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CIENCIA PURA Y APLICADA

Ciencia Pura y Aplicada (1)


por el Académico de número y Secretario perpetuo

Excmo. Sr. D. Juan Zaragüeta y Bengoechea

Un tema de relevante interés es el de la relación de la Ciencia pur~


con la Ciencia aplicada, que trataré en la Sección VI del Congreso
Luso-Espafiol de la Asociación para el progreso de las Ciencias a celebrar-
se en Oporto durante el mes de junio del presente año, la cual lo adop-
tó como objeto de su coloquio. Voy a exponer sucintamente los puntos
de vista que habré de desarrollar en dicha ocasión.

La Ciencia pura, como todos sabemos, es una ciencia que no maneja


más que conceptos ideales, ideas puras, ideas abstraídas de la realidad,
que no tienen ningún compromiso con la realidad existente, más que
el de tener en ella su punto de partida: sirve a ellas de punto de par-
tida la realidad; pero ellas, como tales, no se refieren para nada a la rea-
lidad. De eso está llena la Ciencia: la verdadera Ciencia, la auténtica
Ciencia es una Ciencia pura; pura quiere decir desgajada de todo con-
tacto con la realidad. Así, por ejemplo, las Matemáticas, la Aritmética
-la primera rama de las Matemáticas-, se ocupa de los números, y
cuando dice que siete y siete son catorce, no va uno a preguntar
dónde está el primer siete y donde está el segundo para que hagan ca-
torce; eso no puede ser en el ámbito de la Ciencia pura; pero si se
dice siete vasos y siete copas, o siete vajillas, eso sí; ya es la aplicación

(1) Extracto de su disertación, en Junta del 29 de mayo de 1962.

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a la realidad. El Algebra es todavía más abstracta que la Aritmética: la
Aritmétíca todavía maneja números que los mismos matemáticos si-
guen llamando concretos; pero el Algebra maneja letras, símbolos de
los números, todavía más quintaesenciados, dígámoslo así, que los nú-
meros propiamente dichos; es una Ciencia pura: maneja puramente
ideas. Lo mismo pasa con las Ciencias Naturales, que arrancan de la
Naturaleza, en cierto sentido, pero una vez que se han constituido en
Ciencias, están por encima de la Naturaleza; las leyes que formulan
no son leyes verdaderas aquí o allí, hoy o mañana, sino leyes universal-
mente valederas, por lo mismo que se refieren a las esencias de las co-
sas naturales. Es posible que alambicando un poco habría que descu-
brir, en el orden de las Ciencias Naturales, un coeficiente de referencia
a la realidad más hondo que en las Ciencias Matemáticas;' de todas ma-
neras, la Física, la Química, la Biología misma, manejan conceptos re-
lativamente ideales, incluso la Psicología y hasta la Sociología: hay una
Psicología pura y una Sociología pura. Todas ellas vienen a dejar de
ser puras, en cuanto se refieren a la realidad. La misma Biología, en
su parte descriptiva de las especies vegetales, especies animales, etc., se
refiere a una realidad histórica. Pero mientras no descendamos a este
nivel y nos mantengamos en el de la Ciencia general, la Biología ge-
neral, la Psicología general, la Sociología general son Ciencias puras.
Ahora bien, la Ciencia aplicada, se entiende aplicada a la realidad,
sencillamente. A esta palabra aplicaáón le falta ese remoquete de la
realidad, y entonces la Ciencia constituye unas disciplinas que ya
no son estrictamente científicas, como son la Historia y la Cosmogra-
fía, que registran hechos ocurridos en el espacio (la Cosmografía)
y hechos ocurridos en el tiempo (la Historia). Claro que son cien-
cias desde el punto de vista de la Metodología, porque para llegar a des-
cubrir tales hechos hace falta una metodología científica muy depurada;
pero, por su contenido, tales disciplinas no son de Ciencia pura. Son
Ciencias que registran la existencia de una realidad, y nada más. Lo
mismo pudiéramos decir de unas Ciencias que se propusieran descubrir
las posibilidades. La posibilidad es algo que no está ni dentro de la
realidad n; dentro del ideal; es algo que no afirma la existencia de un
hecho, sino la eventualidad de que tal hecho se realice en determinadas
condiciones. Esas condiciones son las que se toman de la idealidad, del
concepto ideal de la Ciencia en cuestión.
La realidad contrasta con el ideal por muchos conceptos.
En primer lugar, la idea es única; la realidad es múltiple; la idea
de triángulo es una idea única, abstracta y universal; los triángulos, las

