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LA NIÑA QUE QUERÍA LA LUNA.

(Cuento tradición oral europea)


Cuando mi hija cumplió 7 años tuvo una extraña enfermedad. Los médicos
diagnosticaron afasia, perdida del habla, pero en realidad enfermo de tristeza pues en
esa época su madre y yo nos estábamos separando. Ya llevaba 2 meses sin hablar
cuando fui a visitarla y le pregunté:

_ ¿Dime Carmencita que puedo hacer para devolver te la salud?

Me sorprendí cuando después de tanto tiempo sin pronunciar palabra abrió la boca
para responderme.

_ Papito bobito, es tan fácil, con que solo me regales la luna.

Yo salí de la habitación preocupado. Hubiera sido más fácil la imposible reconciliación


con su madre, pero, ¿la luna?, En ese momento hubiera dado mi vida por la luna.

Así que fui a ver a los mejores consejeros, mis amigos. El primero me dijo:

_Imposible la luna está a 2000 millas de aquí y es más grande que tu casa.

El segundo me respondió:

_Impensable la luna está a 3000 millas de aquí y es más grande que este país entero.

El tercero:

_Utopía la luna está exactamente a 384.400 km (trecientos ochenta y cuatro mil


cuatrocientos) de aquí, tiene una circunferencia de 10.917 km (diez mil novecientos
diez y siete), y además, es chata como una moneda y está pegada en el cielo.

Total que mientras más preguntaba más lejos se encontraban la luna y la solución a mi
problema. Yo que había ido a donde mis amigos por un concejo y ellos me dijeron
puras boberías.

Así que regresé a donde estaba mi hija y le pregunté:

_Carmencita hija, ¿de qué tamaño es la luna?

Y ella me respondió:

_ Papito bobito, no es más grande que mi dedo índice porque cuando sale por las
noches yo la tapo así.

_ ¿Y de que está hecha Carmencita?

_Papito bobito, de que va ser sino de plata.


_ ¡Ah! ¿Y cómo puedo hacer para agarrarla?

_Es muy fácil, porque cuando sale por las noches se enreda en las ramas de aquella
ceiba y después sube por el cielo como un globo.

Aquel día tomé todos mis ahorros; fui a ver al joyero y le pedí que me hiciera una luna
tal cual mi hija la quería, luego se la regalé. A la mañana siguiente mi Carmencita corría
por el patio de la casa rebosante de salud. Los dos juntos jugamos y reímos a más no
poder. Cuando llegó la tarde comencé a preocuparme. Pues en la noche la luna saldría
nuevamente y mi hija se daría cuenta que la suya era falsa, y sin dudas volvería a
enfermar. Así que decidí ver a los mejores consejeros, mis amigos.

Uno me dijo que le pusiera espejuelos oscuros a mi hija. Otro que cerrara todas las
puertas y ventanas de la casa por las noches. El último, que le escondiera la luna que
le regalé y se la devolviera por las mañanas. Así la noche llegó y no encontré solución
a mi problema. La luna se había adueñado del firmamento cuando llegue a la
habitación de mi hija y la encontré asomada a la ventana contemplando la luna.
Preocupado me acerque y le dije:

_Carmencita, ¿Cómo es posible que la luna brille allá en lo alto si tú la tienes colgando
en el cuello?

Y ella me respondió:

_ Papito bobito; si a mí se me cae un diente, no me nace otro nuevo después.


Si el jardinero corta las rosas, no nacen nuevas rosas después.
Si el día muere, no nace otro día después.
Así es todo en la vida, con un principio y un final para volver a comenzar.
Esa luna que está en el cielo es la luna de hoy, esta que llevo en el cuello es mi luna, la
que tú me regalaste ayer.

Yo les juro que nunca olvidaré esa noche por dos razones:

Por las palabras sabias de una niña de 7 años , y porque esa noche, desde la ceiba, la
luna me hizo un guiño.

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