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Guillermo Piro, Pensar en uno mismo

Mi profesor de Física me dijo que si tiro un sapo en agua hirviendo va a saltar y huir,
pero si lo pongo en agua fría y voy calentando el agua gradualmente va a quedarse
allí hasta que muera. Esto para decir que si cayéramos de golpe y viéramos la
situación editorial actual pegaríamos un salto, y si no lo hacemos es porque
terminamos habituándonos poco a poco a ella.
En otras palabras, haberme alejado de las traducciones españolas durante un largo
tiempo hizo que, al aproximarme a ellas otra vez, pegara un salto bufónido y sintiera
vértigo y ganas de vomitar. Pero el hecho hizo que intentara entender cómo funciona
la cabeza de un editor español. (Nota bene: como se ve, no hablo del traductor, sujeto
siempre inocente, asalariado fácil de complacer con un poco de dinero y una
palmada en la espalda; hablo de quien paga y ofrece la palmada, felicitando al
traductor por el trabajo hecho y prometiéndole más oportunidades en el futuro.) Y
creo que el problema radica en esa majestuosa mentira que dice que uno debe ser
uno mismo sin importar lo que digan los demás, como si lo que dijeran los demás
careciera de peso.
Al parecer, la sociedad nos condicionó sobre cómo debemos comportarnos y quiénes
debemos ser o no ser. Eso es obvio. Desde niños, padres, maestros, amigos nos
premiaron si hacíamos algo que ellos consideraban bueno, y nos castigaban si
hacíamos algo que ellos consideraban malo. Por eso las personas estamos
acostumbradas a buscar la aceptación de los demás y les damos mucha importancia
a sus opiniones, lo que llega a determinar incluso nuestra forma de pensar, hablar y
actuar. Pero nada de eso funciona a la hora de editar.
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Para ser uno mismo, uno debe dejar de vivir para complacer las expectativas de los
demás y empezar a vivir y construir la vida que uno quiere, eliminando las creencias
erróneas que uno tiene sobre sí mismo. Amarse a sí mismo (la cumbre del egoísmo).
No ser lo suficientemente duro con uno mismo, no juzgarse, no culparse, no castigar
los propios errores, no intentar complacer a los demás. Aceptarse tal y como uno es,
con sus virtudes y defectos: así funciona mucha gente y así parecen funcionar los
editores españoles.
Otra explicación, más sencilla, es que en verdad nos ignoran porque no les
importamos. En ese caso, entonces, la pregunta es: ¿por qué compramos sus libros?
No están dirigidos a nosotros, no están traducidos pensando en nosotros.
Deberíamos ignorarlos.
Cuando leo una traducción a otra lengua, mis expectativas son altas pero mis
exigencias son nulas: no fue traducido pensando en mí, no tengo nada que exigir. Ni
siquiera me resultó fácil hacerme con ese libro: no lo compré en una librería, nadie
me lo recomendó, nadie habló de él por la radio, nadie lo reseñó en los diarios. Soy
yo y mi circunstancia (el libro). Pero con un libro español todo eso cobra otro
sentido y se percibe con claridad luego de que uno se mantuvo prudentemente
alejado de ellos durante algún tiempo: son ilegibles.
Y no se trata, como hipócritamente dijo alguna vez Jorge Herralde, solo de palabras.
No tenemos problemas con las palabras, las entendemos aunque no sepamos qué
signifiquen. Ni siquiera tenemos problemas con ser ignorados (no somos
importantes). Lo que resulta intolerable es pensar que somos merecedores de tanta
mierda, al punto de vernos en el deber de pagar y no ser pagados por consumirla.
Como ocurre en otros ámbitos de la vida, somos esclavos que elijen a sus amos.

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