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Presentación el texto de Dominique Méda: ¿Qué sabemos sobre el trabajo?

El concepto actual de “trabajo”

En este texto, Méda señala al principio que el concepto de trabajo del que disponemos hoy presenta una doble
característica que se presta a ciertos equívocos:

1) Por un lado, se supone que el trabajo está dotado de ciertos atributos (el esfuerzo, la obligación, la
transformación creadora de algo dado, la creación de valor, la utilidad, la existencia de contrapartes) como si esos
rasgos (que en realidad son actuales) hubieran acompañado al trabajo desde siempre, olvidando así el carácter
histórico del concepto actual de trabajo. Cuando señalamos el carácter histórico de “algo” (en este caso un
concepto, pero podría ser también una práctica, una institución, una creencia, etc.) estamos queriendo decir que
“eso” que ahora en el presente es de una determinada manera, no tiene por qué haber sido así antes, en el pasado,
ni tiene por qué seguir siendo así después, en el futuro.

2) Por otro lado, está la idea de que el trabajo hubiera sido en algún momento estropeado. Se plantea así un ideal
del trabajo, un “trabajo como debería ser” (como si el pasado remoto representara una «edad de oro» del trabajo,
que luego se arruinó).

Acto seguido, la autora establece una distinción muy importante entre “sociedades no fundadas sobre el trabajo” y
“sociedades fundadas sobre el trabajo”. Cabe hacer algunas aclaraciones. En primer lugar, esta distinción es
histórica, en el sentido de que señala una diferencia entre épocas, en las cuales el trabajo cumple funciones bien
diferentes. Hubo épocas históricas en las que el trabajo no cumplió un rol fundamental (de allí que las sociedades en
dichas épocas no estuvieran fundadas sobre el trabajo), y en cambio en nuestra época actual, el trabajo sí cumple un
rol fundamental, que consiste en haberse convertido en el eje ordenador y estructurador del conjunto de las
relaciones sociales. Como dice la autora:

Nuestras sociedades actuales son sociedades fundadas sobre el trabajo. El trabajo es el fundamento del
orden social y determina ampliamente el lugar de los individuos en la sociedad.

En segundo lugar, podemos abordar esta cuestión planteando la pregunta acerca del lazo social en distintas épocas
históricas. El lazo social es aquel elemento (nuevamente: puede ser una práctica o actividad, una institución o
norma, un conjunto de creencias o representaciones, etc.) que sirve para mantener cohesionada a una sociedad.
Ahora bien, como veremos, en distintos momentos el lazo social se fue “llenando” con contenidos y significados
diversos. Por lo tanto, una manera de leer este texto es rastrear el tipo de lazo social (el tipo de contenidos y de
significados) que según la autora estuvo vigente en cada época histórica.

La época prehistórica: las sociedades primitivas

Cabe hacer aquí una nueva aclaración. En este apartado del texto de Méda (la sección que la autora denomina “Las
sociedades pre-capitalistas”), lo que se desarrolla como argumento explicativo es válido tanto para aquel período de
la humanidad que los historiadores llaman la prehistoria, como para la situación de sociedades y culturas cuya
organización social, incluso hasta épocas bastante recientes, continuaba siendo de tipo tribal (sociedades no
occidentales en Oceanía, África o América).
Las sociedades primitivas no están estructuradas alrededor del trabajo: el trabajo no constituye aún ese eje
articulador y aglutinante del conjunto de las relaciones sociales, que sí lo será en la modernidad. La lógica de una
acumulación y de una producción orientada al intercambio (producción que genera un excedente destinado a la
venta con el objetivo de obtener una ganancia) no existe. Tampoco hay rastros de una conceptualización sobre el
trabajo como actividad penosa ligada a la satisfacción de necesidades. Es decir, no hay un término unitario,
homogéneo y sintético que designe todo lo que significamos nosotros cuando decimos la palabra “trabajo”.
Podemos decir también que el lazo social se establece principalmente a través de las relaciones de parentesco
(consanguinidad).

