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LENGUAJE, AUTORIDAD
E HISTORIA INDÍGENA EN
LOS COMENTARIOS REALES
DE LOS INCAS
2018
Primera edición, setiembre, 2018
PERÚ
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ISBN: 978-612-
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú
Nº 2017-
Impresa en el Perú
9 Prefacio
11 Introducción
25 Lenguaje e historia: el humanismo renacentista y
la tradición filológica
53 Lenguaje e historia en los Comentarios Reales
79 Filología, traducción y hermenéutica en los
Comentarios Reales
103 Contextos e intertextos: el discurso sobre la
naturaleza del indio americano y los Comentarios
Reales
149 “Ningún lugar” es un lugar: los Comentarios Reales
y el modelo utópico
187 Epílogo
191 Bibliografía
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4 FILOLOGÍA, TRADUCCIÓN Y HERMENÉUTICA EN
LOS COMENTARIOS REALES
1 Alberto Escobar, en “Lenguaje e historia en los Comentarios reales”, Patio de Letras (Lima:
Caballo de Troya, 1965) propone que las observaciones lingüísticas de Garcilaso están motivadas por un
deseo de salvar una brecha comunicacional, en el sentido más amplio, entre indios y españoles. Según
Escobar: “El problema del ‘diálogo’ queda, pues, encuadrado, así, en un horizonte más amplio que el de
la original dificultad de comunicación por ignorancia del quechua, y asume dimensiones exactas al ser
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propuesto como conflicto entre la timidez y el dogmatismo, entre la desconfianza del nativo y el gesto
arrogante del conquistador o del cronista. La consecuencia se revela inmediatamente en la lengua, en
la ‘corrupción de vocablos’ y de manera mediata en la historia, en la ‘desfiguración de la verdad’. El
Inca acomete la tarea de reconquistar la verdad, de restituirla a través de la recta comunicación y de la
justa equivalencia entre lo intrincado del lenguaje y lo complejo de la historia” (p. 17). Aunque estoy
de acuerdo con la premisa básica del argumento, esto es, la naturaleza lingüística de la perspectiva
histórica de Garcilaso, estimo que Escobar no llega a reconocer la importancia de que Garcilaso pre-
sente la historia inca como un texto y a su propia interpretación como un comentario sobre el discurso
principal. Una vez que se percibe este aspecto de los Comentarios reales, el argumento de la autoridad
lingüística se hace consistente con su contexto histórico e intelectual: el pensamiento y práctica huma-
nistas sobre el lenguaje del siglo XVI. Además, la conclusión a la que llega Escobar: que “El papel del
intérprete, reclamado por exigencia histórica, señalará niveles de equivalencia en la asimilación cultural
y restablecerá así el circuito del diálogo. En esa forma el rostro del pasado se proyectará en lo porvenir,
transfundiéndose en un perfil mestizo: tal el de intérprete y la nueva nación” (pp. 24-25), implica una
conciencia, de parte de Garcilaso, de las futuras implicancias políticas, sociales y culturales del fenóme-
no del mestizaje y su papel en la definición de Perú como una nación (“Garcilaso presintió revelado en
el ser ‘mestizo’ condición individual y destino nacional”, p. 24) que resulta anacrónica si hablamos del
siglo XVI. Además, finalmente, definir el papel interpretativo de Garcilaso como la de un facilitador del
diálogo entre españoles e indios, aunque sea una metáfora sugerente, es incongruente con el contexto de
la filología humanista sobre la que se apoya, al fin y al cabo, la prerrogativa del papel de intérprete de
Garcilaso en los Comentarios reales.
2 Jean Bodin, Method for the Easy Comprehension of History, trad. de Beatrice Reynolds (New
York: Columbia University Press, 1945), cap. 9.
