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Qué es el Sentido figurado:

Como sentido figurado se conoce aquel significado que ciertas palabras o expresiones


adquieren según el contexto, la situación o la intención con que se hayan dicho o
que se les haya imprimido. Es lo opuesto al sentido literal.
Como tal, el sentido figurado se establece en función de la semejanza que guarda una
palabra con una idea, concepto o sentimiento. Es decir, en el lenguaje figurado, una
palabra expresa una idea valiéndose de otra con la que guarda determinada analogía, sea
real o imaginaria.

Las palabras, en este sentido, poseen un valor connotativo, esto quiere decir que su
significado puede ampliarse o alterarse en función del contexto o la situación en que sean
empleadas. Esto puede verse, por ejemplo, en la siguiente frase: “Antonio es una tumba,
nunca va a cantar”. En ella, hay dos términos usados en sentido figurado.

El primero, “tumba”, alude a la capacidad o decisión de Antonio para callar de manera


absoluta y definitiva. El segundo, “cantar”, refiere la idea de confesar o delatar. Debido al
contexto y la situación que nos sugiere la combinación de ambas palabras, podemos,
entonces, determinar que se refieren a una situación en que alguien que sabe un secreto y
está decidido a guardarlo hasta el final.

El uso de palabras y expresiones en sentido figurado es muy común del habla coloquial.
En este sentido, es muy semejante al lenguaje figurativo empleado por la literatura para
sugerirnos ideas, conceptos o sentimientos que adquieren un nuevo valor semántico,
distinto del original. Algunas figuras retóricas que se valen del lenguaje figurado son la
metáfora, el símil, la personificación, la hipérbole, la ironía o la paradoja, entre otras.

Vea también Sentido literal.

Ejemplos de frases con sentido figurado


 Marta puso una muralla entre nosotros.
 Me morí del susto.
 Defendía a sus hijos como una leona recién parida.
 Para ser bella, hay que ver estrellas.
 Esa oficina es un nido de serpientes.
 Caí dormido como piedra en pozo.
 No es burro, pero rebuzna.
 Te he llamado mil quinientas veces a tu casa.

Sentido figurado y sentido literal


El sentido literal es lo opuesto al sentido figurado. Como tal, se denomina sentido literal a
aquel que una palabra o expresión tiene y que respeta y se apega de manera fiel a su
sentido original. En este sentido, el sentido literal está estrictamente restringido al
significado lato de la palabra, y no da pie a segundas interpretaciones o dobles sentidos.
El sentido figurado, por el contrario, es aquel que se le puede atribuir a una palabra o
expresión en función del contexto o la situación en que sea empleada, o de la intención
con que haya sido expresada.

Vea también:

 Ambigüedad
 Metáfora
 Símil
Fecha de actualización: 25/07/2019. Cómo citar: Coelho, Fabián (25/07/2019). "Sentido
figurado". En: Significados.com. Disponible en: https://www.significados.com/sentido-
figurado/ Consultado: 29 de abril de 2020, 03:09 am.
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Qué es Ambigüedad:
Ambigüedad es la cualidad de ambiguo, es decir, es un término que expresa la
cualidad de aquello que es susceptible a varias interpretaciones, todas ellas
coherentes, lo que da lugar a la duda, la imprecisión, la confusión o la ambivalencia.

Por ejemplo: "El artista logró captar en la fotografía la esencia de la familia real". La
frase puede interpretarse como un retrato de una familia de la realeza o puede
interpretarse como un retrato realista de una familia común.

A diferencia de los momentos en que el contexto solo admite una interpretación, sea
literal o figurada, la ambigüedad se produce cuando todas las interpretaciones
tienen sentido.
Es condición para percibir la ambigüedad que el receptor del mensaje no conozca el
referente en lo absoluto o que tenga varios referentes entre los cuales decidir.

La ambigüedad puede estar referida también a un comportamiento o actitud que


genera imprecisión, duda o desconfianza. Por ejemplo: “José repite constantemente
que extraña a su esposa, pero no manifestó señales de alegría al saber que regresaría
esta semana”. En ese sentido, puede concluirse que: "La actitud de José refleja
ambigüedad".
Algunos sinónimos y/o términos relacionados son ambivalencia, confusión,
indeterminación e imprecisión.

Ambigüedad lingüística
Cuando la ambigüedad se produce en los actos de habla, gramaticalmente recibe el
nombre de ambigüedad lingüística. Este tipo de ambigüedad se da cuando una
expresión, oración o frase puede interpretarse en más de un sentido.
Así, se reconocen al menos dos grandes tipos de ambigüedad lingüística. A saber:
 Ambigüedad estructural: producida por el orden o la estructura del discurso.
Por ejemplo: "Se venden billeteras de piel de caballeros".
 Ambigüedad léxica: producida cuando se usan palabras que tienen más de un
significado y ambos son admisibles. Por ejemplo: "Se encontraron en el banco de la
avenida". En el ejemplo, no queda claro si se trata de un banco para sentarse o de una
entidad financiera, ya que ambas cosas tienen sentido.

CONNOTACIONES EN LA ARAUCANA

 Entre los recursos que podemos signar como populares destacan en primer término, los
símiles reducibles a esta categoría1. Al referirnos a los símiles dejamos de intento fuera del
conjunto, aunque quizás sin razón, las abundantes comparaciones cinegéticas,
tauromáquicas y referentes a otros ejercicios caballerescos, que, de alguna manera, podrían
incluirse con justicia en el grupo. Nombraremos, pues, primero, aquellos símiles con un
grado máximo de cognoscibilidad .

ejemplo,
Cuando, para ilustrar una distancia, se dice:

 y en la cumbre y más alto de la cuesta


se allana cuanto un tiro de ballesta.

 Del fuerte tanto


trecho esto sería
cuanto tira un
cañón de puntería.

 Describiendo la huida de los españoles, acosados por los araucanos en la batalla de


Andalicán, narra:

Uno, dos, diez y veinte, desmandados


corren a la bajada de la cuesta,
sin orden ni atención apresurados,
como si al palio fueran sobre apuesta.

Igualmente actividades o acontecimientos comunes de la vida cotidiana, singularmente la


rural, sirven a menudo como término de referencia en diversas comparaciones. Así, cuando
se pinta la temible furia devastadora de Tucapel en el segundo asalto a Concepción:

como suele segar la paja seca


el presto segador con mano diestra,
así aquel Tucapel con fuerza brava
brazos, piernas y cuello cercenaba.
Lo popular en «La Araucana»: Símiles populares, uso de refranes y muestras de humor en la obra de Ercilla
Luis Íñigo-Madrigal

En la abundante bibliografía dedicada a La Araucana una serie de aspectos del poema aparecen críticamente
inéditos. Uno de ellos (importante tanto para la cabal comprensión de la epopeya ercillana como para
reafirmar algunas facetas conocidas de las literaturas hispánicas en general) es el repetido uso de elementos
populares, en el nivel del lenguaje, que se encuentra en las octavas reales de la obra que inicia nuestra
historia poética.
El hecho, ejemplo, en distintas medidas, de los caracteres de espontaneidad, arte de mayorías y colectivismo
que distinguen, según don Ramón Menéndez Pidal, a la literatura española, resulta particularmente
relevante en un poema que, a pesar de contrarias opiniones, se muestra tan atento a los preceptos retóricos
como La Araucana. La maestría con que se concilia el cúmulo de contribuciones populares, y aun vulgares,
con la perentoriedad de una bella «elocutio», exigida por la epopeya, es una nueva prueba del valor, todavía
no del todo descubierto, de la obra de Ercilla. Las páginas que siguen son, pues, una contribución al estudio
de lo popular en La Araucana; abarcan sólo tres, si bien importantes aspectos del fenómeno, y ello sin ánimo
exhaustivo y con un mínimo aparato crítico. Entre los recursos que podemos signar como populares
destacan en primer término, los símiles reducibles a esta categoría1. Al referirnos a los símiles dejamos de
intento fuera del conjunto, aunque quizás sin razón, las abundantes comparaciones cinegéticas,
tauromáquicas y referentes a otros ejercicios caballerescos, que, de alguna manera, podrían incluirse con
justicia en el grupo. Nombraremos, pues, primero, aquellos símiles con un grado máximo de cognoscibilidad
(en cuanto a la relación entre la imagen comparativa y el objeto ilustrado) para el público lector de la época.
Así, por ejemplo, cuando, para ilustrar una distancia, se dice:

y en la cumbre y más alto de la cuesta


se allana cuanto un tiro de ballesta.

(IV, 922)       
o:

del fuerte tanto trecho esto sería


cuanto tira un cañón de puntería.

(IX,
       
55)
Un grado medio de cognoscibilidad es el de las comparaciones fundadas en costumbres populares de
aquellos años, como, cuando describiendo la huida de los españoles, acosados por los araucanos en la
batalla de Andalicán, narra:

Uno, dos, diez y veinte, desmandados


corren a la bajada de la cuesta,
sin orden ni atención apresurados,
como si al palio fueran sobre apuesta.

(VI,
       
14)
haciendo referencia, con palio al «premio que señalaban en la carrera al que llegaba primero: y era un paño
de seda o tela preciosa que se ponía al término de ella», como informa el Diccionario de Autoridades3.
Igualmente actividades o acontecimientos comunes de la vida cotidiana, singularmente la rural, sirven a
menudo como término de referencia en diversas comparaciones. Así, cuando se pinta la temible furia
devastadora de Tucapel en el segundo asalto a Concepción:

como suele segar la paja seca


el presto segador con mano diestra,
así aquel Tucapel con fuerza brava
brazos, piernas y cuello cercenaba.