A su vez, en estas sociedades el tiempo dedicado a las actividades de producción-reproducción de las condiciones
materiales de vida es relativamente poco.

PARA AMPLIAR

La prehistoria abarca millones de años, desde la aparición de los primeros homínidos antecesores
del homo sapiens, hasta el año 4000/3500 antes de Cristo aprox., momento en que aparecen los
primeros documentos escritos (invención de la escritura). La palabra “paleolítico” significa piedra
vieja (piedra tallada) y corresponde a la fabricación de utensilios muy rudimentarios; “neolítico”
significa piedra nueva (piedra pulida) y corresponde a la aparición de utensilios más sofisticados.

En todo este largo proceso, un logro muy importante para la evolución del ser humano fue la
domesticación del fuego (su control, dominio y manipulación). En el neolítico (“revolución
neolítica”) se desarrollan la agricultura y la ganadería, y el hombre deja el nomadismo y pasa al
sedentarismo.

La entrada en la historia: el aporte de la Grecia antigua

Tampoco en la Antigüedad el trabajo se había constituido en el eje ordenador y estructurador del conjunto de las
relaciones sociales. En este caso además, el lazo social es de tipo político. Veamos por qué.

Méda nos dice que en la Grecia Antigua se consideraban actividades, profesiones, oficios y tareas, pero se buscaría
en vano el término “trabajo”. Ellos disponían de varias palabras que de alguna manera se aproximaban parcialmente
a lo que hoy designamos con la palabra “trabajo”, pero precisamente esta multiplicidad de palabras demuestra la
carencia de un término unitario, homogéneo y sintético. Algunas de estas palabras eran:

ponos, asociada a actividades que producían fatiga y dolor; banausía, aludía a una tarea mecánica y repetitiva;
ergon, que representaba la fuerza para plasmar una obra (nuestra palabra moderna “ergonomía” deriva de esta
palabra griega antigua); sjolé o skholè, que estaba vinculada con la actividad contemplativa y reflexiva (nuestra
palabra moderna “escuela” deriva de esta palabra griega antigua); techne, que remitía a la pericia y a la destreza
(nuestra palabra moderna “técnica” deriva de esta palabra griega antigua); poiesis, entendida como creación o
fabricación (nuestra palabra moderna “poesía” deriva de esta palabra griega antigua); y praxis, que significaba
acción y realización.

En la Grecia Antigua (cuya historia suele dividirse en los períodos arcaico, clásico y helenístico) la jerarquía de las
actividades se ordenaba según el grado más o menos importante de dependencia en relación a otros hombres. El
ideal individual y social que describen Platón y Aristóteles consiste en liberarse de la necesidad (autonomía), para
dedicarse a actividades libres, es decir actividades ético-morales y políticas que no apuntan a otra cosa que a ellas
mismas, que tienen en sí su propio fin. A la pregunta de saber si el artesano (que no es un esclavo) puede ser un
ciudadano, estos filósofos contestan por la negativa: esclavos y artesanos son sumisos a la necesidad, están
obligados a la reproducción de las condiciones materiales de vida especialmente para otros, por lo cual no disponen
de la libertad necesaria para participar de la determinación del bienestar de la ciudad (participación en política).

Según esta concepción, quien consagra su vida al trabajo depende más de otros que de sí mismo, y por eso no
puede participar en política. Aristóteles va a definir al hombre (al ser humano) como zoon politikón –animal político-.
Por lo tanto, tenemos aquí una valoración negativa del trabajo, que se va a extender desde los esclavos hacia toda
la fuerza de trabajo (no esclava) empleada en tareas manuales: campesinos, artesanos, etc.

