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Derechos, democracia
y jueces Modelos de filosofía
Leopoldo Gama
constitucional
Derechos, democracia
y jueces Modelos de filosofía
constitucional
• • OMarciaI Pons
Colección
Filosofía y Derecho
DERECHOS, DEMOCRAC A
Y JUECES
Modelos de filosofía con thacional
Prólogo de
Manuel Atienza
Marcial Pons
MADRID 1 BARCELONA BUENOS AIRES SAO PAULO
2019
La colección Filosofía y Derecho publica aquellos trabajos que han superado una evaluación
anónima realizada por especialistas en la materia, con arreglo a los estándares usuales en la comu-
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© Leopoldo Gama
MARCIAL PONS
EDICIONES JURÍDICAS Y SOCIALES, S A
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(91) 304 33 03
www.marcialpons.es
ISBN: 978-84-9123-615-3
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MADRID, 2019
MIXTO
Papel procedente de
fuentes reaeonashaae
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FSC» 0122905
ÍNDICE
Pág.
PREFACIO 21
1. INTRODUCCIÓN 35
2. CONSTITUCIONALISMO Y DEMOCRACIA 37
3. EL PRINCIPIO DE IGUAL CONSIDERACIÓN Y RESPETO 40
4. LOS DERECHOS COMO TRIUNFOS 45
5. LA CONSTITUCIONALIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA 49
5.1. Cuestiones preliminares 49
5.2. Los contenidos sustantivos de la democracia 50
5.3. La democracia como asociación 53
6. JUECES: GUARDIANES DE LA DEMOCRACIA CONSTITU-
CIONAL 59
6.1. J. H. Ely frente a Dworkin (y otros) 59
6.2. Más allá de Democracy and Distrust 64
6.3. Poder político y justicia constitucional 68
6.3.1. Consideraciones preliminares 68
6.3.2. Formas de entender el poder político 69
6.3.3. Conclusiones preliminares 74
6.4. ¿Qué decidir? ¿Quién decide (mejor) y por qué? 76
ÍNDICE
Pág,
1. INTRODUCCIÓN 103
2. DESACUERDOS SUSTANTIVOS 106
2.1. Las circunstancias de la política 106
2.2. ¿Desacuerdos razonables sobre la justicia? 109
2.3. La metaética waldroniana y algo más 115
2.3.1. El emotivismo de Waldron 115
2.3.2. Positivismo jurídico normativo 118
3. DEFENSA DE LOS PARLAMENTOS Y LA LEGISLACIÓN MA-
YORITARIA 120
3.1. Imágenes desfavorables de los parlamentos 120
3.2. La representación política de los desacuerdos 122
3.2.1. Los parlamentos como asambleas numerosas 123
3.2.2. La diversidad en los parlamentos 124
3.2.3. La necesidad de establecer reglas de procedimiento 125
3.2.4. Carácter deliberativo del parlamento 125
3.2.5. Waldron y la democracia deliberativa 126
3.3. Autoridad de la legislación democrática 128
ÍNDICE
Pág.
1. INTRODUCCIÓN 177
2. PRESUPUESTOS TEÓRICOS DEL MODELO 179
2.1. Conexión entre el derecho, la moral y la política 179
2.2. El constructivismo moral 180
2.2.1. ¿Qué es el constructivismo moral? 180
2.2.2. Constructivismo entre Rawls y Habermas 182
10 ÍNDICE
Pág.
Pág.
1. INTRODUCCIÓN 243
2. FILOSOFÍA CONSTITUCIONAL Y JUSTICIA PROCESAL 245
2.1. La tensión entre la forma y la sustancia 246
2.2. Justicia procesal pura, perfecta, imperfecta y 249
2.2.1. Justicia procesal pura 249
2.2.2. Justicia procesal perfecta 250
2.2.3. Justicia procesal imperfecta 250
2.2.4. Justicia procesal cuasi pura 251
2.2.5. Ventajas de distinguir un cuarto tipo de justicia pro-
cesal 253
2.3. Constitucionalismo sustantivista y justicia procesal imper-
fecta 254
2.4. Constitucionalismo procedimentalista y justicia procesal pura 256
2.5. Constitucionalismo deliberativo y justicia procesal cuasi pura 258
3. EL MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA
CONSTITUCIONAL 263
3.1. La paradoja de las precondiciones de la democracia 263
3.1.1. Equilibrio entre el valor intrínseco e instrumental 263
3.1.2. Sortear la paradoja 265
3.2. Un modelo fundado en los derechos 269
3.2.1. Anclaje en una moral-rights-based-theory 269
3.2.2. Tres sentidos de la expresión «derechos» 270
3.2.3. ¿Cuál es el vínculo entre los derechos y la forma cons-
titucional? 275
3.3. El peso de la deliberación democrática 277
3.3.1. Constitucionalistas de poca fe 277
3.3.2. Cuando las mayorías se equivocan 280
3.3.3. ¿Por qué son necesarias las razones sustantivas? 283
3.3.4. (Des)acuerdos constitucionales y deliberación 286
3.3.5. Los límites del procedimiento mayoritario 290
3.4. La filosofía judicial del deliberativismo 292
12 ÍNDICE
Pág.
BIBLIOGRAFÍA 319
PRÓLOGO
Manuel ATIENZA
GAMA parece decantarse por entender que la postura de NrNo sería que
respecto de estos últimos derechos no cabe un control judicial y que precisa-
mente sería aquí donde radicaría la diferencia práctica entre NINO y DWORKIN,
pues este último sí que aceptaría ese control. Pero, claro, esa postura más
restrictiva no resulta tan fácil de aceptar, entre otras cosas porque parece estar
en contradicción con lo que es la práctica de los sistemas constitucionales
contemporáneos, que no trazan de esa manera el límite al control judicial de
constitucionalidad. De manera que, al final, yo diría que nos vemos abocados
a una especie de dilema: si esa interpretación de la obra de NINO fuera la ade-
cuada, entonces parecería que hay algunas razones de peso como para dudar
de que, efectivamente, el modelo de NINO pueda servir para guiar la práctica
16 PRÓLOGO
Pero, por otro lado, al plantearse la cuestión de sobre qué tipos de derechos
cabría ejercer un control judicial (podría actuar la justicia constitucional), la
postura de GAMA se aparta de manera bastante radical de la de WALDRON y es
del todo coincidente con la de DWORK1N; estaría incluso aquí más próximo a
DWORKIN que a NINO. O sea, al discutir los límites sustantivos que cabe impo-
ner al procedimiento democrático, y utilizando la distinción que efectuó DAHL
de tres tipos de derechos (simplificando: derechos políticos; derechos sus-
tantivos —en esta categoría se incluirían los derechos sociales—; y derechos
procesales —no vinculados al procedimiento democrático, sino a la noción de
debido proceso judicial—), GAMA llega al resultado de que WALDRON rechaza
que pueda limitarse cualquiera de esos tres tipos de derechos, mientras que
DWORKIN y él mismo admitirían límites a todos ellos, y NINO parecería ocupar
una posición intermedia: aceptaría el control en relación con la primera cate-
Vale decir que esta obra tuvo como origen la tesis doctoral sobre la legiti-
midad del control judicial de constitucionalidad que defendí en la Facultad de
Derecho de la Universidad de Alicante, España, ante un tribunal integrado por
22 PREFACIO
Juan Carlos BAYÓN, Pablo LARRAÑAGA, José Juan MORESO, Ángeles RÓDENAS
y Juan Ruiz MANERO. Como se mostrará a lo largo de este trabajo, abordar de
modo satisfactorio la cuestión sobre la legitimidad de la justicia constitucional
exige dar solución a algunas interrogantes previas —quizá más generales
que ameritaban en cierto sentido una reformulación de aquella investigación:
el problema relativo a la objeción contramayoritaria a la judicial review es
parte de una controversia más amplia que tiene sus raíces en el conflicto entre
dos tradiciones o ideales políticos de la modernidad. El ideal del liberalismo
—consistente en la limitación al poder en beneficio de los derechos— y el
ideal de la soberanía popular —propio de la tradición republicana—, los dos
ingredientes en tensión recogidos por un sistema de gobierno conocido como
democracia constitucional.
La democracia constitucional está comprometida, por un lado, con los va-
lores democráticos —entre los que destaca fundamentalmente la soberanía
popular—, y con el ideal del liberalismo político, que prescribe la limitación
del poder para evitar la arbitrariedad. Esta unión entre la democracia y los
mecanismos del constitucionalismo no es del todo pacífica, pues cuando estos
se robustecen traen consigo un debilitamiento del autogobierno y, viceversa,
fortalecer el ideal popular conduce a un ablandamiento del sistema de pesos
y contrapesos.
' Sobre los diversos sentidos de la expresión «constitucionalismo» véase COMANDUCCI (2002a).
2 Tomo la expresión de RADBRUCH (1971: 12).
PREFACIO 23
A lo largo del texto usaré en la medida de lo posible las formas masculina y femenina de los
pronombres para evitar la llamada «falsa neutralidad de género».
24 PREFACIO
4 NINO (1997: 15-17) expone de ese modo la graduación del concepto de «constitucionalismo».
5 Para una reconstrucción histórica del constitucionalismo véase Ruiz MIGUEL (2004).
PREFACIO 25
6 Una excelente monografía dedicada al análisis de The Least Dangerous Branch con trabajos de
T. NAGEL, M. TUSHNET, entre otros, se encuentra en K. WARD y C. CASTILLO (2005).
Sobre los rasgos que contribuyen a afianzar el carácter contramayoritario del control judicial
véanse BAYÓN (2004: 69-73); FERRERES (1997: 42-46); GARGARELLA (1996: 55-57) y A. MARMOR
(2006: 92-94).
8 Naturalmente, si los jueces constitucionales son designados por los miembros del parlamento
entonces mayor será su legitimidad democrática de origen; lo mismo podrá decirse si, en lugar de ocu-
par cargos vitalicios, ocupan cargos temporalmente limitados (aunque hay una discusión sobre las bon-
dades de la duración prolongada en el encargo). No obstante, como señala FERRERES (1997: 43): «La
distancia que existe [...] entre el grado de democraticidad de los procesos de elección de la asamblea
legislativa y el de los procesos de selección de los jueces constitucionales es suficiente para justificar
que [la objeción contramayoritaria] se tenga en cuenta».
26 PREFACIO
ordinario para la creación de las leyes, por eso la rigidez constitucional se pre-
senta en diverso grado en cada caso concreto ' 1: a) el grado máximo de rigidez
se presenta para aquellas Constituciones que excluyen la reforma o modifica-
ción de algunas cláusulas constitucionales 12; b) en otro nivel de rigidez, aún
estricto, se encuentran las Constituciones que exigen procedimientos excesi-
vamente agravados para la reforma constitucional"; c) otro grado de rigidez
presentan las constituciones que combinan la exigencia de una mayoría cuali-
ficada junto con una cláusula de enfriamiento, o la de mayoría cualificada con
referéndum, o bien, una cláusula de enfriamiento seguida de referéndum";
d) son Constituciones menos rígidas las que exigen únicamente una mayoría
cualificada; la aprobación de la reforma mediante mayoría simple seguida de
cláusula de enfriamiento y las que exigen simplemente un referéndum para la
aprobación de la reforma, y e) finalmente, el grado de rigidez menos exigente
vendría a darse en aquellos sistemas que solo exigen la aprobación por mayo-
ría simple para la reforma de la Constitución.
centemente por qué debe prevalecer la opinión del tribunal constitucional por encima de la opinión que
el parlamento pueda tener acerca del sentido y alcances de los derechos fundamentales.
PREFACIO 29
de las leyes. R. DAH-C 6 señaló desde hace un tiempo que de veintiún poliar-
quías estables solo trece poseen alguna forma de control judicial de consti-
tucionalidad, como los Estados Unidos de América, en donde los tribunales
gozan de un amplio poder. Señaló además que otros países que cuentan con
justicia constitucional son, por lo regular, muy cautos en invalidar las leyes
sancionadas por un congreso. Además, consideró que para demostrar el ca-
rácter esencial de la justicia constitucional como instrumento para proteger
derechos humanos deben probarse una de dos cosas según DAHI. (1989: 188):
o que los países democráticos que carecen de tal mecanismo no son realmente
democráticos o no lo son lo suficientemente, o bien que en ellos los derechos
no están bien protegidos. Lo cierto es que no se ha probado que países como
Holanda o Nueva Zelanda (que carecen de judicial review) u otros como No-
ruega y Suecia (donde es ejercido raramente y de forma muy restringida) o
Suiza (donde solo se aplica a la legislación cantonal) sean menos democráti-
cos que otros donde la justicia constitucional se ejerce con gran fuerza. Por lo
demás, señala que es necesario escapar de la «visión estrecha» según la cual la
judicatura debe «rutinariamente confrontar y remodelar la sociedad» y aceptar
la capacidad de las instituciones no judiciales para afrontar esa tarea.
Mientras más tiempo tardaba en sacar adelante este trabajo para su pu-
blicación más deudas intelectuales y morales se iban apilando en mi camino.
Empezando por Manuel ATIENZA y Josep AGurLÓ, mis directores de tesis, a
quienes les debo mi más profundo agradecimiento por acogerme con gran
generosidad y durante una larga estancia en el Departamento de Filosofía del
Derecho de la Universidad de Alicante en donde, prácticamente, nada me fal-
tó. Manolo, además de impulsarme pacientemente durante todos estos años a
terminar con este proyecto editorial, ya me había hecho el honor de redactar
un prólogo mucho antes de que el libro cobrara su forma final y de que me
enfrascara en la ardua tarea de replantear algunos puntos. Asimismo, debo
un reconocido agradecimiento a todos los integrantes del grupo alicantino de
Filosofía del Derecho: Juan RUIZ MANERO, Daniel GONZÁLEZ LAGIER, Án-
geles RÓDENAS, Juan Antonio PÉREZ LLEDÓ, Isabel LIFANTE, MaCari0 ALE-
MANY y Victoria ROCA, quienes me hicieron sentir en su ciudad como en mi
propia casa. Especialmente Victoria y Ángeles muchas veces me permitieron
robarles tiempo para discutir tantos temas (especialmente sobre la teoría de
Carlos NiNo) que aún sigo en proceso de comprender a cabalidad. A Roberto
GARGARELLA le debo mi más sentida gratitud por dirigir mi atención hacia
los problemas y los autores que debían tomarse en cuenta para este trabajo.
Tuve el privilegio de recibir comentarios valiosos del sínodo que evaluó mi
tesis doctoral. La discusión que se generó entre estos importantes autores de
la Filosofía del Derecho hispana y sus comentarios hacia mi trabajo fueron
de gran utilidad, de modo que pude repensar muchas de las ideas que sostuve
en aquella investigación. Asimismo, me beneficié significativamente de los
comentarios y recomendaciones que recibí por parte de los peer reviewers de
la serie Filosofía y Derecho de Marcial Pons que dictaminaron favorablemen-
te estas páginas. No quisiera dejar de mencionar a Gustavo CARCA, a quien
le debo mi incursión en la Filosofía del Derecho; a Rodolfo VÁZQUEZ, por
impulsarme generosamente a continuar mi doctorado en Alicante y a Reyes
RODRÍGUEZ por brindarme tantas oportunidades de crecimiento intelectual y
profesional. Asimismo, el trabajo de investigación que desarrollé en España
sería impensable sin la ayuda económica que recibí por parte de la Fundación
Bancaja y de la Fundación Caja de Madrid. Mi agradecimiento especial se
dirige al Congreso de los Diputados de España por honrarme con una beca
de investigación que disfruté los dos últimos años de mi estancia. Finalmente,
durante largos años le prometí a Ana que terminaría este libro. Su culmina-
ción (que coincidió con el nacimiento de nuestra pequeña Ana Paula) no es en
absoluto manifestación de alguna virtud mía sino, más bien, un efecto de su
enorme paciencia y cariño.
CAPÍTULO I
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA
1. INTRODUCCIÓN
1 El primer artículo de DWORKIN titulado «Liberty and Moralism» se publicó en el año 1966
en The Yale Law Journal y fue recogido posteriormente como capítulo décimo de DWORKIN (1977).
A partir de ese momento, puede decirse que el autor continuó con una extensa e incansable labor de
publicación tanto en revistas especializadas como en la New York Review of Books, para la cual escribía
con cierta frecuencia.
2 La apuesta de Justice for Hedgehogs (R. DWORKIN, 2011) es articular una teoría jurídico-política
convincente y atractiva que ofrezca una justificación de todos sus valores subyacentes. Defiende así
una teoría unificada del valor —jurídico, político, moral y ético— en donde los conceptos relevantes
en cada uno de esos campos (tales como libertad, igualdad, responsabilidad, derechos, interpretación,
democracia, etc.), no entran en conflicto unos con otros, sino que se apoyan mutuamente para integrar
un todo coherente y consistente.
36 LEOPOLDO GAMA
2. CONSTITUCIONALISMO Y DEMOCRACIA
Una tesis similar defiende GARZÓN (1993) mediante el concepto de «coto vedado», esto es, la
salvaguarda de los derechos en una suerte de territorio infranqueable para la mayoría democrática.
Véase también el epígrafe 4.2 del capítulo IV de esta obra.
6 La misma idea es mencionada de modo similar en DWORKIN (1990b: 13): «La democracia no
se identifica con la regla de la mayoría, en una verdadera democracia la libertad y [los derechos de] las
minorías poseen protección a través del derecho en la forma de una Constitución escrita que ni siquiera
el Parlamento puede modificar para ajustarse a sus caprichos o políticas».
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 39
Por esas razones, los opositores a este modelo exigen que la Constitu-
ción y, en particular, las disposiciones constitucionales acerca de los dere-
chos —esto es, las normas que según el autor norteamericano limitan el poder
mayoritario—, sean interpretadas por los jueces de la forma más restringida
posible. Sin embargo, para DwoRKN el problema denunciado por los detracto-
res a su modelo es ilusorio y tiene como base una idea incorrecta acerca de lo
que la democracia y la interpretación constitucional son en realidad. Si tanto
el constitucionalismo como la democracia son valiosos, la cuestión a resolver
será desarrollar una concepción adecuada que permita reconciliarlos.
Desde este punto de vista, se observa que para DWORKIN no hay un con-
flicto entre el constitucionalismo y la democracia si se logra comprender
cuáles son las verdaderas exigencias del gobierno democrático. Al contra-
rio, surgen aprietos al sostenerse una concepción inadecuada y burda del
gobierno mayoritario. Por otro lado, la acusación relativa al riesgo de que la
función judicial conlleve a la imposición de la ideología personal del juez
por vía de la interpretación es ilusoria, y está construida sobre una base in-
adecuada de la interpretación constitucional que pierde de vista su función
político-moral.
8 MICHELMAN (1996). Véase también MARTÍ (2006), donde se distingue entre: a) el procedimen-
talismo radical, es decir, la reducción de la legitimidad al cumplimiento de criterios exclusivamente
procedimentales; b) el sustantivismo radical, la reducción de la legitimidad al cumplimiento de criterios
únicamente sustantivos, y c) concepción de la legitimidad mixta, que es una unión o balance de ambos
criterios. La distinción entre procedimentalismo y sustantivismo se examina con mayor detalle en el
capítulo IV de la presente obra.
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 41
9 Véase DWORKIN (1977: cap. V1); DWORKIN (1985: cap. VIII), aparecido originalmente en DWOR-
KIN (1978), DWORKIN (1996: 17 [117]); DWORKIN (2000: cap. II) y DWORKIN (2011: cap. XVI).
10 La Sección 1.a de la catorceava enmienda a la Constitución de los Estados Unidos establece lo
siguiente: «Todas las personas nacidas o naturalizadas en los Estados Unidos y sometidas a su jurisdic-
ción son ciudadanos de los Estados Unidos y de los Estados en que residen. Ningún Estado podrá dictar
ni dar efecto a cualquier ley que limite los privilegios o inmunidades de los ciudadanos de los Estados
Unidos; tampoco podrá Estado alguno privar a cualquier persona de la vida, la libertad o la propiedad
sin el debido proceso legal; ni negar a cualquier persona que se encuentre dentro de sus límites jurisdic-
cionales la misma protección de las leyes».
42 LEOPOLDO GAMA
(as an equal). Ser tratado como igual en este segundo sentido es tratar a una
persona con la misma consideración y respeto que a cualquier otra".
Es esta segunda interpretación de la igualdad la que DWORKIN destaca
como central en su propuesta, mientras que la primera solo entrará en juego
cuando aquella se menoscabe. Es decir, habrá formas de distribuir cargas o
beneficios que no refuercen la dignidad de las personas y, en estos casos, de-
bemos rechazar esos esquemas distributivos. Y es que, en ocasiones, distribuir
equitativamente ciertos recursos entre las personas será una exigencia de la
igual consideración, pero en otras no, por ejemplo: se distribuye equitativa-
mente el sufragio (todos los ciudadanos tienen un solo voto y todos los votos
pesan por igual) porque todos merecen igual consideración y respeto. Pero
no en todas las circunstancias la igual consideración requiere distribuciones
igualitarias de recursos. Supongamos que existe una cantidad limitada de ser-
vicios de emergencias para distribuir entre dos comunidades que sufrieron una
catástrofe natural. Tratar como iguales a los habitantes de las dos zonas i. e.,
con igual consideración—, requerirá brindar asistencia urgente y mayor a la
que se encuentra más devastada, de ahí que la igual consideración implicaría
no repartir por partes iguales los recursos disponibles sino, más bien, mejorar
la situación de aquellos que se encuentran en una situación de desventaja. Esto
quiere decir que el derecho a ser tratados como iguales, con igual considera-
ción y respeto, requerirá algunas veces una distribución no equitativa de los
recursos y, por tanto, estarán permitidas distribuciones no igualitarias, cuando
redunden en tratar a ciertos ciudadanos pertenecientes a grupos desaventa-
jados con mejor consideración y respeto, como es el caso de las políticas de
acción afirmativa. Entonces, algunas veces, el derecho al tratamiento con igual
dignidad requerirá una distribución equitativa de recursos, pero no en todas las
circunstancias ".
El derecho a ser tratado como igual, es decir, como un sujeto que posee
igual dignidad y que merece igual respeto que todos los demás, permite fun-
damentar «las libertades políticas y civiles más conocidas», como el derecho
al voto (DwoRKIN, 1977: 274 [390]). Los derechos y libertades deben ser reco-
nocidas si es que puede demostrarse que constituyen una exigencia del dere-
cho más fundamental a ser tratado como igual. Además, si las personas poseen
un igual valor moral y político, el Estado debe respetar «todas las libertades
individuales indispensables a tales fines» (DwoRKIN, 1996: 8 [107]). En rea-
lidad, DWORKIN considera que existen dos modos para tratar a los individuos
como iguales: el primero obliga al Estado a tratar a los ciudadanos con igual
consideración y respeto; el segundo establece una exigencia equitativa en la
13 Véase sobre este punto DWORKIN (1985: 190 [211). Un análisis a fondo de la concepción liberal
igualitaria de DWORKIN requeriría desviarse del tema que se estudia en la presente obra. Remito al lec-
tor a BONILLA y JARAMILLO (1996), y a SANTOS (2005). Es obligatoria la voz «igualdad» de GOSEPATH
(2011).
14 Debe advertirse al lector que en la literatura desarrollada por DWORKIN está ausente una me-
todología para determinar el impacto de una restricción a un derecho, lo que a partir de la obra de
R. ALExY y las sentencias del Tribunal Constitucional alemán se ha denominado «test de proporcio-
nalidad».
44 LEOPOLDO GAMA
¿Qué deberes concretos se siguen para el Estado a partir de esa idea? ¿Ese
principio exige alguna forma concreta de gobierno? En el constitucionalis-
mo sustantivista es incuestionable que la democracia representativa es el me-
canismo idóneo para garantizar que los individuos serán tratados con igual
consideración y respeto. Sin embargo, en la práctica las decisiones mayori-
tarias pueden contravenir las exigencias derivadas de la igual consideración
por lo que será necesario establecer un esquema de derechos que sirva como
referente para evaluar las decisiones políticas que se alejan de las exigencias
morales derivadas de aquel y no solo eso, sino también para remover ciertas
decisiones «por completo de las instituciones políticas mayoritarias» (DwoR-
KIN, 1985: 197 [31]). Analizaré a continuación la idea de los derechos como
«cartas de triunfo», es decir, como un espacio que debe ser situado fuera del
alcance de decisión del procedimiento democrático y continuaré posterior-
mente con la concepción de la democracia que DWORKIN considera coherente
con su concepción de los derechos.
bienestar general, el pleno empleo, por ejemplo) con independencia del medio
empleado para alcanzarlo. El utilitarismo sería un ejemplo típico de este tipo
de posiciones. Las duty-based theories consideran fundamental que un indivi-
duo ajuste su conducta a un deber de comportarse de cierta forma a pesar de
que con ello no se alcance un fin o meta predeterminado. La moral kantiana,
por ejemplo, constituye una teoría de los deberes fundada en una serie de
imperativos, La evaluación de las conductas depende de su adecuación a la
máxima «obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como
en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca solo como un medio».
Finalmente, las right-based theories definen lo que es fundamental a partir
de un derecho de las personas a hacer algo o a recibirlo; de tal suerte que no
está justificado impedírsele hacerlo u obtenerlo, incluso, cuando eso supone
incumplir un objetivo colectivo previamente establecido.
18 Para un análisis y crítica de las rights-based theories de NOZICK y DWORKTN, véase HART
(1979). Cabe destacar que autores como RAz (1984 y 1986: cap. VI, y 1995) defienden la tesis de que la
moral posee un fundamento basado no solo en los derechos sino también en los deberes y en las metas
colectivas.
19 DWORKIN (1977 y 1985). Es en DWORKTN (1978) donde el autor usa la ya conocida frase «dere-
chos como cartas de triunfo» (trump cards).
20 DWORKIN (1984) efectúa un minucioso examen del utilitarismo como concepción opuesta a los
derechos como triunfos. Véase, además, SANTOS (2005: 42 y ss.) para una excelente reconstrucción de
la crítica de Dwoisxu al utilitarismo.
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIV1STA 47
21 Cfr. DWORKIN (1977: 190 y ss. [284 y ss.]. Una concepción de los derechos, afirma DWORKIN
(1985: 13) es aquella según la cual «los ciudadanos poseen derechos morales —esto es, derechos dis-
tintos de, y anteriores a, aquellos provenientes de la promulgación de una ley—, de tal manera que una
sociedad puede ser sensatamente criticada sobre la base de que sus leyes no reconocen esos derechos
que poseen los individuos».
22 Cfr. DWORKIN (1977: xi [37]), y esto es, precisamente, lo que según el autor significa tener
derechos «en sentido fuerte» (véase además 191 y 199 [285 y 295]).
23 Este modo de concebir las cosas es común a toda la tradición constitucionalista típica de GAR-
ZÓN VALDÉS, FERRAJOLI y ALExy, pero no de NINO, véase el capítulo III del presente trabajo en donde
se muestra que para el autor argentino los derechos imponen limites a la maximización de preferencias,
pero no a las decisiones mayoritarias. Véase, del mismo modo, el capítulo IV, 4.2.
24 Cfr. DWORKIN (1984: 53 y 1985: 66). Además, obsérvese que la tesis de los derechos como
triunfos está relacionada con la idea general que posee DWORKIN sobre el constitucionalismo: una con-
cepción según la cual «a la mayoría hay que restringirla para proteger los derechos individuales»,
DWORKLN (1977: 142 [223]).
48 LEOPOLDO GAMA
25 En otras palabras, no es el caso que siempre los principios superen a las directrices o que de
ningún modo sea posible que un directriz derrote a un principio, cfr. DWORKIN (1990b: 10-11).
26 El mejor desarrollo de la distinción entre las reglas, los principios y las directrices se encuentra
en ATIENZA y Ruiz (1996) y en Ruiz (2005); véase asimismo AGULLÓ (2005). Sobre el problema de las
colisiones entre principios es referencia obligada: MORESO (2003); ALEXY (2005b) y PRIETO (2003b).
27 «La proposición de que es menester disminuir los accidentes de automóvil es una directriz, y
la de que ningún hombre puede beneficiarse de su propia injusticia, un principio», DWORKES (1977:
22 [72-73]). Las directrices, afirma más adelante «justifican una decisión política demostrando que
favorece o protege alguna meta colectiva de la comunidad en cuanto todo [...1. Los argumentos de
principio justifican una decisión política demostrando que tal decisión respeta o asegura algún derecho,
individual o del grupo» (82 [148]).
28 En SANTOS (2005: 43) se ofrece una definición de derechos como triunfos bastante precisa:
«la tesis dworkiniana de los derechos como triunfos rezaría así: no tenemos derechos a menos que las
pretensiones apoyadas en ellos estén en condiciones de derrotar pretensiones apoyadas en objetivos
colectivos».
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 49
pueden entrar en este balance ya que hay algunos que estarían exentos de esta
valoración. Según DWORKIN, estos derechos serían la autonomía moral, la li-
bertad de pensamiento y de expresión. Ese es precisamente el costo de la «cul-
tura de los derechos», esto es, que «estas libertades no pueden ser recortadas
excepto para prevenir un peligro claro y serio —una calamidad e incluso
así, solamente en la medida en que sea absolutamente necesario para preve-
nirla» (DWORKIN, 1990b: 10).
La conocida distinción entre principios y directrices políticas y en-
tre derechos y objetivos colectivos , cobra mayores dimensiones cuando
se recogen otras ideas adicionales que nos permiten distinguir dos aspectos
importantes de la propuesta sustantivista: el primero de ellos, sugerido muy
sutilmente pero que es necesario destacar aunque sea de manera apresurada,
consiste en la idea general (compartida por autores como ININo), según la cual
las decisiones jurídico-políticas no estarán justificadas a menos que se funda-
menten en principios que apelen a derechos fundamentales29.
Otro aspecto de la distinción principios-directrices-reglas implicaría una
división de las labores en la toma de las decisiones que atañen a los derechos
y a las políticas públicas, esto es, la cuestión acerca del quién debe decidir en
relación con los principios y quién respecto a las directrices, lo que será abor-
dado a fondo posteriormente. Como puede apreciarse, la distinción entre los
principios y las directrices es de importancia cardinal para la justificación de
la democracia constitucional de este modelo y, en especial, del control judicial
de constitucionalidad y la teoría que ofrece de la interpretación constitucional.
5. LA CONSTITUCIONALIZACIÓN DE LA DEMOCRACIA
3' «Nuestra respuesta al supuesto conflicto entre democracia y Constitución —afirma DWORKIN
(1990a: 330 [51])—, dependerá de la concepción de la democracia que aceptemos».
3' Cfr. DWORKIN (1987: 2 [204]).
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 51
32 En la misma línea que DWORKIN, otros autores consideran también que la democracia no debe
entenderse en términos exclusivamente formales sino que debe incorporar requisitos sustanciales que
limitan el poder mayoritario: véase EISGRUBER (2001), Constitutionalism therefore limits majority
power not only in the interest of justice, but in service of democracy. FERRAJOLT (1998: 864), PERRA-
JOLI (1999: 25), FERRAJOLI (2007: vol. 2, cap. XIII). En sentido similar, C. SuNsTED; (2001: 97) donde
apunta que «los derechos constitucionales son parte de la moralidad interna de la democracia. La regla
de mayoría no debe identificarse con la democracia misma».
52 LEOPOLDO GAMA
ciudadanas. Así, una decisión estará justificada en la medida en que haya sido
adoptada a través de un procedimiento que reparta entre los ciudadanos las
mismas posibilidades de influir en la toma de decisiones.
En resumen, la concepción dependiente de la democracia está comprome-
tida con adoptar aquellas reglas (y solo aquellas reglas) que tiendan a producir
resultados igualitarios mientras que la independiente quiere desembarazarse
de las consecuencias sustantivas que pueda acarrear el procedimiento, ciñén-
dose únicamente a la distribución del poder político. Esto no significa que
la concepción dependiente soslaye el problema de la distribución del poder
político. Lo que sucede más bien es que el modelo de DWORKIN se preocupa
por dos tipos de «consecuencias», las consecuencias distributivas y las conse-
cuencias participativas:
a) Las consecuencias distributivas de un procedimiento hacen referencia
a todos aquellos resultados del proceso relativos al reparto o modo de distribu-
ción de los «recursos». Serían consecuencias distributivas, por ejemplo, todas
aquellas decisiones acerca de cómo debería un Estado determinar cuáles son
los bienes de propiedad pública y cuáles los de propiedad privada; las diferen-
tes medidas para la compensación de daños, o las sanciones que, en derecho
penal cabe imponer a las personas sobre su propiedad, etcétera.
b) Además, desde el punto de vista del modelo sustantivista como el de
DWORKIN un procedimiento democrático toma en cuenta también las «con-
secuencias participativas»; que no se tratan propiamente, como apunta J. C.