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cosas que tienen forma triangular en el mundo, son innumerables; lo
mismo pasa con las leyes físicas; por ejemplo, la ley de la gravedad es
una ley que se aplica a toda realidad material; mientras que la gravedad
de una manzana o de una piedra que está cayendo es una realidad
aplicada a un modo de ser especial de la materia. Multiplicidad, por
tanto, por parte de la realidad; unicidad por parte de las ideas puras.
Nuevo contraste: la realidad a que se aplica la Ciencia es una realidad
limitada, un hombre es un sér que tiene cuerpo y que tiene alma, pero
no está decidido en ninguna parte que el cuerpo del hombre haya de
tener tal o cual dimensión en su estatura o que su vida vaya a durar
tantos años. En la realidad, sí; los hombres tienen una estatura, no digo
para cada individuo, pero sí una estatura oscilante entre un máximo
y un mínimo para toda la Humanidad. Lo mismo digo de la duración
de la vida.
Luego, la variedad. La realidad presenta tipos de ideal variado. Se
dice: el hombre, y está muy bien dicho; pero el hombre tiene un carác-
ter, tiene un temperamento, y con los temperamentos y los caracteres
se constituyen las razas humanas, los individuos humanos; éstas ya son
formas de realidad humana.
Por tanto, la realidad registra el ámbito de las ideas de una manera
sui generis, señalada por la pluralidad, por la limitación y por la va-
riedad.
¿ Cuáles son los juicios propios de la realidad? La realidad se de-
fine, como toda verdad humana, en forma de juicios. El primer juicio
que formamos sobre una realidad es un juicio que podríamos llamar de
constatación. Esta palabra no es demasiado española, no sé si está regis-
trada por el Diccionario, creo que no; en francés existe constater ; en
España tenemos hacer constar. El hacer constar no es precisamente cons-
tatar, es hacer presente, es hacer valer ante otros la existencia de una
cosa: pero al constatar está uno sólo, no dice nada a nadie y se hace
cargo de que existe una realidad. Luego la realidad se nos da en primer
lugar, en forma presente; presente en el espacio y en el tiempo, o ausen-
te en aquél y presente en éste, o ausente en el caso de éste, por
tratarse cie un hecho pasado o futuro. La Historia, toda ella, está
hecha de juicios reales y realistas sobre el pasado. El presente cabe
también dentro de la Historia; pero, en general, el historiador. se
preocupa de lo que ha sucedido antes de que él se haya puesto
a escribir la Historia, ya sea en la época llamada histórica de 13.
Humanidad, ya en la época prehistórica, que se pierde ya en la noche
de los tiempos; Paleontología, Arqueología, etc. Todo eso se refiere al

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pasado. El futuro: el futuro, naturalmente, nos tienta mucho; tanto como
el pasado o más, pero del futuro sabemos poco; podemos afirmar pocas
cosas; siempre nospreocupam05 de él; nos preocupamos no sólo del
tiempo que está haciendo, sino del tiempo que va a hacer, con vistas a
una excursión que teníamos planeada o al interés agrícola que pueda
tener el tiempo en cuestión. Como ejemplo de una ausencia en el espacio,
citaremos el de una persona que sale de viaje" deja a su familia en su
casa, coge un tren, automóvil, el avión, se va por ahí y se acuerda de
su familia y hasta supone que su familia se está acordando de él; su
familia está ausente de él, pero está realmente presente, realmente exis-
tente, y así afirma la existencia de las personas que él ha dejado atrás.
En una palabra, el ámbito de lo real es enorme, como se ve. Pero a esto
se añade no sólo las cosas que suceden o habrán sucedido en el pasado
o habrán de suceder en el futuro, sino también las que sucederían. Fi-
jémonos bien en la importancia que tiene el condicional. Es una pena
que en la llamada conjugación española no exista este tiempo como una
forma especial, como un mod~ especial: se mete allá, en el imperfecto
de subjuntivo, desfigurado, confundido con otros sentidos. El modo con-
dicional debíaeer un modo aparte: "lo que sucedería", "lo que habria
sucedido", "lo que habría de suceder", si se pusieran tales o cuales con-
diciones.

