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Sesión 1
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Tras nuestro recorrido por el rico y apasionante pensamiento griego y tras atravesar
las supuestamente oscuras sendas de la Edad Media, llegamos ahora a los albores del
nacimiento de una nueva etapa de la historia de la humanidad. La edad de las luces, la
edad de la ciencia, de la emancipación del sujeto, la Modernidad empieza a
desplegarse ante nosotros. Como tendremos ocasión de ver a lo largo de las próximas
sesiones, este viaje no estará exento de las sombras y destellos heredados del
pensamiento anterior, sin embargo, el peso de la tradición vendrá a ser equilibrado
por el desarrollo de un discurso nuevo que comenzó, precisamente, con Descartes.
Para comenzar con el estudio del filósofo que la tradición ha considerado como
iniciador de la filosofía moderna, René Descartes, nos resultará interesante situarnos
en el final de este período, esto es, en la obra del último gran pensador propiamente
moderno, Hegel. En su monumental Fenomenología del espíritu, Hegel presenta de
forma épica el nacimiento de la modernidad situando a Descartes a la cabeza de un
impulso renovador sin precedentes.
palabras de Cristo en Juan 14,6 “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. En este sentido,
frente a la tradición anterior para la cual el único camino válido para encauzar el
conocimiento, la moral y cualquier otro aspecto de la vida humana era el señalado por
la religión y sus auctoritas, Descartes propone que cada ser humano particular, al estar
dotado de las herramientas epistemológicas necesarias, puede y debe ser capaz de
definir libre y legítimamente su camino. Tal como señala al comienzo del Discurso “el
buen sentido es lo que mejor está repartido en todo el mundo”. Con ello Descartes
intenta mostrar que el conocimiento de la verdad no es una posesión exclusiva de los
teólogos o de unos pocos hombres señalados –recordemos aquí la teoría de la
illuminatio de Agustín de Hipona- sino que la propia naturaleza humana lleva a tener
que afirmar la necesaria democratización del pensamiento y de las posibilidades de
llegar a la verdad.
Incluso las secciones del Discurso del Método que parecen a primera vista más
conservadoras, prudentes y timoratas, esconden una perspectiva fuertemente
revolucionaria, ligada, una vez más, a la noción de método. En su moral provisional, en
la tercera parte del Discurso, Descartes presenta cuatro reglas de conducta que, en una
primera lectura, pueden resultar decepcionantes.
Virgilio. Un guía que le muestra el camino de la verdad y al cual Dante debe seguir para
salvarse.
Sólo consigue salir del bosque con la ayuda de Virgilio, enviado a su vez por Beatriz
desde las alturas celestiales:
“La campiña es verde y fértil, los hombres y los rebaños se han aposentado en
esta novísima tierra junto a la parte más sólida de esta colina levantada por el
pueblo audaz y laborioso. Aquí en el interior hay un pasaje paradisiaco, si allá
fuera sube rauda la marea hasta el borde y con sus dentelladas hace un boquete
en el dique, se apresurarán a cerrarlo. Vivo entregado a esta idea, es la
culminación de la sabiduría: sólo merece la vida y la libertad aquel que tiene que
conquistarlas todos los días. Y así, rodeados de peligros, el niño, el adulto y el
anciano viven procelosamente sus años. Quiero ver una multitud así, vivir en una
tierra libre con un pueblo libre. Entonces podría decir a este instante: “Detente,
eres tan bello”
Las cuatro reglas establecidas por Descartes en el Discurso para alcanzar la verdad
constituyen una de las primeras formulaciones de un método científico analítico muy
cercano al modo de proceder de las matemáticas.
Primera regla: no aceptar nada – no dar por verdadero- que no sea absolutamente
evidente, es decir, indubitable.
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“ (…) deseando yo en esta ocasión ocuparme tan sólo de indagar la verdad, pensé
que debía hacer lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello
en que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de ver si, después de hecho
esto, no quedaría en mi creencia algo que fuera enteramente indudable. Así,
puesto que los sentidos nos engañan, a las veces, quise suponer que no hay cosa
alguna que sea tal y como ellos nos la presentan en la imaginación; y puesto que
hay hombres que yerran al razonar, aun acerca de los más simples asuntos de
geometría, y cometen paralogismos, juzgué que yo estaba tan expuesto al error
como otro cualquiera, y rechacé como falsas todas las razones que anteriormente
había tenido por demostrativas; y, en fin, considerando que todos los
pensamientos que nos vienen estando despiertos pueden también ocurrírsenos
durante el sueño, sin que ninguno entonces sea verdadero, resolví fingir que
todas las cosas, que hasta entonces habían entrado en mi espíritu, no eran más
verdaderas que las ilusiones de mis sueños.”