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3 José Durand, “El nombre de los Comentarios reales”, Revista del Museo Nacional, 32 (Lima,
1963) pp. 322-332. A la luz de la evidencia provista por él mismo, resulta desconcertante la insisten-
cia de Durand en minimizar las similitudes teóricas y formales entre los comentarios de las amistades
filólogas de Garcilaso y las de este autor en los Comentarios reales: “No vayamos a suponer, claro
está, que el Inca trasladaba a su historia peruana, tan apasionada y tan ligada a su vida, los complejos
métodos y el diluvial empleo de autoridades que caracterizan a los biblistas jesuitas. No. Justamente
ello nos mostrará cómo, mientras un Juan de Pineda abruma con su barroco saber, el Inca, más tem-
plado, más amante de las grandes líneas arquitectónicas y de la belleza de su historia, prefiere no
extenderse mucho en datos y no agobiar al lector” (p. 330). Parte del problema surge del conocimiento
en apariencia limitado de Durand de la tradición filológica del humanismo, que lo lleva a pasar por
alto las características esenciales del discurso filológico en favor de peculiaridades estilísticas. Cier-
tamente, el comentario filológico de Fray Luis de León sobre el Cantar de los cantares no encaja en
la denominación de “barroco” u “opresivo” que Durand destina al discurso filológico del humanismo.
Durand ignora también un componente intrínseco de la filología humanista y de los Comentarios
reales de Garcilaso cuando propone que la palabra “comentario” del título probablemente refiera al
comentario del mismo Garcilaso sobre las historias erróneas de los españoles. Como hemos visto, la
autoridad interpretativa de los humanistas se funda en el comentario del lenguaje original —los có-
dices hebreos de la Biblia para los reformistas humanistas de la religión y el quechua para la versión
de Garcilaso de la historia inca. “Comentarios reales” debería entenderse entonces como “verdaderos
comentarios” de los incas; “comentarios” porque son un discurso secundario cuyo objeto es la versión
quechua original de la historia y cultura inca y “verdaderos” porque, en contraste con los historiadores
españoles cuya ineptitud lingüística da por resultado una información falsa, el dominio del quechua
de Garcilaso le permite llevar adelante una interpretación correcta.
4 José Durand, El Inca Garcilaso, clásico de América, p. 21.
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5 Aldrete menciona como fuente específicamente el aún inédito manuscrito de los Comentarios
reales. Véase Durand, El Inca Garcilaso, clásico de América, p. 142; también, A. Miró Quesada, “Un
amigo del Inca Garcilaso”, Mar del Sur, 1, 2 (1948), pp. 20-26.
6 Gray, “Valla’s ‘Encomium of St. Thomas Aquinas’”, p. 37.
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7 (Traducción al español del fragmento) citado por Werner Schwartz, Principles and Problems of
Biblical Translation (Cambridge University Press, 1955), pp. 156-157.
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otro y dijo Pelú. Quiso decir: “Si me preguntais cómo me llamo, yo digo Berú,
y si me preguntáis dónde estava, digo que estava en el río”. Porque es de saber
que el nombre Pelú en el lenguaje de aquella provincia es nombre apelativo y
significa río en común, como luego veremos en un autor grave. [...] Los cris-
tianos entendieron conforme a su desseo, imaginando que el indio les havía
entendido y respondido a propósito, como si él y ellos huvieran hablado en
castellano, y desde aquel tiempo, que fue el año de mil y quinientos y quinze
o diez y seis, llamaron Perú aquel riquíssimo y grande Imperio, corrompiendo
ambos nombres, como corrompen los españoles casi todos los vocablos que
toman del lenguaje de los indios de aquella tierra… (i, 4)
Esta dramatización de un intento fallido de comunicación que resulta
en el malentendido y corrupción de las palabras “Berú” (nombre propio) y
“Pelú” (río) ilustra una de las premisas básicas de Garcilaso: la de que los
europeos son intérpretes incompetentes de la lengua de los indios. Con esto,
procede a rectificar el error basándose en su propia competencia lingüística,
fortaleciendo aún más su argumento con citas de Cieza de León, Acosta,
López de Gómara y, por último, de su autoridad predilecta en asuntos de la
lengua: Blas Valera.8
Garcilaso rechaza, sin embargo, la interpretación de Valera acerca de
que el nombre “Perú” haya derivado de la palabra quechua pirua, usada
comúnmente en Cuzco para referir a un recipiente que almacena fruta.