Asimismo, la separación tan drástica entre actividad manual (trabajo) y actividad intelectual (reflexión filosófica y
científica) generó un fenómeno paradójico en la cultura griega antigua: si bien produjo grandes avances en el campo
de las ciencias formales (lógica, matemática), fue incapaz de traducir ese desarrollo en innovaciones técnicas
eficaces (no convirtió la ciencia en tecnología). La geometría de Euclides por ejemplo, parece haber surgido con el
solo propósito de probar que la geometría, en tanto estructura o sistema de pensamiento deductivo, no obedece
más que a sí misma…

Foto: Partenón

PARA RELACIONAR

En la antigüedad y para favorecer los intercambios, se crea la moneda metálica (dinero), que
sustituye los objetos que antes se utilizaban como unidades de medida, alcanzándose así un
valor garantizado, fácil de transportar, susceptible de atesorar, y con una efigie que simbolizaba
el poder que respaldaba dicha moneda metálica. Según Heródoto (historiador griego) los
primeros que acuñaron monedas de oro y plata fueron los lidios (en territorio de lo que hoy es
Turquía), en el siglo VII a. C. Esto supuso una evolución con respecto a las limitaciones propias
del trueque como sistema de intercambio. Sin embargo, el uso generalizado de la moneda
metálica provocó también trastornos entre los campesinos: el préstamo a interés generó
endeudamiento y la concentración de la propiedad de la tierra.
El Imperio Romano y la larga Edad Media

Méda nos dice que la representación de lo que llamaremos más tarde trabajo no encuentra mayor cambio en esta
etapa. Se establece una gran oposición (retomada de los griegos antiguos) entre el otium apreciado y el negotium
despreciado. El trabajo sigue sin determinar el orden social, ni está en el centro de las representaciones que la
sociedad hace de sí misma. En este sentido, la idea cristiana de que el trabajo es a la vez un acto divino (la Creación
sería un “trabajo” debido a que Dios “descansó el día séptimo”) y un acto humano, porque así se acostumbra a
traducir el castigo divino en la expulsión de Adán y Eva del Paraíso: “trabajarás con el sudor de tu frente”, es en
realidad una interpretación tardía, moderna (siglo XIX), de las escrituras bíblicas. Ahora bien, será San Agustín quien
exprese mejor las transformaciones que se van sucediendo: el otium, sinónimo de ocio cultivado y alabado durante
todo el período antiguo, se vuelve ahora sinónimo de pereza. Sin embargo, el trabajo no es todavía valorizado
positivamente: lo que llamaremos más tarde trabajo es solamente una ocupación, un instrumento de lucha contra
la pereza y hasta contra las malas tentaciones que nos desvían del objeto principal: la oración. Hay todavía un
desprecio por la ganancia y un desinterés por lo terrenal. Santo Tomás desarrolla la idea de utilidad común,
convirtiendo de esta manera en lícitas cierto número de profesiones, oficios, actividades y tareas.

Veamos otro aspecto del asunto. Las formas que adopta el trabajo en la Roma antigua no difieren sustancialmente
de las adoptadas en la Grecia antigua. Sin embargo, el tratamiento jurídico aplicado al concepto de trabajo en la
Roma antigua sí constituye un aporte. Se destaca la contribución que hicieron los juristas romanos en el
ordenamiento de las relaciones económicas, al legitimar los derechos de la propiedad privada, garantizando la
libertad contractual. Como los griegos, los romanos consideraban al esclavo una cosa, no una persona. Por lo tanto,
no hay relación de trabajo entre el esclavo y su dueño, pues semejante relación es parte del derecho de propiedad
privada que un ciudadano puede ejercer. Pero el asunto se complejiza cuando el dueño no ocupa a su esclavo, sino
que lo alquila a un tercero. Siendo el esclavo una cosa, será preciso aplicar la forma jurídica del alquiler de cosas. Por
ello, el alquiler de servicios surge como un apéndice del alquiler de bienes, aunque en rigor la cosa alquilada no es el
esclavo sino sólo su fuerza de trabajo. De esta manera, el esclavo empieza a “comunicar” (transferir) su calidad
jurídica de cosa a la actividad de trabajo que ejecuta. En adelante, los mismos términos jurídicos se desplazaron a
trabajos que no eran ejecutados por esclavos, sino por personas libres. En dichos contratos, el trabajador no
actuaba como contratante sino como contratado, como objeto del contrato, como una cosa cuya actividad
constituye la materia del contrato. El derecho romano marca así, el antecedente del alquiler de servicios del derecho
civil moderno: la actividad del trabajador, por vez primera, se trata como objeto.