(IX,
       
75)
O cuando se cuenta el esquivado peligro que ha tendido a los españoles la astucia de Lautaro, al pretender
llevarlos a combate en un terreno previamente anegado, en cuyo lodo los caballos de los hispanos no
podrían desenvolverse y:

adonde, si aguardaran, los cogieran


como en liga a los pájaros cebados;

(XII, 35)       

O al decir, de la diligente industria con que los españoles fabrican sus viviendas, tras llegar, después de la
famosa tormenta con que finaliza la Primera Parte del poema, a tierra firme que:

Del modo que se ven los pajarillos


de la necesidad misma instruidos,
por techos y apartados rinconcillos
tejer y fabricar los pobres nidos,
que de pajas, de plumas y ramillos
van y vienen, los picos impedidos,
así en el yermo y descubierto asiento
fabrica cada cual su alojamiento.
(XVI, 35)       

O, por último, cuando se ilustra la voracidad de los hambreados soldados imperiales que se lanzan sobre un
campo de frutillas, tras largos días de ayuno y desesperanzado vagar por yermas tierras a los que los ha
llevado la malintención y sagacidad de australes guías indios, en una comparación muchas veces citada y
elogiada por la crítica:

quien huye al repartir la compañía,


buscando en lo escondido parte alguna
donde comer la rama desgajada
de las rapaces uñas escapada,

como el montón de las gallinas, cuando


salen al campo del corral cerrado,
aquí y allí solícitas buscando
el trigo de la troj desperdiciado,
que con los pies y picos escarbando,
hallo alguna el recojo sepultado,
y alzándose con él, puesta en huida,
es de las otras luego perseguida,

así aquel que arrebata buena parte,


déste y de aquél aquí y allí seguido,
huyendo se retira luego en parte
donde pueda comer más escondido;

(XXXV, 46, 47,


       
48)
No sólo lo campestre puede, sin embargo, servir de imagen comparativa con sentido popular. Algunos
fenómenos típicamente urbanos desempeñan también ese papel. Así, al narrar la batalla de San Quintín, las
depredaciones hispanas provocan el siguiente símil:

Como el furioso fuego de repente


cuando en un barrio o vecindad se enciende,
que con rebato súbito la gente
corre con priesa y al remedio atiende,
y por todas las partes francamente
quién entra, sale, sube, quién deciende,
sacando uno arrastrando, otro cargado
el mueble de las llamas escapado,
así la fiera gente vitoriosa,
con prestas manos y con pies ligeros,
de la golosa presa codiciosa,
abre puertas, ventanas y agujeros,
sacando diligente y presurosa
cofres, tapices, camas y rimeros,
y lo de más y menos importancia
sin dejar una mínima ganancia.

(XVIII, 19,
       
20)
Hay también comparaciones tomadas de elementos que sobrepasan el mundo singular de la experiencia
rural o ciudadana, alcanzando mediante el humor una cierta universalidad que las acerca a la visión cómica.
Tal, por ejemplo, la que sirve para describir el estado en que algunos invasores quedan, tras el asalto de las
huestes araucanas en la quebrada de Purén:

Oíros, cual rana o sapo aporreados,


no pueden aunque quieren removerse;

(XXVIII,
       
56)
Señalemos, para terminar este apartado, que la búsqueda de lo popular en los símiles parece ser, en Ercilla,
deliberada. En alguna de las series de símiles concatenados, que tan características son en La Araucana, se
siguen dos comparaciones destinadas a ilustrar la rapidez conque Rengo se recupera de un mal paso,
mientras lucha con Leucotón, en las fiestas generales con que los araucanos celebran sus primeras victorias.
El primero de los símiles (que en realidad es más de uno, pues es doble) es netamente popular:

No la pelota con tan presto salto


resurte arriba del macizo suelo,
ni la águila, que al robo cala de alto,
sube en el aire con tan recio vuelo,
como de corrimiento el seso falto,
Rengo rabioso, amenazando el cielo,
se puso en pie, que aún bien no tocó en tierra,
y contra Leucotón furioso cierra.

(X, 55)       

el segundo, en cambio, es típicamente cultista, como lo indica su referencia mitológica:


Como en la fiera lucha Anteo temido
por el furioso Alcides derribado,
que de la tierra madre recogido
cobraba fuerza y ánimo doblado
así el airado Rengo embravecido,
que apenas en la arena había tocado,
sobre el contrario arriba de tal suerte,
que al extremo llegó de honrado y fuerte.

(X, 56)       

Este recurso, en el que un solo objeto es ilustrado por dos diversas imágenes comparativas, es característico
de la épica ercillana. En este caso en que, de los dos símiles, uno es popular y el otro culto, sirve para ilustrar
acabadamente la simbiosis retórico populista que venimos ejemplificando. El segundo de los recursos de ese
carácter observable en La Araucana, es el frecuente uso de refranes, frases proverbiales, frases adverbiales y
vocablos en acepción popular que en ella se encuentra.
La distinción de estos elementos presenta algunas dificultades comunes y otras particulares.
Así, la débil diferencia establecida por paremiólogos y lexicólogos entre proverbios, frases
proverbiales, etc. Así también los problemas documentales que impiden establecer, en algunos casos, la
raigambre popular de esos elementos en forma definitiva.
En el caso específico de los refranes concurren aún otros obstáculos. Sabido es que los cantos de la obra de
Ercilla se inician con sendos momentos gnómicos, a semejanza de los que ocurren en el Orlando Furioso y en
los Cinque Canti de Ariosto, cuyo carácter sentencioso se asemeja, de por sí, al espíritu de los pariemas. Si
aunamos a ello el que los versos finales de la octava real ostentan una estructura similar a la de los refranes
(casi siempre bimembres y frecuentemente pareados) se comprenderá el riesgo de creer que todo el monte
es orégano.
Por tanto, hemos preferido aquellos ejemplos documentados en paremologías anteriores o poco posteriores
a la edición de La Araucana (a saber: Santillana, Valdés, Núñez, Rosal, Mal Lara, Horozco, Correas y Caro
Cejudo), si bien en ocasiones hemos atendido también a adagios recogidos por Rodríguez Marín con mucha
posteridad. Las citas están referidas siempre a el Refranero general ideológico español, compilado por Luis
Martínez Kleiser4. En el caso de las frases adverbiales o de simples vocablos hemos recurrido casi
exclusivamente a Diccionario de Autoridades, pero también al Covarrubias.
En general, con las limitaciones obvias, recogemos en las siguientes páginas todos aquellos ejemplos con
sabor popular que, aunque no explícitamente documentados, dejan entrever con claridad su origen.
En tres ocasiones indica Ercilla que está empleando refranes en el texto de su poema. La primera cuando
pone en boca de los enviados de Chile a reclamar socorro al Perú, una serie de frases destinadas a convencer
al Marqués de Cañete para que envíe a su propio hijo, terminado una serie de elogios con las siguientes
palabras:

de sus partes, señor nos contentamos,


pues por natural cosa se sabe,
(y aun acá en el común es habla vieja)
que nunca del león nació la oveja.
(XIII, 13,
       
DEFG)
A pesar de que la frase sea «habla vieja»ya Medina, en su edición de La Araucana5 asegura que «no hemos
podido hallarla en ninguna colección de refranes», cosa que es cierta con respecto a las paremiologías
españolas; cabe sin embargo pensar que el adverbio acá señale el ser un refrán usado en América, y no en
España, lo que evidenciaría, además, un profundo conocimiento de la materia por parte de Ercilla.
El segundo de los ejemplos del mismo carácter, se encuentra en la introducción del Canto XX, que trata
sobre promesas y cumplimiento, y dice:

Nadie prometa sin mirar primero


de que de su caudal y fuerza siente,
que quien en prometer es muy ligero
proverbio es que despacio se arrepiente:

(XX, 1, DEFG)       

el propio Medina, luego de observar que antiguamente se decía «de espacio», cita dos refranes de la
colección de Correas: «Quien presto promete, tarde lo cumple, y presto se arrepiente» (M. K. 52.807)
y «Quien presto dice sí y promete, presto dice no y se escuece» (M. K. 52.806), el primero de los cuales está
también recogido por Caro Cejudo. Rodríguez Marín anota otro que coincide más directamente con las
palabras empleadas por Ercilla: «Quien de ligero promete, despacio se arrepiente» (M. K. 52.808), pero que,
al parecer, no está contenido en colecciones contemporáneas a la publicación de La Araucana.
El tercero y último de los ejemplos de empleo explicitado de refranes en La Araucana es aquel en que Ercilla,
casi a las postres de su poema, al ponderar el conocimiento adquirido a través de sus muchos viajes, dice:

digo que la verdad hallé en el suelo


por más que afirmen que es subida al cielo

(XXXVI, 1,
       
FG)
versos con los que concluye una estrofa cuyo concepto, en opinión de Medina, proviene de Ariosto (op.
cit., id. ibid.) quien no observa, en cambio que existe una referencia inequívoca a una serie de dichos
tradicionales, como «La verdad, huyendo se fue al cielo» (M. K. 63.009) y «La verdad se fue del suelo, y la
justicia miró desde el cielo» (M. K. 63.010), de colecciones posteriores a la de Correas donde figura «La
verbena y la verdad perdido se han» (M. K. 63.008). Aunque los anteriores son los únicos ejemplos en que se
reconoce, expresamente, el empleo de refranes, las ocasiones en que se los usa, en forma inequívoca pero
no explícita, son muchísimo más abundantes.
Los versos finales de la segunda estrofa del canto IV, cuya introducción indica los beneficios de la justicia
dicen:

clemente es y piadoso el que sin miedo


por escapar el brazo corta el dedo.
(IV, 2, FG)                

Dejando de lado el que «Dar un dedo de la mano por algo» es, según el Diccionario de


Autoridades una «Phrase exagerativa con que se pondera el deseo grande que se tiene de conseguir alguna
cosa», lo que se ejemplifica con un texto de Cervantes, en Rodríguez Marín se pueden encontrar al menos dos
ejemplos que muestran la prosapia popular de la conseja: «Más vale que un dedo se pierda, que no la mano
entera» (M. K. 38.212) y «Si había de perder la mano, a perder un dedo me allano» (M. K. 38.213). Igual raíz
tradicional tienen los versos con que se pondera el desamparo en que quedan los hispanos tras el saco de
Concepción:

Pues es mayor miseria la pobreza


para quien se vio en próspera riqueza.