II

Como se ve, el ámbito de la realidad de la Ciencia pura, aplicada a


la realidad, es inmenso. El problema está en saber cuáles son los méto-
dos con los cuales se ha ,de abordar la realidad, sea presente, sea anterior
a nosotros, sea posterior a nosotros, sea condicional. A este efecto, he
de recordar que los antiguos registraban, sobre todo, tres métodos fun-
damentales: la metodología lógica, que figura en todos nuestros trata-
dos y registra el método de la intuición, y los métodos de la induccién
y deducción. En rigor, para registrar la existencia de una cosa real no
hay más que la intuición: ver las cosas. No digo con la vista corporal,
d~ los ojos, sino con todos los sentidos: ver las cosas materiales con los
cinco sentidos y ver también nuestra vida interior con nuestra reflexión;
la intuición de la vida interior es también una intuición. La intuición
de las vidas de los demás en la convivencia social también es una forma
de intuir, aunque menos estricta que la de sí mismo. Así, pues, el mé-
todo intuitivo no sirve más que para registrar los hechos reales. Pero
de la realidad se pasa al ideal. Para pasar de la realidad al ideal hay

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un método bien definido por los lógicos, que es la induccion; La induc-
ción tiene por objeto registrar un hecho real y pasar de él al orden
ideal. Algunos creen que la inducción es un método que únicamente pero
tenecea las Ciencias Naturales; esto es inexacto; las Matemáticas tienen
también su momento de inducción. Así, por ejemplo: si yo trazo entre
dos puntos una línea recta y una línea curva, yo tengo derecho a decir:
esta línea recta es más corta que esta línea curva, y nada más. Pero
inmediatamente prescindo yo de que sea ésta o la otra recta o curva y
digo: la línea recta es más corta que la línea curva. Entonces ya ahs-
traigo y convierto una proposición inicial de carácter real en una reali-
dad, en una cosa ideal. Los axiomas matemáticos, todos ellos, son induc-
dones matemáticas; lo que yo llamo en mi terminología inducciones in-
telectuales, puramente intelectuales. En cambio, las Ciencias Naturales se
apoyan también en la inducción, pero en una irulucción empírica, que
puede llegar a ser incluso experimental. Por ejemplo, Newton vio una
manzana que caía de un árbol e indujo de ello la gravedad como pro·
piedad universal ,de los cuerpos materiales. Este tránsito de lo real a 1;)
ideal es un paso de gigantes, desde luego, autorizado por la irulucción.
Claro que para esto tienen que adoptarse muchísimas precauciones. Hay
toda una metodología, muy complicada, de la inducción que yo no voy
a exponer aquí. Pues bien, la inducción, propiamente, es el salto del
orden real al orden ideal. Inmediatamente después, en los tratados co-
rrientes de Lógica y de Metodología, se registra la deducción. La deduc-
ción es la combinación entre dos proposiciones ideales que tengan un
término medio común, que se van hilvanando unas con otras estas pro-
posiciones y haciéndose, trazándose, lo que se llama un silogismo. El
silogismo es una figura lógica que tiene, para muchos, un mal sabor de
boca. Creen que es perder el tiempo, que es una cosa que no sirve para
nada; esto es una gran equivocación. Fijémonos bien que las Matemá·
ticas están todas ellas construidas, aparte de los axiomas iniciales, por
deducción. Así, no hay más que advertir lo que pasa en los libros de
Geometría, o en Algebra, o Aritmética. Con uno de ellos en la mano,
si se empieza por las últimas páginas, se verá que están llenos de teore-
mas, cada uno de los cuales se refiere a un teorema anterior, con un
término medio común. No están escritos en forma silogística; poco im-
porta: de hecho, toda demostración matemática es un sistema de silogis-
mas, y lar. Ciencias llamadas deductivas se han construído a base de si-
logismos.
Los antiguos no admitían más que dos métodos, además de la intui-
-ción : el inductivo y el deductivo. Ahí metían todo: la inducción es el

