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Bily López
Abstract:
In the present work, we reflect on the creation of subjectivities based on Anaïs Nin's
scriptural work. From a deleuzian theoretical horizon, the text argues that through
Nin's writing, micropolitical flows generate events that enable the construction, from
eroticism, of new forms of corporality and subjectivity.
III
En la escritura erótica o pornográfica que pulula en nuestros medios
contemporáneos suele gobernar la descripción gráfica y explícita, casi instrumental,
de aquello que provoca la excitación. De hecho, la distinción entre lo erótico y lo
pornográfico suele realizarse con base en lo explícito de las imágenes plasmadas
en una obra, y con base también en una altamente cuestionable moral específica.
Así –se suele creer– una obra es erótica si es velada y discreta, pero sugerente; y
es pornográfica si es explícita y, en apariencia, carente de censura. Por ello, las
partes del cuerpo que en Occidente han sido asociadas a la excitación sexual suelen
ser los medios por excelencia para lograr los efectos eróticos o pornográficos en las
diversas formas de representación de la sexualidad, de modo que en estas obras
suelen desbordarse las voluptuosidades, los genitales y sus lubricidades, como
agentes primordiales para alcanzar la excitación; cuando se avanza en sofisticación,
se recurre al fetish en sus infinitas variantes, y así aparecen pies, zapatos, pieles e
innumerables instrumentos girando en torno a la genitalidad. En La casa del incesto,
sin embargo, sucede algo que es frecuente en la obra de Nin, y que va a
contracorriente del flujo mayor de pornografía que gobierna occidente: el trabajo de
la imaginación en la construcción de agenciamientos; en su obra, la excitación está
en la imaginación y en sus usos sobre los cuerpos, y no en los cuerpos ni en sus
imágenes per se. En esto consiste la primera estrategia.
«Hay dos formas de llegar a mí: con besos o a través de la imaginación. Pero
existen jerarquías: los besos solos no funcionan», nos dice Anaïs Nin en un
fragmento de su Diario amoroso.12 En efecto, en la escritura de Nin los besos nunca
bastan, ni los senos, ni los genitales, ni los gemidos, ni los actos sexuales. Mientras
que en otras literaturas la descripción de estos elementos son el fin en sí mismo, o
bien un medio para lograr la excitación, en la obra de Nin, si bien no se regatean ni
se escatiman, aparecen sólo como un pretexto para lograr excitaciones cuya
intensidad vibra de diversas formas en el cuerpo.
En La casa del incesto lo anterior es fácilmente explicable en virtud de su
propia composición poética que utiliza formas como la elipsis, la metáfora y la
sinestesia para componer sus paisajes. Sin embargo, en otros textos menos
complejos –poéticamente hablando– se puede encontrar igualmente que el centro
de la excitación está en otros lugares. Así ocurre en el caso de Mathilde, la
sombrerera parisiense que deseaba «ser cortejada con un lenguaje misterioso»,13
y que por esta razón había rechazado a varios de sus pretendientes, quienes la
abordaban desde la inmediatez de la carne; así se llegó a deshacer de clientes,
amigos y pretendientes que sólo buscaban insidiosamente un poco de placer
inmediato. La «clase de sentimiento» que Mathilde deseaba inspirar estaba
compuesto por todo un paisaje, un paisaje plural compuesto por un escenario, unas
flores, la luz desparramada sobre una espalda, un peinado y la luminosidad de la
piel.14 Mathilde no deseaba un pene, ni un hombre, ni una mujer: deseaba un
conjunto.15 Su deseo, así, sólo pudo encontrar fluidez al llegar a Lima, en donde los
hombres «se le acercaban con palabras floridas, disfrazando sus intenciones con
gran encanto y ornamentos retóricos».16 Por supuesto, en el desarrollo del cuento
aparecen descripciones de senos, vaginas, dedos, penetraciones y fluidos, pero
todos estos elementos son siempre parte de un deseo que se realiza más allá de lo
genital, de un deseo que, en efecto, se experimenta en la piel, en el cuerpo y en sus
miembros, pero que se traza en el plano del preámbulo, de la disposición. Incluso
en las escenas más sexualmente explícitas, lo verdaderamente importante ocurre
siempre en el cruce entre la sensación y el sentimiento.