¿Sabías qué…?

En el tercer milenio a. C., está documentado el uso de las palancas (la palanca, que transmite fuerza y
desplazamiento, es la primera de las llamadas “máquinas simples” usada por el hombre, y resultó fundamental
para un sinfín de actividades laborales) lo cual supone el conocimiento de algunas leyes de la física
(Arquímedes: “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”).

La decadencia del Imperio Romano fue también la disolución de una economía de raíces esclavistas. Los latifundios,
poseídos por las clases adineradas de Roma y trabajados por esclavos, fueron cediendo paso a un nuevo modo de
producción que sería dominante durante el medioevo: la propiedad feudal y la relación entre señor y siervo
(durante la época medieval, dos instituciones fueron fundamentales: primero el feudo rural que cobijaba a los
campesinos, y posteriormente el gremio urbano que cobijaba a los artesanos). A diferencia del esclavo, el siervo fue,
aunque parcialmente, propietario de sí mismo y de los frutos de su trabajo, si bien debía destinar gran parte de su
producción a su señor. Los pequeños productores (campesinos y artesanos) contaban, a diferencia de los esclavos
de antes, con la posesión de sus capacidades corporales e intelectuales, y con la libertad de aprovechar la propia
inventiva e imaginación a fin de aligerar su trabajo. Esta porción de libertad contribuyó a incrementar la
productividad del trabajo: el crecimiento general de las fuerzas productivas de la que disponían campesinos y
artesanos, dio origen a un cambio en el modo feudal de producción, entre los siglos X y XIII. Gracias a este
incremento en la productividad del trabajo, se generaron excedentes, y esto repercutió a su vez en un desarrollo
urbano (pequeñas ciudades o burgos) ya que fue en los centros urbanos donde se intercambiaban los productos
destinados a la venta y no al auto-consumo. Todo esto activó también la aparición de préstamos de dinero (el
crédito) que acompañan al comercio. En el siglo XV esto evolucionó hacia una ruptura del sistema feudal.

¿Sabías qué…?

La etimología de nuestra palabra actual “trabajo” nos remite a la Edad Media, pues proviene
del latín tripalium, una herramienta consistente en un armazón de tres patas que servía para
“atormentar” (darle forma) a la materia sobre la cual se trabaja, pero que luego fue usada
también como instrumento de tortura. Por eso tripaliare, o sea trabajar, significaba hacer
sufrir, y el verdugo era denominado “el trabajador”…

PARA AMPLIAR

En la época de esplendor del Imperio Romano, la cultura griega en proceso de decadencia


penetra sin embargo en “la ciudad eterna”, los dioses romanos se helenizan y se asimilan
completamente. Los dioses que se vinculan con el trabajo son: Minerva es la diosa del
comercio y de la industria; Mercurio es el dios del comercio; Marte es el dios de la agricultura
(antes de convertirse en el dios de la guerra).

Génesis de las sociedades fundadas sobre el trabajo

Antes de ingresar de lleno en la explicación de lo que Méda denomina “las tres capas de significación” que nutren el
concepto actual de trabajo (capas que se generaron entre los siglos XVIII y XIX), debemos detenernos en ciertos
desarrollos anteriores, que funcionan como antecedentes históricos. Nos referimos a sucesos acontecidos en los
primeros siglos de la Edad Moderna, durante los siglos XV, XVI y XVII. Nos vamos a detener en dos episodios de la
historia cultural: el Renacimiento y la Reforma Protestante.