BAYÓN 33, de las decisiones tomadas a través del procedimiento, sino de los
efectos generados en la percepción que las personas se forjan de sí mismas y
de su relación frente a otras y la comunidad, como consecuencia de la activi-
dad política misma.
En ese sentido, DWORKIN señala que los efectos participativos pueden ser
de tres tipos: i) simbólicos (symbolic), esto es, aquellos que están relacionados
esencialmente con el rol que desempeña un individuo al interior de la comuni-
dad y el reconocimiento de que forma parte del colectivo que toma decisiones.
En el derecho penal, por ejemplo, se produce un efecto simbólico de este tipo
cuando algún criminal es privado del ejercicio de sus derechos políticos y, en
ese sentido, es excluido del desempeño de un rol); fi) de agencia (agency),
que hacen referencia al modo como los individuos participan como agentes
no meramente como votantes sino, digamos, con un fin propiamente ético. Lo
que puede interpretarse como la convicción democrática que posee un indivi-
duo que observa el procedimiento no como una suma de votos sino como un
esquema actual para el autogobierno de todos, y iii) finalmente, efectos comu-
nitarios (communal), es decir, los que vienen a definirse tanto por el modo en
que los individuos conciben las acciones y decisiones de la comunidad como
34 Véase sobre este punto DWORKIN (1987: 5 [206]) y SANTOS (2005: 226).
" Cfr. DWORKIN (1987: 6 [207]).
36 De acuerdo con BAYÓN (2004: 125), el modelo dworkiniano viene a defender una forma de
«instrumentalismo ampliado» en el sentido de que extiende la noción de «resultado» para incluir, ade-
más de los resultados sustantivos, también las consecuencias participativas de un procedimiento de
decisión.
54 LEOPOLDO GAMA
Eso significa no solo que a cada uno se le debe permitir participar en la po-
lítica como un igual a través del voto y de la libertad de expresión, sino también
que las decisiones políticas deben tratar a todos con la misma consideración y
respeto, que a cada individuo se le debe garantizar derechos civiles y políticos
que ninguna combinación de otros ciudadanos puede eliminar, no importando
lo numerosos que sean, ni su raza, moral o modo de vida".
Como se ha señalado desde un inicio, el conflicto entre democracia y consti-
tución o entre el ideal de soberanía popular y el de los límites sustantivos al poder
político, depende de la concepción de la democracia que se adopte42. Si, como
acabamos de ver, hay dos posibles concepciones de la democracia (una estadís-
tica y otra comunitaria o asociativa), entonces la respuesta a la pregunta acerca
de qué derechos condicionan la legitimidad de los procedimientos democráticos
será respondida de modos distintos según se adopte una u otra concepción.
En términos «estadísticos» la democracia se define únicamente a partir de
las disposiciones normativas que estructuran el poder. Para ello será suficiente
tener claro, por ejemplo, el conjunto de disposiciones que determinen cuáles
its official political acts: legislation, adjudication, enforcement, and the other executive functions of
government. An integrated citizen will count his community's success or failure in these formal politi-
cal acts as resonating in his own life, as improving or diminishing it». Por otro lado, la idea de dirigirse
con la conciencia de estar actuando como un grupo, recuerda el modo como se guían los músicos de la
orquesta en el memorable ejemplo proporcionado por RAWLS (1999: 459, n. 4 [473, n. 4]).
4° Cfr. DWORKIN (1990a: 330 [51]).
41 DWORKIN (1990b: 35). Véase también Dwoaxu (1998) en donde afirma que el autogobierno, en
un «sentido colectivo» y no «individualístico» existe mediante una asociación (government by partner-
ship) en la que los individuos comparten una responsabilidad de tipo moral por las acciones colectivas
de la comunidad en la que viven.
42 Esta idea es clara en DWORKIN (1990a: 330 [51]) y DWORKIN (1995: 4).
56 LEOPOLDO GAMA
son los individuos que poseen el derecho a votar; cuáles son las condiciones
para ejercer el voto; el número de miembros del congreso que serán elegi-
dos; el periodo para el cual van a gobernar; la proporción de votos que será
necesaria para aprobar las leyes, etc. Desde este punto de vista, solo algunos
derechos como la libertad de expresión y de asociación, necesarios para la
igualdad de poder político de la ciudadanía, se considerarán necesarios para
definir el gobierno democrático.
variada una vez que reconocemos que el gobierno por el pueblo es comunita-
rio y no estadístico» (DWORKIN, 1990a: 343 [72]).
En resumen, una concepción sustantiva de la democracia como la articula-
da por el constitucionalismo sustantivista condiciona la legitimidad del esque-
ma mayoritario, así como el carácter mismo de ese procedimiento, a la satis-
facción de criterios sustantivos, de ahí que si el procedimiento mayoritario no
respeta los derechos derivados del principio de igualdad de consideración no
solo carecerá de legitimidad, sino que, además, ni siquiera será considerado
democrático. DWORKIN introduce en su argumentación un par de distinciones
adicionales que permiten observar su propuesta de democracia asociativa con
mayor luz. Esas distinciones permiten introducir uno de los límites sustantivos
fundamentales que se imponen al procedimiento democrático. Se distingue,
por un lado, entre comunidades que poseen «unidad de responsabilidad» y
otras que poseen «unidad de juicio» y, por otro, entre dos formas de acción
colectiva: «acción colectiva integrada» y «acción colectiva monolítica».
51 Así lo afirma claramente: «One might admit that a number of constitutional phrases cannot
inteligibly be given content solely on the basis of their language and sorrounding legislative history»,
ELY (1980: 12).
52 Véase ELY (1980: 11-12 [29-30]).
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EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 63
66 ELY toma prestado el término «discreto and insular minorities» de la famosa nota núm. 4 de la
sentencia de la Corte norteamericana en el caso Carolene Products.
67 Cfr. ELY (1980: 105 [133]).
58 ELY (1980: 139-140 [172]) pone como ejemplo el caso Gomillion v. Lighffoot en el cual la Su-
prema Corte de los Estados Unidos declaró inconstitucional el rediseño de la circunscripción electoral
de la ciudad de Tuskegee, Alabama, que tuvo como fin excluir a los votantes negros residentes en la
ciudad.
64 LEOPOLDO GAMA
61 DWORKIN (1985: 61 [88]) duda que a partir de las premisas de ELY pudiese argumentarse a
favor de la importancia de la libertad de expresión, un derecho central en su teoría del control judicial.
66 LEOPOLDO GAMA
" DWORKIN dirige su crítica explicitamente contra HABERMAS (1995) en su polémica con
J. RAWLS (1998). El argumento fundamental de HABERMAS es que el Political Liberalism sitúa a los
derechos básicos de libertad por encima del principio democrático de legitimidad pues estos «limitan
la autolegislación democrática y con ello la esfera de lo político de entrada, es decir, con anterioridad
a toda formación política de la voluntad» (1995: 128-129 [67]), en consecuencia, RAWLS fallaría en el
intento de conciliar la libertad de los modernos con la libertad de los antiguos.
68 LEOPOLDO GAMA
DWORKIN (1987: 7 [208]) observa esta conexión entre los problemas sobre el poder político y
el de la legitimidad del control judicial, cuando afirma que estas cuestiones, constituyen «los supuestos
tácitos» que «dominan el debate contemporáneo, entre los expertos en derecho constitucional, sobre
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIV1STA 69
Todo análisis del poder político, nos dice DWORKIN, debe efectuarse to-
mando en consideración dos dimensiones: una dimensión horizontal, esto es,
comparando el poder existente entre distintos ciudadanos o grupos de ciuda-
danos; y una dimensión vertical, i. e., comparando el poder de los ciudadanos
frente al poder de los funcionarios. A su vez, toda evaluación del poder políti-
co debe considerar dos sentidos o interpretaciones del poder, lo que DWORKIN
denomina «impacto» e «influencia» 64.
El impacto se entiende como la diferencia que un individuo, por sí solo,
puede marcar en las decisiones colectivas, particularmente, la medida en que
la legitimidad del poder de la Corte Suprema de los Estados Unidos para anular las decisiones de los
legisladores electos. Incluso, los más ardientes defensores de ese poder de los jueces aceptan que se
trata de un rasgo antidemocrático de la política estadounidense, pero que tiene que ser defendido a pesar
de ese defecto. Ellos suponen que una concepción independiente ofrece la descripción correcta de la
democracia».
64 Véase DWORKIN (1990a: 332), DWORKIN (1987: 8 y ss.) y DWORKIN (1996: 26 y ss.).
70 LEOPOLDO GAMA
" Por eso opina que «una estructura representativa es aquella, necesariamente, en la que el impac-
to es claramente diferente desde una perspectiva vertical», DwoRtuN (1987: 11 [211]).
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 71
66 En MaL (1861: cap. VIII); para un recuento histórico del uso de esa figura en España, SOLÉ y
ALA (1980). Critica abiertamente la figura BEITZ (1989: 32 y ss.). Para el rechazo a la idea general del
gobierno de los sabios véase ESTLUND (133-138).
67 Así afirma que «horizontal equality of power is hardly enough to provide anything we would
recognize asa genuine democracy», DWORKIN (2000: 191 [210]) y DWORIUN (1990a: 332 [54]).
68 Cfr. DWORKIN (2000: 190 [209]) y DWORKIN (1996: 27 [128]).
9 «En las dictaduras totalitarias los ciudadanos tienen el mismo poder político: ninguno. En las
cínicas y supuestas democracias de partido único se suele otorgar escrupulosamente a cada ciudadano
un voto, y solo uno, para ese partido», DWORKIN (2000: 191 [210]).
72 LEOPOLDO GAMA
70 Merece la pena destacar a este respecto, dos trabajos destinados al análisis de los mecanismos
de control electoral ciudadano para disciplinar la conducta de los políticos electos BARRO (1973: 19-42)
y FEREJOHN (1986: 50 y ss.).
71 DWORKIN (2000: 193 [212]).
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 73
los jueces en circunstancias tales puede ser más provechosa, según el modelo,
para los ciudadanos pobres y para los miembros de grupos minoritarios cuyos
derechos corren el riesgo de ser ignorados por la mayoría.
76 DWORKIN usa el término «accuracy» para denotar la aptitud que deben poseer las instituciones
jurídicas para adecuarse a ciertos requerimientos sustantivos. DwoRKix (1987: 23 [223-224]) se pre-
gunta cuál sería el modo de entender una concepción dependiente si se quiere «mejorar la adecuación»
(accuracy) de las decisiones. Debe tenerse en cuenta que la idea de adecuación, la de las right answers
y la exigencia de diseñar los esquemas institucionales de modo tal que mejoren la justicia de las decisio-
nes están relacionadas estrechamente. En este sentido puede decirse que un tribunal constitucional y no
el parlamento vendría a ser la institución más adecuada para decidir sobre los derechos fundamentales.
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 77
Las decisiones relacionadas con este tipo de cuestiones son indiferentes a las
preferencias de las personas. Un claro ejemplo de ello, afirma DWORKIN, se-
ría la aprobación de la pena de muerte, la despenalización del aborto u otras
similares: la corrección sobre el qué hacer no dependerá de las preferencias
ciudadanas.
DWORKIN admite que resulta difícil determinar qué tipo de decisiones son
sensibles o insensibles a las preferencias. Reconoce que es cierto que pueden
existir desacuerdos acerca de la relevancia de las preferencias de los indivi-
duos para la toma de determinadas decisiones, pero la cuestión de segundo
orden acerca de si un determinado asunto es sensible o insensible a las prefe-
rencias es, en sí misma, insensible a las preferencias. Existe cierto paralelismo
entre esta distinción y la división entre principios y directrices, pues mientras
las decisiones sobre principios son insensibles a las preferencias, las relacio-
nadas con políticas públicas son sensibles a las preferencias. ¿De qué depende
la corrección de ambas clases de decisiones? ¿Qué procedimiento es el más
adecuado para la toma de unas y de otras?
El concepto de «impacto» desempeña un lugar relevante en el análisis
que DWORKIN efectúa respecto a las cuestiones que ahora se discuten, ya que
parece lógico pensar que una sociedad en donde el impacto político esté mejor
distribuido es más apta para la toma de decisiones sobre cuestiones sensibles
a las preferencias, por lo que al asegurar la igualdad horizontal de impacto
se asegura también ex ante la corrección en la toma de estas decisiones".
DWORKIN piensa que es necesario cierto grado de igualdad horizontal de im-
pacto en una sociedad democrática, sin embargo, no es necesario buscarla por
completo ya que «es fácil imaginar variaciones en el impacto que parecen me-
jorar ex ante la corrección (accuracy) de las decisiones relativas a cuestiones
sensibles a las preferencias» (DwoRKIN, 1987: 25 y 2000: 205 [225]). Baste
con presentar el ejemplo de los distritos electorales, propuesto por el propio
DWORKIN. Según esa propuesta, la «pérdida» en el impacto horizontal —que,
recordemos, resulta del otorgamiento a los ciudadanos más pobres de un ma-
yor impacto sobre las decisiones políticas relativas a cuestiones sensibles a las
preferencias— se vería compensada, precisamente, porque según DWORKIN
habría mayor certeza o «adecuación» de cara al resultado.
¿En qué medida puede asegurarse la corrección de las decisiones insensi-
bles a las preferencias? ¿Debe jugar algún papel el impacto político respecto
a esa clase de cuestiones? En este caso, parece ser que la cuestión está ya
resuelta dado que, por definición, la corrección de las decisiones insensibles
no dependería de la información que se posea respecto de la orientación de
las preferencias o intereses de los ciudadanos hacia X o hacia Y. No hay bases
para aceptar según DWORKIN la opinión según la cual en tanto una decisión sea
derechos y, bajo esas circunstancias, en ciertos casos los jueces podrían, con
mayor probabilidad, alcanzar decisiones más acertadas.
Por tanto, el arreglo institucional que puede mejorar ex ante la corrección
o adecuación a principios (accuracy) de las decisiones que atañen a las cues-
tiones insensibles a las preferencias es la judicial reviewsl. Si las cosas son
examinadas desde el punto de vista de una concepción independiente de la
democracia —que, recordemos, intenta justificar esa foima de gobierno ex-
clusivamente a partir de la igualdad de poder—, el control judicial se reputará
antidemocrático. Pero si adoptamos una concepción dependiente de la demo-
cracia las cosas pueden ser distintas:
no está claro que la revisión judicial sea en modo alguno una institución anti-
democrática. Debemos poner a prueba el carácter democrático de la revisión
judicial planteándonos si violenta los ideales de una concepción dependiente
como la que hemos desarrollado. [...] en la forma en que se da en los Estados
Unidos, la revisión judicial no atenta contra objetivo alguno, simbólico o de
agencia. No impide la igualdad de voto, pues es una forma de división en dis-
tritos y, en sí misma, no refleja desprecio o indiferencia alguna hacia ningún
grupo de la comunidad. La revisión judicial, por otro lado, tampoco daña los
objetivos de agencia de la democracia. Al contrario, protege esos objetivos
otorgando una protección especial a la libertad de expresión y a las otras li-
bertades que nutren la agencia moral en política. Y, lo que es más: proporciona
un foro político en el que pueden participar los ciudadanos, si lo desean, con
sus argumentos, de una manera más directamente conectada con la vida moral
que el voto. Además, en ese foro mejora enormemente la influencia de las mi-
norías que tienen un peso más insignificante en la política normal (DwoRxty,
1987: 29 [229]).
82 Esta idea se muestra con bastante claridad en el siguiente pasaje (Dwo1uuN, 1996: 17 [117-
118]): «La concepción constitucional de la democracia adopta la siguiente actitud frente al gobierno
mayoritario. Democracia significa gobierno sujeto a condiciones, las cuales podríamos denominar con-
diciones "democráticas" de igualdad de estatus para todos los ciudadanos. Cuando las instituciones ma-
yoritarias proveen y respetan las condiciones democráticas, entonces el veredicto de estas instituciones
debería ser aceptado por todos por esa razón. Pero cuando no lo hacen, o cuando no las proveen o respe-
tan suficientemente, entonces no pueden objetarse, en nombre de la democracia, otros procedimientos
que protejan y respeten mejor esas condiciones».
83 Cfr. DWORKIN (1996: 34 [136]). BAYÓN (2004: 121) identifica este tipo de concepción de la
democracia defendida por DWORKIN como «estrictamente instrumentalista», según la cual el valor
de un procedimiento de decisión dependería exclusivamente de su tendencia a producir resultados
justos.
84 En un sentido similar se pronuncia RAWLS (1993a: 231 [266]) cuando afirma que los tribunales
son claros ejemplos de la «razón pública».
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 81
85 DWORKIN (1996: 34 [136]). Coincide es este punto otro sustantivista como MOORE (2002: 220),
para el cual los tribunales están en mejor posición que los parlamentos para la tarea de determinar el
sentido y alcance de los derechos.
82 LEOPOLDO GAMA
86 Se continúa con el análisis del argumento nemo iudex in causa sua aducido para defender los
límites al procedimiento mayoritario y el ejercicio del control judicial de constitucionalidad, véase el
capítulo II, 5.3. Sobre este punto véase también BAYóN (2002: 103).
87 SADURSKI (2002: 275-299) ya había señalado el carácter «relativamente insensible a los he-
chos» de la teoría dworkiniana en cuanto al papel positivo que otorga a la justicia constitucional como
mecanismo para la protección de derechos individuales, a pesar de ser una propuesta supuestamente
preocupada por las «consecuencias» del sistema jurídico político.
84 LEOPOLDO GAMA
Una de las tesis centrales de DWORKIN que posee una relación estrecha con
su concepción interpretativa es que el derecho no puede ser identificado sin
recurrir a la moral'. El derecho es una práctica que no puede identificarse ni
comprenderse sin hacer referencia a la moral, i. e., sin incorporar los princi-
pios morales que hacen valiosa dicha práctica.
88 DWORKIN (2011: 415 [502]) mantuvo que es preferible leer la constitución como «una estipula-
ción del gobierno justo» que como un conjunto de disposiciones que tienen un significado necesaria e
indefectiblemente conectado con su historia legislativa.
89 Para un estudio minucioso de la concepción interpretativa y de la teoría de la interpretación
del derecho de DwoRKIN véase LIFANTE (1999) y LIFANTE (2015). Un estudio comparativo entre las
concepciones interpretativas de DWORKIN, SLNSTEIN y ELY en HUNTER (2005).
" Los dos primeros capítulos de Taking Rights Seriously tuvieron por objetivo criticar el modelo
de positivismo jurídico representado por HART (1961). Sobre esa base, las réplicas de este a DWORKIN
fueron recogidas en el Postcriptum a la segunda edición de The Concept of Law en 1994 y la contrarré-
plica en DWORKIN (2006a: cap. VI).
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 85
91 Se puede decir entonces que la teoría de HART y la de DWORKIN difieren en el conjunto de con-
diciones que hacen verdadera una proposición jurídica. La conexión entre derecho y moral permanece
presente en Justice for Hedgehogs, capítulo XIX.
" La teoría del derecho de DWORKIN adopta la «perspectiva del caso concreto», pues se presenta
como una teoría que parte del modo como los jueces deciden y aplican el derecho a problemas parti-
culares. Este enfoque conduce a DWORKIN a la adopción de un punto de vista interno o comprometido
frente al análisis del concepto mismo de derecho, véase LIFANTE (1999: 253 y ss.).
93 Cfr. DWORKIN (2006a: 140-141 [1601).
86 LEOPOLDO GAMA
94 Esta es una de las ideas centrales que DwonieN desarrolla en 2006a: cap. VI.
Véanse, sobre este punto, EILIFCHINSON y WAKEFIELD (1982).
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 87
96
Véanse REDONDO (1999: 11-12); MORESO y VILAJOSANA (2004: 109 y ss.).
88 LEOPOLDO GAMA
cómo debe ser el derecho para aquel que formula el enunciado en cuestión.
En este caso, las proposiciones jurídicas vendrían a ser juicios valorativos a
acerca de cómo debería ser el derecho.
3) La tercera concepción defendería que los enunciados controvertidos
de ese tipo hacen referencia a un derecho natural u objetivo cuyas prescrip-
ciones pueden corroborarse recurriendo a una verdad moral y no a decisiones
históricas determinadas.
Frente a esas teorías, DWORKIN propone una cuarta concepción según la
cual las proposiciones jurídicas no son meramente descriptivas ni tampoco va-
lorativas. Las proposiciones jurídicas son interpretativas, y se ubicarían, por
decirlo de algún modo, a mitad de camino entre las descriptivas y las valora-
tivas; es decir, combinando «elementos» tanto descriptivos como evaluativos.
DWORKIN, sin embargo, no aclara exactamente en qué sentido las proposicio-
nes interpretativas son descriptivas y valorativas. Aun así, me parece que para
entender a fondo la naturaleza mixta de estas proposiciones interpretativas
debemos tomar en cuenta algunas ideas adicionales 97.
En primer lugar, DWORKIN advierte que debemos abandonar la idea de que
el objeto de la interpretación es determinar lo que los legisladores intentaron
decir cuando sancionaron la ley. Esto es, dejar atrás la concepción según la
cual el intérprete debe «descubrir» de un modo u otro lo que los autores de una
ley quisieron decir cuando usaron las palabras que emplearon.
En segundo lugar, el contexto interpretativo al cual les resultaría útil acer-
carse, tanto a jueces como abogados, es el de la interpretación literaria. A
DWORKIN no le interesa, sin embargo, todo tipo de interpretación literaria po-
sible, en especial, no está interesado en la interpretación literaria en el sentido
en que se intenta descubrir el sentido en que debe entenderse una particular
palabra o frase escrita por el autor de un texto. Más bien, le interesa comparar
la interpretación jurídica con la literaria en la cual se ofrecen argumentos que
suministran interpretaciones (de ahí que se les suela llamar «argumentos inter-
pretativos») acerca del significado de una obra literaria considerada como un
todo98. En concreto, la práctica jurídica interpretativa vendría a ser semejante
a la escritura de lo que se conoce como «novela en cadena» (chain novel). En-
tender e interpretar el derecho es semejante a participar en la redacción de una
obra que se redacta sucesivamente por distintos autores a lo largo del tiempo
con el encargo de crear un todo coherente.
97 De hecho, no solo los conceptos jurídicos son de naturaleza interpretativa. DWORKIN (2006a: 150
[168]) afirma que los conceptos políticos como los de «libertad», «igualdad» o «democracia», y, en
general, los conceptos de las ciencias sociales, «actúan en el razonamiento ordinario como conceptos
interpretativos de valor. Su sentido descriptivo es controvertido y la controversia versa sobre qué asig-
nación de un sentido descriptivo captura mejor ese valor. El significado descriptivo no puede desgajarse
de la fuerza evaluativa porque el primero depende de la segunda».
98 Véase DwoRIGN (1985: 146 y ss. [191 y ss.]).
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 89
empresa colectiva de esta clase, es requerida por un valor que DWORKIN deno-
mina «integridad» y que será abordado a continuación.
100 La palabra «integridad», observa GUEST (2005) aunque poco común para el léxico de los juris-
tas designa una exigencia del derecho que, en el fondo, no les debe resultar poco familiar ya que hace
referencia a conceptos ya conocidos como «consistencia del derecho», «certeza del derecho» o «justicia
del derecho». Esas ideas exigen que el derecho sea un producto «racional». De acuerdo con PÉREZ BER-
MEJO (2006: 135) el término integridad posee en la teoría de DWORIUN dos aspectos distintos, aunque
relacionados entre sí. El primer aspecto asocia la idea de integridad con la de totalidad. El segundo, más
propiamente moral, vincula la idea de integridad con la de coherencia. De tal forma, DWORKIN vendría
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIYISTA 91
tra habilidad más general de tratar a los otros con respeto», DWORKIN (1986: 166). Ideas que coinciden
sustancialmente la idea rawlsiana del autorespeto (self-respect), esto es, la firme convicción de que los
individuos son agentes capaces de elaborar su propia concepción del bien y de la justicia, cfr. RAWLS
(1996: 355) y RAWLS (1999: § 67).
102 Cfr. DWORKIN (1986: 2 [102]).
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 93
105 Por «originalismo» puede entenderse en general una corriente que otorga un lugar especial
al periodo constituyente al momento de interpretar la Constitución. Apela básicamente a una relación
estrecha entre la interpretación constitucional y la comprensión que tenían del texto sus redactores
originales, LORA (1988), asimismo, y en el contexto de la polémica DWORKIN-BORK, véase BELTRÁN
(1985). Discute las premisas centrales del originalismo en franco debate con ELY el trabajo de BERGUER
(1979: 277-288).
oe Richard Nixon se había propuesto desde el inicio de su gobierno nombrar a jueces que él cali-
ficaba como strict constructionists y que fueran capaces de hacer valer una ideología conservadora en
la Suprema Corte. Su objetivo era que el alto tribunal volviera a situarse en el rumbo correcto después
de que se hubiese desviado con decisiones que, a su juicio, claramente se oponían al texto tal y como
había sido entendido por los padres de la Constitución. Nixon intentaba en especial que se revirtiesen
algunas decisiones destacadas que habían sido pronunciadas durante la época más activista de la Su-
prema Corte de Justicia de ese país, como por ejemplo Roe v. Board of Education 347 US. 483 (1954),
un caso sobre la segregación racial; Griswold v. Connecticut, 381 U.S. 479 (1965) y Roe v. Wade, 410
U.S. 113 (1973), casos judiciales paradigmáticos del derecho a la privacidad, véase el comentario de
DWORKIN (1977: 131 [2091).
1" Estos artículos fueron publicados en la New York Review of Books el 13 de agosto de 1987 y el
17 de diciembre de 1987, publicados en los capítulos 12 y 13 de DWORKIN (1998). El embate de DWOR-
KIN contra el originalismo, en la versión extrema de BORK (1971) surge con motivo de la nominación de
este último por el expresidente Ronald Reagan para ocupar una vacante en la Suprema Corte de Justicia
de los Estados Unidos en el año 1987.
'°< En DWORKIN (2006a: 123 [1431) traza una distinción entre «intenciones semánticas», esto es,
aquello que los framers querían decir al establecer las cláusulas que sancionaron y las «intenciones po-
líticas» de los redactores de la constitución, es decir, «sus expectativas acerca del modo en que deberían
aplicarse esas cláusulas que establecieron, esto es las consecuencias que esperaban que se desprendie-
ran de lo que dijeron». En su opinión, debemos prestar atención a las intenciones semánticas, ya que
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 95
son las que nos permiten fijar «lo que dice el documento que redactaron» pero no debemos inferir que la
fidelidad al texto requiere aplicarlo conforme a sus deseos o expectativas acerca de cómo se aplicarían
esas cláusulas. Intentar describir esa intención originaria no equivale a «descubrir» o demostrar una
proposición acerca de lo que los framers intentaron decir.
109 Cfr. DWORK1N (2006a: 127-128 [138]).
110 «Los redactores [de la Constitución]» —afirma DWORKIN (2006a: 122 [140])— «eran pru-
dentes estadistas que sabían cómo utilizar el lenguaje que manejaban. Presumiblemente querían decir
lo que la gente suele querer decir cuando usa las palabras que ellos usaron: usaron lenguaje abstracto
porque querían sentar principios abstractos. Hicieron una constitución a partir de principios morales
abstractos, no de encriptadas referencias a sus propias opiniones (o las de sus coetáneos) sobre la mejor
forma de aplicar tales principios».
96 LEOPOLDO GAMA
111 El referido art. 10 de la Constitución española establece: «La dignidad de la persona, los de-
rechos inviolables que le son inherentes [...] son fundamento del orden político y de la paz social». El
art. 6 de la Constitución mexicana establece: «La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna
inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de tercero,
provoque algún delito o perturbe el orden público». Por su parte, la primera enmienda a la Constitución
estadounidense establece que: «El Congreso no expedirá ley alguna con respecto a la adopción de una
religión o para prohibir la libertad de culto; o para coartar la libertad de expresión o de prensa, o el
derecho del pueblo para reunirse pacíficamente, y para solicitar al gobierno la reparación de agravios».
112 Para una crítica aguda a esta tesis véase COMAN DUCCI (2002b: 105).
Cfr. DWORKIN (1996: 2 [102]).
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 97
quisieron decir cuando usaron las palabras en las que está redactada esa cláu-
sula» (DwoRmN, 1996: 9 [108]), lo que es muy distinto que preguntarse, como
hacen los originalistas, cuáles fueron sus intenciones al decir lo que de hecho
dijeron 114.
Para ello, debe considerarse que los framers poseían claras perspectivas
acerca de las consecuencias de la decimocuarta enmienda (como sería acabar
con las prácticas del tipo «separados pero iguales» en los lugares de trabajo,
en los hospitales, en el uso del transporte público o incluso la prohibición
en algunos Estados de ese país del matrimonio o de las relaciones sexuales
entre blancos y negros). No obstante, los constituyentes no tenían la inten-
ción de terminar con la segregación escolar (que de hecho continuó practi-
cándose hasta que fue declarada inconstitucional en el caso Brown v. Board
of Education) 115 Según el modelo sustantivista, lo que aquellos quisieron
sancionar fue la exigencia de una «igual protección de las leyes» entendida
«como un principio muy general y no como una concreta aplicación de este»
(DwoRKIN, 1996: 9 [109]) 116.
En segundo lugar, debemos tener en cuenta que el principio general que
los constituyentes establecieron puede admitir distintas formulaciones según
su grado de abstracción. Y para resolver qué formulación de un principio con-
creto puede ser atribuida a los autores de la constitución resulta necesario
acudir a la historia. En este sentido, señala DWORKIN (1996: 9-10 [109]), «la
interpretación constitucional debe tener en cuenta prácticas jurídicas y políti-
cas pasadas tanto como lo que los redactores mismos quisieron decir, y ha sido
demostrado ahora mediante precedentes que el principio político incorporado
en la Decimocuarta Enmienda» no es un principio débil «sino algo mucho más
fuerte» y que vendría a identificarse precisamente con «el principio según el
cual el gobierno debe tratar a cada uno con un estatus igual y con igual consi-
deración y respeto».
114 La lectura moral «insiste en que la Constitución significa lo que los constituyentes quisieron
decir. El originalismo insiste en que la Constitución significa lo que los constituyentes esperaban que su
texto dijera» [«what they expected their language to do»], DWORKIN (1996: 13 [113]).
115 347 U.S. 483 (1954). Para una breve reconstrucción del caso véase el capítulo III, 5.3.2.
116 Frente a la pregunta de por qué los constituyentes mismos no consideraron que la discrimina-
ción racial escolar podía ser invalidad por la decimocuarta enmienda, DWORKIN respondería que inter-
pretaron y entendieron incorrectamente el principio que ellos mismos pusieron en vigor.
98 LEOPOLDO GAMA
Está construido sobre la base de una teoría moral basada en derechos que
exige sujetar el poder democrático a los mecanismos del constitucionalismo.
EL CONSTITUCIONALISMO SUSTANTIVISTA 101
"7 T. QuusTIANo (2003) denomina este punto de vista instrumentalista como «teorías de los
mejores resultados».
102 LEOPOLDO GAMA
1. INTRODUCCIÓN
1 Podría decirse que, en el fondo, se trata de una forma alternativa de constitucionalismo que
depende de una visión democrática de las constituciones, enfocada más en el empoderamiento de los
cuerpos deliberativos que en los limites al poder (WALDRON, 2016: 43). Salvando las diferencias rele-
104 LEOPOLDO GAMA
vantes, en la misma línea se situarían por ejemplo el constitucionalismo de KRAMER (2004), MICHEL-
MAN (1999), TUSIENET (1999) y BELLAMY (2007).