Otro buen ejemplo del papel que juega la imaginación en la disposición
maquínica del deseo17 en la escritura de Anaïs Nin lo podemos encontrar en Lillith,
una mujer «sexualmente fría» que, en la práctica descrita en la trama, no lograba
excitarse con nada. «El amor era una cosa que había que hacer con rapidez», para
que su marido gozara. «Para ella era un sacrificio». A lo largo del relato la escritura
de Nin muestra los infructuosos intentos de Lillith para lograr la excitación, y la
escritura misma hace énfasis en varias ocasiones en su sordera y la de su marido
para escuchar sus más simples y profundos deseos: ella deseaba un hombre que
la desnudara despacio «prenda por prenda», quería sentirlo, sentir sus manos sobre
ella. Así lo narra ella misma en una de las fantasías que llenaban sus horas cuando
estaba sola en casa:
Pero este hombre vendrá y me desnudará despacio, prenda por prenda. Eso
me dará mucho tiempo para sentirlo, para notar sus manos sobre mí. Antes que
nada, desatará mi cinturón y me acariciará la cintura con las dos manos. «¡Qué
hermosa cintura tienes –me dirá–, qué flexible, qué gentil!» Luego me
desabotonará la blusa con mucha lentitud, y yo sentiré sus manos
desabrochando cada botón y tocándome poco a poco los pechos, hasta que
salgan fuera de la blusa, y él se quede prendado de ellos y me succione los
pezones como un niño, haciéndome un poco de daño con los dientes, y yo
sentiré que todo mi cuerpo se estremece, que mis nervios se relajan, que me
derrito […] No apagará la luz. Permanecerá mirándome, con deseo,
admirándome, adorándome, calentándome el cuerpo con las manos, esperando
a que esté completamente excitada, en todos los rincones de mi piel.18
Lillith, como se aprecia, no era frígida, sólo era invulnerable a los estímulos
de su marido, quien «no conocía los preludios del deseo sensual». 19 Nuevamente
aparece el agenciamiento, es decir, el deseo maquínico, en conjunto, la
organización plural de elementos orquestados por la imaginación. Sólo que en este
caso la máquina que Lillith forma con su marido no funciona, sus engranajes no
construyen alegrías; a diferencia de Mathilde, quien logró componer múltiples y
alegres máquinas eróticas con sus diversos amantes sudamericanos.
Estos rasgos que aparecen en Mathilde y Lillith –es decir, la imaginación y
los agenciamientos descentralizantes de la genitalidad y persistentes en la
corporalidad y la pluralidad del deseo– aparecen igualmente, decíamos atrás, en La
casa del incesto. Así se puede apreciar cuando la narradora invita a Sabina a la
fuga, la fuga intensiva del deseo en su inmanente pluralidad:
Vámonos, Sabina, ven a mi isla. Ven a mi isla de pigmentos rojos encogiéndose
sin prisa sobre los braseros, alfarería mora extrayendo agua dorada, palmeras,
combates de gatos salvajes, llantos de asno, al alba, los pies entre los arrecifes
de coral y las anémonas de mar, el cuerpo cubierto por largas algas, […] horas
pesadas e insulsas, en las sombras violáceas, rocas teñidas de cenizas y de
olivares, limoneros de frutos suspendidos como farolitos para una fiesta en el
jardín, eterno estremecimiento de brotes de bambú; acercamiento afelpado de
alpargatas, granadas colmadas de sangre, melopea, como una flauta mora,
larga, insistente, labradores jurando entre los trinos y trinando sus
imprecaciones, todo su sudor, gota a gota, a granos, en la tierra.20.
