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CARLOS PADILLA

EL BRUJO
UNA HISTORIA REAL
EPÍGRAFES

“Seas quien seas, hagas lo que hagas, cuando deseas con


firmeza alguna cosa es porque este deseo nació en el alma
del universo. Es tu misión en la tierra.” (El Alquimista,
Paulo Coelho)

“El misterio de la vida no es un problema a resolver, sino


una realidad a experimentar.” (Duna, Frank Herbert)
PRÓLOGO
No sé si el hecho de vivir solo, le da al hombre la posibilidad de ser admirado y escuchado
por el resto de los mortales. Quizás, el no mezclarse a propósito con los demás seres
humanos genera alrededor de él una especie de atmósfera que atrae por lo desconocida e
incierta. Es posible que esa incertidumbre sea el origen de amores, odios e indiferencias
con respecto a su existencia. No lo sabemos con exactitud. Pero, al final del día, se puede
afirmar que esa persona no pasará inadvertida ni ignorada, de ninguna manera.

Adolfo Ávila, habitante de un pueblo de tierra caliente llamado Hondaima de la Cruz, dio
pie para toda clase de historias y leyendas. En este relato contaré lo que pude saber
acerca de Adolfo a quien, por temor o por cariño, llamaban El Brujo.*

*Los hechos ocurrieron en realidad. Los nombres de los lugares y de las personas han sido cambiados en
algunos casos, siguiendo una cierta licencia del autor.

Dedicatoria: Para Shaila, mi nieta favorita, a quien poco le agradan las novelas y
las películas basadas en la Vida Real.
UNO

EL PUEBLO

En una república tropical de la zona tórrida, a lo largo de muchos años de colonia, se fue
perfilando un caserío que más tarde sería llamado Hondaima de la Cruz. Una sección
amplia y plana del gran valle del Río Magdalena vino a ser el asentamiento de ese pueblo
que, con el pasar de los tiempos, se convirtió en lugar de recreo y veraneo para muchos
de los habitantes de las partes altas del país.

El verdor de las montañas y la naturaleza repleta de árboles, tanto frutales como


ornamentales, repletos de coloridas flores, dio a esa tierra un aroma y tal cúmulo de
bellos paisajes que, aquellos que desearan vivir allí, lo harían por el resto de sus vidas.

Había un no sé qué en esa región tan hermosa, que producía una fuerza de atracción
sumamente especial. Se llamó departamento del Tolima*. Llegaron colonos de muchas
partes, pero más de un departamento considerado como hermano: el Huila. Más tarde, se
le conoció a ese enclave como el Tolima Grande.

Precisamente, hacia el nordeste del departamento, se estableció el pueblo de Hondaima


de la Cruz. Con el tiempo se convirtió en una trayente ciudad con dos ríos atravesándola:
el Gualí y el Magdalena. Por ese motivo, se construyeron más de 10 puentes, necesarios
para comunicar las diferentes secciones de la ciudad. Varios de ellos son verdaderas obras
de excelente ingeniería y buen gusto. Son famosos el puente Agudelo, el puente López , el
puente Pearson y el puente Luis Ignacio Andrade.** Todos ellos se encuentran
actualmente en servicio y son verdaderos atractivos turísticos.

Hondaima se ha distinguido por ser una ciudad de paz y tranquilidad donde el fervor
católico ha sido una de sus características principales. Dos iglesias, de hermosa
arquitectura, cual gigantescas guardianas de las gentes creyentes, no pasan inadvertidas
por los viajeros que llegan a la ciudad. Son las Iglesias del Alto del Rosario y la Iglesia del
Carmen. Un presbítero de la Iglesia del Alto del Rosario, el cura Pedro Nel Manrique, es
uno de los protagonistas de esta historia que envuelve al brujo Adolfo Ávila y a otros
personajes muy reconocidos en el pueblo.

Para el cura Pedro Nel la presencia de alguien que denotara características especiales, o
que suscitara comentarios acerca de poderes extraños, significaba atención especial.
Hasta la casa cural llegaron los rumores de que una persona, habitante de su parroquia,
estaba dando lugar a ciertas afirmaciones que ya desembocaban en el campo de la
brujería y de extrañas supersticiones. Por ese motivo, encargó al sacristán Argemiro Pérez
para que llevara a cabo una pesquisa disimulada sobre las andanzas de ese personaje que
ya empezaba a inquietar a sus feligreses.

-Argemiro, necesito que me investigue todo lo que pueda sobre el tal brujo ese que anda
alborotando a mis parroquianos.-dijo el cura Pedro Nel.

-Como ordene su reverencia. Ya salgo a ver qué averiguo.- respondió servilmente el


subordinado.

Se caló el sombrero y se despidió.

El sacristán se encaminó inicialmente a la plaza de mercado para empezar sus


indagaciones, hablando indistintamente con gentes comunes que, como decían
popularmente, soltaban la lengua con facilidad. Entró por la puerta oriental y se aproximó
a uno de los puestos de venta de frutas y sorbetes, regentado por doña Lucinda Núñez.

-¿Cómo está, doña Lucinda?-le dijo, sonriendo, a la vez que mostraba su dispareja
dentadura.

-Bien, don Argemiro. ¿Qué le sirvo?-ofreció doña Lucinda, mirándolo curiosamente.

-Deme un salpicón, por favor.-

Las personas que conocían al sacristán percibían en su trato algunos rasgos que lo hacían
lucir desagradable. Por ejemplo, no miraba a su interlocutor de frente, sino que mantenía

la cabeza siempre girando hacia otro lado. Además, pretendía lucir elegante usando un
vestido raído que vio mejores épocas, unas botas de vaquero ya deterioradas que nunca
lustraba y un pañuelo rabo de gallo anudado al cuello. Remataba su indumentaria con el
sombrero típico de los vaqueros tolimenses, ladeado a la izquierda, como retando siempre
a su interlocutor. Sí, daba la impresión de creer ser alguien de otra estirpe, lo cual caía mal
entre las personas que lo trataban.

Argemiro empezó a degustar su salpicón, con fruición vulgar, masticando los pedazos de
fruta produciendo sonidos que parecían chasquidos. Suspendió la masticadera para decir:

-Oiga, doña Lucinda, ¿usted qué ha oído decir del brujo?

-Pues, todo el mundo no hace sino hablar de ese viejo.-respondió la frutera.

-Sí, pero, ¿qué es lo que dicen?-quiso saber Argemiro.


Doña Lucinda miró hacia todos lados y agachó la cabeza para responder, como si no
quisiera ser escuchada por la gente que caminaba por esa sección de la plaza.

-Todos dicen que tiene pacto con el diablo.-dijo ella.

-¿Por qué afirman eso?-indagó Argemiro.

-Es que aseguran que él tiene más de 100 años de edad y nada que se envejece.-

-Y, ¿qué más?-quiso saber el sacristán.

-Pues, que vuela por las noches y en tierra se convierte en un chupacabras-dijo Lucinda.

.En ese momento, Argemiro dejó de masticar las frutas, tocó su sombrero y mostró un
interés desmedido por saber más sobre el brujo.

-¿Usted sabe dónde vive?-preguntó el sacristán.

-Él vive a las afueras de la ciudad, sobre la salida a la Hacienda El Triunfo. Mucha gente lo
visita para que les haga “trabajos”.-dijo la frutera.

-¿Puede decirme más exactamente cómo llegar allá?-

-Es fácil. Vaya a la Calle de Carrasquilla, cerca al Colegio Santander, y ahí le dicen.- afirmó
doña Lucinda.

Argemiro le dio las gracias, pagó el salpicón y se despidió. Se dirigió hacia la Avenida Doce
de Octubre y caminó hasta coger la llamada Calle Nueva, que lo llevaría hasta el Colegio
Santander. Continuó a lo largo de Calle Nueva hasta llegar a un cruce, determinado por
una cuesta empedrada que más parecía un sendero de otras épocas. Se llamaba Callejón
de los Toros. El sacristán empezó a subir la cuesta que serpenteaba en su recorrido.

Llegando a la mitad de su jornada ascendente, Argemiro decidió descansar unos minutos,


pues su físico se lo exigía. Inspiró profundamente para oxigenar sus pulmones y reponerse
un poco de la agitación. Continuó la subida y llegó a una especie de avenida pavimentada.
El tránsito de buses intermunicipales y camiones era bastante denso y tuvo que cruzar la
vía con mucho cuidado. Tomó más aire y se desplazó media cuadra hasta llegar a una
esquina donde vio un letrero que decía, “Calle de Carrasquilla”.

Siguió hacia el oriente, por instinto, porque él no conocía esa parte de la ciudad. Vio una
tienda abierta y entró. Una señora de más o menos 50 años le dijo:

-A sus órdenes, señor.


-¿Me hace el favor de darme una gaseosa Glacial, bien fría?- pidió Argemiro.

La señora abrió la nevera de madera, dentro de la cual enfriaba las bebidas poniendo
bloques de hielo cubierto con afrecho del arroz que procesaban en las trilladoras que
abundaban en el pueblo. Sacó una gaseosa helada, la destapó y se la pasó al sacristán.

Argemiro tomó con ansia varias bocanadas del líquido frío. Se quitó el sombrero y se secó
el sudor con el pañuelo que anudaba en su cuello. Miró hacia los lados, como dudando en
hacer la pregunta que se asomaba en su boca. Se resolvió, y musitó en voz baja:

-Perdone, me podría decir ¿cómo llego a la casa del que llaman El Brujo?-

La tendera se quedó mirándolo con cierta incredulidad al oír la pregunta.

-¿Por qué quiere saber?- dijo la señora, frunciendo el ceño.

-Por nada especial, solo curiosidad.-respondió el sacristán, moviendo los hombros, como
dando a entender que la información no era de importancia.

Pagó la gaseosa, se caló el sombrero, ladeándolo a la izquierda y se dispuso a salir de la


tienda. Llegando a la puerta, oyó decir a la tendera:

-Oiga, ¿usted no es el sacristán de la iglesia del Alto del Rosario?-

El hombre se detuvo, miró hacia dentro del local y se devolvió unos pasos, hasta quedar
frente a la tendera. La miró con algo de desdén y le dijo:

-Cómo le parece que sí. Argemiro Pérez, a sus órdenes.-

-Yo soy Luisa Benavides.-respondió la dueña de la tienda, sonriendo. Luego agregó:

-Siéntese un rato y le cuento una historia.-

Argemiro aceptó la invitación y se sentó en una de las sillas de mimbre que había para la
clientela. Luisa salió de detrás del mostrador y tomó otra silla.

-¿Le provoca otra gaseosa?- sugirió.

-Está bien, gracias.-dijo el sacristán.

Eran alrededor de las 3 de la tarde y el sol aún se sentía fuerte, aquel día martes 13 de
octubre de 1951. Hondaima de la Cruz estaba pasando por una época de progreso y se
veían muchos visitantes en la ciudad, lo cual favorecía la economía de los Hondaimunos.
Los veranos se hacían sentir más calientes cada año que pasaba. Los balnearios que se
habían organizado a las afueras del pueblo se llenaban con turistas de otras localidades.
La restaurada iglesia del Carmen conglomeraba a muchos fieles de la Virgen del mismo
nombre. Además, los recién inaugurados puentes sobre el río Gualí, con sillas cómodas
para disfrutar de la brisa del anochecer, eran lo más apreciado por los caminantes que
deambulaban por las calles de Hondaima, mirando vitrinas y degustando el famoso
“raspado” que se había convertido en golosina refrescante muy apreciada.

Luisa Benavides decidió contarle a Argemiro lo que ella había oído decir acerca del
personaje, de quien se hablaban cosas no muy creíbles. Por supuesto que lo poco de real
que hubiera acerca de ese hombre se había aumentado con las supersticiones y las vagas
creencias de la gente de esos barrios.

-El Brujo se llama Adolfo Ávila, primero que todo.- dijo Luisa.

-¿Se sabe de dónde llegó?- inquirió Argemiro.

-Nadie tiene ni idea de eso. Por ahí dicen que dizque no es de este país.-informó ella.

-Y, ¿por qué se ha vuelto tan famoso?-

-Pues, algunas personas juran que él vuela y que se convierte en lo que quiera.-describió
Luisa, con aire un poco dramático.

-¿Usted cree que eso es cierto?- indagó el sacristán.

-A mí no me consta nada de eso, pero todos lo comentan.-

-¿Qué más dicen?-

-Pues, que saca oro de las piedras y que resucita gente y animales. También juran que no
le entran las balas porque está “rezado” por el ánima sola.-dijo Luisa, con genuino miedo
en la voz.

-¿Cómo llego a su casa?- indagó Argemiro.

-Siga derecho, por esta calle que es cerrada. Es la última casa a la izquierda.-dijo Luisa.
DOS

ACOTACIONES

Tuve la oportunidad de conocer personalmente a Adolfo Ávila, a quien todos en


Hondaima llamaban el BRUJO. En el año 1951, yo era un adolescente de 11 años y vivía
con mi madre en la casa de la Calle Carrasquilla, en el número 7-15. Un poco en diagonal,
por la acera de enfrente, se hallaba la entrada a la vivienda de los Ávila. Precisamente,
uno de mis compañeros de juegos era Bonifacio Santos Ávila, el único hijo de Adolfo.

Hoy, a mis 81 años de edad, todavía conservo los recuerdos vívidos de mis encuentros con
el BRUJO. La primera vez que lo tuve cara a cara fue para mí como un suceso
extraordinario.

Era una de esas horas matinales de tierra caliente. El sol empezaba a meterse por los
resquicios de las casas y los solares, iluminando a diestra y siniestra todos los recovecos y,
a la vez, daba ese toque ardiente característico del clima de Hondaima. Yo calculo que
serían cerca de las 9 de la mañana, pues no tenía aún mi primer reloj de pulsera.

Los miembros del equipo de béisbol habíamos quedado de encontrarnos al frente de


nuestras casas para organizar un partido, antes del medio día. Eran días de vacaciones de
la escuela y nos dábamos el lujo de disponer de tiempo para nuestras actividades
recreativas. Ya casi estábamos todos reunidos, pero echábamos de menos a Bonifacio que
no aparecía aún. Recuerdo que éramos una decena de muchachos, formando dos equipos
de a 5, cada uno: pitcher, cátcher (a cargo del home) y tres más en las bases. Todos
usábamos manillas rudimentarias y los bates eran elaborados con pedazos de ramas de
árbol a los que pulíamos lo mejor posible. La pelota era de trapo, reforzada con hilos de
cáñamo. La cancha era improvisada en la calle, al frente de nuestras casas. Como esa vía
era cerrada, muy de vez en cuando cruzaba un jeep que iba o venía de la Hacienda El
Triunfo, cuya entrada se franqueaba por medio de una gran “puerta de golpe”*. Nuestras
mamás se asomaban de vez en cuando para ver cómo se desenvolvía el juego y si nos
estábamos llevando bien. En general, discutíamos amistosamente en cada jugada.

Aquella mañana, estábamos los jugadores justos, pero faltaba Bonifacio. Eso era un poco
raro porque él era de los primeros en aparecer. Yo tomé la iniciativa y le dije a mi
hermano Jairo que iría a buscarlo. Crucé la calle y me acerqué al portón de entrada de la
casa donde vivía Bonifacio con su papá.

-¡Buenos días!- dije en voz alta y esperé un poco, pero nadie vino a abrir el portón.

Después de unos minutos, decidí volver para integrarme al grupo. Ya había dado unos
pasos, cuando oí una voz clara a mis espaldas que dijo:
-¡Joven, venga un momento, por favor!

Me detuve y giré para ver quién me llamaba. Me devolví hasta la entrada de la vivienda.
Al principio, imaginé que iba ver a un adulto de unos 40 años o más, pero me sorprendí al
ver frente a mí a alguien que parecía de unos 30 años. Pensé que era un hermano mayor
de Bonifacio, pero me equivoqué.

-Soy el papá de su amigo. Me llamo Adolfo Ávila.- dijo el hombre.

Por un instante, vacilé en aceptar lo que esa persona me había dicho, pues no podía creer
que él luciera tan juvenil.

-Mucho gusto, don Adolfo. Yo soy Alberto.- dije, como respuesta inmediata.

-Es que tuve que mandar a Bonifacio a hacerme una diligencia al centro de la ciudad y no
está en este momento.- me explicó Adolfo.

-Ah, bueno, gracias.- dije un poco sorprendido. -Entonces, será para después. Hasta
luego.- Y, volví sobre mis pasos.

-Yo le digo a Bonifacio que usted vino a buscarlo.-dijo Adolfo, cuando yo ya me iba.

Me retiré un poco impresionado de ver la presencia de aquel hombre. Era de alta


estatura, piel oscura, cabello lacio y negro, ojos profundos y muy vivaces, pómulos
salientes, boca de labios delgados y lucía una chivera de esas que llaman de candado.
Vestía de forma sencilla y hablaba con tono tan grave que sus palabras quedaban
resonando en los oídos. Era algo impresionante ver y escuchar a ese señor.

Como si fuera la primera vez, el sacristán deseaba que la cosas que se aproximaban a su vida
fueran lo menos dolorosas para su ser. Él, como un ser humano estándar normal, sentía que tenía
el derecho a escoger lo mejor para su existencia, aunque ello no fuera del todo posible. Pero, la
idea solamente, le daba una especie de libertad para elaborar su propia felicidad que él sentía era
cada vez más esquiva.

El Padre Pedro Nel no pensaba lo mismo. Para alguien perteneciente al “clero de pueblo”, la
mirada se centraba principalmente en obtener la aceptación de los habitantes y,
consecuentemente, manipular al máximo a quienes eran más próximos a su poder, como el
sacristán.

No es fácil imaginar cómo una persona, cuya imagen tiene una ínfima y frágil representación de
Dios en la Tierra, fuera alguien tan ordinario y falaz. Pero, la cruda realidad casi siempre está
cubierta por ese manto espeso de la mentira elaborada cuidadosamente y adornada con la
verborrea barata que el cura del pueblo, casi generalmente, usa para enmascarar su verdadera
naturaleza. Sí, el Padre Pedro Nel menospreciaba y usaba la torpe ingenuidad de Argemiro para
obtener sus fines de poder omnímodo sobre aquel pueblo, ahora luciente como ciudad turística,
donde la fama y el renombre de un extraño, estaba en camino de desbancar la débil aceptación de
que gozaba el cura entre sus feligreses.

En el fondo de su conciencia, Argemiro estaba cumpliendo el encargo de su jefe, con cierto temor
a lo desconocido. Ese ambiente de lo oscuro, oculto y lúgubre le causaba un malestar que él
disfrazaba con sus maneras rudas y algo hoscas ante las personas con las que se relacionaba. Sin
embargo, cuando se daba de manos a boca con alguien como la tendera Luisa, que lo recibió sin
aprehensiones a la vista, él suavizaba esa especie de coraza que más bien era su defensa.

Pensó en la indicación que Luisa le dio para localizar la casa del BRUJO y se propuso seguir
adelante con el encargo que le acababa de dar el cura. Realmente, no sabía cómo iba a actuar en
esa clase de situación, pues era la primera vez que se enfrentaba con un caso como ese.

Empezó, pues, a caminar por la calle bautizada como Carrasquilla. Era una vía más bien amplia,
con árboles a lado y lado que no habían talado para llevar a cabo una pavimentación que el
municipio había prometido ya hacía algunos años. Por eso, el piso era polvoriento y sólo se podía
ver manchas de césped, que allá llamaban genéricamente pasto, al frente de una que otra
vivienda. A lo largo de esa calle, Argemiro contó dos tiendas más, una casa donde hacían trabajos
de modistería, cuatro o cinco viviendas hechas de madera y poca gente afuera.

A medida que se iba aproximando a la parte cerrada de la vía, el sacristán quería estar seguro de
que iba a golpear en la puerta adecuada, es decir, la casa donde vivía el BRUJO. Algo que llamó su
atención fue un pedrusco grande que se levantaba en medio de la calle, casi al frente de una de las
tiendas, la de Don Hermelindo Gutiérrez, persona conocida por su buen trato y su generosidad. El
calor hizo que Argemiro sintiera sed de nuevo. Entró a la tienda y golpeó sobre el mostrador.

Pronto, hizo acto de presencia un hombre alto, robusto y de tez sonrosada que vestía una
camiseta blanca y portaba una toalla mediana sobre su hombro izquierdo que usaba para
enjugarse el sudor ocasionado por el clima caliente de Hondaima. Su sonrisa era natural e invitaba
al saludo.

-Buenas tardes, ¿me hace el favor de darme una gaseosa?- dijo Argemiro.

-Claro. Usted me parece conocido.- dijo el tendero, pasándole una crema-soda helada. Luego,
agregó: -No es usted Argemiro, el sacristán de El Alto del Rosario?

-Sí, mucho gusto. Y, usted es…- dijo Argemiro, esperando un nombre.

-Hermelindo Gutiérrez. Bienvenido.- respondió el tendero, con una amplia sonrisa en todo su
rostro.

Argemiro se sintió complacido con esa persona tan amable. Lo miró sin prevención de ninguna
clase y le preguntó: -¿Usted ha oído hablar de Adolfo Ávila?-

-Sí, claro, todo el mundo lo conoce por aquí.-respondió Hermelindo.-


-¿Qué clase de persona es él?-quiso saber el sacristán.

-Alguien común y corriente. Buen vecino sí es.-dijo Hermelindo.

Argemiro se quedo pensativo durante un momento, como dudando en hacer la siguiente


pregunta. Luego, se decidió.

-¿Sabe por qué lo llaman EL BRUJO?-

Hermelindo se limpió el sudor con la toalla, miró alrededor, como guardando cautela, y dijo:

-Es que parece que tiene poderes del otro mundo y hasta es capaz de salarle a uno la vida, si hay
motivo para eso.- respondió Hermelindo.

-¿Qué quiere decir con eso?- indagó Argemiro.

Hermelindo se acercó más hacia el oído de Argemiro y le susurró:

-¡Que es un BRUJO de verdad!-

Hasta ese preciso momento, Argemiro había oído solo rumores y habladurías que le retrataban al
BRUJO como un hombre de indefinidos rasgos personales y quien, a la larga, podría resultar
alguien común y corriente. Pero, cuando escuchó las palabras de Hermelindo, con tanta seguridad,
se puso a prueba su conclusión inicial.

El tendero era tenido como una persona seria en sus conceptos. Alguien sencillo, honesto y poco
amigo de chismes. Por esa razón Argemiro se atrevió a preguntarle:

-¿Por qué afirma usted eso?-

-Tengo mis razones.- dijo Hermelindo, enderezándose y dando unos pasos hacia el estante de los
enlatados. Parecía que no deseaba ahondar más en ese tema.

El sacristán se quitó el sombrero, lo sacudió y volvió a encasquetárselo, no sin antes abanicarse la


cara con él. El calor se sentía bastante fuerte en esa época del año. Sin embargo, los árboles de
matarratón que bordeaban la calle exhibían sus flores rosadas abiertamente y el verdor de sus
ramas daba un aire de frescura que se podía percibir débilmente. Hasta la tienda de Hermelindo
Gutiérrez llegaba el aroma del árbol que movía sus ramas casi al frente del establecimiento.

Argemiro decidió seguir adelante con su pesquisa, aprovechando que el sol había sido cubierto por
unos nubarrones en ese instante. Era una “escurana” momentánea que había que aprovechar para
no sudar tanto por el calor. Pagó su consumo y se despidió. Salió de la tienda y miró en ambas
direcciones de la Calle de Carrasquilla. Se encaminó con rumbo a la salida hacia la Hacienda El
triunfo. Como la calle no estaba pavimentada, una suave brisa levantó polvo, que resultaba
incómodo para caminar. El hombre se tapó la cara instintivamente, esperó un instante mientras
pasaba el polvero y siguió caminando. Miró su reloj de pulsera. Ya eran las 5 de la tarde.
Como yo, que contaba con 11 años de edad, estaba sentado sobre el sardinel que rodeaba mi
casa, divisé la figura de Argemiro aproximándose al lugar donde vivía Adolfo, el papá de mi amigo
Bonifacio. Yo lo conocía desde antes porque de la escuela nos llevaban a misa a la iglesia del Alto
del Rosario, y él acompañaba al cura Pedro Nel en las labores de la misa.

Poco a poco se fue aproximando y, cuando me divisó, cruzó la calle y vino hacia mí.

-Mire, joven, puede decirme ¿cuál es la casa del BRUJO?- dijo con tono plano e impersonal.