2 GARGARELLA y MARTE (2005: XVI) señalan atinadamente que la perspectiva del desacuerdo
adoptada como punto de partida de la reflexión de WALDRON, lo sitúa «en sintonía con las corrientes
filosófico-políticas que durante los últimos quince años han cuestionado la tendencia homogeneizadora
del liberalismo contemporáneo», corrientes tales como el comunitarismo, el feminismo y filosofías de
corte posmoderno. Se trata, entonces, de un acercamiento al problema de la política que reivindica un
punto de partida eminentemente hobbesiano, es decir, el punto de vista del conflicto o el desacuerdo.
Una perspectiva que puede, perfectamente, ser resumida en la siguiente interrogante: «¿Cómo puede la
cooperación, que está basada en la desconfianza, surgir de la desconfianza en la cual los seres humanos
parecen estar irremediablemente encerrados?», MARGALTT (2002: 532).
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 105
Es por esa razón que una clave importante para la comprensión del proce-
dimentalismo se encuentra en su énfasis en los parlamentos y en la considera-
ción de que la legislación es un producto racional que posee una «dignidad»
especial: las leyes democráticas son aprobadas por un órgano compuesto por
varios individuos que representan «los principales desacuerdos sobre la jus-
ticia existentes en la sociedad [...] dichas leyes pretenden tener autoridad en
nombre de todos los ciudadanos, y no solo en nombre del grupo o la mayoría
que votó en su favor» (WALDRON, 1999a: 10 [18]).
En el presente capítulo se dan a conocer los ingredientes principales del
modelo procedimentalista y se ofrece una reconstrucción unitaria de su anato-
mía teórica conforme al siguiente orden:
1) El punto clave del modelo waldroniano se encuentra en la tesis de las
circunstancias de la política: la existencia de desacuerdos sustantivos profun-
dos en la sociedad y la necesidad de tomar decisiones vinculantes a pesar de
ello. Admitir este factor y asumirlo como un elemento central que condiciona
el acercamiento al problema de la legitimidad política acarrea consecuencias
de suma trascendencia para el diseño institucional.
2) La pregunta sobre quién debe resolver las discrepancias con carác-
ter autoritativo llevará al constitucionalismo procedimentalista a articular
una teoría sobre la legitimidad de las decisiones mayoritarias. Se mostrará
que WALDRON se apoya en la llamada «tesis de la justificación normal» de
J. RAz para demostrar que los parlamentos, por su estructura, composición
y práctica, satisfacen las condiciones que proveen legitimidad a sus deci-
siones. Adicionalmente, este modelo descansa en una concepción liberal de
los individuos como seres autónomos, responsables y capaces para la toma
de decisiones acerca de sus derechos. Este rasgo hace forzoso que todas las
personas participen en pie de igualdad en la toma de decisiones jurídico-
políticas.
3) El procedimentalismo rechaza los mecanismos del constitucionalis-
mo fuerte. Se opone al atrincheramiento de los derechos en cartas rígidas.
Esa práctica, apoyada por el constitucionalismo sustantivista, revela en el
fondo una desconfianza hacia los ciudadanos y sus capacidades para auto-
gobernarse.
4) La última parte de este capítulo se concentra en la crítica waldroniana
al control judicial de las leyes. El procedimentalismo considera que la jus-
ticia constitucional es una institución ilegítima como esquema para la toma
de decisiones en una sociedad inmersa en las circunstancias de la política.
En especial es un modo de decisión incompatible con una sociedad libre y
democrática. Impide que los ciudadanos participen en pie de igualdad en las
decisiones sobre cuestiones sustantivas.
106 LEOPOLDO GAMA
2. DESACUERDOS SUSTANTIVOS
3 RAWLS, desarrolló esa idea partiendo de HUME (A Treatise of Human Nature, bk. III, pt.
sec. II y An Enquiry Concerning The Principies of Morals, pt. I, sec. III), y también de lo que HAAT
(1961) llamó el contenido mínimo del derecho natural, esto es, ciertos rasgos del mundo y de la natu-
raleza humana (vulnerabilidad; igualdad aproximada; altruismo ilimitado; recursos limitados y com-
prensión y fuerza de voluntad limitadas) que motivan la necesidad del establecimiento de cierto tipo de
reglas con un cierto contenido.
4 Para profundizar sobre los desacuerdos y su impacto para la moral y el derecho véanse BESSON
(2005) y ESTLUND (2000).
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 107
En otro lugar afirma: «La diversidad de doctrinas comprehensivas, religiosas, filosóficas y mora-
les que encontramos en las modernas sociedades democráticas [...] es un rasgo permanente de la cultura
pública de la democracia», RAWLS (1993b: 246).
6 Afirmar que una sociedad está bien ordenada quiere decir que «todos aceptan, y saben que todos
los demás aceptan, los mismos principios de justicia», RAWLS (1999: 4 [18]).
«La idea del desacuerdo razonable entraña una descripción de las fuentes, o causas, del des-
acuerdo entre personas razonables así definidas. Me refiero a esas fuentes cuando hablo de cargas del
juicio [...] las fuentes del desacuerdo razonable —las cargas del juicio— entre personas razonables
108 LEOPOLDO GAMA
son los varios elementos aleatorios implicados en el ejercicio adecuado (y consciente) de nuestras
facultades de razón y juicio en el curso ordinario de la vida política», RAWLS (1993a: 55 [86]). Y más
adelante señala: «Nuestros puntos de vista individuales y asociativos, nuestras afinidades intelectuales y
nuestros vínculos afectivos son demasiado diferentes, sobre todo en una sociedad libre, como para que
esas doctrinas sirvan de base para un acuerdo político razonado y duradero. Distintas concepciones del
mundo pueden estar razonablemente elaboradas desde perspectivas distintas, y la diversidad surge en
parte de la variedad de nuestras perspectivas. Es irrealista —o peor aún, provoca suspicacia y hostilidad
mutuas— en el supuesto de que todas nuestras diferencias están arraigadas en la ignorancia y en la
perversión, si no en rivalidades de poder, estatus o ventaja económica» (1993a: 58 [89]).
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 109
WALDRON (1999a: 152 [181], n. 4) lo formula así: «Para todos los ámbitos de disputa X, la
existencia de cargas del juicio en X —> la falta de razón pública en X». De lo que se sigue: «Para todos
los ámbitos de disputa X, la existencia de la razón pública en X —> la ausencia de las cargas del juicio
en X». Basándose de igual modo en las cargas del juicio, F. MICHELMAN (2000: 71) señala la inevitable
presencia de lo que denomina pluralismo interpretativo razonable: «Afirmar este hecho es declarar
imposible una demostración públicamente razonada de la verdad acerca de qué es aquello sobre lo cual
todos tenemos una razón para estar de acuerdo en lo que respecta al atrincheramiento de los derechos
humanos y la interpretación».
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 111
9 «Ciertamente, puedo pensar sobre la política sin dejar de ser partidario de una concepción de la
justicia en particular que compita de modo inflexible con sus rivales en la arena política. Pero no puedo
hacerlo si mi reflexión transita completamente a la sombra de mis convicciones sustantivas. Para que
pueda reflexionar sobre la política deben existir límites al "espacio lógico" que ocupan mis opiniones
sustantivas, y debo estar dispuesto, al menos parte del tiempo, a considerar mis propias convicciones
inflexibles sobre la justicia solo como un conjunto entre otros de convicciones», WALDRON (1999a: 160
[190]).
112 LEOPOLDO GAMA
10 De ahí que cobre sentido la cita de HOBBES usada al principio de Law and Disagreement: para
WALDRON la exigencia de que una concepción de los derechos —o una teoría de la justicia— como
la de DWORIUN o RAWLS se imponga frente a otras como cartas de triunfo es, como afirmó HOBBES
(2002: cap. V, 68), «tan intolerable en la sociedad de los hombres como en los juegos de naipes sería,
tras determinarse el triunfo, utilizar corno tal en toda ocasión el palo del cual se tienen más cartas en
la mano».
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 113
" Partiendo de la existencia de desacuerdos en materia moral S. HAMPSHIRE (1993 y 2002) sostie-
ne en líneas similares a las de WALDRON, que el pluralismo moral genera desacuerdos sobre cuestiones
sustantivas, pero no sobre cuestiones procedimentales. Para una crítica a la relación pluralismo moral-
procedimentalismo-democracia véase COHEN (1993).
12 Como apuntan GARGARELLA y MARTÍ (2002), el procedimentalismo waldroniano se aleja de
la tradición liberal representada por el paradigma liberal-contractualista. El carácter central que posee
la idea del consenso dentro de la tradición liberal-contractualista es destacada claramente por RAWLS
(2007: 13) en el siguiente pasaje: «Un régimen legítimo es aquel cuyas instituciones políticas y sociales
son justificables a todos los ciudadanos [...1. Este requisito de una justificación a la razón de todo ciu-
dadano conecta con la tradición del contrato social y la idea que un orden político legítimo descansa en
el consentimiento unánime».
114 LEOPOLDO GAMA
13 A este respecto WALDRON (1999a: 254 [302]) apunta que «en mitad del desacuerdo moral no
disponemos de ninguna epistemología moral no controvertida. La mayoría de las teorías del cono-
cimiento moral (y, por tanto, también la mayoría de las teorías del conocimiento experto moral y de
la patología epistémica en el razonamiento moral) están asociadas directamente con un determinado
conjunto de tesis morales sustantivas: el naturalismo con el utilitarismo, el intuicionismo con la teoría
deontológica, la epistemología feminista con determinadas reivindicaciones de igualdad, etc. Incluso
entre epistemólogos profesionales no hay ningún tipo de consenso acerca de las sendas que conducen
a la verdad moral y que serían necesarias para una defensa que no incurra en petición de principio de
procedimientos políticos para aquellos que discrepan, fundamentalmente, acerca de qué reclamos mo-
rales son verdaderos y cuáles no».
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JOLI (1999: 952, n. 14). En otro trabajo, FERRAJOLI identifica su postura con un no-cognoscitivismo
ético, véase FERRAJOLI (2011: 34). ATTENZA ha criticado acertadamente la imposibilidad de un constitu-
cionalismo no-cognocitivista como el del autor italiano, véase ATIENZA (2008). Para un análisis de las
posiciones de estos autores véase MORALES (2013).
16 BARBER (1974: 120 y 122).
17 WALDRON (1999: 102 [124], n. 42 y 244 [291], n. 33).
118 LEOPOLDO GAMA
Los filósofos del derecho, apunta WALDRON, han manifestado cierta suspi-
cacia hacia la legislación, las estructuras y el funcionamiento del parlamento
y hacia el proceso democrático como un método racional y respetable para
gobernarnos. Positivistas jurídicos como HART, señala WALDRON, se han inte-
resado en el parlamento y la ley como fuente de derecho sin prestar atención a
su estructura, composición y sus implicaciones teóricas concretas. Lo mismo
puede decirse en el caso de RAz. Para este autor, la existencia de instituciones
creadoras de derecho no es un rasgo necesario de los sistemas jurídicos sino,
más bien, la existencia de instituciones que aplican el derecho, como los tri-
bunales 24.
No se trata únicamente de que la legislación, los parlamentos y los le-
gisladores posean una mala reputación que contribuya a suscitar dudas res-
pecto a la ley como fuente respetable de derecho. Se percibe al parlamento
como un escenario en donde prevalece la mera negociación, un terreno apto
para el florecimiento de las pasiones autointeresadas de grupos de poder, en
donde la voluntad popular no encarna otra cosa más que la irracionalidad o
la irresponsabilidad. Siendo así las cosas, un cuerpo legislativo gobernado
por intereses de grupo y sujeto al control de una mayoría no constituye un
guardián apropiado o digno para tomar decisiones sobre cuestiones tan se-
" De hecho, el propio SCARPELLT afirmaba que si bien es cierto que el positivismo encuentra su
fundamento «más profundo» en una filosofía moral relativista, una moral absoluta podría ser compa-
tible con él.
" Remítase el lector al capítulo IV, en particular nota 56 y texto que le acompaña.
24 Véase RAz (1979: 105).
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDEMENTALISTA 121
rias como las que están relacionadas con los derechos fundamentales. Estas
imágenes de la política democrática debilitan la fuerza de la objeción con-
tramayoritaria a la justicia constitucional y deslegitiman a la legislación a
como una fuente respetable de derecho pero, sobre todo, contribuyen a darle
credibilidad al control judicial de constitucionalidad de las leyes y a amino-
rar nuestra «vergüenza» acerca de la dificultad contramayoritaria que suele
atribuírsele 25.
Además, existe un escaso interés por parte de la literatura contemporánea
en desarrollar una teoría nounativa de la legislación que nos pueda servir como
punto de anclaje para evaluar nuestras prácticas legislativas actuales. Por eso,
para el modelo de constitucionalismo procedimentalista es necesario oponer
a ese aparente «descuido», una comprensión un poco más rica y detallada de
la política parlamentaria y de su producto, las leyes. Una vez que se piensa
en la política democrática tal y como este modelo sugiere, parece que nuestra
visión de los derechos, del control judicial y de la democracia misma cobra un
nuevo sentido. Frente al perfil negativo de la legislación, se opone una imagen
«favorable» de los parlamentos y de los procedimientos legislativos' que sea
coincidente con la imagen benévola de los tribunales constitucionales tan di-
fundida hoy en día. Se invita a pensar en los parlamentos como instrumentos
dignos para el gobierno, y en legislación como fuente respetable de derecho:
las asambleas democráticas son foros cuyo número, diversidad ideológica y
carácter deliberativo representa a la comunidad política considerada en su to-
talidad. Un cuerpo capaz de gobernar en nombre de todos mediante leyes que
tienen como función respetar las inevitables diferencias de opinión sobre las
cuestiones de justicia que nos dividen 27.
Llama sin duda la atención que en The Dignity of Legislation WALDRON se
allegue de las contribuciones de KANT, LocKE y ARISTÓTELES para fundamen-
tar su defensa del parlamento, autores que, no está de más mencionar, no sue-
len considerarse teóricos de la legislación y en los que usualmente encuentran
inspiración los defensores del constitucionalismo sustantivista para apoyar los
límites a la democracia. En concreto, WALDRON recurre a KANT para explorar
los desacuerdos morales bajo las circunstancias de la política; se apoya en
Locs no para señalar los límites a la mayoría, sino para defender la idea de
que el mejor gobierno es aquel que se sitúa en un cuerpo colectivo que no debe
estar restringido. Se funda en las ideas de ARISTÓTELES para defender la tesis
de la sabiduría de la multitud.
3° El «riesgo de las mayorías» había sido señalado por MADISON en El Federalista, núm. LVIII
[A. HAMILTON, J. MADISON et al. (2000)]. En el mismo sentido se pronunciaba J. S. MILI, (1861: 120-
121): «Una asamblea numerosa es tan poco apta para legislar como para administrar [...1. Es esta una
razón suficiente, si es que no hubiera otra, por las que las leyes solo pueden estar bien cuando han sido
hechas por un comité de pocas personas. Una razón no menos concluyente es que toda provisión inclui-
da en una ley requiere ser compuesta con la más exacta y amplia visión de lo que serán sus consecuen-
cias en las otras provisiones; y la ley, una vez hecha, debería poder acoplarse de modo consistente con
las leyes que ya existían previamente. Es imposible que estas condiciones se cumplan en grado alguno
cuando las leyes son votadas cláusula por cláusula, en una asamblea integrada por miembros dispares».
124 LEOPOLDO GAMA
es sin duda importante ya que «la legislación basa su autoridad última como
derecho en que es el producto de, o en que su creación ha sido autorizada
por, una amplia asamblea popular» (WALDRON, 1999a: 49 [62]). Entonces, es
determinante para el carácter autoritativo de la legislación exigir deliberación
previa y aprobación por una asamblea lo suficientemente amplia a fin de que
sus destinatarios reconozcan cierto estándar de conducta como derecho. Esa
es, pues, la apuesta del constitucionalismo procedimentalista para dar funda-
mento a la autoridad de la ley.
31 WALDRON (1999a: 70 [861) afirma que «en la teoría jurídica contemporánea del discurso existe
la tentación constante de tomar como ideal de procedimiento implícito el modelo de una charla informal
e íntima entre amigos [...J. Estamos tan inmersos en los modelos derivados de la conversación ordinaria
que tendemos a olvidar las formalidades necesarias para la discusión política en una sociedad populosa
y diversa. Es cierto que una conversación informal entre amigos posee rasgos atractivos de igualdad,
franqueza y respeto mutuo. Pero también suele basarse en la idea de que los participantes comparten
opiniones implícitas y que su interacción se orienta hacia la prevención del desacuerdo adversarial
[adversarial disagreement] y la consecución del consenso. Y estos son, creo, objetivos engañosos, por
lo menos en lo que hace a nuestros modelos de deliberación política».
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 125
entender la deliberación política bajo «la idea de que los participantes com-
parten opiniones implícitas y que su interacción se orienta hacia la prevención
del desacuerdo adversarial y la consecución del consenso». En cambio, es más
acertado observar la política democrática bajo otra lógica. La deliberación
parlamentaria envuelve posturas antagónicas, posiblemente irreconciliables,
que son representativas de los diversos desacuerdos y puntos de vista en con-
flicto existentes en la sociedad. Así pues, como las decisiones democráticas
son adoptadas en el contexto de graves desacuerdos, no poseen la pretensión
de imponerse como conclusiones definitivas.
dificultad, aunque es cierta. Pues los muchos, cada uno de los cuales es en sí
un hombre mediocre, pueden sin embargo, al reunirse, ser mejores que aque-
llos; no individualmente, sino en conjunto [...] pues, al ser muchos, cada uno
aporta una parte de virtud y de prudencia y, al juntarse, la masa se convierte
en un solo hombre de muchos pies, de muchas manos y con muchos sentidos;
y lo mismo ocurre con los caracteres y la inteligencia (ARISTÓTELES, 1998,
Libro III, cap. XI, 1281b)32.
32 En otro lugar, WALDRON (1995) sostiene que la tesis de la sabiduría de la multitud es central
para entender el modo como ARISTÓTELES concebía la política en general.
33 Así
lo concibe WALDRON (2016: cap. VI).
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 127
senso razonado un ideal a perseguir—, sino las versiones deliberativas que ven
en el consenso un ingrediente que condiciona dicha legitimidad". En efecto,
este modo de ver las cosas es equivocado, según el modelo, ya que vendría a
suponer que la persistencia de desacuerdos es un indicador «de la incomple-
titud o del carácter políticamente insatisfactorio de la deliberación», o bien,
una muestra de que «algo debe estar mal en la política de la deliberación si
la razón fracasa» WALDRON (1999a: 91-92 [112]). A la luz de estos modelos
exigentes de democracia deliberativa, continúa, la necesidad de recurrir a una
eventual votación no puede percibirse de otro modo que como un fracaso en
la deliberación.
Cabe mencionar que la propuesta deliberativa del modelo procedimen-
talista, contra la que el procedimentalismo dirige su crítica, es la elaborada
por D. GAUTHIER (1993). Para este autor el procedimiento deliberativo es «un
intercambio razonado, en el que todos buscan una respuesta sobre la que todos
deben estar de acuerdo». Desde ese punto de vista «el resultado de la política
deliberativa es constitutivo de la justicia entre los individuos».
34 Véase capítulo III, 2.2, en donde NINO atribuye esta versión de la democracia deliberativa a
HABERMAS.
35 Cabe apuntar que modelos deliberativos como el de NINO rechazan la democracia pluralista,
véase al respecto capítulo III, 4.1. Además, la oposición entre el ideal deliberativo y la democracia
pluralista es clara en algunos modelos deliberativos en tanto que se entiende que el primero está basa-
do en el principio de la argumentación mientras que la segunda en el de la negociación, véase MARTE
(2006: 41 y ss., y 68-70).
36
También se desarrolla en WALDRON (1999c). Como ejemplo de modelo deliberativo que incor-
pora los desacuerdos puede mencionarse el elaborado por A. GUTMAN y D. THOMPSON (1999), quienes
sostienen, a partir de un modelo deliberativo de democracia, la inevitabilidad de los desacuerdos delibe-
rativos. En el capítulo IV se desarrollará un modelo deliberativo equilibrado sensible a los desacuerdos.
128 LEOPOLDO GAMA
Como la desarrollada por COHEN (1986; 1989), CHRISTIAN° (1996), ESTLUND (1993a; 1993b;
1997), GAUS (1996; 1997), GUTMANN y THOMPSON (1996) y LAFONT (2006). En castellano han defen-
dido la justificación epistémica de la democracia deliberativa, además de NINO (1988; 1997), MARTÍ
(2006) y LINARES (2017).
38 Véase PERELMAN (1979: 135-138).
39 Como señala RÓDENAS (1996: 165), la tesis de la justificación normal se refuerza con la llama-
da «tesis de la dependencia». Se trata de una concepción normativa sobre el modo como la autoridad
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 129
debe ejercer su poder. De acuerdo con RAZ (1986: 46), la tesis de la dependencia afirma que «todas
las directivas de la autoridad deben estar basadas en razones que ya se aplican independientemente a los
destinatarios de las mismas y que son relevantes para su acción en las circunstancias cubiertas por la
directiva». Tanto la tesis de la dependencia como la tesis de la justificación normal constituyen lo que
RAZ denomina «concepción de la autoridad como servicio». En palabras de RóDENAS (1996: 166), «tal
concepción establece que el papel y función normal y primaria de la autoridad es servir a los sometidos
a la misma ayudándoles a actuar sobre la base de razones que les son aplicables».
4° Esta tesis encaja con el teorema de CONDORCET: si suponemos que la competencia de un indivi-
duo / sobre la materia Mes mayor a 0,5, entonces la probabilidad de obtener respuestas correctas sobre
M aumenta siguiendo un procedimiento que emplee la regla de la mayoría. Esa probabilidad aumenta
en tanto el número de individuos que la componen sea mayor, no obstante, esa probabilidad decrece
si el número de individuos que componen el grupo es excesivamente amplio. Para una reconstrucción
del teorema de Condorcet y su relación con las concepciones epistémicas de la democracia, véase
MARTE (2006: 185-193). Como se había mencionado, algunos autores como ESTLLND han observado la
posibilidad de conciliar el argumento defendido por el modelo procedimentalista con las concepciones
deliberativas (aunque no epistémicas) de la democracia, véase EsuuND (2000).
130 LEOPOLDO GAMA
41 Lo quiere decir que, para el modelo procedimentalista las leyes que son el resultado de un
procedimiento mayoritario representan —y tienen la pretensión de representar—, el punto de vista que
obtuvo el mayor número de votos y no, el punto de vista correcto, como apunta STONE (2002: 483)
42 WALDRON se adscribe así a la posición que sostuvieran autores como SEN (1979) y MAY (1952)
sobre el valor del método de decisión mayoritario.
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 131
la equidad puede determinar no solo que respetemos los estándares que este establece, sino también
los aspectos más formales del modo en que se han podido establecer dichos estándares y, por tanto,
que los respetemos bajo los auspicios de dicha formalidad (basada en el texto)», WALDRON (1999a:
86 [1051).
132 LEOPOLDO GAMA
El primer paso dado por WALDRON para mostrar la falta de una rela-
ción necesaria entre una teoría moral fundada en derechos y los mecanismos
del constitucionalismo, parte de algunas evaluaciones críticas respecto a lo
que podría llamarse la «estructura» de una rights based theory. Siguiendo
a DWORKIN, se puede decir que toda teoría moral (sea utilitarista o no) está
articulada a partir de un conjunto de proposiciones básicas, primitivas o
«constitutivas» que sirven de respaldo a otras proposiciones menos básicas
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 135
55 En contra de esta tesis, y basándose en la clasificación elucidada por HOHFELD, véase FABRÉ
(2000a) quien defiende la idea de que el atrincheramiento constitucional de un derecho moral es exigi-
ble a partir de una teoría moral basada en derechos. A juicio de FABRÉ, Si X es un derecho moral, enton-
ces es exigible que X sea atrincherado y defendido a través del control judicial de constitucionalidad.
138 LEOPOLDO GAMA
cho sea reconocido puede ser una tarea no solo ardua sino dilatada. Pero,
fundamentalmente, ¿hay razones de principio para oponerse a una eventual
constitucionalización de ciertos derechos, por ejemplo, tal y como sucedió en
el Reino Unido con motivo de la incorporación de la Convención Europea de
Derechos Humanos? WALDRON piensa que sí, y apela al argumento de la «ri-
gidez verbal» para apoyar su rechazo a la constitucionalización de derechos:
Un derecho jurídico protegido en una carta de derechos encuentra tal pro-
tección bajo el auspicio de alguna forma lingüística canónica mediante la cual
se enuncian las disposiciones de dicha carta. Una lección que podemos ex-
traer de la experiencia constitucional de los Estados Unidos es que las palabras
utilizadas en cada disposición de la carta de derechos tienden a cobrar vida
por sí mismas, convirtiéndose en un obsesivo eslogan que sirve para expresar
cualquier cosa que uno quiera decir sobre el derecho en cuestión. Por ejemplo,
la doctrina [sobre] la Primera Enmienda en Estados Unidos está obsesionada,
hasta el punto del escolasticismo, con la cuestión de si algunas formas proble-
máticas de comportamiento que al Estado le interesa regular deben ser consi-
deradas una «forma de expresión» o no [...]. Con seguridad, esta no es la forma
adecuada de argumentar sobre los derechos (WALDRON, 1999a: 220 [262]).
56 Se refiere también a casos como el debate generado en ese país a mediados de los arios sesen-
ta, originado por la publicación en 1957 del Informe Wolfenden, con motivo de la legalización de las
prácticas homosexuales y de la prostitución, en el que participaron H. HART (1963) y L. DEVLIN (1959).
Un análisis de la disputa HART-DEVLIN se encuentra en MALEM (1988). A diferencia de aquel caso,
apunta WALDRON, la intervención de la Corte Suprema de los Estados Unidos en una discusión similar
(Bowers v. Hardwick) es una muestra del modo como un debate social puede quedar empobrecido
por la intervención de un tribunal. En ese sentido señala: «Si el debate que tiene de hecho lugar en la
sociedad y en el Parlamento estadounidenses es tan bueno como el de otros países, lo es a pesar del en-
cuadre de las cuestiones efectuado por la Corte Suprema, y no gracias a este», WALDRON (1999a: 290
[347]). El problema de fondo que presentan las cartas de derechos de acuerdo con el modelo es que
terminan por distraemos de las cuestiones morales que le subyacen centrándonos, en su lugar, en
problemas interpretativos. De ahí que añada «que el público requiera que el debate moral sea, por
encima de todo, un debate interpretativo para que pueda realizarse con alguna dignidad y sofisticación
es simplemente un mito». Para un argumento poderoso que puede dirigirse contra la tesis de WALDRON
y en favor de las cartas de derechos, así como de la abstracción en la formulación de los mismos y de
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 139
la rigidez constitucional, véase FERRERES (2001). G. PINO (2013: 103) denomina «minimalismo sobre
los derechos», a la postura que rechaza su formulación en cartas constitucionales. Se trata pues de un
modelo que aboga en el fondo por una «democracia sin derechos» en la feliz fórmula de A. PINTORE
(2000 y 2003: cap. 3).
" RAWLS (1993a: 310-324 [347-361]).
140 LEOPOLDO GAMA
dos cosas: a) por un lado, significa que poseen la capacidad para desarrollar
sus propias ideas acerca del valor de la vida buena, de elegir sus propios planes
de vida y conducirse conforme a ellos, y b) por el otro, que poseen también la
capacidad para articular los criterios conforme a los cuales deben organizarse
las instituciones políticas 58.
" Esa capacidad doble define lo que en términos rawlsianos se suelen denominar «poderes mora-
les» (moral powers) e integran los rasgos de la «personalidad moral» (moral personality), tomando en
cuenta la caracterización de FREEMAN (2007).
59 Para WALDRON (1987), cabe apuntar, ese es el fundamento de legitimidad propio de la tradición
liberal.
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 141
" WALDRON se refiere a un trabajo de 1829 titulado Advice to Young Men and Women. Advice to
a Citizen.
142 LEOPOLDO GAMA
interferencia. Ello es así pues los derechos no imponen una sola obligación
determinada sino que generan más bien «olas de obligaciones» 61.
En el procedimentalismo waldroniano el derecho de participación no pue-
de considerarse como un derecho negativo destinado a proteger a los indivi-
duos de toda interferencia por parte del Estado, como la libertad religiosa o
la libertad de conciencia. El derecho de participación, que se materializa a
través del voto ciudadano, es más parecido aun poder hohfeldiano, pues altera
el sistema de asignación de derechos y deberes si cierto número de personas
también lo ejerce en el mismo sentido. El derecho a la participación política
supone que su titular no es el único que participa en esa actividad. Se trata de
un derecho a participar en las decisiones públicas «en la misma medida en
que participan el resto de individuos» (WALDRON, 1999a: 236 [281]). Es un
derecho a tomar parte, en pie de igualdad, en la toma de decisiones y presu-
pone que su titular reconoce que «la suya no es la única voz en la sociedad, y
que dicha voz no debería contar más que la voz de cualquier otro portador de
derechos en el proceso político» 62.
La anterior definición nos permite ver que existe un ingrediente colectivo
en el derecho de participación política que es necesario considerar para su
correcta caracterización. Participar significa compartir, cooperar o contribuir
a la realización de una acción determinada, lo cual supone, sin duda, que aquel
que participa no es el único individuo que comparte, coopera o contribuye a
que dicha acción tenga efecto. Ahora bien, habría que distinguir dos sentidos
distintos de «gobierno participativo» de los cuales uno de ellos es defendido
por este modelo. En un sentido débil, un gobierno es participativo cuando está
organizado de un modo tal que coexisten un sistema popular con otro de tipo
no participativo, como, por ejemplo, al modo de la antigua república romana,
en donde convivía un órgano popular y uno aristocrático. Hay, no obstante,
un sentido fuerte del gobierno participativo que exige no solo que haya un
elemento popular en el diseño institucional sino que este debe ser decisivo o
determinante En un sentido fuerte, las ideas de compartir y participar en el
poder cobran un significado más profundo bajo esta perspectiva. Compartir
el poder significa
61 En sentido similar a la comparación que SHUE (1988: 69) traza entre el conjunto de obliga-
ciones generadas por un derecho y la serie de olas concéntricas causadas por una piedra arrojada a un
estanque. Véase también ARANGO (2006). Para WALDRON (1993b), un derecho determinado, como el de
no ser torturado, genera no una obligación sino una serie de obligaciones; por ejemplo, ese derecho no
establece únicamente la obligación de no torturar sino que, además, impone la obligación de educar a la
ciudadanía acerca del carácter indeseable de la tortura, la obligación de tomar medidas necesarias para
evitar situaciones en las cuales pueda existir el riesgo de que un individuo sea torturado, la obligación
de sancionar a aquellos que hayan torturado a un individuo, y así, sucesivamente.
62 Similar es la propuesta de LAPORTA (2007: 146):
«Todo agente autónomo [posee] un derecho
a participar, a "tener la palabra en los mecanismos de decisión" que controlan cómo se dibuja el marco
normativo en el que su autonomía personal ha de convivir con la de los demás. Tomar parte y que mi voz
sea oída en la elaboración de tales pautas es pues una exigencia de nuestro punto de partida».
144 LEOPOLDO GAMA
Esta circunstancia fue tenida en cuenta por B. CONSTANT (1989) para defender lo que él deno-
minó «libertad de los modernos» frente a la «libertad de los antiguos». Así afirmaba lo siguiente: «A
medida que aumenta la extensión de un país, disminuye la importancia política que le corresponde a
cada individuo [...1 como consecuencia de ello, "nosotros" —los modernos—, ya no podemos disfrutar
de la libertad de los antiguos, que consistía en la participación activa y continua en el poder colectivo».
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDEVfENTALISTA 145
65 WALDRON reconoce que podría percibirse circularidad en su argumento, esto es, que se ofrece el
principio de participación como criterio para resolver los desacuerdos sobre el problema de la autoridad
o lo que es lo mismo, que se propone un esquema mayoritario para solventar nuestros desacuerdos sobre
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 147
el método de decisión mayoritario. Pero a su juicio, esa circularidad es solo aparente. Regresaré sobre el
regreso al infinito que sugiere este argumento en el capítulo IV.