(VII, 56, FG)                

En Valdés y Correas se encuentra el siguiente refrán: «Riqueza, trabajosa en ganar; medrosa en poseer, llorosa
en dejar» (M. K. 55.853); en Horozco, estos dos: «Riqueza, trabajosa de ganar y penosa de dejar» (M. K.
55.854) y «La última pobreza es haber sido más rico» (M. K. 50.761) y por último, en Rodríguez Marín
éste: «La suma pobreza es haber tenido riqueza» (M. K. 50.762).
Similar es el caso de dos versos del momento gnómico con que se inicia el canto VIII:

del vulgo, que jamás dice lo bueno,


ni en decir los dejetos tiene freno.

(VIII, 2,
               
FG)
cuyo parentesco con el refrán de Valdés, Núñez y Correas «El vulgo no perdona las tachas a ninguno» (M. K.
64.902) y con el de Rodríguez Marín «El vulgo echa las cosas a lo peor» (M. K. 64.904) es probable.
Un ejemplo interesante se encuentra en las primeras estrofas del canto XV; Ercilla se disculpa de la monotonía
del tema que le ocupa y dice:

que no hay tan dulce estilo y delicado,


ni pluma tan cortada y sonorosa
que en un largo discurso no se estrague,
ni gusto que un manjar no le empalague.

(XV, 4, DEFG)                


pensamiento que se repite más adelante en el poema, con variantes:

que el manjar más sabroso y sazonado


os deja, cuando es mucho, empalagado.

(XXVII, 1,
               
FG)
y

¿Qué cosa habrá tan dulce y tan sabrosa


que no se amarga al cabo y desabrida?

(XXXIV, 1,
               
DE)
Pues bien, los refranes que enseñan «que las cosas aunque sean muy escogidas y delicadas, siendo continuas
en esta vida mortal, sirven de molestia y enfado, y pierden su estimación», como se lee en el Diccionario de
Autoridades s. v. empalagar, explican el proverbio «No hay manjar que no empalague, y vicio que no enfade»,
y otros muchos. De Valdés en adelante, se repite con frecuencia en las colecciones el siguiente: «No hay
manjar que no empalague ni vicio que no canse» (M. K. 29.218) y las variantes sobre el tema abundan
(Cfr. M. K., op. cit., 29.819 a 29.861). Las primeras estrofas del canto XXVIII, dedicadas al tema de Fortuna,
contienen los siguientes versos:

y pues sabemos ya por cosa cierta,


que nunca hay bien a quien un mal no siga,

(XXVIII, 2,
               
DE)
que se encuentra casi textualmente en el pariema «Con todos los bienes algún mal viene» (M. K. 7.335) y
cuyo tema se encuentra en otros mucho más antiguos: «Con bien vengas, mal, si vienes solo» (M. K. 38.179)
recogido ya, con variantes en Valdés y Núñez, y en el Tesoro de la lengua castellana, de Covarrubias 6; «Mal
sin bien muchos lo tiene; bien sin mal, pocos lo han» (M. K. 7.354); «El bien y el mal andan revueltos en un
costal» (M. K. 7.328); «Del bien al mal no hay un canto de real» (M. K. 7.336), también en Covarrubias,
etc. La Araucana refiriéndose a la ira con que Tucapel y Rengo aguardan un duelo concertado y aplazado,
dice:

y es visto que difieren en muy poco


el hombre airado y el furioso loco.
(XXX, 3,
               
FG)
La sentencia es largamente conocida en el pueblo: «Del airado a loco va muy poco» (M. K. 34.459); «Entre el
loco y el airado, media un paso» (M. K. 34.460); «La ira, con la locura alinda» (M. K. 34.461); «La ira es
locura el tiempo que dura» (M. K. 34.462); «Quien se enfurece, si no es loco, lo parece» (M. K. 34.463); «Si
la ira durara, sería locura clara» (M. K. 34.464); «Del loco al airado, no va un palmo» (M. K. 37.048), todas
recogidas por Rodríguez Marín. Refiriéndose a los enemigos, Ercilla emplea también, al menos en dos
oportunidades, refranes:

Jamás debe, Señor menospreciarse


el enemigo vivo, pues sabemos
puede de una centella levantarse
fuego, con que después nos abrasemos:

(XXIII, 1, ABC
               
CH)
dice en la primera, en la cual centella «Tórnase en sentido alegórico por una pequeña ocasión de la cual suele
entenderse un gran fuego un gran trabajo y ruina», uso habitual de la palabra según Covarrubias (op. cit., s.
v. centella) y que se puede encontrar, invertido, en el refrán que reza «Mi enemigo muerto, mi cuerpo suelto»,
que trae Rodríguez Marín (M. K. 20.959). En la segunda ocasión Ercilla dice:

no hay contra el desleal seguro puerto,


ni enemigo mayor que el encubierto.

(XXXI, 4,
               
FG)
lo que consta en el refranero, bajo la forma de «El peor enemigo es el escondido» (M. K. 20.965).
El último de los casos de empleo casi textual, aunque no explícito, de refranes en Ercilla es aquel cuando
hablando del mal, aconseja:

así que, pues sois sabios, cada uno


elija de dos males el más leve:

(XXXII, 87,
               
CCH)
que repite el «del mal, el menos» (M. K. 38.218) anotado ya por Valdés y Núñez y que es, según
el Diccionario de Autoridades una «Phrase adverbial con que se da a entender la precisión de elegir el menor
entre dos daños».
Un tercer conjunto de ejemplos es el constituido por aquellas ocasiones en que, en La Araucana, se
emplean pensamientos plasmados por la tradición en diversos refranes, si bien, la alusión a éstos puede sólo
entreverse de manera indirecta, sin que sea posible establecer inequívocamente, si se los tiene en mientes o se
trata nada más que de una correspondencia basada en el acervo inconsciente común a todo un pueblo. Con
todo, dada esta última condición, que fija también una perspectiva popular para la épica ercillana, los diversos
casos ofrecen considerable interés: Así cuando, hablando en general de la imprevisión de los que
momentáneamente se ven favorecidos de Fortuna, pero aludiendo en especial a los españoles, se dice:

No entienden con la próspera bonanza


que el contento es principio de tristeza,

(II, 2,
               
AB)
que puede remitirse al antiguo «Cuando mayor es la fortuna, tanto es menos segura» (M. K. 59.467) o al
también viejo «La fortuna, cuando más amiga, arma la zancadilla» (M. K. 59.491). O cuando, refiriéndose a la
codicia, se puede leer:

el fausto, la riqueza y el estado hincha,


pero no harta al más templado.

(III, 2,
               
FG)
tema sobre el cual se pueden encontrar, en Correas, al menos tres refranes:  «A la codicia, no hay cosa que la
hincha» (M. K. 11.162), «Antes cansada que harta» (M. K. 57.210) y «Nunca amarga el manjar por mucho
azúcar echar» (M. K. 59.381).
Facsímil de la portadilla de la edición príncipe, 1569
Menos evidente, pero posible es la relación que los versos:

la llaga que al principio no se cura,


requiere al fin más áspera la cura.

(IV, 1, FG)               

tengan con el refrán registrado en Núñez «Al peligro con tiento, y al remedio con tiempo» (M. K. 53374), o la
de:

sólo diré que es opinión de sabios


que adonde falta el rey sobran agravios.

(IV, 5, FG)               

con «Todo es viento, si no hay rey en el reino o prior en el convento» (M. K. 55.692).


Igual cosa sucede en otras muchas oportunidades. Al hablar de la prudencia temerosa, se dice en  La
Araucana:
el miedo es natural en el prudente,
y el saberlo vencer es ser valiente.

(VII, 1, FG)               

y en el refranero, ya desde el siglo XV, «Quien no ha miedo, no face buen fecho» (M. K. 60.171) y,


después «El corazón que sabe temer, sabe acometer» (M. K. 60.172). Reafirmando lo común de la sentencia
Covarrubias, s. v. miedo declara «Ay un miedo que suelen tener los hombres de poca constancia y covardes;
ay otro miedo que puede caer en un varón constante, prudente y circunspecto» y cita, para confirmarlo la Ley
de la Partida, 7, tít. 33, part. 7.
También tradicional es el pensamiento de que «Necio con colmo es el que deja lo cierto por lo
dudoso» (M. K. 57.899) o como figura en Correas «Mas quiero poco seguro que mucho con peligro» (M. K.
57.803), por lo que Ercilla no puede dejar de asombrarse de los araucanos que, al saquear Concepción,
buscando la mayor ganancia:

haciendo codiciosa y necia cuenta


busca la incierta y deja la segura

(VII, 51,
               
DE)
Otro ejemplo de pensamiento popular manifestado en La Araucana se encuentra en las estrofas
introductorias del canto XVII, que hablan sobre los provechos y desventajas del callar:

Nunca si hablar dejó de dar indicio,


ni el callar descubrió jamás secreto:
no hay cosa más difícil, bien mirado,
que conocer un necio si es callado.

