAS 103

razones para la acción cuya fuerza no dependa de aspectos de las personas


vinculados con sus relaciones y transacciones contingentes.
Visto de este modo, al argumentar que un derecho le pertenece a las perso­
nas «como tales» no será suficiente afirmar que este derecho protege un interés
que se podría esperar que importe a cualquier persona razonable; el costo de
respetar el interés podría ser demasiado grande o podría haber algo diferente
que un agente prospectivo podría hacer. Por lo tanto existe una pregunta adicio­
nal referida a por qué un agente que está en posición de respetar o proteger el
derecho debería hacerlo. Aquí la fuerza de la expresión «como tal», interpreta­
da bajo la luz de la distinción de H a r t , es más limitante. Ya que si un agente no
se encuentra en una relación especial con un demandante y no es parte en algu­
na transacción que podría servir como base del derecho, puede que no exista
una razón suficiente para respetarlo. Esto podría ser cierto aun cuando el interés
protegido por el derecho sea importante, ya que el coste de oportunidad de
respetar el derecho podría también ser alto. Consideremos, por ejemplo, el de­
recho a un estándar de vida adecuado. No es difícil indicar por qué la satisfac­
ción de este derecho debería importarle al beneficiario, pero una explicación
informativa del derecho también nos tendría que indicar de dónde deberían
provenir los recursos para satisfacerlo y por qué alguien debería verse a sí mis­
mo como teniendo una razón para proveerlos. Las respuestas más verosímiles
a estas preguntas pueden implicar consideraciones sobre las relaciones sociales
—potenciales o actuales— que existen entre las personas. Es por ello que, en el
caso doméstico, preguntas análogas a las planteadas tienen lugar en el discurso
sobre la justicia social. Si interpretamos la idea de que un derecho le pertenece
a las personas «como tales» como si esto implicara que el derecho es un «dere­
cho general», entonces estas consideraciones son excluidas desde el comienzo.
Alguien podría preguntarse por qué no deberíamos pensar que un derecho
general a la libertad sería compatible con un discurso internacional equiparable
al discurso sobre la justicia social. Tal vez, la estructura de las relaciones glo­
bales —incluidas las distintas instituciones para la promoción del comercio y
el desarrollo— constituye el tipo de estructura a la cual es apropiado aplicar
exigencias análogas a las de la justicia social. Esta línea de pensamiento con­
duce a una forma de cosmopolitismo. Sin embargo, no es de ayuda para la
concepción de los derechos humanos que estamos considerando. Esta concep­
ción interpreta a los derechos humanos como «generales» en el sentido de
H a r t , mientras que cualquier derecho que se tomara justificable de acuerdo a
la teoría cosmopolita sería «especial». Es una cuestión contingente si las obli­
gaciones correspondientes a estos derechos tienen o no alcance global. No po­
dría decirse que los derechos le pertenecen a las personas «como tales» y, por
lo tanto, no podrían contar como derechos humanos.
El efecto deflacionario de identificar a los derechos humanos con los dere­
chos generales debería hacer que nos cuestionemos si debemos hacer esta
104 CHARLES R. BEITZ

identificación. Sugeriré dos razones en contra de esta idea, aunque en un senti­


do estricto, sólo la segunda es una razón para abandonarla por completo. Pri­
mero, la posición subyacente acerca de los fundamentos de los derechos gene­
rales podría parecer que descarta sin argumentos la posibilidad de que podamos
tener derechos generales basados en otras consideraciones diferentes al valor
de la libertad. Pero eso parece implausible. Consideremos, por ejemplo, la
afirmación de L o c k e señalando que aquellos con «necesidades apremiantes» y
sin otros medios para satisfacerlas tienen un «derecho a los excedentes» de los
bienes de otros. Aunque L o c k e podría haber sostenido que tal derecho está
fundado en consideraciones vinculadas con la libertad del demandante, no lo
hizo. En cambio, apela directamente a la urgencia de las necesidades de subsis­
tencia para explicar el fundamento del derecho que una persona empobrecida
tiene sobre «los bienes que otro tiene en abundancia» hasta el monto requerido
para que sus necesidades estuviesen satisfechas ( L o c k e , 1690: i.42)36. Quizás
existen razones para oponerse a la conclusión de L o c k e , pero la apelación a
consideraciones de necesidad para justificar un derecho general no parece ina­
propiada de un modo obvio. Si esto es correcto, entonces H a r t fue sensato al
sostener que existe «al menos» un derecho general, porque puede que existan
más. Sin embargo, aquellos que identifican a los derechos humanos con dere­
chos generales, a menudo no consideran esta posibilidad.
La segunda razón para dudar es la siguiente. Aquellos cuya concepción
sobre los derechos humanos ha sido influenciada por la distinción de H a r t han
supuesto, casi siempre sin argumentos, que cualquier derecho del que pueda
decirse, de modo apropiado, que pertenece a los seres humanos «como tales»
debe ser «natural» en el sentido de H a r t . Las razones para contribuir a su satis­
facción derivan de consideraciones humanitarias independientes de las relacio­
nes sociales de las personas. Sin embargo no es para nada obvio que estemos
obligados a realizar tal suposición. Lo que está claro es que se supone que los
derechos humanos son «universales» en el sentido de que son reivindicables
por casi cualquier persona. Un derecho podría ser universal en este sentido y
aun así la obligación de contribuir a su satisfacción podría no estar fundada en
consideraciones humanitarias independientes de las relaciones sociales de las
personas. Como he sugerido, algunos derechos humanos (en particular, algu­
nos derechos «económicos») podrían, en cambio, ser considerados como una
categoría de «derechos especiales», por ejemplo, derechos que surgen del he­
cho de ser miembro de una sociedad doméstica o de las relaciones de las per­
sonas en tanto participantes en una economía política global. O también podrían
ser interpretados como conclusiones políticas, que surgen en el nivel interme­
dio de un razonamiento práctico y que derivan de un conjunto de consideracio­
nes éticas, incluyendo consideraciones de humanidad, de reciprocidad y tal vez

36 La idea de que aquellos que se encuentran en estado de necesidad extrema tienen derecho a los exce­
dentes de los bienes de otros es familiar dentro de la tradición del derecho natural y se remonta al menos
hasta los glosadores. Véase T ierney, 1997: 69-76.
TEORIAS NATURALISTAS 105

de compensación. Tales derechos todavía podrían ser reclamados por casi


cualquier persona. De hecho, ellos podrían pertenecerle a los seres humanos
«como tales» desde el punto de vista más estricto que ellos derivan de un dere­
cho más abstracto a ser miembro de una sociedad, membresía en la cual se
fundan los derechos humanos, o a participar en una economía política global
cuyos participantes tienen reclamos de justicia entre sí. Por el momento pode­
mos considerar estas posibilidades como especulativas (retomaré algunas de
ellas en el apdo. VII. 1). El aspecto que ahora nos interesa es que la identifica­
ción de los derechos humanos con los derechos generales excluye estas posibi­
lidades sin argumento y, parece, de manera arbitraria. Si algunos derechos hu­
manos internacionales no pueden ser presentados como derechos generales en
el sentido restringido propuesto por H a r t , entonces ¿por qué tomar esto como
una razón para reducir la lista de derechos internacionales? ¿Por qué no decir
que la concepción de los derechos humanos como derechos generales está, en
este sentido, simplemente fuera de lugar?
Para concluir: estas reflexiones no equivalen a una refutación de las teorías
naturalistas. El objetivo es llevar adelante dos tareas más modestas. La primera
es mostrar que las inferencias extraídas de las concepciones naturalistas sobre
los contenidos y los fundamentos de los derechos humanos internacionales son
posiciones normativas que exigen una defensa; es un error considerarlas analí­
ticas. La segunda tarea es generar dudas acerca de la relevancia de tal ejercicio
defensivo para enfrentar los principales dilemas sobre los derechos humanos
internacionales. Estos problemas pertenecen a una práctica política y social en
desarrollo que es, en un sentido importante, históricamente novedosa. Desde el
comienzo se buscó proponer bases comunes para la acción política, para perso­
nas situadas en culturas con tradiciones morales y valores políticos diferentes.
Fue acordado explícitamente por quienes elaboraron el proyecto de los dere­
chos humanos, como una cuestión general, que la doctrina internacional no
debía incluir su propia justificación, y en particular que no debía presuponer
que los derechos humanos sean «naturales». Es un error identificar los objetos
de interés con objetos que se originan en algún proyecto teórico cuya concep­
ción y motivación difieren de las que posee la práctica contemporánea.
CAPÍTULO IV
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS

Mientras que las teorías naturalistas surgen, típicamente, de la reflexión


acerca de lo que es común en la naturaleza y en las circunstancias de la vida
humana, las teorías que ahora examinaremos surgen, más a menudo, de la re­
flexión acerca de la diversidad social y jurídica. Estas teorías conceptualizan
los derechos humanos como estándares que son o podrían ser objeto de un
acuerdo entre los miembros de culturas cuyos valores morales y políticos son
diferentes en diversos aspectos. Según una cierta formulación, los derechos
humanos son «la expresión de un conjunto de importantes expectativas mora­
les superpuestas de cuya satisfacción las diferentes culturas se responsabilizan
y responsabilizan a las otras» (Twiss, 1998: 31). Según otra formulación, son
«aspectos comunes [a] los ideales de todas las culturas» ( R e n t e l n , 1990: 13 9)1.
Las «concepciones contractualistas» tienden a encontrarse más a menudo en
las discusiones de ciencias sociales que en las discusiones filosóficas sobre los
derechos humanos (aunque la idea básica es bien conocida en filosofía políti­
ca). Sin embargo, su influencia es más amplia porque estas concepciones repre­
sentan una interpretación natural de la idea de que los derechos humanos son
cuestiones por las que todos tenemos una común preocupación.
Al igual que las ideas tradicionales de ius gentium y de ius naturale, la idea
de los derechos humanos como objetos de un acuerdo intercultural puede pare­
cer que tiene un parentesco cercano con las concepciones naturalistas. Si, por
ejemplo, pensáramos en los derechos humanos como protecciones de intereses
compartidos por todos los seres humanos en virtud de aspectos comunes de sus
naturalezas, entonces difícilmente debería sorprendemos que la importancia de

1 Previamente, R enteln (1990: 71) describe a los derechos humanos como «universales transcultura­
les» que se puede demostrar que son «compartidos por todas las culturas en el mundo».
108 CHARLES R. BEITZ

estos valores fuera reconocida y afirmada por todos los códigos de moralidad
social, o al menos por aquellos que cuentan con un número significativo de
adherentes. No obstante, la idea de tratar las concepciones naturalistas y con-
tractualistas como si fuesen idénticas debe evitarse: las mismas expresan posi­
ciones diametralmente opuestas sobre la autoridad normativa de los derechos
humanos. Las teorías naturalistas apelan a lo que consideran un orden de valo­
res morales cuyas exigencias se aplican con total independencia de que sean
aceptados por alguna sociedad o cultura en particular, o a fortiori, por la socie­
dad internacional. Los derechos humanos de la doctrina internacional son inter­
pretados como un intento de incorporar en la práctica política y legal interna­
cional los valores de este orden normativo independiente, que es la fuente de su
autoridad (moral). Por el contrario, según las concepciones contractualistas, el
hecho de que los derechos humanos sean en cierta forma comunes a los códigos
morales de las sociedades del mundo es en sí mismo la fuente de su autoridad.
Es posible, por supuesto, que las exigencias normativas de la teoría naturalista
mejor justificada y las exigencias normativas de la teoría contractualista mejor
justificada pudiesen coincidir. Sin embargo, una coincidencia de este tipo sería
una cuestión contingente que exigiría alguna explicación.
Al igual que las posiciones naturalistas, las concepciones contractualistas
pueden conducir al escepticismo sobre los derechos humanos internacionales.
Nadie que tome seriamente el contenido de los principales instrumentos de
derechos humanos internacionales podría considerar que éstos enuncian una
doctrina que es compatible con todos los principales códigos morales del mun­
do tal como ellos son comprendidos y practicados por muchos de sus adheren­
tes. A menudo esto se sostiene en relación con los derechos humanos de la
mujer y los derechos del niño, pero lo señalado no se limita a estas proteccio­
nes. Menos aún podemos considerar a la doctrina internacional como de algún
modo efectivamente incluida en las morales sociales actualmente existentes.
La doctrina de los derechos humanos tal como está formulada en los más im­
portantes instrumentos internacionales no representa una posición política o
culturalmente sincretista o ecuménica. Por esta razón, quienes se adhieren a las
posiciones contractualistas sentirán la necesidad de distinguir entre derechos
humanos genuinos, los cuales caen dentro del área de superposición actual o
posible y los valores que quedan fuera de dicha área. Aquí, como antes, la
cuestión es por qué deberíamos adoptar la idea subyacente como base para
concebir a los derechos humanos.1

1. «NÚCLEO COMÚN» Y «CONSENSO SUPERPUESTO»

La idea de que los derechos humanos expresan un acuerdo intercultural


puede entenderse de diversas maneras. Aquí distinguiré dos de ellas a las cuales
me refiero como las ideas de «núcleo común» y «consenso superpuesto». Lúe-
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 109

go analizo una tercera idea, a la que me refiero como «convergencia progresi­


va». Mi objetivo es describir estas ideas y examinar las razones por las cuales
las personas se han sentido atraídas a tomarlas como base para concebir a los
derechos humanos.
Una posibilidad es sugerida por la distinción que realiza Michael W a l z e r
entre morales «tenues» y «densas». W a l z e r especula que una comparación de
códigos de moral social podría generar «un conjunto de estándares al que todas
las sociedades pueden estar sujetas —preceptos negativos, con total certeza,
reglas contra el asesinato, el engaño, la tortura, la opresión y la tiranía»—. Es­
tos estándares constituirían «una moral mínima» ( W a l z e r , 1994: 9-10). Aun­
que Walzer no realiza la conexión, esta idea, en sí misma, nos conduce a una
concepción de los derechos humanos. Como señala R. J. V i n c e n t , de acuerdo
con una posición de este tipo los derechos humanos constituirían un «núcleo de
derechos básicos que es común a todas las culturas a pesar de sus teorías apa­
rentemente divergentes». Éstos serían un «mínimo común denominador» ( V i n -
c e n t , 1986: 48-49)2.

La metáfora del «núcleo común» es usualmente presentada como una ex­


plicación de la naturaleza de los derechos humanos, pero tiene implicaciones
obvias en relación con cuestiones normativas referidas a su contenido y a su
alcance. Por ejemplo, los derechos que requieren formas políticas democráti­
cas, tolerancia religiosa, igualdad jurídica para la mujer y libertad para elegir
con quien casarse serían excluidos ya que, como cuestión empírica, estas pro­
tecciones no están presentes en todos los principales sistemas morales del
mundo3. Otros derechos podrían ser excluidos si fuesen entendidos como gene­
radores de ciertos tipos de deberes; si se pensase que, por ejemplo, el derecho
a tener un estándar elevado de salud física o mental implica que cada sociedad
tiene la obligación de asegurar el acceso de todos al cuidado de la salud, enton­
ces la existencia de desacuerdos con respecto a la extensión de las responsabi­
lidades distributivas más allá de las familias o comunidades locales podría
también excluir a este derecho4. Adoptar la idea de los derechos humanos como
un núcleo común tendría la consecuencia normativa de excluir una parte sus­
tancial del contenido de la doctrina de los derechos humanos contemporánea.
Por lo tanto, uno podría verse inclinado a pensar que esta interpretación del
contractualismo depende excesivamente de la metáfora de un «núcleo» de de­
rechos que son comunes a las principales morales convencionales del mundo.
Tal vez esto sea demasiado restrictivo —después de todo la idea de un derecho

2 Esta es la descripción que V incent ofrece de una posición que él mismo no suscribe.
3 Por ejemplo, al escribir sobre la mutilación genital femenina, R enteln (1990: 58) remarca: «Que
muchas mujeres en la sociedad perpetúen esta costumbre es un hecho que debe enfrentarse directamente. La
presuposición de universalidad no puede alterar la realidad de que la práctica es aceptada como moral por los
miembros de la cultura».
4 P ara este ejem plo, véase W alzer, 1994:28-29.
110 CHARLES R. BEITZ

es, en sí misma, culturalmente específica— . Por ende, uno podría optar por una
concepción más elaborada, la cual ve a los derechos humanos como si fueran
parte de un «consenso superpuesto» entre morales políticas. Una posición se­
mejante tendría dos elementos esenciales. El primero es una distinción entre
los derechos humanos, concebidos como un conjunto de normas globales co­
munes adoptadas para determinados propósitos políticos, y el diverso espectro
de perspectivas o doctrinas morales, filosóficas y religiosas que se encuentran
entre las culturas del mundo. El segundo es la hipótesis de que, dada una cierta
interpretación de los propósitos de las normas globales, sería razonable para
quienes se adhieren a cualquier cultura aceptar estas normas a partir de sus
propias doctrinas religiosas, filosóficas y morales. En esta posición, no es nece­
sario concebir a los derechos humanos «universales» como parte de un núcleo
común en el sentido de que son de hecho reconocidos por todas las morales
convencionales, o que están contenidos en ellas. En cambio, pensamos en ellos
como normas para la vida política global a las cuales se puede llegar partiendo
desde diversas posiciones fúndacionales que es posible que sean incompatibles
entre sí5.
Para evitar malentendidos, debemos señalar que, aunque la fuente de la
noción de consenso superpuesto es John R a w l s , él no la utiliza para describir
los derechos humanos; la idea de que los derechos humanos existen dentro de
un «consenso superpuesto» es una contribución al debate realizada por otros
escritores6 (volveremos a la posición de R a w l s sobre la naturaleza de los dere­
chos humanos en el próximo capítulo). Más aún, como es a menudo señalado,
esta idea utiliza la noción de «consenso superpuesto» de una manera que difie­
re de la que encontramos en la concepción de la justicia en las sociedades do­
mésticas elaborada por R a w l s . Existen al menos dos diferencias importantes.
Primero, R a w l s describe una concepción política de justicia como aquella que
concita el apoyo de «doctrinas comprehensivas» razonables, no necesariamen­
te de todas las doctrinas comprehensivas que existen en una sociedad. La idea
acerca de los derechos humanos que nos concierne aquí, sin embargo, no está
limitada en ese sentido. La idea es que debería verse a los derechos humanos
como sustentados en un consenso superpuesto de todas las «doctrinas compre­
hensivas» existentes, o bien por todas aquellas que poseen un número signifi­
cativo de adherentes y persisten a través del tiempo. Una segunda diferencia,
más fundamental, es que en la concepción de R a w l s , el consenso superpuesto
no desempeña directamente un papel justificador. El hecho de que los princi­
pios de justicia se encuentren dentro de un consenso superpuesto no es, por sí
mismo, una razón para aceptarlos. De igual modo, los contornos de un posible

5 Por ejemplo, Rex M artin (1993: 75) describe a los derechos humanos como principios que «serían
considerados razonables por personas en distintos tiempos o en diferentes culturas. Y tales principios, tam­
bién transculturalmente, se pensaría que están conectados [...] con un amplio espectro de distintas morales
convencionales».
6 E. g„ N ussbaum, 1997: 286, y T aylor, 1999: 124.
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 111

consenso superpuesto no determinan el contenido de los principios aceptables.


En la explicación de R a w l s , el consenso superpuesto pretende solucionar
un problema distinto —el problema de la estabilidad de una concepción políti­
ca de justicia en un Estado democrático liberal bien ordenado (R a w l s , 1996:
conf. IV)— . Por el contrario, lo que nos ocupa aquí es la idea de que el conte­
nido de un posible consenso superpuesto entre doctrinas morales y religiosas
determina y otorga autoridad a una doctrina de los derechos humanos. Esta idea
evidentemente ha sido ampliamente explorada y es digna de consideración, sin
embargo debería recordarse que no es una idea de R a w l s .
¿Qué podríamos esperar que señalase sobre el alcance de los derechos hu­
manos una concepción semejante? Probablemente esta concepción sería más
permisiva que la idea del «núcleo común», pero todavía sería más restrictiva
que la actual doctrina internacional. Para estar seguros de esto, por supuesto,
necesitaríamos una explicación detallada de la manera en que el acuerdo es
restringido por su compromiso con los códigos morales de diversas culturas.
Consideraremos algunas dificultades más adelante. Por el momento, tomemos
como un componente necesario de cualquier explicación semejante que no se­
ría razonable esperar que un miembro de una cultura esté de acuerdo con una
norma global si su cumplimiento fuera incompatible con principios de conduc­
ta ampliamente aceptados dentro de su cultura. Si esto es correcto, entonces,
para retomar nuestros ejemplos anteriores, parece poco probable que una posi­
ción basada en la idea de «consenso superpuesto» pudiera ser más exitosa que
una posición basada en la idea de núcleo común para dar cuenta de derechos
tan evidentemente controvertidos como los referidos a la libertad de culto, a las
instituciones políticas democráticas, o la igualdad jurídica de la mujer. Por su­
puesto que si tuviésemos razones independientes para aceptar esta teoría como
una explicación dotada de autoridad sobre los derechos humanos internaciona­
les esto no sería necesariamente una objeción en contra de las teorías contrac-
tualistas. Sin embargo no está claro que tengamos esas razones.

2. EL ATRACTIVO DE LAS CONCEPCIONES CONTRACTUALISTAS

A pesar de la insuficiencia normativa, muchas personas se han visto atraí­


das por una concepción contractualista de los derechos humanos. Otros, aunque
no han adoptado una posición como ésta respecto a la naturaleza de los dere­
chos humanos, como una cuestión normativa, han sostenido que los valores
que no pueden incluirse dentro del alcance de un posible acuerdo intercultural
deberían excluirse de la lista de derechos humanos reconocidos internacional-
mente7. La pregunta que desearía plantear se refiere al atractivo de las concep­
ciones contractualistas sea que se las sostenga como posiciones acerca de la

7 Por ejemplo, I gnatieff, 2001: 56.


112 CHARLES R. BE1TZ

naturaleza de los derechos humanos o como elementos de una posición acerca


de los factores determinantes de su contenido normativo. ¿Por qué alguien en­
contraría esta concepción atractiva?
Formulo esta pregunta porque hay una razón prima facie obvia para recha­
zar este tipo de posiciones. Se supone que los derechos humanos son estándares
críticos: se supone que proporcionan fundamentos para criticar las instituciones
existentes y las creencias convencionales, y para justificar los esfuerzos dirigi­
dos a cambiarlas o revisarlas. Limitar el contenido de la doctrina de los dere­
chos humanos a normas que son o que podrían ser acordadas entre las culturas
morales del mundo amenaza con privar a los derechos humanos de su potencial
crítico. Por supuesto que puede ser cierto que los gobiernos no siempre cum­
plan con los valores políticos de sus propias culturas, por lo que es probable
que haya lugar para la crítica incluso si los derechos humanos se limitan a
aquellos derechos con los que todas las culturas pueden estar de acuerdo. Sin
embargo, esto no resuelve el problema, sólo lo traslada. Consideremos un
ejemplo extremo, pero que no es nuevo. Supongamos que existiera una socie­
dad con una cultura política racista en la cual el código moral que prevalece
aprobara la esterilización forzada de miembros de una minoría racial como
medio de control poblacional. Si aceptáramos una concepción contractualista,
deberíamos eliminar de la lista de derechos humanos genuinos el derecho con­
tra el genocidio porque no sería parte de la concepción racista, ni sería consis­
tente con ella, y por lo tanto no sería parte de un posible acuerdo intercultural.
Pero seguramente nos resistiríamos a hacer eso; diríamos que el código moral
de una sociedad racista es deficiente porque se equivoca al no reconocer la
maldad del genocidio y que esta equivocación es irrelevante frente a la pregun­
ta de si existe un derecho humano en contra de él. De hecho, parece que el
propósito central de los derechos humanos es formular y posibilitar precisa­
mente este tipo de críticas. La objeción sostiene que no puede ser correcta una
teoría que no puede dar cuenta de esto. El fundamento de nuestra creencia en la
existencia de un derecho humano en contra del genocidio no tiene que ver con
el hecho de que las personas acuerdan que esto es así, sino con la naturaleza y
consecuencias del genocidio mismo. Las teorías contractualistas parecen inver­
tir la relación entre acuerdo y justificación.
¿Entonces, por qué alguien se sentiría atraído por la idea de que los dere­
chos humanos deberían ser concebidos como objetos de un acuerdo intercultu­
ral? Ele aquí una razón que construyo a partir de algunos comentarios de Ber-
nard W il l ia m s (2006: 62-64)8. Digamos que un régimen es legítimo si la mayor
parte de la población obedece el derecho por la creencia de que está obligada a
hacerlo en vez de (solamente) por temor al castigo. En este sentido mínimo,
podría decirse que un régimen legítimo es un esquema de cooperación social en
lugar de ser meramente un sistema de comportamiento coordinado sostenido

Agradezco a Mathias R isse por enfatizar el atractivo de este tipo posición.


TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 113

por la fuerza9. Sabemos por la experiencia histórica que muchos tipos distintos
de regímenes pueden ser legítimos en este sentido. Aun así, pueden existir
ciertas condiciones que cualquier régimen debe satisfacer para que su propio
pueblo lo considere lo suficientemente legítimo como para motivar la obedien­
cia voluntaria de sus leyes. W il l ia m s brinda diversos ejemplos: el régimen no
debe torturar o ejecutar a su población, debe abstenerse de una vigilancia gene­
ralizada, debe respetar la libertad religiosa. Ahora digamos que las normas
públicas que exigen a los regímenes abstenerse de estas formas de conducta
son derechos humanos: ellos estipulan condiciones mínimas para la legitima­
ción de un régimen político, esto es, sirven para distinguir entre esquemas
de cooperación social y sistemas de coordinación sostenidos coercitivamente.
El consenso entre un conjunto de sociedades relativamente estables sirve para
confirmar que los derechos que identificamos como «humanos» son, de hecho,
condiciones para la legitimación, y que nuestra confianza en que poseen este
estatus no se ve distorsionada por nuestra experiencia de vivir en una clase de
sociedad en lugar de otra, con una clase de instituciones en lugar de otras10.
A primera vista, las posiciones de esta clase general poseen algunos rasgos
atractivos. Ellas son tolerantes respecto de las variaciones en las creencias so­
bre la legitimidad política relacionadas con las diferencias culturales, y tal vez
religiosas, e incluyen una atractiva modestia sobre la capacidad de las perdonas
ajenas a una cultura para captar y entender las creencias normativas de los
miembros de las culturas con las cuales no están familiarizadas. Aun así, esta
clase de posición no suministra demasiado respaldo a una teoría contractualista
de los derechos humanos. Recordemos que las teorías contractualistas tratan al
hecho de que exista o pueda existir acuerdo intercultural como un criterio para
identificar los auténticos derechos humanos y también como el fundamento
para explicar su normatividad. Ahora, de acuerdo con la posición que sostiene
que los derechos humanos son condiciones para la legitimación, una cosa es
cierta con respecto a la naturaleza de estas condiciones. La importancia del
acuerdo reside en que ayuda a identificar las condiciones o a confirmar las hi­
pótesis, derivadas de otro modo, acerca de cuáles son estas condiciones. El
acuerdo no da cuenta, por sí mismo, ni de la autoridad de los derechos humanos
ni de cuál es su contenido adecuado: las preguntas sobre estos temas deben
remitirse a la premisa de la posición en cuestión, la cual identifica a los dere­
chos humanos con condiciones de legitimación.
Tal vez, sin embargo, la importancia del acuerdo reside, no al nivel de la
identificación de cada derecho humano en particular, sino, en cambio, a un ni­

9 Para la distinción entre coordinación y cooperación social, véase R awls, 2001: 6.


10 Con respecto a los «derechos humanos más básicos», Williams cita con aprobación el Canon Vicenti-
no, «quod ubique, qaod semper, quod ab ómnibus creditnm est» (aquello que ha sido creído en cualquier
lugar, siempre, por todas las personas) (W illiams, 2006: 63) (él invierte la primera y segunda frase). En la
aplicación de este principio dentro de la doctrina de la Iglesia católica romana, la extensión de «ab ómnibus»
ha sido problemática. Esto no es menos problemático en relación con los derechos humanos.
114 CHARLES R. BEITZ

vel más básico, esto es, al nivel de la descripción de su carácter general. W i­


(2006: 62) escribe que «[n]osotros tenemos una buena idea de lo que
l l ia m s

son los derechos humanos». ¿Existe acuerdo en que los derechos humanos son
condiciones mínimas para la legitimación? La respuesta depende de cómo en­
tendamos el alcance de tal acuerdo. ¿Quién es el «nosotros» que acuerda sobre
la naturaleza de los derechos humanos? La referencia podría ser a los filósofos
interesados en los derechos humanos, a los participantes en la empresa de los
derechos humanos internacionales o, tal vez, a aquellos que apoyan alguna
posición popular ampliamente sostenida de los derechos humanos. Pero parece
evidente que ninguna de estas interpretaciones sobre el alcance del acuerdo
sirve para ratificar la posición de las condiciones para la legitimación. La posi­
ción es incompatible con otras posiciones filosóficas disponibles (considere­
mos, por ejemplo, las posiciones descritas en el último capítulo); ésta descarta­
ría gran parte de la doctrina internacional contemporánea por ser demasiado
ambiciosa (como ilustra la crítica de Williams a los llamados «derechos positi­
vos»); y si, de hecho, la posición se asemeja a una concepción popular de los
derechos humanos, se trata sólo de una entre diversas concepciones en conflic­
to. No parece que pueda decirse de manera plausible que la premisa de la posi­
ción sea el objeto de un acuerdo lo suficientemente extendido como para tener
un estatus normativo. Por supuesto que esto no excluye la posibilidad de que
existan consideraciones morales sustantivas que cuenten a favor de la posición
de las condiciones para la legitimación. Todo lo que pretendo decir aquí es que,
sean cuales sean estas consideraciones, éstas no consisten en una apelación al
hecho de que exista o pueda existir acuerdo, ya sea sobre los contenidos de los
derechos humanos o sobre sus objetivos y su carácter general".
Una explicación diferente del atractivo de una concepción contractualista
hunde sus raíces en consideraciones pragmáticas. Como sostiene Abdullahi An-
N a ’im, la doctrina internacional de los derechos humanos debe ser ampliamente
considerada como aceptable si pretende suscitar el apoyo voluntario de gobier­
nos y otros agentes. «[A] menos que las personas acepten estos derechos como
vinculantes a partir de sus propios puntos de vista culturales, religiosos y/o filo­
sóficos, ellos de hecho no cumplirán voluntariamente, ni exigirán que sus go­
biernos respeten y promuevan los derechos humanos en el funcionamiento ofi­
cial del Estado» (An-Na ’im, 1999: 315). Si los derechos humanos son objetos
de acuerdo intercultural, entonces la mayoría de las personas los aceptarán,
de hecho, como vinculantes «a partir de sus propios [...] puntos de vista». Este
hecho contribuye a la estabilidad de la práctica. Por otro lado, si los derechos
humanos no pueden considerarse como protectores de valores que caen dentro
del alcance de un posible acuerdo, es improbable, entonces, que la práctica lo­
gre el compromiso y el apoyo que necesita para ser prácticamente efectiva1112.

11 Dejo de lado la cuestión de si los ejemplos de W illiams enuncian condiciones que puede plausible­
mente decirse poseen la universalidad que requiere esta explicación de la legitimación.
12 Para cotejar posiciones similares, véanse I gnatieff, 2001: 55-56, y J ones, 2001: 30.
TEORÍAS CONTRACTOALISTAS 115

Este razonamiento afirma la existencia de una relación entre la amplia


aceptación y la efectividad política. Sin embargo, pensándolo bien, es muy
poco claro que la relación sea directa. Concedamos, a los fines del argumento,
que existe un núcleo de derechos humanos que pueden, de manera apropiada,
considerarse como objetos de un acuerdo intercultural. Ahora imaginemos dos
regímenes alternativos de derechos humanos, uno en el que la doctrina pública
de los derechos humanos está limitada a este núcleo de derechos, y el otro en
el que la doctrina pública es más extensa (tal vez semejante a la doctrina de los
derechos humanos tal como la encontramos en la actualidad). La efectividad
de un régimen de derechos humanos depende de su éxito en mejorar el respeto
por los derechos humanos. Si para comparar nos circunscribimos sólo a los
derechos que se encuentran en el núcleo ¿por qué deberíamos esperar que el
respeto hacia estos derechos fuera mayor en el primer régimen imaginario que
en el segundo? Tal vez alguien pueda conjeturar que la percepción pública
generalizada de que los derechos humanos son asuntos de acuerdo intercultu­
ral proveería una motivación para defenderlos. Pero esto parece implausible;
¿por qué debería la percepción del acuerdo, en lugar del reconocimiento de la
importancia que tienen los intereses protegidos por los derechos humanos,
motivar el compromiso con ellos? Vale la pena observar que las principales
razones de la falta de efectividad de los elementos centrales del sistema de
derechos humanos en la actualidad no parecen estar relacionadas con una falta
de acuerdo sobre el contenido de los derechos humanos. La comunidad inter­
nacional, por ejemplo, ha sido notablemente renuente a actuar de manera
contundente en los casos en que el genocidio ha sido una amenaza inminente,
sin embargo, esta omisión no parece ser el resultado de una sospecha más o
menos general respecto a que la doctrina de los derechos humanos va más allá
de lo que, razonablemente, puede considerarse como parte de un acuerdo in­
tercultural. La ausencia de voluntad política necesita una explicación diferente.
Lo que está claro es que la amplia aceptación no es una condición suficiente
para la eficacia.

Por supuesto, la aceptación podría ser, al menos, necesaria. Pero esto tam­
poco parece ser cierto. Consideremos el caso de la Declaración de Helsinki
(1975), por la cual la Unión Soviética se comprometió a respetar los derechos
humanos a cambio del reconocimiento internacional de las fronteras de pos­
guerra en Europa del Este. En la época en que la declaración fue acordada, no
podría haberse dicho que existía un amplio acuerdo intercultural (específica­
mente no en la Unión Soviética) sobre el contenido e importancia de derechos
humanos tales como la libertad de culto, la libertad de asociación, y las liberta­
des políticas. Aun así (para sorpresa de sus redactores) las disposiciones de
derechos humanos de la declaración dieron fuerza y legitimaron el disenso
político en el bloque del Este y contribuyeron a la eventual disolución de
la autoridad soviética ( T h o m a s , 2001: cap. 5). Quizás precisamente cuando la
importancia de ciertos derechos en particular es una cuestión controvertida
116 CHARLES R. BEITZ

dentro de una cultura, su incorporación a la práctica de la doctrina pública de


los derechos humanos pueda ser políticamente significativa.
Aun si fuera cierto que una falta de acuerdo sobre el contenido de los dere­
chos humanos es una amenaza a la eficacia del régimen, confinar el contenido
de la doctrina de derechos humanos a los objetos de un posible acuerdo inter­
cultural, tomando a las culturas como son, no es la única solución imaginable.
Los códigos morales sociales pueden cambiar en respuesta a su propia dinámica
crítica interna y a fúerzas en el entorno social, económico y cultural. An-Na ’im
reconoce esto cuando describe a los derechos humanos «como un proyecto que
debe ser llevado adelante en todos lados» (A n-Na ’im, 1999: 318) (cursiva origi­
nal). Según su posición, se podría alcanzar un «consenso superpuesto» sobre los
derechos humanos no sólo a través de una modificación del contenido de la
doctrina de los derechos humanos, sino también como resultado de un cambio
progresivo en el seno de las culturas morales del mundo — a través de «la socia­
lización de los niños y el desarrollo de las instituciones sociales y políticas
acordes con el ethos de los derechos humanos» (An-Na ’im, 1999: 314-315)— .
Si un cambio de este tipo es una genuina posibilidad histórica, entonces uno
puede reconocer que el acuerdo intercultural sobre los derechos humanos es un
hecho deseable, ya que mejora el cumplimiento sin que por eso haya que acep­
tar que el contenido de una doctrina de los derechos humanos debería estar
confinada a lo que puede ser acordado entre las culturas morales del mundo, tal
como las encontramos. Este hecho conduce a una revisión de la idea a la cual
me referiré en el siguiente apartado. Por el momento, la conclusión es que las
preocupaciones pragmáticas no ofrecen razones de peso para adoptar una con­
cepción contractualista en ninguna de las formas discutidas hasta ahora.
Una tercera razón más sustancial que explica lo atractivas que son las con­
cepciones contractualistas es mejor interpretada como una reacción frente a las
teorías naturalistas. Ya que las teorías naturalistas típicamente proceden de una
concepción normativa de las necesidades humanas o del bien humano, éstas
pueden dar origen a la preocupación de que los derechos humanos son de una
u otra forma limitadamente locales —un intento de universalizar valores que se
originaron en algunas culturas pero que no son compartidos por otras— . El
enunciado canónico de esta preocupación se encuentra en la Declaración de
Derechos Elumanos del Comité Ejecutivo de la AAA (Asociación Americana
de Antropología) de 1947. La declaración se preguntaba cómo la Declaración
Universal de Derechos Elumanos, que hasta entonces aún era una propuesta,
podía «ser aplicable a todos los seres humanos, y no ser una declaración de
derechos concebidos sólo en términos de los valores predominantes en los
países de Europa Occidental y Estados Unidos» ( A m e r ic a n A n t h r o p o l o g ic a l
A s s o c ia t io n , E x e c u t iv e B o a r d , 1947: 539)13. Se pensaba que esta cuestión

13 Mark G oodale (2006: 25) escribe que, con esta declaración, «la antropología empezó a tratar con los
derechos humanos con el pie izquierdo». Desde entonces los antropólogos han abrazado los derechos huma-
TEORÍAS CONTRACTOALISTAS 117

presentaba un problema porque los «estándares y valores» que se aplican a una


cultura «son relativos a la cultura de la cual derivan». Una concepción justifi­
cable de «estándares mundiales de libertad y justicia» deberían (¿por lo tanto?)
estar basada en «el derecho de los hombres a vivir según los términos de sus
propias tradiciones» (ibid: 542, 543).
La declaración, en realidad, no propone una concepción contractualista de
los derechos humanos, sin embargo su respaldo a la idea de que el respeto por
la libertad humana exige deferencia a formas de valor culturalmente específi­
cas sugiere la siguiente línea de pensamiento. Comenzamos reconociendo el
papel de los derechos humanos como justificadores de la interferencia. La in­
terferencia con el objeto de proteger a las personas dentro de una sociedad
contra su propio gobierno podría parecer paternalista en el sentido de que limi­
ta la libertad de aquellos cuya sociedad fue interferida, en aras de lo que apa­
rentemente es su propio bien. Generalmente consideramos las interferencias
paternalistas en las libertades de las personas como objetables: tal vez como un
insulto a su capacidad autónoma de elección. La interferencia paternalista se
justifica sólo en circunstancias especiales; por ejemplo, cuando los sujetos de
la interferencia son incapaces de elegir por sí mismos y cuando existe una
buena razón para creer que ellos autorizarían tal interferencia si estuvieran en
posición de hacerlo14. Si los derechos humanos protegidos por una interferen­
cia fueran los objetos reales o posibles de un acuerdo que abarcara a la sociedad
en cuestión, entonces los objetivos de la interferencia podrían ser vistos como
los objetivos que los propios afectados aceptarían si ellos estuvieran en posi­
ción de hacer que sus propias creencias morales fuesen las que cuentan para
resolver la intervención. Limitar los derechos humanos al contenido de un po­
sible acuerdo intercultural parece ofrecer la mejor defensa en contra de la ob­
jeción de que la interferencia para defender los derechos humanos es inacepta­
blemente paternalista.
Supongo que algo como lo planteado es la razón más común para adoptar
una concepción contractualista de los derechos humanos. Sin embargo existen
dos dificultades. Primero, el caso paradigmático de la interferencia paternalista
es aquel en el que la libertad de un individuo está limitada sobre la base de que
esa limitación es buena para esa persona. La persona cuya libertad está limita­
da es la persona cuyo bien la interferencia se supone que promueve. Sin embar­
go, en la mayoría de los casos de interés, las interferencias basadas en los dere­

nos como objeto de estudio y como causa, aunque no sin ambigüedad. De acuerdo a la reciente «Declaración
sobre Antropología y Derechos Humanos», la asociación «apoya su enfoque [sobre los derechos humanos]
sobre principios antropológicos de respeto por las diferencias humanas concretas, tanto colectivas como in­
dividuales, en lugar de la uniformidad legal abstracta de la tradición occidental. En términos prácticos, sin
embargo, su definición operante se construye sobre la Declaración Universal de Derechos Humanos» y los
principales pactos y convenciones de derechos humanos. Véase A merican Anthropological A ssociation,
CoMMITTEE ON HUMAN RlGHTS, 1999.
14 J. S. M ill tomó esta posición en On Liberty (1859), esp. cap. 3. Para una discusión, véase G. D wor-
ion, 1972: 64-84.
118 CHARLES R. BEITZ

chos humanos son diferentes: éstas implican limitar la libertad de algunas


personas por el bien de otras. Estas interferencias son percibidas de una mane­
ra más precisa como intentos de prevenir el daño o de asegurar un beneficio
para algunos agentes, quienes se ven amenazados por las acciones u omisiones
de otros —las interferencias son protectoras, no paternalistas— 15. Si la mayoría
de los casos de interferencias basadas en los derechos humanos no son casos de
patemalismo, éstos no son, a fortiori, casos de patemalismo injustificado.
Podría pensarse que, a pesar de la divergencia con los casos paradigmáticos
de patemalismo, las interferencias basadas en derechos humanos, que no son
justificables en términos de valores aceptados o aceptables dentro de la cultura
en donde la interferencia sucede, estarían sujetas a una objeción análoga. Una
interferencia paternalista puede ser objetable si no existe razón suficiente para
creer que su beneficiario elegiría evitar el daño o gozar del beneficio que la
interferencia tiene el objetivo de prevenir o asegurar. Éste podría ser el caso si
el beneficiario no considera el daño como daño o el beneficio como beneficio,
o si el beneficiario no considera que evitar el daño o asegurar el beneficio sea
muy importante. Por ende, continúa el argumento, evitamos una objeción aná­
loga respecto de las interferencias protectoras restringiendo los derechos hu­
manos a valores aceptados o aceptables dentro de cada cultura.
Esto nos conduce a una segunda dificultad. La idea de un acuerdo intercul­
tural depende de la posibilidad de identificar una estructura de creencias mora­
les razonablemente estable e integrada que sea compartida por los miembros de
cada sociedad que es parte del acuerdo16 (las estructuras de creencias difieren
entre sociedades, por supuesto). Ya sea que uno adopte una concepción de
acuerdo intercultural de «núcleo común» o una de «consenso superpuesto»,
estas estructuras de creencias son las que explican el contenido de un acuerdo,
y el hecho de que éstas sean ampliamente compartidas en sus respectivas socie­
dades es lo que explica la autoridad del acuerdo. Para posiciones de este tipo es
fúndamental que estos sistemas de creencias formen estructuras razonablemen­
te estables e integradas. Si una estructura no está integrada internamente —por
ejemplo, si contiene principios inconsistentes o incompatibles, o incluye prin­
cipios abstractos que no son coherentes con preceptos más concretos— enton­
ces cualquier acuerdo que se derive de esta estructura corre el riesgo de ser
inestable. Esto es así porque el contenido del acuerdo debe adherirse a la es­
tructura de creencias de la sociedad en algún punto, y si la estructura de creen­
cias no está integrada, es posible que el ajuste en un punto genere un acuerdo
diferente al que se generaría si el ajuste se produjese en otro punto de la estruc­

15 Esto es cierto de la mayoría de interferencias como éstas, pero no de todas. Por ejemplo, bajo ciertas
circunstancias el interferir para evitar que una joven consienta alguna forma de mutilación genital podría ser
genuinamente paternalista. Sin embargo, la reflexión sobre las circunstancias en las cuales esto sería cierto
sólo ilustra lo inusual que es, considerado como un caso de interferencia para proteger los derechos humanos.
16 Por simplicidad yo asumo que «cultura» y «sociedad» son coextensivos. Por supuesto, esto a menudo
no es así.
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 119

tura de creencias. Tal vez no haya un único «núcleo común» o un sólo «consen­
so superpuesto» de las morales sociales del mundo. Como un asunto empírico,
esto es un problema ya que parece claro que la imagen del mundo compuesto
por culturas morales integradas es altamente idealizada; cualquiera que sea la
integración que se descubra en las morales sociales es mucho más probable que
haya sido impuesta por un observador imparcial propio de las ciencias sociales
o de la filosofía, y no que se haya manifestado realmente en las creencias de los
miembros individuales de la cultura. Al imaginar que las culturas son moral­
mente unívocas esta descripción también idealiza. Sin embargo, parece obvio
que los individuos probablemente tendrán desacuerdos, de detalle y/o de prin­
cipios, sobre distintos elementos de los sistemas morales que comparten —por
ejemplo sobre los tipos de acciones que son permitidas o prohibidas, sobre la
importancia de diversos tipos de valores que podría buscarse realizar en la ac­
ción, o sobre los tipos de consideraciones que cuentan como excusas y su res­
pectiva importancia— 17. (Tal vez sería más realista descomponer la idea de una
«cultura moral» en las cosmovisiones filosóficas, morales o espirituales de los
grupos que constituyen una sociedad. Sin embargo, esto no evitaría el proble­
ma ya que estas cosmovisiones tienden a exhibir formas análogas de desacuer­
do interno.)
Estas observaciones muestran que la idea de un acuerdo intercultural es
más compleja de lo que a menudo se reconoce. Bajo algunas suposiciones em­
píricas ésta puede ser indeterminada. En la práctica, es probable que las aseve­
raciones sobre el contenido de un acuerdo como éste hagan referencia a algo
como la comprensión predominante, dentro de cada cultura, de su moral con­
vencional, o tal vez a la comprensión aceptada por la mayoría de sus miembros
escrupulosos y bien informados. Es posible que una construcción como ésta
pueda rescatar la idea de un acuerdo intercultural sobre los derechos humanos
de la amenaza de la indeterminación, pero esto tiene un coste. Una vez que se
reconoce que la misma estructura de creencias puede no ser compartida de
cabo a rabo por una cultura y que la estructura (idealizada) atribuida a la mayo­
ría puede exhibir una mayor integración que la que de hecho existe, ya no es
para nada claro que el supuesto acuerdo pueda soportar el peso del argumento.
Lo primero que hacía atractiva a la idea era pensar que si los propósitos de la
interferencia en defensa de los derechos humanos estuviesen restringidos a
aquellos que promoviesen o protegiesen valores que todos comparten, entonces
el peligro de que las personas afectadas por la interferencia fuesen limitadas
injustificadamente sería minimizado: sería razonable esperar que los pretendi­
dos beneficiarios aprobaran la interferencia si ellos estuvieran en posición de
elegir. Pero si es improbable que las culturas individuales sean unívocas con
respecto a sus propios sistemas de creencias morales entonces esta expectativa
ya no sería razonable.

17 Para una discusión del tema, véase M oody-A dams, 1997: 43-56.
120 CHARLES R. BEITZ

Esto es importante ya que, de hecho, cuando estamos preocupados por la


violación de derechos humanos en otra sociedad, típicamente somos confron­
tados por el desacuerdo sobre la justificación del comportamiento que nos
preocupa18. Las víctimas de lo que nosotros percibimos como una violación
pueden interpretar la moral local de manera distinta que sus opresores, o
se pueden adherir a un conjunto de creencias morales totalmente diferentes.
Cualquiera que sea el caso, la cuestión de si la alegada violación es perjudicial
para sus víctimas según su propio entender no puede ser resuelta pensando si
esto sería considerado perjudicial según las creencias morales que prevalecen
en la cultura. No podemos asumir que restringiendo los derechos humanos a
aquellos valores incorporados dentro de un acuerdo intercultural, en donde la
posición de cada cultura está definida por la comprensión predominante dentro
de la misma, habremos evitado el peligro de imponer concepciones de daño y
beneficio que los propios individuos no aceptan.
Decir esto es reafirmar la reserva que prima facie tenemos respecto de las
concepciones contractualistas. Como ilustra nuestro ejemplo de la sociedad
genocida, si un estándar debería ser aceptado o no, como fundamento para la
acción, no es determinado a partir de preguntamos si el estándar es, como cues­
tión de hecho, una parte de las morales convencionales que existen, o si es
implicado por ellas. El acuerdo efectivamente existente es, en general, una
condición demasiado severa para imponer a los estándares críticos y, por ende,
a los derechos humanos. No sería una réplica sostener que el acuerdo es todavía
exigido, pero no como una condición de la corrección normativa de la doctrina
de los derechos humanos, sino más bien como una condición de la estabilidad
empírica del régimen de los derechos humanos. Porque, como hemos visto,
este argumento depende de premisas empíricas especulativas y su conclusión
es probable que sea exagerada. Además, si la relevancia del acuerdo fuera con­
siderada estratégica en vez de, digamos, constitutiva, entonces la respuesta
distintiva de las teorías contractualistas al problema de la autoridad normativa
de los derechos humanos se habría perdido. El alcance del acuerdo se conver­
tiría en uno entre varios factores a considerar en el diseño de un sistema efecti­
vo de derechos humanos en vez de la razón, o parte de la razón, para cumplir
con él. En la medida en que nuestro interés esté puesto en la naturaleza de los
derechos humanos, el repliegue hacia una posición estratégica de la relevancia
del acuerdo no es de ayuda.
Existe otra virtud que podría atribuirse a una doctrina de los derechos hu­
manos que puede ser vista como parte de un acuerdo intercultural. Esta virtud
es que una doctrina como tal expresa una tolerancia razonable hacia la diversi­
dad moral existente entre las culturas del mundo. Esta idea es tentadora debido
a razones asociadas con la analogía entre personas y sociedades. Yo no creo, en
última instancia, que genere una perspectiva plausible de la naturaleza de los

Este punto ha sido a menudo puesto de manifiesto, e. g., Scanlon, 2003: 119.
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 121

derechos humanos o una razón coherente para restringir los contenidos de la


doctrina a valores sobre los cuales existe acuerdo intercultural. Pero el tema de
la tolerancia internacional es polémico y requiere una discusión por separado.
Abordaré este tema más adelante (apdo. VI.4).

3. CONVERGENCIA PROGRESIVA

Aquellos que se sienten atraídos hacia las teorías contractualistas se enfren­


tan a un dilema. Por un lado, se supone que los derechos humanos suministran
razones para la acción a los miembros de toda cultura a la cual se aplican los
derechos humanos. La idea de un acuerdo es una interpretación natural de esta
aspiración. Por otro lado, la doctrina internacional de los derechos humanos,
tomada como un todo, no puede ser vista como si fuese, como cuestión de he­
cho, compartida por las principales culturas político-morales del mundo ni
tampoco, por ende, como el objeto de un acuerdo. Además, las partes de la
doctrina de los derechos humanos que no son parte de un acuerdo de este tipo
incluyen algunos elementos (por ejemplo, la libertad de culto o el derecho a no
ser discriminado sobre la base de la diferencia sexual) que uno podría conside­
rar demasiado importantes como para abandonarlos. Por lo tanto, parece que
uno debe o bien abandonar la concepción de los derechos humanos como obje­
tos de acuerdo intercultural o bien adoptar como derechos humanos genuinos a
un subgrupo de aquellos derechos reconocidos en la doctrina internacional, lo
que parecerá inaceptablemente limitado.
Una respuesta a este dilema es concebir un acuerdo intercultural como si
surgiera no desde los contenidos actuales de las culturas morales existentes,
sino más bien desde los contenidos de estas culturas tal como ellos podrían
desarrollarse o evolucionar bajo las presiones de una reinterpretación adap-
tativa. Es difícil expresar esta idea claramente. Los derechos humanos aún
serían concebidos como parte de un «consenso superpuesto», pero los límites
del consenso no estarían establecidos por las creencias filosóficas o morales
que, como cuestión de hecho, prevalecen en las principales culturas del mundo
—presumiendo que esta idea tenga un contenido determinado—, sino más bien
por la mejor elaboración disponible de los materiales normativos básicos de
estas culturas para las circunstancias de la vida moderna. Para distinguir esta
idea de la de un consenso superpuesto derivado de códigos morales culturales,
tal y como éstos existen en la realidad, me referiré a esta noción como «conver­
gencia progresiva».
Diversos autores han descrito algo que se parece a esta forma de la idea de
acuerdo. Por ejemplo, Charles Taylor imagina un «consenso no forzado» (o
«convergencia») sobre las normas de derechos humanos. El no dice que ese
consenso exista en el presente, ni siquiera implícitamente —no está, por así
decirlo, «allí» para ser descubierto— . Pero hay varias maneras en las que un
122 CHARLES R. BEITZ

consenso puede desarrollarse. Éstas incluyen un proceso de evolución o refor­


ma que reemplazaría, dentro de las culturas morales, aquellos elementos que
funcionan como obstáculos para el acuerdo sobre las normas de derechos hu­
manos, por interpretaciones revisadas de estos elementos, que darían sustento
a los derechos humanos. T a y l o r brinda el ejemplo de la reforma del budismo
theravada en Tailandia y su compromiso con normas de ahimsa (no violencia)
y control local ( T a y l o r , 1999: 124, 133-137)19. De manera similar, en un aná­
lisis de las áreas de conflicto entre el derecho islámico tradicional y los dere­
chos humanos, A n N a ’im describe un método de «interpretación evolutiva» de
las fuentes religiosas que, argumenta, podría generar principios políticos com­
patibles con gran parte de la doctrina internacional de los derechos humanos.
Un rasgo distintivo de este método es el papel que le asigna a las exigencias
históricas a la hora de explicar por qué los textos religiosos que una vez fueron
interpretados de manera tal que expresaban ciertas exigencias y prohibiciones
podrían, ahora, ser interpretados de manera diferente ( A n - N a ’ i m , 1990: 179)20.
Finalmente, en una explicación de lo que él llama «minimalismo justificativo»,
Joshua C o h é n sostiene que sería deseable que las normas de derechos humanos
sean justificables desde el interior de las principales tradiciones éticas del mun­
do, pero observa que para que esto sea cierto estas tradiciones podrían «exigir
una nueva elaboración [...] por parte de sus defensores —en donde se entiende
que el propósito de una nueva elaboración no es simplemente adaptar la tradi­
ción a las demandas del mundo, sino suministrarle a esa tradición su expresión
más convincente»— ( C o h é n , 2004: 201, 202)21. C o h é n muestra como ejemplo
la reinterpretación de la doctrina de la Iglesia católica romana en el momento
del Concilio Vaticano II (1962-1965) que produjo una aceptación de la toleran­
cia religiosa como una forma de respetar la dignidad humana. Como observa
C o h é n , esta reinterpretación no fue vista como una adecuación a las necesida­
des prácticas de la Iglesia; sino que más bien fue presentada como necesaria
para que las enseñanzas morales de la Iglesia estuvieran en conformidad con
«las verdades fundamentales sobre la persona humana que la moderna “expe­
riencia política y cultural” habían puesto de manifiesto» ( C o h é n , 2004: 202)22.
Con estas posiciones en mente, aunque sin pretender fidelidad a sus deta­
lles, podríamos decir que los derechos humanos se encuentran dentro de una
«convergencia progresiva» de algún conjunto de cosmovisiones espirituales y

19 Sobre el budismo theravada y los derechos humanos, puede cotejarse lo que señala Simón C aney,
2001: 64-70.
20 Véase también la discusión referida al islam y los derechos humanos en A n-Na ’im, 2008: 110-125.
21 C ohén sostiene que los derechos humanos deberían ser justificables desde el interior de diversas tra­
diciones morales, pero no dice que el contenido de los derechos humanos sea establecido por considerar el
contenido de estas tradiciones. En su opinión, la formulación de una doctrina de los derechos humanos es
«una empresa normativa independiente» (C ohén, 2004: 200). La exigencia de que el contenido de la doctrina
sea asequible desde la mejor elaboración de cada tradición debería entenderse como interna a esta empresa.
22 C ohén también discute lo que podría ser una «elaboración nueva» de algunas ideas confucianas e is­
lámicas, si es que estas ideas van a prestar apoyo a ciertos aspectos de una doctrina de los derechos humanos
(C ohén, 2004: 203-210).
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 123

morales incorporadas culturalmente si ellos pueden ser justificados desde el


interior de cada cosmovisión a través de una «interpretación evolutiva» o una
«nueva elaboración» de esa cosmovisión- Comento dos aspectos relacionados
con esta idea: su significado y su importancia para una teoría de los derechos
humanos.
¿Cómo deberíamos entender la idea de «convergencia progresiva»? La
meta es demostrar de que manera los elementos de la doctrina de derechos
humanos podrían tener lo que yo llamaré una «relación justificativa» con un
conjunto de cosmovisiones espirituales, morales y filosóficas que, de hecho, se
encuentran en el mundo. Sin embargo, esta relación es distinta a las relaciones
de «estar contenido en» y «ser deducible a partir de» que caracterizan a las
concepciones contractualistas basadas en la idea de núcleo común y en la idea
de consenso superpuesto. Tal vez la metáfora más precisa es «asequibilidad
desde»: los derechos humanos deberían ser «asequibles desde» cada cosmovi­
sión aun si, como éstas son comprendidas actualmente por (al menos algunos
de) sus seguidores, no se pudiera decir que los derechos humanos están «con­
tenidos en» o son «deducibles a partir de» ellas.
Un interrogante inicial es si tiene sentido sostener que los derechos huma­
nos podrían ser «asequibles desde» una cosmovisión si no están explícitos en
la cosmovisión ni son una consecuencia de ella, tal como la cosmovisión es
entendida por aquellos que la sostienen. Para esclarecer por qué el interrogante
es de difícil respuesta, debemos agregar algo más sobre cómo la idea de ser
«asequible desde» difiere de la idea de consenso superpuesto. Deberíamos re­
cordar que no necesariamente debe interpretarse que aquellos que postulan que
los derechos humanos son parte de un «consenso superpuesto» de un cierto
conjunto de cosmovisiones afirman que, como cuestión de hecho, todas las
cosmovisiones que forman parte del conjunto contienen derechos humanos.
Ellos ni siquiera necesitan sostener que todas estas cosmovisiones contienen la
idea de derecho humano. Todo lo que necesitan afirmar es que personas razo­
nables que se adhieren a estas diversas cosmovisiones podrían, cada una de
ellas, tener razones basadas en sus propias cosmovisiones, tal como ellos las
entienden, para aceptar la misma doctrina de los derechos humanos. Ahora, por
supuesto, esto no quiere decir que personas razonables que adhieren a distintas
cosmovisiones, de hecho acepten la misma doctrina de los derechos humanos,
ni que estén obligados a hacerlo, so pena de error lógico, dadas todas sus otras
creencias. Alguien que, como resultado de aceptar una creencia empírica falsa,
no acepta una doctrina de los derechos humanos que tendría razón para aceptar
si tuviera sólo creencias empíricas verdaderas, aun así tiene una razón para
aceptarla. Una idea análoga en el ámbito del razonamiento práctico es la de
Bemard W il l ia m s de que uno tiene una razón auténtica para actuar sólo si la
razón puede alcanzarse por un «procedimiento deliberativo correcto» a partir
del conjunto motivacional que uno realmente tiene ( W i l l i a m s , 1995: 35). Po­
dríamos decir que la doctrina de los derechos humanos es parte de un consenso
124 CHARLES R. BEITZ

superpuesto de un cierto conjunto de cosmovisiones, si una persona razonable


que aceptara alguna de estas cosmovisiones pudiera llegar a razones para acep­
tar la doctrina mediante un «procedimiento deliberativo correcto» que tome
como premisas las proposiciones normativas autoritativas de esa cosmovisión.
En su discusión de la idea de un «procedimiento deliberativo correcto»,
W illiams distingue entre razonamientos y creencias sobre los hechos, por un
lado, y consideraciones morales y prudenciales, por el otro. En términos gene­
rales, se podría decir que el proceso deliberativo que conduce a una persona
hacia una conclusión práctica es incorrecto si la aceptación de la conclusión
depende de razonamientos erróneos o creencias falsas sobre los hechos. No se
puede decir que es incorrecto si éste depende de aceptar creencias morales o
prudenciales que un observador cree son deficientes a menos que éstas, a su vez,
dependan de razonamientos erróneos o creencias falsas (Williams, 1995: 36-
37). De otro modo el intemalismo de la posición se perdería. La distinción es­
clarece la diferencia entre las ideas de «asequible desde» y consenso superpues­
to. El defensor de una perspectiva de consenso superpuesto sostiene que la
doctrina de los derechos humanos puede ser alcanzada por un «procedimiento
deliberativo correcto» desde las proposiciones normativas autoritativas de un
conjunto de cosmovisiones. El defensor de una perspectiva de convergencia
progresiva postula que la doctrina de los derechos humanos puede ser «asequi­
ble desde» (es decir, tiene una relación justificativa con) cada conjunto de cos­
movisiones, aun si no es asequible a través de un «procedimiento deliberativo
correcto» desde las proposiciones normativas autoritativas de estas cosmovisio­
nes, tal como son comprendidas actualmente por las personas razonables y bien
informadas que las aceptan. El problema es señalar cómo esto puede ser verdad.
La idea parece ser que los derechos humanos son «asequibles desde» una
cosmovisión si existe alguna comprensión revisionista de la cosmovisión que
suministra razones para respaldar un régimen internacional de derechos huma­
nos, pero que en la actualidad no es aceptada por algunos de quienes se adhie­
ren a la cosmovisión. No cualquier comprensión revisionista es adecuada para
estos fines; la comprensión debe mantener una relación con la comprensión
aceptada en la actualidad bajo la cual la autoridad normativa de la cosmovisión
es preservada. Parece que no existe ningún análisis de esta relación que sea
aplicable de manera general; lo que cuenta variará de una cosmovisión a otra.
Esto se debe a que el tipo de cosmovisiones de las que estamos hablando, ge­
neralmente contienen sus propios cánones de interpretación y es probable que
éstos cambien, de una cosmovisión a otra. Así, por ejemplo, el programa de
A n - N a ’im para la reforma progresiva de partes de la doctrina islámica depende
de aceptar como válido dentro de la práctica islámica un método particular de
interpretación de las escrituras23. Tal vez lo máximo que podemos decir a nivel

23 Éste es el método propuesto por Ustadh Mohamed T aha y descrito en el trabajo de A n -N a ’im , Toward
andIslamic Reformation (1990: cap. 3).
TEORÍAS CONTRACTUALISTAS 125

general es que una comprensión revisionista es «asequible desde» otra com­


prensión de una cosmovisión si alguien que aceptara los elementos de la cos-
movisión, razonablemente considerados como básicos por la mayoría de las
personas que comparten la cosmovisión, pudiera alcanzar la comprensión revi­
sionista por medio de una secuencia de pasos interpretativos consistentes con
estos elementos (incluyendo cualquiera que defina cánones aceptables de inter­
pretación). Por supuesto, aun esto puede ser demasiado simple: se presume una
distinción entre elementos básicos y no básicos que puede, en sí misma, ser
controvertida entre los adherentes a la cosmovisión. En cualquier caso, esto
parece ser intolerablemente vago. Aun así, una idea como ésta debe ser presu­
puesta por aquellos que postulan que los adherentes de cualquier cultura moral
del mundo pueden llegar a apoyar los derechos humanos que parecen estar en
conflicto con principios de estas culturas tal como son ampliamente compren­
didas en la actualidad por un proceso de interpretación «nueva» o «evolutiva».
Suponiendo por el momento que podamos encontrarle sentido a esta idea,
¿por qué deberíamos interesamos en la posibilidad de que los derechos huma­
nos puedan ser «asequibles desde» algún conjunto de cosmovisiones? Una
respuesta podría ser que la aplicación reiterada de un proceso de interpretación
progresiva sobre una serie de cosmovisiones podría ayudar a clarificar el con­
tenido de los derechos humanos internacionales. Esto, en efecto, nos daría una
variante progresiva de la idea de consenso superpuesto. Pero esto no puede ser
correcto. La respuesta depende de la idea de que existe una «mejor interpreta­
ción» de cada cosmovisión que puede erigirse como base para inferir los dere­
chos humanos. Esto es implausible a menos que se suponga que la interpreta­
ción se realiza con la intención de justificar una doctrina de los derechos
humanos, de modo que la «mejor interpretación» puede ser singularmente in­
dividualizada como aquella que presta el mejor apoyo a los derechos humanos.
Pero, por supuesto, esto sólo presume la verdad de la conclusión para la cual se
supone que el método provee un argumento a favor.
Otra respuesta a nuestro interrogante podría invocar la posición sobre la
justificación de la interferencia paternalista que consideramos anteriormente.
Ésta postula que si los derechos humanos son «asequibles desde» una cosmo­
visión, entonces la acción para hacer cumplir los derechos humanos en una
sociedad en donde esta cosmovisión es ampliamente aceptada no sería objeta­
ble como una forma de patemalismo injustificable. Los miembros de la socie­
dad no podrían quejarse de que la interferencia impone valores que ellos no
tienen razón para aceptar debido a que, por hipótesis, esos valores estarían
potencialmente disponibles para ellos en tanto adherentes a la cosmovisión de
su propia sociedad: los miembros de la sociedad tienen, de hecho, razón para
aceptar los valores impuestos, aun si la razón no es evidente para ellos. El
problema es que los valores sobre los cuales se justifica la interferencia no es­
tarían, en realidad, ampliamente establecidos en la sociedad. Si la teoría de
«convergencia progresiva» fuera aceptada, se podría decir que estos valores
126 CHARLES R. BEITZ

estarían potencialmente disponibles para sus miembros, pero de esto no se se­


guiría que los valores fueran de hecho aceptados por los miembros razonables
de la cultura en el momento de la interferencia. La objeción antipatemalista es
esencialmente una queja por una afrenta a la autonomía, por la sustitución del
juicio de la propia persona sobre qué es bueno para ella por el juicio de otro.
Una doctrina de los derechos humanos que es «asequible desde» la cosmovi-
sión de una persona, pero que es incompatible con la cosmovisión tal como es
aceptada de hecho por esa persona, no suministra una defensa contra esta ob­
jeción.