-Allí al frente.- respondí, señalando con mi brazo derecho levantado.

-Gracias.-dijo Argemiro, y reanudó su marcha.

A mí no me llamó mucho la atención esa escena. Era común que la gente pidiera indicaciones para
llegar a algún destino. En esa época, para un muchacho como yo, no era nada rara esa acción. Hoy
pienso en las connotaciones que pudo haber tenido esa visita, pues los acontecimientos que
sucedieron después me han dado en qué pensar.

A la larga, lo que Argemiro estaba haciendo no tenía relevancia mayor. Él solo estaba llevando a
cabo un encargo que le había dado el cura Pedro Nel y, como todo subordinado, no se le había
ocurrido pensar las razones que tuvo el cura para ordenarle eso.

Una vez estuvo al frente de una pequeña puerta de broche, llamó en voz alta:

-¡Buenas tardes!-

Esperó unos minutos a que alguien respondiera o se mostrara. Como no hubo respuesta, insistió.

-¡Buenas tardes!- pero no hubo respuesta.

Como la puerta funcionaba con un broche de presión, la empujó suavemente y se abrió. Pensó por
un instante si sería lícito seguir adelante. Le pareció que ya que estaba al frente del lugar hacia
donde se dirigía, no tendría nada de malo echar un vistazo. Avanzó unos pasos y sintió un aroma
suave de rosas que lo envolvió, dándole cierto sentimiento de descanso que le agradó. Era un
jardín extenso, muy bien cuidado y con flores a diestra y siniestra. Divisó la casa de habitación que
se erigía un poco adentro del solar. No avanzó más porque se entretuvo mirando, palpando y
aspirando el aroma perfumado que lo rodeaba. Lanzó una mirada al piso y vio varias tortugas
hicoteas de corta talla, que andaban a su ritmo hacia un pequeño estanque que se veía dentro de
aquel jardín tan hermoso.

Argemiro estaba tan embelesado con aquel paisaje que no detectó la persona que lo observaba,
con una sonrisa en el rostro, desde una distancia de unos cuatro metros. Era Adolfo Ávila, el
personaje a quien todos conocían como EL BRUJO.

Esa escena más parecía de mentiras que de la vida real. Todo un jardín, repleto de plantas verdes
en floración, sombras refrescantes proyectadas por los abundantes árboles, vida animal silvestre y
un ambiente de calma tal, que a Argemiro se le antojó, por un instante y para sus adentros, pensar
en el paraíso terrenal descrito en la Biblia que todos los días limpiaba y ponía abierta sobre un
atril que al cura Pedro Nel se le antojó llamar “bibliario”.

La calma del momento se rompió cuando Adolfo avanzó unos pasos sigilosos que el sacristán
finalmente detectó, y vio acercarse a un hombre que le dijo con voz grave y profunda:

-Buenas tardes. ¿En qué se le puede servir?-

La imagen de esa persona impresionó tanto a Argemiro que no pudo articular palabra por la
sorpresa. Ante él estaba un hombre de estatura promedio, vistiendo unos pantalones de dril y una
camisa blanca de manga larga. Sus pies calzaban botas de vaquero, con espuelas de amansador de
potros cerriles.* No estaba usando sombrero en ese momento. Su tez era algo morena y miraba
con ojos profundos y brillantes. Tenía nariz aguileña y la boca de labios carnosos estaba
enmarcada por una corta barba negra, muy bien cuidada. Lucía un peinado tradicional, con partida
al lado izquierdo. No aparentaba más de 40 años, pero todos decían que tenía más de 80. Algo
que llamaba la atención de manera inmediata eran sus manos que él movía con ademanes muy
bien medidos. Se acercó más y le extendió la derecha al sacristán.

-Soy Adolfo Ávila, y usted es el sacristán del Alto del Rosario, ¿no es cierto?- le dijo sonriendo.

El recién llegado respondió al saludo y, al tiempo que estrechaba la mano extendida, le respondió:

-Mucho gusto, Argemiro Pérez, a sus órdenes.-

-¿Le gusta mi jardín?- indagó Adolfo.

-Por supuesto que sí, y me excuso por haber entrado sin avisar.-dijo Argemiro.

-No se preocupe por eso. Tengo ese portón de broche para que las personas que me necesitan
puedan seguir, sin perder tiempo. Como lo ha hecho usted. Pero, avance para más adentro y le
muestro la casa y un corral.-invitó el dueño de casa.

-Muchas gracias. ¿Lo puedo llamar Adolfo?-inquirió Argemiro.

-No hay cuidado. Hágalo.-

Inmediatamente, los dos hombres caminaron por un sendero que pasaba por el frente de la casa y
se adentraba en una especie de bosque a cuyo fondo se veía un corral dentro del que corrían y
relinchaban una media docena de potros, de pieles relucientes y llenos de energía.

-¿Son suyos?- quiso saber el sacristán.

-Sí, yo los compro y los “renuevo”.- dijo riendo Adolfo.

-Y, ¿cómo lo hace?-


-Eso ya es un secreto.-respondió Adolfo, soltando una carcajada. Luego continuó: -Yo soy
domador de potros cerriles.-

Ahora sí entendía el sacristán el por qué de las botas con espuelas. Continuaron andando unos
cuantos metros más y, sorpresivamente, Argemiro sintió una corriente de aire helado que pasó a
través de él. No vio ningún ventilador o abanico cerca, y menos un acondicionador de aire que,
para esa época era un lujo bastante caro. No dijo nada al respecto, pero estaba bastante asustado.
El fenómeno se repitió y esta vez el sacristán decidió salir de allí, lo más rápido posible.

-Lo siento, pero tengo que irme porque se me hace tarde para la misa.-dijo con afán.

Con pasos largos y casi a la carrera, Argemiro abandonó la casa de Adolfo. Pensó que aquel lugar
no era de este mundo y que posiblemente, algo malo le iba a pasar.

Ya eran alrededor de las 8 de la noche en Hondaima de la Cruz. Una suave brisa descendía desde
los cerros tutelares y refrescaba un poco aquella tarde tan marcadamente ardiente. No se podía
decir que la estación caliente había llegado. En aquel pueblo el verano era eterno y los días se
sentían más pesados por el embotellamiento del terreno. A comienzos del siglo XIX, un sismo
sacudió la ciudad y una sección de ella se hundió, literalmente. A partir de ahí, se empezó a llamar
“Hondaima”, pues su nombre original era Villa de San Bartolomé de las Palmas. Desde ahí en
adelante, las dos secciones de la ciudad se comunicaron por medio de callejones y cuestas
inclinadas que vinieron a caracterizar el pueblo.

La casa del BRUJO estaba localizada en la parte alta, pero en ese mes del año, durante el día, no
corría brisa y no se movía la rama de un árbol. Por eso, cuando Argemiro sintió que una corriente
de aire gélido pasó a través de él, allá en la casa de Adolfo (el BRUJO), se aterrorizó tanto, que allí
olvidó su sombrero y la libreta donde había escrito sus notas personales. Cuando cayó en la cuenta
de su olvido, ya se encontraba a tres cuadras de la Casa Cural. Allí pernoctaba en un cuarto
auxiliar, cerca de las oficinas. Su misión era la de vigilar ese recinto porque el cura Pedro Nel
dormía en la casa de su hermano Florián, en un barrio alejado del Alto del Rosario.

Ya, al frente de la Casa Cural, sacó la llave de la puerta y en el momento de meterla en la


cerradura, sintió una mano sobre su hombro derecho. Se estremeció y volteó la cara, para
encontrarse de manos a boca con Eusebio Benítez, el vigilante nocturno de ese barrio.

-No me diga que lo asusté.-dijo Eusebio, riéndose.

-Qué va, es que estaba distraído, no más.-respondió Argemiro, secándose el sudor con el pañuelo.

-Pero, yo lo noto nervioso.-acotó el vigilante.

-¿Quiere que le cuente por qué estoy algo sensible?-ofreció el sacristán.

-Cuente, cuente a ver.-apremió Eusebio.

-Bueno, es que me vine casi corriendo desde Carrasquilla.-dijo Argemiro.


-Y eso, ¿qué fue lo que le pasó?-

-Que estuve donde el BRUJO Adolfo Ávila, y allá me pasaron cosas raras.-expuso el sacristán.

Argemiro le refirió a Eusebio la experiencia sufrida durante su encuentro con el BRUJO,


aumentada con la fantasía necesaria para transmitir un temple de valiente, con el fin de hacerse
héroe ante su amigo.

Comentaron un buen rato las peripecias del día y después de media hora, se despidieron. Eusebio
siguió con su ronda y Argemiro entró a la Casa Cural.

Esa noche fue de desvelo para el sacristán. No lograba comprender qué le estaba
ocurriendo en realidad. Lo primero que se vino a su mente fue la posibilidad de que
Adolfo le hubiera hecho algún rezo o algo por el estilo. Era tanta la prevención hacia esa
persona, que cualquier cosa relacionada con él siempre resultaba en hechizo o brujería.

Así son los devenires de las gentes en esos pueblos. Aunque Hondaima había
evolucionado a un nivel de ciudad turística, no cesaban las habladurías con respecto a
casos como el del BRUJO.

Ya en la mañana, con sueño atrasado y agotado por las andanzas del día anterior,
Argemiro se encontró con el padre Pedro Nel que acababa de arribar a la Iglesia. Era un
cura de 62 años de edad, de cara regordeta, nariz ancha, orejas grandes y una calvicie
incipiente que le permitía cruzarse el pelo de un lado al otro de la cabeza, dando la ilusión
de que no le faltaba cabello. Un metro con setenta de estatura y peso de 85 kilogramos.
Mostraba ademanes ágiles que, para su edad, daban la idea de alguien energético y sano.
En realidad lo era. De fácil palabra e ideas prontas, que le permitían mantener un buen
nivel de aceptación por la mayoría de sus feligreses. Como rasgo personal, no usaba
sotana fuera del templo.

Había llegado hacía ya 11 años a esta parroquia del Tolima. Tuvo que lidiar con asuntos
relacionados con aventureros y “magos” que le dieron fama en toda la región. Todo ello
atrajo las gentes de esa región, quienes invirtieron en el desarrollo de Hondaima de la
Cruz.

Buenos días, Argemiro.-saludó al sacristán.

Buenos días, Padre.-dijo con pereza Argemiro.

¿Me tiene noticias de aquello?-quiso saber el cura.


-Algo pude averiguar, reverencia.-dijo el sacristán.

-Pero, bueno, dígame qué supo.-apremió el Padre.

-Pues, no mucho. Logré saber dónde vive el BRUJO y…-Argemiro se detuvo al ver el
ademán del cura, haciendo que se callara.

-¡Aquí no se nombra ese personaje de esa manera!-Susurró con fuerza el Padre.

-Se llama Adolfo Ávila y vive por los lados de la Calle Carrasquilla, cerca al Colegio
Santander.

-Qué más, qué más.-apremió el cura.

-Pues, yo no le vi nada de raro, fuera de que vive como alejado de la gente. Hablé con él y
me trató bien. Pero hubo un detalle que me hizo dar miedo.-narró Argemiro.

-Y, ¿qué fue eso?-preguntó el Padre.

En ese momento, Argemiro vaciló y se iba poniendo pálido. El Padre Pedro Nel agitó su
brazo derecho en el aire y subió el volumen de la voz: -¡Dígame de una vez por todas cuál
fue el asunto!-exclamó.

-Que, un ánima pasó a través de mi cuerpo. Eso fue lo que sentí, cuando estaba hablando
con ese señor. Y no fue una, sino dos veces.-remarcó Argemiro, exaltado.

-¡No me salga con esos cuentos, hombre!-lo reconvino el cura.

En ese instante entró la secretaria de la Casa Cural al despacho del Padre Pedro Nel y dijo:

-Perdone reverencia, pero alguien lo necesita urgentemente. Está en la sala de espera.-

-¿Es alguien que yo tenga en mi agenda?-preguntó el cura.

-No, Padre. Es un señor que dice llamarse Adolfo Ávila.-

TRES

EL ENCUENTRO

El Padre Pedro Nel identificó el nombre que le dio su secretaria al momento. Lo que no
comprendió fue el posible motivo de la visita de aquel personaje a la iglesia.

-¿Dijo cuál es el motivo de la consulta?-


-No, su reverencia. Pero lo noté un poco inquieto.-dijo Sofía, la secretaria.

-¿Inquieto en qué sentido?- indagó el cura.

-Pues, no se quiso sentar a esperar y ha estado dando pasos por la oficina.-aclaró Sofía.

-Dígale que ya voy para allá.-instruyó el Padre.

El cura Pedro Nel era una persona culta y no se mandaba a negar ante ninguna persona.
Miró a Argemiro y le hizo una señal con la mano derecha, dándole a entender que no se
demoraba. Luego, salió calmadamente hacia la sala de espera.

La Casa Cural ocupaba una amplia estancia de la construcción adosada a la Iglesia. Era una
obra arquitectónica de la época colonial de gruesos muros y puertas de arcos
semicirculares. La sala de espera estaba equipada con asientos de cuero y en el medio
resaltaba una pesada mesa de cedro sobre la cual descansaba un pesado florero lleno de
rojos claveles. El cielo raso se veía elevado y todo el recinto estaba bien ventilado.
Además, las grandes claraboyas rematadas con vetustos vitrales dejaban colar la claridad
del día. El piso, aunque antiguo, se mantenía limpio y brillante.

El Padre Pedro Nel entró dando pasos ágiles y seguros, queriendo con ello impresionar
positivamente a su visitante. Una vez ante él, dijo las palabras que siempre usaba para
detectar el grado de religiosidad que podría tener una persona de su parroquia.

-¡Ave María Purísima!-

-¡Sin pecado, concebida!- complementó el visitante, haciendo una inclinación.

-Soy el Padre Pedro Nel Manrique. ¿En qué le puedo servir?-dijo el cura, invitando a su
huésped a sentarse.

-Mucho gusto, reverencia. Yo soy Adolfo Ávila.-se presentó el recién llegado. Luego,
continuó: -El propósito de mi visita es sencillo. Vengo a devolver unos elementos que su
sacristán dejó olvidados en mi casa ayer.-

-Y, ¿de qué elementos se trata?- quiso saber el Padre, frunciendo un poco el ceño.

-Un sombrero y una libreta de notas. Los traje tal y como los dejó.-dijo Adolfo.

-O sea, que no abrió la libreta ni se enteró de lo escrito allí.-dijo el cura.


-No creo necesario aclarar eso, Padre. Yo soy un hombre respetuoso de la propiedad
ajena.-puntualizó Adolfo.

El cura cayó en cuenta de que se había extralimitado un poco en sus apreciaciones. Por
eso, trató de suavizar el asunto.

-No quise ofenderlo, señor Ávila.- dijo el cura sonriendo, a la vez que recibía las cosas.

-No siendo otro mi propósito, creo que me iré ya.-dijo Adolfo, poniéndose de pie.

En ese momento, el Padre Pedro Nel pensó que no debería perder la oportunidad de
conocer algo más de la personalidad y de las andanzas de quien llamaban EL BRUJO.

-¿Puedo hacerle una pregunta?- indagó.

-Sí, no hay problema, reverencia.- ofreció Adolfo.

El cura se acomodó mejor en el asiento y de una vez, le espetó la pregunta clave:

¿Por qué lo llaman a usted EL BRUJO?-

Adolfo miró a los ojos al cura y, sin mostrar ningún gesto de desagrado, le respondió:

-Eso habría que preguntárselo a quienes lo hacen, Padre. Y, de paso, me gustaría aclararle
que yo vivo mi vida sin molestar a nadie. Por lo cual, le agradecería que me explicara su
interés en eso, si no es molestia.-dijo calmadamente Adolfo.

El Padre Pedro Nel comprendió que aquel sería un hueso duro de roer. Se frotó las manos
y respondió a la observación de Adolfo, también de manera normal.

-Eso era simplemente una muestra de curiosidad, señor Ávila.-

Bueno, Padre, si se le ofrece algo en que yo le pueda servir, ya conoce dónde vivo.- dijo
Adolfo y se despidió.

El cura vio cómo salía Adolfo de la Casa Cural, dando grandes zancadas y haciendo sonar
sus botas vaqueras que al caminar hacía repicar las espuelas. Sin pensarlo dos veces, llamó
al sacristán.

-¡Argemiro! Venga acá, por favor.-

El sacristán apareció al minuto y vio cómo el cura le extendía sus pertenencias olvidadas
en la asa de EL BRUJO. El Padre lo miró con seriedad y le dijo:
-Ojalá no vuelva a dejar botadas sus cosas en cualquier parte. Y, mire a ver si puede
averiguar algo serio sobre Adolfo, pues ya me di cuenta de que ese hombre se trae algo
raro entre manos y puede resultar peligroso para la Iglesia.-

-Entonces, ¿qué me sugiere su reverencia?-dijo Argemiro, con mirada de impotencia.

-Dígale a Eusebio, el vigilante, que lo acompañe y salen de inmediato detrás de Adolfo.


Esta vez necesito que me desenmascaren al BRUJO ese.-ordenó el Padre Pedro Nel.

-Como lo ordena su reverencia, así lo haremos. Pero, hay algo que quiero contarle.- casi
susurró Argemiro, acercándose más al cura.

-A ver, dígame de que se trata.-respondió el Padre, sin mostrar interés.

Argemiro estaba dudando en referirle el incidente del hálito frío que lo atravesó dos veces
cuando hablaba con Adolfo, aquella tarde en su casa. Entonces, arregló el relato para
impresionar al cura.

-Señor cura, allá en a casa del BRUJO pasan cosas del otro mundo y muy malignas.-
empezó a decir el sacristán. Miró la cara del cura y vio que puso gesto de curiosidad. Se
decidió, pues, a continuar. –Es que allá en esa casa hay espíritus del mal y yo miso los
sentí.-

-¿Cómo así?-

-Yo estaba parado, hablando con el BRUJO, y de pronto vi como una nube en forma de
diablo que se me acercó. Era horrible y helada.-relató el sacristán.

-Y, ¿qué más paso?-indagó el Padre Pedro Nel.

-Pues, que pasó a través de mí y yo casi pierdo el sentido.-agregó Argemiro, poniendo cara
de susto.

-Parece que el mismo Adolfo es un demonio, según eso.-concluyó el cura.

-Y, entonces, ¿qué haremos con el Brujo ese?-quiso saber Argemiro, con ganas de que el
Padre planeara algo contra Adolfo.

-Déjeme pensar sobre eso. Por ahora, vayan e investiguen más.-

Argemiro parecía haber ganado más aprecio por parte del Padre, cosa que necesitaba,
pues sus fallas anteriores lo habían desacreditado. El cura salió del despacho y, sin mirar al
sacristán, le ordenó mientras caminaba: -Bueno, ¡váyase ya!
Eran ya casi las 2 de la tarde en Hondaima de la Cruz. Extrañamente, ese día se había
presentado con muchas nubes en el cielo, algunas de ellas nubarrones negros que
hicieron oscurecer un poco el ambiente. Por las calles de la ciudad se veía a la gente correr
porque presagiaban que llovería torrencialmente, como sucedía cuando el día se ponía
así, y no se querían empapar.

Argemiro salió a la puerta de la Casa Cural, miró hacia los dos lados de la calle y no vio al
vigilante Eusebio, su amigo de la infancia en ese momento. Ya se había calado las botas y
el sombrero. Salió y empezó a caminar por la acera, buscando a quien sería esta vez su
compañero de pesquisas. Miró hacia los cerros y se extrañó de verlos cubiertos por
nubarrones oscuros. El sol no se veía y el calor cotidiano que se producía se había
convertido en una especie de mezcla extraña de calor y frío. Continuó caminando y se
detuvo súbitamente al ver un relámpago diurno y escuchar el retumbar del trueno.
Definitivamente, aquel día estaba resultando atípico en Hondaima, sobre todo porque no
era época lluviosa sino más bien lo contrario. A ese primer rayo siguieron otros que lo
hicieron pensar en una “tormenta seca de verano”, como los meteorólogos llamaban a
ese fenómeno climático.

Tras unos quince minutos de marcha, Argemiro divisó a una cuadra de distancia la silueta
de su amigo Eusebio. Ya había pensado en la manera de convencerlo para que lo
acompañara a cumplir con el encargo del Padre Pedro Nel. Como su paga estaba a cargo
de la iglesia, no habría problema en hacerlo mover hacia otra sección de la ciudad, en
horas de trabajo. Algo que le atraía de esta parte del encargo del cura era que Eusebio
portaba un arma de dotación y que podría portarla cuando fueran a la zona de
Carrasquilla, a visitar a Adolfo.

Como el vigilante se desplazaba dándole la espalda a Argemiro, éste lo llamó en voz alta.

-¡Eusebio!-

El hombre volteó a mirar al oír el llamado y enseguida se detuvo. Miró a ver quién lo
requería. Al reconocer a su amigo, se detuvo y lo esperó.

-Qué hubo, mijo, ¿cómo andan las cosas?-preguntó Eusebio, con curiosidad.

-Bien, compa. Es que le traigo un encargo del padre.-le respondió Argemiro.

En ese momento, pasó por la vía un jeep Willys, de modelo antiguo. Quien lo conducía era
el Padre Pedro Nel. Frenó unos metros adelante y, con un ademán de la mano izquierda,
llamó a los dos hombres. Ellos captaron la seña y se acercaron presurosamente.
-Como veo que ya se encontraron, les sugiero que se den prisa porque se anochece
pronto. No se les olvide llevar el arma. Pero, eso sí, con mucho cuidado.- Dijo el cura.
Inmediatamente aceleró el motor del jeep y se alejó a lo largo de la calle.

Eusebio se quedó pensando en las palabras del Padre y, algo extrañado, le dijo al
sacristán:

-¿De qué diablos hablaba el cura?-

-Tranquilo, hermano. No es nada raro. El Padre quiere que vayamos a hacerle una visita al
brujo.-respondió el sacristán.

-Y, ¿eso como para qué?-indagó el vigilante.

-Pues, para averiguar qué es lo que se trae entre manos.-

-¡No, yo tengo vigilancia!-protestó Eusebio.

-Como el cura es el que le paga a usted, él dijo que no había problema.-

Los dos amigos se miraron, fruncieron los hombros y empezaron a caminar. Eusebio torció
la boca y murmuró: -Bueno, allá él.-

Como si el día presagiara algo maligno, otro rayo iluminó la oscuridad de la tarde y el
trueno casi ensordeció a los dos caminantes. Subieron por la cuesta del 12 de octubre,
caminaron por Calle Nueva y desembocaron casi al frente del Colegio Santander. Luego
tomaron rumbo por la calle de Carrasquilla. Su objetivo era la última casa de la izquierda,
antes de quedar cerrada la vía.

A medida que caminaban, algunos vecinos los reconocieron y se preguntaban cuál era el
motivo para que el sacristán y un vigilante, en uniforme y armado, se acercaran a la casa
de Adolfo Ávila, el BRUJO.

Para muchos de los habitantes de Hondaima, ese pueblo era como una especie de oasis
de paz que se había escapado de muchas arremetidas de la violencia que, por varios años,
había sembrado de víctimas y sepulcros los cementerios de las ciudades de toda esa zona.
Pero, aquella tarde gris que se estaba llenando de nubes oscuras y rayos en pleno día, no
era como las demás. Aún no empezaba a llover y lo extraño era que el calor cotidiano que
incomodaba a los más veteranos de esas tierras ardientes, se había convertido en una
especie de brisa congelante que desconcertaba a casi todos los habitantes.

Las luces de las calles se encendieron, como si ya fuera a anochecer. Los perros aullaban
en vez de ladrar y las gallinas confundieron su rutina: se acomodaron en sus gallineros
para dormir. Súbitamente, una detonación ensordecedora se escuchó en toda la zona de
Carrasquilla. Todos los que estaban al tanto de los pasos de Argemiro y Eusebio, que
estaban asomados a las ventanas de sus casas o parados al frente de sus puertas, vieron
como segundos antes de esa explosión un rayo cayó sobre el lote donde Adolfo vivía.

Pero, casi inmediatamente después, el cielo se destapó, los arreboles de la tarde se


manifestaron, los perros reanudaron sus andares sin rumbo a lo largo de la calle y pareció
que el pueblo había revivido. Ahí sí fue cierto que las leyendas tejidas sobre la persona de
Adolfo Ávila se aumentaron y ya todos hablaban de que un demonio se podría haber
apoderado de él.

