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diOC Laurent;

PSICOANÁLISIS
Y SALUD MENTAL

TRIS HACHIS
l psicoanálisis y la Salud Mental

E mantuvieron y mantienen relaciones


tensas. En este libro Eric Laurent se
ocupa de estas relaciones y estas tensiones
asignándole al psicoanálisis y a las institucio­
nes analíticas una posición de responsabilidad.
Muestra con gran originalidad un psicoanálisis
posible que se compromete con la exigencia de
la época; que en vez de autosegregarse en su
pequeña identidad, sale y sostiene su presencia
en una conversación con los otros y con los
días, ofreciendo no la cura analítica para todos,
sino un lugar de uso posible para todos.
Ante los desafíos que presenta la Salud
Mental, Eric Laurent explica por qué el psicoa­
nálisis es una práctica eficaz, y por qué puede
seguir sosteniendo esta eficacia -que, al pre­
sentarse como el revés del lugar del sentido
I.SB.N.987-9318-10-2

dentro de la civilización, tiene su importancia


sobre el síntoma- especialmente en un siglo
XXI en el cual lo que no tenga eficacia no va a
tener lugar.
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Psicoanálisis y Salud M ental

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Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723
La extensión del síntoma hoy

1. La extensión del síntoma


*
psicoanalítico

El psicoanálisis es contemporáneo de una operación sobre la clínica


de la mirada, en el sentido que Jacques Lacan y Michel Foucault podían
dar a ese término. Freud es contemporáneo de Kraepelin y retomó y
adoptó de él la clínica transformándola, adaptándola a su experiencia. Su
primer movimiento es de simplificación y ordenamiento. Conserva las
tres neurosis de transferencia, dejando de lado las neurosis actuales.
Para las psicosis adopta los dos grupos kraepelinianos, separando manía
y melancolía, por un lado, y paranoia y demencia precoz (luego esquizo­
frenia), por el otro. Hecha esta adopción, aparece un segundo movi­
miento. La introducción del narcisismo le permite llamar la atención so­
bre las dificultades que presentaban las personalidades narcisistas. El
mal estaba hecho. Algo del psicoanálisis, el narcisismo, comenzaba a
sobrepasar, a complicar, a subvertir la clasificación clínica psiquiátrica.
El Hombre de los Lobos es pronto el ejemplo mismo del caso siempre
inclasificable. La práctica de los psicoanalistas llegó rápidamente a so­
brepasar los límites freudianos en todos los aspectos. Con Mélanie Klein
y sus alumnos, la interdicción extendida sobre las psicosis infantiles fue
subvertida a partir de 1930. En Viena, en la misma época, Paul Federri
continuaba las investigaciones que él mismo y su hijo venían realizando
en los Estados Unidos. Contemporáneamente, el Instituto de Berlín, con
Alexander y Édith Jacobson, se interesaba en las personalidades
narcisísticas y las perversiones. Los húngaros extendieron las aplicacio­
nes prácticas del psicoanálisis por una gran soltura del setting (encua­
dre) poniendo el acento en la transferencia más que en el marco.
La prolongación del psicoanálisis a los niños psicóticos vino rápida­
mente a poner a los psicoanalistas en contacto con estados psicóticos
precoces; luego con el autismo. La extensión de esta clínica a los niños
traumatizados, a los niños abandonados, hospitalizados, extendió la inter­
vención del psicoanalista hasta tal punto que las indicaciones clínicas
clásicas de las neurosis parecieron perder su pertinencia.
5
La práctica con los adultos sigue el mismo camino. Incluso en los
Estados Unidos, donde la inclusión de las psicosis en la práctica kleiniana
tenía poco alcance, los emigrados del Instituto de Berlín sobrepasaron la
Ego-Psychology por la atención prestada a las personalidades narcisis-
tas, tras lo cual el resultado fue la transformación del anafreudismo por
la transferencia narcisista al Otro. Las toxicomanías y las antiguas per­
versiones pronto se incluyeron en las nuevas demandas así tratadas.
Agreguemos el acompañamiento del psicoanálisis a la invención social
de la adolescencia bajo la figura del teenager y de sus crisis, puesta a
punto terapéutica de las edades de la vida.
El psicoanálisis en realidad respondía a tal multiplicidad de casos
que tenía problemas para orientarse. Hizo falta Lacan para enunciar que
en verdad el psicoanalista freudiano descubre así una dimensión clínica
que le es propia, la de la demanda insatisfecha. Hemos creído poder
domeñarla por normas válidas en todos los casos. Esto es analizable,
esto no lo es. Los desacuerdos han sido siempre escandalosos y el deba­
te confuso. Aumentando la extensión de los síntomas suscitados por su
acción, el psicoanalista disolvía la clínica y sus taxonomías; por ello mis­
mo el lazo freudiano entre categorías e indicaciones se encontraba di­
suelto. El resultado de esta extensión de la práctica fue la pérdida del
sentido del síntoma. En esas condiciones, o bien únicamente valía el fan­
tasma, o sólo valía el síntoma como frontera entre una categoría clínica y
otra; cada una se encontraba así subvertida.
Esta disolución pragmática de las barreras y las reglas en el psicoa­
nálisis acompaña a aquella que se realiza fuera de él.

2. Las clínicas en competencia

La clínica de la mirada se ha, en principio, transformado por las


nuevas prácticas jurídicas y humanitarias. Estas aparecen a partir de
cuestiones que llevan al sentido del síntoma, abiertas por la fenomenolo­
gía que marca el comienzo del siglo y que acompaña el esfuerzo psicoa-
nalítico de la interpretación. Las taxonomías clínicas coaguladas son sa­
cudidas a partir de dichas prácticas y técnicas psicosociales que ponen a
trabajar. Una corriente de verdadero disgusto por las formas clásicas de

• 6*
segregación marca a la psiquiatría progresista, llamada dinámica. En esa
corriente se aproximan tanto los practicantes del sentido de la relación al
otro, como los mecanicistas sociales que rechazan las segregaciones
sedimentadas.
A continuación, es la clínica de la medicación la que cambia la
sensibilidad del siglo. De la clínica del sentido, aquella del uso social, se
pasará a la que remodela el nuevo uso de los psicotrópicos y del nuevo
gusto social que estos facilitan.
Una yuxtaposición de clínicas sale a la luz en la psiquiatría: las fuentes
llamadas psicodinámicas de la clínica, surgidas del modelo hermenéutico
transformado por el psicoanálisis. A continuación, aparecen las
causalidades atribuidas a las modificaciones psicosociales. Finalmente,
los diferentes psicotrópicos, en principio la chlorpromazine, luego la
imipramine, que constituyen los paradigmas de la serie de los antipsicóticos
y los antidepresivos, vinieron a desordenar los equilibrios adquiridos. Se
opera entonces el retorno de la psiquiatría en la medicina. A las clínicas
tradicionales van a agregarse prontamente las clínicas de la epidemiología,
la clínica bioquímica, las esperanzas genéticas. Estos diferentes niveles
no se corresponden forzosamente ni se traducen armoniosamente uno
con otro.
El único montaje teórico posible viene a revelarse como un
bricollage taxonómico inédito. Bajo la máscara tranquilizadora, ya co­
nocida en la historia de la medicina, de la búsqueda de una lengua
epidemiológica única, un fenómeno nuevo viene a producirse. Bajo el
nombre de DSM, la Asociación Psiquiátrica Americana puso a punto
Una Conversación sobre el síntoma en el seno de la comunidad psiquiá­
trica americana. Se sometió a votación la necesidad conceptual de equi­
librar, de forma inédita, los conceptos que sedujeron a la mayoría de los
psiquiatras, las modificaciones de los ideales psicosociales de normali­
dad en curso, los nuevos modos de tratamiento farmacológico, los usos
terapéuticos de las nuevas sugestiones. Así se engendraría un modo emi­
nentemente perecedero de clínica que se quiere global, mundial, integrando
todas las tradiciones clínicas, todas las prácticas en su diversidad.
Se trató de un cüestionamiento radical de la clínica que se puso en
marcha y entre el DSM3, el DSM3 revisado y el DSM4, empezó a apa­

• 7*
recer una verdadera descripción psiquiátrica de comportamientos socia­
les. Siguiendo la descomposición en síndromes fragmentados de la clíni­
ca, cada uno podía encontrar su lugar en ese gran libro que se abría. Fue
vivido en principio como un encantamiento en los años 80. Pero un ma­
lestar sale a la luz. Lejos de producir una segregación cerrada entre lo
normal y lo patológico, cernida por muros, luego cernida por prescripcio­
nes medicamentosas estrictas, todo acabó por enturbiarse.
El encantamiento producido por la clínica del medicamento y la
extensión de esas indicaciones, terminó por producir un extraño males­
tar. Seguramente había un remedio para todo, éste es el aspecto fortifi­
cante de la promesa terapéutica. Su envés es que puede emerger mucho
más la estricta causalidad bioquímica; lo patológico avalando la idea mis­
ma de lo normal. Si todo es susceptible de un tratamiento medicamentoso,
según una indicación estrictamente terapéutica o por extensión cosméti­
ca, ¿dónde se sitúa, entonces, la frontera entre lo normal y lo patológico?
Es por este camino que la descomposición clínica contemporánea
en el dominio psiquiátrico exponencializa la interrogación que supo llevar
Canguilhem, maestro de Foucault, sobre la nueva significación de las
normas de lo viviente. «El funcionamiento desregulado no es un caso
derivado del cual la verdad sería el caso normal. Lo patológico no es
ausencia de norma. Indica por el contrario una configuración nueva del
organismo, una adaptación posible del viviente a las perturbaciones del
medio exterior o interior por la puesta en su lugar de otras normas. La
enfermedad (...) empuja a la vida a comprenderse como creación de
normas». A partir de esta perspectiva, Canguilhem consiguió subvertir la
definición tradicional del síntoma como «fenómeno biológico accidental
propio para revelar la existencia, el puesto y la naturaleza de una afec­
ción mórbida». Lo que es verdad en el dominio médico limitado lo es aún
más luego de que la medicina ha (re)incluido a la psiquiatría.
El efecto paradojal del retorno de la psiquiatría al seno de la medi­
cina, producido por la nueva eficacia de los psicotrópicos y el avance de
la biología, es justamente éste: lejos de reintegrar simplemente la enfer­
medad mental en la ciencia y de clausurar el problema, ese retorno hace
patente la fabricación de nuevas normas para lo patológico. Testimonio
de esto es la constitución de la clínica sobre las yuxtaposiciones de mono-

8
síntomas. Ya sea que se trate síndromes postraumáticos, de toxicoma­
nías, de anorexia-bulimia, de trastornos obsesivos compulsivos, de de­
presiones, o de desórdenes de la identidad, vemos aparecer una clasifi­
cación extremadamente extraña por su extensión y por la naturaleza de
aquello que allí se incluye exactamente. En un sentido tenemos la sensa­
ción de reducción extrema de la clínica a algunos simples rasgos. Esta
reducción contamina también el conjunto de la clínica y toca, cada vez
más de cerca, a todo el resto. Frente a los grandes rasgos sistemáticos,
o a la clínica freudiana clásica, tenemos rápidamente la sensación de
encontrarnos en una suerte de enciclopedia china en el sentido de Bor-
ges. Pero no es necesario detenerse por esta sensación. En esta des­
composición misma, y el modo de tratamiento que engendra, algo nuevo
surge. Ya no se trata más de curar, se trata de determinar la evaluación
de una cierta eficacia sobre los modos de lo viviente así definidos. La
invención del sistema de evaluación de la eficacia forma parte así de las
normas que lo viviente ayuda a definir por la organización misma de su
síntoma. Artimaña de lo viviente, así se organiza lo que la norma cree
que es el tratamiento de la enfermedad, cuando se trata de una subver­
sión de la norma por la organización misma de lo que ya no podemos
llamar enfermedad sino síntoma.
El síntoma invade las normas del campo social. Constituye aquello
que más bien vamos a llamar «estilos de vida». El DSM llega de hecho a
poner en su lugar síntomas como nuevas normas dé lo viviente, lo que
llamamos con J.-A. Miller, quien supo extraer el término de Lacan: mo­
dos de gozar. Estamos, a la vez, en la época del Spleen y en la de los
modos del Joy. El psicoanálisis recuerda que no alcanza la época más
que por una vuelta intransitiva por el Otro. Incluso auto-erótica, ¿¿¿hay???
No disfrutamos -enjoy- de una coca-cola, disfrutamos de la coca-cola
del Otro.

3. Los modos del Otro en presencia

Pero ¿de qué Otro «enjoy Coca-Cola»? ¿Cómo se organizan nues­


tros modos de gozar? Lacan se dedica, en 1938, a una investigación
sobre «los complejos familiares». Evalúa las formas de la familia exis-
.9.
tentes a la medida del complejo de Edipo, y deduce de esto que la verdad
de la historia de la familia se verifica en las formas del matrimonio. Anun­
cia que la historia de la familia va a ser reemplazada por la historia del
matrimonio. Es exactamente lo que nosotros constatamos. La historia de
la familia se ha detenido sobre la falsa evidencia de la familia nuclear.
Asistimos a una historia del matrimonio tan interesante como fue la del
parentesco. La historia del matrimonio es también rica en enseñanzas
como la de la kinship (parentela). Complejizamos todos los días la defi­
nición del matrimonio puesta a punto por Santo Tomás de Aquino quien
retomó a Aristóteles. Supo, mejor que San Pablo, definir el matrimonio
no como lo que permite no arder, sino como lo que permite verificar la
función social de criar a los hijos. Habría estado sin duda sorprendido por
nuestras preguntas modernas sobre el matrimonio que ponen en duda su
idea de lo Natural. Nos encontramos actualmente con especificaciones
inéditas que van del contrato de concubinato a los contratos de común
acuerdo de tal o cual aspecto solamente patrimonial y de derechos, hasta
un contrato múltiple y a la medida de los lazos de la pareja, sea homo o
heterosexual. Una historia vino en reemplazo de otra y apenas nos he­
mos percatado de ello; creemos que es solamente asunto de sociología.
¡Qué error! El psicoanálisis debe, sin embargo preparamos para este
cambio. Nuestra clínica es, precisamente, ésta: el sentido de nuestra
perspectiva de trabajo del partenaire-síntoma es el de una variación
inaudita de la pareja y de aquello que la une y la desune. Esto es lo que se
deduce de una problemática del lazo en cuanto a que satisfaga o no a la
pulsión. Luego que se revela el recorrido entre la norma y los modos
satisfacción de lo viviente en una civilización dada, podemos llamar a
esto adaptar los muros y las normas. Podemos también considerar, junto
con Canguilhem y Lacan, que se trata, para lo viviente, de la instauración
de normas particulares en cada oportunidad, sobre un modo de existen­
cia, sobre un modo gozar. Es por esto que se remodela la función paterna
y su otro, goce femenino. Freud permaneció tributario de una tentativa
de definición del padre a partir de la historia de la paternidad concebida
sobre el modelo más o menos darwiniano o darwinlamarckiano. Su me­
ditación última sobre Moisés fue sin embargo de otra inspiración, puesto
que se sustrajo de la historia biológica para no inscribirse más que en la

10
historia textual. Le quedó a Lacan deducir el padre no de la familia, la
parentela -kinship- y la procreación, sino del matrimonio y de los mo­
dos según los cuales el hombre llega a hacer causa de su deseo a la
mujer que se ocupa, por otro lado, de sus objetos a. Bajo el nombre de
pére-version, Lacan prolonga, en su enseñanza de los años 70, las con­
clusiones sobre los complejos familiares de 1938.
La historia de la familia es ahora más bien aquella de los modos de
hacer pareja, entendidos en el sentido psicoanalítico de los modos de
gozar del Otro en una civilización dada. Es necesario aún estudiar cómo
el hijo, como objeto a de uno de los términos de la pareja, puede tener allí
su lugar, cualesquiera sean los modos por los cuales se solicita su apari­
ción.

4. La verdad del síntoma y la del partenaire

La contingencia del amor y la del síntoma se reúnen en las nuevas


normas que uno y otro introducen en nuestro mundo. Las parejas se
hacen y se deshacen en una contingencia cada vez más aparente. Pero
lejos de que la norma en apariencia se extienda, la cuestión de las nuevas
leyes y de las nuevas normas se impone todavía más.
Estamos en la época del Otro que no existe y de sus comités clíni­
cos. La coexistencia de múltiples clínicas con las cuales ninguna creen­
cia absoluta se vincula es, ciertamente, la que corresponde a nuestra
civilización. Solamente se trata de hacer uso de ellas. En vista de esto, el
tratamiento moral puede ser tan válido como la bioquímica más moderna
y afirmada.
La extensión del síntoma y la extensión de la pareja vont depair et
de pére [van en pareja y de padre], según la homofonía que permite el
francés. Esta extensión puede conducir a una suerte de relativismo clíni­
co postmoderno en el cual anything goes [cualquier cosa va]. Nuestro
aporte es otro. Sabemos que si los síntomas son modos de gozar, se
segregan unos a otros, puesto que no hay ningún sentido común en los
diversos tipos de síntomas. Hay entonces que inventarlo. Es por esto que
es necesario continuar, con la misma necesidad que la del síntoma, la
conversación sobre el síntoma mismo.

11
En tanto los debates sobre la clínica conducen a la existencia o no
de categorías borderline más bien para admitir que todo es límite de
todo, la discusión parece ingenua. Se trata más profundamente de acu­
sar la incredulidad en la clínica. Respondimos a esta exigencia de mu­
chas diferentes maneras en la historia del movimiento lacaniano.
En un comienzo respondimos que era necesario ignorar esas sire­
nas de la modernidad. Conocíamos nuestros síntomas, aquellos que Freud
nos había dejado: neurosis, psicosis y perversión. Con esa vuelta a la
clínica freudiana pudimos desafiar o afrontar cualquier estado límite.
Pero hemos testimoniado también sobre nuestra práctica clínica en
el enorme esfuerzo de publicaciones que hemos continuado por años.
Nuestra práctica del caso es muy extraña. No se trata para nosotros de
ir a la búsqueda del caso que contradiría la coherencia de la clase clínica.
Tampoco intentamos adoptar una postura popperiana. Partimos de la
inscripción de un sujeto en una clase de tipos de síntomas, por ejemplo la
neurosis obsesiva, para obtener lo más singular de su síntoma. En el
mejor de los casos, partimos de una neurosis para obtener al final «el
Hombre de las Ratas». Es una extraña práctica que termina por cuestio­
nar la consistencia de las clases clínicas.
Nos hemos aproximado así a un segundo estado de la clínica de
Lacan, más irónica, para considerar cómo Lacan transformó poco a poco
las categorías clínicas a partir de la práctica psicoanalítica. Se trata allí
de otra subversión que la de la extensión, se trata de otra definición en
intensión del síntoma. No es a partir de nuestra clínica de viejos creyen­
tes (neurosis, psicosis, perversión y nada más) que hemos podido enten­
der los enunciados aparentemente paradojales de los años 70 construi­
dos sobre la modalidad de «todo el mundo delira».
Hemos podido comenzar a abordar esta segunda clínica en Arcachon
el año pasado, luego de una reunión de las Secciones Clínicas. La segun­
da clínica de Lacan no es una clínica de fronteras y de imprecisiones, es
una clínica de puntos de capitón. Como ha dicho J.-A. Miller: «En los dos
casos tenemos un punto de capitón: en un caso, el punto de capitón es el
Nombre-del-Padre; en el otro, es otra cosa que el Nombre-del-Padre...
La metáfora como estructura puede adueñarse y ocupar el lugar de ele­
mentos clásicos. El elemento clásico por excelencia es el Nombre-del-

•12
Padre. Pero ella puede también apoderarse de elementos no estándares.
El Nombre-del-Padre es un estándar en nuestra civilización. Pero la me­
táfora puede muy bien articular elementos que no pertenecen más que a
un sujeto. Es allí donde se abre la dimensión de «la invención del sínto­
ma».1El síntoma, situado más allá del sufrimiento del cual nos habla el
prefacio del Volumen del Encuentro,2 definido por la identificación al
síntoma, por su contingencia, es lo que permite a cada uno taponar el
agujero de lo imposible de decir.
La época del Otro que no existe llama, o bien a modos de trata­
miento del goce por los Comités de ética, o bien por las metáforas del
síntoma. Es lo que J.-A. Miller tuvo oportunidad de decir en los semina­
rios de Madrid y de Barcelona luego del curso que hicimos en común.
Arcachon lo completó y hoy damos en conjunto un paso más con los
estudios que nos van a conducir hacia el término de partenaire-sínto-
ma.
Lejos de compartir el relativismo posmodemo, sabemos que las sa­
lidas normales del síntoma no encuentran su lugar más que si llegan a
alojarse en un discurso conveniente para no conducir a la guerra de los
síntomas.
El siglo veintiuno será el de la biología. Los cuerpos y la naturaleza
serán cada vez más desplazados de allí. Los síntomas no harán más que
florecer. Esta es la oportunidad del psicoanálisis para demostrar que no
tiene nada que ver con una psicoterapia. No supone ninguna psiquis
sino los cuerpos y su goce, así como las invenciones sintomáticas que
consiguen producir de su encuentro contingente con el parásito del len­
guaje jd a subversión del partenaire que implica.
No somos solamente los desgraciados de la falta-en-ser, no hay
más salida que en las formas por las cuales llegamos a hacer metáfora
del exceso que nos habita. Así pues, ¡hacia elpartenaire-síntomal Ne­
cesitamos ayuda, y decirlo es un «saber alegre»*.^?

* Presentación de apertura al X Encuentro Internacional del Campo Freudiano. Barcelo­


na, 24 de julio de 1998. Versión corregida de la traducción hecha por Liliana Bilbao con la

13
colaboración de Blanca Sánchez y Pablo Russo publicada en E n la c e s n° 2. (N. del E.)
1. Miller, J.-A., L o s in c la s ific a b le s d e la c lín ic a p s ic o a n a lític a . ICBA -Paidós.
2. E l sín to m a c h a rla tá n , textos reunidos por la Fundación del Campo Freudiano, Paidós,
Barcelona, 1998.

14
Pluralizadon actual de las clínicas
y orientación hacia el síntoma

Con este título voy a tratar de aproximarme a la situación actual de


la clínica o el uso actual que hacen los practicantes del saber depositado
( ii la clínica. Decir que hay un momento actual en la distribución de los
síntomas o en las clasificaciones de los síntomas es algo que nunca va en
ile suyo, porque en cierto sentido el síntoma es desde siempre, y la ac­
tualidad es precisamente el esfuerzo por desembarazarse de todo sínto­
ma. listamos atravesando un período fecundo de reordenamiento de todo
lo que llamamos síntoma. Este término, que vino de la práctica médica,
ahora se ha extendido a manifestaciones de desórdenes que van más
allá del campo habitual de la medicina. Ha tomado un sentido extendido
de desorden de lazo social. Por otra parte, las consecuencias del saber
científico introdujeron, modificaron en la práctica médica, en la ciencia
biológica, el conjunto de todas las técnicas que dependen de una manera
0 de otra de este campo. Por ejemplo, no sólo las técnicas biológicas sino
las terapias en general han sido tocadas, reordenadas, por las modifica­
ciones de una clínica cada vez más ligada a los desarrollos científicos.
Por extensión, las psicoterapias, las socioterapias, todas las disciplinas
clínicas en el momento actual de nuestra civilización han sido modifica­
das; ellas dan forma y consistencia a lo que llamamos síntoma. Estamos
en una época tan fecunda que se puede preguntar seguramente si el
síntoma puede decirse hoy en singular. Así que voy a tratar en tres sen­
tidos la relación del síntoma y la actualidad. Primero, en la actualidad
histórica de la clínica, en un sentido amplio, que incluye no sólo la clínica
psicoanalítica sino las otras. El segundo sentido es el de actualidad, el de
1í eud hablando de neurosis actuales y de la actualidad del trauma. Diré
también algunas palabras en un tercer sentido de actual, considerando
las modificaciones que en nuestra contemporaneidad tocan a la reparti­
ción de la autoridad o de la función paterna en la civilización.
Primer sentido: la actualidad del síntoma en el sentido de la historia
de la clínica. El psicoanálisis tiene una dificultad al hacer la historia de su

15
clínica porque hay una divergencia profunda entre corrientes y tenden­
cias analíticas sobre el estatuto y la definición misma de inconsciente.
Hay un desacuerdo de las ciencias que permite acercar a este incons­
ciente neurociencias o logociencias. Con este vocablo poco habitual de
logociencias J.-A. Miller agrupaba las ciencias del lenguaje, la lógica, la
aproximación de los sistemas de lengua en la mayor generalización. Se­
parar estas logociencias de las otras es más necesario aún en nuestra
época, ya que la presentación de la biología, aparentemente, se hace
bajo la forma de lengua, del habla de código y de mensaje dentro de la
práctica de la biología misma. La estructura del ácido desoxirribonucleico
se presenta como una secuencia de proteínas que producen cadenas
sintácticamente articuladas, y se habla de lengua en este campo de in­
vestigación; pero es una lengua completamente formalizada, es una len­
gua sin equívocos, y lo que hay como equívocos son errores de
reduplicación, y cuando los hay son muy desagradables porque son la
causa de cierto número de enfermedades. En cambio, la metáfora bioló­
gica invade las lenguas formales y, por ejemplo, en todas nuestras pe­
queñas computadoras se habla de virus que tienen consecuencias muy
problemáticas también, o la gente de Microsoft habla burlándose del ADN
de Microsoft, de su software, que va a infectar todas las máquinas que
encuentre en su camino, y animar toda clase de máquinas como las
heladeras, que con un pequeño programa funcionarán para conectarse
con Internet, etc. Así que para orientarnos a partir de las logociencias,
necesitamos decir que la particularidad de la orientación lacaniana es
esta definición de un inconsciente estructurado como un lenguaje y que
este lenguaje se construye como equívoco siempre sometido a la imposi­
bilidad de la univocidad. Esto fue lo que aseguró la clínica de la orienta­
ción lacaniana y le permitió conservar una unidad de aproximación en su
definición del síntoma frente a la dispersión de la clínica psicoanalítica
tras la muerte de Freud. La dispersión clínica dentro del psicoanálisis fue
progresiva. Hay que acordarse de que Freud primero definió la clínica
en un marco que es esencialmente el de la clínica de Kraepelin pero
simplificada. Kraepelin, clínico alemán contemporáneo de Freud y pro­
fesor de psiquiatría en Munich, había ordenado la clínica a la alemana.
Freud tomó más o menos su clasificación, pero simplificándola: tres neu-

16
i osis -obsesión, histeria, fobia-; fiara las psicosis, dos campos esencia­
les, paranoia y parafrenia de un lado, manía y melancolía del otro, y para
las perversiones fue más bien Krafft-Ebing -e l equivalente vienés de
k iaepelin- quien hizo la clasificación que Freud simplificó también. Freud
siinplificó esta última clasificación, hecha en la misma época que Kraepelin
en Munich, centrándola sobre la diferencia sexual y la castración. Para
iniciar en la práctica a sus alumnos Freud estableció casos muy sólidos:
un caso de histeria -el caso Dora-, un caso de obsesión -el Hombre de
las Ratas-y un caso de fobia-Juanito-, todo esto ya terminado en 1909;
luego las cosas empezaron a complicarse. Freud publicó sobre la psico­
sis tras una serie de entrevistas con Bleuler, psiquiatra progresista suizo
que quería hacer avanzar la psiquiatría e inventar nuevas formas de asis­
tencia. Siendo su hermana esquizofrénica, Bleuler estaba dedicado a ella
y tenía las mejores razones para querer encontrar tratamientos nuevos.
A sus dos jefes de clínica, Karl Abraham y Cari Jung, Bleuler les confió
la misión de ir a hablar con el vienés, que daba la idea de haber encontra­
do algo nuevo. Ello originó cuatro años de discusiones apasionadas: 1907-
1911, lo que puede leerse en la correspondencia de Freud-Jung. En 1911
I i cud rechaza la idea bleureniana de atrapar la psicosis por una disocia­
ción fundamental deficitaria, ubicándola asimismo por el delirio, por el
aspecto productivo parafrénico, paranoide. Lo que luego desorganiza las
cosas será la “Introducción del narcisismo”, de 1914, y en 1918 el caso
muy bizarro de “El Hombre de los Lobos”. Sergei Pankeiev, un ruso rico
rico hasta la Revolución del 17-, ya había visitado todos los psiquiatras
de Europa, había tenido todos diagnósticos contradictorios, había consul­
tado ya a Kraepelin en Munich y a Bleuler en Zurich. Llega a Freud pero
d caso no se ordena bien, mezcla una neurosis obsesiva infantil, dos
episodios delirantes adultos, toda una vida complicada y extraña cuyo
diagnóstico no se puede circunscribir muy bien. La clínica analítica em­
pieza a desbordar. Hasta este punto los análisis de Freud eran cortos,
seis meses para Dora, un año para el Hombre de las Ratas, cuatro me­
ses para Juanito..., pero el análisis del Hombre de los Lobos empieza a
durar cuatro años, y el sujeto siempre pide más. Finalmente va a ser un
análisis de por vida, con muchos analistas. Es un caso clínico que sigue
interesando a los analistas. Sobre el diagnóstico del Hombre de Lobos

17 '
hay ahora una biblioteca entera, y más o menos cada dos años hay un
libro más que se añade al conjunto general. Se evidencia que hay en esto
un factor de desorganización potente. A partir de este último, Freud nun­
ca más publicará un caso clínico; ya no puede dar a sus alumnos una
brújula con la misma seguridad; él mismo ha abierto una nueva puerta,
ha entrado en un espacio clínico particular y ha encontrado el fenómeno
clínico que produce un psicoanálisis, que es cierta desorganización pro­
pia introducida por el psicoanálisis en las clasificaciones existentes. Lo
que tiene el psicoanálisis de más seguro son los grandes casos individua­
les sobre los cuales se orientan su formación y la de sus practicantes.
Freud antes de morir toma cierto número de precauciones en el Abriss
der Psychoanalyse, pone cierto número de interdicciones; aconseja no
ocuparse demasiado de la psicosis, cuidarse con las personalidades nar-
cisistas; vigilar las neurosis actuales y que para los psicoanalistas lo más
prudente es hacer un nuevo análisis cada cinco años.

Evolución de la clínica en el psicoanálisis

Una vez que Freud muere, todas las interdicciones son transgredidas
unas a otras. La primera es Melanie Klein, quien antes de la muerte de
Freud publica el tratamiento de sujetos psicóticos autorizándose en el
hecho de que sean niños: es el caso Dick publicado en 1932. Pero rápi­
damente sigue la publicación de tratamientos de adultos; desde 1949 los
alumnos de Melanie Klein, psiquiatras valientes, van tranquilamente más
allá de todos los límites que había puesto Freud sobre las psicosis. Otros
se unen ajo s kleinianos; por ejemplo, en los Estados Unidos, Federn,
emigrado vienés; también los de Berlín, que continúan sus estudios sobre
las personalidades narcisistas. La enseñanza de Edith Jacobson, psiquia­
tra y militante socialista, tendrá un gran impacto en los Estados Unidos y
va a formar toda una escuela de estudio de la depresión. Llega también,
y con un impacto tremendo, la práctica del psicoanálisis con los niños
que da a sus practicantes el sentimiento de haber descubierto una mina
de oro. Lejos de las fantasías tranquilas de Juanito, en esta práctica se
descubren niños invadidos por la angustia, por manifestaciones de la pul­
sión de muerte, por angustias psicóticas, por deformaciones al mismo

18
tiempo fantasmáticas y corporales, que dan al imaginario en general un
aspecto absolutamente central. En los años 50 los psicoanalistas de to­
das las orientaciones se encuentran desbordados por la extensión del
síntoma y del síntoma psicoanalítico mismo. Al mismo tiempo, se hallan
en la euforia del descubrimiento, pero con el sentimiento de perder cada
día más el hilo de lo que hacía verdaderamente al síntoma freudiano. La
obra de Lacan parte de la crisis de esta extensión. El mantendrá que lo
que desborda en el síntoma, más allá de toda nosografía clínica admitida,
es que el síntoma se dirige al Otro, y en esto al lugar del Otro contenido
en la demanda. En la demanda de curación particular que se dirige al
analista, el análisis aísla la presencia del Otro en una dimensión propia,
una materia propia. Considera esta demanda como un objeto como tal,
materialista, que mina toda clasificación posible, que atraviesa la exten­
sión del síntoma y hace que en el psicoanalista encuentre, lo quiera o no,
al sufrimiento humano estructurado como un mensaje, en su particulari­
dad. Lacan, entonces, hace valer que lo importante de este síntoma no
es su definición nosográfica sino la materialidad significante que tiene, la
envoltura formal. Pero hay que entender la envoltura formal como la
materialidad misma del significante en obra, que trabaja, que parasita el
cuerpo que sufre.
Fuera del movimiento lacaniano, la extensión y el movimiento de
extensión del síntoma produce un fenómeno de otra índole. Psicoanalis­
tas de diferentes escuelas y orientaciones subrayan la novedad y la ex­
tensión de la importancia de trastornos particulares más marcados de lo
que eran en la época de Freud: los trastornos narcisistas. El interés de
los psicoanalistas por estos trastornos narcisistas no viene sólo de las
obras publicadas hace quince años por Otto Kernberg o Heinz Kohut,
que centraron su obra sobre estas personalidades; todo empieza en Vie-
na en el seminario sobre clínica de Reich y en el Instituto de Berlín, al
inicio de los años 20, en el debate sobre las indicaciones animado por
karl Abraham. Abraham había transmitido su preocupación a uno de
sus alumnos, el psiquiatra Franz Alexander, quien hizo una reconstruc­
ción de toda la clínica a partir de la personalidad narcisista. Están, enton­
ces, los interesados en la personalidad narcisista en los Estados Unidos,
a partir de estudios ya sea sobre las depresiones o sobre los borderline.

19
En todas estas producciones clínicas nuevas se dibuja una unidad: el
trastorno narcisista, que produce por su importancia misma cierta depre­
ciación de las viejas articulaciones neurosis-psicosis. La enseñanza de
Lacan ha tenido sobre esto un efecto paradójico: en un primer sentido
insistió en restaurar la articulación, la diferenciación neurosis-psicosis,
pero en otro sentido, desde el inicio, 1938, Lacan habla, en un texto titu­
lado Complejos familiares, de la gran neurosis moderna, que reemplaza
poco a poco las neurosis estudiadas por Freud y las ubica como neurosis
de carácter. Es una reflexión de Lacan en esa época que está directa­
mente inspirada en Alexander y en la corriente berlinesa que leía con
mucha atención. Lacan siempre considera estas dos orientaciones al
mismo tiempo (me inspiro aquí en indicaciones dadas por J.-A. Miller);
por un lado quiere restaurar la diferenciación entre neurosis y psicosis, y
por ello va a aislar lo que significa la creencia del neurótico, frente a la no
creencia del psicòtico en el padre; por otro lado, Lacan se interesa en las
soluciones encontradas por quienes precisamente no pueden confiar en
el Edipo. La cuestión va más lejos que las ingenuidades sobre los
borderline o las fronteras de las clasificaciones; el problema consiste en
interrogar de manera consecuente la evolución clínica, que da al mismo
tiempo siempre más importancia a la clínica del narcisismo y, por otra
parte, la herencia freudiana. Son estas dos cosas al mismo tiempo las
que constituyen la dinámica de la enseñanza clínica de Lacan, lo que
produjo tensiones en el movimiento lacaniano. Algunos alumnos de La-
can que lo seguían con convicciones religiosas, por ejemplo católicas,
encontraban formidable el hecho de que Lacan hablara muy bien del
padre y su importancia, y es por esa razón que en la escuela de Lacan
había jesuitas. Antes de Lacan los jesuítas iban aver a los jungianos; no
seguían a los freudianos porque consideraban que en Freud había poca
cosa sobre la religión. Los judíos laicos seguían a Freud, pero había poco
interés de parte del poder católico, mientras que los jesuitas vieron muy
rápidamente el interés que podía tener Lacan. No obstante, cuando La-
can empezó a hablar mal del padre, a desvalorizar un poco todo esto, los
creyentes se desinteresaron y se mantuvieron en el primer Lacan, al que
consideraron esencial. No habían visto el trabajo de pluralización, de
reorganización que había operado Lacan sobre el padre del Edipo freu-

20
diano, para decir en un momento que el futuro del psicoanálisis era pasar
más allá del Edipo. Lacan ha instalado esta dimensión con claridad muy
larde en su enseñanza porque Lacan era prudente; sabía que en una
civilización, cuando uno empieza a tocar los nombres del padre, nunca se
le perdona. Sócrates comenzó a tocar los dioses de la ciudad, a interro­
gar las creencias y terminó mal. En el Renacimiento o en la escolástica,
cuando los lógicos escolásticos intentaron tocar los nombres de Dios,
también terminó muy mal para algunos. En el mundo moderno el riesgo
lio es hacerse quemar como brujo pero uno termina siendo acusado de
inmoral. Es verdad que hay bibliografía de Lacan con comentarios que
circulan con el tema “Lacan, lo inmoral”; él sabía perfectamente que eso
iba a ocurrir, y es la razón por la cual tuvo mucho cuidado en tocar estos
lemas. Cuando ya había iniciado un seminario sobre los nombres del
padre debió detenerse de inmediato y recién a partir de los años 70 toca
ile nuevo y a fondo la cuestión de la reorganización del Edipo.

I I cambio de paradigma clínico fuera del psicoanálisis

Entre las disciplinas clínicas fuera del psicoanálisis, la psiquiatría


clásica fue el único campo que definió una clínica consistente. Nuestra
época está caracterizada por la yuxtaposición de clínicas distintas, inclu­
so contradictorias, que coexisten perfectamente. La modificación de la
clínica psiquiátrica comenzó desde la posguerra, antes de los neurolépticos,
por los nuevos aportes de los psiquiatras que rechazaban las institucio­
nes carcelarias que había conocido la enfermedad mental. Todo un mo­
vimiento que se puede calificar de psiquiatría social, herederos de los
que habían sufrido durante la guerra, ha cambiado de manera central el
estatuto del enfermo mental. Luego vino la incidencia de la difusión de
los neurolépticos y otras categorías, como los ansiolíticos y los
•mi¡depresivos. Esta se mantiene fija desde cierto momento y no pode­
mos encontrar tan fácilmente una medicación verdaderamente nueva.
I a difusión de los medicamentos produjo un efecto fundamental, que fue
la re introducción, en los años 80, de la psiquiatría en el cuadro de la
pinolica médica en general. Terminado el estatuto de médico de segun­
do orden, la psiquiatría encontraba el lugar que había esperado desde

21
siempre dentro de la medicina. Eso fue vivido, a inicio de los años 80,
como un encanto. Por fin terminaba la vergüenza que pesaba sobre la
psiquiatría que, como la dermatología, acogía a los malos médicos. Por
fin había medicamentos para el tratamiento; pero diez años después, a
partir de los 90, ya no era tal el encanto; el efecto mayoritario fue más
bien un malestar porque al medicar más y más los comportamientos, se
encontraba una pulverización de la clínica, una dificultad muy grande
para fijar una prescripción respondiendo a una patología estrictamente
definida, una prescripción extendida o una prescripción cosmética. La
prescripción de ansiolíticos y antidepresivos dio lugar a debates, en la
medida en que los efectos secundarios eran cada vez más dominados:
dónde poner exactamente la barrera, el límite de la prescripción. Los
médicos, lejos de encontrarse tranquilos entre sí, entre practicantes de
una misma disciplina, vieron surgir el legislador que ha puesto barreras
entre lo normal y lo patológico. En el seno mismo de la psiquiatría
reabsorbida en la medicina, liberada del mind/body problem, se asiste al
surgimiento de la legislación pública y del nuevo aparato de control de los
costos de gestión del sistema de salud. Hay que saber que en la psiquia­
tría de la época precedente el Estado intervenía con los psiquiatras prác­
ticamente sólo en el nivel del orden público; ahora lo hace mucho más en
el nivel de costos y de fijar, de limitar, la extensión de las prescripciones.
En la práctica psiquiátrica misma, la gran extensión de las prescripciones
posibles hizo que lo que fijara el límite en cierto momento fuera menos la
clínica que el reembolso de seguridad social. Esta reintroducción se hace
según el estilopropio de cada espacio: en Europa es el aparato legislativo
y estatal y en los Estados Unidos es dentro del aparato de gestión priva­
do, que es mucho más exigente que el aparato estatal en su control de los
costos médicos. En el seno mismo de las lenguas clínicas de los practi­
cantes, se yuxtaponen niveles muy diferentes; por ejemplo, la genética
psiquiátrica no tiene las mismas clasificaciones clínicas que la de los
profesores universitarios en psiquiatría. Ellos mismos no utilizan la mis­
ma lengua que la de los epistemólogos. La epistemología europea y la
epistemología mundial tienen dificultades para ponerse de acuerdo en
sus clasificaciones, dificultades que testimonia la OMS. Estas prácticas
y estos niveles se yuxtaponen en el sistema de distribución de la salud

22
mental. El lugar que cada uno ocupa en este proceso de distribución
orienta de manera pragmática en esta heterogeneidad de la clínica. Ello
favorece la idea según la cual no es muy necesario creer en la clínica;
hay que creer lo suficiente, pero sin producir guerras de religiones clíni­
cas. En esto, como en otros lugares de las ideologías, hay doctrinas bas­
tante heterogéneas que cambian y se sustituyen unas a otras. Un día se
habla de un modelo dopaminérgico para la esquizofrenia con cierto tipo
de receptores, al día siguiente se dice que no son estos sitios de bloqueo
de la recaptura de la dopamina los pertinentes. Esto no plantea ningún
problema y permite seguir la investigación, muy lejos de la problemática
pragmática del médico prescriptor. El médico generalista continúa indi­
cando el Prozac, porque la gente viene a pedírselo; él mismo se encuen­
tra desbordado por esta demanda. En cambio, el profesor um -rsitario
cree que es finalmente menos útil que las 1MAO y continúa prescribién­
dolas, a pesar del hecho de que necesitan un poco más de vigilancia
médica. Estas yuxtaposiciones de prácticas tienen una unidad que es la
pragmática de la clínica. En esa perspectiva, la evolución de la clínica
psicoanalítica hacia una pluralización, o la falta de unidad de la perspec­
tiva psicoanalítica, está en resonancia perfecta con las doctrinas clínicas
en general. El problema es que se introduce una sombra en lo que debie­
ra funcionar perfectamente, el efecto inquietante de depreciación, de
obsolescencia, que rodea todo este saber. Siempre se ha de esperar la
nueva generación de antidepresivos, para siempre saber que resultan
cada día más obsoletos; digamos que hay el mismo efecto de terror que
con una computadora: cada uno conoce la experiencia tremenda que es
comprar una computadora, uno sabe que al comprarla tiene una certi­
dumbre desagradable en el mismo momento en que la compra, que es
obsoleta, ya es demasiado vieja. Las categorías clínicas también cam­
bian con un pensamiento siempre más rápido lo que se ve, por ejemplo,
en el DSM IV. Ya se está discutiendo la próxima edición y la inclusión de
nuevas entidades y síndromes como los accesos de pánico en coche o en
los vuelos aéreos. ¿A partir de qué indicación estadística de frecuencia
de estos incidentes típicos hay que admitir la categoría y pensar en un
tratamiento específico? Los discursos convergen o no sobre la inclusión
o la exclusión de manera muy sorprendente y es muy útil, precisamente,

23
seguir estos debates democráticos dentro de la Asociación Americana
de Psiquiatría para darse cuenta del efecto de obsolescencia.
La evolución de la clínica hace surgir dentro y fuera del psicoanáli­
sis un tipo de fenómeno convergente, la clínica del sujeto narcisista deja­
do, abandonado, a su propio goce. Esta zona de goce es la que nos mues­
tra las patologías de la modernidad: violencia, adicción, depresión, dis­
persión de la identidad. Todas estas patologías tocan este punto de arti­
culación, de desarrollo, del vacío narcisista. Esta dispersión, esta verifi­
cación de la verdad clínica acogida por estos múltiples síndromes, que se
agregan uno al otro, puede dar el sentimiento de cierto relativismo clíni­
co. Es la fecundidad del método que Foucault, por ejemplo, había empe­
zado a utilizar y que ahora en lengua inglesa un epistemólogo como Ian
Hacking renueva en sus estudios de epistemología de las clasificaciones
psiquiátricas. Aconsejo leer, por ejemplo, la historia del síndrome de per­
sonalidades múltiples tituladoRewriting the soul, que fue publicado hace
tres años. Muestra cómo fue necesario que esta entidad fuera conocida
en los Estados Unidos y jamás en otros lugares, ni en Inglaterra ni en
Francia. Fue una nueva epidemia histérica acogida bajo esta nueva cla­
sificación. De la misma manera Ian Hacking muestra, de forma muy
convincente, en un artículo llamado “Word makingby kindmaking”, cómo
funcionan las clasificaciones. Muestra que todo el esfuerzo de la clínica
del siglo XIX estaba centrado en la clasificación del parricidio, y cómo
ahora, en nuestra época, el parricidio no tiene ningún interés; esta cate­
goría no produce ningún debate, sino que todo el interés se centra en el
niño maltratado, que genera una nueva clasificación clínica, que es pro­
ductivo en el nivel de las clasificaciones.
Voy a pasar más rápido sobre la importancia de las nuevas clasifi­
caciones del trauma. El trauma y las neurosis actuales ahora definen
toda una nueva clasificación clínica, y la OMS ha puesto un énfasis muy
especial en todo lo que es el post traumatic stress disorder. lodo este
síndrome de trastorno postraumático demuestra que el ascenso de la
categoría de trauma se apoya en un movimiento social fundamental: pri­
mero, es el momento en el que las garantías sociales dadas por el estado
de bienestar y todas las garantías sociales instaladas, al restringirse, de­
jan a uno cada día más expuesto a riesgos. Pero más allá, hay un cambio

24
fundamental en la ideología de la civilización. No hay que proteger al
sujeto de estos riesgos, es el sujeto mismo quien debe protegerse y acep­
tar la existencia del riesgo como tal. La protección bajo todas las formas,
del seguro a la seguridad, queda del lado del sujeto. La exposición del
sujeto es su estado normal. En este sentido, toda intrusión de la violencia,
sea el terrorismo, sea el riesgo social, la violencia sexual, puede ordenar­
se por la categoría de trauma. En su extensión misma deja de lado la
especificidad de los traumas. Es muy útil hacer estudios que permiten no
poner en la misma categoría, sin prudencia, lo que se llama el trauma del
holocausto, el trauma de los desaparecidos o el trauma de la violación.
Estos no son de la misma categoría y no deja de ser necesaria la ubica­
ción precisa de la función del Otro. Hay que producir estudios en este
sentido.

