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Anansi y la sandía que hablaba

Muy temprano en la mañana, la araña Anansi se asomó por la ventana para


observar a la comadreja regar su cultivo de sandías. Era un día muy caluroso y al
codicioso Anansi se le hacía agua la boca de pensar en las maduras y jugosas
frutas de su vecina. Sin embargo, como era tan perezoso, jamás se le hubiera
ocurrido sembrar su propio cultivo.
A eso del mediodía, el calor se hizo insoportable. La comadreja dejó el azadón y la
regadera a un lado, y entró a su casa a tomar la siesta. Anansi aprovechó la
oportunidad para escabullirse rápidamente por la ventana hasta llegar al huerto.
Mientras su vecina roncaba del cansancio, Anansi buscó la sandía más grande y
jugosa. Con la ayuda de una piedra puntuda que encontró en el camino, abrió un
agujero por donde meterse y una vez adentro comió hasta que quedó redondo
como una naranja.
En ese instante, escuchó a la comadreja acercarse. Pero no pudo salir de la
sandía porque había engordado mucho y ya no cabía por el agujero por el que
había entrado.
—¡Vaya lío en el que me he metido! —pensó Anansi—. Voy a tener que esperar
hasta perder el peso que he ganado.
Anansi durmió un buen rato dentro de la sandía, pero la espera se le hizo muy
larga y llegó el momento en que se sentía muy aburrido.
—¡Ya sé qué hacer! —dijo Anansi—. Cuando la comadreja se acerque le haré
creer que esta sandía puede hablar.
Cuando la comadreja se acercó a la sandía donde se encontraba Anansi, escuchó
una voz que decía:
—Buenas tardes señora Comadreja, muchas gracias por cultivarme.
La comadreja no podía creer lo que escuchaban sus oídos, muy exaltada dijo:
—Yo no sabía que las sandías podían hablar.
— Claro que hablamos —dijo Anansi, imitando la mejor voz de sandía que pudo
ocurrírsele—, pero tú no tienes una buena escucha.
— ¡Fantástico, maravilloso!, debo llevarle esta sandía al rey elefante para que me
recompense por este descubrimiento —dijo la comadreja y salió apurada cargando
la sandía.
En su rumbo al Palacio Real, se encontró con la liebre.
—Señora comadreja, ¿a dónde va con tanto apuro? —preguntó la liebre.
—Debo llevarle esta sandía al rey elefante —respondió la comadreja.
—El rey elefante tiene muchas sandías, ¿para qué quieres llevarle esa? —replicó
la liebre.
—Porque esta sandía puede hablar —respondió la señora comadreja, con el
mayor orgullo.
—Yo no sabía que las sandías podían hablar —dijo la liebre con mucha
desconfianza.
— Claro que hablamos —dijo Anansi, disfrutando su engaño—, pero tú no tienes
una buena escucha.
—¡Increíble, extraordinario!, debo acompañarte a llevarle esta sandía al rey.
En rumbo al Palacio Real, la comadreja y la liebre se toparon con el pato, la
ardilla, el zorrillo y la zarigüeya. Uno a uno, se burlaron hasta que escucharon a la
sandía hablar. De inmediato, todos querían ir hasta el rey para mostrarle la
asombrosa sandía.
Cuando llegaron al Palacio Real, el rey elefante les preguntó:
—¿Para qué me traen esta sandía? Yo tengo miles de ellas.
—Su majestad, usted no tiene una como esta — respondieron todos al unísono—.
Esta sandía puede hablar.
—Yo no sabía que las sandías podían hablar —dijo el rey elefante con mucha
desconfianza.
— Claro que hablamos —dijo Anansi, disfrutando su engaño aún más—, pero
usted, a pesar de ser el rey, no tiene una buena escucha.
—¿Cómo que no tengo buena escucha?, ¿acaso crees que tengo estas enormes
orejas de decoración? —refutó el rey elefante encolerizado.
Fue entonces que el rey tomó con su trompa a la sandía que hablaba y la arrojó
tan lejos como pudo. La sandía cayó en el huerto de la comadreja partiéndose a la
mitad. Anansi regresó a su casa sin complicaciones.
A la mañana siguiente, Anansi se despertó con un enorme apetito, abrió su
ventana y escuchó a la comadreja decir con frustración:
—¡Nunca volveré a sembrar sandías!
Anansi, escondido detrás de su ventana respondió imitando la mejor voz de
sandía:
—Siembra ñames para la próxima cosecha.
Pero no te sorprendas por esta inusual petición, aunque tal vez no te gusten las
papas dulces, ¡estas son y serán la comida favorita de Anansi!

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