Argemiro y Eusebio siguieron caminando calle abajo, llenos de un ciego temor que no
podían explicar. Sentían más pesados los pies a medida que se aproximaban a la casa del
Brujo.

-Oiga, compa. ¿No sería mejor que dejáramos este encargo para otro día?-propuso
Eusebio.

-Nada de eso, hombre. Ya casi llegamos y no vamos a perder la venida, ¿oyó?- le replicó el
sacristán, lanzándole una mirada recriminadora.

-Pero, ¿qué es lo que vamos a hacer allá?-preguntó el vigilante.

-Al Brujo ese lo vamos a poner contra la pared para que nos confiese qué es lo que hace y
por qué. Más bien, vaya alistando el tronante ese, para amenazarlo.-le dijo Argemiro,
señalando con el dedo la pistola de dotación de Eusebio.

Los dos hombres estaban tan concentrados en su plan, que no detectaron el grupo de
vecinos que los iba siguiendo a cierta distancia. Algunos iban armados con perreros, otros
con palas y los demás con piedras que habían recogido de la calle. Parecía que estaban
decididos a defender a Adolfo, en caso de que fuera necesario. Unos de los que
marchaban eran Hermelindo Guriérrez y la dueña de la tienda donde Argemiro había
parado a descansar, la primera vez que fue por allí.

Todos andaban despacio, observando los movimientos de los visitantes. Daba la impresión
de que ellos conocían la esencia de los extraños ires y venires de aquel personaje que
todos habían rebautizado como EL BRUJO. Casi todos se habían beneficiado de la
sabiduría oculta que Adolfo Ávila tenía a su haber. Nunca se preocupó de explicarles de
dónde había sacado sus secretos y menos de darles a entender por qué obraba de esa
manera.
Lo cierto era que mucha gente se sentía agradecida con Adolfo, y una manera de
manifestarle su apoyo era lo que estaban haciendo esa tarde. Posiblemente, nadie tenía la
mínima idea de que entre ellos se encontraba viviendo un poderoso nigromante.

Adolfo provenía de tierras muy lejanas localizadas a miles de kilómetros de Hondaima. Su


tierra natal fue una pequeña aldea situada en medio de las montañas del Cáucaso.

Tuvo que huir para no perder la vida, después de que un ejército invasor asoló la región de
su pueblo, asesinando a toda su familia. Por azares del destino, vino a parar a Hondaima
de la Cruz, donde sus maestros ocultistas le dijeron que había un portal inter-dimensional.
Tuvo que investigar durante varios años para encontrar el lugar exacto donde “todo era
posible”, le habían dicho sus gurús. Por eso él vivía en esa casa.

Cuando Argemiro y Eusebio se hallaron al frente de la puerta de broche, a la entrada de la


propiedad de Adolfo, sólo querían entrar, de modo que empujaron con fuerza el portón. Tan
pronto dieron un paso adentro, se dieron de manos a boca con una manada de perros gigantescos
que se abalanzaron sobre ellos. Para evitar ser mordidos, salieron en desbandada y tan pronto
estuvieron en la calle, se encontraron con la turba que los esperaba.

Ellos sólo querían escapar de una posible tunda de “perrerazos”, pero Eusebio creyó que sacando
la pistola iba a evitar que eso sucediera. Tan pronto mandó la mano a la funda se le vinieron
encima algunos de los miembros del grupo. Ya era casi de noche y la iluminación allí era de muy
baja intensidad. Se produjo momentáneamente un tumulto desordenado, rodeando al sacristán y
al vigilante. Súbitamente, se oyó un disparo que retumbó en esa parte de la calle. Fue tan
determinante ese sonido, que por un instante se detuvo el devenir de los hechos, factor que me
dio la oportunidad de examinar con detenimiento lo que pudo haber pasado, en realidad.

Parecía que los elementos del destino se habían conjurado para que esa especie de instantánea
temporal se hubiera dado tal y como ocurrió. La tarde oscura, la tormenta seca, el cambio
impactante de la temperatura en el ambiente, la jauría que apareció de la nada, el crescendo del
sentimiento defensivo de la gente y el sonido del disparo fueron, en un momento dado, el
conjunto de factores que delineó lo que ocurrió más adelante.

Algunos de los vecinos defensores de Adolfo huyeron despavoridos y otros se preocuparon por la
posible tragedia que debió ocurrir. Hermelindo Gutiérrez fue el primero que se encargó de hacer
volver a la realidad a la gente. Se abrió paso a través del tumulto y se acercó a Argemiro.

-Dígame, ¿le ha pasado algo? ¿Hay alguien herido?-

-Yo estoy bien.- respondió. –Pero, ¡a Eusebio no lo veo moverse!- agregó, con mucho temor.

Acercaron la luz de una lámpara de kerosene y ampliaron el espacio donde yacía Eusebio, quien
aún sostenía la pistola en su mano izquierda. Sorpresivamente, notaron que una persona más se
unió al grupo. Era Adolfo quien, con determinación y seguridad, dijo:
-¡Hagan espacio, por favor! Necesito examinar a este hombre.-

Los vecinos se apartaron suficientemente y esperaron. Adolfo tomó la mano izquierda de Eusebio,
apartó la pistola con cuidado, le tomó el pulso y al hacerlo notó el orificio de entrada de la bala
que fue disparada. Estaba en la parte de arriba del hombro derecho, con orificio de salida. Parecía
una herida limpia que sólo comprometió tejidos blandos. Eusebio se quejaba del dolor, pero no
expresaba nada. Como el lugar era incómodo, Adolfo sugirió entrarlo a su casa.

-Ayúdenme a trasladarlo a mi cama.-

Hubo voluntarios, Argemiro entre ellos, que levantaron al vigilante y lo movieron hacia dentro de
la casa. Pasaron por el portón de broche y se fueron directamente a la alcoba del Brujo.
Acomodaron al herido en la cama y, ya con buena iluminación, algunos comentaron:

-Qué raro, pero yo no veo ningún perro de esos que los atacaron a ustedes.- le dijo una vecina a
Argemiro, quien prefirió no responder.

Mientras tanto, Adolfo limpió la herida de Eusebio y le realizó una curación de emergencia. Le hizo
tomar un medicamento y, poniendo su mano derecha sobre la cabeza del vigilante, rezó una
oración en lengua desconocida. Los asistentes quedaron más que sorprendidos al ver y oír todo
aquello.

-Tengan la amabilidad de salir y dejarnos solos a mis amigos Argemiro, Eusebio y a mí.-pidió
cortésmente Adolfo.

Los vecinos fueron saliendo lentamente de la estancia, comentando en voz baja todo ese conjunto
de hechos extraños que estaban ocurriendo. Ya, sin testigos, Eusebio habló, en medio del dolor:

-Señor Ávila, perdóneme, por favor. Yo no quise que esto pasara.-

-Todo ha sido una sarta de malos entendidos.- agregó Argemiro.

Adolfo se quedó mirándolos fijamente, sin rencor en su mirada. Dio unos pasos alrededor de la
cama y les dijo:

-Comprendo que ustedes están siguiendo órdenes, probablemente del cura. Pero, no entiendo a
qué se debe esa animadversión que él ha mostrado contra mí.-

-Lo que pasa es que el Padre quiere investigar todo ese cúmulo de leyendas que la gente ha tejido
con respecto a usted y a lo que hace.- trató de explicar Argemiro.

-Si es sólo eso, ¿por qué vienen a mi casa con un arma de fuego?- les preguntó, mostrando la
pistola de dotación de Eusebio.

Argemiro respondió, diciendo: -Ese ha sido un inmenso error de nuestra parte. Sólo queríamos
asustarlo para que nos hablara de su vida y las cosas que trajina.-
-Ustedes a mí no meten miedo con eso, en primer lugar. Y, en segundo, no tienen ningún derecho
a interrogarme.-expuso, con seguridad, Adolfo.

Los dos hombres sintieron miedo ante esas palabras y no pudieron disimularlo. Se dieron cuenta
de que estaban al frente de alguien que no era una persona ordinaria. Por ello, advirtieron que se
habían chocado con una especie de muro de hormigón, contra el que no podrían hacer nada, por
el momento. Querían únicamente salir de allí y reorganizar sus ideas.

-¿Puede caminar sin problema?-indagó Adolfo, mirando al vigilante.

-Creo que sí. Casi no me duele el hombro y no hay problema. Puedo salir caminando a mi casa que
queda en este mismo barrio. Argemiro me acompañará.-dijo Eusebio.

Los dos, no tan gratos visitantes, pidieron disculpas a Adolfo y se despidieron. Él los acompañó
hasta el portón y les dijo:

-Antes de emprender un plan, no olviden considerar todas las posibilidades. Si lo construyen sobre
bases falsas, se derrumbará.-

Adolfo les devolvió la pistola, a la cual le había extraído el cargador y la bala de la recámara. Los
vio alejarse a lo largo de la calle polvorienta. También vio mil ojos observando lo que estaba
pasando en ese momento.

Argemiro y Eusebio se perdieron de vista al doblar una esquina, situada en medio de la cuadra.

Hay una serie de elementos que juegan papeles determinantes en las vidas de las personas.
Muchas veces, no son tomados en cuenta porque son difícilmente detectables por los mismos
actores de los acontecimientos. Un caso de esos es el relacionado con la reacción colectiva ante
ciertos hechos que proyectan una idea de injusticia hacia alguien.

Adolfo era apreciado, respetado y posiblemente temido por quienes lo conocían o habían recibido
su influencia por medio de rezos, pócimas, encantamientos y brujerías, como afirmaban algunos.
No era necesario hacer una encuesta para saberlo. La prueba se empezó a dar cuando se produjo
el tumulto que terminó con la herida de Eusebio. Ya se empezaba a ver una especie de acuerdo
tácito para tomar parte en la defensa de aquel personaje que estaba causando una rebelión con
contra de quienes lo estaban persiguiendo.

Luisa Benavides, la dueña de una de las dos tiendas de la Calle Carrasquilla, y Hermelindo
Gutiérrez, el otro propietario de la tienda que yo visitaba cuando era niño, se constituyeron en
líderes de los residentes de toda esa zona de Hondaima de la Cruz, decididos a averiguar las
verdaderas razones que tenían Argemiro y Eusebio para llegar a amenazar a Adolfo en su propia
casa.

En la mañana siguiente al incidente de la noche tormentosa, unas 50 personas se reunieron en el


solar de Hermelindo para desarrollar un plan de acción que fuera muy bien elaborado, como para
no dar la idea de que se estaba llevando a cabo una asonada. Todos estaban muy atentos.
Recuerdo que asistieron a esa reunión los vecinos que yo conocía. Allí estaban Don Darío De la
Torre, mi tío Eustasio, Eliseo Casasbuenas, Don Pacho Durán y muchos otros. En sus rostros se
notaba el descontento por lo que estaba pasando, y porque sospechaban que todo aquello no era
obra únicamente del sacristán y del vigilante.

-Ya sabemos que el sacristán y su amigo no vinieron solamente a visitar al Brujo. Hay algo detrás
de todo eso, que debemos aclarar.-les dijo Luisa.

-Estoy de acuerdo en que otras personas deben estar tramando algo más grande.-replicó Eliseo.

Don Darío De la Torre, sub-jefe de mantenimiento del acueducto, levantó la mano para intervenir.
Hermelindo lo vio y le indicó con un movimiento del brazo derecho que hablara. A la vez, los
asistentes intercambiaban ideas y se sentía un murmullo de voces.

-Por favor, hagamos silencio para escuchar a Don Darío.- sugirió Hermelindo.

El vecino nombrado, se pasó al frente de los demás y se quitó el sombrero. Era un hombre curtido
por largas caminatas bajo el aire cálido de aquellas tierras tropicales. Sus pocas palabras no le
impidieron expresar algo que puso a todos a pensar.

-Por todo lo que oído y he visto, estoy casi seguro de que lo que hemos visto suceder es idea del
cura Pedro Nel.- dijo pausadamente y con suficiente claridad.

El murmullo se intensificó al escuchar lo que acababa de decir el Viejo Darío, como cariñosamente
lo llamaban. En ese momento, la asistencia pasaba de un centenar de asistentes, entre adultos,
madres con sus hijos y jóvenes. Se movían con cierta inquietud en el solar de la casa de
Hermelindo y sus pisadas hacían crujir las hojas secas desprendidas de un palo de mango florecido
y de un inmenso arrayán que crecían en medio del lote.

-¿Qué creen que debemos hacer?-dijo alguien con voz decidida.

-Yo propongo hacer una visita amistosa al Padre Pedro Nel y, de paso, le exponemos lo que ha
venido ocurriendo con respecto al Brujo.-expuso mi tío Eustasio.

-¿Están de acuerdo en que vayamos, en orden y con calma, al Alto del Rosario?- preguntó
Hermelindo Gutiérrez.

-Sí.-respondieron todos a una voz.

-Entonces, empecemos a caminar hacia el centro.-invitó Pacho Durán.

Fueron saliendo ordenadamente del solar y empezaron a caminar a lo largo de la Calle


Carrasquilla. Algunos se tropezaron con la gran roca que sobresalía en medio de la vía, al frente de
la tienda de Hermelindo. Como la calle aún no había sido pavimentada, la marcha de ese centenar
de vecinos levantaba el polvo que se hallaba suelto sobre el suelo destapado. A lado y lado de la
calle, sobresalían los árboles de mata-ratón, cubiertos con flores rosadas. Los pájaros dejaban oír
sus trinos y gorjeos desde las ramas, que se entrecruzaban y proyectaban su sombra sobre el piso.
Siguieron avanzando por Calle Nueva y luego por la Avenida 12 de octubre. Pronto, se vieron
ocupando el espacio del parque construido al frente de la Iglesia Catedral del Alto del Rosario.
Muchos se pararon al frente de la Casa Cural, mientras los voceros irían a invitar al cura para que
saliera y escuchara las inquietudes de sus feligreses.

Hermelindo, Luisa y Eliseo decidieron entrar. Saludaron a la secretaria que era conocida por casi
todos.

-Buenos días, señora Beatriz.-dijo Hermelindo, en nombre del trío de visitantes.

-Buenos días, don Hermelindo.- respondió ella, sonriendo. -¿Qué se les ofrece?- agregó.

-Queremos hablar con el Padre Pedro Nel.-explicó Luisa.

-Y, ¿Cómo para qué sería?-indagó la secretaria.

-Es algo personal y delicado.- explicó Eliseo.

-¿Toda la gente que está en el parque, viene con ustedes?-preguntó Beatriz, mirando hacia afuera.

-Sí, claro. Venimos a exponer unas inquietudes al Padre, en nombre de todos ellos.- dijo
Hermelindo.

-Ya le aviso al Padre.- dijo la secretaria y se fue hacia adentro.

Un minuto después, salió el Padre Pedro Nel, mostrando un gesto serio.

-Buenos días, ¿De qué se trata todo esto?-dijo con afán.

-Buenos días Señor Cura. Lo queremos invitar a que salga unos minutos para hablar con un grupo
de sus feligreses.- expuso Hermelindo, calmadamente y en tono tranquilo.

-Yo no salgo a hablar con turbas ignorantes. Si necesitan algo, hablemos aquí mismo.- casi ordenó.

Eliseo se asomó a la puerta y les dijo en voz alta: -El Padre no sale a hablar con ustedes.-

-¡Que salga!, ¡Que salga!- repetían en coro los del parque.

-Bien pueden decirle a sus amigos que yo no salgo.-afirmó el cura.

Lo que no habían visto los vecinos estacionados en el parque era algo que pondría en peligro su
seguridad. La secretaria había llamado por teléfono al cuartel del ejército, dando a entender que
una asonada se estaba produciendo en el parque de la Iglesia.

Tan pronto las autoridades recibieron el aviso, inmediatamente enviaron dos contingentes
armados con fusiles para copar las vías que daban salida al parque. Cuando menos lo pensaron, los
vecinos se vieron rodeados totalmente por soldados que les apuntaban con sus armas. Eran
tiempos de “conmoción interna”.

CUATRO
COMPLICACIONES
Hay situaciones que se complican inesperadamente y pierden los esperados desenlaces que,
aunque parezcan lógicos, se desvían por caminos muchas veces trágicos. Cuando se nos antoja
analizar lo sucedido, es cuando podemos vislumbrar los caminos fáciles que podríamos haber
tomado inicialmente. A veces nos ponemos a pensar si no fuera posible tener esa visión futurista
antes de que las cosas se den.

Pero, así no funciona el mundo en que vivimos. Por ejemplo, una simple petición de diálogo no
concedida, puede llegar a convertirse en toda una tragedia. Como pasó en el parque del Alto del
Rosario, frente a la iglesia del mismo nombre, cuando los soldados vieron la oportunidad de
mostrar lo poderosos que eran.

La gente del vecindario de Carrasquilla, defensores de su benefactor Adolfo Ávila, alias EL BRUJO,
solo querían hablar con el cura Pedro Nel para comprender por qué su sacristán estaba haciendo
un seguimiento que más parecía una persecución a quien tanto apreciaban. Pero, eso no lo sabía
el teniente Fernando Gamboa, que comandaba las fuerzas de disuasión de motines, y quien estaba
ese día sufriendo de un fuerte dolor de muela que no le había permitido dormir en dos noches
seguidas. Ese día, él había salido del cuartel con 100 hombres.

-¡Orjuela!-llamó a su segundo.

-¡Sí, mi teniente!- dijo un sargento, cuadrándose ante su superior.

-Mande a sus soldados de confianza para que taponen las salidas del parque y que esperen mis
órdenes.-ordenó el oficial.

Ya habían transcurrido tres meses desde que el gobierno había decretado la “Conmoción
Interna”, que permitía poner bajo control militar ciudades y pueblos cuya situación de orden
público estaba en discusión. Hacía tres semanas que el teniente Gamboa había sido nombrado por
el Gobernador ALCALDE ENCARGADO.

Los soldados encargados de las comunicaciones cargaban con los pesados radioteléfonos que el
ejército había adquirido y que representaban lo más avanzado en ese campo en los años 50. El
raido-operador del grupo cercano al teniente Gamboa se acercó a él, tendiéndole un auricular.

-¡Aló!, ¿quién es?-dijo casi a gritos. La muela lo estaba torturando en ese momento.

-Teniente, soy Argemiro, el sacristán. El Padre Pedro Nel quiere hablar con usted.-
-Que pase al teléfono.-dijo Gamboa.

-Teniente, las cosas se están poniendo feas aquí, frente a la iglesia. Mire a ver si me colabora con
ese problemita.-casi ordenó el cura.

-Tranquilo, Padre. Yo me encargo de la situación.- dijo Gamboa, con resolución.

-Cuente con su bonificación extra este fin de semana, teniente.-Hubo una corta pausa y luego el
Padre Pedro Nel colgó.

El teniente Gamboa llamó a su subalterno inmediato para darle instrucciones, sin pensar en las
posibles consecuencias de lo que iba a decir. Le importaba más su tortura molar del momento.

-Mire, Orjuela, váyase con un pelotón y cojan a los organizadores de la asonada. Cuando los demás
vean que la cosa es seria, se van a calmar y se irán para sus casas.-

-¡A sus órdenes, mi teniente!- dijo el sargento, y salió de prisa a ejecutar lo mandado.

El sargento Orjuela era de los más sumisos y obedientes. A veces ejecutaba las órdenes con
demasiada pasión y luego había que “desenredar entuertos”, como decía el Padre Pedro Nel.

Un grupo de 20 hombres armados con fusiles salieron al trote y se dirigieron al centro del parque.
Como ya habían hecho inteligencia sobre los vecinos perfilados como líderes, sabían a quiénes
tendrían que detener.

Orjuela iba al frente del pelotón, con una hoja de papel en la mano derecha y su pistola en la
izquierda. En la hoja tenía las fotos y los nombres de quienes había que poner en orden. Una vez
llegaron al frente de la iglesia, el sargento gritó:

-¡Hermelindo Gutierrez, salga y párese al frente!- El hombre se separó del grupo y se presentó
ante los soldados, quienes lo rodearon.

Lo mismo sucedió con las otras personas que dirigían a los demás. Pronto, la multitud vio con
impotencia que sus amigos fueron detenidos y trasladados en un camión hacia un lugar
desconocido.

No tuvieron más remedio que retirarse a sus casas y, de paso, contarle a Adolfo lo que había
pasado con quienes los habían representado en su petición ante el cura Pedro Nel.

Tan pronto le refirieron los hechos y los nombres de quienes actuaron en contra de sus amigos,
Adolfo se quedó un instante pensativo, los miró con tranquilidad y les dijo:

-No se preocupen por ellos. Yo me encargaré de arreglar ese problema.-

Los vecinos se tranquilizaron y se retiraron a sus viviendas, no sin antes conversar entre ellos sobre
los acontecimientos acaecidos ese día. Ya la tarde estaba cayendo sobre los cerros de Hondaima y
los rojos arreboles parecían estar rindiéndole honor a la luna que estaría próxima a aparecer,
plena de luz y fulgor. En esas noches, todos se sentían felices de mirar la luna llena que
desparramaba su fría iluminación sobre todos, sin distingos de ninguna clase. Eso no les creaba
ningún interrogante, como sí ocurría con su vecino Adolfo.

-Oye, Teodulfo, ¿no se le hace raro que dentro del solar del brujo no se siente el calor?- indagaba
Luisa Benavides, la dueña de la otra tienda de la cuadra.

-Pues, no me había dado cuenta, Luisa.-respondió el amigo, frunciendo el ceño.

En ese momento, se acercó Lucinda, la dueña de uno de los puestos de venta de salpicones en la
plaza y les dijo susurrando:

-Ya les oí lo que dijeron, y yo también me había dado cuenta de ese detalle. Pero, no se puede
negar que ahí adentro uno se siente raro, como en paz, ¿no es cierto?-

Ya era de noche y no había mucha esperanza de que del cuartel salieran los buenos amigos de la
cuadra de Carrasquilla, que habían sido detenidos bajo el cargo de asonada. Precisamente, el
teniente Gamboa, ejerciendo sus dotes de Alcalde Encargado, estaba interrogándolos en una sala
que habían acondicionado en el cuartel para esos fines. Había un selecto grupo de ciudadanos
muy apreciados por su afán de servicio y defensa de la comunidad, catalogados por el abogado de
la Alcaldía como “líderes sediciosos” por hallarse al frente del grupo que deseaba dialogar con el
Padre Pedro Nel.

Aunque ahora tengo más de 80 años de edad, alcanzo a recordar un hecho que guarda mucha
semejanza con lo sucedido esa tarde. Fue algo que ocurrió unos 40 años después, cuando llegó a
Hondaima un personaje dotado de especiales poderes y que ilusionó a las gentes del pueblo de
una manera especial. Se hacía llamar “EL MAGO CRISTÓBAL”, y era alguien que manejaba un
excelente carisma entre los habitantes. Fue tanta la simpatía que despertó entre ellos, que
muchos dejaron de ir a misa y muy pocos asistían a las celebraciones patronales del Cerro de la
Cruz. Como consecuencia, “la iglesia tenía que defender sus principios”, dijo el Padre Ángel Torres.
Fue cuando decidieron tenderle una trampa al mago para encarcelarlo.

Como gran coincidencia, el cura del pueblo era hermano del alcalde y así controlaban la economía
de la ciudad. En esa ocasión, no hubo detenidos del pueblo. Decidieron encerrar en la cárcel al
Mago Cristóbal. Por ese motivo, ahí sí se armó una asonada tan poderosa que tuvieron que liberar
al prisionero. Más adelante, se enteraron que el tal Mago era en realidad un demonio, lo cual
condujo a la aplicación de un exorcismo por parte del cura y un rabino ortodoxo llamado
Martiniano Cañizares.

La deferencia entre esos dos acontecimientos que he comparado estriba en que los detenidos son
los simpatizantes del personaje carismático y él tendrá la misión de sacarlos de ese atolladero.

Cuando ya había caído la noche, Adolfo se preparó para salir hacia el cuartel del ejército. De pie,
en su alcoba, iluminada por suaves resplandores que se desprendían del cielo raso, él se
encontraba al frente de un espejo reluciente de cuerpo entero. Dijo una oración en una lengua
desconocida y enseguida se abrió un portal al frente suyo, en el espejo. Avanzó hacia esa entrada y
penetró en un ambiente que no era de este mundo. Siguió caminando por un sendero que lo llevó
directamente a una hermosa residencia. Entró, sin llamar a la puerta, y allí se reunió con una
hermosa dama, vestida con brillantes sedas que ondeaban suavemente. Lucía una corona
refulgente y sus facciones eran perfectas. Allí se desarrolló el siguiente diálogo:

DAMA: -Bienvenido, arcángel Uriel- saludó con voz celestial.