Orientarse en el síntoma

Concluiré diciendo que el movimiento fundamental de la clínica está


basado en el movimiento de nuestra época, en la cual el individualismo,
las consideraciones democráticas, la pluralización de la opinión y el
nominalismo opuesto al realismo de las esencias hacen que uno crea
menos en las categorías. Aquí también puedo remitir a la conferencia de
J.-A. Miller “El ruiseñor de Lacan”.1
He constatado en forma recurrente entre mis colegas de otras orien­
taciones, así como dentro de la orientación lacaniana misma, el senti­
miento de que al final la clínica no es lo esencial; lo esencial es el sujeto
uno por uno. Eso es la perspectiva nominalista: no creer en el realismo
de las estructuras, creer en el nominalismo del caso uno por uno; no en la
esencia, que no hay más allá que el sujeto mismo. Esto tiene una vertien­
te positiva, de atención precisamente a este sujeto. Pero también hay
que ver que eso hace desaparecer el realismo de las estructuras que
también tiene su peso, es decir, la función y la intervención del Otro. Es
preciso reintroducir este lugar de Otro a través de la figura del necesario
lugar de la interpretación. Fuera de la orientación Lacaniana, es función
de la hermenéutica hacer recordar esto. Es la función que ocupa ahora
Levinas, pero que antes ocupaba Ricoeur.

25
Así, en la pluralización de las clínicas, ¿cómo orientarse? Decir que
hay que orientarse hacia el síntoma no es sólo una evidencia, es recordar
que el debate entre nominalismo y realismo es fundamental para toda
clase de clasificaciones posibles y para la inserción de cualquier sujeto
dentro de una clasificación. Tenemos que estar atentos a los efectos
contradictorios de la tensión nominalismo/realismo en una cultura dada y
a los efectos que la ciencia produce sobre estas clasificaciones. Debe­
mos estar atentos a los debates que hay entre epistemólogos sobre este
punto para no tener nosotros una práctica ingenua. En nuestro campo,
en nuestro nivel, se manifiesta una inquietud que atraviesa toda nuestra
civilización: cómo orientarnos hacia lo real en una civilización donde los
artefactos, el artefacto de las clasificaciones, está cada día más presen­
te como una evidencia. Entonces, la dificultad para orientarse hacia lo
real no es solamente la que encontramos en nuestra práctica; sucede en
todos los sectores de la civilización, cuando la ciencia no puede respon­
der por sí sola en esto. En su campo, cuando un hecho científico es
establecido, entonces sí sabe ir hacia lo real, se puede demostrar cuál es.
Pero el campo de la ciencia no da respuesta a todo. Precisamente, des­
pués de la crisis que hubo entre los científicos Iras el estallido de la
bomba atómica, por ejemplo, estuvo muy presente el sentimiento de que
la ciencia no puede dar respuesta a todo. Entonces se abre un debate
acerca de cómo orientarse hacia lo real y cómo orientarse hacia lo real
del sufrimiento que conlleva el síntoma, esto es lo que nunca se puede
olvidar y es lo esencial. A través de la tensión entre el artefacto de la
clínica y la realidad del paciente, se continúa el debate hipocrático sobre
las enfermedades y el enfermo. Al mismo tiempo, es un debate sobre los
universales que atravesaban toda la filosofía griega. Ahora tenemos un
debate global del que es esencial formar parte. Con nuestras dificultades
en el campo de la clínica, debemos contribuir a la conversación general
que se instaló en la civilización sobre la dificultad para orientarse hacia lo
real.

Debate

Pregunta: Quería hacerle una pregunta sobre un punto que me

26
parece se reitera a lo largo de las exposiciones que pude escuchar du­
rante estos días respecto de la pragmática. Usted ha hecho mucho hin­
capié en esta cuestión del uso de la clínica; recuerdo un artículo suyo
sobre el uso del síntoma, donde decía que detrás de toda esta yuxtaposi­
ción de clínicas se escondía esta pragmática. ¿Cómo se podría pensar
también esta pragmática dentro del campo del psicoanálisis, si cabe al­
gún lugar para esto? Es decir, un punto en el cual se opere con un saber
que no resulte obsoleto, ese saber obsoleto que propone constantemente
la ciencia. Asimismo usted ha hecho mención a Rorty, en el día de ayer
por ejemplo, y a varios pensadores norteamericanos que se inscriben en
esta línea del pragmatismo, y quisiera ver si podría desarrollar un poco
más el tema.
E ñe Laurent: Gracias por la pregunta; es fundamental porque se
introduce la perspectiva de la pragmática. Nuestra orientación la ha de­
sarrollado mucho. J.-A. Miller hizo ver lo que Lacan, en el último período
de su enseñanza, llama el saber hacer, lo que tiene de contacto con la
pragmática. Pero hay muchos tipos de pragmática. La pragmática de
Rorty no es la pragmática de Putnam, no es la pragmática de Lacan
tampoco. Es decir que Lacan no tiene ningún relativismo. La categoría
de lo real es una categoría que para Lacan ordena todo el sistema; inte­
rroga cómo acercarse a lo real, cómo saber hacer con lo real enjuego.
No hay ninguna relatividad de lo real. En una serie de campos muy dis­
tintos estamos en el mismo problema, con distintas soluciones, distintas
maneras de aproximarse. El psicoanálisis, para resumir, no puede con­
tentarse con un relativismo posmoderno del tipo anything goes [cual­
quier cosa va]; no es que todo vaya, no es que cualquier sistema vaya,
que cada uno a lo suyo. La pluralización de la clínica reordena a partir de
un real que modifica todas las clasificaciones. La tolerancia de la civili­
zación es más grande que antes, por la caída de las grandes narrativas,
en términos de Rorty, o de las ideologías del significante amo, como uno
quiera. En la caída de esto hay una tolerancia más grande para soportar
el hecho de que las clasificaciones sean trastornadas. Pero esto puede
llevar a un cinismo, el cinismo posmoderno del todo va. En cierto nivel,
Rorty tiene un pragmatismo cínico y ha sido criticado, por ejemplo, por
Putnam, quien se niega a abandonar la noción de verdad. Es verdad que

27'
en psicoanálisis tenemos el uso de muchos niveles de clínica. Ayer escu­
ché a mis colegas haciendo referencia a la noción del trauma en Freud
en 1914, Ferenczi en 1930, también en autores de los 50, donde la noción
de trauma no es la misma; estamos utilizando niveles de clínica muy
distintos. El criterio es cómo acercarse a lo real enjuego del síntoma del
paciente, y esto, en la medida misma en que los elementos no estánda^r
dentro de la clínica se vuelven más insistentes con personalidades de
carencias primarias, o personalidades narcisistas, o neurosis traumáti­
cas, etc. Según las orientaciones, estamos de acuerdo sobre el hecho de
que hay fenómenos que aparecen que no eran de la clínica clásica. Al
mismo tiempo, mantenemos la doctrina clásica, pero no podemos con­
tentarnos con tres casilleros; las neurosis no están solo constituidas como
tres, las psicosis en dos y las perversiones en cuatro. Sería excelente si
pudiéramos contentarnos con esto, porque habría diez categorías para
aprender, y con diez años de estudio no sería muy cansador. Pero no es
así, precisamente tenemos que hacer un esfuerzo mayor.
Pregunta: Quería preguntarle qué diferencias puede mencionar res­
pecto de la práctica clínica en la Argentina y en Francia y qué futuro
piensa que le espera al psicoanálisis en el año 2000.
E ñe Laurent: En el año 2000 ya estamos, ya es hoy. Me parece
que el futuro del psicoanálisis está asegurado porque es un discurso que
tiene una brújula bien centrada sobre lo real en juego. Al mismo tiempo,
me parece el más fiel acompañante en su discurso de los desplazamien­
tos de la ciencia. El psicoanálisis tiene, como presuposición, el sujeto de
la ciencia y acompaña a la ciencia en sus desarrollos como su sombra,
como su revés, en cierto nivel. Pero también es una doctrina que puede
tratar las angustias del sujeto frente a los avances de la ciencia. Si no,
doctrinas ocultas, espiritualismos diversos, creencias psicológicas más o
menos fundadas surgen para recuperar el desierto que produce el avan­
ce de la ciencia.
Asimismo, el más fiel aliado del psicoanálisis son las epidemias his­
téricas. La histeria es el mejor aliado del psicoanálisis. Estas epidemias
histéricas tienen que ver con el malestar entre los sexos, con la
redefinición, a una velocidad fantástica, de la relación entre hombres y
mujeres. Vamos a ver en los próximos diez años, por lo menos, una ace­

28
leración de la remodelación de la relación entre los sexos que va a alcan­
zar un nivel y una velocidad jamás vistos antes. Es decir que esto, apoya­
do en la modificación corporal permitida por las biotecnologías, va a pro­
ducir síntomas de los cuales estoy seguro que el psicoanálisis podrá decir
algo sensato. El psicoanálisis va a aparecer cada día más en nuestra
civilización como un discurso esencial.
En cuanto a la práctica en América latina, más precisamente en la
A rgentina y en Francia, creo que ahora ya está completamente
sincronizada la cosa. Con mis colegas estoy en la misma casa; con mis
colegas de la EOL discuto exactamente de la misma manera que en
París. Para mí, no hay ninguna diferencia. Creo que los escucho, apren­
do de ellos; ahora estamos tratando de organizar debates internacionales
que son publicados y en los cuales analistas franceses, españoles, argen­
tinos debaten en la misma lengua, y podemos intercambiar cada día más.
Creo que se verifica en las publicaciones que estamos en la misma pre­
ocupación, en nuestro quehacer de psicoanalistas y que el tema del próxi­
mo encuentro internacional, “La sesión analítica”, subraya nuestra pre­
ocupación por este núcleo de la práctica común.
Pregunta: Usted dijo que la clínica del siglo XIX estuvo centrada
en el parricidio y que ahora se centra en el abuso de niños.
E ñe Laurent: No toda la clínica del siglo XIX. Pero dentro de la
clasificación de los crímenes, la preocupación por el parricidio generó
efectivamente una serie de debates clínicos, que ahora no apasionan
más. Este lugar está ahora ocupado por la consideración del abuso de
niños, infanticidios, de los maltratos de niños que generan nuevas cate­
gorías productivas en el nivel nosográfico y exigen nuevas ficciones jurí­
dicas.
Pregunta: Usted nos indica en su charla que estemos atentos, y
creo que este encuentro demuestra que lo estamos. Sin embargo, con­
sultas que recibimos en nuestros consultorios nos demandan respuestas
inmediatas, tanto por el realismo que ha tomado el cuerpo en esta época,
las incidencias económicas, como por el hacerse un lugar en el mundo, la
caída de los ideales para los jóvenes, que repercuten de modo muy direc­
to en el cuerpo; lo vemos incluso en los niños, como si nos encontrára­
mos frente a pequeños consumidores en potencia. El psicoanálisis nece-

29
sita tiempo para tener la oportunidad del acto, y el sujeto que consulta, en
estas condiciones de las que doy cuenta, no siempre asiente a esta varia­
ble temporal. ¿Cómo sostener y difundir la eficacia del psicoanálisis cuando
la variable del éxito es el ya? Digo, ¿ser optimista en relación con el
deseo equivale a ser optimista en relación con el porvenir del psicoanáli­
sis? Yo soy optimista, pero no estoy tan tranquila como usted.
Eric Laurent: La solución es muy fácil. Está claro que no estamos
ya en el siglo XIX, cuando la gente podía caminar, atravesar una ciudad,
quedarse una hora en sesión, después volver a su casa. Es decir que
cada día dedicar tres horas -una hora o una hora y media de transporte,
una hora de sesión-, tres o cuatro horas a su análisis es mucho. Todo
esto de la hora de Freud va con esta gente, con estos burgueses viene-
ses, que eran más o menos jubilados o tenían sus intereses en el banco,
no trabajaban mucho. Ahora la gente tiene ritmos infernales, y son pocos
los que pueden pasar tres horas cada día en esto. Si la respuesta es que
fuera del dispositivo de las cinco sesiones semanales de cincuenta minu­
tos no hay acceso verdadero al inconsciente, uno hace morir al psicoa­
nálisis y cada vez menos personas podrán entrar en el dispositivo analíti­
co. Cuando hay seis meses de espera en un consultorio público, en un
centro de salud mental público, ¿se va a decir que el único tratamiento
son cincuenta minutos? No, hay que responder a la demanda de la gente,
pero desplazándola. Encontrar un analista no consiste en encontrar un
funcionario del dispositivo; se trata más bien de que sea alguien que
pueda decir a un sujeto, en un momento crucial de su vida, algo que
permanecerá inolvidable. La solución a todos estos problemas técnicos
es: tenemos que ser inolvidables. En la medida misma en que el artefacto
de las categorías produce categorías olvidables, hay que saber formarse
suficientemente para dirigirse al sujeto de manera inolvidable. Eso es lo
esencial para nosotros, y después tenemos que saber que probablemente
sean sólo unos apasionados del psicoanálisis los que puedan pasar por
los quince años de análisis. Pero también hay muchos pacientes que
hace quince años que están en psicoanálisis y a ellos les gusta y siguen;
son los apasionados de la cosa. Estamos en la época de la pululaeión de
los estilos de vida; es uno quien tiene su dignidad.
Pregunta: En realidad, creo que en parte con la última respuesta

30
está contestado, pero habíamos estado trabajando en algún momento un
artículo suyo que apareció en la revista Vertex, donde hablaba del psi­
coanalista en el ámbito de las instituciones y la salud pública, y hablaba
de la regla y de lo que hace que la regla funcione. Por otra parte, decía
que Lacan explica la cuestión de hacer un buen uso de la regla en el
ámbito de las instituciones o no solamente, también en el dispositivo ana­
lítico.
Eric Laurent: Como el tiempo forma parte de las reglas, el buen
uso de las reglas es, por supuesto, desbordar un poco. Pero también se
necesitan reglas para tener un código común, y ahora tenemos que con­
cluir para seguir con la agenda. Es ésta la singularidad en las institucio­
nes; nada más que ésta. Hay reglas que hacen que, por ejemplo, una
institución acoja a niños de entre cero y tres años, entonces cuando tiene
tres años y medio, qué hay que hacer: hablar con la madre, no hablar con
la madre... Si uno piensa orientarse con las reglas está perdido; tiene que
orientarse con el hecho de que, por supuesto, están estas reglas, pero
hay que saber hacer con esto, hacen parte del problema, para después
actuar conforme al interés del sujeto que sufre y viene a consultar. Es
parte del problema saber hacer con las reglas de la misma manera que
hay que saber concluir*..es"

* Conferencia pronunciada el 22 de septiembre de 1999 en el Congreso de Salud Mental


organizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. (N. del E.)
1. Conferencia pronunciada en ocasión de la presentación del ICBA, Buenos Aires, 1998.
2. Ver página 79 del presente libro, E l p s ic o a n a lis ta , e l á m b ito d e la s In stitu c io n e s d e
S a lu d M e n ta l y su s re g la s. (N. del E.)

31
Posición del psicoanalista
en el campo de la Salud Mental

Me alegro de que la Primera Conferencia de la Escuela Europea


sobre Salud Mental y Psicoanálisis Aplicado tenga lugar en Asturias.
Oviedo es la ciudad de la Regento, y en Asturias se dio cierto empuje a
la literatura y o l a pintura españolas con los comentarios al Apocalipsis.
En Asturias, un monje llamado Beato de Liébana escribió sus comenta­
rios, y no se limitó a un ataque contra las herejías locales, sino que desa­
rrolló todo un comentario del Apocalipsis de San Juan. Esto llegó a
constituir una particularidad de la literatura sagrada española, que en vez
de agrupar los Evangelios en un único libro, como se hacía en el resto
del mundo occidental, desarrolló ese género de comentarios sobre el
Apocalipsis.
Cualquiera que fueran las fuentes en los que se inspiró el Beato, al
final de su comentario planteó una orientación sobre el tipo de ideal ca­
paz de asegurar la salud mental de sus oyentes. Era una época en la que,
para garantizar la salud mentol, había que escuchar todos los años, entre
Todos los Santos y Pascuas, cada semana, un comentario del Apocalip­
sis en el que se narran toda clase de cosas, algunas de ellas horrorosas.
Escuchar esa relación de cosas horrorosas, alucinaciones diversas, apa­
riciones inquietantes, era obligatorio. De lo contrario, te excomulgaban.
Fue en el IVConcilio de Toledo, en presencia de San Isidoro de Sevilla,
cuando se tomó la decisión de obligar a la gente a escuchar aquellos
comentarios. Tal ejercicio, consistente en enfrentarse a la particularidad
de una experiencia del fin del mundo, además de la participación en
persona de Isidoro de Sevilla, se consideraba una forma de mantener la
cohesión social. Por otra parte, Isidoro era alguien que, mucho antes de
Lacan, sabía cómo crear sentido con sus etimologías fantásticas, cortan­
do las palabras y construyendo de este modo la historia de la comunidad
a la que se dirigía.
La idea de que contar una experiencia límite, una experiencia
psicotizante, podía ser un aglutinante para una comunidad, abre una
perspectiva más interesante que la de definir la Salud Mental como la
33
desaparición de todos los trastornos posibles de la mentalidad. Y nos
hace pensar en declaraciones de psiquiatras laicos de nuestra época que
consideran que hay una frecuencia bastante regular, alrededor de un
10%, de trastornos mentales en una población.
Cierto psiquiatra francés cree que el propio Dios fue una invención
psicológica, una manera de asegurar la supervivencia de la comunidad.
Supone que las primeras comunidades humanas se constituyeron alrede­
dor de un sujeto psicòtico que tenía experiencias de comunicación con el
Otro, y así pudo organizar y sostener la cohesión de aquellas comunida­
des antes de la introducción de la ley.

Ambivalencia de la salud

Siempre surge cuando se toca el tema de la Salud Mental. Es una


preocupación moderna, una preocupación de los derechos humanos. Fuera
de esta perspectiva no se puede considerar el interés de la salud de un
pueblo. Antes, lo único que le preocupaba al amo clásico era la salud del
rey, la salud del propio amo. Y con la salud del amo se garantizaba la
salud del pueblo; su salud podía influir en el destino de la comunidad.
También aquí surge una ambivalencia: es conocida la relación que tenían
los amos con los médicos; todos los reyes cristianos tenían un médico
árabe o judío, no sólo porque los médicos cristianos sabían poco, sino
porque de esta forma podían matar al médico si fracasaba. Ahora se les
hace un juicio.
Esto introduce a la ambivalencia de la transferencia con el médico,
que siempre fue una relación apasionada. Esas pasiones no han desapa­
recido en nuestro mundo laico, aunque hagan ingresar en esta cuestión
de la Salud Mental una perspectiva más prosaica.
La definición más sencilla de Salud Mental es la que le oí a Jac-
ques-Alain Miller cuando dijo que la Salud Mental era la paz social. Es
un problema que se inscribe en las técnicas del orden público en general.
En una perspectiva freudiana, las relaciones entre el yo y el super-
yó son como las de cierto judío vienés pobre y el revisor. El pobre hom­
bre tomó el tren sin billete; entonces, en el primer control, el revisor le
pide el billete. Como no lo tiene, le manda bajarse del tren. El sale y

34
vuelve a entrar por otra puerta. El revisor le manda bajar otra vez, pero
luego vuelve a subir. La tercera vez, el revisor le pega; entra de nuevo y
el revisor vuelve a pegarle, y así le va pegando más y más. Al final, el
pobre judío se encuentra con un conocido en el pasillo del tren, que le
pregunta: ¿Adonde vas? Y él responde: «Voy a tomar las aguas, si mi
salud me lo permite».
La Salud Mental es algo así. Es lo que nos permite permanecer en
el tren y alcanzar cierto paz, si nuestra salud mental nos lo permite. Esta
es la versión más laica del Estado del bienestar: asegurarse que los ciu­
dadanos están en sus trenes, en sus coches, en sus casas, y que pueden
permanecer allí, si tienen cierta salud.

Los límites de la esperanza

El problema de los Estados modernos occidentales industrializados


es una situación de emergencia. Todos ellos están endeudados y com­
parten una misma preocupación: reducir los gastos de la Salud Mental,
porque la productividad es escasa en este campo. La nueva coyuntura
en la que nos encontramos es que el Estado moderno establece una
alianza de un nuevo estilo con la Ciencia. La relación del amo con la
Ciencia o del político con la Ciencia no fue siempre igual. Durante mu­
cho tiempo los científicos eran sometidos a vigilancia para garantizar que
no alterasen el orden establecido.
A partir de la física matematizada, y con las democracias, se pro­
dujo una nueva alianza. Ahora el Estado ha de limitar sus gastos, y no
sabe cómo autorizarse a descartar ciertos tratamientos posibles que cues­
tan dinero.
Hay dos posibilidades. Una es privatizar, es decir, suprimir la rama
de lo imposible. Otra es plantear que el Estado sólo puede comprometer­
se a mantener lo que es científicamente demostrable. Pero en lo que
concierne al bienestar, hay pocas cosas científicamente demostradas.
Así, el Estado dejó de lado todas las terapias calificadas de confort y
puede aliviarse de cargas difíciles de sostener en la coyuntura actual:
Pero al mismo tiempo que se toma la decisión de privatizar las psi­
coterapias y limitarse al pago de la medicación, definida como una ac-

35
ción científicamente demostrable, se producen nuevas complicaciones,
por ejemplo, el hecho de que una medicación teóricamente propuesta
por los laboratorios para ciertos efectos antidepresivos cura también las
migrañas, las úlceras y ciertos estados ansiosos; entonces, es lo ocurre
con el Prozac, nos encontramos con una prescripción mundial del medi­
camento, que pone muy contento a la firma Lilly, pero resulta inquietante
para los Estados. Ahora tienen que pagar dosis de medicamento prescri­
tas para una enfermedad llamado depresión, pero con una frecuencia
tan elevada, que implica cambiar la noción misma de enfermedad. Cuan­
do una enfermedad alcanza este nivel de frecuencia, hay que pensar que
es estructural. En consecuencia, estos problemas que se introducen en
la política no pueden resolverse de una manera sencilla.
En los años sesenta había debates del tipo psiquiatría/antipsiquiatría.
El debate se desarrolló, tuvo su pertinencia, alcanzó su auge y hubo
antipsiquiatras progresistas que desarrollaron una ley. En Italia, Basaglia
fue el héroe de un reordenamiento de la perspectiva de la Salud Mental,
que hizo desaparecer los manicomios. Fue una catástrofe. Diez años
después, los italianos tuvieron que plantear las cosas de otra manera, con
prudencia, y después de los años sesenta no se trataba ya de cerrar los
manicomios, sino de trasladar la locura de los manicomios al hospital
general. Esta inspiración más moderada fue la raíz de la reforma en
España como en Francia. Por un lado, un seguimiento específico de, la
Salud Mental; por otro lado, trasladar estas cuestiones al hospital.
En los años ochenta se depositaron muchas esperanzas en los
fármacos. Desde un punto de vista antipsicoanalítico, los psiquiatras, es­
pecialmente la Escuela norteamericana de Saint Louis, quisieron esta­
blecer reglas de prescripción y llevar a cabo un reordenamiento de la
Salud Mental con criterios estrictamente farmacológicos. Esta orienta­
ción encontró un límite al final de los años ochenta. Este límite se descri­
be en el número de noviembre de 1994 de la revista científica La
Recherche por el profesor Zarifian de la siguiente manera:
1. No se encuentran sustancias nuevas.
2. Los modelos teóricos no permiten descubrir nada nuevo.
3. Las estadísticas, a pesar de las prescripciones masivas, no permiten
aliviar los costos de la Salud Mental para el Estado.

36
Se ha hecho todo lo que se podía, y a pesar de ello, los Estados
modernos que tienen que resolver el problema siguen soportando la mis­
ma carga.
Llaman la atención las directivas del Ministerio de Salud francés de
Marzo de 1990, que definen la política en Salud Mental. En la salud
pública, la Salud Mental es una preocupación tanto mayor cuanto indi­
cios tales como los motivos de consulta, los diagnósticos asignados, etc.,
demuestran que son trastornos de primer orden entre las necesidades de
la población.
En los noventa se constataba que las necesidades de la población
eran mal atendidas, y un hecho inquietante es que lo constataban con un
estudio sobre los años 82-83, o sea de diez años atrás. Los médicos de
cabecera tienen un 20% de pacientes con trastornos mentales o trastor­
nos del sueño. Entre los diagnósticos de los médicos de cabecera, el de
trastorno neurótico o depresión supera en frecuencia a las anginas o la
bronquitis. Y se calcula que, aparte del médico de cabecera, más de un
millón de personas pasan por la Psiquiatría pública cada año.
Así que todas las medidas tomadas por los Estados modernos -
descentralización, comunidades terapéuticas-, todo este gran movimien­
to de reorganización, son homólogos a la supresión de las grandes unida­
des de producción. Es un movimiento general: producción de unidades
que permiten acercarse más a las necesidades de la población.

El psicoanálisis en el mapa de la salud mental

El psicoanálisis ha participado en todo esto, y no sólo a través de las


terapias individuales o psicoterapias. La reflexión que planteó el psicoa­
nálisis sobre el lazo social, los grupos humanos, la teoría de los grupos
pequeños, ha ayudado mucho a inventar nuevas formas de comunidad
terapéutica, especialmente en Inglaterra y en los países anglosajones.
El psicoanálisis acompañó este movimiento y participó también en
el rechazo de la cronicidad. La cronicidad no es un problema de dura­
ción. La duración del tratamiento de un sujeto con un trastorno mental
tiene como perspectiva todo la vida. La cronicidad se produce cuando ya
no quedan objetivos terapéuticos. Y en la lucha contra la desesperación,

37 <
contra la falta de proyectos, de objetivos, no sólo de tipo comportamental,
sino pensando la vida de un sujeto, el psicoanálisis tuvo una participación,
por ejemplo, luchando contra las formas de la depresión del terapeuta. El
psicoanálisis también participó en la evaluación de estas prácticas y en la
evaluación del límite con que tropiezan las distintas formas de reordenar
los tratamientos en Salud Mental.
Si se considera el mapa de la Salud Mental y las instituciones, que­
da claro que el psicoanálisis está incluido de muchas maneras. En primer
lugar, porque se ha incluido, de manera diluida, en las distintas formas de
psicoterapia. Cito una publicación dirigida por Julio Vallejo, editada por
Masson: Update de Psiquiatría. En cuanto al campo de las neurosis,
Vallejo cuenta que a pesar de 20 años de desmembramiento del concep­
to de neurosis, Tyrer confecciona una escala del síndrome neurótico gene­
ral, y concluye que los pacientes afectados por el síndrome neurótico
general presentan una prevalencia mayor de trastornos psíquicos y pronós­
ticos significativamente peores que los pacientes no neuróticos. Tras una
evaluación todo parece científico, se verifica que hay un obstáculo para
desembarazarse de la neurosis. El autor concluye que hay bases para
sostener que la personalidad neurótica ha sobrevivido a las neurosis.
Desde hace unos años se trata de reemplazar al síntoma por la
personalidad, y se califica lo ineliminable de la neurosis como personali­
dad. En la perspectiva psicoanalítica hay algo ineliminable, en lo que al
sujeto neurótico se refiere; son las estructuras del deseo. Lo que el Psi­
coanálisis llama deseo parece algo difícilmente eliminablc. El deseo, en
el neurótico, presenta una serie de imposibilidades. Y hay un síndrome
de inconsistencia específico del sujeto neurótico.
En cuanto a la psicosis, en una conferencia celebrada en marzo de
1995 sobre el tratamiento de las esquizofrenias a largo plazo, se conclu­
yó que la asociación entre fármacos y psicoterapia era la mejor combi­
nación, especialmente cuando los síntomas eran productivos, pero tam­
bién en general. Y de entre las psicoterapias, las interpretativas dan mejor
resultado que las cognitivas.
En cuanto a las depresiones, Vallejo también concluye en la necesi­
dad de tratamientos combinados, y dice que es muy difícil decir cuál es el
perfil de personalidad de quienes pueden beneficiarse de un tratamiento

38
combinado. Y esto a pesar del interés que hay por delimitarlo: por ejem­
plo, en los años sesenta hubo dos estudios sobre el tema; en los setenta,
cuatro estudios; doce en los ochenta y el doble en los noventa. Vallejo
concluye que probablemente hay una serie de trastornos en los que pue­
de ser beneficioso un tratamiento combinado; considera que en las de­
presiones endógenas o melancólicas hay un límite claro para la psicote­
rapia, mientras que en depresiones ligeras sería un error prescribir rápi­
damente tratamiento farmacológico sin psicoterapia.
El ministro francés de Economía, ante la petición de subvenciones
para estimular el cambio de coche, decía que si se da una subvención a
quienes cambian de coche, es como tomar ansiolíticos cada vez que uno
está deprimido: después no se puede pasar sin ello. Y utilizaba esta me­
táfora porque así todo el mundo iba a entenderle. El psicoanálisis está
incluido en el mapa de la Salud Mental de esta forma, con los tratamien­
tos combinados, muy propios de la complejidad moderna de nuestra épo­
ca. Vemos que el psicoanálisis tiene un lugar siempre que hay algún
imposible a tratar. En la Salud Mental hay un imposible: Freud decía que
educar y gobernar son tareas imposibles, y el gobierno de la curación lo
es aún más. '

Evaluación terapéutica: sujeto del inconsciente y neurociencias

Zarifian se burla un poco del entusiasmo de sus colegas, y constata


en tono divertido que toda investigación en el campo de la Medicina ha
de apoyarse, o bien en modelos animales que permitan probar las sustan­
cias, o bien en hipótesis sobre las causas de la enfermedad. Y constata
que nada de ello existe hoy día en psiquiatría: en la psiquiatría actual no
hay ninguna demostración del determinismo biológico unívoco de los tras­
tornos psíquicos. Los modelos animales fueron abandonados hace 30
años, y las hipótesis sobre la distribución de los receptores en las mem­
branas de las neuronas y su correlación con el comportamiento humano
no tuvieron una demostración positiva.
Debido a los reglamentos consecuencia de los derechos humanos
la producción de drogas nuevas ha de pasar por protocolos muy elabora­
dos, para evitar abusos. El manejo de una sustancia derivada de otros

39
usos sin ninguna experimentación es ahora imposible. Esto plantea mu­
chas dificultades para ir más allá de los primeros resultados obtenidos.
Refiriéndose a las investigaciones bioquímicas, Zarifian constata
que no se planteó la hipótesis de que un neurotransmisor podía prever tal
o cual comportamiento, sino al revés; se pensó qué inhibidores permitían
pensar la acción del medicamento, y se formuló la hipótesis de que el
neurotransmisor era la causa. Así se introduce un círculo vicioso en las
hipótesis, que es el siguiente: como un medicamento antidepresivo inhibe
la recepción de las monoaminas cerebrales, se plantea la hipótesis de
que el origen de la depresión es una anomalía de las monoaminas. Desde
el punto de vista biológico este círculo no introduce nada nuevo. Zarifian
dice que el efecto placebo alcanza entre el 30% y el 60% en muchos
trastornos mentales, no solamente en estados ansiosos o depresiones
ligeras, sino también en estados de agitación psicomotriz. Y comenta
irónicamente: «se supone que la mayoría de los psicotrópicos tienen un
efecto mayor que el efecto placebo, pero no es seguro».
La evaluación terapéutica da resultados bastante inconsistentes.
Vale la pena escucharlo de alguien que participó en la investigación de
estos protocolos, alguien que trató de limitar un poco el entusiasmo de las
multinacionales en la promoción de sus productos. Y deja planteadas
preguntas interesantes como: ¿para qué sirven los receptores en los que
se fijan las benzodiazepinas cuando no hay benzodiazepinas? Nadie lo
sabe. Con el manejo de las sustancias se descubren en el cuerpo órga­
nos que no sirven, y eso nos enfrenta con nuestra ignorancia.
Todo esto es interesante, porque preserva el campo de nuestra in­
vestigación sobre la función del sujeto, que no es una perspectiva huma­
nista o idealista; no necesitamos ningún recurso a la perspectiva de un
espíritu o un tercer mundo, en el sentido de Popper, ni hemos de suponer
un mundo de ideas platónicas para justificar nuestra acción. Una pers­
pectiva materialista clásica ya es suficiente para preservar el campo de
esta acción.
El sujeto, que en psicoanálisis llamamos sujeto del inconsciente, y
que es la ruina de la conciencia, tiene su lugar en esta nueva coyuntura.
Los últimos adelantos de las Ciencias cognitivas podemos verlos en
el libro de Daniel Dennet La conciencia explicada. Expone como una

40 '
conquista fundamental de las neurociencias el hecho de que no es nece­
sario suponer un yo central. Se trata del modelo de la computación en
paralelo, con procesadores que calculan independientemente de otros,
sin un programa central. Dennet dice que probablemente la información
que obtenemos del mundo exterior es tratada de esta forma, como un
texto sin lector, un texto constituido de fragmentos autónomos, poco ar­
ticulados. Nunca hay un punto de vista, no hay un ojo del espíritu.
En The mind’s I Dennet da un ejemplo divertido: el mind es como
un visitante que va a la Universidad de Cambridge y le muestran el Christ
College, el college donde residió Newton, luego el Oíd Saint College,
y toda la serie, uno por uno. Y al final, el visitante pregunta: «Pero, ¿dón­
de está Cambridge?» Y le responden: «Ha estado todo el día en
Cambridge». No hay un lugar único que se pueda llamar Cambridge,
sólo hay una enumeración de una serie de lugares, uno por uno. Dennet
está encantado con esta perspectiva y trata de encantarnos a los demás.
Resulta divertido que no consiga convencer a sus colegas de las ciencias
cognitivas, más difíciles de convencer que algunos psicoanalistas.
Les animo a leer un artículo del gran investigador en ciencias
cognitivas Jerry Fodor, que tiene una idea funcionalista del mind. Como
sus teorías están siendo muy atacadas por sus colegas desde hace veinte
años, ahora él se divierte mucho atacando a los demás en el Times Literary
Suplement. Este tono liviano para tratar de cosas que son técnicas y
pesadas resulta agradable, al menos a quienes les gusta la polémica. El
último libro en esta línea se llamó El error de Descartes, de Damasio y
en él se critica a Fodor, también de forma divertida.
A la vista del estado de este tipo de investigaciones, yo diría que a
nosotros nos encanta todo lo que pueda arruinar la idea de la conciencia.
Por otra parte, es un error leer a Descartes como si hubiera propuesto
un teatro del espíritu, un centro. Leído desde la perspectiva de otros
filósofos, Descartes es el promotor del sujeto como evanescente, del
sujeto como un momento, el momento de la certeza y nada más. Nos
gusta todo lo que ayuda a desprenderse de la necesidad de la conciencia.
Y es verdad que el sujeto del inconsciente freudiano, como dice Lacan,
está estructurado como un lenguaje. En este sentido todas esas metáfo­
ras, si ayudan a desprenderse de la idea de que hay un centro esencial,

41
resultan excelentes. Pero no estoy seguro de que la perspectiva de la
computación en paralelo nos libre de los centros; más bien los multiplica.
Por otra parte, la única patología que tienen en cuenta las
neurociencias es el síndrome de personalidad múltiple. El único país
donde se encuentra con mucha frecuencia este síndrome es los Estados
Unidos. Cada país tiene su especialidad. Los franceses tienen las psico­
sis agudas, por ejemplo, como la «boufée» delirante, una idea con la que
han intentado convencer a los demás. Los alemanes rechazan esta idea,
y a su vez tratan de convencer a los franceses para que consideren la
esquizofrenia únicamente en su vertiente negativa.
La especialidad norteamericana es ciertamente la personalidad múl­
tiple. En años anteriores hubo muchos episodios de epidemias histéricas,
con gente que había hecho cosas sucias y se iba a confesar. Eso ocurría
en aquellas zonas donde la lectura puritana de la Biblia despierta pasio­
nes. Incluso los adversarios del psicoanálisis constatan que se trata de
epidemias histéricas, pero consideran que es por culpa del psicoanálisis,
porque relaja la moral de los ciudadanos.
Soy optimista en cuanto a la nueva configuración de la razón y el
interés que puede despertar el sujeto del psicoanálisis; ahora que el in­
consciente freudiano no tiene que plantearse a partir de la conciencia
habrá que reemplazar la palabra inconsciente.
En la actualidad, con esta nueva distribución del sujeto del incons­
ciente, resulta difícil aislar su funcionamiento en el campo de las psicote­
rapias. El efecto de las psicoterapias es como el efecto placebo, y fun­
ciona entre el 30% y el 60% de los casos, con independencia de la teoría
de aquel que produce el efecto placebo en cuestión. Por lo tanto, no se
puede determinar la eficacia de los conceptos: lo que se verifica es la
eficacia del terapeuta. Cuando se valida la eficacia del psicoanálisis,
nunca se valida de forma empírica la existencia del sujeto del incons­
ciente, se valida únicamente la eficacia del terapeuta.

Cambios en la relación del sujeto con su cuerpo

El sujeto del inconsciente no sólo se manifiesta en el terreno de la


eficacia psicoterapéutica. También se manifiesta en el campo del

42
reordenamiento de la relación de este sujeto con su cuerpo, debido a los
instrumentos técnicos de que dispone la Medicina para modificar esa
relación. Gracias a las técnicas de procreación asistida, la función del
padre ha entrado en el campo de la Ciencia. Antes de estas técnicas, la
función del padre parecía una especulación. Se decía que Tótem y Tabú
no era más que especulación de Freud, o que Moisés y el monoteísmo
era cosa del humanismo médico. Ahora, un padre es algo que se puede
manipular, definir, cambiar. Por ejemplo, se plantea si se va a difundir o
no el nombre del que ha donado sus espermatozoides, y esto cambia la
perspectiva de la responsabilidad. En países como Francia -donde la
ficción jurídica y el cuerpo de los juristas están muy arraigados ya desde
el Antiguo Régimen, desde los reyes que constituyeron Francia-, apo­
yándose en legisladores, se prohibió dar el nombre y se estableció que
sea el Estado el que decida una ficción, ficción mediante la cual nunca se
sabrá quién dona los espermatozoides. Alguien designado como padre
por la ley dará para siempre el apellido, el nombre del padre le corres­
ponderá siempre a él.
En los países puritanos como Suecia no soportan esta autoridad del
Estado, esta burocracia, imposible de justificar, que se introduce entre la
conciencia y el sujeto. Allí el sujeto tiene derecho a saber quién fue su
padre. Los que donan los espermatozoides son los estudiantes de Medi­
cina; cada vez que tienen que comprarse algo para sus estudios, o para
esquiar, o practicar el tenis, o para ir de copas, pasan por un centro de
donación. Todo el mundo está dispuesto a hacerlo, siempre y cuando no
pueda suceder que veinte años después alguien llame a la puerta y diga:
«¡Papá!». La elección de esta vía en los países puritanos produjo una
caída brutal de esa generosidad espermática y puso en peligro todo el
sistema. Ahora, después de cierto concienciación cívica, se recuperó un
poco de responsabilidad, pero se temen los efectos que pueda tener todo
esto dentro de unos años.
Podríamos quejarnos de la degradación de la situación del padre,
pero al llegar a este punto, ¿qué queda de lo que es un padre en el
sentido agustiniano de la palabra, o incluso en el sentido tomista? Por
este motivo, se convoca a los psicoanalistas. Los cognitivistas, y las psi­
coterapias en general, tienen poco que decir. Se supone que los psicoa-

43
nalistas, como siempre están hablando del Complejo de Edipo y esas
cosas, saben algo del padre. De modo que les preguntan: ¿están ustedes
a favor o en contra? Algunos psicoanalistas dicen que hay que proteger
al padre, que es necesario mantener una ilusión del padre. Otros no es­
tán convencidos de que eso calme la llamada al padre, y constatan que el
descubrimiento del psicoanálisis no es el derecho a tener un padre; a
pesar de ese derecho, nunca se llega a tener padre.
Sucede lo mismo que con el derecho al amor. Todos quisieran ser
amados por la mujer a la que aman. Pero el problema es que es imposi­
ble plantearlo como un derecho. No es un derecho del ser humano, hay
que merecerlo, y a veces, aún cuando uno lo merezca, no lo obtiene.
Esto se llama tragedia, y a veces en la literatura resulta más interesante
que un idilio. Que el público decida si la orientación lacaniana se decanta
por el derecho al padre o por lo otra posición.
De entre todos estas nuevas definiciones del cuerpo, hay una muy
angustiante: la determinación del sexo del niño de acuerdo con lo que
quiera la madre. Hay personas que van a pedir un análisis porque no
soportan esa angustia; saben que en tal decisión, varón o hembra, resue­
na el deseo de la madre. Todo esto también permite incluir en la conside­
ración científica algo que parecía una especulación: la relación con el
fantasma. La desaparición de los límites del cuerpo, como en los tras­
plantes de órganos en niños, permite igualmente intervenciones intere­
santes. Y lo mismo ocurre con la cosmética. En esta nueva casuística se
plantea, más allá de la terapia, una cuestión ética sobre qué es legítimo,
de qué está permitido gqptr.
Lo que le corresponde al psicoanálisis en la Salud Mental es recor­
dar que ante esa presencia inquietante, el sujeto del inconsciente freu-
diano nos plantea una pregunta laica: «¿cómo definir de qué está permi­
tido gozar?» Sólo el debate democrático puede responder. Por esta ra­
zón Lacan definió el inconsciente freudiano, en última instancia, no a
partir de la conciencia, sino en función de la ética*.jes

*Versión corregida del texto establecido por Enric Berenguer con autorización del autor y
publicado en N o ta s f r e u d ia n a s n° 2. (N. del E.)