Existe una tercera razón para interesarse en la idea que concibe a los dere­
chos humanos como objetos de una convergencia progresiva. Como señalé
anteriormente, uno podría creer que una doctrina pública de los derechos hu­
manos debe expresar una forma de tolerancia apropiada para el ámbito de las
relaciones entre sociedades. De acuerdo a una interpretación de esta condición,
la doctrina de los derechos humanos debería ser aceptable para las personas
que se adhieren a una amplia variedad de cosmovisiones religiosas y morales
que encontramos en el mundo sin exigirles abandonar o prescindir de elemen­
tos esenciales de estas cosmovisiones. Ésta no es la misma idea recién discutida
de que los derechos humanos deberían ser concebidos de modo que la acción
política en respuesta a violaciones sea inmune a las objeciones antipatemalis-
tas. Ésta es, más bien, una consecuencia de la aspiración de los derechos huma­
nos a constituir una doctrina pública ampliamente compartible —tal vez como
un elemento de una «razón pública»24 global— .
Considero el significado de la tolerancia internacional y el sentido en el
cual ésta podría ser una virtud más adelante (apdos. VI.4 y VI.5). Por ahora,
simplemente dejo constancia de mi duda acerca de que la idea de ser «asequible
desde» una variedad de cosmovisiones sea una respuesta a las razones por las
que uno podría creer que la tolerancia de la diversidad moral y religiosa es una
virtud. Sería una forma extraña de tolerancia que acepta como justificada una
interferencia en la libertad de la persona cuando un tercero concluye que la
persona tiene una interpretación inadecuada o poco desarrollada de sus propias
normas culturales y religiosas25. Pero asumamos por el momento que esta duda
está fuera de lugar. Aun así, persiste el caso que una doctrina de los derechos
humanos que es objeto de una convergencia progresiva pueda contener valores
que no tengan, con algunas cosmovisiones, el tipo de relación interna que sería
necesaria para suministrar razones para la acción para los seguidores de estas
cosmovisiones. Como hemos visto, aunque puede ser defendible la idea de que
quien acepta la mejor interpretación de una cosmovisión, o la más adecuada,

24 Como lo expresa C ohén, «[n]o se deberían poner obstáculos innecesarios en el camino de los adhe-
rentes de tradiciones diferentes que desean aceptar las ideas [de los derechos humanos]» (C ohén, 2004: 199).
25 No quiero decir que alguno de los escritores mencionados anteriormente adopten esta posición sobre
la justificación de la interferencia.
TEORÍAS CONTRACTO ALISTAS 127

debería apoyar la doctrina de los derechos humanos, no se sigue que aquellos


que aceptan otras interpretaciones de esa cosmovisión tengan razones para
hacerlo también. Todo depende de los detalles del proceso interpretativo que
produce la convergencia progresiva y hasta qué punto puede decirse que la
aceptación de los resultados de este tipo de procesos se exige a los adherentes
de la cosmovisión en cuestión. Estos asuntos son complejos, pero está claro
que no podemos hacer generalizaciones sobre ellos que se apliquen a las diver­
sas culturas morales. Por lo tanto, aun si existe un sentido relevante en el que
podamos decir que toleramos otras cosmovisiones restringiendo los derechos
humanos a valores que son «asequibles desde» sus principios autoritativos, no
podemos concluir que los adherentes de estas cosmovisiones encontrarán nece­
sariamente razones internas a sus cosmovisiones tal como ellos de modo cons­
ciente las entienden para apoyar a los derechos humanos.
El interés en la tolerancia es importante por sus propias razones pero es
ajeno a la cuestión que estamos considerando aquí. Estamos buscando la res­
puesta a la pregunta «¿qué son los derechos humanos?». La posible respuesta
que hemos examinado sostiene que los derechos humanos son estándares para
las instituciones, con los cuales todos podemos estar de acuerdo, en donde se
interpreta el acuerdo como una convergencia progresiva de cosmovisiones.
Para evitar la circularidad, debemos entender que el proceso por el cual una
convergencia progresiva podría surgir está movido por intereses que son inde­
pendientes del interés en definir o fundamentar los derechos humanos. Tal vez
es mejor considerar la convergencia progresiva como una hipótesis sobre el
progreso moral. No podemos saber si resultará ser correcta. Lo máximo que
podemos hacer es imaginar tan empáticamente como sea posible el modo en
que diversas cosmovisiones podrían evolucionar (o ser «elaboradas de manera
novedosa») en respuesta al conjunto de fuerzas sociales que entendemos, de
modo impreciso, como las fuerzas de la modernización, incluyendo aquellas
vinculadas con el crecimiento de una cultura y una economía global. Si a través
de tal proceso de imaginación empática podemos ver cómo podría surgir una
convergencia progresiva sobre los derechos humanos, podríamos obtener una
razón para esperar el éxito de un régimen global de derechos humanos26. Pero
tal fundamento para la esperanza no satisfaría la aspiración que motivó nuestro
interés inicial en las concepciones contractualistas, esto es, la idea de que los
derechos humanos deberían ser reconocibles como preocupaciones comunes
entre todas las culturas del mundo. Sería mejor si simplemente abandonásemos
la interpretación directa de esta idea.

26 Es decir, esto respondería la pregunta de Cohén que proviene de Kant: «¿Qué puedo esperar?» (C o­
hén, 2004: 191).
CAPÍTULO V
UN NUEVO COMIENZO

La concepción naturalista y la contractualista son esfuerzos por hacer inte­


ligibles los derechos humanos, y para ello los tratan como expresiones de algu­
na idea filosófica más general y conocida. He intentado mostrar que concebir a
los derechos humanos según cualquiera de estos enfoques conduce a enten­
derlos de modo inadecuado. Lo que he dicho difícilmente sea concluyente y no
sería sorprendente si ambas concepciones pudieran recibir interpretaciones
más persuasivas que aquellas que yo he considerado. Aun así, los resultados de
estos enfoques son lo suficientemente desalentadores como para que valga la
pena preguntamos si una manera diferente de concebir la idea de los derechos
humanos produciría resultados más constmctivos.

1 LOS DERECHOS HUMANOS EN THE LA W OF PEOPLES*

El enfoque alternativo que sugeriré está implícito en la posición sobre los


derechos humanos adoptada por John R a w l s en The Law ofPeoples (1999)*1.
Aunque no defenderé esta posición tal como la presenta R a w l s , creo que son
instmctivas las divergencias entre su manera de entender los derechos humanos

* N. de T.: Hemos optado por mantener el título original de la obra de R awls en inglés reservando la
expresión «el derecho de los pueblos» para referimos a las normas que regulan a la Sociedad de Pueblos.
Usualmente el título de la obra de R awls es traducido al castellano como E l derecho de gentes, pero esto hace
perder la simetría que existe entre las expresiones «Sociedad de Pueblos» (Society ofPeoples) y «El Derecho
de los Pueblos» (The Law o f Peoples). Por este motivo hemos mantenido el título en inglés de la obra de
Rawls y hemos optado por la expresión «el derecho de los pueblos».
1 Los comentarios de R awls sobre los derechos humanos y su importancia política se encuentran
diseminados a lo largo del trabajo. Véase en particular, 36-38, 65-66, 68, 78-81, 80 n. 23, 81 nn. 25-26, 93,
93 n. 6.
130 CHARLES R. BEITZ

y el modo en que son entendidos por las posiciones más familiares que hemos
considerado.
R a w l s presenta la posición acerca de los derechos humanos como un ele­
mento de la concepción más amplia de razón pública, elaborada para una socie­
dad internacional de pueblos democráticos y liberales y pueblos «decentes»,
organizados políticamente como Estados. Los pueblos decentes se distinguen,
en parte, por tener una concepción de justicia que, aunque no es liberal, incluye
una idea de bien común y un proceso de consulta para elaborar la legislación
que, aunque no es democrático, brinda oportunidades para que todos los miem­
bros adultos de la sociedad hagan escuchar sus voces. Los pueblos decentes y
liberales constituyen en conjunto una «Sociedad de Pueblos» cuyos asuntos
son regulados por un «Derecho de los Pueblos» que define el contenido de la
razón pública de esta sociedad y que sirve de base común para la justificación
de la acción política internacional.
En esta concepción es indispensable el elemento de la razón pública. La
Sociedad de Pueblos no es simplemente una lista de Estados políticos cuyas
relaciones mutuas consisten en negociaciones basadas en el interés propio.
R a w l s sostiene que los pueblos decentes y liberales tienen un «deber de civili­
dad que exige ofrecer a otros pueblos razones públicas para sus acciones, que
sean apropiadas para la Sociedad de Pueblos» ( R a w l s , 1999: 59). Estas «razo­
nes públicas» hacen referencia a normas y principios compartidos, de los cuales
los derechos humanos son una clase. La disponibilidad de principios y normas
compartidas por todos los miembros de la Sociedad de Pueblos hace posible
que cumplan con sus deberes de civilidad y así promueve la estabilidad de una
paz mutuamente respetuosa.
Los aspectos esenciales de la posición de R a w l s sobre los derechos huma­
nos pueden resumirse en cuatro puntos principales:
1) Los derechos humanos son «una clase especial de derechos urgentes»
cuya violación es «condenable igualmente por los pueblos liberales razonables
y por los pueblos jerárquicos decentes». Estos derechos incluyen el derecho a
la vida (incluyendo de manera destacable «los medios de subsistencia»), a la
libertad personal (incluyendo la libertad de conciencia, aunque no la igual li­
bertad), a la propiedad personal, y al trato igualitario bajo la ley. Estos derechos
(«los derechos humanos propiamente dichos») son indispensables para cual­
quier «idea de justicia de bien común» y por lo tanto no son «típicamente libe­
rales o específicos de la tradición occidental» (R a w l s , 1999: 79-80, n. 23)2.
2) «Los derechos humanos propiamente dichos» no incluyen todos los
derechos que encontramos en el derecho internacional de los derechos huma­
nos. Por ejemplo, la lista de Rawls no incluye el derecho a la libertad de expre­
sión y a la libertad de asociación (aunque sí incluye «la libertad de pensamien­

2 Comparar con lo que señala en p. 65.


UN NUEVO COMIENZO 131

to» y sus «implicaciones obvias») o los derechos a la participación política


democrática. Además, los derechos contra la discriminación son limitados; por
ejemplo, los derechos humanos son compatibles con la existencia de exigen­
cias vinculadas a la religión y (tal vez) al género para acceder a los cargos pú­
blicos más altos. Según la posición de Rawls los valores omitidos son «aspira­
ciones liberales» o «presuponen tipos específicos de instituciones» ( R a w l s ,
1999: 80, n. 23)3.
3) El mundo también puede albergar sociedades tales como «Estados fuera
de la ley», que no son liberales ni decentes. Aunque los derechos humanos
pueden no ser compatibles con las creencias morales que prevalecen en esas
sociedades o entre sus gobernantes, su «fuerza política (moral) se extiende a
todas las sociedades, y son vinculantes para todos los pueblos y sociedades,
incluyendo a los estados fuera de la ley» (Rawls, 1999: 80-81). Los derechos
humanos, tal como los concibe Rawls, son «universales» en el sentido de que
ellos se aplican (al menos) a todas las sociedades contemporáneas.
4) La importancia política de los derechos humanos está dada por su «rol
especial» en la razón pública de la Sociedad de Pueblos. La adhesión de una
sociedad a los derechos humanos es una condición necesaria para considerarla
como un miembro «que cumple las exigencias requeridas para ser parte de una
Sociedad de Pueblos razonablemente justa» y es condición «suficiente para
excluir la intervención justificada mediante el uso de la fuerza por parte de
otros pueblos» ( R a w l s , 1999: 79-80)4. Por otra parte, una sociedad cuyas insti­
tuciones no respetan los derechos humanos de sus ciudadanos no puede quejar­
se si es condenada por la sociedad mundial y se hace a sí misma pasible in ex-
tremis de la intervención mediante el uso de la fuerza para proteger los derechos
humanos.
Puede que no sea obvia, a partir de estas afirmaciones, la manera en que la
comprensión de R a w l s de la idea de derecho humano diverge sustancialmente
de posiciones filosóficas más conocidas. A diferencia de las posiciones natura­
listas, R a w l s no afirma que los derechos humanos pertenezcan a las personas
«como tales» o «en virtud de su común humanidad». El enfatiza que el Derecho
de los Pueblos no trata de derivar los derechos humanos de una «concepción
moral, filosófica o teológica de la naturaleza de la persona humana» ( R a w l s ,
1999: 81)5. Y aunque en un pasaje se refiere con simpatía a la idea de que los
derechos humanos son, de alguna manera significativa, «neutrales» entre con­
cepciones antagónicas de justicia política (R a w l s , 1999: 65, n. 4)6, la idea de un

3 Véase la explicación de una sociedad decente y su concepción de justicia del «bien común» en 62-75.
Los derechos mencionados en el texto de arriba se encuentran en la Declaración Universal, arts. 2, 19-21;
R awls los omite de su lista de «derechos humanos propiamente dichos» (p. 80, n. 23).
4 Véase también R awls, 1999: 93-94, n. 6. Como ejemplos de «intervención mediante el uso de la
fuerza», R awls menciona «sanciones diplomáticas y económicas» y «en casos graves [...] fuerza militar»
(ibid.: 80).
5 Cfr. ibid: 68.
6 Y el texto que la acompaña.
132 CHARLES R. BEITZ

acuerdo intercultural o social no juega ningún papel en la definición o justifica­


ción de los derechos humanos. Es cierto que Rawls describe a los derechos
humanos como si fueran el objeto de un acuerdo entre sociedades liberales y
decentes, pero uno no debe confundirse por ello. Es parte de la definición de
sociedades decentes (y liberales) que sus instituciones respeten los derechos
humanos; aunque en este sentido existe un acuerdo sobre los derechos huma­
nos, una apelación a este acuerdo para explicar la autoridad de los derechos
humanos o para determinar su alcance correcto sería circular, y Rawls no rea­
liza tal apelación. El punto de la referencia a un acuerdo entre pueblos liberales
y decentes es caracterizar el alcance apropiado de la tolerancia internacional7.
La idea de que los derechos humanos son elementos de la razón pública de
la Sociedad de Pueblos es diferente tanto de las concepciones naturalistas como
de las contractualistas. Los derechos humanos constituyen una «doctrina polí­
tica» construida para ciertos propósitos políticos8. La función discursiva de los
derechos humanos («su rol especial») en la razón pública de la Sociedad de
Pueblos es básica: define su naturaleza y explica, o ayuda a explicar, por qué
los derechos humanos tienen el contenido particular que tienen. No existe una
apelación a una concepción filosófica independiente de derecho humano en la
explicación de Rawls del contenido o la autoridad de la doctrina. De hecho, no
podría existir esta apelación, dado que los derechos humanos son valores sobre
los que las sociedades decentes y liberales se supone están de acuerdo, cada
una por sus propias razones.
¿Cómo podría uno llegar a concebir a los derechos humanos de esta mane­
ra para nada ortodoxa? Puede ser esclarecedor considerar una analogía especu­
lativa con el enfoque adoptado en A Theory o f Justice para definir el concepto
de justicia social (Rawls, 1971-1999: §§ 1-2, pp. 5, 9)9. Rawls sugiere allí que
aunque las personas no estén de acuerdo sobre el contenido de los principios de
justicia —es decir, pueden aceptar concepciones de justicia que difieren en sus
exigencias— pueden sin embargo estar de acuerdo con el rol que estos princi­
pios desempeñan en la reflexión política y moral. El concepto de justicia está
definido por el rol que tienen en común las diversas concepciones. Así, él argu­
menta que el objeto de la justicia es el modo en que las instituciones básicas de
la sociedad determinan la división de las ventajas que provienen de la coopera­
ción social. Distintas concepciones de justicia, que presentan diferentes princi­
pios para evaluar y regular esta división, representan interpretaciones diferentes
del concepto. Razonando de manera análoga, uno podría pensar que aunque las
personas discrepen con el contenido de los derechos humanos, pueden estar de

7 Sobre el m odo en que Rawls entiende la tolerancia internacional, véase infra apdo. VI.5.
8 Específicamente los propósitos enumerados supra en el punto 4. Sobre la idea de que los derechos
humanos son una doctrina política, véase la discusión en J ones, 1996. Las reservas de R awls sobre la inter­
pretación de Jones de la posición no parecen alcanzar a esta caracterización (R awls, 1999: 81, n. 25).
9 Los comentarios de R awls, como él observa, están influenciados por la distinción de H. L. A. H art
entre un concepto y sus concepciones en The Concept ofLaw (H art, 1961: 155-159).
UN NUEVO COMIENZO 133

acuerdo con el rol que los derechos humanos cumplen en el razonamiento prác­
tico acerca del modo de conducirse en la vida política global. Este rol define el
concepto de derecho humano. Según entiende R a w l s , los derechos humanos
son estándares cuya satisfacción asegura a una sociedad contra la intervención
extema y es necesaria para que esta sociedad sea aceptada como un miembro
cooperativo de la Sociedad de Pueblos. Uno podría decir que las concepciones
sustantivamente diferentes de los derechos humanos son reconocibles como
interpretaciones del mismo concepto en virtud de su aspiración común de des­
empeñar este rol.
La analogía sugiere dos observaciones, una exegética y la otra crítica. Pri­
mero, aunque R a w l s señala, en A Theory o f Justice, que la distinción entre el
concepto de justicia y sus concepciones no resuelve ninguna disputa sustancial,
diferentes aspectos del rol de la justicia, de hecho, son introducidos en los ar­
gumentos acerca de los méritos de las concepciones rivales a la suya. Un ejem­
plo claro es la apelación a la exigencia de publicidad en el argumento en contra
del utilitarismo ( R a w l s , 1971-1999: §§ 1, 29, pp. 5, 154-155). Lo mismo pare­
ce ser cierto respecto de su posición sobre el contenido y el fundamento de los
derechos humanos. Se supone que los derechos humanos son parte de la razón
pública de una sociedad internacional compuesta por pueblos decentes y libe­
rales. El objetivo de esta Sociedad de Pueblos es alcanzar condiciones en las
que diferentes pueblos puedan interactuar entre sí de manera pacífica mientras
determinan sus propios futuros individuales libres de la interferencia de otros.
Con el objetivo de asegurar la estabilidad de la Sociedad de Pueblos, el Dere­
cho de los Pueblos intenta suministrar una base compartida de justificación
política, una base a partir de la cual cada una de las sociedades participantes
pueda esperar la cooperación voluntaria de las otras. Este objetivo ejerce pre­
sión para limitar los principios del Derecho de los Pueblos de modo que las
apelaciones a ellos puedan proveer razones para la acción tanto a los miembros
de pueblos decentes como a los miembros de pueblos liberales. Observamos la
influencia de esto en el alcance limitado de la concepción de los derechos hu­
manos genuinos de Rawls. Por el momento dejo de lado la cuestión referida al
carácter persuasivo de esta posición acerca de los contenidos apropiados de la
doctrina. El punto importante es que, de acuerdo al enfoque sobre los derechos
humanos que se encuentra en The Law o f Peoples, las consideraciones sobre su
rol discursivo en la razón pública de la sociedad internacional podría influir lo
que pensamos acerca de su contenido y su naturaleza.
La otra observación está relacionada con la caracterización que R a w l s hace
de este rol. El sostiene que los derechos humanos trazan los límites del plura­
lismo aceptable en los asuntos internacionales: la adhesión a los derechos hu­
manos es necesaria para que una sociedad sea miembro de la Sociedad de
Pueblos y es suficiente para asegurar a una sociedad contra una intervención
dirigida a reformarla. En estos sentidos podríamos decir que los derechos hu­
manos funcionan como un estándar de legitimidad internacional ( J a m e s , 2005:
134 CHARLES R. BEITZ

311). Pero uno seguramente se preguntará por qué se les debería asignar a los
derechos humanos estos (y sólo estos) roles. En la analogía con la justicia so­
cial, tenemos una tradición de pensamiento bien establecida y un conjunto de
posiciones contemporáneas a partir de las cuales puede inferirse el rol del con­
cepto. En el caso de los derechos humanos, sin embargo, R a w l s no hace refe­
rencia a la historia del pensamiento sobre los derechos humanos internaciona­
les, a otras posiciones contemporáneas sobre ellos, o a la naturaleza y
desarrollo de la práctica internacional. El rol de los derechos humanos en la
Sociedad de Pueblos es simplemente estipulado.
El problema es que esta posición sobre el rol práctico de los derechos hu­
manos es mucho más limitada que lo que observamos en la práctica presente
(apdo. II.2 supra). R a w l s , por ejemplo, no describe a los derechos humanos
como prerrogativas cuyo cumplimiento puede exigirse en las constituciones
nacionales, tal como a veces se los considera en los tribunales de derechos
humanos regionales y como fueron imaginados por algunos de los redactores
de la declaración. No existe ninguna estipulación que contemple las prácticas
de monitoreo, informe o censura internacional (aunque tal vez podría existir).
Reconoce, pero no incorpora, el amplio conjunto de medidas económicas y
políticas no coercitivas utilizadas por los Estados y organizaciones internacio­
nales para influir en los asuntos internos de sociedades en dónde los derechos
humanos se encuentran amenazados. No presenta a los derechos humanos
como justificaciones para que los individuos y organizaciones no gubernamen­
tales se involucren con la acción política orientada a la reforma. Incluso descri­
bir a los derechos humanos como «imperativos de política exterior» para socie­
dades liberales y decentes ( K e l l y , 2004: 180-181) podría exagerar su rol
político, tal como lo concibe R a w l s : aunque en su opinión, las violaciones
atroces pueden justificar la intervención coercitiva de otros Estados, no es claro
si las violaciones de derechos humanos de menor grado justificarían otros tipos
de acciones (por ejemplo, sanciones económicas o diplomáticas, presión co­
mercial, suspensión de relaciones diplomáticas o suministro de ayuda para ge­
nerar un mayor respeto por los derechos humanos)10.
En este sentido el modo en que R a w l s entiende las funciones de los dere­
chos humanos es más limitado que el que se encuentra en la práctica interna­
cional actual. Las diferencias no son solamente de interés exegético. Señalamos
anteriormente que las consideraciones sobre las funciones discursivas de los
derechos humanos podrían ser relevantes a la hora de juzgar el contenido de la
doctrina. En la medida que los juicios sobre los contenidos de la doctrina de­

10 R awls sugiere que los pueblos bien ordenados pueden tener que utilizar varios tipos de presión para
inducir «a que los regímenes fuera de la ley cambien sus maneras» (1999: 93). Tal vez esto autorice a la ac­
ción política en respuesta a violaciones de derechos humanos. El también argumenta que los pueblos bien
ordenados tienen una responsabilidad de asistir a sociedades «constreñidas» para desarrollar la capacidad de
sostener instituciones justas o decentes las que, a su vez, respetarían los derechos humanos de sus habitantes
(R awls, 1999: 105-13).
UN NUEVO COMIENZO 135

penden de consideraciones sobre las funciones del concepto, parece probable


que una interpretación más amplia de la función generaría una posición más
amplia respecto del rango normativo de la doctrina. El modo en que uno entien­
de el rol discursivo de los derechos humanos es tanto de interés normativo
como descriptivo.
Si nuestro objetivo fuera construir una concepción de los derechos huma­
nos para un orden global idealizado compuesto de sociedades decentes y libe­
rales, tal vez sería suficiente simplemente estipular el rol que deberían desem­
peñar los derechos humanos dentro de ese orden normativo más amplio. Sin
embargo, nuestro objetivo es comprender el concepto de derecho humano tal
como éste surge dentro de una práctica existente, y para este propósito necesi­
tamos, no una estipulación, sino un modelo que represente los aspectos desta­
cados de esta práctica tal como existe. A continuación esquematizo este mode­
lo (apdo. 3 infrd).

2. LA IDEA DE UNA CONCEPCIÓN PRÁCTICA

La intuición básica implícita en el modo en que Rawls concibe los derechos


humanos puede ser aislada de las restricciones de función y contenido que en­
contramos en su explicación. Esta intuición, tal como la he descrito, consiste en
que podríamos configurar nuestra comprensión de la idea de derecho humano
al identificar los roles que esta idea desempeña dentro de una práctica discursi­
va. Prestamos atención a las inferencias prácticas que serían establecidas por
participantes competentes en la práctica a partir de lo que ellos consideran re­
clamos validos de derechos humanos. Una lista de estas inferencias genera una
posición acerca de las funciones discursivas de los derechos humanos y ésta
imbuye a la explicación del significado del concepto.
A la concepción de los derechos humanos a la que se llega por este camino
la denominaré una concepción «práctica». Una concepción de este tipo difiere
de las posiciones naturalistas y contractualistas en el siguiente sentido. Una
concepción práctica toma a la doctrina y a la práctica de los derechos humanos,
tal como las encontramos en la vida política internacional, como los materiales
primarios para construir una concepción de los derechos humanos. Entiende
que las preguntas vinculadas con la naturaleza y el contenido de los derechos
humanos se refieren al tipo de objetos denominado «derechos humanos» en la
práctica internacional. No se supone la existencia de una sustrato previo o in­
dependiente de derechos fundamentales cuya naturaleza y contenido pueden
descubrirse independientemente sin considerar el lugar que ocupan los dere­
chos humanos en la esfera internacional y su discurso normativo, los que luego
son utilizados para interpretar y criticar la doctrina internacional. De igual
modo, no se supone que los derechos humanos busquen describir lo que de
hecho es común a todos los códigos político-morales o establecer estándares
136 CHARLES R. BEITZ

comunes que pueden ser inferidos a partir de estos códigos. En cambio, noso­
tros tomamos el rol funcional de los derechos humanos en la práctica y el dis­
curso internacional como fundamental: éste limita nuestra concepción de dere­
cho humano desde el principio.
No deberíamos confundir la distinción entre concepciones naturalistas o
contractualistas y una concepción práctica con una distinción diferente, sugeri­
da por Richard R o r t y (1993: 115-117), entre concepciones fundacionalistas y
no fundacionalistas (o «sentimentalistas»). Es cierto que las posiciones natura­
listas, al menos, son fundacionalistas de manera obvia: ellas interpretan a los
derechos humanos internacionales como la expresión pública y doctrinaria de
un orden subyacente distintivo de valores morales concebidos como derechos.
Las concepciones contractualistas también podrían ser vistas como fundacio-
nalistas, aunque tal vez no de manera tan obvia: éstas sostienen que la fuerza
moral de los derechos humanos, considerados como normas de acción interna­
cional, deriva del hecho del acuerdo intercultural, bajo alguna interpretación de
este hecho. No es necesario decir, sin embargo, que las concepciones prácticas
son no fundacionalistas, si con esto se pretende sostener que tales posiciones
niegan que existan razones para adherir y dar apoyo a los derechos humanos
internacionales. Tal vez esta negación es parte de la concepción («sentimenta­
lista») de Rorty de los derechos humanos, pero esa concepción no es la única
alternativa frente a las concepciones familiares que he descrito.
El contraste que nos interesa es el siguiente. Las teorías naturalistas y con­
tractualistas tratan el problema de la autoridad de los derechos humanos como
interno al problema de su naturaleza: una vez que comprendemos qué son los
derechos humanos, comprendemos la variedad de consideraciones que deter­
minan el contenido de la doctrina de los derechos humanos internacionales y
que explican por qué deberíamos preocupamos por que se cumpla con ella.
Esto se debe a que estas posiciones interpretan la doctrina internacional como
un intento de incorporar dentro de la práctica y del derecho internacional una
idea moral que es inteligible de manera independiente. Por el contrario, debido
a que una concepción práctica no adopta ninguna posición filosófica sobre la
naturaleza o el fúndamento de los derechos humanos, ésta puede distinguir
entre el problema de conceptualizar los derechos humanos y el de entender su
autoridad. Esta responde al primer problema tomando como básicas las funcio­
nes de los derechos humanos en la práctica internacional. De acuerdo con esta
posición, «derechos humanos internacionales» es el nombre de una empresa
política colectiva —una práctica— que posee propósitos y modos de acción
distintivos. Entender estos propósitos y modos de acción es esencial para cap­
turar la naturaleza de los derechos humanos. Sin embargo, esto no resuelve los
problemas referidos a su contenido o a sus fundamentos. Tal posición permite
que las personas puedan estar de acuerdo sobre la naturaleza de los derechos
humanos internacionales, pero disentir sobre su contenido o los tipos de consi­
deraciones que los fundamentan. Esto no significa que no necesitemos razones
UN NUEVO COMIENZO 137

para preocupamos por los derechos humanos, simplemente significa que no es


parte de la práctica que todos aquellos que aceptan y actúan de acuerdo con la
doctrina pública deban compartir las mismas razones para hacerlo11.
La idea de un enfoque práctico suscita la siguiente objeción112. Cuando exa­
minamos la práctica de los derechos humanos, observamos regularidades de
comportamiento y creencia. Podríamos encontrar que miembros de algún gru­
po tienden a realizar cierta acción A en las circunstancias C. Podemos encon­
trar, además, que estos agentes realizan A en C debido a que creen que existe
una norma que establece que los agentes deben hacer A en C. Estos agentes
también pueden creer que alguien que se encuentre en C y no realiza A es vul­
nerable a la crítica por comportarse inapropiadamente, a menos que la persona
pueda brindar otra razón que plausiblemente supere la razón que tiene para
hacer A en C. La objeción que deseo considerar sostiene que una teoría práctica
de los derechos humanos parece comprender los enunciados sobre los derechos
humanos como nada más que referencias a complicados hechos sociológicos
de esta naturaleza. Sin embargo, tal análisis está condenado a fracasar porque
no puede explicar la normatividad de los derechos humanos. Se supone que un
derecho humano brinda una razón para la acción. De acuerdo a una posición
práctica, sin embargo, decir que existe un derecho humano a X es simplemente
una abreviatura de una descripción compleja de regularidades de comporta­
miento y de creencia que se observan entre los miembros de algún grupo. Si,
habiendo sido informado de que existe un derecho humano a X, pregunto por
qué yo debería considerar este hecho como una fuente de razones para la ac­
ción, no puede ser suficiente responder que los miembros de algún grupo creen
que existe un derecho humano a X y toman esta creencia como fuente de razo­
nes para la acción. La respuesta parece ser una petición de principio. Podemos
advertir lo insuficiente de la respuesta al recordar que las personas pueden estar
equivocadas en sus creencias acerca de cómo deberían comportarse.
Pero la objeción, en lo que respecta a los derechos humanos, se funda en
una confusión. Como observé anteriormente, la pregunta «¿Qué son los dere­
chos humanos?» es ambigua. De acuerdo con una de sus posibles interpreta­
ciones, lo que se pide a través de la pregunta es un análisis del concepto de
derecho humano; de acuerdo con otra interpretación, lo que se pide es una
explicación del contenido de los derechos humanos; y de acuerdo con una
tercera interpretación, lo que se pide es una explicación de su tuerza para brin­
dar razones. Estas preguntas están relacionadas pero no son idénticas. Si se
utilizase un análisis práctico para dar respuesta a la pregunta «¿Por qué los

11 Al describir un modelo «político» de los derechos humanos, Anthony L anglois caracteriza a los de­
rechos humanos expresando que representan un «acuerdo incompletamente teorizado» que no logra articular
sus propias bases (L anglois, 2001: 102-124). La fuente de la idea de un «acuerdo incompletamente teoriza­
do» es de Sunstein, 1996: cap. 2.
12 La objeción es sugerida por algunos comentarios de Joseph R az (1975: 57-58). El no discute los de­
rechos humanos.
138 CHARLES R. BEITZ

derechos humanos proveen razones para la acción?» entonces el análisis po­


dría estar sujeto a la objeción que recién he descrito. Sin embargo esa no es la
pregunta que nos interesa. Examinamos la práctica de los derechos humanos
porque nos interesa el modo en que los participantes en esta práctica entienden
las inferencias prácticas que se derivan a partir de afirmaciones sobre los dere­
chos humanos. Queremos comprender cómo estos objetos llamados «derechos
humanos» operan en el discurso normativo de la vida política global. La pre­
gunta referida a si deberíamos aceptar las reivindicaciones fundadas en los
derechos humanos como fuentes de razones para la acción es para nosotros
una pregunta ulterior. Pero no podemos pensar con claridad sobre esta otra
pregunta sin primero comprender la práctica dentro de la cual se realizan y se
responden estas reivindicaciones.
Hay, sin embargo, una objeción similar que parece no ser desarticulada por
la respuesta que recién he brindado. Esta objeción sostiene que una concepción
práctica, al tomar una práctica existente como dada, le otorga demasiada auto­
ridad al status quo. Una razón por la que necesitamos una teoría de los derechos
humanos es que existe desacuerdo sobre diversos aspectos de la práctica, inclu­
yendo la composición y el alcance de sus exigencias normativas. Otra razón es
que algunos aspectos de la práctica —en particular el permiso para interferir en
la vida interna de una sociedad— pueden parecer, desde algunas perspectivas,
censurables a simple vista. Pero si una teoría comienza con la práctica tal como
la encontramos, es difícil ver cómo la teoría puede ser crítica.
Como respuesta a esta objeción puede señalarse que una concepción prác­
tica no necesita tomar los detalles de la práctica actual como si estuvieran más
allá de toda crítica. Una práctica social es un patrón de conducta gobernado por
normas cuyos participantes entienden que sirve a ciertos propósitos. Una teoría
de la práctica no sólo intenta comprender sus objetivos sino también evaluar la
importancia de estos objetivos y reconstruir la práctica a la luz de esta evalua­
ción. Por ejemplo, uno podría determinar que algunas de las normas de la
práctica son inadecuadas para promover sus objetivos, o que la conducta exigi­
da por las normas en circunstancias usuales probablemente será inaceptable.
En el caso de los derechos humanos, seguramente la consideración más impor­
tante es que una doctrina de los derechos humanos internacionales debería ser
adecuada para cumplir el rol político público que se espera que desempeñe.
Una comprensión de este rol público limita el contenido de la doctrina. Más
allá de cualquier otra cosa que sea verdad de los derechos humanos, se supone
que ellos son un asunto de preocupación internacional en el sentido que la falta
de respeto por parte de una sociedad de los derechos humanos de sus ciudada­
nos en una proporción suficientemente grande puede suministrar una razón
para que agentes externos hagan algo al respecto. Por lo tanto, anticipando lo
que luego desarrollaré, nosotros deberíamos interpretar la doctrina de manera
tal que las apelaciones a los derechos humanos, en condiciones que necesitarán
ser especificadas, puedan proveer razones para que la comunidad mundial o sus
UN NUEVO COMIENZO 139

agentes actúen de maneras que estén orientadas a reducir las violaciones o a


contribuir a la satisfacción de los derechos en sociedades en las que no estén
asegurados.
Esta exigencia limitará de diversos modos el contenido de una doctrina
plausible de los derechos humanos. Por ejemplo, podría excluir del catálogo de
derechos humanos a las protecciones de intereses que no serían razonablemen­
te considerados como dignos de protección por la mayoría de los miembros de
las sociedades existentes. Podría excluir, también, aquellos valores cuya falta
de resguardo o protección en una cierta sociedad, no proveerían a agentes ex­
ternos situados apropiadamente ninguna razón inteligible para la acción. Y
podría excluir valores para cuya privación no existe una solución que pueda
alcanzarse a través de alguna forma de acción internacional permisible para la
cual exista una expectativa razonable de éxito. Obviamente, estas posibilidades
necesitan explicación. Volveré a ellas más adelante (apdo. VI.2 infra). Las
menciono ahora para mostrar que, al tomar seriamente el rol de los derechos
humanos en la justificación de diversas formas de acción política, un enfoque
práctico podría tener alguna capacidad de crítica sobre la práctica tal como la
observamos.

3. UN MODELO DE DOS NIVELES

Una concepción práctica de los derechos humanos debe contar con alguna
clase de construcción —un «modelo», como yo lo denominaré— que abstra­
yéndose de los detalles, describa en términos generales los roles que los dere­
chos humanos desempeñan en el discurso normativo público de la política
global. Un modelo de este tipo brindaría una respuesta a la pregunta «¿qué son
los derechos humanos?» si es entendida como un pedido de que se explique el
significado del término dentro de la práctica. Haría explícitos las clases de
compromisos lingüísticos que uno tomaría si fuera a participar de buena fe en
la práctica discursiva.
Propondré un modelo de este tipo, pero primero debería decirse algo sobre
la dificultad que uno enfrenta al hacer una propuesta semejante. Los derechos
humanos, como cualquier práctica, son un fenómeno social cuyo significado
depende del modo en que los participantes toman parte de la práctica. Es poco
probable que los miembros de la comunidad discursiva que mantiene la prácti­
ca tengan una postura unánime respecto de sus elementos más relevantes —por
ejemplo, la identidad de sus agentes, el carácter de sus normas, el conjunto de
respuestas permitidas por la práctica frente al incumplimiento de sus normas, y
una comprensión general del sentido o propósito de la práctica dentro del con­
texto más amplio en el cual opera— . Aun cuando no exista un desacuerdo
manifiesto, estos elementos, tal como aparecen en los materiales empíricos,
pueden ser ambiguos y, por lo tanto, susceptibles de ser modelados de diferen­
140 CHARLES R. BEITZ

tes maneras. Las ocasiones para que exista ambigüedad y desacuerdo sobre la
estructura y los propósitos de una práctica son claramente mayores cuando la
práctica es emergente. Esto significa que un modelo no puede elaborarse sim­
plemente «leyéndolo» en los registros de los materiales empíricos. Necesita­
mos alguna manera de pasar de los hechos observables a un modelo que iden­
tifique los elementos relevantes de la práctica y los ensamble en una estructura
inteligible.
No conozco ningún buen método sistemático de interpretación para las
prácticas sociales, por lo que tendremos que proceder de manera informal13. El
objetivo es construir una concepción razonablemente clara y realista de la prác­
tica tal como ésta se presenta a sí misma en el conjunto de materiales primarios
disponibles. Estos incluyen a los principales textos internacionales y a los me­
canismos de informe y auditoría establecidos por ellos; las observaciones del
discurso crítico público, particularmente cuando éste se da en contextos prácti­
cos que involucran la justificación y la evaluación; la evidencia de la cultura
pública de los derechos humanos internacionales que encontramos en su histo­
ria y en su expresión pública contemporánea; y los ejemplos destacados de
acción política —como los que son objetos de estudios históricos y etnográfi­
cos— que pueden ser considerados de modo razonable y justificado como es­
fuerzos por defender o proteger los derechos humanos. Analizamos algunos de
estos materiales con anterioridad (§§ 4-6).
Hay diversos tipos de consideraciones que podrían ser relevantes a la hora
de abstraer el modelo a partir de estos materiales. Menciono aquí cuatro. Prime­
ro, al identificar los elementos centrales de la práctica, el modelo debería buscar
representar un consenso entre los participantes competentes, permitiendo que el
significado relevante de «consenso» no necesite exigir unanimidad sobre los
contenidos normativos de la práctica; un consenso en la forma de patrones co­
munes de uso y de una continuidad de la experiencia discursiva puede existir a
pesar de la presencia de desacuerdo sustancial sobre los contenidos de los están­
dares y las reglas de una práctica ( P o s t e m a , 1987: 315-317). Segundo, el mode­
lo debería contar con una concepción del objetivo o propósito de la práctica a los
fines de optar entre creencias contradictorias sobre la relevancia práctica de sus
términos centrales o para resolver ambigüedades sobre sus significados. Sin
embargo no es necesario, para nuestro propósito, entender a esta concepción
como una justificación general provista desde el punto de vista de un único
participante interesado en decidir cuál sería el mejor modo de construir una re­
gla o un estándar14. Lo que se necesita es una concepción superficialmente razo­
nable del objetivo de la práctica, formulada de tal modo que le dé sentido a la

13 La idea de interpretación en el derecho es en algunos aspectos una analogía instructiva. Véase D wor-
1986: cap. 2, y su aplicación a la teoría política de R awls en James, 2005: 298-308. Sin embargo, no creo
icin,
que el método de «interpretación constructiva» sea completamente adecuado para la tarea en cuestión. No
puedo discutir las razones aquí. Véase la discusión esclarecedora en P ostema, 1987: 283-319.
14 Como sugiere D woricin, 1986: 66.
UN NUEVO COMIENZO 141

mayor cantidad posible de elementos normativos centrales, dentro de las cono­


cidas limitaciones interpretativas de consistencia, coherencia y simplicidad
(James, 2005: 302-303). Tercero, el modelo debería mantener una distinción
entre el desacuerdo sobre la práctica y el desacuerdo dentro de la práctica, y, en
la medida de lo posible, debería evitar presentar a la práctica de una manera que
presuponga alguna resolución de los desacuerdos del segundo tipo. Esto se debe
a que una de las funciones de un modelo es clarificar lo que está en juego en el
desacuerdo sobre el contenido y la aplicación de las normas de la práctica. Fi­
nalmente y relacionado con lo anterior, el modelo debería tener en cuenta la
posibilidad de que los desacuerdos de cierto tipo pueden ser inherentes a la
práctica en lugar de ser un indicio de que el modelo es incompleto o defectuoso.
No quiero decir solamente que un buen modelo debería esclarecer qué está en
juego en el desacuerdo sobre los contenidos de las normas de una práctica o
sobre las inferencias prácticas a extraerse de ellas en algunas circunstancias
particulares (aunque esto seguramente es así). El punto ulterior es que en algu­
nas prácticas es común encontrar participantes que están involucrados en des­
acuerdos reflexivos críticos sobre la estructura y el valor de la misma práctica.
No sería una crítica a un modelo que aspira a presentar una interpretación abs­
tracta pero realista de una práctica de este tipo, que el modelo clarifique la cues­
tión que es objeto de este tipo de desacuerdo en vez de que busque resolverlo.
Propondré un modelo de derechos humanos de dos niveles. Los dos niveles
del modelo expresan una división del trabajo entre los Estados como portado­
res de las responsabilidades primarias de respetar y proteger los derechos hu­
manos y, por el otro lado, la comunidad internacional y aquellos que actúan
como sus agentes, como garantes de estas responsabilidades. Presento el mode­
lo de manera breve y luego ofrezco algunos comentarios para desarrollarlo. En
los apartados posteriores me ocupo de algunas objeciones que podrían presen­
tarse en contra del modelo, considerado como una interpretación de la idea de
derecho humano que se encuentra en la práctica internacional contemporánea:
que no captura el sentido en que los derechos humanos son derechos, que pone
en un lugar demasiado destacado al Estado, y que exagera el rol que los dere­
chos humanos tienen en la justificación de las interferencias.
El modelo posee tres elementos15:
1) Los derechos humanos son exigencias cuyo objeto es proteger intereses
individuales urgentes frente a ciertos peligros predecibles («amenazas comu­
nes») a los cuales son vulnerables bajo las circunstancias típicas de la vida
dentro de un orden mundial moderno compuesto de estados.