ADOLFO: -Gracias, Su Majestad.- dijo EL BRUJO, bajando su cabeza e hincando una rodilla en el
piso.

DAMA: -Puede levantarse. Ahora, dígame, ¿a qué debo su visita?-

ADOLFO: -Mi Reina, le pido licencia para alterar el tiempo y el espacio en el mundo paralelo del
cual provengo.-

DAMA: -¿Cuál es el propósito?-

ADOLFO: -Corregir una actitud de injusticia.-

DAMA: -¿Habrá daños colaterales?-

ADOLFO: -No, Su majestad.-

DAMA: -Así sea hecho.-dijo serenamente la hermosa Reina del Tiempo.

ADOLFO: -Mis más profundos respetos.- Murmuró Adolfo, retirándose sin dar la espalda.

Súbitamente, Adolfo emergió del espejo que le proporcionó la entrada a aquel universo,
escondido a los ojos de los mortales de este planeta. Ya se encontraba de nuevo en Hondaima de
la Cruz, ciudad donde muy pronto sucederían cosas fantásticas.

CINCO
COSAS FANTÁSTICAS
Casi todos los pueblos de tierra caliente tienen orígenes muy lejanos en el tiempo. Fueron
evolucionando lentamente a lo largo de los años y, a la vez que se producían cambios físicos en la
tierra, los ríos y el paisaje, también variaban las maneras de ver el mundo por parte de sus
habitantes. Eran y aún son gentes sencillas, de mentes poco abiertas pero muy sensibles.
Cualquier evento que pareciera fantástico, o no explicable de manera superficial, era interpretado
por ellos como algo que sucedía con la colaboración de seres etéricos, brujas o espantos, con los
cuales había que estar en paz.
Todo aquello era perfectamente conocido por el Padre Pedro Nel, quien se guardaba bien de no
hacerle conocer a su sacristán la realidad de cada cosa extraña que ocurriera en el pueblo. Ese
cura sabía cómo explotar la ignorancia y la ingenuidad de los Hondaimunos. Él muy bien sabía que
podría explotar esas características en su propio interés. Limosnas, contribuciones extras para
proyectos inflados que, en el fondo, no exigían mucho dinero, y el manejo dominante de las
mentes y los destinos de quienes eran sus feligreses que, por respeto o miedo, le obedecían sin
pensarlo dos veces.

Se había aliado con el alcalde encargado, el teniente Gamboa, que, como todo militar de rango
medio, es atrabancado y de poco análisis. En esta nueva circunstancia, tal persona era peligrosa
por tratar siempre de mostrar su poder y su absolutismo. Precisamente, ya estaba pensando en
someter a los detenidos de la asonada, como él llamó a la reunión de los vecinos de Carrasquilla
en el parque, a “interrogatorios especiales”. Nunca antes había sucedido algo como lo que
acababa de pasar, por el simple hecho de querer dialogar con el cura del pueblo.

En el cuartel estaban detenidos Hermelindo Gutiérrez, Luisa Benavides, Eliseo Casabuenas, Pacho
Durán y mi tío Eustasio Valdés. Todos estaban sentados en el piso de una habitación de 12 metros
cuadrados, con una ventana pequeña y un bombillo de baja potencia. No había ventilador. Ellos ya
llevaban 3 horas allí y sentían el intenso calor de ese clima tropical y seco. La sed los estaba
apremiando y en la estancia no había suministro de agua ni servicios sanitarios. Para hacer sus
necesidades, debían pedir permiso y salir de a uno, acompañado por un soldado de guardia. Ya
estaban empezando a sentir el agobio y el cansancio de estar allí en esas condiciones deplorables.

Cerca de la media noche, ningún encargado se había presentado ante ellos. Tenían hambre y sed.
Empezaron, pues a exigir un mejor trato.

-¡Guardia! Necesitamos comer.- gritó Hermelindo, pero no hubo respuesta.

-Tenemos sed, por favor se necesita agua aquí.- dijo en voz alta Luisa, pero nada.

Daba la impresión de que ni siquiera había guardia pendiente de ellos. Todos se alborotaron y
golpearon la puerta de barrotes que los separaba del resto de estancias. La mezcla de sus voces
parecía un lenguaje extraño, para oídos sordos.

Súbitamente, todos sintieron un aire fresco en aquel cuarto, pero no se veía que el viento soplara
o que una brisa se estuviera manifestando. Desde allí, alcanzaron a oír la voz de Adolfo
pronunciando unas palabras que sonaron como una orden.

-¡Abra la puerta del calabozo y saque a los detenidos!-

-Sí, mi teniente.- respondió el guardia.

El soldado se encaminó como un autómata hacia el lugar de detención, abrió la puerta y les dijo a
los presentes allí:

-Pueden irse a sus casas. Están libres,-


Aunque la sorpresa fue grande para los vecinos de Carrasquilla, ellos no lo pensaron dos veces y
salieron de prisa de allí. A su paso no hubo nadie que les dijera nada y solo vieron a dos soldados
parados a la entrada del cuartel, mirando fijamente a lo lejos.

-Podría jurar que yo oí hablar al brujo.- apuntó mi tío Eustasio.

-Yo también.- reforzó Eliseo.

Todos se miraban entre sí y no lograba comprender qué fue lo que pasó allá, en el cuartel.
Pensaron que probablemente el teniente Gamboa había tomado la decisión de liberarlos, pues
recordaron que el soldado de guardia dijo “Sí, mi teniente”, pero la voz que ellos oyeron dando la
orden fue la de Adolfo Ávila. Cada uno se fue muy pensativo para su casa.

A la mañana siguiente, el teniente Gamboa estaba a punto del colapso al ver que sus subalternos
juraban que él, en persona, les dio la orden de liberar a los detenidos.

-Usted mismo vino y nos dijo que los dejáramos libres, mi teniente.-dijo un soldado.

El teniente, con atribuciones de alcalde, podía mandar a detener sin causa a cualquiera. Eran
tiempos de “Estado de Conmoción Interna”, que era igual al Estado de Sitio.

Lo cierto es que por su mente pasó la idea de que EL BRUJO tuvo que ver con la salida de los
presos del cuartel.

-¡Orjuela!- bramó el oficial.

-A sus órdenes, mi teniente.-dijo solícito el sargento.

-Reúna un pelotón de 20 soldados profesionales y se van ya para la casa del brujo ese. Sáquenlo a
rastras si es necesario, pero ¡tráiganmelo aquí mismo!- gritó el teniente Gamboa, frotándose la
mejilla inflamada, a la vez que lanzaba un insulto.

Ese oficial era alguien pocas veces visto en traje de civil, pues para él, parte del poder y la
proyección del mando estaban en el uniforme, que muy cuidadosamente le lavaba y le aplanchaba
mi tía-abuela Mónica, la madre de mi tío Eustasio.

Mi tía era una matrona iletrada, pero llena de sabiduría y amabilidad con todo el mundo. En su
pequeña y siempre aseada casa uno veía personas de todos los estratos, seguramente porque su
oficio de lavandera profesional la ponía en contacto con muchas personas, especialmente varones,
como el dueño de la Hacienda El Triunfo, Mr. Howard Hughes, los capataces, los vaqueros y los
trabajadores, en general.

Allí, precisamente, yo pude ver de cerca al teniente Gamboa, cuando llegaba a cambiarse de ropa.
A mí, un chico de 11 años, no me impresionaba mucho que digamos. Una mañana de sábado, él
salía de la casa de mi tía y yo me encontraba caminando descalzo sobre la grama húmeda que
cubría el frente de la casa donde vivíamos, y que antes pertenecía a mi abuelo Eugenio, hermano
de mi tía. El teniente se quedó mirándome, dio unos pasos hacia mí y dijo:

-¿No le da miedo que de pronto haya por ahí un bicho entre la grama y le pique los pies?-

Yo me quedé mirándolo, enfocándome principalmente en las botas, la pistola y el quepis *. Vi que


ese día estaba estrenando camisa caqui y corbata negra. Miré al piso y le respondí:

-No creo, porque la grama está bajita y no alcanza para esconder culebras o alacranes.-

-Y, ¿por qué le gusta meter los pies entre la grama mojada?- me preguntó.

-Con este calor de aquí, es bueno refrescarse uno.- le respondí, mientras él se sonreía y se alejaba.

Yo recuerdo ahora que, en el fondo, el teniente Gamboa no era tan rudo como aparentaba.
Posaba de gritón y de mandón para impresionar a sus subalternos y a la gente, pero nada más. A
quien sí habría que temer era al sargento Alcides Orjuela, pues su pasión por agradarle a su
superior, ahora alcalde, lo impulsaba a cometer acciones, muchas veces imprudentes, de las cuales
el teniente tendría que responder. Pero no tenía otra opción, pues los demás suboficiales no eran
de fiar.

El día siguiente a la puesta en libertad de los líderes de Carrasquilla, en las horas de la tarde, se
empezó a oír por las calles el rugir de los motores de las dos antiguas camionetas que llevaban a
los 20 soldados que el teniente ordenó desplegar para capturar a Adolfo, EL BRUJO.

La gente se asomaba por las ventanas con el fin de ver pasar los vehículos que tuvieron que forzar
sus viejas máquinas para ascender por las cuestas que conducían hacia la parte alta de Hondaima,
donde se hallaba situado el Barrio Carrasquilla, que más tarde se rebautizaría con el nombre de
Barrio El Triunfo. Ya hacía calor fuerte y los termómetros marcaban los 36°, a la sombra. Los
hombres dentro de las camionetas empezaban a sudar copiosamente, pues no tenían aire
acondicionado.

Uno de los soldados comentó: -¿No es como exagerada la cantidad de gente para capturar a un
solo hombre?-

-¡Órdenes son órdenes, soldado!- le respondió el sargento Orjuela.

Como las vías no estaban totalmente pavimentadas, el polvo que levantaban los vehículos al
marchar era molesto para quienes iban caminando por esas calles. No faltaron los transeúntes que
les gritaban a su paso, “¡Cuidado con el BRUJO!”, y gente que se reía de ver tantos soldados para
someter a una sola persona.

Eran ya las 4 y la actividad de ese lunes se traducía en movimiento de señoras que se dirigían a la
plaza de mercado, principalmente. Los árboles de matarratón que había a los lados de las calles,
mostraban su verdor, que se teñía con el rosado de sus copiosas y hermosas flores. Los pájaros
soltaban sus gorjeos a buen volumen y la marcha de la sociedad parecía ser ignorante de la peor
injusticia que se cometería más tarde. Esa era una tragedia anunciada a voces por los habitantes
de aquel barrio, poco favorecido por el presupuesto oficial. Sin embargo, había algo que martillaba
muy adentro de las conciencias de los vecinos de EL BRUJO. Muchos comentaban entre ellos:

-Adolfo no parece ser de este mundo,- decía Hermelindo Gutiérrez, metiendo hielo dentro de la
nevera de madera, localizada en un rincón de la tienda que poseía.

-Pues, a mí me parece que es un hombre de bien y bastante pacífico. Poco sociable, me parece a
mí.- agregaba Eliseo Casasbuenas.

-Algo raro debe haber por ahí, de todas maneras.- replicaba Lucinda.

Estaban en esas charlas, cuando de repente aparecieron las camionetas marchando a alta
velocidad. Como no era común que se desplazaran por esos lados de la ciudad, no sabían de la
gran piedra que había en la mitad de la vía, casi al frente de la tienda de Hermelindo. El carro de
adelante la esquivó, pero el conductor del que venía detrás no pudo ver la roca debido a la
polvareda que se levantó. La camioneta golpeó el obstáculo con su lado izquierdo, se levantó en el
aire y finalmente se volcó. Cuatro soldados resultaron golpeados pero sin fracturas. Los demás
salieron ilesos del accidente. Quienes venían en la cabina sufrieron menos el golpe. El único que
pareció sufrir una contusión fue el sargento Orjuela, pues se le produjo una herida algo profunda
en la frente y sangraba mucho. Todos estaban desconcertados con lo ocurrido y no se dieron
cuenta de que alguien caminaba hacia ellos, con pasos resueltos. Se acercó al herido y lo atendió
solícitamente. La hemorragia paró y el dolor de cabeza desapareció, después de que Adolfo
impuso sus manos sobre Orjuela. Éste, le dijo inmediatamente al BRUJO, con voz serena:

-Veníamos por usted y mire lo que nos ha pasado. ¿No le parece eso irónico?-

-Yo no creo en las mal llamadas ironías del destino.- Adolfo lo miró, y continuó: - Era algo que tenía
que suceder para equilibrar la dosis de injusticia que se había fraguado con anterioridad. De todas
maneras, aquí estoy para que usted cumpla con sus órdenes.-

Mientras tanto, ya en la casa cural de la iglesia del Alto del Rosario se habían enterado del
accidente que los soldados habían tenido. El Padre Pedro Nel hablaba con el sacristán sobre ese
asunto, que ya se les estaba saliendo de las manos.

-Óigame, Argemiro, ¿usted entendió lo que les pasó a los soldados?-

-Reverencia, supe que una camioneta se volcó y que el sargento Orjuela salió herido, pero dicen
que el BRUJO lo curó.- respondió el sacristán.

-En definitiva, como que no han hecho nada con ese embaucador.- dijo el cura, dando pasos
impacientes y sacudiendo los brazos.

-Pues, que yo sepa, hasta ahora no le han echado mano.-confirmó Argemiro, con cierto desdén.
-Como que me va a tocar darle una visita personal al Barrio Carrasquilla para hacerme cargo de lo
que me interesa.- afirmó el Padre.

-y, ¿Cómo qué sería eso, reverencia?-indagó el sacristán.

-Necesito que el tal Adolfo Ávila me confiese qué es exactamente lo que está haciendo o trama
hacer. No es natural que una persona así, logre tanta popularidad y hasta respaldo de toda esa
gentuza que vimos ayer en el parque.-explicó el Padre Pedro Nel, con seria preocupación.

-Si su reverencia lo decide, podemos salir para allá inmediatamente.- dijo solícito Argemiro.

-No, prefiero ir solo a hacer esa diligencia. Yo puedo ir en el jeep de la iglesia, sin problema. Más
bien, usted hágase cargo de lo que hay que hacer aquí.- ordenó el Padre Pedro Nel.

Al decir esto, el cura se encaminó al despacho. Cogió una biblia y una pistola que mantenía
guardada para su protección personal, y el papel de la licencia correspondiente. Se encaminó hacia
el garaje donde el vehículo se hallaba parqueado. Se subió con poca agilidad porque su obesidad
ya le estaba cobrando réditos. Chequeó el nivel del diesel y las luces delanteras y traseras. Ya eran
casi las 5 y media de la tarde y no se sabía nada de la diligencia de la detención de Adolfo.

En el área del accidente, la gente se había arremolinado, con la curiosidad al tope. Querían ver qué
les había pasado a los soldados. Uno de los curiosos, Estanislao Sánchez, estaba muy interesado
por saber los resultados del accidente. Él mismo ayudó a enderezar la camioneta y a conseguirles
agua a los soldados, pues a casi todos se les regó la que llevaban. De paso, preguntaba por un
soldado en especial, de nombre Juan Sánchez. Como ya estaba cayendo la tarde, el calor que se
sentía era menos fuerte.

Estanislao se acercó a un cabo y le preguntó:

-¿Vino Juan Sánchez con ustedes?-

-¿Por qué lo pregunta?-dijo el cabo.

-Es que él es mi sobrino y quiero saber si le pasó algo.-respondió en voz baja Estanislao.

-El soldado Sánchez salió ileso del trance. No se preocupe.-concluyó el cabo.

Estanislao se retiró de la escena del accidente y se dirigió a la tienda de Hermelindo que se


encontraba barriendo el polvo del frente de su negocio. Éste miró al que se acercaba y lo
reconoció enseguida. Miró arriba y abajo de la calle antes de tenderle un cilindro dorado como de
20 centímetros, en cuyos extremos relucían dos grandes zafiros. Alrededor se podía ver una serie
de inscripciones en idioma arameo, grabadas en bajo relieve. El artilugio dejaba oír un zumbido
suave que daba a entender que aquello era un mecanismo en funcionamiento.

Con el aparato en la mano derecha, Estanislao se fue caminando directamente hacia la casa de
Adolfo, quien se hallaba recostado en uno de los parales del portón de entrada a su residencia.
Una vez allí, le entregó el cilindro. En ese instante, una tenue luz se encendió. Como ya era de
noche, se pudo observar la especie de rayo que salía por uno de los extremos del artefacto.
Aquello parecía una especie de reconocimiento o identificación positiva. Al ver eso, Estanislao se
retiró con naturalidad de aquel lugar. Parecía que ya había cumplido con su misión de ángel
mensajero.

Ya era de noche y las calles de Hondaima se empezaron a iluminar con las luces de los postes que
la compañía de electricidad había instalado recientemente. En algunos barrios no se sintió esa
dotación de bombillas, pues hasta esos lugares no alcanzaba a llegar la luz con suficiente
intensidad. Por esa razón, la calle de Carrasquilla, en las noches, siempre lucia como en
penumbras.

Ya iban a dar las 7 en la torre de la Iglesia del Alto y el cura Pedro Nel salía en ese instante del
garaje de la Casa Cural. Iba conduciendo el jeep de antiguo modelo, reserva de la Segunda Guerra
Mundial, que el Embajador de USA había obsequiado a todas las casas curales del Departamento
del Tolima. Era una manera de desembarazarse de esa especie da basura mecánica y a la vez,
ganar puntos en la diplomacia, afirmaban en los pasillos de la Embajada.

El cura manejaba con cuidado y antes de adentrarse en la calle de Carrasquilla, ya le habían


contado lo del incidente con la piedra del medio de la calle. Por eso, iba despacio y con las luces
plenas. Todavía se encontraba allí los soldados del pelotón que iba a detener a Adolfo, haciendo
rondas por todas las casas del barrio, buscando a quien no pudieron encontrar después del
incidente con el sargento Orjuela quien, de paso, ya estaba recuperado del todo.

Parecía que EL BRUJO se había desvanecido en el aire, sin dejar rastro. Lo que nadie sabía, excepto
algunas personas como Hermelindo y Estanislao, era que Adolfo se podía hacer invisible a los ojos
de quien él quisiera. Por eso, los soldados no lo vieron más.

Yo me encontraba en la casa de mi tía Mónica cuando el Padre Pedro Nel cuadró el jeep al frente.
Se apeó con dificultad, se sacudió la ropa y se dirigió a la entrada, donde mi tía se encontraba
sentada en un taburete de cuero, cosiendo el cuello de una camisa blanca.

-Ave María Purísima.- dijo el cura.

-Sin pecado concebida.- respondió mi tía.

-¿Cómo se encuentra, Doña Mónica?- indagó el Padre.

-Ahí vamos, reverencia. Haciendo lo que mejor se puede.-

Mi tía era una anciana de más de 80 años ya. Sin embargo, su labor de arreglo de ropa, que ella
hacía todos los días, la mantenía en muy buen estado de salud y lucidez. Yo miraba al cura desde
un rincón de la salita y desde allí pude distinguir la pistola que él llevaba en el bolsillo trasero del
bluyín. Él sólo me dirigió la mirada y se sonrió, sin decirme nada.
Esa noche fue la primera vez que yo me sentí un poco ansioso e intranquilo. Ver al cura armado
por allí me daba mala espina.

-Y, ¿qué me cuenta de su vecino de allí al frente?- quiso saber el Padre.

Mi tía se quedó pensativa un instante y le respondió al cura con otro interrogante.

-¿A qué se debe su pregunta, reverencia?-

-Es que me han dicho que por estos lados como que se practica la brujería, y alguien sospechoso
de eso es Adolfo, al que por alguna razón lo llaman EL BRUJO.- puntualizó el Padre.

El Padre Pedro Nel trataba con cierta familiaridad a mi tía Mónica porque la conocía desde hacía
más de 10 años, cuando ella tenía menos edad y le colaboraba en la iglesia como “Dama de la
Congregación Mariana”. También, porque hasta hacía dos años, ella era quien le arreglaba la ropa
de diario. Desde que Argemiro entró a servir de sacristán en la Iglesia del Alto, su hermana se hizo
cargo de esa tarea y mi tía dejó de hacerla. 

A mí, desde mi visión como adolescente en esos momentos, el cura no me caía bien. Yo siempre
había creído que un Padre no gritaba ni trataba mal a la gente con insultos. Pero, desde que lo
pillé usando malas palabras, el respeto que le tenía se me fue desvaneciendo con el tiempo. Una
era la imagen que él mostraba cuando oficiaba la misa, y otra, cuando salía de la iglesia y hablaba
con la gente. En la escuela, donde yo cursaba cuarto de primaria, decían que había que tener
cuidado porque el cura se encerraba en la casa cural a explicar el catecismo a un grupo de
muchachos seleccionados por él. Yo pensaba que había que tenerle miedo porque era bravo y
gritón, pero más tarde me explicaron que el asunto era otro, mucho más serio. 

Por esas razones, en algunas familias empezaron a recelar de él y a retirarse de los ritos católicos,
visitando el templo de los evangélicos. Otras, decidieron frecuentar la casa de Adolfo, EL BRUJO,
porque allí se sentían escuchados y muchas veces socorridos en caso de gran necesidad. De ahí
que el cura Pedro Nel no estaba dispuesto a darle tregua a Adolfo, así tuviera que usar medios
poco convencionales. 

Como mi tía Mónica era una persona justa y cauta, decidió no entrar en discusión con el cura y
más bien tratar de disuadirlo a que no entrara a la casa del BRUJO. 

-Su reverencia, ¿se toma un tintico?- le invitó. 

-Bueno, Doña Mónica. Creo que me caería muy bien a esta hora.-respondió el Padre. 

Mi tía se retiró un momento para traer lo ofrecido. Yo seguía en mi rincón mirando al cura de cara
regordeta. No entendía, cómo se podía llevar una cadena con un Cristo sobre el pecho y una
pistola en el bolsillo de atrás del pantalón. En poco tiempo, mi tía regresó con un pocillo
humeante, desprendiendo el aroma rico del café, y se lo entregó en la mano. El Padre lo recibió y
dijo: 

-Gracias, Doña Mónica. Y, entonces, ¿qué me cuenta de su vecino?- 


Mi tía no pudo aguantar más su concepto acerca de lo que había pasado en sólo dos días, con
respecto a una persona que ni siquiera salía de su casa con frecuencia y que no le hacía mal a
nadie. Se paró al frente del cura y le dijo: 

-Mire, Padre. En menos de una semana, han ocurrido hechos peligrosos en este pueblo, y todo
porque la forma de vida del vecino no les parece bien ni al alcalde, ni a usted, ni al sacristán.
¿Puedo hacerle una pregunta?- 

-No hay problema, diga usted.-replicó el cura. 

-¿Por qué, de una vez por todas, no dejan en paz a esa persona?- se aventuró a expresar mi tía. 

El Padre Pedro Nel la miró fijamente, puso el pocillo en la mesa y le habló a mi tía, como si ella no
comprendiera de qué le estaba hablando.  

-¡Porque ese hombre es un demonio!- exclamó con rabia contenida, a la vez que salía de la casa. 

Cruzó a grandes zancadas la calle y se cuadró al frente de la puerta de broche que daba entrada a
la casa de Adolfo.  

Era una noche estrellada y la luna llena ya estaba despuntando por el lado oriental de Hondaima.
Con la luz que se recibía desde el espacio era posible ver bien y distinguir a las personas.
Precisamente, en el instante en que el cura empujó el portón para entrar, se encontró de manos a
boca con EL BRUJO, que lo miraba con mucha tranquilidad. 

-Buenas noches, Padre Pedro Nel. ¿En qué le puedo servir?- dijo Adolfo. 

Fue tan grande la sorpresa del cura, que no atinó a responder inmediatamente.  Era tal

la tranquilidad que mostraba Adolfo cuando hablaba que, casi de inmediato, desarmaba a cualquiera

que mostrara ánimo negativo o violento. Esa era la segunda vez que el Padre Pedro Nel se hallaba

frente a frente del personaje que, según él, estaba desordenando las ideas de sus feligreses con una

forma de actuar tal, que más parecía un ser de otro mundo, asemejándose a una especie de demonio,

según les decía en privado a quienes iban a contarle chismes acerca de aquel hombre. 