44
Usos actuales posibles e imposibles
del psicoanálisis

Señoras, señores organizadores; señoras, señores del público. ¿Cómo


presentarme ante ustedes, que tendrán que afrontar las problemáticas
del siglo XXI, cuando el saber del psicoanalista freudiano consiste, fun­
damentalmente, en un saber sobre el fracaso, el fallido, el sufrimiento del
síntoma? Sólo en estos fallidos puede él percibir un saber que se revela a
través de dicho fracaso. Esto que percibió Freud a partir de su práctica,
caso por caso, lo presentó después de una larga práctica como lo fallido
del programa mismo de la civilización, de su orden, de sus reglas. En este
programa, Freud aísla un malestar fundamental, para el cual no promete
ningún remedio, ninguna calidad de vida, más bien una calidad de males­
tar, una manera de hacer con este malestar.
Este irreductible de la experiencia freudiana fue así puesto por la
lógica como un imposible y, en este sentido, el mensaje de Freud se
separaba de cualquier sabiduría precedente; todas tenían un único reme­
dio: separarse del deseo, de su tiranía, para alojarse en el programa de la
civilización. Si esto es un punto central del aporte freudiano, entonces
¿qué puedo ofrecer para pensar el siglo XXI, desde este final del siglo
XX inmortalizado en la definición del tango “Cambalache”, como lo re­
cordaba el doctor C. Berger, como “problemático y febril”? Me parece
una predicción válida también para el siglo XXI, que vale tanto como la
de Malraux, que anuncia que va a ser religioso; sin embargo me parece
más probable que vaya a ser “problemático y febril”.
¿Qué puede decir el psicoanálisis sobre lo que nos espera, lo que ya
se presenta ante nosotros, cuando, precisamente hay tantas cosas en el
psicoanálisis que huelen a siglo XIX en los discursos, en los conceptos
que vehiculiza su discurso?
Desde el momento en que se inició este Encuentro, el Decano
Schejter presentó muy bien lo que significa para nosotros el siglo XXI.
Lo que ya nos llama, lo que ya nos presenta, es una bonificación en
profundidad de todo lo que habíamos conocido hasta ahora, como civili-

45
zación, por los avances técnicos de la Biología. Y no es suficiente decir
que es una consecuencia más de los avances de la ciencia, porque se
trata de otro régimen de funcionamiento de la ciencia, a partir del mo­
mento en el cual la Biología se unió con la Biología molecular, es decir
con la Física molecular. Con el desciframiento del ADN y de su estruc­
tura algo ha cambiado en el régimen de la ciencia; no estamos ya en la
misma epistemología en la cual se fundaba la Física, porque hay muchas
cosas, ustedes lo saben, en la Biología, que se producen sin que se sepa
exactamente cómo. El clonaje, las reproducciones múltiples, cultivos de
tejidos -cada vez más vinculados a un estado fundamental de las célu­
las- se hacen sin que haya una teoría perfectamente establecida y, pre­
cisamente, esto no impide de ninguna manera las incidencias de estas
técnicas, y es la razón por la cual no solamente hablamos de ciencia, sino
de tecnociencia, como lo decía muy bien el Decano Schejter.
El régimen de la Biología nos introduce en un estatuto epistemológi­
co del saber que cambia y que no puede pensarse, precisamente, sin la
efectividad técnica como tal. Tan es así que no pasa una semana sin que
se añada, entre las noticias de las barbaridades que se cometen en el
planeta, una noticia sobre un nuevo descubrimiento, una nueva técnica
biológica.
La última que apareció en la tapa del Times magazine fue el descu­
brimiento de los transmisores de una proteína y de su función en la me­
moria que produce inmediatamente las denegaciones habituales: ¡no, no
se inquieten, no hemos descubierto el gen de la memoria!, cuando, preci­
samente, el investigador está seguro de haber descubierto una vía de
acceso al gen de la memoria y de la inteligencia. Es la última experiencia
que tuvo este auge; pero otras nos esperan, por supuesto.
El campo de la salud pública -no digo sólo el de la salud mental-
está ahora sumergido en noticias y anuncios sobre las nuevas moléculas
y sus hazañas. Y en el campo de la salud mental, después de 40 años de
prescripción masiva de los psicotrópicos, vemos hasta qué punto toda la
práctica ha sido cambiada, reorganizada, y cómo modifica en profundi­
dad la disposición central o la disposición de todos los dispositivos de
asistencia. La salud, la salud pública, se ha convertido ahora en la prime­
ra industria de servicios del mundo occidental, apoyada en una industria

46
pesada que, al final, ha tocado algo en el real del cuerpo. ¿Cómo no estar
sumergido en los efectos de la esperanza técnica? El humanismo médi­
co, que fue renovado por los aspectos dinámicos o psicodinámicos -como
nos mostró de manera convincente el Decano Schejter al inicio del En­
cuentro-, vacila, busca aliados nuevos; entonces gira hacia la Facultad
de Psicología, que está representada por el Decano Courel, que constata
la diversidad, la pluralidad, la no unidad de los saberes que están ahora
acogidos dentro de las Facultades de Psicología.
Es difícil encontrar en esta dispersión aliados nuevos, y el médico
se pregunta si, en definitiva, los trastornos de la relación enfermo-médi­
co no podrían ser tratados por el fármaco -d e l antidepresivo al
antidelirante, del Imipramine al Aldol- y con contratos firmados por el
paciente que protejan de los pleitos y los juicios ulteriores. La dificultad
de encontrar aliados nuevos para sostener, precisamente, la figura del
humanismo médico, está en que la pluralidad de los saberes, acogidos en
la disciplina de la psicología, se sostienen gracias a una hipótesis, la hipó­
tesis de la unidad de la psyché, la palabra griega que insiste en nuestra
psicología.
La hipótesis griega que atravesó la escolástica, que se transformó
por el cognitivismo moderno, viene sólo a asegurarse de la unidad de
corrientes de lo más diversas. La disciplina está al límite de una sobre­
extensión que plantea problemas insuperables o difícilmente superables.
Por ejemplo sobre qué hay que enseñar a aquellos que vienen a plantear­
le a la Universidad una pregunta angustiosa sobre el tema de la cultura.
Habría que acoger en psicología, como se acoge ahora cada vez más en
medicina, un saber sobre la Biología molecular. Hasta cuándo la hipóte­
sis de la unidad de la psyché será útil y necesaria, si en pocos años,
como dice la sociobiología, no tendremos nada más que enseñar que la
psicología darviniana.
Estas preguntas existen también dentro del psicoanálisis; hay algu­
nas corrientes que piensan que la mejor manera de separarse de lo que
huele a siglo XIX dentro del psicoanálisis, sería transformar su retórica y
su vocabulario con el vocabulario y los conceptos de las neurociencias.
Hay publicaciones que se dedican a esto, a reasegurarse de que lo inicia­
do por Freud ahora encuentra su fundamento en las neurociencias, y que

47 '
el inconsciente está bien alojado en el hemisferio derecho o izquierdo,
dependiendo de la tendencia del investigador. Pero para esto deberíamos
estar verdaderamente seguros de que el hombre piensa con su cerebro y
con su conciencia, lo cual no está tan claro. Por lo tanto, no significa que
hay una materialidad del órgano como tal, no somos espiritualistas. En la
efectividad, la práctica del psicoanálisis pasa por una cosa: la interpreta­
ción, y la práctica de la interpretación no necesita del pensamiento, del
cerebro como tal o de la hipótesis de la psyché. Lo que necesita la
interpretación son sólo los saberes de las disciplinas interpretativas. Me
gustó el hecho de escuchar durante este Encuentro, en colegas de distin­
tas tendencias, que no conocía previamente, que, enfrentados a las difi­
cultades actuales de la conceptualización, están los que se refugian en la
certidumbre de las neurociencias, y hay otros interesados en leer, por
ejemplo, al gran hermeneuta de nuestra época, Emmanuel Levinas, quien
nos introduce precisamente, en la problemática de la interpretación al
suponer no tanto un pensamiento y una psyché, sino al intérprete, el
Otro, la presencia del Otro y, en el horizonte, el amor del Otro como
evidencia.
La hipótesis psicoanalítica es que no es el pensamiento el que con­
tiene lo que el Otro no consigue contener. Lo que se busca en este Otro
es alojar en el sentido sexual, pero no contenerlo -contenido y continente
siempre se exceden. Esto fue explorado por nuestros amigos kleinianos,
quienes desarrollaron las contradicciones de una topología así definida,
del contenido y del contenedor. Pero puede ser que, más allá de esta
topología de dos, necesitemos una topología de tres: entre el sentido, el
cuerpo y lo real, que no podemos pensar sino como un anudamiento de
tres consistencias. Esta fue una problemática desarrollada en otro ámbi­
to por Jacques-Alain Miller.
Sólo diría que lo único que me permite dirigirme a ustedes es el
hecho de que el psicoanálisis es una terapia, una terapia eficaz, lo cual ha
sido demostrado en una serie de estudios hechos en países donde les
gusta realizar estudios técnicos, como en los Estados Unidos. Hay gene­
raciones de analistas que se dedicaron a hacer estudios estadísticos téc­
nicos perfectos. En Europa, por razones múltiples, no tenemos el mismo
encanto con estos estudios, pero se hicieron también y se verifican, lo he

48
constatado al escuchar a mis colegas en este Encuentro.
Que el psicoanálisis sea una terapia justifica que participe en las
problemáticas del siglo XXI en salud mental; por lo tanto, no justifica la
hipótesis de la unidad de la psyché. Es uno de los aportes del psicoaná­
lisis a estos desafíos, el deshacerse de las consecuencias funestas de
esta hipótesis. El psicoanálisis no es una terapia de la psyché sino del
sentido. Es un hecho que el sujeto produce muchos más sentidos de los
que necesita para vivir. Y, efectivamente, ordenar estos sentidos, estos
sentidos y este sentido -para nosotros, psicoanalistas- fundamentalmente,
el sentido sexual, es una problemática política que alcanza el programa
de la civilización.
Al final del siglo XVIII el horizonte de la política fue definido por
Saint-Just como el horizonte no del bienestar sino de “le bonheur” -no
voy a traducirlo inmediatamente. Fue Saint-Just quien definió el horizon­
te de la Revolución Francesa: “la révolution de ne s’arrêtera qu’au bonheur
de tous les citoyens”; programa terrible porque anunciaba el terror. Esta
búsqueda de la felicidad fue inscripta en la constitución del primer estado
deducido de la Revolución o de las Luces, los Estados Unidos, hasta
ahora el único estado que se construyó sobre las hipótesis de las Luces,
basado en que la política es esencialmente una política de la felicidad.
Pero ahora se ha convertido en otra dimensión, que aisló muy bien la
Señora de Clinton, de quien todos conocemos la capacidad intelectual y
moral. La Señora de Clinton definió la posición del sujeto moderno como
“en búsqueda de sentido”. Efectivamente, la posición fundamental es la
búsqueda de sentido, en la misma medida en que la ciencia hace callar el
sentido en la civilización. En el lugar del sentido se instala la certidumbre
de la causalidad científica, en esa misma medida surge la búsqueda del
sentido. En la globalización, la importancia de Levinas está vinculada a
esto, al hecho de que ahora estamos todos en la búsqueda de un comple­
mento de sentido.
Ahora bien, como dijo Jacques-Alain Miller, un uso fundamental del
psicoanálisis, un uso actual y fundamental, es que el encuentro con el
analista se transforme en la instalación de un paréntesis, en el cual el
sujeto sometido a la tiranía de la causalidad transforme, busque, el senti­
do de su identificación. El sujeto que se esfuerza en identificarse para

49
definir su posición en la civilización, por lo menos, en el encuentro con el
analista puede experimentar la falta en ser, un espacio en el cual se
reintroduce la necesidad de la producción del sentido, presentándose como
contingencia. Es uno de los usos fundamentales del psicoanálisis, y esto
supone primero a los psicoanalistas. El objeto psicoanalista; es funda­
mental partir de esto. Los usos del psicoanálisis dependen de la produc­
ción de psicoanalistas; así como el Decano Courel, presentando la psico­
logía, constataba que en lugar de partir de la definición general de la
psicología, tan difícil de establecer, por lo menos había un objeto que
existía, que era el psicólogo clínico argentino -objeto del cual no es tan
claro definir para qué sirve, para qué puede servir. La esencia de este
objeto no está muy claramente definida, pero lo que está claro es que el
objeto mismo se inventa con esto una multiplicidad de usos, de los cuales
incluso el Departamento de Psicología Clínica de Argentina no podía
tener la menor idea. Se inventaron usos de este objeto, no sólo en Argen­
tina, sino en Latinoamérica, en Europa, en los países globalizados. Lo
que se inventó con este objeto es también lo que se inventa con el psi­
coanálisis.
Primero hay que partir de la existencia de este objeto producido por
un discurso, que es el analista, y después se encuentran los usos. Diga­
mos, entonces: hay que partir de esto, de este objeto, incluso del hecho
de que este objeto es embarazoso para la civilización. Hay demasiados
psicólogos clínicos, hay demasiados psicoanalistas, nadie sabe qué hacer
con esto; pero el régimen fundamental del objeto en nuestra civilización
es que hay siempre demás -la función no está exactamente a la altura
de poder asignar un lugar al objeto, nos supera-; con los analistas es
igual que con los coches: hay demasiados. Lo fundamental es que así se
percibe la experiencia profunda de nuestra civilización, la separación
entre existencia y esencia. Lo principal es el hecho de que primero está
la existencia, hay este objeto, y esto que se percibió al inicio del siglo con
Husserl -cambió el régimen fundamental entre existencia y esencia- se
ha reformulado ahora con la definición de Wittgenstein: meaning is use,
“el sentido es el uso”.
Hay que encontrar usos de lo que hay, es la única cosa que nos
queda, porque del lado de las esencias la cosa está perdida, no hay más

50
esencia; y cada vez más vemos que hay existencias de estos objetos a
los cuales hay que encontrarles usos. Esto ahora lo percibimos de mane­
ra más y más clara. Es la razón por la cual he constatado también, entre
colegas de otras tendencias, que la definición de psicoanálisis que Jac-
ques Lacan introdujo en los años 50: “el psicoanálisis es el tratamiento
que se puede esperar de un analista”, que parecía un escándalo en ese
momento, está cada vez más aceptada como apuntando a esta verdad.
Primero está la existencia del psicoanalista y después vienen los usos
posibles de este objeto. Lacan encontró otras maneras divertidas de ha­
cer percibir el divorcio existencial, cuando decía: “Viva Polonia, porque
sin Polonia no habría polacos”. Pero esta disyunción entre existencia y
esencia es, probablemente, una de las llaves que hace a este uso funda­
mental del analista, que se transforma en un instrumento para experi­
mentar la falta en ser del sujeto moderno.
Si en la sesión analítica la tiranía de la identificación se relaja, ello
no tiene nada que ver con las medicinas dulces, la relajación, el cariño, la
bondad. El espacio analítico es un espacio en el cual se juega un destino
fundamental del sentido en la civilización.

Quiero ahora destacar siete puntos que se deducen de este uso


fundamental del encuentro con el analista en nuestra civilización:
El primer punto es que la hipótesis psicoanalítica del Otro y de la
imposibilidad de contener el objeto de goce o el objeto pulsional, implica
buscar la hipótesis del Uno en otra parte que en la unidad psíquica. Esto
entonces implica que donde está, el psicoanálisis modifica el mapa, el
territorio de los saberes. El psicoanálisis lleva consigo, en su práctica, un
enjambre de saberes que lo rodean y que no tienen nada que ver con la
clasificación universitaria actual o la clasificación de la ciencia. Digamos
que las ciencias de la interpretación de una época acompañan el queha­
cer del analista -y lo que tiene que saber y transmitir- de una manera
que hace que ningún recorte organizativo de los saberes en la civilización
sea satisfactorio desde el punto de vista de lo que tiene que sostener. De
modo que una de las cuestiones en el siglo XXI va a ser el tratar de
convencer a los demás, a los que pueden influir sobre la distribución de

51
los límites de los saberes en la civilización, del porqué hay una necesidad
de constituir nuevas agrupaciones y desconfiar de viejas costumbres.
El segundo punto: es verdad que el psicoanálisis es una práctica
eficaz y puede sostener esta posición en el siglo XXI -porque es verdad
que en el siglo XXI si no se es eficaz no se tiene ningún lugar. Incluso
habrá que sostener cómo esta eficacia, al presentarse como el revés del
lugar del sentido dentro de la civilización, tiene su importancia sobre el
síntoma. Esto se puede verificar con estadísticas y es verdad que ten­
dremos que tener, como los colegas norteamericanos, una zona dedicada
a medir, a verificar. El hecho de que no tengamos el mismo afán que
ellos por estos estudios se debe a que la historia de la psicología cuanti­
tativa en Europa siempre ha tenido un matiz policial. La psicología cuan­
titativa sirve en general para producir segregaciones -selecciones di­
cen—, clases de sujetos según su capacidad para hacer tal o cual cosa,
incluso podrían ser clases de sujetos que podrían analizarse -la
analizabilidad. Estas producciones, en general, llevan a selecciones que
se transforman en segregación y en instrumentos de exclusión; por esto
le tenemos desconfianza a un afán cuantificador demasiado satisfecho.
En nombre de medir la eficacia para verificar la profesionalidad, lo que
se puede producir son catástrofes; lo hemos visto en la historia de la
psicología con el coeficiente intelectual. El resultado de la historia del
coeficiente intelectual produjo una segregación brutal entre niños inteli­
gentes y no inteligentes. Y las medidas que después vinieron en ayuda
de los no inteligentes tienen poca validez, si se comparan con los desgas­
tes producidos por U selección y la exclusión. Ni hablar de lo que ocurrió
en los Estados Unidos; el libro de Steve J. Gould sobre “la mal medida
del hombre”, es uno de los libros que testimonian, como dice el autor
mismo, la necesidad de cuidarse de las consecuencias de las medidas.
Tuvo un efecto distinto porque la segregación en los Estados Unidos
tiene una función distinta; la producción de ghettos, de comunidades
distintas, no llevó a las mismas consecuencias funestas ocurridas en
Europa. Es la razón por la cual el pasado tan horrible de Europa, la
dimensión tan catastrófica de la historia allí ocurrida, lleva a medidas aún
más prudentes que en los Estados Unidos. No queremos producir nue­
vas segregaciones cuando entramos en esta justificación de la eficacia.

52
Hay que producir justo lo necesario para seducir al amo moderno; ya
que quiere que seamos eficaces, podemos demostrarlo, pero sin ningún
afán excesivo por entrar en esta lógica que conlleva en sí misma, o pue­
de conllevar, consecuencias terribles.
El tercer punto que quería subrayar, en lo que hace a la distancia en
nuestra civilización entre esencia y existencia y la prevalencia del uso
pragmático y eficaz, es el nuevo estatuto de toda la clínica. La clínica fue
definida durante toda una época por la creencia que tenía el practicante
frente a la clínica. Incluso la clínica en la salud mental tenía su consisten­
cia según los Estados, las lenguas; tenía una consistencia nacional. Aho­
ra, la creencia del practicante en la clínica se ha transformado -lo he
escuchado muchas veces en las mesas de este Encuentro. No solamen­
te trabajamos ahora, de hecho, con las clínicas de Freud, la clínica que se
deduce de la primera tópica, la clínica que se deduce de la segunda,
después las clínicas de los postfreudianos, la de Melanie Klein, la prime­
ra clínica de Klein, la última, la de Winnicott; y para los lacanianos tam­
bién: la clínica del primer Lacan, la clínica del Lacan clásico, la clínica
del Lacan último. Todo esto se yuxtapone y así la creencia del practican­
te que hace uso de todo -todo lo que parece necesario- y las clasifica­
ciones aparecen más bien como un artefacto. Pero esto no está vincula­
do solamente con la vieja sabiduría médica hipocrática de que las enfer­
medades no existen y sólo existe el enfermo. Ahora estamos en otra
época en la cual, como sólo está la existencia -y la esencia no es para
nosotros más que un paraíso perdido- entonces es en otro sentido que no
hay clasificaciones: lo que hay es la existencia singular de la demanda
del paciente. En este punto se anuda un uso pragmático de las clínicas en
el cual nadie cree mucho. Cree lo suficiente como para ordenarse la vida
y justificar su práctica en nuestro ámbito, es decir, para tener el ánimo, el
deseo, de hacer lo que se tiene que hacer, levantarse a la mañana. Se
cree en las clínicas solamente para ordenarse un poco el mundo. En esto
hay un cruce con lo que es la pragmática, el nominalismo moderno, el
individualismo contemporáneo. Se cruzan en un nudo para producir efec­
tos de descreimiento que, al mismo tiempo, pueden alcanzar cierto nivel
en el cual uno no cree más que en su propia clínica. Se podría llamar el
“narcisismo de la clínica”. Está profundamente anclado en nuestra sub-

53
jetividad, y es una consecuencia fundamental en el estatuto del síntoma.
Esto voy a desarrollarlo en el Congreso que tiene lugar mañana y tomaré
más tiempo para explorar sus consecuencias.
El cuarto punto es que, en la medida en que la consistencia de estas
clínicas está animada por el nominalismo del sujeto moderno, hay un
realismo que se impone. Este realismo se manifiesta cada vez más en las
patologías del objeto. A medida que el estatuto del sujeto se problematiza,
se independiza del Otro, están estas patologías que van desde los trastor­
nos alimenticios -tipo anorexia, bulimia- a las prácticas compulsivas en
general, los trastornos obsesivos compulsivos, los trastornos como las
toxicomanías y las adicciones múltiples, que sólo con su carácter de epi­
demia nos aseguran la consistencia de un realismo del cual el nominalismo
contemporáneo no puede escapar.
El quinto punto es la confluencia en la clínica psicoanalítica de los
cuatro primeros puntos. Esto, entonces, implica una consecuencia en la
clínica. Para conjugar el nominalismo subjetivo y el realismo del objeto
estamos empujados a producir una clínica no estándar que, al mismo
tiempo, incluya los resultados obtenidos en la práctica analítica sobre las
neurosis, es decir, todo lo que hemos aprendido de la identificación del
sujeto en su relación con la identificación paternal, con el Edipo, con el
Nombre del padre. Incluye también todo lo que hemos aprendido de las
psicosis, en las que hemos constatado cómo se las arreglan en el mundo
los que no pueden identificarse con el significante paterno. Se yuxtapone
con lo que estamos aprendiendo sobre las patologías del objeto. Esto nos
empuja a producir ufaa clínica “no estándar” que efectivamente forma
parte del siglo XXI.
El sexto punto: la clínica no estándar es una clínica consumidora de
nuevas ficciones jurídicas. Estas patologías o este nuevo estatuto clínico
necesita armar ficciones que permitan ordenar la coexistencia de goces
múltiples. Las viejas formas de ideales que organizaban la coexistencia
ya no consiguen hacerlo. Sirve de ejemplo el hecho de que la definición
de Servicio Público de Salud ahora se fragmenta en instancias de asis­
tencias dirigidas a públicos especializados, como asistencia para ano­
rexia, asistencia para adicción, etc. Esto desmonta el viejo universo o la
concepción universal del sistema público, para fragmentarse en comuni­

54
dades de goces distintos, sintomáticos, a los cuales hay que dirigirse. En
la especialización afirmada por la biotécnica como una esperanza de
mejor productividad, se va cada vez más en este sentido a la fragmenta­
ción de ese universo. Esto hace reflexionar sobre la definición misma de
lo público, de la salud pública. ¿Cómo hacer existir dentro de nuestro
campo una forma que permita pensar esta tensión entre las comunida­
des distintas y un universo común? Eso es sólo una forma más limitada
de una cuestión muy general; Jacques Lacan lo decía, ¿cómo nuestro
universo de segregaciones iba a poder soportar estas segregaciones?
Pero no es sólo Lacan, hay que decir que un autor como Waltzer es
efectivamente muy lacaniano en la manera de plantear el problema. He
visto en la librería que está afuera de esta sala una traducción de su
Tratado sobre la tolerancia. El plantea que el problema d. nuestra
civilización es cómo hacer -como hacían los imperios que podían yuxta­
poner los goces distintos de las múltiples etnias y culturas que incluían-,
cuando no hay más imperio, cuando no están más los significantes del
imperio; a esto Waltzer lo llama tolerancia, es muy útil leerlo, pero es una
problemática que refiere, diría, a todo el pensamiento contemporáneo.
Cuando Lacan enuncia esto como aquello que iba a surgir, lo anun­
cia en el 60, y surge, efectivamente. Ahora nos rodea en el pensamiento
contemporáneo y, como analistas, tenemos que leer a Waltzer, a Rorty, a
Charles Taylor, a los que tratan de pensar las contradicciones que modi­
fican la noción misma del espacio público. En este sentido, somos consu­
midores de ficciones jurídicas para adaptarnos a estas modificaciones.
Es una de nuestras tareas en el siglo XXI.
El séptimo punto es que tenemos también que aprender, en tanto
analistas, cómo se están transformando aquellos goces que eran margi­
nales, que no estaban en las normas, cómo se incluyen produciendo nor­
mas nuevas. Este es otro tipo de problema diferente del de la clasifica­
ción de los síntomas, la patología del objeto o las ficciones jurídicas. Por
ejemplo, vemos cómo la homosexualidad se transforma en una norma
nueva y lo hace con paradojas.
Tenemos que aprender efectivamente, de la biopolítica, cómo ha­
cen los grupos gay en los distintos países en los cuales buscan el recono­
cimiento de normas que incluyan la homosexualidad. ¿Qué sería una

55
norma que los incluyera? Produce efectos sobre las normas. Y sobre la
clínica. Tenemos que pensar, desde el punto de vista de la investigación
clínica, todo un abanico de consecuencias que van desde las preguntas
sobre la fecundación artificial en las parejas homosexuales, la adopción
o no, hasta qué punto puede llegar este reconocimiento, etcétera, etcéte­
ra. Todas estas preguntas que son anecdóticas, hasta cierto nivel, tienen
un fundamento profundo: este esfuerzo contemporáneo por transformar
las reglas para inscribir un objeto nuevo en la norma.

Querría mantener unos minutos el debate, así que voy a ir directa­


mente, una vez enunciados estos puntos, a lo que me parece esencial
para la conclusión: el porvenir. ¿Cuáles son las peleas que nos esperan,
los combates que merecen que intervengamos en ellos, las decisiones
públicas en las cuales los analistas tienen que hacerse escuchar?
Diría que primero tenemos que ayudar a despertar los espíritus y
luchar contra el sueño de la razón, contra estas consecuencias de la
supuesta hipótesis de la psyché. Esto produce una evaluación inadecua­
da al considerar en qué reside el mind-body problem. En el problema de
la relación entre el espíritu y el cuerpo no es cosa de saber si la concien­
cia es explicada o no, como lo piensa Daniel Denett; el problema no es
saber si se explica esta conciencia, y si ya hay sólo una sustancia, o si se
va a naturalizar la intencionalidad. El problema no es éste, el problema es
que, a medida que se afirma la hipótesis del cognitivismo -en tanto que el
pensamiento se vuelve localizado en el funcionamiento del órgano como
adaptación-, el cuerdo se encuentra deshabitado, maquinizado. La con­
secuencia inesperada de esta fascinación por el funcionamiento del apren­
dizaje es el hecho de que el cuerpo va por su lado. Se le puede hacer
cualquier cosa. Tenemos el tráfico de órganos, el recorte de los cuerpos
que se hace ahora a una escala global y que implica una vigilancia muy
particular sobre las consecuencias éticas que tienen todas las cuestiones
acerca de los órganos, su circulación, los transplantes, etcétera.
La otra consecuencia sobre el mind-body problem de los despla­
zamientos, los avances de la Biología, es que el cuerpo como tal va a
psiquiatrizarse como nunca. La intervención que va a tener la Psiquiatría

56
no es tanto como salud mental sino como salud corporal. La introducción
de la Psiquiatría ahora va a ser no sólo en la mente, sino en el cuerpo
como tal. Es decir, se va a buscar el auxilio de los psiquiatras en múltiples
niveles, por ejemplo, en los transplantes, las determinaciones del sexo
biológico de los casos indefinidos, las indicaciones sobre toda la medicina
cosmética, sea en el nivel de prescripciones de psicotrópicos como con­
fort o como medicación de felicidad. Las operaciones quirúrgicas, ahora
que los avances técnicos permiten operar tan fácilmente lo que parecía
imposible de realizar hace muy pocos años, se multiplican. Así, la exten­
sión de los poderes de la medicación y del quehacer, del saber-hacer con
el cuerpo, va a hacer que los psiquiatras sean convocados, como nunca
en la historia, para dar un aviso sobre el funcionamiento de los órganos.
En este sentido, los psicoanalistas tienen que despertar la comuni­
dad a los problemas éticos que, en un nivel global, se van a plantear.
Vamos a ser convocados también para incidir sobre esto, y tendremos
también que enfrentar un desafío que va a ser fundamental para la próxi­
ma época, el de los peligros del eugenismo. Porque los hemos conocido
en Europa en los años 30. Incluso en los Estados Unidos un gran demó­
crata como Roosevelt ha tenido declaraciones eugénicas increíbles. Hay
que leer los discursos de Roosevelt, en los cuales considera el eugenismo
como un deber de las democracias modernas. El eugenismo puede ser
una de las segregaciones más catastróficas que pueda conocer la época
que viene, y es verdad que el mind-body problem va a pasar por esto.
Necesitamos aliarnos con todos los que están desempeñando un papel
en el espacio público. Los analistas con otros, no aislados, sino colabo­
rando en mantenernos en la escucha de estas consecuencias. En la ver­
tiente del saber del lado no del cuerpo, sino del mind, como veremos,
dialogar, incluso con los cognitivistas mismos, sobre los peligros del
cognitivismo y del supuesto arreglo entre el lenguaje y la vida -las pala­
bras y la vida. Es el peligro de un darvinismo ideológico supuesto como
la llave fundamental que arregla todo: cognitivismo más darvinismo como
explicación fundamental. Yo diría que, precisamente, tendremos que aliar­
nos con las escuelas de filósofos como Putnam, como Rorty, que presen­
tan, y aconsejo la lectura de una obra de Putnam Words and life, en la
cual muestra cómo el ajuste de lo que hemos aprendido en el siglo XX

57'
sobre los lenguajes y la vida no puede satisfacerse con el darwinismo.
O pensamos a partir del cuerpo y de su adaptación, o pensamos a
partir de la no-adaptación fundamental del cuerpo al sexo. Y esta “no-
adaptación” nos lleva a un reto: cómo incidir sobre la tendencia profun­
da, que es la evidencia de la adaptación con el saber que tenemos sobre
esto. En este punto creo que, con los filósofos de la ciencia, con los
matemáticos, con los practicantes que luchan contra toda concepción
formalista de un sujeto sólo definido por las reglas a las cuales obedece,
tendremos una posibilidad de actuar.
También tendremos que definir en el futuro nuestra inserción en los
dispositivos de asistencia. El problema es también aliarse con todos los
que luchan dentro de la psiquiatría, dentro de la salud pública que desbor­
da el problema, o que está más allá del problema de la técnica médica
como tal, para construir estructuras menos crueles -como decía Rorty-
, para incluir precisamente en el imperativo kantiano algo de lo que sabe­
mos es sadiano. Necesitamos estructuras menos crueles, y esto supone
tener una idea de los goces en juego en las organizaciones y en su fun­
cionamiento. El objetivo de participar en estas instituciones menos crue­
les no es conseguir la cura analítica para todos; se trata más bien de que
sea posible para los sujetos, uno por uno. Es una perspectiva abierta por
la modificación de la clínica misma y la modificación de las indicaciones
del psicoanálisis -m e remito a las perspectivas abiertas por Jacques-
Alain Miller en la revista Mental sobre este punto.
Hay en esto una responsabilidad del lado de las instituciones analí­
ticas y del lado de la Responsabilidad de las escuelas que forman la AMP
(Asociación Mundial de Psicoanálisis). Hay que formar analistas que
puedan dedicarse a este objetivo; precisamente, no ofrecer la cura ana­
lítica para todos, sino poder instalarse en un lugar de un “uso posible”
para todos. En este sentido, tendremos en el futuro que participar en una
red de especialistas que se va a extender siempre más. Ya conocemos
nuestra red de funcionamiento con los psicólogos, con los psiquiatras;
pero -si es verdad lo que digo de la extensión de la psiquiatrización del
cuerpo o, al mismo tiempo, de la multiplicación de las relaciones que
vamos a tener con las disciplinas médicas-, vamos a tener más y más
contactos con una red de especialistas. No vamos a tener en esto una

58
posición de organizadores, sólo de participantes, y esta red es lo que
llamamos una conversación. Ese es el porvenir: para afrontar los retos
del siglo que nos esperan tendremos que alargar las reglas de conversa­
ción y, en este sentido, no hay que obnubilarse sobre la identidad del
psicoanalista -el problema no es su identidad, son sus usos y los usos
definidos a partir de la conversación. En este sentido este Encuentro,
que es el Primer Encuentro Internacional en la Ciudad de Buenos Aires
que agrupa a tantos profesionales, es parte de las formas nuevas que va
a tomar la conversación en el futuro. Agradezco a los organizadores, a
mis colegas, al público por contribuir a las nuevas formas de organiza­
ción que indican el porvenir. Este es el primer Encuentro, habrá segura­
mente otros. La eficacia de estos encuentros, estos encuentros siempre
charlatanes, se puede perfectamente medir por la eficacia para causar
el deseo decidido de los que han participado. Si se produce esto, un más
de deseo, entonces habrá sido eficaz. Tendremos que salir de esta sala
más vivos que cuando entramos; es la única eficacia que ubica en el
lugar correcto el deseo de otra cosa que siempre nos mueve*.jes

*Conferencia pronunciada en el Encuentro Internacional de Salud Mental de la Ciudad de


Buenos Aires, el 20 de septiembre de 1999. Texto corregido sobre un establecimiento de
Nora Alvarez y Mauricio Tarrab, revisado por el autor.

•59*
Nuevas normas de distribución de la asistencia
y su evaluación desde el punto de vista
del psicoanálisis

Es cierto que la necesidad de reducir los costos de distribución de la


asistencia, preservando la igualdad de acceso1, en la primer industria de
servicios de las sociedades occidentales, dio lugar a múltiples debates:
sobre los costos, sobre la repartición, sobre el control, sobre la puesta a
punto de indicadores cifrados que permitan medir con precisión los cos­
tos de tal o cual tratamiento o la evolución de tal o cual enfermedad.2
También en el dominio de nuestra clínica, pero les recordaré que es un
problema para los sectores más organicistas de la medicina, donde no se
sabe el costo de una adenoma de próstata, el lugar del scanner de rayos
X en la estrategia del tratamiento de una ciática, o la frecuencia de elec­
trocardiogramas después de un infarto de miocardio.3Estos indicadores
son cruciales para el establecimiento de normas de buena praxis aplica­
bles a todos (en francés RMO, Referencias médicas oponibles...y obli­
gatorias por otra parte).
En todas partes se preparan conferencias de consenso para esta­
blecer normas o recomendaciones sobre las diez o quince afecciones
más frecuentes, reagrupadas en el seno de cada disciplina. Para el esta­
blecimiento de esta lista de criterios, la etapa previa es el reagrupamiento
de una población según el diagnóstico. Estamos seguros que, en el domi­
nio de nuestra clínica, este género de conferencias dará lugar, en todo
caso en Francia, a conflictos de facultades extremadamente poderosos,
dada la estructura fragmentada de los lobbies existentes.
Otro es el debate, especialmente en los países que desde hace mu­
cho introdujeron este método de gestión. La puesta en el lugar de Redes
de asistencia coordinada (en francés RSC, en inglés HMO), que sea
administrada de manera capitalista (for profit), mutualista (non profit)
o estatal , está sometida a evaluación. Ya tenemos un cierto tiempo de
funcionamiento y de efectos après-coup que dan lugar a descontentos
varios y a discusiones. ¿El control se opera para ventaja o detrimento de

61
los no enfermos (el que paga por el enfermo), enfermos en general,
algunos de entre ellos, médicos en general, de los hospitales, médicos de
ciudad, del sector privado, del sector público? Las opiniones divergen
ampliamente en el hecho de saber a expensas de quien se opera esto.
Sin embargo todo el mundo concluye en la necesaria reducción de los
costos y de hecho se resigna a la reducción de la igualdad de acceso a la
asistencia que en los hechos se produce.
De este consenso, figura del futuro del ejercicio de la medicina,
daré el resumen que trazaba Rodwin indicando que, de todas maneras,
“El futuro será un médico trabajando en el interior de las redes (RSC),
financiadas sobre la base de un pago a priori per capita, que los profe­
sionales de salud sean motivados para practicar una medicina del siglo
XXI, para trabajar en equipo, minimizar el despilfarro, llenar y releer los
carnets de salud, informatizarse, seguir el RMO, hacerse acreditar...”.
Todas proposiciones sensatas, digamos razonables.
Cada uno de estos dos o múltiples debates que atraviesan la medi­
cina, toca el dominio de la distribución de la asistencia en el ámbito de la
salud mental, aunque de manera muy diversa. El problema particular de
este sector es la importancia del número de enfermos y de familias del
enfermo concernidos y el del personal de salud médica y paramèdica. El
carácter propio de la distribución de la asistencia en la salud mental está
marcado por el nivel tecnológico globalmente débil, el número de perso­
nas trabajando que es extremadamente elevado, resultados difíciles de
mejorar en su productividad, y la gran dispersión de las opiniones acerca
de los indicadores a establecer.
Mediante lo cual los controles de los costos se ejercen esencial­
mente en el dominio de la envoltura global de los medicamentos y de los
exámenes, manejado por la industria, pero sobre todo por la reducción
del número de personas que trabajan en el sector (disminución de la
carga de los salarios), especialmente por la reducción del número y el
tamaño de los establecimientos especializados, la reintegración de la psi­
quiatría en el circuito de distribución de la asistencia en general, y el
establecimiento de normas de buena praxis (fijando costos autorizados)
para vigilar la cosa.
Surge una gran diferencia entre los establecimientos de alto nivel

62
tecnológico (hospitales universitarios) y los establecimientos de baja tec­
nología (hospitales de media jornada adaptados a las patologías menta­
les), entre ambos una serie de estructuras intermedias es llevada a jugar
un rol siempre más grande. Esta diferenciación da lugar a una especiali-
zación en la distribución de las patologías según los actores del dispositi­
vo de salud. El sector público en Francia, por ejemplo, por la puesta a
punto progresiva de instituciones adecuadas, consiguió el casi monopolio
del tratamiento de las psicosis graves. Entonces es falso decir que el
sector privado es competencia en este punto. La especialización está
acentuada por la distribución de las patologías entre tratamiento médico
o tratamiento social del discapacitado, actualmente en vías de reorgani­
zación profunda (por ejemplo, bastó una ley para que el autismo sea
transferido, pase del presupuesto de la Salud al presupuesto de los Asun­
tos sociales en Francia).
El lugar del psicoanálisis en el dispositivo de asistencia actual es
múltiple. Está concebido como una psicoterapia, pero con una teoría que
supera esta definición. Es también tomado como un medio de formarse a
sí mismo y de abordar los problemas que plantea a los asistentes su
implicación personal en la relación con el enfermo mental.
Es necesario decir que no solamente la reorganización del sistema
de salud tiende a ubicar al psicoanálisis en competencia con otras for­
mas de psicoterapia, sino que más globalmente hay que decir que la
inclinación de las reformas en curso tiende a controlar estrictamente,
restringir o eliminar los abordajes psicoterapéuticos individuales. Un di­
rector de la HMO resumía brutalmente la lógica del abordaje señalando:
“Es necesario reconocer que el medicamento es la forma menos onero­
sa de asistencia”.
Sin embargo parece difícil, en los diferentes sistemas elegidos, eli­
minar todo recurso psicoterapéutico porque el público lo pide y las prue­
bas de la eficacia de este tratamiento existen, especialmente en el cam­
po de las psicoterapias de inspiración psicoanalítica. Mediante lo cual la
formación de compromiso reposa sobre una limitación estricta de la du­
ración que parece ser la vía de salida obligatoria. El resultado de ello es
la privatización del sistema de distribución de las psicoterapias que se
hace fuera de las instituciones del estado, incluso fuera de los sistemas

63
de seguros privados. De este modo la psicoterapia se transforma en el
privilegio de las clases medias.
Es necesario señalar que en estas reorganizaciones, las necesida­
des de formación personal de los asistentes cambian. Los médicos de
orientación biologicista se cuidan de la angustia generada por el contacto
con el enfermo mental a través del dispositivo técnico y no sienten más
como antes la necesidad de conocerse ellos mismos para ejercer. Sin
embargo, la multiplicación de las estructuras intermedias acerca perso­
nas con nuevas enfermedades mentales en medios institucionales menos
protegidos. El resultado de esto es un pedido de formación. La transfe­
rencia de la gestión de los problemas clínicos al médico clínico (gate
keeping) tiene efectos comparables. La transferencia de la psiquiatría
en el cuadro de los hospitales generales no tiene por única consecuencia
medicalizar la psiquiatría, ella psiquiatriza el abordaje de las cuestiones
médicas.
Las nuevas normas producen de este modo resultados que contras­
tan con la demanda de psicoterapia y de psicoanálisis. Podríamos de
este modo oponer la voluntad de poner a distancia el abordaje
psicoterapéutico, que es el estilo moderno, y la voluntad de encontrar
nuevas referencias éticas en estas profundas reorganizaciones, que ar­
ticula la consideración del sujeto, incluso su terapia.
Entonces, ¿cómo evaluar el impacto de estas nuevas normas y la
clínica que ellas favorecen desde el punto de vista psicoanalítico? Distin­
guiré tres ejes de evaluación.

