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Título: Marco legal y convencional del contrato individual de trabajo: sus efectos

AUTOR/ES: Fernández Madrid, Juan C.


PUBLICACIÓN: Doctrina Laboral ERREPAR (DLE)
TOMO/BOLETÍN: XIII
PÁGINA: -
MES: Setiembre
AÑO: 1999
OTROS DATOS: -
L_DL_169_D1

JUAN C. FERNÁNDEZ MADRID


MARCO LEGAL Y CONVENCIONAL DEL CONTRATO INDIVIDUAL DE
TRABAJO: SUS EFECTOS
El autor trata el importante problema del contenido y efectos del contrato individual frente a un convenio
colectivo o a una ley que establecen beneficios menores que los pactados.
El contenido del contrato individual de trabajo resulta enmarcado en normas legales y de convenio colectivo
que constituyen un piso mínimo que el contrato tiene que respetar. Dichas cláusulas, en principio, no pueden
ser dejadas sin efecto por las partes. Sin embargo, si en el contrato individual se reconocen mejores
derechos que los de la ley o los del convenio colectivo, dichos mejores derechos serán aplicables. A su vez,
si el convenio colectivo mejora las condiciones de la ley, reemplaza las disposiciones respectivas y se aplica
la norma más favorable.
En lo que respecta a la sucesión de normas convencionales, un nuevo examen de la cuestión a la luz de las
recientes reformas legislativas me ha hecho reflexionar sobre este tema, a partir del negocio jurídico que
configura el contrato de trabajo, de la intencionalidad inicial de las partes y de la naturaleza de las
prestaciones comprometidas.
NEGOCIO JURÍDICO
El contrato es la figura más importante del negocio jurídico, lo que no excluye la consideración de la teoría
general del negocio que ha motivado profundas elaboraciones jurídicas. En el supuesto del contrato de
trabajo nos encontramos con un negocio de derecho privado, bilateral, a título oneroso, con partes
contrapuestas con aspiraciones distintas como dice el artículo 21 de la ley de contrato de trabajo: "Habrá
contrato de trabajo cualquiera sea su forma o denominación, siempre que una persona física se obligue a
realizar actos, ejecutar obras o prestar servicios a favor de la otra y bajo la dependencia de ésta, durante un
período determinado o indeterminado de tiempo, mediante el pago de una remuneración. Sus cláusulas en
cuanto a la forma y condiciones de la prestación quedan sometidas a las disposiciones de orden público, las
convenciones colectivas o laudos con fuerza de tales y los usos y costumbres". En esta estructura negocial
existen como elementos esenciales una manifestación voluntaria que tiene sujeto, objeto y forma, así como
una intención común de obtener un determinado beneficio del negocio: para uno, el empleador, es el trabajo
aplicado dentro de la estructura empresaria que le ha de dar los beneficios al emprendimiento; para el otro,
el trabajador, es el salario que obtiene por una prestación determinada. Barbero (1) , refiriéndose al negocio
jurídico, expresa que la manifestación representa el evento, el acontecimiento exterior, la voluntariedad
determina su configuración en calidad de acto (acto humano); la intención, además, caracteriza este acto en
su calidad de negocio. Estos tres elementos, agrega, tienen relevancia en el negocio: sin la manifestación no
habría hecho, si la voluntariedad es irrelevante o falta no habrá acto y si la intención falta o es irrelevante no
habrá negocio. Lo expresado significa, aunque resulte obvio, que las partes en el negocio que es el contrato
manifiestan su voluntad y tienen una intencionalidad, de manera que se puede afirmar que ese negocio tiene
un núcleo determinado por la intencionalidad del acto. El hecho de que el ordenamiento jurídico disponga
ciertos efectos que secundan la intención es propio de todo acto negocial y puede ocurrir que ciertos efectos
con que la ley o el convenio colectivo de trabajo secundan al contrato sean incluso ignorados por las partes,
pero, según la expresión del mismo Barbero, esos efectos que se comprenden en el término de "efectos
naturales" quedan como efectos negociales en cuanto están dispuestos para secundar la intención, no en
contra de ella ni independiente de ella (2) . El jurista italiano explica así los tramos del negocio: a) las partes
al negociar manifiestan una determinada intención, a saber, la intención de conseguir con el negocio una
finalidad determinada; b) la ley se cuida de identificar esa finalidad y a este aspecto se vale naturalmente de
los efectos conscientemente expresados en la misma manifestación. Las normas legales y convencionales
acompañan al negocio y lo adecuan sin que ello signifique modificar lo que ha sido su esencia y que he
explicado más arriba. De tal modo, con Ferri afirmo que debe buscarse el espíritu que anima la declaración
considerada objetivamente o, como él mismo señala, el Código Civil alemán contiene una norma dictada
para regular la interpretación de todo negocio jurídico que dice que "en la interpretación de una
manifestación de la voluntad se debe buscar la verdadera voluntad y no estar al sentido literal de la
expresión". En los contratos de trabajo que frecuentemente se celebran sin forma alguna, para interpretar
en forma objetiva la voluntad de las partes hay que atenerse ante todo a su comportamiento y a lo que es
propio del acto de que se trata.