 
Por eso, como autoridad eclesiástica de Hondaima, estaba dispuesto a dar la pelea por la buena
moral de la sociedad hondaimuna, no importando el precio que hubiera qué pagar. Estaba
pensando en las palabras para responder a la pregunta de EL BRUJO, cuando se esclareció todo el
ambiente de la casa de Adolfo. Suaves aromas se expandieron por esos espacios y el piso se
mostró cubierto de una fina grama verde que se extendía hacia adentro formando un sendero. Las
flores de aquel vasto jardín mostraron sus cálices y corolas multicolores. El cura, apaciguó su
ánimo, por el momento. Miró con tranquilidad al BRUJO y le respondió: 
 
-Quisiera tener una charla con usted.- 
 
-Y eso, ¿Como acerca de qué?-inquirió Adolfo. 
 
-Son varios asuntos importantes. ¿Me invita a seguir?-dijo el cura. 
-No hay problema, Padre. Siga.-invitó el Brujo. 
Avanzaron por el sendero, hacia dentro del solar hasta llegar al frente de la casa. Era una
construcción de madera de cedro y nogal. Grandes y fuertes vigas sostenían el techo formado por
planchas delgadas de zinc. Las puertas, altas y amplias, estaban labradas a cincel en sus marcos y
daban un aire de estar encerrando un templo o algo por el estilo. Cierto misterio rodeaba aquella
construcción, como dando a entender que allí se albergaba algo sagrado. Entraron al recinto y lo
que primero llamó la atención del prelado fue un gran espejo bruñido que descansaba sobre el
piso, al fondo de la amplia sala.  
 
Lo que el cura no sabía era que allí se encontraba un portal inter-dimensional, por donde se podía
tener comunicación con otros universos y la puerta de entrada era aquel espejo especial. 
 
-Pero, tome asiento y siéntase cómodo, reverencia.-dijo Adolfo. 
 
Era la primera vez que EL BRUJO se dirigía al cura de esa manera, lo cual halagó al invitado. Ya
dentro de la sala, los dos se sentaron en sendos sillones de cuero que se hallaban dispuestos en
semicírculo alrededor de una mesa ovalada. Adolfo se incorporó, se acercó a una jarra de cristal
que contenía agua fría que sirvió en un vaso. Se acercó al Padre y lo puso al frente de él. 
 
-Por si tiene sed y quiere refrescarse.- le dijo Adolfo. Luego, agregó: -Para que se sienta más
cómodo, ¿por qué no deja el arma sobre la mesita del rincón? Yo soy hombre de paz.- 
 
El cura no tuvo más remedio que hacer lo que el BRUJO le sugirió. Una vez que puso la pistola en
ese lugar, volvió sobre sus pasos y se sentó de nuevo. 
 
-Gracias.-respondió el Padre Pedro Nel, algo sorprendido por la amabilidad de aquella persona. 
 
-Bueno, usted dirá.-expresó Adolfo, dispuesto a escuchar con atención. 
 
-Señor Ávila, el motivo de mi visita es, más que todo, el secretismo que se ha tejido alrededor de
su forma de vida, y que ha incomodado a mucha gente.- 
 
-Pero, ¿cuál es el problema con eso? Yo no le hago mal a nadie y más bien ayudo al que lo
necesita.-argumentó Adolfo. 
 
El Padre Pedro Nel no hallaba la manera de incriminar a aquel hombre, sin echar mano de la tesis
de que él era una persona que practicaba la brujería, y por lo tanto, tenía algún pacto con el
diablo. Entonces, pensó en una acción más arriesgada y en su mente urdió el plan de hacerlo
entrar a un recinto sagrado como la iglesia. Según los cánones católicos, si era un demonio o un
ser maligno, no entraría allí y lo podría someter usando el agua bendita. 
 
-Le propongo un trato.- dijo el Padre. 
 
-¿Cuál sería?- 
 
-Usted me visita dentro de la iglesia mañana, se confiesa y toma la sagrada comunión después de
oír misa.-explicó el prelado. 
 
-¿Eso es todo?-dijo Adolfo, sonriendo. 
 
-Sí, eso es todo.-concluyó el cura. 
 
-Yo, ¿qué gano con eso?-quiso saber EL BRUJO. 
 
-Yo mismo hablaré en el sermón sobre su calidad humana y la bondad de su espíritu, para que se
terminen todas las habladurías sobre su vida.-ofreció el Padre. 
 
-Allá estaré a las 8, sin falta.-dijo Adolfo, con tono neutro. 
 
Ninguno de los dos se logró percatar de la presencia de alguien que escuchaba atenta y
sigilosamente afuera de la sala, oculto por las matas del jardín. Tan pronto oyó que el padre Pedro
Nel se estaba despidiendo, se apresuró a salir en silencio y se acomodó en el jeep que el cura
había parqueado al frente de la casa de Doña Mónica, sin seguro en las puertas. 
 
Cuando el Padre salió de la casa del BRUJO y se entró a su vehículo, lo primero que vio fue la
presencia del Teniente Gamboa, acomodándose el quepis.  

-Y, ¿usted qué hace aquí, señor alcalde?- le preguntó en un susurro.

-Vine a averiguar qué había pasado con mis hombres y también a brindarle seguridad a su
reverencia. Usted sabe que estos barrios son de cuidado.-explicó.

El Teniente Gamboa ya no tenía la mejilla inflamada y se veía menos inquieto que en los días
anteriores. La muela que lo estaba torturando le fue extraída por el Dr. Troncoso, el odontólogo
del ejército acampado en Hondaima. Había estado elucubrando por unos días sobre la situación
que casi se convierte en un problema de orden público, cuando los vecinos de Carrasquilla
estuvieron a punto de la rebelión en el parque del Alto del Rosario. Pensó que había sido un error
el hecho de haber enviado al Sargento Orjuela con ese pelotón de 20 hombres a detener al BRUJO.
Casi termina en tragedia esa misión y, viéndolo bien, se decía él, ese hombre no estaba
representando ningún peligro para la comunidad. Por ese motivo, decidió esperar al cura en el
jeep para hablar sobre lo que había planeado.

Ya iban de camino hacia la Casa Cural, y eran las 7:30 de la noche. El ambiente se había refrescado
muy rápidamente, pues la temperatura se había bajado de 36°C hasta 20°C. Ello no era usual en
aquel pueblo de clima ardiente, donde las noches había que pasarlas con el ventilador prendido y
darse más de dos duchas a lo largo del día. Había una brisa con aroma picante e inexplicable en la
atmósfera, que hacía pensar en que algo inminente y extraño estaba por ocurrir.

A medida que avanzaba el vehículo del cura a lo largo de las calles pavimentadas, los viajantes se
extrañaron de no oír el ladrido de los perros callejeros, persiguiendo el jeep, como siempre lo
hacían consuetudinariamente. Otro detalle que les llamó la atención, fue lo que vieron arriba del
Cerro de la Cruz. Era una gran nube brillante que se movía en el espacio, con el impulso de la brisa
que la hacía desplazar hacia el occidente de la ciudad, para detenerse a unos 20 metros sobre la
casa de Adolfo Ávila, el BRUJO.

Aquel fenómeno provocó un cambio de dirección en el jeep del cura Pedro Nel. Les pareció tan
inusual aquello que estaban viendo, que decidieron volver a Carrasquilla para seguir más de cerca
lo que estaba pasando. Cuando llegaron al área del acontecimiento, el cura parqueó el vehículo
frente de la tienda de Hermelindo Gutiérrez, apearse y caminar desde allí hasta el frente de la casa
de Adolfo.

Se bajaron del jeep con un miedo muy extraño. No temían por sus vidas de forma inmediata, pero
había algo dentro de sus espíritus que les estaba advirtiendo sobre un hecho fuera de lo común.

-Reverencia, ¿qué cree usted que está sucediendo?- preguntó el alcalde.

-No entiendo nada de todo esto. Para mí que eso es cosa del demonio.-dijo el cura, lleno de
temor.

Se acercaron más al lugar donde la nube se había estacionado y concentraron sus miradas
tratando de descifrar aquel enigma que ya los estaba intranquilizando, pero no vieron nada raro.
Lo que sí les extrañó fue el hecho de no ver a ninguno de los vecinos en la calle. Eso no era lógico
tratándose de algo tan extraño.

Ya llevaban unos 15 minutos observando ese panorama bizarro, cuando de pronto se produjo,
desde la nube, un chorro de luz cegadora. Parecía un tubo cilíndrico vibrante, en cuyo interior era
posible ver dos seres humanoides alados, flotando y descendiendo suavemente hacia la casa del
BRUJO.

El teniente Gamboa y el Padre Pedro Nel, sólo atinaron a quedarse inmóviles y absortos ante aquel
cuadro tan irreal para ellos. El cura se echaba la bendición repetidamente y el alcalde trató de
sacar la pistola de dotación, pero no logró sacarla de la cartuchera. Parecía que se había pegado al
cuero duro de ella.

-¡Ave María Purísima! ¡Sin pecado concebida!- era la letanía que repetía el padre a media voz.

No habían pasado más de tres minutos, cuando sorpresivamente, vieron elevarse la figura de
Adolfo Ávila, por encima de sus cabezas, batiendo sus grandes alas y produciendo un sonido
envolvente, que se oía como un coro lejano de muchas voces. Su figura fue ascendiendo hasta
perderse en las entrañas de la brillante nube que se había posado sobre la casa de Adolfo.

Después de ocurrir ese hecho tan extraño e indescriptible, la nube se disolvió en el espacio y el
calor retornó a Hondaima, tal y como había sucedido siempre.

Los perros empezaron a ladrar de nuevo, la gente que se había silenciado durante el evento, volvió
a vociferar y a charlar sobre lo que el cura y el alcalde habían visto. Pero lo hacían con risas y
burlas, como si esas personas supieran de qué se trataba el asunto.
El Padre Pedro Nel y el teniente Gamboa no atinaban a comentar nada sobre el episodio vivido y
se subieron al jeep. Recorrieron la distancia hasta la Casa Cural, sin decir una palabra.

En la vecindad de Carrasquilla los vecinos habían salido de sus casas con mucha tranquilidad,
como si supieran de qué se trataba aquello que había acaecido y que perturbaba las mentes de
otras personas, como el alcalde y el cura.

Hermelindo le comentaba a Lucinda: -Mire lo que es ignorar los poderes del destino-.

-Bueno, ahora esperemos a ver cómo van a reaccionar los que nos han perseguido tanto.- dijo
Eliseo.

SEIS
PRIMERA REALIDAD

Dicen los científicos que hay que sospechar siempre que tengamos la noción de algo que se llame
hecho real. Lo que percibimos con nuestros sentidos pueden ser meramente elaboraciones
circunstanciales que el cerebro aprueba como existentes. Todo aquello que se relaciona con la
esfera de la vida de cada uno, debería tomarse como un elemento parcial de lo que
verdaderamente pueda contener. En otras palabras, lo que se detecta no es definitivo y puede
estar sujeto a variaciones, unas perceptibles y otras, no tanto.

Creemos que habitamos un lugar en el cosmos y que el planeta sobre el cual vivimos,
evolucionamos y perecemos es lo que llamamos nuestra realidad. Ni siquiera es necesario
moverse en el espacio circundante para ampliar la cobertura de lo existente. Hay infinidad de
universos coexistiendo con el nuestro, en los que pululan otras formas de existencia. Como por
ejemplo, los enmarcados en las dimensiones 5, 6, 7 y más, que dan cabida, se podría decir, a seres
verdaderamente etéreos llenos de cualidades y posibilidades que nosotros ignoramos, y que
poseen una multiplicidad de maneras de existir.

Es común que se produzcan traslapes y cruces inter-dimensionales desde los altos niveles hacia los
inferiores que, sin interferir directamente, llevan a cabo misiones de aceleración de procesos de
lenta ocurrencia o saltos evolutivos necesarios para hacer ajustes en la marcha cósmica. Esa
marcha de hechos se facilita cuando son usados los llamados atajos comunicantes – cuerdas,
agujeros de gusano, agujeros negros y portales – que permiten que el tiempo y el espacio no sean
variables determinantes.

Nuestro planeta, como todos los demás, ha sido equipado con algunos de esos elementos
nombrados arriba. Por ejemplo, lugares expuestos como ciudades o pueblos donde ciertas
locaciones han sido usadas para esos intercambios interestelares. Uno de ellos es Hondaima de la
Cruz, más precisamente, el lugar de residencia de Adolfo Ávila quien, en unión de otros
personajes, ha estado llevando a cabo una intervención especial. Precisamente, Hermelindo,
Eliseo, Lucinda, y Teodulfo son algunas de esas entidades. Por eso, siempre estuvieron pendientes
de lo que sucediera con Adolfo, no para protegerlo, porque esos seres no son factibles de ser
dañados de ninguna manera terrenal, sino para salvaguardar la marcha evolutiva de los
habitantes. Todos ellos, adoptaron una alternativa presencial: el carácter llamado ANGÉLICO,
pasivamente aceptado por los creyentes de algunas religiones como la católica, la judía y la
musulmana.

Todo lo que ahora sabemos, no ha estado al alcance de personas como el Padre Pedro Nel, el
sacristán Argemiro, el teniente Gamboa o el vigilante Eusebio. Quizás debido ello a sentimientos
como el egoísmo, la retaliación, la deshonestidad o la insolidaridad.

Tan pronto salieron de Carrasquilla, el cura y el alcalde sólo tenían en mente la manera de acusar a
Adolfo y sus seguidores de un crimen religioso: brujería.

-Reverencia, ¿qué piensa usted de lo que pasó en la casa del BRUJO?-dijo el teniente Gamboa,
bajándose del jeep que los había llevado a él y al padre Pedro Nel hasta la casa cural.

-Yo no pienso nada. Yo estoy seguro de que todo eso fue una jugada satánica del tal Adolfo.-
respondió el cura.

-Pero, ¿qué vamos a hacer ahora?- quiso saber el alcalde.

-Muy fácil, detengamos a los amigotes del BRUJO ese y los hacemos hablar.-propuso el padre.

-Ya lo hicimos la tarde de la asonada y se lograron volar.- dijo el teniente Gamboa.

El Padre Pedro Nel se quedó pensativo por un momento y luego habló:

-Ya sé. Vamos a practicarle el exorcismo a la casa de Adolfo Ávila. Así, podremos demostrar que él
y sus seguidores son enemigos de la iglesia y de los feligreses.-

-¿Cree usted que lograremos recuperar la fe de los habitantes de Hondaima por ese medio?-
indagó el alcalde.

-Por supuesto que sí.-dijo el cura.

-¿No se producirá un problema más grande?-dudó el teniente.

El Padre fijó sus ojos sobre la figura uniformada del teniente Gamboa. La cara regordeta del
prelado se endureció cuando sentenció:

-No se le olvide que usted es la autoridad aquí. Nadie le va a chistar nada sabiendo que estamos
en estado de sitio y lo militar prima sobre lo civil.-

-Bueno, Padre. Yo le voy a colaborar en este negocio pero no me voy a hacer cargo de las
consecuencias. ¿Está claro?- se defendió el alcalde.

Los dos conspiradores estaban seguros de que nadie los estaba escuchando. Pero, Argemiro tenía
el oído pegado a la puerta del despacho parroquial y se enteró de todo. En ese instante se le cruzó
por la mente que esos dos personajes lo que querían era adueñarse del pueblo y sacar provecho
de la ignorancia de la gente. Él nunca había confiado en el cura ni en nadie de la iglesia. Por eso,
allí vio la oportunidad de vengarse de los maltratos sufridos durante el tiempo que había servido
como sacristán. Tomó, pues, la resolución de formar un grupo de oposición con los allegados del
BRUJO, antes de que los pusieran presos.

Se fue a su dormitorio, se tendió en la cama, y allí se puso a pensar en cuál estrategia usar para
sus propósitos. Divagando en eso, se durmió. A la mañana siguiente, después de asearse y
cambiarse de ropa, y sin que el padre se diera cuenta, salió de la casa cural.

Lo primero que hizo el sacristán fue encaminarse a la casa de su hermana Clemencia para
desahogarse y lograr un poco de tranquilidad. Ella era una mujer de principios muy claros en
cuanto a justicia y a honestidad se refiere. Con su hermano, tuvieron que abrirse camino desde
muy jóvenes, pues la violencia de esos tiempos se encargó de dejarlos huérfanos de manera
inesperada. Cualquier noche, los bandoleros secuestraron a sus padres y no los volvieron a ver ni a
tener noticias de ellos hasta después de tres meses, cuando se enteraron de que los habían
asesinado miserablemente.

Clemencia es 6 años mayor que Argemiro. Por eso, ella jugó el papel de mamá durante los
primeros cinco años de orfandad, trabajando en la ocupación de arreglar ropas ajenas, oficio que
desempeñó hasta cuando logró emplearse. Luego, al terminar sus estudios de secundaria, ella se
empleó en el Hospital de Hondaima como recepcionista y, temporalmente, se encargó del arreglo
de la ropa del cura, motivo por el cual él ya no era cliente de mi Tía Mónica.

Una vez llegó donde su hermana, Argemiro le refirió lo que se estaba tramando desde la misma
alcaldía. Estaban sentados en el comedor, saboreando un café recién hecho cuando él exclamó,
como para sí mismo.

-¿Qué tal las andanzas de este cura?- dijo Argemiro, con el ánimo de ganarse la solidaridad de su
hermana.

-¿De qué habla usted, Argemiro?- quiso saber ella.

-Pues, por todo eso que pasó allá en Carrasquilla, el cura quiere armar un exorcismo en la casa del
BRUJO y además de eso, poner presos a sus amigos íntimos.-

La mujer se sorprendió al oír esas palabras. Se quedó mirando fijamente a su hermano y le dijo,
con un aire de incredulidad: -Y, ¿cómo se supone que va a lograr hacer eso?-

-Pues, con la complicidad del teniente Gamboa, el alcalde.-respondió el sacristán.

-Pero, no se puede poner presa a la gente, sin más ni más.-replicó Clemencia.

-Se lo voy a explicar.-dijo Argemiro, y luego, continuó.-lo que pasa es que estamos en Estado de
Sitio.-

-¿Eso qué tiene qué ver?-indagó ella.

-Que el teniente-alcalde puede hacerlo legalmente, así vaya contra los derechos de la gente.-
finalizó Argemiro.
-Entonces, afanémonos y salgamos ya para Carrasquilla a buscar a esas personas. Tenemos que
llegar antes de que el cura y el teniente se nos adelanten.- sugirió Clemencia.

Como ese día era domingo, Clemencia no tenía que cumplir horario en la recepción del Hospital.
Además, Argemiro le había pedido al favor al sacristán suplente para que lo reemplazara en las
misas de ese día, en que el Padre Rozo, se haría cargo de las eucaristías del Alto del Rosario. Eso
quería decir que el Padre Pedro Nel estaba libre.

Aquel domingo marcaría un antes y un después en los anales históricos de Hondaima de la Cruz.
Muchos acontecimientos estaban por ocurrir en el contexto de aquel pueblo que, no hacía
muchos años, se había repuesto de lo que pasó con el Mago Cristóbal. No se supo cómo, ni por
cuáles medios, la gente de Carrasquilla se enteró de lo que planeaban el cura y el alcalde. La
noticia llegó rápidamente a los oídos de Hermelindo, Eliseo, Lucinda y Teodulfo, quienes
inmediatamente tomaron cartas en el asunto.

Eliseo y Lucinda se apertrecharon con los códices antiguos de los Esenios. Hermelindo y Teodulfo
se ataron los tefililin en sus frentes y en sus brazos izquierdos. Había que conjurar aquel exorcismo
que, como ellos ya lo sabían, el cura Pedro Nel era experto en realizar.

Parece que la aplicación y la efectividad de un exorcismo dependen de las creencias de los


seguidores de una religión. En el caso de Hondaima de la Cruz, donde casi todos los habitantes son
de raigambre católica, era muy conocido el poder en esos campos por parte del Padre Pedro Nel.
Se decía que en años anteriores tuvo un encuentro con alguien que encarnaba a un demonio y
que causó desazón y confusión entre muchas personas, bajo el disfraz de un mago curandero.

Es importante anotar que religión o dogma que incorpore entre sus elementos de fe a Satanás o,
en general, a un demonio, posee rituales cuasi-secretos para exorcizar. Si se sospecha que un ser
humano tiene contacto con el mundo de lo subyacente en los espíritus malignos, puede llegar a
INFESTAR el lugar donde habita o pasa la mayor parte de su tiempo. Ese era el caso que el cura de
Hondaima le estaba granjeando a Adolfo Ávila. (“ Cabe destacar que cualquier sacerdote puede
exorcizar lugares y objetos, mientras que sólo los exorcistas autorizados por su obispo, pueden
exorcizar personas”.)

Por esa razón, desde el día en que mucha gente presenció el ascenso físico del BRUJO hacia lo alto,
hasta perderse entre las nubes, imaginaron que en ese lugar tendría que haber algo sobrenatural.
También es importante saber que para un exorcismo se puede ejercer un contra-exorcismo, o sea
la potestad de endemoniar o satanizar una persona o un lugar. Sin embargo, en los Códices
Esenios se habla de la confusión constante entre un lugar cubierto por la divina presencia de un
ángel con la huella que deja un demonio al manifestarse allí de alguna manera.

Se cree que ciertas oraciones del rito judaico, usadas en contra de falsos exorcismos católicos,
tienen un poder oculto que no deja que el lugar arropado por un espíritu angélico llegue a sufrir
alguna clase de contaminación maligna. Precisamente, aquel día, el Padre Pedro Nel pretendía
llevar a cabo un exorcismo en la casa de Adolfo Ávila. Siendo este personaje un ángel humanizado,
aquella influencia que el cura realizaría no tendría la fuerza suficiente para hacer que una
presencia satánica se manifestara, siempre que alguien rezara la oración judaica conveniente.
Para esos casos, quien jugara ese papel necesitaría cumplir tres condiciones: una, ser judío no
convertido. Dos, manejar ciertos conjuros de la cábala. Tres, equipado con los tefilin, ser capaz de
pronunciar las palabras en idioma arameo.

En Hondaima de la Cruz, tanto Teodulfo como Hermelindo eran criptojudíos y dominaban la


cábala profunda, a la vez que hablaban el arameo entre ellos dos.

También es de anotar que Eliseo y Lucinda practicaban los rituales de los antiguos esenios y para
ello usaban los códices que daban poder a quienes los supieran leer entren líneas.

Esos cuatro personajes de connotaciones especiales se habían reunido en Hondaima, procedentes


de diferentes lugares del mundo. Como ocultistas dedicados, sabían de la importancia que
representaba Hondaima de la Cruz al poseer un PORTAL INTERDIMENSIONAL, el cual habían
localizado en el área donde estaban localizados el lote y la casa de Adolfo Ávila. También habían
descubierto que esos portales conectaban seres angélicos con seres humanos.

Cuando Clemencia y Argemiro arribaron a Carrasquilla, se encontraron con que las personas que
iban a buscar ya estaba listas para entrar en acción, cuando fuera necesario. Lo que Hermelindo,
Teodufo, Lucinda y Eliseo no sabían era que con el cura venían el teniente-alcalde Gamboa y un
piquete de soldados armados.

-Y ahora, ¿Cómo haremos para que esos militares no se los lleven detenidos?- dijo Argemiro, con
gran preocupación y temor, mientras se tomaban una gaseosa en la tienda de Hermelindo.

-No se preocupen por eso. Nosotros sabremos qué hacer.-replicó Teodulfo, sonriendo y mirando
de reojo a Eliseo.

Ninguno de los dos criptojudíos estaba usando ya los tefilin. Se los pusieron temprano en la
mañana para realizar el rito que les ordena el Shulján Aruj..

Pronto tendrían que poner en práctica gran parte de lo que habían aprendido en sus estudios
secretos de la cábala.

Las horas pasaron lentamente, como corre el tiempo en los lugares de tierra caliente. Casi todo el
mundo en esa zona de la ciudad pensaba que la casa de Adolfo estaría inmersa en la soledad,
desde que supieron de la salida del BRUJO. Lo que no podían constatar era la presencia, invisible
para los humanos, de la verdadera personalidad de Adolfo. No se podría garantizar que en aquel
lugar no ocurriría nada violento ni destructivo, máxime sabiendo algunos de la naturaleza angélica
de Adolfo.