IV
Atravesar el mundo, destruir la realidad, alimentar la ilusión. ¿Cómo hacerlo? La
respuesta en la escritura de Nin es contundente: haciendo que la imaginación
pueble molecularmente los cuerpos. Quien tiene verdadera imaginación, no
necesita siquiera drogarse –sugiere Nin en su Diario amoroso.22
Con Mathilde y Lillith ha quedado establecido el papel de la imaginación en
la producción de agenciamientos. Ahora es necesario exponer cómo la imaginación
recorre y conforma los cuerpos en los relatos de Nin, pues es ésta su segunda
estrategia de creación y disolución del cuerpo. Mathilde, nuevamente, constituye un
buen ejemplo de esto cuando, al agenciar convenientemente en el Perú, y sólo por
lograr disponer adecuadamente todos los elementos de su deseo, los flujos de su
propia corporalidad se conectaron con otros cuerpos, de modo que
Mathilde yacía desnuda en el suelo. Todos los movimientos eran lentos. Tres
de los cuatro jóvenes estaban echados entre los almohadones. Perezosamente,
un dedo buscaba el sexo de la muchacha, penetraba en él, y allí permanecía
entre los labios de la vulva, sin moverse. […] Un hombre ofrecía su pene a la
boca de Mathilde. Ella lo succionaba muy despacio […] Entonces, durante
horas, podían yacer tranquilos, soñando.23
V
La tercera estrategia en la escritura de Nin para construir y disolver el cuerpo está
en el poder de devenir que se asigna a cada cuerpo; en su obra hay tres formas
principales en las que los cuerpos se apresuran hacia algo más: se deviene animal,
se deviene no-humano, pero también se deviene pura intensidad, cosmos,
disolución ilimitada.
De entre los devenires animales podemos encontrar la abstracción del
«animal salvaje»32, o bien el animal como un «animal de caza»33, por supuesto, los
«pajaritos»34, los perros –con frecuencia jadeantes35–, o bien los felinos, con sus
ojos y sus elegantes movimientos.36 Y así hay muchos más. Sin embargo, es claro
que el devenir animal de los personajes de Nin está siempre en función de un
agenciamiento específico, de un papel que se juega, de una fuerza que se pone en
escena; y es justo de la escena completa de quien depende que un personaje pueda
devenir perro o gato, presa o cazador, camaleón o pez; de la escena depende
también la característica o la molécula deseante a resaltar del animal que se
deviene: ya sean sus ojos, su olor, su pelo, sus movimientos o su figura.
En el fondo, sin embargo, para la escritura de Anaïs Nin el devenir animal es
sólo uno de los devenires posibles, pues también se puede devenir planta, mujer de
goma, cortina, desierto, o simplemente devenir-otro. Aquí hay un elemento
importante. El devenir otro en la escritura de Anaïs Nin es siempre vinculante con la
intensidad del paisaje deseante, así como desvinculante de la identidad e, incluso,
de la humanidad.
El amor en La casa del incesto, por ejemplo, se presenta como «amor sin
conciencia, movimiento sin esfuerzo en el curso suave del agua y el deseo, aliento
en el éxtasis de la disolución».37 Devenir para desaparecer, para disolverse,
disolverse para poder amar, para poder sumergirse en la belleza de Sabina, en su
fuego que devora y disuelve.38 «¿Alguien sabe quién soy yo?» –pregunta la
narradora. El naufragio de lo real sólo se opera a través de la disolución del alma
en el cuerpo, siempre y cuando el cuerpo sea capaz de perderse en otro cuerpo y
perder así la forma humana.39 Eso es un orgasmo en la literatura de Anaïs Nin. Y
eso, y no otra cosa, es la vida en su escritura: orgasmo disolvente.
VI
Anaïs Nin, no nos movamos a engaño, quiere «vivir». 40 Pero en su escritura ha
urdido meticulosamente un principio, un secreto que hace público en sus personajes
y en sus confesiones: sólo se puede vivir si se muere humanamente.41 Hay en este
principio un claro guiño a una persistente crítica hacia lo humano que aconteció en
Occidente desde finales del siglo XIX y principios del XX. Lo humano como el cliché,
como el hastío, como el desgaste y la decadencia de la modernidad, como la vida
civilizatoria enajenante en el desierto del sinsentido; lo humano como la imagen de
la violenta virtud competitiva, la moralidad cercenante y la barbarie del progreso; lo
humano y sus amores de superficie, de conveniencia, sus heterosexualidades, sus
lujurias de aparador, de mercancía, sus etiquetas y sus disciplinas que se dejan
sentir en la constitución de los cuerpos; lo humano como una más de las
exhalaciones putrefactas del cadáver de Dios.
La máquina de escritura llamada Anaïs Nin crea experiencias singulares en
sus relatos, enfrentando con ellas esta violenta y cercenante aridez de lo humano.