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Para entender el significado de la voluntad objetiva o externa el contrato de trabajo debe interpretarse como
lo exige el artículo 63 de la ley de contrato de trabajo: de buena fe, atendiendo a los criterios de
colaboración y solidaridad y considerando los usos propios de la actividad empresaria.
En este sentido, la voluntad real de las partes coincide objetivamente en el trabajo prestado, en el salario
convenido, aunque sea con referencia a una norma legal o convencional y en el tiempo de trabajo que se
compromete a prestar el dependiente. Esto lleva a crear una voluntad contractual unitaria que es voluntad
normativa; es decir, las partes se dan sus propias normas sin que a mi modo de ver interese que ellas
puedan provenir de un acompañamiento legal.
Betti, en su "Teoría general del negocio jurídico", dice que la autonomía privada configura también una
autorregulación, específicamente una regulación directa, individual, concreta de determinados intereses
propios, por obra de los mismos interesados y dentro de esa voluntad, en mi opinión, no puede considerarse
incluida la voluntad de aceptar un convenio en perjuicio porque objetivamente el acto se ha manifestado
bajo condiciones distintas que no pueden comprender una hipótesis de futuro desfavorable y que no se
compadece con el vínculo creado por las partes, y Betti aclara que la autonomía privada está destinada a
hacer surgir la hipótesis de hecho de una norma ya existente (entiendo en el caso el art. 21, LCT) dando
vida entre individuo e individuo a la relación jurídica que la norma dispone, ya que, como lo he dicho más
arriba, no puede entenderse que el negocio jurídico se haya realizado con la implícita condición de aceptar
su adecuación a eventuales convenciones colectivas menos beneficiosas.
Cabe considerar que el contrato no tiene en realidad objeto, sino tan sólo efectos.
Como señalan Alterini, Ameal y López Cabana, el contrato tiene efectos (no objeto) y éstos son las
obligaciones creadas a través de aquél y no puede entenderse que entre dichas obligaciones cuente la
aceptación de cláusulas de convenio colectivo peyorativas.
El proyecto de Código Unico de 1987 (art. 1155) y el proyecto de reformas al Código Civil de la Cámara de
Diputados de 1993 (íd. art.) disponen que el contenido del contrato se integra con las normas imperativas
que sustituyen a las cláusulas incompatibles con ellas, con las normas supletorias, y con los "usos y
costumbres" en cuanto resulten aplicables.
Agrego que la interpretación que puede extraerse de lo legislado a través de las leyes 18204, 24467 y 25013
son indicativas de que el legislador ha expresado también normativamente su voluntad de adecuar cláusulas
peyorativas a contratos de futuro sin intentar forzar los negocios existentes. Debo además señalar que los
límites de la libertad jurídica responden a otros principios igualmente recogidos en forma positiva por
nuestro ordenamiento jurídico. A partir de la Constitución Nacional encontramos el principio protectorio
consagrado con todos sus matices en el artículo 14 bis, pero en el artículo 75, inciso 9), se delega en el
legislador proveer lo conducente al desarrollo humano, al progreso económico con justicia social, a la
productividad de la economía nacional y a la generación de empleo entre otras materias y el mismo artículo
en su inciso 22) establece que los tratados y concordatos tienen jerarquía superior a las leyes,
comprendiendo -como lo ha establecido doctrina que comparto-, los convenios de la Organización
Internacional del Trabajo y ha incorporado declaraciones, convenciones y pactos que en distintos puntos se
refieren a la promoción de los trabajadores en sentido extensivo. Y en el inciso 23) del artículo 75 se
contempla "legislar y promover medidas de acción positiva que garanticen la igualdad real de oportunidades
y de trato y el pleno goce y ejercicio de los derechos reconocidos por esta Constitución y por los tratados
internacionales vigentes sobre derechos humanos ... lo que significa que la legislación constitucional
acompaña al negocio jurídico que origina el contrato de trabajo dando forma objetiva a la intencionalidad de
las partes".
En la ley de contrato de trabajo no se contempla la posibilidad de una reducción de beneficios y la doctrina
más generalizada admite la irrenunciabilidad de las normas contractuales entre las cuales encontramos,
como lo he señalado en términos destacados, los que dan contenido al negocio (salario, trabajo, clase de
trabajo y tiempo comprometido, localización de las prestaciones) porque se contrata para trabajar un cierto
número de horas por una remuneración y un trabajo en un lugar determinado y esto no puede ser
modificado por un convenio colectivo posterior a la formación del negocio.
En definitiva, considero que hay que tener en cuenta los derechos del trabajador, propios del contrato que
en su momento celebró con el principal y los que eventualmente incorporó con posterioridad. En este caso
debo replantear la posición del intérprete frente al contrato, ya que la celebración puede o no implicar la
incorporación de las normas de un convenio colectivo o de disposiciones legales. Pero si ellas se incorporan
aunque sea como puntos de referencia, configuran derechos adquiridos. Lo que ocurre es que la
incorporación no se produce de pleno derecho. En todo existe un contrato con cláusulas explícitas o
implícitas por el cual se convienen los temas fundamentales del contrato como la categoría profesional, el
salario, la duración de la prestación o el régimen de descansos, eventualmente tomadas de fuentes
heterónomas, pero que no por eso dejan de formar parte de la negociación. El orden público laboral está
diseñado para la mejora de los derechos del trabajador. Y no se lo puede invocar para perjudicar condiciones
contractuales más beneficiosas, pues esto significaría interpretar desviadamente la finalidad de las normas
que lo constituyen.
Insisto en que no puede verse en el contrato de trabajo otra cosa que una forma de negociar, más allá de
que la ley o el convenio, para hacer operativo el principio protectorio, establezcan ese piso mínimo que las
partes deben respetar. Pero dicha relativa autonomía no le quita al acuerdo el carácter propio de un
contrato. Debe recordarse que el derecho es un todo, y que el artículo 62 de la ley de contrato de trabajo se
conjuga con el 1197 del Código Civil en cuanto este último dice que las convenciones en los contratos