Pero, hay que recordar que la diferencia entre un ángel y un demonio es muy sutil. Dice la Biblia
que en los momentos de la ira y la rebelión celestial, el ángel Luzbel se convirtió en una temida
personificación de Satanás.

Antes de continuar con esta narración, es conveniente hacer una semblanza comprensible de lo
que se ha venido a llamar el “Mundo Angélico”, concepto adherido, por culto o por tradición, a las
vidas de los seguidores o creyentes de las religiones Católica, Judía e Islámica.
En el Catolicismo, los libros en los que se basan esos conceptos tienen completos tratados con
definiciones, descripciones, naturalezas, jerarquías, funciones y nombres de los ángeles más
conocidos tradicionalmente a través de relatos atribuidos a personajes cuya existencia terrenal ha
sido puesta en duda por muchos historiadores.

Según el cristianismo, los ángeles son seres espirituales creados por Dios y se establece la
diferencia entre ángeles buenos y ángeles malvados o demonios. Aunque la Biblia menciona
repetidas veces la actividad de ángeles y demonios, no explica lo que son. Solo da por sentadas su
existencia y actividad.

Lo anterior llevó a suponer que si eran seres espirituales, había que idear una imagen adecuada
para mostrar lo que se imaginaban acerca de esos entes. De ahí surgió la personificación más
tradicional: un ser de rasgos humanos, con alas adosadas a su espalda. No tenían manera de
clasificarlos porque no sabían si eran hombres o mujeres. Quienes ayudaron a sobrellevar esa
duda fueron los artistas, pintores y escultores, que produjeron infinidad de obras
representándolos en escenas generalmente relacionadas con pasajes de los libros sagrados, en las
cuales los rasgos físicos probaron ser entidades andróginas, de hermosura inmensa.

Una anécdota histórica de los tiempos del Imperio Bizantino cuenta que los hombres se pasaban
días enteros debatiendo sobre la identidad sexual de los ángeles, sin llegar jamás a un acuerdo.
Más adelante, se decidió darles una presencia masculina.

Son famosas las jerarquías descritas canónicamente en la Biblia. Se clasifican de mayor a menor y
son: serafines, querubines, tronos, dominaciones, virtudes, potestades, principados, arcángeles y
ángeles.

Los Serafines

No tienen una forma física humana y se le representa en forma de bola de fuego donde se trasluce un rostro
con tres pares de alas. Son muy cercanos a Dios y están en el primer orden del ejército del Todopoderoso.

Los Querubines

Se les representa con cuatro alas y su nombre se traduce como “la plenitud del conocimiento”, algo que
poseen por tener la labor de sostener al Señor en su agudeza intelectual.  Se les representa con un tono
azulado y dotada de pies y manos. Hay versiones que estos soldados de Dios tienen dos caras y que sus alas
están llenas de ojos por su incontenible conocimiento de todo.

Los Tronos

En este grupo se encuentran Los Tronos. Como su propio nombre lo dice, sirven de escaño o asiento celestial
a Dios, adquieren una curiosa forma de rueda, pudiendo conducir el carro divino. Están además poblados de
ojos y son de color rojo.

Dominaciones

El segundo grupo lo conforman las Dominaciones, y pueden aparecer decorados con estrellas, corona o caso
y cetro o espada.

Virtudes
Son los encargados de hacer que los milagros se cumplan. Aparecen vestidos como diáconos y portan una
rama de lis. Es común verles con una espada y el Libro Sagrado. Además, pueden representarse con un tarro
de perfume como símbolo de oración, y balanzas, trompetas o rayos simbolizando su papel en el Juicio Final.

Potestades

Su labor es proteger al ser humano. Se cree que ayudan a resolver problemas y situaciones desagradables, y
a trasmutar lo negativo.

Principados:

Ellos conforman el tercer grupo jerárquico y son quienes vigilan el mundo y ejercen de imitadores de Dios al
representar el “principio” de todo.

Arcángeles

Son los más importantes en la representación bíblica y por eso los más complicados de definir, ya que desde
la llegada de la religión cristiana a Sudamérica, el mezclarse sus creencias paganas con la fe monoteísta, dio
lugar al surgimiento de cientos de arcángeles o los llamados arcabuceros.

Lo más llamativo de sus nombres es que todos terminan en “el”: Miguel, Gabriel, Rafael, Uriel, Samael, Jeliel.

En nuestros tiempos, aunque lo anterior era tomado como dogma, se empezó a desarrollar la
investigación con tecnologías avanzadas acerca de los ángeles. Las leyes de la Física Cuántica, la
Relatividad y los descubrimientos inherentes a la esencia de la materia, el espacio y el tiempo, han
llevado a formular la existencia de universos paralelos donde los ángeles tienen mucha posibilidad
de existir.

Los fenómenos de traslape entre tales universos y los desplazamientos inter-dimensionales dan
más base para pensar que las visiones de ángeles atribuidas a seres humanos de todas las épocas,
tienen bases reales.

La Biblia, la Torah y el Korán dan fe de la presencia de ángeles y arcángeles, con nombres propios.
Ello conduce a pensar que los hechos acaecidos en Hondaima de la Cruz no son totalmente
descartables. Allá vivió alguien, de cuyo nombre sí quiero acordarme, y que poseía cualidades
angélicas - o demoniacas, según se miren los testimonios – que dieron lugar a un quiebre en la
historia de aquel pueblo.

SIETE
SEGUNDA REALIDAD
Lo que estoy relatando aquí puede ser considerado como una mezcla de realidad y ficción, según
sea quien lea estas crónicas. Yo las llamo crónicas porque, desde mi punto de visión, no son piezas
de narraciones ficticias, dado que yo mismo fui testigo de lo que estoy refiriendo en estas líneas. A
mis 11 años de edad, es posible que los lectores consideren la posibilidad de que yo esté
fantaseando o que tenga en acción una mente calenturienta, propia de un adolescente.
Cuando escribo estas líneas, no pienso en que alguien las lea. Permítanme parafrasear las palabras
de un afamado escritor de novelas históricas, cuando decía, en labios de uno de sus personajes,
“Yo no escribo para los dioses, ni para los reyes, ni para el porvenir, ni por esperanza. Escribo para
mí mismo.” Ese escritor era el finlandés Mika Waltari, autor de “Sinuhé, el egipcio”, “El etrusco”,
“El aventurero”, “Marco el romano”, y otras obras novelescas.

Por eso, me aferro a mis recuerdos que, aunque hayan pasado muchos años, siguen latentes e
invariables, como si esos hechos sobre los que escribo hubieran acaecido ayer.

Ese día en que Argemiro y Clemencia habían decidido formar parte del grupo de los ciudadanos
justos y honestos de Hondaima de la Cruz, densos nubarrones se estaban arremolinando desde las
cimas de las cerros tutelares hasta los espacios que cubrían la ciudad. De vez en cuando, un
relámpago cruzaba el cielo plomizo, seguido por el retumbar del trueno. Ya se había expandido el
rumor de que en Carrasquilla irían a pasar cosas extrañas y posiblemente terribles, debido a que
en la casa del BRUJO muchos hechos inexplicables estaban sucediendo desde hacía un buen
tiempo.

Recuerdo que esa tarde yo estaba recostado al poste de la luz que habían enterrado al frente de
una de las esquinas de nuestra casa. Era de madera dura y sobre él alguien había pegado un trozo
rectangular de papel con el siguiente escrito:

VIAJERO: cuando camine al frente de la casa del BRUJO, hágalo despacio y en silencio.

No se asuste si ve luces que bañan esa casa o escucha murmullos.

Son voces que hablan en idiomas extraños.

Dios tiene que ver con eso.

Parecía un anuncio de que tarde o temprano los habitantes serían testigos de hechos inesperados.
Precisamente, Argemiro y Clemencia, su hermana, ya llevaban como diez minutos parados al
frente del portón de broche a la entrada del predio de Adolfo. Yo alcancé a oír lo que conversaban.

-Me imagino que el cura y el teniente no han llegado.- dijo Clemencia.

-Pues, así es mejor. Pero, allí veo que se aproximan cuatro personas.-afirmó el sacristán.

Con cierta prisa, caminaban Eliseo, Teodulfo, Lucinda y Hermelindo. Llegaron hasta el lugar donde
se hallaban los hermanos, a los que ya habían visto en la tienda de Hermelindo.

-¿Ustedes están aquí desde hace tiempo?- indagó Teodulfo.

-No, como diez minutos, nada más. ¿Por qué?-quiso saber Argemiro.

-Es que tendremos que entrar aquí antes que el cura y el teniente lo hagan.-apremió Lucinda.
-Pues, ¿a qué esperamos?- invitó Hermelindo, empujando el portón que cedió fácilmente. Yo
estaba agazapado detrás de unas matas y aproveché para entrar también.

Inmediatamente se internaron en el predio que se hallaba a oscuras hasta ese momento, pues
enseguida se iluminaron los jardines y la entrada de la casa de Adolfo. Para que no me vieran, me
retiré hasta una pequeña cabaña que el BRUJO había construido detrás de la casa. Desde allí, yo
oía lo que se hablaba y veía lo que ocurría, sin ser detectado.

Súbitamente, las puertas de la casa se abrieron y quedó al descubierto un gran espejo que lanzaba
ondas de luces rojizas y amarillentas. De repente, apareció la figura de Adolfo, de más estatura
que como lo conocíamos. Estaba cubierto con un traje plateado y sobre su espalda llevaba una
especie de aparato del que asomaban dos alas comprimidas. Al terminar de salir del espejo, sus
alas se desplegaron y su rostro se iluminó. Habló a los presentes con un murmullo suave de
muchas voces en coro.

-Les recomiendo no estar presentes en este lugar. Hechos inexplicables van a ocurrir dentro de
poco tiempo y no deseo que sufran consecuencias. Gracias por su apoyo.-

Tan pronto finalizó de hablar, todos salimos de la propiedad, sin decir palabra, y yo el primero. Nos
vinimos hacia el frente de mi casa, precisamente al frente del poste del aviso, pero un poco dentro
del solar de mi casa. Recuerdo que mi mamá estaba un poco asustada y me dijo que entrara del
todo. Yo le obedecí y me acomodé cerca de una de las ventanas que daban a la calle. Desde allí,
pude observar la llegada del camión con los soldados y el teniente Gamboa, quien fue el primero
en saltar al piso.

-¡Todos abajo y empiecen a rodear la casa!- ordenó con voz de mando.

En ese momento, descendió de la cabina del camión el padre Pedro Nel. Traía la estola morada
puesta alrededor del cuello, en la mano derecha un libro grande, y en la izquierda, un frasco de
agua que bendijo haciendo la señal de la cruz y hablando en latín. Se dirigió hacia el portón de
entrada y se paró al frente, como a unos dos metros. Abrió el libro y leyó en voz alta unas palabras
en idioma arameo, a la luz de la lámpara del poste que iluminaba casi toda la calle y que tenía
pegado el aviso referente al BRUJO. Luego hizo lo mismo, pero hablando en español y esparciendo
agua de la botella que había “bendecido”.

Mucha gente se había arremolinado en ambos extremos de la calle, pues los soldados no
permitían el paso de nadie, hacia la casa de Adolfo.

De pronto, una especie de rugido, acompañado de un viento huracanado, se expandió desde la


casa del BRUJO.

Afuera, todos estaban paralizados por las manifestaciones que se estaban dando en ese momento,
incluyendo los soldados que habían rodeado la casa. Todos miraban hacia lo alto, como queriendo
encontrar allá, en los espacios etéreos que consideraban llenos de misterios, la causa de los
fuertes vientos y los ruidos que oían y que asemejaban a ensordecedores coros de voces que no
expresaban sonidos musicales sino palabras en otras lenguas que sonaban amenazantes. Se
parecían a los grupos corales que acompañaban con sus réplicas y murmullos las presentaciones
de las antiguas tragedias griegas que usaban para impresionar a la audiencia.

Yo no comprendía qué podría estar pasando, pero algo muy dentro de mí me decía que no era
nada bueno. Aquel remolino de aleteos y voces, que se movían a gran velocidad, fue percibido por
casi todo el pueblo, ya que esos extraños efectos no se redujeron solo a la zona de Carrasquilla.
Todo el espacio que envolvía a Hondaima mostró aquel fenómeno que aterrorizó a todos por
igual.

El Padre Pedro Nel y el teniente Gamboa ya estaban en el lugar cuando empezó semejante
borrasca estruendosa. El cura, confiado en que sus mantras y oraciones habrían de hacer que
parara todo aquello, perdió su tiempo y su voz quedaba ahogada dentro de aquel torbellino de
ruidos y voces ininteligibles.

-¡Espíritu del mal que está presente! ¡Manifiéstese y diga su nombre!- exclamaba el cura,
moviéndose con una especie de vaivén, entre la borrasca que casi lo levantaba del suelo.

A su lado, el teniente Gamboa, alcalde militar de Hondaima, esgrimía su pistola de dotación,


apuntando al cielo, como queriendo así amenazar lo desconocido.

-¡Diga su nombre, ente maligno! ¡En el nombre de Dios, hágase presente!- gritaba el Padre Pedro
Nel, agitando un crucifijo que sostenía en su mano derecha, sin respuesta alguna.

Los aleteos de muchos seres cruzaban por el frente de los dos hombres que confiaban en que su
poder exorcista y el arma amenazadora apaciguarían el estruendo que se oía muy fuertemente en
kilómetros a la redonda. Súbitamente, el crucifijo fue arrebatado de la mano del cura por un
poderoso hálito invisible. El teniente también soltó el arma. Definitivamente, allí estaba actuando
un poder mucho mayor de lo esperado.

Al cabo de unos minutos de estarse produciendo toda aquella serie de fenómenos inexplicables,
empezó a caer una fuerte lluvia que hizo que la gente buscara refugio para no empaparse. La
tormenta y los aleteos que se sentían en lo alto, fueron apaciguándose como por arte de
embrujamiento. Pronto, todo aquello que parecía haberse destruido por la borrasca se mostró
bajo la luz de la luna llena, como si nada de raro hubiese pasado.

La calle empezó a poblarse de vecinos que se habían metido a sus casas por el temor de ser
tocados por aquellas muestras de un poder extraño. Los perros callejeros salieron de sus
escondites y empezaron a caminar por la calle de Carrasquilla, algunos bostezando de hambre y
otros mostrando su pereza.

Quienes no se asustaron por todo lo sucedido fueron los cuatro amigos de Adolfo que, advertidos
por él mismo, invocaron a los seres angélicos para que los daños que se produjeran fueran
menores. Rezaron oraciones secretas en lenguas extrañas, pidiendo al BRUJO, cuyo nombre real
era Uriel, que tuviera misericordia con las gentes de Hondaima. Ellos sí sabían que Adolfo, alias el
BRUJO, era un ángel que se atrevió a usar el portal localizado en su casa para llegar a esta
dimensión y llevar a cabo una misión de ayuda y misericordia, la cual le había sido encomendada
por el Concejo Angélico de rangos superiores. Ese secreto les daba ciertos poderes que ellos
estaban usando con fines aún desconocidos por los demás.

Cuando todo el barullo pasó, yo salí de mi lugar de protección en mi casa para ver personalmente
qué había pasado. Salí a frente y caminé descalzo sobre la grama que se estaba empezando a
humedecer. Miré hacia la casa del BRUJO y me pareció que todo estaba sin novedad. Ya no llovía y
la luna llena dejaba caer su carga de luz a través de las pocas nubes que el cielo lucía a esa hora de
la noche. Me dio por pensar que lo que se había producido, y de lo cual yo fui testigo, había sido
producto de un micro sueño o de mi imaginación, simplemente.

Estaba pensando en eso cuando frente a mí cruzaron las cuatro personas que yo había visto
reunidas antes del evento. Reconocí a Hermelindo, a Lucinda, a Eliseo y a Teodulfo. Noté que dos
de ellos voltearon hacia mí mientras andaban y me halagaron con una sonrisa. Yo les devolví el
gesto, sin ponerle misterio a ese detalle. Más adelante, quince años después, me vine a enterar de
que hay seres especiales conviviendo con nosotros.

De repente, se me vino a la mente un interrogante: ¿Qué había pasado con el cura y el teniente?
Miré hacia todos los lados de la calle y pude ver que los dos estaban semi-ocultos detrás del
tronco del árbol de ciruelas que se levantaba al final de la vía, antes de coger rumbo hacia la
Hacienda El Triunfo. Desde donde yo estaba alcancé a escuchar algunas de las frases que ellos
decían.

-¿Qué fue lo que pasó?- indagaba el teniente Gamboa.

-Creo que estamos lidiando con un ente que no es de este mundo, pero que tampoco es un
demonio.- dijo el cura, murmurando.

-¿Qué quiere usted decir, reverencia?-aventuró a decir el alcalde.

-Pues que si la cosa hubiera sido satánica no estaríamos aquí contando el cuento.-explicó el Padre.

-Entonces, ¿de qué se trata el asunto?- preguntó el temiente.

-Quizás son fenómenos paranormales.-

-¿Me la puede barajar más despacio, Padre?- dijo bruscamente el militar.

El Padre Pedro Nel se quedó mirando fijamente al teniente y le respondió con la paciencia de
alguien que tiene a un retrasado al frente de sí: -Cálmese y vámonos para la casa cural. Allí le
explico.-

El cura y el alcalde salieron de su escondrijo y empezaron a caminar calle abajo. Cuando pasaron al
frente mío, alcancé a ver cómo el cura batía la cabeza y miraba hacia lo alto, sonriéndose.
OCHO
NUEVA ESTRATEGIA
Para mí, lo que estaba pasando allí en Carrasquilla no era algo exclusivo de aquel lugar. Empecé a
pensar que los hechos no se dan como frutos silvestres en los bosques sino que, más bien, eran
generados por fuerzas desconocidas sobre las cuales todo ser humano ejerce alguna influencia, de
manera consciente o inconsciente. Parece que uno de los principales objetivos de la vida consiste
en descubrir cuál es esa forma consciente que le permite a cada ser “ir elaborando el futuro”,
tanto personal como colectivo.

Uno de los problemas que surge al tratar de explicar esos hechos tan llenos de interrogantes es
ver que, lo poco que se ha explicado al respecto, está plagado de incertidumbres, mitos y leyendas
que a su vez dificultan enfrentar esos casos con la rigidez del método científico.*

Muchas veces, las cosas se complican aún más, debido a la injerencia de la mirada religiosa de
quienes toman parte en el desenvolvimiento de tales sucesos. En este caso particular, el cura
Pedro Nel, con su sesgado modo de ver las cosas, lo que ha logrado es complicar más la maraña de
las explicaciones a lo ocurrido en el Portal de Carrasquilla. Además, los intereses personales nunca
permiten equilibrar la balanza de los conocimientos para poder ver claros algunos de los
elementos involucrados en los fenómenos.

En resumen, lo más que había era murmullos, habladurías y chismes sobre Adolfo Ávila, EL BRUJO,
que se estaban convirtiendo en parte del folclor cotidiano de aquella región. Pero, la realidad
parecía ser más complicada que esa manera simple de ver las cosas.

Había algo casi ciento por ciento aceptado: Adolfo no era un ser de este mundo. O, mejor dicho,
de este planeta. Si era un ángel, como muchos aceptaban en el pueblo, bien podría pensarse que
poseía “poderes” que lo hacían volar, levitar, ser invisible, mostrar poder sobre el viento y la luz,
producir milagros y hasta crear cosas materiales a la vista de quienes fueran testigos. También se
podría pensar que él era un ser alienígena, proveniente de otro universo. (Hondaima era un portal
inter-dimensional.) Hasta el momento, nadie ha probado que los ángeles no son seres
provenientes de otros planetas.

Lo cierto es que en aquella ciudad se estaba aumentando peligrosamente la tensión entre quienes
ostentaban los mandos de autoridad –el alcalde militar, el cura y sus seguidores- VS los habitantes
que se mostraban a favor de Adolfo Ávila –los que habían recibido sus beneficios, quienes lo creían
un ser divino y los iniciados en saberes ocultos-.

La mañana siguiente a los acontecimientos de Carrasquilla trajo más inquietudes que sosiego. El
Padre Pedro Nel y el teniente Gamboa se encontraban desayunando en el comedor de la casa
cural y, a la vez, discutían la nueva estrategia que estaban planeando seguir con respecto al caso
de EL BRUJO. Sobre la mesa descansaban varios medios impresos en los que ya se estaba hablando
del extraño caso acaecido el día anterior. Por ejemplo, el DIARIO DEL TOLIMA, el REPORTERO
PIJAO, la TRIBUNA HUILENSE y EL TIEMPO, publicaron titulares como los siguientes:

AVISTADO UN ÁNGEL EN EL TOLIMA

CASO DE “EL BRUJO DEL HONDAIMA”

CURA Y ALCALDE ACUSADOS DE SACRILEGIO

¿LLEGARON LOS ALIENÍGENAS?

-Señor alcalde, como autoridades de la ciudad tenemos que tomar cartas en este asunto.- afirmó
el Padre Pedro Nel.

-¿Qué me está sugiriendo, reverencia?- quiso saber el teniente Gamboa.

-Pues, que debemos manejar esta situación, antes de que se nos produzca un problema de orden
público.-explicó el cura.

Se podía notar que el teniente Gamboa no daba la talla para dirigir la ciudad de Hondaima, como
alcalde militar, pues él no poseía experiencia administrativa de ninguna clase. Por ese detalle, el
cura Pedro Nel estaba tomando ventaja para hacer que los hechos se dieran a su favor.

El teniente Gamboa, alcalde nombrado por el gobernador Anselmo Ramírez, había recibido una
llamada telefónica de su superior, el coronel Pedro Alvarado, la noche anterior.

-Óigame, Gamboa, de usted depende que las cosas no se salgan de cauce.-

-¿Qué me quiere decir, mi coronel?-

-Simplemente, que siendo usted la autoridad en ese pueblo, no va a permitir desmanes ni


asonadas como los que se comentan. Al menos, eso es lo que el Gobernador me ha dicho, y yo
tengo que responderle a él. De modo que, póngase las pilas, teniente.- aconsejó el oficial.

-No se preocupe, mi coronel. Como alcalde, yo tengo cierto poder especial, por ser ésta una región
en estado de sitio. Ya veremos quién manda aquí, si soy yo, o el cura ese que me quiere usar para
sus motivos personales.-dijo resueltamente el teniente Gamboa.

-Eso espero, Gamboa.-dijo el coronel, y colgó.

Aquella mañana, en la casa cural se veía más movimiento que de costumbre. Mientras
desayunaban, el teniente y el cura seguían intercambiando ideas sobre el caso de EL BRUJO. Sin
previo aviso, entró a través del Despacho Parroquial Argemiro el sacristán, con cara espantada.

-¿Qué pasa, Argemiro?- indagó el cura.

-¡Acaban de matar a Eusebio, nuestro vigilante!-exclamó el hombre, con palidez en su rostro.


Los dos hombres se pararon de sus asientos y miraron fijamente a Argemiro, quien no acertaba a
decir nada más. Por eso, apremiaron al sacristán para que hablara.

-Cálmese, Argemiro, y díganos qué fue lo que pasó.- ordenó el cura.

-Cuando regresaba desde donde mi hermana, decidí subir por la cuesta de San Francisco, la que es
tan empinada, y ya llegando a la cima, vi un grupo de gente que se movía de manera inquieta. Me
acerqué y pude distinguir el cuerpo de Eusebio.- narró Argemiro, haciendo pausas cortas.

-¿Estaba muerto?- indagó el teniente Gamboa.

-Sí.-dijo secamente el sacristán. –Pude ver que le habían dado un balazo en la cabeza.-
complementó.

-¿Había alguien de la autoridad ahí?-quiso saber el alcalde.

-Vi solamente dos policías que apartaban a la gente, pero nadie del juzgado.

El teniente Gamboa, como máxima autoridad administrativa de Hondaima, debía diligenciar el


levantamiento del cuerpo y conducir las acciones de Medicina Legal para llevar a cabo la
correspondiente autopsia. También era necesario iniciar la investigación del caso.

-Perdóneme Padre, pero tengo que salir ya, pues hay mucho que hacer al respecto de este
asunto.- dijo el teniente.

-Lo comprendo, señor alcalde. Que le vaya bien.- dijo el cura.