materia sobre la cual, Covarrubias escribía, a comienzos del XVII, «En tanto que un hombre no habla con
dificultad se puede colegir del lo que es, y assi dixo el otro filósofo a uno: Habla pan que te conozcamos.
Verdad es que esta prueba se ha de hazer preguntando para echar de ver si responde a propósito. Este mismo
dezía que quando comprava una olla de barro le dava algunos golpecillos, y del sonido colegía si estava sana o
cascada; pero los cascarrones no esperan a que los toquen, preguntándoles, que ellos salen al camino y dizen
lo que son». Opiniones que se pueden encontrar abundantemente en el refranero español, desde la sentencia
judío española «Del loco, del bobo y de la criatura se sabe todo» (M. K. 29.404), hasta los más explícitos «Por
la boca muere el pece, y la liebre témanla a diente», (M. K. 29.554), que figura en Correas, o el de Núñez «Al
buey por cuerno, y al hombre por el verbo» (M. K. 29.566); pero, sobre todo, en refranes como «El necio,
callando es habido por discreto» (M. K. 8.762) que recoge Valdés, «El bobo si es callado por sesudo es
reputado» (M. K. 8.674) en Núñez, o «Callando el necio es habido por discreto, o parece discreto» (M. K.
8.675) en el propio Correas.
En último lugar, mencionaremos una serie de casos en que es posible se empleen frases proverbiales de
uso común en la época de Ercilla, aún cuando en ocasiones sea imposible rastrear, en colecciones
paremiológicas u otro tipo de documentos, la existencia real de ellas.
Así, en ocasión que a Ercilla le parece haberse desviado del objeto de su poema, se reprende a sí mismo,
recordando:

que es trabajar en vano, derramando


al viento en el desierto las razones:

(IV, 6, C CH)               

frase aún usada en nuestros días en la forma en que la recoge Covarrubias «Predicar en el desierto, Cuando los
oyentes no están dispuestos a recebir la dotrina que se les predica o lo que se les dize»; y que se puede
encontrar, con sentido popular, en Cervantes «Pero todo fue como dicen dar voces al viento, y predicar en el
desierto» (Persiles, libro 3, cap. 19). Otro ejemplo semejante, de leve cambio de un decir común, se encuentra
en los siguientes versos, que describen la desesperación del vulgo en la destruida Penco:

que súbito, alterado y removido,


de nuevo esfuerza el llanto y las querellas,
poniendo un alarido en las estrellas.

(VII, 13, FG)               

variante del «Dar el grito que se ponga en el cielo» de que habla el Diccionario de Autoridades, según el cual,
la frase es una «Exageración que explica la fuerza, con que se quexa alguna persona», citando, como ejemplo,
uno de Quevedo «El Licenciado daba los gritos, que los ponía en el Cielo». Al describir cómo, mientras los
españoles reconstruyen Concepción:

La gente comarcana con fingida


muestra la paz malvada aseguraba,
esperaba la ayuda prometida
que a cencerros tapados caminaba;

(IX, 41, ABC CH)               

Ercilla no hace sino utilizar la antigua frase adverbial «A cencerros atapados», «con que se explica
hacerse o haverse hecho algo secreta y ocultamente: haciendo alusión al harriero, que no quiere ser sentido en
passo peligroso, y al que hurta ganado, que ambos para no ser descubiertos tapan los cencerros, porque no
suenen», como explica el Diccionario de Autoridades, que da un ejemplo del mismo Quevedo: «Y a ella, que
se iba a cencerros atapados con un zurriburri refunfuñando». Medina, recoge las citas anteriores ( op.
cit., id., ibid.) y agrega ejemplos de los americanos Barco Centenera y Álvarez de Toledo. En igual fuente (D.
A.) se puede buscar casos como el de:

Lautaro dijo: «Es eso hablar al viento;


sobre ello, Marcos, más yo no disputo:

(XII, 17,
               
DE)
que no es sino el «Hablar al aire», que en el citado Diccionario se define como «Hablar sin fundamento y lo
que no viene a propósito».
Lo mismo que los versos con que el tal Marcos responde a Lautaro:

no estimo lo que ves en una paja


ni alardes pueden punto amedrentarme.

(XII, 22, C CH)               

que dicen los que Covarrubias decía «No monta una paja» y el Diccionario de Autoridades «No monta o no
importa una paja»; esto es: «Phrase con que se desprecia alguna cosa por inútil u de poca entidad».
Igualmente muy usual es el símil con que Ercilla pondera la celeridad con que narra su asunto:

y que más que una posta voy corriendo.

(XXVII , 3,
               
CH)
sobre el que Medina (op. cit., id., ibid.) dice «Posta, tomado esta vez en la acepción de correo; de donde salió
el modismo por la posta: a toda prisa, que es muy frecuente en los escritores antiguos, así de España como de
América». En efecto, Covarrubias menciona «correr la posta», que el Diccionario de Autoridades dice «Es
caminar con celeridad en caballos, a propósito para este ministerio...», de lo cual al por la posta,  «Modo
adverbial con que además del sentido recto de ir corriendo la posta, translaticiamente se explica la prissa,
presteza y velocidad con que se executa alguna cosa», según el mismo Diccionario, hay poco trecho,
inexistente casi en nuestro ejemplo.
Un último ejemplo, esta vez no de uso de un modismo, sino de un vocablo en acepción popular, se
encuentra en las lamentaciones con que Glaura pondera sus desventuras comparándolas con la de un su
antiguo pretendiente:

más, ¡ay!, que en lo que yo padezco, veo


lo que el mísero entonces padecía,
que a término he llegado el pie del palo
que aun no puedo decir mal de lo malo.
(XXVIII, 12,
               
DEFG)
pues bien, palo, según el Diccionario de Autoridades, «Se toma también, por el último suplicio, que se
executa en algún instrumento de palo: como la horca, garrote», cosa ya observada por Medina que al respecto
dice (op. cit., id., ibid.) «Estar al pie del palo (Es estar al pie de la horca) Correas, Vocabulario, p. 533»;
añadiendo además unos versos de Garcilaso en los que figura la frase, la que don Adolfo de Castro comenta
diciendo que se trata de un «término vulgar», en la acepción dicha.
Hasta aquí los ejemplos de usos, refranes, modismos o vocablos de tradición y con significado popular en
la obra de Ercilla. Por cierto es posible que la abundancia de ellos en La Araucana sea superior a la muestra
entregada; baste ella, sin embargo, para reafirmar el carácter popular de la época ercillana, su profunda
ligazón con el pueblo. Un tercer recurso cuyo carácter popular nos parece admisible y que está, por otra parte,
ligado a la ingeniosidad que la crítica extranjera desde el siglo XVIII cree característica de la literatura
española, es el humor. Aunque reñido, de alguna manera, con los preceptos retóricos para la epopeya, el
humor suele aflorar en Ercilla, en una serie de variantes que alivianan la entonación bélica del poema y
contribuyen a darle una muy especial fisonomía.
En ocasiones son los propios personajes de la epopeya los que ejercitan la burla; bien como Lautaro,
quien por orden de Caupolicán va a reunirse con el Senado araucano y trata de sorprender a sus compañeros
de armas, jugándoles una broma que en principio causa alarma, pero luego es recibida con alegría:

En oyendo Lautaro aquel mandato,


levanta el campo, sin parar camina,
deja gran tierra atrás, y en poco rato
al monte andalicano se avecina;
y por llegar de súbito rebato
el camino torció por la marina,
ganoso de burlar al bando amigo,
tomando el nombre y voz del enemigo.

(VIII,
               
9)
Facsímil de la edición príncipe, 1578
O bien como Tucapel, que habiendo desafiado a duelo desde hace largo tiempo a Rengo, sin haber
podido enfrentarlo por diversas razones, ve de súbito, en el fragor del combate contra los españoles, que su
enemigo está apunto de morir a manos de éstos, por lo que:

Llegóse a Rengo y dijo: «Aunque enemigo,


esfuerza, esfuerza, Rengo, y ten hoy fuerte,
que el impar Tucapel está contigo
y no puedes tener siniestra suerte;
que el favorable cielo y hado amigo
te tiene aparejada mejor muerte,
pues está cometida al brazo mío,
si cumples a su tiempo el desafío».

(XXV,
               
69)
Las más de las veces, sin embargo, es el propio poeta el que introduce cierta nota humorística, a manera
de comentario sobre las acciones que narra, como sucede, por ejemplo, al referir la llegada de Caupolicán al
lugar en que debe elegirse general de los araucanos. Hace ya varios días que se desarrollan las pruebas para
elegir al caudillo; Colo-Colo, sabiendo que Caupolicán, su favorito y seguro triunfador, llegará con retraso, ha
programado las cosas de manera que su candidato disponga de tiempo para arribar. Al fin lo hace, y canta
Ercilla:

Fue con alegre muestra recebido,


-aunque no sé si todos se alegraron-

(II, 48,
               
AB)
Muy similar es el comentario al nombramiento como capitán del joven Lautaro:

Del grato mozo el cargo fue acetado


con el favor que el general le daba;
aprobólo el común aficionado,
si a alguno le pesó, no lo mostraba:

(III, 86, ABC CH)               

En otras ocasiones, los comentarios del narrador abandonan la malicia para desembocar en otro tipo de
humor. Así cuando describiendo la batalla de Andalicán se dice:

Diego Cano a dos manos, sin escudo,


no deja lanza enhiesta ni armadura,
que todo por rigor de filo agudo
hecho pedazos viene a la llanura;
pues Peña, aunque de lengua tartamudo,
se revuelve con tal desenvoltura
cual Cesio entre las armas de Pompeo,
o en Troya el fiero hijo de Peleo.

(V, 40)               

Que la vena humorística ercillana no es malitencionada se comprueba al ver que, al menos en una
ocasión, se vuelve contra sí mismo. Triunfadores los araucanos del asalto a Concepción, Ercilla repara, de
improviso, que su canto ha seguido a los derrotados españoles, abandonando a sus vencedores. Y rectifica:

Con la gente araucana quiero andarme


dichosa a la sazón y afortunada;
y, como se acostumbra, desviarme
de la parte vencida y desdichada;
por donde tantos van quiero guiarme,
siguiendo la carrera tan usada,
pues la costumbre y tiempo me convence
y todo el mundo es ya ¡viva quien vence!
(IX, 100)               

Ocasiones hay también en que ironía y humor se ejercitan a través de la elección de un solo vocablo,
como en la ocasión en que Lautaro elige a los guerreros que han de acompañarlo en el ejercicio bélico:

Los que Lautaro escoge son soldados


amigos de inquietud, facinerosos,
en el duro trabajo ejercitados,
perversos, disolutos, sediciosos,
a cualquiera maldad determinados,
de presas y ganancias codiciosos,
homicidas, sangrientos, temerarios,
ladrones, bandoleros y cosarios.