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forman para las partes una regla a la cual deben someterse como a la ley misma. Y solamente pueden ser
revocadas las cláusulas contractuales por mutuo consentimiento (art. 1200, CC), con las limitaciones que
pueden resultar de la aplicación del artículo 954 del mismo Código y de los demás preceptos que defienden
"al más débil".
En mi opinión, por tanto, debe replantearse con otros alcances la discusión doctrinaria que se dio en la
década del 60 y de la que fue protagonista el doctor Nápoli en la Suprema Corte de la Provincia de Buenos
Aires al afirmar la incorporación de las normas del contrato colectivo al contrato individual.
En definitiva, lo que se pacta en materia de salarios, de extensión y localización de la prestación y de
categoría (trabajos comprometidos) constituye el núcleo del acuerdo al que arribaron las partes y del que no
cabe apartamiento. Estos aspectos son inmodificables en perjuicio porque así lo impone el acuerdo de
voluntades inicial, explícito o implícito, como lo puntualiza el artículo 62 de la ley de contrato de trabajo
cuando establece que las partes están obligadas activa y pasivamente, no sólo a lo que resulta
expresamente de los términos del contrato sino también a todos aquellos comportamientos que sean
consecuencia del mismo, resulten de esta ley, de los estatutos profesionales o de convenciones colectivas de
trabajo, apreciados con criterio de colaboración y solidaridad. Y me parece que este replanteo del contenido
del contrato explícito o implícito debe realizarse de acuerdo con los principios de interpretación que establece
esta norma y otras como el artículo 65 que, al acotar las facultades de dirección del empleador, señala que
deben ejercitarse con carácter funcional, atendiendo a los fines de la empresa, a las exigencias de la
producción, sin perjuicio de la preservación y mejora de los derecho personales y patrimoniales del
trabajador. Es decir, que la ley no contempla en el contrato individual la aplicación de cláusulas peyorativas
respecto de la contratación inicial. Por lo demás, ha habido un cambio evidente de orientación legislativa en
el sentido de reconocer la subsistencia de la condición más beneficiosa, que tuvo una manifestación inicial en
la ley 18204 de 1969 al unificar la jornada de trabajo en todo el país y eliminar la semana laboral de 44
horas vigente en varias Provincias, reconoció en sus disposiciones transitorias las situaciones existentes, con
lo que evitó discusiones acerca del derecho de los trabajadores en funciones al tiempo de su sanción, a
mantener los niveles remuneratorios anteriores, pese a la sustitución de las leyes locales. En el mensaje de
esa ley se dijo que las modalidades aludidas (jornada de 44 horas) se encontraban incorporadas en los
respectivos contratos de trabajo. La ley 24467, que estableció para las pequeñas empresas normas
excepcionales como las relativas al cómputo del preaviso (art. 95, ley cit.), dispuso que esto se aplicaba sólo
a los trabajadores que hubieran ingresado después de la vigencia de la ley. Y la ley 25013 contiene un
Capítulo -el segundo- cuyas disposiciones serán de aplicación a los contratos de trabajo que se celebren a
partir de su vigencia, que contiene materias tan importantes para las relaciones laborales como lo relativo a
la disolución del contrato, al tiempo del preaviso, a una nueva indemnización por antigüedad o despido, al
despido indirecto, a la falta de pago en término del despido incausado, al supuesto de extinción por fuerza
mayor, falta o disminución de trabajo y la indemnización respectiva, así como lo relativo al despido
discriminatorio. De este modo los trabajadores ingresados hasta el 2 de agosto de 1998 tendrán un régimen
diferente y más protectorio de los que ingresen después. Esta dicotomía puede originar situaciones de fraude
y, en cuanto a los trabajadores, las consecuencias pueden ser nocivas porque resultarán divididos en dos
categorías con diferentes expectativas, quebrándose la solidaridad de grupo.
