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Lc 22;54-62

Jesús pone su mirada en mi, me transforma, me sana y me libera

Queridos hnos buenas tardes, en este taller que lleva por nombre… quiero que podamos aprender
sobre Pedro y lo que le sucedió en este relato . Este capítulo 22 tiene tanta riqueza

Porque La negación de Pedro como la acabamos de leer no fue un evento aislado, allí
sólito que sucedió de por si nomas, NO, si no que fue el evento final de un proceso que
podemos llamar “Camino al Pecado”.Y ¿que fue lo que Sucedió en este relato? lo que
pasa cada vez que pecamos. Siempre es el resultado de un proceso que toma tiempo.
Nadie peca de la noche a la mañana porque sí nomás. En el caso de Pedro, el proceso
comenzó cuando a raíz del anuncio del Señor Jesús de que Satanás iba a zarandear como
a trigo a los discípulos, Pedro se llenó de auto suficiencia y sacando pecho dijo al Señor
Jesús: Dispuesto estoy a ir contigo no sólo a la cárcel, sino también a la muerte.Lc 22:33
Luego el proceso continuó cuando en lugar de velar y orar para no entrar en tentación,
Pedro y los demás apóstoles se durmieron en el Monte de Los Olivos. Lc 22:40 Después
el proceso llegó a su madurez, cuando en clara desobediencia a lo que les había dicho el
Señor Jesús, en cuanto a no usar la espada, Pedro actuó impulsivamente, desenvainando
su espada y arremetiendo contra un siervo del sumo sacerdote, cortándole la
oreja.Lc22;50 En este punto, Pedro estaba listo para cometer esa horrenda acción de
negar al Señor Jesús.

La negación de Pedro debe decirnos que todos los milagros y las


señales en el mundo no nos mantendrán fieles a Dios si nuestros
corazones no están completamente entregados a él.

1. Introducción

Como base para esta reflexión partamos del texto del Evangelio de Lucas
que está a continuación, veamos lo que le sucede a Pedro. Adelantemos
que, en la actitud de Pedro, se produce todo el proceso de conversión al
que estamos llamados. Se dan los tres rostros del pecado, la llamada a la
conversión y los momentos principales de la conversión. El texto dice:

«54Entonces le prendieron, se lo llevaron y le hicieron entrar en la casa del


Sumo Sacerdote; Pedro le iba siguiendo de lejos. 55Habían encendido una
hoguera en medio del patio y estaban sentados a su alrededor; Pedro se
sentó entre ellos. 56Una criada, al verlo sentado junto a la lumbre, se le
quedó mirando y dijo: “Este también estaba con Él.” 57Pero él lo negó:
“¡Mujer, no le conozco!” 58Poco después lo vio otro y dijo: “Tú también
eres uno de ellos.” Pedro respondió: “¡No, hombre, no!” 59Pasada como
una hora, otro aseguraba: “Cierto que éste también estaba con él, pues
además es galileo.” 60Le dijo Pedro: “¡Oye, no sé de qué me hablas!” Y en
aquel momento, cuando aún estaba hablando, cantó un gallo. 61El Señor
se volvió y miró a Pedro. Pedro se acordó entonces de las palabras que le
había dicho el Señor: “Antes de que cante hoy el gallo, me habrás negado
tres veces.” 62Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente.» (Lc 22,54-
62).

1. Vivir en el mundo, o dejarse llevar por la presión


social (vers. 56)

«Una criada, al verlo sentado junto a la lumbre, se le quedó mirando y


dijo: “Éste también estaba con él”»

La mirada de la criada muestra la presión que recibimos del entorno que


nos rodea, de su invitación a dejarnos arrastrar por la sociedad, a seguir
incólumes con nuestra forma de vivir, sin compromisos y sin
responsabilidades; en una especie de relación endogámica amorfa en la
que domina el dejarse llevar por los hábitos y las costumbres sin hacer ni
cambiar nada.

La mujer se sorprende de encontrarle y, a pesar de su afirmación, está


haciéndole una invitación para que siga junto al calor de la lumbre, al
abrigo de la sociedad. Si hubiera hecho una pregunta le habría obligado a
Pedro a dar una respuesta, pero la afirmación, que además es una
denuncia, le daba opción a no tener que rebatir si tal afirmación es
verdadera o no.

2. Primer rostro de pecado: la negación de Dios


verdadero (vers. 57).

«Pero él lo negó: “¡Mujer, no le conozco!”»

Pedro, ante la afirmación de la mujer, se deja llevar. Va hacia lo más


escabroso y profundo del ser humano: niega conocer a Dios; niega
reconocer que Dios es Dios. Porque conocer a Dios significa saber que Él
es Dios verdadero y nosotros tan solo criaturas suyas.