El surgimiento del capitalismo en su modalidad mercantil (siglo XV) coincide con la consideración abstracta del
trabajo como un valor de cambio entre otros. Pero simultáneamente, el humanismo renacentista eleva el trabajo al
rango de actividad creadora e inventora. El Renacimiento fue un movimiento cultural generado en Europa
occidental durante los siglos XV y XVI en el ámbito de las artes y las ciencias. Fue un período de transición entre el
final de la Edad Media y el inicio de la Edad Moderna. El término «Renacimiento» remite a una reivindicación de
ciertos elementos de la cultura clásica griega y romana para oponerlos a la doctrina medieval de la Iglesia. Para el
humanismo renacentista, los valores supremos son la razón y la voluntad. El hombre es “voluntad racional” (o razón
voluntaria). En esta noción de voluntad racional se unifican el pensar y el hacer. A diferencia de los griegos antiguos,
los renacentistas unieron el conocimiento científico a la pericia técnica. Leonardo da Vinci dijo: “el hombre es ojo
abierto sobre el mundo, no sólo lo abraza y lo mide, no sólo usa de él y lo goza, sino que sabe vencerlo y lo domina”.
La ciencia que surge, que formó el eje del modo de pensar moderno, nutre y se nutre de la técnica. Así, razón y
voluntad, saber y poder, ciencia y técnica se unen en el modelo humanista renacentista.

En cuanto a la Reforma Protestante, lejos de ser una tendencia modernizadora que acompañó la gradual flexibilidad
y laxitud de la Iglesia católica frente al capitalismo mercantil que estaba surgiendo, ella fue más consistente con una
ética y una moral de contención que con la lógica competitiva e individualista que se estaba instalando. Entre otras
cosas, protestaban por el “comercio” que se había generado en el seno de la Iglesia Católica en relación con las
“indulgencias”, los perdones que sacerdotes daban a pecadores… La Reforma Protestante reaccionó contra la
creciente tolerancia eclesiástica frente al espíritu laico del capitalismo mercantil y de la vida en las cortes
renacentistas. Sin embargo, la ética protestante no se constituyó en un obstáculo para el espíritu capitalista, sino
todo lo contrario. En este sentido, como doctrina fue fuertemente ambivalente. A la vez que constituyó un freno al
avance del clima permisivo que se estaba instalando, fue, por otros aspectos de su contenido, un poderoso
fundamento para el desarrollo del capitalismo. Es una doctrina que compaginó originalmente la subordinación al
mandato divino, con la iniciativa personal emprendedora.

PARA RELACIONAR

Tanto Lutero como Calvino, representantes de la Reforma Protestante, rompieron con la idea de
que el ascetismo debía implicar apartarse o alejarse del mundo (enclaustramiento monacal). A
partir de ellos, la severidad monástica se convirtió en rigor profesional. Este cambio conllevó otro
cambio, se pasa de “trabajar para vivir” a “vivir para trabajar”. Y la consecuencia no buscada de una
vida de austeridad y abstinencia consagrada a la profesión, fue la acumulación de capital, la
obtención de ahorro que se convirtió en inversión. La paradoja del protestantismo es que alienta el
esfuerzo incesante y, a la vez, la renuncia incesante al disfrute (consumo) de ese esfuerzo. De esta
manera, la ética protestante se convirtió en un resorte fundamental para la difusión y propagación
del espíritu capitalista.

El trabajo, factor de producción

Dice Méda que la “invención del trabajo” va a transcurrir durante los siglos XVIII y XIX, en tres tiempos, tres épocas,
cada una va a agregar una capa de significación suplementaria, sin nunca substituirse a las anteriores.

La primera época es durante el siglo XVIII, cuando el término “trabajo” encuentra su unidad. Va a ser posible decir
“el” trabajo a partir del momento en que cierto número de actividades que no estaban relacionadas hasta ese
entonces, que eran regidas por lógicas diferentes, van a volverse suficientemente homogéneas como para ser
reunidas en un solo término. Adam Smith (economista escocés) ve que el trabajo es ante todo una unidad de
medida, un instrumento que permite que sean comparables las diferentes mercancías. Su esencia es el tiempo (el
tiempo que demanda producir cada mercancía). Instrumento de la comparabilidad de toda cosa, el trabajo se vuelve
al mismo tiempo, en la filosofía smithiana, el fundamento del orden social y del lazo social (mientras que en la Edad
Media había sido la religión. Según ciertas interpretaciones, etimológicamente “religión” proviene del latín religare:
Dios creó al ser humano como su más importante creación, pero este acto supuso una separación entre El Creador y
lo creado; la religión entonces sería el vehículo para “volver a ligar” a ambos).