Como Valla y Erasmo, la actitud de Garcilaso hacia los autores y textos
que considera autoridades es siempre crítica, ya que juzga que la autori-
dad reside, en último término, en una exégesis gramático-histórica de la
palabra primitiva. La refutación de la segunda sugerencia de Valera evoca
de manera sorprendente la exégesis que realiza Valla del lenguaje de la
Donación, en la que señala las incongruencias históricas y anacronismos
del uso de varios términos:
Declarando yo lo que el Padre Blas Valera dize, digo que es más verisimil
que la imposición del nombre Perú nasciesse del nombre propio Berú o del
apelativo Pelú, que en el lenguaje de aquella provincia significa río, que no del
nombre Birua, que significa orón, porque como se ha dicho, lo impusieron los
8 Blas Valera, misionero jesuita versado en la lengua de los indios y mestizo como Garcilaso, había
compuesto una historia del Perú en latín. El manuscrito quedó prácticamente destruido por las llamas
durante el saqueo inglés de Cádiz. Los restos fueron salvados, sin embargo, y dados a Garcilaso por el
Padre Maldonado de Saavedra. Valera hace amplio uso de términos quechuas en su historia, aunque no
con la misma sistematización concienzuda ni el alcance que se le da al discurso filológico en los Comen-
tarios reales.
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de Vasco Núñez de Balboa, que no entraron la tierra adentro para tener noticia
del nombre de Pirua, y no los conquistadores del Perú, porque quinze años
antes que ellos fueran a la conquista llamavan Perú los españoles que vivían
en Panamá a toda aquella tierra que corre desde la equinocial al mediodía,
lo cual también lo certifica Francisco López de Gómara en la Historia de las
Indias, capitulo ciento y diez, donde dize estas palabras: “Algunos dizen que
Balboa tuvo relación de cómo aquella tierra del Perú tenía oro y esmeraldas;
sea assí o no sea, es cierto, que havía en Panamá gran fama del Perú cuando
Pizarro y Almagro armaron para ir allá.” Hasta aquí es de Gómara, de donde
consta claro que la imposición del nombre Perú fue mucho antes que la ida de
los conquistadores que ganaron aquel Imperio. (1, 6)
El modo en que emplea Garcilaso las autoridades textuales en este pa-
saje es un ejemplo clásico del método filológico. Su argumento se basa en
la evidencia de que el uso del nombre “Perú” por parte de los españoles
antecede cualquier contacto con los incas de Cuzco. Sustenta esta afirma-
ción en un relato de la expedición de Balboa y en la historia de López de
Gómara, en la que el autor da a entender que las noticias de las riquezas de
la región llamada “Perú” habían llegado a Pizarro y a Almagro en Panamá
antes de que se embarcaran en la expedición que culminó en la conquista
de Cuzco. La conclusión de este argumento es evidente: la sugerencia que
propone a pirua como el origen del nombre “Perú” es anacrónica y, por lo
tanto, incorrecta.
Si bien a primera vista el comentario filológico sobre la palabra “Perú”
puede parecer una mera curiosidad lingüística, su importancia metodoló-
gica es considerable. Al aparecer tan temprano, en el cuarto capítulo del
Libro I, tiene la función de familiarizar al lector ya a partir de las páginas
iniciales exponiendo el modo principal de argumentación que Garcilaso uti-
lizará a lo largo de los Comentarios reales. También, le permite dejar en claro
su pericia filológica y la superioridad de su método de corrección frente a
la incompetencia lingüística de los españoles mediante el comentario de un
término familiar, aunque controvertido. A pocos lectores se les habrá esca-
pado que su comentario sobre este mismo término ya había sido utilizado
por el renombrado filólogo Bernardo de Aldrete.
Si la práctica filológica de Garcilaso alcanzó la madurez y su signi-
ficado textual pleno en los Comentarios reales, sería importante destacar que
no fue este el logro de un principiante sino el resultado de años de práctica y
elaboración. Ya lo hemos visto expresado en ideas filológicas del prefacio a
su primer proyecto literario, la traducción de los Diálogos de amor; entre ellas,
el credo humanista de fidelidad al texto original. Aunque, lamentablemente,
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9 “Esas anotaciones, escritas con su letra clara, tranquila y redondeada, pero en las que se trans-
parenta su emoción interior, pueden considerarse como un germen y un anticipo de los Comentarios y
marcan un hito fundamental en su vocación y en su decisión de historiador”. A. Miró Quesada, El Inca
Garcilaso, p. 193.