Evaluación del costo de la asimilación psicoanálisis/psicoterapia

Es un error, y como todos los errores, tiene su costo. En principio,


nos es necesario captar las consecuencias de la proposición según la
cual el psicoanálisis no es una psicoterapia. La inclusión del psicoanálisis
en una serie de abordajes donde encontramos las psicoterapias por la
palabra, por la conducta, por lo afectivo, por el condicionamiento neuronal,
por el apoyo, por el arte, por el contacto con la naturaleza, por el cuerpo,
etc., produce un conglomerado extraño que solo encuentra su unidad por
la suposición de una psyché, de un alma, a la cual la terapia supuesta­

64
mente se dirigiría. Es desde Aristóteles la hipótesis que vale.
Esta hipótesis es inútil para el psicoanálisis y su práctica es costosa
en el ámbito de los saberes. El psicoanálisis procede por la interpretación
que no tiene ninguna necesidad de una psyché. Es la razón por la que
son indispensables al psicoanálisis todos los saberes de una época, sobre
la interpretación. Van de la lingüística a la lógica formal pasando por la
crítica literaria y las disciplinas humanistas clásicas. Esta interpretación
es interpretación del síntoma y es la razón por la cual los saberes clínicos
le son indispensables: la clínica psiquiátrica de la época de la mirada
como la de hoy, de la época de los medicamentos y de las clasificaciones
epidemiológicas. Entre las líneas de estas clínicas, el psicoanálisis persis­
te en leer las marcas del deseo sexual y de sus impasses que se inscribe,
siguiendo a Freud, en letras de fuego en el cuerpo del ser hablante que
somos. Los saberes de la interpretación y los saberes clínicos no son
indispensables en los departamentos de psicología universitaria y por otra
parte no son enseñados allí.
El ser humano goza con un órgano que no tiene representación
corporal. Pero eso no es una psyché, es un órgano que se puede llegar a
localizar con las logociencias. Podemos llegar, con estas logociencias,
a dar una idea científica de lo que Freud llama el inconsciente, que es el
órgano que permite gozar. Y en la civilización, sólo lo dicen los psicoana­
listas. Es necesario que continúen diciéndolo, porque esto es siempre
nuevo. Flay muchos dominios en los cuales los psicoanalistas deben vol­
ver a tomar posesión, no perderse en discusiones, en la búsqueda sin fin
de un discurso clínico construido como una teoría de los tipos a la Richard
Wallerstein. Que no haya psyché no toca la validación de las psicote­
rapias llevadas a cabo por psicoanalistas, son eficaces, como otras, y sin
la hipótesis psíquica. La hipótesis del amor es más útil y por esto la
eficacia de las psicoterapias es tanto más grande en la medida que la
capacidad de transferencia del sujeto es atestiguada.
Entonces, es necesario evaluar los inconvenientes, las pérdidas de
tiem po, las falsas p erspectivas, producidas por los extraños
reagrupamientos de la enseñanza universitaria. También es necesario
poner en duda el interés de las calificaciones de psicoterapeutas obteni­
das por la única vía médica o psicológica, como lo efectuó la ley italiana

65
sobre las psicoterapias. Hace falta, en las disciplinas de la interpretación
y de las clínicas, practicantes que vengan de otros campos del saber.
También es necesario advertir a los psicoanalistas sobre la fascina­
ción que produce el revés de esta hipótesis de la psyché, es decir la
fascinación por las neurociencias en la cual una corriente intenta embar­
carlos. Sería el abrazo de la muerte. Aprendamos de las neurociencias,
sobre todo cuando ellas nos afirman que la mind se desarrolla tanto más
14
en la medida que hablamos a los bebés. Cuidémonos de esperar una
renovación de las prácticas de la interpretación a partir de tales descu­
brimientos.
La primera consecuencia del rechazo de la hipótesis de la psyché y
de la admisión del inconsciente es que nos es necesario insistir sobre la
temporalidad de la interpretación. No es la del psiquismo y es lo que
hace que rehusemos la definición de los estándares temporales para las
psicoterapias y el psicoanálisis, ya sean dictaminados como norma de
buena praxis, estándares profesionales o base de negociación económi­
ca (del tipo compra de tiempo). Sin embargo es perfectamente posible
evaluar la eficacia de la práctica que rehúsa este tipo de estándares.
Está teóricamente justificada, es prácticamente evaluable, basta simple­
mente construir los indicadores que permitirían evaluar el costo del error,
a todos los niveles, de esta confusión psicoanálisis/psicoterapia.

La clínica del psicoanálisis más allá de la psicoterapia

¿Cómo se sitúa entonces el psicoanálisis en la clínica de nuestro


tiempo? ¿Cómo lo'evalúa esta clínica que no deja de producirse? En
principio tenemos la clínica que nos dejó Freud: tres neurosis, dos ver­
tientes esenciales en la psicosis, algunas neurosis actuales. Verdadera­
mente es una clínica sólida, hecha para durar, es Kraepelin simplificado,
ordenado. Con la ayuda de la transferencia, Freud dividió la neurosis en
dos vertientes: la neurosis obsesiva y la histeria, distinguiéndose la fobia
por su carácter transitorio si es el caso o más precisamente de placa
giratoria. Para la locura, dividió por un lado el continente parafrénico, por
el otro los trastornos maníaco-depresivos, siguiendo la orientación domi­
nante de su época. Finalmente, con las neurosis actuales y las persona-

66
lidades narcisistas, nos dejó nombres para los límites de la acción
transferencia!. La clínica de nuestro tiempo se encuentra profundamen­
te trastornada. ¿No se nos explica que la histeria no existe más, que la
obsesión se trata estrictamente con Imipramine, que hay cada vez me­
nos neurosis, que las psicosis mismas no son muy útiles? ¿Que si hubie­
ra, serían esencialmente deficitarias, esquizofrenias y que las psicosis
maníaco-depresivas, si existen cada vez más, es porque provienen más
evidentemente de la clínica del medicamento? Siendo su eficacia
sindrómica, las cuestiones de diagnóstico, las cuestiones clínicas, apare­
cen como refinamientos de la época en que se creía aún en el nombre
del Ideal organizador. La declinación del padre y de los ideales, que al­
canza a nuestra época impropiamente calificada de fin de las ideolo­
gías, si alcanza a las neurosis, alcanza a su organización misma. Freud
nos lo enseñó, el que inventó al padre, el que dio el padre a la civilización,
es el neurótico. El psicòtico prescindió de él, creando otro modo de
religioso. Sucede que en la civilización de la declinación del padre y del
Ideal, el neurótico no le interesa más a nadie. No es más un héroe de la
civilización, tiene entonces dificultades en hacerse oír. Eso no quiere
decir para nada que las neurosis hayan desaparecido. En la experiencia
clínica psicoanalítica, pueden tener cantidad de gente, deprimidos, narci­
sistas, militantes que reivindican los derechos de tal o cual minoría sexual
y encontrarán neuróticos. No siempre, pero encontrarán muchos. Sim­
plemente, no logran hacerse oír. Es necesario que el psicoanálisis tome
partido por la neurosis. Es necesario que haga oír su voz, a destiempo de
una civilización.
El psicoanálisis no puede ser indiferente a las consecuencias del
desconocimiento de la histeria. A medida que desapareció de las clasifi­
caciones, no de las nuestras, las de los sistemas epidemiológicos, nego­
ciados democráticamente por la Asociación americana de psiquiatría,
vemos aparecer una patología nueva, jamás vista antes, que además no
tiene lugar sino en un territorio cultural dado. Es el síndrome de persona­
lidades múltiples. En Europa, aún es discreto, pero pronto va a afirmar­
se. Personalidades múltiples, en la histeria conocíamos, dos, tres. En la
clasificación habitual, la media alcanza dieciséis personalidades. Es una
suerte de, zapping, la yuxtaposición de estilos de vida en un solo cuerpo.

67-
De esta manera, es que reencontramos los antiguos síntomas, en
contextos nuevos y que se encuentran transformados, transformándo­
nos a nosotros también. Es cierto que en el contexto general de nuestra
época, con menos Ideal, las personalidades narcisistas son favorecidas.
Hay también significantes nuevos, como por ejemplo los deprimidos. Por
supuesto, existió la acedía, la neurastenia, el spleen, todo eso existió.
Pero hay allí un significante nuevo que permite designar un modo espe­
cial de vivir la pobreza del deseo. Mientras que del lado de la psicosis,
toda una parte del continente parafrénico pasa de lado los trastornos del
humor, desplazando de ese modo el viejo prestigio de la melancolía; en
torno al significante deprimido, sale a la luz un problema de nuestra
civilización. A medida que cada uno está más solo, que siempre es cada
vez más responsable de desear, siempre es más desesperante no desear.
No es más el Ideal que nos aplasta cuando el Ideal es desear, es la
pobreza en desear misma que aplasta. La depresión es entonces un sig­
nificante en el cual se reconocen muchos sin que tengamos que explicar­
les nada.
La clínica de la perversión está también en curso de reorganiza­
ción. ¿En nombre de qué podemos prohibirle a alguien gozar? La legali­
zación de la homosexualidad es efectiva ahora en el antiguo mundo, en
Europa occidental, porque no debemos olvidar que en los Estados Uni­
dos hay aún quince o dieciséis Estados en los cuales la sodomía es un
delito, incluso entre adultos que consienten a ella, y heterosexuales. En
noviembre de 1996, en el Estado de Hawai, dos personas homosexuales
femeninas militantes fueron casadas. Ellas, luego han estado muy orgu-
llosas de mostrar ef niño que iban a criar y para quien iban a pedir, por
supuesto, una asignación familiar como todo el mundo. ¿Y por qué rehu­
sarla? Asimismo, hay otros Estados, como en California, en el cual se
admite, justamente, el otorgamiento de asignaciones familiares para ni­
ños criados por dos parejas gays, dos hombres, dos mujeres, que educan
de a cuatro a los niños. Por ejemplo, la pareja lesbiana pide el servicio a
un hombre de tener a bien darle un hijo donando el esperma a una de las
damas que cría al niño en la pareja lesbiana, si bien es también hijo de la
pareja homosexual hombre. La guarda alternada, una semana en lo de
mamá, una semana en lo de papá, es un poco más complicado que lo

68
habitual. Pero coexiste eji el mismo país, la derecha cristiana que conti­
núa vociferando el retomo de los family valúes y la armada de este gran
país que muestra un embarazo particular en tratar las cuestiones de adul­
terio en tiempos de paz en sus rangos. Estos síntomas testimonian al
menos una modificación profunda de la clínica fúlica y de su goce.
Más lejos y de manera menos divertida, se constatan las dificulta­
des de todos los países europeos en torno a la pedofilia, las brutales
medidas policiales que ha engendrado y la denuncia que ha suscitado a
través de los medios de comunicación, los suicidios en serie en Francia
entre las personas menos culpables, parece que arrastró una acción que
no discrimina más sus medios, develó un síntoma social de importancia.
El horror comenzó en Bélgica con el affaire del criminal Dutroux, un
horror particular mezclado con rasgos psicóticos de este affaire. La
dificultad del debate parlamentario sobre estas cuestiones en Bélgica, en
Italia, en Francia, en España, y la argumentación clínica para determinar
si es posible imponer un tratamiento psicoterapéutico en estos casos, da
una idea de la importancia de lo que está enjuego. Es el caso extremo de
la discusión acerca de la tolerancia frente a modos de goce. ¿Hasta
dónde la policía debe informarse sobre los clubes masoquistas? Son cues­
tiones de orden público que aparecen regularmente. Su ocurrencia se
impone porque nadie parece poder decir en nombre de qué es posible
decir no a un modo de vida que afirma un goce reivindicado como tal,
sino es a través de medidas de una brutalidad injustificada que alterna
con una laxitud que sólo aparece luego como más culpable.
No solamente los síntomas de ayer están sumergidos en nuevos
conceptos, sino que surgen síntomas nuevos de masa. ¿Cuál es entonces
la solución del psicoanálisis? ¿Se trata de restaurar al padre? Ciertos
sectores del psicoanálisis se abocan a ello. Y en este registro, ciertas
alianzas son posibles entre los psicoanalistas y representantes de la Igle­
sia católica, para insistir sobre la necesidad de un derecho al padre y la
de llamar la atención para que el desmantelamiento de los derechos del
padre no vaya demasiado lejos.
La segunda solución que proponen otros sectores del psicoanálisis,
es la solución del amor. El amor materno, incluso femenino, los valores
femeninos. Y allí todavía puede haber alianzas entre ciertos psicoanalis-

69
tas y las representantes de un feminismo esclarecido, que insiste sobre la
necesidad de feminizar toda la sociedad. El mal vendría de los abusos del
goce fálico que impide amar. El impasse de esta salida por el amor feme­
nino es que allí encontramos, no importa cómo se quiera, en el horizonte
el amor al padre muerto, la Vatersehnsucht de la cual Freud considera­
ba a la humanidad incurable. Este amor maternal, de hermanas o herma­
nos, finalmente, es el amor que es compatible con el Dios de los sabios y
de los filósofos, es el budismo espontáneo compatible con la época de
la ciencia.
Más allá, la solución que propone la orientación lacaniana, es una
reforma del juicio. Frente a un padre guardián del sentido, del sentido
sexual, del sentido fálico, hay un padre del cual es necesario hacer uso,
aplicando al padre el aforismo de Wittgenstein según el cual meaning is
use, el sentido es el uso. De este modo Lacan fabricó esta pequeña
paradoja: el padre, podemos prescindir de él a condición de hacer uso de
él. Es decir que no podemos prescindir del padre como garante del sen­
tido más que con la condición de que encontremos algo que tenga el
mismo uso, el de poder decir no! Por otra parte, el resultado al cual debe
alcanzar un psicoanálisis, no es adaptarse al mundo, sino saber que cuando
algo es insoportable, es necesario poder querer verdaderamente decir
no. Más allá del conformismo, más allá de las identificaciones, más allá
de toda la significación que tuvo para cada uno el padre, siempre en
falta.
De allí el criterio sorprendente de que el psicoanálisis optó para
evaluar una clínica: siempre eligió la que permite el máximo de diferen­
cias, siempre optar pár una clínica que permita diferenciar los puntos de
insoportable que el sujeto atravesó. Nadie tiene necesidad del psicoaná­
lisis para establecer una clínica estadística, por el contrario es necesario
para dar cuenta de los rasgos de excepción y de establecer su alcance
general.

El lugar del psicoanalista en las instituciones: ¿lugar vacío o lugar


en más? Problemas de evaluaciones.

El analista como el que interpreta ha sido, en principio, tomado en

70
una posición particular en toda institución. Estaban los que trabajaban,
estaban los que interpretaban. Era una función, desligada del mundo del
trabajo, situada extrañamente en la institución, no teniendo su lugar más
que en su posición de excepción en este mundo y en este orden de traba­
jo, el que interpreta. Era una posición contemporánea del acento puesto
sobre el psicoanalista espejo, para evitar toda tensión imaginaria era ne­
cesario ocupar una posición simbólica, una posición distinta del enfrenta­
miento imaginario. Esto dio lugar, bajo el nombre de instancia tercera o
de instancia simbólica, a una particular valorización o afirmación del ana­
lista en retirada, en el lugar del que se retira, hasta poder tomar en el
extremo la figura de la muerte.
El segundo tiempo del analista que interpreta es contemporáneo a
la valorización en la teoría de otro aspecto de la función simbólica. No
exaltado, sino más bien en falta, no llega verdaderamente a interponerse
en el registro imaginario. Esto implica la construcción de los lugares del
analista menos como falta, como sustracción, dejando actuar los poderes
de lo simbólico, sino como más, como más uno, remediando a falta del
Otro de una extraña manera. No es el que agrega un saber técnico más,
sino el que se agrega a las especialidades de los otros para despejar el
espacio propio a la interpretación, el tiempo de la interpretación.
No es más el que se retira del mundo del trabajo de las institucio­
nes, es el que trabaja para recordar a cada uno que si el Otro está barrado,
si la instancia simbólica no alcanza lo real que insiste, la consecuencia de
ello es que sea cual sea el reglamento que les dice lo que hay que hacer,
la verdadera acción está más allá del reglamento.
La esperanza de la buena Ley o de la buena regla supone una fe en
el Otro simbólico en el seno del cual finalmente podríamos encontrar la
ley que conviene. Es a partir del momento en el que se capta que el Otro
está en falta que se engendran, por la imperfección misma, lugares suce­
sivos que vienen a marcar, todos, el fracaso del esfuerzo por encontrar el
buen reglamento. Se deduce de ello que la verdadera acción, la que
responde al deseo, está más allá de la aplicación de la regla.
Es una indicación política profunda que aporta el psicoanálisis o que
él encuentra en su seno. Si la instancia tercera, la posición simbólica,
bastara, no habría necesidad de hacer política. Bastaría que una admi-

71
nistración cualquiera hiciera su trabajo, halle las buenas normas, y una
vez encontradas, no nos quedaría más que trabajar. Vjmos los resultados
de esta concepción en Europa. A medida que las buenas normas apare­
cían, aparecían lideres populistas en toda Europa, que recordaban que
justamente la función del en más, incluso bajo esta forma degradada, no
llega a reabsorberse en la norma.
La economía política anglosajona, en una perspectiva liberal, no
sueña más que en la reabsorción del gobierno en la administración de las
cosas. El horizonte de esto es una burocracia, ciertamente no sobre la
base del modelo de Bruselas que es neohegeliano, sino una burocracia
pragmática que sería simplemente la empresa-Estado. Ella sólo tendría
como única función aplicar su misión de cálculo de los costos, en lugar
de las administraciones americanas, para maximizar el bien público.
Numerosos obstáculos surgen en la persecución de este sueño. Uno
de entre ellos y no es de los menores, es un descubrimiento hecho en
economía política por partidarios decididos de las democracias. Es el
teorema de Kenneth Arrow, establecido en 1951 (reeditado con una va­
riante en 1963). Otro profesor de economía, de Harvard, Amartya Sen,
dio en 1993 una formulación simplificada del problema. En el seno mis­
mo de la perspectiva liberal, por más liberal que sea, la de la búsqueda de
un equilibrio de Pareto, maximiza los beneficios de todos sin perjudicar
el beneficio de cada uno. En una perspectiva tal, se considera el conjunto
de las preferencias de los ciudadanos de un conjunto dado, y se llama
equilibrio de Pareto el hecho que se alcance un equilibrio cuando no
podemos tocar más nada sin disminuir la preferencia individual de uno de
los participantes.
Arrow y Sen mostraron que, a partir del momento en el que tienen
libertades políticas, es imposible que un equilibrio de Pareto se establez­
ca sino es por la imposición de la preferencia de uno solo. Ellos destacan,
basándose en un modelo matemático bastante simple, que no es posible
hacer desaparecer la posición del uno de excepción en la hipótesis por
más liberal y democrática que sea. La interpretación de este imposible
de estructura, en economía política, es que habrá siempre necesidad de
un gobierno, sean cuales fueren las buenas normas y las buenas leyes
que vamos a fabricarnos. Habrá siempre necesidad de decidir y no sola­

72
mente para arbitrar una posición de gobierno para hablar con propiedad.
La única cosa que podemos hacer, es elegir lo más lúcidamente posible,
y hacer de manera que estos gobiernos, por una parte, podamos desem­
barazarnos de ellos, y por otra parte, podamos juzgar de una manera o de
otra si actúan conforme a la razón.
Lo que el psicoanálisis agrega a esta interpretación del lugar del
padre muerto de las ciencias políticas, es que el psicoanalista en la insti­
tución no tiene que ser situado como en más, como no haciendo nada,
como muerto, identificado a este padre muerto. El es el que está allí para
recordar que el deseo en juego supone no sólo adaptar al reglamento al
caso sino también captar lo que en el caso excede al reglamento, lo que
es el punto extraordinario de él y es a partir de allí que la acción se va a
dirigir. Es una interpretación del dicho de Lacan según el cual el psicoa­
nalista debe: “No ahorrar esfuerzos”. Lo que no quiere decir no estar
atentos a los presupuestos, quiere decir que nos esforzamos siguiendo el
reglamento pero que sabemos que hay algo que no puede ser reducido ni
previsto y que sin embargo es allí que la acción central va a decidirse, va
a centrarse. La acción central es el reconocimiento del deseo, o de la
relación transferencial, en tanto que ella apunta al amor más allá de los
reglamentos y de las normas válidas.
Hará falta pues construir criterios de evaluación desde el punto de
vista de excepción, que nos hace entender que, más allá de los criterios
de la buena praxis que podrían ser invocados, cometeríamos un grave
error en no ver que lo que excede debe siempre ser considerado.
En las cuestiones institucionales extremadamente complicadas so­
bre las cuales, como psicoanalistas, hace falta orientarse, dar nuestras
opciones, intentar construir un cierto número de instrumentos; no debe­
mos retroceder en hacerlo. Esto no debe retenernos de estar insertos a
todos los niveles del sistema de distribución de la asistencia y de hacer
oír nuestros propios criterios de evaluación y la forma que juzgamos
adecuada o no a una sociedad, de acuerdo al precio que da al deseo. Al
oír esta voz, todos ganan, incluso con principios de evaluación para la
asignación de recursos.

73
D iscusión sobre la interpretación del teorema de A rrow

Charles Kleiber: Me gustaría volver sobre la cuestión de la racio­


nalidad perfecta que ha sido evocada, el modelo de Pareto. Este modelo
supone una persona que decide, que conoce el conjunto de las opciones
posibles y todas las consecuencias de dichas opciones en cualquier tipo
de disciplina y que entonces tiene la posibilidad de optimizar. No creo
que este modelo oriente aún el campo, creo que desapareció, como está
por desaparecer lo que es su equivalente político, el estado tutelar, perso­
nalizado en un solo poder. La idea de que la persona que decide optimiza
está simplemente desmentida por los hechos. Arrow cuestionó esto por­
que puso en evidencia la incertidumbre inherente a toda opción. La ca­
pacidad de optar entre mil soluciones posibles y optimizar, es nula. A
partir de ese momento no estamos más en un modelo de racionalidad
perfecta, sino en un modelo de racionalidad limitada donde se opta no
por la solución óptima, sino por la mejor solución entre todas las que ya
se han experimentado y de manera muy pragmática.
Esto quiere decir que entramos en mecanismos de decisión que
tocan al Estado, a la cuestión de la libertad y de la negociación. Es la
libertad del que va a decidir o que se supone puede decidir pero también
la libertad de aquellos que van a acompañarlo en esta decisión. Creo que
el abandono del modelo de racionalidad perfecta por un modelo de racio­
nalidad limitada es de hecho paralelo al abandono del modelo de Estado,
poder central tutelar en beneficio de un Estado garante que fije algunas
grandes reglas, como la^ que acabo de evocar, y que en el interior de
estas reglas, deje hacer un juego institucional. La consecuencia es dar a
los individuos, en este espacio de libertad, más responsabilidades. Es en
ese momento que se plantea el problema de la medida y de la evalua­
ción.
Creo que si el tiempo es una medida posible para financiar una
actividad, no es sin duda la mejor. Puede estar acompañado de criterios
de resultados o en todo caso de objetivos que pueden aparecer ya sea
para una institución, ya sea para individuos, en la acción. Ahora, ¿cómo
intervenir en este juego? Creo que la única manera de intervenir no pasa
por una relación política en el nivel central, donde las cosas se juegan. A

74
este nivel, no prevalecen los mecanismos sanitarios, sino los socio­
económicos. Por el contrario, lo que queda por hacer es demostrar la
necesidad y el aporte del psicoanálisis, su capacidad de esclarecer las
opciones, de hacer surgir precisamente la historia individual. Me parece
que esta demostración es esencial. No veo por qué un médico clínico al
que se le confiaría dinero no utilizaría los recursos del psicoanalista, cuando
él es responsable ante el paciente de mejorar la salud.
EricLaurent: Veo dos manera de comentar las imposibilidades, los
fracasos del ideal de Pareto que demostraron Arrow y Sen. Una, es
deducir de ello que ya no hay ningún lugar privilegiado en un sistema de
decisión. Nadie puede ya abstraerse a la regla común, entonces solo
queda una posición de negociación permanente, que simplemente tradu­
ce un equilibrio siempre incierto de las voluntades y de las opciones. La
evacuación de la función de una persona que decide que usted llama
tutelar se hace en beneficio del resto, la necesidad de decisión pese a
todo, sin que cada uno pueda creer más en eso. Resumiría de esta mane­
ra la posición que usted toma.
No lo seguiré completamente en esta interpretación, porque me
parece que usted es el ejemplo mismo, justamente del hecho de que a
medida que entramos en el mundo de la negociación generalizada, de la
conversación democrática , es necesario tanto más que surja una voz
que marque una posición de valor común, de ideal común y de autoridad.
Creo que el mundo hacia el cual vamos, es un mundo en el cual en el
curso de esta negociación es central que alguien quiera algo. Hace falta
el lugar de aquel que no quiere ser aplastado por la regla, por un resulta­
do concebido como el establecimiento de una norma que mata toda vo­
luntad.
Sería más bien favorable a una interpretación del teorema de impo­
sibilidad de Arrow-Sen que extraiga la necesidad de la posición de ex­
cepción, de aquel que quiere algo verdaderamente en un mundo en el
que todo podría reducirse simplemente a la negociación de las normas.
“¿Qué quieres?” Respuesta: “Quiero la norma”. “¿Cuál?” “La que se
deduce objetivamente”. Si se me dice: mi teorema muestra que tú no
podrás saber la norma que se deduce efectivamente, aún más en la me­
dida que todo reposa en la voluntad de establecer el consenso, de obte-

75
ner la decisión. Es por eso que no creo que el peligro del mundo de la
conversación democrática sea de desembocar solo en burócratas que
hablan a burócratas, en el sentido que el burócrata es el representante
del interés universal, más allá de los intereses privados. Pienso que este
mundo va a valorar la función irreductible de aquel que verdaderamente
quiere algo.
Observemos, por ejemplo, en el plano político, un partido tan osifi­
cado como el Partido demócrata americano, compuesto de notables lo­
cales, completamente inerte por treinta años de poder, en un estado ob­
soleto extremadamente avanzado, cuánto comenzó a reformarse. Hizo
falta alguien como el actual Presidente, que es denunciado como que no
piensa más que lo que los otros piensan, es decir que él controla el insti­
tuto de opinión para saber lo que debe pensar, no teniendo a priori mo­
lestos. Es el mundo del teorema de Arrow, no existe la persona que
decide entonces no hace falta tomarse por una de ellas, para hacer polí­
tica entonces, son necesarios los sondeos de opinión al lado suyo, para
medir cual es la opinión más popular en un momento dado. Un sujeto así
definido, casado con una mujer de hierro, tal como se presenta la Sra. de
Clinton de la cual se sospecha que puede desafiar la opinión mayoritaria,
reveló ser el elemento suplementario del cual esta burocracia osificada
tuvo necesidad para adaptarse a los nuevos tiempos. Este elemento ines­
table, es el más uno irreductible en la burocracia, y que marca la diferen­
cia entre la derrota y la victoria. Sucede lo mismo con Tony Blair.
En otro marco explicaba que era el genio de Cukor en Adam ’s R ib
haber previsto, en 1949,»la forma moderna de poder, es decir la pareja de
dos abogados de Adam ’s Rib. El Sr. Blair y Sra. son muy comparables al
Sr. Clinton y Sra.. Blair, es un hombre dócil, munido de su instituto de
sondeo, y la Sra. Blair es la primera Queen ’s councelor, y se sabe que
en la pareja, la dama de hierro es ella. Es lo que marca la diferencia, y
que permitió a la burocracia osificada del Labour Party reformarse y
ganar. En esta función, obtienen administraciones extraviadas como el
caos de Bruselas que revela cruelmente perder la dimensión política.
C. Kleiber: Estoy completamente de acuerdo con el análisis que
usted hace. Hace falta que alguien sepa, quiera. Queda la cuestión de
saber lo que quiere. El no lo sabe, a menudo no lo sabe. Va a optar frente

76
a intereses contradictorios que se equilibran y crean una situación de no-
decisión o de hecho obedeciendo a una norma implícita, abierta a la re­
producción, a la repetición. Mi hipótesis es que este algo que quiere está
más allá de la norma, probablemente es un cuerpo de valores que, a
través del establecimiento de las normas y la obediencia colectiva a ellas,
se perdió. Debe ser capaz de recordarlo en las decisiones que necesitan
de una interpretación de la norma. La cuestión llevaría entonces para mí
sobre ese cuerpo de valores, en nombre de qué las decisiones de este
tipo, que hacen el arbitraje, pueden ser tomadas.
E. Laurent: Suscribiré a la perspectiva enunciada de esta manera:
Recordar lo que se perdió en la obediencia tácita a las normas y a las
normas implícitas. Para el psicoanálisis, hace falta recordar que lo que
se perdió, en nombre de las normas de la civilización, es el plus de gozar.
Digamos que es la manera en que una época sabe hacer con el goce. No
se trata de exaltar el deber de gozar, se trata de insistir para que haya
formas vivibles del deseo y que esto no puede ponerse en reglamentos.
C. Kleiber: En mi propio lenguaje, diría que este algo, en nombre
del cual se puede hacer un arbitraje, sería una cierta idea del encanto de
vivir.-gí

1. Este texto es la reescritura de la intervención hecha en Laussanne el 28 de junio de 1997


a continuación de la intervención de Charles Kleiber y publicada en la revista M e n ta l n°
4. Versión corregida de la traducción de María Inés Negri.
2. Como examen reciente se puede leer en \a N e w York R e v ie w de\ 12 de junio de 1977, el
artículo de Andrew Hacker que hace la reseña de siete libros publicados en inglés: H ea lth
a g a in st w ealth : H M O s a n d th e B reakdow n o f M e d ic a l Trust, de George Anders; B egin nings
C o u n t: The te c h n o lo g ic a l Im p e r a tiv e in A m e r ic a n H e a lth c a r e de David J. Rothman;
M o r ta l P e r il: O u r In a lie n a b le rig th to H ea lth c a r e de Richard A. Epstein; T he R o a d to
N o w h ere: The G e n e sis o f P re sid en t C lin to n ’s P la n f o r H ea lth se c u rity de Jacob S. Hacker;
B o o m era n g : C lin to n ’s H e a lth S e c u rity e ffo rt a n d th e Turn a g a in s t g o v e r n m e n t in U.S.
p o litic sde Theda Skocpol; The p r ic e o f life: The fu tu r e o f A m eric a n H ea lth c a r e de Robert
H. Blank; M a r k e t-D r iv e n H ea lth c a re : w h o w ins, w h o lo s e s in the tra n sfo rm a tio n o f
A m e r ic a n ’s la rg e st s e r v ic e in d u stry de Regina E. Herzlinger. Estos libros escritos por
médicos, periodistas que representan a los u tilisa te u r s, economistas, exponen diversos
puntos de vista actualizados y revalúan el fracaso del plan Clinton.
3. Ejemplos elegidos por el bu rea u del comité consultivo médico del grupo hospitalario

77'
Pitié-Salpétrière para mostrar la falta de dominio de indicadores que para él hay que
instalar con prioridad. Marzo de 1997.
4. Cf. B la ck la sh a g a in st H M O ’s , Tim e, 21 de abril de 1997.
5. Victor G. Rodwin, profesor de economía y gestion de servicios de salud en la W agn er
sc h o o l o f p u b lic se rv ic e , N e w York U n iv e rsity, en L e M o n d e del 19 de noviembre de 1996.
Victor Rodwin publicó muchos artículos sobre el fracaso del plan Juppé en Francia.
6. Constatación de Gérard Massé en un informe para el Ministerio de Salud que hizo
época.
7. La revista M e n ta l n° 3 presentó la literatura sobre la evaluación de manera global.
Agregamos una referencia inglesa y no americana cuyo simple título dice mucho: P resen tin g
th e c a s e f o r p sy c h o a n a ly tic p s y c h o th e r a p y se rv ice s, an a n n o ta te d b ib lio g ra fy , editado por
Jane Milton, jo in tly s p o n s o r e d b y th e A s s o c ia tio n f o r P sy c h o a n a ly tic p s y c h o a th e r a p y in
th e N H S a n d th e T a visto ck C lin ic, w ith th e s u p p o r t o f T h e P s y c h o th e r a p y S e c tio n o f th e
2"'' é d itio n 1993.
R o y a l C o lle g e o f P sy c h ia trists,
8. Gérard Massé no ve allí más que un remedio: la creación de un cuerpo de psicólogos y
de psicoterapeutas de establecimientos públicos con una carrera autónoma de funciona­
rio, que permita volver a dar acceso a las clases desfavorecidas a la psicoterapia. Gérard
Massé acaba de ser nombrado, en los últimos nombramientos gubernamentales, conseje­
ro de Kouchner en el ministerio de Salud, tendrá la ocasión de aplicar las proposiciones
que había hecho.
9. El aporte de François Ansermet a esta cuestión lo confirma. Confrontar M e n ta l n° 5.
10. Es el nombre que le dio Jacques-Alain Miller en el diálogo con Horacio Etchegoyen,
presidente de la IPA, publicado con el título: U n s ile n c e b risé .
11. P a st P re sid en t de l’IPA que insiste sobre el co m m o n g ro u n d de las teorías clínicas, las
divergencias de la babel clínica que no vienen sino de los niveles de abstracción sucesivas
supuestas.
12. Para la evaluación de las psicoterapias y el psicoanálisis ya los remití a M e n ta l N° 3,
revista de psicoanálisis aplicado y de salud mental, editado por la Escuela Europea de
psicoanálisis, enero de 1997. Especialmente los artículos de F. Sauvagnat, M. Tumheim,
P. Eche y A. Stevens que evalúan la literatura sobre la medición de la eficacia.
13. Se leerá con interés el debite entre Horacio Etchegoyen, presidente de la Asociación
Internacional de Psicoanálisis y Jacques-Alain Miller, presidente de la Asociación Mun­
dial de Psicoanálisis, publicado con el título U n sile n c e b risé , difusión Seuil, 1997.
14. Anuncio hecho en primera página del In te rn a tio n a l H e r a ld T ribun e en mayo de 1997.
Tomar acta.
15. Acá hago alusión a los desarrollos teóricos que dio este año en su curso Jacques-Alain
Miller con el título L ’A u tr e q u e n ’e x is te p a s .
16. Su p a r te n a ir e era presentada como esquizofrenia, pero el peritaje dirá quizás las
relaciones de su nombre y los entierros a los cuales se entregaba.
17. Claude Lévi-Strauss, al final de T ristes T ró p ico s, anunciaba el triunfo moderno del
budismo. Considerando el número de físicos premios Nobel y budistas postmodernos,
no carece de fundamento.
18. Utilizamos el término en un sentido próximo al de Jürgen Habermas o Richard Rorty.

•78*
El psicoanalista, el ámbito de las Instituciones
de Salud Mental y sus reglas

En materia de Instituciones en los ámbitos de la Salud Mental, de la


Psiquiatría y de la Medicina, podemos adoptar una doctrina de pruden­
cia: no intentar demasiado saber qué son, admitir su existencia como un
hecho o tener, en este área o en el área social general, cierta desconfian­
za, la desconfianza del sabio. El psicoanálisis puede alentarnos en esta
empresa, en la medida en que desconfía de las identificaciones. Llega­
ríamos así a la indiferencia.

La posición de Freud

Freud apuntaba a otro lado. Rápidamente establece una doctrina


de las instituciones sociales, como tal. Precisando los trabajos de la so­
ciología francesa, y en particular las consideraciones de Tarde sobre las
masas, muestra los desmanes de los procesos de idealización que fundan
la autoridad del líder. Le parece que el papel del partido bolchevique en
la revolución rusa confirma lo que anunciaba en su Tótem y tabú. De allí
deduce una fórmula sorprendente: lo que comenzó por el padre termina
por las masas.1 El capítulo sobre la identificación de El Yo y el Ello y El
Malestar en la cultura, anunciarán el papel que pronto desempeñará el
partido único en las sociedades europeas.
La indiferencia de Freud se manifestó sólo en relación con la filan­
tropía, ya que siempre desconfió de esta práctica, por encontrarla justifi­
cada por el ideal. Sin embargo, su desconfianza respecto del manda­
miento cristiano formulado por Pablo de amar al prójimo como a uno
mismo no lo lleva a querer liberar al hombre de la ley.
En un primer sentido, podemos decir que Freud da muestras de una
desconfianza propia de la tradición judía respecto de los desbordes del
amor que designan a aquellos que resisten a su extensión universal como
objetos particulares de masacre. En otro sentido, podemos decir que es
el cientificismo del maestro de Viena lo que lo protege de la tentación
.7 9 .
universalizante y lo lleva a sostener que es la ley la que puede romper el
sometimiento al ideal.

Ciencia y escepticismo

Para ello, es menester establecer los profundos vínculos que rela­


cionan ciencia y ley. Jacques Lacan, en La Etica del psicoanálisis,
sigue a A. Kojéve al admitir que es el corte del monoteísmo y de su ley
lo que dio lugar a la ciencia, si bien enfatiza más que Kojéve el origen
propiamente judaico de esta última.2 Si lo seguimos, podemos entender
que la ley no lleva al ideal sino a lo real. Si lo olvidamos, llegamos a una
variante del amor universal tan perniciosa en sus efectos como su prime­
ra versión: el ideal científico. Deberíamos constituir conjuntos cada vez
más amplios de casos cuyo único valor sería que responden a la regla
que los constituye por su aplicación.
Se trata de un ideal terrible donde pueden confluir la voluntad de
resultado científico y el uso político para establecer un mundo donde la
razón justificaría que las reglas sean verdaderos dogmas. Desde Hume
en adelante, una tradición escéptica y científica nos enseña a desconfiar
de esta concatenación. La escuela de la razón debe separarnos del asen­
timiento espontáneo que le damos a las reglas. Esto es lo que la lectura
de Wittgenstein que realizara S. Kripke nos transmitió a nuestra visión
contemporánea. La introducción al psicoanálisis de la paradoja escépti­
ca de Kripke hecha por Jacques-Alain Miller en su curso del año 1993-
1994, llamado «Done», nos abrió los ojos a esta distinción entre la aplica­
ción de la regla y el acto de fe necesario para atravesar cada etapa.3

Despotismo del universal

Todo aquel que trabaja en esta zona de actividades designadas con


el término general de «instituciones», en el área de la psiquiatría, de la
salud mental y de la medicina, debería cultivar esta desconfianza. En la
sociología contemporánea los trabajos de Pierre Bourdieu son los que
más han contribuido para abordar el área de las instituciones como área
electiva de aplicación de una regla que los agentes sociales desconoce­

80'
rían.4 A partir de esta perspectiva, la desconfianza respecto de las insti­
tuciones, y la vigilancia democrática, se ordena como desconfianza res­
pecto del todo universal que pretenda adueñarse de antemano del campo
de aplicación de la regla. Es aquí donde esta preocupación se asocia con
la orientación lacaniana en La Etica del psicoanálisis, que interroga a
la ética kantiana sobre el todo que supone la máxima de actuar de tal
modo que la acción pueda valer en todos los casos.

Alcance(s) de la regla

¿Qué es entonces un procedimiento y su aplicación? Hay varias


maneras de orientarse. En primer lugar, es lo que hay que seguir, lo que
nos da una guía, pero es también lo que debe permitirnos resolver las
situaciones nuevas, los disfuncionamientos e, incluso, las crisis que sacu­
den a las diversas instituciones. La regla no es independiente de una
práctica regular de la misma. No se halla en el «cielo de las reglas» y su
aplicación práctica no está divorciada de ella. Esto quiere decir también:
no hay regla sin infracción a las reglas; o aun, no hay reglas sin una
práctica viva de la interpretación de las reglas.
Las instituciones actúan como los mortales, quienes para hacer vi­
vir a su sociedad deben infringir sus reglas. ¿Acaso sabemos lo que nos
hace respetar una regla? Lacan, en la época en la que ya no enfatizaba
la palabra verdadera, sino los mandamientos de la palabra, subrayaba la
relación de la regla y de su aplicación como bordes recíprocos, la regla y
la transacción con la regla se anudan necesariamente. El que no sepa­
mos nada acerca de lo que nos hace respetar la regla, puede enunciarse
al extremo a través del moralista con la forma de la famosa paradoja:
«cómo los vicios privados forman la virtud pública». Lacan cita al res­
pecto La fábula de las abejas, de Bernard Mandeville, quien, como su
nombre no lo indica, es inglés y escribía en el siglo XVIII, para recordar
algunos comentarios del gran moralista que seguía la línea de Montaigne...
«Las leyes y el gobierno son a las corporaciones políticas de las socieda­
des civiles, lo que el espíritu vital y la vida misma son al cuerpo natural de
las criaturas animadas... Lo que hace que el hombre sea un animal social
no es su deseo de compañía, su bondad natural, su piedad, su carácter

• 81 •

i".1
afable y otras gracias de hermosa apariencia, sino más bien que sus
características más viles y odiosas son las perfecciones más necesarias
para equiparlo para las sociedades más vastas y, como va el mundo, más
felices y más florecientes».

Secuelas del utilitarismo

He aquí un pasaje digno del mejor humor inglés. Y por otra parte,
para todos los anglofilos, empezando por Voltaire, existe algo como un
arte de vivir inglés muy distinto de la cortesía francesa, que transmite,
como el humor, una posición subjetiva del ser. Fueron los ingleses los que
aportaron al mundo de las luces la gran revolución en materia de moral
que sigue haciendo sentir sus consecuencias: el utilitarismo, como el po­
lígrafo Bentham lo soñó. La prueba es el último libro, o la última medita­
ción de Soljenitsyn sobre la historia de Rusia. Para él, el mal que Occi­
dente habría transmitido al alma rusa, mucho antes del comunismo, tiene
un nombre: utilitarismo.
Esto hace que la enseñanza de las ciencias morales en Inglaterra
sea algo muy delicado. La filosofía de moral y las cátedras de ética han
quedado agotadas dejando estos temas para el clero anglicano, siempre
en pugna con Roma, siempre al menos evitando su conversión, como lo
muestra la edificante historia del cardenal Manning narrada de manera
sorprenden por Lytton Strachey.5 Un profesor de moral contemporánea,
uno de los pocos que aceptaron el desafío, Bernard Williams, comprobó
que si bien el tema siempie había molestado, los modernos habían inno­
vado muy poco en la materia, salvo en un punto. Su nueva manera de
molestar era no hablar nunca eso. El tema se mezcló con el tema utilita­
rio (maximizar la felicidad de todos considerada como una función cal­
culable), o también con el tema político (la felicidad es sólo la suma de
los derechos reales de cada uno). Así pues, es imposible plantearse la
cuestión la felicidad legítima de cada uno fuera de ciertos modelos
econométricos. Por ende, se discuten los modelos econométricos en las
facultades de economía, el debate pasa de Harvard a Chicago, y mien­
tras tanto el tiempo pasa, puntuado por lamentos sobre la ausencia de
nobles intenciones. ¡Ah! las nobles intenciones, todo el mundo está a

82
favor de ellas, con la condición de tener el modelo econométrico apro­
piado, y así volvemos al punto de partida.

