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Hora santa en la solemnidad de la Asunción de María

LA GLORIA DE LA FE
“La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven”
(Hb. 11,1)
El verdadero cristiano es el que cree que Cristo está vivo hoy en el Santísimo
Sacramento, donde permanece amándonos y llamándonos para que vayamos a
Él.
 Si nuestra fe en la Eucaristía es débil, sólo tenemos que decirle:
“Creo, ayuda a mi poca fe” (Mc. 9,24).
Con estas palabras Jesús te llama a ti dichoso por tu fe en la Eucaristía.
¡Esta es la gloria de la fe! Creemos en Su presencia real, creemos en la
transubstanciación, no porque lo vemos o entendemos cómo ocurre, sino por
nuestra FE EN JESÚS.
 Si pudiésemos ver a Jesús, todo el mundo querría estar con Él, pero oculta su
gloria y su belleza en el Santísimo Sacramento porque quiere que vengamos a Él
por la fe PARA QUE LO AMEMOS POR SÍ MISMO.
Jesús recompensa la fe de todos los que vienen a Él y hace brillar sobre cada
persona Su gloria oculta bañando a cada uno con Su belleza; para que en cada
momento pasado ante Su presencia eucarística en la tierra, cada alma sea más
gloriosa y más bella para el cielo.
Juan Bautista dio testimonio de Jesús en el Jordán y proclamó “He ahí el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn. 1, 29).

Nosotros también damos testimonio de nuestra fe con cada hora santa que
hacemos y proclamamos a todo el mundo: “He ahí el Cordero de Dios” (Jn. 1, 29).
“Digno es el Cordero... de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el
honor, la gloria y la alabanza” (Ap. 5,12)

Oración
Jesús, aumenta nuestra fe en Tu presencia real en el Santísimo Sacramento que
es el misterio de nuestra fe; para que, como los discípulos que te reconocieron
“en la fracción del pan” (Lc. 24, 35) lleguemos a conocerte en la Eucaristía de
manera íntima y personal.
Danos una fe viva y profunda, que crezca hasta ser para nosotros “la garantía de
lo que se espera, la prueba de las realidades que no se ven” (Hb. 11,1), y nos
hagas capaces de conocer la dulzura de tu amor, “que excede a todo
conocimiento” (Ef. 3, 19).
Te rogamos, por medio del Corazón Inmaculado de María, que ayudes a nuestra
parroquia, y a todas las demás parroquias del mundo a ser comunidades de fe
para que respondan a Tu deseo de ser amado día y noche en el Santísimo
Sacramento, donde Tú nos llamas a orar “constantemente” (1 Ts. 5, 17), porque
aquí es donde vives Tú, Nuestro Salvador, ayudándonos a profundizar nuestra
unión contigo, hasta que nuestra oración sincera sea: “LO ÚNICO QUE QUIERO
ES CONOCER A CRISTO JESÚS” (Flp. 3, 10).