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paso del orden real al orden ideal, y la deducción es la combinación de
las proposiciones ideales pensadas entre sí o su aplicación a la realidad.
De manera que, para los antiguos, los métodos silogísticos se podían
plantear y promover única y totalmente en el plano de lo ideal o refirién-
dose a una realidad a la cual se aplican. Voy a proponer un ejemplo.
Pongamos el caso de uno que discurra sobre el alma humana ideal y
traza un silogismo en estas condiciones: el alma humana es espiritual;
es así que todo lo espiritual es inmortal, luego el alma humana es in.
mortal. Es impecable el silogismo en cuestión. Hay muchos modos de
silogismo, muchas formas, etc., pero todos ellos tienen sus reglas, y mien-
tras esos silogismos obedezcan a esas reglas, son absolutamente indiscu-
tibles. Pero los antiguos no se contentaban con eso, sino que luego aplica-
ban las proposiciones del orden ideal al orden real y las aplicaban sin
discusión alguna, con tal que revistieran la forma silogística. Por ejem-
plo, decían: el hombre es mortal; Sócrates es hombre; luego Sócrates
es mortal. Premisa mayor, del orden ideal, el hombre, todo hombre; pre-
misa menor, un hecho del orden real, Sócrates, un hombre de carne y
hueso. Conclusión: aplicación de la premisa mayor ideal al orden real.
Esto lo hacían sin discusión ninguna y esto es lo que yo considero inco-
rrecto, insuficientemente tratado en los libros clásicos de Metodología
y de Lógica. En mis escritos personales he solido proponer que se añada
a los métodos inductivo y deductivo un método que yo llamo reductioo.
Así como el método inductivo consiste en pasar del orden real al orden
ideal, y el deductivo el combinar proposiciones a base de un término
medio común, en el orden puramente ideal, el reductivo consiste en volver
las proposiciones y juicios ideales al orden real; es la inversa de la in-
ducción. La inducción pasa del orden real al orden ideal y la reducción
pasa del orden ideal al orden real; la deducción se fija únicamente en
las combinaciones ideales o reales. Yo comparo en alguno de mis libros
este procedimiento al de la Aviación. Mientras un avión está en el campo
de aviación, en el aeropuerto, está dentro del orden real, formando un
sistema de cosas con los cuerpos que le rodean; luego viene el momento
en el cual el avión despega, se separa de la realidad terrestre, vuela por el
espacio infinito, digámoslo así ; el despegue es una inducción, es una
cosa paralela a lo que hacemos en la Ciencia cuando pasamos de lo real
a lo irreal. Una vez en la altura, el aviador se considera absolutamente
libre de movimientos, puede irse de un lado para otro, sin perjuicio dc
que alguna vez choque con alguien, si tiene esa mala fortuna; pero, en
lo demás, la libertad de movimientos es absoluta en dirección, en velo.
cidad y en todo. Pero llega el momento del aterrizaje y entonces tiene'