Con esta buena gente caminaba


hasta Maule de paz atravesando,
y las tierras, después, por do pasaba
las iba a fuego y sangre sujetando:

(XI, 35, 36 ABC CH)               

O, parecidamente, a través de una figura literaria; en este caso un símil que describe los destrozos
producidos por el genovés Andrea entre sus indígenas adversarios en el combate de Millarupué:

lleva de un golpe a Changle la cabeza


y por medio del cuerpo de On cercena;
hiende a Narpo hasta el pecho, y a Brancolo
como grulla lo deja en un pie solo.

No siempre es tan festivo el humor de La Araucana: abundantes y significativas son las ocasiones en que
la burla se ejerce como sanción moral, singularmente de la cobardía o simple falta de arrojo. Así, cuando antes
de iniciar la batalla de Andalicán los ejércitos español y araucano toman posiciones frente a frente:

Villagrán con la suya a punto puesto


en el estrecho llano se detiene;
plantando seis cañones en buen puesto
ordena aquí y allí lo que conviene:
estuvo sin moverse un rato en esto
por ver el orden que Lautaro tiene,
que ocupaba su gente tanto trecho
que mitigó el ardor de más de un pecho.
(V, 3)               

Y cuando Lautaro interviene para detener la furia de Tucapel, que luego de matar a Puchelcalco amenaza
con acabar con todo el Senado araucano:

Baja Tucapel al campo, y prestamente


el rico cuerno a retirar tocaba,
al son del cual se recogió la gente,
que recogerse a nadie le pesaba;

(VIII, 56, ABC CH)               

O, al hablar del poco éxito con que el reclutamiento de gente dispuesta a reedificar Concepción se lleva
adelante:

Con gran trabajo y gasto levantaron


pequeña copia y número de gente:
afirman la ocasión desto no puedo,
si fue la poca paga o mucho miedo.

(IX, 39, DEFG)               

Tal como al describir como huyen los españoles de Penco, asolado por los indios, y cómo algunos se
disponen a escapar en un navío a la sazón atracado en el puerto de la ciudad, se dice:

Quien en llegar es algo perezoso,


viendo llevar el áncora a la nave,
no duda en arrojarse al mar furioso
teniendo aquel morir por menos grave;
quien antes no nadaba, de medroso
las olas rompe agora y nadar sabe:
mirad, pues, el temor a qué ha llegado,
que viene a ser de miedo el hombre osado.

(IX, 65)               


Por último, en igual sentido, cuando Lautaro avanza sobre Santiago, y antes de llegar a él se fortifica en
un lugar al que van a atacarle los conquistadores, no pueden éstos dejar de maravillarse de la fuerza indígena:

Quien incrédulo dello antes estaba,


teniendo allí el venir por desvarío,
a tan clara señal crédito daba,
helándole la sangre un miedo frío.
Quien de pura congoja trasudaba,
que de Lautaro ya conoce el brío;

(XI, 45, ABC CH DE)               

Otro tipo de humor es el que resulta de la pura comicidad de las situaciones narradas, acentuada o no por
el poeta. Tal por ejemplo, cuando se describe el encuentro con los indios en la fuerza de Tucapel, en el cual
los españoles causan graves daños en las filas enemigas:

Otro, pues, que de Córdoba se llama,


mozo de grande esfuerzo y valentía,
tanta sangre araucana allí derrama,
que hizo más de cien viudas aquel día:
por una que venganza al cielo clama,
saltan todas las otras de alegría;
que al fin son las mujeres varïables,
amigas de mudanzas y mudables.

(IV, 30)               

En el mismo grupo se puede contener la aventura que le sucede al propio Ercilla mientras cabalga, por
los campos, solo:

Viniendo, pues, a dar al Chaillacano,


que es donde nuestro campo se alojaba,
vi en una loma, al rematar de un llano,
por una angosta senda que cruzaba
un indio laso, flaco y tan anciano
que apenas en los pies se sustentaba,
corvo, espaciosos, débil, descarnado,
cual de raíces de árboles formado.

Espantado del talle y la torpeza


de aquel retrato de vejez tardía,
llegué, por ayudarle en su pereza,
y tomar lengua del, si algo sabía;
mas no sale con tanta ligereza
sintiendo los lebreles por la vía
la temerosa gama fugitiva
como el viejo salió la cuesta arriba.

(XXIII, 24,
               
25)

Facsímil de la edición príncipe, 1589


Un último ejemplo de esta especie. Mientras se prepara el largamente diferido combate entre Tucapel y
Rengo, que ya hemos nombrado, la expectación crece entre los araucanos y con ella, las apuestas sobre el
triunfador del duelo:

Pues el campo y el plazo señalado


que fue para de aquel en cuatro días,
nacieron en el pueblo alborozado
sobre el dudoso fin muchas porfías:
quién apostaba ropa, quién ganado,
quién tierras de labor, quién granjerías;
algunos que ganar no deseaban,
las usadas mujeres apostaban.
(XXIX,
               
21)
Refirámosnos, para terminar a un muy especial tipo de humor que asoma aquí y allí en  La Araucana.
Una suerte de humor negro, que toma de las situaciones macabras o trágicas su materia, sin caer nunca en
extremos. En el Senado Araucano convocado después de las primeras victorias indígenas, un viejo cacique,
Puchecalco, con fama de adivino, agorero y astrólogo, anuncia a la asamblea que el aire está lleno de malas
señales y más vale detenerse y no desafiar al sino; Tucapel, que ya ha tenido un incidente con Peteguelén, por
parecida opinión, no resiste este nuevo llamado a la mesura:

Tucapel, que de rabia reventando


estaba oyendo al viejo, más no atiende,
que dice: «Yo veré si adivinando,
de mi maza este necio se defiende».
Diciendo esto, y la maza levantando,
la derriba sobre él, y así lo tiende,
que jamás midió curso de planeta,
ni fue más adivino ni profeta.

Quedole desto el brazo tan sabroso


según la muestra, que movido estuvo
de dar tras el senado religioso,
y no sé la razón que lo detuvo.

(VIII, 44, 45, ABC CH)               

Otra muestra de este especial tipo de humor puede sorprenderse en el verso final de la estrofa en que
Ercilla pondera una de las más graves consecuencias de la sequía que afecta, durante una temporada, al país.
La sequía, y la falta de alimento de ella derivada:

Causó que una maldad se introdujese


en el distrito y término araucano,
y fue que carne humana se comiese
(¡inorme introducción, caso inhumano!),
y en parricido error se conviertiese
el hermano en sustancia del hermano;
tal madre hubo que al hijo muy querido
al vientre le volvió do había salido.

(IX, 21)               


Esas mismas madres araucanas son las figuras de otro cuadro, más que macabro, grotesco. Tras la derrota
que los españoles sufren a manos de los habitantes del país en Concepción, y mientras los soldados imperiales
huyen, aparecen las mujeres indígenas que se lanzan en persecución de los vencidos:

Ya vueltas del estruendo y muchedumbre


también en la vitoria embebecidas,
de medrosas y blandas de costumbre
se vuelven temerarias homicidas;
no sienten ni les daban pesadumbre
los pechos al correr, ni las creadas
barrigas de ocho meses ocupadas,
antes corren mejor las más preñadas.

(X, 5)               

Finalmente la última de las escenas miradas desde esta perspectiva del humor negro, es aquella en que,
tras la victoria de Millarapué, los españoles, para escarmiento, mandan ahorcar a algunos caciques. Uno se
resiste, pero increpado por Galvarino, se decide por la muerte honrosa, en la que lo sigue el anterior, quedando
al fin ambos colgados de los árboles. Ese es el hecho: así lo canta Ercilla:

Apenas la razón había acabado


cuando el nobel cacique arrepentido
al cuello el corredizo lazo echado,
quedó en una alta rama suspendido;
tras él fue el audaz bárbaro obstinado,
aun a la misma suerte no rendido,
y los robustos robles desta prueba
llevaron aquel año fruta nueva.

(XXVI,
               
37)
Los ejemplos de símiles, refranes y humor que hemos traído a colación no pretenden, repetimos, agotar
la cantidad de elementos populares que se pueden sorprender en La Araucana. Sí llamar la atención sobre un
rasgo hasta el momento no visto que distingue la creación de Ercilla, la liga con la tradición hispánica e
ilumina, en sus inicios, la singularidad de nuestras letras.
Yo dejo mucho, y aún lo más principal por escribir, para el que
quisiera tomar el trabajo de hacerlo, que el mío lo doy por bien empleado, si
se recibe con la voluntad que a todos lo ofrezco.