La teoría del valor-trabajo de Smith (la premisa según la cual la mercancía vale el trabajo en ella incorporado)
convierte al trabajo en parámetro abstracto y despersonalizado: a la vez que lo cosifica, lo universaliza y le asigna
máxima importancia, pues remite el valor de todas las cosas a él. La mano invisible convierte el interés egoísta de
cada uno en el bien común de todos. Dice Adam Smith, fundamentando su teoría del valor-trabajo:

Cantidades iguales de trabajo deben ser, en todo tiempo y lugar, de un valor igual para el trabajador.
Así, el trabajo, que no varía nunca su propio valor, es la única medida real y definitiva que puede servir,
en todos los tiempos y en todos los lugares para apreciar y comparar el valor de todas las mercancías.

Gracias a mi trabajo, no solamente puedo obtener los medios para vivir, sino que mi trabajo, mi facultad de mejorar
lo existente, es el fundamento de mi capacidad de adueñármelo, como lo subraya John Locke (filósofo inglés). Para
Locke la función del Estado es precisamente garantizar la propiedad privada: de este modo, su filosofía política
supone un principio de egoísmo individualista. También en Thomas Hobbes (filósofo inglés), para quien el egoísmo
individualista es la esencia del hombre. Esta idea está también presente en William Petty (economista inglés) para
quien este principio es el que mueve las acciones de los hombres.

PARA AMPLIAR

El antropólogo norteamericano Marshall Sahlins sostiene que la cantidad de trabajo no


disminuye sino que aumenta con la evolución de la cultura a través de la historia, refutando así
una creencia común: “con todos los recursos tecnológicos que tenemos hoy, la vida es más
cómoda y confortable que antes, porque las máquinas hacen el trabajo que antes debíamos
hacer nosotros mismos”.

Así como vimos la cuestión del trabajo desde la óptica de dos movimientos intelectuales como el Renacimiento y la
Reforma Protestante, veamos ahora el aporte de otro movimiento intelectual: la Ilustración. Al respecto, podemos
señalar que varios años antes de la Revolución Francesa, Diderot y d'Alembert editaron una obra monumental, la
Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios, que reúne textos e imágenes sobre los
oficios de la época. Las máquinas, herramientas y técnicas manejadas por las manos humanas son presentadas
como cosas positivas y útiles. En esas representaciones todo es armonioso, nada es conflictivo, los trabajadores
parecen felices al realizar su tarea. Claramente podemos apreciar aquí el cambio desde una valoración negativa del
trabajo a una valoración positiva del trabajo.

PARA AMPLIAR

La Ilustración fue un movimiento intelectual surgido en el siglo XVIII, sobre todo en Francia –
los enciclopedistas Denis Diderot y Jean d’Alembert, Montesquieu, Voltaire-, Gran Bretaña y
Alemania, que se caracterizó ante todo por su optimismo en el poder de la razón y en la
posibilidad de reorganizar a fondo la sociedad en base a principios racionales.

El trabajo, esencia del hombre

Según Méda, en los veinte primeros años del siglo XIX todos los textos se hicieron eco de una misma
transformación: el trabajo no era solamente una pena, un sacrificio, un gasto, sino también una “libertad creadora”.
De este modo el trabajo (o en un sentido más amplio, la cultura y lo creado) sería, para toda la eternidad, la
oposición a la naturaleza y a lo dado. Nadie como Karl Marx reconocerá al trabajo como la actividad propiamente
humana: toda actividad verdaderamente humana se llama trabajo y el trabajo es la única actividad verdaderamente
humana, con la cual el hombre se distingue definitivamente del animal. El trabajo es así la esencia del hombre.
Mientras que para Georg Hegel el trabajo es solamente una de las múltiples maneras de poner en valor al mundo,
de asegurar esa tarea de espiritualización de la naturaleza, junto con la religión, la ciencia, la filosofía, el arte, la
política, la educación; Marx en cambio va a reducir esa pluralidad y elegir, dentro de todas esas actividades,
solamente una y una sola manera de hacer advenir a lo humano: el trabajo, en su forma más industrial, la
producción. Es como si de repente se hubieran fijado sobre la esfera de la producción todas las expectativas y todas
las utopías: de ella vendría no solamente el mejoramiento de las condiciones materiales de vida sino también la
plena realización del individuo y de la sociedad. No obstante, Marx sabe muy bien que el trabajo no es aún esta
libertad creadora. Se volverá así sólo cuando produzcamos libremente, o sea cuando se produzca la abolición de las
clases sociales y de la relación salarial.