15 Debo las ideas principales a Shue, 1996: cap. 1 y epílogo, y a N ickel, 2007: caps. 1-4. Para una ca­
racterización de los derechos humanos similar a la que se encuentra en el texto, véase Sen , 2004: 315-356.
Este modelo es compatible con el modo en que la Comisión sobre Intervención y Soberanía Estatal entiende
la responsabilidad internacional respecto de los derechos humanos. Véase C omisión I nternacional sobre la
Intervención y Soberanía del E stado, 2001.
142 CHARLES R. BEITZ

2) Los derechos humanos se aplican en primer lugar a las instituciones


políticas de los Estados, incluyendo sus constituciones, leyes, y políticas públi­
cas. Estas exigencias de «primer nivel» pueden ser de tres tipos generales: a) la
exigencia de respetar los intereses subyacentes en la conducción de los asuntos
oficiales del Estado; b) la de proteger los intereses subyacentes frente a amena­
zas de agentes que no son Estados y están sujetos a la jurisdicción y control del
estado; y c) la de ayudar a aquellos que son víctimas involuntarias de la pobre­
za extrema16. Los gobiernos tienen discreción limitada para elegir los medios a
través de los cuales ellos pueden satisfacer estas exigencias, el alcance de la
discreción varía según la naturaleza del interés subyacente y la variedad de
amenazas contra las que se lo protege. Se puede decir que el gobierno de un
Estado «viola» los derechos humanos cuando fracasa en cualquiera de estos
aspectos17.
3) Los derechos humanos son un asunto de interés o preocupación interna­
cional. El fracaso de un gobierno en cumplir con sus responsabilidades de pri­
mer nivel puede ser una razón para la acción por parte de agentes de «segundo
nivel» externos al Estado, capaces y apropiadamente situados, en tres clases de
circunstancias que se superponen: a) la comunidad internacional puede, a tra­
vés de sus instituciones políticas, exigir a los Estados que cumplan con las
responsabilidades de primer nivel mencionadas arriba; b) los Estados y los
agentes que no son Estados y que disponen de los medios para actuar de mane­
ra efectiva, tienen razones pro tanto para asistir a un Estado individual para que
satisfaga los estándares de derechos humanos en aquellos casos en los que el
propio estado no posee la capacidad para hacerlo; y c) los Estados y los agentes
que no son Estados que disponen de los medios para actuar de manera efectiva
tienen razones pro tanto para interferir en un Estado individual para proteger
los derechos humanos en aquellos casos en los que el Estado fracasa en satisfa­
cerlos debido a la falta de voluntad de hacerlo.
Es necesario explicar diversos aspectos de este modelo. Primero, el modelo
caracteriza a los derechos humanos como protecciones de «intereses individua­
les urgentes» contra «amenazas comunes» a las que ellos son vulnerables.
¿Cómo deberíamos entender estas expresiones? Un interés «urgente» es uno
que sería reconocido como importante en un amplio espectro de aquellas vidas
que de modo característico se desarrollan en el seno de las sociedades contem­
poráneas: por ejemplo, intereses vinculados con la libertad y la seguridad per­
sonal, con una nutrición adecuada, y con algún grado de protección frente al
uso arbitrario del poder estatal. Un interés urgente no es, necesariamente, un
interés que es poseído o deseado por todos: para identificar a un interés como

16 Para la distinción tripartita de tareas, véase Shue, 1996: 60.


17 Por lo tanto se podría decir que un gobierno ha violado un derecho humano aun cuando no tuvo in­
tención de hacerlo (por ejemplo, a través de una falta de capacidad o un pobre planeamiento político) y
cuando la causa inmediata de la pobreza extrema es una diferente a la acción del gobierno (por ejemplo,
cuando un gobierno no toma los pasos preventivos o correctivos apropiados).
UN NUEVO COMIENZO 143

urgente, debemos ser capaces de entender por qué sería razonable considerar
importante su satisfacción en un espectro normal de vidas, pero no necesitamos
creer que todas las personas valoran el interés o se preocupan por su satisfac­
ción. En este sentido, la idea de un interés individual «urgente» es distinta de la
idea de un interés humano «universal», entendido como un interés compartido
necesariamente por todos los seres humanos «como tales» (una característica
general, tal vez, de la «naturaleza humana»). Como sostuve con anterioridad,
es difícil entender de qué modo alguna interpretación filosóficamente plausible
de esta última idea puede dar cuenta del amplio alcance normativo de la doctri­
na contemporánea de los derechos humanos.
Al decir que sólo los intereses urgentes califican para recibir la protección
de los derechos humanos, mi intención es hacer una generalización a partir de
los intereses que la mayoría de los derechos humanos reconocidos por la doc­
trina internacional parecen estar diseñados para proteger. Pero seguramente se
advertirá que los intereses pueden variar en su urgencia: la urgencia no es una
propiedad binaria, sino gradual. Una pregunta obvia es si existe un umbral o
límite mínimo de urgencia por debajo del cual un interés no califica para ser
protegido por un derecho humano. No encuentro ninguna respuesta analítica
específica. Parece obvio que debe establecerse un umbral de este tipo porque la
protección de los derechos humanos tiene costes, tanto a nivel doméstico como
a nivel global, y a aquellos a quienes se exige que soporten estos costes se les
debe alguna justificación por dicha imposición. Sin embargo, determinar si un
interés califica, o no, para ser objeto de una protección, o de manera más preci­
sa, si una forma particular de protección de un interés califica, o no, como un
derecho humano, exige una evaluación normativa. Una evaluación de este tipo,
tomaría en cuenta la urgencia del interés, pero también sopesaría otras conside­
raciones, tales como la probabilidad de que, de hecho, se produzca la amenaza
contra la cual se protege, la factibilidad de implementar la protección en cir­
cunstancias típicas, y el costo probable de hacer que la protección sea efectiva.
Es probable que, dentro de la práctica, los juicios de esta naturaleza sean con­
trovertidos, en mayor o en menor medida. Un modelo puede llamar la atención
sobre las consideraciones relevantes, pero no puede determinar de manera de­
finitiva los juicios evaluativos.
Los derechos humanos son protecciones institucionales contra «amenazas
comunes» a intereses urgentes. Una amenaza «común» es una amenaza que es
razonablemente predecible que ocurra bajo las circunstancias sociales en las
que se pretende que el derecho opere (Shue, 1996: párr. 29; N ickel, 2007:
70-74). Los derechos humanos de la doctrina internacional no son, en general,
entendidos correctamente como protecciones ilimitadas o generales de intere­
ses urgentes. Por ejemplo, considerar al derecho a la vida como una protección
contra cualquier amenaza imaginable del interés en la seguridad física, no pa­
rece razonable. De manera similar, el derecho al cuidado de la salud no es una
protección del interés en tener una condición saludable frente a cualquier peli­
144 CHARLES R. BEITZ

gro. La mayoría de los derechos humanos son al menos implícitamente, y a


menudo explícitamente, limitados respecto del alcance y el tipo de amenazas
respecto de las cuales exigen protección por parte de las instituciones. (El he­
cho de que estas limitaciones no siempre estén explícitas en las formulas docu­
mentales no es, necesariamente, evidencia de lo contrario: algunas de las con­
troversias políticas formales e informales que suceden dentro de la práctica
internacional de los derechos humanos, son las controversias acerca de qué
amenazas se consideran amenazas comunes que pueden justificar acciones
políticas correctivas).
La reflexión sobre el tipo de justificación que la mayoría de los derechos
institucionales exigiría muestra que difícilmente podría ser de otra manera.
Más adelante diré algo más al respecto, pero para nuestros propósitos in­
mediatos hago un breve anticipo. Una justificación aparentemente plausible
para afirmar que la doctrina de los derechos humanos debería incorporar al­
guna protección específica, debería satisfacer, al menos, tres tipos de requeri­
mientos. Como una primera aproximación, éstas son: 1) que el interés prote­
gido tenga una importancia tal que sea razonable reconocerlo en un amplio
espectro de vidas posibles; 2) que ante la ausencia de las protecciones incor­
poradas en el derecho, exista una probabilidad significativa de que las institu­
ciones de nivel doméstico se comporten, por acción u omisión, de maneras
que hagan peligrar este interés; y 3) que existan medios de acción internacio­
nal permisibles que, si se llevasen a cabo, sería menos probable que el interés
corriese peligro y que estos medios no sean irrazonablemente gravosos para
aquellos que tuvieran una razón para usarlos18. La idea de una «amenaza co­
mún» se presenta en esta fórmula dos veces: como parte de la explicación de
la vulnerabilidad de los intereses subyacentes en ausencia de la protección
incluida en el derecho, y como una manera de limitar la responsabilidad de
los agentes externos que podrían ser llamados a actuar. Esto muestra que la
justificación de casi cualquier derecho humano dependerá, en mayor o menor
medida, de generalizaciones empíricas sobre la naturaleza de la vida social y
el comportamiento de las instituciones políticas y sociales. Estas generaliza­
ciones pueden variar en su rango de aplicación; claramente, para los derechos
humanos el rango debería ser relativamente amplio, ya que se supone que los
derechos pueden ser reclamados por todos los miembros de las sociedades
contemporáneas. Sin embargo, las generalizaciones no necesitan estar rela­
cionadas con la vida social en cualquier tiempo y lugar más de lo que los in­
tereses subyacentes necesitan ser compartidos por todos los seres humanos
«como tales». La limitación de los derechos humanos a protecciones de inte­
reses urgentes contra peligros predecibles en el mundo moderno pretende re­
conocer, si bien de manera general, ambas dimensiones de contingencia. La

18 Consideraciones en general similares, aunque en algunos aspectos más exigentes parecen ser reque­
ridas para justificar reclamos referidos a derechos morales. Véase T. M. Scanlon, «Rights, Goals, and Fair-
ness» y «Human Rights as aNeutral Concern» (2003: 35, 115-116, respectivamente).
UN NUEVO COMIENZO 145

inclusión de una limitación de este tipo es inevitable en un análisis de los


derechos humanos.
En segundo lugar, una observación sobre la descripción de los derechos
humanos como protecciones de «intereses individuales». Los derechos huma­
nos han sido históricamente criticados por ser excesivamente individualistas en
su enfoque sustantivo. Generalmente, la crítica ha tomado una de estas dos
formas: o bien los intereses particulares protegidos tienden a producir desunión
social (por ejemplo, la libertad religiosa, la propiedad privada), o bien los dere­
chos humanos no exigen formas de acción pública a las que se debería otorgar
mayor prioridad (por ejemplo, la garantía de un estándar de vida adecuado)19.
En mi opinión, estas críticas tergiversan tanto el contenido como los objetivos
de la doctrina de los derechos humanos, pero momentáneamente dejaré esto de
lado. La pregunta que quiero plantear es si el modelo de dos niveles es, o no,
inaceptablemente individualista en un sentido diferente, i. e., al construir a los
derechos humanos de tal manera que su uso para proteger ciertos importantes
valores sociales es descartado desde el inicio, como si este uso fuera descartado
por una exigencia conceptual. Esto sería objetable en un modelo de la práctica
actual, debido a que esta práctica comprende derechos cuyo propósito es prote­
ger valores con una dimensión colectiva — por ejemplo, el derecho a la autode­
terminación y el derecho a participar en las prácticas lingüísticas, religiosas y
culturales distintivas de algún tipo de grupo social— 20.
¿Qué significa que un valor tenga una «dimensión colectiva»? Podríamos
decir, para comenzar, que éstos son valores que tienen una importancia para los
individuos que los disfrutan, que sólo puede explicarse haciendo referencia al
hecho de que estos individuos pertenecen a un grupo. Esto es claramente ver­
dadero para los valores recién mencionados. Por contraste, no se necesita una
referencia de este tipo para explicar la importancia de los valores protegidos,
por ejemplo, por el derecho a la vida o el derecho a un estándar de vida adecua­
do21. La cuestión es si el modelo de dos niveles está sesgado en contra del re­
conocimiento de derechos humanos cuyo propósito es la protección de valores
del primer tipo. Según el modelo, los derechos humanos protegen intereses de
los individuos. Si existe algo como un «interés grupal» que no es individualis­
ta, en el sentido de que no es posible percibir su importancia como derivada de
los intereses de los individuos que son miembros del grupo, entonces, si acep­
tásemos el modelo de dos niveles, no podríamos decir que un interés de este
tipo podría ser protegido por un derecho humano. Esto podría interpretarse

19 Una crítica como ésta sobre los «llamados derechos del hombre» fue expresada por M arx en sus
primeros escritos y ha tenido una resonancia considerable en el pensamiento moderno sobre los derechos
humanos (M arx, 1843: 1-26). Se puede encontrar una discusión de esta línea de crítica en W aldron, 1993:
341-344.
20 Los «derechos grupales» a veces son considerados como una nueva idea (tina «tercera, o tal vez
cuarta, generación» de derechos humanos), pero de hecho ambos pactos reconocen derechos como estos,
incluyendo los ejemplos dados arriba en el texto (véase, por ejemplo, P1DCP, arts. 1-27).
21 Para cotejar una discusión del problema de la definición, véase W aldron, 1993: 344-359.
146 CHARLES R. BEITZ

como un indicio de un tipo de prejuicio. De manera que es importante entender


que un valor puede tener una dimensión colectiva sin dejar de ser individualis­
ta. El valor de la autodeterminación, por ejemplo, posee una dimensión colec­
tiva ya que su importancia, para los individuos que disfrutan (o desean disfru­
tar) de este valor, no puede explicarse sin hacer referencia a su pertenencia al
grupo, pero aun así es un valor individualista: es un valor para los individuos
que lo disfrutan. Lo mismo sucede con cualquier derecho referido a la partici­
pación y a la pertenencia cultural. Esto muestra que el modelo no está objeta­
blemente sesgado en contra de la posibilidad de «derechos grupales», entendi­
dos como derechos que pueden ser reclamados por los individuos en virtud de
sus intereses en ser miembros de diversos tipos de grupos. Creo que es induda­
ble que existen intereses de este tipo (v. g., el interés en la identidad cultural),
aunque por el momento soy agnóstico sobre la posibilidad de que exista una
justificación satisfactoria para proteger estos intereses con el mecanismo de un
derecho humano22. Por ahora, lo único que intento decir es que el modelo de
dos niveles está construido como para permitir que la pregunta sobre si la doc­
trina internacional debería, o no, incluir derechos orientados a proteger estos
intereses, sea tratada como una cuestión normativa que surge dentro de la prác­
tica, y no como un asunto que se resuelva por definición.
En tercer lugar, según el modelo de dos niveles, los derechos humanos
expresan exigencias que se aplican, en primera instancia, a los Estados. Con la
expresión «en primera instancia» pretendo señalar que la protección institu­
cional exigida por los derechos humanos debe ser provista por medio de las
leyes y políticas de los Estados cuyos ciudadanos o residentes son los benefi­
ciarios de estas protecciones. Los Estados tienen la responsabilidad primaria o
de «primer nivel» de asegurar la satisfacción de los derechos humanos de sus
propios residentes23. Sin embargo, el modelo no exige que los Estados cum­
plan con esta responsabilidad incorporando garantías de los derechos humanos
en sus constituciones o leyes básicas. Esto se aparta de las expectativas que
tenían algunos de quienes diseñaron la práctica contemporánea y que tienen
algunos de quienes están familiarizados con ella. La cuestión es si deberíamos
considerar que el propósito de la empresa consiste en promover la promulga­
ción de normas constitucionales de nivel estatal que protejan los derechos
humanos o, en cambio, generar una protección efectiva de los intereses subya­
centes (de los individuos) por cualquier medio lícito del que disponga el Esta­
do. Por diversas razones creo que la segunda alternativa representa mejor el
propósito de la empresa. Primero, esta idea se ajusta mejor a la heterogeneidad
normativa de la doctrina de los derechos humanos. Algunos de sus elementos,
por supuesto, difícilmente podrían conseguirse sin las disposiciones legales
apropiadas (v. g., el derecho contra el arresto o la detención arbitraria), pero

22 Con respecto a algunas dudas, véase M iller, 2002: 178-195.


23 Posteriormente consideraremos si es una falla del modelo el hecho de que excluya la posibilidad de
que agentes que no son Estados puedan tener responsabilidades primarias o no derivadas (apdo. 5 infrá).
UN NUEVO COMIENZO 147

otros pueden ser alcanzados por medio de diferentes medidas políticas que no
exigen su promulgación como un derecho legal (un estándar de vida adecua­
do). La concesión de la declaración con respecto a que los derechos económi­
cos, sociales y culturales serán llevados a cabo «habida cuenta de la organiza­
ción y los recursos de cada Estado» (art. 22), parece reconocer este hecho.
Segundo, la idea de «protección efectiva» brinda una mejor interpretación de
la práctica política de los derechos humanos si se toma como base a la decla­
ración. Como hemos visto, tanto dentro como fuera del sistema de derechos
humanos basado en los tratados, el objetivo de la acción internacional ha sido
asegurar el goce sustantivo de los derechos humanos en vez de (solamente) la
promulgación de protecciones en el derecho local. Finalmente, esta idea per­
mite una distinción más nítida entre medios y fines, por lo que el tema de la
deseabilidad e importancia de la protección constitucional puede ser visto
como un asunto de resolución contingente y no como uno de necesidad con­
ceptual.
Algunas personas han adoptado una posición que parece contrastar con la
concepción de los derechos humanos como estándares que se aplican, en pri­
mera instancia, a los Estados. De acuerdo con lo que Thomas P ogge llama una
«comprensión interaccional», los derechos humanos son fundamentos para que
las personas individuales puedan hacer reclamos a otras personas: todas las
personas tienen derechos humanos y todos tienen la responsabilidad de respetar
los derechos humanos. El propio P ogge rechaza esta posición. En lugar de ella
propone una «comprensión institucional» según la cual los derechos humanos
justifican reclamos dirigidos de modo directo a aquellas instituciones y prácti­
cas compartidas de las que es parte la persona que reclama, y de modo indirec­
to a aquellos que apoyan estas instituciones (P ogge, 2002: 44-48, 64-67)24.
Creo que P o g g e tiene razón al considerar a los derechos humanos como
estándares que se aplican, en primera instancia, a las instituciones, y al distin­
guir a esta postura de las concepciones individualistas. El error de no percibir
esta distinción es tal vez otro resultado de tratar a los derechos humanos inter­
nacionales como si fuesen idénticos a la tradición de los derechos naturales. La
concepción de P o g g e de una «comprensión institucional», sin embargo, dice
más que esto. Esta concepción combina una posición acerca de cuáles son los
agentes primarios de los derechos humanos con otra tesis sustantiva acerca de
cuáles son los fundamentos en que se funda la preocupación o el interés por los
derechos humanos. Pogge sostiene que apoyar un esquema institucional que,

24 Al describir una «comprensión institucional» escribe: «Los derechos humanos son, entonces, recla­
mos morales referidos a la organización de la propia sociedad. Sin embargo, ya que los ciudadanos son res­
ponsables colectivamente por la organización de su sociedad y como ésta incide en la satisfacción de los
derechos humanos, los derechos humanos en última instancia formulan exigencias a los ciudadanos (espe­
cialmente a los más influyentes). Las personas comparten la responsabilidad por la falta de respeto de los
derechos humanos por parte de los funcionarios dentro de cualquier orden institucional coercitivo en cuyo
sostenimiento ellos estén involucrados» (P ogge, 2002: 64).
148 CHARLES R. BEITZ

pudiendo evitarlo, permite que las personas sufran los tipos de privaciones
frente a las cuales los derechos humanos son una protección, es una forma in­
correcta de actuar. Hacer eso es violar un «deber negativo» —una especie del
deber más general de no dañar ( P o g g e , 2002: 66)— . Esto significa que las
responsabilidades de respetar y proteger los derechos humanos de una pobla­
ción, sólo pesan sobre quienes participan junto con esa población «en el mismo
sistema social» (ibid.). Ahora, una cuestión importante es si una posición de
este tipo brinda una explicación adecuada de los fundamentos sobre los que se
apoyan los deberes de respetar los derechos humanos. Más adelante, expreso
ciertas dudas al respecto, pero por el momento dejo de lado esta cuestión25. Lo
relevante aquí es que una interpretación de la doctrina contemporánea de los
derechos humanos que considere que está compuesta de estándares para insti­
tuciones no necesita comprometerse con una posición adicional con respecto a
la naturaleza o el fundamento de los deberes que los derechos humanos impo­
nen a los agentes individuales.

Cuarto, el modelo de dos niveles no limita la responsabilidad de protección


de los derechos humanos de las personas, a los Estados en los cuales estas
personas residen. El modelo representa a los derechos humanos como asuntos
de preocupación internacional al sostener que los agentes externos capaces y
apropiadamente situados pueden tener razones pro tanto para la acción cuando
los Estados fracasan en cumplir sus responsabilidades de «primer nivel». Como
he recalcado, ésta es una característica distintiva, tal vez la característica más
distintiva, de la práctica contemporánea de los derechos humanos. Aun si nos
limitamos a las expectativas de quienes diseñaron la práctica tal como éstas se
ven representadas en la declaración y en los pactos, es claro que algún rol in­
ternacional fue tenido en mente; de otro modo las referencias hechas a la coo­
peración internacional y las disposiciones acerca de la auditoría internacional,
serían inexplicables. Además, como hemos visto, en la política contemporánea
global las violaciones son usualmente tratadas como razones para la acción por
parte de otros agentes diferentes a las organizaciones internacionales, incluyen­
do a otros Estados y organizaciones no gubernamentales, y son consideradas
como capaces de justificar un conjunto de acciones más amplio que el que está
a disposición de las instituciones internacionales de derechos humanos. Cierta­
mente, estos modos de acción política no están reconocidos o autorizados por
los tratados de derechos humanos, pero son claramente visibles en la práctica
de los Estados, las organizaciones internacionales y las organizaciones no gu­
bernamentales. El modelo busca dar cuenta de estas características de la prác­
tica de los derechos humanos al distinguir el rol primario de los Estados de las
razones pro tanto para la acción generada para agentes externos cuando los
derechos humanos son amenazados debido al fracaso de los Estados a la hora
de cumplir este rol.

25 Para una discusión, véase P atten, 2005: 19-27.


UN NUEVO COMIENZO 149

Diré algo más sobre las razones pro tanto en un momento, pero primero
realizaré una observación adicional sobre los tipos de acción internacional para
las que los derechos humanos podrían proveer razones. He dicho que el rol de
los derechos humanos como justificadores de la interferencia es central para
comprender sus funciones discursivas. Sin embargo vale la pena recordar que
la idea de interferencia por los derechos humanos, aun en su interpretación más
generosa, no agota el espectro de medidas para las que las violaciones de dere­
chos humanos podrían proveer razones. Las estructuras y prácticas de gober-
nanza global se han tomado más complejas e importantes desde el tiempo en
que la declaración fue dictada y éstas pueden entorpecer o aumentar las capa­
cidades de los Estados individuales para proteger los derechos humanos de sus
residentes. Consideremos, por ejemplo, las reglas del comercio internacional
que permiten a los Estados limitar el comercio de bienes con países pobres, las
reglas de propiedad intelectual que aumentan el costo de medicamentos esen­
ciales, y las normas relacionadas con prácticas laborales establecidas por órga­
nos transnacionales no gubernamentales cuya función es establecer estándares.
Para ser realista, una comprensión de los derechos humanos que los entiende
como imponiendo responsabilidades sobre terceros Estados y organizaciones
internacionales debería reconocer que el remedio más eficaz para ciertas viola­
ciones de derechos humanos dentro de los Estados, puede ser la reforma de
reglas y estructuras a nivel global antes que la interferencia en el Estado, en
cualquiera de sus formas conocidas. La idea de la asistencia externa en la ter­
cera parte del modelo debería interpretarse de modo que incluyese el paradigma
de «adaptación externa» junto con a aquellos paradigmas que involucran for­
mas más conocidas de interferencia política (apdo. II.3 infra).
Finalmente, un comentario sobre las razones pro tanto para la acción. El
contraste usual se hace con las razones concluyentes. Las razones concluyentes
nos exigen que actuemos, sin importar las demás consideraciones que estén en
juego. Estas razones superan a otras consideraciones, cualquiera que sea su
contenido. Las razones pro tanto son genuinas razones para la acción, pero no
necesariamente superan a las razones contrapuestas que también pueden estar
en juego. Según el modelo, cuando las instituciones de un Estado no respetan
los derechos humanos, los agentes externos que se encuentran ubicados apro­
piadamente cuentan con razones pro tanto, pero no necesariamente con razones
concluyentes, para actuar. Esto significa que, en general, el incumplimiento de
los derechos humanos en una sociedad no exigirá la acción por parte de agentes
externos. Aunque puede tener algún sentido decir que tales agentes tendrían
deberes prima facie para actuar, no sería necesariamente cierto que ellos tienen
estos deberes, todas las cosas consideradas.
Es cierto que las violaciones de ciertos tipos podrían proveer razones con­
cluyentes para actuar, o tal vez razones pro tanto muy poderosas (unas que
superen a la mayoría de las otras razones en las circunstancias en las cuales
ellas típicamente aparecen). Alguien podría creer que esto es cierto, por ejem-
150 CHARLES R. BEITZ

pío con respecto al genocidio y la tortura26. El modelo no descarta esta posibi­


lidad. Sin embargo, nosotros debemos considerar que casos como estos son
especiales si es que buscamos un modelo capaz de representar la amplitud
normativa de la doctrina contemporánea de los derechos humanos. Las amena­
zas contra las que protegen los derechos humanos de la actual doctrina interna­
cional poseen diferentes niveles de urgencia y deberíamos esperar, y el modelo
permite, que estas amenazas dieran lugar a razones para la acción que posean
diferente fuerza.

4. «DERECHOS DECLARATIVOS»**

El modelo de dos niveles es una interpretación de la idea de derecho huma­


no que se encuentra presente en la práctica contemporánea de los derechos
humanos. Desde esta perspectiva, el modelo puede recibir distintas objeciones.
Entre las objeciones más problemáticas se puede encontrar la que sostiene que
al caracterizar a los derechos humanos como generadores de razones pro tanto
en lugar de caracterizarlos como exigencias que superan a todas las demás
consideraciones, el modelo no da cuenta de un elemento esencial de la idea de
derecho.
Los derechos morales más comunes son fundamentos para formular recla­
mos frente a otros agentes específicos para que realicen o se abstengan de rea­
lizar tipos relativamente específicos de acciones. Más aún, aunque de manera
general, no es cierto que un derecho no pueda jamás ser superado por otras
consideraciones, las razones para la acción que un derecho suministra tienen un
estatus especial para los agentes a quienes se aplican. Ellas no son simplemen­
te razones a ser sopesadas frente a otras razones que pudieran estar presentes;
los derechos excluyen como irrelevantes a algunas razones contrapuestas e
imponen condiciones especiales que deben ser satisfechas si queremos consi­
derar otras razones. La objeción sostiene que cualquier concepción plausible de
los derechos humanos debería heredar estas características. Puede parecer que
el modelo de dos niveles no supera esta prueba ya que sostiene que el fracaso
de un gobierno a la hora de satisfacer las exigencias de los derechos humanos
no hace más que generar razones pro tanto para la acción correctiva o protec­

26 El art. 4 del PIDCP permite que en situaciones excepcionales de emergencia pública los Estados
puedan adoptar disposiciones derogatorias de las obligaciones contraídas pero designa ciertos requerimien­
tos como no derogables (por ejemplo, el derecho a la vida, el derecho a no ser torturado, el derecho a ser
reconocido por el sistema jurídico, y el derecho a la libertad de conciencia y de religión). Podría decirse que
la distinción entre estos derechos y otros derechos es paralela a la distinción entre razones pro tanto y razones
concluyentes. Para una discusión, véase J oseph et al., 2004: Ap. 25, 49-66.
* N. de T.: La expresión utilizada en el original en inglés es manifestó rights. La traducción usual al
castellano de esta expresión es «derechos retóricos». Hemos preferido, no obstante, traducirla como
«derechos declarativos» debido a que la expresión «derechos retóricos» transmite la impresión de que se
trata de derechos que no producen ninguna consecuencia práctica, tesis que es discutida en el texto más
adelante.
UN NUEVO COMIENZO 151

tora por parte de agentes externos. Los derechos humanos tal como los recons­
truye el modelo pueden parecer que son derechos mutilados.
La objeción se aprovecha de una simplificación excesiva. El modelo esta­
blece una diferencia entre las interferencias prácticas que se siguen de los recla­
mos de derechos humanos con relación a las situaciones deónticas de los go­
biernos de los Estados en los que surgen tales reclamos, y las que se siguen con
respecto a la situación deóntica de los agentes extemos que están en posición
de actuar. No existe una indeterminación seria sobre la ubicación de las respon­
sabilidades de primer nivel: éstas recaen sobre los gobiernos de los Estados. No
obstante que el modelo caracteriza a las acciones exigidas de modo relativa­
mente abstracto, su nivel de abstracción no es mayor que el que encontramos
en otras clases diferentes de derechos que usualmente no son considerados
igualmente problemáticos (por ejemplo, derechos constitucionales tales como
el derecho a la libertad de expresión). Es cierto que el modelo da cabida a la
posibilidad de conflictos entre derechos, o de manera más precisa, entre las
obligaciones asociadas con ellos, pero una vez más esto no debería ser más
problemático para los derechos humanos que para otros derechos de categoría
constitucional. Por supuesto, la analogía no debería llevarse demasiado lejos:
como he observado, la práctica de los derechos humanos no se adhiere consis­
tentemente a un paradigma jurídico de implementación, ni siquiera a nivel do­
méstico. No es plausible interpretar cada derecho humano como una exigencia
de que la correspondiente disposición constitucional sea promulgada en cada
Estado. Sin embargo, esto en ningún modo invalida al hecho de que es fácil
identificar quién tiene la responsabilidad primaria de actuar y que no es extraor­
dinariamente difícil de identificar cuál es el contenido de la responsabilidad.
Alguien que objete podría aceptar este punto pero replicaría que lo que se
ha hecho es eludir la objeción en vez de responderla. Se supone que los dere­
chos humanos son «universales» no sólo en su alcance sino también en el ca­
rácter de las obligaciones asociadas a ellos. Como señala Onora O ’N eill, no
deberíamos decir que «existen algunos derechos universales» a menos que
podamos especificar las «obligaciones [universales] con las que se correspon­
den» (O’N eill, 2005: 433). En su opinión, esta restricción es violada por cual­
quier concepción en la cual las obligaciones de respetar los derechos humanos
(«universales») de una persona recaen sólo sobre los miembros de la propia
sociedad de esa persona o sobre su gobierno. El modelo de dos niveles parece
ser este tipo de concepción; aunque permite sostener que un gobierno nacional
tiene la obligación de respetar los derechos humanos, lo más que puede decir,
en general, sobre otros agentes, es que ellos pueden tener razones pro tanto
para actuar, las cuales carecen de la fuerza y la especificidad de las obligacio­
nes. Una vez más, el fantasma del derecho mutilado parece haber retomado.
Lo primero que puede decirse a modo de respuesta, es que el modelo busca
describir una práctica discursiva existente, y los aspectos en los que el modelo
152 CHARLES R. BEITZ

caracteriza a los derechos humanos como menos demandantes que los derechos
ordinarios son aspectos en los que los derechos humanos típicamente son trata­
dos de manera diferente que los derechos ordinarios dentro de la práctica. La
doctrina de los derechos humanos no presenta un conjunto de estándares que se
puede esperar que sean satisfechos de manera simultánea en todos los casos, ni
tampoco incluye reglas de prioridad para resolver los conflictos cuando éstos
surgen. No contiene principios claros ni procesos para asignar obligaciones espe­
cíficas a agentes externos específicos cuando los derechos humanos son violados.
Si uno fuese a pensar que los reclamos de derechos transmiten información, en­
tonces uno podría decir que, generalmente, un reclamo válido de un derecho
transmite abundante información. Un reclamo válido transmite información so­
bre la naturaleza e importancia del beneficio que será suministrado o del daño
que será evitado si se cumple con las exigencias del derecho, la identidad de los
agentes cuya conducta está regulada por el derecho, la conducta que se exige de
ellos, la clase de circunstancias —y la amplitud de las mismas— en las que
puede ser permisible el incumplimiento del derecho. En contraste, dentro de la
práctica de los derechos humanos, un reclamo válido con relación a un derecho
transmite menos información. El reclamo válido transmite información sobre la
naturaleza e importancia del beneficio o del daño, la probabilidad de que los
agentes elegibles tengan razones para actuar, y los objetivos hacia los cuales su
acción debería estar orientada, pero en general dice menos acerca de la identidad
de los agentes cuya conducta está regulada y acerca de las circunstancias en las
que sería permisible el incumplimiento. En comparación con los derechos ordi­
narios, los derechos humanos dejan más extremos para ser resueltos en el mo­
mento de la aplicación. Uno puede imaginar un modelo de derechos humanos
que los aproxime a la idea de un derecho-reclamo, pero un modelo así no sería
fiel a una parte sustancial de la doctrina contemporánea de los derechos humanos.
El objetor puede no sentirse satisfecho con esta réplica. Los derechos hu­
manos tal como son entendidos en la práctica internacional contemporánea, se
supone que guían la acción. Pero si un derecho humano es uno en relación con
el cual no existe un criterio o proceso por el cual se pueda identificar a los
agentes específicos cuya acción será guiada, entonces el derecho no puede
desempeñar este rol. Su pretensión de guiar la acción puede parecer poco más
que una exageración sin ningún sustento. El objetor puede pensar que no pode­
mos satisfacer dos extremos al mismo tiempo: no podemos considerar que los
derechos humanos tienen el tipo de autoridad normativa usualmente reclamada
para ellos y aun así sostener que su violación no es más que una fuente de ra­
zones pro tanto para que agentes que no están especificados actúen. Si debemos
retener la segunda de estas condiciones para ser fieles a la práctica tal como la
observamos, entonces deberíamos abandonar la primera y defender una visión
«aspiracional» de los derechos humanos ( O ’N e il l , 2005: 432-433)27.

27 Evalúo la posición de O ’N eill en el apdo. VII.l infra.


UN NUEVO COMIENZO 153

Joel F e in b e r g adopta lo que a veces ha sido entendido como una posición


similar cuando describe los «derechos económicos» —por ejemplo, el derecho
a un estándar de vida adecuado— como «derechos declarativos» ( F e i n b e r g ,
1973: 67, 95)28. Debido a que esta caracterización ha sido influyente (y porque
creo que ha sido erróneamente entendida), vale la pena considerar el modo en
que F e i n b e r g entiende estos derechos. Los derechos declarativos, según el
punto de vista de F e in b e r g , no están necesariamente correlacionados con los
deberes de ninguna persona a quien puedan ser asignados porque «bajo condi­
ciones ampliamente frecuentes de escasez y conflicto, [ellos pueden] ser impo­
sibles de cumplir para cualquiera» ( F e in b e r g , 1973: 94)29. F e in b e r g parece
suponer que no hay una posible asignación de deberes tal que su cumplimiento
resultaría en la satisfacción de ciertos derechos económicos. Cualquiera que
haya sido el caso cuando F e in b e r g escribió, en la actualidad esto no es cierto de
modo obvio. Para nuestros propósitos, sin embargo, el punto más importante es
que, aun si es imposible o impracticable satisfacer un «derecho declarativo» en
el presente, este derecho podría sin embargo, ser una guía para la acción. F e i n -
b e r g tiene una posición inequívoca frente a esto. Él escribe que deberíamos

entender a los «derechos declarativos» como

reclamos reales, aunque sólo sean reclamos sobre futuros seres hipotéticos que
aún no existen. Acepto el principio de que tener una necesidad insatisfecha es
tener una especie de reclamo frente al mundo [...] Tales reclamos, basados sola­
mente en la necesidad, son «posibilidades permanentes de derechos», la semilla
natural de donde nacen los derechos. Quienes escriben declaraciones son fácil­
mente disculpados por hablar de ellos como si ya fueran derechos reales, ya que
esto no es más que una poderosa forma de expresar la convicción de que ellos
deberían ser reconocidos por los Estados como potenciales derechos y por consi­
guiente como factores determinantes de las aspiraciones actuales y como guías
para las políticas actuales (F ein b e r g , 1973: 67).

Cito extensamente lo que dice F e in b e r g para cuestionar la impresión de


que clasificar un valor como un «derecho declarativo» es de algún modo mini­
mizarlo al tratarlo como si fuese normativamente inerte. F e in b e r g sostiene que
un «derecho declarativo» puede guiar la acción aun si no está correlacionado
con el deber de un agente específico de encargarse de la satisfacción del dere­
cho para cualquier persona en particular. El «derecho declarativo» puede hacer
esto estableciendo como una meta de la acción política para agentes apropiada­
mente situados, la creación de condiciones en las que sería posible satisfacer el
derecho, y por lo tanto, asignar deberes para encargarse de su satisfacción.
Otra manera de presentar el punto es la siguiente. El fracaso de un gobierno
en impedir o remediar una privación de derechos podría dar origen a dos tipos
diferentes de razones para la acción de agentes extemos. Las razones «direc­

28 O ’N eill (2000: 99-100) utiliza la expresión.


29 Cursiva original.
154 CHARLES R. BEITZ

tas» son razones para actuar de una manera tal que el éxito produciría el disfru­
te sustancial del derecho para aquellos que han sido privados de él. Las razones
de este tipo pueden exigir diversas clases de acción. Éstas podrían incluir, por
ejemplo, el cese de actividades que provocan o contribuyen a la privación, el
ofrecimiento de protección frente a las amenazas de privación provenientes de
otros agentes o de fuerzas naturales, y la provisión de ayuda que contrarrestaría
o compensaría los efectos de la privación ( S h u e , 1996: 51-60). (Debería obser­
varse —un punto que F e in b e r g omite— que las circunstancias pueden ser tales
que uno tenga razones directas con respecto a algunas personas amenazadas
pero no con respecto a otras, tal vez porque los recursos son tan escasos que
sólo algunos pueden ser ayudados). Las razones «indirectas» son aquellas que
cuentan a favor de acciones por las que un agente puede ayudar a establecer
condiciones en las cuales aquéllos privados de un derecho, o sus sucesores,
pudiesen gozar sustantivamente del derecho en el futuro. Un tipo especialmen­
te importante de razón indirecta es la razón que uno puede tener para contribuir
al establecimiento y operación de esquemas cooperativos diseñados para llevar
a cabo tales acciones. La situación de un agente sería análoga a la situación que
podría presentarse en una sociedad injusta: aunque no habría ninguna obliga­
ción de cumplir con las reglas que se aplicarían si las instituciones de la socie­
dad fueran justas, aun así uno podría tener el deber de ayudar a establecer
arreglos justos con los que uno tendría el deber de cumplir una vez establecidos,
al menos cuando esto se pudiera llevar a cabo sin un sacrificio excesivo30.
La idea de un «derecho declarativo» muestra que un derecho puede guiar la
acción aun cuando ningún agente se encuentre en posición de realizar una se­
cuencia de acciones que resultaría en el disfrute sustantivo del derecho por
parte de aquellos que están privados de él. Aunque no usaré la frase de F e i n -
b e r g , este hecho cobrará importancia cuando pasemos a las cuestiones referidas

al «lado del suministro» de los derechos humanos (§ 25).

5. EL ROL DE LOS ESTADOS

El modelo también puede parecer objetable por el rol prominente que asig­
na a los Estados. Existen dos dimensiones. En primer lugar, según el modelo,
los derechos humanos se aplican en primera instancia a los Estados, en el sen­
tido de que se supone que las protecciones garantizadas por los derechos huma­
nos deben ser alcanzadas por los residentes de un Estado, por medio de las leyes
y políticas del Estado. En segundo lugar, en este modelo, los Estados son los
primeros garantes del desempeño de otros Estados respecto de los derechos
humanos, tanto a través de sus actividades de colaboración con las organizacio­
nes internacionales como a través de la acción unilateral.

30 Adapto la form ulación del deber natural de justicia que realiza R awls, 1971-1999: § 19, 99.
UN NUEVO COMIENZO 155

Estas características suscitan la cuestión de si el modelo está excesivamen­


te centrado en el estado31. Existen razones empíricas para pensar que podría
ser así. Las principales formas que ha adoptado la vida global económica y
política son diferentes de lo que eran en los años de posguerra. Por ejemplo, a
medida que las empresas transnacionales se han desarrollado a partir de la
Segunda Guerra Mundial, sus actividades se han vuelto más difíciles de ser
reguladas de modo efectivo por parte de sus Estados nacionales y por parte de
los Estados anfitriones en donde operan. Ha habido una proliferación de orga­
nizaciones no gubernamentales con la habilidad de ejercer influencia de modo
independiente y con la capacidad de organizar la acción política «horizontal­
mente», al coordinar actividades más allá de las fronteras. Las organizaciones
internacionales y los regímenes basados en tratados han crecido en número y
complejidad funcional, y ahora se podría pensar que poseen en sí mismos una
importancia política suficientemente grande para ser tratados como directa­
mente sometidos a las exigencias de los derechos humanos. Se han elaborado
sistemas de reglamentación regional y global, por ejemplo, por medio del de­
recho administrativo globalizado y dentro de redes transnacionales de funcio­
narios estatales que se adhieren a normas que no pueden ser analizadas como
expresiones del poder soberano de los Estados. Al mismo tiempo, algunos
Estados han sufrido el deterioro de sus capacidades para gobernar, a menudo
debido a los desafíos provenientes de fuerzas políticas separatistas y facciones.
Estos distintos acontecimientos ponen en tela de juicio algunas de las suposi­
ciones básicas que hicieron que pareciese posible la asignación a los Estados
de la responsabilidad primaria por los derechos humanos. No siempre está
claro que se pueda confiar en los gobiernos para que éstos protejan a sus resi­
dentes frente a la amenaza de incumplimiento por parte de agentes que no son
Estados. Tampoco está claro que los Estados, actuando solos o de manera co-
laborativa, típicamente estén mejor posicionados para actuar eficazmente con
el fin de lograr el cumplimiento de los derechos humanos en otros Estados.
Alguien que objetase podría, por lo tanto, sostener que el modelo de dos nive­
les es deficiente al no tomar en cuenta el hecho de que el grupo de actores cuyo
comportamiento es o debería ser regulado por las normas de derechos huma­
nos incluye diversos tipos de actores que no son Estados (tales como las em­
presas o las redes políticas)32.
Realizaré un breve comentario sobre esta objeción, pero permítanme pri­
mero señalar que nuestra pregunta sobre el rol de los Estados en el modelo

31 Si la centralidad de los Estados en la organización contemporánea del orden mundial es de alguna


manera indeseable es una cuestión distinta. Para una teoría integral de la justicia global esta cuestión sería
esencial, sin embargo para la concepción de los derechos humanos expuesta aquí dicha cuestión no necesita
ser planteada (apdo. VI. 1 infrá).
32 La literatura pertinente es extensa. Sobre las empresas, véanse R atner, 2001: 443-545; W eissbrodt y
K ruger, 2003: 901-922. Sobre el derecho administrativo y redes de gobemanza global, véanse Kjngsbury,
K risch y Stewart, 2005: 15-61; y Slaughter, 2004. Sobre redes transnacionales dedicadas a enfrentar cier­
tos problemas, véase K eck y S ikkink, 1998, especialmente el cap. 1.
156 CHARLES R. BEITZ

podría ser formulada también desde una perspectiva un tanto diferente. El


modelo describe a los Estados, actuando de manera aislada o en colaboración,
como los principales garantes del modo en que se comportan otros Estados en
relación con los derechos humanos. Esta característica «justificadora de la in­
terferencia» que posee el modelo de dos niveles es una interpretación de la idea
de que los derechos humanos son un asunto de preocupación internacional.
Alguien podría decir, sin embargo, que esta idea puede recibir otra interpreta­
ción según la cual las violaciones de los derechos humanos en el Estado A no
suministran una razón para que el Estado B interfiera. Tal vez el contenido de
la idea de interés o preocupación internacional se agota en el dictado de están­
dares de derechos humanos a través de declaraciones y tratados que poseen la
autoridad del derecho internacional en donde la responsabilidad por el cumpli­
miento se reserva exclusivamente a los Estados individuales. De este modo
podría decirse que aunque los Estados tienen deberes de satisfacer los estánda­
res de derechos humanos dentro de sus jurisdicciones, otros Estados y organi­
zaciones internacionales no sólo no tienen razón (ni siquiera pro tanto) sino
tampoco derecho de interferir cuando no se cumple con estos deberes. Su ac­
tuación se ve restringida por consideraciones de autodeterminación colectiva o
por consideraciones de soberanía nacional. Esta no es una posición esotérica:
es, por ejemplo, la posición del gobierno chino y también es sostenida, en algu­
na versión, por otros gobiernos cuya adhesión a las normas de derechos huma­
nos está combinada con una insistencia en que el principio de no intervención
limita la acción transnacional para proteger a los derechos humanos33. Esta
objeción conduce a una conclusión que en cierto modo es opuesta a la que se
sigue de la objeción presentada en el párrafo anterior: por decirlo de algún
modo, no es que el modelo pretenda muy poco para la práctica, sino que pre­
tende demasiado.
No creo que ninguna de estas objeciones brinde una buena razón para revi­
sar nuestra presentación del modelo. Uno no necesita cuestionar la precisión de
las observaciones que motivan la primera objeción para sostener que la práctica
contemporánea de los derechos humanos no les ha brindado una respuesta (o
no todavía). Todos los tratados de derechos humanos asignan a los Estados la
responsabilidad primaria por su cumplimiento, y confían en los Estados para
regular el comportamiento de los actores que no son Estados. Los mecanismos
formales para auditar las violaciones de derechos humanos están constituidos
en su inmensa mayoría por Estados, y sus procedimientos de elaboración de
informes dependen fundamentalmente de los Estados (las organizaciones no
gubernamentales juegan un rol importante pero secundario)34. Es cierto que
han existido esfuerzos para configurar principios de derechos humanos aplica­

33 Para un análisis de la posición del gobierno chino, véase C hina, Information O ffice of the State
C ouncil, 1991, y la discusión en el libro de Aun ICent, 1999: 158-159. Para una defensa de una posición si­
milar, véase B uyun, 1995: 447-460.
34 Para otra discusión, véase D onnelly, 1999: 85-88, 91-96.
UN NUEVO COMIENZO 157

bles directamente a las empresas35, pero hasta ahora estos esfuerzos han careci­
do de la estructura independiente y de la regularidad necesaria para justificar
considerarlos elementos de una práctica global en curso. Por supuesto, una
característica importante de la práctica global de los derechos humanos es su
carácter emergente y evolutivo, por lo tanto, lo que hoy nos parecen esfuerzos
políticos aislados e irregulares en el futuro podrían convertirse en elementos
más estructurados de la práctica. Si eso ocurriera, esto abogaría por una revi­
sión del modelo. Sin embargo, no ha sucedido todavía.
La respuesta a la segunda objeción es similar aunque históricamente más
compleja. Como hemos visto, la cuestión del alcance y los límites de la acción
internacional permisible para proteger a los derechos humanos, ha sido contro­
vertida desde el comienzo. La Carta compromete a la ONU y a sus miembros a
proteger y promover los derechos humanos a la vez que niega autoridad para
interferir en asuntos que se encuentran dentro de la jurisdicción nacional de los
Estados, y los pactos incluyen afirmaciones acerca de los derechos de «todos
los pueblos» a la autodeterminación (apdo. II. 1 supra). Sin embargo, ambos
pactos y cada instrumento de derechos humanos posterior ha incluido algún
tipo de mecanismo de implementación, por lo general consistentes en un pro­
cedimiento de auditoría internacional de las prácticas de derechos humanos de
las partes. Una importante corriente de opinión internacional sostiene que la
intervención coercitiva utilizada para proteger a las personas frente a los peores
abusos de derechos humanos por parte de los gobiernos puede ser justificable36,
(aun el gobierno de China, a la vez que sostiene como un principio general que
«los derechos humanos son esencialmente temas que se encuentran dentro de
la jurisdicción nacional de un país», también sostiene que «para llevar a cabo
la protección internacional de los derechos humanos, la comunidad internacio­
nal debería interferir y detener actos que pusieran en peligro la paz y seguridad
mundial, tales como las graves violaciones de derechos humanos causadas por
el colonialismo, el racismo, la agresión y la ocupación extranjera, así como
también el apartheid, la discriminación racial, el genocidio, la trata de esclavos
y las violaciones serias de derechos humanos por parte de organizaciones terro­
ristas internacionales»37). Existe un amplio registro de acción política transna­
cional que no llega al uso de la fuerza para proteger los derechos humanos
(apdo. II.3 supra). La idea de que el interés o la preocupación internacional por
los derechos humanos se agota con el dictado autoritativo de estándares de
derechos humanos, dejando la responsabilidad del cumplimiento exclusiva­
mente en manos de los Estados individuales, no es consistente con estos he­

35 Por ejemplo, ONU, C omisión de D erechos H umanos, Subcomisión de P romoción y P rotección de los
D erechos H umanos, 2003.
36 Esto está reflejado en el documento elaborado por la Comisión Internacional sobre Intervención y
Soberanía Estatal (2001) y esta afirmada sustancialmente en la Resolución 60/1 de la Sesión 60 de la A sam­
blea G eneral de la ONU, 2005. Ninguna, por supuesto, posee la fuerza del derecho internacional.
37 C hina, Information O ffice of the State C ouncil, 1991: pt. X..
158 CHARLES R. BEITZ

chos. El tema controvertible es diferente: no es si las infracciones a los derechos


humanos generan razones para que agentes externos actúen, sino qué tipos de
acciones y a través de qué agentes serían permisibles para diversos tipos de
violaciones. Una disputa de este tipo es usual en el discurso público de los de­
rechos humanos. Aquí, una vez más, un modelo que busque precisión descrip­
tiva debería dejar espacio para ella.
CAPÍTULO VI
N ORMATIVIDAD

Un enfoque práctico busca distinguir el problema de conceptualizar los


derechos humanos, el problema de comprender su fundamento y el problema
de determinar su contenido. El modelo de dos niveles es una respuesta para el
primer problema, pero no para al segundo ni para el tercero. Estos problemas
necesitan ser examinados de forma separada.
Las preguntas normativas que interesan surgen a diferentes niveles de
generalidad. En el nivel más general, la cuestión es la siguiente. Frente a no­
sotros tenemos una práctica normativa existente y debemos decidir qué actitud
tomar con respecto a ella. Considerada en general y como un elemento de un
orden normativo global más extenso, queremos saber si la práctica es la clase
de práctica que tenemos razón para aprobar y apoyar. ¿Qué propósitos desea­
bles podría buscar alcanzar una práctica semejante y por qué, en última ins­
tancia, deberíamos considerar su logro como un objetivo de la vida política
global suficientemente importante como para justificar la imposición de costos
sobre aquellos agentes cuyas contribuciones la práctica pretende conseguir?
Al descender un nivel, queremos saber si las normas de la práctica tal como
existe, constituyen un ejemplo concreto legítimo de la clase general de prácti­
ca. Por ende debemos preguntar, ¿según qué criterios deberíamos seleccionar
entre las diversas exigencias que podrían componer una práctica que busca
alcanzar estos propósitos justificadores, y hasta qué punto las normas de he­
cho incorporadas en la doctrina internacional actualmente existente satisfacen
estos criterios? En un tercer nivel, los problemas están vinculados con un
grupo de preguntas interconectadas referidas a cuáles son los tipos de agentes
a quienes podría exigírseles defender y promover las normas que de modo
apropiado se consideran como pertenecientes a la práctica y cuáles son las
clases de razones por las cuales estos agentes deberían hacerlo. ¿Quién debe-
160 CHARLES R. BEITZ

ría actuar cuando los derechos humanos son amenazados, y por qué debería
hacerlo?
He diferenciado estas preguntas para lograr mayor claridad pero como es
obvio están estrechamente relacionadas. Los criterios para seleccionar las exi­
gencias sustantivas de los derechos humanos deberían ser compatibles con una
posición convincente acerca de cuáles son los propósitos justificadores de la
práctica. Estos criterios deberían tomar en cuenta las clases de razones para la
acción que probablemente estén disponibles para aquellos agentes que tengan
mayores posibilidades de estar en posición de actuar cuando diversas normas
de la práctica sean infringidas. Además, por supuesto, estas razones depende­
rán de las clases de acciones que probablemente se encuentren disponibles para
estos agentes y de sus perspectivas de éxito, sus costos y sus riesgos.
Abordamos el problema de la normatividad de los derechos humanos en
este capítulo y en el siguiente. En este capítulo comienzo con un bosquejo de
una posición sobre cuál es el valor de una práctica que tenga las características
funcionales que poseen los derechos humanos. Debería recalcarse que en esta
etapa inicial estamos interesados en una práctica de una cierta clase, no nece­
sariamente en la práctica tal como actualmente existe. La idea es comenzar a
trabajar para obtener una comprensión generalizada del valor que este tipo de
práctica podría tener para luego, a partir de esta comprensión, elaborar una
descripción más minuciosa de las consideraciones que son relevantes a la hora
de realizar juicios evaluativos sobre el contenido normativo de la práctica, un
tema que trato más adelante. Presentaré estas consideraciones en forma de un
esquema que busca vincularlas con las características funcionales de los dere­
chos humanos representadas en el modelo de dos niveles y con una posición
acerca de cuáles son los propósitos justificadores de la práctica, así concebida.
Entre otras consideraciones, el esquema sostiene que cualquier valor conside­
rado un derecho humano debería ser tal que la falta de respeto por parte de un
gobierno pudiese dar origen a razones para que agentes externos actúen en su
defensa. Una comprensión de la naturaleza y la diversidad de estas razones es
el comienzo de una explicación de la responsabilidad internacional por la sa­
tisfacción de los derechos humanos (volveremos a este tema en el próximo
capítulo, en donde consideramos algunos casos difíciles respecto de los conte­
nidos de los derechos humanos). Una vez elaborado el esquema, me ocupo
brevemente de la creencia común que sostiene que los derechos humanos son
de alguna manera «minimalistas» y de la posición contraria que sostiene que
ellos son una paráfrasis de las exigencias de justicia social, y explico por qué
ninguna de las posiciones parece correcta. El resto del capítulo está dedicado
a la idea de tolerancia internacional. Muchas personas piensan que esta idea
debería jugar un rol independiente al razonar sobre los contenidos de los dere­
chos humanos. El esquema no hace una referencia explícita a ella, por lo tanto
debo explicar por qué creo que su importancia se ha entendido de una manera
equivocada.
NORMATIVIDAD 161

La explicación de la normatividad que voy a sugerir posee dos característi­


cas que merecen ser destacadas por adelantado, y ambas son consecuencias de
adoptar un enfoque práctico. En primer lugar, en esta explicación, los derechos
humanos no aparecen como una categoría moral fundamental. Con relación a
cualquier derecho humano en particular, siempre es posible preguntar por qué
este derecho debería ser parte de una doctrina normativa global y esperar una
respuesta que presente consideraciones morales (y de otro tipo) adicionales.
Los derechos humanos operan a un nivel medio del razonamiento práctico, al
servir para organizar estas consideraciones adicionales y al hacer que estas
consideraciones cuenten a la hora de adoptar un conjunto de elecciones. Más
aún, estas consideraciones adicionales son diversas. De acuerdo a la posición
que sugeriré, no es necesario interpretar que los derechos humanos derivan su
autoridad de un valor o interés único y más básico, tal como el de la dignidad
humana, la personalidad o la pertenencia a un grupo. Las razones que tenemos
para preocupamos por ellos varían según el contenido del derecho en cuestión
y la naturaleza de nuestra relación, si existe, con las distintas clases de poten­
ciales víctimas de la violación del derecho. Los derechos humanos protegen
una pluralidad de intereses y exigen diferentes clases y grados de compromiso
por parte de diferentes agentes. Estos derechos poseen una identidad distintiva
como estándares normativos, pero esta identidad no se encontrará en sus fun­
damentos o en la naturaleza de sus exigencias para la acción. Encontramos su
identidad, en cambio, en su rol especial como normas de la vida política global.1

1. PARA QUÉ SIRVEN LOS DERECHOS HUMANOS

Los derechos humanos son estándares para las instituciones domésticas


cuya satisfacción es un asunto de preocupación internacional. Como he obser­
vado, una práctica de los derechos humanos, concebida de esta forma, podría
ser descrita como «estatistas» al menos en dos sentidos: sus estándares se apli­
can en primera instancia a los Estados, y estos estándares tienen a los Estados,
actuando individualmente o en conjunto, como sus principales garantes. Esto
no significa que los derechos humanos no impongan restricciones a otros agen­
tes, o que sólo los Estados tengan responsabilidades como garantes. Sin embar­
go, el carácter central de los Estados para la práctica de los derechos humanos
es innegable. Tal vez, en un mundo que estuviera organizado de manera dife­
rente habría estándares institucionales análogos, pero si fuera así, probable­
mente el rol político y el contenido sustantivo de estos estándares serían distin­
tos. La práctica de los derechos humanos como se ha desarrollado hasta ahora
sólo puede comprenderse como un agregado revisionista de un orden mundial
de Estados territoriales independientes.
La importancia de esto no es solamente descriptiva; significa que cualquier
posición plausible sobre los propósitos que justifiquen una práctica de los dere-
162 CHARLES R. BEITZ

chos humanos debe ser compatible con el hecho que el Estado constituya la
unidad básica de la organización política del mundo. Una teoría de los derechos
humanos no es una teoría de la justicia global ideal. A nivel más general, la
pregunta relevante no es si una práctica de los derechos humanos tendría un
lugar dentro de la constitución política ideal del mundo. En cambio tomamos
ciertos hechos básicos sobre la estructura política del mundo como dados y
analizamos los propósitos de una práctica de derechos humanos dentro de esa
estructura. Al hacerlo, no necesitamos comprometemos con un juicio más
abarcativo, en un sentido u otro, acerca de la aceptabilidad o legitimidad del
sistema de Estados en sí mismo, considerada como una pregunta de teoría
ideal; para nuestros propósitos, esta pregunta no se presenta.
Los hechos básicos son claros. La estructura política del mundo está com­
puesta por un sistema de unidades políticas definidas territorialmente, cada una
de las cuales pretende ejercer autoridad política legítima dentro de sus fronte­
ras. Estos Estados componen un orden político, una «sociedad de Estados»1.
Aunque no está organizado siguiendo el modelo de las sociedades domésticas,
el orden global está constituido por un sistema de normas que facilita las inte­
racciones entre los Estados y organiza la cooperación para el suministro de
bienes colectivos. Entre otras cosas, estas normas definen una esfera de autori­
dad doméstica autónoma dentro de la cual cada Estado se ve protegido contra
la interferencia coercitiva extema. Pese a que esta estructura no se sustenta
generalmente en la adhesión de las voluntades de los individuos que son miem­
bros de los Estados, pretende una clase de aceptabilidad: sus normas se presen­
tan a sí mismas como regulativas de los Estados y en algunos supuestos de los
individuos y de los actores que no son Estados, y su incumplimiento, general­
mente se considera como una razón para la crítica y, tal vez, la aplicación de
sanciones.
Históricamente, el argumento para una práctica global con las característi­
cas funcionales de los derechos humanos gira en tomo a una tesis empírica
acerca de las patologías de una estructura política global que concentra poder
en puntos dispersos no sujetos a un control superior. Una tesis semejante era
común entre aquellos que diseñaron la doctrina moderna de los derechos huma­
nos y entre sus primeros defensores (apdo. II. 1 supra). Consideraban que la
Segunda Guerra Mundial y sus hechos desencadenantes eran prueba de la
existencia de una deficiencia estructural en el sistema de Estados tal como
existía entonces. Al adoptar una amplia esfera de autoridad doméstica autóno­
ma, las normas del sistema proveían un refugio seguro para los gobiernos que
maltrataban o incumplían su tarea de proteger a sus poblaciones en formas
que tuvieron consecuencias devastadoras para los afectados. Además, creían que
las probabilidades de que se diesen comportamientos indebidos por parte de los
Estados podrían reducirse por medio de la cooperación internacional para esta-1

1 La frase le pertenece a Hedley B ull. Véase, por ejemplo, B ull, 1966: 35-50.
N ORMATIVIDAD 163

blecer e implementar un conjunto de estándares comunes. Los diseñadores de


la doctrina también creían, como otra tesis empírica, que las características
culturales e institucionales que causaban o posibilitaban a los gobiernos invo­
lucrarse en estas formas de maltrato también contribuían a la tendencia de esos
gobiernos a llevar adelante políticas exteriores agresivas. Los derechos huma­
nos, considerados como un conjunto de estándares para los gobiernos junto con
los medios internacionales de implementación, constituían un remedio para
ambas deficiencias, una manera de reparar una falla estructural del sistema de
Estados anterior a la guerra.
¿Cuál es la importancia de estas ideas? Un manera de apreciar su fuerza es
realizando un experimento mental informal. Supongamos que estuviéramos en
una posición en la que pudiéramos elegir principios para una «Sociedad de
Estados». Reconocemos que el orden global dispone de diversas capacidades
políticas y legales internacionales y transnacionales, algunas de las cuales están
simplemente latentes, que podrían ser utilizadas para regular la conducta do­
méstica de los gobiernos. Luego nos preguntamos, si el establecimiento de un
sistema de estándares para la conducta doméstica de los gobiernos serviría a
algún propósito defendible que pudiera ser impíementado a través del desarro­
llo y uso de estas capacidades reguladoras. ¿Por qué algunos estándares para
las instituciones de nivel estatal, debería ser reconocido como un asunto de
preocupación internacional? ¿Por qué no dejar a los Estados individuales libra­
dos a sus propios mecanismos?
La naturaleza de la respuesta apropiada depende de la perspectiva desde la
cual consideremos la pregunta. La idea de una «Sociedad de Estados» deja
ambiguo el punto referido a si la perspectiva apropiada es la de los Estados en
sus capacidades corporativas (como, tal vez, los juristas internacionales clási­
cos podrían haberlo imaginado) o la de los individuos cuyas circunstancias
podrían verse afectadas por el cumplimiento de las normas del sistema por
parte de los Estados y de los actores subordinados2. Las tesis empíricas respon­
den a ambas perspectivas: la tesis de que la inobservancia de los derechos hu­
manos por parte de los Estados incrementa la probabilidad de que cometan
agresiones externas apela fundamentalmente a los intereses corporativos de los
Estados, mientras que la tesis de que permite formas predecibles de descuido y
abuso oficial apela a los intereses de los individuos. La cuestión más importan­
te acerca de la primera tesis se refiere a su premisa empírica, de la cual me1

1 La ambigüedad está presente en los comentarios que B ull hace sobre los derechos humanos en B ull,
1977: cap. 2. El trata a los derechos humanos como subversivos de los principios organizadores de la «So­
ciedad de los Estados» debido a la posibilidad de conflicto entre los valores políticos de un Estado y los va­
lores corporizados en los derechos humanos. El no acepta, sin embargo, a los principios de la «Sociedad de
Estados» como las únicas normas válidas de la vida política global; también reconoce la pertinencia de lo que
describe como la «justicia humana o individual» (B ull, 1977: 79-80), que según su opinión sirve como
fundamento de los derechos humanos, y sostiene que en la práctica un sistema de Estados puede dar cabida
a estos valores (aunque tal vez de una manera distorsionada o incompleta). Véase también B ull, 1984: 13.
164 CHARLES R. BEITZ

ocuparé brevemente más adelante. Suponiendo, por el momento, su p lacib ili­


dad, el razonamiento para obtener la conclusión deseada es claro. Se podría
pensar que la segunda tesis es más problemática. Volviendo a nuestro experi­
mento mental, supongamos que consideramos la elección de principios para un
orden global de Estados independientes desde la perspectiva de individuos que
reconocen la posibilidad histórica de que las acciones y omisiones de los go­
biernos, quienes son resguardados de la interferencia externa por normas que
protegen una amplia esfera de autonomía doméstica, pueden tener consecuen­
cias desastrosas para los intereses más urgentes de sus habitantes. Luego nos
preguntamos, tomando las características estructurales de este orden político
como más o menos fijas, en qué circunstancias sería razonable esperar que las
personas lo acepten y apoyen3. Si asumimos que es razonable preocupamos por
proteger nuestros intereses más importantes frente a formas predecibles de in­
observancia y abuso oficial, entonces, al reconocer que el orden global dispone
de una capacidad de autorregulación, parece, prima facie, que una condición de
su aceptabilidad sería el establecimiento de un mecanismo por el cual pudiese
ser limitada-la jurisdicción doméstica de los Estados y pudiese regularse su
ejercicio con el fin de brindar protección frente a tal amenaza. Una práctica
global de los derechos humanos podría ser entendida como tal mecanismo
precautorio4.
Esta posición prima facie es pasible de algunos cuestionamientos. Antes de
referimos a ellos, realizaré dos comentarios con la finalidad de explicarla con
más detalle. En primer lugar, la descripción que he ensayado, coloca la impor­
tancia de una práctica de los derechos humanos en dos objetivos distintos:
proteger intereses individuales importantes frente a amenazas predecibles y
disuadir a las sociedades de que desarrollen ciertas características que pudieran
provocar que sus gobiernos lleven adelante políticas que amenacen el orden
internacional. Asumiendo, incluso, que la premisa del segundo objetivo es
verdadera, se debe destacar que no existe una razón a priori para creer que estos
dos propósitos justifican el mismo catálogo de protecciones. Por ejemplo, aun­
que la idea de que los regímenes genocidas probablemente también sean exter­
namente agresivos puede tener cierta plausibilidad a primera vista, es mucho
menos plausible que la misma asociación se sostenga para otros casos de in­
cumplimiento (por ejemplo, en satisfacer los estándares mínimos de bienestar).
Tampoco existe razón para suponer que estos dos fundamentos permitirían la
misma variedad de respuestas preventivas y correctivas frente a las violacio­
nes. De hecho, parece más probable que el interés en satisfacer estos propósitos
produciría divergencias de los dos tipos. Por lo tanto, ambos propósitos se
combinan de modo inestable. La cuestión es si esto podría implicar algún pro­
blema y en qué sentidos lo haría.

3 En general, la expresión de aceptación y de apoyo debe ser indirecta; ésta tiene lugar a través de las
políticas del gobierno bajo el que uno se encuentra. Pero este hecho no debilita la fuerza de la pregunta.
4 Comparar con la discusión de la «soberanía condicional» en Shue, 1996: 174-175 y epílogo.
N ORMATIVIDAD 165

En general, no hay nada de problemático en caracterizar a una práctica


como promoviendo más de un valor. Aun una práctica aparentemente tan sim­
ple como la de intercambiar regalos es notoriamente compleja en los objetivos
que busca satisfacer. El asunto que se plantea cuando una práctica busca pro­
mover múltiples valores es cómo elegir, cuando las circunstancias fuerzan una
elección, entre alternativas que contribuyen en diferentes grados a la satisfac­
ción de diferentes valores. Problemas de este tipo pueden surgir con respecto a
los derechos humanos en diversos niveles: por ejemplo, al pensar sobre qué
protecciones deberían contar como derechos humanos o qué características
exhibidas por una específica violación por parte de un Estado podrían justificar
la acción internacional. No hay duda de que este tipo de dilemas pueden surgir
en la deliberación práctica. El punto relevante aquí es que éstos surgen «deba­
jo» de las cuestiones sobre los propósitos y son provocadas por ellas: a menos
que el conflicto entre los valores subyacentes sea sistemático y generalizado, su
posibilidad no nos da razón para resistimos a atribuir múltiples propósitos a la
práctica.
La observación más importante es que la premisa empírica que necesita el
argumento de que alentar el respeto por los derechos humanos promueve la paz
internacional es notablemente insegura. Hasta la fecha, existe muy poca evi­
dencia sistemática de que los gobiernos que vulneran los derechos humanos de
sus ciudadanos planteen una amenaza mayor al orden internacional que la que
pueden plantear otros gobiernos, y no es para nada claro qué mecanismo causal
podría explicar una regularidad semejante, si existiera5. Aun en los casos de
Alemania y Japón antes de la guerra, sería especulativo suponer que las carac­
terísticas de estos regímenes que explican sus diversas formas de comporta­
miento doméstico indebido también fueron responsables, de algún modo signi­
ficativo, de las decisiones que los condujeron a la guerra. Y todavía es necesario
realizar un paso adicional más para probar la hipótesis de que las formas de
acción disponibles para los agentes internacionales en respuesta a la conducta
doméstica inapropiada de un régimen pudieran incidir también sobre las carac­
terísticas subyacentes que se supone influyen la política exterior del régimen.