CANTO

LA GLORIA DE LA ESPERANZA


“A los que esperan en Yahveh Él les renovará el vigor, y subirán con alas como
águilas” (Is. 40, 31).
La Eucaristía es el sacramento de la esperanza porque Jesús nos aseguró, antes
de ascender al cielo que volvería a nosotros.  “No os dejaré huérfanos, volveré a
vosotros” (Jn. 14, 18).
La Sagrada Eucaristía es el medio que escogió para volver y permanecer con
nosotros para siempre. La Eucaristía es el cumplimiento de Su promesa:
“Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt.
28, 20).
La prueba absoluta de Su amor infinito e inalterable por nosotros, es la presencia
real, verdadera y sustancial de nuestro Señor en la sagrada Eucaristía. Su amor
eucarístico es personal, infinito, y total.
Jesús en el Santísimo Sacramento es el Buen Pastor que nos reúne y nos acerca
a Su Corazón como lo hizo con san Juan en la última cena. “A sus ovejas las
llama una por una por su nombre” (Jn. 10, 3), y dice “nadie las arrebatará de mi
mano” (Jn. 10, 28).
También nos dice: “Yo soy la puerta: si uno entra por mi estará a salvo; entrará y
saldrá, y encontrará pasto” (Jn 10, 9).
Durante la hora santa que pasamos ante Su presencia eucarística, Jesús “nos
guía a los manantiales de las aguas de la vida” (Ap. 7, 17) de Su gracia y Su paz.
Aquí Él nos fortalece, aumenta nuestras virtudes, nos conforta en nuestras
aflicciones y nos alienta en todos nuestros contratiempos.
Jesús está siempre con nosotros, para ayudarnos constantemente en nuestras
necesidades. “Si Dios está con nosotros ¿quién contra nosotros? El que no
perdonó ni a Su propio Hijo.... ¿cómo no nos dará con Él graciosamente todas las
cosas?” (Rm. 8, 31-31).
 En la Eucaristía, Jesús nos recuerda constantemente “con amor eterno te he
amado” (Jr. 31, 3) y Su amor nunca nos dejará. Su presencia constante es prueba
de que somos suyos y Él es nuestro.
San Agustín dijo: “nuestros corazones fueron hechos para Dios, y estarán
inquietos hasta que descansen en Él”.
Recuerda que Jesús te busca con mucho más interés que el que tú tienes por Él.
Jesús reveló que Su Corazón eucarístico es más resplandeciente que un millón
de soles. Durante nuestra hora santa recibimos energía divina del Hijo de Dios,
empapándonos con los rayos de Su amor eucarístico, y “renovamos el espíritu de
nuestra mente” (Ef. 4, 23), aprendiendo a pensar, no con pensamientos de
hombres, sino con pensamientos de Dios.
La Eucaristía es Jesús, nuestra sabiduría, “la luz del mundo” (Jn. 8, 12) que disipa
nuestras tinieblas ayudándonos a ver las cosas como Dios las ve.
En este tiempo precioso que pasamos con Él en el silencio adquirimos una
espiritualidad duradera que nos hace crecer a la luz de Su amor eucarístico,
durante cada minuto que estamos en Su divina presencia.
 María es la perfecta adoradora de la sagrada humanidad de Jesús en la
Eucaristía: Su cuerpo, sangre, alma, y divinidad. Después de que nuestro Señor
ascendió al cielo María pasó el resto de su vida ante Jesús en la Eucaristía,
donde podía disfrutar de Él más que durante su vida en la tierra; porque en la
Eucaristía lo tenía todo para sí misma y ya no había límite en el grado de
intimidad y unión divina que compartía con Él.
Al darse a nosotros, Jesús nos DA ESPERANZA FIRME REAFIRMANDO QUE
NOS AMARÁ SIEMPRE POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS. Su amor eterno y
Su benevolencia constante hacia nosotros no cambiarán nunca, no importa lo que
pensemos, digamos o hagamos.
 
Oración
Jesús, haz que nuestra esperanza crezca y esté centrada en Tu amor eucarístico.
Te suplicamos, por medio de María, que des esperanza a toda la humanidad.
TE OFRECEMOS LAS MUCHAS HORAS QUE MARÍA PASÓ EN TU
PRESENCIA EUCARÍSTICA, DURANTE SU VIDA EN LA TIERRA, PARA QUE
PODAMOS DARTE, EN NUESTRA HORA SANTA, TODA LA GLORIA QUE
ELLA TE DIO. Nos unimos a la perfecta adoración de María que encontró su
descanso, su paz, su alegría y su realización en Tu presencia eucarística que es
nuestro cielo en la tierra. Así sea.