Esta máquina –en sus líneas– toma un cuerpo, lo impregna de imaginación y
construye a través de sus partículas moleculares específicas agenciamientos
poblados por miles de líneas de fuga que tienden a la desarticulación del cuerpo
mismo. En la escritura de Nin «Yo no es un cuerpo». Yo es gato. Es reptil, ave,
piedra preciosa, dunas de arena envolviendo un miembro en erección. Es niña, niño,
libro. Es hermana y es padre. Yo es la escritura que lo disgrega y lo disuelve en todo
lo demás. Yo es tú. Y no sólo tú. Es lengua, clítoris, brazos, piernas, senos, múltiples
miembros estimulando al universo. Es el encuentro con otros cuerpos. Sin ellos no
es. Cuerpo es siempre cuerpos. Pluralidad. Yo es un encuentro intensivo de
sensaciones que explotan y se disuelven. Sólo se es en el orgasmo, que disuelve
la identidad y nos reintegra al cosmos. El cuerpo, entonces, no tiene identidad, se
forma en los encuentros, en los pasajes, en sus devenires,42 en sus sensaciones
plagadas de imaginación. Los cuerpos son máquinas cuyo funcionamiento depende
de sus partes y sus conexiones. Una boca no es una boca, es una máquina sexual 43,
y el sexo no es sexo, es una máquina que produce alegrías en los cuerpos a través
de la imaginación. Si una cosa puede el cuerpo en su escritura, es mutar, disolverse.
El erotismo de la máquina de escritura Anaïs Nin ha elegido la sexualidad
para hacer sus trazos, pero en esta elección la ha transformado, renovado, la ha
vuelto otra, la ha deshumanizado. Es decir, la ha re-inventado. Esta máquina fabrica
sensaciones, bloques de sensaciones, es decir, perceptos44 singulares que perviven
más allá del hombre; pero también fabrica afectos, esos «devenires no humanos
del hombre».45 Si un gran novelista –a decir de Deleuze y Guattari– es aquel que
«inventa afectos desconocidos o mal conocidos, y los saca a la luz como el devenir
de sus personajes»,46 entonces la escritura de Nin se inserta ahí, en esa grandeza,
en esa invención o reinvención, en esa creación o recreación de afectos y perceptos
que por medio de la escritura revientan al yo, al cuerpo, a la sexualidad y al erotismo,
a las ignominiosas relaciones sociales, a las disciplinas y los estereotipos, al vacío
de la existencia soportada por sexualidades faltas de imaginación. En La casa del
incesto, por ejemplo, Anaïs Nin inventa a Sabina, quien «ya no abrazaba ni mujer ni
hombre. En la fiebre de su agitación perpetua el mundo perdía su forma humana.
En cuanto a ella, había perdido el humano poder de articular su cuerpo a otro cuerpo
en una plenitud humana».47
Y en esta creación, en esta invención, Anaïs Nin hace de médico –médico de
los cuerpos, del sexo, de la cultura–, pues su escritura es, en efecto, «una iniciativa
de salud»48 que hace frente a una cultura en decadencia, que hace frente a cuerpos
oprimidos y sexualidades llenas de opacidad. A sabiendas de que «el lenguaje del
sexo está aún por inventarse», Nin emprende la invención de ese lenguaje a través
de esos personajes, de esos cuerpos, de esos delirios, de esos pueblos. «La salud
como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta» –afirma
Deleuze.49 La escritura de Nin es capaz de poner en marcha el devenir mediante la
invención, es capaz de fragmentar espíritus «en cuartos de tono que ninguna vara
de orquesta tuvo jamás el poder de reunir».50
En el arte –dicen Deleuze y Guattari– «de lo que siempre se trata es de liberar
la vida allí donde está cautiva».51 Hay que inducir su flujo mediante preceptos y
afectos. Romper la detención, liberarla. Esto, claro está, no puede hacerse sin
emprender «un cierto combate».52 Así podemos comprender la escritura de Anaïs
Nin: como una alegre y erótica máquina de guerra que nace en plena muerte de
Dios, contra el capitalismo y sus formas deseantes; como una guerra intensiva que
busca una iniciativa de salud; como la invención de un erotismo imaginativo que
busca saturar los cuerpos con nuevas sensaciones, con nuevos deseos; como esa
invención de un pueblo que, en nuestros cuerpos modelados por el capitalismo y
las miserias que le son propias, sigue haciendo falta.
