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MODERACIÓN Y TRADUCCIÓN

Lvic15
CORRECTORA

Neera
DISEÑO

Daniela Herondale

CORRECTORA Y LECTURA FINAL

Jessibel
SINOPSIS 1 CAPÍTULO 15 110

CAPÍTULO 1 2 CAPÍTULO 16 118

CAPÍTULO 2 8 CAPÍTULO 17 126

CAPÍTULO 3 15 CAPÍTULO 18 137

CAPÍTULO 4 23 CAPÍTULO 19 143

CAPÍTULO 5 32 CAPÍTULO 20 150

CAPÍTULO 6 39 CAPÍTULO 21 157

CAPÍTULO 7 46 CAPÍTULO 22 166

CAPÍTULO 8 53 CAPÍTULO 23 173

CAPÍTULO 9 60 CAPÍTULO 24 178

CAPÍTULO 10 68 CAPÍTULO 25 185

CAPÍTULO 11 76 EPÍLOGO 192

CAPÍTULO 12 82 SOBRE LA AUTORA 196

CAPÍTULO 13 89

CAPÍTULO 14 99
L
a apuesta era simple.
Extraes un nombre del sombrero.
Esa es la chica que tienes que seducir.
No era difícil para mi hacer, de hecho fue algo que hice todo el tiempo.
Era conocido por romper corazones. El sexo solo fue eso, sexo. Y no me tomó
demasiado para tener a una mujer sobre su espalda.
Y entonces, extraje su nombre: Jules Peterson.
Mi antigua mejor amiga. Mi primer beso. Ella rompió mi corazón en
un millón de pedazos hace tres años. Ella precisamente me dejó cuando más
la necesité.
Y como quien fuera cosa del destino, ella entró a mi vida una vez más,
casi en el momento perfecto.
Ella era un traslado, carne fresca y puso un objetivo en su espalda.
Era mi turno hacerle pagar. Era mi turno para romper su corazón.
Sostener ese odio, ese furor, ese maldito corazón roto, hizo algo en ti.
Te rompe y me rompió, me corrompió, como lo hice con Jules.
Ella solía ser mi todo, pero ahora no es más que La Apuesta.
L
amo mis labios, la rubia de pechos grandes sentada a mi lado pone
mi miembro duro como una roca. Sé que debería concentrarme en
la mierda que el profesor está diciendo, pero no me importa. Sólo
puedo pensar en las cosas que hará con sus labios y su lengua en una hora.
Un fuerte chirrido llena la habitación interrumpiendo al señor
Johnson, y momentáneamente me saca de mis pensamientos sobre Layla, o
tal vez es Lacey, no lo recuerdo. Miro hacia la chica de al lado y hacia la
puerta.
Quienquiera que sea, estará en problemas. En la universidad, a los
profesores no les importa si llegas tarde o no apareces, así que no estoy
seguro de por qué el señor Johnson hace un espectáculo con los que llegan
tarde, aun así, estoy seguro que va a empezar a quejarse en un segundo.
Todo mi mundo gira sobre su eje cuando veo a la persona que entra
en la habitación. Grandes ojos azules, labios suaves y rosados, y largos rizos
rubios, tal como los recuerdo.
Jules.
Mi corazón comienza a latir fuera de mi pecho con sólo una mirada.
De ninguna manera. Debo estar soñando, drogado o borracho, o las tres
cosas combinadas, porque no hay una maldita manera de que ella esté
realmente aquí, mucho menos en esta clase.
No la he visto en tres años.
Tres. Malditos. Años.
Su recuerdo es como un hierro candente en mi piel. El día en que se
fue, fue el día en que perdí un pedazo de quien era... un pedazo que tiré
sobre mi hombro y que nunca me molesté en encontrar de nuevo. Aprieto
los dientes y mi mandíbula se flexiona con la presión.
El señor Johnson se da la vuelta, con el dedo ya levantado como si
estuviera a punto de gruñirle, pero cuando ve al dulce ángel de pie en medio
de la habitación, su cara cambia, transformándose en otra cosa. Ni siquiera
él se atreve a gritarle a esta dulce criatura.
Dulce criatura. Casi resoplo. Esta chica, bueno, claramente una mujer
ahora, dadas las curvas que esconde y los vaqueros ajustados que muestran
su completo trasero me rompieron.
—Lo siento. No quise interrumpir. Me costó mucho encontrar la clase
—susurra, con su voz de cantante llenando la habitación.
Bate sus largas pestañas inocentemente y todo lo que él hace es
aclararse la garganta y hacer un movimiento para que ella se siente.
La mayoría de los imbéciles en esta sala probablemente piensan que
está actuando, haciendo el acto inocente, la mujer que no puede hacer nada
malo, pero yo sé más. Todo en ella es dulce y gentil. No le haría daño a una
mosca. Nunca vio nada como una molestia, ni siquiera a mí.
Jules siempre ha sido la persona más dulce que conozco... hasta el
día en que me arrancó el corazón del pecho y se fue, llevándose los pedazos
destrozados con ella. Su dulzura se volvió agria el día en que se mudó, y
todo porque quería complacer a su padre. Ni siquiera peleó. No luchó por
nosotros, por nuestra amistad, por la oportunidad de un amor.
Se fue... se fue cuando la necesitaba más que nada, más que el aire,
más que la vida. Perderla fue como perder un pedazo de mi alma, me mató,
pero sobreviví. Me reconstruí y me convertí en el hombre que soy hoy.
—Disculpe —susurra, caminando por el pasillo central acercándose
cada vez más a mí.
Cada paso que da me enfurece. No quiero que esté cerca de mí, y
mucho menos que esté en la misma habitación que yo. Ella ubica un asiento
abierto en la fila frente a mí, y se desliza en él, pero no sin antes levantar
los ojos para inspeccionar la habitación.
El profesor ya ha empezado a hablar de nuevo, y la mayor parte de la
habitación está enfocada en la pizarra, garabateando cada pequeña palabra
que él escribe, de manera que nadie nota sus miradas. Mete un mechón de
pelo rubio detrás de su oreja y luego, como si todo el maldito universo
quisiera condenarnos, sus ojos se fijan en los míos.
Esos grandes ojos azules, los que una vez estuvieron tan llenos de
vida, de maravilla, de amor por mí, por nosotros. En ese instante, el maldito
mundo entero podría explotar a nuestro alrededor y no nos daríamos
cuenta. Parece sorprendida de verme, tan sorprendida como yo de verla, y
luego una pequeña sonrisa tira de sus labios regordetes.
—Remington... —la chica de al lado gime, frotando su manicura
contra mi muslo, y de repente mi miembro se ha desinflado.
Me siento mal del estómago, mis entrañas se retuercen, todo por culpa
de Jules.
Me brinda un pequeño saludo y luego se acomoda en su asiento.
¿Qué demonios? ¿Qué demonios acaba de pasar? ¿En serio acaba de
saludarme? La ira al rojo vivo me atraviesa. ¿Quién demonios se cree que
es? Saludándome, actuando como si no supiera qué demonios hizo. La hora
parece seguir adelante, y con cada minuto que pasa, mi ira parece crecer.
Me siento como una olla de agua hirviendo. A un solo segundo de bullir.
—¿Todavía quieres salir después de clase?
—No —digo entre dientes.
—¿Por qué? No me digas que es por esa chica que te acaba de saludar.
¿Quién es ella de todos modos?
Uso mi mano, quito la suya del muslo y agarro mi bolígrafo con fuerza
suficiente para romper la maldita cosa. Tal vez debería decirle, sí, pero la
rubia de dulce sonrisa y suave corazón acaba de arruinar mi maldito día,
mi año, demonios, mi vida.
—No es nadie. Ni siquiera la conozco, así que deja de actuar celosa —
susurro cuando todo lo que quiero hacer es gritar.
Me pregunto si Jules puede oírme, eso espero. No quiero que intente
llegar a mí, que intente hablar conmigo. No quiero que ella tenga nada que
ver conmigo.
—Bien, entonces ¿por qué?
Hace pucheros, y yo me alejo de ella.
Esta aula es demasiado pequeña, llena de demasiada gente, y siento
que me estoy asfixiando. Su mera presencia me hace sentir como si me
arrancaran el corazón del pecho otra vez.
—Tengo que irme, Remington.
Sacudo la cabeza, sin comprender lo que dice.
—¿Qué demonios, Jules? ¿Por qué?
Sé que no debería decir malas palabras, pero no lo entiendo. Ya he
perdido a mi madre. Si pierdo a Jules también, me arriesgaré a caerme de la
parte más profunda.
Muerde su labio inferior entre sus dientes mirándome como si no
quisiera decir lo que va a hacer a continuación.
—Sabías que mis padres se estaban divorciando, y mi madre, está
demasiado ocupada con el trabajo para que yo viva con ella. Tengo que
mudarme con mi padre.
Parpadeo.
—¿Mudarte? ¿Marcharte?
Mis pulmones se desinflan, mi corazón se rompe por la mitad.
—Sí. —Frunce el ceño—. Traté de razonar con ellos, Remington. Le
pregunté a mi madre si podía quedarme con ella. Soy lo suficientemente
mayor, pero ella dijo que no. Viaja demasiado y no puede arriesgarse a
dejarme sola durante días.
Entiendo lo que dice, pero todo lo que puedo sentir es dolor, ira,
angustia.
—Eres mi mejor amiga, Jules. Te necesito.
Mi voz se quiebra y mis entrañas se retuercen dolorosamente.
—Lo sé. —Las lágrimas brillan en sus grandes ojos azules—. Tenemos
el teléfono. Puedo llamarte, para ver cómo estás. Puedo venir a visitarte.
Aprieto mi mano en un puño. Estoy enfadado, con Jules, con sus
padres, con mi propia madre por elegir el maldito licor en vez de a sus hijos.
—Sabes qué, no te preocupes por mí. Ve a vivir con tu papá.
Mis palabras la atraviesan, y puedo decir que duelen. Alarga su mano,
aterrizando en mi bíceps, pero me encojo de hombros. Si se preocupara por mí
tanto como dice, encontraría la manera de hacer que esto funcione.
—No actúes así. No es que quiera hacerlo.
Puedo oírla hablar, pero todo lo que puedo sentir es la traición. Si se va,
si ya no va a estar aquí, entonces debería terminar con esto, arrancarme el
maldito corazón en vez de dejarla hacerlo.
—Vete, Jules. Ve a empacar tus cosas y sal de mi vista. No quiero volver
a verte nunca más.
Apenas consigo sacar las palabras. Dios, duele decirlo, duele mucho.
—¿Qué? No lo dices en serio.
Me agarra de nuevo, pero doy un paso atrás, poniendo espacio entre
nosotros.
Esto es todo. El fin.
—Sí. Nunca me preocupé por ti, por nuestra amistad. No significa nada.
Igual que mi madre. Nada. —Puntué las palabras, mirándola fijamente. Sus
labios rosados tiemblan, los labios que he pensado en besar toda mi vida, sus
manos tiemblan, y cuando las lágrimas empiezan a caer, me doy la vuelta.
—Tú... no puedes... —empieza, pero me doy la vuelta, entrando en su
espacio.
Nunca le he hecho daño, nunca quise que me tuviera miedo, maldita
sea si eso es lo último que quería, pero verla ahora mismo con lágrimas en los
ojos, pareciendo que es ella quien tiene derecho a que le rompan el corazón,
me enfurece. Sólo hay dos mujeres que he amado en mi vida, y ya he perdido
una, ahora la estoy perdiendo también.
Dejándome sin nadie...
—No me importas. Vete. Ahora. Nos has arruinado. Has arruinado
nuestra amistad.
—No puedo cambiar algo sobre lo que no tengo control, Remmy.
—Yo tampoco. Ahora sal de mi vista. No quiero volver a verte nunca
más.
Su boca se abre como si fuera a decir algo, pero sacudo la cabeza,
dándole una mirada de advertencia. No quiero escuchar otra palabra saliendo
de su boca. No quiero volver a ver sus labios rosados, sus grandes ojos azules
o sus suaves rizos rubios.
—Remington —alguien llama, sacándome de mi recuerdo, y parpadeo
dejando que la imagen de la cara de Jules manchada de lágrimas
desaparezca de mi mente. Me doy cuenta entonces de que la gente está
empezando a salir de las aulas. Maldición. Mis ojos se mueven al asiento de
enfrente, en el que estaba Jules antes de que me separara. Está vacío ahora,
gracias maldita sea. Ahora todo lo que tengo que hacer es deshacerme de
esta chica y podré salir de aquí.
—Mira, Lacey... —empiezo, levantándome.
—Es Layla, en realidad —dice con desdén y disgusto en sus ojos.
—Uhh, sí, lo siento, de todos modos... tengo cosas que hacer. ¿Te
enviaré un mensaje más tarde?
Meto toda mi mierda en mi mochila y empiezo a bajar las escaleras,
negándome a dejarla hablar. En cuanto salgo del aula, la veo.
Jules. Mi corazón. Mi maldita mejor amiga.
Sus ojos conectan con los míos, mientras una sonrisa tira de sus
labios rosados, y da un paso adelante. Aprieto mi mochila, cada músculo de
mi cuerpo se tensa.
Con un demonio.
¿Qué carajo cree que está haciendo?
M
i corazón late tan furiosamente dentro de mi pecho que creo que
se liberará de mi cuerpo y correrá por el pasillo. Han pasado tres
años... tres largos años desde el día en que él tomó mi corazón y
lo pasó por la proverbial licuadora. Doy un paso adelante, mis pies se
mueven solos.
Luce tan diferente ahora, más grande, más alto. Tan alto que tengo
que mirar hacia arriba. Mis ojos recorren su cuerpo, está tonificado y
musculoso, como el de un atleta. Se me hace agua la boca al verlo.
Los vaqueros rasgados y la camiseta blanca que lleva no hacen nada
por ocultar su cuerpo cincelado. Su pelo castaño oscuro sigue tan rebelde
como siempre, yendo en todas direcciones. Lo único que parece no haber
cambiado son sus ojos verde oscuro que actualmente atraviesan los míos,
como un fuego furioso parpadeando en sus profundidades. Mantiene la
cabeza alta, en señal de la arrogancia que rezuma desde dentro.
Tiene el ceño fruncido, y en vez de parecer feliz de verme, parece
enfadado, imposiblemente enfadado. Todavía no puede estar enojado porque
me mudase, ¿verdad? No, no hay manera. El Remington que conocí nunca
me guardaría rencor.
Aun así, recuerdo las cosas que dijo esa noche la última vez que lo vi.
Incluso entonces, nunca creí que fuera en serio lo que decía. ¿Cómo podría?
Habíamos sido amigos desde la escuela primaria, no podías olvidarte de
alguien... no podías empezar a odiarlo por algo que no era realmente su
culpa.
Mi cuerpo reacciona a su presencia como siempre lo hizo cuando
éramos niños y me encuentro dando un paso adelante, y luego otro hasta
que estoy frente a él envolviendo mis delgados brazos alrededor de su centro.
—Remmy —suspiro, sintiéndome demasiado feliz de verlo. Por una
fracción de segundo, todo está bien en el mundo de nuevo. Mi padre no está
muerto. Mi madre es feliz. Remington y yo somos amigos de nuevo. Me apoyo
en él, cerrando los ojos, y dejando que su calor se filtre en mis huesos, en
cada poro de mi cuerpo.
Sigue oliendo igual, a jabón y menta. Su cuerpo, aunque más duro,
se sigue sintiendo igual, y sonrío contra su pecho. No puedo creer que esté
realmente aquí. No esperaba verlo, no hoy, y tal vez nunca más.
Entonces el momento pasa, y soy arrastrada de vuelta a la realidad
cuando alguien me aparta de él. Mis ojos se abren y me doy cuenta de que
nadie me ha alejado de él, sino que él me está alejando. Mi boca se abre y
estoy a punto de preguntarle qué pasa cuando veo la ira reflejada en sus
ojos.
Sus dedos envuelven mi brazo, su agarre es tan duro como el acero y
comienza a bajar por el pasillo mientras me arrastra tras él. Apenas puedo
seguir su rápido ritmo, su altura hace que sus pasos sean más grandes que
los míos. Aparentemente, no soy la única confundida porque todos los que
pasamos parecen tan sorprendidos y atónitos como yo.
Doblamos la esquina y abre la primera puerta que pasamos,
empujándome dentro de la habitación. Tropiezo con mis pies y me agarro a
una mesa para equilibrarme cuando me suelta con un empujón. Mi corazón
está en mi garganta, y mis pulmones arden, negándose a llenarse de aire.
Miro alrededor del aula vacía, preguntándome qué demonios pasa cuando
él abre la boca y empieza a gritarme.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo? No puedes entrar aquí
fingiendo que me conoces —sisea, sus palabras se sienten como un cuchillo
romo cortando mi pecho.
¿Fingir que le conozco? No entiendo lo que quiere decir, ni tampoco
entiendo por qué está tan enfadado, tan insidioso. Solíamos ser mejores
amigos, ciertamente, él lo recuerda, ¿verdad? ¿Hubo algún accidente
mientras estaba fuera? ¿Se lastimó y se golpeó la cabeza? ¿No recuerda
quién soy?
—¡No me hables, no me saludes, ni siquiera respires en mi dirección
y definitivamente no me llames Remmy! Me llamo Remington. Ya nadie me
llama Remmy, especialmente no tú —ataja, exhalando un aliento
desordenado, su mirada se oscurece—. Sólo mantente fuera de mi camino,
y lejos de mí. No quiero tener nada que ver contigo.
Su insinuación de que no soy su amiga me devuelve a la realidad, y
de repente yo también estoy enfadada, más que enfadada.
—No es posible que sigas enfadado por algo que pasó hace cinco años
—resoplo y una risa amarga se aloja en la punta de mi lengua.
Da un paso adelante, su cuerpo se cierne sobre mí, sus ojos son
oscuros, tan oscuros que casi parecen negros. Nunca le he tenido miedo,
nunca en toda mi vida, pero ahora mismo, hay algo tan desconcertante, tan
intimidante en él que casi quiero salir corriendo por la puerta.
—Oh, créeme... no estoy enfadado. Nunca me preocupé por ti. Me
alegré de que te mudaras, de que por fin me librara de tus malditas quejas.
Sólo era tu amigo por Jackson —se burla, me sonríe y creo que ni siquiera
sabe lo mucho que me han herido sus palabras, no podría, no sabe lo que
le pasó a mi hermano.
El recuerdo de mi hermano es más de lo que puedo manejar en este
momento, las heridas de su pérdida aún están frescas, aún en carne viva.
No puedo hacer esto con él, no sin tener un colapso mental. Paso por delante
suyo y abro la puerta, agradeciendo a Dios que no intente agarrarme.