66 Ténganse en cuenta que para el procedimentalismo waldroniano «podemos reconocer la exis-
tencia de desacuerdos sobre cuestiones de derechos y [de] justicia, podemos incluso reconocer que tales
desacuerdos son insolubles a efectos políticos prácticos, sin apostar por la tesis metaética de que no hay
ninguna verdad en la cuestión por la que los participantes están enfrentados» (WALDRON, 1999: 244
[291]).
148 LEOPOLDO GAMA
que haga la autoridad designada, por ejemplo, los participantes en una demo-
cracia (WALDRON, 1999a: 244 [291]).
Lo anterior significa que atender el problema de la autoridad al modo del
constitucionalismo sustantivista, es insuficiente para disolver los desacuerdos y
hacer frente a las circunstancias de la política, pues la cuestión central que debe
responderse no es ¿cuál es la respuesta correcta? Sino, más bien, ¿qué respuesta
debe prevalecer? Por esa razón, cuando se pretende enfrentar el problema de las
circunstancias de la politica mediante la articulación de una teoría de los dere-
chos, lo que se consigue es reproducir el tipo de problemas que se quieren resol-
ver'. Así pues, el papel de una teoría de la autoridad exitosa será identificar, de
entre las varias concepciones que se tienen a la mano, cuál de ellas debe preva-
lecer con carácter vinculante para una comunidad de individuos que discrepan
sobre cuál es la respuesta correcta en lo relativo al significado y alcance de los
derechos. Lo importante de esto es definir un procedimiento de decisión que
pueda ser considerado legítimo por aquellos que discrepan, un procedimiento
que sea proclive a alcanzar la verdad acerca de los derechos, sea cual fuere.
El punto de vista adoptado por el constitucionalismo procedimentalista
permite diferenciar entre el problema relativo a cuál es la decisión correcta y
el que atañe a cuál es la decisión que debe estar investida de autoridad. Siendo
así, este modelo apunta a la importancia de diseñar una «teoría política com-
pleta» que incorpore una postura sobre la legitimidad de la autoridad y una
concepción de los derechos, pero que sea capaz de admitir la posibilidad de
que el sistema de decisión elegido arroje decisiones incorrectas desde el punto
de vista sustantivo. De tal forma, una posición determinada podría estimar
correcta la opción política A en lugar de B, dado que A se ajusta más a las
exigencias de su concepción de los derechos. Sin embargo, y a la luz de los
desacuerdos que puede generar la justicia de A o B, esa postura debe ser ca-
paz de enfrentar las discrepancias sustantivas y dar cabida a un procedimiento
de decisión que, eventualmente, llegue a establecer la opción política B (la
«incorrecta» desde su esquema sustantivo) con carácter autoritativo.
Lo anterior parecería obligarnos a aceptar una idea opuesta a lo que ordi-
nariamente se exige a todo procedimiento para la toma de decisiones: consi-
derar legítimo un método que puede arrojar resultados incorrectos 68. Esto es
inevitable como lo apuntó R. WOLLHEJM (1969) al hablar de la «paradoja en la
67 Por eso, en abierta oposición con el modelo sustantivista, el procedimentalismo sostendría que
cuando las personas discrepan sobre los derechos, no es adecuado proponer que prevalezca aquella
opinión que ofrezca la mejor concepción de los derechos, WALDRON (1993c).
68 Se trata de una cuestión fundamental que se encuentra en el centro de la teoría política y que
afecta al corazón del constitucionalismo sustantivista al no poder resolverla, dadas sus propias premi-
sas. Lo cierto es que, ante la posibilidad de que un procedimiento decisorio arroje decisiones incorrec-
tas, valdría la pena articular un modelo de legitimidad que o bien minimice la posibilidad de obtener
resultados no deseados o que maximice la posibilidad de obtener los resultados esperados. C. NINO,
desarrolla un modelo de legitimidad que acoge esa vía.
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 149
" WALDRON (1999a: 247-248 [295]) señala que la paradoja de WOLLHEIM no implica realmente
una contradicción: «Una persona que cree que A es la decisión correcta y que B es la decisión que de-
bería ser implementada está dando respuesta a dos preguntas distintas, aunque complementarias. Que
B deba ser implementado es su respuesta a la pregunta de "¿qué debemos hacer nosotros, dado que
discrepamos sobre la justicia de A y B?". Que A sea la decisión correcta es su propia contribución al
desacuerdo que originó dicha pregunta».
150 LEOPOLDO GAMA
7° Para un análisis de los casos citados, así como de la situación judicial previa y posterior al caso
Lochner véase STONE (1991).
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 151
5) Aquellos cuyos derechos están en juego son los que tienen el derecho
a participar en pie de igualdad en las decisiones que los afectarán, por tanto:
6) Es contrario a este esquema de decisión otorgar a una élite judicial
la autoridad final para decidir sobre las controversias que afectan a nuestros
derechos sobre la base de que sus decisiones serán probablemente conectas.
71 Para la réplica a FREEMAN, véase WALDRON (1994a), incluida en el capítulo XII de Law and
Disagreement. Asimismo WALDRON (1998c). Por otro lado, han criticado también las estrategias del
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 153
para este autor, una especie de salvaguarda que impide que los ciudadanos, en
el ejercicio de su derecho a la participación política, lleguen a modificar un
acuerdo inicial reflejado en una Constitución justa. A través de este precom-
promiso, además, los ciudadanos depositan en un cuerpo no representativo el
poder para revisar aquellas decisiones aprobadas por la mayoría cuando se
alejen de la razonabilidad constitucional. De este modo, los ciudadanos se po-
nen cadenas a sí mismos para respetar aquel gran acuerdo inicial. La judicial
review, desde esta perspectiva sustantivista, es un modo de proteger el estatus
de los ciudadanos como individuos libres e iguales".
precompromiso del tipo «Ulises» BAYóN (2004) y LAPORTA (2007). Por el contrario, a favor de esa
idea parecen estar de acuerdo MORESO (1998 y 2000) y PÁRAMO (2002). Los precompromisos son
concebidos por ELSTER (1984) como mecanismos de racionalidad imperfecta, también llamados me-
canismos tipo Ulises. Esta idea, aplicada a las restricciones constitucionales, nos hace pensar en los
ciudadanos como agentes que se imponen ataduras para resistirse a todo intento de violación de los
derechos fundamentales. Previniendo entonces un actuar incorrecto o irracional, el pueblo se impone
ciertas restricciones constitucionales en sus momentos de mayor lucidez poniendo a salvo sus propios
derechos. Esta misma concepción es representada por S. HOLMES (1995 y 1999) quien ha considerado
en esa línea que las restricciones constitucionales a la democracia pueden concebirse como formas de
autopatemalismo. Véanse también los comentarios ilustrativos de GARGARELLA (2000). Asimismo, para
una defensa de los mecanismos constitucionales a la luz del precompromiso y el concepto de paterna-
lismo, véase ALEMANY (2010).
n Véase FREEMAN (1990: 353-354).
154 LEOPOLDO GAMA
75 En el mismo sentido LAPORTA (2001). Por otro lado, hay que apuntar que el llamado «dualismo
constitucional» de ACKERMAN (1991) presupone en alguna medida la idea de que los ciudadanos se
encuentran en un momento de lucidez respecto a la toma de decisiones que este autor denomina «deci-
siones constitucionales»; mientras que en los momentos de política ordinaria no. Sobre este punto véase
también BAYÓN (1998: 77).
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDTMENTALISTA 155
Lados para inaplicarla sino para atenuar sus efectos (Reino Unido) o cuando
se establecen mecanismos que privilegian un «diálogo institucional» como en
Canadá. En un esquema aún más débil se sitúa el modelo de Nueva Zelanda,
en el cual los tribunales carecen de las facultades que poseen los tribunales
británicos.
equilibrarlos con otros valores? ¿Quiénes son los titulares de los derechos?
¿En qué ocasiones deben maximizarse sus alcances? ¿Cómo resolver los con-
flictos entre estos? Y un largo etcétera. Además, nuestros desacuerdos sobre
los derechos no solo se presentan en el nivel filosófico sino también en la crea-
ción de leyes (controversias acerca de cómo respetar un principio abstracto) y
en el contexto de la resolución de casos judiciales.
En tanto subsistan las circunstancias de la política —y mientras se carezca
de un método que garantice la corrección de los juicios morales—, no pode-
mos afianzar sobre bases sólidas nuestra confianza en los tribunales constitu-
cionales para resolver cuestiones sobre las que todos estamos en desacuerdo.
Así las cosas, lo cierto es que no poseemos un modo autoritativo para resolver
las controversias sobre los derechos y preferir una solución y no otra".
El constitucionalismo procedimentalista se compromete en el fondo con la
imposibilidad de ofrecer respuestas correctas ante los casos difíciles. Además,
si las cartas de derechos nos invitan al razonamiento moral, como sostiene
el constitucionalismo sustantivista, entonces se fortalece la objeción hacia la
justicia constitucional pues los jueces no poseen mejores capacidades para esa
clase de razonamiento, esto es, para resolver controversias sobre los derechos
que, eventualmente, se convierten en cuestiones morales sobre las cuales no
hay una respuesta correcta 78. La falta de certeza en materia moral cuestiona el
poder de los jueces para decidir los desacuerdos sobre los derechos. En efecto,
señala WALDRON:
Si el realismo moral tiene razón, entonces las creencias de los jueces en-
tran en conflicto con las creencias de los legisladores sobre cuestiones morales.
Si el realismo se equivoca, son las actitudes de los jueces las que entran en
conflicto con las actitudes de los legisladores. Lo que no podemos permitirle
decir al realista [moral] que defiende el control de constitucionalidad es que
son las creencias de los jueces las que entran en conflicto con las actitudes de
los legisladores. No se puede permitir que quien defiende el control de consti-
tucionalidad reserve los beneficios de su metaética a aquellos que él promueve
como sus decisores (1999a: 184 [219]).
¿Hay razones para preferir la deliberación y decisión sobre los derechos
en sede judicial y descartar a un parlamento para llevar a cabo esa tarea? Si la
deliberación en sede judicial no difiere de la legislativa, entonces tenemos que
elegir entre una democracia representativa y una aristocracia judicial. Para el
constitucionalismo procedimentalista el control judicial es un método de de-
" Véase WALDRON (1992) en abierta polémica con MOORE (1982), quien responde a la crítica en
MOORE (1992). El capítulo VIII de Law and Disagreement recoge, en esencia, parte de los argumentos
usados en el trabajo de 1982. Véase además WALDRON (2008a y 2008b).
78 Cfr. WALDRON (2008b). Autores como SADURSKT (2009: 46-52) y DYSENHAUS (2009: 25-45)
cuestionan el supuesto waldroniano según el cual el debate sobre la judicial review requiere responder
a la cuestión acerca de quién es mejor para el razonamiento moral. La respuesta a esos autores está en
WALDRON (2009b).
160 LEOPOLDO GAMA
cisión inapropiado para una sociedad democrática; en lugar de ello, deben ser
los ciudadanos, por sí mismos o a través de sus representantes, quienes tengan
la potestad para decidir sobre los desacuerdos relacionados con los derechos
fundamentales. El control judicial impide que los ciudadanos puedan discutir
en pie de igualdad sobre cuestiones que les afectan directamente y en las que
ellos están genuinamente interesados. En palabras de WALDRON (1999a: 213
[254]), el control judicial de constitucionalidad niega a los individuos el «de-
recho a participar en condiciones de igualdad en las decisiones sociales sobre
las cuestiones más importantes de principio, y no solo en las cuestiones inters-
ticiales de la política social y económica».
Además, hay razones de peso para pensar que el procedimiento demo-
crático puede hacerse cargo responsablemente de las disputas acerca de los
derechos fundamentales, tesis central de este modelo. WALDRON recuerda, por
ejemplo, que en el Reino Unido durante la década de los sesenta, el parlamen-
to ingles discutió sobre la despenalización del aborto, la legalización de las
prácticas homosexuales consentidas entre adultos y la abolición de la pena de
muerte. Debates similares han tenido lugar asimismo en Canadá, Australia y
Nueva Zelanda. La calidad de los debates parlamentarios en esas ocasiones
demuestra la capacidad de los legisladores para tratar problemas relacionados
con los derechos 79.
Hasta ahora, el procedimentalismo nos muestra que una sociedad bien
ordenada debería prescindir de un modelo fuerte de control judicial. Lo ideal
es que, bajo el esquema de una comunidad democrática, se prescinda de tribu-
nales que invaliden leyes. En The Core of The Case Against Judicial Review
WALDRON retoma su posición contra el control judicial y ofrece una justifica-
ción condicionada de esta figura. El argumento es el siguiente: bajo ciertas cir-
cunstancias la justicia constitucional puede considerarse apropiada para tratar
con ciertas anomalías institucionales. No obstante, si las circunstancias son
diversas, la objeción contra la justicia constitucional será insuperable.
Cuando una sociedad democrática cuenta con rasgos que la hacen funcio-
nal, entonces el control judicial en su versión fuerte es una institución ilegíti-
ma. WALDRON está pensando en escenario en el cual:
— Las instituciones democráticas funcionan de un modo razonablemente
adecuado: está reconocido el sufragio universal, el cuerpo legislativo es repre-
sentativo y se cuenta con elecciones periódicas y equitativas.
— Se cuenta con instituciones judiciales independientes que se basan en
el imperio de la ley para resolver las disputas.
— Sus miembros poseen un compromiso con los derechos reflejado en
una carta de derechos.
80 Ese éxito mundial de la judicial review queda demostrado a juicio de DWORKIN (2006: 6 [106])
por su implementación en otros países como la contribución institucional más importante al mundo de
la teoría política.
162 LEOPOLDO GAMA
otras instituciones) a cargo de los parlamentos y otro judicial, DwoRxrN (1985: 111) ha afirmado que la
revisión judicial es un modo para «forzar a la mayoría a ser justa en contra de su voluntad».
" WALDRON (2004: 169).
se En virtud de ese caso, apunta DWORKIN (1996: 345), «los estadounidenses comprenden mejor,
por ejemplo, la distinción entre la cuestión de si el aborto es moral o éticamente permisible, por un lado,
y la cuestión de si el gobierno tiene el derecho a prohibirlo, por el otro; comprenden mejor también la
idea más general y constitucionalmente crucial sobre la que descansa la distinción: que los individuos
tienen derechos que pueden [ejercer] contra la voluntad de la mayoría o el interés o el bien colectivos».
84 R. ALEXY (2005a: 99) vendría a sostener una idea más o menos similar a la defendida por el
constitucionalismo sustantivista para conciliar la democracia y los mecanismos del constitucionalismo,
164 LEOPOLDO GAMA
En ocasiones se argumenta que no siempre puede ser fácil para los legis-
ladores detectar a profundidad el conjunto de problemas relacionados con los
derechos, o bien la clase de implicaciones concretas e impacto hacia los dere-
chos que pueda acarrear la puesta en vigor de una ley. Esto es cierto, admite
WALDRON, y se trata de un argumento en favor de la justicia constitucional
pero únicamente en su versión débil, no para un esquema de justicia constitu-
cional fuerte. Los riesgos para los derechos que pueda originar la labor legisla-
centrándose en el tipo de contribución que pueden hacer los tribunales constitucionales al mejoramiento
del rasgo participativo de la democracia.
es Véase WALDRON (1999a: 290 [3461) donde señala también que «en ocasiones es liberador ser
capaz de discutir directamente cuestiones como el aborto, sobre los principios que deberían estar en
juego, más que tener que dar varios rodeos para construir dichos principios a partir del fragmento de un
texto sagrado, en un ejercicio tendencioso de caligrafía constitucional».
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 165
punto de vista, todo intento por resolver los desacuerdos sustantivos mediante
un procedimiento de decisión incurre en una petición de principio, de acuerdo
con la perspectiva procedimentalista. Supongamos que existe una comunidad
que carece de un determinado derecho X —por ejemplo, el derecho a la renta
básica—, y que ese derecho es, para un número importante de ciudadanos,
una precondición de la democracia que debe ser reconocida en la constitución.
Admitamos también que otro grupo de ciudadanos sostiene la idea opuesta,
que ese derecho no constituye una condición de legitimidad del procedimiento
mayoritario. La disputa entre estos dos grupos es zanjada mediante un proceso
mayoritario, lo que nos presenta dos escenarios posibles:
A. La mayoría decide que ese derecho no constituye una precondición
de legitimidad del procedimiento mayoritario.
B. La mayoría decide que ese derecho sí constituye una precondición de
legitimidad del procedimiento mayoritario.
En el primer caso (bajo la lógica del enfoque sustantivo), el grupo que
apoya la constitucionalización del derecho a la renta básica tendrá razones para
dudar de la legitimidad de la decisión mayoritaria. Dirá por ejemplo que ese
procedimiento decisorio fue llevado a cabo cuando X no era un derecho reco-
nocido. En este caso, el modelo procedimentalista insiste en que aun cuando
no pueda asegurarse que la minoría tuviera razón sobre la relación entre el
derecho X y la democracia, todo intento por resolver mayoritariamente el des-
acuerdo incurrirá en una petición de principio. En el segundo caso sucede lo
mismo, pues la ilegitimidad del procedimiento que dio origen a la decisión tira
para los dos lados. La minoría también puede alegar que la decisión mayorita-
ria está viciada por el hecho de que fue tomada por un grupo de ciudadanos que
carecían del derecho en cuestión. Frente a la circularidad que lleva resolver un
desacuerdo sustantivo de este tipo mediante el voto ¿cabría entonces esperar
que la disputa sea resuelta correctamente recurriendo a otros criterios de deci-
sión? Como indica WALDRON, el hecho de que un procedimiento mayoritario
sea considerado ilegítimo por carecer de ese derecho no conduce a atribuirle
mayor legitimidad a procedimientos alternativos. Si dudamos de la legitimidad
de un procedimiento mayoritario por carecer del derecho X, no hay razones
para pensar que otro procedimiento alternativo gozará de mayor legitimidad.
Ahora bien, supongamos que una comunidad ya disfruta de un derecho
X que está siendo cuestionado por algunos miembros de ese grupo: mientras
un grupo A considera que X es una condición de la democracia los del grupo
B lo niegan. Esa comunidad decide someter a votación si se debe ratificar X
o bien si debe abrogarse y, finalmente, termina decidiendo por su supresión.
Obviamente, apunta WALDRON, la legitimidad de esa decisión tomada por un
mecanismo mayoritario, y las subsiguientes, serán puestas en duda por el gru-
po que apoyaba el derecho X. No obstante, hay que observar que la decisión
mayoritaria de derogar ese derecho fue tomada bajo las condiciones que el
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 169
Los anteriores ejemplos nos muestran, a juicio de este autor, que la tesis
según la cual un derecho determinado constituye una de las condiciones de
la legitimidad del procedimiento democrático no será cierta «a menos que X
sea también una de las condiciones de legitimidad de todo sistema político»
(WALDRON, 1999a: 298 [356]). Entonces, cuando se afirma, por ejemplo, que
una sociedad democrática no será considerada legítima en la medida que, por
ejemplo, no reconozca el derecho de los ciudadanos al matrimonio entre per-
sonas del mismo sexo, lo que se quiere decir en el fondo es que todo esquema
de decisión sea una monarquía, una democracia o una aristocracia— será
considerado ilegítimo en la medida en que no incluya el derecho que se deriva
de dicha exigencia. Esto le permite al modelo procedimentalista advertir que
hay que evitar hablar de las condiciones de la democracia como si se tratara de
«un problema específico para la legitimidad de la toma de decisiones de la ma-
yoría popular», es decir, como si se tratara de «un problema que no existiera
para otras formas de organización política como la aristocracia o el gobierno
de los jueces» (WALDRON, 1999a: 299 [357]). Entonces, cuando se habla de
condiciones de legitimidad el procedimentalismo se refiere más bien a aque-
llos criterios que afectan las condiciones de aceptabilidad de toda autoridad
política. No obstante, lo que diferencia a la democracia de otros esquemas de
decisión —y lo que constituye su condición de legitimidad particular—, es
que permite a todos los ciudadanos que puedan verse afectados por una deci-
sión, participar en pie de igualdad en la toma de decisiones políticas.
89 De ahí que afirme que «el debate político debe terminar en una decisión. Implicarse en política
es suscribir principios procedimentales (por ejemplo, la decisión mayoritaria) que puedan producir
resultados que contradigan mis propias convicciones sustantivas, resultados que mis convicciones sus-
tantivas condenarían», WALDRON (1999a: 160 [190]).
EL CONSTITUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 171
última sobre los desacuerdos acerca de los derechos a una institución no mayo-
ritaria, como lo es el control judicial de constitucionalidad. Este modo de ver
las cosas se enfrenta enseguida con una pregunta: ¿cómo se puede garantizar
que las decisiones democráticas se ajusten a lo prescrito por los derechos funda-
mentales? ¿Es coherente con nuestra idea de los derechos la ausencia de límites
a las decisiones mayoritarias? ¿La propuesta de WALDRON significa justificar
que todo está al alcance de las manos ciudadanas? Su respuesta es afirmativa:
todo aquello que pueda ser materia de desacuerdo, incluidos aquellos desacuer-
dos relacionados con las condiciones de la democracia, debe ser decidido a
través del método democrático. Por el contrario, suponer que esos desacuerdos
no debieran ser decididos con carácter último por la mayoría y que por ello
deberían situarse fuera de su alcance equivaldría a afirmar que «la comunidad
ya ha tomado parte en este desacuerdo» (WALDRON, 1999a: 303 [3621) y que
la mayoría ya ha decidido en un momento dado que, pese a los desacuerdos,
un derecho determinado debería constituir un límite a sus propias decisiones.
Por otro lado, tampoco hay razones para alejar las cuestiones procedimen-
tales del control democrático, como ELY defendía en Democracy and Distrust.
El procedimentalismo waldroniano considera que también existe una merma
en el gobierno democrático cuando los derechos procedimentales son atrin-
cherados en una Constitución. Si respetamos a los individuos como portado-
res de derechos, también tenemos que respetar su capacidad como agentes
morales y como participantes en la política. En otras palabras, y refinando un
argumento expuesto previamente, reconocer la capacidad moral del individuo
implica tanto reconocer su capacidad para «pensar sustantivamente» como
su capacidad para la reflexión sobre los procedimientos conforme a los que
quieren resolver los desacuerdos 90
En realidad, subraya WALDRON, la presencia misma de los desacuerdos no
es un síntoma negativo ni un indicio de que las cosas en una comunidad van
mal, sino que es una muestra de que los individuos se toman en serio sus de-
rechos. El modelo de constitucionalismo procedimentalista se presenta como
una defensa liberal del derecho de participación política que exige, en lugar de
plasmar nuestros derechos en cartas rígidas y protegidas por los tribunales, fo-
mentar entre las personas una «cultura de la libertad» que implica concebirlas
como agentes suficientemente responsables para pensar sobre el significado,
alcances y límites de sus propios derechos. Para ello, debemos permitir, que
sean los propios individuos quienes tengan la última palabra en las cuestiones
sustantivas que tanto los dividen; precisamente esto, según el constitucionalis-
mo procedimentalista, equivale a tomarse en serio la libertad.
Ante semejante propuesta, reconoce WALDRON que surgirán muchas du-
das y desconfianza hacia el proceso democrático en el manejo de los derechos
fundamentales. Pero esa desconfianza no es más que un signo del temor que
albergamos de que nuestra concepción sobre los derechos no sea sostenida por
los otros. Sin embargo, si queremos el autogobierno, tenemos que reconocer
el carácter ineludible de los desacuerdos sustantivos y que no podemos espe-
rar la adhesión de todos a los mismos principios de justicia que abrazamos,
ni tampoco podemos esperar que los desacuerdos lleguen a eliminarse Del
mismo modo, no hay razones para calificar las concepciones contrarias como
interesadas, egoístas o irracionales, ya que los derechos fundamentales se ba-
san en la idea de que todos los individuos son agentes morales que gozan de la
misma capacidad para articular y llevar a cabo su propia concepción del bien
y la justicia. Por eso, concluye WALDRON, tenemos que ser capaces de diseñar
nuestras instituciones (y nuestras teorías), de modo tal que puedan incorporar
la idea de la inevitabilidad del desacuerdo y, además, para que reflejen la exi-
gencia de respeto hacia la igual agencia moral de todos los individuos. Solo de
ese modo podremos garantizar el verdadero autogobierno.
Entonces, no habría razones fundadas para sostener que los derechos serán
pisoteados solo porque los dejemos al cuidado de la mayoría democrática.
Por el contrario, podríamos pensar que esa forma de gobierno es simplemente
imposible de plasmar en la práctica y que la política y, en particular, la políti-
ca democrática, no es más que una pugna constante de unos contra otros con
el objeto de imponer un punto de vista parcial y autointeresado. Es decir, si
pensamos que
la política democrática es solo una lucha constante con los demás buscando
sacar partido personal, entonces los hombres y las mujeres no son las criaturas
que los teóricos del derecho creían. Si pensamos en todo caso que algunos de
sus intereses requieren de una protección especial (contra las mayorías y otros
tipos de tiranías), tendremos que desarrollar una teoría de la justicia y una
teoría de la política que no asocie la petición de esta protección con el respeto
activo por la capacidad moral que la idea de los derechos ha implicado tradi-
cionalmente» (WALDRON, 1999a: 304-305 [363]).
Está construido sobre la base de una teoría moral basada en derechos que
exige rechazar el proyecto del constitucionalismo sustantivista como un todo.
Partiendo de la tesis de las circunstancias de la política rechaza todo acerca-
miento al problema del diseño institucional desde un punto de vista instru-
mental, por lo que la selección de un procedimiento de toma de decisiones
debe fundarse únicamente en su valor intrínseco. Se defiende así una concep-
ción constitucional de tipo procedimental que constituye un caso de justicia
procesal pura. El procedimiento democrático no debe verse limitado ni por los
EL CONST1TUCIONALISMO PROCEDIMENTALISTA 173
derechos procedimentales ni por los sustantivos, por ello, todo asunto está al
alcance de las mayorías. Si los individuos son agentes razonables que poseen
la capacidad para desarrollar una concepción del bien y de la justicia, así como
de actuar de conformidad con ella, entonces deben ser ellos mismos, a través
del sistema representativo, quienes resuelvan los desacuerdos que surjan en la
sociedad.
El modelo de filosofía constitucional procedimentalista vendría a defender
las siguientes tesis:
1. El rasgo central de la política consiste en la necesidad insoslayable de
tomar decisiones vinculantes para todos los miembros de la sociedad bajo la
presencia de graves y profundos desacuerdos. Estos dos elementos se identifi-
can como las «circunstancias de la política».
2. Una cosa es admitir la existencia de desacuerdos en materia de dere-
chos y, en general, respecto a las cuestiones de justicia. Otra muy distinta es
negar la posibilidad de respuestas correctas acerca de la justicia. No obstante,
reconocer la existencia de esta posibilidad filosófica es irrelevante para la po-
lítica.
3. La existencia de graves desacuerdos sustantivos, y la necesidad de
tomar decisiones a pesar de ello, exige adoptar criterios estrictamente proce-
dimentales para la elección del diseño institucional.
4. Hay que diferenciar entre la cuestión acerca de cuál es la decisión
correcta y el problema relativo a cuál es la decisión que debe estar investida de
autoridad. Una teoría política «completa» desarrolla una teoría de la autoridad
que integra una concepción de los derechos y es capaz de admitir la posibili-
dad de que el sistema de decisión elegido arroje decisiones incorrectas desde
el punto de vista sustantivo.
5. El mecanismo de decisión capaz de hacer frente a las circunstancias
de la política es el procedimiento mayoritario, que es valioso por respetar el de
todos los individuos a gobernarse conforme a su propio juicio.
6. El Parlamento es un foro cuyo número, diversidad ideológica y carác-
ter deliberativo representa a la comunidad política considerada en su totalidad.
Está estructurado especialmente para hacer frente a las circunstancias de la
política.
7. La legislación encuentra la razón de su legitimidad, su autoridad últi-
ma como fuente de derecho, al ser producto de una discusión y aprobación por
parte de una asamblea popular compuesta por varios individuos.
8. Contra el constitucionalismo fuerte se argumenta que: a) una postura
teórica fundada en los derechos no implica necesariamente incorporarlos en
una carta de derechos atrincherada; b) bajo las llamadas circunstancias de la
política no podemos más que comprometemos con el problema relativo al
cómo decidir los desacuerdos respetando la participación política igualitaria,
por lo que c) las teorías fundadas en los derechos deberían incorporar o ser
174 LEOPOLDO GAMA
constitucionales para resolver cuestiones sobre las que puede recaer el des-
acuerdo.
18. Si las cartas de derechos nos invitan al razonamiento moral, enton-
ces hay que oponerse a que los jueces decidan estas controversias, porque no
podemos confiar que poseen mejores capacidades para esa clase de razona-
miento.
19. Es insuficientemente democrática toda Constitución que atribuya la
decisión última sobre los desacuerdos acerca de los derechos a una institución
no mayoritaria como lo es el control judicial de constitucionalidad.
20. Todo aquello que pueda ser materia de desacuerdo —incluidas aque-
llas discrepancias relacionadas con las condiciones de la democracia—, debe
ser decidido a través del método democrático.
CAPÍTULO III
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO
1. INTRODUCCIÓN
1 Desarrolla su teoría de la democracia constitucional, así como también su modelo del control
judicial de las leyes en NirNo, 1980a, 1991a, 1993 y 1996.
178 LEOPOLDO GAMA
amplia, preocupada por problemas de teoría y filosofía del derecho y por cues-
tiones de filosofía moral y política'. Por esa razón, será necesario adentrar-
se eventualmente entre las líneas generales que componen su pensamiento
filosófico con el objeto de detallar el panorama en el que se circunscribe su
modelo'. En este sentido, la apuesta de NINO tiene que entenderse como un
proyecto destinado a cimentar la democracia constitucional sobre tres pilares
fundamentales de la racionalidad práctica: a) la conexión justificativa entre el
derecho y la moral; b) la conexión entre la moral y la política, y c) la conexión
entre el derecho y la política. De lo anterior resulta que el constitucionalismo
democrático de NINo se apoya en una concepción filosófica general que vin-
cula las esferas del derecho, la moral y la política4.
El constitucionalismo deliberativo propuesto por NINO es heredero de
la tradición liberal de inspiración kantiana. Su propuesta de justificación
de los derechos encuentra eco (según el propio NINo) en la obra de autores
como K. BAIER, W. K. FRANKENA, R. M. HARE, J. RAWLS, D. A. RICHARDS,
G. WARNOCK, T. NAGEL, A. GEWIRTH, P. SINGER, B. A. ACKERMAN, K. O.
APEL y J. HASERMAS. Se trata de un proyecto liberal ya que asigna un valor
especial a la libertad individual («libre» en este sentido es todo aquel que
actúa conforme a estándares libremente elegidos) e intenta además indagar
en los principios e instituciones compatibles con ella'. Este programa exige
entonces diseñar una teoría normativa que articule un conjunto de estándares
y criterios para evaluar que las instituciones sociales reales se ajusten al punto
de partida.
Por lo demás, merece señalarse que las ideas de J. RAWLS influyeron en el
modelo deliberativo, particularmente el constructivismo moral que está en la
base de su teoría de los derechos y de la democracia. Apoyado en esa concep-
ción, el modelo descansa sobre un proyecto de fundamentación de las reglas
o criterios subyacentes a la moral, entendida como una práctica discursiva, es
decir, como una empresa en la que las personas discuten y ofrecen razones
a favor de la corrección o incorrección de cierta conducta. Sobre esa base se
definen los principios que dan fundamento a los derechos humanos, a la forma
de gobierno democrática y a otras instituciones que son necesarias para man-
tenerlos vigentes.
Para una perspectiva general acerca de sus preocupaciones teóricas, NINO (1984a).
3 Es necesario destacar a este respecto que en NINo (1991a y 1993) se evidencia la estrecha
relación con la que vinculaba sus ideas sobre filosofía y teoría del derecho con la cuestión del control
judicial de constitucionalidad.