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que adoptar precauciones muy serias, parecidas a las que ha tenido que
adoptar en el momento del despegue. En realidad, los dos momentos
peligrosos de la Aviación son el despegue y el aterrizaje. Pero para los
idealistas del antiguo régimen, es decir, de las lógicas trazadas con una
confusión del método deductivo ideal con el aplicado al orden real, esto
no existe; la aplicación del método ideal al orden real se hace inconside-
radamente, automáticamente, matemáticamente. Yo encuentro que hay ne-
cesidad, para proceder a este aterrizaje de lo ideal en lo real, de adoptar
una serie de precauciones y que hay una serie de problemas peculiares
de la Ciencia aplicada que se añaden a los de la Ciencia pura.
En primer lugar, la aplicación de lo ideal a lo real se ha de hacer
a base de una condición sin la cual no se realiza esta aplicación, y que
cabe definir con una palabra: el contacto. Los seres idealizados, para poder
producir un efecto real, necesitan un contacto. Las causas o concausas
que producen ese efecto necesitan estar en contacto espacial y temporal,
coincidir en el mismo punto del espacio y en el mismo momento del
tiempo. Sin eso no se produce el hecho real. Claro está que esto hay que
entenderlo con cierta amplitud de concepto y de perspectivas, porque
actualmente el espacio y el tiempo están cada día más achicados. La';
distancias espaciales son salvadas a base, no sólo del teléfono y del te-
légrafo, sino también de las radiaciones y el radar, que ponen en contac-
to cosas que están aparentemente fuera de él, pero que realmente están
en él y no sólo un contacto en el espacio, sino en el tiempo, porque si
esa realización de concausas se da en momentos distintos, no surte efec-
to. Para que surta efecto un objeto ideal en la realidad se necesita que
ese objeto ideal se realice conjuntamente con otras causas, en el mismo
punto del espacio y en el mismo momento del tiempo. Nosotros, si que-
remos, por ejemplo, comunicarnos por teléfono, ya sabemos que hay
unas fuerzas misteriosas, ahí, que se llaman eléctricas, en virtud de las
cuales se puede realizar esa comunicación; quizá nosotros ignoremos
cuáles sean esas fuerzas y sus leyes correspondientes ideales, pero lo que
sí sabemos es que tenemos que realizar para lograr la comunicación;
aquí, en Madrid, por ejemplo, siete contactos dando vueltas a una rue-
decita. Ccn tales contactos la comunicación se hace efectiva, y así pasa
con todo. Primera condición, por tanto, de los juicios de orden real: el
contacto.
Segunda condición que hay que tener en cuenta, la pluralidad de
causas. Hay dos clases de pluralidad. Una pluralidad conjuntiva y una
pluralidad disyuntiva.
Pluralidad conjuntiva, en primer lugar. En general, las causas que

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producen un efecto real son múltiples; se unen entre sí, coinciden y produ-
cen resultantes muy variadas. Son, en todo momento, eso que llaman los
físicos casos de composición de fuerzas. La resultante de esta composi-
ción es de una variedad inmensa. Esa resultante puede modificarse en
dirección e intensidad y, más todavía, puede ser que las causas en
cuestión sean opuestas, estén en oposición unas con otras, en cuyo caso
se llamarán obstáculos; cada causa es un obstáculo para la causa anta-
.gónica; entonces se establece una lucha entre ellas, y en esta lucha re-
sulta que la causa más fuerte prepondera. Puede suceder que tales
obstáculos sean ocultos o latentes, pero su virtualidad antagónica se
dará igualmente. Por ejemplo, estamos debajo de tres lámparas; estas
lámparas, en virtud de la gravedad, tenderán a caer al suelo, pero no
tenemos de ello el menor cuidado, porque sabemos que esa fuerza de
gravedad- está neutralizada por las fuerzas de cohesión con los materia-
les de la techumbre de la habitación y que no caerán: composición de
fuerza conjuntiva esta vez. Luego vienen los efectos, que se dividen
también en permanentes y transitorios. Hay cosas que necesitan una
causa permanente para que se produzcan; por ejemplo, la luz. Se pro-
duce la luz y, mientras el foco luminoso está encendido, vemos; se apa-
ga el foco y no vemos nada. El calor tiene ya un cierto carácter de
permanencia. Se calienta un objeto y, mientras desaparece ese efecto de
calor, y, sin embargo, aquel objeto sigue caliente por algún tiempo. Pero
hay muchos efectos que no necesitan el contacto de su causa. Esta mesa
la ha hecho un ebanista, un carpintero; pero el carpintero se ha ido
por su lado y la mesa sigue en su sitio. Hay efectos permanentes de
causas transitorias y hay efectos que requieren causas permanentes para
que sigan subsistiendo. Si no se tiene esto en cuenta, la metodología de
la Ciencia aplicada está expuesta a mil confusiones.
Pluralidad disyuntiva. Nosotros estamos muy familiarizados con la
existencia de causas disyuntivas, de juicios disyuntivos, esto está muy
bien registrado en los libros de Lógica; lo que no se dice en los libros
de Lógica es que esto no se da más que en el orden ideal; en el orden
real no se da tal disyunción, no se da más que una cosa determinada,
que ha producido el efecto en cuestión. Hay disyuntividades puramente
genéricas; por ejemplo: Fulano de Tal se ha movido, ya se ve que su
cuerpo se ha movido. ¿Por qué se ha movido Fulano de Tal? Ha podi-
do moverse, en primer lugar, porque se ha caído; ha podido moverse
porque le han empujado; ha podido moverse porque se ha movido por
sí mismo, le ha dado un ataque o quiere alcanzar tal cosa. Cada una de
esas causas es una causa disyuntiva; es decir, que produce el mismo