CANTO

 LA GLORIA DEL AMOR Y LA RENOVACIÓN


“He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
encendido!” (Lc. 12, 49).
Cuando el Espíritu Santo descendió como lenguas de fuego sobre los apóstoles,
ellos estaban reunidos en oración alrededor de María, tal como nosotros estamos
ahora. Era el mismo fuego de amor divino que inflama el Corazón de Jesús en la
Eucaristía, “donde el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones” (Rm.
5,5). La Sagrada Eucaristía es ‘la nueva y eterna Alianza’, ‘el sacramento de
unidad’, ‘el lazo de amor’ entre Dios y el hombre.
Tal como el sol es fuente de toda energía, luz y calor, el Corazón eucarístico de
Jesús es LA FUENTE DE TODO AMOR. En la Eucaristía, Jesús nos hace
capaces de ‘amarnos los unos  a los otros como Él nos ha amado’ (cf. Jn. 13, 34).
 En la Sagrada Eucaristía le entregamos a Jesús nuestro corazón, para que, con
el fuego de Su divino amor lo haga como el Suyo, revistiéndolo “de bondad,
humildad, entrañas de misericordia, mansedumbre y paciencia” (Col. 3, 12).
Jesús vive en nosotros cuando nuestro corazón está lleno de Su amor, de las
virtudes de Su Corazón eucarístico y las irradiamos a los demás.
“En esto conocerán todos que sois discípulos míos; si os tenéis amor los unos a
los otros” (Jn. 13, 35).
 En la Eucaristía, Jesús “nos consuela en toda  nuestra tribulación, para poder
consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que
nosotros somos consolados por Dios” (2 Co. 1, 4).
Cada acto de bondad que hacemos o recibimos es realmente Jesús amándonos a
través de otras personas, o Jesús amando a otras personas por medio de
nosotros. Lo que hagamos por uno de nuestros hermanos, Jesús lo cuenta como
si lo hubiéramos hecho por Él.
Él cambia nuestro “corazón de piedra” (Ez. 11, 19), por el Suyo propio ‘de carne’,
para que podamos amar a Dios en todas las cosas y sobre todas las cosas. A
través de Su amor eucarístico Jesús nos transforma en Sí mismo.
Jesús reveló que Su corazón es como un ‘océano infinito’ (Sta. Margarita María)
de amor y misericordia. En la Eucaristía bebemos del agua viva de Su Espíritu
Santo. Jesús clama: “Si alguno tiene sed, venga a Mí” (Jn. 7, 37).

La parábola del Hijo Pródigo ilustra el divino entusiasmo y la sed que Jesús tiene
de ti, no sólo en el sacramento de la reconciliación, sino también en la Eucaristía.
Jesús te espera con el mismo divino entusiasmo que hizo que el padre abrazara a
su hijo pródigo con alegría. El profundo amor que te tiene en la Eucaristía hace
que se quede aquí para siempre COMO PRUEBA VIVA DE QUE ERES
INFINITAMENTE IMPORTANTE PARA ÉL.
 María es el modelo de los que se dejan renovar y nos conduce a un matrimonio
espiritual con Jesús, el divino Amado, Autor de maravillas, Padre de los pobres,
nuestro divino Salvador que en este Santísimo Sacramento es el Esposo de
nuestra alma.
 Oración
 Corazón eucarístico de Jesús, hoguera ardiente de caridad divina, inflama mi
corazón de amor perfecto por Ti.
Déjame entregarte todo lo impuro y malo que hay en mí y dame a cambio Tu
pureza y Tu hermosura.
¡Oh Jesús! hazme santo. Haz mi corazón tan semejante al tuyo para que Tu amor
brille a través de mí, como la luz a través de un cristal y mis hermanos puedan
verte en mí. Que yo sea como una Custodia para mostrarte al mundo. Por medio
de María, la esposa del Espíritu Santo, hoy te pedimos un nuevo Pentecostés
para que envíes Tu Espíritu a todo el mundo. Que el fuego de Tu amor divino,
como los rayos del sol que brillan sobre todos, toque, bendiga, ayude y cure al
mundo entero. Que el Espíritu Santo que fluye de Tu Corazón eucarístico VENGA
A CADA UNO DE NOSOTROS Y RENUEVE LA FAZ DE LA TIERRA para que
haya “un solo rebaño y un solo pastor” (Jn. 10, 16.)