El vínculo entre el derecho, la moral y la política parte de su comprensión acerca del papel que
en cada uno de esos ámbitos desempeña el razonamiento práctico justificativo. La mejor obra dedicada
al estudio de la teoría del derecho de Neo a la luz del razonamiento práctico se encuentra en ROCA
(2005).
5 NINo defiende un liberalismo que no se identifica con la defensa de la libertad de mercado y de
la propiedad privada sino una versión igualitaria que permite realizar ajustes a la distribución de bienes
y recursos, véase Nixo (1990).
EL CONS111UCIONALISMO DELIBERATIVO 179
Véase ALEXY (2007: 295) y ATIENZA (2013: 109). «Los discursos —apunta ALEXY (2007: 254-
6
255)- son conjuntos de acciones interconectadas en los que se comprueba la verdad o corrección de
las proposiciones. Los discursos en los que se trata de la corrección de las proposiciones normativas
son discursos prácticos».
180 LEOPOLDO GAMA
es dependiente del discurso moral. Esto quiere decir, a fin de cuentas, que las
decisiones jurídicas no estarán justificadas a menos que sean compatibles con
principios de justicia.
Con ese telón de fondo, se puede decir que el modelo deliberativo se fun-
damenta en un programa filosófico trazado en tres etapas:
a) Una indagación sobre los presupuestos epistemológicos del discurso
moral.
b) Sobre lo anterior, se definen y especifican los principios que sirven de
base para dar fundamento a los derechos humanos.
c) El diseño y fundamentación de las instituciones que son necesarias
para satisfacer las exigencias que se derivan de esos principios.
Como resultado de tales propuestas, las esferas de la racionalidad práctica
se entenderán fusionadas en virtud de tres tesis fundamentales:
1) La primera afirma que existe una conexión de tipo justificativo entre
el derecho y la moral que viene dada a través de los derechos fundamentales.
2) La segunda considera que existe una conexión entre la moral y la
política que implica el paso del discurso moral a la democracia.
3) De acuerdo con la tercera tesis, existe una conexión entre el derecho
y la política cuando se concibe aquel como una práctica colectiva.
Me parece que, a partir de las anteriores bases, es posible reconstruir todo
el complejo teórico elaborado por NINO partiendo de sus ideas fundamentales
hasta arribar a su concepción del constitucionalismo. Antes que nada, empeza-
ré por detallar la posición metaética en la que se funda este modelo'.
Sin embargo, para que el intercambio de razones cumpla con las funciones
sociales que tiene asociadas y para que genere consensos en torno a ciertas
creencias (la creencia de que x es justo o correcto), la argumentación moral
debe estar sometida a reglas que establezcan las condiciones bajo las cua-
les debe orientarse. Con esa aspiración, el constructivismo de NINO comien-
za preguntándose ¿cuál es el método más confiable para elegir principios de
una moralidad social? Esta cuestión se responde de la siguiente manera: un
procedimiento que asegure la participación en las discusiones colectivas de
todos aquellos que puedan verse afectados por una decisión determinada es
más confiable que cualquier otro procedimiento alternativo para tomar deci-
siones moralmente legitimas. A este respecto, NINO se reconoce partidario de
RAWLS: el constructivismo ético, como concepción que permite justificar ra-
cionalmente principios morales, está tomado sobre todo de Kantian Construc-
tivism in Moral Theory, aunque también ha sido denominada «formalismo» o
«conceptualismo» 9.
básicas, según el cual cada persona debe contar con un esquema extenso de
derechos y libertades básicos compatible con un esquema semejante para las
demás, y b) el principio de diferencia, que establece que las desigualdades
económicas y sociales deben ser toleradas en tanto redunden en beneficio de
los más desaventajados 1°.
RAWLS apela a diversas concepciones para fundamentar los dos principios
básicos de justicia. Entre ellas se encuentra principalmente el contractualismo,
pero también se apoya en la teoría de la elección racional, el intuicionismo y,
de un modo indirecto según NINO, también recurre a la teoría de los presu-
puestos formales del razonamiento moral para justificar el principio de prio-
ridad de la libertad y el de la diferencia. Esto es así pues llega a señalar que
los principios que se elijan en la posición originaria deben satisfacer ciertos
rasgos formales. Del mismo modo, reconoce el carácter procedimental de la
empresa de fundamentación de la moral cuando considera que el mecanismo
consistente en derivar principios es un caso de justicia procesal. La posición
constructivista de RAWLS queda más clara en el trabajo de 1980 «Kantian
Constructivism», donde explícitamente señala el aspecto estructural del pro-
cedimiento de argumentación del que resultan los principios de justicia. Es
por eso que NINO señala con toda razón que la posición original rawlsiana no
es más que la dramatización de una discusión condicionada por los presupues-
tos formales del razonamiento moralll.
Respecto a la propuesta de HABERMAS, deben considerarse algunos de
sus trabajos, principalmente Conciencia moral y acción comunicativa y Be-
tween facts and norms12. Este autor, parte de bases kantianas para ofrecer una
concepción de la moral vinculada a una visión de las personas como agentes
autónomos. Sobre esa base, articula una teoría dialógica o discursiva de la
moral (así como del derecho y la política). La ética del discurso habermasiana
se presenta como un mecanismo para elegir principios morales a través de
un proceso de comunicación en el cual los participantes discuten y ofrecen
razones sobre la corrección de juicios morales, se trata así de un proceso de
deliberación y justificación. La teoría del discurso está construida sobre el
llamado «principio del discurso», según el cual una norma estará justificada
únicamente si todos aquellos que se verán afectados por ella pudiesen aceptar-
la en una discusión racional13.
Del principio del discurso, HABERMAS deriva el principio de universali-
zación, que había sentado ya las bases de la moral kantiana «actúa conforme
a una máxima que se convierta en ley universal», pero con una modificación
" Es el principio «( U): A norm is valid when the foreseeable consequences and side effects of its
general observante for the interests and value-orientations of each individual could be jointly accepted
by all concerned without coercion», HABERMAS (1998: 42).
15 El trabajo de HABERMAS sobre el que se basa NINO para reconstruir su concepción metaética
es «Ética del discurso» en HABERMAS (1991). Para un análisis comparativo entre el constructivismo de
HABERMAS y Nino, véase OQUENDO (2002), donde se destaca que en realidad la distancia entre ambos
modelos es mucho más estrecha que la que quiere marcar NINO.
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 185
iv) Públicos, puesto que deben ser del conocimiento de todos los impli-
cados.
v) Finales o definitivos, pues deben constituirse o erigirse en los crite-
rios últimos que sirvan para resolver las discrepancias en el ámbito práctico.
Estos principios establecen que una concepción de la justicia es un con-
junto de principios generales en su formulación y universales en su aplicación,
que son «reconocidos públicamente como el último tribunal de apelación
para la ordenación o jerarquización de las preferencias en conflicto» (RAWLS,
1999: 117).
La indagación filosófica sobre las condiciones para la validez o acepta-
bilidad de juicios morales puede parecer extraña al no filósofo. No obstante,
en toda discusión moral las personas suelen formular de hecho y, casi ins-
tintivamente, expresiones en las que se evidencian ciertos presupuestos para
enjuiciar la corrección de una conducta: «¡Póngase en mis zapatos!». «¿,Qué
pensaría si a usted le hicieran lo mismo?». «¿Qué pasaría si todos actuaran
como usted?». Son enunciados que revelan aspectos centrales de la discusión
moral. Otro aspecto fundamental del discurso moral es que funciona a través
del consenso. Un principio o norma moral solo es tal si es aceptada libremente
por las personas. Esto quiere decir que están excluidos de la práctica del dis-
curso moral la coacción, las amenazas o las recompensas, los argumentos de
autoridad, etc. Ese es el rasgo de autonomía tan característico de la moral y
que la diferencia del derecho.
El discurso moral también posee para el modelo de NINO un aspecto for-
mal o estructural, ya que está sujeto a ciertas reglas, criterios o presupuestos
que definen la validez de los juicios morales. Esto significa que para que una
conclusión moral esté justificada es necesario que dichas reglas sean respetadas
en toda discusión. De tal manera, el valor del resultado del discurso moral de-
penderá de que los principios adoptados satisfagan ciertos presupuestos 19. Si-
guiendo los pasos de RAWLS, este modelo establece que el discurso moral debe
guiarse bajo algunos presupuestos para lograr efectivamente su función social:
a) Autonomía. Se trata de un principio que establece que los estándares
morales deben aceptarse libremente por los participantes de una actividad dis-
cursiva.
b) Publicidad. De acuerdo con este presupuesto ninguno de los parti-
cipantes en una discusión puede alegar principios misteriosos o revelados;
en otras palabras, los participantes deben estar en posibilidad de conocer los
principios que sus interlocutores sujetan a discusión.
c) Generalidad. Significa que los casos de aplicación de los principios a
partir de los cuales se determina la obligatoriedad de ciertas conductas deben
aplicación judicial del derecho no pueden ser solucionados sin remitir a cues-
tiones valorativas. Es decir:
cuando los jueces apoyan sus decisiones en normas jurídicas lo hacen a tra-
vés de juicios que llamo «de adhesión noiuiativa» y que consisten en juicios
valorativos que se infieren de principios morales que prescriben obedecer el
orden jurídico y de proposiciones descriptivas de ese orden jurídico (NINo,
1989a: 23).
Sin embargo, como se desarrollará más adelante, en algunas ocasiones la
aplicación judicial de los principios puede llevar a otras rutas. Considérese el
siguiente pasaje:
En otros casos una norma jurídica puede tener un contenido incompatible
con lo prescripto por principios morales válidos y, no obstante, ser moralmen-
te obligatoria puesto que su origen en procedimientos moralmente legítimos
(como los de índole democrática) hace que prevalezcan las razones en favor de
su observancia (razones fundadas en la necesidad de mantener cierto orden y
paz social y de respetar aquellos procedimientos) sobre las razones en pro de
desobedecerla (NINo, 1989a: 23).
Lo importante de todo esto es que al considerar a los derechos humanos
como derechos morales que se apoyan en principios que poseen ese carácter,
el modelo de NINO impone a los operadores del derecho (abogados y jueces)
la labor de determinar «cuáles son los derechos humanos que derivan de prin-
cipios morales válidos, estén o no consagrados en normas jurídicas positivas»
(NINo, 1989a: 24). Esto no significa que para NINO sea superfluo el reconoci-
miento de derechos humanos en el derecho positivo. Al contrario, su positivi-
zación los hace «más ciertos y menos controvertibles» y tal reconocimiento
viene acompañado de medios para neutralizar su violación. Pero a su juicio,
ese reconocimiento no es «ni necesario ni suficiente» (NINo, 1989a: 25) para
lograr el pleno respeto de los derechos humanos, pues su ausencia torna ilegí-
timas a las normas jurídicas a la luz de los principios morales y su presencia al
interior del orden jurídico no excluye echar mano de argumentos morales para
fijar sus alcances en casos concretos.
Además, el constitucionalismo deliberativo parte de una caracterización
de los derechos en términos similares a los de DWORKIN. NINO recoge del
constitucionalismo sustantivista dos rasgos distintivos de los derechos:
a) Son estados de cosas valiosos que se distinguen de otros (como los
objetivos colectivos) en que son de carácter distributivo e individual, ya que
proveen iguales recursos u oportunidades a cada uno de sus beneficiarios (el
derecho al voto activo y pasivo, la libertad de expresión, religiosa, etc.). Los
objetivos colectivos, por el contrario, son estados de cosas de carácter agrega-
tivo y no individualizado, que permiten distribuciones diversas o diferencia-
das en función de la maximización global de ciertos beneficios (una política
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 191
No hay duda que los derechos humanos, bajo esta caracterización, prote-
gen bienes de importancia primordial. Para NINO (1989a: 41), sin embargo,
esa propiedad no basta para distinguir los derechos humanos de otra clase de
derechos morales. En este sentido, suele decirse que los derechos humanos
se identifican además porque sus destinatarios incluyen a todas las personas
humanas. Esto quiere decir que basta ese rasgo para adscribir derechos a una
persona. Se trataría entonces de derechos cuyos beneficiarios incluyen a una
clase genérica: todos los seres humanos y no a subclases, como los obreros,
los deportistas, los estadounidenses, etc. Los derechos humanos no se adscri-
birían a subclases de la especie humana y no podrían extenderse más allá de
esta. Pero el modelo deliberativo está consciente de estos inconvenientes. Hay
derechos que están sujetos a determinadas condiciones de aplicación negati-
vas: por ejemplo, el derecho al voto pasivo y activo suele condicionarse a la
no comisión de un delito que involucre una pena corporal. Además, hay cierta
clase de derechos, como la asistencia médica o a la jubilación, cuyos benefi-
ciarios son subclases de seres humanos, en este caso, los enfermos o las per-
sonas de edad avanzada. Estas consideraciones hacen sospechar a NINO que
los derechos humanos no parecen ser siempre incondicionales ni universales.
fundamento muy débil para asentar un modelo normativo sobre los derechos
humanos.
La mejor estrategia para afrontar los dilemas generados por esas aproxi-
maciones, así como para ofrecer un acercamiento pertinente para la delimita-
ción del concepto de persona moral en el modelo deliberativo, es rechazar el
punto de partida de las estrategias mencionadas recientemente: la indagación
sobre las propiedades fácticas a las que alude el concepto de persona moral.
Es preferible cambiar de dirección y averiguar, en primer lugar, cuáles son los
principios morales que dan fundamento a los derechos básicos y, a partir de
ahí, definir a sus beneficiarios. Esto quiere decir que la determinación acerca
de «quiénes son personas morales dependerá entonces de quiénes pueden go-
zar de los derechos generados por los principios morales básicos», es decir,
«aquellos derechos morales de que gozan todos los seres con capacidad po-
tencial para tener conciencia de su identidad como un titular independiente de
intereses y para ajustar su vida a sus propios juicios de valor». No obstante, de
estas premisas se sigue que «no hay garantía a priori de que todas las personas
morales sean hombres, de que todos los hombres sean personas morales y de
que todos los hombres tengan el mismo grado de personalidad moral» (NINo,
1989a: 46-47).
21 Cfr. NINO (1989a: 199-200). Para una lúcida reconstrucción de las ideas de NINO en torno al
fundamento de los derechos, ALEXY (2003: 17-201).
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 193
erróneo pretender compensar el daño que puede recibir una persona con el
beneficio que obtienen otras, a menos que exista un provecho a favor de la
persona dañada.
La razón por la que el utilitarismo concede que una persona pueda ser
sacrificada en beneficio exclusivo de otra es porque esta corriente no valora
la separabilidad e independencia de las personas, elementos implícitos en la
práctica del discurso moral: «el enfoque agregativo y no distributivo del utili-
tarismo deriva de fundir los intereses de los individuos en un sistema unitario,
desconociendo que son intereses de personas distintas y separadas» (NINo,
1989a: 242). Así pues, el utilitarismo es antiindividualista y otorga un valor
moral a la sociedad considerada como una unidad, más que a las personas y a
sus intereses considerados individualmente.
Obsérvese que las exigencias subyacentes al principio de inviolabilidad
en el modelo deliberativo, pueden rastrearse en los presupuestos del discurso
moral, en especial en el requisito de imparcialidad: recordemos que la impar-
cialidad exige tomar en consideración los intereses de otras personas como si
fueran propios, lo cual supone considerarlos como valiosos en sí mismos. Por
otro lado, los argumentos que permiten rechazar el utilitarismo también sirven
de apoyo para oponerse a las visiones colectivistas según las cuales existen
entidades colectivas que constituyen una persona moral independiente y con
intereses propios. Lo cierto es que entes colectivos como el Estado, las em-
presas o las universidades no poseen intereses distintos a los de los miembros
que las representan o integran, de tal suerte que la única manera de hablar
sensatamente de «intereses» del Estado o de una empresa, por ejemplo, será
en la medida en que puedan ser reconducibles a los intereses de personas de
carne y hueso23.
El principio de inviolabilidad y autonomía son, por sí solos, insuficientes
según NINO para dar fundamento a los derechos característicos de toda socie-
dad liberal. Esto es así, porque en ciertas ocasiones será necesario introducir
cambios en la distribución de ciertas cargas y beneficios. Por esa razón, es
forzoso introducir otro principio que permita operar esas distribuciones sobre
la base del consentimiento de los individuos. Es así como se presenta la ne-
cesidad de recurrir al principio que NINO denomina «dignidad de la persona».
1) Que los principios morales de los que se derivan los derechos se en-
cuentran en el nivel último de justificación de las decisiones jurídicas.
2) Que la legitimidad de toda acción o decisión jurídica, así como de las
normas resultantes de ellas, depende de su congruencia con los principios que
sirven para fundamentar los derechos.
3) Que, como se mostrará más adelante, esos derechos determinan, de
algún modo, el alcance del procedimiento democrático.
La fuerza justificativa de los derechos en el modelo deliberativo es la prue-
ba, puede decirse, de la conexión justificativa entre el derecho y la moral,
pues es inevitable remitirse a principios morales para que las normas jurídicas
justifiquen acciones y decisiones. Cualquiera que admita este postulado tiene
que hacer frente a dos planteamientos muy importantes:
a) Por un lado, parece implicar que la existencia de un orden jurídico
está justificada en tanto garantice la plena realización de los derechos indi-
viduales, lo que equivale a afirmar que la legitimidad de un sistema jurídico
estará condicionada por la satisfacción de los derechos. En palabras de NINO:
«es la función de hacer efectivos los derechos individuales básicos lo que
provee la justificación moral primaria de la existencia de un orden jurídico, o
sea de un gobierno establecido» (NINo, 1989a: 368). En este sentido, la exis-
tencia de un orden jurídico deviene necesaria como medio para limitar la au-
tonomía de los individuos con el fin de preservarla, e. g., prohibiendo la reali-
zación de determinadas acciones que atenten contra esa esfera. Si el derecho
no funcionase como mecanismo para limitar la autonomía de los individuos,
apunta NINO, esta se estaría violando por omisión.
b) La segunda consecuencia a la que conduce la fuerza justificativa de
los derechos puede resultar un tanto desconcertante. Si lo relevante, para efec-
tos de la legitimidad del orden jurídico, es su congruencia con las exigencias
sustantivas que provienen de los derechos, entonces en qué contribuye la for-
ma de gobierno para fortalecer dicha legitimidad. ¿Qué añade a dicha justifi-
cación la forma de gobierno, el método, como decía KELSEN, de creación de
las normas jurídicas? ¿No acaso sería ya irrelevante, para efectos de la justifi-
cación de decisiones en el ámbito del derecho, el que estas provengan de una
autoridad democrática? Es decir, la fuerza justificativa de los derechos impli-
caría que, una vez estando garantizadas en cierta medida las exigencias deri-
vadas de los principios de autonomía, inviolabilidad y dignidad de la persona,
la forma de gobierno añade poco a la cuestión de la legitimidad de derecho.
Esto significaría entonces que «en la medida en que el orden jurídico satis-
faga las condiciones muy estrictas que definen la promoción de los derechos
individuales básicos, y que, en el espacio que estos derechos dejan libre, esté
correctamente orientado hacia la consecución de objetivos colectivos válidos,
poco importa el origen de sus normas, es decir, poco importa la forma del
gobierno que dicte tales normas» (NINo, 1989a: 369). Bajo estas premisas,
200 LEOPOLDO GAMA
continúa, parecería que no habría nada que objetarle a aquel que usurpara el
poder y estableciera un régimen autocrático con el único fin de garantizar los
derechos básicos.
Este problema, cuya resolución me parece de capital importancia para
toda doctrina constitucional que pretenda dar cuenta de la legitimidad de las
decisiones jurídico-políticas", es identificado por NINO bajo el nombre de la
«paradoja de la irrelevancia moral del derecho y del gobierno» que consiste
en lo siguiente: si el origen o la forma como son dictadas las normas jurídi-
cas no proveen razones para justificar acciones y decisiones sino que son los
principios morales los que en última instancia proveen dicha justificación,
entonces, ¿cuál es la relevancia de las normas jurídicas y de la forma de
gobierno? 26.
Desde estas premisas, y una vez que reconoce como «utópica» la plena
coincidencia entre normas jurídicas y normas morales, NINO se acerca al pro-
blema formulando las siguientes preguntas: ¿hay alguna forma de gobierno
que minimice la probabilidad de desvíos morales en la creación y aplicación
de normas jurídicas?, ¿hay alguna forma de gobierno que garantice en alguna
medida la obligatoriedad de sus normas jurídicas aun cuando su contenido
llegue a ser incorrecto desde el punto de vista moral? (1\liNo, 1989a: 370).
La forma de gobierno que permite solucionar la paradoja de la irrelevancia
es la democracia, entendida como sucedáneo del discurso moral, posición que
lleva a NINO a defender un modelo deliberativo de democracia. Solo con una
teoría de ese calibre es posible superar el problema general de la justificación
de la autoridad normativa, consistente en pasar de la autonomía moral a la
heteronomía característica del derecho. Se presentará esta propuesta una vez
que se muestren los argumentos de NINO para rechazar otras concepciones de
la democracia que, en su opinión, deben descartarse por su imposibilidad de
hacerse compatibles con la moral.
4. LA DEMOCRACIA DELIBERATIVA
Una vez que fueron presentadas las ideas de NINO sobre la posibilidad de
derivar un conjunto de derechos individuales básicos a partir de los principios
de autonomía, dignidad e inviolabilidad, corresponde detenerse en la justifica-
zs paradoja de la irrelevancia moral del gobierno hace evidente, ami modo de ver, los defectos
de un acercamiento puramente sustantivo al problema de la legitimidad política, véase la discusión más
adelante en el capítulo IV.
26 En el mismo sentido apunta RAZ (1986: 48) cuando habla de la «tesis de la no diferencia» según
la cual, al coincidir las prescripciones de la autoridad con aquello que moralmente debe hacerse se po-
drá decir que si bien es cierto existen razones para actuar, el hecho de que la autoridad lo haya prescrito
no vendría a constituir una de esas razones.
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 201
ción de la autoridad democrática propuesta por este autor, y que es apta para
solucionar el problema de la irrelevancia moral del gobierno y de sus leyes.
A grandes rasgos, las teorías deliberativas tienen como objetivo articular
una concepción normativa de la legitimidad de la autoridad política, centra-
da en la deliberación pública entre ciudadanos. Para que el procedimiento
político asegure legitimidad, la discusión colectiva debe trascender la mera
competencia por hacer prevalecer el autointerés de ciertos grupos y partidos
políticos. La política democrática envuelve así más deliberación y menos ne-
gociación. Los deliberativistas otorgan valor al ideal de la legislación racional,
la participación política y el autogobierno. Consideran que el ideal de la au-
tonomía se ve potencializada a través del uso del uso público de la razón y el
consenso mayoritario en torno a principios.
A diferencia de otras teorías dirigidas a justificar la democracia como for-
ma de gobierno, la de MINO presenta un rasgo sobresaliente que reside en el
vínculo entre la moral y la política. Dichas esferas quedan unidas gracias a que
el gobierno democrático se concibe como la institucionalización de la práctica
del discurso moral. La discusión colectiva es el medio más confiable para ac-
ceder a principios válidos de moralidad social lo que lleva a afirmar que ofrece
a una persona razones para observar los resultados de la discusión colectiva
a pesar de que su reflexión individual indique lo contrario. La democracia
es pues, a grandes rasgos, un procedimiento de discusión moral «aplicado a
asuntos públicos» (NINo, 1989a: 387)27.
La cuestión concerniente a la justificación de la autoridad —de la autori-
dad en general y no solo de la democrática— se ha relacionado con la pregun-
ta relativa al por qué obedecerla, lo que no es sino otro modo de preguntarse
sobre el fundamento de la obligación de obedecer el derecho. Ofreceré una
interpretación de la respuesta que ofrece NiNo a esta cuestión, no sin antes
descartar algunas concepciones alternativas de la democracia.
Las teorías que, según Neo, aceptan una relación entre la política y la
moral son las siguientes: 1) la teoría de la democracia basada en la idea de so-
beranía popular; 2) las teorías perfeccionistas de la democracia, y 3) las con-
cepciones dialógicas. Para estas la democracia es vista como un mecanismo
a través del cual sí es posible transformar los intereses y preferencias de los
individuos.
EL CONSTITUCIONALTSMO DELIBERATIVO 205
30 Uno de los primeros trabajos que distinguen, por un lado, entre aquellas concepciones que
contemplan la democracia como un mecanismo que permite agregar o «filtrar» preferencias y, por otro,
aquellas que ponen énfasis en la transformación de intereses y preferencias a través de la deliberación,
es el de ELSTER (1986).
31 Se trata de una concepción que distingue «entre dos clases distintas de decisiones políticas a las
que adjudica distinta legitimidad; primero, decisiones tomadas por el pueblo mismo; segundo, decisio-
nes tomadas por el gobierno», ACKCRMAN y ROSENKRANTS (1991: 16).
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 207
hacen que ese discurso sea un método inestable e inconcluyente para arribar a
decisiones colectivas (N1No, 1989a: 388).
A continuación, se intentará detallar a fondo los rasgos de esta concepción
en el siguiente orden:
1) En primer lugar, se abordará la manera como se da el paso del discur-
so moral a la democracia.
2) En segundo lugar, se mostrará en qué consiste el valor inherente al
procedimiento democrático.
Debido a las limitaciones temporales que impone dar fin a una discusión,
es necesario reemplazar la exigencia de aprobación unánime para la toma de
decisiones por la mayoría. Sustituir la unanimidad por un criterio mayoritario
no se debe a meras razones operativas. La regla de mayoría es necesaria para
evitar que se mantenga el statu quo por una minoría, ya que bastaría que un
solo individuo esté en desacuerdo con la mayoría para mantener el estado de
cosas y evitar el cambio. La introducción de la regla de mayoría no impide
que en el proceso deliberativo los participantes tiendan hacia la búsqueda del
consenso unánime, pues es más eficaz lograr un acuerdo mayoritario cuando
los participantes en la deliberación buscan la aprobación de todos 33. Además,
el remplazo de la unanimidad por la aprobación mayoritaria no implica un
abandono del resto de exigencias aplicables al discurso moral originario, tales
como la apelación a principios morales y al resto de estándares formales que
guían el razonamiento práctico justificatorio.
En este modelo discursivo de democracia se reconoce el rol que posee
la negociación para la toma de decisiones colectivas. NINO considera que la
negociación puede ser relevante para que el procedimiento sea más imparcial,
siempre y cuando ciertos grupos minoritarios no se petrifiquen, sino que ten-
gan espacio para llegar a convertirse en una mayoría en un momento dado. La
negociación puede llevar a un partido a la búsqueda de mayores apoyos, de ahí
que pueda ser instrumentalmente apta para incluir los intereses de todos los
afectados. No obstante, la negociación poseería un lugar subordinado en rela-
ción con el potencial epistémico de la argumentación moral sobre principios
públicos. Se descarta categóricamente la negociación sobre la base de los me-
ros intereses de un grupo, pues sus resultados no tienden a la imparcialidad (al
no tomar en consideración los intereses de todos); además, genera problemas
de acción colectiva y pone en peligro el valor de la democracia y los derechos
asociados a ella.
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«JunTou used SOUOZEJ onb .100.13 EJEd souom» amad onylooluop uo4o
Para concluir, se puede afirmar que aquella forma de gobierno que permite
solucionar el problema general de la justificación de la autoridad normativa
—consistente en pasar de la autonomía moral a la heteronomía característica
del derecho y reduciendo al mismo tiempo la posibilidad de errores mora-
les—, es la democracia entendida como un sucedáneo del discurso moral.
42 Las normas jurídicas, afirma NINO, no pueden otorgarse validez y aquellas que establecen su
propia validez son vacuas por ser autorreferentes.
216 LEOPOLDO GAMA
Las cosas son distintas, explica Nuio, si se conciben las normas jurídicas
como «juicios normativos». En este caso se incurre en una contradicción prag-
mática si se afirma que existe una norma que prohíbe P y se afirma al mismo
tiempo que debe hacerse P. En este nivel, es oportuno preguntarse: ¿cómo se
determina que una norma constituye un juicio normativo? Siguiendo el esque-
ma de NINO, una primera alternativa consistiría en atender al origen de las nor-
mas. Una norma jurídica sería un juicio normativo cuando ha sido dictada por
cierta autoridad («fuentes acto»), o por estar establecida por cierta práctica so-
cial («fuentes hecho») 43 . Pero este criterio, aclara, no permitiría concebir a las
normas como razones para justificar acciones o decisiones, ya que a partir del
enunciado descriptivo «la norma N ha sido dictada por la autoridad A» no pue-
de derivarse el juicio normativo constituido por esa norma: «Debe hacerse lo
que la norma ordena». Es decir, el razonamiento de este tipo posee la siguiente
estructura: i) «la norma N ha sido dictada por la autoridad A» (por ejemplo, la
norma que sanciona con multa de cien días de salario mínimo arrojar basura
en el las calles ha sido dictada por el cabildo municipal») ; ii) «la autoridad A
debe ser obedecida porque la autoridad A' lo ha prescrito» («el cabildo mu-
nicipal debe obedecerse porque así lo ordena el congreso», y esta última a su
vez se justifica apelando que iii) «la autoridad A' debe ser obedecida porque
la autoridad A...n lo ha prescrito» («el congreso debe ser obedecido porque
así lo establece [...] el constituyente»). Sin embargo, llegará un momento en
el que cabe perfectamente una pregunta adicional: «¿por qué el constituyente
debe ser obedecido?». Todo esto nos conduce, siguiendo la argumentación de
NEN°, a un punto importante: esa autoridad última debe ser obedecida por sus
méritos intrínsecos y un juicio de tales características no puede ser otra cosa
sino un juicio moral. En efecto, «esto significa que si, paradójicamente, una
norma es una norma jurídica, uno debe estar seguro de que la norma deriva
de una regla moral que otorga legitimidad a una cierta autoridad, y de una
descripción de una prescripción de aquella autoridad» (1\lim, 1997: 66, n. 21).
cuales pueden ser frustradas las intenciones de las partes «por no poder jus-
tificar su comportamiento sobre la base de expectativas acerca del comporta-
miento de las otras partes que interactúan en ellas» (NiNo, 1997: 48).
NINO añade que una descripción correcta de una situación tal quedaría
incompleta si no se toma el punto de vista interno, es decir, si se ignoran las in-
tenciones de los participantes. En este sentido, lo que permitiría a fin de cuen-
tas distinguir una convención de otra sería la conciencia de los participantes
acerca de su colaboración en una práctica social, lo que implica la expectativa
de actuar conforme a esa conducta siempre y cuando todos actúen de la misma
manera. Entonces, la particularidad de toda convención constitucional radica
en el hecho de que sus participantes (legisladores, jueces, ciudadanos), están
involucrados en una obra colectiva de cierta duración que se rige por criterios
de racionalidad específicos. Para aclarar el rol que desempeñan los operadores
jurídicos dentro del orden constitucional NW emplea la analogía de la cons-
trucción de una catedral".
El papel que les corresponde a los operadores del derecho dentro de una con-
vención constitucional es similar al del arquitecto encargado de la construcción
de una catedral, ya que la práctica colectiva generada a partir de la convención
constitucional es como la construcción de una catedral: una obra que se realiza
a lo largo del tiempo y cuyo resultado depende de la actuación de distintos agen-
tes. El arquitecto encargado de iniciar o continuar la construcción tendrá ciertas
preferencias arquitectónicas guiadas por concepciones estéticas propias o por
las predominantes de la época. Conforme a ellas, deberá juzgar qué criterio de
construcción utilizará. Sin embargo, ese criterio estará restringido por el hecho
de que probablemente no verá la obra terminada y de que en un futuro otro la
completará continuando con lo ya construido. De tal manera, deberá tener en
cuenta, al momento de continuar con la construcción, el criterio arquitectónico,
las consideraciones estéticas que ya fueron consideradas por sus predecesores,
así como también deberá prever aquellas que lleguen a adoptar sus sucesores.