Apenas puedo ver a dónde voy mientras camino a toda velocidad por
el pasillo, encontrándome con varias personas al salir. Tengo que salir...
necesito un poco de aire fresco. Me siento como si me asfixiara, mis
pulmones se sienten privados de aire, sin importar cuántas veces inhale y
exhale.
Una vez fuera, fuerzo el aire en mis pulmones, respirando un par de
veces para detener el ataque de pánico que estaba a punto de llegar.
Abrazarle fue una mala idea, hablar con él probablemente fuera una
idea aún peor. Me equivoqué al pensar que no me guardaría rencor desde
ese día. Estaba herida, destrozada por perderle, por las cosas que dijo, pero
nunca le hubiera tratado como él me trató a mí.
Presiono una mano sobre mi pecho y alejo los pensamientos de mi
hermano y mi padre. Perderlos fue duro, y es la única razón por la que estoy
aquí ahora. Ni en mis sueños más salvajes hubiera sospechado que
Remington estaría aquí también. Pensé que se alejaría de su familia tanto
como pudiera, y aun así se quedó delante de sus narices.
Saco mi teléfono del bolsillo y compruebo la hora. ¡Mierda! Mi pequeña
conversación con Remington me retrasó y ahora voy a llegar tarde a otra
clase. Vuelvo a meter mi teléfono en mis vaqueros apretados y empiezo a
correr por el campus. Mi próxima clase no está tan lejos y por la gracia de
Dios, de alguna manera llego a la clase sólo un poco tarde. El profesor ya
está hablando cuando entro y por supuesto, como en la última clase, todos
los demás estudiantes están sentados en silencio en sus sillas.
Todos los ojos están puestos en mí mientras intento colarme en la
habitación y encontrar un asiento. Mis mejillas se calientan con todos los
ojos que escudriñan mi cuerpo... Es mitad del semestre, así que cualquiera
que sea nuevo va a llamar la atención, al menos eso es lo que me digo para
no pasar todo el día sintiéndome cohibida.
Me siento en el primer asiento libre que encuentro, tratando de reunir
mis pensamientos lo suficiente para al menos escuchar lo que el profesor
está diciendo. Saco un bolígrafo, un cuaderno y me preparo para aprender.
—Un día difícil, ¿eh? —susurra alguien a mi lado.
Giro la cabeza y miro fijamente al tipo que está a mi lado. ¿Realmente
me veo tan agotada? Lo miro con curiosidad. Es atractivo a la manera de un
chico americano, definitivamente nada como Remington, eso es seguro.
Alejo ese pensamiento. No debería comparar a nadie con ese imbécil.
—Sí, se podría decir eso —respondo, brindándole una pequeña
sonrisa antes de volver mi mirada al frente de la sala donde el profesor
comienza a dibujar un diagrama en la pizarra.
—Supongo que eres nueva aquí, ya que estoy seguro de que recordaría
haber visto una cara tan bonita en esta clase.
—Gracias, y sí, soy nueva. ¿Es tan obvio?
Aparto un mechón de pelo de mi frente y veo como el chico observa
mi cara.
—En realidad no, pero como dije, estoy seguro de que habría notado
a alguien tan atractiva como tú entrando en clase.
Le brindo otra sonrisita, sin querer ser grosera, aunque no me
importan mucho sus cumplidos, sobre todo después del día que he tenido
hasta ahora. Abro mi libro e intento concentrarme en el material que tengo
delante, pero sigo repitiendo todas las cosas horribles que Remington me
dijo. Es como si mi mente quisiera torturarme, haciéndome revivir ese
momento una y otra vez.
Pensé que tal vez, sólo tal vez, estaría feliz de verme cuando nos
viéramos de nuevo, pero pensé mal. Aun así, aunque no quisiera verme, no
esperaba que me tratara tan mal. Estoy tan absorta en pensar en Remmy
que casi no me doy cuenta de que el chico que está a mi lado me está
mirando. ¿Por qué me está mirando? ¿Hay algo en mi cara?
Golpeo mi bolígrafo en mi cuaderno con impaciencia y espero que la
clase acabe. Trato de ignorar la sensación de sus ojos sobre mí y me
concentro en la pizarra por unos minutos más. El profesor dice algo sobre
una tarea que enviará a nuestros correos electrónicos, y luego todos
comienzan a moverse, arrastrando los pies fuera del salón de clases.
Pestañeo, dándome cuenta lentamente de que acabo de soñar despierta
durante toda una clase.
—Soy Cole, por cierto —dice finalmente el chico que me ha estado
mirando durante al menos los últimos diez minutos. Extiende su mano justo
cuando me levanto y como la chica agradable que soy, la tomo, saludándole.
Sé que es algo extraño, pero soy de la vieja escuela. Él rezuma una confianza
que es casi contagiosa.
—Jules —digo mientras me toma la mano un momento más de lo
necesario, llevándosela a los labios como si fuera un Romeo.
Planta un suave beso en la parte superior, y tiemblo un momento
antes de que me libere.
—Jules. Mmmm, es un nombre precioso. —Sonríe, mostrándome sus
dientes perfectamente rectos y blancos—. ¿Te gustaría venir a una fiesta
esta noche, Jules?
Agarro el cuaderno contra mi pecho y considero su pregunta.
¿Me gustaría ir a una fiesta? Probablemente no sería una mala idea
para mí ir, salir y socializar, pero después del día que he tenido, creo que
pasaré.
—Oh, no, gracias. Me acabo de mudar aquí. Aún no he desempacado
y necesito ponerme al día con las clases que he perdido. Los deberes no se
hacen solos.
Una burbuja de risa se desliza por mis labios y me doy cuenta de lo
tonta que parezco. Este día se ha ido a la mierda, y la verdad, sólo necesito
volver a mi habitación, acostarme y leer un libro. No hay nada que un buen
libro no pueda curar.
—Parece que venir a una fiesta es exactamente lo que necesitas si me
preguntas. Pareces estresada y como si necesitaras relajarte por unas horas.
Encontrar algo que te distraiga de toda la locura. —Hace una breve pausa,
sus ojos azules se acercan a mis labios—. Sabes, ¿olvida tus problemas?
¿Relajarme? ¿Encontrar una distracción?
Tal vez tenga razón, tal vez necesito hacer algo para distraerme.
—Lo pensaré.
—Genial. Permite darte mi número. Puedes mandarme un mensaje si
decides venir. Te enviaré la dirección.
Me muerdo el labio inferior por un momento, es un hábito nervioso
mío. ¿Realmente quiero darle a este chico mi número?
En el fondo de mi mente sé que debería hacerlo... soy joven, y nueva
aquí, ¿cómo diablos voy a hacer amigos o disfrutar de la universidad si todo
lo que hago es quedarme en mi habitación? ¿Si no doy mi número, ni salgo
con nadie? ¿De qué me tengo que preocupar? Lucho en contra de la paranoia
y decido darle mi número.
—Seguro.
Sonrío, y saco mi teléfono, viendo como sus ojos se iluminan. Una
cálida sensación me atraviesa mientras él me da su número y lo tecleo en
mi teléfono. Luego le envío un mensaje rápido con un emoji sonriente para
que sepa que soy yo.
—Gracias, Jules, y en serio, considera salir esta noche. Te presentaré
a todos, te mostraré los alrededores.
Me guiña el ojo y me encuentro sonriendo.
Es tan extraño sonreír y reír cuando siento que no debería.
—Muy bien, Cole.
Pestañeo y salimos de clase juntos. Casi se siente normal estar
hablando con un chico. Hasta hoy, nunca me había fijado en los hombres.
No es que no me diera cuenta, pero más bien los mantuve a distancia.
Perder a Remington me mató y me empujó a centrarme en nada más que en
mis notas. El amor, los chicos, las relaciones, estaban totalmente fuera de
cuestión. Al menos hasta ahora.
—¿A dónde te diriges? —pregunta Cole mientras caminamos por la
acera.
—Sólo voy a volver a mi habitación por un par de horas. Mi próxima
clase es a las dos —digo.
El sonido de la risa que hay delante llama mi atención y levanto la
mirada, mis ojos se posan en un grupo de chicos, cuatro de ellos para ser
exactos, uno de ellos es Remington. Mis pies se sienten como bloques de
cemento y me paro en seco, mientras Cole sigue caminando hacia adelante
hasta que se da cuenta de que ya no estoy a su lado.
—¿Jules? —dice mi nombre como si lo hubiera estado diciendo toda
su vida.
Sus ojos se mueven entre mí, y hacia donde estoy mirando. La mirada
de Remington es fuego y furia, y puedo sentirla penetrando en mi piel,
atravesándome incluso desde esta distancia.
—Uhh sí, ¿qué pasa?
Obligo a mi mirada a volver a él, evitando la mirada de Remington a
toda costa. Cole sigue mirando al grupo de chicos, y se siente como si
estuviera juntando algo en su mente, entonces parpadea, y me mira de
nuevo, con una sonrisa en sus labios.
—Envíame un mensaje, ¿de acuerdo? —dice y yo asiento, viéndole
caminar hacia el grupo de chicos.
Por un momento me quedo mirando, mis ojos observan los de
Remington. Ojos que recuerdo que estaban llenos de tanta felicidad y
emoción... ojos que pertenecen a alguien que pensé que sería mi mejor amigo
para siempre, ¿y tal vez amante?
Sacudo mi cabeza, me digo que debo dejarlo pasar, antes de soltar un
suspiro. Luego me doy la vuelta, decidiendo tomar el camino largo alrededor
del campus, y de vuelta a la casa que comparto con las otras dos chicas que
van a la escuela aquí, dos chicas que probablemente morirían si alguien
como Cole las mirara. Dos chicas que no son yo.
Pensé que ir a una nueva universidad sería difícil.
Aunque nunca esperé que Remington estuviera aquí.
V
erla con Cole Robson no debería haberme molestado, no
realmente. Entonces, ¿por qué demonios se sentía como si alguien
me estuviera apuñalando en el corazón una y otra vez con un
maldito tenedor? Intenté ignorar el dolor, pero era demasiado evidente, y eso
sólo me molestó más.
Saber que ella está aquí, en Northwoods, en mi maldita escuela, me
irrita más allá de lo creíble. Quiero decirle que se vaya, que se dé la vuelta
y que regrese a su lugar de origen, pero no lo haré. En su lugar, voy a hacer
lo siguiente mejor y hacer de su vida un infierno.
Las probabilidades de que consiga que se vaya de la ciudad por su
cuenta son escasas o nulas, pero si la empujo y la obligo a salir de la ciudad
con las mejillas llenas de lágrimas, dudo que vuelva nunca más.
La música de la fiesta de abajo vibra a través de las paredes y el suelo.
Demonios, la fraternidad está llena esta noche. Alan seguro que corrió la voz
sobre esta noche. La primera gran fiesta del semestre e íbamos a hacer
nuestra legendaria apuesta esta noche.
—¿Escuché que te acostaste con Layla otra vez?
Thomas me da un codazo en el brazo. Tener sexo con la misma mujer
dos veces no era realmente lo mío. Raramente lo hice, sin embargo, no había
muchas mujeres tan buenas para las mamadas como ella. Aun así, no había
tenido sexo con ella más de una vez. Si se refería a las mamadas como sexo,
entonces eso era todo lo que hacía.
—No lo hice. Solo me la chupó. Hay una diferencia —reprocho,
tomando un largo trago de la botella de cerveza en mis manos. Después de
enterarme de que Jules estaba aquí... voy a necesitar mucha más cerveza y
muchas más chicas.
—Muy bien chicos, ¿han escogido ya? —pregunta Cole con emoción
repartiendo una gran cantidad de papeles cuadrados y bolígrafos después
de poner el sombrero de la NWU en el centro de la mesa.
—Conocen las reglas. Las chicas deben estar presentes en la fiesta —
anuncio, brindando a Thomas una mirada conocedora.
Él es famoso por dejar caer en el sombrero nombres de chicas que ni
siquiera se presentan a las fiestas, haciendo diez veces más difícil ganar. No
es que ganar te dé mucho más que el derecho a presumir, pero apesta
cuando no consigues ninguna chica durante seis semanas. Tomo otro trago
de mi botella de cerveza, dejando que el líquido frío enfríe mi interior
caliente.
—¡Cállate, Rem!
Pone los ojos en blanco, tomando un trago de su vaso. Me río y escribo
los nombres de las tres primeras chicas que se acercaron y me hablaron,
luego las tiro al sombrero. Kia, Thomas, Cole y Alan hacen lo mismo, y
pronto el sombrero está lleno de nombres de fiesteras desprevenidas.
Nombres de mujeres que ni siquiera se dan cuenta de cuánto van a cambiar
sus vidas en las próximas seis semanas.
—Así que recuerden, si es virgen, obtienen más puntos. Cualquier
otra cosa que no sea sexo no cumple la apuesta. El ganador se lleva el
derecho de presumir y no tiene que hacer ninguna limpieza de la casa
durante los próximos seis meses. En el punto de las seis semanas, tienen
que romper con ella y hacerle saber que no fue más que una apuesta. Si no
pueden hacerlo, o no lo hacen, entonces salen de la apuesta y pierden.
—Gracias por explicar las reglas, Capitán Obvio.
Un repaso de dichas reglas nunca le hace daño a nadie.
Alan le da una buena sacudida al sombrero, casi perdiendo algunos
pedazos de papel en el proceso. Un tipo de energía nerviosa corre a través
de mí. ¿Por qué demonios me siento tan nervioso? No tengo razón para
estarlo... he hecho esto muchas veces. Además, es sólo sexo.
Completamente inofensivo, todo diversión.
Uno por uno, cada uno de nosotros sacamos un solo papel del
sombrero. Despliego el mío en mis manos, sin preocuparme por ningún
esplendor dramático y me quedo mirando el nombre.
¡No, maldición! Demonios, no. De ninguna manera en el infierno. Eso
no puede estar bien. Ni siquiera está aquí, ¿verdad? Miro hacia arriba y
alrededor del grupo, pensando que debe ser una broma, pero nadie en esta
sala sabe de mi conexión con ella, así que no hay manera de que uno de
estos imbéciles haya hecho esto para arruinarme. No, esto es el destino, es
el karma pateando mis bolas.
Vuelvo a mirar el papel, con la mano temblorosa, esperando que tal
vez el nombre haya cambiado mágicamente en los últimos segundos, pero
incluso después de parpadear, veo que no es así.
Jules Peterson sigue siendo el nombre garabateado en tinta azul. Me
siento mal del estómago. No sólo me arruinó una vez antes, sino que ahora
ha reaparecido en mi vida para hacerlo de nuevo. Los músculos de mi
mandíbula se mueven mientras intento averiguar qué demonios voy a hacer.
—¿A quién conseguiste, Rem? —pregunta Cole, frunciendo el ceño.
Aparentemente, tampoco consiguió la chica que quería.
Doy la vuelta al papel y lo sostengo para que lo pueda leer.
—¡Mierda! Es a quien quería —se queja.
¿A quién quería? Por un momento, pienso en lo que vi esta tarde. Ellos
caminando juntos, ella sonriéndole, aparentemente feliz. Debí haberme
dado cuenta de lo que estaba pasando entonces. Era obvio que Cole estaba
persiguiéndola, reclamándola como su próxima conquista.
—Toma, puedes quedártela.
Le doy un golpe con el papel y le quito el trozo que tiene en la mano.
—¡Demonios, sí! —Casi salta de la emoción—. Esto va a ser tan genial.
Ni siquiera sabrá qué la golpeó. —Sonríe—. Ya me ha dado su número,
meterse en esas bragas vírgenes no debería ser muy difícil ahora.
Un bulto se forma en mi garganta por sus palabras. Virgen. De
ninguna manera Jules sigue siendo virgen. Puede que se haga la inocente y
hasta parezca pura, pero no hay forma de que su cereza siga colgando entre
sus piernas. No. No puedo pensar en Jules y el sexo en la misma frase. Deja
que le rompa el corazón. Se lo merece.
Frustrado, salgo de la habitación sin ni siquiera oír los nombres que
los otros chicos sacaron. Ya estoy harto, y ella sólo ha estado aquí un
maldito día. Paso mis dedos a través de mi pelo en frustración, me agarro a
los escalones, deteniéndome cuando llego al final de la escalera. Vuelco mi
cerveza, vaciando su contenido en mi garganta antes de observar la
multitud.
Débil. Ella me vuelve débil. Mis ojos la buscan inmediatamente, como
si fuera un imán atrayéndome o algo así. No me lleva mucho tiempo. Solo
tres segundos como mucho para encontrar sus rizos rubios dorados
llamándome como un faro en la habitación. Lleva maquillaje, no mucho,
pero lo suficiente para que sobresalgan sus ojos, y el mismo par de vaqueros
ajustados de antes, los que muestran su perfecto trasero.
Un trasero al que me encantaría hincarle el diente...
Maldición, ¿por qué tiene que ser guapa, y perfecta, y...? ¡No! Ella no
es nada para mí. Basura, mierda, escoria bajo mis pies, eso es lo que es. Me
tomo un par de respiraciones tranquilas recordándome que ella es la razón
por la que estamos aquí. Ella es la maldita razón por la que soy como soy.
Sacudo la cabeza y leo el nuevo nombre en mi mano.
Cally Brice. Trato de devanar mi cerebro, conectando el nombre a una
cara. Pelirroja, creo. Miro alrededor de la habitación una vez más hasta que
veo a la chica que creo que es Cally.
Está en la esquina opuesta de la habitación, lejos de Jules. Gracias a
Dios, necesito estar tan lejos de ella como pueda. Cally me ve cuando
empiezo a caminar hacia ella y sus ojos se iluminan. Es bastante guapa,
grandes ojos verdes, mirándome con ojos saltones. Esto va a ser pan
comido... Tendré la apuesta ganada para esta noche.
—Hola, Cally, ¿verdad?
Parpadea hacia mí como si no pudiera creer que acabo de decir su
nombre.
—Umm, sí —tartamudea, y sonrío.
—Te ves hermosa esta noche.
Lo dejo salir, sabiendo qué decir para derretir sus bragas. Soy tan