5 Un estudio relevante es S obek et al., 2006: 519-529. Estos autores encuentran que pares de Estados
que respetan los derechos humanos tienden a no entrar en conflicto entre sí. Sin embargo, no es obvio cuál
sería el mecanismo causal que opera, ni tampoco es obvia la inferencia respecto a cuál seria el comporta­
miento del Estado individual en relación con Estados que no respetan los derechos. A pesar de la ausencia de
evidencia más concluyente, la creencia de que existe una relación entre la falta de cumplimiento con las
normas de derechos humanos y la tendencia a la agresión en la política exterior parece ser ampliamente
compartida. Por ejemplo, la explicación que R awls (1999) ofrece de los derechos humanos depende en algu­
nos puntos de una creencia como ésta (por ejemplo, p. 81). Uno podría pensar que la creencia es plausible
por analogía con la hipótesis de una «paz democrática». Esta hipótesis es controvertida, pero aun si uno la
considera persuasiva, es, en el mejor de los casos, sólo de relevancia indirecta para los derechos humanos, ya
que los regímenes que obtienen malas puntuaciones si se los evalúa en función de su carácter democrático no
necesariamente reciben malas puntuaciones si se los evalúa según el nivel de satisfacción de los derechos
humanos. Por ende, aun si es verdad que los regímenes que no son democráticos son probablemente más
propensos a iniciar guerras, no puede inferirse de manera directa a partir de esto que los regímenes que violan
los derechos humanos también sean más propensos a hacerlo.
166 CHARLES R. BEITZ

No podemos dar aquí una respuesta a estas cuestiones políticas e históricas,


pero en ausencia de mayor evidencia es difícil ver cómo una explicación per­
suasiva de la justificación de una práctica de los derechos humanos puede de­
sarrollarse a partir de un interés generalizado en proteger la estabilidad interna­
cional. Esto, por supuesto, no excluye la posibilidad de que puedan existir
casos en los que el comportamiento doméstico indebido de un régimen pueda
contribuir a la inestabilidad internacional; pensemos, por ejemplo, en las viola­
ciones a los derechos humanos por parte de un Estado que provocan el flujo
masivo de refugiados a través de las fronteras. En tales casos, las consideracio­
nes referidas a la estabilidad internacional podrían suministrar una razón para
la acción internacional con el propósito de detener la conducta doméstica ina­
propiada. Pero esta clase de casos, en la que la causa de la inestabilidad es el
comportamiento indebido en sí mismo, en vez de aquellos aspectos de la socie­
dad y la cultura doméstica que lo ocasionan, no es la que el argumento original
tiene en mente.
El segundo comentario es el siguiente. Al articular el argumento prima fa-
cie para considerar a una práctica de los derechos humanos como un mecanis­
mo precautorio, me abstuve de describir los propósitos de la práctica de un
modo que los conectase con la norma de soberanía o con la distinción que a
veces se traza entre concepciones de justicia global «estatistas» y «cosmopoli­
tas». A menudo, los derechos humanos son descritos en términos que traen a la
mente esta distinción —por ejemplo, son descritos como la brecha por donde
introducir una forma más comprehensiva de interés cosmopolita, como una
expresión de la justicia «individual» entendida ésta como opuesta a la justicia
«internacional», o como evidencia para respaldar la posición que sostiene que
los individuos son o deberían ser considerados sujetos del derecho internacio­
nal por derecho propio— . No hay duda de que los derechos humanos tienen un
propósito cosmopolita en el sentido limitado de que ciertos aspectos de la con­
ducta y de la estructura interna de los gobiernos son representados como obje­
tos apropiados para concitar la preocupación internacional. Tal vez sea esclare-
cedor pensar que los derechos humanos imponen condiciones para el ejercicio
lícito de las prerrogativas asociadas tradicionalmente con la norma de sobera­
nía. Sin embargo, no creo que sea acertado o constructivo adoptar una posición
acerca de los propósitos justificadores de la práctica que requiera un compro­
miso con alguna concepción más general de justicia global. La distinción tradi­
cional entre tales concepciones, aunque tal vez sea esclarecedora para otros
propósitos, es una distracción en este caso y podría distorsionar nuestra visión
de la justificación de la práctica cuando se la considera como un elemento del
orden normativo global existente.
Permítanme pasar a ocuparme de los dos cuestionamientos que pueden
hacerse a la explicación prima facie de los propósitos de la práctica que he
presentado con anterioridad. El primero deriva de un punto de vista al que
llamaré la «posición antiimperial». Esta perspectiva acepta la tesis empírica de
N ORMATTVIDAD 167

que un sistema de Estados sin una autoridad central es vulnerable a formas


potencialmente atroces de comportamientos domésticos indebidos por parte de
los gobiernos, pero no acepta la inferencia de que una práctica global de los
derechos humanos sea un remedio adecuado. Esto se debe a que la posición
adopta la tesis adicional de que, cuando las desigualdades de poder entre Esta­
dos son suficientemente grandes, es probable que los Estados hegemónicos
utilicen cualquier herramienta que tengan a su disposición para promover sus
intereses, independientemente de cuáles sean las consecuencias para los Esta­
dos más débiles y sus habitantes. Una práctica global de los derechos humanos,
de acuerdo a esta posición, de hecho ofrecería oportunidades para el engrande­
cimiento imperial a través de la manipulación autointeresada y tal vez hipócri­
ta de los mecanismos establecidos por la práctica para ejercer influencia en
otras sociedades. Esto, a su vez, presentaría un mayor riesgo de dañar más que
de beneficiar los intereses humanos urgentes. Una inferencia es que una alter­
nativa más deseable —una que pudiera percibirse como respuesta a ambas tesis
empíricas— sería una práctica semejante a la de los derechos humanos, pero
con el elemento de «preocupación internacional» limitado a la declaración de
normas globales y tal vez al establecimiento de alguna forma no intrusiva de
control internacional. Cualquier responsabilidad adicional vinculada con la
implementación estaría exclusivamente reservada a los gobiernos nacionales6.
La cuestión es si la posición antiimperial se comprende mejor como un
cuestionamiento a la explicación de los propósitos de los derechos humanos
que les atribuye un carácter precautorio o como un tipo de argumento que tiene
lugar dentro de una práctica que persigue estos propósitos. Si la (primera) tesis
empírica es aceptada, entonces es difícil oponerse a la idea de que la existencia
de algún tipo de mecanismo global diseñado para impedir o limitar ciertas for­
mas de comportamientos indebidos por parte de los gobiernos sería preferible
a que ningún mecanismo exista, cuando se analiza el tema desde la perspectiva
de los individuos que están interesados en proteger sus intereses más importan­
tes. El punto verdaderamente en disputa entre la posición antiimperial y la
precautoria parece estar relacionado con la naturaleza de este mecanismo.
¿Hasta qué punto y de qué maneras este mecanismo debería autorizar la parti­
cipación de agentes externos para disuadir o prevenir las conductas domésticas
dañinas por parte de los gobiernos, o para buscar soluciones una vez que estas
conductas han tenido lugar? Un modo de resolver la disputa gira en tomo a
consideraciones mayormente instmmentales referidas a cómo una práctica de
los derechos humanos podría ser estructurada, a si las instituciones globales
podrían ser desarrolladas o no para poner freno a las fuerzas que favorecen
la corrupción hegemónica dentro de la práctica, y a qué resultados podrían
esperarse de las alternativas. El resultado de tomar en cuenta seriamente
estas consideraciones podría ser revisionista; las analizaremos más adelante

6 Esta posición, en la que la responsabilidad local está reservada al gobierno, podría asociarse con la
concepción de derechos humanos abogada por el gobierno de China y discutida anteriormente (apdo. V.5).
168 CHARLES R. BEITZ

(apdo. VIII.2). Por el momento, el punto importante es que uno puede recono­
cer las reservas que tiene la posición antiimperial sobre los usos a los que se
podrían ver expuestos los derechos humanos por parte de las potencias hege-
mónicas sin que este reconocimiento implique rechazar una explicación de los
propósitos justificadores de la práctica que les atribuya un carácter precautorio,
siempre que se deje abierto para determinar en una etapa posterior, qué formas
de acción internacional, y por qué agentes, son aceptables como respuesta a las
violaciones de las diversas normas de la práctica.
El otro cuestionamiento surge de la posibilidad de conflicto entre un régi­
men precautorio de los derechos humanos y el ejercicio de la autodetermina­
ción colectiva en sociedades individuales. Parece claro que un conflicto seme­
jante podría tener lugar. Por ejemplo, nada excluye la posibilidad de que el
gobierno de una democracia constitucional, digamos, o para el caso, las leyes o
la constitución de la sociedad, pudieran violar derechos humanos reconocidos
intemacionalmente7. En tal caso podría parecer que la acción por parte de agen­
tes externos que buscan provocar un cambio en la ley o la política que vulnera
los derechos humanos sería una interferencia objetable en el ejercicio de la
autodeterminación colectiva de una sociedad. Por lo tanto, una concepción de
los propósitos justificadores de los derechos humanos que autorice la interfe­
rencia en tales casos podría por lo tanto parecer cuestionablemente permisiva.
Este cuestionamiento suscita problemas difíciles de enfrentar, aunque tal
vez no tan difíciles como puede parecer. Aquí, al igual que antes, la fuerza del
cuestionamiento depende de cómo son especificados los detalles de la práctica,
en particular los referidos al grado de exigencia y el alcance de sus normas y
las formas de acción internacional que se consideran como justificadas por la
violación de esas normas. También depende de cómo se entiende la idea de
autodeterminación colectiva: aunque no hay dudas de que esta idea tiene un
contenido que limita su aplicación —como sugiere el caso paradigmático de la
autoridad colonial, no puede considerarse que cualquier clase de régimen sea la
expresión de la autodeterminación de su pueblo— no poseemos una concep­
ción preteórica unívoca de las condiciones que un gobierno o una constitución
deberían satisfacer para ser considerados de ese modo. Podemos imaginar dife­
rentes posiciones sobre cada uno de estos tres temas —el contenido de las
normas de la práctica, las formas de acción que la práctica considera justifica­
bles en respuesta a las violaciones, y las condiciones para la autodeterminación
colectiva— de modo tal que, cuando estas posiciones se sostienen de manera
conjunta, la interferencia objetable de agentes externos con el fin de evitar las
violaciones de las normas de derechos humanos, parecería probable que suceda

7 A menos, por supuesto, que uno adopte la idea de que ninguna sociedad política debería ser conside­
rada democrática si su constitución no protege los derechos humanos de sus ciudadanos. En ese caso la po­
sibilidad de conflicto aún surgiría, pero en una etapa anterior de razonamiento sobre las exigencias de legiti­
midad política (B enhabib, 2006).
NORMATIVIDAD 169

frecuentemente y en una amplia variedad de circunstancias. Imaginemos, por


ejemplo, la combinación de una extensa lista de protecciones, con un principio
que justifique la acción internacional coercitiva en cualquier caso serio de vio­
lación, y con una concepción de autodeterminación cuyas condiciones pudie­
sen ser satisfechas por casi cualquier tipo de régimen actualmente existente. Si
uno toma estos puntos de partida como dados, la probabilidad de que se pro­
duzcan frecuentes interferencias objetables sería difícil de negar. Pero por su­
puesto, nosotros no necesitamos tomar ninguno de los puntos de partida como
dados. El contenido sustantivo de los derechos humanos, las formas de acción
para las cuales su violación provee razones, y las circunstancias bajo las cuales
se debería permitir que estas razones sean decisivas son todos temas internos a
una teoría de la práctica. Y, aunque la pregunta referida a cómo deberíamos
concebir las condiciones de la autodeterminación colectiva es una pregunta
aparte, es razonable esperar que bajo cualquier concepción plausible, sólo cier­
tos tipos de regímenes serían reconocibles como expresiones genuinas de auto­
determinación, y —a pesar de que es claramente una cuestión contingente—
que sería más probable que regímenes de este tipo, antes que regímenes de otro
tipo, respetaran al menos algunos derechos humanos. Por ende puede ser que,
una vez que se hayan especificado los detalles de la práctica y que se hayan
completado las condiciones para la autodeterminación, las posibilidades de que
la práctica genere interferencias objetables y frecuentes en la autodetermina­
ción fuesen considerablemente menores de lo que parecía en principio. En esta
etapa, por supuesto, debemos dejar esto abierto como una posibilidad hipotéti­
ca. Tendremos que retomar este cuestionamiento más adelante, cuando consi­
deremos los fundamentos y los requerimientos de algunos derechos humanos
en particular (capítulo VII). Sin embargo es importante advertir que la natura­
leza y la magnitud del posible conflicto entre la preocupación internacional por
los derechos humanos y el respeto por la autodeterminación colectiva no están,
por así decirlo, fijadas ex ante: dependen de los detalles de la práctica en su
forma más justificable y de las condiciones en las que existe razón para respetar
los procesos a través de los cuales el gobierno de una sociedad adopta las deci­
siones que afectan el bienestar de sus habitantes.

2. UN ESQUEMA

Lo que he dicho sobre los propósitos de la práctica sirve de guía para la


formulación de la segunda pregunta que distinguimos con anterioridad. Al­
guien afirma que existe un derecho humano a alguna protección P. La afirma­
ción pretende ser normativa: no es la descripción de que la doctrina internacio­
nal reconoce un derecho a P sino más bien una afirmación de que debería
hacerlo. ¿Cómo deberíamos decidir si estar de acuerdo, o no? Para responder
esta pregunta, debemos considerar el rol funcional de los derechos humanos a
la luz de una concepción generalizada de sus propósitos. El modelo de dos ni­
170 CHARLES R. BEITZ

veles explica este rol funcional al mostrar cuáles serían los compromisos que
uno tendría si aceptara la afirmación de que existe un derecho humano a P. Un
argumento para sustentar la afirmación debería ser sensible a los tres elementos
del modelo.
Podríamos, por lo tanto, imaginar un esquema para justificar las afirmacio­
nes sobre el contenido de la doctrina de derechos humanos que tenga tres par­
tes8. Un argumento para sustentar cualquier afirmación de este tipo debería
mostrar que tres tesis son verdaderas:
1) Que el interés que sería protegido por el derecho es lo suficientemente
importante cuando se lo analiza razonablemente desde la perspectiva
de aquellos a quienes protege como para que sea razonable considerar
su protección como una prioridad política.
2) Que sería ventajoso proteger el interés subyacente por medio de ins­
trumentos políticos o legales disponibles para el Estado.
3) Que en la mayoría de los casos en los que un Estado tal vez pudiese
fracasar en proporcionar la protección, tal fracaso sería un objeto ade­
cuado de preocupación internacional.
Cada uno de estas tesis necesita explicación. Comenzando con la primera:
para dar cuenta de la importancia de un interés, uno debe explicar por qué sería
razonable que el agente de cuyo interés se trata considerara una cosa especial­
mente mala que el interés sea amenazado o que se impida su satisfacción. La
noción exigida de que un impedimento sea «algo malo» es objetiva. No es su­
ficiente y podría no ser necesario establecer que las preferencias del agente se
verían frustradas si se impidiese la satisfacción del interés. El juicio en cuestión
involucra la urgencia del interés, y ésta se explica mejor al pensar por qué un
agente podría razonablemente considerar la satisfacción del interés como un
asunto importante. Al mismo tiempo, para explicar por qué el interés debería
ser hecho una prioridad para otros a la hora de realizar acciones políticas, uno
debe dar cuenta de la importancia del interés de manera tal que aquellos de
quienes podría exigirse que brindasen protección pudiesen razonablemente
reconocer dicha importancia. Ya que los derechos humanos se supone que pro­
veen razones para la acción a agentes externos a las sociedades en las cuales los
derechos humanos podrían ser violados, la explicación no debería depender
exclusivamente de las creencias y normas que son específicas a una única cul­
tura o forma de vida. Este requerimiento puede satisfacerse de diferentes ma­
neras. Por ejemplo, algunos intereses son lo suficientemente genéricos como
para que sea razonable esperar que cualquiera reconozca su importancia (por
ejemplo, los intereses relacionados con la seguridad física y una alimentación
adecuada). En algunos casos, aunque el interés podría no ser ampliamente

8 La forma general de este esquema me fue sugerida por los comentarios de T. M. S canlon, acerca de
la justificación de los reclamos de derechos, formulados en «Rights, Goals, and Faimess», en Scanlon, 2003:
35. El contenido del esquema brindado aquí es distinto.
NORMATIVIDAD 171

compartido cuando se lo describe de manera específica, al formular una des­


cripción más abstracta del mismo su importancia podría ser reconocida aún por
parte de aquellos que no lo comparten (por ejemplo, «ser capaz de profesar la
propia religión»)9. En otros casos, la importancia del interés puede ser deriva­
tiva; por ejemplo, puede ser que bajo circunstancias históricas contingentes
pero que prevalecen actualmente, la satisfacción del interés fuese instrumental
a la satisfacción de otros intereses ya identificados como importantes (un ejem­
plo, tal vez, pueden ser los intereses relacionados con la participación política
o con la aplicación no discriminatoria de la ley). Quizás existen algunos otros
casos. Lo que es esencial es que la importancia del interés, vista desde la pers­
pectiva de un beneficiario razonable, debería ser inteligible para las personas
razonables a quienes podría exigirse que lo protegieran (esto no equivale a
mostrar que cualquier posible agente tiene una razón suficiente para llevar a
cabo una acción protectora. Ésa es otra cuestión, que se trata en la tercera parte
del esquema).
Algunas personas creen que los derechos humanos se comprenden mejor
como si se los entiende como si protegiesen o derivasen de un único interés
o valor subyacente. Por las razones que he mencionado anteriormente
(apdo. III.2), no creo que sea plausible pensar de este modo en los derechos
humanos de la práctica internacional. Los intereses que podrían ser adecuados
para este rol (por ejemplo los relacionados con la dignidad humana, la persona­
lidad, o la pertenencia a un grupo) probablemente, o bien parecen demasiado
abstractos para resolver el desacuerdo sobre los contenidos de la doctrina de los
derechos humanos o bien parecen limitar de modo arbitrario el alcance sustan­
tivo de la doctrina. Además, no existe una razón clara para sostener que los
derechos humanos deberían ser explicables en términos de un único valor do­
minante. Tal vez la presión que existe para considerarlos de esta manera deriva
de un deseo de verlos a todos como estándares del mismo tipo genérico. Pero
si tomamos las funciones discursivas de los derechos humanos como primarias,
entonces una explicación de su normatividad no necesita avergonzarse por
apelar a una variedad de consideraciones justificantes diferentes10.
Por extensión, tampoco parece necesario identificar una lista de intereses o
valores relativamente específicos que sirvan de fundamento o contenido de los
derechos humanos. El objetivo del esquema es caracterizar el argumento exigi­
do para sustentar afirmaciones sobre la sustancia de los derechos humanos. El
esquema hace esto, en parte, al exigir que los intereses que serían protegidos

9 Este es el ejemplo de T. M. S canlon, «Valué, Desire, and Quality of Life» (2003: 184). Véase también
«Preference andUrgency» (2003: 74-77).
10 No pretendo sugerir que los valores que a veces son tomados como aquellos que desempeñan un rol
fundacional único no tienen lugar en una explicación de los fundamentos de los derechos humanos indivi­
duales. Si, como algunos filósofos piensan, fuera razonable considerar a cualquiera de estos valores como
suficientemente importante para razonablemente hacer que su protección fuera una prioridad de la acción
política, entonces ese valor podría tener un lugar dentro del esquema.
172 CHARLES R. BEITZ

por algún candidato a derecho humano sean reconocidos Ínter subjetivamente


como importantes o urgentes. Cualquier lista que pudiera proponerse sería el
resultado de aplicar esta exigencia, no sería una alternativa a ella. También
existe el peligro de que cualquier lista relativamente específica de intereses a
ser protegidos por los derechos humanos pudiera ser indeseablemente exclusi­
va. Un esquema que busca organizar nuestro razonamiento sobre los conteni­
dos de los derechos humanos debería identificar los estándares de evaluación
apropiados para la materia sin limitar artificialmente la indefinición normativa
que hemos observado en la práctica.
La segunda tesis es que sería ventajoso proteger el interés subyacente por
medio de instrumentos legales o por medio de políticas que están disponibles
para el Estado. Que esto sea o no el caso no dependerá normalmente sólo de la
importancia del interés subyacente; no cualquier amenaza a un interés impor­
tante se convierte en el objeto de un derecho11. Uno también debe considerar la
naturaleza y probabilidad de las amenazas a las cuales el interés probablemen­
te sea vulnerable y si estas amenazas pueden ser conjuradas por la protección
política y legal. La mejor interpretación de los derechos humanos internaciona­
les no es la que los considera como protecciones frente a todos los peligros;
ellos son respuestas a amenazas «típicas» en contra de las cuales podemos
protegemos o podemos remediar a través de medidas públicas (apdo. V.3 su-
pra). Esta tesis, por consiguiente, posee dos elementos. La misma exige mos­
trar que a) en algún conjunto de circunstancias razonablemente probables el
interés subyacente es vulnerable a ciertas amenazas predecibles; y b) en estas
circunstancias sería deseable que el Estado brindase protección contra estas
amenazas o las remediase por medio de disposiciones constitucionales, leyes o
políticas. Ambos elementos dependen de generalizaciones empíricas más o
menos sustanciales sobre la conducta social humana y las capacidades y diná­
micas de las instituciones sociales. Ya que se supone que los derechos humanos
se aplican ampliamente, estas generalizaciones deberían tener un alcance am­
plio. Por otro lado, el hecho de que ellos tengan interpolada una dimensión de
contingencia histórica y social no es en sí mismo una objeción; en general,
parece ser cierto de los derechos institucionales que su justificación depende
hasta cierto punto de creencias empíricas contingentes de este tipo y no existe
una razón obvia por la que deberíamos esperar que los derechos humanos sean
diferentes.
Finalmente, dado que se supone que los derechos humanos son capaces de
guiar la acción política de agentes externos a las sociedades en donde los dere­
chos son violados, debe mostrarse que cada potencial derecho humano es un
objeto adecuado de preocupación internacional. Cualquiera que sea su impor­

11 Esto adapta los com entarios de J. S. M ill acerca de quiénes son los sujetos apropiados de los derechos
jurídicos, form ulados en Utilitarianism (1861: cap. 5, párr. 13). D e m odo similar, A m artya Sen observa que
un sujeto apropiado de un derecho hum ano debería estar abierto a alguna form a de «auxilio social» (S en ,
2004: 329).
NORMATTVIDAD 173

tancia considerada desde la perspectiva de los potenciales beneficiarios y por


más apropiado que fuera como una exigencia para las instituciones domésticas,
una protección no puede ser considerada como derecho humano si no satisfa­
ce una exigencia de este tipo. ¿Qué debería ser cierto de un valor para que sa­
tisficiese esta condición? Sin demasiado análisis pueden identificarse cuatro
consideraciones. Primero, el valor debería ser tal que los fracasos de primer
nivel a la hora de satisfacer sus exigencias se pudieran corregir o remediar por
medio de alguna secuencia de acciones que pudiesen llevarse a cabo por agen­
tes políticos ajenos a la sociedad en cuestión. Esta es una exigencia de factibi­
lidad. Segundo, las acciones de este tipo deberían ser lícitas: éstas deberían
satisfacer cualquiera de los estándares generales de moralidad política que sean
pertinentes y deberían tener perspectivas razonables de éxito. La analogía es
con el ius in bello. Tercero, en una gran mayoría de casos, deberían existir al­
gunos agentes externos (no necesariamente los mismos en cada caso) que, en
virtud de su ubicación, capacidades y recursos, estuvieran en posición de llevar
adelante estas acciones. Finalmente, de nuevo en una gran mayoría de casos, al
menos un subgrupo apropiado de estos potenciales agentes debería tener una
razón para cargar con los costos que serían impuestos por realizar las accio­
nes12. En general, no será suficiente con, simplemente, señalar las razones por
las que el interés protegido por un derecho es importante para los posibles be­
neficiarios; no existe una obligación general de contribuir a la satisfacción de
los intereses de otras personas. También es necesario considerar otros múltiples
factores. Estos incluyen la naturaleza e importancia del interés amenazado, la
fuente y explicación de la probable amenaza, el costo de las acciones de aque­
llos a quienes se requiere actuar con el fin de proteger dicho interés, la proba­
bilidad del daño que sufrirán los beneficiarios y terceras partes, y la naturaleza
de las relaciones tanto históricas como actuales, si existieren, entre los benefi­
ciarios y los potenciales contribuyentes. Tomados de manera conjunta, estos
cuatro factores tienen el objetivo de establecer que considerar a una protección
como derecho humano internacional posee relevancia práctica: su objeto debe­
ría ser un valor cuya privación admite alguna forma permisible y constructiva
de acción internacional que alguna clase de agentes podría tener razones para
llevar a cabo13.
Al referirme a estas tres tesis como un «esquema» no es mi intención so­
breestimar su importancia. Por sí mismo, un esquema no resuelve nada. Es

12 Esto es inexacto, pero es difícil expresarlo de modo más preciso. No se lograría nada con incluir una
protección en la doctrina pública si las circunstancias en las que el incumplimiento de una protección gene­
rasen una razón para que agentes externos actuaran fuesen tan inusuales o excéntricas que en la práctica el
derecho nunca justificase la acción. Por otro lado, sería demasiado fuerte exigir que un incumplimiento
siempre debiese justificar la acción. Necesitamos algo semejante a la idea de razones que serían concluyentes
para algún grupo de agentes externos en algún mundo posible cercano. Agradezco a Ryan D avis por la con­
versación sobre este punto.
13 Esta afirmación es el análogo a nivel internacional de la observación de Sen que he citado en n. 11,
supra .
174 CHARLES R. BEITZ

simplemente un marco o un bosquejo del razonamiento que sería necesario


realizar para llegar a juicios evaluativos sobre las protecciones que deberían
constituir una doctrina pública de los derechos humanos. Los detalles de este
razonamiento variarán de acuerdo a la naturaleza de la protección en cuestión.
Esto es mejor ilustrado al considerar en detalle algunos candidatos a ser reco­
nocidos como derechos humanos, una tarea a la que nos abocaremos en el
próximo capítulo. Antes de hacerlo, formulo algunos comentarios sobre dos
temas de interés más general relacionados con la cuestión de la normatividad
de los derechos humanos. El primer tema es la idea de que existe algún sentido
éticamente importante en el que deberíamos ser capaces de considerar a los
derechos humanos como un «mínimo moral». El segundo, es la idea de que los
contenidos sustantivos de cualquier doctrina justificable de los derechos huma­
nos deberían respetar el valor de la tolerancia internacional.

3. MINIMALISMO Y JUSTICIA SOCIAL

La posición que he bosquejado parte de una interpretación del propósito y


las funciones de los derechos humanos que se deriva de la observación de la
práctica: los derechos humanos son estándares para las instituciones domésti­
cas cuyo reconocimiento generalizado como asuntos de preocupación interna­
cional es una condición para la aceptabilidad del sistema de Estados. El esque­
ma representa el problema normativo como un problema relacionado con la
identificación de los valores con relación a los cuales existen razones suficientes
para considerarlos en este rol. Pero esto puede parecer inaceptablemente inde­
finido: parece provocar una proliferación de derechos humanos. Muchas perso­
nas suponen que los derechos humanos deben ser de alguna manera «minima­
listas», pero este enfoque no parece establecer ningún límite a la variedad
normativa de los derechos humanos14. La cuestión es si esto es un defecto del
esquema.
La idea de que los derechos humanos son o deben ser «minimalistas» difí­
cilmente sea unívoca. Una doctrina podría ser considerada minimalista de
acuerdo a cualquiera de múltiples dimensiones diferentes de variación —por
ejemplo, en el alcance o urgencia de las protecciones que incluye, en el costo
de implementar estas protecciones, en el grado de intrusión de los medios de
acción que ésta autoriza— o la posibilidad más simple —en el número de ame­
nazas contra las que se esté protegido— . Obviamente estas dimensiones no son
idénticas. Tal vez la interpretación más plausible de la idea es que una doctrina
de los derechos humanos debería estar limitada a las protecciones de los inte­
reses más urgentes frente a las amenazas más probables. Alguien que haya

14 Véanse, por ejemplo, N ickel, 2005: 386 (los derechos humanos intentan asegurar las condiciones
para llevar adelante una «vida mínimamente buena»); I gnatieff, 2001: 56 (los derechos humanos son condi­
ciones mínimas para llevar adelante «cualquier vida en absoluto»).
NORMATIVIDAD 175

adoptado tal posición podría decir, por ejemplo, que existe un derecho humano
a los medios de subsistencia pero no a un salario equitativo; a la protección
contra el arresto arbitrario pero no a la libertad de ocupación; a la autodetermi­
nación colectiva pero no a instituciones democráticas; a una educación prima­
ria cuyo nivel sea suficiente para ser un miembro productivo de la sociedad
pero no a una educación de nivel superior.
Una posición así debería ser desconcertante para cualquiera que tome en
serio la práctica contemporánea (apdo. II.2 suprd). Aun si nos limitamos a los
derechos enumerados en la declaración, los derechos humanos no son «mini­
malistas» de esta manera directa. Ellos incluyen estándares que se aplican a las
dimensiones más significativas de la estructura básica de una sociedad, los
cuales van desde protecciones contra el mal uso del poder estatal hasta exigen­
cias referidas al proceso político y al sistema legal, la organización de la eco­
nomía, y el nivel de asistencia pública. Es obvio que estos estándares no pare­
cen significativamente más minimalistas que las exigencias de muchas teorías
de justicia social. De hecho, uno podría verse tentado a sostener que los dere­
chos humanos simplemente son los derechos de justicia social15.
Esto, sin embargo, no puede ser correcto. La mejor réplica a la objeción
«minimalista» es explicar el porqué. Los derechos humanos son un asunto de
preocupación internacional y no es plausible sostener que la comunidad inter­
nacional debería asumir la responsabilidad por la justicia de las sociedades que
la componen16. En primer lugar, las exigencias de justicia están basadas en in­
tereses de distintos grados de urgencia y por lo tanto formulan reclamos que
poseen diferente peso. Existe una diferencia, por ejemplo, entre el interés de
tener un estándar de vida adecuado para llevar una vida decente y el interés de
no sentirse avergonzado o humillado por la situación material de uno compara­
da con la situación de los demás. Ambos intereses son urgentes en el sentido de
que su satisfacción sería importante en un amplio espectro de vidas. Pero si
suponemos que los recursos internacionales disponibles para promover los
derechos humanos son escasos, entonces, si el primer interés de todas las per­
sonas pudiera de alguna manera ser satisfecho gracias a la ayuda internacional,
la exigencia de realizar una inversión internacional adicional con el objeto de
satisfacer el segundo interés sería menos apremiante. En segundo lugar, algu­
nas exigencias de justicia pueden no ser alcanzables por medio de las formas de
acción permisibles que están disponibles para los agentes externos. Considére­
se, por ejemplo, la diferencia entre brindar asistencia a una sociedad para que
desarrolle su economía lo suficiente como para eliminar las peores formas de
pobreza y provocar que esta sociedad alcance una distribución del ingreso que

15 Existe cierta resonancia de esta idea en la práctica contemporánea. Un observador sostiene que «El
movimiento de derechos humanos ahora está interesado en la justicia social global» (C lapham, 2007: 162).
En el pasado he expresado alguna simpatía por esta idea (B eitz, 2003: 39).
16 Alguien plausiblemente podría creer que existe un deber general de no obstruir o socavar el funcio­
namiento de las instituciones justas, allí en donde éstas existen. Pero ése es un tema distinto.
176 CHARLES R. BEITZ

satisfaga algún estándar más ambicioso de justicia distributiva. Finalmente, no


es irrazonable esperar que las exigencias de justicia social, a nivel de las insti­
tuciones, leyes y políticas varíen de una sociedad a otra en maneras que respon­
dan a los diferentes contextos económicos, sociales y culturales. Un ejemplo es
la cuestión acerca de si el valor de la participación política efectiva en los
asuntos de una sociedad requiere el dictado de disposiciones especiales para la
representación de grupos minoritarios; otro ejemplo se refiere a los detalles de
las disposiciones constitucionales que son requeridas para proteger la libertad
religiosa. Por supuesto, no es necesario interpretar esta tesis como una tesis
relativista ya que es consistente con la idea de que las mismas exigencias mo­
rales abstractas podrían ser especificadas de diversas maneras al nivel de las
instituciones. La cuestión es que a este nivel, los juicios sobre las exigencias de
justicia a veces dependen de complejas valoraciones sobre la importancia de
los hechos contextúales relevantes. La naturaleza de estos juicios puede ser tal
que los que son ajenos al contexto estén en desventaja para realizarlos de ma­
nera confiable.
Cada una de estas razones para limitar el alcance de los derechos humanos a
algo menos que las exigencias de justicia social, extraen su fuerza de una apre­
ciación del rol práctico que poseen los derechos humanos como fuentes de razo­
nes para la acción política transnacional. Ellas se siguen de una comprensión de
los objetivos funcionales de la práctica. Por otro lado, estas consideraciones no
dan pie para sostener que los derechos humanos son «minimalistas» en alguna
otra forma —por ejemplo, no dan sustento a la idea de que los derechos huma­
nos son protecciones de las condiciones necesarias para llevar adelante «una
vida mínimamente buena» o «para llevar adelante cualquier vida»— . Si es posi­
ble decir que los derechos humanos son «minimalistas» en algún sentido, éste es
que ellos constituyen sólo un «subconjunto en sentido estricto» de los derechos
de justicia social17. Pero decir esto no es decir mucho. La pregunta acerca de la
composición de este subconjunto es una pregunta distinta de teoría política glo­
bal, que tiene que ser resuelta de una manera que tome en cuenta el rol especial
de los derechos humanos en el discurso normativo de la vida política global.

4. TOLERANCIA (I): LA ANALOGÍA DOMÉSTICA

Las consideraciones que he sugerido para guiar los juicios sobre los conte­
nidos de los derechos humanos no se refieren al valor de la tolerancia interna­
cional. Muchas personas han pensado que ésta es una consideración indepen­
dientemente importante que limita aquello que los derechos humanos pueden
exigir. Sin embargo, no es claro qué significa la tolerancia internacional o por
qué deberíamos considerarla como un valor independiente.

17 Ésta es la frase de R awls, 1999: 81. Véase también C ohén, 2004: 210-213.
NORMATIVIDAD 177

Históricamente, la idea de que la tolerancia es un valor en las relaciones


internacionales surgió como una aplicación de la analogía doméstica. Por ejem­
plo, en la formulación moderna más influyente, V a t t e l sostiene que cada Esta­
do es una «persona moral que tiene una comprensión y una voluntad que son
propias del Estado mismo». Al igual que los individuos en un estado de natura­
leza, las naciones son «libres e independientes». Por lo tanto, a cada una, se la
debería «dejar que disfrute pacíficamente de esa libertad que le pertenece por
naturaleza». Se sigue que cada nación «tiene el derecho de gobernarse como lo
crea apropiado [...] Ningún Estado extranjero puede cuestionar la manera en
que un soberano gobierna, ni tampoco erigirse como juez de su conducta».18
La formulación de V a t t e l tiene el mérito de expresar la analogía doméstica
de manera especialmente clara pero no está lo suficientemente restringida como
para ser tomada seriamente en la actualidad. Pocos estarían de acuerdo, por
ejemplo, con que es una virtud tolerar regímenes que reprimen violentamente a
las minorías religiosas. Aun así, la idea de que tenemos una razón para aceptar
un alto grado de variedad entre las constituciones y las culturas políticas, mo­
rales y religiosas ha sido la posición preponderante en el pensamiento interna­
cional moderno. La característica distintiva de la idea es que las sociedades
organizadas como Estados son tanto objetos como agentes de tolerancia; ellas
tienen el deber de tolerar a otros Estados y a su vez tienen el derecho de ser
toleradas por ellos. Por esta razón podríamos denominar a esta idea como la
«concepción societal» de la tolerancia internacional.
Ésta no es, sin embargo, la única manera de concebir la tolerancia interna­
cional. Obtenemos una concepción diferente al pensar el principio internacio­
nal como una extensión del principio de tolerancia en el caso doméstico en lu­
gar de pensarlo como su análogo. De acuerdo a esta segunda concepción, los
individuos son los objetos primarios de tolerancia, mientras que sus agentes
son actores políticos a cualquier nivel, desde el nivel local hasta el global, con
la capacidad de proporcionar la protección de las libertades individuales exigi­
da por la tolerancia. Las sociedades o los Estados también pueden ser objetos
de tolerancia, pero lo serían sólo de manera derivada, sólo en aquellos casos en
que tolerar a un Estado sea la manera más eficaz de asegurar la protección de
los intereses en la libertad de sus miembros individuales. A esta idea la pode­
mos llamar la «concepción individualista».
Será obvio que estas concepciones influyen de manera diferente en la doc­
trina de los derechos humanos. A menos que se restrinja sustancialmente su

18 V attel, 1758: iii, Introducción, §§ 2, 15; Libro. II, capítulo 4, Ap. 54-55. Véase también V attel,
1758: libro II, cap. 3, §§. 35, 38. V attel no niega que cada uno tiene un derecho de conciencia. El sostiene
que cuando existe más de una religión con un número significativo de seguidores, el Estado tiene el deber de
tolerarlas; cuando existe una religión mayoritaria y uno o más grupos minoritarios, el Estado tiene la obliga­
ción de no obstruir la emigración. Pero ninguna de estas posiciones implica que los agentes extemos tengan
derecho a interferir; los ciudadanos de un Estado deben determinar sus propios términos de asociación
(V attel, 1758: libro I, cap. 12, §§ 128-131, 135; libro II, cap. 4 §§ 7, 58-59).
178 CHARLES R. BEITZ

alcance, una concepción societal podría exigir abstenerse de interferir en Esta­


dos cuyas instituciones domésticas son intolerantes o de alguna otra manera
irrespetuosas con las libertades de sus propios habitantes; una concepción indi­
vidualista, por otro lado, permite que diversos actores internacionales tomen
medidas para proteger a los individuos de las violaciones a la libertad cometidas
por su propio gobierno. Una concepción societal podría por lo tanto abogar por
una doctrina de los derechos humanos menos exigente que una concepción in­
dividualista.
Una estrategia para elegir entre estas concepciones sería investigar las ra­
zones para la tolerancia a nivel doméstico y luego preguntarse de qué modo
estas razones se aplican a la conducta internacional. La estrategia es complica­
da ya que las personas discrepan sobre los fundamentos de la tolerancia en el
caso doméstico. Ya que nuestro objetivo no es resolver el desacuerdo, trataré de
evitarlo trayendo a colación dos posiciones diferentes (aunque no necesaria­
mente incompatibles) y al preguntar qué se deduce plausiblemente de cada una
de ellas para el caso internacional. No sostengo que estas posiciones agoten las
posibilidades.
Ambas posiciones establecen los fundamentos de la tolerancia en conside­
raciones referidas a la autonomía de las personas, o, como voy a expresarlo en
algunas ocasiones, en el valor de la autodirección. Supongamos que decimos
que una persona es autónoma si posee una capacidad lo suficientemente desa­
rrollada de ejercer algún grado significativo de control sobre su destino por
medio de una sucesión de decisiones tomadas a lo largo de su vida. Como lo
expone Joseph R a z , una persona así, posee la capacidad de hacer que su vida le
sea propia ( R a z , 1986: 369)19. Existen dos maneras de entender la relación en­
tre el valor de la autonomía y el de la tolerancia. Las maneras de entender la
relación varían de acuerdo a si el interés en la autonomía que se toma como
fundamental pertenece a los agentes que son tolerados (un «interés propio») o
pertenece a otros que se benefician de vivir en un régimen tolerante (un «interés
de terceros»). Estas perspectivas generan distintas explicaciones del valor de la
tolerancia. Ambas generan una posición con relación a la tolerancia internacio­
nal que está en conflicto con la posición societal, pero lo hacen de maneras
distintas.
El primer argumento es el legado de K a n t pero lo presentaré de un modo
sugerido por R a w l s en A Theory o f Justice. El señala que las personas que eli­
gen principios para sus instituciones estarían interesadas en «asegurar la inte­
gridad de su libertad moral y religiosa». Ellos entenderían que aquellos que
reconocen la existencia de obligaciones morales y religiosas consideran que las
mismas tienen la más fundamental importancia y no restringirían estas obliga­
ciones «en pro de obtener mayores medios para promover [...] otros intereses»

19 Estoy en deuda en este caso y en otros con O berdiek, 2001: cap. 8.


NORMATTVIDAD 179

(Rawls, 1971-1999: § 33, 181-182). Él no sostiene que todos reconocen esas


obligaciones en sus propias vidas; basta que algunos puedan hacerlo y que
cualquiera pueda reconocer que para esas personas es de suma importancia que
se les deje la libertad de actuar de acuerdo con esas obligaciones. El principio
de tolerancia es un principio de respeto mutuo entre personas que entienden la
importancia de este interés (Rawls, 1971-1999)20.
Este argumento ubica la importancia de la tolerancia en el carácter central
del interés propio en el desarrollo y expresión de una concepción del bien.
Como señala Rawls, la idea de que las personas poseen una capacidad tal no es
excluyente: «[n]o existe raza o grupo conocido de seres humanos que no posea
este atributo» (Rawls, 1971-1999: § 77, 443). Si aceptamos esto como una
verdad empírica acerca de la naturaleza humana, entonces somos llevados a
una variante de la posición individualista para el caso internacional. El princi­
pio de nivel internacional tendría una estructura asimétrica: éste exigiría defe­
rencia a sociedades cuyas instituciones domésticas son tolerantes pero permiti­
ría la interferencia con el fin de favorecer la tolerancia en aquellas sociedades
cuyas instituciones son intolerantes21.
Alguien podría pensar que la extensión del argumento a la esfera interna­
cional malinterpreta la idea que lo motiva. El mismo K ant sostuvo que el modo
adecuado de expresar a nivel estatal respeto por las capacidades de los indivi­
duos para la autodirección se encontraba en la adhesión a un principio de no
intervención en los asuntos internos de cada Estado22. No está claro si la posi­
ción de Kant simplemente refleja una aplicación de la analogía doméstica, o si
es la conclusión de un argumento (de hecho no formulado por él) que tiene su
origen en un interés en la libertad individual. Tal vez él creía, como una cues­
tión histórica, que es más probable que las instituciones libres se desarrollen en
una sociedad como una expresión de un proceso social más profundo de creci­
miento cultural e ilustración. En cualquier caso, sin embargo, creo que la obje­
ción es desacertada. Si se la toma como un argumento por analogía, ésta queda
abierta a la conocida réplica de que un argumento así sólo es persuasivo cuando
los objetos de la analogía son similares de manera relevante. Éste no es el caso
en lo que respecta a las personas y los Estados. Si se toma a la posición como
una aplicación de un interés en la libertad individual, entonces, en ausencia de
(implausibles) suposiciones empíricas sobre la dirección del cambio histórico,
la conclusión es demasiado amplia, ya que se aplicaría a Estados cuyas institu­
ciones no respetan las capacidades para la autodirección de sus miembros y no
manifiestan una tendencia hacia la reforma autónoma (por ejemplo, autocracias
intolerantes).

20 Al tomar conjuntamente los §§ 40 («The Kantian interpretation») y el 77 («The Basis of Equality»),


21 Para un desarrollo de este argumento con el que estoy en deuda, véase T an, 2000: 80-83.
22 K ant, [1795] 1996, Ak. 8:344,346 (el segundo y el quinto de los «artículos preliminares»). Comparar
el último párrafo del ensayo, «On the Common Saying: That May Be Corred in Theory, But It Is of No Use
inpractice», K ant, [1793] 1996, Ak. 8.312-13.
180 CHARLES R. BEITZ

Sin embargo, tal vez el argumento por analogía hace referencia a una con­
cepción más compleja de la personalidad moral de los Estados que confirmaría
la posición de que las consideraciones sobre la autonomía individual, traduci­
das al nivel internacional, brindan sustento a un principio de tolerancia societal.
Mervyn F rost ha propuesto una concepción semejante desarrollada a partir de
una idea tomada de H egel (Frost, 1996)23. Según F rost, de la misma forma en
que los individuos reconocen a los otros como personas libres dentro de la so­
ciedad doméstica, así también los Estados en el ámbito de las relaciones inter­
nacionales deberían reconocerse entre sí como entidades que legislativamente
se autodeterminan. Esto es así porque los «estados políticos» son las formas
políticas de las comunidades nacionales: sus instituciones armonizan a los in­
dividuos y a los grupos en sus interacciones y proveen espacios compartidos de
identificación que permiten que las personas se reconozcan unas a otras como
miembros de un todo que se autodetermina. El ser miembro de un Estado se­
mejante, al que otros Estados reconocen como autónomo, es esencial para la
total autorrealización de individuos libres (Frost, 1996: 150-151).
Lo que no está claro es cómo el reconocimiento de un Estado por parte de
otros Estados es relevante para la libertad o la autonomía de los miembros in­
dividuales del Estado. Tal vez esto pueda esclarecerse parcialmente si se consi­
dera la condición que según Frost debe satisfacer un sistema de gobierno para
ser considerado un «estado político»: éste «debe ser un Estado en el que las
personas se reconozcan entre sí como ciudadanos en términos del derecho, al
que por su parte reconocen como siendo a la vez constituido por ellos y consti­
tutivo de ellos en tanto ciudadanos» (Frost, 1996: 150-151)24. Un Estado polí­
tico es una unidad autogobemante cuyos miembros se reconocen entre sí como
copartícipes en la determinación de las leyes. El hecho de que un Estado no
tolere a otro, por ejemplo negándole reconocimiento o interfiriendo en sus
asuntos, sería una afrenta a los miembros del segundo Estado ya que negaría su
estatus como personas políticamente libres o que se autodirigen. Esto sería, al
menos, un insulto (en el caso de la falta de reconocimiento) y posiblemente
también una violación a sus libertades políticas (en el caso de la interferencia
coercitiva).
El problema es que esto transforma al principio de tolerancia internacional,
de un principio que se aplica de modo general a uno que se aplica de modo
selectivo. La interferencia de un Estado en otro es una afrenta a los miembros
del segundo Estado sólo si la interferencia realmente obstruye o frustra una
capacidad compartida para determinar el contenido del derecho. Pero esto de­
pende de si el segundo Estado se autodetermina de una manera éticamente
significativa. La última frase requiere ser interpretada, pero podemos dejar esto
de lado por el momento. Si solamente suponemos que la idea de autodetermi­

23 Especialmente capítulo 5. Comparar con H egel, 1821: párrs. 323, 331, 349.
24 Comparar con H egel, 1821: párr. 349.
NORMATIVIDAD 181

nación colectiva tiene cierto contenido — suficiente, digamos, para descartar


clasificar a las dictaduras como instancias de autodeterminación colectiva—
entonces podemos ver que el principio de autodeterminación colectiva no da
sustento a un principio de tolerancia internacional que se aplique a todos los
Estados. Para ponerlo en términos generales, la tolerancia internacional proba­
blemente se aplicará a Estados cuyas instituciones posibiliten a sus miembros
individuales ejercer alguna forma de libertad política al participar en un proce­
so de autodeterminación, pero no a aquellos cuyas instituciones no lo hagan25.
Parece, por lo tanto, que nuevamente hemos arribado a una posición más cer­
cana a una concepción individualista que a una societal.
Una segunda interpretación de la relación entre autonomía y tolerancia
enfatiza lo valioso que es para terceros el hecho de tener instituciones toleran­
tes, esto es para personas distintas de aquellas que podrían ser amenazadas con
un daño debido a que sostienen creencias heterodoxas o abrazan formas de vida
despreciables. Esta interpretación deriva de J. S. M il l y ha sido reformulada de
manera influyente por R a z 26. Tiene dos componentes. El primero es la tesis de
que el control autónomo de una vida sólo se puede lograr en circunstancias
sociales en las que los individuos enfrentan una variedad razonablemente am­
plia de opciones potencialmente incompatibles y son libres de elegir entre ellas.
Estas opciones representan, por así decirlo, posibles vidas alternativas con
distintos logros y recompensas potenciales. El segundo componente es la tesis
de que cualquier sociedad que contenga una variedad lo suficientemente diver­
sa de alternativas para satisfacer esta condición probablemente genere fricción
entre los grupos que la constituyen. Para autosustentarse, una sociedad como
ésta necesita mecanismos que la protejan contra la eventual intolerancia provo­
cada por su propia diversidad. Esto incluye, como caso central, la eventual in­
terferencia coercitiva por parte del Estado en la conducta de las culturas y co­
munidades religiosas minoritarias. Todas estas consideraciones generan un
argumento para un principio robusto de tolerancia, aunque significativamente
limitado en su alcance: no tiene sentido tolerar creencias o modos de vida que
nadie podría razonablemente desear tener como una opción disponible.
Suponiendo que este bosquejo pueda ser plausiblemente completado, debe­
ríamos preguntamos qué podríamos inferir para el caso internacional. Como
antes, la respuesta parece clara: alguien que acepta una posición de este tipo
sobre la tolerancia a nivel doméstico debería rechazar las concepciones socie-
tales de tolerancia internacional por ser incompatibles con ella. Lo que es im­
portante, según este argumento, es que las personas deberían estar frente a una
variedad razonablemente amplia de opciones, y esto sólo puede asegurarse

25 Un aspecto en el que esta formulación es general es que no reconoce lo que se podrían llamar casos
transicionales —casos en los que un Estado no se autodetermina en el presente, pero su vida doméstica posee
ciertas características que hacen que sea más probable que logre autodeterminarse en el futuro si se lo deja
solo que si agentes extranjeros interfieren (F rost, 1996: 211); comparar con lo que se señala en la página 155.
26 A quí resum o el argumento dado por R az , 1986: caps. 14-15.
182 CHARLES R. BEITZ

cuando las instituciones sociales domésticas toleran ciertas clases de diferen­


cias entre los individuos. Un compromiso con el valor de tolerancia provee
razones para tolerar a los Estados tolerantes, pero no necesariamente a los into­
lerantes. Una vez más, el principio de nivel internacional es asimétrico.
¿Es esta conclusión apresurada? Quien piense esto podría señalar que la
tolerancia puede adoptar una variedad de formas en el seno de una sociedad. La
idea liberal de libertad individual de conciencia y de expresión, común desde el
final de las guerras de religión, sólo es una de éstas. Otra forma de tolerancia
—que encontramos, por ejemplo, en el sistema millet del imperio Otomano—
toma como unidades de análisis a los grupos y no a los individuos y se expresa
a sí misma en instituciones que protegen la capacidad de cada grupo para con­
ducir su vida intema como lo crea adecuado ( K y m l i c k a , 1995: 156-158). El
sistema millet se mantuvo estable por un largo período y protegió eficazmente
a una variedad de modos de vida en contra de la interferencia destructiva de los
extranjeros. Esta forma general de tolerancia podría ser vista como especial­
mente apropiada para imperios multinacionales, de los que la sociedad interna­
cional actual es el producto evolutivo —el resultado de la descomposición de
imperios multinacionales en diferentes Estados nacionales ( W a l z e r , 1997:
19-22)— .
La cuestión es si la comparación con el sistema millet ofrece alguna razón
para favorecer la concepción societal de las relaciones internacionales. Como
destaca Will K y m l ic k a , la tolerancia de gmpos como ocurría en el sistema mi­
llet no era una tolerancia liberal ( K y m l i c k a , 1995: 157). Éste no respetaba el
interés de terceras personas en la autonomía de los individuos: a pesar de que
se dejaba más o menos libres a los gmpos para que organizaran sus vidas inter­
nas como ellos creían apropiado, el Estado no protegía a los miembros indivi­
duales de estos gmpos contra ninguna de las formas de persuasión que los
propios gmpos empleaban para provocar la conformidad con sus normas inter­
nas. Tampoco tomó medidas para asegurar que los individuos dentro de los
gmpos tuvieran ante ellos una variedad significativa de posibles vidas alterna­
tivas. Un punto análogo se aplica al caso internacional. Aunque existe un sen­
tido descriptivo en el que podríamos decir que un orden mundial de Estados
soberanos representa un régimen de tolerancia, la forma de tolerancia incorpo­
rada en este régimen no será de interés desde un punto de vista que concede
gran importancia al valor de la autonomía (personal).
Tal vez un cambio de enfoque sobre el caso de la tolerancia dentro de una
sociedad doméstica multicultural dará por resultado una mirada más favorable
sobre la concepción societal. Después de todo, no es necesariamente una incon­
sistencia el sostener que las instituciones de gobierno de una sociedad deberían
tolerar subculturas minoritarias cuyas prácticas intemas en algunos aspectos
son intolerantes o incompatibles con los valores políticos asociados con la au­
tonomía. No existen motivos para negar que tolerar algunas subculturas de este
NORMATIVIDAD 183

tipo podría producir los valores para terceros que motivan el argumento más
general a favor de la tolerancia que estamos analizando. Si esto es plausible en
el caso doméstico, tal vez la analogía internacional también sea plausible. ¿Por
qué no deberíamos creer que la autonomía personal tendría mejores posibilida­
des en un mundo cuyas prácticas e instituciones globales toleran un conjunto
variado de culturas locales, incluyendo algunas cuyas prácticas intemas son
incompatibles con la tolerancia liberal?
La respuesta es que un argumento plausible que parte de consideraciones
referidas a la autonomía personal y llega como conclusión a la tolerancia de
subculturas minoritarias internamente intolerantes en el caso doméstico, debe
dar por sentado como información de trasfondo que diversas condiciones están
satisfechas. Entre ellas, una de las más prominentes es que la intolerancia den­
tro de las subculturas no debería manifestarse de modos que causen daño a
personas individuales sin su consentimiento, y que debería haber una posibili­
dad razonable de salir de la subcultura intolerante para aquellos que deseen
abandonarla. Estas condiciones limitantes son exigidas con el propósito de
asegurar el respeto por la autonomía de las personas ( O b e r d i e k , 2001: 129-
132). Es posible imaginar sociedades domésticas en las que estas condiciones
estén satisfechas. Sin embargo es irreal creer que condiciones análogas proba­
blemente van a ser satisfechas a nivel global sin contar con instituciones globa­
les (tales como una práctica de los derechos humanos) que las hagan cumplir.
A diferencia de las subculturas minoritarias en el interior de un Estado liberal,
una sociedad intolerante que es ella misma un Estado dispone de un aparato
coercitivo con la capacidad de dañar a aquellos que no son tolerados. En la
mayoría de los casos no habrá oportunidad de salida disponible a un costo ra­
zonable —de hecho, las restricciones a la salida pueden ser una de las formas
en que se expresa la intolerancia—27. Sean cuales sean los beneficios para ter­
ceros que el tolerar a un régimen intolerante genera en quienes no son sus
miembros, estos beneficios son conseguidos a expensas de los miembros de las
minorías internas a quienes el régimen no tolera o protege. Por ende, el argu­
mento a favor de tolerar subculturas minoritarias intolerantes, cualquiera sea su
atractivo en el caso doméstico, no brindará mucho sustento a la concepción
societal de tolerancia a nivel internacional, a menos que esa concepción sea
restrinja de una manera que la tome prácticamente equivalente a la posición
individualista.
La conclusión general de la que hemos ofrecido ejemplos particulares, es
que las consideraciones referidas a la autonomía que podría pensarse que expli­
can el valor de la tolerancia dentro de una sociedad doméstica no ascienden del
nivel doméstico al internacional para dar sustento a un principio general de
tolerancia entre sociedades. Tanto las consideraciones de primera persona
como de tercera persona producen una posición asimétrica respecto de la tole­

27 Como observa T an, 2000: 42-44.


184 CHARLES R. BEITZ

rancia internacional. Ellas favorecen la tolerancia de Estados que toleran a sus


propios habitantes y (tal vez) cuando la tolerancia fuese un modo de respetar
los resultados de un proceso doméstico éticamente significativo de autodeter­
minación28. Estas consideraciones no favorecen la tolerancia de otros Estados.
Existe otra conclusión más básica. Consideradas como características de las
instituciones sociales, la tolerancia y la autodeterminación son diferentes y no
necesariamente van unidas. No hay garantías de que un régimen que se autode-
termina además será tolerante. Por lo que aun si nos limitamos a sociedades
que se autodeterminan, parece que las consideraciones referidas al valor de la
autonomía individual no serán suficientes para justificar un principio que re­
quiere la tolerancia de todas las sociedades de este tipo. Se necesita decir algo
más para justificar un principio semejante, aun si es restringido de modo que se
aplique de manera diferenciada sobre regímenes que se autodeterminan y sobre
aquellos que no lo hacen.