Bibliografía
1
Friedrich Nietzsche, La ciencia jovial. «La gaya scienza», §125, p. 117.
2
Id.
3
Ibid., p. 204.
4
Id.
5
Erotismo y pornografía, en el siglo XX, parecen haber extraviado sus profundas raíces griegas ‒
eros, porné‒, y parecen haber sido subsumidos por la modernidad capitalista en la que todo puede ser
convertido en mercancía fetichizada y en espectáculo de superficie. Por ello, lo que ahora se ofrece
al consumo como erotismo o pornografía, cuenta con un específico uso del cuerpo en el que éste se
aparece en umbrales establecidos, normalizados, de belleza, atracción y excitación; incluso los
márgenes de la perversión han sido generosamente normalizados y clasificados en categorías bien
definidas. Asimismo, se han definido espacios, horarios y posiciones para la contemplación y la
ejecución de lo erótico y lo pornográfico (el cine, la sex-shop, el internet, el estudio, la recámara, el
hotel, el antro, la fiesta swinger, la cama o la mesa de billar, por decir algo), de modo que se puede
hablar, sin mucha polémica, de toda una disciplina que recubre los cuerpos pornoerotizados.
Finalmente, al presentarse como mercancías para su consumo, los cuerpos en la pornografía y el
erotismo aparecen cosificados, reducidos en su capacidad de generar experiencias, y acotados a la
función mecánica de excitación que el mercado les ha asignado.
6
Erotismo mayor y erotismo menor, pornografía mayor y pornografía menor, son términos de
evidente inspiración deleuziana que emanan de su estudio sobre Kafka. En él, Deleuze y Guattari
señalan a la literatura menor como aquella que «una minoría hace dentro de una lengua mayor»; no
se trata de una cuestión cuantitativa, sino cualitativa; se trata de construir «imposibilidades», de volver
«político» todo en una escritura. «Lo que equivale a decir que “menor” no califica ya a ciertas
literaturas, sino las condiciones revolucionarias de cualquier literatura en el seno de la llamada mayor
(o establecida)». Se trata de habitar la propia lengua como un extranjero (Cf., Gilles Deleuze y Félix
Guattari, Kafka. Por una literatura menor, pp. 28-44). Así lo explica Marina Garcés: «Las mayorías,
para Deleuze, no se cuentan por cantidad, sino que son aquellas identidades y representaciones que
se definen por un modelo con el que hace falta conformarse. Definir y proyectar modelos es una
práctica mayoritaria, la sigan pocos o muchos. Crear formas de vida inacabadas e irrepresentables es
convertirse en minoría, aunque seamos incontables» (Marina Garcés, Fuera de clase. Textos de
filosofía de guerrilla, p. 78). En este sentido, el erotismo y la pornografía del siglo XX tienden a ser
mayores en la medida en la que están construidos con base en modelos de representación específicos
e identificables; por el contrario, el erotismo y la pornografía ‒si se quiere, el pornoerotismo‒ de
Anaïs Nin tienden hacia lo menor en la medida en que aquello se crea en su escritura pretende escapar
de todo modelo representativo o a representar.
7
«El pueblo que falta», ese motivo constante en la filosofía tardía de Deleuze que señala la urgente
producción de la diferencia, la necesidad de crear algo nuevo, algo distinto que escape a los márgenes
de la representabilidad y de la mayoría. «Objetivo último de la literatura: poner de manifiesto en el
delirio esta creación de una salud, o esta invención de un pueblo, es decir una posibilidad de vida»
(Gilles Deleuze, «La literatura y la vida», en Crítica y clínica, p. 16).
8
Anaïs Nin, La casa del incesto, p. 13.
9
Un agenciamiento puede comprenderse, en el pensamiento de Deleuze, como la organización y la
disposición múltiple del deseo; «los agenciamientos están poblados de devenires y de intensidades,
de circulaciones intensivas, de todo tipo de multiplicidades» (Gilles Deleuze y Claire Parnet,
«Psicoanálisis muerto analiza», en Conversaciones, p. 91).
10
Ibid., p. 64. Las cursivas son nuestras.
11
Id.
12
Anaïs Nin y Henry Miller, Una pasión literaria. Correspondencia de Anaïs Nin y Henry Miller
1932-1953, p. 12.
