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En el capitulo 5. Lauria, hace enfasis a la politica campesina, las revueltas y la formacion del
estado, en estos procesos politicos tubieron participacion los campesinos y artesanos que lucharon
por alcanzar cuotas de poder e influyeron en la formacion del estado nacional salvadoreño en 1830
muchas comunidades se sublevaron para protestar por el cobro de los impuestos, lo que los
enrredo en pugnas politicas mayores o indefensas del estado frente a diversas invasiones, durante
1832, se originaron varios levantamientos en los estados federales de El Salvador y Guatemala
dieron inicios a una serie de revueltas populares y generando inestabilidad politica que duro medio
siglo estas movilizaciones comenzaron cuando Mariano Prado jiefe de estado intento poner en
vigencia una serie de leyes limitaban de capacitacion y obras publicas y otras que limitaban la
tenencia comunitaria de la tierra en este mismo año el gobierno habia establecido una capacitacion
de 8 reales, argumentando que la independencia habia arruinado a la clase empresarial y que el
costo de la administracion del estado deberian ser compartidos por todos asi mismo el gobierno
habia ordenado que todo los hombres adultos deberin contribuir con dos dias de trabajjo al año en
obras publicas, la oposicion a todas estas medidas comenzo obras publicas, la oposicion a todas
estas medidas comenzo en San Salvador propagandose por todo el estado Salvadoreño luego un
grupo de indigenas de Izalco se sublevaron y atacaron la ciudad de Sonsonate, luego continuaron
otros disturbios en varios puntos del pais; Zacatecoluca, Santiago Nonualco, San Vicente,
Cojutepeque y San Miguel, en el centro de estas conspiraciones se encontraban las comunidades
de indigenas de San Salvador y Tenancingo todos en Alianza, estos se movilizaron en milicios de
500-700 hombres encabezados por indigenas que ocupaban diferentes puestos a nivel municipal y
estatal de estos apoyados por Espinoiza durante el siglo las comunidades indigenas buscaron
aliados que les permitieron proteger los recursos locales y su autonomia politica, las comunidades
indigenas de El Salvador fueron mas alla de sus demandas politicas exigiendo nuevas formas de
autonomia (lauria pag 171-183).
Aldo Lauria pone de relieve el papel de los indígenas y campesinos en la formación del Estado
salvadoreño por medio de las alianzas con caudillos en aras de defender la soberanía local o
defender sus tierras. Para tal efecto, el autor pone el caso del papel de los indígenas de
Cojutepeque en la segunda mitad del siglo XIX. Estarían presentes para las protestas y
derrocamientos de presidentes y sería su contribución a la política. Es decir, en este punto Aldo
Lauria rechaza la visión elitista de la historia política del siglo XIX y pone como otros actores
políticos importantes a las facciones indígenas. Los cojutepeques participaron en las guerras
contra Honduras y Guatemala, estuvieron presentes en la guerra contra William Walker y también
rechazaban a presidentes de cualquier signo ideológico (liberal o conservador), dando a entender
así una cierta autonomía en sus luchas y no siendo sólo utilizados. En definitiva, el capítulo 5
demuestra que el desarrollo político que implicó la formación del Estado no hubiera sido posible sin
las alianzas de personajes de élite con las facciones indígenas y campesinas del país, siendo los
más importantes: Cojutepeque, Santa Ana, Santiago Nonualco. Que los sectores sociales
subalternos buscaron hacer estas alianzas con la élite para defenderse del poder político central,
es decir, conseguir concesiones a su estilo de vida: soberanía política local (que muchas veces
estaba cruzada con conflictos étnicos), por la defensa de tierras comunales y ejidales, por
defenderse del reclutamiento para el ejército o para rechazar postulados anti-clericales.
En el capítulo 5, Aldo Laura intenta refutar la conocida tesis del monopolio de la tierra en manos de
una oligarquía cafetalera como la causante de la crisis política-militar de la década de 1980.
Empieza por mostrar que en realidad la producción del café nunca desfalcó a otros productos ya
establecidos en la agricultura nacional; que la extensión de la tierra utilizada para el café nunca fue
tan significativo durante el siglo XIX como para afectar a la agricultura de alimentos; que no se trató
de un despojo de tierras, es decir, en rechazo de la tesis de la expropiación rápida de los indígenas
y campesinos sino de un proceso muy dilatado que todavía tomaría las primeras décadas del siglo
XX; que la mayor producción de café no estaba en las grandes haciendas sino en la suma de los
pequeños productores; que esto produjo una escasez de mano de obra debido a que muchos se
volvieron pequeños propietarios con la privatización de las tierras comunales.
Entonces, se pregunta el autor, ¿de dónde obtuvo tanto poder una élite relativamente pequeña y
en cómo es que afectó al resto del país? y pone de manifiesto que la gran clave no está tanto en el
supuesto monopolio de la tenencia de la tierra como en el procesamiento del café, pues los
beneficios modernos estaban en posesión de muy pocas manos, y en el comercio de este por
medio de las exportaciones (aquí viene a juego la tradición de la habilitación y el uso del crédito al
pequeño productor). Y que derivado de esa ventaja económica entonces tendrían el capital
suficiente para invertir en otros rubros de la economía nacional. Por tanto, a inicios del siglo XX se
ve con mayor claridad a unas familias cafetaleras bien consolidadas y que constituirían también la
base del naciente capital financiero.