bueno en eso, que los chicos me dijeron una vez que podría sacarle las
bragas a una monja si lo intentaba. No lo hice, en caso de que te lo
preguntes.
Ella coloca un mechón de pelo rojo detrás de la oreja.
—Gracias... no es nada en realidad, sólo un poco de maquillaje, y...
Por el rabillo del ojo, veo a Cole acercándose a Jules. Ella está
sonriendo, y riendo, aún no me ha visto.
Le advertí, le dije que la arruinaría si no me dejaba en paz, que no se
interpusiera en mi camino, y, aun así, encontró el camino a mi casa, a mi
fiesta, a la guarida del león. Tiene un cerebro dentro de su cabeza y si fuera
lista, ya habría metido su cola entre sus piernas y corrido hacia el otro lado.
Cole se acerca demasiado, se inclina para susurrarle algo al oído. Sus
ojos se abren de par en par y se muerde su regordete labio inferior que está
pintado de rojo esta noche.
Esos labios, su pelo, ese maldito cuerpo. En mi mente, puedo verla
retorciéndose debajo de mí, su pequeño sexo apretado tragándose mi
miembro. Siempre me he preguntado cómo se vería mientras se desmorona,
mientras aprieta mi miembro con fuerza. Dios mío. Se está formando un
golpeteo detrás de mis ojos, lo que justifica la aparición de un maldito dolor
de cabeza.
¡A la mierda Cole! ¡A la mierda ella! Puede arrancarle el corazón...
destrozarlo y romperlo en un millón de pedazos. Inhalo por la nariz, razono
conmigo mismo. No importa, ella no es nadie, nada. Te rompió el corazón.
Me recuerdo a mí mismo.
Sí, te rompió el corazón, pero no puedes dejar de pensar en ella. Estar
con ella, dentro de ella. Mis manos se enroscan en puños, olvidándome de
la chica delante de mí, de la fiesta, de la maldita gente a mi alrededor. Pero
por alguna razón, no puedo borrarla. Cuando se inclina un poco más, y sus
labios casi tocan los de ella, pierdo el control. Fundamentalmente lo pierdo
y encuentro mi cuerpo reaccionando a lo que pasa sin pensar en las
consecuencias.
—Oye... —grita Cally, pero la aparto como a un mosquito.
Dentro de mi cabeza, me digo que no me importa nada, nada en
absoluto. Sólo importa hacer que la chica delante de mí sienta el mismo tipo
de pérdida que he sentido los últimos tres malditos años. Ella no puede
venir aquí y pasar el mejor momento de su vida.
—He cambiado de opinión —le gruño a Cole y agarro a Jules por su
delgado brazo.
Su piel es cálida, suave, y huele a vainilla y canela. El olor me golpea,
como una tonelada de ladrillos en las tripas. Tiro de ella hacia mí, mientras
veo cómo su cara se transforma de la risa y la felicidad, a la ira y la confusión
en un instante.
—¿Cole?
Ella mira entre nosotros con una expresión desconcertada.
—Rem —advierte Cole, sus ojos casi suplican como si supiera lo que
voy a hacer.
Sacudo la cabeza, impidiéndole que diga nada. Me importa una
mierda lo que diga. Ella fue mía primero, y siempre lo será, y tenemos una
historia. Es mía para arruinarla, mía para romperla. Cuando no digo nada,
ella empieza a luchar contra mi mano.
—Suéltame —gruñe entre dientes, tratando de hundir sus pies en el
suelo.
¿Cree que es lo suficientemente fuerte para luchar contra mí? Soy casi
veinte centímetros más alto que ella, mucho más fuerte y si quiere ponerse
técnica con ello, no tengo problema en demostrárselo.
Con una sonrisa, me concentro en el dolor que come, respira y vive
dentro de mí.
—No. Te lo advertí, Jules, te dije que, si no te apartabas de mi camino,
habría consecuencias. No es mi culpa que no sepas escuchar una mierda.
—¡No eres el dueño de la escuela, Remmy! Además, me invitaron a
esta fiesta. ¿Por qué no puedes dejarme en paz? No puedes controlarme, o
decirme dónde puedo y dónde no puedo ir, ¡no eres un maldito dios! —grita
sobre la música que suena en la casa.
Su actitud combativa me excita tanto y al mismo tiempo me enfurece.
Tiro de ella a través de la multitud, y pierde el equilibrio una o dos veces,
pero con mi mano en su brazo, se las arregla para mantenerse erguida.
Cuando llego al borde de la habitación, abro la puerta trasera y la saco al
patio trasero poco iluminado. El aire frío pica en mi piel, pero es una
sensación bienvenida dada la rabia hirviendo dentro de mí.
Una vez fuera, la suelto como si su piel estuviera en llamas y la
empujo contra el costado de la casa. Tocarla me recuerda a la época en que
éramos niños... cuando le agarraba la mano y caminaba con ella. Me
recuerda a la persona que era antes de que me rompiera.
—Invitada o no, te dije que no mostraras tu maldita cara a mi
alrededor.
Ella mira hacia la puerta como si pensara que Cole o alguien más
vendrá a rescatarla. Estúpida. Tan estúpida. Aprieto mis dientes, sintiendo
la necesidad de sacudirle algo de sentido común. Ya no conoce el hombre
que soy, la persona en la que me convertí por ella.
No hago daño a las mujeres, no a menos que cuente romperles el
corazón como si les hiciera daño, pero quiero hacerle daño a Jules. Quiero
que ella sienta mi dolor... quiero ser dueño de su cuerpo, de su corazón.
Quiero sus lágrimas, su miseria. Quiero sentir todo eso.
Me inclino hacia su cara y digo—: Si esperas que un caballero venga
a rescatarte, estarás esperando mucho tiempo. Cole no te salvará de mí. No
es tan tonto como para meter las narices donde no le corresponde, y
tampoco lo intentaría. Soy el rey de este campus. Es mi patio de recreo y me
acuesto y tomo a quien quiero.
—¿Qué te pasó, Remmy?
Su voz se quiebra, sus ojos son suaves, incluso parecen que suplican.
Como si no supiera lo que me hizo, cómo me destruyó, cómo me rompió el
corazón. Quiere hacerse la estúpida, la víctima. Le mostraré lo que es ser la
víctima.
—Soy Remington —grito, viendo como se estremece—. Y puedes dejar
de hacer ese pequeño acto inocente, como si no supieras qué demonios
hiciste.
Sacude la cabeza, haciendo que los rizos rubios vuelen, y no puedo
dejar de hacer lo que hago a continuación. Soy un imbécil, un bastardo, un
maldito imbécil, pero soy quien soy, y Jules tuvo su oportunidad de
salvarme, de ser mía, ahora no es nada, nada más que una maldita apuesta.
—No lo entiendo, nunca... —empieza, pero no quiero oír sus excusas.
No me importa nada de lo que tenga que decir. Sus palabras no son
más que mentiras. Jadea ante mi repentino movimiento mientras avanzo
hacia ella, tratando de presionarse contra la casa para poner más espacio
entre nosotros.
—Arrodíllate —ordeno.
Su expresión pasa de desconcertada a temerosa y aunque mi
estómago se retuerce y se hace un nudo y siento que podría vomitar, estoy
disfrutando de esto, mi sangre bulle, el monstruo dentro de mí engulle el
intercambio, alimentando a la bestia dentro de mí.
—¿Qué? De ninguna manera, esto no está sucediendo Rem...
Se están diciendo demasiadas palabras, sus excusas sólo me
enfurecen más. Con mis dos manos, la empujo sobre sus hombros,
forzándola a arrodillarse e ir al suelo. Grita como si la hubiera herido, pero
sé que no lo hice. Apenas la he tocado, todavía.
—Consecuencias. Para todo lo que haces, hay una consecuencia.
Ahora la tuya es chupar mi miembro como la pequeña zorra buena que eres,
o voy a arruinar toda tu existencia aquí. Te lo advertí, Jules. Te lo advertí,
maldición, pero no me escuchaste. No me tomaste en serio, pero tal vez la
próxima vez lo hagas —gruño, alcanzando el botón de mis tejanos.
¿Qué tan jodido es que esté duro? ¿Que mi miembro esté gritando por
penetrarla?
—No hagas esto, Remington. Por favor, no... —ruega, con lágrimas en
los ojos.
Y pienso en ese día, el día en que la necesité. Habría hecho y dicho
cualquier cosa para mantenerla conmigo entonces. Mis ruegos, mis súplicas
pasaron desapercibidos, sin que se les prestara atención.
Bajo mis pantalones y siento una satisfacción enfermiza cuando sus
labios empiezan a temblar. Estoy tan atrapado mirando su cara y sus
grandes ojos azules que no me doy cuenta de que tira su puño hacia atrás
hasta que es demasiado tarde. Sus pequeñas manos se posan en mis
pelotas, y todo el aire de mis pulmones se disipa. Mi estómago se revuelve y
caigo de rodillas cuando ella se aleja de mí y se apoya en sus inestables
piernas. Un relámpago de dolor pasa a través de mis bolas.
—No me toques y no vuelvas a amenazarme. Has cambiado,
Remington, y la persona que eres y la persona que soy, ya no son personas
que corren en los mismos círculos. Ya no te conozco. El Remington que
conocí nunca habría hecho lo que acabas de hacer. Tócame otra vez y
encontraré la manera de hacerte pagar.
Y ésa es la verdad, la maldita verdad. Ni en un millón de años habría
puesto mis manos sobre ella de esa manera. Nunca me hubiera emocionado
ver el miedo parpadear en sus ojos, pero ya no era esa persona. Éste era el
nuevo yo, y la única versión que ella iba a tener.
—Te voy a romper, Jules. Te haré pagar por esto —espeto cada
palabra, agarrándome las pelotas, mi mundo entero gira fuera de control.
Un maldito día, un día es todo lo que le tomó a ella volver a mi vida y
desmoronar todas las paredes perfectamente construidas que rodean mi
corazón. Un día es todo lo que le llevó a ella hacer que mi estúpido agujero
negro de corazón latiera de nuevo.
—Lo espero con ansias —se burla, vuelve a entrar en la casa,
dejándome solo fuera sin nada más que la sensación enfermiza de lo que
casi le hice, y la realidad del hombre en que me he convertido.
D
os días. Ése es el tiempo que ha pasado desde que Remington me
mostró un lado de él que no pienso volver a ver. Cada vez que
cierro los ojos, ahí está, una imagen de sus ojos enfadados. Todo
lo que puedo ver es a él forzándome a arrodillarme, ordenándome que chupe
su miembro. No puedo evitar encogerme. ¿Quién demonios se cree que es?
Nunca antes me puso las manos encima, y aunque no me hizo daño, no
físicamente, definitivamente me hirió emocionalmente.
—¿Qué película quieres ver? —grita Cally, mi compañera de cuarto,
desde la sala de estar.
—No puedo ver una película ahora mismo. Tengo como tres tareas
para mañana —resoplo, tratando de olvidarme de Remington, de la fiesta y
de todos los eventos de esa noche.
Me habría ahorrado mucho tiempo si no hubiera tratado de hacer
amigos y me hubiera quedado en casa haciendo los deberes.
—Creí que tenías a alguien que vendría.
Bridget, mi otra compañera de cuarto, aparece en la cocina. Tiene su
largo pelo rubio en un moño desordenado, y un par de gafas en la punta de
su nariz. Como yo, Bridget se preocupa por sus notas, y menos por la bebida
y los chicos. La universidad no es más que otro paso en su vida.
—Bueno, lo tenía... no sé si va a venir ahora.
Hace pucheros, sentándose en el sofá antes de sacar su teléfono. Eso
explica por qué está vestida como si fuera a una fiesta en el barrio.
Bridget toma una botella de agua de la nevera y me sonríe.
—¿Cómo van las clases?
—Bien, sólo trato de averiguar dónde se encuentra todo.
—Sí, el campus es enorme, pero te acostumbrarás a él. Como
cualquier cosa nueva. Lleva tiempo.
Sonrío, sintiéndome agradecida de haber conocido a Bridget.
Es amable y bondadosa y se ofreció a dejar que me quedara aquí sin
pagar alquiler, al menos hasta que pueda cambiar todo con las
universidades. Mi madre está tratando de ayudarme, pero con su trabajo
sin parar, ya es bastante difícil hablar con ella por teléfono, y mucho menos
ayudar con cualquier cosa.
—Seguro, pero lo estoy disfrutando.
—Sí, fue a una fiesta conmigo la otra noche.
Cally se levanta del sofá y Bridget sonríe.
—Ya te está corrompiendo, ¿verdad?
Sacudo la cabeza.
—No. En realidad, la invité a venir conmigo. Me lo pidió alguien que
acababa de conocer y no quería ir sola. Pero no voy a ir de nuevo. Me di
cuenta de que las fiestas no son realmente mi escenario.
Bridget asiente como si estuviera de acuerdo conmigo.
—El mío tampoco. Soy una persona hogareña. Todo lo que necesito es
un vaso de vino, un buen libro y estoy bien para la noche.
—Aburrido.
Cally se ríe desde el sofá. Justo entonces, suena el timbre de la puerta.
Cally se escabulle del sofá como si hubiera un incendio y empiezo a recoger
mis libros decidiendo que estudiar en mi dormitorio es una idea mucho más
inteligente ahora mismo.
No me importa ver a Cally teniendo sexo con alguien en nuestro sofá,
no es que piense que lo haría, pero no planeo quedarme y averiguarlo.
Bridget debe sentirse igual porque se da vuelta con su botella de agua en la
mano y comienza a bajar por el pasillo hacia su habitación. Yo cargo todas
mis cosas en mis brazos y me giro para caminar hacia mi dormitorio, pero
mi cuerpo se paraliza cuando veo quién es el que está en la puerta.
Remington.
La sangre de mis venas se convierte en hielo y no puedo hacer que
mis estúpidos pies se muevan, es como si estuvieran cementados en el suelo
o algo así. Tan pronto como me ve, sus ojos pasan de ser juguetones, una
mirada que conozco muy bien, a ser totalmente repugnantes y odiosos.
¿Por qué me odia tanto?
No lo entiendo, y aun así una parte de mí quiere saberlo. Quiero ir a
él, abrazarle y pedirle que me cuente lo que ha pasado. Pero tengo miedo,
miedo de lo que pueda hacer, y peor aún de cómo pueda reaccionar.
Ya no somos mejores amigos, ya no somos nada, y eso significa que
no hay nada que le impida hacerme daño. No hay líneas, nada que cruzar
porque en la mente de Remington todo es un blanco legítimo.
No le importa nada, lo cual no es propio de él. Es peligroso, y un juego
al que no quiero jugar. Cally cierra la puerta, y la tensión en la habitación
se hace más fuerte. Puedo sentirla en mi lengua.
No creo que sepa lo que está pasando, y aunque probablemente
debería decirle, ya que es mi compañera de cuarto y todo lo que sé, no
cambiaría nada. Remington Miller es un dios de North Woods, y yo sólo soy
una transferida sin nombre. Probablemente me echaría de la casa si él se lo
pidiera.
—Estoy tan feliz de que hayas aparecido. Iba a empezar una película,
¿quieres algo de beber? —pregunta Cally, sin darse cuenta de los puñales
que me está lanzando.
De alguna manera, sé que esto es malo, que él sepa dónde vivo,
quiénes son mis compañeras de cuarto.
Pagarás por esto.
Sus palabras resuenan en mis oídos. Todavía puedo sentir el veneno
en su voz, aferrándose a mi piel. Soy una don nadie en su mundo, una don
nadie en esta universidad, y él es un dios con mujeres que se lanzan a él y
hombres que desean ser él. Hacerme desaparecer no sería muy difícil.
Destruirme aún más fácil.
—Cally, nena, te importa si tengo una pequeña charla con tu amiga.
Su profunda voz seductora hace que la sangre bombee por mis venas.
Me encuentro sacudiendo la cabeza sin pensar. Corriendo desde la sala de
estar, casi corro por el pasillo hasta mi dormitorio.
Sus pesadas pisadas llenan el espacio detrás de mí, y sé que no hay
manera de que pueda escapar de él. Debí haber escuchado. No debería
haberlo empujado. Al llegar a mi puerta, la abro, y tiro mis libros al suelo.
Justo cuando me doy la vuelta para cerrarla de un portazo, su pie se mete
en el marco de la puerta. Mi mirada cae en el lugar. Todavía lleva botas de
combate, lo que es extraño para mí en este momento en el que está tan cerca
y quiere partirme en dos.
—¿No te dije... no te advertí?
Su voz es mortal, y me estremezco, preguntándome si es por miedo o
por otra cosa. Desde aquella noche en que me puso de rodillas y me ordenó
que chupara su miembro, he estado sintiendo cosas, cosas que no deberían
sentir por un hombre tan malo y temible como Remington.
Empujo contra la puerta, tratando de cerrarla, pero sólo hace falta un
pequeño empujón para que me domine. Abre la puerta y entra en la
habitación, mi habitación, sus ojos nunca se apartan de los míos, el fuego y
la rabia hierven a fuego lento en sus ojos profundamente verdes.
¿Por qué tiene que ser tan guapo, estar tan enfadado y ser tan malo?
Y no, no puedo estar pensando en él así ahora mismo. No es la misma
persona que conocí una vez.
Su enorme mano se agarra al borde de la puerta y luego la cierra. Nos
atrapamos dentro y doy un paso atrás. La habitación se siente más pequeña
que de costumbre ahora que él está en ella. El sonido de la cerradura al ser
cerrada hace que mi corazón lata a cien por hora. Late tan fuerte que todo
lo que puedo oír por un momento es el zumbido de la sangre en mis oídos.
¿Él también puede oírlo? ¿Qué tan fuerte late mi corazón?
¿Qué pasó con el chico que amaba?
—Fuera —susurro, mi voz y mi cuerpo son débiles.
Debí haberle escuchado, haber escuchado su estúpida advertencia.
Nunca antes fui alguien que rompía las reglas, pero las reglas de Remington
son tontas, más que tontas, son estúpidas.
—No. Estoy aquí para enseñarte una lección.
Sonríe, pero no es su sonrisa habitual, no, esta sonrisa promete
sufrimiento. Sus ojos se mueven arriba y abajo de mi cuerpo, y me siento
como si estuviera bajo un microscopio.
—No hice nada...