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efecto disyuntivamente, una u otra, de una o de otra manera. Disyuntí-
vidad específica: se encuentra un médico a la cabecera de un en-
fermo, atisbándole, registrando una serie de síntomas; síntomas de
circulación, síntomas de respiración, síntomas de fiebre; pero él se dirá:
El caso es que éste tiene fiebre, y la fiebre es un síntoma común a muchas
enfermedades. Ahora bien, éste que tengo yo delante de mí es un enfermo
determinado y su enfermedad también es una enfermedad determinada.
De las muchas posibles enfermedades a que acompaña la fiebre, ¿ cuál
tendrá este individuo? ¿ Será una pulmonía, será una fiebre tifoidea? .,.
Para esto hay que eliminar todas las posibilidades de la causa de aquel
efecto para registrar sólo la única verdadera. Disyuntividad individual.
Pongamos el caso de un individuo que sufre un ataque de hidrofobia: le
ha mordido un perro rabioso, sí, pero, ¿qué perro le ha mordido? Hay
varios perros rabiosos en la vecindad ¿Cuál de ellos le ha mordido?
Si no determinamos el individuo en cuestión, no podremos resolver el
problema de la causa de aquel efecto real.
Luego tenemos la distribución de las cosas reales en el espacio y en
el tiempo; están distribuídas con una mayor o menor frecuencia; la
determinación de esta frecuencia es objeto de una disciplina importan-
tísima, que es la Estadística. La Estadística va en todo momento regis-
trando el número de entidades, de individuos, de hechos, de tal o cual
especie, que están dispersos en distintos puntos del espacio y en distintos
momentos del tiempo. Esto es de una importancia decisiva para las Cien-
cias de aplicación. Las Ciencias ideales no tienen por qué preocuparse
de estas cosas; los seres ideales no tienen estadística. Hay innumerables
posibilidades de realización de una idea y no pasemos de ahí. En la
realidad hay determinadas realidades de talo cual idea. Esas determi-
nadas realidades están en tal sitio del espacio y se dan en tal momento
del tiempo, y si yo no tengo esto en cuenta, mi previsión, por
ejemplo, de los acontecimientos futuros o incluso de los presentes, será
muy difícil, por no decir absolutamente imposible. Gracias a la Esta-
dística, no. Tal es, por ejemplo, el caso de la lluvia. La lluvia es un fenó-
meno que está sujeto a las leyes ideales, como todo en este mundo; que
los físicos y los meteorólogos conocen perfectamente, pero así y todo
no pueden predecir ni siquiera el tiempo que hará mañana por la maña-
na. Es una cosa lamentable, pero es así. ¿Por qué? Esto viene, en parte,
de la pluralidad de causas y concausas que contribuyen al efecto de
la lluvia, que pueden interferir entre sí, producir resultados negativos,
obstaculizarse unas a otras y, como no sabemos hasta dónde puede
llegar esa confusión, esa interferencia de componentes en esa composi-

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cron de fuerzas, no podemos deducir nada. Pero el resultado depende,
sobre todo, de la frecuencia con que sedan tales o cuales fenómenos
previos al de la lluvia; de ahí que los Observatorios se están informan-
do constantemente de qué tiempo hace en tal sitio; el ciclón tal, el anti-
ciclón que viene para acá, para inferir la probabilidad de que esto des-
emboque aquí en una tormenta o en una cantidad determinada de lluvia,
probabilidad que depende del número de elementos que han de pro-
ducir ese resultado y que se dan en determinada coyuntura de tiempo
y del espacio. Así pasa con todo; con enfermedades, por ejemplo, la
probabilidad de las enfermedades y su contagiosidad, y no digo nada
en el orden social, en el orden psicológico, en la educación, por ejem-
plo, la eficacia de los sistemas de educación; en la política, los resul-
tados que puede dar una medida legislativa; todo esto está dependiendo
de la Estadística; por eso, la Estadística, hoy en día, es una disciplina
de una importancia inmensa. Antiguamente apenas se preocupaban de
ella. Yo llamo a la antigüedad, en este sentido, la época del poco más
CI menos. No salían de ahí. Se dan cosas con cierta frecuencia, pero,