10 A. Miró Quesada, El Inca Garcilaso, p. 194.
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dos edades: diremos cómo vivían antes de los Incas y luego diremos cómo
governaron aquellos Reyes, para que no se confunda las costumbres ni los
dioses de los unos con los otros.” (I, 9) Esta distinción entre las fases preincai-
ca e incaica, declara Garcilaso, es la que les faltó hacer a los historiadores es-
pañoles. Su incapacidad para comprender plenamente la lengua de los indios
los llevó a confundir las costumbres y actos bárbaros del período anterior
con las de los incas civilizadores. Desde una perspectiva filológica, esta falta
de precisión cronológica sería suficiente para condenar sus resultados pero,
en los Comentarios reales, sirve a un propósito doble, pues autoriza además, a
Garcilaso, a fijar el comienzo del reinado inca en una coyuntura crucial para
el desarrollo político y religioso de los pueblos del Perú, como veremos en el
capítulo siguiente. La relevancia filológica de esta división es considerable,
ya que permite a Garcilaso afirmar que su propia narración se funda en una
cronología verdadera, lo que otorga más crédito a su reinterpretación.
Las descripciones del primer período de la historia peruana proporcio-
nan un trasfondo sólido contra el que contraponer luego las virtudes incai-
cas. En cada ejemplo, se le presentan al lector las descripciones más primiti-
vas que se puedan imaginar, en las que el hombre se asemeja a la bestia: “es
de saber que en aquella primera edad y antigua gentilidad unos indios havía
poco mejores que bestias mansas y otros peores que fieras bravas” (I, 9).
En las demás costumbres, como el casar y el juntarse, no fueron mejores los
indios de aquella gentilidad que en su vestir y comer, porque muchas naciones
se juntavan al coito como bestias, sin conocer mujer propia, sino como acer-
tavan toparse, y otras se casavan como se les antojava, sin eceptar hermanas,
hijas ni madres. (I, 14)
No es sorprendente que Garcilaso esté más interesado en sus prácticas
religiosas:
y principiando de sus dioses, dezimos que los tuvieron conforme a las demás
simplicidades y torpezas que usaron, assí en la muchedumbre dellos como en
la vileza y baxeza de las cosas que adoravan, porque es assí que cada provin-
cia, cada nación, cada pueblo, cada barrio, cada linaje y cada casa tenía dioses
diferentes unos de otros, porque les parescía que el dios ajeno, ocupado con
otro, no podía ayudarles, sino el suyo propio. Y assí vinieron a tener tanta
variedad de dioses y tantos, que fueron sin número (1, 9)
Los pasajes como estos han despertado críticas por ser insensibles a
los méritos y a las contribuciones de las culturas preincaicas imitando el
desdén español por los indios. Quisiera sugerir, empero, que la distinción
cronológica que forma la base de la reinterpretación de Garcilaso es en gran
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12 Las observaciones de Garcilaso con respecto a la naturaleza polisémica del término huaca, así
como algunas de sus traducciones particulares, son confirmadas por Diego González Holguín en su
Vocabulario de la lengua general de todo el Perú llamada Quechua o del Inca (Lima, 1608), Raúl Po-
rras Barrenechea, ed. (Lima: Instituto de Historia, 1952), p. 165. Entre las numerosas traducciones de
Huacca citadas por González Holguín, se hallan las siguientes:
“Huacca: ydolos, figurillas de hombres y animales que trayan consigo.
Huacca muchhana: Lugar de ídolos, adoratorios.
Huacca: hombre de nariz partida o de labio hendido.
Huacca, o puma runa: Quando tiene seis dedos en manos y pies como león.
Huacca runa: Carnero, o cualquier bestia monstruosa que tiene más, o menos miembros, o
fealdad natural.”