Mis labios tiemblan al revelar mis emociones, y odio que me haga
reaccionar así. Da un paso adelante, su cuerpo se impone, ondulante de ira,
de venganza, y sé que el chico que amé una vez, el chico que fue mi mejor
amigo, mi todo, ya no está dentro de él.
—Tú existes, y ésa es una razón suficiente para mí.
Ni siquiera tengo la oportunidad de responder, antes de que esté sobre
mí, sus dedos escarban en mi piel de forma brusca. Esta vez sé que no podré
darle un puñetazo en las pelotas, pero eso no significa que deje que me haga
daño. Le pateo y le araño, pero me domina como si no fuera más que una
mosca molesta.
Primero me empuja la cara hacia la cama, su rodilla presiona en la
parte baja de mi espalda para mantenerme en su lugar. Mi cara está en las
sábanas de la cama, y lucho contra su agarre. Las garras del miedo se
hunden en mis entrañas cuando escucho el sonido del botón de sus tejanos.
¿No es... no lo haría? ¿Lo haría?
—Remington, detente —ordeno, echando la cabeza a un lado para
obtener un muy necesario respiro y asegurarme de que puede oírme.
Siento sus manos deslizarse en la cintura de mis pantalones de yoga.
—No tienes ni idea de con quién jodidos te estás metiendo. De quién
soy ahora. Soy el dueño de esta escuela... las chicas quieren que las tome,
los chicos quieren ser yo, y dirijo el lugar como un rey. Podría matar a
alguien, y a nadie le importaría, nadie siquiera pestañearía.
El pánico se apodera de mí, negándose a soltarme. Es el dueño de esta
escuela, y de toda la gente que está en ella, todos menos de mí. No es mi
dueño. Dejo que eso me dé el coraje necesario para luchar contra él. Me
retuerzo, doblo mis caderas y las hago rodar, haciendo lo que puedo para
despistarlo.
—Pelea, Jules, pelea, maldita sea. Hace que todo esto sea mucho más
estimulante.
—No eres mi dueño...
El resto de mi frase se ahoga cuando siento el aire frío contra mi
trasero cubierto por mis bragas. Pasa mis pantalones de yoga por los muslos
y hunde más de su peso corporal en el mío.
Aunque estoy asustada, aterrorizada de lo que va a hacer, una parte
de mí está tentada de ceder a la oscuridad dentro de él, dejar que la libere
en mí. Me pregunto, si me entrego a él, si le dejo tenerme, si eso cambiaría
algo. Si lo traería de vuelta a mí.
—Ya lo veremos.
Puedo sentir su aliento caliente contra mi oído. Antes de que pueda
reunir mi ingenio, está rasgando mis bragas por las piernas, el poco esfuerzo
que le cuesta hacerlo es lamentable. Mi pecho pesa mientras intento
recuperar el aliento. No va a hacer esto, ¿verdad? No me violaría. No él,
incluso tan enojado como está, no cruzaría esa línea.
Entonces lo siento... y no sólo a él, sino a su miembro, es enorme, y
se desliza por la raja de mis glúteos, haciéndome temblar de miedo, pero
hay algo más que miedo a fuego lento en mi vientre. Hay algo totalmente
distinto. La calidez llena mi ser, enviando riachuelos de placer directo a mi
corazón. Estoy confundida, completamente confundida. No debería querer
esto, y extrañamente, lo quiero.
He imaginado el sexo con él desde que descubrí lo que era en la clase
de educación sanitaria de séptimo grado. Pero nunca, nunca me imaginé
que fuera así. Siempre supuse que sería mi primero, pero pensé que sería
dulce y suave, no esta cosa cruda, sucia y ruda.
La mano de Remington palmea mi carne caliente, su toque es
sorprendentemente suave mientras desliza su miembro entre mis glúteos,
arriba y abajo, arriba y abajo. Puedo oírle inhalar y exhalar como si intentara
calmarse. Mi propia respiración está fuera de control y me pregunto si esto
es todo. Si es aquí donde me reclama.
—¿Debería tomar tu sexo o tu culo?
Empiezo a retorcerme de nuevo, deseando poder al menos ver su cara,
tratar de encontrar al niño dentro de él que una vez conocí.
—Déjame ir... has demostrado tu punto.
Siento que muero, mientras el placer se arremolina entre mis piernas.
—No, no creo que lo haya hecho todavía.
Su mano viaja desde mis glúteos, alrededor de mi cuerpo y serpentea
entre mis piernas. Sus dedos son gruesos y a mi cuerpo le cuesta separar
las cosas que hace de la persona que es ahora.
Estas son todas las cosas que quise alguna vez, sus manos sobre mí,
sus labios sobre los míos, y tal vez parte de mí aún las quiere, pero no con
el hombre que es ahora. Quiero al viejo él, al chico que me tomó la mano,
que me sonrió y me secó las lágrimas. Quiero a mi mejor amigo de vuelta.
Sin avisar, empieza a frotar suaves círculos contra mi clítoris.
—Tal vez penetre los dos. Le diré a todos que fuiste una zorra que me
rogó para tomar los dos agujeros.
Mi cuerpo reacciona a su toque, aunque sus palabras sean crueles, y
su voz enojada. Quiero hablar, decir algo, pero temo gemir en su lugar, así
que para salvar la cara, aprieto mis labios.
No deja de frotarme, de provocar a mi clítoris y me está volviendo loca.
—Remington —su nombre cae de mis labios goteando de necesidad y
podría patearme a mí misma por no poder mantener la boca cerrada.
—Mmm, tu sexo ya está mojado. Te gusta esto, ¿verdad? Apuesto a
que ni siquiera eres virgen. Apuesto a que te has acostado con un montón
de cabrones como yo. Has hecho tu camino en la vida teniendo sexo.
—No —grito, justo cuando él hunde dos dedos en mi canal. Me
estremezco, todo mi cuerpo se tensa mientras el dolor y el placer se mezclan.
—Maldición... estás tan apretada —silba y sus dedos se quedan
quietos dentro de mí.
Gimoteo contra las sábanas, y él quita un poco de su peso de mi
cuerpo antes de empezar a moverse de nuevo, metiendo sus dedos
profundamente dentro de mí. Está metido hasta los nudillos, frotando en
un lugar mágico. Un lugar que ni siquiera sabía que existía hasta ahora. El
placer se construye, acercándome al borde. Esto es una locura, está mal,
muy mal, pero se siente bien. No puedo aguantar mi gemido por más tiempo.
—Perfecto, perfección absoluta —susurra, probablemente sin querer
que lo escuche.
Me da un beso en la nuca mientras me penetra con los dedos,
abriéndome, rompiéndome el corazón y el cuerpo otra vez.
No tardo mucho en mojarme cada vez más con la necesidad, todo mi
cuerpo tiembla, mis piernas tiemblan cuando un orgasmo inminente se me
acerca. Sólo me he hecho correr, y nunca me he sentido como ahora,
destrozando la tierra, consumiendo cada una de las células de mi cuerpo.
Todo lo que puedo sentir es sus dedos hundiéndose más y más en mi carne
hasta que no siento nada más que un placer dichoso ondulando a través de
mi cuerpo.
Mi sexo tiembla alrededor de sus dedos, mis músculos se tensan,
tratando de empujarlo hacia afuera mientras mi liberación sale de mí y llega
a su mano.
—Tu sexo es muy bonito. Nunca hubiera esperado que fueras tan
sensible a mi odio, supongo que los dos estamos llenos de sorpresas.
Me muerdo el labio inferior lo suficientemente fuerte como para
hacerlo sangrar, y me asqueo ante el cobre de la sangre contra mi lengua.
Cuando Remmy retira sus dedos, me quedo tambaleando, mi cuerpo echa
de menos su toque y el fuego que enciende dentro de mí.
Se queda encima de mí, tumbado sobre mi cuerpo, respirando con
dificultad, como si fuera él quien necesitara un minuto de descanso después
de lo que acaba de pasar. Una vez que su respiración está bajo control,
finalmente levanta su cuerpo del mío, la ausencia de su toque me deja
sintiéndome fría. Anhelo su toque, sus palabras, aunque sean crueles. Una
vez más, soy esa niña que se enamora del mejor amigo de su hermano.
Antes de que pueda decir o hacer algo, me quita los pantalones y los
tira al suelo junto a la cama. Me pone de espaldas y luego vuelve a estar
sobre mí, con todo su cuerpo empujándome al colchón. En esta posición,
puedo verlo, ver lo que piensa, lo que siente. Miro su cara endurecida, me
pregunto qué va a hacer a continuación, y aún peor, si voy a dejar que lo
haga.
Mi corazón se acelera y mi respiración es superficial ahora que
estamos cara a cara. Todavía está enfadado, nada más que odio y tristeza
se refleja en sus ojos. Es entonces cuando lo miro, viendo esas emociones
que se arremolinan, que me doy cuenta de que no estoy enfadada con él. No
lo odio por hacer esto.
No podría ni aunque quisiera. En cambio, siento algo completamente
diferente... siento remordimiento. Siento que esto es en lo que se ha
convertido, siento que no haya amor en su vida, que haya perdido la luz, la
bondad que una vez tuvo.
Sintiendo la necesidad de traer de vuelta a ese hombre, me agarro de
su camisa, tomando un puñado de la tela, acercándolo aún más mientras
levanto mi cabeza del colchón. No creo que... Simplemente presiono mis
labios contra los suyos y lo beso. Sus labios están calientes, e inhalo su
aroma, sumergiéndome de cabeza en las emociones que está sacando de mi
interior.
Mi boca se fusiona con la suya, un hambre que araña mi vientre. Los
dulces e inocentes besos que compartimos antes cuando éramos niños no
son nada comparados con este beso. Este beso encierra una necesidad, una
posesividad a la que quiero aferrarme.
Remington profundiza el beso y por un momento, me olvido de lo
heridos que estamos, de lo enfadados que estamos por habernos perdido.
Por un momento, somos las mismas personas que solíamos usar la fuerza
de nuestro beso para decir cosas que ninguno de los dos podía.
Pero el momento pasa tan rápido como comenzó y en segundos, se
aleja, sus labios lucen hinchados y su pecho agitado. Capto un parpadeo de
confusión que se refleja en sus ojos antes de saltar de la cama, dándome
inmediatamente la espalda. Puedo oírle abrocharse los pantalones. Estoy
sorprendida, mis pensamientos se desordenan, pero una cosa destaca en mi
mente. No quiero que lo que acabamos de compartir termine ya.
—¿Qué estás haciendo? —pregunto, mi voz es débil.
No quiero que se vaya, no quiero que huya de mí, no después de haber
visto al chico que conocí una vez. Miro sus anchos hombros, sus músculos
ondulando bajo su camisa, su cuerpo lleno de tensión.
No esperaba el beso, o mi reacción hacia él y tal vez eso es lo que
necesita, sorprenderse. No lo sé realmente, pero no puedo dejar pasar lo que
pasó. Estoy esperando una respuesta, pero nunca llega, y aunque no me
sorprende, estoy dolida.
—¡No te vayas! —ordeno, pero ya ha salido por la puerta, cerrándola
de golpe detrás de él, dejándome sentada en la cama desnuda de cintura
para abajo con nada más que el recuerdo de sus labios sobre los míos.
¿Qué acabamos de hacer? Cuando siento que mis piernas están lo
suficientemente firmes para soportar mi peso, me deslizo de la cama y recojo
mi ropa desechada. Justo cuando me estoy subiendo las bragas, la puerta
se abre de nuevo.
Cally está de pie en la puerta con la boca abierta, la traición y dolor
se reflejan en su ahora fría mirada.
—¡Sabías que me gustaba! ¿Cómo pudiste hacerme esto? Pensé que
eras mi amiga.
—No es así, Cally.
Y no lo es. Sin embargo, ella no lo entendería. Nadie lo entendería.
Nadie conoce del pasado que compartimos.
Cruza los brazos sobre su pecho, y puedo decir que no me cree.
Alcanzo mis pantalones de yoga, sintiéndome ligeramente expuesta y un
poco humillada. Empiezo a ponérmelos cuando ella empieza a hablar de
nuevo.
—Sí, claro —resopla—. Porque estuvo aquí mucho tiempo, y te falta
mucha ropa para alguien que no acaba de echar un polvo. Realmente pensé
mejor de ti, supongo que me equivoqué.
Se da la vuelta y se va, y por segunda vez esta noche, mi puerta se
cierra de golpe.
Me siento como si no fuera a hacer nada bien otra vez. Remington
quiere romperme el corazón de nuevo y Cally cree que la he traicionado.
Sacudo la cabeza, pensando en mi hermano y mi padre en ese
momento. Desearía que Jackson siguiera vivo. Me daría el consejo que
necesito, le daría una paliza a Remington por actuar de la forma en que lo
hace. Pero él se ha ido y también mi padre, y sin ningún otro sitio al que
acudir, hago lo único que puedo hacer... lloro.
C
amino a toda velocidad por el campus, aunque mi corazón se
acelera como si corriera a toda velocidad. Mi mente se tambalea,
mis pensamientos están completamente desordenados.
¿Qué demonios acaba de pasar?
No lo entiendo. Estaba allí para darle una lección, para herirla, para
arrancarle el corazón como ella arrancó el mío. Todo lo que hice, todo lo que
le dije, se suponía que iba a llevar a que me odiara tanto como yo la odio a
ella. Quería ver el mismo dolor en sus ojos que siento... que siento cada vez
que la miro. En lugar de eso, me miró con lástima y arrepentimiento.
Luego me besó. ¡Me besó, maldita sea!
Y lo peor de todo... le devolví el beso.
La besé, demonios. No he besado a nadie en tres años. No puedo
contar con cuántas chicas he tenido sexo en ese tiempo, pero nunca he
besado a ninguna de ellas. Besar es demasiado personal, es lo que hace la
gente cuando quiere acercarse, recordar a la persona y si hay algo que no
quiero hacer con nadie es acercarme... y especialmente no con ella, no otra
vez.
¿Por qué demonios la devolví el beso?
La odio, ¿verdad? Mi cerebro me dice que sí, pero mi corazón me dice
otra cosa. Mi corazón me dice que estoy enfadado, confundido... pero no que
la odio. Lamo mis labios, su sabor aún perdura allí. Mi mente quiere quitar
ese sabor de mi boca, mientras que mi cuerpo quiere deleitarse con él. Mis
pensamientos están llenos de imágenes de ella y necesito despejar mi
maldita cabeza y sacarla de mi mente de una vez por todas.
Intento pensar en cualquier cosa menos en sus labios, sus ojos
perforando los míos, la forma en que su sexo se apretó alrededor de mis
dedos tan fuerte que pensé que iba a morir. He cruzado una línea, una que
nunca había cruzado con ninguna mujer antes de esta noche. Nunca he
forzado a nadie, no es que tuviera que forzar a Jules, estaba claro que ella
estaba más que interesada en mí, sólo era la forma en que lo hacía,
tomándola, usando su cuerpo sin permiso.
Estuvo mal. Fue correcto. Fue espantoso.
Por mucho que quisiera hacerle daño, no había forma de que pudiera
tomarla sin su permiso. Quería hacerle daño, arrancarle el corazón, pero no
quería cometer un crimen para hacerlo. Me gustaba que mis mujeres
estuvieran dispuestas, pero ella no tenía por qué saberlo, podía estar
pensando que yo iba a hacerlo todo el tiempo, y probablemente lo hizo, hasta
que se dio la vuelta y me miró a los ojos. Siempre tuvo el poder de ver a
través de mí.
Maldición. Paso las manos por mi pelo con frustración, tirando con
fuerza de mis mechones deseando que me den las respuestas que necesito.
¿Por qué no puede simplemente irse? Su recuerdo me persigue y ahora es
más que un recuerdo, está aquí, delante de mis narices arruinándome de
nuevo.
Saco mi móvil, compruebo el chat del grupo con todos los chicos
aparece diciéndome que tengo más de veinte notificaciones perdidas, pero
no me importa. La apuesta es lo último que pasa por mi mente en este
momento. Quiero ganar, pero me preocupa el efecto que Jules tiene sobre
mí, y necesito poner esa mierda en orden antes de intentar tomarla.
La idea de tener sexo con ella pone mi miembro de acero. La he
deseado desde que éramos adolescentes, y podría haberla tenido tantas
veces. Quería que fuera mi primera, mi última, mi siempre. Aprieto los
dientes. Necesito encontrar una manera de olvidarla, de olvidar su recuerdo.
He intentado todo a lo largo de los años: chicas, cervezas, hierba. Nada la
ha alejado de mi mente.
Concentro mi atención en mi teléfono, encuentro el nombre de Cally
y le envío un mensaje. Sé que no es mi apuesta, pero descubrir que era la
compañera de habitación de Jules sólo añadió diversión. Ahora tengo una
entrada, en la vida de Jules, para hacerla lo más miserable posible. Le pido
a Cally que se reúna conmigo en la cafetería para desayunar mañana y no
me sorprende que responda enseguida, diciéndome que le encantaría.
Cuando llego a la casa, todos los chicos están en la sala de estar
bebiendo cerveza. Agarro dos de la nevera, y me trago una de inmediato para
calmar mis nervios, mientras me siento con la segunda. Estoy consumido
por la necesidad de encontrar una cura para su recuerdo. Tengo que dejar
atrás el pasado que compartimos, y no se me ocurre una forma más rápida
que emborracharme con los chicos. No es una cura, pero servirá por ahora.
Me tomo la segunda cerveza, y luego otra, y otra más hasta que tengo cinco
cervezas en un zumbido que finalmente empieza a hacer efecto.
—¿Estás bien, Rem? —pregunta Thomas, la preocupación está
grabada en sus rasgos mientras mira las latas de cerveza en la mesa delante
de mí.
Típicamente, no bebo tanto, y especialmente no en las noches de
escuela, pero esta noche necesito toda la cerveza que pueda conseguir.
Asiento, odiando que por una vez me vea obligado a mentir a mis
amigos.
—Nunca he estado mejor, Tom. Nunca he estado mejor.