13
Anaïs Nin, «Mathilde», en Delta de Venus, p. 30-31.
14
Ibid., p. 31.
15
Cf., Gilles Deleuze y Claire Parnet, “Psicoanálisis muerto analiza”, en Diálogos, p. 101-103.
16
Anaïs Nin, «Mathilde», en Delta de Venus, p. 33.
17
«El deseo y su objeto forman una unidad: la máquina, en tanto que máquina de máquina. El deseo
es máquina, el objeto de deseo es todavía máquina conectada […]» (Gilles Deleuze y Féliz Guattari,
El Antiedipo, p. 34).
18
Anaïs Nin, «Lillith», en Delta de Venus, p. 94-95.
19
Ibid., p. 90.
20
Anaïs Nin, La casa del incesto, p. 23-24.
21
Ibid., p. 24 (las cursivas son nuestras).
22
Anaïs Nin, Incesto. Diario amoroso (1932-1934), p. 23. Ahí se lee: «La misma June no tiene
verdadera imaginación; si la tuviera, no necesitaría drogarse; June tiene hambre de imaginación.
También Henry tuvo hambre. Y ambos me han enriquecido con sus experiencias. Me han dado
mucho. Vida. Me han dado vida».
23
Anaïs Nin, «Mathilde», en Delta de Venus, p. 34.
24
Cf., Anaïs Nin, «La mujer en las dunas», en Pajaritos, p. 25-30.
25
Cf., Anna Powell, «Heterotica: the 1000 Tiny Sexes of Anaïs Nin», en Frida Beckman, Deleuze
and sex, p. 50-68.
26
Para Deleuze y Guattari, las máquinas deseantes pertenecen al orden de lo molecular, de lo
microfísico o lo micropsíquico. «Eso son las máquinas deseantes: […] máquinas cronógenas
confundidas con su propio montaje, que operan por ligazones no localizables y localizaciones
dispersas y hacen intervenir procesos de temporalización, formaciones en fragmentos y piezas
separadas, con plusvalía de código, y donde el todo es él mismo producido al lado de las partes, como
una parte […]» (Gilles Deleuze y Félix Guattari, El Antiedipo, p. 296).
27
Anaïs Nin, La casa del incesto, p. 28.
28
Ibid., p. 25.
29
Ibid., p. 34 (las cursivas son nuestras).
30
Ibid., p. 46 (las cursivas son nuestras).
31
Ibid., p. 25.
32
Anaïs Nin, «Lillith», en Delta de Venus, p. 90.
33
Anaïs Nin, «Lina», en Pajaritos, p. 34.
34
Anaïs Nin, «Pajaritos», en Pajaritos.
35
Anaïs Nin, «La mujer de las dunas», en Pajaritos, p. 25.
36
Anaïs Nin, «Mathilde», en Delta de Venus.
37
Anaïs Nin, La casa del incesto, p.17.
38
Cf., Ibid., p. 24.
39
Cf., Ibid., pp. 15, 19-21, 24, 25, 31, 41.
40
Anaïs Nin, Incesto. Diario amoroso (1932-1934), p.20.
41
Id.
42
Cf., Gilles Deleuze, En medio de Spinoza, p. 325-420.
43
“Su boca no era una boca pensada para un beso, o para comer, o para hablar, para formar palabras,
para saludar a uno; no, era como la boca del sexo mismo de las mujeres, con esa forma, con ese modo
de moverse para atraer, para excitar, siempre estaba mojada, colorada y viva como los labios del sexo
que se acaricia» (Anaïs Nin, «La reina», en Pajaritos, p. 109).
44
Cf., Gilles Deleuze y Félix Guattari, «Percepto, afecto y concepto», en ¿Qué es la filosofía?, p. 164
y ss.
45
Ibid., p. 170, 174.
46
Ibid., p. 176.
47
Anaïs Nin, La casa del incesto, p. 23.
48
Gilles Deleuze, «La literatura y la vida», en Crítica y clínica, p. 14.
49
Ibid., p. 15.
50
Anaïs Nin, La casa del incesto, p. 20.
51
Gilles Deleuze y Félix Guattari, «Percepto, afecto y concepto», en ¿Qué es la filosofía?, p. 173.
52
Id.