¿en qué número? Ahora, no; hay que contar con ese número; hay que
regularizar la frecuencia de los fenómenos reales espacio-temporales,
para, en vista de esa frecuencia, determinar la probabilidad de que
haya ocurrido tal suceso en el pasado o de que vaya a ocurrir en lo
futuro. Todas éstas son precauciones que se deben adoptar.
Finalmente, hay otra cosa también que debo sugerir aquí, muy inte-
resante para las inferencias del orden real, que es lo que Balmes llamó
en su Criterio, las influencias del corazón sobre la cabeza. Es curioso
esto; Balmes, que estudió muy a fondo este fenómeno de la influencia
de la afectividad en la cognoscitividad, decía: "El hombre no discurre
sólo con la cabeza, discurre también con el corazón". No razonamos
sólo calculando las posibilidades y probabilidades de que ocurran tales
hechos abase de tales premisas, sino también en razón del interés
que tenemos nosotros en que tal hecho ocurra o no ocurra. Este interés
lo sugiere el corazón. Pues bien, tengamos en cuenta esto: las ideas
puras no tienen interés absolutamente ninguno, ni siquiera las Mate-
máticas; que siete y siete hagan catorce o que hagan veinticinco no
nos interesa nada; salvo el caso en que se ventile una cuenta entre un
acreedor y un deudor, les interesa mucho el resultado de esa cuenta;
en ese interés puede suceder que, sin que él se dé cuenta, el corazón
influya sobre la cabeza y que, al hacer esa cuenta, haga una suma favo-
rable a sus propios intereses y perjudicial a los intereses del contrario.
Pues bien; esto, que ocurre incluso en la Matemática, se da con mucha

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mayor amplitud en las Ciencias Naturales, en las Ciencias Sociales, en
las Ciencias Psicológicas. Todo lo que acusan las Ciencias reales es algo
interesante para nosotros, algo que nos afecta; en pro o en contra, que
nos es agradable o que nos es desagradable; que nos es útil, indiferente
o nocivo; y este concepto de nocividad, utilidad, agrado, desagra-
do, influye positivamente sobre nuestros juicios, y ello en sentido optimis-
ta o también pesimista, según el temperamento de cada cual. Pues bien,
el que no tiene en cuenta esto adopta las cosas sin observar que está
sujeto a las influencias, a las sugestiones del corazón sobre la cabeza,
está sujeto a muchos errores, a muchas deficiencias del juicio.
Estas son, poco más o menos, las precauciones que hay que registrar
en las inferencias de orden real, precauciones de mucho interés, porque
los hombres que han escrito los tratados de Lógica, a base de una de-
ducción puramente ideal, no se hacen cargo de esto. Por eso, el vulgo
dice de los hombres de ciencia y, sobre todo, de los filósofos, que "viven
en las nubes". ¿ Qué quiere decir esto? Pues, sencillamente, que
viven sin darse cuenta de las complejidades de la realidad; el
pueblo tiene una conciencia neta de todas estas complejidades. No las
tiene organizadas, sistematizadas, estudiadas a fondo; pero sabe todo
esto, y por eso al que discurre sobre la realidad sin darse cuenta de
estas deficiencias, dice de él que es un hombre que vive en las nubes.
y el que vive en las nubes no sirve para la acción; no sirve para la téc-
nica, no sirve para actuar en la vida, ni siquiera en la vida física, en
la técnica material; mucho menos en la técnica espiritual, psicotecnia
o sociotecnia, en la política, en la sociedad. Todos los que tratan de
actuar en la vida, ya sea puramente material, ya sea, sobre todo, hu-
mana, necesitan tener en cuenta estas precauciones y actuar en conse-
cuencia.

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