◆◆◆

Hay un latido detrás de mis ojos que se niega a desaparecer. Siento


como si me hubiera atropellado una camioneta anoche, y luego retrocedió y
me pasó por encima otra vez. Mis músculos están rígidos, y mi estómago se
está revolviendo. Beber media nevera llena de cerveza probablemente no fue
la mejor idea, pero seguro que hizo el trabajo. Al final de la noche no pensaba
en Jules, de hecho, no pensaba en nada porque no pasó mucho tiempo
hasta que me desmayé en el suelo del salón. No es uno de mis momentos
más halagadores, supongo.
Después de una ducha rápida, cepillarme los dientes y cambiarme de
ropa me siento mejor. Entro en la cafetería y hago una mueca, el timbre de
la puerta parece diez veces más fuerte hoy que antes. Observando las
cabinas, veo a Cally sentada en una mesa junto a la ventana, levanta su
mirada hacia mí, con una brillante sonrisa en sus labios. Me acerco a donde
está sentada y me deslizo al asiento de enfrente.
—Hola.
Su voz aguda me atraviesa los oídos y me muerdo la lengua para no
decirle que se calle. Eso, por supuesto, no ayudaría a mi causa, así que en
su lugar lucho a través de la palpitación en mi cabeza y pretendo estar
interesado en lo que tiene que decir.
—Oye, siento haber salido furioso anoche.
Le brindo una ligera sonrisa. Necesito que crea que lamento haber
tenido la intención de venir a verla a ella y no a Jules.
—Está bien —dice, pero el ceño fruncido de su cara me dice que está
todo menos bien.
—¿Jules dijo algo, sobre lo que pasó anoche?
El ceño fruncido de Cally se profundiza aún más y es dolorosamente
obvio que no quiere hablar de su compañera de cuarto conmigo. Pero siendo
el imbécil que soy, no podría importarme menos lo que ella quiera.
—No dijo nada anoche, no realmente. Tuvimos una especie de
discusión. Supongo que no era tan buena amiga como creía.
Suspira, encogiéndose de hombros como si estuviera decepcionada.
No sé cómo se siente. Aunque no digo una mierda. Mi problema con
Jules es sólo mío, y si alguien puede odiarla, soy yo.
—Es una mierda dado que la dejamos quedarse gratis con nosotras.
Debería echarla, pero me sentiría fatal si lo hiciera, ya que su hermano y su
padre acaban de morir...
Espera, ¿qué? Eso me llama la atención y parpadeo lentamente,
tratando de comprender lo que acabo de oír. Cally sigue hablando, pero no
puedo entender las palabras que salen de su boca, no después de lo que
acaba de decir. Por un momento estoy de piedra en mi asiento, y todo a mi
alrededor se desdibuja.
Jackson. Su padre. Muertos.
—¿Estás bien? —Cally me arrastra de vuelta a la realidad después de
un momento—. Te ves un poco pálido.
—¿Ella te dijo eso?
Casi le grito a Cally, pero de alguna manera mantengo el temblor fuera
de mi voz. No necesita saber el efecto que Jules tiene en mí.
—¿Decir qué? —pregunta arrugando la nariz.
—¿Te dijo Jules que su hermano murió? —aclaro, hablando despacio
para que me entienda mejor.
—Ah, sí, es por eso que se mudó aquí después de que el semestre
comenzó, al menos eso es lo que me dijo. No me sorprendería que estuviera
mintiendo, ya que ayer hablé con ella...
—¿Sabes dónde está Jules ahora mismo?
—En el laboratorio de biología, creo, ¿por qué?
Me deslizo del asiento y empiezo a alejarme.
—¿Qué... qué estás haciendo? ¿Qué es lo que pasa? ¿Dije algo? No me
digas que me llamaste para acercarte a ella —vocifera Cally, mientras la
frustración cubre sus palabras, pero no me molesto en darme la vuelta.
Tengo toda la información que necesito de ella. Ella es problema de
Cole ahora.
Cuando salgo de la cafetería, todo lo que puedo pensar es que está
mintiendo.
Jules está mintiendo, tiene que estarlo. Jackson no está muerto... no
puede estarlo. Los odié a los dos por igual cuando se fueron, pero descubrir
que tu ex mejor amigo podría estar muerto. Sí, es una patada en las jodidas
pelotas, y por este pequeño truco, Jules se ha ganado otra sesión conmigo.
Corro por el campus para llegar al edificio de biología. Necesito confrontarla
ahora mismo, demonios, no me importa si está en clase, no me importa si
está en medio de su maldito examen final.
Nadie me prestará atención. Hago lo que quiero cuando quiero. Los
profesores se hacen la vista gorda a toda la mierda mala que hago, y créeme,
hago mucha mierda mala. Pero qué profesor de esta escuela quiere perder
todo ese dinero extra que mi padre está echando en este lugar.
Para cuando llego al laboratorio, la ira dentro de mí se ha acumulado
y estoy casi listo para explotar. Abro la puerta y entro en el laboratorio.
Reviso el aula. Puedo sentir las miradas sobre mí, pero sólo me importan los
grandes ojos azules, conectados a una cara con forma de corazón,
enmarcada con rizos rubios en la última fila.
—¿Por qué demonios mentirías sobre algo como esto?
Elevo mi labio y pisoteo en el salón de clases dirigiéndome
directamente a ella. Sus ojos se abren de par en par y su expresión no
contiene nada más que confusión. Siempre mintiendo... siempre haciéndose
la inocente. Un día la voy a lastimar... un maldito día.
—¿Decirle a la gente que tu hermano está muerto? ¿Qué clase de
jodida broma enfermiza es esa? ¿Por qué demonios mentirías sobre algo así?
Sale vapor de mis oídos, y quiero golpear algo con el puño, destruir la
habitación, romper un escritorio o tres. Esta mujer saca lo peor de mí, lo
peor del todo.
Se levanta, recoge sus cosas, me ignora como si no le gritara delante
de toda una clase llena de gente. Susurros silenciosos llenan la habitación
mientras el silencio nos cubre.
—Respóndeme —grito, golpeando con el puño en el primer escritorio
con el que conecta.
Los jadeos llenan la habitación y veo al profesor por el rabillo del ojo
mirándome. Si es inteligente, mantendrá su maldita boca cerrada.
Jules empieza a caminar hacia mí, y tengo que recordarme a mí
mismo que debo calmarme. Respirar. No reaccionar. Sólo respirar. Pasa a
mi lado y sale del edificio y la dejo, temiendo que si la agarro ahora, las cosas
puedan terminar mal. La sigo, mientras mis pies golpean contra el
pavimento.
¿Quién demonios se cree que es?
Me vuelve loco, con necesidad, con ira... estoy perdiendo la maldita
cabeza por su culpa. No tardo mucho en alcanzarla y cuando lo hago, no
puedo detenerme. La agarro por los hombros, envuelvo mis dedos tan fuerte
alrededor de sus delgados brazos que estoy seguro que le dejaré moretones.
No quiero hacerle daño, al menos no físicamente, pero me está
volviendo loco. Cierra los ojos como si no pudiera mirarme, pero necesito
que me mire, maldición. Necesito ver la mirada en sus ojos cuando me diga
la verdad.
—Abre los malditos ojos y dime ¿por qué mentirías? ¿Por qué
inventarías algo así? Es jodidamente patético, incluso para alguien como tú.
Sacudo su pequeño cuerpo, sus sedosos rizos rubios se escapan de
detrás de sus orejas y sus grandes ojos se abren en un parpadeo.
Su mirada se une a la mía y ahí es cuando la veo. El dolor, la ira y la
pérdida, todos mirándome fijamente. Es desgarrador la forma en que me
mira y quiero abrazarla, besarla y decirle que todo va a estar bien.
—No mentí, Jackson está muerto —dice en voz baja, con la voz
quebrada al final.
Puedo sentir una ola de dolor y tristeza acumulándose, lista para
estrellarse sobre mí, pero la alejo. No estoy listo para enfrentar todo eso
todavía, dejo que la ira me supere en su lugar y la libero con un empujón.
Tropieza hacia atrás y casi la alcanzo de nuevo para estabilizarla, pero en
cambio, meto las manos en mis bolsillos para detenerme.
—¿Y no pensaste que merecía saberlo? ¿Por qué no me dijiste que mi
mejor amigo está muerto?
Se ríe, pero no es risa lo que emite, es dolor, grueso y pesado.
—Oh, ¿cuándo te hubiera gustado que hiciera eso, Remington?
¿Cuándo me ordenaste que me apartara de tu camino y actuaste como si no
nos conociéramos o quizás cuando me dijiste que no te llamara por el
nombre que te he llamado desde que tenía cinco años? Oooo, ¿quizás
cuando tenías tus dedos dentro de mí o cuando casi me dijiste que te dejara
en paz o que enfrentara las consecuencias? Por favor, dime, ¿en qué
momento hora debería haberte tirado esa maldita bomba?
Mis dientes rechinan, y por una vez en mi maldita vida, no sé qué
mierda decir. La he estado golpeando con mis palabras, tratando de hacerla
sentir tan débil como ella me hace sentir, y todo este tiempo ha estado
sufriendo la pérdida de su hermano, mi jodido mejor amigo. Perder a
Jackson fue casi tan duro como perder a Jules, ella tenía mi corazón, me
tenía envuelto alrededor de su pequeño dedo meñique.
—Era mi mejor amigo... —me digo más a mí mismo que a ella.
—Sí, yo también lo era, pero parece que has olvidado esa parte de tu
vida.
Me empuja en el pecho para quitarme del camino, su tacto me
atraviesa, reiniciando mi corazón y escucho sus pies, cada paso, mientras
se aleja cada vez más de mí.
Sus pasos suenan igual que hace años, cuando se alejó, dejando un
hueco en mi pecho.
Me lleva un largo momento recuperar la compostura. Las lágrimas
pican en mis ojos. Miro a mi alrededor limpiándome los ojos. No lloro, y no
lo he hecho desde el día en que ambos me dejaron. Pienso en Jules, en el
dolor que le estoy causando, en mi venganza, en mis propias necesidades
egoístas. Sólo la he amado a ella... a ella y a mi madre, y mi madre nunca
regresó por mis hermanos y por mí, ni siquiera ha llamado.
Jules, está aquí ahora... pero en primer lugar, ¿cómo puedo
perdonarla por dejarme?
Nunca he estado tan conflictivo en mi vida... tan fuera de control.
No puedo dejar de sentir el dolor. No puedo ser débil entregándome a
su toque, a sus lágrimas, a su rostro angelical. Pero la idea de herirla más
de lo que ya ha sido herida me enferma.
Me odio a mí mismo por hacerle esto... por hacerme esto í, pero si no
me hubiera dejado, si no me hubiera destrozado el corazón, no estaríamos
aquí ahora mismo.
E
stoy tan cansada que apenas puedo poner un pie delante del otro.
Nunca he estado tan agotada, mental y físicamente. No pegué ojo
anoche y tampoco pude comer nada esta mañana. Pasé la mayor
parte de las últimas doce horas llorando y estoy segura de que todavía se
me nota en la cara. Al menos por eso espero que todos me miren con una
expresión de asco en la cara.
Intento ignorar todas las miradas y susurros por donde quiera que
vaya, pero se hace exponencialmente más difícil hacerlo cuando llego a
Cálculo y los susurros empiezan a sonar más como gritos.
—Mintió sobre la muerte de su hermano... ¿quién hace eso?
Ni siquiera giro la cabeza para ver quién habla.
—Escuché que lo hizo por compasión, para poder quedarse en algún
lugar gratis.
Debería haber sabido que lo que pasó ayer en Biología se extendería
por la red de chismes como un incendio forestal. Y debería ser aún menos
sorprendente que todos piensen que soy la mala. Por supuesto, Remington
no puede hacer nada malo, Dios no permita que el imbécil se responsabilice
de sus acciones. Quiero decir, ¿quién le grita así a alguien delante de una
clase llena de gente? Un insensible es quién es.
Las lágrimas amenazan en mis ojos mientras pienso en él.
No, no voy a llorar otra vez.
—Apuesto a que ni siquiera tenía un hermano... —susurra alguien
detrás de mí y de alguna manera escuchar esas palabras me duele más que
cualquier otro comentario que haya escuchado hoy.
Que me llamen mentirosa y tramposa. Que me llamen perra o zorra,
pero que alguien me diga que mi hermano nunca existió es demasiado. Todo
lo que me queda de él son recuerdos y que alguien diga que esos no son
reales, hace que el agujero en mi pecho me duela tanto que apenas puedo
respirar. Me levanto de mi asiento y salgo del aula antes de que el profesor
abra su libro.
Puedo sentir los ojos sobre mí, y literalmente hace que mi estómago
se revuelva, el ácido sube en mi garganta con cada paso que doy. No me
importa si repruebo todas las clases ahora mismo.
Todo lo que quiero hacer es acurrucarme en mi cama y llorar a mares.
No quiero estar cerca de esta gente o escuchar sus lamentables rumores. No
tardo mucho en volver a la casa, y en cuanto entro por la puerta, las cosas
se ponen aún peor.
—Jules, tenemos que hablar —dice Cally mientras me mira fijamente.
—Cally, por favor, no puedo hacer esto contigo ahora mismo —digo
ahogadamente, pasando a su lado.
Entro en mi habitación esperando que no me siga, pero por supuesto,
no tendría tanta suerte.
—Escucha, creo que deberías encontrar un nuevo lugar para
quedarte, esto no está funcionando.
Lucho contra las lágrimas, tratando de contenerlas. Todo este día ha
sido una mierda, y ahora vuelvo a casa con esto.
—Bien, empacaré mis cosas —digo para que deje de hablarme.
Cierro la puerta de mi habitación en su cara, y me acuesto en la cama,
colocando una almohada sobre mi cara. Las lágrimas caen, y siguen
llegando sin fin a la vista.
¿Cómo puede una persona tener tantas lágrimas?
—¡Jules! —Remington gritó mi nombre. Podía oír la risa en su voz—.
Sal. —El corazón se me salía del pecho. Nunca había permanecido escondida
tanto tiempo.
—¿Ya la has encontrado? —escuché a mi hermano preguntar.
—No... ha cambiado sus escondites.
Sus palabras me hicieron sonreír. Al final de cada día, me fui a casa
con las mejillas dolidas por sonreír tanto. El sonido de las ramas rompiéndose
en la distancia me dijo que mi hermano se alejaba para buscar en otra parte.
Me mordisqueé el labio inferior y esperé con la respiración entrecortada
a que Remington siguiera sus pasos. Mi frente se arrugó después de unos
minutos, y saqué la cabeza de detrás del árbol en el que me había escondido
durante los últimos diez minutos.
Tan pronto como lo hice, vi a Remington, con sus grandes ojos verdes
deslumbrantes en el sol de verano.
—¡Te encontré! —gritó, y se formó un mohín en mis labios.
—Habría ganado si te hubieras ido.
Sabía que no debía enojarme, no era como si nunca me dejaran ganar,
pero estaba tan cerca de hacerlo por mi cuenta esta vez. Si tan sólo hubiera
tenido más paciencia.
Remington cruzó los tres metros que nos separaban, sus manos me
alcanzaron por instinto. Siempre me protegía, me cuidaba y le consideraría
como otro hermano si no me imaginara siempre besándolo.
—Si sirve de algo, no tenía ni idea de dónde te escondías, Jules. Sólo
sabía que no podía dejarte aquí sola.
Y así de fácil, ya no me molestó más el perder. Lamí mis labios y miré
a los ojos de Remington.
—Parece que has vuelto a perder.
La voz burlona de Jackson llenó mis oídos, y Remington se alejó como
si supiera que mi hermano le patearía el trasero por tocarme. Ya había pasado
antes, se pelearon un par de veces por cosas de chicos, cosas que siempre me
dijeron que no eran de mi incumbencia.
—Cállate, J —gruñó Remington, y yo sólo me reí.
Estuve segura ese día de que amaba a Remington Miller más que
nunca.
El recuerdo de ese día y todos los demás recuerdos felices parecen
como si fueran de un mundo lejano, una vida diferente, que se desvanece
con cada día que pasa. Me inclino sobre el borde de la cama y agarro la caja
de debajo de ella. Poniéndola en la cama delante de mí, me tomo un minuto
para prepararme para abrir la tapa. Ya me siento destrozada, Remington,
tomó el último de mis pedazos enteros y lo hizo añicos con su asalto de ayer.
Abro la caja y miro la foto que está encima. Me tomo un momento
para mirarla, para sentir el recuerdo de ese día. Es Jackson en su más
reciente cumpleaños, está sonriendo a la cámara, sin ninguna preocupación
en el mundo. Su sonrisa es contagiosa, brillante, y se ve feliz, más que feliz.
Sus ojos azules brillan, y nunca olvidaré lo que me dijo esa noche. Me
abrazó, me besó en la cabeza como siempre lo hacía. Si hubiera sabido que
sería mi último abrazo, mi última conversación con él, habría aguantado un
poco más. Me digo una y otra vez que no había forma de saber que ésta sería
la última foto que le haríamos... O la última vez que lo veríamos con vida.
Con manos temblorosas, tomo la pila de fotos y las extiendo sobre la
cama. La mayoría de ellas son de Jackson y de mí, pero hay algunas de los
tres y algunas sólo de Remmy y mías. Una foto es de nosotros tirados en la
hierba, ambos mirándonos con nada más que amor. Recuerdo la forma en
que me sentí ese día, las emociones que corrían por mis venas.
Pensé que estaría con él para siempre. Pensé que sería mi primero, mi
último, mi todo. Nos vemos como personas diferentes en esas fotos y no sólo
porque hemos crecido desde que fueron tomadas. Es más bien como si las
cosas que nos han pasado nos hubieran cambiado. Cambió la forma en que
sentimos y pensamos... cambió la forma en que vemos el mundo.
No sé cuánto tiempo miro esas fotografías, deseando con todo mi
interior poder volver a esos días, y que no sean sólo un recuerdo.
Desearía poder ver a mi hermano de nuevo, ver a Remmy de nuevo...
el Remmy que conozco... el que me amaba y cuidaba. Dios, ojalá fuera la
misma persona. No quiero admitirlo, pero lo necesito. Lo necesito tanto
ahora mismo.
Un golpe en la puerta me saca de mi mundo de fantasía. Esto no va a
ser bueno. Miro hacia arriba, justo cuando la puerta se abre y Cally entra.
Me limpio las lágrimas manchando mis mejillas con el dorso de las manos
como si eso las hiciera desaparecer. Cualquiera con ojos puede ver que he
estado llorando desde un kilómetro y medio y que estoy al borde de un
colapso mental.
—Pensé que estabas empacando no mirando fotos...
Sus palabras se le quedan grabadas en la garganta cuando mira las
fotografías que se extienden por mi cama. Sus ojos verdes se abren de par
en par con el impacto y tal vez un poco con confusión y por un momento se
queda mirando con la boca abierta.
—¿Es eso...? —cierra la boca y parpadea como si no pudiera creer lo
que estaba a punto de preguntar, o lo que está viendo.
—Cally... nunca quise hacerte daño. Sé que te gusta... es difícil no
hacerlo, créeme, lo sé, pero he amado a Remmy desde que éramos niños...
desde antes de saber lo que era el amor.
—¿Lo conoces desde que eran niños? ¿Y realmente tienes un
hermano?
Asiento en respuesta.
—Éstas fotos son de cuando estábamos creciendo. Solíamos ser
vecinos. Era el mejor amigo de mi hermano y el mío. Hubo un tiempo en el
que no podía imaginarme no tenerlos en mi vida y ahora, no tengo ninguno
de los dos.
—¿Qué ha pasado?
Su pregunta es como un cuchillo en mis entrañas, y me encuentro
tragando, buscando aire, buscando las palabras para responder a su
pregunta, una maldita razón de por qué todo se vino abajo.
¿Hay realmente una respuesta a lo que pasó? Siempre lo he visto
como una curva de aprendizaje de la vida. No pude evitar que mis padres se
divorciaran, que mi madre trabajara o que mi padre se mudara. No pude
evitar que nuestra amistad, o el amor entre Remington y yo se desmoronara.
No había literalmente nada que pudiera hacer para salvarnos, y creo que él
también lo sabía. Creo que lo sabía y por eso me hizo daño antes de que yo
pudiera hacerle daño a él.
—Nos mudamos, es la respuesta corta. Mi hermano es una historia
para otro día.
Le sonrío con tristeza. No me atrevo a mencionar el hecho de que el
que la madre de Remington se fuera sólo empeoró las cosas. Eligió el licor
en lugar de sus hijos, y la persona a la que más dolió fue a Remington,
porque cuando nadie más de su familia creyó que ella mejoraría, él lo hizo.
Creyó tanto que pensó que podía mejorarla, pensó que podía arreglarla...
pero, al final, no pudo.
—Bueno, eso explica muchas cosas, supongo.
Su tono me dice que hay más de lo que dice, y no puedo evitar
preguntarme qué me estoy perdiendo.
—¿Qué quieres decir?
Me mira con timidez.
—Bueno, Remington me envió un mensaje para reunirme con él ayer.
Pensé que quería salir, pero no dejó de hablar de ti. Me imaginé que era por
lo que había pasado antes ese día... Quiero decir, me gusta, Jules, pero estar
enamorado de alguien y amarlo son dos mundos completamente diferentes.
Y vaya si lo sabía.
Cuando no digo nada ella dice—: Lo siento mucho, no vi esto antes.