La apostasía de Pedro se flagrante: «¡No le conozco!». El texto nos lo


muestra entre exclamaciones, dando a sus palabras una afirmación
tajante, una firmeza irreductible, verdadera. Pedro, es ese momento, está
en las antípodas de Dios; no quiere saber nada de Él ni de Jesús.
La primera acción que tiene el pecado en nosotros es alejarnos de Dios.
Idolatría significa precisamente eso: dar la espalda a Dios, alejarse de Él.
Lo que nos lleva a ser nosotros la medida de todas las cosas, a vivir
apartados de Dios.

3. Segundo rostro de pecado: el destrozo de vida, o la


pasividad (vers. 58).

«Poco después lo vio otro y dijo: “Tú también eres uno de ellos.” Pedro
respondió: “¡No, hombre, no!”»

Otra persona vuelve a afirmar nuevamente que Pedro es de Dios, pero


Pedro la desmiente; es la segunda negación de Pedro. Ya no niega la
deidad de Jesús, sino que se cierra en sí mismo pidiendo implícitamente
que le dejen vivir su vida, ¡que le dejen en paz! Pide que le dejen vivir en
pasividad, sin implicarse en las cosas que le rodean. Lo que es cerrarse a
toda vida, a caminar hacia la muerte en vida. Es optar por vivir una vida
destrozada por su propia cerrazón. Es de ¡déjame en paz!, que tantas
veces repetimos.

4. Tercer rostro de pecado: el destrozo personal, o la


egolatría (vers. 59-60a)

«Otro aseguraba: “Cierto que éste también estaba con él, pues además es
galileo.” Le dijo Pedro: “¡Oye, no sé de qué me hablas!”».

Por tercera vez afirman las personas que le rodean su pertenencia a Jesús.
Por tercera vez niega tal afirmación. Su afirmación tajante.

Marcos dice que Pedro negó entre imprecaciones y juramentos (Mc 14,71).
Una negación que rompe el suelo sobre el que se asentaba la vida ya rota
de Pedro, que se cierra todavía más en sí mismo. Una cerrazón que le lleva
a la egolatría, que le lleva a conformar el mundo a la medida de sí mismo.

La destrucción que produce esta nueva negación es total, destroza su vida;


Pedro se deshace, se desintegra, como persona.

Las tres negaciones de Pedro van minando su fe, su vida y su persona.


Todo pecado conlleva esta misma destrucción:

        A la anulación de los valores en los que creemos, que nos lleva a la
cerrazón;
    A replegarnos en nosotros mismos, que nos aísla como personas del
resto de la sociedad;

        A romper toda conciencia del bien y del mal.

El pecado lleva a la destrucción total del ser humano como persona.


Pedro, en su abandono de Jesús, al que juró que «aunque tenga que morir
contigo, no pienso negarte» (Mc 14,31), se ha destruido como persona,
pierde su ser y solo sabe defenderse con denuestos; como quien ciego, da
golpes en el vacío contra sí mismo. Pedro va hacia el abismo sin
percatarse realmente de ello.

5. La llamada a la conversión: la mirada de Jesús (vers. 60b-


61a)

«Aún estaba hablando cuando cantó un gallo. El Señor se volvió y miró a


Pedro».

«Te digo, Pedro, que hoy mismo, antes de que cante el gallo, habrás
negado tres veces que me conoces» (Lc 22,34), había predicho Jesús.

La mirada de Jesús no es de reprobación, sino de compasión. Su amor por


aquel pobre hombre, que no había comprendido nada, que todo lo
confiaba a sus fuerzas, que pensaba que tenía control absoluto sobre su
propio ser, es absoluto. Jesús ama y perdona. No perdona las mentiras de
Pedro, perdona a Pedro, a su hermano, hijo del mismo Dios. La mirada de
Jesús es una mirada de amor.

Jesús se compadece de Pedro. Dios se compadece del hombre. El Padre se


compadece de sus hijos; de nosotros, y nos perdona.

Jesús siempre «se vuelve y nos mira» ante nuestros pecados. Su mirada es
el asidero de amor que nos ofrece para que comprendamos; para que nos
demos cuenta de nuestras faltas, de nuestros errores. Dios siempre se
vuelve y nos mira; siempre espera a que, como hijos pródigos, volvamos a
Él.

La mirada de amor de Jesús, sana. Es una mirada sanadora, que nos


interpela y nos confronta, que nos lleva a distinguir entre el bien y el mal,
entre lo que es propio de Dios y lo que es adverso a Dios. Nos lleva a
comprender a qué lado de la línea del bien y del mal estamos. Nos impele
a tener que decidir si queremos estar con Él o a vivir sin Él. La mirada de
Jesús es una invitación a la conversión.
6. El reconocimiento de Dios, primer paso de
conversión (vers. 61b)

«Pedro se acordó de las palabras que le había dicho el Señor».