5. TOLERANCIA (II): LA AUTONOMÍA DE LOS PUEBLOS

Tal vez se pueda decir algo más. La tolerancia societal podría ser justificada
sobre consideraciones distintas de aquellas que son relevantes para el caso de
la tolerancia en una sociedad doméstica —tal vez los intereses de los pueblos
en la autonomía política o el valor que tiene para sus miembros individuales la
pertenencia a una cultura común, cohesiva— . Algunas de éstas [consideracio­
nes] están sugeridas en la discusión de R a w l s sobre la tolerancia internacional,
que se encuentra en The Law ofPeoples. En su posición, estas consideraciones
restringen el contenido permisible de una doctrina de los derechos humanos.
¿Qué deberíamos hacer con ellas?
R a w l s sostiene que los pueblos liberales deberían tolerar sociedades que
satisfagan ciertas condiciones de «decencia». Entre ellas se encuentran las si­
guientes. Las sociedades decentes no tienen objetivos agresivos. Están gober­
nadas según una concepción comprehensiva y ampliamente compartida de de­
rechos políticos y justicia, concepción que da forma a una idea de bien común.
Poseen instituciones que hacen posible que los individuos participen en la
creación del derecho y proveen oportunidades para el disenso político. Adicio­
nalmente, de modo destacable, estas sociedades respetan ciertos derechos hu­
manos básicos (apdo. V.l supra). En estos aspectos, las sociedades decentes se
asemejan a las liberales ( R a w l s , 1999: 60-61, 78-80).
También existen diferencias. Las instituciones políticas de las sociedades
decentes, aunque permiten que todos participen, no necesitan hacerlo sobre la
base de la igualdad política y pueden establecer la representación de los ciuda­

28 Continúo poniendo entre paréntesis la cuestión referida al significado de la autodeterminación; la


abordaremos más adelante (apdo. VII.2 infra).
NORMATIVIDAD 185

danos como miembros de grupos en vez de como individuos. Más aún, estos
grupos participan en la vida política principalmente como organismos de con­
sulta y, aunque se puede esperar que tengan influencia, puede que no ejerzan
ningún control sobre la selección de los funcionarios públicos o la promulga­
ción de leyes. Aunque ninguna religión puede ser perseguida, puede que exista
una iglesia oficial, puede que consideren que la doctrina religiosa tiene una
influencia autoritativa sobre ciertos asuntos políticos, y el acceso a ciertos car­
gos políticos puede estar permitido sólo a los miembros de la fe dominante
( R a w l s , 1999: 65 n. 2, 74). En estos aspectos, una sociedad decente es menos
tolerante que una liberal. Las sociedades decentes y liberales también pueden
diferir en el modo en que tratan a las mujeres: aunque las sociedades decentes
respetan los derechos humanos básicos de los hombres y las mujeres por igual,
el estatus de la mujer en otros aspectos se deja para que sea especificado por «la
concepción de la justicia basada en el bien común» de cada sociedad, y no es
intrínseco a una concepción de este tipo que las personas sean tratadas como
individuos libres e iguales29.
R a w l s sostiene que los gobiernos de las sociedades liberales deberían tole­
rar a las sociedades decentes como «participantes en pie de igualdad y miem­
bros plenos de la Sociedad de Pueblos» a pesar de que no satisfacen los están­
dares liberales de justicia ( R a w l s , 1999: 59). Su concepción de lo que exige la
tolerancia internacional es expansiva. Entre otras cosas, descarta las interferen­
cias militares, económicas y diplomáticas que tengan el objetivo de cambiar las
condiciones de la vida intema de una sociedad y prohíbe el ofrecimiento de
incentivos (ya sea por parte de sociedades liberales u organizaciones interna­
cionales) para inducir la reforma. Los miembros de las sociedades liberales
tienen permitido criticar a las sociedades decentes no liberales, pero la postura
pública de los gobiernos liberales hacia estas sociedades está limitada por el
deber de mostrarles «un debido grado de respeto» y reconocerlos como «miem­
bros bonafide de la Sociedad de Pueblos» con la capacidad de «reformarse por
sí mismos y a su propia manera» ( R a w l s , 1999: 61, 84).
La exigencia de tolerancia se aplica a las relaciones entre las sociedades
liberales y las decentes. No hay obligación de tolerar sociedades que no son
liberales ni decentes. Esta limitación es esencial para la posición de R a w l s y
produce una concepción que, aunque es similar en su forma a la posición tradi­
cional que encontramos en V a t t e l , es significativamente diferente en su conte­
nido. Como resultado, la posición de R a w l s es más progresista de lo que puede
parecer; de hecho, las consecuencias para la conducta internacional podrían ser
similares a las de algunas concepciones individualistas. Sin embargo la conver­
gencia no sería completa ya que el «Derecho de los Pueblos» requiere la tole­

29 R awls claram ente espera que los sistem as políticos de las sociedades decentes sean lo suficientem en­
te abiertos com o para provocar con el correr del tiem po una m ejora progresiva del estatus de las m ujeres
(R awls, 1999: 75, 78).
186 CHARLES R. BE1TZ

rancia de las sociedades que no satisfacen los estándares liberales de tolerancia


o justicia política.
¿Cuál es el fundamento de esta exigencia? Existen diversas razones estra­
tégicas a su favor. En primer lugar, como señala R a w l s , la interferencia en la
vida interna de los pueblos decentes es probable que produzca resentimiento,
irritación y tal vez conflicto. Esto sería indeseable en sí mismo y además podría
ser contraproducente. Las sociedades decentes podrían, con mayor probabili­
dad, desarrollar culturas políticas liberales si son aceptadas y toleradas por las
sociedades liberales que si son sometidas a una presión coercitiva. En segundo
lugar, es probable que los recursos internacionales disponibles para la acción
humanitaria o para la acción política orientada a la reforma sean limitados y
deberían ser concentrados en las peores formas de injusticia. Pero las socieda­
des decentes no evidencian las peores formas de injusticia; aunque sus institu­
ciones no son completamente justas, tampoco son, simplemente, mecanismos
de opresión. Tal vez hagamos mejor en concentrar los recursos limitados para
aliviar la necesidad de asistencia en aquellos casos que la requieren de forma
más urgente. En tercer lugar, la intervención para promover la reforma interna
está plagada de múltiples y bien conocidas posibilidades de equivocación y
errores de cálculo. Una comparación de los potenciales costes y beneficios
brindaría razones para no intervenir en la mayoría de los casos que no sean
aquellos en los que los daños que se evitarían son graves y generalizados
( R a w l s , 1999: 61, 83-84).

Estas razones estratégicas para la tolerancia de las sociedades decentes son


plausibles y en muchos contextos prácticos podrían ser decisivas. Sin embargo,
estas consideraciones no pueden agotar las razones para la tolerancia interna­
cional, tal como R a w l s las entiende. En su opinión, lo que se exige de los
pueblos liberales no es solamente que se abstengan de interferir en las socieda­
des decentes, sino también que las «acepten» como formas sociales capaces de
determinar sus futuros según sus propios estándares políticos, morales y reli­
giosos. Las consideraciones estratégicas que he mencionado no explican esta
exigencia.
¿Qué más se puede agregar? R a w l s ofrece al menos dos argumentos adi­
cionales. El primero apela a una analogía con el razonamiento a favor de la
tolerancia del pluralismo filosófico y religioso en una sociedad doméstica. Este
argumento parte de la constatación de que una diversidad de concepciones in­
dividuales del bien se desarrolla dentro de las sociedades como el resultado
inevitable del funcionamiento de la razón humana en el seno de instituciones
libres. Su análogo a nivel internacional es una pluralidad de «tradiciones de
pensamiento y culturas» razonables (o al menos no irrazonables), que incluyen
perspectivas filosóficas y religiosas comprehensivas que tienen implicancias
claramente definidas respecto del carácter del orden político. Las consideracio­
nes de reciprocidad nos exigen que aceptemos este grado de pluralismo tanto
NORMATIVIDAD 187

en la vida internacional como en la vida de nuestra propia sociedad (Rawls,


1999: II, 19)30.
Tanto en el caso doméstico como en el internacional, la fuerza persuasiva
de este argumento depende de que su rango de aplicación se limite a las con­
cepciones del bien (en el caso doméstico) o a las «tradiciones de pensamiento
y culturas» (en el caso internacional) que pueden ser consideradas como sufi­
cientemente razonables. Las concepciones que no pueden ser consideradas de
este modo no tienen derecho a ser toleradas. Circunscribiendo nuestra atención
al caso internacional, Rawls señala que, aunque las sociedades jerárquicas de­
centes no son «tan razonables y justas» como las sociedades liberales, ellas
tampoco son «completamente irrazonables» (Rawls, 1999: 83, 74)31. La difi­
cultad radica en que no contamos con una descripción sistemática de la idea de
lo razonable en lo que concierne a las concepciones de justicia política; el juicio
de que la concepción de justicia de una sociedad decente es suficientemente
razonable para ser apta para la tolerancia se ofrece como una cuestión que
puede ser vista de modo inmediato sobre la que, Rawls debe suponer, la mayo­
ría de las personas coincidirían. Pero, evidentemente, éste no es el caso. Nece­
sitamos otra razón para aceptar este juicio32.
El segundo argumento podría ser visto como una explicación del sentido en
el cual las sociedades decentes son lo suficientemente razonables como para
que esté justificada la tolerancia. Recordemos que las sociedades decentes,
aunque no son democráticas, hacen posible la representación de los intereses de
las personas y admiten el disenso. Estas sociedades no son tiranías o grupos de
individuos gobernados por la fuerza bruta; son empresas colaborativas guiadas
por una concepción compartida del bien común. Sus miembros generalmente
se identifican con esta concepción de justicia basada en el bien común y creen
que tienen la obligación de cumplir con las normas de sus instituciones. Las
sociedades decentes poseen sus propias capacidades distintivas para el autogo­
bierno y la reforma política. En este sentido, se auto-determinan. Debido a que
la autodeterminación es un bien para las personas, estas «características institu­
cionales merecen respeto: [...]. Las sociedades decentes deberían tener la opor­
tunidad de decidir el futuro por ellas mismas» (Rawls, 1999: 84, 85 y 61-62).
¿Por qué estas características deberían «merecer respeto»? Parece haber
dos razones. La primera es que se supone que estas sociedades satisfacen diver­
sas condiciones mínimas de moralidad política incluyendo el respeto por un
núcleo de derechos humanos básicos. Presumiblemente esto refleja los com­
promisos de las personas debidamente expresados a través de sus instituciones.
La segunda razón es que las instituciones de estas sociedades proporcionan la

30 Para el caso doméstico, véase John R awls «The Idea of Public Reason Revisited» (R awls, 1999:
136-137, y 1996: §§ 3.2-3.4).
31 Para una interpretación opuesta, véase K elly, 2004: 177-192.
32 Para una discusión, véase T an, 2000: 30-38.
188 CHARLES R. BEITZ

oportunidad de que sus habitantes participen en la vida política lo que es con­


sistente con una concepción ampliamente compartida del bien común. La par­
ticipación en estas instituciones le permite a cada persona identificarse con las
demás como miembros de una cultura común, afirmar sus normas heredadas, e
influir (aunque tal vez no controlar) en las decisiones públicas. Podemos apre­
ciar estos valores aún en sociedades respecto de las cuales no podemos aceptar
la sustancia de sus normas políticas.
Creo que un argumento de este tipo suministra la razón más fúerte de las
que disponemos para favorecer una doctrina acerca de la tolerancia internacio­
nal como la propuesta por R a w l s . Si fuera plausible pensar que los miembros
de una sociedad decente aceptan de manera más o menos unánime una con­
cepción de la justicia basada en el bien común y las instituciones legales y
políticas fundadas en ella, entonces el argumento podría ser decisivo. Quizás
existen, o podrían existir, sociedades de este tipo. Sin embargo, para ver los
límites del argumento uno sólo tiene que considerar la posibilidad de la exis­
tencia de desacuerdo dentro de una sociedad decente sobre los arreglos cons­
titucionales.
Supongamos que el gobierno de una sociedad decente enfrenta un movi­
miento indígena opositor que busca la reforma de las instituciones políticas de
la sociedad. Tal vez el movimiento desea abolir la discriminación basada en la
religión o el género que existe en las leyes que regulan el acceso a los cargos
políticos más altos. Supongamos que el movimiento busca el apoyo de otras
sociedades, de agentes no gubernamentales, o de una agencia de la comunidad
internacional. ¿Cómo deberían responder estos agentes?
Según la perspectiva de R a w l s , los agentes externos, al reconocer a la so­
ciedad decente como un «participantes en pie de igualdad y miembro pleno» de
la «Sociedad de Pueblos», no tienen más opción que negar la ayuda. La deci­
sión es simple, ya que los agentes externos están impedidos de involucrarse con
las fuerzas que buscan la reforma dentro de la sociedad decente debido a su
adhesión al «Derecho de los Pueblos»: éste les exige respetar al pueblo decen­
te como un ente social que se autodetermina aunque las propias personas que
pretenden reformarlo puedan razonablemente creer que su sistema político las
coloca en desventaja33.
Sin embargo, existe otra manera de analizar el caso. Supongamos que uno
acepta una concepción individualista de la tolerancia internacional a la vez que
reconoce que las consideraciones estratégicas, como las que identificamos an­
teriormente, deberían ser relevantes. Ahora el razonamiento de los agentes ex­
ternos debe ser más complejo. Ellos deben tener la esperanza de que las fuerzas

33 R awls subraya que una sociedad decente debería permitir la protesta política, pero la protesta debería
conservarse «dentro del marco básico de la idea de justicia basada en el bien común» (R awls, 1999: 72).
¿Pero qué sucede si el objeto de la protesta es un elemento de esta misma idea?
NORMATIVIDAD 189

reformistas eventualmente prevalecerán y deben estimar las posibilidades de


que suministrar la ayuda que es solicitada efectivamente promoverá este proce­
so. Un componente importante de esta estimación sería un cálculo de las posi­
bilidades de que, sean cuales sean las formas de acción política que están dis­
ponibles, éstas producirían un cambio en la cultura política de la sociedad que
sería lo suficientemente grande como para dar sustento a las reformas. Segura­
mente ellos deben considerar la posibilidad de que la interferencia extema ge­
nere una reacción intema contraproducente. Los agentes externos también de­
ben evaluar los costes de oportunidad de brindar la ayuda, calculados en
términos de la ayuda que se deja de suministrar en otro lugar, para otros propó­
sitos. Además deben considerar si la interferencia tendría consecuencias adver­
sas para el orden global. Obviamente, no será fácil combinar estas disímiles
consideraciones para decidir cómo actuar. Ciertamente, no hay una fórmula. Lo
que es indudable es que aunque podría resultar que la no interferencia es la
mejor política, esto no sería simplemente porque existe un valor en la toleran­
cia internacional que bloquea la influencia de los valores políticos defendidos
por la minoría reformista. En cambio, sería el resultado de un juicio evaluativo
instrumental cuya forma general sería que las ganancias que produce la interfe­
rencia, descontada su probabilidad de éxito, serían menores que sus probables
costes, incluyendo el coste de oportunidad de ser incapaces de prestar ayuda en
otro lugar en dónde se podría hacer un bien mayor.

Esto es impreciso, pero creo que describe de manera más adecuada el con­
junto de consideraciones que son relevantes para tomar una decisión acerca de
si los agentes extemos deberían o no ofrecer asistencia. Si esto es correcto,
entonces parece que el argumento que parte de consideraciones sobre la auto­
nomía comunal y concluye en un principio de tolerancia societal enfrenta im­
portantes límites. Tendrá fuerza en casos en los que las instituciones de una
sociedad satisfagan las condiciones para la autodeterminación y en donde una
concepción de justicia basada en el bien común sea, de hecho, ampliamente
compartida, de manera que los intereses importantes de todos, incluyendo los
de las minorías potencialmente vulnerables, son tomados en cuenta de manera
confiable en el diseño de las políticas. La apelación a los valores de la autode­
terminación o de la autonomía comunal tendrán menos fuerza en aquellos ca­
sos en los que existe división dentro de la sociedad, debido a que en estos casos
ya no se puede argumentar que la abstención de interferir demuestra respeto
por una concepción ampliamente aceptada del bien común o por procesos
políticos arraigados en una cultura con la que la mayoría de las personas se
identifica. Las consideraciones estratégicas darán razones para oponerse a la
interferencia en algunos de estos casos, pero es probable que no en todos. En
estos últimos casos, que son los más probables cuando se trata de una interfe­
rencia que busca proteger los derechos humanos, parece no existir otra alter­
nativa que una estimación, caso por caso, de las ganancias y costos de la inter­
ferencia.
190 CHARLES R. BEITZ

Comenzamos con la pregunta de si el hecho de apreciar el valor de la tole­


rancia internacional da razones a favor de limitar el alcance sustantivo de los
derechos humanos internacionales. Ahora parece que esta pregunta estuvo mal
formulada. El intento de extender al nivel internacional las razones conocidas
a favor de la tolerancia no produce un principio único, unívoco. Las razones
más conocidas a favor de la tolerancia en el caso doméstico —esto es, aquellas
que derivan de consideraciones sobre la autonomía de las personas— tienen su
lugar, pero ellas favorecen la tolerancia internacional sólo en casos con pocas
probabilidades de tener algún interés práctico. Diversas consideraciones estra­
tégicas e instrumentales propias del ámbito internacional dan razones para fa­
vorecer la tolerancia en un rango más amplio de casos, pero probablemente hay
un amplio espacio para la variación entre los casos. En una clase de casos,
existe una fuerte presunción a favor de la tolerancia societal —específicamen­
te, casos en los cuales una sociedad se auto-gobierna en un sentido moralmente
significativo y en la que los intereses básicos de sus miembros, en particular
aquellos de minorías vulnerables, se toman en consideración de manera confia­
ble en la toma de decisiones públicas, y aquellas personas que son potencial­
mente desaventajadas creen que esto es así. En una segunda clase de casos, en
el que alguna de estas condiciones no se satisfacen (por ejemplo, cuando los
procesos locales de autogobierno fracasan en la protección de intereses impor­
tantes de las minorías vulnerables), las razones más conocidas son ambiguas
—a fin de cuentas ellas podrían dar razones a favor de la no interferencia o a
favor de la interferencia, dependiendo de los detalles del caso— . En una terce­
ra clase de casos, en los que ninguna condición se satisface, las razones más
conocidas probablemente favorezcan la interferencia subsanadora, al menos
cuando existen medios disponibles con perspectivas razonables de éxito. El
origen de la incoherencia es el hecho de que al nivel internacional estamos
preocupados tanto por los agentes individuales como por los colectivos, y es un
asunto contingente si la tolerancia de agentes colectivos producirá o no resul­
tados en los cuales el valor de la tolerancia se alcanza para los individuos que
los componen.

Por lo tanto, es difícil entender cómo el aprecio por el valor de la tolerancia


internacional podría ser considerado relevante de manera sistemática en la re­
flexión sobre el alcance y el contenido apropiados de los derechos humanos.
No parece, por ejemplo, que uno pueda inspeccionar el catálogo de los dere­
chos humanos que encontramos en la doctrina internacional e identificar aque­
llos que son descartados por consideraciones de tolerancia internacional y
aquellos que no. Si la idea de tolerancia es relevante para determinar el alcance
de los derechos humanos, es relevante de manera menos directa de lo que esta
idea sugiere. Considérese, por ejemplo, la primera parte del esquema, la cual
exige una demostración de que un supuesto derecho humano protegería un in­
terés que es suficientemente importante para justificar la acción política inter­
nacional cuando se encuentre en peligro. La idea de tolerancia internacional
NORMATIVIDAD 191

llama la atención sobre las visiones del mundo que son propias de cada cultura
y que podrían afectar la reflexión sobre la naturaleza y la urgencia de estos in­
tereses subyacentes. O consideremos el problema de decidir cómo actuar cuan­
do los derechos humanos son transgredidos. De acuerdo a nuestro modelo, las
transgresiones a los derechos humanos proveen razones pro tanto para la acción
política. Pero las formas de acción para las cuales las transgresiones proveen
razones y el peso de estas razones frente a otras consideraciones relevantes
dependen del contexto. Las consideraciones asociadas con la tolerancia inter­
nacional podrían influir sobre nuestros juicios sobre ambos puntos. Por ejem­
plo, los medios coercitivos podrían ser descartados como interferencias inacep­
tables en los derechos de autodeterminación colectiva mientras que otros
medios, que no involucran el uso de la coerción (por ejemplo, proveer asisten­
cia política a un grupo disidente), podrían ser permitidos.
Trajimos a colación el tema de la tolerancia internacional porque parecía
que el valor de la tolerancia debía limitar el contenido de una doctrina pública
de los derechos humanos. Pero ahora parece que la tolerancia internacional no
es tanto un valor en sí mismo, como nuestra pregunta inicial parece presuponer,
sino más bien una forma de llamar la atención sobre consideraciones que son
en gran parte independientes del valor de tolerancia tal como lo entendemos en
el caso que nos es más conocido, esto es, el caso doméstico. La idea de toleran­
cia internacional importa principalmente como un recurso heurístico.
CAPÍTULO VII
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL

En los últimos dos capítulos sostuve que los derechos humanos internacio­
nales constituyen una clase específica de normas. No son principios para los
individuos del tipo de los que se podría decir que regulan el comportamiento en
ausencia de instituciones ni tampoco son principios para las instituciones polí­
ticas domésticas, a los que las instituciones tengan que ajustarse, como condi­
ción suficiente, para ser justificables ante sus propios miembros. De modo ca­
racterístico, los derechos humanos son cuestiones de preocupación internacional:
ellos son normas elaboradas para una situación específica de interacción huma­
na entre muchas situaciones posibles, que se presenta en un orden mundial en
el cual la autoridad política está conferida principalmente a Estados territoria­
les. Como he señalado, una de las consecuencias de este hecho es que el alcan­
ce normativo de los derechos humanos es más restringido que el de las exigen­
cias de justicia social. Otra, es que los fundamentos de los derechos humanos
pueden ser pluralistas: no tenemos motivos para dar por sentado ex ante que los
derechos humanos protegen un único valor (del lado de la demanda) o que ellos
cuenten a favor de la acción por una única razón paradigmática (del lado del
suministro).
Estas observaciones son abstractas. En este capítulo pretendo mostrar su
importancia a través del análisis de tres casos difíciles —el caso de los dere­
chos en contra de la pobreza, el de los derechos a la participación política y el
de los derechos humanos de la mujer— . Cada uno representa una innovación
del siglo xx en la doctrina de los derechos humanos y existe un acuerdo cre­
ciente en el discurso de la práctica, aunque de ningún modo unánime, de que
los tres son tomados de manera adecuada como asuntos de preocupación inter­
nacional. Al mismo tiempo, en cada caso encontramos un problema diferente
claramente definido, cuando tratamos de explicar porque esto debería ser así, si
194 CHARLES R. BEITZ

es que debe serlo. En el caso de los derechos en contra de la pobreza, el proble­


ma es decir cómo y por qué estos derechos pueden suministrar razones para la
acción a agentes externos a la sociedad en la cual los derechos son violados,
dada la diversidad de causas que conducen a la extrema pobreza y la variedad
de relaciones que existen entre los Estados y los miembros de sus poblaciones.
En el caso de los derechos políticos, la dificultad reside en la relación que
existe entre los intereses que sirven de fundamento a los derechos políticos y
las exigencias institucionales relativamente específicas de estos derechos, tal
como muchos en la actualidad los interpretan. Finalmente, en el caso de los
derechos humanos de la mujer, la cuestión central está relacionada con el grado
en que la práctica global debería ser deferente respecto de normas y creencias
convencionales recalcitrantes a nivel local.
Aunque la característica sobresaliente de cada caso varía, estos problemas
son genéricos. Al tomar a cada uno de los casos como una ejemplificación de
un solo problema, no pretendo sugerir que es el único problema que encontra­
mos al reflexionar sobre el caso o que el mismo problema no podría también
surgir con relación a otros supuestos derechos. Lo que aglutina a los problemas
es su incidencia sobre la plausibilidad de la tesis que sostiene que una doctrina
internacional de los derechos humanos debería abarcar los derechos en cues­
tión. Tomados en forma conjunta, ellos ilustran los principales aspectos en los
que el hecho de que los derechos humanos son de modo característico asuntos
de preocupación internacional puede influir sobre los juicios acerca del conte­
nido y el modo de actuar de la doctrina y la práctica de los derechos humanos.

1. DERECHOS EN CONTRA DE LA POBREZA

La doctrina contemporánea de los derechos humanos contiene una serie de


protecciones contra las consecuencias más devastadoras de la pobreza —des­
nutrición, falta de vestimenta y de vivienda, enfermedad, e ignorancia— . Po­
dríamos llamar a los intereses en estas protecciones «intereses de subsistencia».
Las protecciones están resumidas en la garantía, incluida en la Declaración
Universal, de un nivel de vida «adecuado que asegure [a todas las personas],
así como a su familia, la salud y el bienestar, y en especial la alimentación, el
vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios» y
en la garantía, puesta por separado, de una educación elemental gratuita [arts.
25 (I), 26]1.

1 La declaración también sostiene que todas las personas tienen derecho a «la satisfacción» de estos
derechos «mediante el esfuerzo nacional y la cooperación internacional, habida cuenta de la organización y
los recursos de cada Estado» (DUDH, art. 22). El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y
Culturales agrega que los Estados deberían «adoptar medidas, tanto por separado como mediante la asisten­
cia y la cooperación internacionales, especialmente económicas y técnicas, hasta el máximo de los recursos
de que disponga, para lograr progresivamente la plena efectividad» de los derechos económicos (PIDESC,
art. 2).
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 195

Estos derechos tienen diversas características que vale la pena señalar.


Primero, establecen estándares no comparativos de bienestar. Debería ser posi­
ble determinar si han sido satisfechos en el caso de cualquier persona sin nece­
sidad de hacer referencia a la situación de nadie más. En este sentido los dere­
chos en contra de la pobreza difieren de otros múltiples derechos humanos que
introducen a la igualdad en tanto valor directamente dentro de la doctrina de los
derechos humanos —por ejemplo, los derechos a la igual protección ante la ley,
al sufragio igual y al igual acceso a los cargos públicos (DUDH, arts. 6, 21)— .
Por el contrario, los derechos en contra de la pobreza establecen umbrales. Por
lo tanto, sus exigencias deberían ser compatibles con un espectro de concepcio­
nes de justicia distributiva (a nivel doméstico), que iría desde las más igualita­
rias hasta las menos igualitarias, siempre que la implementación de cada con­
cepción tuviese por resultado la satisfacción de los umbrales2.
Segundo, los derechos en contra de la pobreza establecen objetivos para las
políticas a la vez que dejan que la elección de los medios sea determinada lo­
calmente. La expectativa que claramente es expresada en la declaración es que
en el caso normal las personas comprarían los bienes necesarios para la subsis­
tencia con los ingresos obtenidos del trabajo dentro de un contexto de políticas
sociales que garanticen la oportunidad de empleo para todos y estándares equi­
tativos de compensación [por separado, la declaración exige que se establezcan
medidas para suministrar provisiones a aquellos que son incapaces de conse­
guirlas por sí mismos debido a «circunstancias que están más allá de (su) con­
trol» (art. 25 (I)]. El espacio que se deja para la determinación local sugiere que
no es necesario considerar que los derechos en contra de la pobreza exijan que
los Estados promulguen esquemas de derechos constitucionales al bienestar o
sus equivalentes legales3. Los derechos en contra de la pobreza son mejor inter­
pretados si se los entiende como estableciendo estándares para guiar y evaluar
las políticas estatales y la conducta de los gobiernos.
Tercero, aunque claramente se prevé un rol internacional, sus detalles tam­
bién son dejados sin especificar. Existe una responsabilidad abstracta de actuar
cuando un gobierno local fracasa en alcanzar los resultados definidos por los
derechos. Esto incluye una responsabilidad de cooperar intemacionalmente
con el fin de remover obstáculos o desincentivos para los gobiernos locales4.

2 Esto, por supuesto, no excluye que la reducción de las desigualdades económicas y políticas podrían
ser instrumentales para la satisfacción de los derechos en contra de la pobreza, los cuales no son en principio
comparativos. Como lo entiendo, esta es una de las lecciones de la reflexiones de Paul F armer sobre la
«violencia estructural» (F armer, 2005: cap. I).
3 El Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales establece una preferencia
por la «adopción de medidas legislativas» como medio para la realización de los derechos económicos, pero
aun este texto, el cual está bajo el influjo del paradigma jurídico de implementación de modo más acentuado
que la declaración, hace referencia a estas medidas con un lenguaje general en vez de restrictivo [PIDESC,
art. 2(2)].
4 La nutrición es tratada de manera específica: el pacto incluye una exigencia de que los Estados coope­
ren «para asegurar una distribución equitativa de los alimentos mundiales en relación con las necesidades»
[PIDESC, art. 11(2) (b)].
196 CHARLES R. BEITZ

Tal vez, también existe una responsabilidad de contribuir a un sistema de trans­


ferencias internacionales, pero sería un error interpretar a los derechos en con­
tra de la pobreza como si tal exigencia estuviera directamente implicada. Los
tipos de acción internacional o transnacional para los cuales el fracaso de un
gobierno suministra razones dependen de las circunstancias contextúales de la
sociedad en cuestión, de las razones del fracaso del gobierno y de la variedad
de medidas políticas disponibles. Para llegar a la conclusión de que las transfe­
rencias de recursos son requeridas, necesitaríamos una razón para creer que los
recursos podrían ser entregados de maneras que probablemente produjeran una
mayor mejora sustentable en el nivel de vida de aquellos que se encuentran por
debajo del umbral de «lo adecuado» que el que sería producido por las otras
diversas medidas que probablemente estén disponibles para los agentes exter­
nos —por ejemplo, la inversión en la infraestructura física de una sociedad, la
reforma de prácticas comerciales, la flexibilidad de las restricciones inmigrato­
rias en los países ricos, etc.— . La elección de los medios sería un complejo
juicio evaluativo de políticas, no una inferencia directa a partir de la afirmación
de un derecho5.
¿Por qué deberíamos considerar a los derechos en contra de la pobreza
como un caso difícil? Los intereses protegidos por estos derechos se encuen­
tran, indiscutiblemente, dentro de los más urgentes de todos los intereses huma­
nos y los menos susceptibles a sufrir variaciones debidas a la cultura. Además,
no hay duda de que, bajo una variedad de circunstancias razonablemente pro­
bables, estos intereses pueden ser amenazados por las acciones y omisiones de
los gobiernos. Desde la perspectiva de sus potenciales beneficiarios, el caso a
favor de que las protecciones contra los daños asociados con la extrema pobre­
za sean consideradas como derechos humanos parece uno sencillo de defender.
Sin embargo, el caso no es tan sencillo cuando se lo considera desde la
perspectiva de los agentes externos a quienes se podría requerir actuar cuando
un gobierno incumple sus responsabilidades de primer nivel. Las dificultades
son de dos tipos. Primero, referido a la naturaleza del caso, no es claro cómo
debería decidirse cuáles son los agentes extemos que tienen razones para actuar.
Segundo, no es claro qué tipo de razones podrían surgir para estos agentes o si
estas razones tendrían normalmente el peso necesario para exigir la acción.
Como sugiere el esquema, una explicación de la normatividad de los derechos
humanos necesita mostrar cómo y por qué su violación podría mover a la acción
a los agentes extemos, por lo que cada cuestión debería tener una respuesta.
Para comenzar con la primera dificultad, supongamos que un gobierno, por
alguna razón, no satisface las protecciones de los intereses de su población en

5 El punto no necesitaría ser enfatizado si no fuese por la tendencia, tanto de los defensores como de los
críticos de los derechos en contra de la pobreza, a subestimar la distancia que existe entre principios y polí­
ticas. Para un análisis que reconoce esta distancia a la vez que defiende ciertas formas de acción internacional
para reducir la extrema pobreza, véase C ollier, 2007: parte 4.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 197

contra de la pobreza. La doctrina de los derechos humanos no incorpora ningún


criterio para graduar y distribuir las responsabilidades (de «segundo nivel») de
acudir en su asistencia. Además, aun si existiera un criterio semejante, el siste­
ma político global no posee ningún mecanismo dotado de autoridad para im-
plementarlo o para hacerlo cumplir. Esto significa que aquellas personas cuyos
intereses en contra de la pobreza son amenazados debido al fracaso de su propio
gobierno no cuentan con los elementos necesarios para identificar a aquellos
agentes externos ante quienes pueden presentar sus reclamos, y los agentes que
están en posición de actuar no tienen manera de decidir si ellos están obligados
a hacerlo. Pero si esto es cierto, podría ponerse en duda que los derechos en
contra de la pobreza tengan algún sentido práctico. ¿Cuál podría ser el valor de
un derecho si no hay manera de identificar a quiénes corresponden las respon­
sabilidades correlativas?
Una posición escéptica de este tipo ha sido defendida por Onora O’N eill.
Ella distingue entre interpretaciones «normativas» y «aspiracionales» de los
derechos y sostiene que un valor no puede contar como un derecho, en un
sentido «normativo», a menos que pueda ser visto como el fundamento de un
reclamo que sostiene que otros agentes específicos tienen la obligación de ac­
tuar o abstenerse de actuar de tal forma que quien reclama tenga o sea capaz de
disfrutar del valor. «Normalmente consideramos a los supuestos reclamos o
prerrogativas que nadie está obligado a respetar y a honrar como nulos o va­
cuos, o más bien indefinidos» (O’N eill, 2005: 430)6. Es mejor concebir a los
valores expresados en tales reclamos como «aspiraciones»: describen recursos
o condiciones que sus beneficiarios tienen razones para desear pero que ningún
agente identificable tiene obligación de suministrar. O ’N eill piensa que es
obvio que los conocidos «derechos del hombre» a la libertad, la propiedad y la
seguridad pueden contar como derechos en una interpretación «normativa» ya
que las inferencias con respecto a las situaciones deónticas de otros agentes son
claras: todos tienen la obligación de respetarlos. No se puede decir lo mismo de
«los derechos abstractos a bienes y servicios, ahora vistos como derechos hu­
manos universales», tales como los derechos a la alimentación y al cuidado de
la salud. Esto se debe a que no es claro cómo estos supuestos derechos pueden
generar obligaciones para todos, cuyo cumplimiento resultaría en la satisfac­
ción para todos de los intereses que los derechos protegen. Pero sin un funda­
mento para asignar obligaciones a agentes específicos no podemos saber si un
derecho ha sido violado. Debemos por lo tanto considerar a los derechos de
este último tipo como «meramente aspiracionales» y normativamente inertes
(O’N eill, 2005: 428, 430).
Dos observaciones a modo de respuesta. Primero, no es claro por qué uno
debería pensar que los derechos a bienes y servicios no puedan tener obligacio­
nes correlativas. Es cierto que la práctica de los derechos humanos contempo­

6 Comparar con O ’N eill, «Women’s Rights: Whose Obligations?» (2000: 101-105).


198 CHARLES R. BEITZ

ránea no suministra un mecanismo para asignar obligaciones de segundo nivel


a agentes específicos cuando se violan los derechos en contra de la pobreza en
el primer nivel. La cuestión es qué conclusión puede extraerse a partir de este
hecho. O ’N e il l escribe como si la naturaleza de los derechos a los «bienes
abstractos y servicios» fuera tal que ellos no son capaces de tener asignadas
obligaciones correlativas. ¿Pero por qué debería ser así? Una posibilidad es
que, dada la escasez general de recursos en nuestro mundo, no existe una asig­
nación factible de obligaciones tal que, si fueran satisfechas, todos gozarían del
contenido sustantivo de los derechos en contra de la pobreza. O’Neill no ofrece
este argumento, y de todos modos, es una cuestión empírica compleja determi­
nar si su premisa es cierta o no. Sin abordar la cuestión aquí, podríamos al
menos señalar que los obstáculos para la satisfacción de estos derechos es más
probable que se encuentren en características inherentes a ciertas sociedades
pobres, particularmente en la calidad de sus instituciones, que en la escasez
global de recursos7. Otra posibilidad es que las causas y circunstancias sociales
de la pobreza sean tan diversas que cualquier intento de formular generaliza­
ciones acerca de las responsabilidades de segundo nivel para contribuir a me­
didas preventivas y correctivas sería demasiado abstracto para ser de utilidad
práctica. Pero aunque el antecedente es plausible, lo que se deduce de él es que
los principios que definan las obligaciones tendrían que diferenciar entre tipos
de casos, no que ellos no puedan ser elaborados. Debido a que no se ha estable­
cido que no sea posible una asignación razonable de obligaciones, no estamos
forzados a concluir que es un error conceptual pensar que los intereses de sub­
sistencia son una materia apropiada para ser objeto de los derechos humanos.
La otra observación es que, aun si uno pudiese encontrarle sentido a la idea
de que no es posible asignar obligaciones a agentes específicos —de modo tal
que los derechos en contra de la pobreza no contarían como «normativos» en el
sentido en que usa el término O ’N eill— todavía no se seguiría que estos dere­
chos son «meramente aspiracionales» y por lo tanto normativamente inertes8.
La concepción que O ’N eill tiene de lo normativo es más estrecha de lo que
puede parecer a primera vista. Un «derecho» cuenta como «normativo» sólo si
tiene «obligaciones correlativas bien especificadas» (O’N eill, 2005: 431). Pa­
rece que una «obligación bien especificada» debe satisfacer dos condiciones.
Primero, debería identificar un conjunto de acciones tales que, si las acciones
se realizaran, el poseedor del derecho gozaría de la sustancia del derecho. Se­
gundo, debería identificar al agente o a los agentes a quienes se requiere realizar
esas acciones. Pero así como no es claro que los «derechos declarativos» no

7 Para un resumen de la evidencia, véase R odrik, 2007: cap. I, y la profunda discusión presente en
R isse, 2005: 355-359.
8 «De hecho, admitiríamos que la retórica de los derechos humanos universales a bienes o servicios es
engañosa, pero la defenderíamos como una mentira noble que ayuda a movilizar el apoyo para establecer
derechos justificables de gran importancia» O ’N eill acepta que se puede decir algo a favor de tal posición
pero sostiene que muchos la verían como «cínica» (O ’N eill, 2005: 429-430).
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 199

puedan mover a la acción (§ 18), tampoco es claro que un reclamo que no


cumpla con estas condiciones necesariamente sería «meramente aspiracional».
Una violación podría suministrar una razón para una acción cuya realización
no resultaría en el disfrute inmediato de la sustancia del derecho pero incre­
mentaría las posibilidades de que los poseedores de los derechos disfrutaran de
la sustancia del derecho en un futuro próximo (por ejemplo, cuando la razón
cuente a favor de contribuir a un programa de asistencia para el desarrollo). O
podría proveer una razón para la acción por parte de agentes cuya identidad
depende de hechos relacionados con el caso (por ejemplo, cuando la determi­
nación de responsabilidad depende de juicios ad hoc acerca de la proximidad o
capacidad). La distinción entre lo «normativo» y lo «meramente aspiracional»
deja de lado posibilidades como éstas.
Por supuesto, uno podría sostener que la práctica contemporánea de los
derechos humanos está pobremente concebida al permitir reclamos cuyas con­
secuencias prácticas son indirectas de esta manera. Tal vez uno crea que la
práctica genera una cultura de la beneficencia en vez de una de la autosuficien­
cia, o que no concentra energía política sobre los más devastadores males so­
ciales, o que el lenguaje de los derechos humanos es demasiado abstracto e
inespecífico para movilizar a la acción política cuando más se la necesita. Pero
es necesario ofrecer argumentos a favor de estas conclusiones, y sus premisas
empíricas, que en el caso de los derechos en contra de la pobreza son en sí
mismas implausibles, necesitan ser sustentadas con pruebas.
Todavía no hemos respondido nuestra pregunta sobre la distribución de las
responsabilidades para actuar de segundo nivel. Para hacerlo debemos conside­
rar el segundo problema identificado anteriormente, referido a los fundamentos
de cualquier responsabilidad de este tipo. Este problema surge a partir del reco­
nocimiento de que la acción internacional para detener o reparar el fracaso local
a la hora de asegurar la satisfacción de los derechos en contra de la pobreza
puede ser onerosa para sus agentes. La cuestión es si es probable que los poten­
ciales agentes vayan a tener alguna razón para soportar estos costos. Si no
puede identificarse ninguna razón semejante, o si la razón es tal que usualmen­
te sería superada por otras razones con las que compite, entonces uno podría
oponerse a la posición que afirma que los derechos humanos deberían incluir
derechos en contra de la pobreza ya que, excepto en casos especiales, los po­
tenciales agentes internacionales no tendrían razones suficientes para ser moti­
vados por ellos. La tercera condición del esquema no estaría satisfecha.
¿Por qué esta dificultad podría parecer seria? Como observé anteriormente,
no hay duda de la urgencia de los intereses de subsistencia que se supone que
son protegidos por los derechos en contra de la pobreza. Uno podría suponer
que las consideraciones de urgencia serían suficientes, por sí solas, para sumi­
nistrar la razón que estamos buscando. Tal razón sería una de beneficencia:
contaría a favor de realizar una acción sólo si la acción contribuyese a la satis­
200 CHARLES R. BEITZ

facción de los intereses de otra persona, independientemente de consideracio­


nes referidas a la existencia de alguna relación en el pasado o en el presente que
uno pudiera tener con esa persona. Sin embargo, es controvertido si las razones
de beneficencia son en sí mismas lo suficientemente fuertes como para exigir
que alguien asuma sacrificios importantes para beneficiar a personas descono­
cidas, particularmente cuando los sacrificios toman la forma de compromisos
continuos en vez de transferencias realizadas por una única vez9. La tentación
escéptica es fácil de percibir.
Lo que hay de cierto en la posición escéptica es la percepción de que las
consideraciones de beneficencia no bastan, por lo general, para justificar atri­
buciones de responsabilidad para actuar cuando los costes de la acción serían
significativos para el agente. Pero la posición es susceptible de ser atacada al
menos de dos maneras. La primera y más directa consiste en aplicar la percep­
ción acerca de la beneficencia al caso de la pobreza global. Es un prejuicio
moderno el pensar que las razones de beneficencia son de alguna manera siem­
pre discrecionales o menos importantes que otros tipos de razones para la ac­
ción101. Aunque, por lo general, las consideraciones de beneficencia pueden no
bastar para justificar atribuciones de responsabilidades de actuar, ellas pueden
serlo en casos especiales. Me referiré a los casos especiales como los casos de
«beneficencia fuerte». Estos son casos que satisfacen tres condiciones. Prime­
ro, el interés amenazado posee la máxima urgencia, en el sentido de que la
concreción de la amenaza sería devastadora para la vida de cualquiera expues­
to a ella. Segundo, existe un grupo de agentes «elegibles» que tienen los recur­
sos, la posición y la capacidad para actuar de manera de disminuir la amenaza
o mitigar sus consecuencias (estipulemos por el momento la existencia de
cualquier infraestructura institucional internacional que sea requerida para lle­
var adelante una acción efectiva). Tercero, los costes de la acción, si se distri­
buyen entre estos agentes y son considerados desde sus propias perspectivas,
serían sólo leves o moderados, y si se los suma a los costes en que previamente
estos agentes han incurrido debido a la prosecución de propósitos similares, no
serían irrazonablemente altos11. En los casos en los que estas condiciones se
satisfacen, diré que los agentes elegibles tienen una razón de beneficencia que
es normalmente lo suficientemente fuerte para que ellos actúen12. No digo que

9 Algunas dudas pueden encontrarse en M iller, 2004: 357-383. Para cotejar ideas contrarias, véanse
Singer, 1972: 229-243, y C ullity, 2004.
10 Recordemos nuevamente el principio de derecho natural, encontrado en L ocke, que aquellos con
deseos urgentes tienen un «derecho sobre el excedente» de los bienes de otros (§ II, cursiva añadida). Y
véanse los agudos comentarios críticos de Alien B uchanan, 1987: 558-75.
11 Peter Singer propone una posición similar en «Famine, Affluence and Morality», aunque con menos
condiciones restrictivas que las dadas arriba. Comparar con los comentarios de T. M. Scanlon acerca del
«Principio de Rescate» (1998: 224). Elizabeth A shford propone una interpretación más exigente del «Prin­
cipio de Rescate» (2003: 287-292).
12 Alguien podría pensar que otra condición también es necesaria, referida a que no hay otros agentes
que tengan una relación con quienes están amenazados que genere responsabilidades especiales para ac­
tuar. Creo que esto es demasiado fuerte: podemos tener responsabilidades generales para actuar en respues­
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 201

la razón sea concluyente o inderrotable, ya que no podemos descartar que los


agentes elegibles enfrenten razones aún más fuertes para actuar provenientes
de algún otro frente. Por otro lado, sería una descripción incompleta señalar
que estas razones son simples razones de beneficencia, debido a que en condi­
ciones normales (es decir, en ausencia de razones de peso en contra) juzgaría­
mos que los agentes elegibles deberían realizar las acciones de beneficencia
disponibles para ellos. Sus razones para actuar, aunque no concluyentes, tienen
el peso suficiente como para superar a las razones en contra que ellos probable­
mente enfrentarán en el curso normal de los hechos.
Las condiciones de la beneficencia fuerte están probablemente satisfechas
en las sociedades más pobres de la actualidad. Para apreciar esto, uno simple­
mente tiene que tomar nota del grado de pobreza extrema que existe en estas
sociedades y del hecho de que, en la mayoría de ellas, sin la acción internacio­
nal (usualmente, en combinación con reformas locales) el crecimiento econó­
mico casi con seguridad será insuficiente para producir una mejora sustentable
en los niveles de vida. Además, en estos casos, el costo para los países ricos de
adoptar medidas políticas que fuesen suficientes, en conjunción con la coope­
ración local, para producir una mejora sustentable en los niveles de vida, pro­
bablemente sería modesto13. Si esto es correcto, entonces los agentes externos
elegibles normalmente tienen razones pro tanto relativamente fuertes para
contribuir, independientemente del alcance y la naturaleza de sus relaciones
políticas y comerciales, pasadas o presentes, con estas sociedades.
La objeción más probable a esta posición es práctica en vez de filosófica.
Ésta tiene su origen en la constatación de que las fuerzas que sustentan la ex­
trema pobreza son frecuentemente locales, y tienen que ver con la cultura polí­
tica, la corrupción del gobierno y de manera más general con instituciones in­
competentes. Si esto es así, la objeción continúa, entonces aquellos agentes
externos que aparecen como «elegibles», de hecho no lo son. Los agentes ele­
gibles son aquellos que cuentan con la posición y los recursos para actuar efi­
cazmente a fin de remover o compensar una violación de los derechos humanos.
Pero si las causas de la extrema pobreza son las descritas, entonces es poco
probable que cualquiera de las acciones disponibles para los agentes externos,
sin importar cuán generosos sean, produzca, de hecho, una mejora sostenible.
Por lo tanto no existen, de hecho, agentes elegibles.
Como cuestión general, esto no parece poco persuasivo. Del hecho —si es
que es un hecho— de que las fuerzas que mantienen la pobreza son primaria­

ta a necesidades urgentes aun cuando estas necesidades resulten del fracaso de otros agentes en satisfacer
sus responsabilidades especiales. Lo difícil es decir bajo qué condiciones las responsabilidades generales
existen.
13 Las posiciones varían con respecto al alcance de estos costos. Jeffrey Sachs informa un rango de es­
timaciones, con diferentes suposiciones sobre el tipo y el alcance de las inversiones requeridas, entre 0,5 por
100 y 0,7 por 100 del PBI de los países ricos (S achs, 2005: cap. 15). Véase también C ollier, 2007: cap. II.
202 CHARLES R. BEITZ

mente locales, no se deduce que los agentes extemos carezcan de oportunidades


para actuar de modo efectivo. Puede haber, por ejemplo, estrategias disponibles
que podrían reducir o remover los obstáculos locales para el crecimiento (por
ejemplo, el establecimiento de incentivos para la transparencia en el gobierno,
la asistencia en el desarrollo de instituciones legales, tal vez incluso, la inter­
vención para mantener la estabilidad después de guerras civiles). Pueden existir
formas de asistencia que pueden ser brindadas de modo directo a los beneficia­
rios sin depender de las instituciones locales. Y puede ser posible reducir las
barreras extemas (por ejemplo, por medio de la apertura de los mercados ex­
tranjeros al comercio de productos locales) ( C o l l i e r , 2007: cap. 9-10; R o d r i k ,
2007: cap. 5, 8). Estas posibilidades son ilustrativas. El punto general es que es
un error concluir a partir del hecho de que las causas principales de la privación
de un derecho son locales, que los únicos agentes que están en posición de
impedir o compensar por la privación, o reducir las posibilidades de que ocu­
rra, son los agentes domésticos.
Plasta aquí he sostenido que en algunos casos de extrema pobreza las con­
sideraciones de beneficencia («fuerte») pueden bastar para dar a los potenciales
donantes razones de peso para contribuir, pero las cosas no deberían dejarse
ahí. Parte de la fuerza de la posición escéptica es excluyente: niega que en los
casos típicos, sea probable que existan otros tipos de razones para la acción. La
beneficencia es lo único que existe. Pero podemos preguntamos si esta nega­
ción está justificada. Que esté o no justificada depende en gran parte de los
detalles de aquello que es negado. Existen dos posiciones. Alguien podría sos­
tener que para todos los casos típicos de pobreza y para todos los agentes exter­
nos elegibles, no existe ninguna otra razón que se pueda esperar que siempre
cuente a favor de la acción. Alternativamente, uno podría sostener que para
cualquier caso típico de pobreza (dejando abierta la posibilidad de que podría
haber más de una clase de caso «típico»), no existe ninguna otra razón para
ningún agente idóneo que cuente a favor de la acción. La primera posición
niega que la extrema pobreza sea susceptible de recibir un análisis de diagnós­
tico uniforme según el cual se puede mostrar que, dejando la beneficencia de
lado, los agentes elegibles siempre tienen una y la misma razón para actuar. Por
el contrario, la segunda posición niega que exista algún conjunto de análisis de
diagnóstico de los casos típicos según el cual, para cada tipo de caso, y nueva­
mente dejando la beneficencia de lado, exista algún subconjunto de agentes
elegibles que tengan una razón para actuar.
Uno podría verse atraído por la primera posición al pensar sobre la diver­
sidad de sociedades. Es muy probable que las condiciones que generan y
mantienen la pobreza extrema sean diferentes en diferentes sociedades. Su­
pongamos, en aras de la simplicidad aunque de manera obviamente contraria a
los hechos, que para cada sociedad pobre existe un factor dominante que ex­
plica su pobreza. Una sociedad puede estar atrapada en circunstancias sociales
e institucionales heredadas de generaciones pasadas que obstruyen el desarro-
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 203

lio económico. Una segunda sociedad puede estar atrapada en circunstancias


similares, pero éstas son un legado de la explotación colonial o neocolonial.
Una tercera puede estar imposibilitada de comercializar sus exportaciones por
las políticas de comercio de sus potenciales socios comerciales. Una cuarta
puede tener una ubicación tropical en donde la expectativa de vida es más
corta si no se tiene acceso a productos farmacéuticos cuyo precio se mantiene
elevado debido al régimen global de propiedad intelectual. Una quinta socie­
dad puede sufrir la escasez (o el exceso) de recursos naturales. Cada una de
estas posibilidades ofrece una razón para la acción externa, pero las razones
difieren en sus fundamentos y alcance. No existe una única razón para actuar
que se aplique a todos los casos y a todos los agentes elegibles. Si uno insiste
en que no puede haber derechos en contra de la pobreza a menos que las razo­
nes para la acción disponible para los potenciales agentes extemos sean las
mismas en todos los casos típicos, entonces, una vez más, uno será tentado por
el escepticismo.
El problema es que la posición que afirma que «no existe una única razón»
es implausiblemente fuerte. Los derechos humanos constituyen una práctica
pública normativa. Dentro de la práctica, los derechos humanos operan de la
misma manera que operan los principios de nivel medio en otras ramas del
discurso político. Normalmente, esperamos que los principios públicos descan­
sen sobre algún nivel más profundo de razonamiento en el cual diversas
preocupaciones éticas se conjugan con hechos del mundo de una manera que
muestra que nuestros principios son guías confiables para la acción en el con­
junto de circunstancias que probablemente confrontemos en la práctica. Así,
por ejemplo, se podría pensar que el principio de libertad de expresión resume
y trae a consideración una variedad de cuestiones éticas y pragmáticas subya­
centes que se encuentran en un nivel más elemental de razonamiento práctico.
No es una objeción que las diversas circunstancias a las cuales el principio se
aplica puedan variar en sus características moralmente relevantes —por ejem­
plo, considérense las diferencias en los fundamentos para proteger el discurso
político y el comercial, y la diferencia que existe entre estos fundamentos y los
fundamentos para proteger la expresión artística— o que, como resultado de lo
anterior, diferentes elementos de los fundamentos del principio motivarán su
aplicación en diferentes circunstancias. Simplemente ésta es la manera en que
los principios operan en el razonamiento práctico.
Sin embargo, si nos movemos hacia la posición más plausible que afirma
que no existe «ninguna razón para ningún agente», el escepticismo es menos
tentador. Esto se debe a que, como nuestros ejemplos previos sugieren, es pro­
bable que en muchos casos típicos los agentes elegibles tengan razones para
actuar, aunque no siempre las mismas razones. Para observar por qué esto es
plausible uno sólo tiene que considerar los diversos patrones de interacción que
podrían existir entre sociedades extremadamente pobres y otras más prósperas
y preguntarse en cada caso qué tipos de razones para la acción estarían disponi­
204 CHARLES R. BEITZ

bles para los agentes externos14. Las posibilidades comienzan con dos casos lí­
mites. Uno es la autarquía; por hipótesis, aquí no existen otras razones enjuego
más que aquellas de beneficencia. El otro caso es la interdependencia benigna,
en la cual las sociedades pobres y no pobres cooperan como iguales. En este
caso, las razones más importantes están relacionadas con la equidad de las tran­
sacciones individuales y de cualquier práctica e institución cooperativa que
existan. Sin embargo, estos casos extremos son poco probables. Existen diver­
sas posibilidades intermedias que son en general más probables, cuyas caracte­
rísticas espero que puedan ser sugeridas a través de rótulos descriptivos: por
ejemplo, interacción dañina15, injusticia histórica16, explotación sin daño17, de­
pendencia política18. Cada patrón suscita una clase distinta de razón para la ac­
ción: por ejemplo, no causar daño, compensar por los resultados del daño cau­
sado con anterioridad, no explotar la ventaja de negociación que uno posee,
respetar el interés en la autodeterminación colectiva. Esto no agota las posibili­
dades pero ilustrará la cuestión. Las relaciones que caracterizan las diferentes
diadas en que interactúan las sociedades pobres y las prósperas son diversas, no
sólo en los patrones de interacción de los cuales son instancias particulares, sino
también en las razones por las cuales estos patrones son moralmente relevantes.
Parece razonable conjeturar —aunque sólo puedo presentarlo como una conje­
tura— que la mayoría de tales diadas están caracterizadas por uno o más de
estos patrones u otros que son igualmente relevantes. Excepto la autarquía, cada
patrón sugiere una razón diferente para actuar que surgiría para los ciudadanos
del país rico debido a la pobreza del país pobre. Esto significa que los miembros
de las sociedades prósperas probablemente tengan alguna razón para actuar con
el fin de reducir la pobreza o mitigar sus efectos en la mayoría de las sociedades
pobres con las cuales ellos de hecho interactúan, pero estas razones variarán en
fuerza y tal vez en las formas de acción para las cuales ellas son razones.
Dos consideraciones adicionales refuerzan esta conjetura. La primera está
vinculada con la incertidumbre. Existe desacuerdo sobre cuáles son las causas
de la pobreza y la riqueza de las sociedades. El desacuerdo se manifiesta a nivel

14 Uno podría pensar a este ejercicio como un intento de ser más específicos sobre los patrones de inte­
racción que existen en una economía mundial cuya estructura permite diversas formas de interdependencia
entre las sociedades pero que carece de las propiedades de cierre y totalidad que se aplican a un sistema au-
tárquico, internamente interdependiente. Comparar con Julius, 2006: 189-190.
15 Simplificando de modo excesivo: un país rico comercializa con un país pobre e invierte en él. Como
resultado de su participación en estas relaciones las personas en el país pobre se encuentran en una posición
peor que aquélla en la que hubieran estado en ausencia de la relación (el impacto en el país rico no importa).
16 Hubo interacción dañina en el pasado. Hoy existe una interdependencia benigna. Pero como resultado
de las interacciones pasadas la posición del país pobre en la actualidad es peor de lo que hubiera sido si la
interacción dañina no hubiera tenido lugar.
17 Un país rico comercializa con un país pobre e invierte en él. Como resultado, ambos están en mejor
posición de lo que hubieran estado en una situación de autarquía, pero la ganancia del país pobre es menor
que su parte equitativa del producto social de la relación. Alan J. W ertheimer denomina a este patrón de in­
teracción «explotación mutuamente ventajosa» (1996: 14).
18 El cese de sus relaciones económicas sería asimétricamente costosa para el país pobre. La vulnerabi­
lidad que esto produce hace que el país pobre sea incapaz de defender sus intereses de manera efectiva.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 205

agregado y en conexión con muchos casos individuales19. En cualquier relación


diádica puede no saberse hasta qué punto las interacciones pasadas o presentes
de las partes contribuyen o contribuyeron a la prosperidad de una o a la pobre­
za de la otra. Una práctica pública de los derechos humanos, para ser factible,
debe abstraerse de estas incertidumbres. La vulnerabilidad asimétrica de las
partes al error suministra una razón para resolver la duda a favor de la parte que
es más vulnerable al error20.
La otra consideración está vinculada con la estructura internacional. Pre­
senté la diversidad de razones para la acción que surgen de un conjunto de pa­
trones de interacción diádicas entre agentes individuales. Pero, por supuesto,
estos patrones están organizados y facilitados por el derecho internacional, que
regula la propiedad y las instituciones internacionales que regulan el comercio
y las finanzas. En la medida que las características de la estructura internacio­
nal permitan o faciliten patrones de interacción que son objetables en alguna de
las formas que hemos distinguido, aquellos en posición de beneficiar pueden
verse presionados por una clase adicional de razón para actuar, una que les
exige reformar la estructura o compensar por sus efectos indeseados sobre
aquellos que no pueden evitarlos a un coste razonable. Es importante agregar
que las instituciones que componen la estructura, consideradas como agentes,
también pueden tener razones para actuar que no derivan de ninguna manera
directa de las razones disponibles para sus miembros tomados individualmente.
Debido a que las mismas tienen capacidades para coordinar la acción y distri­
buir los costes, estas instituciones no están limitadas de la misma manera en
que pueden estarlo los miembros individuales (por ejemplo, por preocupacio­
nes referidas a la desventaja competitiva)21.
Si mi conjetura es correcta, entonces si aceptamos la caracterización ofre­
cida por el modelo de dos niveles del rol de los derechos humanos, podemos
decir que existen derechos en confia de la pobreza aun si no existe una única
razón o una categoría de razones para actuar que explique por qué los agentes
elegibles deberían contribuir al alivio de la extrema pobreza donde sea que
ocurra. Consideremos nuevamente la analogía con la libertad de expresión.
Cuando uno afirma un derecho a la libertad de expresión, uno está afirmando,
entre otras cosas, que existen razones por las cuales las instituciones deberían
poner a disposición alguna forma confiable de protección contra las diversas
interferencias a la expresión que razonablemente podrían esperarse que acae­
ciesen en las circunstancias generales de una sociedad. Diferentes tipos de in­
terferencias podrían ser objetables por distintas razones y podrían requerir di­

19 Una manera de percibir esto es considerar las dificultades que se encuentran al diseñar una teoría del
crecimiento económico capaz de explicar las diferencias al interior de los países en los índices de crecimien­
to en términos lo suficientemente específicos como para guiar la confección de políticas. Existe un examen
instructivo en el trabajo de R odrik, 2007: cap. I.
20 Agradezco a Thomas P ooge por esta observación.
21 Sobre el último punto, véase O reen, 2002: 79-95.
206 CHARLES R. BEITZ

ferentes tipos de protección. La naturaleza y fuerza de las razones y el tipo de


protección requerida son temas a desarrollar, por así decirlo, en el momento de
la aplicación. Del mismo modo, cuando uno afirma un derecho humano, uno
está diciendo, entre otras cosas, que los agentes internacionales tienen razones
para actuar cuando los gobiernos domésticos han fallado. En el caso de la ex­
trema pobreza, es plausible creer que en casos típicos habrá razones para la
acción disponibles y con un peso significativo, incluso si los contenidos de es­
tas razones, y la naturaleza y el alcance de la acción exigida, dependen de las
características del caso individual.
Volvamos a la cuestión de la atribución de responsabilidades de segundo ni­
vel para actuar cuando los gobiernos fallan en cumplir (o no pueden cumplir) sus
responsabilidades de primer nivel. Si estoy en lo correcto sobre los fundamentos
de los derechos en contra de la pobreza, entonces ésta no es una pregunta simple,
ya que la atribución de responsabilidades depende de los detalles del caso en
cuestión. Por ejemplo, atribuiríamos la responsabilidad de manera diferente la
responsabilidad en los casos en que la pobreza de una sociedad es el resultado de
decisiones políticas presentes, o pasadas tomadas por otros gobiernos, que en
aquellos casos en que las instituciones domésticas no están suficientemente de­
sarrolladas o no son suficientemente transparentes. Atribuiríamos la responsabi­
lidad de manera diferente en los casos de desastre natural que en los casos de
desnutrición crónica o enfermedades epidémicas. Lo que probablemente suceda
es que tengamos una red irregular y compleja de dispersas responsabilidades
para actuar22. En un mundo carente de instituciones capaces de determinar y ha­
cer cumplir las responsabilidades, debe dejarse que los agentes individuales, so­
los o en coaliciones, reconozcan su idoneidad para ser elegibles y las razones que
se aplican a ellos. Los agentes a menudo pueden tener que decidir cuándo y cómo
actuar, sin conocimiento o seguridad respecto de los planes de otros. Existen
problemas análogos a los conocidos problemas vinculados con la provisión de
bienes públicos en una situación de anarquía. Esto significa que los juicios sobre
las responsabilidades de actuar tendrán que ser pragmáticos23. Pero este hecho de
ningún modo reduce o anular la fuerza de las razones para actuar.