La tesis que expongo se vincula asimismo al principio de irrenunciabilidad, pues es nula de nulidad absoluta
una novación en virtud de la cual al dependiente se le rebaja la categoría y el salario sin obtener ventaja y/o
beneficio alguno. Se trataría de un acuerdo novatorio en perjuicio que viola las prohibiciones impuestas por
el artículo 66 de la ley de contrato de trabajo, que tiene carácter imperativo. De ahí que si para las partes
del contrato se fulmina con la nulidad las alteraciones prohibidas por la ley, con mayor motivo serán
igualmente nulas de nulidad absoluta las cláusulas del convenio colectivo que intenten modificar un orden de
relaciones que la ley protege tan estrictamente.
El régimen laboral para las pequeñas empresas deja librada a la disponibilidad colectiva instituciones
fundamentales del derecho del trabajo como las vacaciones y la extinción del contrato. Y además pretende,
para los casos de mantenimiento y regulación de empleo producido por reestructuración, por razones
tecnológicas o de mercado, diferir al convenio colectivo la modificación de determinadas regulaciones
colectivas o estatutarias aplicables.
De acuerdo con la tesis que he expuesto más arriba, toda reforma peyorativa de aspectos esenciales del
contrato solamente sería aplicable a los trabajadores ingresados después de la vigencia de la ley 24467
(8/6/1995). Pero además, parece irrazonable la posibilidad de que tanto las vacaciones como la extinción del
contrato queden libradas a la disponibilidad colectiva, y recuerdo que por disponibilidad colectiva se entiende
la delegación por la ley del tratamiento de ciertas materias a lo que dispongan los convenios colectivos de
trabajo. En este aspecto, la voluntad de las partes no puede derogar disposiciones de ley con garantía
constitucional por lo que, en mi opinión, las cláusulas que se pacten por debajo de los mínimos de la ley de
contrato de trabajo podrán ser tachadas de inconstitucionalidad.
En la materia, el artículo 12 de la ley de contrato de trabajo, en su interpretación más restrictiva acorde con
la literalidad del texto, precisa que "será nula y sin valor toda convención de partes que suprima o reduzca
los derechos previstos en esta ley, los estatutos profesionales o las convenciones colectivas, ya sea al tiempo
de su celebración o de su ejecución o del ejercicio de derecho provenientes de su extinción". La regla de
irrenunciabilidad es el aspecto más importante del principio protectorio de rango constitucional, y agrego que
el artículo 66 de la ley de contrato de trabajo implícitamente niega al convenio colectivo la posibilidad de
modificar la ley en perjuicio; y lo mismo puede interpretarse del artículo 7º de la ley 14250, reglamentaria

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del derecho de los gremios, constitucionalmente reconocido, de celebrar negociaciones colectivas. En
definitiva, estamos ante una ley especial que no puede derogar los principios del derecho del trabajador
reconocidos por la ley general y constitucionalmente garantizados.
CONCLUSIONES
En síntesis -en mi opinión-: a) la ley tiene eficacia derogal genérica; b) el convenio colectivo sustituye a la
ley anterior menos beneficiosa; sucede a otro convenio colectivo, aun cuando éste fuere más beneficioso,
pero las cláusulas en perjuicio se aplican a los trabajadores que ingresan después de celebrado el convenio;
y deja subsistentes los mejores derechos contractuales adquiridos; c) el convenio colectivo de empresa
homologado prevalece sobre el convenio general de actividad y d) el contrato individual reemplaza al
convenio colectivo si establece mejores derechos y sus cláusulas son substituidas por las del convenio
colectivo o por las de la ley si éstas favorecen al trabajador.
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[1:] Barbero: "Derecho privado" - De. Ejea - 1967


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[2:] Barbero: Ob. cit. en nota 1 - pág. 435 

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