¿Sabías que…?

El trabajo según Hegel. En la Fenomenología del espíritu, Hegel concibió al trabajo como
actividad mediante la cual el espíritu desarrolla sus potencialidades y, al mismo tiempo,
como actividad mediante la cual el espíritu deviene algo distinto de sí mismo
(contradicción). El trabajo realiza y a la vez aliena el ser; sin el trabajo el sujeto no es
nadie, pero con el trabajo el sujeto deja de ser lo que era. Esto implica una dialéctica
progresiva, un proceso que va de dejar de ser lo que uno era, a llegar a ser lo que está
contenido en las potencialidades de uno. El trabajo es la forma en que el individuo sale de
sí mismo y se proyecta hacia un mundo que transforma y hace suyo (lo subjetivo deviene
objetivo: esto implica una alienación, pero en un sentido positivo).

PARA RELACIONAR

El trabajo según Marx. En los Manuscritos económicos y filosóficos, las ambivalencias no


son asumidas por Marx como propias de la naturaleza del trabajo, sino como expresión
de las contradicciones históricas entre trabajo y capital. Contradicciones históricas que es
necesario abolir para permitir el libre desarrollo de las potencialidades humanas a través
del proceso social del trabajo. Marx señala la contradicción de la economía política
clásica respecto del trabajo, para la cual: por un lado, todo se compra con trabajo, y el
capital no es otra cosa que acumulación de trabajo; y por otro lado, el trabajador, lejos
de poder comprarlo todo, debe venderse él mismo. En la medida en que la división del
trabajo aumenta la productividad del trabajo y enriquece al empresario (acumulación de
capital), empobrece al trabajador y lo reduce a factor de producción. Y la economía
política clásica considera esta situación como natural. El capitalista tiene la libertad
(puede elegir) de comprar o no comprar fuerza de trabajo, pero el trabajador tiene la
necesidad (no puede elegir) de venderla.

El trabajo, sistema de distribución de los ingresos, de los derechos y de las protecciones

La tercera etapa fue teorizada por la socialdemocracia alemana del final del siglo XIX, que consiste en recuperar la
herencia socialista (la creencia en el carácter realizador del trabajo) pero sin la intención de suprimir la relación
salarial, ya que la socialdemocracia alemana convierte al salario en el canal por el cual se difundirán las riquezas y la
vía por la cual un orden más justo y verdaderamente colectivo se instalará progresivamente. A partir de este
momento, el Estado está encargado de una tarea doble: ser garante del crecimiento y promover el pleno empleo.
Bibliografía de referencia

Méda, Dominique: “¿Qué sabemos sobre el trabajo?”, traducción de Le travail, Ed. Presses Universitaires de France,
collection «Que sais-je?» n° 2614, 3ème édition 2007, capítulo 1. Recuperado de:
http://www.trabajo.gob.ar/downloads/estadisticas/2007n04_revistaDeTrabajo.pdf

Hopenhayn, Martín (2001): Repensar el trabajo. Historia, profusión y perspectivas de un concepto. Buenos Aires,
Grupo Editorial Norma.

Neffa, Julio (2003): El trabajo humano. Contribuciones al estudio de un valor que permanece. Buenos Aires, Grupo
Editorial Lumen.

Watson, Tony (1994): Trabajo y sociedad. Manual introductorio a la sociología del trabajo, industrial y de la
empresa. Barcelona, Editorial Hacer.

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