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El Parménides de Platón refleja, quizá, uno de los esfuerzos más interesantes del autor por
problematizar su Teoría sobre las Formas. Uno de los argumentos más atractivos de esta crítica es el
argumento del tercer hombre que se expone al principio del diálogo.
Ya desde el pasaje en que Parménides interpela a Sócrates por primera vez, cuestionando la noción de
participación en relación con la unidad de la Forma, se pueden anticipar algunos elementos de la
crítica a la teoría que estarán a la base del argumento del tercer hombre. Para Parménides, la noción de
participación camina en contravía de la condición de unidad de la Forma, porque el participar de una
Forma implica participar de la Forma en su totalidad o de una parte de ella (Cf. 131a), y esto comporta
al menos dos dificultades en relación con la multiplicidad de cosas que participan de la Forma: 1. Si se
admite que se participa de la totalidad de la Forma, entonces “al ser una y la misma, estará
simultáneamente en cosas múltiples y separadas, y de ese modo, estará separada de sí misma” (131b).
2. Si se admite que –a la manera de un velo que, siendo uno, cubre muchas cabezas– la participación
se da en una parte de la Forma, entonces “las Formas en sí mismas son divisibles en partes, y las cosas
que de ellas participan participarán de una parte, y en cada cosa ya no estará el todo, sino una parte de
él en cada una […] ¿acaso estarás dispuesto a afirmar que la Forma que es una, en verdad se nos
vuelve divisible en partes, y que, sin embargo, sigue siendo una?” (131c).
El problema de la unidad de la Forma se recupera en el argumento del tercero hombre cuando
Parménides integra la noción de semejanza entre la Forma y lo que participa de ella. De acuerdo con
este primer argumento, para que la participación pueda darse, debe existir una relación entre la Forma,
que es una, y las cosas que participan de ella, que son muchas. Según dice Parménides, “cuando
muchas cosas te parecen grandes, te parece tal vez, al mirarlas todas, que hay cierto carácter que es
uno y el mismo en todas; y es eso lo que te lleva a considerar que lo grande es uno” (132a).
Inmediatamente después, Parménides utiliza la noción de semejanza para dar el siguiente paso en el
argumento:
“¿Y qué ocurre con lo grande en sí y todas las cosas grandes? Si con tu alma las miras a todas
del mismo modo, ¿No aparecerá a su vez, un nuevo grande, en virtud del cual todos ellos
necesariamente aparecen grandes?” 132a
Si se sigue la pauta argumentativa, la propuesta de Parménides permite suponer que la Forma de
grandeza y las cosas que son grandes y participan de ella tienen algo en común ¿Qué? Lo “grande”.
Así las cosas, lo que concluye Parménides es que esta característica de “grande” que hace semejante a
la Forma y a aquello que participa de ella, solo puede existir como algo externo tanto a la Forma como
a los objetos. El rasgo semejante entre la Forma y los objetos implica que ambas participen de algo
más que provee la característica que las hace semejantes. El argumento puede aplicarse ahora para ese
nuevo aspecto que permite la semejanza, y así sucesivamente con todas las nuevas cosas que permiten
la semejanza, hasta el infinito. La conjunción entre la noción de participación y semejanza entre la
Forma y los objetos que de ella participan abre espacio para este problema, pero convendría intentar al
menos hacer una pregunta a la manera en que Parménides plantea el problema: ¿Aquello que guardan
en común la Forma y los objetos es la “grandeza”, entendida como una propiedad? No es claro aún si
lo que Parménides está sugiriendo es que, por ejemplo, la Forma de “grande” es ella misma grande, es
decir, que la propiedad de la que participan los objetos puede autopredicarse para la Forma en sí.
Ese es el punto que parece admitir Sócrates en la argumentación que sigue Parménides a la hora de
responder sobre la posibilidad de entender a las Formas, ya no como presentes en los objetos que
participan de ellas, sino como modelos a los que –según podría decir Aristóteles– aspirarían los
objetos. Según dice Sócrates
“Estas Formas, a la manera de modelos, permanecen en la naturaleza; las demás cosas se les
parecen y son sus semejanzas, y la participación misma que ellas tienen de las Formas no
consiste, sino en estar hechas a imagen de las Formas” 132d.
El argumento esgrimido por Parménides para responder a esta propuesta no es más que una
generalización acerca de lo que había propuesto anteriormente acerca de la Forma de “grande”.
Cambiemos la palabra “grande” simplemente por “Forma” y obtendremos que
“Si, pues –continuó–, algo se parece a la Forma, ¿es posible que esa Forma no sea semejante a
aquello que está hecho a su imagen, en la medida en que se le asemeja? […] Y lo semejante y
su semejante, ¿acaso no es de gran necesidad que participen de una y la misma Forma?” (132
d – e)
El argumento del tercer hombre se vale, así, de una conjunción problemática entre dos nociones de la
teoría platónica sobre las Formas: por un lado, la noción de participación y, por otro lado, la noción de
semejanza. Esta conjunción resulta problemática a la luz de una pretensión clara de la teoría, que es
conservar la unidad ontológica de las Formas y que es ante la cual Parménides se pronuncia
frontalmente. De allí la categórica respuesta de Parménides después de haber puesto en apuros a
Sócrates: “Por lo tanto, no es por semejanza por lo que las otras cosas toman parte de las Formas, sino
que es preciso buscar otro modo por el que tomen parte de ellas.” (133a).
Con todo, cabe hacer al respecto algunas apreciaciones. Si bien es cierto que estas nociones son de
difícil manejo, existe la posibilidad filosófica de extraer de la noción de “modelo” –propuesta por
Sócrates en la segunda intervención– una visión menos rígida de participación y semejanza de las que
presupone Parménides (sobre las diferencias interpretativas en la discusión, las notas a pie de página
n° 59 y 60 en la traducción de Gredos resultan bastante ilustradoras). Para Parménides, la participación
solo puede tener lugar si el modelo y la cosa modelada son semejantes de forma completa, esto es, que
el objeto modelado es perfecto por su semejanza exacta con la Forma. Sócrates admite esta posibilidad
sin discutirla y de allí que se vea envuelto en el argumento del tercer hombre, pero podría admitirse
que la participación ocurre como la pretensión de “llegar a ser como” el modelo, en virtud de “estar
hechas a imagen de las Formas” (132d). En ese sentido, la noción de semejanza abandona el horizonte
de “perfección” impuesto por Parménides y le abre un espacio más flexible a la noción de
participación y semejanza. Habría que contestar, no obstante, cuáles son los criterios de semejanza
posible entre la Forma y los objetos ¿Se trata de una adopción de propiedades que se dan en las
Formas y por las cuales se caracterizan los objetos? ¿Se trata, más bien, de estructuras que permitirían,
no tanto la atribución de cualidades como de definiciones para las cosas?
Si bien es cierto que el argumento del tercer hombre está fundado en cierta versión extremada de
Parménides sobre la participación y la semejanza, no deja de ser cierto que Platón requeriría formular
de un modo filosóficamente más robusto estos conceptos de tal manera que en su formulación no se
vea expuesta a riesgo la necesaria unidad de las Formas que supone la teoría.
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Bibliografía.
Platon (1988) “Parménides”, En: Diálogos V. Trad.: Carlos García Gual. Madrid: Gredos.

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