2. DERECHOS POLÍTICOS

Las disposiciones de la declaración referidas a las constituciones políticas


de los Estados y las disposiciones paralelas del Pacto Internacional de Dere­
chos Civiles y Políticos fueron redactadas de modo que fuesen compatibles

22 Creo que la posición sugerida aquí es en términos generales acorde en sustancia con la presentada en
mayor detalle por David M iller (2007: cap. 9). Sin embargo, no comparto la seguridad de M iller en que la
distinción usual entre obligaciones de justicia y aquellas de humanidad es una forma confiable de establecer
prioridades entre estas responsabilidades.
23 O como dice Henry Shue, «estratégicos» (1996: 160-161); los comentarios acerca de la complejidad
de los deberes (1996: 161-165) también son pertinentes.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 207

tanto con sistemas electorales no competitivos (esto es, de partido único) como
con sistemas electorales competitivos24. Puede que en algún momento hayan
parecido demasiado ambiguas como para imponer algún límite significativo25.
Sin embargo, desde el fin de la Guerra Fría la idea de que el derecho internacio­
nal incluye un derecho a un gobierno democrático ha ganado adeptos (Fox,
1992: 539-608; F r a n c k , 1992: 46-91)26. El Comité de los Derechos Humanos
interpreta que el pacto establece un «derecho a la democracia» y ha presentado
un análisis detallado de sus exigencias (ONU, C o m it é d e D e r e c h o s H u m a n o s ,
1996). Actualmente existe un patrón de acciones internacionales que buscan
promover el surgimiento y apoyar el desarrollo de movimientos y regímenes
democráticos, y proteger a los gobiernos democráticos establecidos frente a las
amenazas internas ( R i c h , 2001: 20-34)27. Aunque no es una opinión unánime,
actualmente, la idea de que existe un derecho humano a instituciones democrá­
ticas es un lugar común en la doctrina y la práctica internacional.
Un derecho humano a instituciones democráticas sería diferente de los de­
rechos en contra de la pobreza de un modo que explica por qué surgen algunas
dificultades distintivas acerca de su justificación. Los derechos en contra de la
pobreza exigen la protección de una serie de intereses urgentes pero dejan sin
especificar el modo en que deberían ser protegidos. Las principales cuestiones
se refieren a las razones por las que diversos agentes deberían contribuir a
afrontar los costos de la protección de estos intereses y a la disponibilidad de
estrategias potencialmente efectivas de acción internacional. Por el contrario,
un derecho a la democracia política no sólo exige la protección de ciertos inte­
reses subyacentes sino que también prescribe un tipo particular de mecanismo
institucional para dicho propósito. Las dificultades que consideraremos se
ubican en el espacio que existe entre los intereses subyacentes y los principios
institucionales. Estas dificultades muestran que los intereses que un derecho
humano intenta proteger pueden ser adecuadamente generales sin que la forma
de protección incorporada en el derecho sea similar en ese aspecto.
Existen dos dificultades principales. Ellas son formas de un problema más
general que surge al intentar generalizar las posiciones conocidas sobre los
fundamentos morales de las instituciones democráticas para extenderlas a esce­
narios sociales que difieren de los que estas perspectivas presuponen. En el
primer caso, las diferencias conciernen a las condiciones materiales y a los
grados de desarrollo económico de las sociedades. En el segundo caso, las di­
ferencias están relacionadas con las normas de legitimación política imperan­

24 «Toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país [...] La voluntad del pueblo es la
base de la autoridad del poder público; esta voluntad se expresará mediante elecciones auténticas que habrán
de celebrarse periódicamente, por sufragio universal e igual» (DUDH, art. 21).
25 «[...] es axiom ático, hasta ahora po r lo menos, que el derecho internacional no garantiza gobiernos
representativos, y m enos aún dem ocráticos» (S teiner, 1998: 55).
26 Para una perspectiva escéptica, véase R oth, 1999: cap. 8.
27 Un estudio ha contado en la década de 1990 trece casos de acción internacional para proteger o res­
taurar regímenes democráticos que enfrentaban amenazas locales (H alperin y L omasnay, 1998: 134-147).
208 CHARLES R. BEITZ

tes. La reflexión sobre estas dificultades converge en una duda sobre si una
doctrina pública de los derechos humanos debería incorporar en sus exigencias
institucionales, protecciones tan específicas como un derecho a instituciones
democráticas.
La justificación más conocida de las instituciones democráticas tiene una
estructura instrumental28. Explica el carácter deseable de las instituciones de­
mocráticas en términos de los resultados que, construidos de modo amplio,
probablemente producirán. Esto es así, por ejemplo, en las posiciones de J. S.
M il l y John R a w l s . M il l sostiene que las instituciones populares son deseables
porque tienen mayor probabilidad que otras instituciones de proteger los inte­
reses presentes de las personas y porque la actividad de la participación política
alienta en los ciudadanos el desarrollo de un carácter vigoroso y responsable
( M i l l , [1861] 1977: cap. 3, 404)29. La descripción de R a w l s de la justicia polí­
tica como un caso de «justicia procedimental imperfecta» es formalmente simi­
lar, aunque adopta una concepción diferente de los resultados a los cuales las
instituciones políticas justas deberían apuntar ( R a w l s , 1971-1999: § 36)30.
Quienes consideran a la democracia como un valor universal a menudo se
apoyan en una generalización de este tipo de posición. Amartya S e n , por ejem­
plo, afirma que las instituciones democráticas son preferidas, en parte, porque
ellas posibilitan que las personas actúen eficazmente en la protección de sus
intereses más importantes. Para ilustrar el argumento, se refiere a un estudio
acerca de las causas de las hambrunas que demuestra que ningún país democrá­
tico independiente con una prensa razonablemente libre jamás ha sufrido una
hambruna importante. Él cree que la explicación de esto se encuentra en los
incentivos creados por el mecanismo electoral: «La democracia [extiende] las
consecuencias de la hambruna a los grupos dirigentes y a los líderes políticos
[...]. Esto les brinda el incentivo político para tratar de prevenir cualquier
hambruna de la que exista amenaza, y debido a que la hambruna es de hecho
fácil de prevenir [...] las hambrunas que se aproximan se previenen decidida­
mente». No es inconsistente sostener que las instituciones democráticas tienen
también otros tipos de valores y, de nuevo al igual que M i l l , S e n sostiene que
la práctica de la democracia, al alentar y recompensar la participación activa y
crítica en la vida pública, promueve un interés más amplio en el desarrollo
( S e n , 1999: 146-159, 178-184)31.

28 Existen también otras posiciones acerca de los fundamentos morales de las instituciones democráti­
cas incluyendo, de manera importante, posiciones procedimentales que derivan las exigencias democráticas
para las instituciones de una concepción de equidad política. Creo que estas posiciones están sujetas a dudas
similares sobre su carácter generalizable, pero no puedo discutir el tema aquí.
29 Para una exposición véase T hompson, 1976: cap. I.
30 R awls tam bién sostiene que el razonam iento instrum ental sobre los elem entos esenciales de la cons­
titución debería estar restringido por consideraciones igualitarias (el «principio de igual libertad»).
31 La cita es de la pagina 180 (cursiva original). Comparar con D réze y Sen , 1999: 7-8. Un argumento
instrumental similar (aunque diseñado con relación a los «derechos básicos») se puede encontrar en Shue,
1996: 75-77.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 209

Para llegar a la primera dificultad: es significativo mencionar que ni M il l


ni tampoco R a w l s sostienen que las instituciones democráticas serían desea­
bles o exigidas, en función de consideraciones más abstractas de justicia polí­
tica, en cualquier circunstancia. Podría ser el caso, que las condiciones econó­
micas y sociales de una sociedad fuesen tales que otra forma de gobierno fuese
más deseable32. Uno no necesita aceptar los detalles de estas posiciones para
reconocer que el carácter persuasivo de una justificación instrumental de las
instituciones democráticas probablemente dependerá de contingencias empíri­
cas referidas a la sociedad a la cual se dirige la justificación. Sin embargo, una
vez que esto es percibido, es natural preguntarse por qué deberíamos confiar en
que la justificación se puede generalizar.
Tal vez uno supone que el mecanismo de incentivos funciona eficazmente
fuera de los escenarios familiares. El estudio sobre la hambruna a veces es ci­
tado como evidencia33. Sin embargo, su relevancia es más ambigua de lo que
puede parecer. Un mecanismo electoral de incentivo es probable que opere
eficazmente sólo cuando los votantes están en posición de juzgar si el gobierno
ha elegido o no, las mejores opciones entre las alternativas disponibles34. El
acaecimiento de una hambruna fácilmente evitable cuyos efectos son clara­
mente visibles podría ser suficiente para informar tal juicio. Pero el carácter
abrupto y discontinuo de la mayoría de las hambrunas las distingue de muchas
otras condiciones adversas, en relación con las cuales la responsabilidad de un
gobierno puede ser menos obvia. De hecho, el mismo estudio encontró que el
régimen autoritario de China fue más efectivo al combatir la extrema pobreza
que la India democrática ( D r é z e y S e n , 1999: 214).
Necesitamos más evidencia sistemática antes de aceptar la inferencia que
va desde el caso especial al caso general. Para esto podríamos examinar el es­
tudio comparativo de la democracia y de las transiciones democráticas en las
sociedades en vías de desarrollo. En estos casos las preguntas centrales son si
las instituciones democráticas exhiben alguna tendencia sistemática a proteger
los intereses urgentes de manera más efectiva que otros tipos de regímenes y si
las transiciones democráticas tienen mayores probabilidades de éxito en las
sociedades más desarrolladas que en las menos desarrolladas. Por lo que se
sabe hasta ahora, cualquier respuesta tendría que ser especulativa, pero permí­
tanme hacer una observación sobre cada una de las preguntas.
La primera observación se refiere al desempeño de las políticas de los regí­
menes. En general, los regímenes democráticos tienden a alcanzar puntuacio­
nes al menos tan buenas como los regímenes no democráticos con respecto a la

32 Con respecto a M ill, véase M ill, 1861: cap. 4, y los comentarios sobre las circunstancias en las
cuales un gobierno despótico podría ser ventajoso, hacia el final del cap. 2. Con respecto a R awls, véase
R awls, 1971-1999: §§ 11 y 39.
33 Por ejemplo, por Alien B uchanan, 2004: 143-144, y William J. T albott, 2005: 150-151.
34 Para una discusión, véase Manin et al., 1999: 42-43.
210 CHARLES R. BEITZ

mayoría de los parámetros de desempeño económico (por ejemplo, índices de


crecimiento, inversión, y empleo). De hecho, las democracias se desempeñan
mejor en ciertos aspectos, pero la diferencia aparece sólo en los niveles altos de
desarrollo. En las sociedades pobres (aquellas con ingresos per cápita por de­
bajo de 3.000 dólares por año, aproximadamente —es decir, cerca de dos ter­
cios de los países del mundo, lo que significa cerca del 70 por 100 de la pobla­
ción mundial— ) el desempeño económico de ambos tipos de regímenes es más
o menos el mismo. En cambio, si miramos los parámetros de resultados sociales
—por ejemplo, mortalidad infantil— encontramos que, a pesar de un mejor
desempeño si se consideran todas las sociedades, en las sociedades pobres las
democracias no parecen desempeñarse mejor que los regímenes no democráti­
cos (Ross, 2006: 860-874)35. Los regímenes democráticos también tienden a
ser menos estables en los países pobres que en los países ricos (aunque se dis­
cuten cuáles pueden ser las razones) [ P r z e w o r s k i et al., 2000: caps. 2 (estabili­
dad) y 3 (desempeño económico)]36. Por otro lado, es más probable que las
sociedades con instituciones democráticas respeten las libertades civiles, tole­
ren la diversidad religiosa y permitan el disenso, aunque la relación es débil o
no existente con respecto a los regímenes parcialmente democráticos o en
transición37.
La segunda observación tiene que ver con el éxito de las transiciones de­
mocráticas. La estabilidad y el desempeño de las políticas de regímenes demo­
cráticos recientemente establecidos parecen depender del previo estableci­
miento con éxito de instituciones tales como un sistema judicial imparcial y un
aparato administrativo competente, una razonable libertad de prensa, y una
infraestructura social pluralista. Desde la década de 1970, más de ochenta so­
ciedades han experimentado el reemplazo de un régimen no democrático por
un régimen que posee algunas características formales de democracia tales
como elecciones competitivas para acceder a cargos públicos y suficiente liber­
tad de asociación como para permitir la competencia entre partidos. Sin embar­
go, sólo un tercio de los casos de transición culminaron en democracias estables
y totalmente «consolidadas», la mayoría de ellos en países con ingresos altos
( G e d d e s , 1999: 115-116). El resultado más común algunas veces es conceptua-
lizado como una transición incompleta: un régimen alcanza algunas pero no
todas las características que son suficientes para clasificarlo como democrático.
Por ende se lo describe como «paralizado» o «limitado» ( H e r b s t , 2001: 358)38.
Debido a que no parece haber una tendencia sistemática a que estos regímenes
se consoliden como democracias, es mejor entenderlos como la representación

35 Para la información demográfica véase B anco M undial, 2005: tabla 1, 292.3.


36 Comparar con E pstein et al., 2006: 551-569. También véase G eddes, 1999: 117-121, y las fuentes
citadas allí.
37 «Se necesita una democracia completa, que culmine en un sistema de competencia multipartidista,
antes de que haya una mejora segura en lo concerniente a los derechos humanos» (B ueno de M esquita et al.,
2005: 440). Véanse también M ullican et al., 2004: 22; y D avenport y A rmstrong II, 2004: 551.
38 Para un análisis de los casos poscomunistas, véase M cF aul, 2002: 212-244.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 211

de una forma política «híbrida», menos conocida, que combina algunas carac­
terísticas de las instituciones democráticas con patrones de gobierno persona­
lista que perpetúan la influencia de elites arraigadas y que son relativamente
indiferentes a las demandas populares de cambios de políticas. Estos tipos de
regímenes pueden exhibir una variedad de patologías políticas, incluyendo
inestabilidad política doméstica, una tendencia a violar los derechos personales
y civiles de sus habitantes, y una tendencia a adoptar políticas externas agresi­
vas que conducen a la guerra39.
¿Qué se sigue con respecto a la pregunta de si existe un derecho humano a
la democracia? Es menos frecuente que regímenes democráticos estables ten­
gan lugar en sociedades pobres, pero es difícil de distinguir el desempeño
económico de aquellos regímenes democráticos que sí existen, del desempeño
económico de los regímenes autoritarios en sociedades que en otros aspectos
son comparables. Además, si se consideran todos los regímenes democráticos,
éstos tienden a exhibir un nivel más alto de respeto por las libertades civiles y
políticas. De este modo, una posición posible consiste en sostener, todas las
cosas consideradas, que las instituciones democráticas probablemente se des­
empeñan al menos tan bien como otros tipos de instituciones en la mayoría de
las sociedades. Si esto es así, entonces es una razón para generalizar el argu­
mento instrumental a favor de las instituciones democráticas.
Sin embargo, esto puede ser demasiado optimista. Existen dos puntos a
considerar. Primero, las conclusiones sobre el desempeño económico y político
de los regímenes son generalizaciones que se extraen a partir de la suma de
muchos casos. Supongamos que se nos pide elegir, sobre la base de estas con­
clusiones, si sería mejor vivir en un régimen democrático o en uno autoritario,
sabiendo solamente que la sociedad de uno es pobre según los estándares glo­
bales. Sin saber más sobre la distribución de los casos de acuerdo con alguna
medida agregada de expectativas y sobre la distribución de las expectativas
dentro de los casos, uno no sabría cómo elegir. El peor resultado de una elec­
ción por la democracia podría ser significativamente peor que el resultado del
peor de los casos de una elección por el autoritarismo. O la mediana estadística
de las expectativas en el caso de la democracia podría ser más baja que en el
caso del autoritarismo. No sabemos si estas posibilidades son reales o solamen­
te hipotéticas. Pero el hecho de que no puedan ser descartadas significa que las
conclusiones presentadas arriba no resuelven la cuestión del fundamento empí­
rico de la tesis de la generalización. Las incertidumbres empíricas son demasia­
do grandes40.

39 Hasta el momento ha habido poco estudio sistemático del desempeño de regímenes democráticos
híbridos pero no totalmente consolidados. El trabajo reciente más importante es el de Edward D. M ansfield
y Jack Snyder (2005: cap. 3 passim). Comparar con C arothers, 2007: 12-27. Sobre el desempeño de las
políticas de regímenes democráticos recientemente establecidos, véase R odrík y W acziarg, 2005: 50-55.
Sobre el respeto de los derechos humanos, véase D avenport y A rmstrong, 2004: 551-552.
40 Agradezco a Robert T aylor por ayudarme a ver esta cuestión.
212 CHARLES R. BEITZ

El segundo punto es una consecuencia de la mayor inestabilidad de los re­


gímenes transicionales en las sociedades pobres. Aunque parece que los regí­
menes democráticos, una vez que se han establecido de manera segura, proba­
blemente produzcan mejores resultados económicos y respeten los derechos
civiles de manera más consistente que los regímenes no democráticos, también
parece que los procesos de transición democrática en niveles bajos de desarro­
llo económico tienen mayor probabilidad de terminar abruptamente. Si nuestra
pregunta fuera si sería mejor para una sociedad tener instituciones autoritarias
o instituciones democráticas estables, la respuesta más plausible sería proba­
blemente la última. Sin embargo, si la pregunta es si sería bueno para los agen­
tes externos apoyar o intentar alentar un movimiento para la reforma democrá­
tica en una sociedad no democrática, la respuesta tendría que ser más cautelosa.
Los esfuerzos por la reforma podrían producir un régimen incompletamente
democrático o («híbrido»), y según lo que se sabe hasta el presente no conta­
mos con evidencia confiable de que un régimen de ese tipo respetará los dere­
chos de sus habitantes o satisfará sus intereses de manera más eficaz que un
autoritarismo tradicional. Por lo tanto, aunque tal vez exista un sentido «ideal»
en el cual se podría decir que las instituciones democráticas están mejor justi­
ficadas que otras, en función de consideraciones sobre su probable desempeño,
si tomamos a las sociedades relativamente pobres como un grupo, es incierto
que cualquier estrategia de acción política prácticamente disponible produciría
una transición exitosa.
Ambos puntos muestran que los fundamentos empíricos para generalizar
los argumentos conocidos a favor de la democracia y extenderlos a los casos
menos conocidos, es más controvertido de lo que uno podría haber creído. Es
difícil estar seguro de que los esfuerzos por promover la reforma democrática
de las instituciones políticas en las sociedades pobres, tienen una probabilidad
razonable de producir una mejora sostenida en la satisfacción de los intereses
básicos de las personas en cuanto a seguridad personal y material. Esto es así al
menos en el caso general; tal vez existen casos sobre los que se sabe lo suficien­
te como para garantizar predicciones más seguras. Pero en lo que respecta a los
derechos humanos lo que importa es el caso general.
Permítanme referirme ahora a la segunda dificultad. Las sociedades difie­
ren no sólo en sus características económicas sino también en sus culturas po­
líticas. Las culturas políticas públicas de las sociedades democráticas son espe­
ciales en diversos aspectos y podemos dudar, como hizo M ill, si los
argumentos conocidos a favor de la democracia se aplicarían con igual fuerza
a las sociedades que no posean esa cultura.
Las consideraciones sobre la cultura política podrían ser relevantes en la
justificación de un derecho humano a la democracia de diversas maneras. Por
ejemplo, podrían existir precondiciones culturales que, de estar ausentes, harían
improbable que las instituciones democráticas funcionaran de la forma en que la
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 213

posición instrumental prevé. Sin embargo, la evidencia muestra que el desarro­


llo de una cultura distintivamente democrática es producto de un proceso más
amplio de cambio social e institucional en el que el establecimiento de formas
democráticas constitucionales usualmente sucede primero. Debido a que el
cambio en la cultura política es al menos parcialmente endógeno, la ausencia de
«condiciones culturales previas» no necesita contabilizarse como un obstáculo
para generalizar las razones a favor de la democracia (Karl, 1999: 4-5)41.
Sin embargo, existe otra manera en que la diversidad cultural podría ser
significativa: podría ser relevante para determinar el carácter justificable de las
acciones para promover la reforma democrática en sociedades cuyas historias
y culturas políticas favorecen algún otro tipo de régimen. La cuestión es si
existe un sentido culturalmente neutral en el cual pueda decirse que el estable­
cimiento de instituciones democráticas es el medio más razonable de proteger
los intereses de los cuales depende la justificación de estas instituciones.
Recuérdese la posición de R a w l s en el sentido de que aunque podamos
considerar a los regímenes «jerárquicos decentes» como injustos, éstos son lo
suficientemente razonables para, en palabras de Joshua C o h é n , estar «exentos
de reproche» ( R a w l s , 1999: 64-72; C o h é n , 2006: 228). ¿Cómo deberíamos
entender la condición de ser injusto pero «exentos de reproche»? Una respues­
ta parte de una distinción entre la norma de justicia política democrática y
aquella de auto-determinación colectiva. Digamos, siguiendo a Cohén, que una
sociedad se auto-determina en un sentido moralmente significativo si sus arre­
glos políticos satisfacen tres condiciones: las decisiones políticas son el resul­
tado y responden a un proceso en el cual los intereses de todos están represen­
tados, cualquier individuo tiene derecho a disentir, y los funcionarios públicos
explican sus decisiones en términos de una concepción del bien común amplia­
mente sostenida42. Estas condiciones dejan claro que la autodeterminación es
una idea normativa diferente de la idea de una sociedad políticamente indepen­
diente: se podría plausiblemente decir que los miembros de una sociedad cuyas
instituciones satisfacen las condiciones se autogobieman. Pero un régimen no
necesita ser democrático para satisfacer las condiciones; las instituciones de
una sociedad jerárquica decente también lo harían.
Es importante ver que, aunque tanto los regímenes democráticos como los
regímenes jerárquicos decentes podrían satisfacer las exigencias de autodeter­
minación colectiva, no es necesariamente el caso que estas exigencias serían
satisfechas de igual manera por cualquiera de estos tipos de regímenes en cual­
quier sociedad. Esto depende del contenido de la cultura política de la sociedad.
Una condición de la autodeterminación es que las personas sean gobernadas de
acuerdo a una concepción del bien común que de hecho sea ampliamente com­
partida en su sociedad. El contenido de esta concepción debe corresponderse

41 Para una reseña de las conclusiones empíricas más recientes, véase D iamond, 1999: 174 ff.
42 Simplifico la formulación más compleja de C ohén, 2006: 233.
214 CHARLES R. BEITZ

con la estructura de las instituciones políticas de la sociedad. Supongamos que


«las ideas democráticas carecen de una sustancial resonancia en la cultura po­
lítica, o en la historia y las tradiciones del país» (Cohén, 2006: 234). En su lu­
gar, la mayoría de las personas concibe a la sociedad como una unidad ordena­
da de grupos sociales y creen que el bien común se logra mejor a través de un
sistema de consulta. En una sociedad así, el derecho a la autodeterminación
colectiva no Sería satisfecho por instituciones democráticas. De hecho, como
observa Cohén, un intento de imponer instituciones democráticas violaría
el derecho de autodeterminación colectiva de la sociedad. Entre otras cosas, el
derecho a la autodeterminación colectiva es un derecho a no ser (forzado a ser)
democrático. La posibilidad que esto sugiere es que el objeto apropiado de la
doctrina de los derechos humanos internacional, en la medida en que busca
regular las estructuras políticas de los regímenes en algún sentido, puede ser
una exigencia de auto-determinación colectiva en vez de la más demandante (y
más excluyente) exigencia de democracia.
¿Deberíamos aceptar la sugerencia? Supóngase que preguntamos exacta­
mente qué se perdería si la doctrina de los derechos humanos incorporara un
derecho a la autodeterminación colectiva pero no un derecho a la democracia.
La respuesta tiene dos partes. Primero, en la mayoría de sus concepciones con­
temporáneas, las instituciones democráticas satisfacen el principio de igualdad
política. De este modo, por ejemplo, el sistema de votación y representación
ofrece iguales oportunidades procedimentales a todos los ciudadanos, los car­
gos públicos están igualmente abiertos para todos, y existe un igual acceso a la
arena pública. Sin embargo, en una sociedad que no es democrática pero que se
autodetermina, los intereses individuales no reciben, necesariamente, el mismo
peso en la toma de decisión política, los cargos oficiales más altos pueden limi­
tarse a los miembros de un culto oficial, y los representantes del grupo domi­
nante pueden gozar de un acceso preferencial a la arena pública. La igualdad
política no es intrínseca a la autodeterminación colectiva.
Segundo, en una constitución democrática existe una conexión formal en­
tre las preferencias políticas expresadas de los ciudadanos individuales y los
resultados del proceso de toma de decisiones públicas43. Esta condición abs­
tracta puede ser satisfecha de diversas maneras pero una conexión semejante es
esencial: la influencia de las preferencias políticas individuales en la toma de
decisiones públicas debe tener lugar por medio de procedimientos establecidos
y gobernados por reglas en vez de, digamos, como resultado del juicio discre­
cional de una autoridad política de orden superior. Por el contrario, en una je­
rarquía consultiva, aunque existe un procedimiento para la representación de

43 Tomo prestado de Brian B arry, quien escribe que en cualquier procedimiento democrático «las pre­
ferencias de los ciudadanos guardan cierta conexión con el resultado». Como él explica, esto descarta «los
casos en los que el proceso de toma de decisión es de facto afectado por las preferencias de los ciudadanos
pero no en virtud de ninguna regla constitucional» (B arry, 1989: 25-26).
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 215

intereses, no existe necesariamente una conexión formal entre la expresión


de intereses dentro de este procedimiento y la elección de las políticas públi­
cas44. La idea de auto-determinación exige que las decisiones políticas respon­
dan a los intereses de las personas pero no es algo inherente a esa idea que esta
característica de las decisiones políticas deba ser garantizada a través de proce­
dimientos establecidos que conecten los resultados con las expresiones de
preferencias individuales.
¿De qué modo son relevantes estos contrastes para responder a la pregunta
de si existe un derecho humano a la democracia? Para comenzar con el déficit
de igualdad: alguien podría sostener que tenemos dos razones para aceptar
como decente a un régimen no-igualitario pero que se autodetermine («exentos
de reproche»), aun si no es justo. Primero, debido a que sus características no
igualitarias expresan aspectos de una concepción de justicia basada en el bien
común, de hecho ampliamente aceptada en la sociedad, nadie se sentirá degra­
dado o insultado por tener menos oportunidades políticas que otros. Ellos en­
tenderán que estas desigualdades están justificadas por la concepción de justicia
que aceptan. Segundo, por hipótesis, una sociedad así reconoce los intereses
fimdamentales de sus habitantes respecto de la seguridad personal y material y
provee el acceso a una adecuada nutrición, refugio, cuidado de la salud y edu­
cación para todos, incluyendo a los miembros de grupos minoritarios que no
comparten la identidad religiosa o cultural de la mayoría. Históricamente, una
de las razones más importantes para objetar la desigualdad política ha sido su
rol en la perpetuación de la pobreza y la inseguridad. Pero cuando los bienes
antes enumerados están de modo confiable al alcance de todos, no se aplica esta
objeción.
¿Qué podría decirse sobre el otro déficit según el estándar de democracia
—la ausencia de una garantía procedimental que asegure que los resultados
políticos serán determinados por las preferencias políticas individuales—?
Esta pregunta es más difícil. No basta decir que una garantía así tendría poco
valor, debido a que existen expectativas bien establecidas de que quienes toman
las decisiones consultarán ampliamente, responderán a las expresiones de di­
senso, y tomarán en cuenta los intereses de cada uno. El valor de una garantía
procesal en tanto protección no viene dado simplemente por su contribución
real a la satisfacción de los intereses de cada persona. Advertimos su valor al
considerar posibilidades contrafácticas: por ejemplo, la de que quienes toman

44 Hay dos puntos en una jerarquía consultiva decente rawlsiana en los cuales una conexión así podría
existir: en la selección de los representantes de un grupo y en la elección de políticas públicas. Los comenta­
rios descriptivos de R awls son vagos en lo que se refiere a detalles institucionales, pero no parece que los
individuos tengan derechos a ejercer una porción de control (aunque tienen derecho a opinar) en la elección
de aquellos que están autorizados a representar a sus grupos en el proceso consultivo. Y aun si existieran
disposiciones para elegir a los representantes de los grupos, allí no parece haber ninguna regla constitucional
que exija que las preferencias expresadas por estos representantes deban determinar las elecciones de las
políticas públicas (aunque, una vez más, pueden influenciarlas) (R awls, 1999: 71-78).
216 CHARLES R. BEITZ

las decisiones podrían volverse corruptos o negligentes o que su atención po­


dría focalizarse sólo en una parte de la población. Estas posibilidades constitu­
yen peligros predecibles en la mayoría de las sociedades independientemente
de los detalles de sus culturas políticas45. El argumento instrumental tendría
esta gran fuerza aun en sociedades con culturas en las cuales las ideas democrá­
ticas carecen de resonancia.

El peso que tiene que otorgarse al argumento es, sin embargo, una cuestión
diferente. El argumento depende de asignarle importancia a posibilidades con-
trafácticas, asignación que no sería compartida por los miembros de la socie­
dad en cuestión. Asumimos que la sociedad tiene una concepción de justicia
basada en el bien común ampliamente compartida y procedimientos consulti­
vos bien establecidos a través de los cuales los intereses de los habitantes son
comunicados efectivamente a las autoridades políticas, quienes los toman en
cuenta seriamente y a quienes se les puede exigir que den cuenta de sus deci­
siones. En una sociedad así, es probable que exista un alto grado de confianza
en los procedimientos legislativos y administrativos establecidos. Más aún,
sería razonable esperar que la introducción de procedimientos democráticos,
con sus características individualistas y su dependencia de la competencia po­
lítica, destruyera esta confianza. Por ende, aun si uno está de acuerdo con que
puede haber circunstancias en las cuales ciertos intereses individuales estarían
peligrosamente inseguros sin la cobertura protectora provista por las institu­
ciones democráticas, uno no puede inferir que sería razonable, todas las cosas
consideradas, intentar promover su desarrollo en sociedades que no son demo­
cráticas pero que se autodeterminan.
Ninguna de estas dificultades representa una amenaza para las justificacio­
nes conocidas de la democracia para los casos estándares, o para la idea de que
los agentes externos podrían tener razones para apoyar o proteger instituciones
democráticas en tales casos. La que es amenazada es la idea de que la justifica­
ción común se extiende a todas las sociedades contemporáneas. Dado que los
derechos humanos deben ser universales y a la vez deben tener la capacidad de
guiar la acción, la inferencia apropiada a extraer del hecho de que existen cir­
cunstancias en las cuales la ausencia de instituciones democráticas no generaría
razones (ni siquiera pro tanto) para que los agentes externos actúen, es que la
doctrina de los derechos humanos no debería incorporar un derecho de este
tipo. Si la preocupación subyacente es brindar protección contra la amenaza
planteada por la opresión política o por un gobierno indiferente a la satisfacción
de intereses urgentes como aquellos referidos a la seguridad física y material,
como sostiene el argumento instrumental, entonces, un derecho a la autodeter­
minación colectiva sería un mejor candidato a derecho humano para regular las
constituciones políticas de las sociedades.

45 Henry Shue me ha enfatizado este punto.


PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 217

Concluyo con tres observaciones. Primero, no es una cuestión trivial si tal


derecho puede describirse con suficiente precisión de modo que sirva a los
propósitos prácticos de los derechos humanos. Debo dejar este importante pro­
blema de lado. Sin embargo, debería quedar claro, aun considerando lo que ha
sido dicho, que tal exigencia es contraria a la idea presente en el derecho inter­
nacional clásico de que la constitución política de una sociedad cae dentro de
la esfera de jurisdicción doméstica: la autodeterminación tiene un contenido
que restringe el rango permitido de variación entre los tipos de régimen. Por
ejemplo, en la variante rawlsiana de la posición, las democracias liberales y las
jerarquías consultivas decentes satisfacen la exigencia pero los regímenes au­
toritarios no lo hacen. Tampoco lo hacen los que R a w l s denomina «Estados
fuera de la ley». El requerimiento de que las sociedades deben auto-determi­
narse sería un requerimiento muy exigente.
Segundo, un argumento a favor de un derecho humano a la autodetermina­
ción colectiva enfrentaría incertidumbres empíricas similares a las que enfrente
un derecho humano a instituciones democráticas. De hecho, en el estado actual
de conocimiento las incertidumbres pueden ser aún más extraordinarias ya que
el desempeño y la dinámica política de los regímenes que se autodeterminan
han sido objeto de todavía menos estudio sistemático. Lo más que uno puede
hacer es conjeturar que, debido a que la autodeterminación colectiva es compa­
tible con un rango más amplio de formas institucionales, la comparación con
regímenes que no se autodeterminan puede ser más favorable.
Finalmente y de mayor relevancia práctica, debería enfatizarse que, de la
proposición de que no existe un derecho humano a la democracia no se sigue
que la promoción y la defensa de las instituciones democráticas en donde ellas
son amenazadas no debería ser una meta importante de la acción política inter­
nacional. Estar de acuerdo con que existe un derecho humano a la autodetermi­
nación colectiva equivale a estar de acuerdo con que las violaciones proveen
razones para la acción política. En circunstancias sociales en las que la satisfac­
ción de este derecho sólo puede darse a través de instituciones democráticas,
las amenazas a tales instituciones proveerían razones para que agentes externos
las defendieran.

3. DERECHOS HUMANOS DE LAS MUJERES

Desde 1948, el derecho de los tratados de derechos humanos se ha desarro­


llado de manera más sustancial en lo que respecta a los derechos de la mujer que
lo que se ha desarrollado en cualquier otra área, a excepción posiblemente del
área referida a los derechos del niño. La declaración y los pactos tratan la situa­
ción de las mujeres únicamente en unos pocos pasajes —primero, en sus cláu­
sulas generales en contra de la discriminación, estipulando ínter alia que los
derechos humanos pertenecen sin distinción a mujeres y a hombres, y en dispo­
218 CHARLES R. BEITZ

siciones que garantizan la libre elección de la pareja matrimonial, iguales dere­


chos dentro del matrimonio, y «asistencia especial» por maternidad (DUDH,
arts. 2, 16, 25)46— . En comparación, la Convención sobre la Eliminación de
Todas las Formas de Discriminación Contra de la Mujer (CEDCM) es significa­
tivamente más ambiciosa. Su disposición en contra de la discriminación es la
más radical de las que se encuentran en los principales instrumentos internacio­
nales de derechos humanos: excluye «toda distinción» basada en el sexo que
«tenga por efecto o por resultado menoscabar o anular el reconocimiento, goce
o ejercicio por la mujer» de los derechos humanos «en las esferas política, eco­
nómica, social, cultural, civil o en cualquier otra esfera» (art. I)47. Esta prohibi­
ción se extiende más allá de la acción del Estado: se exige que los Estados tomen
todas las medidas para «eliminar la discriminación contra la mujer practicada
por cualesquiera personas, organizaciones o empresas» y para «modificar o
derogar leyes, reglamentos, usos y prácticas» que dan sustento a la discrimina­
ción contra la mujer en cualquier parte de la sociedad [art. 2 (e)-(f)]. La conven­
ción estipula específicamente que las mujeres deben tener los mismos derechos
que los hombres a votar y a participar en el gobierno, e igual acceso a la educa­
ción (incluyendo su participación en los deportes y educación física), a la capa­
citación profesional, al empleo, al cuidado de la salud y a los tribunales. Incluye
una serie de estipulaciones que tienen el objetivo de eliminar la discriminación
en contra de la mujer en las leyes que regulan el matrimonio y las relaciones
familiares y proteger a las mujeres de las consecuencias de las prácticas sociales
discriminatorias en función del género (incluyendo los esponsales y el casa­
miento de niños). Lo que es más destacable, exige que los Estados tomen medi­
das «para modificar los patrones socioculturales de conducta de hombres y
mujeres, con miras a alcanzar la eliminación de los prejuicios y las prácticas
consuetudinarias y de cualquier otra índole que estén basados en la idea de la
inferioridad o superioridad de cualquiera de los sexos» [art. 5(a)].

La doctrina de los derechos humanos antes de la CEDCM podría plausible­


mente haber sido criticada por no poner la atención suficiente en la situación de
las mujeres. Esa crítica ha sido formulada desde entonces, también particular­
mente con respecto a la omisión de protecciones explícitas en contra de la
violencia y las formas conexas de maltrato doméstico48. Sin duda, la doctrina
internacional es incompleta a la hora de reconocer los intereses básicos de las

46 Además, quienes redactaron la declaración hicieron considerables esfuerzos para evitar la terminolo­
gía de «derechos del hombre» y para redactar los derechos humanos como pertenecientes a «cada uno» y a
«todos» en lugar de a «todos los hombres», un esfuerzo inusual en esa época. El delegado indio, Hansa
Mehta, Eleanor Roosevelt y los representantes de la Unión Soviética fueron quienes insistieron más vigoro­
samente sobre el asunto (G lendon, 2001: 90, 111-112).
47 La disposición paralela que se encuentra en la Convención Internacional sobre la Eliminación de
Todas las Formas de Discriminación Racial —a partir de la cual se dio forma a la CEDCM— culmina con la
frase «o cualquier otra esfera de la vida pública» (CIEDR, art. 1, cursiva añadida).
48 Véase, por ejemplo, B unch, 1990: 487-492. Existe un intento por remediar la omisión en ONU,
A samblea G eneral, 1994, la cual por supuesto no tiene la fuerza de derecho internacional.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 219

mujeres, y sus exigencias ciertamente son mucho menos aceptadas en la prác­


tica que lo que podría parecer dado el número de ratificaciones de la conven­
ción de la mujer (185 al momento de escribir este libro)49. Lo que todavía es
más sorprendente con respecto a la expresión de los derechos de la mujer en la
doctrina de los derechos humanos contemporánea es el carácter radical de sus
aspiraciones, si se las considera en relación con las normas sociales que de
hecho existían y continúan existiendo en gran parte del mundo. Esto por su­
puesto no es una crítica. Su importancia radica en mostrar el problema más
general que surge al reflexionar sobre los fundamentos y contenidos de los
derechos humanos de la mujer: tiene que ver con el grado de deferencia que
una doctrina pública de los derechos humanos debería mostrar hacia las creen­
cias morales y las prácticas que se encuentran incorporadas en las culturas
existentes.
Antes de abordar este problema, permítanme realizar un breve comentario
sobre la cuestión introductoria de por qué deberíamos pensar que los derechos
humanos de la mujer son un objeto especial en algún sentido. Existe una res­
puesta obvia. De acuerdo a lo que podríamos denominar la «posición antidis­
criminatoria» —una posición alentada por el enfoque adoptado en la declara­
ción y en el propio preámbulo de la convención de la mujer— los derechos
humanos de la mujer son simplemente los derechos humanos de todas las per­
sonas, aplicados sin discriminación tanto a las mujeres como a los hombres.
Según esta posición, no existen «derechos humanos de las mujeres» per se. La
razón para considerar que los derechos de la mujer son el objeto apropiado de
un tratado específico con su propio proceso de implementación, es el hecho
histórico de que la discriminación en contra de la mujer ha sido una caracterís­
tica tan dominante de la mayoría de las sociedades humanas que se necesitan
medidas especiales para eliminarla.
Pero la posición antidiscriminatoria no puede ser todo lo que hay para de­
cir. Una manera de ver por qué esto es así, es interpretar la crítica a la doctrina
internacional de los derechos humanos como si afirmase que esta doctrina
adopta una distinción entre las esferas «públicas» y «privadas» que opera en
detrimento de las mujeres50. Esta distinción está vinculada con los derechos
humanos de la mujer en varios sentidos, pero de manera más importante al
distinguir ciertos tipos de amenazas a intereses básicos hacia los cuales las
mujeres son más vulnerables, o lo son de manera distinta que los hombres.
Estas amenazas incluyen las amenazas de abuso que típicamente ocurren den­
tro del hogar, tales como la violencia doméstica, la explotación del trabajo do­
méstico, la privación arbitraria de la propiedad y la subordinación de la volun­

49 ONU, O ficina del A lto C omisionado para los D erechos H umanos, «Ratifications and Reservations»
(http://www2.ohchr.org/english/bodies/ratification/index.htm) (consultado el 2 de noviembre de 2008).
50 Por ejemplo C harlesworth y C fiinkin, 2000: 232; O kin , 1998: 36. Agradezco a Susan O kin las con­
versaciones esclarecedoras sobre este tema.
220 CHARLES R. BEITZ

tad y la limitación de elección que resultan de la aceptación de concepciones


tradicionales de la división del trabajo en el hogar. Es de fundamental impor­
tancia reconocer que la estructura contingente de la vida social puede producir
circunstancias en las cuales los intereses de las mujeres son vulnerables a
amenazas diferentes de las que pesan sobre los intereses de los hombres. Sin
embargo, estas amenazas no se limitan al ámbito del hogar. También pueden
tener lugar en cualquier otro ámbito —por ejemplo, en las relaciones laborales
(e. g., en la forma de acoso sexual), en la justicia penal (en la forma del fracaso
sistemático a la hora de perseguir penalmente los ataques sexuales) y en la re­
gulación jurídica de la prostitución (Thomas y L evi, 1999: i. 139-176). La idea
de una distinción entre lo público y lo privado llama la atención sobre el fenó­
meno de la vulnerabilidad especial pero sería un error inferir que este fenóme­
no sólo ocurre en el ámbito del hogar.

Aun así, con unas pocas excepciones fundamentalmente asociadas con la


reproducción, los intereses de las mujeres que están sujetos a una vulnerabili­
dad distintiva son totalmente generales —ellos son, principalmente, intereses
relacionados con la seguridad física y la libertad personal— . Esto podría pare­
cer una razón para oponerse a la idea de que los derechos humanos de la mujer
deberían ser tratados como un objeto especial, pero esto también sería una
equivocación. Como observé anteriormente, es mejor concebir a los derechos
humanos como protecciones contra tipos comunes o predecibles de amenazas
y no como protecciones indeterminadas de intereses básicos. Es apropiado
considerar a los derechos humanos de las mujeres como asuntos con que son
objeto de preocupación especial debido a que ciertos intereses importantes de
las mujeres están sujetos a formas específicas de abuso de género. Algunos
ejemplos identificados en la CEDCM son la prostitución y la trata de mujeres,
la discriminación en el ámbito laboral en contra de las mujeres por razones de
maternidad, y la desigualdad de derechos dentro de la familia (CEDCM, arts. 6,
11, 16). Las formas de violencia de género tales como la violación y «el asesi­
nato por causa de la dote» que suceden tanto dentro como fuera del ámbito del
hogar, las cuales no fueron específicamente identificadas en la CEDCM, tam­
bién están incluidas en esta lista. Estas formas de abuso siguen un patrón en el
sentido de que abusos similares son predecibles en circunstancias similares en
sus características relevantes, y son sistemáticos en el sentido de que las cir­
cunstancias en las que ocurren están arraigadas en características de las socie­
dades y culturas que en mayor o menor medida son resistentes al cambio. Los
patrones de subordinación sustentados por estas características de las socieda­
des ayudan a explicar por qué las mujeres, de manera típica, enfrentan ciertos
tipos de amenazas a sus intereses que no enfrentan, de manera típica, los hom­
bres. Es por esta razón que aunque es posible que existan unos pocos derechos
humanos que puedan ser vistos como protecciones de intereses que pertenecen
distintivamente a las mujeres, los «derechos humanos de la mujer» considera­
dos como un objeto especial de preocupación tiene un dominio más amplio.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 221

Vale la pena mencionar que el reconocimiento de una clase especial de


derechos humanos de las mujeres sería problemático si adoptásemos una posi­
ción estricta acerca de la idea de que los derechos humanos deberían ser «uni­
versales» en el sentido de ser reclamables por todos. Es difícil ver de qué ma­
nera se puede conciliar esta idea con la noción de que los intereses de las
mujeres exigen formas (incluso superpuestas) de protección internacional dife­
rentes de las que exigen los intereses de los hombres. La cuestión es si existe
una buena razón para adoptar una posición estricta con respecto a la universa­
lidad de los derechos humanos. Uno podría sentirse llevado a hacerlo por la
concepción tradicional de los derechos naturales o fundamentales: si uno
construyó los derechos humanos sobre ese modelo, podría parecer incoherente
plantear que puede haber un derecho «humano» que sólo puede ser reclamado
por un subconjunto específico de seres humanos. Sin embargo, si uno conside­
ra los derechos humanos de manera funcional, como elementos de una práctica
cuyo propósito es que ciertas amenazas a intereses urgentes asciendan a un ni­
vel de preocupación internacional, entonces la objeción conceptual puede elu­
dirse. Las preguntas pertinentes acerca del estatus de los derechos humanos de
la mujer son normativas: se refieren a la importancia de los intereses amenaza­
dos, a la severidad de las amenazas, y a la factibilidad y los costos de brindar
protección contra ellas a través de los derechos humanos.
Estas preguntas normativas hacen que nuestra atención vuelva a fijarse en
las razones por las que los derechos humanos de la mujer podrían ser conside­
rados un caso difícil. Como dije, estas razones incluyen el grado de deferencia
que una doctrina de los derechos humanos le debe a los códigos morales socia­
les existentes. Este problema surge también en otras áreas de los derechos hu­
manos, pero en ningún lado de manera tan clara como en relación con los dere­
chos humanos de la mujer. Tomar a estos derechos seriamente —y aquí me
limito, por el momento, a los derechos actualmente especificados en la doctrina
contemporánea de los derechos humanos— es contemplar la posibilidad no
sólo de cambios a gran escala en la política y la práctica social sino también en
las normas sociales imperantes en algunas de las sociedades del mundo. La
existencia de prácticas sociales tales como la mutilación genital femenina, la
utilización del infanticidio femenino como medio de selección del sexo, el satí,
y otras similares, se toma a menudo como evidencia de esto51. Pero la cuestión
puede mostrarse de modo igualmente persuasivo con ejemplos que son menos
dramáticos pero más generalizados, como las formas de trato desigual de hom­
bres y mujeres que se encuentran en las leyes que regulan la herencia, el matri­
monio y el divorcio, la omisión de penalizar la violencia doméstica por parte de
los sistemas legales (y la omisión de persecución judicial efectiva por parte
de los gobiernos), y la permisión de la práctica del matrimonio o los esponsales
de niños. En cada caso existe la probabilidad de conflicto entre las exigencias

51 Como por ejemplo, en la descripción dada por T albott, 2005: cap. 5.


222 CHARLES R. BEITZ

de la doctrina de los derechos humanos y las normas basadas en el género que


se encuentran en las visiones morales y en los patrones de vida social que pre­
dominan en algunas sociedades. Es significativo que en muchas de estas socie­
dades las normas tradicionales sean desafiadas, un hecho sobre el cual volvere­
mos más adelante52. No obstante, no existe un argumento plausible para
sostener que los derechos humanos de las mujeres sean culturalmente neutrales
o que ellos fijen un estándar para el derecho y la política que sea igualmente
aceptable desde los puntos de vista político-morales más importantes.
La falta de neutralidad de los derechos humanos de la mujer puede generar
dudas sobre si estos derechos son apropiados para servir como fundamento de
la acción política internacional. Existen problemas prácticos así como de prin­
cipio. Los esfuerzos externos por promover los derechos humanos de las muje­
res constituirían una interferencia en prácticas culturales profundamente arrai­
gadas de larga data, algunas de las cuales pueden ser resistentes a la regulación
local mediante el derecho, para implementar normas que pueden no ser amplia­
mente aceptadas dentro de la misma cultura. La cuestión de principio es si una
interferencia de este tipo es objetable sobre la base de razones análogas a
aquellas que surgen en los casos de patemalismo injustificado. También existe
un problema práctico, el cual surgiría aun si uno creyera que no existe una
cuestión de principio. Este es si existen pasos factibles que estén disponibles
para la comunidad internacional o sus agentes que inducirían a los Estados a
adoptar políticas que es razonablemente probable que logren las transformacio­
nes de las creencias y las prácticas presentes en la cultura que son necesarias
para asegurar los derechos humanos de las mujeres. En cualquier caso, la con­
dición de al menos algunos derechos de las mujeres, entendidos como derechos
humanos bona fide, estaría puesta en duda.
Para comenzar por el asunto de la diferencia cultural, deberíamos analizar
que se sigue del hecho de que los derechos de la mujer no son culturalmente
neutrales. Esto obviamente no suministra una razón para dudar de que estos
derechos pertenezcan a un catalogo de derechos humanos. En cada uno de los
casos enumerados anteriormente, los intereses protegidos constituyen algún
tipo de combinación de intereses relacionados con la seguridad física y mate­
rial y el ejercicio de una capacidad elemental para dirigirse a uno mismo. La
importancia de estos intereses parece ser totalmente general. Advertimos esto
al considerar que su importancia sería reconocida en cualquier cultura si los
beneficiarios de las protecciones fueran hombres. Las razones genéricas que
explican por qué la protección de estos intereses es importante también expli­
can por qué su protección es tan importante para las mujeres como lo es para
los hombres. (Si existen elementos específicos de género en la justificación de
estas protecciones, éstos se refieren a la prominencia de las amenazas contra las

52 Para un análisis de caso de las sociedades musulmanas, véase M ayer, 2007: 1-27 (http://www.be-
press.com/mwjhr/) (consultada el 26 de julio de 2008).
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 223

cuales se brinda protección, no tienen que ver con los intereses subyacentes en
sí mismos).
Quizás, sin embargo, la probabilidad de conflicto con las normas tradicio­
nales justifica brindar una garantía limitada a los derechos humanos de la
mujer. Alguien podría creer, por ejemplo, que aunque la protección igualitaria
de intereses «centrales» como los relacionados con la seguridad física, la sub­
sistencia material y la elemental dirección de uno mismo es un objetivo legí­
timo de la práctica de los derechos humanos, no sería legítimo buscar promo­
ver una igualdad de estatus más amplia para las mujeres. Esto se podría
considerar como una aspiración específicamente liberal53. Pero aun en esta
forma modificada es difícil defender esta posición. La fuerza del argumento
que tiene su origen en la igual importancia de los intereses subyacentes se
extiende considerablemente más allá de estas protecciones «centrales». Con­
sidérese, por ejemplo, el trato que reciben las mujeres en las leyes que regulan
el matrimonio, el divorcio y la herencia. Los intereses en la libertad, que están
involucrados en las leyes de matrimonio y de divorcio y los intereses en la
seguridad y la subsistencia, que están involucrados en las leyes que regulan la
propiedad y la herencia no difieren en naturaleza o urgencia según el género.
Lo mismo se puede decir de los intereses protegidos por los derechos a la
participación política, al acceso a la educación y al empleo. En cada caso, el
peso del argumento está dado por las razones que explican por qué los intere­
ses protegidos deberían ser considerados importantes junto con juicios prag­
máticos sobre los tipos de amenazas ante las cuales estos intereses son nor­
malmente vulnerables. El único rol desempeñado por el valor de la igualdad
es enfatizar que los casos que no son relevantemente diferentes deberían ser
tratados como iguales.
Se podría decir que la urgencia de los intereses protegidos no es la caracte­
rística cuya variación permite que las políticas públicas traten a las mujeres de
manera diferente que a los hombres en (al menos algunos de) los aspectos en
los cuales la doctrina de los derechos humanos exige igual tratamiento. Tal vez
la característica relevante es la deseabilidad de las formas particulares de pro­
tección que podrían ser suministradas para brindar protección frente a las ame­
nazas a estos intereses. Esta, podría decirse, está influida por características
contingentes de una sociedad y su cultura. Así, por ejemplo, aunque se podría
admitir que no existen diferencias de género en la importancia que posee el
interés en dirigirse a uno mismo, las convenciones de una sociedad pueden ser
tales que no sea necesario, digamos, asegurar el igual acceso a hombres y mu­
jeres a (todos los tipos de) empleo con el fin de proteger este interés: tal vez

53 «[L]os derechos humanos de la mujer y la igualdad de la mujer son temas distintos, si bien es cierto
que a veces se superponen, y [...] necesitamos considerarlos por separado si queremos evitar transformar a
los derechos humanos en un sinónimo de todos los valores políticos que nosotros los liberales occidentales
atesoramos» (M jller, 2005: 82).
224 CHARLES R. BEITZ

ciertas carreras son ampliamente consideradas degradantes para las mujeres, y


otras para los hombres, por lo que el interés en la dirección de uno mismo está
lo suficientemente protegido al asegurar el acceso a carreras diferenciado por el
género. En vista de estos hechos, insistir en que el derecho y la política no de­
ben diferenciarse sobre la base del sexo podría parecer una instancia particular
del intento de imponer un mecanismo distintivamente liberal, y en este caso
inapropiado, para la protección de un interés humano que se admite como co­
mún54.
La dificultad es que este tipo de réplica es plausible solamente si uno supo­
ne o bien que las convenciones sociales que hacen parecer al trato diferenciado
inobjetable son aceptadas por todos, o bien, si éste no es el caso, que las insti­
tuciones sociales posibilitan que quienes disienten eviten las restricciones que
ellas imponen. Al escribir sobre las prácticas discriminatorias de grupos reli­
giosos, por ejemplo, Michael I g n a t ie f f sostiene que si estos grupos «determi­
nan que las mujeres deberían ocupar una posición subordinada dentro de los
rituales del grupo, y esta posición es aceptada por las mujeres en cuestión, en­
tonces no existe ninguna justificación para intervenir sobre la base de que se
han violado consideraciones de derechos humanos respecto de la igualdad»
( I g n a t ie f f , 2001: 19). Si esto fuera cierto en nuestro ejemplo, entonces tal vez
nadie tendría limitadas sus oportunidades debido a las desigualdades existentes
y, a fortiori, el fracaso a la hora de asegurar el igual acceso a hombres y mujeres
a todas las carreras de hecho no sería objetado por nadie (por supuesto, también
se podría decir que un régimen de derechos al empleo igualitario no sería obje­
table para nadie tampoco, debido a que no interferiría con la habilidad de nadie
para seguir la tradición al momento de elegir una carrera). Pero en los casos de
interés práctico —en su mayoría, casos que involucran un trato diferenciado
por género en las leyes y políticas públicas que regulan el acceso a oportunida­
des y servicios esenciales— no es plausible que se satisfagan ninguna de las
partes de la suposición: es probable que exista desacuerdo sobre las convencio­
nes que se supone justifican el trato desigual y quienes disienten probablemen­
te enfrenten serios costos si buscan evitar las limitaciones impuestas por estas
convenciones55. Ésta es una observación usual cuando se reflexiona sobre la
importancia moral de las diferencias culturales, pero merece un énfasis particu­
lar en conexión con los derechos humanos de las mujeres. Cuando las leyes o
las normas consuetudinarias validan el trato diferenciado de hombres y muje­
res, es más probable que uno encuentre un desacuerdo significativo dentro de
la cultura, y no una aceptación general, con respecto a la justificación de estas