Gracias, reverencia. Hasta luego.- dijo el teniente Gamboa y se dirigió a la salida del despacho
parroquial.

-Téngame al corriente de las cosas, señor alcalde.- dijo el padre Pedro Nel.

Un asesinato en plena vía pública, de alguien conocido como ese vigilante, era un hecho muy fuera
de lo común en aquel pueblo. Además, encontrándose la región en “estado de sitio”, no era tan
factible que hechos de violencia se siguieran dando así, sobre todo si había patrullajes continuos
del ejército.

Las personas transitaban a pie por las vías de Hondaima, esquivando los huecos en las aceras.
Quienes iban en parejas, pasaban comentando sobre el asunto de la muerte de Eusebio.

-Imagínese mija, ahora, ¿quién verá por la mamá de ese muchacho?- decía Isaura Martínez, dueña
de la peluquería “La mejor”, situada cerca de Carrasquilla.

-Ese es uno de los problemas de ser hijo único y vivir pagando arriendo.-contestaba Helena
Álvarez, una modista.

-Precisamente, antes de ayer yo le corté el pelo a ese muchacho.-se lamentaba Isaura.


-Pero, ¿quién le querría hacer daño a alguien como Eusebio?- preguntaba Helena.

-Nunca se sabe lo que le depara el destino a cada persona.- afirmaba Isaura.

Ya eran como las 11 de la mañana y el sol empezaba a calentar bastante. Los paraguas y los
parasoles se empezaban a abrir para lograr así un poco de protección de ese calor tan fuerte que
se sentía en aquella ciudad. Quienes no tenían esa herramienta tan necesaria en los pueblos de
tierra caliente, se acomodaban transitoriamente bajo las sombras de los matarratones y de los
guácimos que abundaban a lo largo de las aceras. Las calles polvorientas no atraían a los
caminantes a esas horas del mediodía. Hasta los perros callejeros se echaban a dormir.

Para el teniente Gamboa, no era fácil lidiar con aquel caso de muerte violenta en la ciudad donde
él era la primera autoridad. Hacía pocos días se había enterado de que el único Juez de Circuito,
que debería llevar a cabo el levantamiento del cadáver, era el mismo odontólogo que lo había
atendido cuando una muela infectada no le daba tregua ni para comer ni dormir, dado el dolor tan
agudo que le producía. Era el Dr. Avelino Collazos.

El alcalde ordenó al sargento Orjuela, su segundo, que llamara al consultorio del odontólogo y que
le dijera al DR. Collazos que lo necesitaba con urgencia para un caso especial. El sub-oficial se
retiró y al cabo de cinco minutos, regresó.

-El Dr. Collazos ya está en camino y llegará en un cuarto de hora.-dijo, servicialmente.

Gamboa desconocía casi todo lo relacionado con administrar una alcaldía, pues esa era su primera
vez. Había logrado ese puesto por la influencia que su tío rico tenía sobre el gobernador. No se
había casado aún, pero pronto lo haría, según lo había anunciado en una fiesta patronal a sus
seguidores.

Pronto, apareció en la esquina el Jeep Willys del Juez, conducido por su escolta personal, el cabo
Juan Díaz, nombrado para ese encargo por el mismo alcalde. Traía las luces delanteras encendidas,
cosa inusual para circular de día en la ciudad. El carro, en muy buen estado, se detuvo al frente de
la Alcaldía. Se apeó el Dr. Collazos y se encaminó a la oficina del alcalde.

-Me alegra verlo de nuevo, teniente Gamboa. ¿Cómo sigue de la muela?-dijo el Doctor.

-Mucho mejor, Señor Juez. ¿Seguimos a la oficina?-invitó el alcalde.

Caminaron sólo unos pasos y entraron al despacho muy bien amoblado. Cada uno ocupó una de
las sillas dispuestas allí alrededor de la mesa ovalada, destinada para las reuniones. Sentados
frente a frente, el Dr. Collazos dijo:

-¿En qué le puedo colaborar, señor alcalde?-

-Como ya debe haberse enterado, hoy amanecimos con un caso de muerte violenta de uno de los
servidores de la parroquia del Alto del Rosario. Se trata del vigilante más frecuente, un muchacho
llamado Eusebio Barón, a quien la iglesia le pagaba su salario por hacer rondas por ese barrio.- dijo
el teniente Gamboa.

-¿Levantamiento de cadáver?- preguntó el juez.

-Usted lo ha dicho, Doctor Collazos. Le sugiero que nos afanemos porque el occiso está arriba de la
Cuesta de San Francisco. ¿Vamos en su carro, o en el mío?-

-En el suyo, teniente. Es más amplio y podemos ir con los escoltas.-afirmó el Dr. Collazos.

Salieron hacia el lugar mencionado, dando un rodeo por el cuartel para recoger cuatro soldados
profesionales que los acompañarían en la diligencia.

El vehículo fue forzado por su conductor a subir por la cuesta de San Francisco, y lo hizo sin
problema, pues era un carro militar de buena potencia, llamado MRAP blindado.

Ese vehículo fue adquirido recientemente por la Brigada 14, centrada en Hondaima de la Cruz.

Cuando llegaron al lugar del suceso, dos agentes de la policía se encontraban allí de guardia.
Habían cubierto el cuerpo de Eusebio con una sábana blanca, para evitar las miradas curiosas de
quienes se acercaban hasta el área delimitada por la cinta amarilla de demarcación que habían
puesto los agentes del orden.

Se apearon del MRAP, bajo las miradas curiosas de algunos transeúntes. Los agentes fueron
relevados por los soldados profesionales que llegaron con el alcalde y el juez.

El teniente Gamboa y el Dr. Collazos pidieron a los curiosos que se retiraran, pues se iba a realizar
una diligencia especial y sin testigos.

Uno de los soldados sirvió de asistente para el procedimiento de reconocimiento, toma de fotos y
posterior traslado del cadáver a la morgue, donde se le realizaría la autopsia por el médico legista
de turno. El acta fue escrita por el Dr. Collazos y luego firmada por los asistentes a la diligencia.

La morgue estaba situada en uno de los sótanos del Hospital San Juan de Dios, que era el ente
oficial designado para esos casos. Allí estaba de servicio el Dr. Rafael Matos, quien llevaría a cabo
la autopsia de rigor a la mañana siguiente. Hicieron el papeleo correspondiente y todos se
retiraron a descansar.

Pronto cayó la noche y en el transcurso del día, ningún familiar se había acercado a reconocer el
cadáver de aquel joven que resultó víctima de criminales que acabaron con su vida. Se presumía
que él había sido blanco de un asalto con robo, pues su arma de dotación no apareció, y tampoco
el dinero que había recibido como pago de su salario. Como era necesario un “reconocimiento del
cadáver”, su amigo Argemiro, el sacristán, aceptó pasar a la morgue a hacerlo, antes de que el Dr.
Matos empezara su labor de la necropsia.
En el pueblo, casi todos comentaban el suceso de la muerte violenta de Eusebio. En Carrasquilla
no se hablaba mucho de eso, pues el tema de conversación era el regreso de Adolfo Ávila a su casa
que él había reconstruido, después de que casi la destruyen los soldados, la tarde en que llegaron
a detenerlo.

Pronto, los jardines que rodeaban la casa del BRUJO volvieron a florecer y todo aquel predio, que
se mantuvo unos días abandonado, volvió a cobrar vida y actividad. Los “clientes” de Adolfo se
duplicaron, los animales “recuperados” llenaron los corrales y la casa se iluminó de nuevo. Parecía
que esa parte de la vida cotidiana de la gente de aquel sector de la ciudad, volvió a llenarse con la
presencia del BRUJO, cuyo magnetismo mantenía vivo el espíritu de aquellas personas.

Argemiro salió de la casa donde vivía con su hermana, después de tomarse un pocillo de tinto
recién colado. Eran las 6:45 de la mañana, hora adecuada para recorrer la distancia que separaba
su casa del Hospital. En el entretanto, pensaba en lo cruel que puede ser la vida a veces, pues en
cualquier momento se podía perder, sin previo aviso. Recordó los muchos ratos que compartió
con su amigo Eusebio, las caminatas que hacían por los puentes de la ciudad y las charlas que
sostenían con sus amigas en las frescas tardes de la temporada de menor calor.

Había acordado con el Dr. Matos, encontrarse con él a la entrada de la morgue a las 7:00 en
punto. Cuando arribó a su destino, el galeno ya estaba allí, esperándolo.

-Buenos días, Dr. Matos.- saludó Argemiro.

-Hola, joven, ¿cómo me le va?- dijo el médico, a guisa de saludo. Luego, sacó la llave de la puerta
de aquel sótano y abrió la puerta.

-Sígame.-le dijo al sacristán.

Se encaminaron por un pasillo regularmente iluminado y pronto llegaron a la sala donde estaban
los compartimientos empotrados en la pared del fondo, donde encajaban los cofres corredizos
que guardaban los cuerpos de los fallecidos. Se acercaron al que tenía la etiqueta “EUSEBIO”. El
Dr. Collazos tiró de la manija y sacó el contenedor. Los dos hombres se quedaron estupefactos al
notar que el cadáver había desaparecido de allí.

NUEVE
EL HALLAZGO
Al descubrir que no había cuerpo en el compartimento etiquetado con el nombre de EUSEBIO,
Argemiro inmediatamente pensó en algo sobrenatural. Él no era muy analítico y más bien
achacaba lo extraño o inusual a seres fantásticos, de forma inmediata. Retrocedió asustado y dijo
de manera lúgubre:
-¡Huy, doctor Matos, esto parece cosa del mismo demonio!-

-Mire, Argemiro, yo creo que hay varias explicaciones para este suceso.- analizó el médico,
retirándose pausadamente y mirando con atención aquel recinto.

-¿Como qué se le ocurre que pasó aquí?- inquirió el sacristán, casi temblando por el miedo.

-Uno, que nunca trajeron aquí el cuerpo. Dos, que lo metieron en otra urna. Tres, posiblemente, el
occiso no estaba tan muerto como parecía, y se fue de aquí. Cuatro, que usted posiblemente
tenga la razón: algo extraño pudo haber sucedido al respecto.- expuso el Dr. Matos, con cabeza
fría.

Argemiro se detuvo en seco y, señalando con el dedo índice hacia el galeno, dijo:

-Si yo estoy en lo cierto, tengo la certeza de que sé quién es el responsable.-

-Y, ¿quién cree usted que pudo haber llevado a cabo algo tan sobrenatural?-dijo el médico legista,
haciendo un gesto de burla casi imperceptible.

-No hay sino una persona capaz de hacer algo como eso.- respondió Argemiro, como hablando
para sí mismo.

-Pero, diga ¿quién podría ser?- demandó el doctor Matos.

-Adolfo Ávila, EL BRUJO.- respondió el sacristán, con un tono de seguridad en la voz.

A la vez que hablaban, los dos personajes se desplazaron hacia la puerta de salida de aquella sala
húmeda y poco iluminada, llena de aroma de formol. Pasaron frente a la sala de necropsias y no
vieron que otro médico legista estuviera en esa tarea. Hablaron con un médico auxiliar acerca del
extraño hecho ocurrido y él no dio ninguna explicación para la ausencia del cadáver levantado ese
día.

Algo característico de la idiosincrasia de aquellos pueblos de tierra caliente es la tendencia a


explicar las cosas de manera simple, achacándole a espíritus y almas en pena todo lo relacionado
con asuntos extraños a primera vista. Por esa razón, hay tantas leyendas y mitos que tienen que
ver con espantos, espectros y apariciones. Algunos de esos mitos son: la llorona, la patasola, el
mohán, la madremonte y el fraile sin cabeza. Por supuesto que hay muchos habitantes que juran
haberse encontrado de frente con algunos de ellos.

Quizás, por ese motivo el caso del BRUJO de Carrasquilla encajaba dentro de toda esa parafernalia
de seres del más allá. Es posible que él haya tenido tantos seguidores debido a esa tendencia de la
gente común de encajar y admirar lo “inexplicable”.

Argemiro se despidió del Dr. Matos y se encaminó hacia la casa cural. No hubo ninguna diligencia
de reconocimiento del cadáver de Eusebio, por ausencia de ese elemento tan esencial. A medida
que se iba acercando a la iglesia, empezó a ver grupos de ciudadanos que entraban y salían de las
instalaciones del despacho parroquial. No era usual que hubiera tanta gente allí a esa hora tan
temprana. Mientras caminaba se encontró de frente con Hermelindo Gutiérrez y Eliseo
Casasbuenas.

-¿Cómo le fue en la diligencia de reconocimiento del cadáver de Eusebio?- le increpó Eliseo, con
una sonrisa maliciosa.

-Pues, no se pudo hacer nada, finalmente.- respondió el sacristán.

-y, ¿eso por qué?- inquirió Hermelindo, mirando de reojo a Eliseo.

-El cadáver de Eusebio no apareció por ningún lado.-

-Entonces, ¿qué creen que pudo haber pasado?-insistió Eliseo, con gesto de saber la respuesta a
esa pregunta.

-Hasta el momento no hay razón que convenza. Pero, yo sí creo tener idea de qué pudo haber
pasado.-dijo con certeza Argemiro, mirando a lo lejos.

-Cuéntenos para quitarnos las dudas.-invitó Hermelindo.

-Cuando lo compruebe, les digo.-prometió el sacristán, alejándose de ellos y entrando a la casa


cural.

Allí las personas murmuraban y se movían en todas direcciones. La inquietud general era palpable,
pues no se había dado ninguna noticia sobre el asesinato de Eusebio, persona muy estimada por
quienes se acercaron allí a averiguar sobre el hecho que era vox pópuli en ese momento.

Argemiro se abrió paso entre la gente y entró a la oficina del Padre Pedro Nel. Allí estaba él en
compañía del teniente Gamboa, discutiendo la manera de caerle por sorpresa al BRUJO esa noche.
Ya habían oído las noticias de que probablemente había regresado del escondrijo donde se había
metido para eludir el cerco en que aquella noche se les logró escapar.

-De esta noche no pasa, reverencia.- decía el alcalde.

-Pues, ojalá no le pase lo de antes, teniente. Esta vez no podemos fallar.- sentenció el cura.

-¿Qué es lo que usted sugiere que hagamos exactamente, señor cura?- se aventuró a proponer el
teniente Gamboa, haciendo un gesto casi imperceptible de impaciencia.

Parecía que las ideas de los dos personajes, que encarnaban la autoridad del pueblo, no estaban
muy claras del todo. Había una cierta confusión en los fines que perseguían con respecto a quien
se había convertido en todo un símbolo de lo inexplicable en esas tierras tan llenas de expectativas
por lo sobrenatural.

Cualquier suceso que mostrara complejidad para ser comprendido por las gentes sencillas y
tradicionales de Hondaima, pasaba inmediatamente a formar parte del conjunto de mitos
populares que se expandían de boca en boca a lo largo y ancho de la región. Desde los cerros que
rodeaban el pueblo, donde se habían establecido varias haciendas de uno que otro terrateniente
extranjero, como Mr. Hughes, hasta el mismo centro del comercio hondaimuno, con numerosos
almacenes, cacharrerías, papelerías y distribuidoras de insumos agrícolas, el tema de conversación
era EL BRUJO.

Daba la impresión de que todo el mundo allí se sentía orgulloso de tener un ser especial que
evidenciaba poderes nunca vistos y que, sin llenar la plaza pública con discursos de falsas
expectativas, atraía la atención, el respeto y la admiración de todos los que ya habían tenido
contacto con él.

La sencillez, el trato pacífico, la bondad sin límites y la honestidad eran las características
esenciales de Adolfo Ávila, un hombre de menuda presencia, que no quería ser notado por los
demás. Quizás por esa razón, muchos habitantes de Hondaima lo visitaban. Algunos, pidiéndole
una ayuda material para resolver sus problemas económicos. Otros, queriendo recibir un consejo
para empezar un cultivo que resultara exitoso. Y, los más, deseando por su intermedio, lograr
influir en sus destinos para cambiar la “mala suerte” que estaban acarreando en esos momentos.
De otras comarcas también llegaban gentes a conocer ese ser tan extraordinario que, una vez que
entraban en contacto con él, ya no seguirían sintiendo ser los mismos. En resumen, Adolfo Ávila,
alias EL BRUJO, ya era toda una leyenda.

Cuando el teniente Gamboa, alcalde militar de Hondaima, le hizo la pregunta directa al Padre
Pedro Nel sobre qué era lo que deseaba que se hiciera con respecto a Adolfo Ávila, lo que
realmente estaba sugiriendo era que le diera más claridad para emprender alguna acción
concreta. Él no se sentía como un elemento directamente relacionado con esos tejemanejes que
la iglesia llevaba a cabo en contra de ciertos ciudadanos que, en criterio del cura, eran peligrosos
para los intereses de la iglesia.

El teniente Fernando Gamboa había sido trasladado desde la población de Ambalema, un pueblito
a orillas del río magdalena, a Hondaima de la Cruz, por orden del gobernador del departamento
del Tolima. Comparativamente, Hondaima era una gran ciudad, comparada con Ambalema. Por
eso, cuando fue nombrado alcalde militar de aquella población, él se sintió abrumado por tanta
gente y tanto desarrollo como no había visto antes. En el fondo, Gamboa no se había
acostumbrado aún a esa clase de vida agitada y complicada como el cura se la estaba
proponiendo.

Como el Padre Pedro Nel no le dio una respuesta inmediata a su pregunta, el teniente Gamboa se
acomodó su quepis, se ajustó el cinturón de donde pendía su pistola y se puso de pie. Mirando al
desgaire a través de la ventana, caminó hacia la puerta de salida del despacho parroquial y dijo:

-Bueno, reverencia, yo tengo que ir a la alcaldía a atender unos casos urgentes. Si se le ocurre
algún plan referente al BRUJO, écheme una llamada telefónica y me cuenta. Por ahora, lo dejo.
Hasta luego, señor cura.- dijo sonriendo y salió.
El padre Pedro Nel no supo qué contestar de inmediato. Sólo atinó a responder: -Hasta luego,
teniente.-

Ya habían transcurrido más de dos horas, desde el momento en que Argemiro arribó a la casa
cural y el instante en que el teniente Gamboa salió de allí. Se había cansado de esperar para
hablar con su superior, el Padre Pedro Nel. Por esa razón, decidió salir a caminar. Bajó por la
Cuesta de San Francisco y siguió a lo largo de la Calle de las Trampas, una antigua vía colonial
empedrada y angosta, con caserones de muros gruesos y pórticos de piedra a las entradas. Quería
un poco de paz y de sosiego en medio de tantos ires y venires relacionados con las intrigas que el
alcalde Gamboa y el padre Pedro Nel habían urdido alrededor del caso de EL BRUJO. De cierta
manera, ya estaba cansado de aquella situación que lo estaba desgastando mucho. Al pasar frente
de la cafetería LA MEJOR, decidió entrar para degustar un tinto fresco. Ya eran casi las diez de la
mañana de aquel día tan atípico para él. Nunca pensó que, además de sus funciones de sacristán,
estaría involucrado en situaciones tan extrañas como las que había que tenido que afrontar.

-Buenos días, Doña Ernestina, ¿cómo está usted hoy?- saludó a la dueña del negocio.

-Hola Don Argemiro. ¿Y ese milagro de verlo por estos lados?- indagó la señora.

-Pasaba por aquí y quise saludarla. Además, no se me olvida que su tinto es muy sabroso.-
respondió el sacristán, sonriendo amablemente.

-Pues, usted siempre es bienvenido, Don Argemiro.- dijo la señora, mientras servía el pedido. Se
tomó el tiempo necesario y replicó: -Aquí lo tiene. Buen provecho.-

-Muchas gracias Doña Ernestina.-dijo Argemiro, poniendo un poco de azúcar en su café. Lo agitó
con la cuchara y degustó un sorbo. En ese momento, la dueña de la cafetería preguntó:

--¿No se ha encontrado hoy con su amigo Eusebio? Es que pasó esta mañana por aquí, recién yo
había abierto y me preguntó por usted.-

El sacristán casi deja caer el pocillo del tinto por la sorpresa que le causaron las palabras de la
dama. Le pareció haber oído mal y quiso una reafirmación de sus palabras. Se volvió hacia ella y le
dijo:

-¿De quién me está hablando usted?-

-Pues del guarda Eusebio, su amigo.- Ernestina se paró frente a Argemiro y continuó: -¿No se lo
encontró cuando usted venía hacia aquí? Lo que pasa es que me dijo que lo necesitaba
urgentemente. Eso es todo.-

-Pues sepa que a Eusebio lo mataron ayer, allí en la cima de la cuesta de San Francisco.
Seguramente usted se equivocó, Doña Ernestina.- expuso el sacristán.

Sin pensarlo dos veces, la dueña de la cafetería replicó:


-Mire, yo no estoy loca. Si quiere le repito las palabras que él me dijo.-ofreció la señora.

-¿Podría repetírmelas, por favor?-pidió el sacristán.

-Cuando pasó por aquí, yo estaba aseando el frente de la cafetería. Él venía caminando y se detuvo
al frente de mí. Miró en las dos direcciones de la calle y luego me dijo: “Si ve a Argemiro, por favor
dígale que Eusebio lo está buscando.”

El sacristán no dijo nada más. Pagó su consumo y abandonó la cafetería, sin despedirse. Empezó a
caminar de nuevo hacia la cuesta de San Francisco y empezó a subir lentamente. Ya se acercaba el
medio día y el sol empezaba a hacerse sentir. Fue ascendiendo por la acera oriental, donde había
uno que otro matarratón dando sombra. Hizo tres escalas en su ascenso y finalmente llegó a la
cima, desembocando en el parque del Rosario, situado al frente de la iglesia y de la casa cural. No
quería encontrarse con el Padre Pedro Nel, pues su plan inicial consistía en llegar a la casa de mi
tía Mónica, a quien conocía por acompañar al cura en las visitas que él le hacía. Pensó en tener
una charla con la anciana acerca de lo que pasaba en la casa del frente.

Muy adentro de su mente, Argemiro sospechaba que debía existir alguna conexión entre el BRUJO
y lo que estaba pasando en esos momentos con referencia a Eusebio. Ya tenía conocimiento de
que Adolfo Ávila había hecho cosas inexplicables cuando liberó a los notables de Carrasquilla la vez
que el Teniente Gamboa dio orden de detenerlos. Comenzó a pensar que sería mejor tener al
BRUJO de amigo y no de enemigo.

Seguía pensando en la muerte violenta del amigo y en la desaparición de su cadáver. Hubo


muchos testigos en la diligencia del levantamiento del cuerpo y su posterior conducción a la
morgue del Hospital San Juan de Dios, donde habían situado la sala de autopsias. Aún no hallaba
explicación para las palabras de la señora de la cafetería y eso lo tenía muy preocupado.

Al cabo de media hora de ir caminando por Calle Nueva y luego de subir por la cuesta de Los
Toros, desembocó en la Calle de Carrasquilla. Miró hacia el fondo de esa vía cerrada y no vio
ningún vehículo transitando. Como ya era casi mediodía, se detuvo ante la tienda de Hermelindo
Gutiérrez y avanzó hacia dentro. El día se había nublado de repente y parecía que fueran las 6 de
la tarde. El interior de la tienda estaba iluminado por una bombilla de baja intensidad. Más
adentro, en el patio de la casa de Hermelindo, las gallinas ya estaban buscando los palos para
subirse, seguramente imaginando instintivamente que se acercaba la hora de dormir. De un
momento a otro, un rayo cruzó el espacio y el trueno retumbó fuertemente. En ese instante,
apareció Hermelindo.

-Hola, señor sacristán. Y eso, ¿qué lo trae por aquí?-dijo con viveza.

-Nada especial, Hermelindo. Sólo pasaba por estos lados y entré a tomarme una gaseosa.-

Otro trueno se dejó oír y enseguida empezó a llover fuertemente. En esa época eran comunes
esos cambios de ambiente y había que ir preparado para no mojarse uno. Iba a ser la 1 de la tarde,
pero parecía que fuera de noche. Era un día extraño que auguraba algo fuera de lo común. El
tendero lo miró de frente, él parado y Argemiro sentado. Hermelindo se veía muy alto y
corpulento, detalle que intimidaba un poco al sacristán. De repente, dijo:

-¿Ya se encontró con Eusebio?-

-¿Cómo dice?- indagó Argemiro.