—No te culpo, no lo sabías y no espero que lo entiendas. No quiero
que pienses que estaba intentando robártelo en tus narices. Yo no soy así.
La única razón por la que no he dicho nada es porque las posibilidades son
que Remington y yo jamás seremos más que enemigos. Me odia, y está muy
cerca de conseguir su objetivo de que le odie yo también.
Cally frunce el ceño.
—Desde que empezó la escuela aquí, ha estado perdido, enojado con
el mundo. Es un chico muy dulce a veces, pero sólo cuando quiere algo.
Pero si no está teniendo sexo, entonces generalmente no quiere tener nada
que ver contigo.
—Lo sé. Lo descubrí muy rápido. Cometí el error de abrazarlo en mi
primer día. No le gusta que lo toquen...
—Mirando estas fotos, parece que no siempre fue así. Quiero decir que
te está abrazando y sosteniendo tu mano en bastantes de esas fotografías.
Se detiene, sonriéndome, y sé que volvemos a estar en la misma
página otra vez.
—No sé si es verdad, pero he oído un rumor de que nunca besa a las
chicas con las que se acuesta. ¿Quizás eso tiene algo que ver contigo?
Levanta las cejas en pregunta, como si pudiera darle una respuesta.
Un nudo nervioso se forma en mi vientre. Dudo que lo que dice sea
cierto, ¿cómo podrías tener sexo con alguien y no besarlo, nunca? Remington
no me parece el tipo de hombre que no besa a una mujer. Luego pienso en
su reacción cuando lo besé... lo frío que estaba al principio... lo insensible
que era. Pensé que tal vez era porque no quería besarme, pero ahora tal vez
era por algo totalmente distinto.
—¿Cómo no besas a alguien todo el tiempo que tienes sexo con él?
Cally sonríe y siento que me estoy exponiendo, así como contando el
hecho de que todavía soy virgen.
—Es fácil. Sólo hazlo por detrás y no tienes que preocuparte por ello.
Si no pueden verte y sus labios no están cerca de los tuyos, no te arriesgas
a que se toquen. Y como dije, el rumor es fuerte por aquí, ya que es algo que
hace a menudo.
No lo digo en voz alta, pero eso parece tan cruel, tan poco amable, no
es que el estilo perrito sea malo, estoy segura de que es genial. No tengo
experiencia, pero parece ser bastante popular. Todavía no puedo imaginar
las intenciones detrás de la posición, por qué la elegiría... eso es cruel.
—Eso parece una cosa de imbéciles —murmuro, recogiendo las fotos
y colocándolas de nuevo dentro de la caja.
Cally me observa durante un largo momento, y estoy agradecida de
tenerla como amiga hoy, como alguien en quien puedo confiar.
—Bueno, Remington es una especie de imbécil, y obviamente no se
parece en nada a la persona que conocías... y sé que lo sabes Jules, pero
algo me dice que no cambiará simplemente porque tú apareciste.
No tiene que decirme eso.
—Lo sé, créeme, lo sé. Confío en que el chico del que me enamoré en
esas fotos no es más que un recuerdo que se desvanecerá, uno que
eventualmente será lavado y reemplazado por el hombre cruel en el que me
culpa de haberle convertido.
—No dejes que te culpe. Al final, todos tenemos nuestras propias
decisiones que tomar. Eligió convertirse en la persona que es hoy, y no
importa qué, no puede poner ese odio en ti. La vida continúa, y es obvio que
sigue viviendo en el pasado.
—No lo haré. No he dejado que me culpe hasta ahora.
Sonrío.
—No tienes que mudarte. Quiero decir, a menos que quieras. Sólo
estaba siendo una perra, pero no quiero que te mudes. A Bridget y a mí nos
encanta tenerte aquí.
—Gracias —susurro.
Mudarme de nuevo con mi madre sería una mierda, pero lo haría si
no tuviera otro sitio al que ir. Mi padre nos dejó todo a mi hermano y a mí,
pero como mi hermano ya no está, todo cayó en mis manos, la casa, el
seguro de vida.
—Tómate todo el tiempo que necesites, y si alguna vez quieres hablar,
ya sabes dónde está mi habitación. Siento haber sido una imbécil. Me
gustaba Remington, de verdad, pero después de ver todo esto, sé que no
tengo ninguna posibilidad.
Me brinda una sonrisa tranquilizadora antes de salir del dormitorio,
dejándome sola con mis pensamientos.
Debería decirle que tampoco tengo una oportunidad en el infierno.
Remington ya no es mi salvador, mi caballero blanco. Ahora es un
hombre, envuelto en la oscuridad, ahogándose en las aguas de su pasado,
y si no tengo cuidado, me arrastrará con él.
N
o logro conciliar el sueño y me encuentro dando vueltas en la
cama toda la noche, haciendo las clases casi insoportables al día
siguiente. Vigilo a Jules en cada esquina, incluso cuando me
reúno con los chicos para desayunar. Desde que me besó, no puedo
quitarme el sabor de mis labios. Cada vez que cierro los ojos, siento su suave
cuerpo contra el mío y mis dedos dentro de ella.
Cuando camino hacia Inglés al día siguiente, lo primero que hago es
buscar a Jules. Es estúpido, lo sé, ya que la odio y todo eso, pero no puedo
detener la reacción de mi cuerpo cuando la tengo cerca. Necesito verla,
asegurarme de que sigue siendo mía para atormentarla.
Cuando la encuentro, casi sonrío, la energía dentro de mí chisporrotea
y se expande hacia afuera. Mi corazón comienza a latir fuera de mi pecho, y
el aire pesado que me rodea se eleva y que se pega a mis pulmones, lo que
hace que sea difícil respirar.
Me siento en la fila detrás de ella y golpeo mi bolígrafo contra mi
cuaderno. No tengo intención de prestarle ni una pizca de atención al
profesor hoy. Simplemente estoy aquí por Jules. Mi pierna empieza a rebotar
cuando más estudiantes se filtran en la habitación, y Layla se sienta en el
asiento a mi lado.
Jules despertó mis emociones cuando me dijo que su hermano había
muerto. Jackson era uno de mis amigos más cercanos, el único que parecía
importar junto a Jules. Desde su confesión, no he podido dormir, ni siquiera
comer. Me siento mal, lo cual no es normal, ya que generalmente no me
importa una mierda nadie ni nada.
—Rem —me saluda Layla, apoyando su mano contra mi muslo.
Le hago un gesto con la barbilla, pero mantengo la vista en los rizos
rubios de Jules. Ojalá hubiera podido ver su cara cuando obtuvo su orgasmo
con mi mano el otro día. No. No, no lo hago. No quiero verla feliz. Pero sí
quiero... Mi corazón y mi cerebro están librando una guerra contra mi
cuerpo, y no sé quién demonios va a ganar.
—Te he echado de menos. Nunca me enviaste un mensaje —lloriquea
Layla en mi oído.
—Lo siento, lo olvidé.
Sonrío, aunque me siento molesto. Soy bueno para ocultar mis
emociones, para conseguir lo que quiero.
—Está bien... te perdono.
Se muerde el labio inferior y se inclina hacia mi cara. Antes de que
Jules mostrara su cara aquí, todo lo que habría importado era encontrar mi
próximo encuentro sexual, o que chuparan mi miembro, pero ahora estoy
más molesto con la presencia de Layla que excitado por ella.
Los dedos de Layla se mueven sobre mis vaqueros hasta que llega a
mi ingle. No la detengo, ¿cuál es el punto? Si quiere tocarme entonces genial,
siempre y cuando mantenga su maldita boca cerrada.
—Quiero chuparte, Rem —ronronea Layla en mi oído.
Pero todo lo que puedo escuchar es a Jules golpeando su bolígrafo
contra su cuaderno con enfado. Puede oír a Layla, y apostaría cualquier
cosa que la está molestando.
Hazle daño. Rómpela. Las palabras rebotan en mi cráneo dentro de mi
mente.
—Jules —susurro su nombre, viendo como su espalda se endereza
con el sonido de mi voz.
Puede oírme, sé que puede, y me pregunto qué está pensando. Me
pregunto qué le hace mi voz. ¿La vuelvo tan loca como ella a mí? ¿Quiere
estrangularme y besarme al mismo tiempo?
¿Besarme? Me burlo de mí mismo. No. Nada de besos. Ni siquiera con
Jules.
—Jules —la provoco una vez más—. Sé que puedes oírme...
Veo su pequeña mano apretándose en un puño. Perfecto... maldición,
tan perfecto. Su reacción hacia mí hace que mi miembro se endurezca.
Continúo burlándome de ella, mientras ignoro los incesantes
lloriqueos de Layla en mi oído.
—Jules... ¿estás pensando en mis dedos...?
Me inclino hacia adelante, y susurro, mi aliento toca su oído. Huele a
vainilla y azúcar, tan cálido y acogedor, tan parecido a la Jules de mi
pasado—. ¿Piensas en mis dedos dentro de ti...?
—Detente —ataja, girándose, su voz se oye en el aire, y mucho más
fuerte que un susurro.
El señor Johnson se voltea desde la pizarra, mirando fijamente a
Jules.
—Jules, ¿hay algo que te gustaría compartir con la clase?
Cuando la llaman, y todos los ojos se vuelven hacia ella, se mueve en
su asiento, dando la vuelta, pero no puedo evitar notar el suave rubor que
comienza a subir en sus mejillas cuando la llaman frente a todos.
—N-No... lo siento... —dice, tratando de hacer su voz fuerte.
—Bien. Si no has venido aquí para aprender, puedes irte —anuncia
él, su tono me molesta al instante.
Ya es bastante malo que le haya llamado la atención en clase, pero
ahora está siendo un imbécil al insinuar que ella no quiere aprender.
—Déjalo —gruño, golpeando la palma de mi mano sobre la mesa—.
Sólo estaba respondiendo a una de mis preguntas.
—Señor Miller, es muy amable de su parte unirse a la conversación.
Tal vez te gustaría marcharte junto con tu actitud fuera de mi clase.
Ahora estoy más que enfadado... maldición, estoy muy enfadado.
—¿Perdón? —gruño.
—Ya me has oído. Fuera. Y cuando vuelvas a mi clase, será mejor que
tengas una mejor actitud.
Parpadeo y mi mandíbula se flexiona. ¿Este bastardo acaba de
hablarme como si yo fuera basura bajo sus pies?
¡Qué mierda!
—Lo que sea.
Pongo los ojos en blanco y agarro mis útiles, saliendo del aula,
mientras siento cada par de ojos sobre mí. No vale la pena el maldito papeleo
o la multa. Abro la puerta y la cierro de golpe cuando salgo, asegurándome
de haber hecho una maldita escena.
Una vez en el pasillo trato de tomar un par de respiraciones
tranquilas. ¿Qué diablos me pasa? Defendí a Jules sin siquiera pensarlo.
Sacudo la cabeza y paso los dedos por mi pelo.
Ella no es nada.
Ella lo es todo.
El latido de mi corazón truena fuertemente en mis oídos. Lo ha
perdido todo...
Cada maldita cosa.
Intento razonar conmigo mismo. Tal vez no pueda perdonarla
completamente, pero podría dejar de ser un maldito imbécil. Podría intentar
hacer su vida más fácil. No puedo negar que quiero su cuerpo. Quiero el
cuerpo de todas las chicas, pero... amistad, cualquier cosa cercana a ella,
es un no. Tiene que ser así. Cuando las puertas se abren y los estudiantes
empiezan a filtrarse, me doy cuenta de que he estado aquí los últimos cinco
malditos minutos luchando internamente conmigo mismo.
Habla con ella.
Maldición, de acuerdo. Hablaré con ella, me digo a mí mismo. Meto las
manos en los bolsillos de mis vaqueros y espero. Esto es una mala idea. Pero
todo lo voy a hacer es hablar. Aparece Layla, con una mueca de desprecio
en sus ojos. Está enfadada, me di cuenta sin siquiera mirarla. Un segundo
después, Jules sale, y por un momento no hago más que mirarla fijamente.
Sus mechones rubios están rizados en los extremos como siempre,
lleva un par de vaqueros muy ajustados y botas marrones hasta el muslo,
con una blusa de color crema que hace que sus ojos sobresalgan. Su cara
cae en cuanto me ve mirándola, pero no me importa. Huir de mí no es una
opción y espero que ella lo entienda ahora.
—Jules —digo su nombre, y casi sale como antes, la necesidad y el
cuidado entretejidos en cada letra de su nombre.
—¿Qué quieres, Remington? —gira a mi alrededor, fuego en sus orbes
azules—. ¿Te quedaste atrás para burlarte de mí un poco más? ¿Qué podrías
tener para decir que no hayas dicho ya?
Me sorprende su ira, la tristeza que emite. Dame su fuego, su miedo,
cualquier día, pero la tristeza, no, no quiero su maldita tristeza.
—No. Sólo quería hablar. Lo siento por lo de antes.
Sus cejas se levantan con sorpresa.
—Lo siento... guau...
Parece tan sorprendida por mis disculpas como yo.
—Sólo quería hablar... quería...
Las palabras cuelgan entre nosotros. En realidad, no sé qué quería
hacer. No había pensado tan a fondo.
—¿De qué quieres hablar? ¿Cómo atormentarme mejor? ¿Meterme en
problemas? ¿Gritarme? ¿Culparme de tus propios problemas?
Su respuesta me molesta. Si está buscando una pelea verbal, está a
segundos de conseguirla.
—Cuidado, Jules. Puedo y te aplastaré. No tomes mi bondad como
debilidad —digo las palabras, aunque sé que nunca podré hacerlo.
Descubrir lo de su hermano cambió algo dentro de mí. Disminuyó el
maldito odio que tengo por ella de alguna manera.
Ella niega, y quiero agarrarla y acercarla a mi pecho, abrazarla o
aplastarla hasta la muerte, aún no lo he decido.
—¿Sabes qué, Remington? He llegado a la conclusión de que estás
más allá de la salvación. La persona que solía conocer, el hombre que nunca
me hubiera tomado, o herido, ya no vive dentro de ti, y eso es triste, muy
triste.
Mis fosas nasales se expanden y siento la furia que se prepara dentro
de mí como una tormenta que azota a través de las llanuras. Sabe qué decir
para encenderme.
—Debí haber sabido que hablar contigo era un error. No eres más que
una maldita reina de hielo.
Sacudo la cabeza, pero no puedo desplazar sus estúpidas palabras.
—Sí, fría... —Se acerca a mí y tengo la intención de agarrarla, de
forzarla a escucharme—. Y todo por un maldito chico que me arruinó.
—¿Qué te arruinó?
Me río, y esta vez, la agarro. Jadea mientras mi mano rodea su brazo
y la empujo con fuerza contra la pared exterior de ladrillos. Entonces la
enjaulo con mi cuerpo, asegurándome de que no pueda escapar de mí.
Parece una maldita desconocida atrapada en los faros de un coche que está
a segundos de quitarle la vida.
Me inclino hacia su cara, odiando lo intoxicante que es, la forma en
que mi cuerpo reacciona al suyo. Odio que incluso después de todo este
tiempo ella todavía tenga poder sobre mí.
—Todo lo que estaba haciendo era ser amable, y tú tenías que ir y ser
una perra...
Mis ojos se mueven hacia su garganta. Puedo ver su pulso acelerado.
¿Está asustada?
—No, no estabas tratando de ser amable. Estabas tratando de
meterme en problemas. Estabas siendo un imbécil sin corazón.
Me echo para atrás, uno de mis ya apretados puños se aprieta una
más mientras la ira me bombea por las venas.
—No des la vuelta a esto sobre mí —atajo.
—¿Por qué no? —Inclina la cabeza, de alguna manera gana la fuerza
para sonreír, y quiero hacerle daño. Quiero hacerle daño como ella me hizo
a mí—. Todas las decisiones que tomaste en tu vida te llevaron a este
momento, Remmy. Todas conducen a esto. Intentas culparme porque no
puedes manejar que eres el único responsable de tu propia vida. Tú elegiste
esto.
Y sólo así, ella provocándome, empujándome al límite, mezclando el
fuego ya descontrolado con la gasolina, haciendo que las llamas sean más
grandes, el fuego ruge. Levanto mi puño y lo golpeo contra la pared justo al
lado de su cabeza. El dolor del golpe hace vibrar mi brazo, haciendo que los
dientes rechinen dentro de mi cabeza. Estoy hirviendo ahora, mis fosas
nasales se ensanchan, y me burlo, mirando a la mujer que una vez fue fuerte
y que ahora parece que podría orinarse en los pantalones.
—¿Quieres verme perder el control? ¿Quieres que te haga daño?
Apenas consigo sacar las palabras. ¿Por qué tiene tanto control sobre
mí? Golpeo mi puño contra la pared de ladrillos otra vez, y ella se estremece
como si la golpeara.
¿Lo haría? El pensamiento me aterroriza y por un momento todo lo
que veo es que pierdo la calma con ella, que le pongo las malditas manos
encima. Quiero hacerle daño... pero no de esa manera... Ver el miedo en sus
ojos me hace alejarme. Quiero que tenga miedo, pero no de esta manera y
en segundos, se escapa, dejándome en el mismo lugar que me dejó la otra
noche.
—Débil —digo entre dientes—. Te vuelve débil, maldición.
Y luego dejo que la rabia me consuma. Golpeo la pared dejando que
mis puños raspen contra el implacable ladrillo. Mis nudillos sangran, me
duelen los huesos, pero el fuego dentro de mí sigue ardiendo, ruge, y las
llamas parpadean hacia el cielo.
Todo lo que quería era hablar. Aprieto mis ojos para cerrarlos,
deseando que ella nunca hubiera mostrado su cara aquí. Sé que tendré que
hablar con ella, eventualmente... no puedo alejarme de ella, es como una
mala droga. Me arruinará si se lo permito, ya lo ha hecho una vez antes, y
aun así soy tan tonto como para intentar hablar con ella, para intentar
razonar con ella.
¿Tal vez podría hacer que la echaran de la escuela? ¿Realmente quiero
llegar tan lejos? Me doy la vuelta y empiezo a caminar hacia la casa de la
fraternidad. En lugar de hacer enojar a mi hermano presentándome en su
oficina, saco mi teléfono y marco su número.
—¿No deberías estar en clase?
Su voz profunda resuena a través del teléfono.
—¿Qué eres, mi guardián? —me burlo.
—No, pero soy tu hermano, que es algo así como lo mismo.
Su respuesta me hace reír, iluminando el sentimiento con el que Jules
me dejó.
—Tengo una pregunta.
—Si se trata de ella, no quiero oírlo.
—¿Qué? Espera, ¿sabías que estaba aquí?
Mi boca se abre y me paro en seco. Debería dar la vuelta e ir al edificio
administrativo sólo para darle un golpe en la cara.
—Trabajo para la universidad, Rem, sí, sabía que estaba aquí. No creí
que lo notaras o te importara, ya que no has hablado con ella en tres años.
Estás demasiado ocupado con otras cosas, me imaginé que se escabulliría
delante de tus narices.
—Entonces pensaste mal —gruño, sintiéndome traicionado por mi
propia sangre.
Sé que no debería enojarme, porque honestamente, no es su culpa,
pero estoy furioso, y tengo que desquitarme con alguien.
—¿Hiciste algo? ¿Es por eso que estás llamando? Te juro, Rem, que,
si hiciste algo, se lo diré a papá. Acaba de perder a su hermano y a su padre.
Y así, mi corazón se parte en dos.
—Tú también lo sabías...
Las palabras salen en un susurro.
—Bueno, sí, su madre me lo dijo, no ella. Vino y ayudó a Jules a hacer
el papeleo. De todos modos, no respondiste a mi pregunta... ¿hiciste algo?
¿Por qué llamas? Nunca llamas a menos que hayas hecho algo.
Niego y aprieto mi teléfono lo suficiente como para casi romperlo.
—No importa. Me ocuparé de ello.
—¿Ocuparte de…?
Interrumpo su pregunta colgando el teléfono. No puedo hacer que
echen a Jules de la escuela, y eso sólo parece irritarme más. Mi hermano
sabía lo de su hermano antes que yo. Mis hermanos siempre han amado a
Jules, mi padre la quiso como la hija que nunca tuvo, lo que por supuesto
hizo que perderla fuera diez veces más difícil.
Inclino la cabeza hacia el cielo, preguntándome qué demonios voy a
hacer. Tengo que hablar con ella, tratar de crear algún tipo de tregua, pero
ni siquiera yo quiero eso. Es el estúpido órgano que late en mi pecho quien
lo quiere.
—Jules —digo su nombre, dejando que salga de mi lengua como
antes, mientras me pregunto si alguna vez podré mirarla y decir su nombre
sin sentirme desconsolado.
A
rriba y abajo, arriba y abajo. Eso es lo que hace mi pecho cuando
intento calmar mi respiración errática. Rechazando que la ira de
Remington hacia mí arruine mi día. Tomo un café con leche en la
cafetería de la esquina antes de mi próxima clase. La cafeína me da la
energía que necesito para pasar la tarde. Hago todo lo que puedo para
olvidarme de él. No puedo preocuparme por él. No cuando está siendo como
es. Cuando llego a mi última clase del día, veo a Cole. Me saluda con una
sonrisa tan pronto como me siento.
—Jules.
—Cole —respondo con el mismo tono frío. Me recuerdo a mí misma
que es amigo de Remington y que todo lo que le diga puede llegar a él.
—¿Cómo estás?
—Genial —respondo, tomando un sorbo de mi café, que una vez
estuvo tibio.
El profesor empieza a hablar, salvándome de cualquier otra
conversación. Me concentro en tomar notas, anotando cada pequeña cosa.
Al final de la clase, tengo dos páginas llenas y siento que estoy más en
camino de ser mi yo normal. Mi teléfono suena en mi bolsillo mientras el
profesor nos da nuestra tarea, un ensayo, por supuesto.
—Esto apesta. Odio los malditos deberes —anuncia Cole.
—No creo que a nadie le gusten los deberes. —Me río, saco mi teléfono,
y me doy cuenta de que es un mensaje de Cally—. No sé tú, pero yo nunca