Lo universal y lo particular

A este malestar Jacques Lacan lo diagnosticó ya en los años cin­


cuenta con una frase que marca el momento actual: «No podría haber
satisfacción para nadie fuera de la satisfacción de todos».6 Al menos
éste es el resumen que nos da cuando vuelve a poner el problema sobre
el tapete, diez años más tarde en La Etica del psicoanálisis. Entonces
nota la dificultad central de esta perspectiva que pone a la comunidad en
posición de brindar la solución: «el objetivo parece indefinidamente leja­
no. No es culpa del análisis si el tema de la felicidad no puede articularse
de otra forma hoy en día... Dado que la felicidad entró en la política, para
nosotros el tema de la felicidad no tiene solución aristotélica posible.»
Ubiquemos el diagnóstico de Lacan en este punto. La dificultad moder­
na, que enuncia Bernard Williams por otras vías, reside en que la solu­
ción es accesible a todos, lo que, para Lacan en 1960, deja el problema
para cada cual en el Estado, hundiendo en la irrealidad cualquier «disci­
plina de la felicidad» individual como Aristóteles intentaba proponerle al
Amo de la antigüedad. Lo único que queda disponible es recurrir a la
disciplina de los consumidores, a veces señalados con el dedo por consu­
mir demasiado y por ende despreocupados y viviendo a crédito, a veces
atrapados por la dificultad económica, consumiendo demasiado poco pues
están demasiado preocupados por un futuro al que no hay por qué temer.
Estas oscilaciones se resuelven por un llamado moral hacia una nueva
forma de consumir, más moral, donde en el mismo acto de comprar se
asociarían misteriosamente la virtud más cívica y la decisión más indivi­
dual. El marketing, la macro-economía y las ciencias morales podrían al
fin medir los grados de satisfacción de la manera más operatoria posible.
Entonces sí, se podrían aumentar los salarios sin más preocupaciones, o
bajarlos con otras consecuencias, se los gastaría de la mejor manera
posible y el tema de la felicidad y, al mismo tiempo el de la política, se
borrarían de nuestro horizonte, tan negro. Un consumo verdaderamente
moral y una empresa ciudadana nos librarían de muchas preocupacio-

• 83•
afable y otras gracias de hermosa apariencia, sino más bien que sus
características más viles y odiosas son las perfecciones más necesarias
para equiparlo para las sociedades más vastas y, como va el mundo, más
felices y más florecientes».

Secuelas del utilitarismo

He aquí un pasaje digno del mejor humor inglés. Y por otra parte,
para todos los anglofilos, empezando por Voltaire, existe algo como un
arte de vivir inglés muy distinto de la cortesía francesa, que transmite,
como el humor, una posición subjetiva del ser. Fueron los ingleses los que
aportaron al mundo de las luces la gran revolución en materia de moral
que sigue haciendo sentir sus consecuencias: el utilitarismo, como el po­
lígrafo Bentham lo soñó. La prueba es el último libro, o la última medita­
ción de Soljenitsyn sobre la historia de Rusia. Para él, el mal que Occi­
dente habría transmitido al alma rusa, mucho antes del comunismo, tiene
un nombre: utilitarismo.
Esto hace que la enseñanza de las ciencias morales en Inglaterra
sea algo muy delicado. La filosofía de moral y las cátedras de ética han
quedado agotadas dejando estos temas para el clero anglicano, siempre
en pugna con Roma, siempre al menos evitando su conversión, como lo
muestra la edificante historia del cardenal Manning narrada de manera
sorprenden por Lytton Strachey.5 Un profesor de moral contemporánea,
uno de los pocos que aceptaron el desafío, Bemard Williams, comprobó
que si bien el tema siempre había molestado, los modernos habían inno­
vado muy poco en la materia, salvo en un punto. Su nueva manera de
molestar era no hablar nunca eso. El tema se mezcló con el tema utilita­
rio (maximizar la felicidad de todos considerada como una función cal­
culable), o también con el tema político (la felicidad es sólo la suma de
los derechos reales de cada uno). Así pues, es imposible plantearse la
cuestión la felicidad legítima de cada uno fuera de ciertos modelos
econométricos. Por ende, se discuten los modelos econométricos en las
facultades de economía, el debate pasa de Harvard a Chicago, y mien­
tras tanto el tiempo pasa, puntuado por lamentos sobre la ausencia de
nobles intenciones. ¡Ah! las nobles intenciones, todo el mundo está a

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favor de ellas, con la condición de tener el modelo econométrico apro­
piado, y así volvemos al punto de partida.

Lo universal y lo particular

A este malestar Jacques Lacan lo diagnosticó ya en los años cin­


cuenta con una frase que marca el momento actual: «No podría haber
satisfacción para nadie fuera de la satisfacción de todos».6 Al menos
éste es el resumen que nos da cuando vuelve a poner el problema sobre
el tapete, diez años más tarde en La Etica del psicoanálisis. Entonces
nota la dificultad central de esta perspectiva que pone a la comunidad en
posición de brindar la solución: «el objetivo parece indefinidamente leja­
no. No es culpa del análisis si el tema de la felicidad no puede articularse
de otra forma hoy en día... Dado que la felicidad entró en la política, para
nosotros el tema de la felicidad no tiene solución aristotélica posible.»
Ubiquemos el diagnóstico de Lacan en este punto. La dificultad moder­
na, que enuncia Bernard Williams por otras vías, reside en que la solu­
ción es accesible a todos, lo que, para Lacan en 1960, deja el problema
para cada cual en el Estado, hundiendo en la irrealidad cualquier «disci­
plina de la felicidad» individual como Aristóteles intentaba proponerle al
Amo de la antigüedad. Lo único que queda disponible es recurrir a la
disciplina de los consumidores, a veces señalados con el dedo por consu­
mir demasiado y por ende despreocupados y viviendo a crédito, a veces
atrapados por la dificultad económica, consumiendo demasiado poco pues
están demasiado preocupados por un futuro al que no hay por qué temer.
Estas oscilaciones se resuelven por un llamado moral hacia una nueva
forma de consumir, más moral, donde en el mismo acto de comprar se
asociarían misteriosamente la virtud más cívica y la decisión más indivi­
dual. El marketing, la macro-economía y las ciencias morales podrían al
fin medir los grados de satisfacción de la manera más operatoria posible.
Entonces sí, se podrían aumentar los salarios sin más preocupaciones, o
bajarlos con otras consecuencias, se los gastaría de la mejor manera
posible y el tema de la felicidad y, al mismo tiempo el de la política, se
borrarían de nuestro horizonte, tan negro. Un consumo verdaderamente
moral y una empresa ciudadana nos librarían de muchas preocupacio-

83
nes. Vemos una vez más el retorno del superyó que sigue al período
permisivo precedente: éxito editorial de los libros que tratan de la moral y
la virtud -la lista sería demasiado larga, y habría que hacerla en todos los
países de Europa-; retorno del tema kantiano para restaurar el imperati­
vo categórico; denuncia del período estructuralista que habría dejado sin
orientación moral a una generación entera; sueño del reemplazo de la
política por el gobierno de los sabios o de los jueces. Los síntomas no
faltan. Es nuestra responsabilidad interpretarlos de manera activa.

Pulsión y fracaso

A veces hablamos tan confusamente en términos de pulsión de la


satisfacción individual y de la satisfacción colectiva que no comprende­
mos cómo Lacan pudo hablar, en un momento de su enseñanza, de «¿cómo
una época vive la pulsión?». Lacan no perdió nunca de vista esta pers­
pectiva freudiana, siempre reformulada. Mientras que en la lógica colec­
tiva que trazaba entre 1946 y 1949, le parecía que el cálculo colectivo
hallaba sin problema una salida posible, incluso en la perspectiva del
juicio final, ve un obstáculo en Kant con Sade (1960) y retoma el tema
a partir de la sublimación y de lo que ésta revela sobre el color de vacío
de las pulsiones. Se trata siempre de describir las seducciones del super­
yó que se ofrecen en cada época.
Hay otras maneras de ser sensible al anudamiento de la regla y de
la práctica; una puede ser la manera en que Wittgenstein crítica la idea
del lenguaje como ¿cálculo, la suposición de que «el que enuncia una
frase y la piensa o la comprende efectúa de este modo un cálculo según
reglas determinadas... El empleo de una palabra puede ser regular sin
por ello estar limitado por reglas por todas partes».7 Esto es válido para
el uso del lenguaje pero la crítica de Wittgenstein se refiere también a
una concepción mecánicamente inductiva de lo que es un cálculo. Lo
que trae en cada etapa de aplicación de la regla la certeza de su
efectuación, sigue siendo un enigma. Cualesquiera sean las reglas, no
nos liberan de lo que nos lleva entre líneas a querer aplicarlas y así, a
darles consistencia.
La hipótesis del psicoanálisis se refiere no sólo a las relaciones de

84
la identificación y de la regla social, sino también al hecho de que, entre
las líneas de la regla se satisface la pulsión. Esta hipótesis se llama teoría
del superyó. Es así como La Etica del psicoanálisis se presenta como
una lucha precisa contra el ideal, acompañada por un uso y no por un
desprecio de la regla. La enseñanza de Jacques Lacan quiso ayudar a
romper los encantos de la deducción errónea. El opone la falsa universa­
lidad de la regla8a lo que hace ley para cada uno, es decir lo particular
del fracaso.9

El secreto de la regla

La desintegración del Otro, su alejamiento, que deja al sujeto cada


vez más en su auto-erotismo10, lleva al amo a crear dispositivos para
detener la fuga del sentido, y asegurarse así un universo de discurso
sólido, o una comunidad viable. Se trata siempre de restaurar la falsa
perspectiva de una regla universalmente válida. Ciertos filósofos prag­
máticos, como Richard Rorty, se consideran cercanos a las investigacio­
nes del primer Heidegger sobre el rechazo de la trascendencia kantiana,
y sólo le ven una salida racional a los conflictos de valores a través del
debate democrático infinito entre estilos de vida. Esta yuxtaposición des­
emboca en una desaparición de un lugar del otro que sirva de referencia
para todos. Los estilos de vida aparecen como el triunfo del neo-utilita­
rismo. El álgebra de los placeres modernos se reduce así a las yuxtapo­
siciones de estos estilos, habiendo abandonado cada uno la esperanza de
hablar con otros, y el vínculo sólo queda asegurado por un principio de
maximización derivado del pensamiento de John Rawls. Esta comunidad
humana, esta institución, puede funcionar, para estos autores, sobre el
modelo de la comunidad científica. La solidaridad que demuestra alrede­
dor de la prueba parece ser suficiente. Los comunitaristas (Charles Taylor
y sus amigos) se oponen a esta perspectiva intelectualista: las reglas
suponen una «comprensión incorporada» de la cual esta perspectiva no
da cuenta. Para nosotros esto quiere decir que S j es ineliminable; como
guía para interpretar la regla, la jurisprudencia infinita del debate demo­
crático no es separable de una teoría política del Amo. El debate progre­
sista alrededor del «comunitarismo» parte del sujeto aislado, el de la óp-

85
tica liberal, más o menos identificado con el yo del cognitivismo, singular
o plural (Dennett, Fodor), poco importa; ¿no sería mejor situar el debate
centrándolo de otra manera, como por ejemplo a partir de los intentos de
hacer vivir comunidades como la de las mujeres, o bien la de los sujetos
que hablan idiomas minoritarios (catalán, bretón, etc.)? El «mentalés» es
contemporáneo de la multiplicación de los idiomas minoritarios, forma
actual de la investigación de la lengua donde se diría el goce (U. Eco
generalizado). Frente a la regla artificial y la «comprensión incorpora­
da», el gran secreto de la regla es que cada etapa de su aplicación es­
conde una elección de goce.

Institución y particular

La perspectiva cognitivista, no más que la comunidad pragmática,


no logra detener la fuga del sentido. Al querer aislar la instancia que
comprende, produce sujetos que ya sólo están unidos por una referencia
que siempre se escapa, actitudes preposicionales siempre en fuga, suje­
tos que no hablan ya ningún idioma conocido. Podemos examinar cómo
Davidson quiere resolver el problema y la versión del psicoanálisis que
da su mujer, Martia Cavell. También les podemos oponer a los
cognitivistas, y a las soluciones que proponen, las objeciones de los que
parten del hecho, diametralmente opuesto, de que el mundo sólo puede
conocerse con certeza para una ínfima parte de nuestra presencia en el
mundo. Se trata dçl desafío escéptico, para retomar el título de un re­
ciente coloquio en el Collège de France. Es así como, para luchar contra
el imperio del superyó y la falsa ideología de la causalidad, queremos
instituciones en el campo de la salud mental y de la medicina que le den
su lugar a la particularidad, y que desconfíen de la masificación por iden­
tificación. La hipótesis freudiana del inconsciente implica que la particu­
laridad no sólo se alcanza respetando los derechos de la persona, lo que
es un requisito necesario, sino dejando hablar al sujeto. Primero no hay
que hablarlo, o someterlo a la regla, aunque fuera la mejor de las reglas.
Para ir contra la agregación institucional es menester darle su lugar
a la palabra del sujeto, ya sea a través de la entrevista clínica, el diálogo
constante con el enfermero o el educador, o, inclusive, el pequeño grupo.

86
También hay que saber lo que se oye en la palabra, sobre todo porque el
sujeto tratado de este modo no habla enseguida, ya sea niño psicótico o
autista, adulto en crisis o toxicómano. A partir de la palabra, de la defen­
sa original que le da lugar a un primer desplazamiento, se puede construir
con paciencia la cadena inconsciente, entre lo que siempre vuelve al
mismo lugar y el sujeto que responde por ello. Sin embargo, nadie debe
idealizar este esfuerzo y todos deben saber en este campo que el pasaje
al acto es también una manera de fijar el sentido que se desvanece.
Orientarse en el campo abierto entre silencio y pasaje al acto sólo es
posible siguiendo el hilo de la cadena. Se necesitan instituciones particu­
lares para darle lugar al inconsciente. Más allá del ámbito de las institu­
ciones especializadas, esto puede no ser bien tolerado pues se prefiere
reducir la palabra al mensaje, sin pasar por el código partícula! 'me per­
mite descifrarlo.
Más allá del ámbito de las instituciones psiquiátricas, en el vasto
ámbito de la práctica médica, se interroga al sujeto y a sus particularida­
des de otro modo. El sujeto se sitúa por su cuerpo, sus límites, sus perte­
nencias, lo que puede perder y por lo que debe responder. El sujeto del
derecho y el sujeto del inconsciente mantienen allí proximidades muy
extrañas. Querer instituciones particulares no es querer un área reser­
vada más, una nueva segregación, es querer que en cada espacio cons-
lituido por una determinación institucional nos orientemos, en lo que res­
pecta al sufrimiento psíquico, hacia la existencia de la cadena incons­
ciente, huella del fracaso propio de cada uno, y no hacia la identificación
común.

I I impasse de los post-freudianos

¿Qué formación queremos para un psicoanalista a la altura de sus


n sponsabilidades en el área de la salud mental? Se necesita la misma
lormación que para ejercer la cura psicoanalítica misma. Ya conocemos
las palabras de Jacques Lacan: «No hay formación del psicoanalista,
hay sólo formaciones del inconsciente». Hoy más que nunca debemos
.1preciar el alcance de esta frase, cuando múltiples poderes desearían
legislar en lugar de las sociedades psicoanalíticas sobre los títulos que

87<
éstas otorgan, y cuando la multiplicación de las fuentes de legitimación
institucionales (desde la universidad hasta las instituciones asistenciales)
conduce a la autorización salvaje.
En un primer sentido, la frase de Lacan significa que el analista
debe formarse ante todo para comprender la retórica del inconsciente.
En un segundo sentido, significa que debe acostumbrarse a las formacio­
nes de su propio inconsciente y, así, debe analizarse. En un tercer senti­
do, que el analista forma parte del inconsciente y que debe darse cuenta
de ello. La frase de Lacan se comprende mejor a partir de la tesis for­
mulada por J.-A. Miller, quien nos dice que el inconsciente interpreta. El
analista sólo interpreta porque forma parte del inconsciente y porque se
ha vuelto el producto de esta operación. Cómo adaptarnos a ese ser, eso
es la formación del psicoanalista.
En cada país, el psicoanálisis se instaló en relación con, y como
derivación de, las homologaciones sociales del deseo de curar. Freud se
mostró dispuesto a negociar con los poderes públicos la salvaguarda de
la dimensión terapéutica del psicoanálisis con la condición de no renun­
ciar a su misión más elevada: la que atribuye a la ciencia psicoanalítica.
No deja de alertarnos contra la ideología terapéutica. Lo formula, de
manera decisiva en su texto de 1926, El análisis profano. «Sólo quiero
estar seguro de que no dejarán que la terapéutica mate a la ciencia».11
También evoca el contrapunto de esta derivación terapéutica del psicoa­
nálisis. «Los representantes de las diversas ciencias del espíritu deben
aprender psicoanálisis... Es menester que aprendan a comprender el aná­
lisis... sometiéndose qllos mismos a análisis».12 El analista didáctico, el
lehranalytiker, no es en un principio el formador de los analistas tera­
peutas sino el analista de estos representantes de las ciencias humanas.
Debe haber tenido una «cuidada formación» para dedicarse a aquél que
eligiera el psicoanálisis como disciplina para investigar la civilización.
Comprendamos bien la paradoja, no se trata de enseñar psicoanálisis,
sino un tipo de cura, una por una, con el objetivo de transmitir a otros el
aporte del psicoanálisis sobre la civilización como tal, algo así como una
transferencia de trabajo. Para la «cuidada formación» estos analistas,
sin embargo, deberían hacer sus primeras armas en el ámbito de la tera­
péutica. Freud no está a favor de que existan dos categorías de analis

88
tas. «Todo esto requiere cierta dosis de libertad de movimiento y no
tolera ninguna restricción mezquina».13
Ya sabemos cómo se recibieron las propuestas de Freud en las
sociedades psicoanalíticas existentes. La apertura hacia los no-médicos,
es decir el acotamiento del aspecto terapéutico, iba a ser muy mal reci­
bido. Desde el rechazo más contundente por parte de los norteamerica­
nos, hasta la aceptación a regañadientes de los ingleses14, pasando por la
entusiasta adhesión de los húngaros encabezados por Ferenczi, aun sien­
do representante de su conocido activismo terapéutico. El modelo del
Instituto de Berlín en cuanto a la habilitación iba a imponerse y trasmitirse
luego en forma adaptada a los países anglosajones. El no-médico tenía
su lugar en el curso de forma excepcional o transitoria.
La esperanza de prevenir las neurosis con el análisis infantil haría
nacer muy pronto una categoría inédita, la de los psicoanalistas infanti­
les, sobre todo formada por no-médicos, como A. Freud o M. Klein.
Más aún, durante la posguerra, en Europa, en América Latina, en Brasil
y en EE.UU. se ve desarrollarse un pacto tácito. Los evidentes benefi­
cios que brinda el psicoanálisis, su alcance terapéutico, probado por la
importante cantidad de médicos con formación psicoanalítica, eran reco­
nocidos a través de una tolerancia de hecho de las actividades terapéu­
ticas de los psicoanalistas. La psicología universitaria quiso también to­
mar el camino que Freud había abierto y que se reconociera así el título
y la práctica de psicólogo universitario clínico. Algunos psicólogos se
unieron a las sociedades de psicoanálisis y las filas de los no-médicos
pronto se dividirían entre psicólogos como paramédicos y los otros. El
problema que planteaba Freud tenía de esta forma una aparente res­
puesta práctica. ¿Pero esta asociación es una respuesta satisfactoria
para la pregunta de Freud? Es necesario preservarla en el seno de las
sociedades psicoanalíticas para asegurar su legitimación necesaria en la
organización social del deseo de curar -y así evitar las «restricciones
mezquinas» que no tardarían en surgir- pero no es suficiente para cum­
plir con nuestras obligaciones hacia el psicoanálisis.
Para Freud se trataba de otra cosa: de la inserción del psicoanálisis
en la civilización. Lacan comprobó primero que el sistema funcionaba de
modo contrario a aquello por lo que Freud lo había imaginado: el sistema

89
se dejaba ir cada vez más por la pendiente terapéutica. La ideología
espontánea del terapeuta se revelaba siempre más: pensar que lo indivi­
dual no es lo colectivo, pensar que el individuo no es lo social y otras
concepciones derivadas de un atomismo que se niega a que el otro, el
vínculo social, la identificación, está primero.15Lejos de cimentar el vín­
culo entre el psicoanálisis y las ciencias sociales, la clase de los analistas
«mejor formados» se dedicaba a afianzar una extraterritorialidad para el
psicoanálisis. Lejos de seguir movimiento de renovación profunda de las
ciencias sociales a través de los modelos formalistas, lejos de seguir el
«viraje lingüístico» de nuestro siglo, los psicoanalistas se atrincheraban
en una vaga referencia biologizante que sólo les permitía acceder a una
posición excepcional en el seno de las ciencias humanas en nombre de la
ficción biológica de la «pulsión», y una posición excepcional en la medi­
cina, en nombre del inconsciente. Después de haber intentado redefinir
el marco de las sociedades IPA, de los curricula y de las jerarquías
existentes, programas de estudio abiertos las ciencias humanas y a la
literatura concebida como compendio de los dichos sobre el amor y las
aventuras fálicas, Lacan llegaba a un impasse. Era necesario volver a
fundar para hacer funcionar el sistema.

El analista según Lacan

Mientras que Freud distinguía dos niveles de funcionamiento, la te­


rapéutica y la civilización, Lacan distingue tres. Aísla en el acto de fun­
dación de su Escuela una primera sección que debe investigar sobre el
psicoanálisis puro, es decir el verdadero problema del psicoanálisis di­
dáctico: cómo definir al analista sin pasar por un rasgo de ideal. El meca­
nismo del pase se deducirá de esto. Con la sección de psicoanálisis puro
tienen que ver todavía los controles, abiertos a todos desde el momento
en que tenían una práctica que conllevara efectos transferenciales.
La sección de psicoanálisis puro no es la única. Se articula con la
segunda, la de psicoanálisis aplicado, «lo que quiere decir de terapéutica
y de clínica médica». Lacan distingue cuidadosamente la terapéutica de
la psicoterapia, práctica de la que destacaba que no estaba tan desarro­
llada en Francia como en los países anglosajones16, pero que allí donde

90
prima la perspectiva psicoterapéutica, los efectos son «conformismo de
la intención, barbarismo de la doctrina, acabada regresión a un psicologismo
puro y simple».17Por el contrario, en cuanto a la sección de psicoanálisis
aplicado, Lacan habla de manera muy distinta y articula psicoanálisis y
«proyectos terapéuticos». Tal vez para Lacan hay una única forma de
terapéutica y, para él, la psicoterapia no existe.
La tercera sección retoma claramente el proyecto del lehranalytikcr
freudiano, adaptándolo a la situación de los años sesenta. El proyecto
freudiano era contemporáneo a cierta forma de la universidad y a una
forma particular de los drop-out del sistema, la intelligentsia donde el
psicoanálisis reclutó a sus primeros partidarios. Los estudiantes de los
años sesenta eran distintos. Esta sección debe presentar, a partir de las
publicaciones psicoanalíticas, los principios de su práctica, que deben
alcanzar un estatus científico, instruirse con las renovaciones de las cien­
cias humanas y, más ampliamente, «conjeturales» y recordar los aportes
del psicoanálisis, ya sean de conocimiento o éticos. Se trata así de recor­
dar en todo el ámbito de la cultura este aporte irreductible del psicoaná­
lisis: la consideración de la particularidad subjetiva, que va más allá del
respeto de los derechos humanos.18 De este conjunto y de esta recons­
trucción del proyecto freudiano retengamos los elementos entre los que
debe circular el analista en formación. Se le puede exigir que responda a
interrogantes sobre el psicoanálisis puro, es decir el final del análisis, la
necesidad de las supervisiones, o la adaptación de la cura al caso, etc.
También es necesario que, médico o no, pueda tener una formación de
psicoanálisis aplicado, conocer las indicaciones del psicoanálisis, sus lí­
mites, formarse en la cíisciplina de la entrevista clínica, en la necesidad
de saber orientarse en el diagnóstico y adaptar la cura a los distintos
proyectos terapéuticos. Finalmente, debe poder responder por la ética
del acto analítico, por su lugar entre las acciones y las instituciones hu­
manas. Debe existir un equilibrio, necesariamente, ningún elemento debe
sobresalir de manera desequilibrante, lo que llevaría a una pérdida de
orientación en las diversas tareas de la acción psicoanalítica. Formarse
implica familiarizarse con este proyecto y hacerse responsable de él*.&

1. Freud S., M a la ise d a n s la c iv ilisa tio n , P. U. F., 1971, p. 91.

91
2. Milner J.-C., en L ’o e u v re c la ire , Seuil, 1995, mantiene como valida esta herenca sin
destacar la diferencia.
3. Se pueden hallar las referencias anglosajonas de este curso que sitúa el interés para el
psicoanálisis de las paradojas lógicas de la inducción, en particular la llamada paradoja de
Wittgenstein aislada por S. Kripke, en L ’a rc h iv e n° 1, publicado por la sección clínica de
Angers, Asociación Materna, otoño de 1994.
4. Cf. el número especial de la revista C ritiq u e , dedicado a Pierre Bourdieu, C ritiq u e n°
579/580 Agosto-Septiembre 1995.
5. Strachey L., E m im e n t V ictorian s, Penguin Books, 1971.
6. Lacan J., L e S é m in a ire , libro Vil, L ’é th iq u e d e la p s y c h a n a ly s e , Seuil, 1986. p. 338.
Todas las citas de este párrafo se refieren a esta página o a la siguiente.
7. Wittgenstein L., R e c h e r c h e s P h ilo so p h iq u e s, párrafos 80 a 84, citados en Bouveresse
J., R é g ie s, D is p o s itio n s e t H a b itu s, in C ritiq u e N° 579/580, Agosto-Septiembre 1995, p.
574.
8. S c ilic e t n° 2/3, Seuil, 197, p. 6.
9. Lacan J., P r e fa c io de l ’é v e il du p r in te m p s de Wedekind, Gallimard, 1974. El curso de
J.-A. Miller del 7 de febrero 1996, en prensa.
10. Miller J.-A., In te rv e n c ió n en La Coruña, Marzo 1996.
11. Freud S., E l te m a ..., op. cit. p. 147.
12. O p. c it., p. 137.
13. O p. c it., p. 138.
14. He aquilas palabras de Jones: «un analista no-médico puede en muchos casos, pero
seguramente no en todos, llevar un análisis casi tan bien como un médico, y por ende, con
ciertas precauciones y de manera subordinada, hallar su lugar en la organización psicoa-
nalítica». Citado por Schneider M., en Freud S., op. cit. p. 166.
15. Seguimos aquí el movimiento de los textos de Lacan. No ignoramos que se puede
objetar que para el Lacan de los años ’70, el goce está primero. La dialéctica impone partir
del Otro para ir al otro. Luego se hace el camino inverso.
16. «El mensaje freudiano supera largamente en su radicalismo al uso que de él hacen los
prácticos angloparlantes. yunque en Francia, como en otros lugares, se favorezca una
práctica mitigada por el desbordamiento de una psicoterapia asociada a las necesidades
de la higiene social...» Lacan J., P ré a m b u le , en A c te d e fo n d a tio n e t a u tre s textes, extraído
del anuario 1982 de la Ecole de la Cause freudienne, p. 12.
17. Lacan J., P ré a m b u le , op. cit., p. 12.
18. Ver el editorial de M e n ta l n° 2.
* Publicado en V ertex n° 26 (N. del E.).

92
Estado, sociedad, psicoanálisis

El título de nuestro informe*, al oponer Estado y sociedad civil,


muestra nuestra voluntad de introducir esta articulación en la considera­
ción del lugar del psicoanálisis en la cultura. Esa oposición, construida
por Hegel y retomada en la ciencia histórica contemporánea por una
serie de escuelas de pensamiento eminente, es, según el plan de análisis
que se le quiera desglosar, más o menos pertinente. Para nuestro objeti­
vo, que es el de acercarnos desde la posición del inconsciente y de la
pulsión a los discursos vigentes en nuestro tiempo, deberemos mostrar
en qué medida es adecuada dicha oposición. Habrá que perdonarnos
también la amplitud título del programa de investigación, demasiado vas­
to para ser puesto en un informe hecho para esta asamblea. No obstan­
te, sin duda, no hay mejor intención que la de ustedes, que, en esta prime­
ra asamblea de la Asociación Mundial de Psicoanálisis, dan testimonio
con su presencia de la afirmación renovada de hacer existir el psicoaná­
lisis en el mundo de hoy y en el que se prepara.
La distinción entre Estado y sociedad civil, a nuestro entender, es
especialmente útil en nuestra época, que es la de un doble movimiento:
por un lado, los mercados se convierten cada vez en más comunes hasta
el punto de ser globales; por otro, los Estados luchan por las leyes, las
intervenciones administrativas, las operaciones de policía, incluso las
guerras, para recuperar su legitimidad y no ser absorbidos en la adminis­
tración de las cosas. Esta configuración compleja define un estado de la
cultura que no ha aparecido nunca de manera tan global. La civilización
parece una, reanimando como en los tiempos del Patrón Oro los sueños
de fin de la Historia, cualesquiera que sean los islotes inabsorbibles que
son las guerras civiles en todas partes presentes o amenazantes, desde
el Nuevo al Antiguo Mundo. Lo que ahora llamamos cultura está asedia­
do por un llamado al orden mundial que fijaría la distribución del sujeto de
la ciencia en los espacios regidos por el mercado y diría cómo deben
encontrar su lugar los antiguos significantes amos. En esas llamadas al
orden, multiformes, debemos distinguir el final de los años 80 y los años
90 como aquéllos en los que la Salud Pública se ha convertido, como la

93
felicidad en el siglo XVIII, en un problema moral y político agudo. El
lugar del psicoanálisis, tomado en su vertiente terapéutica, es así interro­
gado de forma nueva, más allá de las formas pasadas de inserción en la
cultura. Es por allí, pues, por donde comenzaremos nuestro estudio. Ve­
remos a continuación que son el cuerpo y su aparataje los que en todas
partes llevan al psicoanalista a opinar sobre los debates que calan en la
sociedad civil. Nos preguntaremos, finalmente, si el modo de actuar del
psicoanálisis está a la altura de la angustia de nuestro tiempo.

1. L a nueva situación de las relaciones entre el psicoanálisis


y el E stado : la relación con la S alud P ública

1. 1. El Estado contable

Esta es su legitimidad en la perspectiva liberal clásica. Contable


mayor y no funcionario de lo universal. Es el verdadero trabajador que,
como el mercado, jamás debe dormir. Sólo es la mano visible que duplica
la mano invisible del mercado, sin impedirle funcionar. Cuenta y el asun­
to está claro, se extiende por todas partes: la Salud Pública es la Némesis
de todos los estados modernos en paz. Desde los cincuenta y seis mil
millones de déficit de la Seguridad Social de nuestro país [Francia] hasta
los infortunios del Plan de Salud de la administración Clinton, pasando
por las reformas imposibles del sistema sanitario en Inglaterra, Argenti­
na, España o Italia. Más allá de la elección política referida a la mayor o
menor igualdad en el acceso efectivo a la asistencia para todos, la estra­
tegia es en todas partes la misma: reducir los gastos y racionalizar la
economía de la Salud.
En sí mismo el problema no es nuevo, simplemente es más agudo.
Una historia de la economía médica muestra la adopción, por la medici­
na, de formas contemporáneas de organización del trabajo y su solución.
Si consideramos los momentos importantes de la organización de la pro­
ducción, desde el taylorismo al actual re-engineering, pasando por la
definición de normas profesionales, los círculos de calidad, la gestión en
flujo forzado, el desmantelamiento de unidades demasiado grandes, la
movilidad posibilitada por las técnicas de comunicación, la retórica de la

94
excelencia y de la falta-cero, se puede seguir su traducción en términos
de organización médica. Esto ha sido muy bien entendido por la cirugía,
que se presta más fácilmente a la industrialización, en la que, en general,
se produce la innovación. Recordemos que la introducción de estándares
en la práctica médica fue llevada a cabo por el Comité de Estandarización
del American College ofSurgeons, en el que estaban los famosos herma­
nos Mayo (Charles y Williams). Fijó, en 1913, normas de exigencias de
equipamientos y de formación de personal a las que debían adaptarse las
instituciones que querían formar parte del Colegio. Como lo apunta un
autor, «la acreditación había nacido. Era la época del taylorismo».1 Se
puede seguir a continuación la apropiación por parte del Estado de la
definición de esos estándares profesionales como instrumentos de ges­
tión de la salud pública, ya sea en el viejo mundo como en el nuevo. Por
lo que respecta al viejo mundo, el aporte legislativo mayor data de la
instalación de los sistemas de protección social después de la segunda
guerra mundial. Los esfuerzos de la legislación en los EE.UU. no proce­
den de la administración Clinton sino de administraciones demócratas
precedentes. La fecha bisagra es 1965 con el pasaje de las leyes de
seguridad médica Medicare (que cubre a personas mayores) y Medicaid
(que cubre a personas por debajo del umbral de la pobreza). «En los
términos de la ley, el pago de los hospitales por los programas Medicare
y Medicaid fue sometido a una serie de condiciones dictadas por el
Estado Federal así como por los Departamentos de Salud de los Esta­
dos... y terminó con confiscación exclusiva de la profesión sobre las
condiciones de ejercicio».2 En Europa Holanda se propone, desde fina­
les de años 70, acompañar el esfuerzo de adaptación del sistema de
salud adoptando el modelo americano de evaluación de la calidad de las
prestaciones. En 1977 el gobierno hacía obligatoria para la acreditación
la evaluación de las prestaciones y la organización nacional. El CBO,
Instituto de evaluación de las prestaciones hospitalarias, fue creado en
1979, financiado por una fracción del precio por día de los hospitales.
Hoy el CBO es el modelo europeo de cualquier organización cuyo obje­
tivo sea animar el desarrollo de la evaluación médica en los hospitales.3
Es preciso distinguir en los instrumentos actuales de gestión econó­
mica médica varios planos perfectamente separados. «Es indispensable

95
distinguir bien la investigación clínica y la evaluación de la calidad de las
prestaciones, la evaluación de tipo económico y la evaluación de las prác­
ticas -la formalización de normas ‘base’ obligatorias y definidas por el
Estado o los organismos que subvencionan y la instalación de una ges­
tión de ‘calidad’ facultativa y de origen profesional».4 Los instrumentos
nuevos de definición de la recta opinión en medicina, así como las re­
uniones de consenso pueden utilizarse en estos diferentes registros.
La aplicación de las normas médicas a la psiquiatría y a la gestión
de la salud mental pública que administra se sigue por sí misma en la
perspectiva de reabsorción de la psiquiatría en la medicina general. Sin
embargo, la psiquiatría resiste, aunque más no sea por las largas hospita­
lizaciones y los costos de personal que implica. Los criterios de mejora
de la productividad, tan eficaces en cirugía, tienen dificultades para tra­
ducirse en directivas precisas en ese campo. La administración ameri­
cana renunció aquí a la técnica de los grupos homogéneos de enfermos
(GHM). Sin embargo, se perfila otro sistema: «el establecimiento de una
especie de pool común de medios que cubrirían los gastos en psiquiatría
cualquiera que fuera el volumen y el tipo. Bajo una forma de presupues­
to globalizado, cada actividad psiquiátrica estaría acompañada de un equi­
valente: índice Sintético de Actividad, llamado punto ISA... el valor de un
acto en punto ISA podría en sí mismo ser modificado para tener en
cuenta políticas de asistencias que se deseen desarrollar. Así, podrían
ser penalizados aquéllos que practiquen tipos de actos que se desea ver
desaparecer y que se financian a pérdida».5
El psicoanálisis, enianto está situado por el Estado en el grupo de
las psicoterapias que pueden concurrir en la Salud Pública, no escapa a
una tentativa de evaluación. Las consecuencias para el psicoanálisis
pueden ser contradictorias y esto es lo que nos interesa. De una determi­
nada lista, por ejemplo la de la eficacia clínica, se puede excluir al psi­
coanálisis en nombre de su no cientificidad (lista española de las terapias
admitidas para ser cubiertas por la seguridad social); de otra lista (Infor­
me producido por la Dirección de Salud Mental de la Municipalidad de la
Ciudad de Buenos Aires),6 se puede ver cuestionado en nombre de su
débil rentabilidad social en detrimento de prácticas grupales. Por contra,
una Conferencia de acuerdo sobre las Estrategias a largo plazo en las

96
psicosis esquizofrénicas, organizada por la Agencia Nacional para el
Desarrollo de la Evaluación Médica (ANDEM) apunta que «si se puede
afirmar que la cura psicoanalítica clásica no es utilizada habitualmente
en instituciones, las psicoterapias de inspiración psicoanalítica se revelan
pertinentes cuando se ejercen en colaboración con un psiquiatra...»7y
que son incluso más adecuadas en esa patología que los métodos
cognitivos.
Hay que añadir a esas diferentes evaluaciones la autoevaluación a
la que se sienten obligadas las instituciones psiquiátricas en las que se
practican las psicoterapias analíticas en cuestión. De hecho, son esen­
cialmente las de los países de lengua inglesa, pero recientemente las
alemanas han acabado por añadir su piedra a ese jardín tan extraño para
los países latinos. En la parte siguiente de este informe consideraremos
esos estudios.
Así, más allá de los métodos cuantitativos, de los que el amo siem­
pre puede lamentar la inexistencia en psicoanálisis y que intentará pro­
mover, se ve que peer-reviewing, la evaluación por los pares, dará su
lugar psicoanálisis en ese campo contable en tanto que sepamos demos­
trar su valor y su pertinencia.

1.2. E l Estado universitario

Se trata de otro eje de incidencia del Estado, la forma en la que


puede homologar o no, por el aparato universitario, las calificaciones
deseables para la practica de las psicoterapias que llegaron en los años
sesenta, con la introducción del psicoanálisis en la universidad, uno de los
terrenos de conquista de la psicología universitaria del que se mantuvo
mucho tiempo alejada. No olvidemos que la psicología clínica es una
disciplina reciente, más preocupada por su respetabilidad en la medida
que se siente siempre amenazada. Por eso, su afán, cada vez más, de
demostrar su carácter de utilidad pública. Se ven aparecer nuevos de­
partamentos universitarios cuya tarea esencial es la evaluación de las
prácticas psicoterapéuticas y, por ello, el arbitrio último de las veleidades
reglamentarias de los Estados en ese terreno.
Esos estudios universitarios parten de los esfuerzos realizados por

97'
las clínicas de orientación psicoanalítica, con vocación universitaria, para
hacer valer sus resultados en el terreno de la eficacia clínica. En el mun­
do que llamamos anglosajón, tres centros privados pioneros desarrolla­
ron estudios en los años sesenta y setenta. Han servido de modelo en
estudios más actuales que se realizan desde universidades. Se trata, en
primer lugar, de la Menninger Clinic en Topeka (Kansas) y de su proyec­
to sobre la psicoterapia de los borderline, que culmina con la publica­
ción de los trabajos de Kernberg y Wallerstein;8 los hemos comentado
en otra parte. Señalemos que nuestros colegas del GRAPP han partici­
pado recientemente en la jointventure de un congreso sobre la psicote­
rapia de las psicosis en Topeka. A continuación, la Tavistock Clinic de
Londres y los estudios de David Malam midiendo los efectos de terapias
breves y focalizadas. Por último, Chestnut Lodge, cerca de Maryland,
cuyo representante más conocido es Harold Searles, que se dotó muy
pronto de instrumentos de tratamiento informático de los dossiers con
codificación de resultados. Los estudios llevados a cabo hasta los años
80 se centraron en la evaluación de los resultados, y desde, el punto de
vista del psicoanálisis son decepcionantes por partida doble. Si estable­
cen con certeza la influencia de la psicoterapia en el tratamiento de di­
versas sintomatologías catalogadas clínicamente, por una parte, no de­
muestran la superioridad de las terapias de inspiración psicoanalítica so­
bre las demás; por otra, no llegan a demostrar la validez del cuadro con­
ceptual psicoanalítico. Siempre es posible decir que el factor clave del
éxito no es la teoría, sino el terapeuta.
Esos centros continúan, pero a partir de los años 80 asistimos a un
doble desplazamiento. Por un lado, se centran en el «proceso» que actúa
y no en el resultado. Por otro, a los centros pioneros se agregan ahora
clínicas hospital-universitarias centradas en los esfuerzos de evaluación
cuantitativa deliberadamente construidos en una óptica de validación.9
Se puede citar el Penn Psycotherapy Research Group de la Universi­
dad de Pennsylvania con Laster Luborsky, el del New York Hospital
(Cornell Medical Center) con el apoyo de O. Kernberg. También se
puede citar el grupo del Mont Zion Hospital y otro en el lado Oeste del
Centro para el estudio de las neurosis de San Francisco apoyado en la
Fundación John D. and Catherine MacArthur.