La Araucana: lamento, resistencia y epopeya


María Eugenia Góngora
Universidad de Chile

 
                                          “¿Qué pueden decir los vencidos de si mismos en la épica? ¿Cuál es su versión de
la historia? La épica de los vencedores hace equivalente el poder con el poder de narrar y sugiere que los
vencidos no tienen ni relato ni historia que contar”.[1]
 

            En este ensayo de lectura de La Araucana[2] quiero mostrar, en primer lugar, cuáles son las
perspectivas desde las cuales puedo leer dos episodios de la epopeya escrita por Alonso de Ercilla
(1533-1594) a lo largo de veinte años (1569, 1578, 1589 y publicado en su versión completa y
corregida en 1590 y en 1597)  un poema que  quiso ser una “historia verdadera y de las cosas de
guerra”, en las palabras del mismo Ercilla en su Prólogo de 1569[3].
            En la segunda parte de este trabajo me referiré  a los episodios que me interesan en particular;
se trata  del lamento de Tegualda y de la resistencia de Galvarino, leídos como ejemplos
significativos de la escritura épica del narrador de La Araucana tal como se manifiesta en los  cantos
XX y XXI referidos a Tegualda  y  en el canto  XXVI, referido a Galvarino. El epígrafe que
introduce este ensayo me ayuda a poner de manifiesto la perspectiva desde la cual puedo leer esta
obra y, en particular, los episodios que he mencionado: cómo entender las relaciones entre lamento,
resistencia y epopeya.
Lamento y panegírico en la poesía heroica
              Para lograr establecer esas relaciones, quiero atraer algunas de las perspectivas críticas más
clásicas sobre la poesía épica en las que apoyo mi lectura de La Araucana. Hace ya más de cincuenta
años, C.M. Bowra escribió que la poesía heroica es aquella que relata las hazañas de los héroes “que
buscan el honor a través del riesgo”[4] y que en ella se pueden encontrar al menos tres discursos: el
panegírico, el lamento, y la epopeya propiamente tal, un relato en el que a menudo convergen los dos
discursos anteriores, pero en el cual, a la inversa del panegírico y del lamento o planctus, el narrador
épico es ajeno a la acción y está distanciado temporalmente de los acontecimientos narrados. Este
último elemento de la definición de Bowra, clave desde el punto de vista narrativo, no está presente,
como sabemos, en La Araucana: su narrador dice haber sido testigo de muchos de los episodios
narrados a partir del Canto XV.  El panegírico y alabanza del valor de los combatientes, y
el planctus o lamento por la muerte de los héroes están en cambio muy presentes y son muy
significativos para mi lectura.
            Más recientemente, en 1983, el medievalista Paul Zumthor publicó un estudio sobre la poesía
oral y en él estableció la distinción entre el poema épico,  una forma poética condicionada histórica y
culturalmente, por una parte, y la épica, una clase de discurso narrativo relativamente estable y que
sobrepasa en sus manifestaciones a la poesía épica. En su importante estudio sobre la voz y la
oralidad, este autor definió la epopeya o poema épico como un relato que pone en escena “la
agresividad viril al servicio de una gran empresa”[5]. Gracias a sus estudios, realizados a lo largo de
varios años y en diversas regiones del mundo,  Zumthor pudo comprobar asimismo la vitalidad del
género épico en el mundo contemporáneo, contradiciendo las afirmaciones habituales presentes en
los manuales de historia de la literatura, que solo reconocen ejemplos literarios del género hasta la
temprana modernidad, pero no toman en cuenta el amplio desarrollo de la poesía épica en el ámbito
de la oralidad, hasta el presente.
La Araucana y la épica medieval
            En mi lectura de La Araucana, este texto dispar, ambivalente y aparentemente contradictorio,
es un poema heroico en el cual el panegírico y el lamento van a jugar un papel fundamental y en el
cual, (a partir del canto XV), el narrador y testigo va a ser además ‘juez y parte’ de los
acontecimientos narrados a partir de su estancia de casi dos años en Chile; la presencia del narrador
será particularmente importante en el episodio de Tegualda, como sabemos.
Las guerras por la posesión territorial, las batallas y “el iracundo Marte” serán, de acuerdo a los
primeros versos, el objeto privilegiado de este canto sobre el enfrentamiento entre los araucanos y los
cristianos venidos a conquistar estos territorios del fin del mundo. Justamente el deseo de dominio de
la tierra es esencial para la comprensión de la épica, como lo ha planteado, entre otros, Ricardo
Padrón en su estudio de La Araucana [6].
            Por cierto, la alabanza de la fuerza de los ‘bárbaros’ araucanos ha sido muchas veces
mencionada como contrapartida y realce del valor de los españoles, y lo afirma por lo demás el
mismo narrador en el Exordio (Canto I, 2: “pues no es el vencedor más estimado/de aquello en que el
vencido es reputado”[7] ). Este mismo aspecto, la valoración de la fuerza de los adversarios está
presente asimismo en muchas canciones antiguas y en los cantares de gesta medievales europeos en
los que los adversarios de los cristianos suelen ser paganos o musulmanes. Este es el elemento que
me interesa explorar en primer lugar.
            Así como en numerosos pasajes de La Araucana, como por ejemplo en la cabalgada de los
combatientes araucanos del Canto XXI (27-49) se describe la gallardía y valor de los seguidores de
Caupolicán, en las canciones de gesta medievales y especialmente en la Canción de Rolando, si
pensamos en un texto relativamente conocido, encontramos también notables descripciones de la
reunión de los guerreros musulmanes  que conforman el consejo del rey Marsil; en estos textos se
encarece asimismo  su fuerza, su valor  y aún  su hermosura[8]. Contra esos combatientes
musulmanes deberán luchar Rolando y sus compañeros, y cuando estos últimos mueren en el paso de
Roncesvalles, su muerte será llorada por el emperador Carlomagno en una larga y dramática escena.
Al lamentarse por la muerte de la ‘fina flor de Francia’, recuerda su fidelidad y sus hazañas uniendo,
como es habitual, el  panegírico y el lamento por los muertos.
            Se puede pensar que, en muchos de las canciones épicas medievales -pero no podemos
establecer una generalización demasiado estricta- lo que realmente separa a los adversarios  no es el
valor, ni la gallardía ni la fuerza, ni las armas de combate: lo que realmente los separa es su ‘derecho’
y su ‘razón’; el narrador épico se juega entero en esta contraposición, que es la que de verdad
importa: “Los paganos están en el error y los cristianos tienen la razón” (Canción de Rolando, v.
1015[9]).
            Esta contraposición de fondo es la que explica quizás, en ese poema medieval, como sucede
asimismo en La Araucana y en otros poemas épicos renacentistas y modernos, el carácter
esencialmente político de la épica y el que abre esta poesía a las lecturas más variadas y complejas,
como la que hemos propuesto en el comienzo de esta exposición. En este sentido hay que recordar
también los versos de la épica medieval en los que se describen las creencias y prácticas religiosas de
los musulmanes (adoradores de Apolo y de Mahoma, según la Canción de Rolando, y adoradores de
Mahoma, según El Poema de Mio Cid) y, en nuestro poema, las prácticas de los araucanos, quienes
rendirían culto al demoníaco Eponamón: “Gente son sin Dios ni ley/ aunque respeta a aquél que del
cielo fue derribado [el demonio Lucifer]/que como, a poderoso  y gran profeta/ es siempre en sus
cantares celebrado”. Recordemos también   a este propósito cómo se relata de la muerte del araucano
Pon a manos del genovés Andrea: “como si fuera un junco tierno, en dos partes de golpe lo tajaba [a
Cron]; tras éste al diestro Pon envía al infierno”(Canto XIV, 45)[10].
            Como ha planteado Norman Daniel, un importante crítico de la épica medieval, no se trata en
esta poesía de intentos de descripción fidedigna por parte de los narradores épicos, sino de marcar
una diferencia absoluta entre los grupos combatientes; y en ese intento de marcar la diferencia
-entonces como ahora- la religión y las creencias (verdaderas o supuestas) serán un ‘arma’
fundamental[11].
Lectura  de La Araucana
            Cuando volvemos a la lectura de La Araucana, nos encontramos siempre de nuevo con versos
y pasajes tan ambivalentes y a veces contradictorios que impiden cualquier lectura reductiva. Esa
ambivalencia se debe quizás, en buena parte, a nuestras propias  expectativas -muchas veces
frustradas- y, por otra, a la ambivalencia propia del discurso épico: la poetización de “la agresividad
viril”, en las ya citadas palabras de Zumthor, pasa por esa ambigüedad fundamental del conflicto
entre Nosotros y los Otros. A pesar de la aparente claridad y nitidez del conflicto, a pesar de que
‘nosotros’ tenemos la razón y ‘los otros’ están en el error, la guerra misma, el conflicto armado
tienen su propia lógica: estamos combatiendo ‘juntos’, estamos uno frente al otro por un motivo
común, estamos luchando por “una misma tierra”, por un campo simbólico y territorial a la vez. Es
posible pensar en este sentido, como escribió hace ya unas décadas atrás el filósofo André
Glucksmann, que la guerra es una matriz fundamental de comunicación.[12] Y esa comunicación
permite o incluso exige la admiración por el enemigo, por ese enemigo heroico que es al mismo
tiempo el pagano y el bárbaro al que debo conquistar o destruir para asentar mi mejor derecho, para
asentar, en definitiva, mi derecho al dominio y  a la existencia.
            En este contexto, las lecturas de muchos estudiosos de La Araucana, centrados en la visión
imperial de Ercilla, en sus frecuentes apelaciones al rey Felipe, en la inclusión de la Guerra de
Arauco en el escenario más amplio de las guerras imperiales, así como en la memoria de los
combates de los cristianos contra los musulmanes, confirman el carácter esencialmente político de
esta poesía heroica, confirmando también, a mi parecer, esa lógica del discurso de la guerra en La
Araucana[13].
            Pero más allá de esta coyuntura específica del poema, planteamos aquí también  que la
guerra, si es en verdad una ‘matriz de comunicación’, debe ser cantada en su todos sus alcances, debe
ser proclamada con grandes voces, tanto en las victorias como en las derrotas, tanto en su crueldad
como en la ocasional clemencia y misericordia de los combatientes, tanto en los gritos de alegría
como en los gritos de furia en medio de las batallas o en los gritos de dolor por los muertos[14].  
Tegualda y las “mujeres ilustres” en La Araucana
            Siguiendo los modelos clásicos, Ercilla anuncia al inicio del Canto I, 1 y luego reitera una y
otra vez que no cantará del amor sino del “iracundo Marte” que domina en las tierras de Arauco
(Canto I, 10). Pero en varios episodios, va a abandonar su propósito y  en el Canto XV, 1, se
pregunta “¿qué cosa puede haber sin amor bueno? ¿qué verso sin amor dará contento?”; más
adelante, en el Canto XIX, 1, el narrador anuncia que va a cantar “las loores” que debe “a las
hermosas damas”.