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II
La finalidad hermenéutica de los Comentarios reales se evidencia desde las
páginas introductorias, que son una verdadera invitación a que el lector par-
ticipe del proceso de reinterpretación. Barthes define la manifestación del
código hermenéutico en el texto como la postulación, formulación, proble-
matización y resolución de un enigma.13 En los Comentarios reales, este enig-
ma corresponde al vacío semántico que se ha creado entre las interpretacio-
nes incorrectas de los españoles denunciadas por Garcilaso en el prólogo
y la intención proclamada por este de llevar adelante una reinterpretación
correctiva. La “historia” de Garcilaso no es simplemente una corrección de
los errores cometidos por los historiadores españoles sino una nueva inter-
pretación de la historia y cultura inca. El comentario filológico es la fuente
y la autoridad de esta hermenéutica, ya que trae, a la superficie del texto, el
verdadero y pleno significado de los términos originales quechuas.
En los Comentarios reales, la filología es tanto exégesis como hermenéu-
tica, pues Garcilaso no se limita a una corrección de los errores que come-
tieron los historiadores españoles sino que proporciona su propia reinterpre-
tación de la historia y cultura inca. El comentario filológico es la fuente de
esta reinterpretación. Para otorgar validez a su aseveración de que los incas
habían alcanzado el conocimiento del dios verdadero en la forma de Pacha-
camac, Garcilaso analiza el término de la siguiente manera:
es nombre compuesto de Pacha, que es mundo universo, y de Camac, participio
presente del verbo cama que es animar, el cual verbo se deduze del nombre
cama que es ánima. Pachacamac quiere dezir el que da ánima al mundo univer-
so, y en toda su propia significación quiere dezir el que haze con el universo lo
que el ánima con el cuerpo. (II, 2)
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14 Gerald Taylor, en su artículo, “Camay, Camac, Camasca dans le manuscrit de Huarochiri”, Jour-
nal de la Société des Américanistes, 63 (1974-6), pp. 231-243, corrobora la impecable filología de
Garcilaso en su exégesis del concepto andino fundamental contenido en la raíz cama. El Vocabulario
de González Holguín confirma la exactitud de su traducción de Pacha como “mundo universo”, que
engloba los conceptos de espacio y tiempo inherentes al término quechua original (p. 268).
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buen ejemplo de esto. Erasmo propone que Juan había escrito logos en la ver-
sión griega primitiva, palabra polisémica que en latín puede significar sermo,
verbum, oratio, ratio, sapientia y computus. Sin embargo, sermo, afirma Eras-
mo, es traducción más precisa en relación con lo que quiso significar Juan.
Las divergencias en el uso que hacen los autores clásicos de verbum y sermo
dieron peso a la elección de Erasmo. El sustantivo verbum significa palabra
o dicho, como un proverbio o una máxima. También se usa con frecuencia
para designar una parte del discurso –el verbo– que en griego es rhema. Su
uso limitado, por lo tanto, no comunica el significado pleno de logos: más
que “palabra”, “discurso”. Erasmo concluye su exégesis gramática señalan-
do que los autores latinos solían expresar –de forma más correcta y apta, y
por costumbre– la polisemia de logos con el término sermo y no con verbum.
Aun así, Erasmo no estaba satisfecho con llevar adelante una exégesis
correctiva de la Vulgata: para él, la filología era siempre el principio fun-
damental de la interpretación. Con esto, en el Annotationum in Evangelium
Joannis, apoya su elección de términos sobre fundamentos teológicos: “Pero
Cristo es, por esta razón, llamado logos, porque, todo lo que dice el Padre,
lo hace a través del hijo.”15 Boyle resume la interpretación de Erasmo: “Ya
que el logos es el discurso copioso del Padre, la oración que revela sólo lo su-
ficiente, verbum es inadecuado para designarlo. Erasmo cambia astutamente
el escenario del debate de la ortodoxia a la gramática y, luego, de la gramá-
tica a una nueva meditación con la aseveración ortodoxa de que Cristo es la
revelación plena de Dios.”16
La misma interacción entre exégesis correctiva e interpretación carac-
teriza la estrategia narrativa de Garcilaso en los Comentarios reales. En el
capítulo titulado “De muchos dioses que los historiadores españoles impro-
piamente aplican a los indios” (II, 4), el autor continúa apoyando su inter-
pretación en el monoteísmo fundamental de los incas para demostrar que
ciertas palabras que los españoles habían tomado como nombres de dioses
habían sido, en realidad, malinterpretadas. Su argumento está basado, una
vez más, en una exégesis gramatical meticulosa de la palabra quechua ori-
ginal, apachecta. Primero, demuestra que el término hispanizado, apachita es
una corrupción: debería escribirse en caso dativo, apachecta, con el sentido
de “al que hace llevar”. Garcilaso explica de esta manera que, en quechua,
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las expresiones suelen abreviarse sin por ello sacrificar su eficacia semánti-
ca o su fuerza emotiva. Esta palabra, por sí sola, corresponde al sintagma
español “demos gracias y ofrezcamos al que hace llevar estas cargas, dán-
donos fuerza y vigor para subir por cuestas tan ásperas como ésta”. Como
resultado de esta traducción expandida y de su comentario, Garcilaso puede
concluir que apachecta no era el nombre de la deidad de las montañas, como
pensaban los españoles sino una plegaria abreviada de agradecimiento diri-
gida a Pachacamac: el “que hace llevar”.