Así las cosas, el arquitecto decidirá o bien continuar la construcción empleando
el mismo estilo arquitectónico usado con anterioridad; o cambiar el estilo sin
alterar la obra originaria. Si es el caso que la obra resulte defectuosa conforme
a la valoración inicial, podrá elegir abandonar la construcción y comenzar una
nueva empleando un estilo distinto, con el riesgo de que ni la una ni la otra
cosa sean realizables. Sin duda, ante esta alternativa, es preferible continuar sea
como sea con la construcción, intentando mejorarla en la medida de lo posible,
antes que iniciar una nueva. Es mejor optar por la persistencia del proyecto vi-
gente si este es valioso (mejorando paulatinamente sus defectos), que no tener
ninguno en absoluto, es decir, que no haya ninguna catedral.
45 Nótese la similitud entre la analogía de la construcción de una catedral con la idea de la chain
novel de DWORKIN expuesta en el capítulo I y la de la orquesta de RAWLS, capítulo I, n. 43.
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 219
46 Cfr. NINO (1997: 57). No obstante, se trata de situaciones excepcionales que rara vez se presen-
tan en el marco de la aplicación de leyes ordinarias en un caso judicial, piénsese, por ejemplo, en el caso
chileno y los intentos por reformar la «constitución de Pinochet».
220 LEOPOLDO GAMA
47 Una idea similar a la aplicación del razonamiento práctico por niveles se encuentra en RAwJs
(1999: 171 [1871).
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 221
acudir precisamente a principios morales como medio para resolver las inde-
terminaciones permitirá mejorar la práctica y hacerla evolucionar.
Esta manera de encarar el razonamiento práctico tratándose de prácticas
sociales corresponde a una racionalidad de lo «segundo mejor» que, con se-
guridad, incomodará al idealismo de los derechos. No se pone en duda que
los requerimientos de la Constitución ideal son tan exigentes que requieren
su aplicación inmediata. Sin embargo, en contextos como el derecho de una
sociedad compleja y plural no es posible y es poco realista razonar fuera de la
práctica constitucional vigente, por lo que deberá intentarse, ante todo, justi-
ficar las decisiones bajo la premisa de que, si la Constitución es valiosa, me-
jorable y perfectible, es necesario preservarla si es lo segundo mejor cercano
a la Constitución ideal.
48 Las otras polémicas a las que alude NINO —y que se resolverían del mismo modo, es decir, re-
curriendo a un criterio externo al derecho— son las siguientes: el problema de la relación entre derecho
nacional y derecho internacional (en concreto, la discusión acerca de la primacía de uno sobre otro o
viceversa), y el de la validez de las normas de facto. Véase supra 4.3.2. El problema de la validez de las
normas de facto es analizado minuciosamente en ROCA (2005: 231-255).
222 LEOPOLDO GAMA
" Marbury v. Madison. 5 U.S. 137 (1803), consultada en STONE (1991: 29).
224 LEOPOLDO GAMA
52 Si se analizan con atención los argumentos aportados en Marbury se encontrarán ciertas se-
mejanzas con lo que KELSEN vendría a exponer años más tarde en la Teoría Pura del Derecho acerca
de la validez de las normas jurídicas, la supremacía de la Constitución y su garantía judicial. Por otro
lado, la comparación entre KELSEN y MARSHALL como teóricos del control judicial de las leyes no resulta
incidental. Así como MARSHALL puede considerarse el precursor en Estados Unidos de la judicial review;
KELSEN, por su parte, es considerado fundador del modelo concentrado de control de las leyes, véanse
ALADAR (1976: 59) y FAVOREU (1994: cap. I). Para un lúcido análisis de la teoría de la justicia consti-
tucional de KELSEN y su compatibilidad con su teoría del derecho y de la democracia, véase MORESO
(2010). Hay que tener en cuenta que en el modelo kelseniano debe preverse un remedio para invalidar las
leyes emanadas del Congreso que puedan estar en aparente contradicción con la Constitución. Esa tarea
no puede encargarse al mismo órgano que dictó la norma, debe depositarse en un cuerpo independiente
del legislador, un tribunal. Aquí se inserta la conocida solución propuesta por KELSEN (1945: 186) según
la cual las normas jurídicas autorizan a dictar normas regulares y, alternativamente, normas irregulares.
Sin embargo, como apuntara RAz (1978), KELSEN confunde en realidad el hecho de que una norma sea
válida o inválida con el hecho de que dicha decisión sea obligatoria, es decir que tenga fuerza vinculante
o produzca efectos de cosa juzgada. BuLyoLN- (1991a y 1991b) también señaló la existencia de una confu-
sión conceptual en la teoría kelseniana porque algunas veces por «validez» se alude a la creación de una
norma conforme a una norma superior, otras veces significa existencia, y, en otros casos, obligatoriedad.
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 225
53 DWORKIN (1977: cap. II); véase, además, el capítulo I, 4, del presente trabajo.
226 LEOPOLDO GAMA
NINO (1980a: 683) destaca que dicha falta de legitimidad no se presentaba bajo la idea añeja de
que los jueces se limitaban a aplicar mecánicamente las leyes ya que, bajo esta perspectiva, la actividad
judicial era vista únicamente como una técnica ausente de valoraciones.
ss Cfr. NINO (1980a: 194).
EL CONSTITUCIONALISMO DELIBERATIVO 227
[La postura de Dworkin, implicaría que] no hay casi ninguna cuestión va-
lorativa que no esté controlada por un derecho. De esto se sigue que si los jue-
ces tienen la última palabra en materia de derechos, tienen la última palabra en
prácticamente cualquier cuestión que se plantee en la sociedad, desplazando a
los órganos que participan del proceso democrático (NINo, 1980a: 683).
Ante este panorama, la escasa falta de legitimidad de los jueces cons-
titucionales se torna mucho más grave cuando se analiza desde el punto de
vista epistémico. Pensar que a partir de la reflexión aislada es posible decidir
correctamente cuestiones valorativas bajo la ausencia de participación popu-
lar en la discusión pública, es una muestra de «elitismo epistémico» (1\11No,
1980a: 685) ya que siempre será determinante para la validez de toda decisión
la satisfacción del requisito de imparcialidad, que exige la participación de to-
dos aquellos que puedan ser afectados por una decisión determinada. El con-
trol judicial de las leyes, bajo esta lógica, posee muy bajo valor epistémico.
¿Cómo hacer frente a esta problemática si toda la dimensión de la mo-
ral está ocupada por los derechos y, al mismo tiempo, el procedimiento de
decisión judicial presenta un grave déficit epistémico? Recordemos que, pre-
cisamente, el procedimiento democrático es presentado por el modelo delibe-
rativo como el mecanismo con mejores cartas para acceder al conocimiento
de principios morales válidos, ya que satisface con mayor éxito que cualquier
método alternativo de decisión el requisito de imparcialidad. Desde este punto
de vista, todo procedimiento democrático que cumpla con las condiciones que
maximizan su valor epistémico es mucho más confiable para la toma de de-
cisiones, de conformidad con los principios que orienten la vida en sociedad:
«El argumento negatorio del control judicial de constitucionalidad [...] im-
plica que los jueces no son, en general, los últimos custodios de los derechos
individuales, sino que es el propio proceso democrático el que debe ofrecer el
escudo de protección final frente a tales derechos» (1\hiNo, 1980a: 697). De lo
anterior se desprende que, gracias al valor inherente al procedimiento demo-
crático, existen razones para obedecer sus resultados a pesar de que, mediante
la reflexión individual, se concluya que las soluciones ofrecidas son injustas.
Ante una ley de origen democrático el tribunal debe aceptarla como un «indi-
cio epistémico» acerca de su legitimidad, a la luz de los principios morales de-
rivados de la estructura del razonamiento práctico y que son constitutivos de
derechos fundamentales 56.
" Cfr. NINO (1980a: 686). En una línea muy cercana a la de NINO, V. FERRERES (1997) argu-
menta que el valor epistémico de la democracia tiene por consecuencia que las leyes sancionadas
gocen de una presunción de constitucionalidad. Si bien es cierto que dicha presunción es moderada
(lo que quiere decir que para que sea superada no es necesario que la inconstitucionalidad sea pa-
tente, indubitable o manifiesta), existen casos en los que pierde o gana mayor fuerza. Por lo que, en
aquellos casos en los que la presunción es débil el tribunal tendrá razones para tratar las leyes con
menor deferencia; y, por el contrario, cuando se fortalece, la ley gozará de inmunidad jurisdiccional.
Véase el capítulo IV, 3.4, para calibrar la importancia de la presunción de constitucionalidad en un
modelo deliberativo.
228 LEOPOLDO GAMA
57 Algunos autores consideran, paradójico que el procedimiento más idóneo desde el punto de
vista epistémico para acceder a verdades morales esté imposibilitado lógicamente para evaluar la satis-
facción de las condiciones que le dan valor, véase FERRERES (1997: 171). Remito al capítulo IV, 4.1 y
4.4 para ampliar la discusión sobre este punto.
230 LEOPOLDO GAMA
crático 60. A NINO no le queda duda de que los derechos políticos constituyen
parte del núcleo de los derechos a priori, son su «contenido mínimo»; así
como tampoco hay duda que esos derechos presupondrían incluso, otros más
básicos, como el derecho a la vida o la protección contra agresiones, etc. Sin
embargo, la configuración de otros derechos como a priori, por ejemplo, los
derechos sociales, resulta en su opinión problemática. Se puede decir que si
estos derechos constituyen una extensión lógica de los derechos individuales
y pueden ser violados por acciones o por omisiones, entonces la dificultad
contramayoritaria adquiere mayores dimensiones, cuestión que el modelo de-
liberativo ya no aborda explícitamente.
Conviene destacar, a estas alturas, una distinción fundamental en el cons-
titucionalismo deliberativo de NINO. Se trata de la distinción entre la fuerza
y el alcance del procedimiento democrático. La idea es que la calidad epis-
témica de la democracia se fortalece en tanto más derechos se configuren
como a priori, lo que significaría que menor será el conjunto de derechos
a posteriori sujetos a la decisión democrática. Por el contrario, cuanto más
sean los derechos a posteriori que puedan decidirse por la mayoría democrá-
tica, menos serán los derechos a priori incluidos en la Constitución ideal y,
por consecuencia, menor será la calidad epistémica del procedimiento demo-
crático. En otras palabras, la fuerza y alcance del procedimiento deliberati-
vo nos sitúa en una especie de paradoja, la paradoja de las precondiciones
de la democracia. A mayor fuerza del procedimiento democrático, esto es,
a mayor valor epistémico asegurado por sus precondiciones, menor será su
alcance, es decir, serán menos las cuestiones por decidir mediante la regla
de la mayoría. Y, por el contrario, a menor fuerza o valor epistémico de la
democracia (definida por sus precondiciones) mayor será su alcance, es de-
cir, la cantidad de asuntos que podrán decidirse a través del procedimiento
democrático será mayor. Como apunta J. BOHMAN (1998: 404) comentando
la concepción epistémico-deliberativa de NINO, estamos ante la disyuntiva de
diseñar un procedimiento muy robusto para decidir sobre muy poco o bien
un procedimiento muy débil para decidir muchas cosas. Hasta donde tengo
entendido, fue M. WALZER (1981: 391) uno de los primeros que pudo perca-
tarse de las problemáticas a las que conduce la paradoja de las precondiciones
de la democracia: «mientras más extensa sea la lista de derechos más amplio
será el rango de su refuerzo por vía judicial y menor será el espacio para la
decisión legislativa. En tanto más derechos sean reconocidos por los jueces a
los individuos, menor será la libertad del pueblo como un cuerpo parada toma
de decisiones». También R. DAHL (1989: 191) fue consciente de los dilemas
a los que conducen las precondiciones de la democracia: «Una vez que los
derechos y otros intereses necesarios al proceso democrático han sido eficaz-
mente asegurados, entonces mayor será la autoridad que los cuasi guardianes
Mientras que los dos primeros casos en los que el modelo deliberativo
justifica la intervención del tribunal constitucional se dirigen a garantizar la
fiabilidad epistémica de las decisiones democráticas —al sujetarlas ya sea al
respeto por los derechos de participación política, de las reglas procedimen-
tales que estructuran la democracia o a la garantía de la autonomía perso-
nal—, la tercera excepción se orienta a garantizar la eficacia de las decisiones
democráticas a la luz de la Constitución concebida como práctica social. El
deliberativismo ofrece entonces una justificación de la justicia constitucional
con el objeto de garantizar la operatividad de las leyes que cumplen con los
prerrequisitos de la democracia y que están destinadas a preservar la práctica
social o convención dentro de la cual dichas decisiones se enmarcan, esto es,
la Constitución vigente.
Para entender a fondo por qué la preservación de la práctica constitucional
es relevante para el modelo deliberativo hay que situarla en el contexto de
algunas de sus tesis fundamentales:
1) En primer lugar, recordemos que, para este modelo, el tribunal debe
partir en todo momento de premisas valorativas —i. e., de principios morales
a partir de los cuales se derivan derechos fundamentales—, para justificar sus
decisiones.
2) El razonamiento práctico justificativo, en contextos institucionaliza-
dos como el derecho, no se aplica a decisiones aisladas, sino a decisiones que
se enmarcan dentro de una práctica colectiva.
3) Desde esa premisa, el tribunal debe conducirse conforme a un razo-
namiento de «dos niveles»: en el primer nivel se debe valorar la legitimidad
de la práctica constitucional a la luz de los ideales participativos y de los de-
rechos fundamentales. Sí de ese razonamiento se deriva que la Constitución
es legítima por su coherencia con tales parámetros, entonces (segundo nivel),
esta puede usarse como premisa para justificar una decisión, a pesar de que
llegue a reconocerse que la práctica es relativamente defectuosa a la luz de la
Constitución ideal (tesis de lo «segundo mejor»). Por el contrario, se recordará
que, bajo esta perspectiva, si se concluye que la práctica está tan dañada que
238 LEOPOLDO GAMA
sario que los acusados hubieran sido ya declarados culpables. En este sentido
añade NINO que con esa decisión no se infringían los requerimientos de la
Constitución ideal, por lo que la decisión no era criticable desde ese punto de
vista. Además, se podría afirmar que Menem gozaba de amplia legitimidad de-
mocrática. Sin embargo, tal decisión atentaba contra la práctica vigente pues
«debilita enormemente la continuidad de la Constitución histórica y amena-
za la posibilidad de hacer realmente vigente la Constitución ideal» (NiNo,
1997: 282). En definitiva, según el modelo deliberativo, este sería un caso
ante el cual estaría justificado que un tribunal anulara los indultos, no obstante
la legitimidad democrática de quien adoptó la decisión. Esta misma doctrina
puede emplearse, por ejemplo, para evaluar las diversas disyuntivas a las que
se enfrenta un país ante los intentos de separación de una entidad respecto de
la federación o estado autonómico del que forma parte. Por ejemplo, la dis-
cusión en España sobre la secesión catalana puede encuadrarse en la lógica
argumentativa propuesta por el deliberativismo, donde sería necesario sopesar
el grado de apoyo popular y consenso a favor de la separación frente al costo
que implicaría una eventual transformación de la convención constitucional,
entre otros factores económicos, sociales y culturales.
Está construido sobre la base de una teoría moral basada en derechos que
exige sujetarnos a los mecanismos que maximicen la calidad de la delibera-
ción pública. La legitimidad de las decisiones jurídico-políticas depende tanto
de su contenido sustantivo como del procedimiento que les dio origen. En
consonancia con ello, se defiende un modelo deliberativo que posee un valor
tanto intrínseco como instrumental. La deliberación posee mayor confiabi-
lidad que otros procedimientos alternativos para producir resultados justos;
por eso, puede considerarse como un caso de justicia procesal imperfecta.
Este modelo, al menos en la versión de NINO, propone resguardar algunos
derechos —aquellos que constituyen las precondiciones del procedimiento
democrático en una Constitución y exige que el espacio de decisión ma-
yoritario no sea limitado en exceso por el espacio que ocupan los derechos a
riesgo de socavar el potencial epistémico del procedimiento democrático. El
control judicial de constitucionalidad posee muy bajo valor epistémico para la
toma de decisiones en materia de derechos fundamentales. No obstante, está
justificado para garantizar los derechos de tipo procedimental, el derecho de
autonomía personal y la protección de la práctica constitucional vigente.
El modelo de constitucionalismo deliberativo vendría a defender las si-
guientes tesis:
1. La constitución de la democracia deliberativa posee tres dimensiones
esenciales: a) una serie de principios morales generales a partir de los cuales
240 LEOPOLDO GAMA
1. INTRODUCCIÓN
cional. Ese diálogo entre los tres modelos hará emerger los aspectos en los
que confluyen y en los que mantienen divergencias. Posteriormente, intentaré
trazar una ruta para asentar un modelo equilibrado de filosofía constitucional
de corte deliberativo que sea sensible a las limitaciones de los modelos ana-
lizados.
En cierto modo, la primera de esas posiciones coincide con otros dos sen-
tidos de «constitucionalismo», uno «fuerte» y otro «débil» 4. La diferencia
entre uno y otro puede trazarse así: un modelo filosófico de constitucionalismo
fuerte sostendría que una concepción moral basada en los derechos (rights ba-
sed moral theory) exige un determinado diseño institucional que implica bá-
sicamente: 1) el establecimiento de ciertos derechos en una constitución más
o menos rígida, y 2) su garantía a través del control judicial de constituciona-
lidad como mecanismo de decisión última. Por el contrario, un constituciona-
lismo débil parte de una rights based moral theory que subraya el valor del
derecho de participación política en pie de igualdad. Sobre esa base propone
un diseño institucional en el que la decisión y deliberación popular ocupe un
lugar central en la toma de decisiones, centralmente, en la determinación del
contenido y alcance de los derechos fundamentales.
En cierta sintonía con el planteamiento procedimentalista se sitúa la postura defendida por LA-
PORTA (2007).
246 LEOPOLDO GAMA
ID DAHL (1989: 163) afirma que «llevado al extremo, la insistencia de que los resultados sustan-
tivos tomen precedencia sobre el proceso se convierte en una justificación claramente antidemocrática
y la "democracia sustantiva" se vuelve una etiqueta engañosa para lo que es, de hecho, una dictadura».
" Para la crítica de las posturas estrictamente procedimentales y sustantivas de la democracia
véanse RÓDENAS (1996: 66) y MARTÍ (2006: 142).
12 Véase CHRISTIAN° (2003: 63).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 249
RAWLS propuso unas categorías de análisis que integran las ideas de valor
intrínseco e instrumental y de legitimidad procedimental y sustantiva. Hay
procedimientos, diría RAWLS, cuyos resultados pueden evaluarse conforme
a las reglas que definen el procedimiento mismo o conforme a otros crite-
rios, externos al procedimiento. Distingue así tres tipos13 (aunque en realidad,
como se verá enseguida, son cuatro) de justicia procedimental (procedural
justice): i) la justicia procedimental pura (pure procedural justice); y dos tipos
de justicia procesal instrumental o no-pura; ii) la justicia procesal perfecta
(perfect procedural justice), y la justicia procesal imperfecta (imperfect
procedural justice).
" Al inicio del capítulo II de A Theory of Justice, RAWLS anuncia que distinguirá «tres tipos de
justicia procedimental».
250 LEOPOLDO GAMA
14 El ejemplo paradigmático de este tipo de justicia, nos dice RAWLS (1999: 75 [90]) es el de los
juegos de azar: «Si un número de personas lleva a cabo una serie de apuestas imparciales, la distribu-
ción que se haga del dinero después de la última apuesta (sea cual fuera) es imparcial, o al menos no
es parcial».
15 RAWLS (1999: 74 [89]) pone como ejemplo de un caso de justicia procesal perfecta el siguiente:
«Un pastel habrá de dividirse entre un número de personas: suponiendo que una división justa sea una
división igualitaria; ¿cuál es el procedimiento, si lo hay, que dará ese resultado? Dejando a un lado los
tecnicismos, la solución obvia es la de que una persona divida el pastel y tome la última parte, permi-
tiendo a los otros que escojan antes. Dividirá el pastel en partes iguales, ya que de este modo estará
seguro de obtener la mayor porción posible».
16 Vale decir que, a juicio de RAWLS (1999: 198 [189]), todo procedimiento político es imperfecto:
«Obviamente, cualquier procedimiento político practicable puede producir un resultado injusto. De
hecho, no existe un esquema de reglas políticas de procedimiento que garanticen que no se promulgará
una legislación injusta. En el caso de un régimen constitucional, o en cualquier forma de gobierno, es
imposible realizar el ideal de la justicia procesal perfecta. El mejor esquema alcanzable es de justicia
procesal imperfecta. No obstante, algunos esquemas tienen mayor tendencia que otros a producir leyes
injustas».
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 251
17 Un ejemplo claro de justicia procesal imperfecta según RAWLS es el juicio penal: si bien es
cierto puede decirse que se diseña un procedimiento adecuado con el objeto de buscar y establecer la
verdad del caso, no hay seguridad de que este conduzca siempre a un resultado correcto, i. e., que el
culpable sea condenado o que el inocente liberado.
" Por ejemplo, BAYÓN (2004: 31) señala siguiendo a BE1TZ que, en general, se ha interpretado la
clasificación de RAWLS como exhaustiva y se ha inferido de ahí que los procedimientos para la toma
de decisiones no pueden ser más que esquemas de justicia procesal imperfecta con la consecuencia
de dar por sentado que el único criterio disponible para elegir entre un procedimiento para la toma de
decisiones es su valor instrumental.
252 LEOPOLDO GAMA
19 Una propuesta para ampliar la clasificación rawlsiana sobre los casos de justicia procesal, pero
en línea diversa a la que aquí se ofrece, se desarrolla por TADROS (2008), donde se distinguen dos tipos
de justicia procesal adicionales que se encontrarían, según el autor, a la mitad del procedimentalismo
puro y del procedimentalismo imperfecto: i) procedimentalismo aditivo (additive proceduralism), en
donde la justicia de una decisión está constituida, en parte, tanto por las condiciones extraprocedi-
mentales como por el procedimiento mismo por el cual se adoptó la decisión, y ii) procedimentalismo
«habilitador» (enabling proceduralism), en donde la justicia de una decisión está constituida por las
condiciones extraprocedimentales. Sin embargo, también es una condición necesaria «posibilitante»
para la justicia de la decisión, que sea adoptada por un procedimiento apropiado.
20 También distingue este cuarto tipo de justicia procedimental TSCHENTSCHER (1997).
2' O bien, de un caso de «indeterminación moral» bajo la cual, siguiendo a BESSON (2005: 62),
«asumiendo que existe una verdad moral objetiva, esta es pluralista y donde los conflictos entre valores
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 253
pueden conducir a [...1 la indeterminación moral lato sensu». Cabe añadir que, bajo esta perspectiva,
aun cuando la indeterminación del derecho y la indeterminación moral sean distintas, la primera «puede
tener orígenes morales», particularmente cuando se trata de disposiciones que se refieren a derechos
fundamentales.
254 LEOPOLDO GAMA
22 También Ch. BEITZ (1989: 47) encuadra su modelo de democracia en esquema de justicia pro-
cesal cuasi pura. Los procedimientos democráticos son, según este autor «casos en los que hay un
estándar independiente para evaluar los resultados de un procedimiento, pero también hay criterios de
equidad no orientados a los resultados y que pertenecen al procedimiento en sí».
23 Así sostiene: «La mejor estructura institucional es la que está mejor calculada para producir las
mejores respuestas a la cuestión esencialmente moral de qué son en realidad las condiciones democrá-
ticas y asegurar el cumplimiento estable con esas condiciones», DWORKIN (1996: 34).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 255
25 MoRnso (1998: 30) caracteriza la democracia constitucional como un caso de justicia procesal
imperfecta y apunta que «de hecho, los procedimientos políticos son siempre, para teorías de la justicia
que reconocen derechos, supuestos de justicia procesal imperfecta»; aquí se intenta ofrecer una alter-
nativa distinta.
26 Confluyen expresamente en esta vertiente una red de propuestas que concuerdan en marcar
una tajante divergencia entre la democracia constitucional y el mayoritarismo. Tal es el caso de la con-
cepción sustancial de la democracia de FERRAIOLI (2007), ARNESON (1995) o FREEMAN (1998). En la
misma línea se encuentran OTTO DE (1987), GARCÍA DE ENTERRÍA, ARAGÓN (2013) y un gran número de
posturas constitucionales de fuerte arraigo en la cultura jurídica hispano-latinoamericana.
27 La misma idea es defendida por CHRISTIAN° (1996: 66-67): «Es tan difícil de saber qué es lo
que constituye el bienestar que sería absurdo evaluar las instituciones políticas sobre la base de tan in-
sondable criterio». En el mismo sentido CA7VIPBELL (1999: 13), para el cual los graves desacuerdos sobre
los derechos excluyen recurrir a criterios instrumentales para la elección de un procedimiento político.
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 257
28 Con esta última tesis, el modelo procedimentalista de WALDRON parecería dirigirse hacia una
versión deliberativa de la democracia, la cual, bien afianzada, entraría en tensión con el escepticismo
moral de su autor pues, a fin de cuentas, no puede servir de base para construir una teoría democrática.
Coincide en este punto ALEXANDER (2008).
258 LEOPOLDO GAMA
dos. Los únicos criterios con los que se cuentan son de tipo procedimental. En
este sentido el procedimiento es equitativo y pose una dignidad intrínseca, por
lo que es suficiente el origen procedimental de la decisión para considerarla
admisible.
El modelo de democracia procedimentalista, entendido como un caso de
justicia procesal pura, puede resumirse en cuatro tesis:
1) Aun cuando se tuviesen criterios externos independientes a los proce-
dimientos políticos para evaluar sus resultados.
2) La presencia de desacuerdos sustantivos convierte en inoperante la
estrategia instrumentalista que pretende evaluar las instituciones por su ido-
neidad para producir resultados correctos.
3) La «corrección» de las decisiones jurídico-políticas solo puede de-
pender de criterios internos al procedimiento que se siguió para adoptarlas.
4) Los mecanismos del constitucionalismo carecen de valor intrínseco y
son admisibles circunstancialmente.
Basta esto para considerar que el modelo de WALDRON es un caso de justi-
cia procesal pura". Identificar a la democracia como un caso de justicia proce-
sal de este tipo, significaría conceder que genera una «aceptabilidad moral de
tipo procedimental» (CARE, 1978: 322). F. MICHELMAN (2008: 160) coincide
en esta caracterización del modelo waldroniano como un caso de justicia pura-
mente procesal el cual, después de todo, no pretende prescindir de estándares
de justicia en general sino únicamente en los resultados: los criterios de justi-
cia se hallan estrictamente en los procedimientos.
" W. NELSON (1980b: 508) expone el razonamiento de una concepción procedimental pura de
la democracia en los siguientes términos: «Hay procedimientos para la toma de decisiones tales que,
si los procedimientos se siguen, las decisiones simplemente son justas cualesquiera que sean. Si los
procedimientos democráticos son procedimientos del tipo apropiado, tenemos entonces una razón para
adoptar tales procedimientos. Es más, si lo hacemos así, las políticas resultantes serán justas». Me pare-
ce que este tipo de concepción de la democracia vendría a identificarse con la denominada por ESTLUND
(1997: 176-177) «fair proceduralism», es decir, la concepción según la cual aquello que hace legítima
una decisión democrática es el hecho de que ha sido producida mediante un procedimiento mayoritario
imparcial (fair). En otro trabajo coincide en que el modelo de democracia de WALDRON se acercaría a
alguna versión del fair proceduralistn, ESTLUND (2000: 126, n. 5).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 259
berativo es como un caso de justicia procesal cuasi pura, dado que así es posible
conciliar el valor intrínseco e instrumental de la legitimidad, y 2) que el modelo
de NINO posee, de hecho, algunas bases para encuadrarlo de ese modo'''.
Por principio de cuentas, es claro que para este modelo existen criterios
independientes a los procedimientos de toma de decisiones para evaluar su le-
gitimidad". Una de las tesis centrales en el entramado teórico de NINO es que
las normas jurídicas no proveen razones para justificar acciones o decisiones
a menos que se fundamenten en un conjunto de principios morales de los que
derivan los derechos humanos. Esos principios son la autonomía personal, la
inviolabilidad y la dignidad de la persona, los cuales se derivan a su vez de los
presupuestos de la práctica de la discusión moral. El respeto por los derechos
constituye un componente relevante para considerar justificada una acción o
decisión 32.
Sin embargo, adoptar exclusivamente una perspectiva instrumental, basada
en los resultados correctos (a la luz de las exigencias morales de las que se de-
rivan los derechos humanos) como único criterio para la legitimidad, conduce,
como bien lo reveló Nirro con claridad, a la paradoja de la irrelevancia moral
del gobierno y de sus leyes. La función de la paradoja de la irrelevancia es
destacar la incompletitud de un acercamiento exclusivamente instrumental al
problema de la legitimidad política, ya que, si el único fin es obtener resulta-
dos correctos, entonces el procedimiento democrático sería en sí mismo irrele-
vante, pues instrumentalmente podríamos elegir cualquier otro procedimiento
alternativo que arribara a esos resultados con mejor éxito. Y lo cierto es, como
lo demostró el propio NINO, que el origen o la forma como son dictadas las nor-
mas jurídicas sí proveen razones para justificar acciones y decisiones cuando
se trata de una autoridad democrática concebida de un modo específico.
El modelo de filosofía constitucional de NINO no es meramente sustantivo
y la perspectiva relevante que adopta para enjuiciar los procedimientos no es
En mi tesis doctoral defendí que el modelo de NINo se ajustaba a un caso de justicia procesal
imperfecta. Sin embargo, en ese momento no me percaté de la posibilidad de introducir un cuarto tipo
de justicia procesal capaz de acoplar el valor intrínseco y el valor instrumental. Con todo, aun cuando
esté errada la propuesta que ahora se defiende, lo fundamental es no perder de vista que el modelo de
constitucionalismo deliberativo permite conciliar la tensión entre el valor intrínseco e instrumental de
la democracia. Han tratado de entender la deliberación mayoritaria como un caso de justicia procesal
cuasi pura, aunque no refiriéndose expresamente a la concepción epistémica, MCGANN (2006: 82 y ss.);
y expresamente a la concepción epistémica, LUNDSTROM (2009).
31 Como se mencionó en el capítulo III, las reglas del discurso práctico-moral, esto es, los presu-
puestos que definen la validez de los juicios morales, funcionarían como criterios independientes al pro-
cedimiento deliberativo. Esto es claro también en la postura de HABERMAS, donde se admiten criterios
sustantivos independientes al procedimiento tales como la imparcialidad, universabilidad, generalidad,
véanse al respecto COHEN (1999) y RUMMENS (2007). Estas reglas permiten justificar principios de los
que se derivan derechos fundamentales.
32 Cabe recordar la siguiente afirmación de NINO (1989a: 368): «Es la función de hacer efectivos
los derechos individuales básicos lo que provee la justificación moral primaria de la existencia de un
orden jurídico».
260 LEOPOLDO GAMA
" NINO (1984b: 241-243). Según NINO, a la clasificación rawlsiana habría que hacerle algunos
ajustes de tal suerte que existirían: a) casos de justicia procesal pura perfecta; b) casos de justicia pro-
cesal pura imperfecta; c) casos de justicia no-pura (o instrumental) perfecta, y d) casos de justicia pro-
cesal no-pura (o instrumental) imperfecta. El problema que encuentro con esta reconstrucción es que,
contrario a lo que sostiene NINo, aquí se ha señalado que la diferencia entre la justicia procesal pura y
la no-pura es la presencia de criterios independientes al procedimiento para evaluar los resultados, por
lo que ahí donde están ausentes tales criterios no tendría caso distinguir entre la «perfección» y la «im-
perfección». En este sentido, no clarifica distinguir dos subcasos de justicia procesal pura pues, por de-
finición, la corrección de los resultados únicamente depende de criterios internos al procedimiento, de
ahí que la «pureza» de la justicia procesal pura, radique en que está libre de cualquier elemento externo.
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 261
" Ha articulado una concepción epistémica de la democracia deliberativa entendida como un caso
de justicia procesal pura PETER (2007).
264 LEOPOLDO GAMA
el modelo de los autores norteamericanos la deliberación se presenta como el instrumento idóneo para
resolver los desacuerdos morales.
" Véase Nmo (1997: 193, 275-276 y 301-302).
4° Uno de los autores que han estudiado a fondo el problema filosófico de la paradoja de las pre-
condiciones de la democracia es MARTÍ (2006 y 2011).