 CANTO

 LA GLORIA DE LA UNIÓN CON DIOS

“Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean
uno en nosotros” (Jn. 17, 21).
 María es subida al cielo y su Corazón se hace uno para siempre con el de Jesús.
Estos dos Corazones laten al unísono. Donde está Jesús está también María y
por eso la llamamos Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
 El Corazón de María es la puerta por la QUE NOS CONDUCE DIRECTAMENTE
A JESÚS. Ella es el camino de entrada a Su Sagrado Corazón. Cada ‘Avemaría’
que rezamos abre nuestro corazón al amor de nuestro Señor y nos UNE MÁS
ÍNTIMAMENTE AL CORAZÓN EUCARÍSTICO DE JESÚS.
 Nuestro grado de unión con Él en la tierra determina para siempre el grado de
gloria que compartiremos con Él en el cielo, donde seremos semejantes a Cristo
resucitado, con un cuerpo nuevo, transformado a Su imagen y semejanza y
brillaremos con Su mima gloria.
La Eucaristía es la gloria misma de Jesús, a punto de ser revelada. Aún cuando
no nos demos cuenta de ellos, Él nos transfigura con su gloria cada vez que lo
recibimos en la Comunión y cuando lo visitamos en el Santísimo Sacramento.
“Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo
la gloria del señor, nos vamos transformando en esa misma imagen, cada vez
más gloriosos” (2 Co. 3, 18.
 La Eucaristía es un anticipo de la fiesta de bodas del cielo, una boda de amor
divino que no terminará nunca, en la que amaremos a Dios y nos amaremos unos
a otros CON EL AMOR PERFECTO DE DIOS. ¡ESTA ES LA GLORIA DE LA
UNIÓN CON DIOS!
 Cuanto más amas a alguien más deseas estar con esa persona; Jesús nos ama
tanto que nunca quiere dejarnos.
Jesús se queda siempre con nosotros en la Eucaristía como señal de que Su
amor es eterno, de que no se acabará nunca. Él instituyó la Sagrada
Eucaristía por Su infinito anhelo de ser uno con nosotros por toda la eternidad.
 Si supiéramos cuánto nos ama Jesús en la Eucaristía, nos moriríamos de
felicidad. Él se entrega enteramente por amor a nosotros.
Si supiéramos cuánto deleite le causa nuestra hora santa, no querríamos irnos
nunca de Su presencia eucarística.
Jesús te está tan agradecido por tu visita, que por tu hora santa cada persona del
mundo es bendecida con un nuevo efecto de Su bondad, Su gracia y Su
misericordia. Tú conmueves Su Corazón por tu fe al hacer que todo el mundo se
acerque a Dios, porque la Eucaristía es el sacramento del amor y de la unidad y
una persona que está ante la presencia de Jesús está representando a todo el
mundo.
Aquí Jesús nos acerca a Él y nos separa de las cosas de la tierra para que
podamos anhelar las cosas del cielo, donde estaremos todos unidos en el seno
de la Santísima Trinidad, y seremos hechos uno solo para siempre en los
Sagrados Corazones de Jesús y María.

 Oración
Jesús, te ofrecemos el amor de María, para compensar lo que les falta a nuestros
corazones y poder amarte en el Santísimo Sacramento con el amor perfecto de
su Inmaculado Corazón.
ASÍ ES COMO EMPIEZA NUESTRO CIELO EN LA TIERRA: AMÁNDOTE CON
EL CORAZÓN DE MARÍA. Por medio de María puedo decir:
‘Jesús, te amo con todo mi corazón’; y hacer una comunión espiritual sabiendo
que Tú dijiste:
“Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará y vendremos a él, y
haremos morada en él” (Jn. 14, 23).
Señor Jesús, haz que profundicemos nuestra relación personal contigo. Ayúdanos
a que seamos constantes con esta comunión en la tierra, para que sea el anticipo
de nuestra comunión contigo por siempre en el cielo. Jesús, te pedimos por los
infinitos méritos de Tu Sagrado Corazón y por los méritos del Inmaculado
Corazón de María, que todos seamos UNO contigo en el  Santísimo Sacramento.