Al igual que en el análisis de los muchos sentidos contenidos en el
término huaca, el comentario sobre apachecta tiene por fin subvertir los fun-
damentos lingüísticos de las interpretaciones hispanas que atribuían una
pluralidad de dioses a los incas. Esta operación negativa de neutralización
de la autoridad de las otras representaciones es, al fin y al cabo, un paso más
en la reinterpretación de que la teología inca era monoteísta, proceso que
Garcilaso inició con el extenso comentario sobre la palabra Pachacámac. La
exégesis gramatical y la restauración de la forma quechua correcta, apachec-
ta, es el primer paso de un comentario que constituye, en último término,
una profunda reflexión sobre la teología incaica. El propósito de este pasaje
es, sobre todo, demostrar que los incas no se dirigían a la montaña sino al
gran dios invisible al que llamaban Pachacamac, que sabían merecedor, gra-
cias a la razón natural, del agradecimiento por el cumplimiento final de la
difícil tarea. De esta manera, las técnicas filológicas humanistas le permiten
a Garcilaso corregir e interpretar simultáneamente, operación dialéctica que
oscila entre la exégesis correctiva y la hermenéutica.
Aunque la religión tenga un lugar central en la reinterpretación correc-
tiva del Tahuantinsuyu que lleva adelante Garcilaso, su adaptación del mé-
todo filológico a los apelativos de la realeza inca no es menos significativa.
Por medio de la exégesis de estos nombres, la “esencia” ética de la civiliza-
ción inca es revelada al lector. Además, como veremos, este proceso tiene
el doble propósito de validar algunas aseveraciones específicas de Garcilaso
sobre las grandes virtudes de las estructuras políticas y sociales del imperio
inca y de manifestar lingüísticamente sus cualidades inherentes.
Retornemos por unos momentos al supuesto básico que subyace a la
exégesis filológica humanista: el de que la palabra original es el depósito pri-
vilegiado del significado. El método filológico fue erigido sobre una teoría
del lenguaje que refleja con claridad la vena neoplatónica del pensamiento
renacentista. Foucault ha mostrado que, en el siglo XVI, las palabras y las
cosas participaban de un universo organizado sobre un fundamento de afi-
nidades y analogías, correspondencias y similitudes. El sistema lingüístico
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20 “La poesía religiosa de Fray Luis de León” de Diana Gibson ha demostrado que Fray Luis utilizó,
esencialmente, el mismo método de análisis filológico tanto en De los nombres de Cristo como en su
traducción y comentario del Cantar de los cantares.
21 Gibson, ibid.
22 La introducción a “De los nombres en general” de Fray Luis afirma: “cuando el nombre que se
pone a alguna cosa se deduce y deriva de alguna otra palabra y nombre, aquello de donde se deduce
ha de tener significación de alguna cosa que se avecine a algo de aquello que es propio al nombrado;
para que el nombre, saliendo de allí, luego que sonare ponga en el sentido del que le oyere la imagen de
aquella particular propiedad; esto es, para que el nombre contenga en su significación algo de lo mismo
que la cosa nombrada contiene en su esencia” (el énfasis es mío). Fray Luis de León, Obras completas.