98
El Penn Proyect está encantado con la invención que consiste en
codificar no ya el resultado sino el desarrollo de toda una terapia alrede­
dor de la transferencia. Para ello, establecen unos protocolos de la repe­
tición en la transferencia con la ayuda de una variable llamada CCRT
(Core Conflictual Relationship Theme Method). Se trata de evaluar has­
ta qué punto la tarea esencial del psicoterapeuta y el psicoanalista es dar
una significación «aquí y ahora» al núcleo central de la transferencia.10
Otros grupos como el del MontZion se dedican al estudio sistemá­
tico de un caso. No se recula ante ningún sacrificio para obtener un lujo
de representación objetiva: se dispone de las 100 primeras sesiones ínte­
gramente descritas, después de las grabaciones, de las notas tomadas
por el analista en el transcurso íntegro de la terapia que dura 453 sesio­
nes. A esto se añade una muestra aleatoria de sesiones, de siete grupos
de 12 sesiones elegidas arbitrariamente a intervalos de 6 meses cada
una, etc. El objetivo es demostrar que el concepto de represión es per­
fectamente viable contrariamente a las críticas de ciertos epistemólogos
que han obtenido cierto éxito en EE.UU.11 A este respecto, la ambición
se dirige al propio proceso psicoanalítico y no sólo a su intersección
psicoterapéutica. La hipótesis subyacente para justificar el inconsciente
freudiano es la de un sujeto que prepara una estrategia inconsciente de
lucha contra sus creencias patógenas.
Hay que añadir a esos esfuerzos americanos la constitución de un
banco de datos en la universidad de Ulm, que intenta construir un siste­
ma experto sobre los presupuestos metodológicos nacidos de la Inteli­
gencia artificial.
Detendremos la lista saludando a las valientes empresas de nues­
tros colegas norteamericanos. Reconociendo en ellas plenamente su pers­
pectiva empírica, sólo podemos desearles buena suerte en su voluntad
demostrativa en ese marco. Oponemos a ese horizonte, punto por punto,
una perspectiva realista y no empirista. No se trata, para nosotros, de
recular con pudor ante no sabemos qué violación de la singularidad rea­
lizada por la medida universal; se trata de designar los límites de esa
perspectiva. Por supuesto, aprobamos la voluntad de apartarse de la
medida de resultados sintomáticos, pero aún hay un esfuerzo por reali­
zar, para considerar los resultados que el psicoanálisis obtiene sobre el

99
fantasma. Estamos contentos de conocer la eficacia del psicoanálisis en
la depresión, pero todavía queda por hacer un esfuerzo para medir su
impacto sobre el sentimiento inconsciente de culpabilidad. Saludamos el
interés por el proceso pero decimos que no es por ese camino por el que
se atrapará el destino del fantasma en un psicoanálisis. Cuando se nos
habla de una reconciliación obtenida, finalmente, entre psicoanálisis e
investigación clínica empírica con un modelo de hipótesis a poner a prue­
ba, nosotros decimos que el psicoanálisis es una «experiencia mental»
por excelencia y que por eso mismo se pone a prueba realizándose. La
verdadera reconciliación es la siguiente: ¿es verdad, sí o no, que es posi­
ble descubrir algo nuevo en un psicoanálisis en acto?
Como determinados procesos matemáticos infinitos, el psicoanáli­
sis desafía la medida y el registro, cualesquiera que sean las capacidades
de los bancos de datos. Un psicoanálisis llevado a su término es mucho
más 453 sesiones. Nunca tendremos un registro de eso. No obstante ese
infinito puede ser actual, puede detenerse, ésa es la apuesta de los. mate­
rnas de Lacan y la apuesta de la experiencia del pase. Al comparar los
resultados obtenidos por esos proyectos universitarios y los que obtene­
mos por la implantación del dispositivo del pase, me parece posible decir
que el camino realista propuesto por Lacan es más fecundo que la vía
empírica que propone el modelo anglosajón. A nosotros nos toca persua­
dir a los que quieren escucharnos y hacernos entender por los demás.
En esa perspectiva se sitúan para nosotros las preocupaciones que
surgen aquí y allá sobre la especialización suplementaria que hay que
añadir al título de psicólogo o de psiquiatra. En muchas zonas, el título de
psicólogo o de psiquiatra es suficiente (Argentina12’ 13, Brasil14, Vene­
zuela), en otros lugares se añade la inscripción en las organizaciones
profesionales, inscripción que es voluntaria (Reino Unido, Estados Uni­
dos), en otras partes se suma una especialización a la formación de par­
tida, ya sea médica o psicóloga (Italia). Sabemos adaptarnos a esas
inflexiones, como lo hemos mostrado en Italia, que ha sido el primer
Estado en reconocer nuestro Instituto, pero subrayando siempre la ori­
ginalidad del psicoanálisis que no tiene vocación de ser confundido con
una psicología. Es necesario poder acceder al mayor número de campos
del saber posible. Sepamos hacernos entender porque no podemos limi-

100
tamos a una selección a partir de la medicina y de la psicología,
investiduras antiguas, decía Jacques Lacan.15

2. L a sociedad civil , el cuerpo y su aparataje

Toda sociedad define el cuerpo del sujeto por el aparataje que le da,
jurídico, técnico o erótico. Es por el sesgo del cuerpo y de su definición,
del goce que es legítimo sacar de él, lo que se suele llamar los hábitos, y
de las relaciones entre los sistemas de parentesco y la distribución de los
Nombres del padre, madre y niño, que el psicoanálisis se ve llevado a
tomar partido en los debates que animan la sociedad civil. Examinare­
mos sucesivamente en esos tres registros algunos puntos sobre los cua­
les nos vemos llevados a opinar en el planeta entero.

2.1. El cuerpo y su definición

No es únicamente la etnología (en el sentido de la social-antropolo-


gía inglesa) la que sitúa el cuerpo sólo en la consideración de su entorno
social y su contexto. En primer lugar, en la religión el cuerpo está organi­
zado en el discurso; la historia de la teología del bautismo es, sobre esos
puntos, particularmente apasionante.16A continuación, las filosofías del
derecho son las que han podido subrayar el carácter de ficción que re­
viste el cuerpo desde que es tratado de forma diferente a un organismo.
Iin esta tradición, hay que recordar el bonito libro de Ernst Kantorowicz
sobre Los dos cuerpos del R ey}1 Es sorprendente constatar, no obstan­
te, que el derecho positivo haya esperado a este año 1994 para producir
el primer corpus coherente de leyes efectivamente votadas por un par­
lamento democrático. Fue, como se sabe, en Francia donde se encontró
un primer resultado, un conjunto de reflexiones sobre las cuestiones que
preocupan a uno y otro lado del Atlántico a títulos diversos. Las técnicas
médicas agrupadas bajo el nombre de biotecnologías comienzan a incidir
suficientemente en el cuerpo humano como para motivar que el derecho
enuncie algunos principios sobre el cuerpo, los estudios genéticos, las
características de la persona, así como sobre la filiación en caso de pro­
creación médica asistida. La ley votada el 23 de Junio de 1994 precisa

• 1 01•

/
que el respeto al ser humano debe estar garantizado desde el inicio de la
vida; esto para evitar cualquier industrialización del embrión. El cuerpo
humano está definido como inviolable y no puede ser vendido o cedido
legítimamente. Así, no puede ser objeto de ningún derecho patrimonial.
Un observador ha podido señalar que «esa ley se opone con solemnidad
a los desarrollos actuales y futuros de esa nueva esclavitud que ve cómo
la sangre, los riñones, las córneas o los corazones, se sitúan en la esfera
mercantil.18 Cómo no ver en esas leyes, críticas de un liberalismo ciego,
una respuesta destinada a los deseos de Jacques Lacan que impulsaba
en 1967 al psicoanálisis a hacerse oír sobre esos puntos. Llamaba la
atención en los términos siguientes: «La cuestión es saber si al ignorar
que ese cuerpo es tomado por el sujeto de la ciencia, se va a llegar por
derecho a cortar ese cuerpo en trozos para intercambios».19 Esas leyes
añaden que el hecho de realizar una práctica eugénica tendiente a la
organización de la selección de las personas está castigado con veinte
años de reclusión criminal. Constatamos, pues, que, en el ejercicio de la
profesión médica, no había actualmente suficiente oposición a la tenta­
ción eugénica; tiene mérito señalarlo para subrayar lo que hace que el
psicoanalista no pueda contentarse con ser médico, «antigua investidura,
cuando laicizada, va hacia una socialización que no podrá evitar ni el
eugenismo ni la segregación política de la anomalía».20
Finalmente, la ley reafirma que la procreación médicamente asisti­
da «con tercer donante» no puede conducir, de ninguna manera, al esta­
blecimiento de un lazo de filiación entre el autor del don y el hijo nacido
de la procreación; especifica incluso que es necesario para los que recu­
rran a ello, dar su consentimiento a un juez que los informe de la conse­
cuencia de su acto respecto a la filiación. Esta estipulación especifica un
camino francés original, diferente del camino sueco que establece para
un sujeto el derecho a conocer sus orígenes y, por consiguiente, a poder
restablecer el lazo entre el donante y quien de él ha nacido. Es del todo
sorprendente que se haya podido consultar sobre ese asunto a psicoana­
listas, algunos de los cuales optaban por el camino sueco rechazando
cualquier ficción, para admitir solamente la filiación biológica.
Con esas leyes, poco más o menos, es el corpus recomendado por
la comisión Braibant el que se ha votado. Nosotros habíamos hablado de

102
ello l ’Á ne21 y no podemos más que felicitarnos. Ese corpus llega a ha­
cer palpable hasta qué punto es el cuerpo en tanto que simbólico lo que
otorga el otro.22 No podemos más que alentar a nuestros colegas de
todas partes a que tomen parte en los debates positivos que tendrán
lugar y hacer oír esas llamadas de atención.

2.2. El cuerpo y los parejos de la concepción genética del mundo y


la medicina cosmética

Los sobresalientes éxitos de la biología, de la genética y de sus


técnicas, engendran un paradigma de explicación que se extiende am­
pliamente más allá del dominio de sus competencias. Va desde la
sociobiología a la ética natural pasando por la explicación genética de los
alcoholismos, de la homosexualidad, del amor, etc. No hay mes sin que
los órganos de guerra ideológica anuncien boletines de victoria decisi­
vos. Dejo de lado la serpiente de mar del «gen de la esquizofrenia» y
aconsejo leer una recensión reciente sobre la cuestión {Synapse, Biopsy,
Mayo de 1994) para ver que las esperanzas de correspondencia inge­
nua, una enfermedad mental/una falta genética, se alejan. Es la propia
genética la que deshace los espejismos de la genética. El psicoanálisis se
alza contra esa concepción genética del mundo. Se puede leer en la
literatura reciente (Pour la Science, Julio de 1994): sólo los psicoanalis­
tas se indignan. Con ciertos geneticistas y otros practicantes de las cien­
cias humanas, los psicoanalistas luchan contra una corriente que lleva a
un peligro eugénico, antes siempre denunciado por los comités de bioética.
Su tarea es importante, pero no es suficiente legislar. El psicoanálisis se
debe anticipar a eso. Con otros, vela por el porvenir.
El cuerpo también se encuentra atendido con aparatajes de diver­
sos modos. En eso aún es la cirugía, en primer lugar, la que se ha desbor­
dado en sus indicaciones médicas para lanzarse a la reparación cosmé­
tica. La cirugía llamada plástica acompaña ahora al hombre, y quizás
más todavía a la mujer, como una sombra insistente. Desde la nueva
nariz al transexual, la oferta quirúrgica cosmética ha modificado las de­
mandas legítimamente admisibles por la institución médica, abriendo un
campo nuevo. Se puede decir que la psicofarmacología acaba de preci-

103
pitarse en todo eso. Es tan así que, sin duda, es preciso escuchar los
debates que han acompañado la publicación del libro de Peter Kramer A
la escucha delProzacP Más allá de las críticas de los profesionales que
denuncian desde luego esa concepción de la panacea, el verdadero debate
es el de una psiquiatría cosmética y el uso del psicotropo no como droga
ilícita o contra una angustia existencial, sino simplemente para reparar lo
que el sujeto estima que es una injusticia de la naturaleza. Toda una
nueva casuística se anuncia, apasionante. Será necesario consultar a los
psicoanalistas sobre esos puntos más allá de las contribuciones realiza­
das en el campo de las toxicomanías. Remito sobre ese punto a las con­
tribuciones del GRETA (Francia) y del grupo TYA (Buenos Aires).

2.3. El estado del familiarismo delirante

Esta expresión utilizada por Lacan en su «Proposición del 9 de


Octubre del 67 sobre el psicoanalista de la Escuela» parece definir muy
bien una corriente profunda en la opinión. Asistimos a una vasta reac­
ción contra los movimientos de liberación de cualquier ataque familiar
del período precedente. La utopía familiar, la voluntad de relaciones sin
represión de los años 60, había producido sus propias escorias: el aburri­
miento y la melancolía.24 Es cierto que el propio período demostraba lo
irreductible de la familia que Lacan pudo situar.25 Sin embargo, el psi­
coanálisis no tiene ninguna necesidad de acompañar el reflujo ideológico
y la abundante literatura que provoca, especialmente en los países de
lengua inglesa, en los qu ilo s family valúes vuelven a tener sus honores.
Para el caso, eso puede justificar incluso la demanda de más protección
social para la licencia parental, es decir, si el motivo es imperioso.26 En
los países de lengua latina asistimos al mismo movimiento, justificado de
otra manera. Se trata, antes bien, de una defensa del hombre o, mejor,
del padre. El psicoanalista, en eso, está naturalmente convocado para
sostener esa especie en extinción, sobre todo si supuestamente es laca-
niano. En efecto, la situación ha cambiado. Después de la segunda gue­
rra mundial, era a las madres a quien los psicoanalistas se veían llevados
a sostener puesto que Bowlby, en un informe célebre para la Organiza­
ción Mundial de la Salud, había contribuido a convencer de que la enfer­

104
medad mental tenía como causa los trastornos de la relación en el
maternaje. Esa fue la justificación de la creación de las instituciones de
protección infantil. Melanie Klein iba en el sentido de ese espejismo cuando
anunciaba la prevención de las neurosis por la generalización de una
atención psicoanalítica centrada en las madres. Podemos decir que asis­
timos ahora, por todas partes, a la reducción de los créditos que afectan
a ese tipo de institución. La imposible evaluación del beneficio del apoyo
preventivo hace que el amo moderno no crea ya en la importancia de las
madres para proteger la salud mental. Antes cree en la extensión del
derecho del niño. En esta vena es donde piensa restaurar la vieja y expe­
rimentada autoridad paterna o al menos cesar de desmantelarla para
tener en ella a un aliado. ¿Por qué nos pide ayuda para tales maniobras?
Los psicoanalistas no están para salvar al padre sino para devolver su
Nombre a la consideración científica. Es inútil enrolarnos al lado del
discurso religioso para reclamar un «derecho al padre» en la familia y las
procreaciones. Lo mismo que la intervención psicoanalítica consiste en
no reducir el deseo femenino a la procreación, la cuestión del padre debe
ser separada de ella. Es de una cuestión transbiológica de lo que se trata.
El padre es aquél que es responsable de la consumación del deseo. Por
eso Lacan llamó la atención de los psicoanalistas sobre la consideración
de Edipo, no en Tebas sino en Colono y sobre su maldición final. No hay
derecho universal al padre, como tampoco hay derecho universal al amor.
Lo que fue un padre para un niño se juzga uno por uno. El psicoanálisis
pide el derecho a examinarlo sin el tapón de ningún discurso establecido.
La esencia del padre debe mantenerse vacía para que se pueda conside­
rar lo que fue, uno por uno. La lógica de ese punto nos es familiar, pero
todavía es preciso hacerla entender.

3. El deseo y su modo de prueba

3.1. Una prueba por el deseo

Para la orientación psicoanalítica definida por Freud, hay en los


sueños de retorno al orden y a la paz de las familias una apona funda­
mental: civilización y pulsión no están en oposición simple, como el instin-

105
to se opone a su domesticación. No hay nada de eso en el hombre, sino
una transposición más sutil en la que la propia pulsión alimenta a la civi­
lización ya sus exigencias de renuncia, encontrando por eso una satis­
facción más secreta. El malestar no viene por exigencias contrarias a la
pulsión, sino por el hecho de que en esas mismas exigencias está presen­
te la satisfacción del superyó. Que lo es tanto más cuanto que la exigen­
cia de virtud es tiránica, radical, puritana. Así es como la propia pulsión
contribuye a la llamada civilización y como ayuda poderosamente a cons­
tituir el catálogo imperioso, inconsistente y siempre incompleto, de las
obligaciones legales y morales imposibles de cumplir en su integridad.
Freud descubrió en eso el reverso de la figura de la época: a la vez que
se constituye la voluntad universal de la civilización, sirve para incluir en
la Historia común todas las figuras del Otro, todas aquéllas que anterior­
mente eran denunciadas como bárbaras. En la civilización es donde aca­
ba por alojarse la barbarie, todo el horror pulsional descubierto en la
pulsión de muerte.27 Acaba por actuar en el corazón de lo que se piensa
fuera de alcance y dedicada al Ideal de un orden social universal. El
psicoanálisis se da cuenta de que es vano querer renunciar a las pulsio­
nes, como es ingenuo querer predicar un retorno a la buena naturaleza
pulsional puesto que es mala.
Algunos creyeron solucionar ese impasse del psicoanalista empla­
zándolo unívocamente a denunciar la insuficiencia del goce en este mun­
do y a militar para un relajamiento de la represión social educativa. La
verdadera cuestión que se planteaba Freud era la de la imposible obedien­
cia a la norma social. No se trata simplemente de querer una sociedad
menos «represiva» y de adoptar una postura antieducativa, sino, más
bien, de dar los medios para saber reconocer la locura de una norma.
Los impasses del deseo que circula entre las normas existen hasta
el punto de que él mismo consiste en esos impasses, y, antes bien, es
exacerbándolos como el sujeto puede hacerles frente, y no queriéndolos
domesticar. El malestar no reside en un déficit sino, más bien, en un
exceso de carga por un goce obscuro que no llega a dejarse reconocer.
El problema ético no se sitúa entonces entre renuncia o satisfac­
ción, que está siempre presente, y que sólo sería su faz de malestar. Se
trata de saber, antes bien, qué deseo se satisface: ¿es un deseo vergon­

106
zante o un deseo responsable de sus consecuencias? La diferencia entre
la moral del discurso del amofél de la civilización, en el sentido de Freud,
y el deseo del psicoanalista es que por parte del amo «se deja entrever
que podría haber un saber vivir»28y por parte del psicoanálisis se denun­
cia a aquéllos que se ocupan de hacer sentir a los demás «la vergüenza
de vivir». Se trata de restaurar, en ese punto mismo, el deseo que hace
vivir y no de impulsar a que el sujeto se identifique con su goce vivido en
el registro de la culpabilidad. Este es nuestro modo de prueba.

3.2. Ustedes no son una ciencia

La mala nueva psicoanalítica es recibida, desde su nacimiento, de


forma problemática. Siempre combatida, acaba por ganar un derecho de
ciudadanía del que las consideraciones expresadas a la avanzada edad
de Freud han venido a dar testimonio. A su muerte, la situación quedaba
sin embargo confusa, su verdad siempre era rechazada según el amo,
demasiado fácilmente aceptada según Popper, ya que no sometida al
principio de falsación. Para situar la posición del Inconsciente en el cam­
po de la cultura de nuestro tiempo, no hay nada mejor que partir de las
nuevas formas de ataque que sufre. No hay mes, hasta semana, sin que
un periodista, un universitario o un científico, especialmente en los países
de lengua inglesa, no publique algo sobre el tema: hechos recientes per­
miten criticar a Freud. Eso va desde el dossier publicado en Noviembre
del 93 en la New York Review ofBooks, hasta otro, reciente, del Sunday
Times, pasando por Time Magazine, que hacía su cobertura sobre una
falsa pregunta que disimulaba mal un deseo: «¿está muerto Freud?».
El éxito de escándalo apuntado busca en general sostener la pro­
moción de un libro escrito por uno de los críticos en alza. Los países de
lengua inglesa no son los únicos que conocen esos fenómenos. En los
países latinos del Nuevo Mundo, las publicaciones norteamericanas son,
en general, integradas y adaptadas muy rápidamente a las condiciones
históricas y al estado de la difusión psicoanalítica en el país. Argentina,
Brasil, Colombia, Venezuela, por no citar más que estos países, conocen
en la prensa interna o en la de divulgación científica los mismos alterca­
dos ideológicos. Los países latinos del Antiguo Mundo también tienen un

107'
reflejo de ellos, la prensa se vuelve cada vez más internacional y con­
centrada.
En cierto sentido, esos ataques son los de siempre: el psicoanálisis
no es una ciencia en el sentido de La Ciencia, o sea, de la física mate-
matizada. La pseudonovedad de esas críticas está muy frecuentemente
en los temas en boga en la crítica de las propias prácticas científicas. La
integración cada vez más fuerte de las ciencias y de las técnicas hace
ahora bascular la crítica científica respecto a la guerra comercial. La
fachada de la escena de la sociología de las ciencias está ocupada por
falsificaciones de datos experimentales en diferentes campos de investi­
gación. Especialmente en biología es donde la patente es inmediatamen­
te la clave y donde las sumas en juego son tan considerables que la
batalla se celebra con más rabia. El mundo ha seguido con interés la
evolución de la polémica entre el Instituto Pasteur y la Administración
Americana sobre el aislamiento del virus del Sida. Este asunto ha hecho
conocer otros, la competición por las bolsas de investigación es tal que
algunos aparatajes prestigiosos y eficaces pueden ser inducidos a mejo­
rar tal resultado para obtener el premio gordo. En física pura incluso, los
problemas no faltan, y no son únicamente los de la «fusión fría».
Esta oleada de asombrosos denuncia un sueño de epistemólogo em­
pírico ingenuo. ¡Malditas las complejidades de «la experiencia mental»
de Galileo! Al fin podía uno darse cuenta de las virtudes de la inducción
a partir de la humilde experimentación. Hemos asistido a una oleada de
artículos o de tesis denunciando los resultados deliberadamente mejorados
de las observaciones d&Galileo, figura siempre difícil de reabsorber en el
empirismo, y eso apelando a la humildad experimental en las ciencias
humanas. Una reminiscencia de lectura de Nietzsche no es sin duda
inoportuna. Es necesario traducir inmediatamente la humildad experi­
mental en los miles de millones de subvenciones que representa, deman­
da perfectamente legítima y ejerciéndose, bien entendido, por el bien.
Estos aspectos no hacen más que acentuar el carácter utópico de
la comunidad científica según Karl Popper. No se trata de una comuni­
dad únicamente dedicada a la verdad y aislada de todos los discursos. Se
trata de sus relaciones siempre específicas con el amo. En esos asuntos
recientes, se trata de las relaciones con el amo democrático y el merca­

108
do, pero nadie ha olvidado, no obstante, las extrañas relaciones de la
ciencia con el nacionalsocialismo (el problema W. Heisenberg) o, inclu­
so, con el tirano Stalin (la utilización de la oposición ciencia burguesa/
ciencia proletaria). El científico no lo es nunca sin relaciones con el amo
al que quiere seducir y el problema que se plantea no es únicamente
sociológico o moral, sino epistemológico. Como A. Koyré, ha mantenido
siempre con fuerza, la ciencia debe ser considerada con los demás dis­
cursos que existen en un momento dado. A partir de esta atención global
es cuando se distribuyen cortes y rupturas.
El efecto de novedad de las críticas recientes presentadas o susci­
tadas en los dossiers de la prensa anglosajona o en las tesis, reside en la
aplicación de preocupaciones de la práctica científica a la práctica freu-
diana. Se subraya la falta de protocolos de experimentaciones claras, la
falta de evaluación, la distorsión novelesca que permite acentuar los be­
neficios terapéuticos, el hecho de sacar consecuencias sobre la psique
de los hombres y de los niños a partir de las neurosis femeninas, la distor­
sión de los resultados, etc. De hecho, se trata siempre de imitar una
encuesta del NIH (National Institute o f Health) mostrando que Freud no
era un laboratorio serio. Freud no aspiró nunca a ese título. Por el contrario,
a partir de su positivismo inicial, mantuvo una pregunta abierta que La-
can volvió a formular así: ¿qué sería una ciencia que incluyera al psicoa­
nálisis? Esta pregunta merece ser dejada así, y el número de Time Maga-
zine que anunciaba la muerte de Freud es su testigo involuntario. Apor­
taba a continuación del dossier Freud una inquietante encuesta. Se veía
lo imposible que era orientarse en la creencia en la seducción fantasmá-
tica, teniendo como única brújula una teoría ingenua del retorno de lo
reprimido bajo hipnosis, y un abogado para hacer valer su creencia.29
De hecho, lo que la trama de la trenza que anuda Estado, sociedad
civil y psicoanálisis hace aparecer es la imposible sutura del goce por el
sujeto de la ciencia. Un síntoma de ello es el resurgimiento del recurso al
sentido nuevo que debe venir a establecer la creencia en el orden social.
Los Estados Unidos conocen el retorno al orden moral por un lado, la
llamada de la Sra. Clinton y los extravíos New Age por otro. Los países
latinos de ese continente conocen la evolución de movimientos religiosos
radicales diversos. El antiguo mundo conoce su parte, desde la insurrec-

109
ción del papado contra la modernidad, hasta las esperanzas ortodoxas en
el espacio que antes era Rusia, sin contar varias guerras etno-religiosas.
El espectáculo del mundo lleva a una terrible constatación: será necesa­
rio algo más que la denuncia de que el psicoanálisis es una «teoría sin
hechos» como lo apuntaba M. Macmillan, profesor de la Universidad de
Monash en Melbourne (Australia), para asfixiar la verdad que enuncia.
Para nosotros, no es un sentido nuevo lo que se busca, sino un deseo
tolerable que permita desprenderse de los rasgos del sacrificio «a los
dioses oscuros».

4. C onclusiones

Tal y como lo prevé la enseñanza de Jacques Lacan, el Campo


Freudiano existe más que nunca, al mismo tiempo que la difusión de la
ciencia y la extinción de las antiguas investiduras. El sujeto está cada vez
más embarazado por su goce. La reconquista de ese campo es institu­
cional y teórica. Nuestro Encuentro ha desarrollado sus dos aspectos
simultáneamente, dirigiéndose a todos los psicoanalistas más allá de fal­
sas barreras. Conocemos las respuestas de la IPA a las cuestiones de
nuestro tiempo. Hay dos caminos: el camino latino, actualmente represen­
tado por su presidente argentino, H. Etchegoyen; y el camino norteame­
ricano, que representará el futuro presidente O. Kernberg, según se dice.
Uno consiste en introducir a Lacan para su aggiornamiento teórico, sin
tocar las prácticas estándares; el otro consiste en hacerse valer en la
ciencia por la vía empírica para encontrar el prestigio del sabio. Estas
dos respuestas son dos impasses. Nos toca a nosotros demostrarlo.
El pensamiento de la ciencia de nuestro tiempo está dividido. Algu­
nos quieren volver más acá del «remolino lingüístico» de Frege (W. V.O.
Quine) hacia un nuevo empirismo, otros denuncian esa perspectiva abo­
gando por un realismo (D. Davidson). En esta brecha que da testimonio
de la aspiración a un mayor contacto con lo real, sepamos reconocer que
la verdadera conquista del Campo Freudiano se obtiene sobre lo real de
la angustia. Con desprecio hablan del psicoanálisis los psicólogos univer­
sitarios cuando lo comparan con una Folk-Psychology. Ciertamente,
nosotros no nos contentamos con ese estatuto teórico, pero nos regocijá­

i s
mos al constatar todavía que la evidencia del alcance del lapsus freudia-
no (freudian slip) está admitida por todos, siempre preferida a la arro­
gancia que la reduce al simple error. El sujeto moderno continúa amando
al psicoanálisis, sepamos estar a su altura y «prodigarnos sin reparos»,
según la bonita máxima de Jacques L acan.^

* Informe presentada en la Asamblea General de la AMP, en París, el 14 de julio de 1994.


Versión corregida de la traducción de Juan-Enrique Cardona publicada en U n o p o r U n o
Revista mundial de psicoanálisis n° 40. (N.del E.).
1. Giraud A., Origines et définitions de l’évaluation en médecine, en É v a lu a tio n d e la
q u a lité en P sy c h ia trie , Kovess V. (Ed.), Económica, Paris 1994, p. 29.
2. Giraud A., art. cit. p. 31.
3. Giraud A., art. cit. p. 32.
4. Kovess V., Conclusiones: pistas para el futuro, en Kovess V. (Ed.), op. c it. p. 309.
5. Kovess V., Le contexte de l’évaluation dans le domaine de la psychiatrie,id ., pp.8-9.
6. Seldes R., Resumen del informe producido por la Dirección de Salud mental de la
Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, documento interno.
7. Estrategias terapéuticas a largo plazo en las psicosis esquizofrénicas, conferencia de
acuerdo (ANDEM), Federación Francesa de Psiquiatría. Texto de acuerdo, 13-14/1/94.
8. Wallerstein R.S., F o r ty tw o liv e s in tr e a tm e n t: a s tu d y o f p s y c h o a n a ly s is a n d
p s y c h o th e r a p y , New York, The Guilford Press, 1986. También se podrá leer nuestro
comentario en «Les Feuillets du Courtil» n° 1.
9. Avila España A., Planteamientos y desafíos de la investigación para la psicoterapia
psicoanalítica de fin de siglo. Conferencia pronunciada en las III Jomadas de Psicoanálisis
en la Universidad, Universitqt de Girona, 1993. Inédito (por aparecer).
10. Luborsky L., Crits-Christph R, Mellon J., 1986, Advent of objective measures of the
transference concept. Journal of consulting and clinical psychology, 54(1)39-47, citado
en Ávila A. —Luborsky L., Crits-Christph P., Mintz J., Auerbach A., W ho w ill b en efit
fro m p s y c h o th e r a p y ? P r e d ic tin g th e ra p e u tic o u tc o m e , New York, Basic Books, 1988. —
Crits-Christph P. y Luborsky L., The CCRT as a measure of outcome in psychoanalytic
psychotherapy in Shannan (Ed.), P sy c h o a n a ly tic R e se a rc h M e th o d s, New York, Guilford
Press, 1989.
11. Weiss J., Sampson H., & Mount Zion Psychotherapy Research Group, T h e
p s y c h o a n a ly tic a l p r o c e s s , Theory, C lin ic a l o b s e r v a tio n s a n d E m p ir ic a l R e se a rc h , New
York, The Guilford Press, (1986).
12. Aramburu J., Garantía y Escuela, informe inédito. “Cuando las instituciones de
psicoanálisis debieron utilizar el reconocimiento del Estado para realizar una práctica
social legal debieron usar el título de médicos primero y el de médico o psicólogo en
épocas más actuales... la rivalidad entre el poder antiguo de la corporación médica y los
nuevos especialistas en ciencias humanas de la salud mental, los psicólogos, ocultó el

111
verdadero papel que deberían tener las instituciones psicoanalíticas... Así, la prolifera­
ción de instituciones psicoanalíticas en Buenos Aires no presenta ningún problema...
pues el sostén de la garantía es en último término el título universitario”.
13. Sawicke O., Informe sobre la legislación federal argentina, comunicación inédita.
14. Godino Cabas A., Estatuto del practicante del psicoanálisis y del psicoanalista en
Brasil, aspectos jurídicos, sociales y culturales. «En primer lugar, desde el punto de vista
jurídico, la profesión de psicoanalista no está reglamentada en Brasil, ni por ley del
Congreso, ni por el Ministerio de Trabajo... En contrapartida, la jurisprudencia ya esta­
blecida tiende a considerar la práctica psicoanalítica como una actividad terapéutica. Esta
adscripción se traduce en una exigencia -implícita- de que el practicante del psicoanálisis
sea médico, psicólogo, psicopedagogo, fonoaudiólogo o terapeuta ocupacional, en suma,
ser habilitado en cualquiera de las profesiones que integran las así llamadas ciencias de la
salud».
15. Lacan J., E c rits , «Position de Tinconscient», p. 853.
16. Cranier P., B a p tism a n d C h an ge in the e a rly m id d le A g e s , Cambridge U.Press, 1994.
17. Kantorowicz E.H., T h e K in g ’s T w o B o d ie s , Astudy in Medieval Political Theology,
Princeton University Press, 1957.
18. Ñau J.Y., Las leyes sobre la bioética consagran los derechos del ser biológico. L e
M o n d e, 24 de junio de 1994.
19. Lacan J., Discurso de el clauura del las jomadas sobre la psicosis del niño (1967), en
Q u a rto , n° 15.
20. Lacan J., «Del T rieb de Freud y del deseo del psicoanalista», E c rits , p. 854.
21. L 'A n e, n° 38, Abril-junio de 1989, «Les urgencies du droit».
22. Lacan J., «Radiophonie», en S ilic e t 2/3, Seuil, 1970, p. 61. «Vuelvo en primer lugar al
cuerpo de lo simbólico que de ningún modo hay que entender como metáfora. La prueba
es que nada sino él aísla el cuerpo tomado en sentido ingenuo, es decir, aquél cuyo ser que
en él se sostiene no sabe que es el lenguaje que se lo discierne, hasta el punto de que no se
constituiría si no pudiera hablar. El primer cuerpo hace que el segundo ahí se incorpore».
23. Kramer P.D., L is te n in g to P ro za c , Fourth Estate, 1993. Se podrá leer la crítica hecha
por un profesor de medicina en la N e w Y orkR eview , o fB o o k s del 9 de Junio de 1994 y por
un historiador en el T im es L ite r a r y S u p lem en t del 25 de Marzo de 1994.
24. Lacan J., T élév isio n , Seuil, 1974, p. 51.
25. Lacan J., «Notes sur Tinfant» (1969), en O r n ic a r ? n° 37, Abril-junio de 1986, pp.
13-14. «la función de residuo que sostiene (y al mismo tiempo mantiene) la familia
conyugal en la evolución de las sociedades da valor a lo irreductible de una transmi­
sión...».
26. Leach P., C h ild ren f ir s t, 1994.
27. Miller J.-A., Cours sur Malaise dans la Civilisation, inédito.
28. Lacan J., Le séminaire, livre XVII, L ’e n v e r s d e la p s y c h a n a ly s e , Seuil, p. 220.
29. Leer también: Brousse M.H., «Dans l’ignorance du fantasme», l ’Á n e n° 57/58, verano
de 1994.

112
El analista ciudadano

Hubo un hejzho que contaminó las formas propias de la cultura eu­


ropea: el descubrimiento de Europa por los militares norteamericanos.
Representó un cambio de estilo de vida y también el reconocimiento de
nuevas formas de relación entre los sexos, desde las películas de
Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Todo ello cambió profundamente la
relación con los ideales respecto de la situación anterior en Europa. En
este sentido, conviene leer a un filósofo norteamericano, Stanley Cavell,
que habla de la importancia de las películas hollywoodianas, del cambio
de las identificaciones sexuales y de la nueva felicidad.
Los analistas se encontraron en un mundo que se había convertido
en muy permisivo. Entonces su denuncia de que había alguna forma de
goce escondida detrás de los ideales resultaba un poco pasada de moda,
porque había otros que lo decían de manera más precisa y más decidida.
Ahora tenemos, por ejemplo, la Conferencia de Pekín sobre las
mujeres, sobre el lugar y la condición de las mujeres. El grupo de las
lesbianas no necesita a los analistas para que las representen; por sí
mismas reclaman el reconocimiento de una serie de derechos, y gritan
más de lo que nadie pueda hacerlo por ellas. No necesitan abogado, son
personas mayores que luchan por el reconocimiento de sus derechos. Si
se hace una Conferencia sobre los hombres, los homosexuales reclama­
rán igualmente sus derechos: subvenciones del Estado, acceso a vivien-
das_subvencionadas como las otras parejas, etc. En todo esto los analis­
tas están un poco perdidos, no saben exactamente si tienen que gritar
más para hacerse escuchar o si hay que serenar los ánimos.
La tentación que surgió entonces, y que ahora en los años noventa
es manifiesta, pero ya estaba presente desde finales de los años sesenta,
fue la de modernizar a la americana el modo de vida europeo. En cuanto
al analista, pensaba mantenerse exclusivamente en su función, sin hacer
propuestas, porque ya había una pugna para hacerse oír en la opinión
pública, tanto en lo referente a las formas de vida por parte de las lesbia­
nas y los homosexuales, como con respecto a los psicóticos, los norma­
les, etc...

113
Al parecer, los analistas no tenían ideas realmente interesantes so­
bre estos temas. Los otros ya pedían, sabían que había que pedir y recla­
mar. Así que los analistas se mantuvieron, digamos, en la posición del
intelectual crítico. En una etapa determinada de los movimientos que se
consideraban de izquierdas, existía una posición conocida como la del
intelectual crítico. Lo que se esperaba era que el intelectual se mantuvie­
ra en su lugar, tranquilo, y solamente se dedicara, digamos, a crear, a
producir vacío. El intelectual criticaba algunas orientaciones decididas
por otros y se mantenía en esta posición. El analista crítico es el analista
que no tiene ningún ideal, que llega a borrarse, que es tan sólo un vacío
ambulante, que no cree en nada. ¡Ya está más allá de toda creencia, por
supuesto! Como ya no cree en Papá Noel, como ya no cree, se libra del
peso que llevan sobre los hombros sus hermanos.
Este planteamiento llegó a adquirir cierto peso intelectual. Por ejem­
plo, Serge Leclaire, mi profesor de Psicoanálisis, tenía una idea muy
interesante, que consistía en promover una concepción del análisis como
práctica de des-identificación. Consideraba que el non plus ultra era
mantener una concepción extrapura del análisis, entendido como un pro­
ceso sin fin para des-identificarse hasta el infinito. En lo social, el analis­
ta especialista de la des-identificación llevaba la des-identificación a to­
dos partes; al revés de la esperanza tosquellana, era un analista que
pedía a todo quisque sus documentos de identidad para después denun­
ciarles: “ ¡Por favor pasen por la máquina de des-identificarse!”.
Semejante máquina antipositiva, dicho sea de paso, estimuló cierto
ideal de marginalizacióa social del análisis, un ideal del analista concebi­
do como el marginal, el inútil, el que no sirve para nada, salvo para esa
posición de denuncia de todos los que sirven para algo.
Digamos claramente que hay que destruir esa posición: ¡delenda
est! No se puede seguir manteniendo, y si los analistas creen que pueden
quedarse ahí... su papel histórico ha terminado. La función de los analis­
tas no es ésta, de ahí el interés que tiene reinsertarlos en el dispositivo de
la salud mental.
Los analistas tienen que pasar de la posición del analista como es­
pecialista de la des-identificación a la del analista ciudadano. Un analista
ciudadano en el sentido que puede tener este término en la teoría moder-

114
na de la democracia. Los analistas han de entender que hay una comu­
nidad de intereses entre el discurso analítico y la democracia, ¡pero en­
tenderlo de verdad! Hay que pasar del analista encerrado en su reserva,
crítico, a un analista que participa, un analista sensible a las formas de
segregación, un analista capaz de entender cuál fue su función y cuál le
corresponde ahora.
El analista borrado de mi profesor Leclaire, el analista vacío, tiene
una cara que hay que criticar, pero tiene también otra cara que hay que
rescatar, porque fue mal interpretada: no es que haya de mantenerse en
esa posición crítica, sino-que debe intervenir con su decir silencioso. El
analista vacío, llamado también en algunas teorías el analista agujero, en
una institución, en cualquier discurso institucional, no ha de ser de ningu­
na manera un analista borrado. Es el que sabe participar con su decir
silencioso, decir silencioso distinto del silencio. El decir silencioso implica
tomar partido de manera activa, silenciar la dinámica de grupo que rodea
a cualquier organización social. Como se dice desde cierto discurso, dis­
tinto del nuestro, «¡cuando tres se juntan, el espíritu está con ellos!».
Desde el punto de vista analítico, cuando se juntan tres, la dinámica de
grupo está en marcha, es decir, se desatan determinadas pasiones imagi­
narias.
Sin duda, el analista ha de saber, por su misma práctica, que cual­
quier identificación permite el desencadenamiento de esas pasiones nar-
cisistas. Y ha de ser capaz de silenciarlas. Pero eso es tan sólo la prime­
ra parte de su trabajo; la segunda es remitir al grupo social en cuestión a
sus verdaderas tareas, al igual que Bion, durante la guerra, supo organi­
zar en pequeños grupos a los enfermos del ideal. Digo enfermos del ideal
porque Bion se encargaba de organizar a quienes no querían ir al ejérci­
to. Era una guerra muy difícil: se trataba de luchar contra el nazismo, y
algunos no podían hacerlo. Era preciso evaluar por qué no podían. Bion
no se conformó con criticar al ejército, con decir que el ejército es muy
malo. Semejante discurso hubiera sido despreciable en aquel momento,
cuando la juventud inglesa, compuesta precisamente de individuos soli­
darios, demostraba con sus pilotos de la Royal Air Forcé que se podía
luchar contra un ejército ordenado de forma antidemocrática, y que esos
jóvenes, producto de una democracia supuestamente decadente, eran

115
capaces de pelear y vencer en lo que fue la batalla de Inglaterra.
Lo que hizo Bion fue evaluar con esos grupos qué era del orden de
la patología, qué se podía curar y qué no, en esos individuò*; expulsados
del ideal. A través de la mediación de pequeños grupos, de estos mini­
ideales de grupo, con una tarea precisa, con un objeto preciso, supri­
miendo su pasión narcisista de ser rechazados del ideal, era posible
reinsertarlos y darles un destino humano. Podían elegir de manera más
ética lo que tenían que hacer en la vida.
En este sentido, el analista, más que un lugar vacío, es el que ayuda
a la civilización a respetar la articulación entre normas y particularidades
individuales. El analista, más allá de las pasiones narcisistas de las dife­
rencias, tiene que ayudar, pero con otros, sin pensar que es el único que
está en esa posición. Así, con otros, ha de ayudar a impedir que en
nombre de la universalidad o de cualquier universal, ya sea humanista o
antihumanista, se olvide la particularidad de cada uno. Esta particulari­
dad es olvidada en el Ejército, en el Partido, en la Iglesia, en la Sociedad
analítica, en la salud mental, en todas partes. Es preciso recordar que no
hay que quitarle a uno su particularidad para mezclarlo con todos en lo
universal, por algún humanitarismo o por cualquier otra motivación.
Cierto psiquiatra -lo comentó Josep Monseny en Barcelona- reco­
nocía que los analistas son ahora en nuestro mundo de los pocos que
escuchan, que siguen escuchando a los locos, cuando resulta mucho más
rápido rellenar la escala favorita del servicio psiquiátrico donde se en­
cuentre el paciente. Pero los analistas no han de limitarse a escuchar,
también han de transmitir la particularidad que está enjuego, y en esto, a
veces, deben tomar ejemplo de otros. Por ejemplo, el neurólogo marginal
Oliver Sachs supo construir una narración sobre los efectos de la L-
Dopa en ciertos trastornos, con una modalidad narrativa que apasionó al
público en general y que fue llevada al cine en una película protagoniza­
da por Robert de Niro. Era una manera de apasionar con una narración
sobre una hazaña dentro del campo de la Neurología, una forma de trans­
mitir cierto tipo de narración capaz de producir efectos de identificación,
de transmitir algo más allá de la patología neurològica en sí misma, con
toda una cargo de humanidad. De la misma manera, los analistas no sólo
han de escuchar, también deben saber transmitir la humanidad del inte­

116
rés que tiene para todos la particularidad de cada uno. No se trata de
limitarse a cultivar, a recordar la particularidad, sino de transformarla en
algo útil, en un instrumento para todos. No hay que retroceder ante la
palabra útil, útil para los demás, cuando se reconoce una forma de huma­
nidad en su peculiaridad.
Por ejemplo, respetar a los locos. Es verdad: los analistas tienen
que incidir sobre las formas del no respeto o de la falta de respeto. En
Francia, hace dos años, up sujeto psicótico cometió un atentado en una
escuela bajo el apodo The Human Bomb, ¡H.B.!, eso tiene otras conno­
taciones en España. The Human Bomb, pues. Pero los policías, antes de
empezar el asalto final para liberar a los niños que habían sido tomados
como rehenes, consultaron con un psiquiatra, un psiquiatra normal. Era
el psiquiatra de guardia en el sector, lo más parecido a un servicio de
urgencias. Después lo entrevistaron en la radio, y llamaba la atención
que fuera capaz de hablar del hecho de que el sujeto era claramente un
paranoico, que pudiera referirse al pasaje al acto de un sujeto que tenía
ya ciertos antecedentes, todo ello con un respeto hacia la patología y el
sujeto que no era una pose. Fue capaz de ayudar a los policías a tratar de
no provocar una catástrofe y, al mismo tiempo, a respetar los derechos
humanos de aquel sujeto. Aunque al final no pudo impedir que los poli­
cías aplicaran la pena de muerte, porque el problema es que la pena de
muerte se puede suprimir del código penal, pero aun así sigue siendo
aplicada por la policía en la vida real.
La posición tan delicada de aquel psiquiatra francés, por ejemplo,
contrasta con la de los americanos, que produjeron una catástrofe cuan­
do, por la misma época, se enfrentaban con el problema de Waco, con
otro paranoico que había tomado 80 personas de su secta como rehenes.
Se apreciaba una completa falta de respeto por su parte. Hay que leer
las declaraciones de los psiquiatras. Por ejemplo, en The Times Magazi-
ne: son declaraciones completamente irrespetuosas, todas ellas manipu­
laciones, llenas de consideraciones sobre los sectarios, sin que nadie tu­
viera en cuenta exactamente de qué se trataba, qué estaba en juego.
De modo que, sin lugar a dudas, hay que incidir en esto. Y necesi­
tamos psiquiatras como aquel psiquiatra anónimo-no recuerdo su apelli­
do- que luego no hizo declaraciones a la televisión.