266 LEOPOLDO GAMA
mayor apertura del rango de decisiones posibles, y (B) sacrificar una parte
del uso del procedimiento democrático, vetando determinadas cuestiones a
la decisión democrática, en aras de proteger la legitimidad». Pero la paradoja
puede enfrentarse según NINO si se busca un balance progresivo entre la fuerza
y el alcance del procedimiento democrático, es decir, fijando un parámetro
inicial en el que se respeten ciertas precondiciones mínimas 42 (de tal suerte
que sea operativa la democracia) y, paulatinamente, fortalecerla mediante la
satisfacción de mayores precondiciones hasta lograr un equilibrio pleno. Sin
embargo, a juicio de MARTÍ", la estrategia del equilibrio gradual de NINO no
disuelve en realidad la paradoja, pues siempre cabría la posibilidad de destruir
la democracia haciendo uso del procedimiento mismo, o bien de reducir el
rango de decisiones admisibles en tanto se vaya incrementando la legitimidad
del procedimiento democrático, de tal suerte que, en el fondo, sería imposible
la satisfacción plena de las precondiciones de la democracia y, al mismo tiem-
po, la maximización de su poder decisorio.
El modelo deliberativo, tal y como se ha desarrollado en este capítulo,
puede ofrecer una vía para repensar" esta paradoja: la dinámica entre las
precondiciones y el procedimiento es distinta cuando se parte de un modelo
de filosofía constitucional entendido como un caso de justicia procesal cuasi
pura. Esto es así, pues las precondiciones de la democracia, como criterios
externos al procedimiento, no poseen un carácter concluyente, en virtud de
que no son claros o definitivos los estándares sustantivos de corrección en los
casos de justicia procesal cuasi pura. De tal suerte, el procedimiento única-
mente puede condicionarse a través de requerimientos de carácter borroso. En
ese sentido, posee un carácter no-concluyente establecer si aumenta o reduce
la legitimidad del procedimiento a partir de la configuración de cierto valor
como una precondición. Esto supondría entender que la legitimidad sustanti-
va, en el modelo cuasi puro, es de carácter relativo, lo que no es más que una
consecuencia de la tesis de la indeterminación (no radical aunque parcial) de
los requerimientos de la justicia —o del carácter imperfecto de los deberes
que estos generan—, por lo que, en el fondo, el espacio de decisión de la de-
mocracia no estaría en realidad recortado por sus precondiciones y no habría
42 NINo (1997: 195) considera incluso que la democracia puede funcionar con un bajo valor epis-
témico, lo que implica satisfacer algunas condiciones básicas siempre y cuando su valor sea mayor al
de métodos alternativos para la toma de decisiones.
4' Para MARTÍ (2006: 43) la paradoja es especialmente problemática en el caso de una versión
epistémica de la democracia deliberativa pues llevaría a un callejón sin salida. En sus palabras: «En
la medida en que satisfacemos las condiciones que aseguran un mayor valor epistémico al procedi-
miento democrático deliberativo, nos quedan menos cuestiones y menos importantes sobre las que
deliberar».
44 No pretendo en estas páginas ofrecer una vía para solucionar la referida paradoja sino para
evaluarla a la luz de un modelo deliberativo articulado como un caso de justicia procesal cuasi pura, en
el entendido de que, de hecho, el planteamiento de la paradoja asume que el procedimiento deliberativo
es un caso de justicia procesal imperfecta, véase MARTÍ (2011). Para un análisis crítico de la tesis de la
inevitabilidad de la paradoja de la democracia expuesta por MARTÍ, véase Ruiz MIGUEL (2009).
268 LEOPOLDO GAMA
45 Desde este punto de vista, se relativiza el problema de diseño institucional acerca de quién
debe poseer la última palabra pues, en el fondo, las decisiones jurídico-políticas bajo el marco de los
desacuerdos sustantivos razonables, tendrían un carácter revisable y provisional y los modelos de legi-
timidad, como el deliberativo, solo proveerían decisiones justificadas con ese carácter, véanse GUTMAN
y THOMPSON (1996: 51) y HUBNER (2014), quien a partir de esos rasgos justifica la importancia de las
interacciones defiberativas entre los tribunales y los parlamentos.
46 Véase también BELLAMY (2007).
47 Tal entendimiento político o colectivo de los derechos se encuentra en radical oposición con la
tesis de los derechos como triunfos «individuales» contra la «mayoría», pues, como apunta correcta-
mente BELLAMY, «un individuo reclamando un derecho no es la única persona que posee triunfos. Todos
aquellos contra los que él o ella está oponiendo su derecho poseen triunfos también. La metáfora de las
cartas de triunfo deja de ser útil en este contexto», BELLAMY (2012: 459-460). Para un análisis crítico
de los derechos como triunfos y la dificultad de anclar los derechos en principios abstractos como el
de igual consideración y respeto cuyo contenido es difícil concretar véase MEYERS (1984: 407-421).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 269
48
Sigo aquí a MORESO (1998). Los tres modelos se adscriben a una teoría fundada en los dere-
chos, pero esto no significa que excluyan otro tipo de consideraciones para la evaluación de la justicia
de cierto sistema político. Lo importante para toda concepción fundada en los derechos es que consi-
deran que entre los valores más fundamentales se encuentran una serie de derechos fundamentales que
no pueden ser traspasados por otras consideraciones valorativas. Este punto también es subrayado por
TWINING (2009: 150).
270 LEOPOLDO GAMA
Los tres modelos coinciden en que los derechos exigen una estructura ins-
titucional determinada. Sin embargo, vale la pena detenerse brevemente en
analizar tres formas diversas de entender los derechos que no son incompati-
bles entre sí:
a) «Derechos» como límites a la maximización de la utilidad.
b) «Derechos» como límites oponibles frente a las mayorías.
c) «Derechos» como razones últimas o como razones justificativas.
a) Por lo que respecta al primer sentido, el sustantivismo, el procedi-
mentalismo y el deliberativismo están de acuerdo en la tesis según la cual
los derechos imponen límites a los cálculos de tipo costo-beneficio; es decir,
coinciden en el carácter antiutilitarista de los derechos. Como es sabido, una
de las críticas más demoledoras que el liberalismo dirige al utilitarismo es
que la maximización de los intereses del mayor número de individuos inte-
grantes de una comunidad dada podría traer como consecuencia sacrificar los
intereses de una minoría. En este sentido, se suele afirmar que los derechos
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 271
49 M. MOORE (2002: 214) se ha referido al rasgo antiutilitarista de los derechos usando la acertada
frase «welfare-trumping nature of natural rights».
5° En el caso de FERRAJOLI (1998: 860), los derechos constituyen garantías «que son contra la
mayoría, al haber sido instituidas contra cualquier poder para tutela sobre todo de los individuos y de las
minorías que carecen de poder; y son contra la utilidad general, teniendo como fin exclusivo la tutela de
los derechos individuales». Nótese que el autor italiano remite a la idea de derechos como triunfos pro-
puesta por DWORKIN. En esa misma línea se encuentra Josms (1994). Para un debate sobre el significado
de la tesis de los derechos como triunfos véanse PILDEs (1998 y 2000) y WALDRON (2000).
272 LEOPOLDO GAMA
incapacidad de las mayorías para tratar con cuestiones relacionadas con los
derechos. Por esas razones, la autoridad final en materia de interpretación
de los derechos debe situarse en aquella institución que por sus rasgos ins-
titucionales provea las mejores respuestas sobre cuestiones sustantivas. Por
el contrario, el procedimiento democrático posee legitimidad residual para
decidir cuáles son los objetivos políticos que una sociedad puede perseguir
legítimamente.
Así como DWORKIN (1995: 2) afirma que la democracia constitucional es
«un sistema que establece derechos individuales que no pueden ser invali-
dados por el gobierno imperante», pueden encontrarse ejemplos similares.
E. GARZÓN VALDÉS, por ejemplo, sostiene que los derechos constituyen un
«coto vedado» lo cual implica que «las cuestiones concernientes a la vigencia
plena de los bienes primarios o básicos no pueden dejarse libradas a procedi-
mientos de discusión en los que juegue algún papel la voluntad o los deseos
de los integrantes de la comunidad» 51.
En esa misma línea se sitúa el constitucionalismo de FERRAJOLI, con un
argumento como el siguiente: «La primera regla de todo pacto constitucional
sobre la convivencia civil no es, en efecto, que se debe decidir sobre todo por
mayoría sino que no se puede decidir (o no decidir) sobre todo, ni siquiera
por mayoría» (FERRAJOLI, 1998: 859) 52. En esa clave, también se ubica R. AR-
NESON (1995: 119) 53: «Una democracia constitucional es un régimen que se
rige según los principios del gobierno democrático y que están determinados
por una constitución que reconoce ciertos derechos de los ciudadanos, los
cuales son reforzados por jueces no elegidos y que poseen poderes finales de
revisión».
Sin embargo, que todos los derechos deban situarse fuera del alcance
del proceso democrático y constituyan, sin más, sus precondiciones de le-
gitimidad, de tal suerte que el debate sobre su sentido y alcances quede res-
guardado por la justicia constitucional, no es una tesis admisible para los
modelos que reconocen un valor intrínseco al procedimiento democrático.
Los modelos procedimentalista, y en cierto modo el deliberativista, recha-
zan aquella tesis terminantemente, precisamente, sobre la base del elemento
democrático.
El modelo procedimentalista concede alcances muy amplios a las ma-
yorías democráticas. El principio de participación política otorga a los indi-
" Así lo formula ATIENZA (1993) en su reconstrucción de lo que denomina «el Sistema EGV».
sa Nótese que FERRAJOLI (1998: 859) añade enseguida: «Incluso la democracia política [por regla
de la mayoría] más perfecta, representativa o directa, sería un régimen absoluto y totalitario si el poder
del pueblo fuese ilimitado. Sus reglas son sin duda las mejores para determinar quién puede decidir y
cómo debe decidir, pero no bastan para legitimar cualquier decisión o no decisión».
53 Este autor identifica expresamente su modelo de democracia constitucional como «sustantivis-
ta», para diferenciarlo del modelo procedimental propuesto por ELY (1980).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 273
54 En el mismo sentido apunta BAYÓN (2004: 79): «Parece más atinado entender, por el contrario,
que al menos algunos derechos y libertades individuales son en realidad prerrequisitos o condiciones
necesarias de la genuina democracia, puesto que sin ellos el procedimiento de decisión por mayoría no
diferiría realmente de la toma de decisiones manipuladas o impuestas, con lo que ni cabría afirmar que
274 LEOPOLDO GAMA
encarna verdaderamente el ideal que pretende hacer operativo (el de la auténtica participación de todos
y en pie de igualdad en la toma de decisiones públicas) ni, en definitiva, habría por qué considerarlo
valioso.
u ALEXY (2002 y 2007). Véase, además, ATIENZA (2007).
56 Así es como lo ha sostenido lúcidamente ATIENZA (2011 y 2016).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 275
57 Por ejemplo, AHUMADA (2005: 21) señala que «sigue sin estar claro el vínculo entre un sistema
democrático estable, respetuoso con los principios de libertad y de justicia que se tienen por fundamen-
tales, y la presencia de alguna forma institucionalizada de control judicial [...], y, en concreto, de un
control de constitucionalidad de la actuación del legislador». También MORESO (1998: 15) se plantea
esta cuestión en términos similares: «Si se acepta una teoría de la justicia entre cuyos principios haya
algunos que confieren derechos básicos, ¿estamos, entonces, comprometidos a aceptar algunas con-
secuencias en el diseño de nuestras instituciones políticas?». Respecto a la ausencia de una relación
necesaria entre el ideal de los derechos y los mecanismos del constitucionalismo, BAYÓN (1998: 69)
apunta que no «es evidente por qué quien haga suyo el ideal moral del coto vedado debería considerar
una mala regla de decisión colectiva el puro y simple criterio de la mayoría».
276 LEOPOLDO GAMA
58 En relación con este punto véase MILDENBERGER (2009) donde se contrasta ese modelo con
el constitucionalismo de WALUCHOW (2007). Para una reconstrucción de las posturas de WALUCHOW,
DWORKIN y WALDRON, véase GAMA (2009).
59 Con todo, vale la pena apuntar que para WALDRON sí existe una relación entre el ideal de los
derechos y la democracia mayoritaria. En efecto, identificar a un sujeto como portador de derechos
implica reconocer su capacidad para la toma de decisiones en el ámbito público y privado, es decir, para
autogobemarse; de allí que el argumento central que le permite oponerse al control judicial se asienta
en el ideal de los derechos.
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 277
bajo las cuales deciden los jueces garantiza, según sus premisas, un debate
enfocado en los principios sustantivos y en las cuestiones político-morales que
le subyacen. La calidad del debate público, insiste una y otra vez DWORKIN,
mejora cuando las cuestiones constitucionales sobre principios se depositan
en el foro judicial y se alejan de los parlamentos, espacios donde reinan los
intereses, la negociación y el ajetreo político.
El argumento para apostar por un constitucionalismo de este tipo, se funda
en la confianza depositada en los jueces para decidir sobre principios, en su
pericia para el razonamiento moral. La obra de DWORKIN y su ideal de juez
Hércules, podría interpretarse como un intento para mostrar el tipo de com-
petencia especial que poseen para tratar con cuestiones constitucionales. Este
tipo de planteamientos son habituales en modelos que confían poco en el
potencial de la deliberación en sede legislativa para ofrecer respuestas sus-
tantivas correctas 60. Se trata de posturas que revelan en el fondo una visión
pesimista de las capacidades ciudadanas y/o de sus representantes para el ra-
zonamiento moral61.
A lo largo de este capítulo, se ha destacado en repetidas ocasiones que
la participación política para la discusión de cuestiones sustantivas sobre el
sentido y alcances de los derechos constituye para los modelos procedimen-
talista y deliberativo, uno de los criterios centrales para la legitimidad de las
decisiones políticas. Para DWORKIN, en cambio, el autogobierno ya sea directo
o indirecto opera únicamente para discutir políticas públicas y no cuestiones
de principio. En este sentido, la opción por un modelo de constitucionalis-
mo fuerte para determinar la orientación, alcance y sentido de los principios,
descansa en una suerte de paternalismo que propugna someter a los ciudada-
nos a la opinión de un conjunto de expertos morales que ofrecerán mejores
soluciones y desplazarán sus opiniones acerca de lo que exigen los derechos
fundamentales 62 . Vale la pena preguntarse si acaso este modo de ver las cosas
supondría una violación al principio de igual consideración pues, en el fondo,
el esquema institucional del constitucionalismo fuerte no trata a todos como
agentes autónomos para gobernarse en la esfera pública".
6° DwoRKIN llegó a afirmar, por ejemplo: «No puedo imaginar qué argumento podría ofrecerse
para mostrar que las decisiones legislativas sobre los derechos son probablemente más correctas que
las decisiones judiciales No conozco ninguna razón de por qué un legislador posea con mayor
probabilidad creencias precisas sobre la clase de hechos que, bajo cualquier concepción plausible de
los derechos, serían pertinentes para determinar qué son los derechos de los individuos», DWORKEV
(1985: 24, y en sentido similar; 1996: 344). De ese modo, la acción legislativa es reducida al campo
del mero interés y la negociación como afirma WALDRON (1999b). Lo que llama la atención, sin duda,
es que el mismo juicio no se corresponde con la consideración guardada por DWORKIN a la actividad
judicial, de ahí que pueda increpársele si «,acaso no los jueces actúan de un modo u otro de una manera
irracional y sin principios?», MILLER (2008: 102).
61 Coincide en este punto ZLTRN (2002).
62 En esa línea LENTA (2004) y ZURN (2002: 505).
63 M. MCCONNELL (1996: 1291) reprocha a DWORKIN que: «En una democracia de "igual consi-
deración y respeto" no hay clase privilegiada cuyos puntos de vista, en virtud de su estatus o posición,
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 279
pueda pensarse que proveen "la mejor respuesta" a cuestiones sobre las que estamos divididos, incluso
si son jueces o profesores de derecho. Ese es el fundamento moral de la "premisa mayoritaria". Ante
los desacuerdos entre los ciudadanos sobre los problemas de justicia y el bien público, la única manera
de mostrar igual consideración y respeto es gobernarse democráticamente sujetándose a los constreñi-
mientos que los sujetos mismos han acordado». Llama la atención que este autor defiende esa posición
bajo las premisas de un objetivismo moral y que, aun así, no está convencido de la aptitud especial de
los jueces para el razonamiento moral, véase MCCONNELL (1988: 105).
» Para un análisis de las tesis de RAWLS y su relación con la democracia deliberativa véase
SAWARD (2001). Debe apuntarse que este autor (1997b: 772) hace explícita la conexión entre la demo-
cracia deliberativa y la idea de razón pública. No obstante, a pesar de ese vínculo lo cierto es que para
este autor la razón pública es la razón de la Corte Suprema y no la del congreso, RAWLS (1997a: 108).
280 LEOPOLDO GAMA
es Este es un argumento sobre el que, de hecho, algunos defensores del constitucionalismo sus-
tantivista se acogen para defender los mecanismos del constitucionalismo. C. FABRÉ señala por ejemplo
que «al defender que debemos confiar que las personas asumirán las responsabilidades políticas y no
buscarán aplastar los derechos, WALDRON y [James] ALLAN no llegan a percibir que si bien las personas
son dignas de respeto, y que por consiguiente poseen derechos, ello no significa que los ciudadanos
siempre respetarán los derechos de otras personas. Por consiguiente, no es absurdo atrincherar los de-
rechos en la constitución con el fin de proteger los intereses fundamentales que ellos encapsulan contra
los intentos de la mayoría por dañarlos», FABRÉ (2000a: 91). En el mismo sentido véanse KAVANAGH
(2003: 476) y SAGER (2002: 12), quien afirma que «del hecho que nos consideremos merecedores de
derechos no se sigue que debamos considerarnos bien capacitados para emitir juicios acerca de los
mismos».
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 281
68 Sigo a EISGRUBER (2002: 44-46). BAYÓN (2004: 45) ha defendido que, para diversas situaciones
sociales, pueden valer arreglos institucionales distintos, lo que no es más que una consecuencia de la
tesis según la cual la justificación de un esquema institucional depende de un balance entre su valor
intrínseco e instrumental, el cual, a fin de cuentas, está sujeto a las circunstancias particulares de cada
comunidad.
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 283
69 Me apoyo en BAYÓN (1998: 71) donde apunta con precisión lo que podría considerarse como
el postulado fundamental de una teoría de la autoridad procedimentalista: «Toda regla de decisión co-
lectiva última, so pena de incurrir en regreso al infinito [motivada por las circunstancias de la política],
tiene que ser estrictamente procedimental», de donde se seguiría como consecuencia lógica una tesis
devastadora para el constitucionalismo sustantivista: «Si toda regla última de decisión colectiva ha de
ser estrictamente procedimental, entonces a través de cualquiera de ellas es posible tomar válidamente
decisiones con cualquier contenido, lo que equivale a decir que todas son falibles (o lo que es lo mismo:
que ninguna excluye por principio la posibilidad de la opresión, ya sea la de alguna minoría o la de la
propia mayoría)».
284 LEOPOLDO GAMA
7° Y, por coherencia interna, aceptar algo semejante al anarquismo filosófico según el cual no
puede fundarse la legitimidad de ninguna autoridad. Es representativa de esta corriente la postura de
WOLFF (1970).
7' Desarrollada, por ejemplo, por BAYÓN (1998: 83) y CHRISTIANO (2000: 52).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 285
Así pues, todo parece indicar que no podemos desentendernos de las ra-
zones sustantivas para justificar la preferencia por un esquema para la toma
de decisiones. En este sentido, como apunta BAYÓN (1998: 83), «la adopción
originaria de una regla de decisión —incluso si es estrictamente procedimen-
tal— solo puede hacerse por y desde razones sustantivas». Si esto es cierto,
entonces también habría que admitir que, dado que la elección por un procedi-
miento dado exige comprometerse con ciertos valores, «nada impide entonces
la adopción originaria de una regla de decisión ya con restricciones sustanti-
vas». Por tanto, en contra del modelo procedimentalista puede decirse que, si
bien es cierto que existen desacuerdos sustantivos, no hay razones para excluir
tomar en consideración razones de tipo sustantivo para justificar la elección
por un procedimiento de decisión. En este sentido, tiene razón A. KAVANAGH
(2003: 466) cuando afirma que «no necesitamos una reconstrucción precisa
72 Véanse al respecto GUTMAN y THOMPSON (1995: 93 y 1996: 28); BAYÓN (1998: 83), y CHRIS-
TIANO (2000: 523).
286 LEOPOLDO GAMA
" O bien no nos acerca a un instrumentalismo á la DWORK1N, como parece derivar la propia
KAVANAGH.
" Puede decirse que la postura de WALDRON adolece de lo que AGUILó (2009a: 537) denomina
acertadamente «prejuicio del relativismo»: «El prejuicio radica en dos puntos: uno, el énfasis puesto en
la discrepancia valorativa, ya que no es cierto que desacordemos tanto ni tan intensamente; y, dos, en la
idea de que no hay posibilidad de dirimir discursivamente los desacuerdos valorativos. El consenso es
un hecho tan observable como el disenso; y, en muchas ocasiones, enfatizar uno u otro no es el resultado
de una observación más minuciosa, sino de una pura decisión. El prejuicio del relativismo consiste pre-
cisamente en dar por probado lo que habría que probar: que el desacuerdo es muy superior al acuerdo y
que, por tanto, no hay espacio para el discurso moral».
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 287
78 En particular los del año 1998, en donde sus integrantes estuvieron de acuerdo en la falta de
razones para establecer una prohibición absoluta a la donación. Véase también ATIENZA (2004).
79 Lo «racional» y lo «razonable» son dos términos claves en el entramado de Political Libera-
lism. Los agentes son «racionales» porque poseen la aptitud para: 1) establecer sus objetivos e intereses
propios y para elegir los medios adecuados para conseguirlos, y 2) para conferirles prioridad atribuyén-
doles un peso o un valor específico según un determinado plan de vida. Por ejemplo, será racional no
solo aquel que opta por el camino más corto para llegar a un destino determinado, sino también aquel
que, valorando su propia salud, practica un deporte para mantener el cuerpo sano o bien deja de fumar
y beber alcohol. El agente racional, sin embargo, carece de lo que RAWLS llama «sensibilidad moral»,
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 289
esto es, el compromiso para diseñar, establecer y comprometerse con los términos que posibiliten la
cooperación equitativa con otros individuos racionales. Aquí es donde entra la idea de lo «razonable».
En este sentido, la «razonabilidad» de una postura radica en: 1) su capacidad o disponibilidad para for-
mular principios, estándares y modelos generales que posibiliten la cooperación equitativa, y 2) en su
disponibilidad para aceptar y comprometerse con esos esquemas propuestos. En este sentido, un sujeto
es razonable cuando tiene la disposición para formular criterios cooperativos de justicia y cuando es
capaz de comprometerse con ellos siempre que los demás individuos de una sociedad los acepten de
igual forma. En palabras de RAWLS (1993a: 49 [80]): «Las personas entienden que aceptar estas normas
es razonable para todo el mundo y, por consecuencia, que son justificables ante todos; y están dispues-
tas a discutir los términos equitativos que otras propongan». Será irrazonable, por el contrario, aquella
postura que sea incapaz de respetar o de proponer estándares y criterios generales idóneos para una
sociedad cooperativa de individuos iguales. Es decir, que no solo será irrazonable la postura que viole
los esquemas generales de cooperación, sino incluso aquella que sea inhábil para proveer principios
generales aptos para la cooperación social.
290 LEOPOLDO GAMA
81 Sigo aquí a BAYÓN (1998: 80); en el mismo sentido, MARTf (2006: 290): «Tal vez el único
ámbito que verdaderamente puede quedar al margen de la decisión democrática es el conjunto de reglas
formales que establecen el propio procedimiento democrático».
292 LEOPOLDO GAMA
Según John Hart ELY la Constitución (de los Estados Unidos) debe en-
tenderse como un texto destinado a proteger la viabilidad de la democracia y
a liberar los canales de la participación politica para todas las personas. Ese
punto de partida le lleva a proponer que los únicos límites a imponer al proce-
dimiento mayoritario son de tipo procedimental y que la Suprema Corte debe
circunscribirse únicamente al control de ese aspecto, excluyendo la revisión
de contenidos normativos sustantivos. Los jueces constitucionales deben pues
desempeñar únicamente el papel de árbitros del procedimiento democrático.
El modelo de ELY supone entonces que el procedimiento mayoritario es idó-
neo para la toma de decisiones sobre cuestiones sustantivas, mientras que el
rol de los jueces es meramente la verificación de las reglas procedimentales.
El modelo de constitucionalismo sustantivista no se conforma con esa po-
sición y exige ampliar el rol asignado por ELY a los jueces constitucionales.
La democracia es un procedimiento de toma de decisiones que incorpora tam-
bién criterios de legitimidad de tipo sustantivo: posee contornos demarcados
tanto por los derechos de tipo procedimental (el derecho de participación po-
lítica, derecho de asociación, libertad de expresión en materia política, etc.),
como sustantivos (la igual protección de la ley en sentido sustantivo, la intimi-
dad, etc.). Además, el procedimiento democrático no es confiable para el cui-
dado de cuestiones sustantivas. Los integrantes del órgano legislativo pueden
ser más proclives a las presiones políticas y a la actuación autointeresada, por
lo que se incrementa la confianza en el foro judicial dado su aislamiento del
«juego de la política». Entonces, hay cierta inclinación de estos modelos a
atribuir superioridad a la deliberación en sede judicial. Dado el enfoque instru-
mental para la elección del diseño institucional, diría DWORKIN, será preferible
y mucho más seguro, desde el punto de vista de los resultados, remitirse a la
comprensión que poseen los jueces constitucionales acerca de los derechos
fundamentales. Así, el ejercicio del control judicial de las leyes no implicaría
pérdida en el autogobierno. En el caso de DWORKIN, el «coto vedado» incluye
tanto derechos procedimentales como derechos sustantivos. Estos imponen
294 LEOPOLDO GAMA
91 Este planteamiento, aplicado al caso mexicano y a los reclamos por expandir el llamado «con-
trol de convencionalidad difuso», se expone brevemente en GAMA (2015).
ºz Véase SCHAUER (2000), la dignidad del encargo cultivada activamente por la judicatura, tiende
a producir una imagen de un juez carente de intereses personales, pero lo cierto es que la conducta
judicial puede explicarse desde el punto de vista estratégico y está condicionada, en cierto grado, por
estímulos externos e incentivos.
94
Sobre este punto véase BELLAMY (2006).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 299
cia a una decisión incorrecta cuando no se han considerado los puntos de vista
de aquellos que se verán afectados por ella.
Recapitulando, para el constitucionalismo sustantivista el criterio de valora-
ción de un sistema político depende únicamente de su capacidad para producir
resultados correctos. En esa línea, sostiene que un sistema jurídico que cuente
con tribunales constitucionales posee mayor valor instrumental para la toma de
decisiones sustantivas y que un sistema que carezca de ella es inferior (instru-
mentalmente) para esa tarea. No obstante, como se acaba de mostrar, lo cierto
es que la posibilidad de error y/o éxito en la toma de decisiones sustantivas es
simétrica para ambos sistemas y, por tanto, su capacidad instrumental depende
meramente de factores contextuales. De ahí que no resulte tan claro para la
toma de decisiones sustantivas preferir a la instancia judicial con carácter últi-
mo, exclusivo y excluyente para la definición de los alcances de los derechos en
una comunidad democrática. Al respecto MICHELMAN (1999: 58) señala:
¿Qué probabilidad existe para que incluso el juez más capaz y mejor si-
tuado corneta serios errores sobre lo que la democracia requiere a partir de un
conjunto de leyes básicas y sus interpretaciones? Cuando nuestra estimación
acerca de esa probabilidad pase más allá de un cierto umbral, las ventajas ins-
titucionales de la judicatura empezarán a parecer una excusa exigua para no
permitir a los individuos que decidan por ellos mismos.
¿Quiere decir todo esto que debemos abandonar el acercamiento sustanti-
vista al problema del diseño institucional? No me parece así. Implicaría úni-
camente admitir que: 1) desde una perspectiva basada exclusivamente en los
resultados, no podrían ofrecerse argumentos normativos concluyentes a favor
de un modelo de constitucionalismo fuerte, así como también, 2) que en algu-
nas circunstancias estará justificado adoptar un esquema que deposite la toma
de ciertas decisiones sustantivas en la judicatura, mientras que en otras no.
Adicionalmente, resta decir que el planteamiento dworkiniano se topa
con dos problemas graves: a) por un lado, ante un escenario de desacuerdos
sobre cuál es la decisión correcta, realmente se torna estéril buscar la supe-
rioridad de un modelo de decisión apelando meramente a la perspectiva «ba-
sada en los resultados» 94, y b) por otro, la perspectiva sustantivista de la que
parte cae en la paradoja de la irrelevancia moral del gobierno y de sus leyes,
pues si lo determinante para la legitimidad es la calidad de los resultados que
produzca un procedimiento, entonces la forma democrática en la que son
adoptadas las decisiones no añade valor alguno y cualquier variación a la
igualdad de poder político en la que está basada el gobierno democrático (o
incluso su supresión) sería tolerable en pro de asegurar mejores resultados 95.
Este último planteamiento evidencia, a fin de cuentas, la negación del valor
intrínseco del procedimiento democrático. Así pues, los dilemas a los que con-
duce el constitucionalismo dworkiniano (y waldroni ano) exigen adoptar un
esquema de evaluación más completo, que incorpore tanto el valor intrínseco
como instrumental de los procedimientos jurídico-políticos.
El deliberativismo reconoce que el procedimiento popular puede generar
resultados incorrectos desde el punto de vista sustantivo, por lo que es compa-
tible con el establecimiento de procedimientos no populares —aunque sí de-
liberativos— para corregir esos desvíos. Es compatible, con un esquema de
revisión judicial de las leyes a cargo de tribunales colegiados, siempre y cuando
no tengan siempre la última palabra en la determinación del sentido y alcances
de los derechos 96. Esto es así, pues se estima que es deficiente, desde el punto de
vista democrático, una Constitución que atribuya la decisión última sobre todo
tipo de desacuerdos sustantivos a una institución no popular. Entonces, para este
modelo, el ideal de los derechos requiere una forma débil de control judicial.
Además, se aparta del constitucionalismo sustantivista por enfocarse en la judi-
catura como única instancia para la deliberación sustantiva. La propuesta pone
el énfasis en que una democracia constitucional «funciona mejor cuando los tri-
bunales no son los foros primarios de los principios» (GUTMANN y THOMPSON,
1996: 372), de ahí que requiera organizar la estructura institucional de modo tal
que el ingrediente dialógico sea transversal a toda la estructura institucional97.
Al discutir los límites sustantivos que deben imponerse al procedimiento
democrático R. DAHL distingue tres tipos de derechos: i) Los que llama «de-
rechos A», que son constitutivos de los procedimientos democráticos, como
el derecho a votar y ser votado, a la libertad de expresión, derecho de asocia-
ción, etc., es decir, los que suelen identificarse bajo la etiqueta de «derechos
políticos»; ii) los «derechos B», que son externos al procedimiento democrá-
tico pero necesarios para su adecuado funcionamiento, entre los cuales DAHL
parece incorporar los derechos sociales 98, y iii) «derechos C» que son externos
no deja de llamar la atención que un defensor del constitucionalismo sustantivista como R. ARNESON
(1995: 145) estime que el voto plural y la judicial review comparten la misma fundamentación.
9< En principio, el deliberativismo encuentra problemas para justificar el ejercicio de la justicia
constitucional por órganos no colegiados, integrados por una sola persona. En algunos países, los sis-
temas de control difuso a cargo de tribunales conformados por un solo integrante presentan un déficit
deliberativo en su diseño, por ejemplo, por la ausencia de mecanismos procesales que permitan interna-
lizar en el juicio argumentos en descargo de la inconstitucionalidad de la ley. A este modo de configurar
la justicia constitucional, a mi modo de ver, le es exigible una aplicación estricta de la presunción de
constitucionalidad de la ley.