            En el  Canto XX y XXI va a cantar del amor que se une al dolor en el personaje de Tegualda,
que se aparece casi fantasmalmente al narrador después de una batalla, sufriendo el dolor por la
ausencia del marido amado y luego, por la visión de su cuerpo muerto, a quien enterrará según las
costumbres de su pueblo: “¿Quién de amor hizo prueba tan bastante?”(Canto XXI, 1) se pregunta el
narrador. Como sabemos, el nombre (improbable desde el punto de vista histórico) de la araucana
Tegualda se sumará en el poema a los nombres de las grandes mujeres que lloraron por la muerte de
sus maridos, y entre ellos el nombre de la fenicia reina Dido: “¿Cuántas y cuántas vemos que han
subido a la difícil cumbre de la fama?”[15]. El catálogo de estas mujeres ilustres,  cuya fuente más
probable es Boccaccio (en De Claribus mulieribus) está formado por aquellas que subieron a la
difícil cumbre de la fama: ¿cuáles son las condiciones para que las mujeres accedan a la fama? No
son necesariamente las mismas “… hazañas de los héroes que buscan el honor a través del riesgo” en
la guerra. Las mujeres de la epopeya realizan sus propias hazañas,  ligadas a la guerra y a la relación
amorosa a un mismo tiempo.
            Como se sabe, en La Araucana encontramos  los nombres de varias “mujeres ilustres”: el de
Guacolda (Cantos XII y XIV), Tegualda (Canto XX e inicios del XXI), Glaura (Canto XVIII), Lauca
(Canto XXXII); el relato de su fidelidad permitirá a su vez la narración de la “verdadera historia y
vida de Dido” y también el nombre de Fresia, la mujer de Caupolicán, que se duele de su
sometimiento –  más aún que de su muerte- en el Canto XXXIII.[16]
            El lenguaje y la gestualidad, el extenso y detallado relato de los amores del pasado, en este
caso equivalentes a las hazañas guerreras de los hombres, y la puesta en escena del dolor por el
amante son sin duda, al menos en una primera lectura, sorprendentemente extensos y elaborados,
como elaborados suelen ser los parlamentos de los guerreros enemigos. Creo que hay que
entenderlos, sin duda,  en el contexto de la épica antigua y medieval: independientemente de su
origen étnico y de su contexto histórico, cuando Ercilla pone en escena a los araucanos, nos quiere
llevar a la visualización de un conjunto de  personajes heroicos y su lenguaje es por lo mismo y
necesariamente, de tono elevado y sublime[17].
            Es cierto que Ercilla, por su parte, escribió extensamente sobre el aspecto físico y las
costumbres de los araucanos en el Canto I, siguiendo modelos antiguos de descripción etnográfica,
así como alude luego a un  posible episodio de canibalismo por hambre, en el Canto IX, 21.
Simultáneamente, intentó crear una imagen idealizante de las “heroínas araucanas”, sin intención
alguna de realizar, en ese aspecto, una descripción etnográfica, salvo quizás cuando describe la
presencia de las mujeres en las batallas[18]. Y llama también nuestra atención, en ese mismo aspecto
particular, que Ercilla solo trate de amores dentro del matrimonio; tampoco menciona las uniones
entre un español y una mujer araucana, las que sin duda fueron de común ocurrencia. El amor que se
canta en el poema, el amor que lleva a las mujeres araucanas a la fama, incluso después de la muerte,
es siempre el amor conyugal[19]. Así, en las escenas finales de la historia de Tegualda:
            ¿Quién de amor hizo prueba tan bastante,                       

            Quién vio tal muestra y obra tan piadosa             

            Como la que tenemos hoy delante             

            Desta infelice bárbara hermosa?                

            La fama engrandeciéndola, levante                       

            Mi baja voz, y en alta y sonorosa,              

            Dando noticia della, eternamente              

            Corra de lengua en lengua y gente en gente.                    

(…)

Ella, del bien incrédula, llorando,               

            Los brazos extendidos, me pedía                

            Firme seguridad; y así, llamando               

            Los indios de servicio que tenía,                 

            Salí con ella acá y allá buscando:               

            Al fin entre los muertos que allí había                   

            Hallamos el sangriento cuerpo helado,                  

            De una redonda bala atravesado.              

La mísera Tegualda, que delante                

            Vio la marchita faz desfigurada,                

            Con horrendo furor en un instante            

            Sobre ella se arrojó desatinada.                  

            Y junta con la suya, en abundante             


            Flujo de vivas lágrimas bañada,                 

            La boca le besaba y la herida,                     

            Por ver si le podía infundir la vida[20].                     


Epopeya  y resistencia
            En su ya mencionado estudio sobre las relaciones entre la épica y el imperio, David Quint
estudia el texto de La Araucana junto a La Farsalia  de Lucano y a Les Tragiques, de  Agrippa de
Aubigné, como “la épica de los vencidos”[21]. Para Quint, se pueden explicar, en alguna medida, las
ambivalencias de La Araucana si consideramos que a lo largo de su obra se produce  una transición
entre  el modelo de La Eneida de Virgilio y el modelo de La Farsalia, las dos más importantes
fuentes antiguas de Ercilla para su Araucana. La primera será claramente una épica de los
vencedores, con un relato que nos guía hacia un final victorioso y estable como lo será la fundación
de Roma, mientras la segunda puede ser evidentemente leída como la épica de los vencidos en la
guerra civil entre el victorioso Julio César, quien  derrota a su adversario  Pompeyo. Para Quint,
Ercilla seguiría alternadamente ambas visiones y perspectivas de la historia narrada. Para el poeta, el
hecho mismo de describir la resistencia de los araucanos frente al poder imperial implicaría una toma
de posición en los debates de su época (p. 169) y, por otra parte, una de las más notables intuiciones
poéticas de Ercilla fue el no llevar su poema a una conclusión definitiva en el  decurso de la Guerra
de Arauco (p. 166): una y otra vez, y a pesar de todas las derrotas, los vencidos vuelven a combatir y
la guerra no ha terminado: “[que] luego habrá otros mil Caupolicanos”
 (La Araucana, Canto XXXIV, 10)
            Como Gilberto Triviños lo expuso en uno de sus ensayos sobre La Araucana[22], en  este
poema la resistencia definitiva se hace presente en el episodio de Galvarino: con la manos cortadas,
maldice a los españoles y anima a sus hermanos en la lucha, y prefiere matarse antes que entregarse a
sus enemigos (Cantos XXV y XXVI). A la inversa, la conversión religiosa final y ejecución de
Caupolicán  significa la entrega definitiva al poder enemigo en un ámbito crucial que va más allá de
la derrota militar, y explica la furia de Fresia frente al marido. Para este autor, la relativa
invisibilización del personaje de Galvarino frente a Caupolicán, Colo Colo y Lautaro en las lecturas
críticas de La Araucana es altamente significativa, independientemente de su real existencia como
personaje histórico y de su actuación en la batalla según otros relatos paralelos a La Araucana, como
el de Góngora y Marmolejo[23]. Su furiosa resistencia daría cuenta, justamente, de su importancia
como pieza clave en lo que Triviños considera la mayor intuición de Ercilla, y que es su
develamiento del “Gran Juego” político de la conquista[24].
Conclusiones
            En conclusión, creemos que, justamente gracias a su ambivalencia y a la alternancia de las
perspectivas del narrador sobre la guerra y la muerte heroica, sobre vencedores y vencidos, en La
Araucana podemos percibir el discurso panegírico, la alabanza del adversario que va más allá  de la
admiración por su valor como guerrero, tan tradicional en la épica, o de la alabanza y defensa de las
‘mujeres ilustres’ por la lealtad a sus maridos muertos.
            En esta perspectiva, la lectura de La Araucana  puede abrir un camino de comprensión de
nuestra historia republicana y no solo de la realidad de la conquista; si pensamos que  toda poesía
épica es fundamentalmente política y habla de nuestro presente al hablar del pasado, cuando
recordamos la ‘violencia fundadora’ no deberíamos hablar quizás de los vencidos de una manera
definitiva, porque aún en los lamentos por  la derrota y por la muerte,  se escuchan, gracias a La
Araucana, las palabras de resistencia de Galvarino, que quizás responden a la pregunta del epígrafe:
““¿Qué pueden decir los vencidos de si mismos en la épica?. Una  posible respuesta la encontramos
en los versos del canto XXVI: “muertos podemos ser, mas no vencidos”[25].
 