54 La diferenciación de los roles por género que se encuentra en algunas interpretaciones del derecho
islámico es a veces defendida de esta manera. Para una discusión, véase B aderin, 2003: 58-64, 133-153.
55 Paso por alto el hecho adicional importante de que aun cuando parece haber acuerdo, sólo puede ser
explicable como una cuestión de creencia adaptativa en condiciones que probablemente distorsionan el ju i­
cio. Esta por supuesto fue la valoración de M ill de las creencias que las mujer tenían en su tiempo sobre los
roles de género (M ill, 1869: cap. 1, párrafos 10-11). Véase también N ussbaum, 2000: 136-142, y las fuentes
citadas allí.
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 225

normas56. Si existe controversia sobre la interpretación de las convenciones


existentes o si las personas albergan aspiraciones inconsistentes con dichas
convenciones, entonces el fundamento presentado para el trato desigual no
puede seguir siendo persuasivo. No puede defenderse, en ningún sentido, como
una posición sobre la que existe consenso dentro de la cultura en cuestión o
como una práctica de la cual quienes disienten tienen una posibilidad realista
de salir.
El área más extensa e importante de los derechos humanos de las mujeres
consiste en protecciones de intereses que poseen igual importancia genérica
para los miembros de ambos sexos. Con respecto a estos derechos, el argumen­
to que parte de la igual importancia de los intereses subyacentes me parece que
tiene éxito a la hora de enfrentar las preocupaciones por la deferencia cultural
en la formulación de la doctrina de los derechos humanos. Éste es un caso es­
pecial de la posición más general que defendí anteriormente sobre la relevancia
de las consideraciones de tolerancia internacional para determinar los funda­
mentos y el alcance de los derechos humanos (apdo. VI.4 supra). Pero puede
ser que, tanto aquí como en el caso general, que las preocupaciones por la de­
ferencia cultural tengan una orientación diferente: puede que no se refieran a
los fundamentos de los derechos humanos sino a la disponibilidad de formas de
acción internacional para implementarlos que sean lícitas y potencialmente
efectivas.
Éste es el segundo asunto problemático. Los derechos humanos de las mu­
jeres no buscan solamente prohibir ciertas formas de conducta por parte del
Estado y prescribir la realización de cambios en el derecho y la política, sino
que además pretenden cambiar los patrones de creencias y de comportamiento
dentro de la sociedad y la cultura circundante. La estructura de responsabilida­
des de primer nivel que se obtiene como resultado es compleja. Por ejemplo,
las medidas efectivas para eliminar la violencia doméstica contra la mujer
probablemente exigirían no sólo el establecimiento de sanciones penales por el
abuso doméstico sino también cambios en la aplicación del derecho y en la
administración de diversos servicios sociales. La protección contra los ataques
sexuales exigiría no sólo una legislación penal sino también la eliminación de
prácticas discriminatorias en la investigación y la persecución judicial de los
delitos. La eliminación de abusos asociados con la prostitución exigiría no sólo
la detección y persecución judicial de la trata de personas, la esclavitud por
deuda y las prácticas vinculadas sino también medidas que apunten a cambiar
las normas sociales que justifican tratar a las prostitutas como si fuesen perso­
nas que no merecen protección legal. En cada caso las diversas responsabilida­

56 Aunque la probabilidad varía un poco de una sociedad a otra. Por ej emplo, entre los Estados islámicos
conservadores el activismo femenino ha sido más pronunciado en Irán que en Arabia Saudí o Afganistán.
Para una explicación de la amplia variedad de posiciones sobre la reforma política y legal encontrada entre
activistas mujeres en Irán contemporáneo, véase Sedghi, 2007: 245-271; y, de manera más general M ir-
H osseini, 2006: 629-645.
226 CHARLES R. BEITZ

des están relacionadas: sin los correspondientes cambios en las creencias y las
prácticas sociales es improbable que los cambios en el derecho y en la adminis­
tración sean exitosos (Thomas y Levi, 1999: 139-176).
La cuestión sobre la cual estos ejemplos llaman la atención es si, en los
casos de incumplimientos a nivel doméstico, existen estrategias de acción dis­
ponibles para los agentes externos que tengan perspectivas razonables de éxito,
y que no sean objetablemente invasivas. Sería fácil suponer que no. Los cam­
bios en los patrones de creencias que están arraigados en una cultura, o para el
caso, en conductas habituales dentro de la práctica legal y administrativa que
se encuentran culturalmente aprobadas, es un proceso lento y complejo. Este
proceso no está bien comprendido, y las barreras epistémicas que enfrentan los
agentes externos que buscan influenciarlo son importantes. Además, los me­
dios de influencia que están disponibles pueden parecer rudimentarios e inade­
cuados para la tarea. La inferencia es que el incumplimiento por parte de un
gobierno con los elementos de la doctrina de los derechos humanos de las
mujeres que exigen esfuerzos para generar un cambio cultural sustancial, no
provee una razón para que los agentes externos actúen porque no existe una
estrategia de acción plausiblemente eficaz para la cual el incumplimiento po­
dría ser una razón. Pero si esto es correcto, entonces estos elementos no satis­
facen una de las condiciones para justificar los derechos humanos establecidas
en nuestro esquema: ellos no son, de manera apropiada, asuntos de preocupa­
ción internacional.
¿Es correcta la inferencia? No creo que pueda ser descartada. Es difícil
concebir una plausible estrategia eficaz de acción internacional o transnacional
que pudiera inducir a un gobierno recalcitrante a asumir políticas con una razo­
nable posibilidad de modificar «los patrones socioculturales de conducta de
hombres y mujeres [...] que estén basados en la idea de la inferioridad o supe­
rioridad de cualquiera de los sexos o en roles estereotipados de hombres y
mujeres» [CEDCM, art. 5(a)]. De hecho, ni siquiera es evidente qué podría
considerarse como una acción de ese tipo. Esto, por supuesto, no equivale a
decir que los cambios sociales y culturales en cuestión no son importantes.
Pero se supone que los derechos humanos son asuntos de preocupación inter­
nacional, y si no existen medios factibles para expresar esta preocupación en la
acción política, entonces tal vez en este sentido la doctrina de los derechos
humanos de las mujeres se ha extralimitado.
Por otro lado, es importante tomar en consideración los aspectos en los
cuales la práctica de los derechos humanos se ha desarrollado más allá del pa­
radigma jurídico que tenían en mente quienes la diseñaron. Como señalé con
anterioridad, los derechos humanos han llegado a funcionar no sólo como es­
tándares legales y como objetivos para la política exterior, sino también como
valores políticos que dan forma y motivan la acción por parte de grupos no
gubernamentales que cuentan con participantes del propio Estado y también
PREOCUPACIÓN INTERNACIONAL 227

extemos (§ 6). Esto es especialmente significativo con respecto a los derechos


humanos de las mujeres. Es más probable que los agentes relevantes sean orga­
nizaciones no gubernamentales y activistas de movimientos sociales que or­
ganizaciones internacionales u otros Estados. Estos agentes pueden funcionar
como «traductores» interpretando el significado de las disposiciones de la
doctrina de los derechos humanos para las circunstancias locales, en vez de
actuar como actores políticos independientes. Las formas de acción política
que están a su disposición probablemente involucren la interacción discursiva,
la comunicación política y la movilización en lugar de las amenazas y los in­
centivos típicos de las formas de interferencia política convencionales. Ade­
más, la distinción entre agentes locales y extemos no tiene la misma importan­
cia que tendría en los casos convencionales57.
Estos hechos son relevantes para los problemas que identificamos. La pri­
mera preocupación desencadenada por un reconocimiento del nivel y la pro­
fundidad del cambio exigido por parte de los derechos humanos de las mujeres
es que las acciones internacionales que se necesitarían para tener éxito proba­
blemente serían objetablemente invasivas: ellas podrían amenazar la capacidad
de una sociedad para la autodeterminación y someter a los individuos a la
amenaza de sanciones coercitivas. Sin embargo, las formas de confrontación
recién mencionadas no serían vulnerables a tal objeción: éstas tienen éxito
(cuando lo tienen) al ganar el control de las capacidades de una sociedad para
la autodeterminación antes que al anularlas, e influyen en la conducta por me­
dio del ofrecimiento de información y de la persuasión en lugar de la imposi­
ción de sanciones. El segundo problema es que los objetivos de los derechos
humanos de las mujeres pueden estar más allá del alcance de cualquier estrate­
gia de acción factible que esté disponible para los agentes externos. Por ejem­
plo, puede ser poco lo que algún agente externo pueda hacer para cambiar la
conducta de un gobierno que se resiste a adoptar medidas que apunten a inducir
cambios comprehensivos en las creencias convencionales. Por esta razón, la
doctrina de los derechos humanos puede extralimitarse al incluir un derecho
indeterminado al cambio social y cultural. Pero esto, claramente, es un caso
especial. La mayoría de los derechos humanos de las mujeres son pasibles del
mismo rango de acciones protectoras y correctivas por parte de los agentes
extemos que la mayoría de los otros derechos civiles y políticos, por lo que el
problema relacionado con la factibilidad en el caso especial no necesita ser
particularmente problemático para los derechos humanos de las mujeres en
tanto clase de derechos.
Cada uno de los casos que hemos considerado ilustra un problema distinto
que puede surgir al momento de explicar por qué la protección incorporada en
un derecho humano debería contar como un asunto de preocupación intema-

51 Esto se muestra claramente en el estudio antropológico de Sally Engle M erry (2006), especialmente
en el capítulo 7. Comparar con T albott, 2005: 108-110. Véase también K eck y K atheryn, 1998: 165-198.
228 CHARLES R. BEITZ

cional. Estos problemas se refieren a los fundamentos y la fuerza de las respon­


sabilidades de actuar de los agentes externos, cuando el propio gobierno de una
sociedad omite la protección de un derecho humano, a la medida en que una
práctica internacional puede plausiblemente aspirar a tener protecciones insti­
tucionales específicas de intereses genéricos importantes, y también a la natu­
raleza y al grado de adaptación a la diversidad moral que debería mostrar una
práctica que pretende tener alcance universal. Como hice notar al comienzo,
estos problemas no se presentan sólo en los casos que hemos discutido; ellos
representan diferentes maneras en que la idea de que los derechos humanos son
asunto de preocupación internacional podría influimos y limitamos a la hora de
pensar sobre el contenido y la conducta de la práctica pública. Advertimos la
complejidad normativa de la práctica al examinar las implicaciones de esta
idea.
CAPÍTULO VIII
CONCLUSIÓN

Junto con la prohibición jurídica de la guerra de agresión y el estableci­


miento de un marco institucional para la seguridad colectiva, la articulación de
una doctrina internacional de los derechos humanos está entre los elementos
más ambiciosos del acuerdo que puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Esta
doctrina, elaborada progresivamente a través de una serie de acuerdos y con­
venciones internacionales, suministra las normas de una práctica global cada
vez más compleja. He intentado presentar una descripción analítica razonable­
mente favorable de la idea de los derechos humanos tal como existe dentro de
esa práctica, junto con una descripción del tipo de justificación que los derechos
humanos, concebidos de este modo, deberían ser capaces de suministrar.
El principal argumento constructivo es el siguiente. Comprendemos mejor
qué son los derechos humanos internacionales si los consideramos como dere­
chos sui géneris en vez de alguna otra idea recibida de antemano. Los derechos
humanos son las normas constitutivas de una práctica global cuyo objetivo es
proteger a los individuos de las amenazas a sus intereses más importantes ge­
neradas por los actos y omisiones de sus gobiernos (incluyendo la omisión de
regular la conducta de otros agentes). La práctica pretende alcanzar este obje­
tivo mediante la incorporación de estos aspectos de la conducta doméstica de
los gobiernos al conjunto de asuntos que de modo legítimo pueden concitar la
preocupación internacional. Los derechos humanos son, en este sentido, un
agregado revisionista de un orden político global compuesto de Estados inde­
pendientes. He resumido estas características de los derechos humanos en un
modelo de dos niveles. La práctica es emergente. En ausencia de instituciones
globales dotadas de autoridad capaces de supervisar el desempeño de los go­
biernos, de resolver los conflictos entre las normas, de determinar y de aplicar
sanciones, y de coordinar la provisión de asistencia, la «preocupación interna­
230 CHARLES R. BEITZ

cional» se expresa de modo asistemático, principalmente a través de diversas


formas de acción política llevadas a cabo por cualquier agente que sea capaz,
esté situado apropiadamente y tenga una razón suficiente para actuar. Entre
estos agentes se encuentran los Estados actuando unilateralmente y en conjun­
to, las organizaciones internacionales, y una variedad de otros actores.
Con esta concepción de la naturaleza y los objetivos de los derechos huma­
nos en mente, propuse un esquema para identificar y organizar las considera­
ciones que parece razonable tener en cuenta al reflexionar sobre cuáles deberían
ser los contenidos de la doctrina pública. Estas son consideraciones que se si­
guen de una comprensión del propósito general y del rol de los derechos huma­
nos dentro de la práctica global. Ellas se refieren a la importancia de los intere­
ses que podrían ser protegidos, la ventaja de protegerlos a través de políticas
que podrían ser adoptadas por los Estados, y el carácter y el peso de las razones
para actuar disponibles para los agentes externos en aquellos casos en que los
Estados fracasen a la hora de proteger los intereses en cuestión. Entre otras
cosas, el esquema muestra que estas razones probablemente sean diversas. Su
contenido y su fuerza dependen de la importancia de los intereses amenazados,
de la naturaleza y las fuentes en que se origina la violación del derecho, y del
carácter de la relación que existe, si es que existe alguna, entre los potenciales
beneficiarios, otros actores que se encuentran dentro del Estado infractor, y los
potenciales agentes. Del mismo modo, el repertorio de estrategias de acción
que podría estar disponible para estos diversos agentes es heterogéneo, va des­
de lo jurídico a lo político y desde lo coercitivo a lo persuasivo y consensual.
Observamos ambos tipos de complejidad en los casos que analizamos en el
último capítulo. Una inferencia es que aunque sería una equivocación identifi­
car a los derechos humanos internacionales con los principios de justicia social
doméstica, también es una equivocación concebirlos como un «mínimo mo­
ral», entendido como un cuerpo de normas que se aplican a todas las personas
en todas las circunstancias históricas. Podríamos decir que los derechos huma­
nos internacionales ocupan una posición intermedia entre estas ideas. Ellos son
estándares públicos de carácter crítico, que se distinguen por su rol especial
como elementos del orden normativo global en el que habitamos hoy.1

1. RESIDUOS DE ESCEPTICISMO

Comenzamos con la observación de que el discurso de los derechos huma­


nos suscita diversos tipos de escepticismo. No he intentado refutar una por una
estas posiciones. En cambio, he intentado describir una concepción de los de­
rechos humanos que es compatible con la práctica internacional tal como la
observamos, a la que se puede dar una interpretación que explica el atractivo
normativo de la práctica y que ayuda a orientar la reflexión crítica sobre su
contenido y alcance. Lo que se espera es reemplazar a las concepciones de
CONCLUSIÓN 231

derechos humanos que invitan al escepticismo con una concepción que tenga
una actitud más favorable hacia los objetivos y el comportamiento de la prácti­
ca existente sin sacrificar la capacidad de criticarla. Ahora que contamos con
una concepción como ésa, las principales líneas de respuesta a los escépticos
deberían ser evidentes.
Algunos tipos de escepticismo son básicamente conceptuales. Parten de lo
que consideran que es una idea independientemente plausible de los derechos
humanos universales y sostienen que por una u otra razón, algunos o todos los
derechos humanos de la doctrina internacional no pueden adecuarse a ella. Un
ejemplo es la posición escéptica que se asienta en la creencia de que es inheren­
te al concepto de un derecho que deba existir una institución con competencia
para resolver las disputas y garantizar su cumplimiento efectivo. Otro ejemplo,
es el que surge de suponer que los derechos humanos, al igual que los derechos
naturales, deben ser justificables con relación a las características que poseen
los seres humanos «como tales». En ambos casos nuestra réplica consiste en
mostrar que la práctica existente contiene una concepción diferente que la
adoptada por el escéptico y se encarga de problemas diferentes.
Otros tipos de escepticismo son básicamente normativos. Se expresan a sí
mismos por medio de dudas sobre si los derechos humanos deberían guiar la
acción política, ya sea porque (algunas) violaciones son tales que no pueden ser
evitadas o corregidas por alguna estrategia que de manera realista esté a dispo­
sición de los agentes internacionales o transnacionales, o porque ninguno de
estos agentes tendría una razón suficiente para llevar a cabo ninguna estrategia
que tenga una probabilidad razonable de éxito. Hasta cierto punto estos tipos de
escepticismo pueden ser refutados mostrando que ellos también dependen de
ideas de los derechos humanos recibidas de antemano, que están enfrentadas
con la idea que está implícita en la práctica. Esto es verdad, por ejemplo, con
relación a las posiciones que tratan a los derechos humanos como fundamentos
de reclamos para lograr el disfrute inmediato de la sustancia de un derecho. Es
también verdad en relación con posiciones que sostienen que los derechos hu­
manos deben ser lo suficientemente urgentes como para que sus violaciones
puedan justificar una intervención coercitiva como medida preventiva o correc­
tiva. Concebidos según el modelo de dos niveles, los derechos humanos son más
elásticos en ambas dimensiones. Aquí, al igual que antes, el efecto de mostrar
una concepción de los derechos humanos que está más en armonía con la prác­
tica existente es que se plantee la pregunta de por qué deberíamos aceptar la
posición recibida de antemano como base para criticar,el contenido y el alcance
de la práctica. ¿Por qué no considerar dogmática a una crítica de este tipo?
Las formas de escepticismo normativo más desafiantes discuten si los
agentes externos típicamente tienen una razón suficiente para actuar cuando los
derechos humanos son violados por los gobiernos. En algunos casos, por ejem­
plo, puede parecer que las consideraciones acerca de los intereses de los poten­
232 CHARLES R. BEITZ

cíales beneficiarios son insuficientes para explicar por qué algún agente en
particular podría tener una responsabilidad de actuar. Alternativamente, puede
parecer objetable que agentes externos hagan valer los derechos humanos en
sociedades donde sus exigencias son incompatibles con las creencias religiosas
y morales dominantes en la cultura local.
Para comenzar con la primera de estas formas de escepticismo, puede se­
ñalarse que es cierto que el discurso de los derechos humanos a veces está
excesivamente orientado hacia el beneficiario. Usualmente es más fácil expli­
car por qué gozar de un derecho determinado sería algo bueno para los bene­
ficiarios que articular una razón suficientemente plausible para que los agentes
externos actúen cuando un gobierno viola el derecho o fracasa en remover los
obstáculos para su goce. Como he argumentado, en general una respuesta para
la primera pregunta puede no bastar para la segunda. Sin embargo, no es claro
que no sea posible brindar ninguna otra respuesta a la segunda pregunta. En
algunos casos, las condiciones de «beneficencia fuerte» explicarán por qué los
agentes externos tienen razones para actuar particularmente fuertes; en otros
casos la apelación a características de una relación presente o pasada entre el
potencial beneficiario y el potencial contribuyente o suministrador puede ser
lo indicado. Si se considera a los derechos humanos como normas de nivel
medio diseñadas para un cierto tipo de práctica, el hecho de que en diferentes
circunstancias estén disponibles diferentes tipos de razones para proteger un
interés, no da sustento para afirmar que la protección no sea apropiada como
objeto de un derecho humano. La pregunta pertinente es si pueden ofrecerse
razones que sean del tipo apropiado para explicar por qué los agentes externos
deberían actuar para proteger un determinado derecho en las diversas circuns­
tancias en las cuales se podría esperar que los gobiernos lo amenacen u omitan
protegerlo. Sin ofrecer una respuesta exhaustiva, he intentado mostrar por qué
las perspectivas de obtener una descripción satisfactoria son mejores de lo que
podrían parecer si se adoptase alguna de las concepciones recibidas de ante­
mano.
Subsidiariamente, la cuestión es por qué un aparente conflicto con las nor­
mas locales debería desacreditar a un valor como fundamento para la acción
internacional si el valor satisface las condiciones sustantivas que justifican que
sea un derecho humano. El mero hecho de que exista conflicto no es una razón
para que una protección sea descalificada como un derecho humano; los ejem­
plos de una cultura política racista y una sociedad opresivamente patriarcal
ponen este punto en evidencia. Al reflexionar sobre ella, la objeción en contra
de actuar para proteger los derechos humanos en los casos en los que éstos
están en conflicto con las normas locales a menudo parece ser una objeción en
contra de ciertas formas de acción en lugar de una objeción en contra de sus
objetivos genéricos —por ejemplo, en contra del uso de medios coercitivos
para intentar producir cambios en las normas prevalecientes en una socie­
dad— . Sin embargo, en este tipo de casos también están normalmente dispo­
CONCLUSIÓN 233

nibles otras formas de acción para diversos agentes, y éstas, probablemente


superen la objeción de que son impermisiblemente invasivas, especialmente
cuando existe una división dentro de la sociedad en cuestión y las actividades
de estos agentes se desarrollan en cooperación con los miembros de la propia
sociedad.
Estas consideraciones sugieren que, una vez que contamos con una concep­
ción práctica, lo que comenzó como una tentación para caer en el escepticismo
generalizado se convierte en un tipo de preocupación más específica sobre te­
mas tales como, la importancia de los intereses protegidos por un derecho, la
naturaleza de la relación presente y pasada entre las víctimas y los potenciales
agentes, y lo apropiado que es proteger el interés amenazado con los medios
que probablemente van a estar disponibles. Lo que comenzó como un proble­
ma sobre la práctica se convierte en un problema dentro de la misma. He pre­
tendido atender estas preocupaciones a un nivel general en conexión con cada
elemento del esquema y según surgen específicamente para los casos conside­
rados en el último capítulo. Como ilustra esa discusión, una de las consecuen­
cias de entender a los derechos humanos como he propuesto aquí, es que la
pregunta sobre si cualquier protección en particular pertenece a una doctrina
internacional de los derechos humanos debe tratarse como un problema sustan­
tivo de moralidad política. Esto significa que, en cualquier teoría comprehensi­
va de los derechos humanos, cada protección específica exigiría un análisis
aparte. No he pretendido aquí llevar adelante esta tarea. El residuo que queda
de escepticismo consiste en la sospecha de que existen algunos supuestos dere­
chos humanos (como, tal vez, el supuesto derecho a instituciones democráticas)
para los cuales no se puede ofrecer una justificación adecuada. Esta sospecha
es casi con seguridad correcta. Pero si la mayor parte de la doctrina existente
sobrevive a esta forma de escrutinio crítico, la sospecha no necesariamente
debilita la práctica. De hecho, su expresión sería constructiva.2

2. PATOLOGÍAS
Estos tipos de escepticismo son básicamente teóricos. Existe también un
tipo de escepticismo más político, que surge al reflexionar sobre el hecho de
que la práctica de los derechos humanos se ha desarrollado y opera en un con­
texto global con grandes desigualdades de poder político. La importancia de
este hecho puede ser oscurecida por una excesiva concentración de la atención
sobre los instrumentos jurídicos y las instituciones del sistema de los derechos
humanos, los cuales transmiten la impresión de que la autonomía respecto del
contexto político es mayor de la que realmente existe. Lo que importa, se po­
dría decir, no es la práctica discursiva abstraída de su contexto sino la práctica
como en realidad opera, influida, como seguramente lo está, por la distribución
global de poder. Pero considerada desde esta perspectiva, puede parecer que la
práctica no es progresista o ni siquiera benigna; por el contrario, puede parecer
234 CHARLES R. BEITZ

que funciona principalmente como un mecanismo por el cual los actores pode­
rosos promueven sus intereses estratégicos —es decir, como un instrumento de
dominación en vez de liberación— . Incluso se podría sostener que los derechos
humanos legitiman una estructura político-económica global que genera fuer­
zas hostiles a los valores que supuestamente son protegidos por los derechos
humanos— f

Es tentador responder que lo que provoca la crítica es el mal uso público de


un lenguaje normativo en vez de los principios expresados en ese lenguaje o el
lenguaje en sí mismo. Si esto es así, como frecuentemente lo es, entonces como
un asunto de teoría política la crítica podría parecer tener poco interés. Pero
responder de este modo pasaría por alto el núcleo de la crítica. Los derechos
humanos son debido a su diseño una doctrina pública y el hecho, si es que re­
sultase ser un hecho, de que esta doctrina induzca al mal uso sistemático de
manera tal que se obstruyan los propósitos que la práctica intenta promover,
sería algo que no deberíamos ignorar2.

La crítica política recuerda lo que a veces se dice sobre las consecuencias


contraintuitivas de la aplicación de doctrinas de derecho internacional progre­
sistas propuestas en la última era imperial. A fines del siglo xix, por supuesto,
existían diversos imperios de hecho existentes o que pretendían serlo, mientras
que hoy existe, por el momento, a lo sumo uno sólo. Además, la forma y la
sustancia del imperio eran diferentes; de hecho, la idea de imperio puede que
ya no sea muy esclarecedora como una caracterización de la estructura del
poder global. Pero sin embargo la analogía puede ser sugerente. En el período
anterior, de manera general se consideraba que el derecho internacional era una
fuerza progresista dentro de una estructura política global en la cual el poder
estaba distribuido de manera desigual. Las normas jurídicas eran, entre otras
cosas, mecanismos por los cuales se podía regular las consecuencias de esta
desigualdad. Muchos de los juristas internacionales de la época eran críticos de
las políticas coloniales de los gobiernos europeos. Ellos sostenían, por ejemplo,
que bajo el principio de soberanía las potencias coloniales tenían que ocupar el
territorio, como cuestión de hecho, para disponer legítimamente de la autoridad
política, y que estaban obligados a hacerlo por el interés de sus habitantes.
Entendían la doctrina del «estándar de la civilización» como un medio a través
del cual estas potencias podrían cumplir con la responsabilidad de promover el
desarrollo del Estado de derecho y de una administración basada en el derecho,
lo que creían era esencial para cualquier sociedad progresista y moderna. Sin
embargo, retrospectivamente, como observa Martti K o s k e n n e e m i , los juristas
internacionales progresistas encontraron que sus ideas a menudo «resultaban12

1 Véase, por ejemplo, E vans, 2005: cap. 2. Agradezco a Leif W enar por ayudarme a ver la fuerza de
este tipo de escepticismo.
2 Para una posición similar y un estudio más exhaustivo de las patologías de los derechos humanos,
véase K ennedy, 2004: 3-36.
CONCLUSIÓN 235

tener consecuencias que eran exactamente opuestas a [sus] expectativas» y que


al contribuir a la justificación de políticas imperialistas habían inconsciente­
mente «legitimado algunas de las peores injusticias en la historia de la moder­
nidad» ( K o s k e n n ie m i , 2001: 3, 110)3
Algunas personas creen que lo mismo sucede con los derechos humanos.
Según un crítico, por ejemplo, «los derechos humanos, y la incesante campaña
para universalizarlos, presentan un continuo histórico en una cadena ininte­
rrumpida de dominación conceptual y cultural por parte de occidente durante
los últimos siglos». La afirmación no es que la idea de derechos humanos sea
imposible de justificar (el mismo autor escribe acerca de «la nobleza funda­
mental del proyecto de los derechos humanos»). La objeción es más bien que
la doctrina y la maquinaria internacional de los derechos humanos tienden a ser
usadas como instrumentos de dominación por los Estados fuertes, predominan­
temente Estados occidentales, quienes fueron sus principales autores. La prác­
tica, diseñada con el objetivo de corregir las patologías del sistema de los Esta­
dos, es ella misma patológica ( M u t u a , 2002)4.
La posición crítica combina varios elementos a los que es mejor conside­
rarlos por separado. Estas preocupaciones son propensas a la exageración, pero
ninguna debe ser descartada: cada una llama la atención sobre una patología
distinta a la cual la práctica de los derechos humanos es vulnerable. Brevemen­
te digo algo sobre tres de estas preocupaciones.
La preocupación más conocida es que las medidas supuestamente orienta­
das a proteger intereses indiscutiblemente importantes pueden de hecho impo­
ner un sistema localista de valores políticos y morales en sociedades para las
cuales esos valores son ajenos. Los derechos humanos son vehículos del «im­
perialismo moral». La manera en que esto usualmente se presenta, combina
afirmaciones empíricas y normativas: primero, que los derechos humanos son,
en algún sentido significativo, occidentales en su contenido y origen, y que
además carecen de un basamento en las demás culturas morales del mundo;
segundo, que cuando los agentes externos actúan para hacer cumplir los dere­
chos humanos ellos expresan una arrogante, y por tanto, inaceptable indiferen­
cia, respecto de las creencias morales y los modos de vida de los supuestos
beneficiarios de su acción.
Existen dos líneas usuales de respuesta. La primera, consiste en poner de
manifiesto que la afirmación empírica es exagerada: claramente no es el caso,
por ejemplo, que los derechos humanos relacionados con la seguridad física,
los aspectos esenciales de la libertad personal, y los bienes materiales básicos
tales como una adecuada nutrición y el cuidado de la salud deriven de preocu­
paciones localistas occidentales. A pesar de que uno comprende la relevancia

3 Y de manera más general el capítulo 2.


4 Especialmente capítulos 1 a 2 y las citas en M utua, 2002: 15, 10.
236 CHARLES R. BEITZ

normativa de las diferencias que existen entre los puntos de vista morales que
predominan en las diversas culturas, estas diferencias no son tan grandes como
para impugnar toda la empresa de los derechos humanos. La segunda, consiste
en señalar que no es objetablemente arrogante tener el objetivo de proteger
intereses que los supuestos beneficiarios tienen razones para considerar urgen­
tes, incluso si ellos de hecho no lo hacen. Por supuesto, podría ser razonable
poner objeciones a los medios elegidos para proteger los intereses amenazados;
como observé anteriormente, el uso de medios coercitivos debe satisfacer un
umbral particularmente alto de justificación. Pero en estos casos la objeción se
dirigiría a los medios, no a los objetivos, de la acción protectora.
Mientras que, por las razones presentadas con anterioridad, la primera de
estas respuestas me parece correcta, la segunda guarda un paralelo con el «es­
tándar de civilización» del siglo xix que no deberíamos ignorar. En ese momen­
to, los juristas internacionales creían que era obvio que las capacidades de
cualquier sociedad serían aumentadas, y que las vidas individuales tendrían
mejores perspectivas, con la introducción de lo que eran formas institucionales
históricamente específicas —códigos legales escritos, derechos individuales de
petición, sistemas de administración pública mecanizados y basados en la ley,
etcétera— . Pero el intento de introducir estas formas no produjo de manera
segura los resultados que fueron previstos; a menudo, por ejemplo, generaron
corrupción y crearon oportunidades para la opresión por parte de gobernantes
coloniales y sus clientes locales. Podría decirse que la equivocación no ha sido
filosófica sino práctica: como lo expresa K o s iíe n n i e m i , fue un fracaso al ver que
las «instituciones no traen adosadas a ellas la buena sociedad. Los mismos ti­
pos de gobiernos crean distintas consecuencias en diferentes contextos» (Kos-
k e n n ie m i , 2001: 176-177).

El valor de la analogía histórica es sugerir una interpretación más perspicua


de la idea de «imperialismo moral» que la que usualmente se da por sentada, y
para la cual la segunda respuesta presentada anteriormente no es adecuada.
Parte de la crítica de los usos del derecho internacional en el siglo xix fue que
las sociedades coloniales en las cuales se impusieron ciertas formas institucio­
nales no eran apropiadas para ellas, en parte porque estas formas institucionales
carecían de una base en la cultura local, en la cual por ende se comportaban de
maneras impredecibles y a veces indeseables. En este sentido, el «imperialismo
moral» de ese siglo podría ser caracterizado como una forma de extralimita­
ción. Actualmente, la objeción es que esto también es cierto de los derechos
humanos. O si no lo es de los derechos humanos en general, entonces lo es de
algunas partes de la práctica de los derechos humanos.
Es implausible aplicar esta crítica a la doctrina de los derechos humanos
como un todo pero no es implausible pensar que podría aplicarse a derechos
que prescriben protecciones institucionales específicas en contra de amenazas
predecibles a intereses importantes. Para sustentar una crítica como ésta, uno
CONCLUSIÓN 237

no necesita negar que los intereses que serían protegidos o promovidos por
estas medidas, si fueran exitosas, sean intereses por los que los supuestos bene­
ficiarios tienen razones para preocuparse por ellos. El peso de la crítica yace en
otras consideraciones: por un lado, en la compatibilidad del remedio institucio­
nal con los valores morales y políticos ampliamente aceptados en la cultura
junto con las dificultades epistémicas que enfrentan los agentes extemos al
hacer juicios sobre esto y, por otro lado, en la disponibilidad de estrategias que
sea probable que tengan éxito en la protección del derecho sin ocasionar daños
incidentales inaceptables. Allí donde estas clases de consideraciones precauto­
rias son acertadas, podemos de hecho tener razón para considerar que la doctri­
na de los derechos humanos se ha extralimitado.
Una segunda preocupación tiene que ver con el peligro de una subversión
política de la empresa de los derechos humanos, en un sentido más convencio­
nal. Las apelaciones públicas a los derechos humanos pueden ser usadas para
justificar medidas que en realidad pretenden alcanzar algún objetivo de política
exterior nacional5. Por supuesto, existe un sentido en el que esto podría ser
tautológicamente cierto: si una de las principales potencias incluyese a la pro­
tección de los derechos humanos entre sus objetivos de política exterior, enton­
ces la acción política justificada sobre la base de los derechos humanos también
promovería los intereses de la potencia actuante. Sin embargo, lo que preocupa
a las personas no es este tipo de caso, sino más bien uno en el cual se invocan
consideraciones de derechos humanos con el fin de lograr apoyo para políticas
exteriores que persiguen un objetivo de seguridad nacional distinto al de la
protección de los derechos humanos.
Aquí, nuevamente, podríamos estar tentados a buscar analogías en el si­
glo xrx. Posiblemente la comparación más repugnante es la formación del Es­
tado Libre del Congo por el Rey Belga Leopoldo, justificada meticulosamente
en términos humanitarios pero que, de hecho, fue la ocasión para instalar un
sistema destructivo de extracción de riqueza que puede haber producido
aproximadamente diez millones de muertes ( A n s t e y , 1966: cap. I ) 6. La dificul­
tad que existe con la analogía es que ninguna instancia reciente de acción para
proteger a los derechos humanos se asemeja a este caso en la hipocresía de la
apelación a consideraciones humanitarias o en el carácter inmisericordioso de
la persecución de lo que era de interés para la potencia. Los casos recientes más
prominentes —por ejemplo, las intervenciones humanitarias en los Balcanes—
son vistos con mayor precisión si se los percibe como motivados por una mez­
cla de objetivos, que incluyen intereses vinculados con la seguridad y también
un deseo de proteger a los derechos humanos. Parece claro que el último deseo
era genuino en al menos algunos de los que participaron y apoyaron las deci­

5 Chris B rown sostiene, por ejemplo, que «el cumplimiento de los derechos humanos está determinado,
en la práctica, por los objetivos de política exterior de las principales potencias» (B rown, 1999: 115).
6 El número de muertos es especulativo; véase H ochschild, 1998: 225-233.
238 CHARLES R. BEITZ

siones en cuestión7. Este hecho sugiere una respuesta a la preocupación sobre


la subversión: alguien podría decir que los motivos mixtos son normales en la
política y que la presencia de consideraciones de interés no convierte en menos
importante la búsqueda de objetivos humanitarios8.
Esto es cierto, pero no satisface por completo la preocupación. El problema
no es simplemente que las consideraciones estratégicas y humanitarias podrían
estar presentes ya sea en la motivación o en la justificación de la política exte­
rior. El problema es que de alguna manera la presencia de las primeras proba­
blemente distorsione o corrompa a las segundas. Cuando los motivos estratégi­
cos y humanitarios están mezclados, por ejemplo, uno podría temer que los
intereses estratégicos influyesen sobre los juicios acerca de cuáles son el con­
junto de alternativas disponibles y sesgasen el balance de los beneficios y daños
que recaerán sobre los afectados. El efecto de las apelaciones a consideraciones
sobre los derechos humanos, incluso aunque sean apelaciones genuinas, sería
lograr apoyo para políticas que tendrían menos probabilidad de mejorar el res­
peto por los derechos humanos que medidas alternativas que podrían haber sido
adoptadas pero que no lo fueron (el caso de una política que produjera un retro­
ceso para los derechos humanos de sus aparentes beneficiarios es el caso límite).
Esta crítica se parece a la crítica de los realistas políticos al «idealismo» en
la política exterior. Los realistas aceptaban que los principios «idealistas» eran
sinceramente aceptados por aquellos que los profesaban; su crítica no giraba en
tomo a representar al idealismo como una hipocresía. En cambio, sostenían,
como una tesis histórica, que el intento consciente de actuar sobre la base de
principios en las circunstancias típicas de la toma de decisión sobre asuntos de
política exterior afecta el buen juicio en la elección de la política. Entre otras
cosas, promueve una percepción equivocada de las condiciones políticas y so­
ciales de otras sociedades y causa un exceso de confianza en la capacidad de la
política exterior de provocar el cambio intemo9. El problema en lo que respec­
ta a los derechos humanos y a los intereses estratégicos es de algún modo el
inverso —tiene que ver con la distorsión de cálculos de principio provocada
por consideraciones de interés— . Pero parece igualmente realista creer que es
una posibilidad probable.
¿Qué se sigue con respecto a los derechos humanos? La posición política­
mente escéptica es que la probabilidad de distorsión es tan grande, y el daño
que se produciría como resultado tan sustancial, que no deberíamos reconocer
a las violaciones de derechos humanos como justificaciones de la acción polí­

7 No cuento la intervención de los Estados Unidos en Iraq en el 2003 como un caso de acción humani­
taria, pero indudablemente existió una preocupación auténtica sobre los abusos de derechos humanos come­
tidos por el régimen de Saddam Hussein que influyó sobre algunos que la apoyaron.
8 Véase, por ejemplo, W alzer, 2007: 243-244.
9 George K ennan (1951), 1984, observa ambos fenómenos en su critica de la política exterior esta­
dounidense antes de la Segunda Guerra Mundial. He discutido esta crítica en B eitz, 1999: 185-191. (A f-
TERWORD, 1999).
CONCLUSIÓN 239

tica unilateral (o por lo menos de la acción coercitiva)10*.De otro modo, incluso


si no fuera la intención de nadie, los derechos humanos funcionarían de hecho
como un mecanismo para la promoción de los objetivos estratégicos de las
potencias fuertes a expensas de los intereses de las poblaciones vulnerables.
La plausibilidad de una posición como ésta depende de dos suposiciones.
La primera es que el respeto por los derechos humanos en un mundo contrafác-
tico en el cual generalmente se estuviera de acuerdo con que la acción protec­
tora unilateral fuera inaceptable sería mayor que en un mundo en donde se la
tratase como admisible in extremis. La segunda suposición es que la práctica de
los derechos humanos debe permanecer descentralizada, para que, en la mayor
parte de los casos, cualquier decisión de emprender una acción para proteger a
los derechos humanos continúe tomándose unilateralmente por parte de uno o
de unos pocos Estados con la capacidad de actuar. La primera suposición es
especulativa y es difícil saber qué contaría como prueba de ella, por lo tanto por
el momento permanezco agnóstico (sin embargo, es importante observar que el
escéptico no puede evitar defender alguna forma de esta hipótesis contrafácti-
ca). La segunda suposición es más fácilmente discutible. La descentralización
de la práctica de los derechos humanos es el resultado de elecciones políticas
que podrían haber sido diferentes. No es difícil imaginar un régimen interna­
cional que combine un mecanismo para aprobar los esfuerzos protectores uni­
laterales con instituciones dotadas de competencia para aplicar incentivos que
alienten la fidelidad a los propósitos de los esfuerzos11. Aunque las dificultades
involucradas en instaurar un régimen de este tipo no pueden negarse, ésta es
una clara posibilidad política cuya consecución removería gran parte de la
fuerza del escepticismo que estamos considerando.
Una tercera preocupación es que las desigualdades de poder probablemen­
te generen inconsistencias en la aplicación de las normas de derechos humanos.
El contraste entre la intervención en Kosovo y la omisión de intervención en
Ruanda, aunque los daños que podrían haber sido evitados en el último caso
fueron mucho más grandes, es un buen ejemplo. Existió una omisión en consi­
derar una respuesta coercitiva a las violaciones de derechos humanos, en pro­
porción a su urgencia y alcance. Otro contraste ilustrativo es el que se observa
entre la persecución judicial a los funcionarios de Estados relativamente débiles
por sus roles en las violaciones de derechos humanos (por ejemplo, el dictador
chileno Augusto Pinochet) y la ausencia de medidas similares en contra de los
funcionarios de cualquier país fuerte. Puede parecer que los únicos funciona­
rios a los que probablemente se hará responsable por las violaciones son aque­
llos de países débiles, y que los funcionarios de los Estados fuertes son prácti­
camente invulnerables a la aplicación de las mismas normas ( H a w t h o r n e ,

10 Pretendo incluir como «unilateral» a aquellas acciones llevadas a cabo por alianzas y «coaliciones de
voluntades».
" La inferencia está desarrollada, con una ilustración de tal proceso, en B uchanan y K eohane, 2004:
1-22. También véase B uchanan, 2004: cap. 11.
240 CHARLES R. BEITZ

1999: 255-256). Nuevamente aquí, las inconsistencias a la hora de hacer cum­


plir las normas pueden parecer repugnantes.
En un sistema en donde no existen instituciones internacionales consensua­
das para hacer cumplir los derechos humanos o para regular los esfuerzos de
otros agentes para hacerlo cumplir, inconsistencias como éstas pueden ser inevi­
tables. La cuestión es si existe algo objetable respecto de ellas. Uno podría pensar
que no. Sobre el contraste entre Bosnia y Ruanda, por ejemplo, uno podría de­
cir que por supuesto hubiera sido mejor intervenir en Ruanda que abstenerse. Sin
embargo el hecho de que debería haber habido una intervención en Ruanda pero
no la hubo, no es una razón para sostener que no debería haber habido una inter­
vención en Kosovo, o en otro lado donde esté justificada. Es irracional permitir
que la preocupación por la inconsistencia impida la acción para proteger a los
derechos humanos en donde existe tanto la capacidad como la voluntad de hacer­
lo; uno podría decir que hacer eso sacrificaría los intereses de los seres humanos
en aras de una abstracción ( W a l z e r , 2007: 239). Existe una respuesta paralela a
la objeción de la persecución judicial a funcionarios de Estados débiles.
En el pasado me he inclinado a aceptar esta respuesta como adecuada, sin
embargo ahora me parece demasiado apresurada. Los derechos humanos son
una práctica pública. La he descrito como «emergente» en el sentido que la
práctica tiene una maquinaria para exigir el cumplimiento que es primitiva y
efectiva sólo de manera esporádica. No obstante, el sistema de los derechos
humanos ha acumulado un grado de autoridad moral y, aunque puede ser inade­
cuada, una competencia internacional para actuar. El problema con el cumpli­
miento selectivo es que puede tender a debilitar la autoridad de los principios
de derechos humanos en sí mismos y también la autoridad de medios interna­
cionales que poseemos para hacerlos cumplir.
Por supuesto, ésta es una conjetura empírica que podría resultar ser falsa.
Pero supongamos que resulta ser verdadera. Es importante comprender lo que
esto implica. La inconsistencia no es inherente a la idea y a la práctica de los
derechos humanos; es un producto de la distribución global del poder político
y de la debilidad de las instituciones globales capaces de regular sus efectos.
Después de la intervención en Kosovo, el Secretario General de la ONU pidió
a la comunidad internacional alcanzar un consenso sobre el principio de que las
violaciones masivas a los derechos humanos deberían ser controladas y sobre
un proceso multilateral para decidir cómo y cuándo actuar (Anean ,1999: 49).
Aquí, como antes, las preocupaciones sobre la tendencia patológica de la prác­
tica de los derechos humanos son razones para favorecer el desarrollo de tal
proceso, el cual podría reconciliar lo que parece ser una incompatibilidad entre
la efectividad y la legitimidad de la acción humanitaria12.

12 Sería limitante de una manera artificial pensar que tal respuesta sería mejor que tuviese lugar a nivel
de las instituciones globales. Las probabilidades de desarrollar mecanismos legítimos y efectivos para la in­
tervención humanitaria pueden ser mayores en el interior de las regiones. Véase K urth, 2006: 87-101.
CONCLUSIÓN 241

Las patologías que he descrito son posibilidades políticas genuinas. Cuan­


do ellas se consuman, la práctica de los derechos humanos es corrompida y su
efectividad muy probablemente se vea disminuida. Pero la existencia de estas
posibilidades no es una razón para rechazar el proyecto de los derechos huma­
nos en sí: uno las puede reconocer sin menospreciar el potencial emancipador
de una práctica de los derechos humanos. Desarrollar ese potencial es una tarea
que necesita de la colaboración internacional a nivel global y regional. Existe
espacio para el disenso sobre las posibilidades de éxito de un esfuerzo de este
tipo, pero uno debería resistir la tentación de caer en el escepticismo debido a
que cualquier esfuerzo de este tipo está condenado a fracasar. Me parece que
esa tentación en la mayoría de los casos, refleja un rechazo a tomar seriamente
las posibilidades de la acción política y no un juicio realista sobre las alternati­
vas realmente abiertas a nosotros.

3. LOS DERECHOS HUMANOS Y EL ORDEN NORMATIVO


GLOBAL

He descrito la práctica de los derechos humanos como parte del orden nor­
mativo global. Concluyo con un comentario sobre la naturaleza de un orden de
este tipo y lo que significa decir que los derechos humanos son parte de él.
El «orden normativo global» es el conjunto de normas que, en mayor o
menor medida, son ampliamente aceptadas como estándares reguladores de la
conducta en diversas partes del espacio político global. Algunas de las normas
son semejantes a leyes —por ejemplo, aquellas establecidas por tratados y las
incorporadas en patrones muy antiguos de prácticas internacionales consuetu­
dinarias— . A otras normas se las concibe mejor como principios o normas de
trasfondo —ellas son ampliamente aceptadas, aunque no unánimemente, como
estándares prácticos críticos disponibles públicamente, a los que los agentes
pueden recurrir para justificar y criticar las acciones y las políticas propuestas
o llevadas a cabo (o no llevadas a cabo) por los gobiernos— . Los derechos
humanos, tal como los he caracterizado, son un tipo de norma trasfondo.
Por supuesto, los derechos humanos también están incorporados en el de­
recho internacional de los tratados. Según algunos especialistas, algunos dere­
chos humanos —tal vez aquellos articulados en la declaración de 1948— tam­
bién se han convertido en parte del derecho internacional consuetudinario en
virtud de su aceptación en la práctica jurídica internacional de los Estados
( M e r o n , 1989: cap. 2)13. Entonces ¿por qué describirlos como normas de tras­
fondo en vez de simplemente como reglas jurídicas (o protojurídicas)? Existen
varias razones. Primero, el contenido de las normas —es decir, las exigencias

13 Jack L. G oldsmith y Eric A. P osner adoptan una posición escéptica en G oldsmith y P osnbr, 2005:
132-133.
242 CHARLES R. BEITZ

que fijan para los agentes a los cuales se aplican— no es establecido por refe­
rencia a las denominadas «fuentes» del derecho internacional. En la medida en
que estas normas pueden ser vistas como jurídicamente vinculantes, su carácter
jurídico puede influir los juicios sobre su contenido, pero no será dispositivo.
Dada una interpretación de las funciones discursivas de los derechos humanos,
todavía podemos preguntar si existe una justificación para considerar que éste
o aquel valor tiene la fuerza normativa de un derecho humano en el razona­
miento práctico acerca de la conducta en la política global. De manera similar,
la naturaleza y el peso de nuestras razones para cumplir con una norma en
particular no se establecen al determinar si esta norma se considera apropiada­
mente una regla de derecho. Por supuesto, esto mismo sucede con las reglas
jurídicas en los sistemas jurídicos locales, pero el carácter menos desarrollado
del derecho internacional tiene como consecuencia que la cuestión de la obli­
gación de cumplir deba ser decidida de manera más sustancial sobre la base de
consideraciones de trasfondo del tipo discutido anteriormente. Tercero, cual­
quier cosa que se piense sobre el derecho en general o el derecho internacional
en particular, no es plausible, ni siquiera en apariencia, que los principios de un
orden normativo público deberían de algún modo estar disponibles (por ejem­
plo, en un código o ley dotada de autoridad) en una forma lo suficientemente
explícita para permitir que sean aplicados indiscutiblemente a otros casos que
no sean los más simples. Uno debería esperar que existiera espacio para un
desacuerdo razonable entre los miembros de una comunidad discursiva con
relación a los fundamentos y los contenidos detallados de sus normas y
con relación a su aplicación a los casos particulares. De hecho, como he enfa­
tizado, una de las funciones de estas normas es organizar el desacuerdo. Es una
tentación común pensar en los principios públicos como si fueran reglas priva­
das de toma de decisión sobre las que hemos llegado a un acuerdo; esto es una
equivocación a nivel nacional y lo es aún más a nivel global. Estos principios
son componentes de la vida pública, elementos de un sistema de discurso críti­
co en el cual los agentes esperan que el razonamiento práctico de los demás sea
influido por las consideraciones que ellos formulan y justifican apelando a las
normas, pero en el cual normalmente no esperan que las inferencias extraídas
sean netamente claras o indiscutibles.

Como señalamos en el último apartado, un tipo de escepticismo sobre los


derechos humanos deriva de reconocer que su doctrina y su práctica tienen lu­
gar dentro de un orden global caracterizado por amplias disparidades de poder.
Lo que se podría agregar aquí es que, incluso si el escepticismo puede ser evi­
tado, el modo en que uno entiende la naturaleza y los roles de las normas públi­
cas de la práctica puede ser afectado por este reconocimiento. Al escribir sobre
el derecho internacional en general, Martti K o s k e n n ie m i señala que, cuando
combinamos una conciencia de la apertura de las reglas jurídicas a recibir in­
terpretaciones opuestas con una comprensión de las diferencias imperantes en
el poder político entre los Estados, vemos que el participar en la discusión sobre
CONCLUSIÓN 243

las exigencias del derecho internacional puede ser una «técnica hegemónica»
—un proceso que busca «articular las preferencias políticas en forma de recla­
mos jurídicos que no pueden ser separados de las condiciones de disputa polí­
tica en las cuales se realizan» (Koskenniemi, 2004: 198)— . La idea es que los
actores buscan promover sus intereses proponiendo, para la resolución de
conflictos, interpretaciones ventajosas de las reglas jurídicas y de los princi­
pios. En presencia de desigualdades de poder políticamente significativas, los
Estados que tienen una influencia sustancialmente mayor en las instituciones
internacionales y en las prácticas en las cuales tiene lugar el conflicto normati­
vo, tenderán a prevalecer, y al hacer esto darán forma a las interpretaciones
prevalecientes del derecho. De ese modo, el derecho es usado para hacer aque­
llo que beneficia a las potencias más fuertes.
Sin embargo, no se sigue que no exista ningún fundamento para considerar
a algunas interpretaciones de las reglas jurídicas como más razonables que
otras. Al aprovecharse de los recursos que les brinda el derecho, los Estados se
reconocen entre sí como miembros de una comunidad jurídica y se someten a
cierta disciplina normativa. Como señala K oskenniemi, «[a] 1 participar en el
discurso jurídico, las personas se reconocen entre sí como portadores de dere­
chos y deberes, que tienen derecho a recibir beneficios por parte de otros o que
tienen obligaciones con respecto a otros, no por caridad o por interés sino por­
que tales derechos u obligaciones pertenecen a cada miembro de la comunidad
en esa posición» (Koskenniemi, 2004: 214)14. Observaciones similares se apli­
can a las normas del orden global en sentido amplio, y particularmente a los
derechos humanos. Lo que es diferente en el caso de las normas globales de
trasfondo es que los escenarios en los que se discute son más diversos. El orden
normativo global encuentra su expresión en muchos contextos distintos con
grados de estructura y formalidad que varían. Los agentes que participan en
estos escenarios también son más diversos, consisten no sólo en representantes
de los Estados y las organizaciones internacionales sino además en individuos,
grupos no gubernamentales y otros actores corporativos. Por lo tanto, la contro­
versia sobre el contenido y la aplicación de las normas, puede parecer incluso
más probable y las perspectivas de alcanzar un acuerdo sobre cuál es el modo
adecuado de resolverla en cualquier casó individual, más remotas. No obstante,
al igual que en el caso del derecho, los agentes aceptan una cierta disciplina
normativa al aprovecharse de los recursos que les ofrece la práctica de los de­
rechos humanos. Advertimos esta disciplina al observar las funciones que la
idea de los derechos humanos cumple dentro de la práctica y los compromisos
que uno asume al participar en ella.
Estas observaciones ayudan a explicar por qué no es adecuado interpretar a
la idea de derecho humano como una idea moral fundamental en el sentido en
que algunas personas conciben a los derechos «naturales» o «fundamentales».