CANTO

 LA GLORIA DE LA HUMILDAD Y LA VICTORIA FINAL


“Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él,
tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día” (Jn. 6, 40).
 María es elevada a lo más alto de la gloria porque aceptó que Dios la llevase a lo
más profundo de la humildad.
“Pues el que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado” (Mt.
23, 12).
 María reconoció que sin Dios ella no era nada, para que Dios fuese
absolutamente todo para ella. Junto con María adoramos humildemente a Jesús
en el Santísimo Sacramento reconociendo nuestra absoluta dependencia de Él.
Cada hora santa profundiza nuestra unión con Él, y nos hace capaces de dar
mucho fruto.
Tu hora santa de hoy significa aún más para Él, y será recordada en el cielo, para
gloria de Dios, a través de toda la eternidad.
 “Maestro, bueno es estarnos aquí” (Lc. 9, 33).
Ser llamados a estar aquí hoy, acompañando a Jesús, es un privilegio tan grande
como el que tuvieron Pedro, Juan y Santiago cuando Jesús los llamó a estar con
Él en el monte Tabor. Ellos fueron testigos de la gloria de Su transfiguración;
nosotros somos testigos de Su divino amor y Su humildad, cuando nos llama a
vivir en la gracia del momento presente. Nuestro Señor llama a toda Su Iglesia a
la oración y a la contemplación: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por
muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido
la parte buena, que no le será quitada.” (Lc. 10, 41-42).
 LA SAGRADA EUCARISTÍA ES UN ANTICIPO DE SU REINO EN LA TIERRA.
“Esta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos” (Ap.
21,3).
“Si nos mantenemos firmes, también reinaremos con Él” (2 Tm. 2, 12).
Jesús en el Santísimo Sacramento es el Cordero Victorioso, el ‘Alfa y la Omega’,
el ‘Señor de señores’ y ‘Rey de reyes’.
“¿Quién no temerá, Señor, y no glorificará Tu nombre? Porque sólo Tú eres
Santo, y todas las naciones vendrán y se postrarán ante ti” (Ap. 15, 4).
 Cada vez que contemplamos a Jesús en el Santísimo Sacramento, Él nos eleva
a una mayor intimidad consigo mismo, abre las compuertas de Su amor
misericordioso para el mundo entero, y nos acerca más al día de Su victoria final,
en el que “Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en
los abismos y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SEÑOR para gloria de
Dios Padre” (Flp. 2, 10-11).  “Pero el Reino de Dios ya está entre vosotros” (Lc.
17, 21b).
Al venir a nosotros en la Eucaristía, Jesús nos da la seguridad del cumplimiento
de Su promesa de la victoria final: “MIRA QUE HAGO UN MUNDO NUEVO” (Ap.
21,5).

Oración
Señor Jesús, por medio de María te entregamos con humildad nuestros
corazones para que nos ayudes a vivir todo el evangelio, en toda nuestra vida,
correspondiendo al don de la Eucaristía en la que nos das Tu Corazón.
Este sacramento contiene todo lo que eres y todo lo que tienes, “la entera riqueza
espiritual de la Iglesia” (Vaticano II), “una medida buena, apretada, remecida y
rebosante”. Te pedimos con confianza por EL TRIUNFO DEL INMACULADO
CORAZÓN DE MARÍA Y EL REINO DE TU SAGRADO CORAZÓN en cada
corazón humano para que “DIOS SEA TODO EN TODO” (1 Co. 15, 28).

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