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paso más allá que Fray Luis y plantear que, si ambos referentes se hallan en
una relación complementaria con el signo, deben vincularse también con el
universo de analogías y afinidades que representa el sistema lingüístico del
Renacimiento. Por lo tanto, una exégesis de los nombres de las cosas puede
llevar a una comprensión de su naturaleza pero, principalmente, lleva a una
validación o demostración de esa naturaleza. El signo compartido garantiza
la similitud ontológica de sus referentes.
La exégesis que realiza Garcilaso de los nombres de la realeza inca
refleja con claridad esta relación complementaria entre significante y signi-
ficado: “Considerando bien los indios la grandeza de las mercedes y el amor
con que el Inca se las havía hecho, echavan grandes bendiciones y loores a
su Príncipe y le buscavan títulos y renombres que igualassen con la alteza de
su ánimo y significassen en junto sus heroicas virtudes” (I, 24). Como Fray
Luis, Garcilaso intenta revelar, parte por parte, las esencias inscritas en los
nombres de los Incas a través de una exégesis filológica de sus apelativos. El
siguiente pasaje del capítulo que narra el reinado de Manco Capac, primer
gobernante del Tahuantinsuyu, demuestra esta finalidad:
Y assí, entre otros (nombres) que le inventaron, fueron dos. El uno fue Cápac,
que quiere dezir rico, no de hazienda que, como los indios dizen, no truxo
este Príncipe bienes de fortuna, sino riquezas de ánimo, de mansedumbre,
piedad, clemencia, liberalidad, justicia y magnanimidad y deseo y obras para
hazer bien a los pobres, y por haverlas tenido este Inca tan grandes como sus
vasallos las cuentan, dizen que dignamente le llamaron Cápac; también quiere
dezir rico y poderoso en armas. El otro nombre fue llamarle Huacchacúyac,
que quiere dezir amador y bienhechor de pobres, para que, como el primero
significava las grandezas de su ánimo, el segundo significasse los beneficios
que a los suyos havía hecho, y desde entonces se llamó este príncipe Manco
Cápac, haviéndose llamado hasta allí Manco Inca. (I, 24)
El comentario sobre Cápac y Huacchacúyac da inicio a un estallido de
significantes que, a su vez, circunscriben y garantizan el carácter ejemplar
del príncipe. El capítulo continúa con una exposición de las conquistas y
logros de Manco Capac, exhibida como manifestación perfectamente fiel a
los atributos morales inscriptos en sus nombres. No se puede evitar quedar
impresionado por esta uniformidad completa entre significante y referente
en la representación de Garcilaso del reinado de este Inca. Cada una de
las acciones de Manco es presentada como emanación de las cualidades
inscriptas en sus nombres. Sus conquistas, por lo tanto, están motivadas por
un deseo de mejorar la calidad de vida de los conquistados. Efectivamente,
los relatos de sus campañas militares son un paradigma de la clemencia,
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33 Seguí el modelo básico de decodificación irónica presentado por Wayne Booth en A Rhetoric of
Irony (University of Chicago Press, 1974). Los pasos que ofrece Booth para decodificar una secuencia
irónica son: el reconocimiento, por parte del lector, de dos niveles de significación debidos a la per-
cepción de una incongruencia (rechazo de la lectura literal), la búsqueda de alternativas que resuelvan
la incongruencia producida por una lectura literal, la referencia a los criterios y pistas disponibles y,
finalmente, la asignación de un nuevo significado a la secuencia irónica. Booth remarca que la corte final
de apelaciones es nuestro concepto del autor y sus intenciones. Prefiero analizar la secuencia irónica en
relación con el contexto discursivo en el que se enmarca, pues pienso que es precisamente (o exclusiva-
mente) a través del texto que el autor hace conocer sus propósitos al lector.