-Es que Eusebio lo ha estado buscando urgentemente. Por aquí pasó y me lo preguntó.-

-Y usted, ¿qué le dijo?-

Pues, que seguramente lo podría encontrar en la casa cural.-

Estaban en medio del aguacero y no era posible salir sin pegarse la empapada. Hermelindo notó
que Argemiro quería salir, pero no se atrevía. Entró a sus aposentos y en minutos regresó con un
paraguas en la mano. Lo tendió hacia el sacristán y le dijo:

-Tómelo y después me lo devuelve.-

Argemiro le pagó la gaseosa, recibió el paraguas y se despidió. Dio unos pasos bajo la lluvia,
tratando de capotear los charcos que se habían formado. Sus zapatos se mojaron y granos de
arena se iban metiendo en ellos. Se detuvo al frente de la casa de Doña Mónica y, al ver la puerta
abierta, decidió entrar a la sala. De pronto, oyó la voz de mi tía que le decía:

-Sígase pa´más adentro don Argemiro. No vaya a lavarse más.-

El sacristán aceptó la invitación y entró hasta la cocina, donde mi tía ya le estaba sirviendo un
humeante pocillo de tinto.

-Tómese este tintico recién hecho. Le caerá bien con este clima.-le dijo con amabilidad.

Argemiro lo empezó a degustar y mientras tanto miró hacia un caidizo, pegado a la cocina. Sobre
un camastro rústico, alguien se encontraba acostado, dando la espalda.

-Perdone, ¿quién está en el caidizo durmiendo?- indagó el sacristán.

-Ése es Eusebio, que llegó cansado y me pidió el favor de dejarlo dormir un rato.-dijo mi tía.

Argemiro se resistía a creer lo que había oído de labios de mi tía Mónica. Y fue en ese preciso
instante cuando la persona se volteó y se incorporó. Sí, era Eusebio en carne y hueso. Dio unos
pocos pasos y se dio de manos a boca con su amigo, el sacristán.

-¿Y, usted qué hace por aquí a estas horas?- le preguntó con plena normalidad a Argemiro.

-Pero, ¿es usted, Eusebio?- indagó incrédulo el otro.

-Ni que yo fuera un fantasma o algo parecido. ¡Claro que soy yo mismo!- exclamó Eusebio.
-Casi me mata de un ataque cardiaco.- replicó Argemiro. -¡Yo mismo estuve en el levantamiento
de su cadáver! ¿Podría explicarme qué es lo que ha sucedido?-

Eusebio se acercó más a su amigo y le dio un abrazo. Sintió que estaba temblando como
consecuencia de la inmensa sorpresa que acababa de recibir. Lo invitó a que se sentaran porque lo
que le iba a referir tomaría un buen lapso de tiempo. Ya sentados en dos taburetes, que mi tía les
ofreció, ella les dijo: -Tómense otro tintico para que se calmen.-

Los dos hombres estaban frente a frente y empezó el diálogo.

Eusebio: -Le voy a contar qué fue lo que pasó, después de “mi asesinato”.- dijo, remarcando las
últimas dos palabras.

Argemiro: -Soy todo oídos. Cuénteme.-

-Eusebio: -¿Se imagina por qué estoy aquí, donde Doña Mónica?-

Por la mente de Argemiro cruzó una idea, aparentemente, descabellada. En ese instante solo se le
ocurrió que EL BRUJO tendría algo que ver con lo sucedido, y dijo: -Sería porque el vecino del
frente jugó su parte especial?-

Eusebio: -Se ve que lo que ha investigado de algo le ha servido, mi amigo.- dijo sonriendo.

Argemiro: -¿Por qué me dice eso?

Eusebio: -Es que sin la ayuda de él, yo no estaría aquí, hablando con usted.-

Argemiro: -Pero, usted estaba muerto. ¡Yo lo vi con mis propios ojos!- repetía incrédulo.

Eusebio: -Adolfo Ávila es alguien que no es de este mundo. Trate de entender lo que le estoy
diciendo.-

Argemiro: -Entonces, ¿quién es él?-indagó el sacristán.

Eusebio: -Es un arcángel llamado Uriel, con poderes sobre la vida y la muerte.- explicó el amigo.

Ahora sí se sorprendió Argemiro, al darse cuenta de que sus sospechas de que EL BRUJO tenía
alguna relación con cosas del otro mundo eran ciertas. Recordó cómo lo detectó, literalmente
volando, una de las noches en que estaba obedeciendo las órdenes del cura Pedro Nel. También
rememoró la vez en que vio dentro de la sala de su casa una especie de puerta brillante, con forma
de espejo grande, desde donde apareció de repente.

Argemiro se fue calmando poco a poco ante la realidad de los hechos y expuso en dos frases la
situación acontecida:
-Eusebio, lo que yo estoy viendo es un verdadero milagro. Usted realmente murió por un ataque
con arma de fuego. Ahora lo veo delante de mí, como si nada hubiera pasado. La única explicación
es que usted haya resucitado.-

Eusebio tomó las palabras de su amigo seriamente y, finalmente, le expresó sin rodeos.

-Adolfo Ávila sacó mi cuerpo de la bandeja de la morgue la noche anterior a su cita con el Dr.
Matos. Me trajo a su casa y, según él me contó, usó su poder por medio de rituales que nosotros
nunca comprenderemos y me retornó a la vida.-

Argemiro, en su calidad de sacristán, pensó inmediatamente en divulgar la noticia para lograr así
un reconocimiento especial de la Santa Sede, con respecto a la Iglesia del Alto del Rosario, y un
ascenso para el cura Pedro Nel. Sin embargo, pesó más su resentimiento y se calló la idea.

-¿Quiénes cree usted que saben de su vuelta a la vida?- indagó Argemiro.

-Varias personas de este pueblo. El asunto es explicar cómo pudo ocurrir eso, sin echar mano del
milagro de mi resurrección.-dijo pausada y tranquilamente Eusebio.

En ese momento entró mi tía Mónica y, sin querer, oyó las palabras de Eusebio. Se le acercó y le
dijo: -Mire, mijo, basta con que diga que le dispararon con una escopeta de fogueo y que por eso
se desmayó durante un largo tiempo. Luego se despertó y salió de allá donde lo tenían listo para la
autopsia. Y, eso es todo. Así no tendrá que dar más explicaciones.- Luego se retiró a la cocina.

Los dos hombres se quedaron pensando en las palabras de Doña Mónica y concluyeron que ella
tenía razón. No había para qué ponerle complicaciones al hecho de que Eusebio estuviera vivo,
después del evento que todo el mundo ya conocía. Tarde o temprano tendría que saberse la
verdadera razón de todo aquello, pero no era el momento, todavía. Eusebio debía mantenerse
fuera de la vista de la gente, mientras pasaban unos días más. Como ya era de noche, decidieron
desplazarse hacia la casa de Eusebio, tratando de no llamar la atención sobre ellos. El “resucitado”
se puso un sombrero alón de paja que mi tía Mónica le prestó y unas gafas oscuras que Argemiro
cargaba en su cartera para protegerse los ojos en los días muy soleados.

Salieron de Carrasquilla y caminaron por las aceras, a paso ligero, hasta llegar a la calle del
Palomar, donde se asentaba la casa donde Eusebio vivía. Entraron rápidamente y avanzaron hacia
la salita del apartamento que el vigilante había rentado hacía ya tres años. Para suerte de los
recién llegados, la otra dependencia de la casa se hallaba vacía debido a que los arrendados se
habían marchado a pasar una temporada fuera de la ciudad.

-Vamos a armar una historia no tan fantástica de todo lo que ha pasado, ¿le parece?- dijo
Argemiro, sentándose en un taburete que había allí.

-OK, me parece que es lo más seguro para alejar habladurías y preguntas innecesarias.- respondió
Eusebio, con semblante de preocupación.
Eran ya las 8 y media de la noche de aquel lunes de septiembre del año 1949. Yo acababa de
cumplir los 10 años ya hacía un mes. Recuerdo que me iba impresionando bastante por todo lo
que estaba sucediendo en Carrasquilla, y de lo cual yo fui testigo, de cierta manera.

A mí me gustaba permanecer en la casa de mi tía Mónica por varias razones. Primero, porque ella
me invitaba a comer de los postres que preparaba con las frutas que le llevaban. También, porque
me dejaba jugar con un gato que ella tenía y cuyo nombre era Paco. Pero, lo que más me atraía
para estar allí era la llegada de Luis Prieto y Joaquín Ramírez, que venían a cambiarse de ropa, a
tomarse un tinto fresco y a tocar la bandola y el tiple, que guardaban en la casa de mi tía. Esa
música que ellos interpretaban me atraía y me gustaba sobremanera, pues lo hacían de manera
muy agradable para mi oído. Ellos eran músicos empíricos.

Volviendo al caso de Eusebio, tengo que decir que a mí siempre me llamó la atención todo lo que
se relacionaba con Adolfo Ávila, a quien llamaban EL BRUJO. Más adelante pude comprender que
su comportamiento y relación con la gente que lo rodeaba tenía mucho que ver con su naturaleza,
tan extraña para muchos, pero tan apreciada por unos pocos.

Confieso que yo no fui testigo presencial de ninguna de las actuaciones “especiales” que él llevó a
cabo. Sin embargo, cuando mi tía se refería a él y a sus andanzas, lo hacía como con cierta
reverencia y respeto devocional que me impresionaban. Desde ahí en adelante empecé a pensar
en que Adolfo encarnaba a alguien que no era lo que él mostraba directamente. Más adelante, me
vine a enterar de que él era un ángel y que tenía una misión determinada.

Para el común de las gentes llamar a Adolfo, ÁNGEL, BRUJO o DEMONIO era casi lo mismo, pues
según ellos, no había una distinción muy precisa entre lo que se aceptaba como bueno o malo.
Dependía del estado de ánimo o del clima el hecho de amar u odiar a Adolfo. Sólo aquellos
considerados como iniciados eran capaces de comprender los misterios que lo acompañaban. Es
ahí donde Hermelindo, Eliseo y Teodulfo jugaron papeles y acciones especiales que, más adelante,
evitaron tragedias que pudieron ocurrir en Hondaima de la Cruz.

El trío de personajes malévolos cuyo plan era someter a los habitantes de Hondaima a un régimen
de privación de derechos y abusos, ya se había convertido en un dúo. Ahora eran sólo el cura
Pedro Nel y el teniente Gamboa. El primero, como autoridad religiosa y el segundo, como
autoridad política, dadas las prerrogativas que poseía como alcalde en época de Estado de Sitio. Ya
Argemiro se había desligado de esos individuos tan pronto vislumbró el alcance de los planes
malignos que tenían. Seguiría con sus funciones de sacristán de la Parroquia del Alto del Rosario,
pero nada más.

-Yo me encargo de escribir una crónica sobre todo lo que le ha acontecido a usted, acomodando
los hechos siguiendo la idea de Doña Mónica.- dijo Argemiro, mirando a su amigo.

-Perfecto. Pero, ¿cómo vamos a hacer para que toda la gente se entere de eso?- inquirió Eusebio.

-Ya lo pensé. Le pediremos a Hermelindo que publique la noticia en su periódico local “Ondas del
Gualí” y le pagaremos para que lo distribuya gratis.- apuntó Argemiro.
-Esa es una buena idea, mi amigo. ¿De a cuánto nos toca?- quiso saber Eusebio.

-Déjeme eso a mí. Después arreglamos.- replicó el sacristán, sonriendo.

Los dos amigos se entretuvieron otros 15 minutos charlando sobre los detalles de la crónica que se
publicaría. Comieron un sándwich con gaseosa y luego de eso, Argemiro salió hacia el taller que
Hermelindo tenía en la parte posterior de su tienda. Llegó allí después de caminar media hora.
Para su suerte, Hermelindo aún tenía abierto su local.

Cando Argemiro se asomó a la entrada de la tienda, Hermelindo lo saludó de una manera


diferente a la que siempre usaba hacia él. Como él sabía de las andanzas del sacristán por los
encargos del cura, se refería a él de forma irónica y a veces burlesca. Pero esa noche se notó la
diferencia.

-Me agrada verlo por aquí, Argemiro. Siga para más adentro.- invitó Hermelindo.

-Muchas gracias.- dijo el sacristán, y avanzó hasta la trastienda, donde había una tipografía.

Se sentaron en sendas butacas acolchonadas. Hermelindo miró con interés a su visitante y le dijo,
comedidamente: -¿En qué le puedo servir?-

-Vengo a rogarle un favor con respecto al caso de Eusebio, del que estoy seguro usted ya tiene
noticia.- expuso Argemiro, con cierta seguridad.

Hermelindo se quedó mirando fijamente a Argemiro, como queriendo eliminar toda duda sobre la
nueva manera de ver el mundo de parte del sacristán. Se puso de pie, dio unos pasos y afirmó:

-Sí, yo sé a qué viene usted y también conozco los detalles de lo que pasó en la casa del BRUJO.-

Esas palabras del cripto-judío Hermelindo Gutiérrez dejaron perplejo a Argemiro, quien ya había
pasado por la experiencia de ver a su amigo Eusebio transcurrir por el proceso de morir y volver a
la vida. En ese momento, sintió una especie de vértigo combinado con náuseas, lo que preocupó a
Hermelindo, pues no se imaginó el shock que el sacristán iba a sufrir al oír sus expresiones.

Rápidamente le trajo una bebida azucarada y lo hizo sentar más cómodamente en un sofá que
tenía en su taller tipográfico. Pronto, Argemiro se fue recobrando y se quedó a la expectativa,
esperando que Hermelindo le explicara todo ese barullo que se le había armado en la mente. Casi
enseguida, este último empezó a hablar muy pausadamente y con tono tranquilizador. Se caló las
gafas, extrajo de su biblioteca una especie de pergamino enrollado que descansaba sobre la base
del estante donde guardaba libros sobre criptojudaísmo, filosofía hermética y cábala.

Hermelindo provenía de otras latitudes y se había cambiado el nombre para no despertar


curiosidades innecesarias entre sus amigos y vecinos en Hondaima. Precisamente, Eliseo y
Teodulfo coincidieron con el primero para identificarse y seguir adelante, practicando en secreto un
judaísmo de corte jasídico (primigenio) que los ha mantenido vigentes como guardianes de muchos
secretos relacionados con el hermetismo, la magia, los conjuros y el origen de la humanidad. Ellos
sabían de las tareas que Adolfo tenía asignadas por la máxima deidad de todos los tiempos, de
quien ellos sabían se hallaba morando en un lejano planeta, de donde todos ellos provenían.

No, en vano, investigadores del saber profundo como Zeharia Sitchin habían descubierto que el
origen del mundo que habitamos no era tal y como se relataba en libros “sagrados”, por ejemplo,
la Biblia. Quizás, quien más se ha acercado a esa realidad ha sido Alecsandr Ivánovich Oparin,
biólogo y bioquímico soviético que realizó importantes avances conceptuales sobre el origen de la
vida en el planeta Tierra. Él propuso la Teoría de la Panspermia.

Hermelindo se dio cuenta de que ya era el momento de agrandar el grupo con alguien confiable y
honesto. Parecía que Argemiro había madurado conceptualmente de manera suficiente y se le
podrían confiar una cuantas verdades que hacían de Hondaima de la Cruz un lugar que permitía
mantener el contacto permanente entre este planeta y el sistema que regía todo lo visible e
invisible. Por eso, aquel pueblo del Tolima se había constituido en la ventana crucial para realizar
toda clase de intercambios entre la Tierra y aquel otro universo al cual se podía acceder a través
de un “agujero de gusano”, uno de cuyos extremos desembocaba en la sala de la casa del BRUJO,
Adolfo Ávila.

-¿Usted desearía ingresar a un grupo de adeptos cuyos fines son los de servir a la gente?-
preguntó Hermelindo.

Sin pensarlo dos veces, Argemiro respondió: -¡Por supuesto que sí!-. Luego agregó: -Muchas
gracias por darme ese honor.-

-Entonces, prepare su mente para lo que va a oír.- advirtió Hermelindo.-Si desea una aclaración,
sólo déjemelo saber.-

-Estoy listo.-afirmó Argemiro.

-Antes de hacerle una visita a Adolfo, déjeme darle unos antecedentes que servirán para poner en
contexto todo lo que le voy a referir.

-Soy todo oÍdos.-dijo Argemiro, bromeando un poco, mostrando así que se había repuesto de su
pequeño “surmenage”.

Ya Hermelindo se había ataviado con su Talit, la kipá, sus tefilin y el Sidur, que sostenía en la
mano derecha. Murmuró en voz muy baja una oración en idioma Hebreo antiguo, pidiéndole a la
Máxima Deidad que ponga las palabras adecuadas en su boca. Enseguida escribo la oración,
usando la transcripción fonética.

Baruj atá, Adonáy, mélej haolám, ashér bajár bánu micól haamím, venatán lánu et torato.
Baruj atá, Adonáy, notén haTorá.

Hermelindo terminó de orar y se despojó del tefilin que se anudaba en el brazo derecho, dado que
él era zurdo. Guardó el sidur, se quito el talit y se sentó mirando de frente a Argemiro, que ya se
estaba empezando a poner nervioso, pues nada de lo que estaba viendo u oyendo le era familiar,
teniendo en cuenta que su orientación religiosa es la católica.

El sacristán miró fijamente a Hermelindo y le preguntó:

-¿Es usted judío de nacimiento?-


-No, querido amigo. Yo he adoptado el judaísmo por conveniencia.-

-¿Qué quiere decir?- indagó Argemiro, con mucha curiosidad en sus ojos.

- Bueno, creo que es el momento de que lo ponga en contacto con la realidad de los
acontecimientos que han estado sucediendo en Hondaima, especialmente en este sector de
Carrasquilla.-dijo Hermelindo, sin mostrar la más mínima emoción en su voz.

El sacristán sentía que algo no común le iba a ser comunicado, dada la introducción usada por
Hermelindo. Se dispuso, pues a poner mente muy abierta al respecto.

-Primero que todo, yo y mis amigos Eliseo y Teodulfo no somos originarios de la Tierra. Venimos
de otra galaxia que se desestabilizó y nuestro planeta, que llamamos NIBIRU, se empezó a
desplazar por el espacio de manera que fuimos atraídos por la gravedad del Sistema Solar. En
este momento, somos el doceavo planeta, invisible para los telescopios por causa de una vibración
especial.- explicó didácticamente Hermelindo.

-O sea que, ¿ustedes son extraterrestres?- interrogó Argemiro, mirando a su amigo con cierto
temor.

-Sí. Nos llamaron ANNUNAKIS. Llegamos a la Tierra hace miles de años y, con base en nuestra
avanzada ingeniería genética, dimos origen a la raza humana.-afirmó Hermelindo.

-Pero, ¿ustedes son de los mismos que llegaron esa vez?-

-Sí. Podemos decir que somos inmortales y dominamos el poder sobre la vida y la muerte.
Además, conocemos muchos secretos relacionados con la marcha de la humanidad.- dijo
Hermelindo, sin emoción en su voz.

En ese momento, Argemiro empezó a comprender lo ocurrido con Eusebio. Sin embargo, había
algo que no encajaba en su análisis. Por eso, le lanzó a Hermelindo la pregunta clave:

-¿EL BRUJO es miembro del grupo de ustedes?-

-Sí.- fue la respuesta escueta de Hermelindo.

-¡Ah! Ahora sé quiénes tomaron el cuerpo de Eusebio del anfiteatro. ¿Estoy en lo cierto?-

-Por supuesto que fuimos nosotros, los del grupo. Trasladamos el cuerpo de su amigo a la casa de
Adolfo y allí él se encargó del resto de la operación.- aclaró Hermelindo.

-Y, ¿por qué se hizo cargo Adolfo?-quiso saber Argemiro.

-Él es de un nivel más alto que nosotros y es quien se desplaza a Nibiru a discreción.- dijo
Hermelindo

-Una cosa más- dijo el sacristán. – ¿Por qué a la casa de Adolfo?-

-Allí hay un portal que abre un agujero de gusano.- explicó Hermelindo.- El tiempo y el espacio
dejan de funcionar como los entendemos normalmente-

Fue ahí cuando Argemiro sintió que las explicaciones de Hermelindo estaban desbordando su
conocimiento científico y su comprensión. Sabía que a ese nivel se le dificultaba entender lo que
había estado pasando con Adolfo y su casa. Vio que los hechos extraños asociados con él, dieron
pie para que las gentes comunes interpretaran de la manera más sencilla todo aquello. Adolfo era
un BRUJO, un ÁNGEL o un DEMONIO, y eso era todo.

Argemiro se frotaba la cabeza tratando de ver claras las explicaciones de Hermelindo, pero había
muchos interrogantes que le martillaban el cerebro. No le cabía en la imaginación el hecho de que
esos cuatro seres fueran inmortales.

-¿Cómo se podría comprender su inmortalidad?- preguntó al anunnaki.

-Un año nibiruano, que llamamos un SHAR, equivale a 3.600 años de su calendario, por los
tejemanejes del espacio-tiempo.- dijo Hermelindo, sonriendo.

-¿Me lo podría barajar más espacio? Casi exigió Argemiro.

-Es muy fácil. Un año de su edad equivale a 3.600 años de mi edad.- dijo el anunnaki.

-¿Cuál es su edad, entonces?- inquirió el sacristán.

-Tengo 50 SHARS de edad.-dijo Hermelindo, sonriendo de nuevo.

-O sea que, ¿usted ya lleva 180.000 años viviendo? Exclamó Argemiro, con los ojos abiertos como
platos por la sorpresa.

-Y creo que existiré unos 100 SHARS más, que es el promedio de nuestras existencias visibles.-
explicó el anunnaki, muy calmadamente.

¿Me quiere decir que Eliseo y Teodulfo son como usted?- inquirió Argemiro, tratando de asimilar
toda esa información de la mejor manera.

-Claro que sí. Vinimos del mismo sistema planetario.- corroboró Hermelindo. Luego agregó: -Es
que nuestra técnica de de desplazamiento intergaláctico se hace por utilizando de los agujeros de
gusano y sólo precisamos de un traje especial. No precisamos naves ni algo por el estilo.-

-¿Será que lograré comprender las cosas de su especial naturaleza?- indagó Argemiro.

Hermelindo se paró y dio unos pasos, acercándose aún más hacia el sacristán que se hallaba
maravillado por todo lo que acababa de oír. Lo miró con aprecio en sus ojos y le expresó otro
secreto.

-Mire, Argemiro, nosotros somos seres de energía auto-controlada. Podemos personificar cualquier
ser humano, levitar, desplazarnos a la velocidad de la luz y dominar la materia. También tenemos
poder sobre la vida y la muerte. Somos lo que en la Tierra comúnmente llaman ángeles,
fantasmas, apariciones, genios, dioses, o demonios.-

Argemiro tenía ante él a una entidad cuyas características se acomodaban más a la idea que la
gente tenía sobre Dios. Como persona dedicada a las cosas del culto religioso veía cómo muchas
de las creencias y rituales que se manejaban podrían ser afectadas, si se llegara a saber que entes
muy poderosos se hallaban entre la gente. Decidió, pues, guardar aquel gran secreto y dejar que
las cosas siguieran su curso normal y rutinario. Concluyó, para sí mismo, que era mucho más lo
que se ganaría con la presencia de los anunnakis entre los habitantes de Hondaima. Por esa
razón, se arriesgó a formular la pregunta clave.
- ¿Por qué han venido y cuál es el propósito de su estadía aquí?-

-Vinimos porque se nos ordenó hacerlo. Estamos aquí como constructores y vigilantes del
desarrollo de esta sociedad. Cuando es menester, intervenimos como entes de control. Otras
veces, aceleramos el proceso y mejoramos las cosas. Y, cuando es necesario, solo observamos.
Siempre seremos justos y tendiendo a beneficiar el desarrollo de la civilización.- explicó
Hermelindo.

Argemiro prometió no exponer de ninguna manera a quienes estaban cumpliendo un deber


evolutivo, para el cual fueron creados. Decidió dejar que las cosas siguieran su curso como se
estaban dando: el cura Pedro Nel con su tendencia a entrometerse en las vidas de los demás; el
teniente Gamboa y sus militares tratando de mostrar un poder innecesario; y Adolfo Ávila,
ejerciendo de EL BRUJO, para facilitar la tarea de los enviados a Hondaima de la Cruz.

Eso sí, evitando al máximo que las vidas de sus habitantes se pudieran ver lesionadas de alguna
manera.

FIN

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