he oído a nadie decir “Sí, tarea”, Estoy tan contenta de tener que pasar tres
días escribiendo un trabajo.
El sarcasmo tiñe mis palabras, y me distraigo con el mensaje de Cally.
Semana de regla. Consígueme un trozo de pastel de lava de
chocolate de la cafetería, por favor.
Miro fijamente la pantalla sonriendo un momento antes de escribir mi
respuesta. Siento los ojos sobre mí y miro hacia arriba para ver a Cole
mirándome fijamente. Sonríe, pero no le llega a los ojos, diciéndome que es
una sonrisa forzada en lugar de una genuina.
—¿Adónde vas? —pregunta despreocupadamente, metiendo las
manos en la parte delantera de sus vaqueros.
—A la cafetería. Es la semana de la regla en nuestra casa, así que...
Me alejo y él se ríe.
—Yo también me dirijo hacia allá. Te acompañaré.
Suena como el perfecto caballero y tal vez lo sea, no lo sé, pero sé que,
si es amigo de Remington, tiene que haber algo malo en él.
Tú también fuiste su amiga una vez. Mi subconsciente levanta su fea
cabeza y todo lo que puedo pensar es que ya no son las mismas personas.
El Remington que es ahora no es nadie que yo llamaría un amigo.
—Claro. Eso estaría bien.
Sonrío educadamente. Lo menos que puedo hacer es ser amable con
él y darle el beneficio de la duda.
A diferencia de Remington, nunca me ha dado una razón para no
gustarme.
Caminamos a la cafetería haciendo una pequeña charla amistosa.
Cole me hace preguntas como si tratara de conocerme, cosas como lo que
hago para divertirme, mi animal favorito.
Parece muy dulce, pero de alguna manera, no puedo evitar la
sensación de que todo es una actuación. Tal vez tengo problemas de
confianza ahora, principalmente gracias a Remington, o tal vez mi instinto
me dice lo que realmente no quiero ver.
Entramos en la cafetería y Cole ve a algunas personas que deben ser
sus amigos. Ya nos están saludando, y siento que se forma un nudo en mi
garganta debido a mis nervios.
—Ven a sentarte con nosotros.
Cole me agarra la mano, intentando llevarme en dirección a sus
amigos.
—Sólo iba a buscar algo para llevar. ¿Recuerdas... la tarea?
—Vamos, sólo por un minuto, puedes conocer a Thomas y a su chica.
Entonces puedes pedir desde la mesa.
Me brinda una sonrisa deslumbrante y siento que al menos debería ir
a saludarlo ya que me acompañó hasta aquí.
—Bien —digo, ya lamentando que me dejé convencer en esto.
Cole me presenta a todos y mientras nos sentamos, intento sonreír y
no mostrar mi falta de interés en ellos. No está en mí ser tan odiosa, no
querer hablar con alguien cuando lo conozco. Pero no tengo ganas de fingir.
Pido unos trozos de pastel de chocolate para llevar tan pronto como
la camarera pasa, esperando salir de aquí lo más rápido posible.
Un mal presentimiento se hunde en mi estómago, y para empeorar las
cosas, Cole pone su brazo en el fondo del banco detrás de mí, haciendo que
mi piel pique.
Se siente demasiado como si tuviera un brazo alrededor de mí, y no
me gusta. Puedo sentir su calor corporal cerca de mis hombros y, a
diferencia de cuando Remington me toca, no disfruto de esto. Mi cuerpo está
gritando que esto está mal.
Estoy completamente fuera de su conversación y cuando finalmente
vuelvo a la realidad, me doy cuenta de que los tres se están riendo. Aunque
no tengo ni idea de lo que estamos hablando, yo también me río.
Trato de no encontrarme con sus ojos y delatar lo falsa que es mi risa,
así que en vez de eso miro por la ventana. Mi aliento se agita cuando veo a
alguien alejándose de la cafetería.
No veo su cara, pero no tengo que hacerlo, para saber que es él. ¿Tal
vez se iba a reunir con ellos aquí? No pienso mucho en ello. No puedo
permitirme pensar en él sin consumirme.
—¿Pastel de chocolate para llevar?
La camarera sale de la nada, poniendo una bolsa en la mesa delante
de mí.
—Gracias.
Me levanto de mi asiento y tomo la bolsa.
—Siento salir corriendo, pero mi amiga probablemente me está
esperando en la puerta... bueno, por los pasteles de chocolate —bromeo.
Sólo puedo pensar en escapar de este restaurante, de Cole y sus
amigos.
—No te preocupes, Jules. ¿Quizás podamos salir alguna vez? —dice
Cole con demasiada esperanza en su voz.
Muerdo el interior de la mejilla. No.
—Claro, tal vez... te veré por ahí. Adiós, chicos.
Les doy una última sonrisa antes de salir del restaurante y volver a
mi casa. El paseo de vuelta a la casa no lleva mucho tiempo, y de hecho
disfruto del aire fresco. Ayuda a despejar mi cabeza, y por primera vez en
mucho tiempo, siento que puedo respirar, como si realmente respirara.
Cuando finalmente llego a casa, casi frunzo el ceño, deseando que el paseo
dure para siempre. Ni siquiera estoy en la puerta y Cally está casi
arrancándome la bolsa de la mano.
—¡Bridget, pastel! —grita Cally hacia el final del pasillo.
Sonrío... la primera sonrisa genuina de hoy cuando se sienta en el
sofá y empieza a engullir el pastel como no lo ha comido en años. Para
cuando Bridget y yo nos sentamos y sacamos nuestros trozos, ya está a
medio camino de los suyos.
—¿Cómo fue tu día? —pregunta Bridget entre mordiscos.
Le cuento todo el asunto de Remington que tuvo lugar anoche. Prefiero
no guardar secretos, y como el odio de Remington hacia mí es conocido en
todo el campus, no es como si no les dijera algo que no pudieran comprobar
a través de los círculos de chismes.
Abro la boca para preguntarle cómo le ha ido el día, cuando un golpe
en la puerta, me interrumpe.
—Yo voy —dice Bridges, ya en pie y caminando hacia la puerta
principal. Con la mano en el pomo, se gira para mirarme antes de abrirlo—. Si es
él, le enviaré lejos, ¿a menos que quieras que entre?
—No quiero verle ni hablar con él —digo, y ella asiente antes de abrir
la puerta. Observo su cara mientras mira a la persona que está detrás de la
puerta. No veo nada más que sorpresa en sus rasgos y me pregunto quién
diablos está al otro lado de esa puerta.
—Oh, hola...
—Hola, ¿está Jules aquí?
Escucho una voz masculina familiar, pero no es la de Remington.
Pongo el trozo de pastel en la mesa a mi lado y me levanto del sofá. Conozco
esa voz, y el hombre a quien pertenece, y no creeré que está realmente al
otro lado de esa puerta hasta que lo vea en persona.
Bridget me mira confundida, y sé que no entiende si debe cerrarle la
puerta en la cara o abrirla y dejarle entrar.
—Déjale entrar —digo mientras ya estoy a medio camino de la puerta.
Abre la puerta de par en par y Sebastian entra con una gran sonrisa
en los labios cuando me ve yendo hacia él.
—Hola, hermanita.
Sonríe, se acerca, y extiende sus brazos hacia mí. Cierro la distancia
entre nosotros con un paso más y lanzo mis brazos alrededor de su cintura.
Como Remington, Sebastian se cierne sobre mí. Me envuelve en uno de sus
famosos abrazos de oso y por unos momentos, me olvido de que alguno de
mis problemas existe.
A diferencia de Remmy, Sebastian no ha cambiado mucho, sigue
siendo el mismo chico de pelo castaño y sonrisa cursi que recuerdo y si no
estuviera enterrado en el trabajo todo el tiempo, ya le habría pedido que
saliera conmigo. Me da un beso en la cabeza antes de soltarme.
Sus manos me agarran los hombros y me estudia, sus ojos color
avellana vagan por cada centímetro de mi cuerpo como si buscara alguna
lesión invisible. Lo miro fijamente, el parecido entre él y Remington es casi
idéntico, tan cercano que casi podrían ser gemelos.
—Te ves terrible. —Frunce el ceño—. ¿Qué hizo? Dímelo ahora, así
sabré lo duro que debo darle un puñetazo en su fea cara.
Suspiro.
—Veo que ustedes, los Miller, no han cambiado a la hora de resolver
las disputas. ¿Sigues usando tus puños para resolver todo?
Sebastian me sonríe
—¿Hay otras formas de resolver las discusiones?
No puedo evitar sonreír.
—Pasa, siéntate y come un poco de pastel.
Lo hago entrar y cierro la puerta sin darle oportunidad de escapar.
Esto es exactamente lo que necesitaba ahora, más aún después de toda la
mierda con Remington.
—Bien, me tienes con la tarta.
Se ríe y me sigue al sofá donde Bridget y Cally nos miran con
curiosidad.
—Oh, Dios. Lo siento mucho... este es Sebastian, el hermano mayor
de Remington —explico—. Acaba de empezar a trabajar aquí, en la oficina
del decano. Seb, estas son mis compañeras de cuarto Cally y Bridget.
Les da un pequeño saludo.
—Soy el mejor hermano.
Guiña el ojo y Cally tose, mientras Bridget pone los ojos en blanco.
—No es difícil ser el mejor hermano —dice Cally entre bocados—. No
te ofendas, pero tu hermano es un gran idiota.
—No es cierto, pero en su defensa, está un poco perdido. Una pequeña
conversación con mi puño debería enderezarlo.
Ambas le miran como si no le creyeran, y no las culpo, porque
honestamente, no le creo realmente. Remmy está demasiado lejos para que
sus hermanos o su padre lo traigan de vuelta.
—Fue un placer conocerte Sebastian, pero tengo muchos deberes que
hacer, así que tomaré mi pastel y los dejaré a ti y a Jules para que se pongan
al día —dice Bridget antes de levantarse y dirigirse al dormitorio.
—¿Así que viniste a decirme que vas a golpear a Remmy?
Sonrío.
—No, vine aquí a ver cómo estabas, lo cual he querido hacer desde
que llegaste, pero he estado trabajando literalmente diez horas todos los
días. Además, vine para hacerte saber que vendrás a la cena familiar el
domingo.
—No creo que sea una buena idea —digo, sacudiendo la cabeza—. No
es como antes. Remmy me odia, y quiero decir que me odia literalmente. No
quiero arruinar tu cena familiar.
Me brinda una expresión de muerte.
—Papá quiere verte. Ha estado preguntando por ti toda la semana y
sabes que, si no apareces, vendrá él mismo a buscarte.
Me muerdo el labio. No es como si estuviera mintiendo. Papá Miller
absolutamente vendrá a buscarme.
—Vamos, es una cena familiar —dice Sebastian.
—Exactamente, una cena familiar...
Lo digo en voz alta, aunque no quería hacerlo.
—Ni siquiera lo intentes, Jules. Sabes que siempre serás parte de
nuestra familia. No es nuestra culpa que Remington sea un imbécil. Papá te
quiere, yo te quiero, todos lo hacemos, y lo sabes.
Sus palabras son agridulces, y sé que no sabe cuánto necesito oírlas
ahora mismo.
Pero habla de un tiempo en el pasado, un tiempo en el que éramos
como una familia y desearía más que nada poder volver a eso. No veo cómo
podemos, no con todo el tejido cicatrizado, con todo el odio que late entre
Remington y yo.
El teléfono de Sebastian empieza a sonar y pone los ojos en blanco en
cuanto oye el tono de llamada.
—Tienes que estar bromeando. —Se saca el teléfono del pantalón y
mira la pantalla, con el ceño fruncido—. Es un maldito trabajo.
Se levanta, sacude la cabeza, la ira llena sus rasgos.
—Lo siento, Jules, tengo que irme. Te recogeré a las seis de la noche
del domingo, así que por favor prepárate, de lo contrario enviaré a papá en
su lugar —ordena, señalándome con el dedo.
Me da un abrazo rápido y sale por la puerta un momento después.
Sólo cuando se ha ido, me doy cuenta de que Cally sigue sentada
tranquilamente en el sofá a mi lado. Está acurrucada en una manta,
lamiendo su tenedor.
—Entonces, ¿está soltero?
Ella mueve las cejas y yo niego, mientras una risa sale de mi garganta.
—Ni siquiera pienses en ello.
—Le doy una mirada de advertencia.
—Ah, vamos, Jules, es lindo.
—Cally...
Ella se levanta del sofá, con su recipiente de pastel vacío en la mano.
—Bueno, ya. Pero es lindo de verdad.
—Puede ser lindo, y aun así le puedes dejar solo. No querrás mezclarte
con esos chicos.
Me tumbo en el sofá, tratando de pensar en cómo saldré de la cena
del domingo con él. Remington me matará si se entera de que voy a estar
allí.
—Por supuesto que quiero mezclarme con los chicos... pero no me
mezclaré con ese.
Se ríe y sale de la sala de estar.
¿Qué demonios voy a hacer?
Lo último que quiero es ver a Remington... pero no puedo dejar que
mi miedo a verlo me impida ver a sus hermanos, ver a su padre. Quiero ser
feliz, aunque Remington no quiera que lo sea y supongo que eso responde a
mi pregunta.
Voy a hacer lo que Jules quiere...
Voy a hacerme feliz.
M
e siento como un maldito idiota sentado en el sofá esperando que
Cole y Thomas lleguen a casa para preguntarles qué demonios vi
antes en el restaurante. Sé racionalmente que no tengo derecho
a estar enfadado con Cole. No ha hecho nada malo. Ella no está conmigo
ahora, y no tiene ni idea de la historia que compartimos, pero eso no impide
que los celos se propaguen por mi pecho como un veneno letal.
Cuando la puerta finalmente se abre y los chicos entran riendo y
sonriendo, tengo ganas de saltar y gritarles, para qué... no tengo ni idea.
Estoy actuando tan irracionalmente que ni siquiera es gracioso.
—Hola, Rem. —Thomas me saluda, y yo le hago un gesto con la
cabeza.
—Hola —respondo.
Tengo que morderme el interior de la mejilla para no preguntarles de
inmediato qué diablos estaba pasando. No quiero parecer demasiado
curioso, ni nada de eso, porque no es mi estilo querer más que un polvo de
una sola vez.
Muchas de las mujeres con las que me he acostado también se han
acostado con todos mis compañeros de cuarto. No es muy raro en nosotros
el compartir, lo que sí lo es, es que yo actúe celosamente. Y por como sé
cómo se vería y sonaría eso, me muerdo la lengua. Espero a que saquen
cerveza de la nevera y se acomoden en el sofá.
Parece que ya ha pasado una buena cantidad de tiempo.
—Te vi en la cafetería. Pasaba por allí, pero no quise interrumpir tu
pequeño... lo que fuera —digo, manteniendo mi voz baja y desinteresada
cuando en realidad estoy tan interesado como el infierno, que quiero gritar
desde los tejados.
—Estábamos en una pequeña cita doble, no es gran cosa —dice Cole
despreocupadamente.
Agarro mi botella de cerveza tan fuerte que creo que se puede romper
en mi mano. ¿Qué demonios? No entiendo por qué me molesta tanto. En
realidad sí, pero no estoy listo para admitirlo ante mí mismo.
Alan y Kia entran por la puerta poco después, tirando sus mochilas
por la puerta haciendo lo mismo que Cole y Thomas cuando entraron. Cada
uno de ellos toma una cerveza de la nevera antes de sentarse en uno de los
sofás.
—¿Cómo va la apuesta de todos? —pregunta Cole.
—Bueno, mi chica es inmune al encanto de chico malo.
Thomas frunce el ceño.
—La mía me silbó la última vez que intenté hablar con ella. —Alan se
ríe—. Estoy seguro de que cuando la lleve a la cama no será más que una
gatita ronroneante.
—La manera de convertir lo malo en bueno.
El puño Kia golpea a Alan en la mesa de la sala de estar y ambos se
ríen a carcajadas.
—La mía está siendo una perra. Le cuesta que se le caigan las bragas.
—Cole sacude la cabeza en señal de frustración—. Estoy bastante seguro de
que ella está interesada en alguien más.
Giro el cuello, la tensión es gruesa en el interior de mi cuerpo. No he
tenido sexo en días, y mis emociones se están descontrolando, eso tiene que
explicar por qué estoy lleno de esta... esta rabia celosa.
—¿Cómo va la tuya, Rem? Apuesto a que ya la conquistado, ¿no? —
pregunta Thomas, con una sonrisa en su cara.
—Por supuesto que sí —sonrío, y todos vitorean y gritan.
No les digo que en realidad no me follé a Jules, no tienen por qué
saberlo. Todo lo que tienen que creer es lo que les digo.
—Bueno, ¿dónde está la prueba? —pregunta Alan, tomando un sorbo
de su cerveza.
La idea de que escuchen los suaves gemidos de Jules me da náuseas.
Aprieto mis dientes y aparto mis patéticos sentimientos a un lado. A Jules
no le importó cuando me rompió el corazón, cuando lo destrozó en un millón
de malditos pedazos. No le importó cuando salió con Cole... o cuando intenté
hablar con ella. No le importo yo, ni nada de lo que tengo que decir.
Es la apuesta, nada más y nada menos.
—Como si no tuviera pruebas...
Saco mi teléfono y reviso las grabaciones de voz. Encuentro lo que
busco enseguida, pero mi dedo se mueve sobre la pantalla durante unos
segundos. Tengo una sensación de malestar que flota en mi estómago
incluso antes de tocar. Esa sensación de malestar va acompañada de una
sensación persistente en el fondo de mi mente que me dice que estoy a punto
de cometer un terrible error. No. Piensa en tu corazón roto. En lo mucho que
te ha herido. Cuánto la amaste... y cómo no se quedó.
Empujo ese sentimiento y lo entierro bajo un camión lleno de ira. Me
concentro en esa sensación, dejo que se encone, y se coma todo lo bueno
que hay dentro de mí, y nada más, y ahí es cuando le doy a reproducir en
la grabación.
Primero oímos mi voz.
—¿Debería follarte el coño o el culo?... Tal vez me folle los dos. Dile a
todo el mundo que fuiste una zorra que me rogó que te penetrara los dos
agujeros.
—Remington.
La voz de Jules sale del altavoz por primera vez y los chicos se
empiezan a animar un poco. Siento esa sensación de malestar comiendo a
través de la ira, a través del dolor.
—Maldito imbécil, ¿por qué no nos dijiste que ya habían tenido sexo?
—susurra Alan mientras todos los demás siguen escuchando.
—Mmm, tu sexo ya está mojado. Te gusta esto, ¿verdad? Apuesto a que
ni siquiera eres virgen. Apuesto a que te has acostado con muchos cabrones
como yo. Has hecho tu camino en la vida teniendo sexo.
—No —dice Jules, su voz es pequeña, débil y los chicos se vuelven a
animar, sus sonrisas son algo que antes hubiera disfrutado, pero ahora no
veo la diversión en nada de esto.
—Sabía que era una maldita virgen... —se ríe Thomas.
—Joder... estás tan apretada —silbo y los gemidos silenciosos de Jules
son lo siguiente.
Llevo una mano a mi estómago, por miedo a vomitar en el maldito
suelo. De repente, ya he tenido suficiente. Ya no puedo escuchar esto y
definitivamente no puedo sentarme aquí mientras los chicos escuchan.
Apago el audio, salgo corriendo del sofá y voy al baño. Cierro la puerta
de golpe detrás de mí, y apenas tengo un momento antes de que el vómito
empiece a llegar. Mi corazón late dentro de mi pecho mientras me agarro al
inodoro, la enfermedad sale de mí. Los escalofríos me sacuden el cuerpo, y
siento como si estuviera realmente enfermo.
Jules nunca sabrá lo que he hecho, pero eso no lo hace mejor, no
cambia el hecho de que tomé ese momento entre nosotros y le di vuelta, lo
compartí, sólo para ganar una estúpida apuesta de mierda y todo porque
estaba enfadado, celoso.
Sus palabras de antes se repiten dentro de mi cabeza, "¿Sabes qué,
Remington? He llegado a la conclusión de que estás más allá de la salvación.
La persona que solía conocer, el hombre que nunca me hubiera tomado, o
herido, ya no vive dentro de ti, y eso es triste, muy triste."
Las lágrimas pican en mis ojos... tiene razón, tiene toda la maldita
razón y no sé cómo arreglar esto. No sé cómo dejar ir el dolor. Pensé que
haciendo esto me sentiría mejor, tal vez incluso me liberaría del dolor por
completo. Pensé que sería más feliz sabiendo que la lastimé, pero en vez de
eso sólo siento más dolor... me siento como un pedazo de mierda, como si
hubiera lastimado a un individuo inocente.
Sacudo mi cabeza, no hay vuelta atrás ahora. Ella tiene razón. Estoy
condenado. Más allá de la salvación. No tiene idea de lo triste que se ha
vuelto mi vida, de lo perdido que estoy sin ella. He perdido mi única razón
para respirar, y ahora me estoy asfixiando, perdiendo lentamente las
mejores partes de mí.
—¿Estás bien, Rem? —Oigo a alguien en la puerta y me limpio la cara
con el dorso de la mano.
No puedo abrir la puerta así. No puedo dejar que sepan lo débil que
soy por esta chica.
—Oh, ehhh sí. —Trato de mantener el dolor fuera de mi voz—. Tomé
algo de comida mexicana antes. Estoy seguro de que me ha hecho mal —
miento, sabiendo que no puedo salir ahora mismo.
No puedo enfrentarlos o dejar que me vean de esta manera.
—Vale, amigo, sólo me aseguro.
Después de lo que parece una eternidad, tiro de la cadena, me lavo
las manos y salgo del baño.
Tomo mi teléfono del sofá y entro en mi habitación. Me hundo en el
colchón y miro fijamente al techo, revolcándome en mi dolor,
preguntándome cómo llegué a donde estoy. ¿Cómo dejé que las cosas
llegaran a este punto?