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las leyes que quisiese, que todas serían en provecho suyo y daño de los vasallos
[…] (III, 15)
Sin embargo, en la descripción de la conquista que siguió, el Inca cum-
ple sus promesas al pie de la letra. La acusación de hipocresía, de esta ma-
nera, no está dirigida a los incas sino que es, en realidad, una alusión iróni-
ca a los españoles que vinieron “predicando religión y santidades” al Perú
y terminaron destruyendo la civilización incaica. Una vez más, hallamos
implícito el propósito de elaborar una crítica comparativa. Su concreción
depende de que el lector reconozca la contradicción, de un vocabulario que
sugiera o que señale la posibilidad de una lectura irónica (en este caso, “re-
ligión y santidades”), y de la familiaridad del lector con el conjunto de cir-
cunstancias extratextuales a las que alude el autor.
En los Comentarios reales, la ironía revela el propósito del autor de reali-
zar comparaciones y lleva al lector a hacerse cargo de la función crítica. La
decodificación irónica de ciertos pasajes localizados en medio de las des-
cripciones de las conquistas incas yuxtapone el estilo español de conquista
–violenta, destructiva, preocupada por la extracción de riquezas y la explo-
tación de los indios, negligente en su misión apostólica– con el modelo tu-
telar incaico de imperialismo pedagógico pacífico. Las posiciones paralelas
de incas y españoles en el esquema histórico providencialista en el que Gar-
cilaso inscribe la historia de Perú favorecen aún más la comparación. Como
en Utopía de Moro, sin embargo, es responsabilidad del lector consumar esta
comparación y ejercer la prerrogativa crítica.
Esta dimensión crítica del discurso de los Comentarios reales debe enten-
derse como parte integral de la ideología universalista cristiana de Garcila-
so. La crítica a los españoles a la que invita –o más bien obliga– la ironía
del texto no se dirige a toda la empresa de conquista y colonización sino
solamente a aquellos aspectos que contribuyeron a la decadencia y destruc-
ción de la civilización inca. Garcilaso defiende acérrimamente el dominio
español en el Nuevo Mundo basándose en motivos religiosos. Es interesante
destacar que no es el único de los escritores indígenas en hacerlo. Guamán
Poma de Ayala, cuya crítica a las prácticas coloniales de los españoles alcan-
za a menudo la ferocidad, apoya la misión evangélica española en su Nueva
corónica y buen gobierno. Pero, como Moro en Utopía (y Guamán Poma), Gar-
cilaso condena aquellas actitudes y acciones de los cristianos contrarias a los
preceptos de su religión.
Para Moro, la práctica de la propiedad privada se estaba convirtiendo,
en la Inglaterra del siglo XVI, en un capitalismo desatado y corrosivo. En
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34 José Juan Arrom fue el primer crítico que señaló la importancia de las “historias” dispersas por
los Comentarios Reales para revelar aspectos clave de la ideología de Garcilaso. Ver “Hombre y mundo
en dos cuentos del Inca Garcilaso” en Certidumbre de América (Madrid: Gredos, 1971), pp. 27-35. Sin
embargo, no estoy de acuerdo con la interpretación que hace Arrom de la historia de Pedro Serrano, en
la que afirma que Garcilaso no estaba interesado en diferencias de color, lengua o religión —“De aquí
que ambos náufragos sean de la misma tierra, hablen la misma lengua, crean en el mismo dios.”—. Una
lectura más atenta del texto revela —como he tratado de demostrar— que lo que Serrano y el extraño
ven por primera vez es la diferencia. Es solo por el Cristianismo que se reconocen como seres humanos.
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Pliegos, 1984. Un estudio interdisciplinario de los Comentarios reales y la Historia
general del Perú que sigue una metodología marxista. Los argumentos del
autor, a veces tendenciosos, se basan en un análisis textual que es, en
ocasiones, inexacto y poco fidedigno.
Arocena, Luis A. El Inca Garcilaso y el humanismo renacentista, Buenos Aires: Centro
de Profesores Diplomados de Enseñanza, 1949. Una introducción útil,
aunque extremadamente limitada al humanismo de Garcilaso. Desde su
publicación, han aparecido estudios más exhaustivos sobre el tema.
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Certidumbre de América, Madrid: Gredos, 1971, pp. 27-35.
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Una antología de los Comentarios reales que incluye un excelente ensayo
introductorio sobre los horizontes intelectuales de Garcilaso.
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La escritura de la historia es vista como un acto imaginativo que produce
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