117•
Así que los analistas no han de mantenerse como analistas críticos.
Han de pedir, le piden algo a la salud mental. Pedimos una red de asis­
tencia en salud mental que sea democrática y, como sucede efectiva­
mente en la fórmula que se ha utilizado, sea capaz de respetar los dere­
chos de ciudadanía de los sujetos que están en este campo y en este
marco concreto de la salud mental. En este sentido los analistas, junto
con otros, han de incidir en estas cuestiones, tomar partido y, a través de
publicaciones, a través de intervenciones, manifestar que quieren un tipo
determinado de salud mental. No una institución utópica o un lugar utópi­
co, sino precisamente formas compatibles con el hecho de que cuando
ya no hay ideales sólo queda el debate democrático.
Esto no es el silencio. El decir silencioso del analista consiste en
ayudar a que, cada vez que se intenta erigir un nuevo ideal, pueda
denunciarse que la promoción de nuevos ideales no es la única alternati­
va. Tampoco se trata de volver a los valores de la familia y a los viejos
tiempos, cuando se creía en el padre. ¡Ah, qué tiempos aquellos!
¡Se acabó! Lo único que existe es el debate democrático, abierto,
crítico y... sin dinámica de grupos. En esto los analistas tienen que incidir
muy activamente y si no lo hacen nadie lo hará por ellos. Han de ser
inventivas e incidir de distintas formas. El analista útil, ciudadano, está a
favor de la existencia de un lobby que intervenga en el debate democrá­
tico. Hay que transformarse en un lobby y no es una desgracia.
Antes se pensaba que solamente había que incidir en el campo de
la cultura. ¡Los analistas tienen que despertarse un poco! El campo de la
cultura ha cambiado por completo. Lo que se llamaba el campo de la
cultura ha desaparecido con los nuevos medios de información, se ha
transformado. Ya no se puede recordar con nostalgia: ¡Ah, el tiempo de
Sartre, el tiempo de Lacan! No hay duda; el tiempo de Sartre, el tiempo
de Lacan, ya no es nuestro tiempo. Ahora un intelectual, un profesor,
puede decir cualquier cosa y... ¡entra en el sistema de los mass media
como una opinión y sale convertida en una basura! Los medios de publi­
cación han aumentado exponencialmente, y uno no puede quedarse con
la nostalgia del tiempo en que existía el Seminario del Dr. Lacan, o cuan­
do la opinión de Sartre, difundida en un artículo de Les Temps Modernes,
transformaba todo un sector de opinión.

118
Los analistas deben opinar sobre cosas precisas, empezando por el
campo de las psicoterapias, desde donde se incide en cierto modo en la
salud mental, y sin olvidar esas formas nuevas de consideración o de
transformación científica de los ideales, del padre como ideal. Aflora la
cuestión no es hacer declaraciones en la cultura sobre qué es el padre.
El problema es incidir sobre la opinión; decir si ha de saberse o no el
nombre de quien cede sus espermatozoides en un sistema de procrea­
ción asistido.
Es así como se transforman las técnicas. Mientras que si uno se
mantiene en los media dando sus opiniones en términos generales, no
tiene ninguna incidencia en el campo de la salud mental, ni tiene ninguna
incidencia en la forma de civilización que nos corresponde. Solamente
opinando sobre cosas, sobre determinadas transformaciones téciú ;o-cien-
tíficas de los ideales y el nuevo aparato social que se produce, sólo así
llegaremos a tener influencia, y no únicamente en los comités de ética.
Ahora hay comités de ética para cualquier práctica científica, es­
pecialmente en Medicina. Esos comités agrupan a distintos sectores cu­
yos ideales se ven afectados por la Ciencia. Se establece un comité de
este tipo para calmar las cosas, para asegurarse de que la Religión o el
pensamiento en general van a aceptar la modificación técnica del ideal
que se plantea. En cuanto a los analistas, ¿hay alguna razón para que no
participen en comités de ética? Hay que animarles a hacerlo. Por ejem­
plo, animo a mis colegas a participar en los comités de los hospitales
donde están. Ahora se solicita esta participación, a título de psicólogo, en
el marco multiprofesional propio de las nuevas formas de asistencia, para
constituir el comité de ética de los hospitales. Por una parte, hay que
participar en esto, y por otra parte hay que influir en la opinión para
incidir en las cuestiones prácticas cada vez que el ideal resulta modifica­
do por la Ciencia.
En este sentido el analista útil, ciudadano, es alguien que evalúa las
prácticas y también acepta ser evaluado, pero ser evaluado sin temor, sin
un respeto temeroso, cauteloso, ante los prejuicios de la Ciencia. Cuando
les vienen a decir con arrogancia que la práctica analítica no es útil o no
es eficaz, porque tal tipo de terapia cognitivista es supuestamente más
útil, los analistas tienen que demostrar lo contrario con su experiencia, y

119
no es muy difícil. No hay que pensar que eso es algo estrafalario y del
otro mundo. Cada vez que hay ataques de este tipo contra el psicoanáli­
sis, es perfectamente posible mostrar una experiencia que demuestra lo
contrario.
Por ejemplo, el Dr. Zarifian es un psiquiatra francés que durante
diez años se dedicó a publicar sobre los psicofármacos, y ahora es uno
de los mejores abogados de una práctica múltiple y de la consideración
de la modernidad como límite de la revolución terapéutica. En un artículo
reciente decía que la prescripción de fármacos tiene límites claros y que
eso no ha cambiado en los últimos veinte años, de modo que hay una
profunda crisis. Zarifian concluía que los médicos han de despertar y
darse cuenta de que son prisioneros de la ideología de las multinaciona­
les farmacéuticas, una industria que lucha con millones de dólares a su
favor para convencer a los Sistemas de salud mental, por ejemplo, de
que el Prozac es ideal. Si los médicos aceptan esto, se convierten en
simples siervos de esas multinacionales. Como dice en tono divertido
Zarifian, se suele creer que muchos psicofármacos tienen un efecto su­
perior al placebo, pero muchas veces esto es sólo una suposición sin
verificar. Y plantea que si ante una depresión ligera o un trastorno ansio­
so se considera que una psicoterapia tiene los mismos efectos que el
fármaco, entonces el fármaco tiene una eficacia compatible con el efec­
to placebo, y aún dice más. La psicoterapia, su efecto terapéutico, sin
entrar en otras discusiones teóricas, puede formularse así: como la medi­
da del efecto placebo, cualquiera que sea, el efecto que se produce cuando
no hay fármaco.
O sea que los analistas, si son ciudadanos útiles, son evaluadores de
las prácticas de una civilización en el campo de la salud mental, entendi­
do como el campo efectivo de las diferencias respecto de las normas.
Los psicoanalistas evalúan los procedimientos de segregación en una
sociedad dada. A su vez, son evaluados, y lo aceptan.
Todo esto ha de permitirnos, espero, salir de lo que fue aquella
posición de exclusión de sí mismo, de exilio de sí mismo, de su propia
posición, cuyo resultado fue el supuesto analista agujero, el analista que
cayó en el propio agujero producido por su práctica: el agujero de los
ideales.

120
Por lo tanto, en mi opinión, el analista que no se queja, el analista
que toma partido en los debates, el analista útil y ciudadano, es perfecta­
mente compatible con las nuevas formas de asistencia en salud mental,
formas democráticas, antinormativas e irreductibles a una causalidad
ideal.
En nuestro mundo moderno, la causalidad es una causalidad múlti­
ple. Lo descubrimos desde distintas teorías, incluso la teoría del caos o la
teoría de la causalidad que sobredeterminan muchos aspectos.
Lo que tenemos en común los psiquiatras, los trabajadores de la
salud mental y los analistas es que sabemos que las democracias y el
lazo social son cosas muy frágiles, basadas en un manejo delicado de las
creencias sociales. Las creencias sociales son ficciones, pero ficciones
que hay que respetar, que hay que tratar. Lo que tenemos en común es
que conocemos estas ficciones. Frente a esto, una tendencia podría con­
sistir en despreciarlas, no creer en nada, y así el punto de vista cínico del
analista agujero podría aproximarse al punto de vista cínico del psiquiatra
que sabe que la creencia social no tiene límites.
Debemos recordar que el deseo de curar, el deseo de curar propio
de quienes están en la salud mental, tiene sombras. El deseo de curar
que permite incidir sobre la depresión, sobre la falta de existencia efec­
tiva de un deseo o de un ideal, puede producirlo de nuevo. Y tiene un
reverso: que también puede conducir a una posición cínica. No olvide­
mos que dos psiquiatras serbios están a la cabeza de los horrores más
insoportables que ha atravesado la historia de Europa desde la Segunda
Guerra Mundial. Radovan Karadzic es psiquiatra, es un trabajador de la
salud mental. ¡No hay que olvidarlo!*

*Versión corregida del texto establecido por Enric Berenguer, con autorización del autor
y publicado en N o ta s fr e u d ia n a s n° 2.

121
Psicoanálisis y Lingüística: Europa, traducción
y exclusión. La fuerza de una ilusión

La fuerza de una ilusión*.Este título está en el cruce de dos títulos


de obras célebres: La fuerza del destino, ópera de Verdi, gran cántico
de la unidad italiana, y El porvenir de una ilusión, de Sigmund Freud,
manifiesto en el cual Freud desea que se renuncie a la educación religio­
sa de los niños, contra la opinión de su discípulo y amigo, el pastor Pfister.
Nabucco fue el primer éxito de Verdi, la ópera que lo identificó
públicamente, por su tema, con las aspiraciones políticas del país, con el
deseo de libertad y de autonomía de sus compatriotas,1encamándose en
una unidad a consumar, no la de Europa, sino la de Italia. Veinte años
después, La fuerza del destino es de otra naturaleza. Su libreto es de
Francisco M. Piave, basado en un drama español del duque de Rivas:
Don Alvaro o La fuerza del sino. Creada en San Petersburgo el 10 de
noviembre de 1862, esta ópera está ahí para enseñarnos la modestia.
Nosotros no nos hemos vuelto tan europeos como Verdi hasta hace bien
poco.
El argumento de la pieza del duque de Rivas estaba centrado en el
desmantelamiento de dos ilusiones: la vendetta y el sentido del honor,
con los cuales las familias nobles españolas regulaban el malestar en las
familias. El liberal Rivas quiso mostrar que la verdadera vida debía estar
orientada por consideraciones distintas de las del honor de las familias
españolas.2Rivas era un verdadero europeo. Condenado a muerte por
Fernando VII por causa de sus ideas liberales, consiguió huir y estuvo en
el exilio durante diez años en Italia, Inglaterra, Malta y Francia. El estre­
no teatral de Don Alvaro o La fuerza del sino tuvo lugar en 1835, y
marca el triunfo del romanticismo en España. Este drama fue en España
lo que Hemani había sido en Francia. Con el fin de Fernando VII, Rivas
volvió a España, fue primer ministro, y después su pluma se para ahí
donde comienza Freud, puesto que uno de sus más célebres Romances
históricos se titula Un solemne desengaño, que trata sobre la conver­
sión de San Francisco de Borja.

123
Freud intenta, en El porvenir de una ilusión -que inicialmente
quería llamar El porvenir de nuestras ilusiones- un desengaño del
desengaño. Dialogando con un guerrillero, del desengaño espiritual res­
pecto del mundo apuesta firmemente por un proyecto de educación lai­
ca, que hoy resulta extrañamente provocador del escándalo de otra épo­
ca.3 El término ilusión es distinguido por Freud del de error, por el peso
de anhelo al cual se liga la ilusión. El ejemplo más simple es el de Cristó­
bal Colón, y su ilusión de haber descubierto las Indias Occidentales. La
ilusión se aproxima a la idea delirante, pero sin serlo verdaderamente. El
término está cerca del sentido actual de delusion en inglés. Para au­
mentar el vértigo de traducción interlenguas, Freud retorna el término de
la pluma de un francés. Es Romain Rolland quien le dedicaba una pieza
«al destructor de ilusiones, Prof. Dr. Freud».
Europa es para nosotros una ilusión, puesto que nuestros votos la
acompañan, especialmente cuando quiere concertar una acción para el
empleo, o incluso cuando, como psicoanalista, constato la necesidad de
la Escuela Europea de Psicoanálisis al lado de otras en el seno de la
Asociación Mundial. Hay, pues, ideal, hay deseos ligados, reunión de los
dos elementos que hacen ilusión. Ahora bien, el psicoanalista puede ser
siempre convocado para presentar su discurso antiideal. Esto nos reen­
vía al inmortal y cómico señalamiento según el cual, cuando, hay veneno,
hay contraveneno, y cuando hay contraveneno, hay veneno. Este aspec­
to ilusionista del analista no debe desviarnos de una interrogación: ¿qué
es pues, este discurso antiideal, antiilusión, del psicoanalista, del que nos
queda por saber si es vepeno o contraveneno? No es otra cosa que la
voluntad de hacer volver a caer todos los ideales, especialmente aquellos
que derivan del padre bajo las diferentes versiones religiosas, en el espa­
cio de la conversación democrática bajo los auspicios de la razón.
Releamos a Freud: «Flabría una considerable ventaja en dejar a Dios
completamente fuera de juego, y admitir honestamente el origen pura­
mente humano de todos los dispositivos y las preocupaciones cultura­
les... Los hombres establecerían con ellos una relación más amistosa,
fijándose como meta, en lugar de abolirlos, únicamente mejorarlos. Esto
sería un progreso importante en la vía que conduce a la reconciliación
con la presión que ejerce la cultura».4

124
El Porvenir... es uno de los pocos textos donde Freud evoca la
cultura europea como tal, haciéndose objetar por el supuesto interlocu­
tor: «Si usted quiere eliminar la religión de nuestra cultura europea, esto
no se puede hacer más que con otro sistema de doctrinas... igual de
sagrado, rígido, intolerante, con la misma prohibición de pensamiento».5
En el sentido freudiano, Europa siempre ha sido una ilusión, desde que
existe, es decir, desde que fue nombrada en griego. Sabe Dios si necesi­
ta un nombre, puesto que su lugar en el continente asiático y sus límites
al este no están claros. Es más bien por una medida contrafóbica por la
que los niños de las escuelas europeas aprenden la existencia de los
cinco continentes.
Europa, realidad siempre en movimiento y plural, especialmente en
sus lenguas, es de entrada una paradoja simbólica, una unidad siempre
perdida, inasible. Si existe, es como un espacio de traducción. Cada vez
que en su historia la traducción en una esperanza de unidad se ha reve­
lado imposible, Europa ha reaccionado excluyéndola, reduciéndola a la
nominación, a esta exclusión misma. Este es el aspecto sombrío de su
historia. El aporte del psicoanálisis a la cuestión europea en la línea que
indicaba Freud es el de echar por tierra los ideales y al mismo tiempo
sostener el deseo de traducción que no debe cesar nunca, incluso si Dios
no es el garante de la compatibilidad de la obra humana después de
Babel.6Una unidad siempre perdida, una pluralidad inasequible.
Nada es evidente en Europa. Su primera población misma es objeto
de discusión y escisiones. Hubo en su estudio la unidad soñada del asen­
tamiento indoeuropeo a través de diversas oleadas que atravesaron
Anatolia. Hay ahora teorías que no suponen ninguna homogeneidad étnica
o ninguna mezcla de grandes grupos humanos en estratos sucesivos de
invasiones compactas; más bien, una población de agricultores difun­
diéndose por capilaridad, en busca de tierras cultivables.
Esta es la hipótesis que se funda menos sobre las hipotéticas inva­
siones guerreras que sobre la introducción de la agricultura y «la disper­
sión de dos grandes cereales de base, el trigo y la cebada, de Anatolia a
Grecia y después, a través de Europa hasta Gran Bretaña e Irlanda».7 El
asentamiento se hace, entonces, no por migración, sino por desplaza­
mientos sucesivos. «El efecto gradual y acumulado de estos desplaza-

125
mientos, como lo muestra elegantemente el modelo de la ola de avanza­
dilla de Ammerman y Cavalli-Sforze, se traduce por el desarrollo de una
nueva población.» He aquí quizá la primera lección de Europa. Es un
lugar de discurso donde la genética aplicada a las poblaciones permite
deshacer la concepción de la raza biológica, y de las etnias compactas.
¿El Imperio romano habría dado a este espacio una unidad sosteni­
da férreamente? La nostalgia del Imperio está siempre presente, cierto,
en las encrucijadas de la historia, pero Roma no es definitivamente una
buena encarnación de la unidad. Su imperio es tan africano como euro­
peo y demasiado mediooriental para ser garante de la Europa Una. Deja
además una Europa cortada en dos por un límite que encarnó la frontera
entre barbarie y civilización. Hay que señalar de antemano que la pers­
pectiva de contención de la barbarie es a muy corto plazo. Me gusta
mucho el inicio provocador de una obra redactada por un historiador de
Oxford: «De todo lo que produjo el genio político y militar de Roma,
Germania es quizá la creación más grande y más duradera». Es una
perspectiva más dialéctica que reúne los desarrollos de un historiador y
hombre político polaco: «La integración de los antiguos y nuevos habi­
tantes de la Romanía se termina al principio del siglo octavo. Vuelve a un
aristócrata del norte de la Galia, a un descendiente de francos,
Carlomagno, la tarea de realizar la primera Europa, que no duró cien
años, pero que permanecerá mítica».10
Es una Europa que deja a las divisiones intemas, lingüísticas y étnicas
la posibilidad de expresarse. Asistimos a la puesta en escena de dos
polos, del emperador y .del papa, que van a hacer la especificidad del
poder europeo. Aún más división. La unidad de la cristiandad, que tendrá
su lengua de comunicación en el latín, conocerá muy deprisa la elabora­
ción de la cultura caballeresca que va a desarrollarse en las lenguas
vernáculas y transmitirse por cuentistas, juglares, músicos, después por
los troveros y trovadores, para fijarse en los grandes romances de la
materia de Bretaña. La unidad de Europa aparece en los intercambios
entre obispos, elegidos entre la aristocracia de su tiempo, y los lazos de
referencia que constituyen la Edad Media latina.11 El humanismo euro­
peo, nacido de Italia y de Petrarca, mantendrá a la vez la referencia a los
grandes textos latinos y la afirmación de las lenguas vernáculas reivindi­

126
cando la dignidad de expresión y la poesía de cada una. El movimiento
culminará alrededor de la figura de Erasmo, humanista crítico, converti­
do -como J. Le Goff lo subraya- en el símbolo de la Europa del pensa­
miento.12Igualmente, la técnica de la imprenta permitirá a la vez estable­
cer los grandes textos latinos y griegos transmitidos por Bizancio y los
árabes y difundir los escritos en lengua vernácula. Las biblias, por su­
puesto, pero también la poesía.
Ya el gótico es internacional, el barroco o las Luces lo serán. Estos
movimientos se desplazan alrededor de una tensión entre la unidad de
una cultura asegurada por el predominio de una lengua de cultura a ve­
ces dominante y el mantenimiento de las lenguas naturales en su diversi­
dad. Latín, italiano, español, francés, compartirán siglos de oro. La edi­
ción holandesa imprimirá para la Europa de las Luces en francés. Ven­
drá enseguida la vuelta romántica a las lenguas entonces nacionales y a
la teoría de su genio propio, reencontrando de este modo un acceso de­
sarrollado a partir del siglo XVII.La vuelta del inglés, en el siglo XIX, va
a la par con la extensión de las lecturas de Europa, con la filosofía ale­
mana, la novela rusa y la música polaca.
¿Cuál es nuestra situación actual? Tenemos una extraña configura­
ción. Europa ha elaborado, tenga lo que tenga, una koiné con ayuda del
inglés venido de los Estados Unidos de América. La koiné fue una len­
gua culta para los griegos y, sin embargo, ha quedado como lengua de
ningún pueblo, y los griegos actuales no tienen una lengua unificada. No
hay nada más delicado en Grecia que la cuestión lingüística.
La koiné que usamos en los intercambios comerciales, científicos,
y en el uso corriente, está cada vez más aquejada de una inestabilidad
extraña, señalada por el lingüista J.-C. Milner: está en curso de conocer
la separación, el clivaje, entre lo escrito y lo oral que conocieron otras
lenguas en el curso de la historia, la koiné, pero también el árabe. Este
estado conviene a una época fascinada por el uso comunicativo de la
lengua, the great conduct. Decía Locke, la gran alcantarilla. Esto es lo
que sería la lengua perfecta que Europa tanto ha buscado, como lo mos­
tró U. Eco en su hermoso estudio.13 Más que una lengua perfecta, Euro­
pa necesita todas las lenguas de las que dispone. Ha tenido la suerte de
que sus distintas lenguas culturales hayan sido lenguas verdaderas, es

127■
decir, sistemas de descripción auténticos de un mundo. Esto es lo que
hace que no se pueda traducir en otras lenguas el inglés John hops, o
John skipsu según el ejemplo elegido por U. Eco, y que significa saltar
de una pierna a la otra, o saltar dos veces sobre un pie, después dos
veces sobre el otro; o que no se pueda traducir Full Monty, entrado
desde hace poco en la lengua inglesa a partir de una transformación de
la vieja palabra Monte, hace ya tiempo naturalizada.
Es así como Europa empuja a la construcción de un espacio de
traducción posible, eso que el lingüista C. Hagége llama la atención al
otro que habla su lengua.15 El psicoanalista está interesado en ello, y en
ese sentido es europeo. El inconsciente de cada sujeto está, contraria­
mente a lo que piensa Wittgenstein de la imposibilidad de los lenguajes
privados, estructurado como un lenguaje privado. Sólo por un esfuerzo
de traducción, de metáfora y sostenido por el amor de transferencia,
este lenguaje privado viene al público. Si es difícil encontrar cómo tradu­
cir John hops, es aún más difícil traducir John loves. No solamente
porque ser feliz se dice de muchas maneras en las lenguas, y de este
modo se sedimentan cosas distintas. Se conoce la historia del emigrado
judío austríaco en los EE.UU., al que se le pregunta después de la guerra
si él es happy. «Yes, but not gemütlich», responde. Es también así que
no se conoce en la clínica el sentido que tiene el amor en cada sujeto más
que experimentando la repetición en la transferencia. Para uno, amar
quiere decir tratar al ser amado con una radical falta de miras, puesto
que su amor autoriza a todo. Para otro, querrá decir que tiene tantas
miras con su objeto, que no puede más que dejarlo esperando en su
pedestal, puesto que su amor no autoriza nada. Finalmente, para otro, es
aquel que ama el que tiene que sostener todo el peso del deseo. En- la
clínica psicoanalítica los lenguajes, las significaciones, el componente
semántico en general, nada está tranquilo. Hay combate, batalla, pasión.
Una lengua siempre acaba por querer dominar a otra, como lo ha seña­
lado J.-A. Miller, impidiendo así la posible traducción, y la circulación del
sujeto entre las diversas significaciones.
Se podría soñar con un inconsciente que ya no fuese pasión y com­
bate, un inconsciente apaciguado, en el que subsistiría para cada uno, no
una lengua única, perfecta, sino una lengua transformada de manera tal

128
que el sujeto pudiera estar copresente a todos los aspectos de la lengua
y todos los valores de las huellas de experiencias de placer que ésta tiene
para él. Esto sería de hecho una especie de exterioridad del sujeto con su
inconsciente mismo. Nunca, efectivamente, la unidad será completa, y
siempre el sujeto se asegurará de la incompletud. La experiencia clínica
del psicoanálisis es la de un límite de la traducción posible. Es así para
cada sujeto, y es así para los sujetos que se hallan en las mismas clases
de síntomas. Un sujeto obsesivo no comprende las obsesiones de otro, y
la religión privada de cada uno no permite comprender la religión del
otro, como lo demuestran las guerras de religión. De la misma manera,
entre sujetos histéricos, no hay un sentido común del cuerpo del cual
hacen la experiencia.

La Nominación y sus exclusiones

Una y múltiple, Europa no es la única. E pluribus unum es la divisa


de los EE.UU. Ellos añaden una función de traducción necesaria que
remedia los efectos disolventes del atomismo democrático, como lo ha
señalado muy bien Tocqueville, es el in god we trust. Freud sobre eso,
ironiza, hablando de un aspecto de la divinidad (mammón) en el que
sobresalía la convertibilidad del dólar. Los EE.UU., sin embargo, difieren
profundamente de Europa en que no conocen el plurilingüismo, sino otro
modo de pluralidad, el multiculturalismo. País de inmigrantes, no cono­
cen la modalidad de la angustia propiamente europea que consiste en
enloquecer por la unidad perdida, inasible.
Cada ciudadano americano, arrancado, de hecho o de derecho, de
una tierra de origen, el retorno angustiante de la parte perdida se efectúa
bajo la máscara de lo extraterrestre (Alien, Independence Day, epide­
mias, objetos voladores no identificados) o aquella del interés por la pre­
historia de antes de la historia (Jurassic Park).
Europa procede de otro modo, siempre ha sabido excluir, algunas
veces en los momentos más unitarios de su historia, otras veces en las
crisis de identidad. La historia de la cristiandad es inseparable de la ince­
sante búsqueda del chivo expiatorio amenazador del orden divino. En sus
estudios sobre el milenarismo, N.Cohn ha sabido dar a conocer el mesianis-

129
mo hacia los pobres y los medios urbanos donde los franciscanos reclu­
taban. B. Geremek ha mostrado cómo la exclusión de la Edad Media y
de tiempos modernos de marginados, privados de domicilio y de trabajo,
pudo lanzar sobre las rutas de Europa a grupos de vagabundos y mendi­
gos que se transformaban tranquilamente en ladrones y criminales.
M.Foucault, finalmente, ha hecho de su obra una vasta encuesta sobre el
reverso del orden de las razones y sobre la lógica de la exclusión.
Hay que distinguir este modo de exclusión de la división del régi­
men de la creencia tan particular de Europa. La falla en la interpretación
del texto religioso, preparada sin duda por la ruptura entre el papa y el
emperador, y los cismas prestos a aparecer en caso de debilidad de la
institución papal, conduce en Europa a las guerras de religión. El fenó­
meno no es espontáneo si se lo compara con el ejemplo del Japón, que
sin embargo conoce la yuxtaposición de religiones antinómicas, como el
budismo y el shintoísmo. Se puede sostener que la falla en el saber así
producida preparó el siglo del genio, la introducción de la ciencia en el
mundo, y después el siglo de las luces.16
J.-A. Miller ha puesto de relieve cómo solamente la duda hiperbólica
cartesiana iba a poder calmar, por la certeza producida, la angustia abierta
por este corte. Las Luces, finalmente, iban a poder extender el método
más allá de los límites políticos que el cartesianismo se había asignado.
Las divisiones, por lo tanto, son fecundas, y es un lugar común de la
historia. El mostrar cómo sus horribles guerras engendran lo nuevo.
En la exclusión, se trata de otra cosa distinta de la división
amigo-enemigo, que puede a continuación recubrirla. Se trata de un modo
específico de creación del Otro que no tiene nombre, régimen diferente
de aquel que oponía en la antigüedad al bárbaro y al civilizado; lo univer­
sal cristiano no es sin duda ajeno, como Freud lo señaló en su Malestar...
El gran Michelet ha sido sensible a esto. Inicia de manera llamativa para
un lector moderno su Historia de Francia en el siglo dieciséis: «El Turco,
el Judío, el terror y el odio, la espera de las armadas otomanas que avan­
zan por Europa, el diluvio de los judíos que, desde España y Portugal
inunda Italia, Alemania y el Norte, ésta es la primera preocupación del
siglo dieciséis... Pasiones violentas de odio y de fanatismo... Con qué
audacia, los librepensadores, los amigos de la humanidad conseguirán

130
abrir las tentativas de la diplomacia para crear la alianza de los turcos y
los cristianos, la de los humanistas para rehabilitar a los judíos a pesar de
un furiosísimo perjuicio popular, son éstas las cosas tan osadas que se
atrevieron a soñar, incluso. Se hicieron improvisadamente, por azar o por
necesidad».17
Europa ha inventado esta cosa inaudita que fue la expulsión de los
judíos de España. Fueron los humanistas los que jugaron un papel decisi­
vo para cambiar el estatuto de los judíos reencontrando el hebreo como
lengua santa. Pero los trabajos de M. Olender18 han mostrado cómo el
núcleo de exclusión y sus mitos fundadores sin cesar se reforman. En el
siglo diecinueve se perfila un cambio de mitos. Ya no es el de la primacía
de una lengua lo que está enjuego, sino el de la primacía de una cultura
o de una raza. El fantasma de la civilización y de las lenguas de origen
ario va a alzarse contra el uso de la civilización y la lengua hebrea. Del
mismo modo que Europa no es el único espacio de civilización plural,
tampoco es el único en conocer el racismo y la masacre. Sin embargo,
su relación con la exclusión ha instaurado en la historia una modalidad
jamás vista en otros sitios, que ha conocido en el siglo veinte los desarro­
llos que se conocen, y si no evocamos aquí de forma más desarrollada la
Shoah, es por pudor y rechazo ante lo impensable. Desde este punto de
vista, la exclusión es aquello que define la tentación de Europa en su
punto más justo. Cuando en este espacio, el deseo de traducción se des­
hace, surge entonces en esta Europa un horror que le es propio, y que en
el mismo movimiento la identifica y la deshace.

Una Europa antisegregación

Desde el punto de vista del psicoanálisis, los discursos sobre lo uni­


versal y lo unificador son sospechosos de colocarse bajo la rúbrica de la
ilusión, del ideal, de la máscara bajo la cual se produce lo peor. Es esto,
me parece, lo que nos lleva a pensar que Europa debe permanecer in­
completa, inacabada, el mayor tiempo posible. Será así lo que debe ser,
no idealmente, sino pragmáticamente: el lugar de la traducción y la en­
carnación, más aún que el libro de Mallarmé, por el hecho de que las
lenguas son imperfectas por ser plurales.

131
Los proeuropeos se irritan con frecuencia de las extrañas rarezas
de la situación político-económica francesa, agrupadas bajo la rúbrica de
la excepción francesa. Quizá lo mejor que puede aportar Francia a Eu­
ropa es esta contribución al debate. Se trataría de no encerrarse en el
debate entre la Europa de las naciones o la Europa de los mercados, sino
de querer una Europa de las excepciones. Es una forma de concebir una
Europa antisegregación. Contra la inercia, la tendencia al rechazo, el
psicoanálisis puede ayudar, por su disciplina antiideal, a la invención en el
seno del debate democrático de nuevas ficciones jurídicas de las que
tenemos necesidad. Tenemos todavía más necesidad, ya que nos mez­
clamos y nos mezclaremos cada vez más. Para desbaratar las trampas
de lo universal y su corolario, el rechazo, nuevas y auténticas leyes serán
siempre más necesarias. En la época de la mundialización del derecho,
según la expresión de N. Lenoir, es una empresa difícil. El psicoanálisis
puede contribuir con otras. Lo hará.^í

1. Reescritura de una conferencia dada en Madrid, por invitación del Instituto Cultural
Francés, en colaboración con la Sección Madrileña de la Escuela Europea de Psicoanálisis,
en el marco del coloquio «La Europa inacabada». Versión corregida de la traducción de
Isabel Roselló publicada en P lie g o s n° 7.
2. N a b u c c o data de 1842,
3. Se puede consultar la obra de G . Kobbé Toda la ó p e ra , texto revisado por Harewood,
Robert Laffont, 1980, col. Boucins.
4. Si creemos en sus publicaciones recientes, J. Derrida y G. Vattimo juzgan peligrosa
para nuestra juventud perdida el encontrarse sin ninguna referencia religiosa.
5. Freud, S., E l p o r v e n ir d e un a ilu s ió n ( \9 2 1 ) , en O C , Bs. As., Amorrortu, 1990, t. XXI.
6. Ib íd .
7. Tomo aquí el título de una obra de G. Steiner.
8. Colin, R., L ’é n ig m e in d o -e u ro p é e n n e , a r c h é o lo g ie e t la n g a g e , p. 337.
9. Ib id .
10. Greary, P., Before France and Germany, T h e C ré a tio n a n d T ra n sfo rm a tio n o f th e
M e ro v in g ia n w o rld , Oxford University Press, 1998.
11. Pomian, K., “L’Europe et les Nations”, en M é m o ires d ’E u rope, 1453-1789. Antología
de literaturas europeas, Ch. Biet y J.-P. Brighelli (comp.), Paris, Gallimard, 1993, p. 26.
12. Cf. el libro clásico de E. R. Curtius, L a lite ra tu ra e u ro p e a y la E d a d M e d ia la tin a ,
Bonn, 1947. Véase también la introducción de M é m o ir e s d ’E u r o p e , op. cit., n° 10.

• 132•
13. Le Goff, J., L a v ie ille E u r o p e e t la n ô tre , Paris, Seuil. 1994, p. 42.
14. Eco, U., L a b ú sq u e d a d e la len gu a p e r f e c ta en la c u ltu ra e u ro p e a , Seuil, 1994.
15. Ib id ., p. 380.
16. Citado por Eco, Ib id .
17. Cf. J.-A. Miller, L ’A u tre q u i n ’e x iste p a s e t s e s c o m ités d ’éth iq u e, 1997-1998, inédito.
También los bellos estudios de F. Venturini: “Es suficiente con pensar en el problema de
los primeros orígenes de las luces en Europa. ¡Cuántas veces se ha repetido que esas ideas
nacieron de la lasitud, encuadradas por las excesivamente largas guerras de religión, el asco
y la separación vis-à-vis del mundo de la Contrarreforma! No es la lasitud de las guerras
de religión, sino la voluntad de tolerancia lo que cuento para la historia”, E u r o p e d e s
L u m ières, R e c h e rc h e s su r le X V III siè c le , Paris, Mouton, 1971, p. 5.
18. Michelet, J., H is to ir e d e F ra n c e au se iziè m e siè c le , Paris, Lemerre, 1887, cap, 1.
19. Olender, M., L e s la n g u es du P a r a d is , Paris, Seuil, 1989.

133
¿Mental?

Nada es más preciado que la salud mental. Conocemos la anécdota


que relata Freud en su obra El chiste y su relación con lo inconsciente
de un pobre judío de Viena, Hirsh, que toma el tren para Karlsbad y sus
aguas termales. Está en el tren y no tiene boleto. El guarda lo intercepta
y le pide que baje del tren. Lo hace y vuelve a subir enseguida a otro
vagón. Lo agarran, el guarda le pega y lo echa del tren. Sin embargo
vuelve a subir, el guarda lo muele a golpes, etc. Así continua durante un
cierto número de estaciones. Al cabo de algunas paradas agitadas, por el
mismo episodio, se cruza con uno de sus amigos de Viena que había
logrado no ser descubierto por el guarda y que le pregunta: “Pero ¿qué
haces aquí?, y Hirsh responde: “Voy a Karlsbad a tomar baños termales,
¡si mi salud me lo permite!”
La salud mental, es un poco eso. Es permanecer en el tren si nuestra
salud mental nos lo permite. La relación entre Hirsh y el guarda nos
señala algo profundo: que indiscutiblemente la salud mental existe, pero
tiene poco que ver con lo mental, y muy poco con la salud. Tiene relación
con el Otro, y con el silencio. La salud mental es lo que asegura el silencio
del Otro, así como la salud es el silencio de los órganos. Jacques-Alain
Miller situaba esto diciendo que la salud mental es ante todo una cuestión
de orden público. El Witz freudiano señala esta relación al otro del con­
trol, decisivo en todas las cuestiones de salud, mucho antes que nos
agotemos en querer controlar los presupuestos. Pero también es necesario
tener en cuenta esto: en lo que concierne a la salud, el orden público está
desplazado por el nuevo estatuto del amo. El nuevo amo está preocupado
por las mediciones. Cada vez más los nuevos políticos se centran en la
publicación de cifras, índices y sondeos, considerando el resto como
retórica y pequeñas frases. Es un uso de las matemáticas sociales muy
diferente al de las Luces, donde Condorcet veía a la ciencia matemática
esclarecer los impasses del proceso electoral.
El amo antiguo no estaba en absoluto preocupado por las cifras; él
enunciaba el orden del mundo. Si una mina de sal producía más de lo que
habían establecido los mandarines, urgentemente se la cerraba por el

135
bien del Imperio. Asimismo, el amo del Antiguo régimen no se preocupaba
por los sujetos y su salud, sólo se preocupaba por la suya, la del reino
venía por añadidura. Es con las Luces, luego con los Derechos del Hombre,
que se introduce la preocupación por la salud, y la salud mental. A partir
de ese momento el saber considera la organización social, la crítica y la
cifra. Desde entonces no deja de trastornar al amo. El saber hace surgir
posibilidades -posibilidades de vida y de sobrevida- de las cuales nadie
sabe la utilidad. ¿Es bueno, es malo? Los comités de ética intentan
apreciar, evaluar, dividir estos efectos en tonos compatibles no sólo con
el amo, sino con la vida. Es necesario seguir detalladamente el embarazo
de las definiciones con las que el amo intenta utilizar la ciencia y sus
procedimientos para ceñir lo que es deber de Estado en la salud, es decir
para legitim ar su descom prom iso. El Estado contem poráneo,
profundamente endeudado, propone una nueva definición del horizonte
democrático prometido al ciudadano. Ya no se trata más de asegurar la
felicidad ni el bienestar social (Welfare), es necesario ahora limitarse a
lo que tiene un efecto científicamente demostrado. En lo que concierne a
la felicidad no es mucho. Sin embargo, el amo quiere estar justificado al
limitarse a lo que está de este modo reducido, y privatizar el resto.
El psicoanálisis, tolerado entre las dos guerras mundiales en el
concierto de las técnicas terapéuticas, fue requerido después de la guerra
por los ideales de prevención. Un informe célebre redactado para la
Organización Mundial de la Salud por el psiquiatra y psicoanalista
heterodoxo John Bowlby iba a hacer aceptar que una de las causas
esenciales de las enfermedades mentales estaba enlazada a la falta de
cuidados maternales del niño. El representante del psicoanálisis había
encontrado la clave: era la madre. Esta fue transformada en aliada de
peso en el dispositivo general del Estado. Toda la posguerra está marcada
por la creación en los Estados industrializados, de instancias de cuidados
maternales: centros de orientación infantil en Inglaterra, CMPP en Francia;
en los Estados Unidos centros de consulta (Clinics) en el ámbito de los
Estados, incluso de las Municipalidades, sin alcanzar el nivel federal. El
género literario de los “Consejos a las madres” fue considerablemente
renovado por los psicoanalistas que, desde Winnicott a Betelheim pasando
por Anna Freud y los alumnos de Melanie Klein, escribieron guías prácticas

136
para ser usadas por las madres salteándose a la autoridad pediátrica.
Es claro que la Madre, como la piensa el Estado, está en peligro. La
OMS ya no cree que la causa esencial de las enfermedades mentales
sean los malos cuidados maternales. No se ve, por otra parte, como esta
perspectiva no culpabilizaría a las madres, y si se las culpabiliza, es
necesario aliviar esta falta con ayuda. El sostén de las madres cuesta
muy caro. Ahora no se trata ya de ayudar, sino de promulgar una Carta
Internacional de los Derechos del Niño, y de confiar luego a la justicia la
inquietud de intervenir cuando los cuidados maternales son distorsionados.
No se habla más de niños mal cuidados por su madre, se evoca el maltrato
de los niños y se los confía a instituciones cuya definición es más
asistencial que científica, lo que autoriza a emplear antes un personal
educativo que un personal altamente calificado, y por consecuencia
oneroso.
En el mismo movimiento es necesario inscribir las nuevas
consideraciones jurídicas sobre el padre. Uno ve aparecer una suerte de
Comité de defensa de una especie en vías de extinción: el padre. Uno
recuerda todo el bien que él le hace al niño. Los técnicos de la procreación
artificial devolverían con urgencia un “Derecho al padre” que pondría al
abrigo de las psicosis y otros problemas que tocan a la enfermedad men­
tal. No es seguro que pueda existir un derecho al padre, ni tampoco un
derecho al amor. Sin duda las ficciones jurídicas que constituyen el sistema
de parentesco de las sociedades complejas juegan su papel, pero la
incidencia en el inconsciente del sujeto de la cuestión del padre no se
agota con la consideración de su estatuto jurídico. Freud situaba muy
bien en El malestar en la cultura el alcance de la nostalgia por el padre
-Vatersehnsucht. Sean cuales fueren las medidas de derecho que se
tomen, no habrá jamás bastante padre -siempre pediremos más. Una
cosa es detener el desmantelamiento de los derechos paternos y las
paradojas que esto eventualmente provoca, y otra cosa es el incurable
llamado a lo que vendría a asegurar la consistencia del sistema como tal.
Con este derecho al padre sólo encontramos un monoteísmo jurídico
laico.
El mejor aliado del psicoanálisis es sin duda el psicoanálisis mismo,
en su efectividad. Lacan distinguía respecto a esto el psicoanálisis puro y

137•
el psicoanálisis aplicado. Contrariamente a una costumbre según la cual
la aplicación del psicoanálisis apuntaba a un desciframiento de las
producciones de la cultura en el marco edípico y pulsional, se trataba
para él de aplicarlo en el campo de la medicina: “terapéutica y clínica
médica”. Se espera de nosotros -decía- la crítica de nuestros resultados,
la puesta a prueba de nuestras categorías y el examen de nuestros
proyectos terapéuticos. Nosotros retomamos estos tres registros,
explícitamente propuestos por Jacques Lacan en 1964 como los de la
“Sección de psicoanálisis aplicado” de su Escuela.
De este modo proponemos examinar la inserción actual del
psicoanálisis en todo el campo producido por la re-engeenering de la
distribución de los cuidados psiquiátricos. La transmisión y la transferencia
de los cuidados o la recepción en “lugares de vida” fuera del hospital
crean toda una zona donde el psicoanálisis puede hacer escuchar
proposiciones positivas.
El psicoanálisis no es “para todos”, no tiene su lugar en todos lados,
pero en todos lados puede recordar que el sujeto surge de la palabra -ser
hablante, ser hablado, hablante ser. A través de los años y las culturas,
las estructuras clínicas y las lenguas, evalúa la potencia de la palabra,
propone una alternativa al peso angustiante del determinismo científico
que no es la esperanza de un milagro. Sitúa el campo de lo necesario,
mantiene el lugar de lo contingente*.^

* Eric Laurent tuvo a su cargo la edición de los cinco primeros números de la revista
publicada por la Escuela
M en ta l. R e v u e d e p s y c h a n a ly s e a p p liq u é e e t d e sa n té m en ta le ,
Europea de Psicoanálisis, y en tal carácter escribió las respectivas notas editoriales que
aquí se publican. Esta corresponde al n° 1, de junio de 1995. Versión corregida de la
traducción de María Inés Negri. (N. del E.)