Pedro ha visto la mirada de Jesús y le ha penetrado dentro, muy dentro de


su ser. Aunque el texto no lo dice, seguro que se estremeció todo él. Y que
ardió por el dolor de sus negaciones: ¿cómo pudo suceder?, ¿por qué lo
hice?… ¡Dios mío, ¿qué he hecho?! Pedro comprende súbitamente su
error, su inconsistencia, su pecado.

Pedro, el hombre destrozado y deshecho por su abandono de Dios, se


reconstruye; se siente invadido por el amor que desprende la mirada de
Jesús. Se sabe culpable y, al mismo tiempo, comprende que ha sido
perdonado.

Esto es lo más terrible e incomprensible: ¿cómo puedo ser perdonado de


mi pecado sin haber hecho nada para merecerlo? Es algo que Pedro no
alcanza a comprender, que le supera: ¡no es posible que haya perdonado
mi vileza! Y, sin embargo, se sabe perdonado. Un perdón que genera una
deuda de gratitud imposible de pagar. Pedro sufrirá por el perdón de
Jesús toda su vida; la pena de su pecado no le abandonará nunca.

7. El reconocimiento del pecado, fundamento de


conversión (vers. 62)

«Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente».

Las lágrimas, incontenibles, inundan su corazón. Lágrimas que surgen de


lo más profundo de su ser al sentirse gratuitamente, generosamente,
perdonado. No comprender la actitud de Dios no le impide entrever la
grandeza que el Señor derrama sobre él, pobre pecador.

Lágrimas sanadoras y desgarradoras, dulces y amargas a la vez.


Provocadas por el amor de Dios y por el dolor de sí mismo, que le agitan y
amansan, le rompen y curan, le descomponen y le reconstruyen.

Lágrimas que transforman a Pedro, llevándole a dejar de ser hombre para


a ser Apóstol, dejar de ser judío para ser cristiano.

Lágrimas que iluminan su oscuridad, que le llevan a descubrir una verdad


antes no comprendida, que le impulsan hacia una vida entrevelada por el
conocimiento y el desconocimiento de Dios; entre saber quién es Dios y
desconocer a Dios en lo que es.
Lagrimas que reconfortan el espíritu y robustecen el cuerpo. Que
aglutinan todo el ser del discípulo pecador hasta transformarlo en el
Apóstol firme y roca que dirigirá a la Iglesia.

Es el milagro de la conversión. Jesús solo lo ha mirado, mas su mirada le


ha hecho comprender. Después de la revelación a la que se ve abocado, en
Pedro se produce el milagro. Pues milagro es que de la pobreza que somos
Dios extraiga lo mejor que hay en cada uno para ser testigos de Él ante los
demás.

Todos somos Pedro, el pecador. Todos somos reos de culpa. Mas todos
somos mirados por Cristo con su mirada de amor, invitándonos a ir a Él.
Ya tenemos su gracia. Ahora todo depende de nosotros: si nos abrimos al
don recibido o si nos aferramos a nuestra propia cerrazón. Aun así, el
Padre siempre nos llamará, y siempre esperará a que volvamos a Él.

8. Conclusión

No nos detengamos en el sufrimiento de Pedro ni en sus pecados. Seamos


capaces de ver en este relato el perdón de Dios. Un perdón que surge de
su amor a nosotros, sus criaturas. Un amor que perdona y olvida, que cura
y restablece y que, por encima de todo, nos impulsa a su presencia, a que
le reconozcamos como Dios verdadero.

Detengámonos en la cruz, ese ejemplo enorme e impactante de perdón y


de amor, de gratuidad y misericordia; doloroso, enormemente doloroso,
pero absolutamente regenerador y salvador. No veamos la cruz como foco
de sufrimiento, sino como fuente de amor. No veamos la muerte de Jesús
como el fin de nuestras vidas, veamos su oblación como oferta generosa
de salvación. Veamos la cruz como forja sanadora de nuestras bajezas,
como realidad, todo amor, que Dios, nuestro Padre, nos ofrece a través del
Hijo, para nuestra salvación.

Pedro fue salvado al confrontarse con la mirada de Jesús y aceptar su


perdón. Nosotros somos salvados cuando, al confrontarnos con Cristo,
reconocemos y aceptamos su perdón; cuando nos convertimos en sus
testigos ante el mundo.

La cruz es fuente de vida, no la debemos ver como causa de muerte y foco


de sufrimiento. No comprender la salvación a la que estamos llamados
sería no comprender que el Reino de Dios es Amor; un Amor al que somos
gratuitamente invitados
https://contemplativosactivos.wordpress.com/2018/03/26/pedro-y-la-mirada-de-jesus/

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