Segunda regla: el análisis. Descomponer todos los entes en sus partes y analizar cada
una de ellas. A partir de este proceso Descartes concluye que todos cuerpos poseen
dos tipos de cualidades: primarias y secundarias. En este sentido, para nuestro autor,
las cosas no son, en sí mismas, tal y como se nos muestran a los sentidos: algunos de
sus rasgos les pertenecen realmente mientras que otros son solamente sensaciones
provocadas en nuestros sentidos por ciertas disposiciones físicas.
Las cualidades secundarias son aquellas que no existen en las cosas mismas, y, en
cierto sentido son subjetivas (no son totalmente subjetivas puesto que aparecen en
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"Y como la multitud de leyes sirve muy a menudo de disculpa a los vicios,
siendo un Estado mucho mejor regido cuando hay pocas, pero muy estrictamente
observadas, así también, en lugar del gran número de preceptos que encierra la
lógica, creí que me bastarían los cuatro siguientes, supuesto que tomase una
firme y constante resolución de no dejar de observarlos una vez siquiera:
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Fue el primero, no admitir como verdadera cosa alguna, como no supiese con
evidencia que lo es; es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la
prevención, y no comprender en mis juicios nada más que lo que se presentase
tan clara y distintamente a mí espíritu, que no hubiese ninguna ocasión de
ponerlo en duda.
El segundo, dividir cada una de las dificultades, que examinare, en cuantas
partes fuere posible y en cuantas requiriese su mejor solución.
El tercero, conducir ordenadamente mis pensamientos, empezando por los
objetos más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco,
gradualmente, hasta el conocimiento de los más compuestos, e incluso
suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente.
Y el último, hacer en todo unos recuentos tan integrales y unas revisiones tan
generales, que llegase a estar seguro de no omitir nada."
EL COGITO Y SU SUSTANCIALIZACIÓN
Tras establecer las reglas del método, Descartes decide aplicarlas de forma metódica a
todo lo que existe. Como consecuencia de ello extrae, como primera y única evidencia
indubitable la afirmación “yo pienso”.
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“Pero advertí luego que, queriendo yo pensar, de esa suerte, que todo es falso,
era necesario que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa; y observando que esta
verdad: «yo pienso, luego soy», era tan firme y segura que las más extravagantes
suposiciones de los escépticos no son capaces de conmoverla, juzgué que podía
recibirla sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que andaba
buscando.”
En virtud de este procedimiento, que hace derivar del argumento del cogito la
existencia de la sustancia pensante, del alma, Descartes se enfrenta al problema de
relacionar la res cogitans –mente- con el resto de la realidad física –res extensa-.
En el Tratado del mundo o de la luz, Descartes niega la posibilidad del vacío,
identificando de manera indisoluble las nociones de materia, espacio y cuerpo. En este
marco físico en el que hay una continuidad indivisa de sustancias extensas que se
relacionan únicamente a través de la causalidad eficiente, el movimiento se explica de
manera mecánica con la hipótesis del torbellino o anillo de cuerpos.
Según Descartes todo cuerpo que se desplaza empuja hacia delante la masa de aire
que pasa a ocupar. El aire desplazado, a su vez, desplaza hacia delante otra masa
equivalente de materia, y así sucesivamente, hasta que se forma un movimiento
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EL PROBLEMA DE LA LIBERTAD
Ahora bien, de esta descripción del movimiento surgen dos preguntas que serán
fundamentales en toda la filosofía moderna. Si el mundo externo está
omnímodamente determinado de manera mecánica, ¿es posible el libre albedrío? ¿Soy
un ser libre que se mueve de acuerdo con su voluntad o un mero autómata
condicionado por los movimientos que ocurren a mi alrededor? ¿Soy acaso el
auténtico responsable de mis movimientos y de mis actos, igual que lo soy de mis
pensamientos? Y si la respuesta es afirmativa, ¿cómo puede mi alma afectar a mi
cuerpo? En otras palabras, si el yo es sustancia pensante y el cuerpo es sustancia
extensa, ¿cómo es posible la comunicación entre estas dos sustancias heterogéneas
entre sí?
Descartes, en su Tratado del hombre, intentó dar solución a este problema con una
respuesta tan famosa como insatisfactoria: el punto de conexión entre el alma
inmaterial y el cuerpo físico está alojado en una pequeña parte del cerebro, la glándula
pineal, que interactúa con el cuerpo gracias a unas partículas diminutas, los espíritus
“vitales o animales”, que circulan por la sangre a todo el cuerpo.
Esta contestación no satisfizo a los seguidores de Descartes, que formularon
numerosas alternativas para garantizar el libre albedrío en un mundo mecanicista, es
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