138
La institución, la regla y lo particular

Se puede tener en materia institucional, en el campo de la salud


mental, la psiquiatría y la medicina, una doctrina de la prudencia. No
querer saber demasiado qué es, admitir su existencia como un hecho,
profesarle una desconfianza en este campo o en el campo social en
general, la del sabio de todos los tiempos. El psicoanálisis puede alentar
esto en la medida en que desconfía de las identificaciones. Se esperaría
de este modo la indiferencia.
Freud apuntaba a otra cosa. Estableció bien pronto una doctrina de
las instituciones sociales como tales. Precisando los trabajos de la
sociología francesa y especialmente las consideraciones de Tarde sobre
las masas, muestra los estragos del proceso de idealización que fundan
la autoridad del líder. El papel del partido bolchevique en la revolución
rusa le parece confirmar lo que él anunciaba en su Tótem y tabú. De­
duce de ello una fórmula impactante: lo que empezó por el padre terminó
con las masas. El capítulo sobre la identificación de El yo y el ello y El
malestar en la cultura, anunciaron el papel que pronto iba a jugar el
partido único en las sociedades europeas.
La indiferencia freudiana sólo vale en materia filantrópica; Freud
siempre desconfió de esta práctica, justificada por el ideal. La
desconfianza freudiana respecto al mandamiento cristiano formulado por
Pablo de amar al prójimo como a sí mismo, no lo lleva, por el contrario, a
querer liberar al hombre de la ley.
En un primer sentido, podemos decir que Freud da testimonio allí
una de una desconfianza propia de la tradición judía para con los desbordes
del amor que señalan a los que resisten a su extensión universal como
objetos particulares de una masacre. En otro sentido, podemos decir que
el cientificismo mismo del maestro de Viena lo protege de la tentación de
unlversalizar y lo lleva a sostener que es más bien la ley la que puede
venir a romper la sujeción al ideal.
Para ello es necesario establecer los lazos profundos que anudan
ciencia y ley. Jacques Lacan, en La ética del psicoanálisis, sigue a A.
Kojéve en el punto de admitir que es el corte del monoteísmo y de la ley

139
lo que da lugar a la ciencia; acentúa aún más que Kojéve la fuente
propiamente judía de la ciencia. Sigámoslo y podremos entender que la
ley no conduce al ideal sino a lo real. Olvidémoslo y seremos conducidos
a una variante del amor universal tan perniciosa en sus efectos como su
primera versión: el ideal científico. Sería necesario que nos gustara
constituir conjuntos siempre más vastos de casos que valdrían sólo en
que todos responden a la regla que los constituye en su aplicación.
Es un ideal terrible donde pueden confluir el ideal del resultado
científico y la utilización política para establecer un mundo en el que la
razón justificaría que las reglas sean verdaderos dogmas. Una tradición
escéptica y científica, desde Hume, nos enseña a desconfiar de este
encadenamiento. La escuela de la razón debe separarnos del asentimiento
espontáneo que damos a las reglas. Es lo que la lectura de Wittgenstein
por S. Kripke supo hacer escuchar a nuestros oídos contemporáneos.
La introducción de la paradoja escéptica de Kripke en el psicoanálisis
por Jacques-Alain Miller en su curso del año 1993-1994, titulado “Done”,
nos despertó a esta distinción entre la aplicación de la regla y el acto de
fe que se necesita franquear en cada etapa.
Es en esta desconfianza que debe estar interesado aquél que trabaja
en la zona de actividades designadas con el término general de
“instituciones”, en el campo de la psiquiatría, la salud mental y la medicina.
En la sociología contemporánea, los trabajos de Pierre Bourdieu son los
que más han contribuido al abordaje del campo de las instituciones como
campo electivo de aplicación de una regla que sería desconocida por los
agentes sociales.
¿Qué es entonces un procedimiento y su aplicación? Hay muchas
maneras de orientarse. En principio es lo que se debe seguir, lo que nos
da una agenda, pero es además lo que debe permitirnos resolver
situaciones nuevas, los disfuncionamientos, incluso las crisis que socorren
las diversas instituciones. La regla no es independiente de una práctica
regular de la misma. No está en el cielo de las reglas y la práctica por
otro lado. Esto quiere decir además: no hay regla sin infracción a las
reglas; o aún, no hay regla sin una práctica viviente de la interpretación
de las reglas.
Las instituciones no difieren del común de los mortales que sólo

140'
hacen subsistir una sociedad infringiendo sus reglas. Por otra parte
¿sabemos qué nos hace seguir una regla? Lacan, en la época en que ya
no ponía más el acento en la palabra verdadera sino en los mandamientos
de la palabra, subrayaba la relación de la regla y su aplicación como
bordes uno de otro; la regla y la transacción con la regla se anudan de
manera necesaria. Que no sepamos nada de qué nos hace seguir la
regla, en última instancia puede ser llevado al límite por el moralista bajo
la paradójica forma famosa: “los vicios privados hacen la virtud pública”.
Lacan cita a propósito de esto La fábula de las abejas de Bernard de
Mandeville, quien, como su nombre no indica, es inglés y escribía en el
siglo XVIII para recordar algunas observaciones del gran moralista en la
línea de Montaigne: “Las leyes y el gobierno son a las corporaciones
políticas de las sociedades civiles lo que al cuerpo natural de las criaturas
animadas son el espíritu vital y la vida misma... Lo que hace de este
hombre un animal social no es su deseo de compañía, su bondad natural,
su piedad, su afabilidad y otras gracias de apariencia bella, sino más bien
sus caracteres más viles y odiosos, las perfecciones más necesarias para
equiparlo para las sociedades más vastas, y como va el mundo las más
felices y más florecientes”.
Otras maneja de ser sensible al anudamiento de la regla y la práctica
puede ser aquella en la que Wittgenstein critica la idea del lenguaje como
cálculo, la suposición que “aquél que enuncia una frase y la piensa o la
com prende, efectúa esto haciendo un cálculo según reglas
determinadas...La utilización de una palabra puede ser reglada sin por
eso estar limitada en todas partes por reglas”. Esto vale para el uso del
lenguaje, pero la crítica de Wittgenstein toca además una concepción
mecánicamente inductiva de lo que es un cálculo. Qué lleva, en cada
etapa de aplicación de la regla, a la certidumbre de haberla llevado a
cabo, es enigmático. Sean cuales fueren las reglas, no nos otorgan lo
que, entre líneas, nos lleva a querer aplicarlas y por ello a darles
consistencia. La hipótesis del psicoanálisis aborda no sólo las relaciones
de la identificación y la regla social, sino también el que, entre líneas, la
regla satisface la pulsión. Esta hipótesis tiene por nombre la teoría del
Superyó. ¿No reencontramos en ella una doctrina de la desconfianza
frente a toda regla? La enseñanza de Jacques Lacan quiso romper esta

141
deducción errónea. Opone la falsa universalidad de la regla a lo que es
ley para cada uno, es decir, lo particular de la falla.
De esta manera, para luchar contra el imperio del Superyó y la
falsa ideología de la causalidad, queremos instituciones en el campo de la
salud mental y de la medicina que den lugar a la particularidad y que
desconfíen de ser tomados en masa por identificación. Los diferentes
artículos reunidos en este número de Mental abordan esta cuestión de
diferentes maneras. Una primera parte sitúa cómo la orientación del
psicoanálisis se opone a las teorías institucionales derivadas o inspiradas
en una conformidad a la regla. En eso discutimos a Bruno Bettelheim y
su concepción totalitaria de la institución. La hipótesis freudiana del
inconsciente implica que la particularidad no se alcanza solamente
respetando los derechos de la persona, lo que es una cuestión previa
necesaria, sino dejando hablar al sujeto; en principio es necesario no
hablarle o sujetarlo a la regla, aunque sea la mejor.
Para ir contra la agregación institucional, es necesario querer dar
su lugar a la palabra del sujeto, ya sea en la entrevista clínica, en el
diálogo constante con el enfermero o el educador, o aun en el pequeño
grupo. Incluso es necesario saber lo que se oye en la palabra, tanto más
cuando el sujeto tratado de ese modo no habla de entrada, sea un niño
psicòtico o autista, un adulto en crisis, un toxicómano en el límite. A
partir del inicio de la palabra, de la defensa originaria que deja lugar a un
primer desplazamiento, descubrimos, en una segunda serie de artículos,
caso por caso, la paciente constitución de la cadena inconsciente, entre
lo que vuelve siempre al mismo lugar y el sujeto que responde. Nadie, sin
embargo, idealiza este esfuerzo y cada uno sabe que el pasaje al acto es
también una manera de fijar el sentido que desfallece. La orientación en
el campo abierto entre silencio y pasaje al acto sólo es posible, sin em­
bargo, siguiendo el hilo de la cadeña. Hacen falta instituciones particulares
para, de este modo, dar lugar al inconsciente. Por más que en el campo
de las instituciones especializadas pueda ser mal soportado, ya que se
prefiere reducir la palabra al mensaje sin hacer el rodeo por el código
particular que da acceso al descifrado.
Más allá del campo de las instituciones psiquiátricas, en el extenso
campo de la práctica médica, se interroga de otra manera al sujeto y sus

142
particularidades. Una tercera parte reagrupa investigaciones qu< I"
testimonian. El sujeto se sitúa por su cuerpo, sus límites, sus perteneiu ias,
lo que puede perder y a lo que debe responder. El sujeto del derecho y e I
sujeto del inconsciente mantienen curiosas proximidades. En este mismo
campo, entre las demandas formuladas con más vaguedad que se dirigen
al médico clínico, lo que el médico y el sujeto deprimido ganan, si saben
orientarse a partir del inconsciente, justifica que se interesen en ello.
Finalmente, la nueva institucionalización de la necesidad de cuidados allí
donde el horizonte de la cura ya no está, en una práctica llamada
extrañamente “cuidados paliativos”, obliga a reconocer la necesidad de
apaciguar las angustias del sujeto así determinado.
Querer instituciones particulares no es querer un dominio reservado
más, una nueva segregación, es querer que en cada espacio constituido
por las nuevas determinaciones institucionales estemos dispuestos a
orientarnos, en las cuestiones referentes al sufrimiento psíquico, por la
existencia de la cadena inconsciente, marca de la falla propia de cada
uno, y no por la identificación común*.es

* Publicado como editorial en la revista M en ta l n° 2, marzo de 1996. Versión corregida de


la traducción de María Inés Negri. (N. del E.)

143
4

¿ Qué quieren los que nos miden ?


• • •

¡Medida en todas las cosas! La expresión cambia de sentido. La


ética de la medida es griega, especialmente aristotélica, y significaba la
necesidad de estar en el justo medio entre dos polos extremos. De ahora
en más significa que la única ética posible es medir para comparar entre
los efectos esperados de una acción y los progresos efectivamente
realizados. Sólo lo que se desprende de la medición valdrá para establecer
la legitimidad de la investigación. En este marco neo-utilitarista, el único
bien auténticamente reconocido sería la mejor relación calidad-precio.1
Hay pues sujetos que se colocan en la posición subjetiva de
“medidor”, figura que se cubre gustosamente con la postura del pionero
en busca de ese dominio aún no medido, que enuncia verdades duras de
aceptar pero saludables, desilusionando regiones enteras del saber, pues
ése es su deber.
Desde el siglo del genio, nos desilusionamos, y qué podríamos decir
al respecto. Los esfuerzos para denunciar las posiciones espiritualistas
no faltaron y las Luces no esperaron a nuestras ciencias humanas para
quitarle a las perspectivas religiosas sus privilegios. Las matemáticas
sociales de Condorcet, el proyecto panóptico de Bentham, las reglas del
pensamiento de John S. Mili son todos proyectos para cifrar, evaluar,
definir el modo de existencia de aquello que se considera el espíritu. El
proyecto cientificista de reducir las leyes del espíritu a las de la materia
encuentra un nuevo impulso a fines del siglo XIX, con la perspectiva de
reflexión abierta por H. Helmholtz, y luego por Ernst Mach. El proyecto
freudiano bajo su declaración de “proyecto de psicología científica” es
una ventaja magnífica.
No llamamos aquí “medidor” a aquél que se inscribe en esta tradición
ni a aquél que examinan el efecto civilizador de la medida en eso que
parece lo más íntimo de la subjetividad: la exploración de lo íntimo del
cuerpo o la evaluación del dolor moral. La filosofía de las técnicas
médicas, la de la seguridad o la reflexión sobre el establecimiento del
pretium doloris nos muestra que la medida, por su cifrado simbólico, o
más, por la constitución de lo medido como imagen, constituye una serie

144
de “equivalentes”. François Dagognet pudo considerar de este modo
que “la imagen numérica, si bien a menudo criticada por los pensadores,
asume este rol de equivalente, al mismo tiempo que funda la vida civil”.2
No se trata aquí de esta voluntad de constituir una metáfora fecunda,
que funde la posibilidad de acuerdo entre dos sujetos, por la nominación
de la cosa. Se trata de otra sospecha que pesa sobre el proyecto de la
psicología.
La psicología universitaria se estableció como disciplina experimental
siguiendo variantes que dependían de las tradiciones filosóficas de
diferentes países. Desde el conductismo hasta Piaget las posibilidades
son numerosas, también los departamentos de la Universidad. Sin em­
bargo, queda un sentimiento, que Georges Canguilhem iba a formular en
19.563bajo una forma irresistible, el deslizamiento siempre posible entre
la Sorbona y la Prefectura de Policía. La psicología como pseudociencia
serviría sobre todo, a través de sus diversas evaluaciones, para asegurar
la selección y la orientación de cada uno, ejerciendo una función de con­
trol social inseparable del manejo de las masas que trae aparejado el
proyecto de racionalización de la vida cotidiana de las sociedades indus­
triales.
Desde los años cincuenta, la psicología se dio aires más respetables;
una serie de disciplinas, centradas en torno al proyecto de Chomsky de
exploración del lenguaje como órgano, la enriquecieron. Las modifica­
ciones sucesivas han integrado la buena y vieja psicología conductista en
el cuerpo de las neurociencias, cuyo proyecto actual no retrocede ante la
intención de “naturalizar la intencionalidad”.4 La psicología no es más
psicología del aprendizaje, se transformó en psicología cognitiva. Sin
embargo, la sospecha continúa. Una serie de contratiempos intelectuales
no desarmaron a todos aquellos que, con Canguilhem, desconfiaban de
la manía de la evaluación psicológica aplicada sin método crítico. Con
sus evaluaciones de lo viviente y su furor clasificatorio, la psicología
tiende a caer en generalizaciones que son explotadas por todos aquellos
que anhelan segregaciones nuevas, cuando no son explotadas,
directamente, por diversos proyectos racistas.
Cuando Binet estableció el cociente intelectual, trataba de
desmaterializar la medición de la inteligencia inscripta hasta en el tamaño

145
de los cráneos. En el après-coup de la instrucción obligatoria y de las
nuevas segregaciones que implica, se trataba para él de ayudar, de
intervenir, de luchar contra la evidencia de “que en una clase donde hay
primeros debe haber también últimos; que es un fenómeno natural, inevi­
table, del cual un maestro no debe preocuparse, como la existencia de
ricos y pobres en una sociedad”.5 Como nota S. J. Gould en su libro
acerca de la utilización de los tests de inteligencia en los Estados Unidos,
“los niños que señalaba el test de Binet debían ser ayudados, no etiquetados
de manera indeleble. Binet hizo sugerencias pedagógicas, de las cuales
se realizaron un gran número”. Gould elogia mucho los esfuerzos de
Binet y la localización de su “ortopedia mental”. Foucault habría sido
mucho más crítico con este conjunto de evaluaciones que definen
perfectamente una de las nuevas disciplinas de los dispositivos de vigilancia
moderna6: “hace falta darles lecciones de atención, de voluntad, de
disciplina; antes de los ejercicios de gramática, hace falta flexibilizarlos
con ejercicios de ortopedia mental, en una palabra, hace falta enseñarles
a aprender”.' Por otra parte, este texto da a entender lo que hay siempre
de inquietante en la voluntad de enseñar a aprender. Pero finalmente,
Binet desconfiaba de las encarnaciones de la magnitud evaluada por su
test. Sobre todo se trataba de aumentarla en los desfavorecidos. Binet
era un filántropo. Sin embargo, lo que debía llegar llega. A partir de que
fue transladado a los Estados Unidos, el test iba a cosificarse y servir
para apuntalar las tesis de las corrientes que finalmente disponían de una
evaluación objetiva de la desigualdad de las razas. La historia tragicómica
de la distorsión de las intenciones de Binet por un cierto número de autores,
Goddard, Terman y Yerkes es contada en La mala medida del hombre.
Goddard se percata en principio de la inteligencia al modo de un gen
mendeliano, luego Terman generaliza el test y la evaluación de un cociente
intelectual innato, para suministrar, después de los tests efectuados por
Yerkes a escala de la Armada, los elementos más racistas en el debate
sobre las restricciones necesarias a la inmigración y lo bien fundadas de
las cuotas en ocasión de la firma del Restriction Act (1924) por Calvin
Coolidge.
S. J. Gould cita en su obra, entre un florilegio de declaraciones de
los protagonistas del asunto, las de Henry Fairfield Osbom, administrador

146
de la Universidad de Columbia y presidente del Museo de Historia Natu­
ral, que datan de ese momento y permanecen congeladas: “Pienso que
estos tests valen lo que costó la guerra, incluso en vidas humanas, si
permitieron a nuestro pueblo hacerse una idea exacta de la inteligencia
que se encuentra en este país y de los grados de inteligencia de las
diferentes razas que llegan, de una manera que nadie puede tachar de
parcialidad (...) hemos aprendido de este modo que el Negro no es como
nosotros. En cuanto a las numerosas razas y subrazas de Europa, hemos
descubierto que algunas entre ellas de las cuales habíamos creído poseían
una inteligencia quizás superior a la nuestra (incluso los judíos) eran muy
inferiores” . Lo más sorprendente en la lectura de esta historia espantosa
es que en el momento en que Gould la publica, las tesis con las cuales
desarma la fabricación y el semblante de cientificismo volvían a encontrar
esplendor a partir de la sociobiología de E. O. Wilson, versión del sueño
segregacionista sostenido por una psicología darwiniana , y encuentran
en 1979 un entusiasta partidario en el psicólogo conservador A. Jensen.
Quince años después del libro de Gould estalla el escándalo más
importante, en ocasión de la publicación de The Bell Curve por el
mismo editor. Se trataba entonces de atacar las leyes sobre la affirma-
tive action y los proyectos para la educación especial concebidos por la
administración Clinton. Las tesis publicadas recuperaban el acento de
los partidarios de las cuotas de acuerdo a bases “científicas” de los años
veinte. Una de las novedades consistía en poner a los asiáticos en la
cúspide de la inteligencia, lo que estaba lejos de ser el caso en los años
veinte. Muchos otros puntos son tocados en este libro del cual basta
decir que no habría aliviado a Canguilhem de sus prevenciones frente a
las consecuencias de la medición psicológica.
Este recuerdo es necesario porque se trata ahora de situarnos en
las actuales veleidades de diversas corrientes psicológicas universitarias
que quieren medir ya no la inteligencia de los psicoanalistas sino al menos
la eficacia de la práctica analítica y logran financiar sus proyectos en
nombre del bien público y de la evaluación a la cual cada uno debe
someterse. El psicoanálisis no se exceptúa de la suerte común y en el
mundo anglosajón se mide su eficacia de muchas maneras desde los
años cincuenta, y está el reproche devastador hecho por el psicólogo

147<
inglés Eysenck de que es totalmente ineficaz. Como respuesta al gusto
por las demostraciones técnicas, un cierto número de psicoanalistas
hicieron una evaluación de la muestra de pacientes, seleccionados con
más o menos precauciones estadísticas según el financiamiento obtenido,
tratados con terapias de inspiración psicoanalítica más o menos estrictas
o adaptadas. Señalemos que la constitución de estas muestras presenta
de entrada un problema: las condiciones normales del psicoanálisis son
que aquél que viene a a pedir un psicoanálisis no se considera reducible
a un síntoma de orden médico. Se establece así la eficacia de las terapias
psicoanalíticas, pero esto no alcanza frente al pedido de cifras. Tal
profesor de la Universidad considera que si el psicoanálisis es eficaz,
nada puede justificar su duración; tal otro que lo que se evalúa no es otra
cosa que la eficacia del terapeuta y su propio efecto más allá de toda
teoría; tal otro finalmente subraya que es imposible predecir una
evaluación de la eficacia considerando solamente la definición de síntoma.
El problema se desplaza entonces hacia la voluntad de definir las
condiciones de una buena relación terapéutica más allá de la
sintomatología. El Penn Psychotherapy Project con L. Luborsky se
centra en la definición de un conflicto central individualizado, más allá
del síntoma generalizado. En Inglaterra, D. Malan intenta elucidar la
eficacia diferencial de las terapias de inspiración analítica breves o largas
y establecer por qué algunas pueden beneficiar y otras no. En Alemania
Káchele intenta establecer un modo de evaluación del cambio psíquico,
evaluable a partir de transcripciones de entrevistas recogidas en un banco
de datos. En Francia el interés por la investigación clínica planificada en
psicoterapias moviliza el Inserm que publica sobre el tema un amplio
informe en 1992. Los abordajes son, vemos, ricos, diversos y
concordantes. Sin embargo algunos universitarios se sienten insatisfechos.
Si conceden eficacia a las psicoterapias de inspiración psicoanalítica,
nada justifica la duración de un análisis, ni la construcción teórica que
pretende realizar.
El asunto puede durar. Sobre todo es inquietante por lo que quieren
estos investigadores. Lejos de inquietarse cuando no encuentra
interesante el psicoanálisis com parándolo con otra perspectiva
estrechamente técnica, tal autor se alegra. Se equivoca. Semejante alegría,

148
mala, tiene tanto valor como la que se alegrara en no encontrar interés
alguno en la lectura de Spinoza. Peor para él. Algunos investigadores
tienen la misma vergüenza que los que en nombre de una ciencia incierta
están decididos a sostener los prejuicios racistas más virulentos y más
odiosos en un debate mantenido con las formas de la cortesía universitaria.
Las declaraciones sobre la impecable “ausencia de parcialidad” hacen
pensar bastante en las declaraciones de Osborn citadas antes. El
psicoanálisis preocupa porque no se reduce a una técnica psicológica
como las demás. Las terapias no se plantean en general preguntas sobre
su lugar en la civilización. Ellas están decididas a reducir la cuestión de
su existencia a su eficacia evaluada y asegurar la honestidad de sus
servidores, ligados por una deontología más o menos deducida de la
deontología médica. El psicoanálisis los preocupa porque en su centro
reside una teoría de la civilización, de esta civilización técnica que quiere
evaluar todo. El psicoanálisis no se reduce a una técnica y no deja a
nadie la preocupación de pensar sus efectos sobre lo más complejo de lo
que desplaza de los discursos establecidos sobre lo sexual. No es
asombroso que se pueda querer la desaparición del psicoanálisis.
Simplemente nos recuerda que el psicoanalista ocupa en nuestra
civilización el lugar que en otra época ocupaba el médico, aquella que
hacía que cuando se era cristiano, se lo elegía judío o musulmán, para
poder matarlo en caso de necesidad. El médico moderno puede creerse
al abrigo de semejante transferencia negativa, ya que ganó una indiscutible
autoridad científica. Los juicios por mala praxis muestran, por su
frecuencia y su distribución, que la sociedad de derecho no ignora el
problema, lo desplaza.
Así, la evaluación de la eficacia del psicoanálisis en la perspectiva
trazada por la enseñanza de Lacan está a contrapelo de estas voluntades
reductoras. Se trata de evaluar los resultados obtenidos en los psicoanálisis
de aquellos seleccionados no a partir de una perspectiva sintomática sino
de una declaración: la de haber terminado sus análisis. No los evaluamos
a partir de un cuestionario rígido y es más bien el sujeto mismo que
evalúa su propio análisis, y lo que de él aprendió, ante una comisión
heterogénea com puesta por analistas en formación y analistas
experimentados. No buscamos la cuantificación de los efectos, sino la

149
serie, la gradación, la mutación. No se trata de rechazar el orden de la
medida en nombre de una subjetividad que se mostraría rebelde a ella.
Se trata de poner la evaluación en su justo lugar en la ética. La serie de
los efectos sólo tiene sentido si el sujeto en su análisis descubrió lo que
para él tiene valor de inconmensurable. Este dispositivo de evaluación
que se llama el pase funciona en las cinco Escuelas de orientación
Lacaniana reconocidas por la Asociación Mundial de Psicoanálisis
(AMP). Los resultados obtenidos son publicados cada dos años. A la
pregunta de cuál es la eficacia del psicoanálisis, Lacan responde: producir
psicoanalistas. A la pregunta de saber qué es, reenvía al debate racional
que se instala a partir de una certidumbre establecida en común por
aquellos que se quieren hacer responsables del devenir de la pregunta al
escuchar el relato del psicoanálisis de un sujeto.
De este modo, el nudo entre “terapéutica, experimentación y
responsabilidad” que Georges Canguilhem podía considerar exigible,
no llega a romperse y el psicoanalista debe llegar a hacerse responsable
del resultado de la experiencia misma*.es

1. Se leerá en este número de M e n ta l [n° 3] la contribución de Patrik Eche sobre el Estado


actual y la significación de las prácticas de evaluación.
2. François Dagognet, R é fle x io n s su r la m esu re , Enere Marine, París, 1993, p. 23.
3. G.Canguilhem, “Q u 'e s t-c e q u e la p s y c h o lo g ie ! ”, publicado en el N° de enero-marzo
1958 de la R e v u e d e M é ta p h y siq u e e t d e M o r a le , retomada en sus É tu d e s d ’h isto ire e t d e I
p h ilo s o p h ie d e s sc ie n c e s, Paris, Vrin, 1968.
4. Ver el libro de E. Pacherie que lleva este nombre así como la crítica de Christian
Delacampagne del libro de Pascal Engel, P h ilo so p h ie e t p s y c h o lo g ie , Gallimard, 1996, en
L e m o n d e d e s p o c h e s , 8 de junio de 1996.
5. A.Binet, L e s id é e s m o d e rn e s su r le s en fan ts, (1909), Flammarion, 1973, pp.16-17.
Citado en Stephen Jay Gould, L a m a l-m e su re d e l ’h o m m e, Editions Ramsay, 1983,
p.167.
6. M.Foucault, S u r v e ille r e t p u n ir , Paris, Gallimard, 1975.
7. A. Binet y Th. Simon, “L e d é v e lo p p e m e n t d e l ’in te llig e n c e c h e z le s en fa n ts” (1908),
L ’a n n é e p s y c h o lo g iq u e , citado en Gould, op. c it., p. 168.
8. S. J. Gould, op. c it., p. 256.

150
9. E.O. Wilson, L ’hu m a in e n atu re: e s s a i d e s o c io b io lo g ie (1975), traducido al francés en
1979 en Stock.
10. A. R. Jensen, B ia s in M e n ta l T esting, New York, Free Press, 1979. Sobre el lugar del
darwinismo social en los Estados Unidos y sus diversas variantes, es necesario leer la
obra del historiador Richard Hofstadter: S o c ia l D a r w in ism en A m e r ic a n Though t.
11. R. J. Herrnstein & C. Murray, The B e ll C u rve: In te llig e n c e a n d C la s s S tru ctu re in
A m e r ic a n L ife, Free Press, 1994.
12. Las críticas más severas han sido publicadas en el N e w York Tim es, la N e w York
R e v ie w o fB o o k s , y el T im es L ite r a r y S u p p lém en t.
13. Se podrá consultar también la obra colectiva de D. Widlocher y A. Braconnier,
P sych a n a lyse e t P sych o th éra p ies, Flammarion 1996, especialmente el artículo “E valu ation
d e s p s y c h o té r a p ie s ” de E. Rappard pp. 245-255.
14. El artículo de Michaël Tumheim en este número de M e n ta l es destacable. Analiza allí
de manera crítica la posición de K. Grawe. Ver también el artículo de François Sauvagnat.
15. Es el título de una conferencia pronunciada en 1959 y retomada en sus É tu d e s
d ’h isto ire e t d e p h ilo s o p h ie d e s sc ie n c e s.
* Publicado como editorial en la revista M e n ta l
n° 3, de enero de 1997. Version corregida
de la traducción de María Inés Negri. (N. del E.)

151
De la evaluación de la culpabilidad a su desenlace

La verdad siempre ejerce una extrema seducción. Reconozcámos­


lo, es en nombre suyo que partimos a la búsqueda de un sistema para
demostrar que somos eficaces, tan eficaces como los demás y en conse­
cuencia tan dignos de ser queridos como ellos.
Lo que podemos olvidar, por amor a la verdad, es que nos encontra­
mos de esta manera sumergidos en la búsqueda inquieta por justificar
nuestra existencia, en una época en que el ideal se reduce a un ideal de
funcionamiento. Cada uno debe funcionar en el nivel más eficaz posible.
La frase de Wittgenstein “meaning is use” [el sentido es el uso], no
implica solamente una doctrina del vaciamiento de sentido; deja en el
lugar del Ideal sólo el uso y el funcionamiento.
En ningún lugar es más perceptible que sólo se trata de un ideal que
en el campo donde el psicoanálisis está parcialmente incluido, el campo
de la salud mental, donde los límites de la eficacia se tocan de muchas
maneras. El equilibrio conquistado entre las diversas formas de abordaje
a lo real en juego en este campo -el tratamiento farmacológico, el trata­
miento social, el tratamiento psicoterapéutico-, se reduce cada vez más
por razones económicas al tratamiento a través de medicamentos, dado
que en el horizonte sólo ellos pueden prescindir de toda presencia huma­
na. El mejoramiento de la productividad, acá como allá, pasa por la com­
presión de los salarios y el ideal de distribución a través de supermerca­
dos con diagnósticos automáticos autoadministrados.
El futuro tecnológico tiene la ventaja de mantener las esperanzas a
la altura de las esperanzas de la religión, que es la única que puede
prometer lo que quiere, pero después de 35 años de reorganizaciones
sucesivas y de distribución de medicamentos a todos los niveles del sis­
tema, reina una gran insatisfacción. El consumidor queda insatisfecho, la
única ventaja concreta es que nadie sabe a ciencia cierta cuál queja es
legítima. Nuestro amor a la verdad no puede conmoverse ante el choque
de estas verdades que se enfrentan, la de los médicos, los enfermos, los
ciudadanos con buena salud, los médicos privados, los médicos de hospi­
tal, los enfermos leves, los enfermos graves, los psicoterapeutas, los

152
socioterapeutas; cada uno se queja de soportar los costos de la reorgani­
zación. De modo que es necesario convocar un Comité de ética para
ordenar el debate y reintroducir esta industria de servicios en la proble­
mática de los Derechos del Hombre. El derecho universal es el derecho
a suscribir un seguro. El resto es distribución social de la culpabilidad. La
apuesta es saber quién va a poder quejarse legítimamente de lo que
continúa cojeando en el campo de la salud mental.
El psicoanálisis contribuyó mucho a esclarecer el debate de la épo­
ca en torno a la culpabilidad. Puede dar también pruebas de su eficacia,
y de la eficacia de la transferencia. Debe también denunciar el uso del
ideal de funcionamiento en la política de distribución social de la culpabi­
lidad. La política en muchos niveles parece reducirse a una lucha para
no permitir que otros pidan una declaración de arrepentimiento. La insu­
ficiencia del tratamiento que de la falta hacen el sistema judicial y la
atribución penal provoca una ola de declaraciones de arrepentimiento.
Es un síntoma mundial, muchos observadores no han dejado de señalar­
lo.
La Iglesia Católica no es la única en echar esta mirada de contri­
ción sobre el pasado de este siglo que termina. Sucesivamente lo han
hecho la sociedad francesa con Vichy, la suiza con las ambigüedades de
su neutralidad durante la guerra, los Estados Unidos con la esclavitud
que tuvo que padecer la comunidad afro-americana, luego Africa, gra­
cias a su extraordinaria Comisión verdad y reconciliación, donde los crí­
menes tanto de unos como de otros han sido puestos al descubierto en un
verdadero happening de amonestaciones y perdón colectivo, e incluso
Israel, donde el dirigente de la oposición laborista Ehud Barak pidió per­
dón a los sefardíes por las humillaciones que han sufrido en los años 50.
A esta lista podemos agregar las excusas presentadas a los judíos de
España con motivo de su expulsión por el Rey.
Esta política social de distribución de la culpabilidad puede ser apre­
ciada de manera diversa. Puede inquietar que ocupe el lugar de la políti­
ca como tal. Se puede constatar que ella es el síntoma del tratamiento
jurídico creciente de nuestra cultura de los Derechos del Hombre y por
consecuencia del proceso, según el modelo americano. Esta justicia, como
lo ha mostrado bien Robert Badinter, no puede hacer todo para tratar la

153
atribución social de la falta. Los síntomas proliferaron junto a ella, y es la
razón por la cual desea la creación de instancias de mediación laicas. El
llamado al perdón parece triunfar.
Desde nuestro punto de vista, se trata de una nostalgia; nostalgia y
llamado al padre para que venga a reconocer a los justos. La Iglesia en
este sentido no se equivoca. Esta nostalgia ocupa el lugar de una falta en
los efectos que podemos esperar de la palabra. Puede tomar el valor de
una decepción: no se muere de vergüenza.
Jamás debemos olvidar plantear algunas preguntas ante las deman­
das de evaluación de la eficacia, que perfectamente se pueden respon­
der con razones. Ni olvidar preguntar por qué la vergüenza de la eficacia
es tan fácilmente borrada*, .eí
2 d e d ic ie m b r e d e 1 997

1. Ver el Seminario de Jacques-Alain Miller y Eric Laurent “El Otro que no existe y sus
comités de ética”, 1996/1997
2. En principio el artículo de Henry Porter en The G u a rd ia n , o el de Nicholas Eberstad en
el N e w R e p u b lic , después la excelente editorial de Alexandre Adler en L e C o u r rie r
In te rn a tio n a l N° 367,13/19 de noviembre de 1997, cuyas conclusiones no comparto.
3. Lista establecida por Alexandre Adler en L e C o u r rie r In te rn a tio n a l, op. cit.
4. Leer E l S e m in a rio 1 7 d e Jacques Lacan, E l r e v e r s o d e l p sic o a n á lis is , especialmente las
lecciones del mes de mayo y junio de 1969.
* Publicado como editorial de la revista M e n ta l n° 4. Versión corregida de la traducción de
María Inés Negri. (N. del E.)

154
Los caminos que conducen al psicoanálisis

Hasta hace poco, los caminos que conducían al psicoanálisis


provenían del recorrido de un largo camino. Encontrábamos maestros
que indicaban la dirección a seguir, fueran médicos, universitarios,
profesores, o intelectuales en el sentido más amplio del término. En el
trayecto el sujeto los reconocía en ocasión de un pedido que no era el de
un psicoanálisis. Los reconocía porque sufría y entonces se dirigía a la
investidura social médica. Los encontraba porque estaba en busca de un
saber en la universidad. Los encontraba, al menos en Francia, en ocasión
del año de estudios de filosofía, que aún se preserva, y que abre las
mentes al umbral de la elección de su carrera.
El sistema de investiduras sociales y de distribución de las autoridades
ha sido profundamente modificado en el curso de los últimos treinta años.
La primera en conmoverse fue la comunidad de la gente de letras, seguida
de cerca por los universitarios. Se dieron cuenta de que los procesos de
reconocimiento de talentos, de difusión de la notoriedad, de constitución
de la autoridad, eran duramente modificados por los medios de
comunicación de masas. El reconocimiento por el comité de lectores de
un gran editor, los premios literarios, la cátedra de una universidad
prestigiosa, comenzaron a contar menos que la emisión literaria a un
gran auditorio a través de las cadenas de televisión abierta.
Por ^upuesto, nunca hubo procesos simples de constitución de la
investidura social. Pudimos estudiar ya sea bajo la forma de ensayos, ya
sea bajo la forma sociológica de alcance cuantitativo, estos diferentes
recorridos en el curso de la historia. La universidad tenía, desde el siglo
doce, sus procedimientos más o menos establecidos. La corte tenía los
suyos. En una los doctores, en la otra los poetas. Existió la contra­
universidad de los humanistas, comunidad enteramente aparte, tan
internacional como la otra. Luego hubo en la Corte una diferenciación.
Existió no solamente el gusto del cortesano, sino también el de la mujer
inteligente. La diferencia de los sexos vino con el Renacimiento a marcar
el proceso de manera distinta en Italia que en Francia. La época clásica
nos iba a dar Las preciosas, que estaban muy lejos de ser ridiculas. El

155
siglo dieciocho iba a darnos los Salones. En la época en que la Universidad
había alcanzado un prestigio profundo, la República de la gente de letras
dominaba la escena. Esencialmente se establecía una reputación, en esta
red de correspondencia, en relación con los Salones. Pensemos, después
de la carrera de Voltaire, en la de Condorcet.
Las rotativas de la imprenta moderna iban a cambiar estos procesos,
pero nuevas relaciones se instauran entre los diarios y los salones. Es
sobre este fondo que es necesario entender la declaración de Stendhal
sobre su gusto por la conversión con una bella dama en un salón,
precisamente. La otra alternativa, para pasar la velada, era hacerla con
una banda de amigos y rivales, críticos de los diarios. A fines de siglo,
Proust describirá los caminos de la opinión donde periodismo y salones
se asocian de manera completamente diferente. El salón Verdurin y los
de Faubourg completaron el Bel-Ami de Maupassant en nuestra búsqueda
por saber cómo se establecen los renombres.
En estos equilibrios inestables que se hacen y deshacen entre los
diferentes centros de homologación, algo de la diferencia de los sexos
insiste siempre. Los ámbitos monosexuados y los ámbitos mixtos no tienen
los mismos gustos, ni admiten las mismas autoridades. Los historiadores
de la vida privada nos han hecho conocer procesos de homologación del
gusto y de las lecturas que muestran bien esos delicados equilibrios.
El discurso y la homologación de los prestigios rivalizan a través de
la historia de las instituciones (abadías, universidades, salones, cafés) y
la de las técnicas (prédica, imprenta, diarios). Los dos sexos no tienen
los mismos gustos ni los mismos héroes. La incidencia del sexo en las
dos grandes neurosis no fue descuidada; digamos que siempre los grados
obsesivos rivalizaron con el carisma y la epidemia histérica que engendra
detrás de él.
El medio moderno que más sacudió las viejas investiduras sociales
es sin duda la televisión, que es la única que puede industrializar su relación
con la opinión, midiéndola en un tiempo casi real. El ensamblaje de la
opinión con su difusión, en un espejo fantástico, está perfectamente
logrado. La opinión goza al reflejarse en él y la medida del goce de la
mirada está sin duda en este corto-circuito por el cual la opinión se ve en
este espejo muy bella. En el pasaje, la televisión neutralizó el discurso.

156
Como dicen los especialistas, la televisión es un medio neutro. La radio,
por el contrario, es un medio duro, donde las posiciones más extremas se
hacen escuchar, sostenidas por una voz que ruge. La sinergia de los
medios y de la opinión deshizo los sabios equilibrios que las autoridades
tradicionales y los nuevos expertos habían puesto a punto para la difusión
autorizada del discurso de la ciencia. Numerosos mediólogos describieron
el proceso que se llevó a cabo a partir de mediados de los años sesenta.
Este proceso de separación de la indicación de las autoridades y de las
investiduras sociales se extendió a numerosas instituciones o facultades
más conservadoras, hasta ese momento respetadas.
¿Cuáles son las consecuencias de esta situación en los caminos
que conducen al psicoanálisis? Es raro que los medios de comunicación
se interesen en el psicoanálisis, en sus producciones teóricas, en sus
resultados prácticos. Si lo hacen, es con un abordaje irónico (“ya
sabemos”), catastrófico (“se debería quemar a Freud”), otorgándole los
rasgos del objeto malo (“van a decir que somos culpables”). Los medios
de comunicación tienen un lazo orgánico con la esperanza y la mística
pulsional de lo nuevo. El imperativo de novedad sólo está asegurado por
la función de descubrimiento del discurso de la ciencia. Esta es la razón,
podemos decir, de que los medios de comunicación estén de acuerdo en
difundir el discurso de la ciencia, según caminos que subvierten las
autorizaciones tradicionales o expertas, mediante las virtudes propias del
carisma mediático, que no se sabe cómo se fabrica.
Las incidencias que esto tiene para el psicoanálisis son complejas.
En un primer sentido, ya no se lo señala como el recurso renovador del
sufrimiento subjetivo (“en principio, Prozac a todos”). En un segundo
sentido, los efectos de la difusión del discurso de la ciencia por los medios
de comunicación vuelven a difundir no la razón, sino una epidemia histérica
(¿esto responderá verdaderamente a mi insatisfacción?). Lo muestra
bien el irreductible factor carismàtico: los medios industrializan la histeria,
la instalan como discurso en la laicidad con tanta fuerza como las religiones
habían instalado la mística. No señalado por nadie, el psicoanálisis debe
entonces señalarse él mismo como el destinatario de las epidemias
histéricas de nuestro tiempo. Debe saber también reconocer, bajo el
aparente rechazo del discurso de la ciencia, la angustia producida por su

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acción sobre el sujeto. Cuando ya no contamos con las antiguas señales
luminosas, el psicoanálisis debe saber que en todas partes se lo indica
como el que ha de tomar a su cargo la conducción de la histeria, que está
más instalada que la universidad en esto que es el estado actual de nuestra
cultura*.-gf
2 6 d e ju n io d e 1 9 9 8

CENTRO CE DDCU^NTAOÓH

* Publicado como editorial en la revista M e n ta l n° 5. Versión corregida de la traducción de


María Inés Negri. (N. del E.)

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Indice

La extensión del síntoma hoy / 5


Pluralización actual de las clínicas y orientación hacia el síntoma /15
Posición del psicoanalista en el campo de la salud mental / 33
Usos actuales posibles e imposibles del psicoanálisis / 45
Nuevas normas de distribución de la asistencia y su evaluación desde el
punto de vista del psicoanálisis / 61
El psicoanalista, el ámbito de las instituciones de salud mental y sus re­
glas / 79
Estado, sociedad, psicoanálisis / 93
El analista ciudadano /113
Psicoanálisis y lingüística: Europa, traducción y exclusión. La fuerza de
una ilusión /123
¿Mental? /1 3 3
I .a institución, la regla y lo particular /137
¿Qué quieren los que nos miden? 1 143
De la evaluación de la culpabilidad a su desenlace /151
1x)s caminos que conducen al psicoanálisis /155

159

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