97 De ningún modo debe entenderse esta propuesta en el sentido de que, en las decisiones funda-
mentales, sea el «pueblo» quien decida, ni mucho menos a través de consultas populares que registran
meramente un «sí» o un «no», sino en establecer una combinación de mecanismos discursivos que for-
talezcan epistémicamente las decisiones ya sea, mecanismos participativos como una consulta popular,
ratificación parlamentaria de dos tercios, cláusulas de enfriamiento, revisión judicial desprovista en
ciertos casos de la última palabra, etcétera.
98 Para una reflexión sobre la protección constitucional de los derechos sociales véase MORALES
(2015), en donde se desarrolla una «concepción de protección multinivel» hacia los derechos sociales
que exigiría, para un primer nivel de derechos sociales que constituyen las precondiciones de la demo-
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 301
Waldron No No No No
Ely Sí No No Sí
Dworkin Sí Sí Sí Sí
Nino Sí Depende* No Sí
Modelo equilibrado Sí Sí Sí Ocasionalmente
* Depende de su configuración corno derechos a priori.
cracia, un modelo robusto de jurisdicción constitucional, y para el segundo nivel de derechos sociales,
un modelo débil de justicia constitucional. Autoras como DIXON (2014) consideran que una concepción
dialógica exige una intervención judicial más débil para este tipo de derechos, de lo contrario, se corre
el riesgo de socavar (en lugar de promover) la capacidad de respuesta del sistema democrático, posi-
ción que me parece más cercana a los presupuestos del modelo deliberativo como un caso de justicia
procesal cuasi pura.
302 LEOPOLDO GAMA
»< Por eso es que DWORKIN (1996: 33) afirma que la democracia «es un esquema procedimental-
mente incompleto de gobierno. No puede prescribir aquellos procedimientos idóneos para probar si las
condiciones previstas para la validez del procedimiento mismo han sido satisfechas». En el mismo sen-
tido MICHELMAN (1999: 34) apunta: «Para juzgar que el procedimiento al que usted somete la cuestión
acerca de los requisitos de la democracia se trataba efectivamente de un procedimiento democrático,
tendría que saberse con antelación la respuesta a la pregunta que estaba planteando. Es absolutamente
imposible designar a la democracia para decidir lo que la democracia es».
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 303
1" BAYóN (1998) identificó al modelo canadiense como de «constitucionalismo débil». Véanse
asimismo GARDBAUM (2001); GOLDSWORTHY (2003), y TUSHNET (1995), quien identificaba el modelo
canadiense delineado a partir de la sección 33.' como un sistema de «control judicial mínimo». Poste-
riormente empleó la etiqueta «weak judicial review» en TUSHNET (2003).
01 Al que también se ha denominado «nuevo modelo del Commonwealth» (GARDBAUM, 2013),
«híbrido» (GOLDSWORTHY, 2003), o modelo de la «penúltima palabra» (PERRY, 2003). La discusión
sobre los esquemas débiles ha despertado gran interés académico entre los estudiosos del derecho cons-
titucional comparado e incluso se habla de «nuevos» modelos adicionales, véase, por ejemplo, COLÓN-
Ríos (2014).
102 De acuerdo con DIXON (2014), las concepciones dialógicas se insertan en una red de teorías
de «constitucionalismo cooperativo», las cuales, con sus diferencias, pretenden involucrar activamente
tanto al legislativo como a los tribunales en la definición del contenido y alcances de los derechos
fundamentales. Entre ellas, DIXON incluye al «minimalismo judicial» de SUNSTEIN (2009), de acuerdo
con el cual un tribunal debe pronunciarse solo lo necesario y nada más que lo necesario para decidir.
Debe dejar aspectos o espacios decisorios abiertos, lo cual implica no emitir una decisión ahí donde no
304 LEOPOLDO GAMA
(2014: 109)— «es alentar interacciones dialógicas entre las distintas ramas
acerca de cuál de las interpretaciones rivales razonables sobre las provisiones
constitucionales es la correcta». La concepción dialógica ofrece una respuesta
novedosa y plausible a dos problemáticas fundamentales, puestas también de
relieve por el constitucionalismo deliberativo: 1) a quién o a quiénes corres-
ponde participar en la definición de las disputas sustantivas que dividen a una
sociedad democrática, y 2) cuál es el carácter de los pronunciamientos de la
jurisdicción constitucional, es decir, final o provisional 103 A grandes rasgos,
la idea del diálogo institucional es que el cuerpo legislativo y los tribunales
colaboren en la definición del sentido y alcances de los derechos. Pretende
situarse así como una doctrina constitucional intermedia, capaz de aliviar las
tensiones que aquejan a la democracia constitucional".
La concepción dialógica surge con un texto de P. HOGG (1997), a partir
de la experiencia canadiense en torno a la Carta de Derechos y Libertades,
promulgada en 1982. De acuerdo con la propuesta, algunas disposiciones de la
Carta canadiense facilitan un «diálogo institucional» entre el poder legislativo
y la judicatura. Se señala por ejemplo que la sección 1.a de ese documento per-
mite a un órgano legislativo imponer válidamente limitaciones a los derechos
y libertades. Ese ejercicio estaría sujeto a escrutinio judicial para determinar
si las restricciones fijadas por el legislador soportan un test de racionalidad.
Sobre esta línea, se ha llegado a afirmar que ahí donde los tribunales se acogen
a criterios como el principio de proporcionalidad para evaluar la constitucio-
nalidad de una medida legislativa, se abre la posibilidad para el diálogo sobre
la elección de los medios idóneos para alcanzar un fin constitucionalmente
legítimo". En tal escenario, se esperaría que el tribunal indicase qué alterna-
tiva legislativa es la menos restrictiva para el derecho analizado. La decisión
judicial, bajo ese esquema, daría pie para una reacción legislativa.
Asimismo, HOGG destacó la llamada «cláusula del no obstante» (not-
withstanding clause), prevista en la sección 33.' de la Charter, como otro
rasgo para facilitar el diálogo institucional. De hecho, los defensores del
constitucionalismo dialógico observan esa disposición como una oportuni-
dad para compartir, entre el legislativo y los tribunales, la tarea de definir los
contornos de los derechos. La sección 33.' puede usarse antes o con posterio-
ridad a la expedición de una ley, tras una declaratoria judicial de inconstitu-
hay acuerdo. Esta posición, según su autor, favorece la democracia deliberativa pues permite llevar los
desacuerdos a otros espacios, quizá más apropiados.
103 Véase GARGARELLA (2014).
104 Ofrece «lo mejor de dos mundos» (GOLDSWORTHY, 2003): permite a los tribunales garantizar
los derechos, pero preserva, al mismo tiempo, el carácter autoritativo de la legislación democrática. El
constitucionalismo dialógico promete poner en práctica la idea de que una Corte y el parlamento se con-
viertan en intérpretes coordinados de la Constitución y en actores comprometidos con un razonamiento
público acerca de las exigencias de los principios liberales, MACEDO (1991: 144-145).
i" Véase TREMBLAY (2005: 619). Para un análisis de la relación entre la proporcionalidad en el
marco de la sección 1 ay la deferencia judicial véase CHOUDHRY (2007).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 305
106 Se ha señalado que esta disposición ha caído en desuso. En realidad, se ha utilizado en diecisie-
te ocasiones por cuerpos legislativos provinciales más que por el parlamento federal, la última en el año
2000 (YOUNG, 2017: 44). Por otro lado, un desincentivo en su aplicación podría deberse a la redacción
de la sección 33.a que parece dar a entender que se refiere más a una oposición del legislador ordinario
con los derechos de la Carta, más que a desacuerdos entre este y la judicatura sobre sus alcances, véanse
GARDBAUM, 2013: 110 y ALLAN, 2008: 170. Precisamente WALDRON (2006: 1357, nota 34) considera
que la sección 33.a da a entender que la legislatura no se toma en serio los derechos. No obstante, su
crítica no escoge la interpretación más feliz de la Charter, véase sobre este punto DYZENHAUS (2008).
107 El plazo es lo suficientemente breve como para que la promulgación de la ley, aplicando la cláu-
sula, no obstante, sea cuestionada por una nueva integración del Congreso. Para una reconstrucción de
la doctrina y práctica del mecanismo nothwitstanding, véase al respecto KAHANA (2002). Debe aclararse
que se ha puesto en duda el uso preventivo de la «cláusula no obstante» pues, en el fondo, no daría pie
para el diálogo entre el congreso y los tribunales, sino que se trataría de un ejercicio de supremacía legis-
lativa al que solamente cabría hacerle frente desde la judicatura, solamente mediante la vía interpretativa,
aunque salvando siempre su inconstitucionalidad, véase LINARES (2008). BAYÓN (2004) ha señalado que
el uso preventivo de la notwithstanding clause no estaría justificado, precisamente por su efecto inhibidor
del diálogo institucional. Por otro lado, la aplicación ex post de la sección 33.a no implica dejar sin efec-
tos la sentencia emitida por el tribunal, afectando con ello a las partes que acudieron a juicio sino, más
bien, el criterio constitucional acerca de los derechos fundamentales que le sirvió de base.
1" Adicionalmente, HOGG señala otras disposiciones que, por su formulación, «admiten la posi-
bilidad de acción legislativa correctiva después de que una decisión judicial haya anulado una ley por
violación a uno de estos derechos» (Hopo, 1997: 29), como, por ejemplo, el derecho a no ser detenido
arbitrariamente o la prohibición de castigos crueles e inusuales. La Charter, genera entonces incen-
tivos para un «intercambio de dos vías entre el Poder Judicial y la Legislatura en materia de derechos
y libertades, pero rara vez alza una barrera absoluta para los deseos de las instituciones democráticas»
(HoGG, 1997: 22).
1" GARDBAUM, 2013: 125.
110 Debe precisarse que en el sistema canadiense no toda disposición constitucional está abierta
a la discusión colectiva. Hay derechos en la Charter que están fuera de los alcances de la sección 33.a,
306 LEOPOLDO GAMA
como los políticos, por lo que podría decirse que ahí donde la cláusula no obstante es aplicable, existiría
supremacía legislativa, y ahí donde esa disposición no aplica existiría supremacía judicial, aunque de
modo parcial. Además, autores como HOGG reconocen que hay situaciones donde el texto impone claras
barreras a la decisión mayoritaria y en las que un tribunal, necesariamente, debe tener la última palabra.
Por ejemplo, cuando se establece terminantemente la imposibilidad de fijar límites a un derecho, o bien
cuando se veda una situación considerada disvaliosa, como es el caso de la prohibición de la esclavitud.
1" Véanse MANFREDI y KELLY (1999).
112 En el mismo sentido véanse PETTER (2007) y MATHEN (2007), quienes sostienen en general
que los casos judiciales presentados por HOGG como representativos del diálogo, no son evidencia de un
control judicial débil sino que más bien podrían ser compatibles con un esquema fuerte. En esta línea
también HUSCROFT (2007), y más recientemente YOUNG (2017), señalan que, en la práctica, el contraste
entre el modelo de supremacía judicial y supremacía legislativa tiende a diluirse.
13 GARDBAUM (2013) señala con acierto que la dinámica generada por la sección 1. a no impli-
ca realmente un rasgo del constitucionalismo débil. Por eso no debe sorprender que autores como
B. FRIEDMAN consideren, por ejemplo, que el sistema constitucional de los Estados Unidos es compati-
ble, en realidad, con la institucionalización del diálogo. De acuerdo con este autor, de hecho, todos los
segmentos de la sociedad participan en un diálogo interpretativo constitucional, y así es como operan
los tribunales en el sistema norteamericano: el rol actual de la justicia constitucional, afirma, es dialógi-
co, los tribunales facilitan y moldean el diálogo constitucional ante la sociedad, véase FRIEDMAN (1993
y 2009). Desde premisas diversas a las dialógicas, KRAMER (2004) sostiene que la historia norteameri-
cana demuestra que la Suprema Corte estadounidense no ha tenido la última palabra en la determina-
ción del significado de la constitución, sino que ha sido el pueblo mismo.
"4 Es el punto que subraya ROACH (2006).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 307
115 Por ejemplo, el que de hecho se practique deferencia judicial hacia el legislativo en países
como Japón o Suecia no implica que hayan adoptado un sistema débil, como señala correctamente
GARDBAUM (2013: 114). En el mismo sentido, MELERO (2017).
116 Por el contrario, autores como TREMBLAY (2005), consideran que la deferencia del tribunal al
legislativo socava la independencia judicial. Sin embargo, como apunta la misma DIXON (2014: 81),
la deferencia es perfectamente compatible con la independencia del poder judicial en el marco de una
concepción dialógica que otorga preferencia al «criterio de Legislatura en cuanto cuerpo que, en última
instancia, resulta más directamente representativo del conjunto de la cultura constitucional (y también
que debe rendir cuentas ante ella de manera más directa) en el proceso de interpretación constitucional
democrática». Lo que equivale a considerar, como haría NINo, que los resultados del proceso democrá-
tico gozan de mayor valor epistémico.
117 H000 (1997: 21) estaría de acuerdo con esta posición, pues afirma que «el diálogo que culmina
en una decisión democrática puede tener lugar solo si la decisión de anular una ley puede ser revocada,
modificada o anulada por el proceso legislativo ordinario», lo que equivale a decir que el diálogo solo se
da si la palabra que prevalece es la del cuerpo legislativo. En el mismo sentido MANFREDY y KELLY (1999).
a's La sección 33.a puede aplicarse a gran parte de los derechos y libertades consagrados en la
Charter, incluyendo la libertad religiosa, de expresión, reunión y asociación, pero no puede aplicarse
para los derechos políticos, los derechos culturales o de género, entre otros, véase KAHANA (2002).
308 LEOPOLDO GAMA
119 La apuesta dialógica, apunta GARGARELLA (2014), permite respuestas judiciales conversacio-
nales que difieren de las clásicas alternativas «ley válida» o «ley inválida», «ley constitucional» o «ley
inconstitucional».
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 309
12° En sentido más o menos similar, R. ALEXY (2002a: 133 y 2002b: 53) señala que el legislador
posee competencia decisoria o un margen de acción en virtud del principio democrático según la cual
este debe tomar las decisiones importantes en una comunidad.
121 La deferencia tampoco supone una actitud de sumisión del tribunal constitucional hacia el
legislativo, sino otorgar cierto peso a la opinión del legislador. De ahí que la deferencia se presente,
más bien, en diversos grados. Se trata de una deferencia que ha sido trazada como «respeto» y no como
sumisión, véase DYZENHAUS (1997: 286). Coincido con A. KAVANAGH (2008: 185) en el sentido de
que la deferencia «es una cuestión de atribución de peso al juicio de otro, ya sea porque difiera de la
evaluación propia, o cuando uno carece de certeza acerca de lo que debiera ser la evaluación correcta»,
donde también se subraya el carácter gradual de la deferencia judicial, la cual depende de qué tanto peso
asigne un sujeto A al juicio de B. A favor de la deferencia y su relación con la presunción de constitu-
cionalidad en el contexto del derecho irlandés y británico, YOUNG (2010). De entre los autores (cercanos
al constitucionalismo sustantivista) que rechazan la deferencia judicial al legislativo destaca ALLAN
(2006), para quien la deferencia amenaza a la separación de poderes y pone en riesgo la protección de
derechos humanos»; en una línea muy similar, TREMBLAY (2005).
122 BELLAMY (2012: 459-460).
123 AC10ERMAN (1980: 311).
310 LEOPOLDO GAMA
124 De acuerdo con L. HIERRO (2016), el constitucionalismo débil asume la presunción de consti-
tucionalidad de las leyes, además de la presunción de que el legislador democrático está mejor situado
para apreciar el alcance de los principios sustantivos. Por otra parte, la presunción de constitucionalidad
invita a los jueces a adoptar una actitud favorable a la legislación democrática. Sería paradójico que un
orden jurídico los obligue a mostrar deferencia y, al mismo tiempo, a tratar la ley con sospecha, de ahí
que no parece razonable hacer recaer la carga de argumentar en contra de la constitucionalidad de la
ley al órgano judicial mismo haciendo a un lado la presunción de constitucionalidad. Adicionalmente,
debe subrayarse que la deferencia que deben los tribunales hacia el legislativo no es incompatible con
la protección hacia los derechos, en apoyo a este punto véase YOWELL (2018).
125 Para la función que cumple el principio de conservación del derecho en la interpretación cons-
titucional véase MONEADA (2000).
HACIA UN MODELO DELIBERATIVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 311
126 THAYER (1893). En la misma línea, DE LORA (2000) defiende una versión fuerte de la presun-
ción de constitucionalidad. THAYER cita un precedente de la Suprema Corte de Massachusetts que data
del año 1862 en el que se enuncia que los tribunales deben presumir la validez de las leyes a menos que
su invalidez pueda establecerse más allá de toda duda razonable. Se trata del caso Commonwealth v.
People 's Five Cents Savings Bank. Aunque suelen indicarse como precedentes aún más antiguos de la
presunción de constitucionalidad los casos Brown v. Maryland de 1803 y Fletcher v. Peck de 1810. Es-
tos criterios se le atribuyen nada más y nada menos que al juez John Marshall, los cuales se contraponen
con la doctrina de la judicial review que él mismo instauró en Marbury v. Madison, véase al respecto
GARCÍA-MANSILLA (2014: 16).
127 Véase al respecto KOKKOT (1998: 40 y ss.).
312 LEOPOLDO GAMA
131 Véase FERRERES (1997: 241). Es muestra de un leve aprecio por las credenciales democráticas
de una decisión la sentencia de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en el caso Gelman v.
Uruguay, Sentencia de 24 de febrero de 2011. Suscribo al respecto la crítica que dirige a esa decisión
GARGARELLA (2015).
132 Sobre esta noción véase el libro de SABA (2016).
133 FERRERES (1997: 284). Por ejemplo, leyes electorales que establecen obstáculos a los candida-
tos independientes dificultando la competencia equitativa frente a los candidatos de partido y, por tanto,
afectan el derecho a la participación política.
HACIA UN MODELO DELIBERATTVO EQUILIBRADO DE FILOSOFÍA... 315
134 El juez deferente, como se ha manejado aquí, no es un juez formalista que aplica mecánica-
mente reglas sin considerar sus razones subyacentes, ni tampoco un juez principialista para el cual,
como apunta BAYÓN (2017: 70), la ley no establece un parámetro para regir sus decisiones, las cuales
«han de resultar directamente de la ponderación —su ponderación— de las razones en juego, sino que
además no toma en serio que dichas razones hayan de ser las del legislador, las que este haya tenido en
316 LEOPOLDO GAMA
Llegado a este punto, cabe decir que merecerá una presunción de regulari-
dad muy fuerte una norma producto de una reforma constitucional '35. Ante la
interrogante acerca de si una Corte debería controlar, no ya el procedimiento
sino el contenido de una decisión del constituyente apelando a principios in-
tangibles (o a partir de la interpretación, por ejemplo, de principios abstractos
delineados en tratados internacionales), la respuesta que ofrece una concepción
deliberativa es negativa. Posee un valor epistémico elevado una decisión consti-
tuyente resultado de la complejidad del procedimiento de reforma constitucio-
nal, que suele ser más exigente que el ordinario en términos de su aprobación.
En algunos países se exige, por ejemplo, una mayoría de las dos terceras partes
del parlamento. En otros, la concurrencia además de diversos órganos, o la
aprobación por referéndum de la ciudadanía, etc. La combinación de todos es-
tos elementos como condición para sacar adelante una reforma constitucional
la harían inatacable judicialmente (o al menos por órganos judiciales internos).
B. ACKERMAN es uno de los autores que consideran, del mismo modo,
injustificado el control judicial de enmiendas a la Constitución: suponiendo
incluso que se reformara la Constitución norteamericana para declarar oficial
la religión católica y prohibir cultos religiosos distintos, afirma ACKERMAN, el
papel de un juez constitucional ante una demanda de revisión judicial tendría
que circunscribirse a desechar la solicitud del actor, por mucho que considera-
ra personalmente incorrecta la decisión 136. En el mismo sentido se pronuncia
L. TR1BE para el cual no deberían sujetarse a la judicial review las enmiendas
constitucionales, aun aceptando la existencia de límites materiales implícitos
al poder de reforma '".
4. CONCLUSIÓN
cuenta y con el peso que haya pretendido darles». El deferente (como el principialista) es consciente de
que en la resolución de casos concretos puede presentarse un desajuste entre lo prescrito por las reglas
y su justificación subyacente. Pero la diferencia entre este juez y uno principialista es que el deferente
asume seriamente «la carga de justificar que [las razones subyacentes que va a considerar] son las razo-
nes del legislador y no meramente las suyas. Y acepta también que, sin serlo, tendrá que aplicar algunas
reglas como lo haría un formalista».
1" Coincido con FERRERES (1997: 233).
Nótese que ACKERMAN (1991: 13-16), en el escenario hipotético planteado, deja abierta la
puerta para que una jueza de carácter activista renuncie a su cargo y se una a la ciudadanía en una
campaña de protesta para motivar el cambio constitucional. La propuesta es, sin duda, adecuada y reco-
mendable cuando la conciencia de los jueces (suponiendo que su actuación sea genuina y de buena fe),
pese más que su responsabilidad constitucional.
137 TiusE (1985: 25-28).
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COLECCIÓN «FILOSOFÍA Y DERECHO»
A la sombra de Hume
Un balance crítico del intento de la neuroética de fundamentar la moral
Daniel González Lagier
¿Son nuestras opiniones morales fruto de nuestros razonamientos o, por el contrario, son el
resultado de emociones y sentimientos, como pensaba Hume? Los espectaculares avances de
la neurociencia en el estudio del funcionamiento del cerebro humano han propiciado propuestas
de entender a la ética como un conjunto de intuiciones o emociones vinculadas a la evolución
humana cuya función es garantizar la supervivencia de la especie. Algunos autores no solo
tratan de explicar de esta manera la capacidad de comportarse moralmente de los seres huma-
nos, sino que defienden la existencia de una ética universal, basada en tales intuiciones y en el
funcionamiento del cerebro, que debería servir de fundamento para nuestros códigos morales.
Estas concepciones podrían verse como parte de un proceso de «naturalización» de la filosofía
práctica. En este libro se pretende someter a examen algunas de las aportaciones de la llamada
y sostiene que muchas de ellas incurren realmente en argumentaciones muy débiles, la mayoría
de las veces por falta de rigor conceptual y filosófico.
Este libro pretende acercarnos a la comprensión del mundo de los juristas a través de un nove-
doso estudio de diez problemas (filosóficos y prácticos) relativos al derecho. Cada uno de ellos
está relacionado con alguna cuestión, o analizado con alguna herramienta, de la teoría literaria,
la lógica o la filosofía del lenguaje. Son tratados así los siguientes temas: la hipertextualidad de
las fuentes del derecho, la identidad de un orden jurídico cambiante, la presunta falibilidad de las
decisiones jurídicamente definitivas, la corrección de las afirmaciones concernientes al derecho
vigente, las discrepancias jurisprudenciales, un problema relativo al análisis de los estados de
cosas facultativos, la derogación de normas implícitas, los criterios de resolución de las antino-
mias, la reconstrucción lógica de las normas condicionales y la numerosidad constitucional.
La filosofía moral de Hans Kelsen
José Antonio Sendín Mateos
Los temas de los que se ocupó Hans Kelsen a lo largo de su dilatada trayectoria intelectual
fueron muchos y variados, abarcando desde la teoría del derecho, que fue su principal fuente de
preocupación, a la filosofía política y la filosofía moral. En este campo su posición se caracterizó
por un relativismo axiológico que es propio de una metaética escéptica ante la posibilidad de jus-
tificar racionalmente juicios de valor morales. Esto le llevó a rechazar que se pueda conocer algo
así como un «valor moral absoluto», y a enfrentarse a cualquier manifestación del objetivismo
ético y, principalmente, a la teoría del derecho natural.
Este rechazo explicaría por qué para Kelsen el problema de la validez del derecho positivo
—que, en definitiva, es el problema de su existencia— tiene que afrontarse dejando al margen
la cuestión de su aceptabilidad moral, pues el contenido del derecho justo no se puede deter-
minar, a menos que se tome la senda de la especulación metafísica, pero esto es algo que él
no puede admitir.
¿Cuánta libertad posee el juez para interpretar las reglas jurídicas? ¿Se encuentra limitada esa
libertad por el tenor literal del texto normativo? Esta cuestión es un tema central de la metodolo-
gía del derecho y, al mismo tiempo, un problema al que cada jurista debe enfrentarse en su vida
diaria. En Hacer el derecho explícito, Matthias Klatt defiende el rol de límite del tenor literal contra
la crítica deconstructivista. Basado en la obra de Robert Brandom (Making lt Explicit, 1994), este
libro desarrolla un sistema de límites semánticos que va más allá de las estructuras previamente
conocidas. Además, a la luz de este nuevo marco conceptual se analiza un amplio repertorio de
casos judiciales.
Esta obra está dirigida a aquellos interesados en la teoría del derecho y la filosofía del lenguaje,
así como a todo jurista preocupado por cuestiones prácticas, quienes se beneficiarán del elevado
número de casos analizados. En el año 2002, Hacer el derecho explícito fue galardonado con el
premio de la Academia Europea de Teoría del Derecho.
De la promesa al contrato
Hacia una teoría liberal del contrato
Dori Kimel
La teoría liberal del contrato está tradicionalmente asociada con la idea de que el derecho con-
tractual puede ser explicado simplemente como un mecanismo para exigir el cumplimiento de las
promesas. Este libro se aparta de esta tendencia ofreciendo una teoría del derecho contractual
basada en una cuidadosa indagación filosófica, no solo de las similitudes sino también de las
tantas veces obviadas diferencias existentes entre el contrato y la promesa. Sobre la base del
análisis de una serie de cuestiones relativas a los fundamentos morales de las obligaciones que
surgen de las promesas y aquellas que surgen de los contratos, de las relaciones en el contexto
de las cuales típicamente emergen, y de la naturaleza de las instituciones jurídicas y morales
que las fundamentan, este libro propone abandonar la idea hipersimplificada de que el derecho
puede replicar sistemáticamente las instituciones morales o sociales existentes, o simplemente
exigir el cumplimiento de los derechos o las obligaciones que estas instituciones generan, sin
alterar dichas instituciones en el proceso y dejando intactas sus cualidades intrínsecas. En lugar
de ello, la obra ofrece una tesis sorprendente que concierne no solo a las relaciones entre el
contrato y la promesa, sino también a las distintas funciones y valores que subyacen al derecho
contractual y que explican la obligación contractual.
Además, muestra que esta tesis tiene una repercusión importante sobre cuestiones teóricas
y prácticas tales como la elección del remedio en caso de incumplimiento del contrato, y con-
sideraciones más amplias en materia de moralidad política, tal como el alcance adecuado de
la libertad contractual y el papel que le cabe al Estado en el moldeado, y la regulación, de la
actividad contractual. Los argumentos que este libro postula con respecto a estas cuestiones,
si bien están claramente enraizados en principios liberales de moralidad política, muchas veces
llevan a conclusiones muy diferentes de aquellas tradicionalmente asociadas con la teoría liberal
del contrato, otorgándole así un nuevo impulso en miras a las críticas tanto tradicionales como
contemporáneas de que ha sido objeto.
En los diversos artículos recopilados en este libro, Eugenio Bulygin muestra que una clara distin-
ción entre normas y proposiciones normativas es esencial no solo para comprender el discurso
normativo sino también para elaborar una justificación adecuada a uno de los desafíos centrales
de la lógica deóntico: la posibilidad de una genuina lógica de normas. Además, Bulygin ofrece su
visión del modo en que Carlos E. Alchourrón y Georg Henrik von Wright lucharon para clarificar la
naturaleza de la lógica deóntico. Este testimonio no se agota en las cuestiones conceptuales que
estructuran este libro, sino que también muestra aspectos esenciales de la personalidad de cada
uno de esos grandes filósofos. En los dos últimos ensayos de este volumen se recogen textos de
Alchourrón y von Wright en los que ellos exponen directamente su visión del tema central de este
libro: la relevancia de la distinción entre normas y proposiciones normativas.
La teoría política y jurídica contemporánea suele justificar el valor de las instituciones políticas
y jurídicas con el argumento de que tales instituciones generan resultados convenientes, como
justicia, seguridad y prosperidad. Sin embargo, en el imaginario popular, muchas personas pa-
recen valorar las instituciones públicas en sí mismas. La idea de que las instituciones políticas
y jurídicas puedan tener un valor intrínseco ha recibido poca atención filosófica. En Por qué el
derecho importa, se sostiene que las instituciones jurídicas y los procesos jurídicos son valiosos
e importan de por sí, con prescindencia de su valor instrumental.
Harel expone este argumento de diferentes maneras: analizando el valor de los derechos,
postulando que el valor de algunos bienes depende de su provisión pública porque son intrínse-
camente públicos y demostrando que las directivas constitucionales no son meros instrumentos
contingentes para promover la justicia. Finalmente, Harel defiende la revisión judicial o control
de constitucionalidad con el argumento de que es la materialización del derecho a ser oído.
En el libro se demuestra que los argumentos instrumentales no logran determinar qué tienen
de realmente valioso las instituciones públicas y no logran explicar su atractivo sostenido en el
tiempo. Más específicamente, los teóricos del derecho no están atentos a los sentimientos de
los políticos, los ciudadanos y los activistas, y no teorizan sobre los intereses públicos teniendo
en cuenta dichos sentimientos.
Este libro constituye un ejercicio de filosofía del derecho privado, entendida de un modo amplio,
tanto en lo que hace a la filosofía como al derecho privado. Ello se aprecia en la diversidad
de enfoques adoptados por los distintos autores y en los temas abordados. Los argumentos
que aquí se presentan traen al discurso del derecho privado las aportaciones y progresos de
áreas tales como la filosofía política, filosofía moral, teoría analítica del derecho, epistemología
jurídica o el análisis económico del derecho. El libro aparece en un contexto en que la filosofía
del derecho privado en el mundo académico continental comienza a mostrar signos de madu-
rez. Esta obra convoca a dieciocho autores, de los cuales solo dos provienen de la tradición
anglosajona, y el resto de países europeos y latinoamericanos. A diferencia de las pocas obras
publicadas hasta el momento sobre esta temática, que se centran en un área específica del
derecho privado, este volumen abarca la filosofía del derecho de propiedad, el derecho de
contratos, el derecho del trabajo, el derecho de familia y sucesiones, el derecho de daños y
la prueba en el derecho privado. Estas contribuciones tienen la doble virtud de dar cuenta del
debate contemporáneo y defender a la vez puntos de vista originales, por lo cual resultarán
de interés tanto para los investigadores que deseen profundizar en esta temática como para
quienes pretendan familiarizarse con ella.
Gustav Radbruch es, junto con Hans Kelsen, uno de los filósofos del derecho de habla alemana
más importantes del siglo xx. El tratado de Filosofía del derecho de 1932 y los ensayos de pos-
guerra de Radbruch constituyen dos puntos centrales en la reflexión filosófica-jurídica alemana
de dicho siglo. En La filosofía del derecho de Gustav Radbruch Stanley L. Paulson, destacado
conocedor de la filosofía jurídica europea y prolífico especialista de la obra de Kelsen, presenta
un conjunto de ensayos en los que expone el pensamiento filosófico-jurídico de Radbruch.
Con el rigor que lo caracteriza, Paulson resalta el no-positivismo de Radbruch, que va desde
sus lecciones de Kiel de 1919 hasta sus ensayos de posguerra, para así desmitificar la supuesta
conversión de Radbruch del positivismo jurídico al derecho natural. Mediante un profundo diá-
logo con la obra de Radbruch y sus fundamentos neokantianos, así como con los más diversos
intérpretes de Radbruch, Paulson logra dar una visión integral y coherente del pensamiento de
este filósofo del derecho, el cual goza de un notorio renacimiento en la filosofía jurídica alemana
contemporánea. Además, esta obra incluye tres ensayos de posguerra de Radbruch, a saber,
«Cinco minutos de filosofía del derecho», «Arbitrariedad legal y derecho supralegal» y «Ley y
derecho», siendo este último traducido por primera vez al español. Así, Paulson pone en las
manos del lector de habla hispana una obra fundamental que apunta a rehabilitar el pensamiento
no-positivista de Radbruch.