14 Cursiva original.
244 CHARLES R. BEITZ

Los derechos humanos operan a un nivel de razonamiento práctico intermedio,


sirviendo para consolidar y dotar de relevancia a diversos tipos de razones para
la acción. Su contenido normativo es hasta cierto punto indeterminado y su
aplicación es frecuentemente controvertida. Si interpretamos a los derechos
humanos como las normas constitutivas de una práctica global emergente con
sus propios propósitos característicos, ninguno de estos hechos debería ser
sorprendente.
Estas observaciones también explican por qué las aspiraciones de una teo­
ría de los derechos humanos deberían ser modestas en cierto sentido. Concebir
a los derechos humanos como he sugerido es aceptar que deberíamos entender
su naturaleza y sus exigencias como respuestas a circunstancias históricas con­
tingentes. Por lo tanto, probablemente es una equivocación esperar encontrar
un fundamento para los derechos humanos en una única o en unas pocas ideas
morales evidentes, esperar formular una lista canónica de derechos, o esperar
diseñar un único medio dotado de autoridad para lograr que se los considere
relevantes en las elecciones prácticas. Más bien, la esperanza que una teoría de
los derechos humanos podría tener es la de clarificar los usos para los cuales
ellos podrían emplearse en el discurso de la vida política global e identificar y
estructurar las consideraciones que sería apropiado tomar en cuenta, a la luz de
estos usos, al deliberar sobre su contenido y aplicación. Esta teoría buscaría
interpretar la disciplina normativa implícita en la práctica. Tal teoría no estaría,
por decirlo de algún modo, fuera de la práctica; sería un continuo con ella.
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ÍNDICE ANALÍTICO

A bouhard, M. R odw an, 165 n B anco M undial, 210 n


A cadém ie D iplom atique Internationale, 51 Barry, Brian, 214 n
A lem ania nazi, 52, 55 B ates, R obert, 210 n
A lien Tort C laim s Act, 49 n B enhabib, Seyla, 168 n
A lston, Philip, 68 n, 69 n, 78 n Berlín, C ongreso de (1878), 51
A lvarez, M ichael E., 210 Best, Geoffrey, 50 n, 57 n
A m erican A nthropological A ssociation, 41 n B jom lund, E ric C., 71 n
cam bio en la posición sobre los derechos h u ­ B orrador de la D eclaración sobre los D erechos
m anos, 117 n de los Pueblos Indígenas, 64 n
D eclaración de los D erechos H um anos B random , R obert, 40 n
(1947), 117 Brett, A nnabel S., 84 n
A m erican Law Institute, 52 B row n, Chris, 5 n, 237 n
A ngle, Stephen C., 44 n B row n, Philip M arshall, 41
A n N a ’im, A bdullahi Brow nlie, Ian, 51 n, 54 n, 57 n
sobre el cam bio cultural y los derechos hum a­ B rucken, R ow land M ., 53
nos, 116 Buchanan, A lien, 70 n, 200 n, 209 n
im portancia del acuerdo para la aceptación de sobre los m edios m ultilaterales de im plem en-
los derechos hum anos, 114 tación, 239 n
y la convergencia progresiva, 122 B ull, H edley
sobre la interpretación de las escrituras, 124 derechos hum anos y justicia «individual»,
A nnan, Kofi, 240 n 163 n
Anstey, Roger, 237 n «sociedad de estados», 162 n
A rm strong, D avid A., 210 n, 211 n B unch, C harlotte, 218 n
A shford, E lizabeth, 200 n Burgers, Jan H erm án, 51, 52 n
autodeterm inación (colectiva)
restricción a la interferencia, 156, 168, 227 Caney, Sim ón, 122 n
en contraste con la dem ocracia, 212-216 capacidades
en la doctrina internacional, 63, 145-146, 157 significado de, 95
y la tolerancia internacional, 180, 183-184, y las personas «com o tales», 95-97
184-191 capacidades, posición de las, 95-97
m ás fundam ental que la dem ocracia, 216-217 com parada con la posición de la personalidad,
97-98
B aderin, M ashood A., 224 n véase tam bién N ussbaum , M artha C.; Sen,
Baehr, Peter R., 69 n A m artya
Balcanes, intervención en, 237 Carothers, Thom as, 71 n, 211 n
258 ÍNDICE ANALÍTICO

C arta de las N aciones U nidas, 49 Convención Internacional sobre la E lim inación


sobre la jurisdicción dom éstica, 53-54, 57, de Todas las Form as de D iscrim inación R a­
156-157 cial (CIED R), 61, 63, 65, 218 n, 221
sobre los derechos hum anos, 53 derecho a heredar, 94 n
C arta del A tlántico (1941), 52, 58 Convención sobre la E lim inación de Todas las
C arta Internacional de D erechos, 61 Form as de D iscrim inación C ontra de la M ujer
Cassin, René, clasificación de los derechos h u ­ (CED CM ), 61, 63, 65, 108
m anos, 62 carácter am bicioso de la, 218-219
Castan, M elissa, 150 n form as específicas de abuso de género, 220
C lapham , Andrew, 68 n, 70 n, 36 n, 175 n sobre si se extralim ita, 226-227
Cohén, Joshua, 127 n C onvención sobre la Prevención y Sanción del
dem ocracia contrastada con la autodeterm ina­ D elito de G enocidio, 61
ción, 213-214 Convención sobre los D erechos del N iño
posición de la convergencia progresiva, 122, (CDN ), 6 1 ,6 3 , 65, 108,217
126 n convergencia progresiva
«subconjunto en sentido estricto», 176 n y la objeción antipatem alista, 125-126
Collier, Paul, 196 n, 201 n, 202 contrastada con las ideas contractualistas de
Com isión de D erechos H um anos (UN ), 53, 55, «núcleo com ún» y «consenso superpuesto»,
68 n 123-124
equipo de trabajo para la im plem entación, 58- descripción de la idea, 121-123
59 «asequibilidad desde», 123-126
Com isión Internacional sobre la Intervención y y la tolerancia de la diversidad m oral, 126-
Soberanía del Estado, 73 n, 141 n, 157 n 127
Com isión para E studiar la O rganización de la Cranston, M aurice
Paz, 52 n derechos económ icos com o un acuerdo políti­
C om ité de los D erechos H um anos (UN) co, 57 n
sobre el derecho hum ano a la dem ocracia, 207 escepticism o sobre los derechos económ icos,
C om ité de D erechos Económ icos, Sociales y 40 n, 83
Culturales (UN ), 61 n Craven, M atthew C. R., 61
concepción práctica Craw ford, Jam es, 69 n
distinción entre las preguntas conceptuales y Cullity, G arrett, 200 n
norm ativas, 159 cultura
diferencias con las teorías naturalistas y con- interpretación de la tradición m oral, 123-125
tractualistas, 136-137 y las creencias m orales, la tendencia a ideali­
idea de la, 135-136 zarlas, 118-119
sesgo hacia el statu quo, 46-47, 138-139 y el desacuerdo m oral, 119-121
véase también m odelo de dos niveles de los véase también teorías contractualistas
derechos hum anos
C onferencia sobre la Seguridad y Cooperación
C harlesw orth, Hilary, 219
en Europa, 61
Cheibub, José A ntonio, 210
consenso superpuesto
C hesterm an, Sim ón, 73 n
N ussbaum sobre el, 97,110 n
China, 53
y la convergencia progresiva, 116,121,123-125
C hina (R epública Popular), 71 n, 156 n, 157,
R aw ls sobre el, 97 n, 110-111
167 n
y la estructura de las creencias culturales, 118
Chinkin, C hristine, 219 n
com o un tipo de teoría contractualista, 109-
C hurchill, W inston S., 52
111
C onsejo de D erechos H um anos (UN ), 68 n
C onsejo Económ ico y Social (UN), 53 D avenport, C hristian, 210 n, 211 n
C onvención contra la Tortura y O tros Tratos o D eclaración U niversal de los D erechos H um a­
Penas Crueles, Inhum anas o D egradantes nos (D U D H ), 44, 50, 62 n, 89-90, 94 n, 131 n
(CCT), 61 derechos en contra de la pobreza, 194
Convención Internacional C ontra el A partheid, carácter y am biciones, 54-58
61 dignidad hum ana com o fundam ento, 55-58
ÍNDICE ANALÍTICO 259

influencia de los pequeños Estados, 53-54, derechos hum anos


57-58 enfoques para p ensar sobre los, 43, 81
derechos políticos, 206 clasificación de C assin de los, 62
derechos hum anos de las m ujeres, 217 contenidos de la doctrina (esquem a para los),
D eclaración de la Independencia de los Estados 169-174
U nidos, 55 principales tratados y convenciones, 61
D eclaración Francesa de los D erechos del com o derechos generales, 102-105
H om bre, 56 com o norm as globales de trasfondo, 241-244
D eclaración de las N aciones U nidas (1942), 52 cóm o pueden guiar la acción, 79
D eclaración sobre el D erecho al D esarrollo, 64 m inim alism o, 174-176
n, 70 n enfoque práctico de los, 448, 135-139
dem ocracia, derecho hum ano a la, 207 problem as sobre los, 38, 78-80
en contraste con los derechos en contra de la com o una doctrina pública, 56, 78
pobreza, 207 responsabilidades por su satisfacción, 199-
extensión de la justificación instrum ental, 266
208-212 sentido en que son «cosm opolitas», 166
alivio de la ham bruna y la pobreza, 208-209 derechos hum anos de las m ujeres, 217-227
problem a de la transición incom pleta 210- y la diversidad cultural, 218, 222-226
2 1 1 ,2 1 2 en la doctrina internacional, 217-218
y el desem peño de las políticas en las socieda­ carácter intrusivo de las acciones para prote­
des pobres, 209-210, 211-212 gerlos, 225-226
vs. el derecho a la autodeterm inación colecti­ en las sociedades islám icas, 224
va, 213-215 ¿protección distintivam ente liberal? 223-224
im portancia de las variaciones culturales, y las responsabilidades de actuar, 225-226
212-214 carácter extralim itado del derecho a un cam ­
véase también dem ocracia, justificación ins­ bio cultural, 226-227
trum ental de la porqué son especiales, 218-221
dem ocracia, justificación instrum ental de la, 208 derechos hum anos, doctrina de los, 62-66
condiciones contextúales, en M ili y en R awls, y la diversidad cultural, 80
208 heterogeneidad, 64
generalización de la, en Sen, 208 m odernidad, 65
véase también dem ocracia, derecho hum ano a y teorías naturalistas, 98-100
la naturaleza de los derechos hum anos en la, 78,
derecho de la guerra, 50 81
derecho hum ano a vacaciones pagadas, 94 n alcance norm ativo, 64, 78-79
derechos económ icos y sociales no estáticos, 65
com o derechos especiales, 104-105 carácter público, 56, 77
C ranston, sobre los, 83 derechos hum anos, fundam entos de los
en PID ESC, 60 crítica «antiim perialista», 166-168, 234-240
no vistos com o el producto de un acuerdo p o ­ paz internacional, 162-166
lítico, en D U D H , 57-58 posición precautoria, 163-164
véase también derechos en contra de contra la rol de los estados, 161-162
pobreza y auto-determ inación, 168-169
derechos en contra de la pobreza deficiencia estructural del sistem a de estados,
diversidad de razones para actuar, 202-205 162
objeción del origen dom éstico de la pobreza, véanse también derechos en contra la pobre­
201-203 za, derechos políticos, esquem a (para la ju s ­
en la doctrina internacional, 194-196 tificación de los derechos hum anos), dere­
responsabilidades por su satisfacción, 199- chos hum anos de las m ujeres,
206 derechos hum anos, paradigm as de im plem enta-
y beneficencia fuerte, 199-201 ción, 67-76, 149
por qué son problem áticos, 196 responsabilidad, 67-69
véase también derechos sociales y económ i­ de hecho, diferenciada de la jurídica, 74-75
cos y derechos en contra de la pobreza, 194-196
260 ÍNDICE ANALÍTICO

asistencia, 70-71 estándares críticos, 85, 86-87


coerción, 72 derechos generales, 101-102
debate dom éstico, 71-73, 226 Locke, sobre los, 88, 90
y autodeterm inación, 227 personas «com o tales», 86, 92
adaptación externa, 72-73, 149 preinstitucionales, 85, 87-90
estím ulo, 69-70 atem porales, 86, 90-91
judicial, 58-59, 66-67, 74, 151, 227 dos sentidos de «natural», 84-85
diferenciado del actualm ente existente, 74- véase tam bién personas «com o tales»
75 derechos políticos, 217
y derechos hum anos de las m ujeres, 225-226 en la doctrina internacional, 206. Véase tam ­
derechos hum anos, patologías de los bién dem ocracia, derecho hum ano a la
distorsión debido a intereses nacionales, 237- D iam ond, Larry, 213 n
238 Donnelly, Jack, 67 n, 69 n, 76 n, 91 n, 156 n
inconsistencias en la acción, 239-240 D réze, Jean, 208 n
«im perialism o m oral», 235-237 D um barton Oalcs, Conferencia (1944), 52
derechos hum anos, práctica de los, 44 D w orkin, G erald, 117 n
am bigüedad de los objetivos, 55 D w orkin, R onald, 140 n
autoridad de la, 46-47, 137-139 E pstein, D avid L., 210 n
carácter discursivo, 44-46, 98, 135, 140, 151- escepticism o sobre los derechos hum anos
152, 171,233-234 Véase derechos hum anos, escepticism o sobre
caracterizada com o em ergente, 45-46, 76-76, los
140, 157, 229 E squem a (para justificar los derechos hum a­
im plem entación, en contraste con las expecta­ nos), 169-174
tivas de los redactores, 74-75 Estados, su rol en
orígenes, 50-62 la posición precautoria sobre los fundam entos
com o régim en 76-78 de los derechos hum anos, 161-164
véanse tam bién derechos hum anos, doctrina el m odelo de dos niveles, 146-148, 154-157
de los; derechos hum anos, paradigm as de Estados U nidos (US), 41, 49 n, 53, 53, 54, 58,
im plem entación. 59 n, 60, 69, 70 n
derechos hum anos, escepticism o sobre los, 38 Estado Libre del Congo, 237
com paración con la crítica al derecho interna­ «estándar de civilización», 236
cional, 234-235 Evans, Tony, 42 n, 234 n
conceptual y norm ativo, 230-232
form as de, 39-43 Farm er, Paul, 195 n
político, 232-241 Fédération Internationale des D roits de
derechos hum anos, universalidad de los, 40, 41 l ’H om m e, 51
en las teorías contractualistas, 110 Feinberg, Joel, sobre los derechos declarativos,
interpretación de los derechos generales, 102- 153-154
105 Filártiga v. Peña Iral, 45 n
en las teorías naturalistas, 86, 92 Finch, George A., 51
O ’N eill, sobre la, 151 Finnis, John, 85 n
problem as, 80 Foot, Rosem ary, 67 n, 69 n
en la teoría de Raw ls, 131 Fox, G regory H., 207
en la D U D H , 55 Franck, Thom as M ., 207
y los derechos de las m ujeres, 221 Frost, M ervyn, sobre la tolerancia internacio­
véanse también derechos en contra de la p o ­ nal, 180
breza, derechos políticos, derechos hum a­
nos de las m ujeres, G eddes, Barbara, 210
derechos-declarativos 63, 150-154 G euss, R aym ond, 39
Feinberg, sobre los, 153-154 Glendon, M ary A nn, 53 n, 54 n, 58, 62, 218 n
derechos, generales y especiales. Véase H art, H. D U D H com o «declaración de interdependen­
L. A. cia», 558
derechos naturales G oldsm ith, Jack L., 42 n, 241 n
características com unes, 82-83 Goodale, M ark, 116 n
ÍNDICE ANALÍTICO 261

G oodw in-G ill, G uy S., 54 n, 61 n R aw ls sobre la, 131-134


Grant, Ruth, 68 n véase también im plem entación, paradigm as
G reen, M ichael J., 205 n de
Greer, Steven, 67 n
Griffin, Jam es, 83 n, 93-94, 97-98 Jam es, A aron, 135, 140 n, 141
enfoques «bottom up» (ascendente) v. «top Japón, 69
down» (descendente), 43 n Johnson, M. Glen, 59
salario justo, 100 n Jones, Peter, 84 n, 102 n, 114 n, 132 n
qué derechos internacionales no son acepta­ Joseph, Sarah, 150 n
bles, 94, 99 Julius, A. J., 204 n
véanse también teorías naturalistas, posición Jurisdicción dom éstica, 51, 164, 217
de la personalidad en la C arta de las N aciones U nidas, 53-54, 57,
Gross, Leo, 50 n 157
G uerra Fría, 38, 83 justicia
G uerra M undial, Segunda, 38, 49, 50, 52, 229 (global), diferencias con los derechos hum a­
H afner B urton, E m ilie M ., 42 n, 69 n nos, 162
H alperin, M orton H ., 207 n (social), diferencias con los derechos hum a­
H art, H. L. A., 40 n nos, 174-176
teoría de los derechos basada en la elección,
102 K ant, Im m anuel, sobre la tolerancia, 178-179
concepto y concepción, en R aw ls, 132 n K eck, M argaret E., 71 n, 155 n, 227 n
diferencias entre los derechos generales y es­ Kelly, Erin, 134, 187 n
pecíales, 101-102 K ennan, George, 238 n
derechos generales entendidos com o derechos Kennedy, D avid, 42 n, 234 n
hum anos, 102-105 K ent, Arm, 156 n
derechos especiales y las personas «com o ta ­ K eohane, R obert O., 68, 239 n
les», 103 K ingsbury, B enedict, 155 n
derechos especiales entendidos com o dere­ Koslcenniemi, M artti, 234-236, 242
chos hum anos, 104 K osovo, 239
H aw thom e, Geoffrey, 239 K rasner, Stephen D., 76
H egel, G. W .F., 180, 180 n K risch, Nico, 155 n
H elsinki, A cta Final, 61, 67, 115 R ruger, M uría, 155 n
H erbst, Jefffey, 210 K urth, Jam es, 240 n
herencia, derecho a la (m encionado en C IEDR), K ym licka, W ill, 182
94 n
H obbes, Thom as, 40 L anglois, Anthony, 137 n
H ochschild, A dam , 237 n L auren, Paul G ordon, 51, 53
H olcom be, A rthur, 40 n Lauterpacht, H ., 60 n
Hum phrey, John R, 53 n, 56 n, 59 n L eopoldo (R ey de B élgica), 237
Levi, R obin S., 220
Ignatieff, M ichael, 55 n, 56, 64, 111 n, 114 n, Li B uyun, 156 n
224 L iga de las N aciones, 51
posición m inim alista, 174 n Locke, John
Im perio O tom ano, 50 derechos naturales preinstitucionales, 88-89
Im plem entación de los D erechos Hum anos «derecho al excedente», 104, 200 n
equipo de trabajo de la C om isión sobre la, 58- Lom asnay, K risten, 207 n
61 L uard, Evan, 69
véase también derechos hum anos, paradig­
m as de im plem entación de los M acB ride, Sean, 50 n
Institute o f International Law, 51 M anin, B em ard, 209 n
interpretación M ansfield, E dw ard D ., 211 n
de las prácticas sociales, 139-141 M aritain, Jacques, 56 n, 85 n, 9 1 n
de las cosm ovisiones, 124-125 derechos hum anos com o conclusiones prácti­
intervención hum anitaria, 72, 73, 76, 237 cas, 87
262 ÍNDICE ANALÍTICO

M artin, Rex, 91, 110 n núcleo com ún, com o u n tipo de teoría contrac-
M arx, Karl, 145 n tualista, 108
M ayer, Ann Elizabeth, 222 n N ussbaum , M artha C.
M cD onald, M argaret, 85 sobre las creencias adaptivas y los derechos
M cFaul, M ichael, 210 n de la m ujer, 224 n
M ehta, H ansa, 218 n fundam entos de la lista de capacidades, 97
M eron, Theodor, 241 «capacidades hum anas fundam entales», 96
M erry, Sally E ngle, 72, 227 n consenso superpuesto y derechos hum anos,
M esquita, Bruce B ueno de, 210 n 110 n
M ili, John Stuart, 97, 117 n personas «com o tales», 95-98
dem ocracia, justificación de la, 208-209 véase también teorías naturalistas
gobierno despótico, 209 n
im portancia de la diversidad cultural, 212 O ’N eill, O nora
sobre la condición de la m ujer, 224 n obligaciones correlativas, 151-153
sujeto de derechos jurídicos, 172 n interpretaciones norm ativas v. aspiracionales,
sobre la tolerancia, 182 197-198
M iller, D avid, 146 n, 206 n, 223 n retórica evasiva de los derechos, 79 n
M iller, D avid Hunter, 51 n Oberdielc, H ans, 178 n, 183
M iller, Richard, 200 n objeción antipatem alista, 116-121
tratados de las m inorías, posteriores a la Pri­ y convergencia progresiva, 126-127
m era G uerra M undial, 51 Okin, Susan M oller, 100 n,219 n
M ir H osseini, Ziba, 225 n O rend, Brian, 102 n
m odelo de dos niveles (de los derechos hum a­ O rganización M undial de Com ercio, 70
nos), 139-150 O rganización Internacional del T rabaj0 ,5 1 ,6 1
com o excesivam ente individualista, 145
com o una interpretación de la práctica, 139- Pacto Internacional de D erechos C iviles y Polí­
141 ticos (PID CP), 60, 61, 62 n, 65 n, 66 n, 68 n,
preocupación internacional, 148, 156-157 94 n, 145 n, 206
y el problem a de la norm atividad, 159-160 sobre la derogabilidad, 150 n
razones pro tanto en, 149-150, 150-151 Pacto Internacional de D erechos E conóm icos
restringido a la vida m oderna, 144-145 Sociales y C ulturales (PID ESC), 39 n, 60, 61,
rol de los estados en, 146-148, 154-157 62 n, 63 n, 66 n, 94 n, 194 n, 195 n
y el esquem a, 169-170 Pagúen, Anthony, 85 n
tres elem entos principales, 141-142 Patten, A lan, 148 n
y los intereses urgentes, 142-143 Pauw elyn, Joost, 70 n
M oody-A dam s, M i chele M ., 119 n Pechota, Vratislav, 61
M oravcsik, A ndrew, 77 n personas «com o tales», 92-106
M orsink, Johannes, 54, 54 n, 55 n, 58, 90 n en la posición de las capacidades, 95-98
M ower, Glenn, 69 n efecto deflacionario de la interpretación basada
M ulligan, C asey B., 210 n en la idea de «derechos generales», 103-104
M uther, Jeannette E., 53 diferencias entre el «lado de la dem anda» y
M utua, Malcau, 42 n, 235 n «el lado del sum inistro», 92-93
en la posición de la personalidad, 92-93
N elson, John O., 40 y «universalidad», 102-103
N ickel, Jam es W., 76 n, 84 n, 141 n, 143 Philp, M ark, 68 n
posición m inim alista, 174 n Pico (G iovanni Pico della M irándola), 93
N olde, O., Frederick, 59 Pinochet, A ugusto, 239
N orm and, Roger, 60 n Pogge, Thom as, com prensión institucional v.
norm atividad, 159-191 interaccional, 147-148
esquem a para, 169- 174 Posner, Eric A., 241 n
tres preguntas diferenciadas, 159-160 Postem a, G erald J., 140
véase tam bién derechos hum anos, fundam en­ posición de la personalidad, 92-93, 98
tos para los com parada con la posición de las capacida­
N ow ak, M anfred, 68 n des, 98-99
ÍNDICE ANALÍTICO 263

com o u n «naturalism o expansivo», 92 Roosevelt, Franklin D.


véase también Griffin, Jam es sobre las «cuatro libertades», 52, 58
preocupación internacional apoyo a la declaración de los derechos hum a­
interpretación, 148, 156-157, 166, 193-192 nos, 53 n
en el esquem a, 172- 174 Rorty, R ichard, 37, 41 n, 136
véase también derechos hum anos, paradig­ Ross, M ichael, 210 n
m as de im plem entación Roth, B rad R., 207 n
Przew orski, A dam , 210 R ussell, R uth B., 53
R uanda, 239-240
Ratner, Steven R., 155 n
Raw ls, John, 97 n, 154 n, 176 n
coordinación com o diferente a la coopera­ Sachs, Jeffrey, 201 n
ción, 113 n Scanlon, T. M ., 171 n
regím enes jerárquicos decentes desacuerdo intracultural, 120 n
disenso en los, 185 n justificación de los derechos m orales, 144 n,
justicia de los, 213 170 n
contraste entre dem ocracia y jerarquía consul­ principio de rescate, 200 n
tiva, 215 n Schlesinger, Stephen C., 53
dem ocracia, justificación de la, 208-209 Schm itz, H ans Peter, 71 n
tolerancia internacional, 184-189 Searle, John R., 44 n
diferencia entre sociedades liberales y decen­ Sedghi, H am ideh, 225 n
tes, 184-185 Sen, A m artya, 141 n
consenso superpuesto, 110-111 capacidades y derechos hum anos, 95
tolerancia, 178, 184-191 dem ocracia, justificación de la, 208-209
véase también Raw ls, John, sobre los dere­ derechos hum anos abiertos al «auxilio so­
chos hum anos cial», 172 n
R aw ls, John, sobre los derechos hum anos, 129- Sengupta, A rjun, 70 n
132 Seybolt, Taylor B ., 73 n
diferenciados de los derechos liberales, 130 Shue, Henry, 91 n, 141 n, 142 n
función de los, com parada con la práctica in­ soberanía condicional, 164 n
ternacional, 132-134 derecho a la p articipación política, 208 n
posición funcional, com parada con las po si­ derechos y deberes, 154, 206 n
ciones naturalistas y contractuales, 131-132 am enazas com unes, 143 n
y la intervención hum anitaria, 131-133 Sikkink, K athryn, 71 n, 155 n, 277 n
y la p az internacional, 165 n Sim m ons, A. John, 85 n, 86, 88 n
diferente del consenso superpuesto, 110-111 interpretación de los derechos hum anos como
y razón pública, 130, 132 derechos naturales, 82
rol especial en la Sociedad de los Pueblos, 131 Sim m ons, Beth, 71
Raz, Joseph, 137 n Sim pson, A. W. B., 51, 52 n
liberalism o com prehensivo, 97 Singer, Peter, 200 n
sobre la tolerancia, 178, 181 Skinner, Q uentin, 88 n
razones p ro tanto, 142, 148-152, 156, 191, 201 Slaughter, A nne M ane, 155 n
realistas políticos Snyder, Jack, 211 n
critica de la m oral, 238 Sobek, D avid, 165 n
regím enes regionales de derechos hum anos, 14, Sohn, L ouis B., 52
27, 32 D eclaración de D erechos H um anos E sencia­
Reino U nido (UK ), 52, 53, 60 les (A m erican L aw Institute), 52
Renteln, A lison D undes, 107 n, 109 n Steiner, H enry J., 207 n
R ich, R oland, 207 Stone, Julius, 51 n
Risse, M athias, 198 n Sunstein, Cass R., 137 n
R odrik, D ani, 198 n, 202 n, 205 n, 211 n
Iglesia Católica Rom ana, doctrina de la Talbott, W illiam J., 209 n, 221 n
relativa a la tolerancia, 122 paradigm a del com prom iso dom éstico, 71 n,
Roosevelt, Eleanor, 55 n, 218 n 227 n
264 ÍNDICE ANALÍTICO

Tan, K ok Chor, sobre la tolerancia internacio­ y las sociedades divididas, 188-189


nal, 179 n, 183 n, 187 n principal im portancia heurística, 191-190
Tarrow, Sidney, 71 n R aw ls, sobre la, 184-189
Tasioulas, John, 100 n contraste entre las concepciones individualis­
Taylor, Charles tas y societales, 176-177
consenso superpuesto y derechos hum anos, Tsutsui, K iyoteru, 42 n, 69 n
110 n Tuclc, R ichard, 84 n
y convergencia progresiva, 121 Twiss, S u m n e rB ., 107
teorías contracw tualistas, 107-127
idea del núcleo com ún, 108 U N ESC O C om ité sobre las Bases Teóricas de
contrastadas con las teorías naturalistas, 107- los D erechos H um anos, 56
108 U nión Europea, 69
idea del consenso superpuesto, 109-111 U RSS (U nión Soviética), 61, 115
objeción p rim a facie, 112
y la posición de Raw ls, 131-132
Vattel, E m erich de
véase tam bién teorías contractualistas, atracti­
argum ento en contra de la intervención hum a­
vo de las
nitaria, 185
teorías contractualistas, atractivo de las
sobre la tolerancia internacional, 177
y la objeción antipatem alista, 116-121
derecho de conciencia, 177 n
condiciones para la legitim ación, 112-113
Vincent, R. J., 109
y la diversidad m oral, 120-121
el valor pragm ático, 113-116
teorías naturalistas, 81-105 W acziarg, R om ain, 211 n
carácter central del beneficiario, 98-99 W aldron, Jerem y, 145
contrastadas con las teorías contractualistas, W altz, Susan, 53 n, 58
108 W alzer, M ichael, 109 n, 238 n, 240
descritas, 82-83 m orales «tenues» y «densas», 109
aisladas de la función discursiva de los dere­ sobre la tolerancia, 182
chos hum anos, 98 W eissbrodt, D avid, 155 n
y la doctrina de los derechos hum anos, 99-101 W ells, H. G., 52, 65 n
y la posición de Raw ls, 131-132 W ertheim er, A lan J., 204 n
tendencia al escepticism o, 83, 91-92 W estfalia, Paz de (1648), 50
Thom as, D aniel C., 61 n, 71 n, 115 W illiam s, B em ard
Thom as, D orothy Q., 220 capacidades y derechos hum anos, 96
T hom pson, Dermis R , 208 n posición de las condiciones de legitim ación,
Tiem ey, Brian, 84 n, 91 n, 104 n 112-114
tolerancia internacional, m inim alism o, 64
argum entos derivados de la autonom ía, 177- procedim iento deliberativo correcto, 123-124
184 W ilson, W oodrow, 51 n
com paración con los im perios m ultinaciona­
les, 182-183 Zaidi, Sarah, 60 n
COLECCIÓN «FILOSOFÍA Y DERECHO»

ÚLTIMOSTÍTULOSPUBLICADOS
(Véaselalistacompletaen w w w .filo s o fia y d e re c h o .e s /titu lo s p u h lic a d o s .p h p )

Constitucionalismo político
U n a d e fe n s a re p u b lic a n a d e l c o n s titu c io n a lis m o d e la d e m o c ra c ia
RichardBellamy
La revisiónjudicialllevadaa cabo por lostribunales constitucionalesse presenta a menudo como un
complemento indispensablede lademocracia. Estelibrocuestionasu efectividadysu legitimidad.Apo­
yándose en latradiciónrepublicana, Richard Bellamyargumentaque,paragarantizarlosderechosyel
Estado dederecho, losmecanismos democráticos —eleccionesabiertasentrepartidosencompetencia
ytomadedecisionesmediantelaregladelamayoría— ofrecenunmétodoquesebastaasímismoyque
resultapreferible.Alnotenerque rendircuentas, larevisiónjudicialseconvierteen unaformadedomi­
naciónarbitrariaquecarecedelincentivoquesítienelaestructurade lademocraciaparaasegurarque
losgobernantestratenalosgobernadosconigualconsideraciónyrespeto.Larevisiónjudicialbasadaen
derechossocavalaconstitucionalidaddelademocracia.Su sesgocontramayoritariofavorecealosprivi­
legiadosfrentealasminoríasdesfavorecidas,s u legalismoysuatenciónaloscasosindividualesdistor­
sionaneldebatepúblico.Loprimordialnodeberíaserlimitarlademocraciamedianteconstitucioneses­
critasyuna mayorvigilanciajudicial,sinomejorarlosprocesosdemocráticosatravésde medidastales
como lareformadelossistemaselectoralesoelperfeccionamientodelcontrolparlamentario.

Simplemente la verdad
E l ju e z y la c o n s tru c c ió n d e lo s h e c h o s
MicheleTaruffo
Estelibroofreceunasugestivamiradasobrelascomplejasrelacionesentreverdad,procesoyprueba,en
laque se entrelazancon aciertolasperspectivashistórica,filosófica,dogmáticaycomparatista. Su tesis
ce n tra l e s q u e determinarl
averdaddeloshechosenelprocesoesposibleynecesarioparalajusticiadela
decisiónjudicial,particularmenteen unsistemajurídicobasado en elprincipiode legalidad.Estatesises
sóloenaparienciatrivial,puesseenfrenta,enrealidad,anumerososadversarios,quepostulan—yaseade
modo general,como ocurreconlafilosofíapostmoderna,yaseaenelámbitoparticulardelproceso,como
ocurre,porejemplo,conlasideologíasqueloconcibencomo una «cosaprivadadelaspartes»ocomo un
instrumentodirigidoexclusivamentealaresolucióndelascontroversias— lairrelevanciadelaverdad.
Una vezjustificadalaatribuciónde unafunciónepistémicaalproceso,se realizaenellibrounacucioso
análisiscomparadoycríticodenumerosas institucionesdelderechoprobatorio.Ellectorencontrará,así,
unadetalladaevaluacióndelasreglasdeexclusióndeprueba,delasdiversasmodalidadesdeasunción
delapruebatestimonial,delasreglasdepruebalegalquetodavíasubsistenenalgunosordenamientos,
de lospoderesde instruccióndeljuezyde laalternativaentrejuecesprofesionalesyjueceslegos.Por
último,ela u to r seo c u p a tambiéndeladecisiónsobreloshechosydesujustificación,considerandoelrol
quecorrespondealosestándaresdeprueba,alasreglasdecargade lapruebayalaexigenciade mo­
tivación,paraquesepuedadecirqueesadecisiónenuncialaverdad.
Metodología jurídica y argumentación
DavidMartínezZorrilla
A finde que elderechopueda llevaracabosusfuncionesde manera satisfactoria,un requisitoprevio
es laposibilidadde que pueda determinarsecuáles larespuestajurídicacorrecta,o,dicho en otros
términos, qué es aquelloque elderecho establece paracada caso a decidir.En muchas ocasiones,
estadeterminacióndistadeserclara,sencillaoevidente,porloque resultade utilidadcontarcon una
metodologíarigurosaquenosayudeallevaratérminocada unadelastareasyactividadesrelaciona­
dascon ladeterminaciónde larespuestajurídicaparaelcaso relevante.
Paralelamente, lanecesidaddejustificarlacorrecciónjurídicade lasdecisionestomadas porlasautori­
dades (ode lasafirmaciones, interpretacioneso posiciones de losjuristas,en un sentido más amplio)
ocupaunlugarcentralennuestroscontextosjurídicosactuales,loquedemandaunaadecuadaformación
en materiaargumentativa.
Elpresentelibroaborda,demaneraintroductoriaaunque rigurosa,estosdosgrandesámbitos.En lapri­
meraparteseexponeunconjuntodeconceptos,técnicasyprocedimientosquec o n fo rm a ría n u n a m e to ­
dologíajurídica,construidasobrelabasedelateoríageneraldelderechodeorientaciónanalítica.En la
segunda partesepresentaunaintroducciónalosaspectosbásicosde laactividadargumentativa,pres­
tandoespecialatenciónalaargumentaciónenelámbitojurídico.Elcaráctergeneraleintroductorio,ala
parquerigurosoypreciso,delapresenteobra,hacenqueresulteespecialmenteIndicadacomotextode
apoyoenelámbitodeladocencia.
La Constitución viviente
BruceAckerman
Elderecho constitucionalnorteamericanoaparentaencontrarseestancado en unaseriede debates de
posturasantagónicas. Estánporun ladoquienes —adorando lasfirmesestatuasdelpasado—,seate­
rranaldiseñopropuestoporlosconstituyentesoriginariosy,porotra,quienesconsideranque loscom­
promisos actualesde un pueblo se hacen únicamente a través delcamino del c o m m o n la w y que el
planteamientooriginalistaescompletamentedesechable.
Enestetrabaio,eldoctorAckermanabordadichoconflictoconlamaestríaquelecaracteriza.Apuntacon
objetividadlosimportanteslogrosdelpasadoylanecesidadqueexistederesaltarsurespectivavigencia,
a lavezque dignificalaspalabrasde losnorteamericanosque no han sidoexpresadasen loscaminos
constitucionalesexpresamente previstos.Esen launióndeestasideascomo considerasepodrácrear
un lenguajeconstitucionalque reflejela¡deade «Nosotros, elpueblo» de una manera completamente
veraz.

Teoría de los principios


HumbertoÁvila
Estaobra, escritaoriginalmenteen portugués, obtuvo un enorme éxitoen Brasil,donde se publicaron
once edicionesentansolocincoaños. Lanotoriedadalcanzadamotivósutraducciónalalemányalin­
glés,ylaobraexperimentóelmismo éxitotantoenAlemaniacomo en lospaísesde lenguainglesa.En
estaedición,totalmenterevisadayampliada en relacióncon eltrabajooriginal,elautorpresenta,con
originalidade independencia, un serioestudiosistemáticosobre elsignificadoyelfundamento de los
principiosjurídicos,proponiendocriteriosdistintosalosque ladoctrinacomúnmente empleaparadistin­
guirentreprincipiosyreglas,asícomo parasuadecuadainterpretaciónyaplicación.
Las pretensiones normativas del derecho
U n a n á lis is d e la s c o n c e p c io n e s d e fío b e r t A le x y y J o s e p h R a z
PaulaGaido
Lapresenteobrapartede unapreguntaque puede serformuladade diferentesmaneras: ¿en qué idea
seestápensando cuando seafirmaque elderechoes normativo?, ¿porqué es importanteentenderal
derechocomo fuentede normas quegenerandeberes,yno meramente como un hecho, como uncon­
juntode contenidos semánticos o como un conjunto de actos de imposición de poder? Hay quienes
sostienenque cuando sepiensaen elderechoestáimplícitalaideadeque esnormativo,yque estaes
unacuestiónconceptual.Sinla¡deadenormatividadnosepuedecomprenderalderecho. Elanálisisde
lasrespuestasdadas porlosfilósofosdelderecho RobertAlexyyJoseph Raz,setomacomo brújulaen
laexploracióndelproblema. Lasnocióndepretensióndecorrección,enelcasodeAlexy,yladepreten­
sióndeautoridadlegítima,enelcasode Razson,deestemodo,objetodeprincipalanálisisenellibroy,
atravésdeellas,elsentidoenqueelderecho,sedice,esfuentede razonesjustificatorías.
Cómo deciden los jueces
RichardA.Posner
C ó m o d e c id e n lo s ju e c e s es unestudioacercad
elcomplejoydiversoentramadodefactoresque llevan
alosjuecesatomarlasdecisionesquetoman.Posnerpretende«descorrerelvelo»quecubreunadelas
actividadesfundamentalesdelderecho:laactividaddejuzgar.Suobjetivoessometeraescrutiniopúblico
loscondicionantesdenaturalezasociológica,psicológica,económica, política,filosóficaytambiénjurídi­
caquedehechoinfluyenenlaactividaddecisoriadelostribunales.Guiadoporesteobjetivo,abordatoda
unaseriede aspectosquevandesde lascondicioneslaboralesdelaprofesióndejuez(sueldo,promo­
ción,estabilidadenelpuesto)hastaelpapeljugadoporsusconviccionesideológicasypolíticas,susfilias
yfobiaspartidistasysufunciónantelaopiniónpública,pasandoporlapsicologíaylapersonalidaddelos
juecesylosproblemasquetienenquevercon lamaneraenqueaceptanyconcibenlaspautasdelmé­
todojurídico.
Peroellibrode Posnernosólosemueve en esteniveldescriptivooexplicativo,sinoquecontienetam­
biénunmodelonormativodejuez.Elescenariodecontrastedeestemodeloesasimismolajurispruden­
ciaestadounidense,centralmentelostribunalesdeapelaciónyelTribunalSupremo. Elautorreivindica,
porejemplo,queunacomprensióncabaldelpapeldelTribunalSupremopasaporentenderlocomotribu­
nalpolítico,ysomete a revisiónalgunadesustendenciasactuales,en concretoladetomarlajurispru­
denciaconstitucionaldeotrosordenamientosjurídicoscomo fuenteautoritativa.Posnerapuesta,ende­
finitiva,porunmodelopragmatista,pero,ensuspalabras,setratade«unpragmatismosensibleynouno
decortosvuelos».

Causalidad y responsabilidad
U n e n s a y o s o b re d e re c h o , m o ra l y m e ta fís ic a
MichaelS.Moore
Elconcepto de causalidadesfundamental paraasignarresponsabilidad, moralyjurídica,poreventos.
Perolarelaciónentrelacausalidadylaresponsabilidadpermanecepococlara.¿Cuáles,exactamente,
laconexiónentreelconceptode causalidadusado alatribuirresponsabilidadylasexplicacionesde las
relacionescausalesofrecidasporlafilosofíade lacienciaylametafísica?¿Cuánto deloque llamamos
responsabilidadcausalesdefinido,enverdad,porfactoresnocausales?Estelibrosostienequeunagran
partedelateoríajurídicasobreestascuestionesesconfusaeincoherente,yrepresentaelprimerIntento
exhaustivo,desdeeltrabajode HartyHonoré,de aclarareltrasfondofilosóficode losdebatesjurídicos
ymorales.
En primerlugar,ellibroubicaa lacausalidad en elderecho penal yelderecho de daños, ydelineala
metafísica presupuesta por lateoríajurídica. Luego analiza las mejores explicaciones teóricas de la
causalidadofrecidasporlafilosofíade lacienciaylametafísicay,valiéndosedeellas,criticaamuchos
de losconceptosjurídicoscentralesque circundana lacausalidad,como losde lacausalidadsobrevi-
niente, lapredictlbilldaddeldaño y laparticipación. Consideray rechaza laspropuestas radicalesque
tienden a erradicara lacausalidad delderecho, usando, en cambio, cálculosde riesgos para atribuir
responsabilidad.
Elanálisisresultaserun argumentopoderosoparaque revisemosnuestroentendimientodelpapelque
juegalacausalidadenlaatribuciónderesponsabilidad,tantojurídicacomo moral.

Jerarquías normativas y dinámica de los sistemas jurídicos


JordiFerrerBeltrányJorgeL.Rodríguez
Ellibroabordadosproblemascentralesde lateoríadelderecho:lajerarquíanormativayladinámicade
lossistemasjurídicos.Ambos hantenidohastaelmomento menos atenciónde laque merecen, perolo
realmentenovedosodeestevolumen essutratamientoconjunto,conunanálisismuy cuidadosodesus
implicacionesmutuas.A partirdeaquí,serevisannocionesclavecomo lasdesistemajurídico,lascon­
cepcionesdelasnormas, lapertenenciaalsistemadelasnormasderivadas,olavalidezyaplicabilidad
delasnormas,asícomo losefectosdelapretericiónjerárquica.En resumen,ellectorencontraráeneste
librounestudioprofundodealgunasnocionescentralesdelateoríadelderecho,revisadasalaluzde la
intersecciónentrelaestructurajerárquicayladinámicade lossistemasjurídicos.

El realismo jurídico genovés


JordiFerrerBeltrányGiovannlB.Ratti
A partirde laobrade GiovanniTarello,y bajosu maestría,se haconformado en Génova un grupo de
investigadores,que contóenseguidacon elempuje de SilvanaCastignoneyRiccardoGuastini,yen el
que seformaronfilósofosdelderecho como Mauro Barberls, Paolo Comanducci y PierluiglChiassoni,
entreotros.En elámbitodelateoríadelderecho,esegrupo,conocidopormuchos como E s c u e la g e n o -
vesa , se hacaracterizadoporl adefensadetesispropiasdelrealismojurídicoyhatenidounagran in­
fluenciaeneldebateiusfilosóficoItaliano,francése iberoamericanode losúltimos20años. Elrealismo
jurídicoá la g é n o is e hunde susraícesen lasdosgrandestradicionesiusrealistas,americanayescandi­
nava. Sin embargo, ha desarrollado progresivamente sus propiastesisy refinado con lametodología
analíticaalgunasdelasasunciones básicasdelrealismojurídicoclásico,enespecialdelamericano.
En estelibroellectorencontrarálapresentaciónde esastesisporpartedesus más destacadosdefen­
soresysudiscusiónacargodealgunosde losmás importantes¡usfilósofosiberoamericanosactuales.
La teoría principialista de los derechos fundamentales
E s tu d io s s o b re la te o ría d e lo s d e re c h o s fu n d a m e n ta le s d e R o b e rtA le x y
Jan-R.Sieckmann (ed.)
Lateoríadelosderechosfundamentalesesuntematancrucialcomocontrovertido.Debidoalaumentode
Estadosque se configurancomo «constitucionales»y «democráticos»,ytambiénaldesarrollode siste­
mas europeoseinternacionalesdeproteccióndederechoshumanos, labúsquedademodelosgenerales
deprotección¡usfundamentalcobraunaenorme importancia.Entreestosmodelos,laTeoría d e lo s d e re ­
c h o s fu n d a m e n ta le s de RobertAlexyhasidounode l
osquemás aceptaciónhamerecidotantoenelám­
bitoacadémicocomoenlaprácticade!derecho.Pesehabersidoblancodenumerosascríticas,constituye,
porsusolidezteóricayreconocimientointernacional,unodelosreferentesmás adecuadossobreeltema.
LostrabajosreunidosenestevolumenanalizanydiscutensilateoríaprincipialistadesarrolladaporAlexy
ofreceelmarcoIdóneoparaelaborarunateoríayunadogmáticageneraldelosderechosfundamentales
más alládelasfronterasdelossistemasjurídicosnacionales.En ellosseabordanproblemasrelativosa
lateoríade lasnormas iusfundamentales,almétodode laponderaciónoalosprincipiosdeproporciona­
lidadydeigualdad.ApartedelpropioAlexy,losautoresqueparticipanenestelibrohancontribuidoendi­
versa manera e inclusodesde perspectivas críticasóaldesarrollode esa teoríageneral y pueden ser
considerados como especialistas en la teoría de los principios y de los derechos fundamentales.
Problemas de vida o muerte
D ie z ensayoss o b re b io é tic a
EduardoRiveraLópez
Elavancedelamedicinahageneradoenormesdesafíoséticos.Enellosestáenjuegolavida,lamuerte,
ladignidady laautonomíade laspersonas. ¿Deberíapermitirselaeutanasiavoluntaria? ¿Tenemos el
deberde garantizarlesa nuestrosfuturoshijosun mínimode calidadde vida? ¿Deberían laspersonas
conproblemasdefertilidadadoptar,enlugardeutilizartécnicasdereproducciónasistida?¿Generaráel
avancede lagenéticadesigualdadessocialesinaceptables? ¿Quién deberíateneraccesoalainforma­
cióngenéticadeunapersona? ¿Deberíapermitirselaventadeórganos?
Estasson algunasde laspreguntasqueseexploranen losdiezensayos reunidosenestevolumen. Se
tratade artículos independientes, publicados en general en revistas especializadas, que ofrecen, sin
embargo, unpanoramaampliodealgunosdelosproblemasdelabioéticacontemporánea.
Dilemas constitucionales
U n d e b a te s o b re s u s a s p e c to s ju ríd ic o s y m o ra le s
L.Zueca,G. Lariguet,D.MartínezZorrillayS.Álvarez
Losconflictosentrevaloressonunodelostemasmás apasionantesydifícilesdelafilosofíamoral,enla
medidaenquesuexistenciaplanteaunseriodesafíoalacoherenciadelaéticacomosistemanormativo.
Cuando estetipode conflictossetraslada, atravésde losprincipiosy lasnormas constitucionales,al
ámbitodelderecho,losdesafíossemultiplican.Setratadeunámbitoenelquelateoríadelderechoyla
teoríaconstitucionalnecesitanrecurririnexorablementealafilosofíamoralparapoderofrecerunanálisis
certerodeltipodeproblemaquesedebeabordar.
En estelibrose analizanlosconflictosmorales yse estudian losdiversosescenariosjurídicosque se
abrenapartirde suincorporaciónalámbitodelderechoconstitucional.Paraellosepartede unartículo
de LorenzoZueca —autorque recientementese haocupado deltema de una manera novedosayau­
daz— sobrelos«dilemasconstitucionales». Dichoartículoesseguidode loscomentariosde otrostres
autores —SilvinaÁlvarez, Guillermo Lariguet y David Martínez Zorrilla— que también han trabajado
sobrelosconflictosdederechosfundamentalesyquerealizanunanálisisminuciosoyoriginaldelaobra
deZueca.
Instituciones del derecho
NeilMacCormick
In s titu c io n e s d e l d e re c h o contieneunapresentaciónconpretensionesdeexhaustividaddeunat eoríains­
titucionaldelderecho.Pero,adiferenciadebuenapartedelaliteraturacontemporáneasobrelamateria,
es un librocon elcualellectorpuede también aprenderdederecho.Aunque comienzaofreciendouna
definicióndederechocomo unordennormativoinstitucional,luegomuestracómo desdeesaperspectiva
esposiblearrojarluzsobrecuestionesfundamentalesdelderechopúblicoydelderechoprivado.Enesto
ellibroes un librode «instituciones»en un sentidoque lovinculaa una formatradicionalde literatura
jurídica,de lacuallasIn s titu c io n e s d e l D e re c h o d e E s c o c ia (1681)de Lord Stairson un ejemplopara­
digmático.
Este es un libroescrito por un autorque cree que lalaborde lateoríadel derecho no se reduce a
aclararlasconfusionesque afectanallenguajede losjuristas;que, alcontrario,cree importante hacer
un examen atentoysofisticadode lasprácticasjurídicasque existenrealmente, porqueatravésde su
reconstrucciónracionalpodemos entender laformaen que un orden normativosetransforma,por así
decirlo,en instituciones. In s titu c io n e s d e l d e re c h o es un intentode reconstruirdeestemodo elderecho
contemporáneo.
Constitucionalismo popular y control de constitucionalidad
LarryD.Kramer
LaobradeLarryKramerproponeunarevisióndelahistoriasocialdelcontroldeconstitucionalidaddelas
leyesquerecuperaelpapeldelpuebloc o m o piedraangulardelprogramaconstitucionalestadounidense.
Su revisiónmuestraloslímitesde lasreconstruccionesconvencionalesque han asignadoalpoderjudi­
cial,yenélalaCorteSuprema,elroldeintérpreteúltimodelaConstitución.Más bien,en lameticulosa
laborhistoriográficarealizadaporKramer,elmodelodesupremacíajudicialquehoyconocemosaparece
como sólounoentrelosmecanismosdisponiblesparalaresolucióndelosconflictosinterpretativosdelos
departamentosdelgobierno.SegúnnosmuestraKramerenestainteresanteobra,lahistoriaconstitucio­
nalestadounidenseeslahistoriadelconstitucionalismopopular.Ahorabien,unavezaceptadalainvita­
ción a repasardos siglosde constitucionalismodesde elprismade lasoberanía popular,queda lare­
flexiónsobrelasinvocacionesdelautora reposicionaralpueblo, lademocraciayelautogobiernoen el
centrodelproyectoconstitucionalcontemporáneo. ¿Seráelloposible?¿Esellodeseable?

Compendio de una teoría analítica del derecho


A lc h o u rró n y B u ly g in e n s u s te x to s
DanielMendonca (ed.)
EstelibrointentareunirfragmentosdedistintostextosdeAlchourrónyBulygin,ordenadostemáticamen­
te,afindedarunaideaabarcadoraperoresumidadelsistemadepensamientoqueelloselaboraron.En
esos fragmentos, losdos autores hablan directamente a lamente dellector,en tantosu recopilación
sirvede altavozsimplificador.Siiasíntesisllegadonde antes no había llegado,sisirvepararectificar
preconceptos,aclarardudasyremoverobjeciones,laintenciónhabrásidosatisfecha.Si,además,tiene
porvirtudgenerarideas,conceptosyargumentosdivergentes,que puedan plantearseydebatirsecon
elmismo rigorde losque aquí se presentan, lacomunidad de loslectoreshabrá cooperado con los
autoresen lamás importantetareacomún: haceravanzarlareflexióniusfilosóficaen direcciónalper­
feccionamientode lahoyvetustaprácticadelderecho.

La teoría de la democracia en el mundo real


lanShapiro
IsaiahBerlingustabadeclasificarendosgrandesgruposalospensadores. Porunladoloszorros,para
losque larealidades compleja, inasimilable,diversa;porotroloserizos,paralosque ha de existirun
principioorganizadorque posibiliteunaexplicacióncoherentede lapluralidad,unorden, lanShapirose
defineasímismocomo «aspiranteaerizo»,yestelibroesunodeloscapítulosdesuviajeintelectualen
esesentido.
Talyc o m o el títulonosadelanta,enélencontramoste o ría ypráctica.Y,tantoe n launac o m o e n laotra,
laplumadeShapirovamás alláde losdiscursoshabitualesyobligaallectorarevisarpresupuestosya
adoptarunaperspectivadistintaalaestablecida.
Lockesepresentaaquícomo defensorde lalegitimidaddemocrática,yno (onosolo)como liberal.Ma-
disonaparece como defensorde unateoríapluralistade lademocraciaque Shapirodefiendecomo el
mejorrecursoa nuestroalcancecontraladominación. Pero esasyotrassingularidadesteóricasno se
presentanaisladas,redactadasen exclusivaparalatorrede marfil.Muy alcontrario,seentremezclany
setraenacolaciónalalimóncon larealidaddenuestromundo.
Y,así,lateoríade lademocraciaseesgrimeparalidiarconelabortoyelpapelde larevisiónjudicial,o
c o n lo s p ro c e s o s de paz y l
astransicionesa lad e m o c ra c ia , o c o n e l cosmopolitismoyelderecho a la
injerencia,oconlaeliminacióndelimpuestodepatrimonioylosturbiosprocedimientospreviostendentes
aencauzarlaopiniónpúblicamediantelapreparacióndeencuestassesgadas.Estamosanteunteórico,
yunode primeralínea.Pero unteóricoque,adiferenciadeotros,desciendealmundo realyselasve
conél.

Técnicas de interpretación jurídica


B re v ia rio p a ra ju ris ta s
PierluigiChiassoni
La interpretaciónes un difícilbanco de pruebas paraeljurista;este librose propone ofrecera quien
aborde elestudio del derecho o a quien en cualquier caso está interesado en adquirir una mayor
conscienciametodológica,unbreviariodelasnocionesfundamentalesdetécnicasdelainterpretación
jurídica,acompañado de lasoportunascoordinadasteóricas.Paratalfin,se ilustranalgunostiposde
silogismosjudicialesútilesparaelanálisisde lajurisprudencia,lospasajesclavesde lainterpretación
de lostextosnormativos(desdelaidentificaciónde lasdisposicionesasutraducciónen normasjurídi­
cas),losinstrumentosde laargumentacióninterpretativa,losresultadosde lainterpretación,elproble­
ma de lafidelidaddelintérpretealderecho, ladisciplinapositivade lainterpretaciónde laley,algunas
concepcionesde lainterpretaciónconstitucional,laslagunasylosconflictosnormativos,con sus mo­
dosde identificación,integraciónysubsunción.
El legado de H. L. A. Hart
F ilo s o fía ju ríd ic a , p o lític a y m o ra !
M. H.Kramer,C.Grant,B.ColburnyA.Hatzistavrou
Enjuliode2007secelebróunsimposiode laAcademia Británicaen homenajea loscienañosdelna­
cimientode H.L.A.Hart,elinsignejuristaingléscuyascontribucionesalámbitodelafilosofíadeldere­
cho, lafilosofíapolíticay lafilosofíamoral se cuentan entrelasmás Importantesdelsigloxx.En este
volumensecompilandiecisietetrabajoscuyasversionespreliminaresfueronpresentadascomo ponen­
ciasendichosimposio.Lariquezayamplitudde laobrade Hartsevereflejadaen losdiferentescapí­
tulosenlosquesehadivididolaobra:teoríageneraldelderechoypositivismojurídico,responsabilidad
penal, causalidad en elderecho, justicia,derechos, toleranciay libertad. Porotraparte, ladecisivay
perdurableinfluenciadelpensamientode Harten elestadodediscusiónactualdeesostemassepone
de manifiestoen lajerarquíade losautores que han aportado sus colaboraciones: R.A. Duff,Cécile
Fabre, John Finnis, John Gardner, Leslie Green, Brad Hooker, David Lyons, Susan Mendus, Philip
Pettit, Gerald J. Postema, Alan Ryan, Hillel Steiner, Judith Jarvis Thomson, Jeremy Waldron, W. J.
Waluchow, LeifWenaryRichardW. Wright.
Positivismo jurídico y sistemas constitucionales
ClaudinaOrunesu
En losúltimosaños seha popularizadolatesisde que elpositivismojurídiconoconstituyeunateoría
adecuada paradarcuentade lossistemasjurídicostalcomo se presentanen lasdemocraciasactua­
les.Estelibroaspiraamostrarqueeipositivismojurídicosíestáalaalturadeldesafío.Con esecome­
tidosonanalizadosalgunosdelostemas más relevantes—ycomplejos— queofreceeldiseñoinstitu­
cionalde lasdemocraciasconstitucionalestuitivasde derechos básicos. Ellospueden sintetizarseen
cuatrograndes interrogantes:¿cómo establecerelcontenidoosignificadode lostextosconstituciona­
les?; ¿cómo opera elproceso tendiente a garantizar laaplicación de las normas constitucionales?;
¿estájustificadalaimposiciónde límitesa lalegislaciónordinariaatravésde una constitucióny,sies
así,quiénestálegitimadoparagarantizarsusupremacía?; ¿es necesarioun acercamientoteóricodi­
ferentedelpositivismojurídicoparadarcuentadelfuncionamientode lossistemasjurídicosy,en es­
pecial,delcontrolde constitucionalidad?
Compendio de filosofía del derecho
RafaelHernándezMarín
Estaobraesesencialmenteunaexposición,abreviadaen muchos casos,delosdiversostemasenque
sedivide,enopinióndelautor,lateoríageneraldelderecho.Aunqueresultamásdetalladaenalgunosde
lostemas más importantes para laprácticadel derecho, como son lainterpretación delderecho y la
aplicacióndelderecho, dostemas que no suelenserdebidamentedistinguidos,peroque en estaobra
sondiferenciadoscontodanitidez.

Los intersticios del derecho


In d e te rm in a c ió n , v a lid e z y p o s itiv is m o ju ríd ic o
ÁngelesRodenas
Laexpresióninstersticlosdelderecho,empleadaeneltítulodeestelibro,hacereferenciaalazona,de
limitesborrosos,situadaentreaquellaspautasque son inequívocamente reconocidascomo derecho y
aquellasotrasque claramenteno loson. La indagación sobreestaáreade penumbra es laconstante
quevertebralostresnúcleostemáticosdellibro:laIndeterminacióndelderecho, lavalidezjurídicayla
crisisactualdelpositivismojurídico.Elconjuntode lostresensayos permitecontemplar, bajouna luz
nueva,estaáreaintersticialopenumbrosadelderecho.
Acción, dolo eventual y doble efecto
U n a n á lis is filo s ó fic o s o b re la a trib u c ió n d e c o n s e c u e n c ia s p ro b a b le s
MaríaLauraManriquePérez
En elderechopenalcontemporáneo, debidoalacrecienteImportanciade ladoctrinadeldoloeventual,
ladistinciónentreresultadosintentadosyconsecuenciasprevistasnoestomadacomo normativamente
relevante.De acuerdoaestadoctrina,ambos efectosde nuestrasaccionessonequivalentesen elmo­
mento de atribuirresponsabilidadpenal.Porelcontrario,enfilosofíamoralse utilizaestadistinciónpor
mediodeladoctrinadeldobleefecto,queentiendequenuestraresponsabilidadesm a y o r cuandoprovo­
camos undañodemaneradirectaquecuandoeldañoesproductodenuestraintenciónoblicua.
Nuevasaproximacionesaladoctrinadeldobleefectoconectanestaestrategiaconelliberalismomoraly
político.Sielderechopenalnecesitaestarjustificadoporprincipiosliberales—como lasconstitucionesy
loscódigospenalesparecenexigir—,ladoctrinadeldobleefectogeneraunimportantedesafíoanuestras
concepcionesde responsabilidadpenal. Más específicamente,estetrabajosostieneque ladoctrinadel
doble efecto provee de una mejor solución alproblema de ladistinción entre resultados intentadosy
consecuenciasprevistasque ladoctrinadeldoloeventual.
Particularismo y derecho
U n a b o rd a je p o s p o s itiv is ta e n e i á m b ito p rá c tic o
HernánG.Bouvier
Las afirmacionesdeltipo«matar estámal» o «Pedro debe responder porelmal causado» suelen ser
sometidasaescrutinioexigiendosujustificación.Según unaconcepciónarraigadaenelterrenopráctico
yquesedenomina «universalismo»losjuiciosoaccionesprácticasestánjustificadassólosiconstituyen
elseguimientooaplicacióndeunparámetro,reglaoprincipiodeciertotipo.Eluniversalismoesobjetado
dedosmaneras. Porunladoporelescepticismo,paraelcualnuncatienesentidohablardeafirmaciones
o accionesjustificadas.Porelotroporelparticularismo,paraelque puede hablarsede accionesoafir­
macionesjustificadasaunque no impliquenlaaplicaciónde un principioo regla.Según elparticularista
ningunareglaoprincipiopueden serlosuficientementeatentoso receptivosalacomplejidaddelosca­
sossobrelosque habráque decidir.Ladiscusiónentreuniversalismo,escepticismoyparticularismose
proyectadirectamenteenelplanodelderecho. En elterrenodelderechose puede sostenerobienque
ladecisióndeunjuezestájustificadasólosisebasaen una reglaoprincipiogeneral,obienque nunca
estájustificada,obienque puede existirunajustificaciónjurídicaapesardeque ladecisiónnosebase
enunareglaoprincipio.Estelibroanalizaladiscusiónentreuniversalismo,escepticismoyparticularismo
ysuproyecciónenlateoríadelderecho.Sepretendedefenderunavariantedelparticularismoabordando
entonocríticolospostuladosdelafilosofíaanalíticaclásica.Siseconcedequenuestroconocimientoes
necesariamenteparcialyalgunasvecesverdadero,yseaceptalaexistenciadelibertad,entoncespuede
haberbuenas razonesparaserparticularistaso,más bien,paraotorgarprioridadalaexperienciafrente
alameraformaylatécnica.

Naturalismo y teoría del derecho


BrianLeiter
Enelámbitodelateoríadelderechocontemporánea,enparticulardelaanglosajona,elrealismojurídico
esamenudoconsideradounmovimientoqueresultaatractivosóloajuristasfilosóficamentesuperficiales
yque nohabrindadoningunacontribuciónsustancialalareflexiónteóricaacercadelderecho.Encontra
de talopinión, este libroofrece una reinterpretaciónoriginaly novedosa de losrealistasjurídicosnor­
teamericanoscomo precursoresdel«gironaturalista»en filosofía,alavez que refuerzasu concepción
con unaseriedeargumentosfinamenteelaboradospararebatirlascríticasque lehansidodirigidaspor
diferentesmovimientosteórico-jurídicos,como, porejemplo, elpositivismohaitianoo losC ritic a ! L e g a l
S tu d ie s . E
lvolumen, además, reavivaelprograma de investigación iusrealista,vinculándoloaldebate
metodológicocontemporáneoyutilizándolo,en elámbitodedichodebate,afavorde ladefensade una
teoríadelderechodecortegenuinamentedescriptivo,concebida,delamaneranaturalista,como larama
abstracta de las cienciasjurídicas predictivas. Elvolumen explora también las implicaciones de una
concepciónde lafilosofíade estrictaobservancianaturalistaacercade lascuestionesde laobjetividad
delderechoydelamoral:enestemarco,asume unaparticularrelevanciaiusfilosóficaelanálisisdemo­
ledorque Leiterreservaalaconcepciónde Ronald Dworkin.
La ¡dea de los derechos humanos
Desde su creación tras la Segunda Guerra Mundial, la suerte que han
corrido los derechos humanos ha sido paradójica. Por un lado, se han
transformado en el lenguaje en el que se expresa la política global. For­
mular reclamos fundados en los derechos humanos se ha vuelto algo
usual a nivel Internacional, y no existe nadie que considere que tales
reclamos carecen de importancia. Por otro lado, de modo creciente
se han vuelto objeto de una creciente ola de escepticismo teórico y
suspicacia política. Tal circunstancia hace que la tarea de clarificar el
concepto de derechos humanos, evaluar su contenido y argumentar
su justificación, sea Importante y necesaria. Esta tarea es la que aco­
mete Charles Beltz en la presente obra.
Con el fin de elucidar el concepto de derechos humanos presente en
la práctica Internacional, Beitz elabora un modelo según el cual los
responsables primarios de la satisfacción de los derechos humanos
son los Estados, y en el que la comunidad internacional aparece como
garante. Adiclonalmente, presenta un esquema de cómo debería justi­
ficarse el contenido específico de los derechos humanos y lo aplica a
algunos casos controvertidos como son los derechos humanos de las
mujeres, los derechos humanos en contra de la pobreza o el derecho
humano a la democracia.

Charles R. Beitz

Profesor de Filosofía Política del Departamento de Políticas de la Uni­


versidad de Prlnceton, ha publicado múltiples trabajos referidos a teo­
ría política de las relaciones internacionales, teoría de la democracia y
derechos humanos. Entre estos trabajos destacan sus libros Política!
Theory and International Relations (1979,1999) y Political Equality: An
Essay in Democratic Theory (1989).
Plasta el año 2009 ha sido el editor de Philosophy & Public Affairs. Fia
sido profesor del Swarthmore College y del Bowdoin College. Es miem­
bro de la Academia Americana de Artes y Ciencias.

ISBN: 978-84-9768-983-0

# # # M a rc ia lP o n s 9 788497 689830

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