[1] Quint, David: Epic and Empire. Politics and generic Form from Virgil to Milton. Princeton, N.
Jersey, Princeton University Press 1993, p. 99: “¿Qué pueden decir los vencidos de si mismos en la
épica? ¿Cuál es su versión de la historia? La épica de los vencedores hace equivalente el poder con el
poder de narrar y sugiere que [los vencidos] no tienen ni relato ni historia [que contar]. Pero en los
poemas se proyectan también las narrativas fantasmales de los vencidos, tan proféticas a su manera
como las perspectivas de un futuro destino imperial que la [misma] épica ofrece a los vencedores.
Estas narrativas rivales fallan  como narrativas y sus personajes (…) pasan a formar parte del
catálogo de figuras del Otro colonizado en el que la épica imperial transforma a los vencidos. Ellos
[mismos] y sus relatos pueden ser asimilados (…) a  aquellas fuerzas de la naturaleza que los 
victoriosos constructores de los imperios y de la historia luchan por superar. Sin embargo, estas
voces de resistencia son escuchadas, en cuanto intermitentemente lo permite el poema épico; son las
versiones alternativas en conflicto con la versión oficial de la historia; ellas son la mala conciencia
del poema, la que simultáneamente las escribe y las borra de su ficción” (mi traducción).
[2] Alonso de Ercilla, La Araucana, (Isaías Lerner, ed.) Madrid: Cátedra 1993. Todas las citas
provienen de esta edición.
[3] La Araucana, Prólogo, p. 69.
[4] Bowra, C.M., Heroic Poetry, London: MacMillan 1976 (1952), p.5.
[5] Zumthor, Paul: La Poésie Orale, Paris: Editions du Seuil, 1983, p. 105.
[6] Padrón, Ricardo: The Spacious Word. Geography, Literature and Empire in Early Modern
Spain. Chicago&London: The Universtiy of Chicago Press 2004. En el capítulo titulado “Beteween
Scylla and Charybdis”, Padrón escribe a propósito de La Araucana: “Epic, in other words, is
inherently geographical and colonial” (p. 199) y, cita a este propósito a Thomas Greene: “Epic
answers to man’s need to clear away an area he can apprehend, if  not dominate, and commonly this
area expands to fill the epic universe, to cover the known world and reach heaven and hell” (The
Descent from Heaven: a Study in Epic Continuity. New Haven: Yale University Press 1963, p. 10-
11), p. 199.
[7] I. Lerner recoge la cita de Cervantes en el Quijote II, 14: “Y tanto el vencedor es más honrado/
cuando más el vencido es reputado” en su edición de La Araucana, p. 78, n. 3.
[8]  En La Chanson de Roland, el musulman Blancandrin es calificado de sabio, buen caballero y
valiente en los vv. 24-25, aunque luego ayudará al traidor franco Ganelon a enviar a Rolando y a sus
compañeros a la muerte. Varios de los caballeros musulmanes ríen “bellamente” (v.619, v. 628) y de
Balaguer se nos dice que tenía un cuerpo muy hermoso, y su rostro era valiente y claro (vv. 894-
895). Cfr. La Chanson de Roland, ed. J. Bédier, Paris: L’Édition d’Art Piazza, 1924 (mi traducción).
Estos textos medievales  pueden acercarse a  ciertos pasajes de La Araucana en los que  se describe
el valor y la fuerza de los combatientes araucanos. Ver por ejemplo el ya mencionado Canto XXI, y
el CantoXXX, entre otros muchos pasajes más breves.
[9] Chanson de Roland: “Paien unt tort e chrestien unt dreit” v. 1015, p.80.
[10] La descripción de los combates en la batalla en la que muere Lautaro es significativa, porque si
bien se encarece su valentía, se menciona también, con respecto a un cristiano, la ‘furia diabólica’,
así como el rostro ‘fiero, sucio y polvoroso, lleno de sangre y de sudor teñido’ del joven Andrea,
originario de Génova; se le compara con el ‘potente Marte sanguinoso’ y se le atribuye la realización
de hechos de armas casi imposibles.
[11] Ercilla describe con detalle a los araucanos y sus  costumbres en el Canto I, pero en el tema de
las prácticas religiosas, su descripción es más dudosa en cuanto a su autenticidad. Con respecto a la
épica medieval, ver  Norman Daniel: Heroes and Sarracens. A re-interpretation of the Chansons de
Geste, Edimburgh: Edimburgh University Press, 1984. Ver especialmente las pp. 121-178
[12] Cfr. Glucksmann, André, El discurso de la Guerra, Barcelona: Anagrama 1969 (ver sobre todo
su capítulo “El discurso de la Guerra” p. 75-105)
[13] En este sentido, es importante el  libro de Barbara Fuchs, Mimesis and Empire. The New World,
Islam, and European Identities, Cambridge: Cambridge University Press, en su capítulo sobre las
relaciones de La Araucana con Las Guerras Civiles de Granada, de Ginés Pérez de Hita, (p.35-63) 
y el estudio de la misma  Barbara Fuchs, “Traveling Epic: Translating Ercilla’s La Araucana  in the
Old World” en Journal of Medieval and Early Modern Studies 36.2, 2006, pp. 379-395. La autora
explora las relaciones de La Araucana con los temas políticos, religiosos y culturales del Imperio  y
establece una relación interesante de cercanía ideológica entre La Araucana y la novela El
Abencerraje y la Hermosa Jarifa (ca.1560),  un relato en el que las relaciones igualitarias de
cristianos y ‘moros’ son fundamentales. Para Fuchs, las negociaciones de la post-Reconquista, la
conversión forzada y la convivencia con los moriscos son un elemento clave en esta situación, y la
obra de Ercilla estaría influyendo y dialogando más o menos  directamente en las polémicas de su
época. Un artículo reciente sobre este  mismo tema y esta misma cercanía con El Abencerraje 
apareció en la Revista Chilena de Literatura, pero no cita este artículo de Fuchs: cfr.  Francisco
Ramírez, “Conquista, Raza  y Religión en el episodio de Tegualda en Cantos XX y XXI de La
Araucana”, en Revista Chilena de Literatura nº 74, abril 2009, p. 251-265
[14] No podemos olvidar en este contexto una de las lecturas fundamentales de Ercilla: en
la Farsalia, del poeta cordobés Lucano (39-65 DC), nuestro autor pudo leer algunas de las más
crudas descripciones de batallas, y es importante y significativo recordar aquí  que Lucano estaba
poetizando una guerra civil, una guerra entre hermanos e iguales y tomó partido al insistir en la
crueldad de Julio César frente a los seguidores de Pompeyo.
[15] Canto XXI, 3: “¡Cuántas y cuántas vemos que han subido/ a la difícil cumbre de la fama!/ Iudic,
Camila, la fenisa Dido/ a quien Virgilio injustamente infama; / Penélope, Lucrecia, que al marido/
lavó con sangre la violada cama, / Hippo, Tucia, Virginia, Fulnia, Cloelia/ Porcia, Sulpicia, Alcestes
y Cornelia”.
[16] Para un estudio del episodio de Tegualda, ver el interesante estudio de  Raúl Marrero-Fente: “El
Lamento de Tegualda: duelo, fantasma y comunidad en La Araucana” en Atenea 490, II Sem. 2004,
pp. 99-114. Un estudio anterior es el de Aura Bocaz, “El personaje de Tegualda, uno de los
narradores secundarios de La Araucana”. Boletín de Filología XXVII, 1976, pp. 7-28.
Para una revisión de las heroínas araucanas y las fuentes de estos episodios, especialmente en
relación con el estudio más antiguo de José Toribio Medina, ver Lía Schwartz Lerner, “Tradición
literaria y heroínas indias en La Araucana”, Revista Iberoamericana 81, octubre-diciembre de 1972,
pp. 615-622.
[17] En este mismo sentido, si consideramos a los narradores épicos antiguos y medievales anteriores
a Ercilla,  percibimos de inmediato que ellos no parecen hacer esfuerzo alguno por describir de
manera “adecuada”- es decir “histórica”, de acuerdo a nuestro criterio- las costumbres, los nombres,
el lenguaje ni sobre todo, la religión de los pueblos enemigos. Lo que pretendieron esos narradores,
sin duda, fue mostrarlos como figuras comprensibles para su público, tanto en su valor y peligrosidad
como en su error fundamental,  en aquello que los hace enemigos y adversarios.
[18] En otros momentos del poema, sin embargo, la crítica ha optado por leer algunas descripciones
de las mujeres de Arauco como ‘realidades históricas’; en este sentido se han leído las  estrofas del
Canto X, 4-7, en el que se describe su participación en las batallas:
 (…)

Estas mujeres, digo, que estuvieron

En un monte escondidas, esperando

De la batalla el fin, y cuando vieron

Que iba de rota el castellano bando,

Hiriendo el cielo a gritos descendieron,

El mujeril temor de sí lanzando

Y de ajeno valor y esfuerzo armadas,


Toman de los ya muertos las espadas.

Y a vueltas del estruendo y muchedumbre

También en la Vitoria embebecidas,

De medrosas y blandas de costumbre

Se vuelven temerarias homicidas;

No sienten ni les daba pesadumbre

Los pechos al correr, ni las crecidas

Barrigas de ocho meses ocupadas,

Antes corren las más preñadas.

(….)

Vienen acompañando a sus maridos

Y en el dudoso trance están paradas;

Pero si los contrarios son vencidos

Salen a perseguirlos esforzadas;

Prueban la flaca fuerza en los rendidos

Y si cortan en ellos sus espadas

Haciéndolos morir de mil maneras,

Que la mujer cruel eslo de veras.

[19] En relación con la descripción de las mujeres en la épica, hay que apuntar que ellas son
descritas, ante todo, desde una perspectiva contemporánea de género como mujeres y amantes,  como
mujeres capaces de amar tanto a un hombre como para defenderlo en toda circunstancia.
[20] La Araucana Canto XVIII, 1, 7-8
[21] Quint, David: Epic and Empire,   ver esp. p.157-185.
[22] Triviños, Gilberto: “El eco de las voces muertas: Epopeya, gran juego y tragedia en La
Araucana de Alonso de Ercilla”, ponencia leída en el Coloquio Épica y Colonia, Princeton
University, Department of Spanish and Portuguese Languages and Cultures, noviembre de 2003.
Accesible en el sitio www2.udec.cl/postliteratura/docs/artilinea/ercilla.pdf
[23] Góngora y Marmolejo, Alonso: Historia de Chile cap. 26, citado por David Quint, op. cit.,
p.102, n.6
[24] Triviños, op.cit., especialmente p. 7
[25] Dos estrofas ponen en escena la resistencia total del personaje de Galvarino:
 “Era, pues, Galvarino este que cuento,

de quien el canto atrás os dio noticia,

que porque fuese ejemplo y escarmiento

le cortaron las manos por justicia;

el cual, con el usado atrevimiento,

mostrando la encubierta inimicia,

sin respeto ni miedo de la muerte,

habló mirando a todos de esta suerte:

«¡Oh gentes fementidas, detestables,

indignas de la gloria de este día!

Hartad vuestras gargantas insaciables

en esta aborrecida sangre mía,

que aunque los fieros hados variables

trastornen la araucana monarquía,

muertos podremos ser, mas no vencidos,

ni los ánimos libres oprimidos” (La Araucana, Canto XXVI, 24-25)

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