********

Los chicos y yo entramos en la casa que está un poco más abajo de la


calle, la fiesta ya está en pleno apogeo con la isla en la cocina como barra
improvisada y la sala de estar como pista de baile. Afortunadamente la fiesta
no es en nuestra casa esta noche. No estoy seguro de poder manejarla si lo
fuera.
Ha sido una tortura desde que compartí el audio con los chicos. Los
días han pasado, pero la sensación de enfermedad se aferra a mis huesos,
mis entrañas como la peste. Lo que hice estuvo mal... estuvo mal con
cualquier otra chica, pero estuvo realmente mal teniendo en cuenta que era
Jules.
Alguna canción de rap fuerte empieza a sonar por los altavoces de
mierda, vibrando a través de mí, haciendo que el ligero latido que ya tengo
detrás de mis ojos sea peor.
Thomas me agarra una cerveza y yo la abro, tomando un pequeño
sorbo. Normalmente estaría emborrachándome y encontrando algo donde
hundir mi miembro, pero esta noche, la cerveza no será capaz de adormecer
el dolor, y el estar con otra chica no me ayudará a olvidar a la única persona
que realmente quiero.
Asiento, sonrío y hablo con la gente, actuando como si nada estuviera
mal, todo mientras lentamente soy devorado vivo por dentro por la culpa. La
imagen de Jules me persigue cada vez que cierro los ojos, y cuando no los
cierro, ella está ahí en la vida real jodiendo con mi cabeza y mi corazón.
Me he arrepentido tantas veces de haber reproducido el audio en mi
teléfono que desearía poder retroceder en el tiempo y golpearme a mí mismo
por ser un imbécil tan egoísta. No importaba cuántas veces intentara
tragarme el dolor que me había causado. Sólo me había hecho daño a mí
mismo dejando que otros se enteraran de mi enfermiza necesidad de hacerle
daño.
—Oh, hola Rem, no sabía que estabas aquí. —Layla se acerca a mí,
contoneando sus caderas. Me rodea el antebrazo con la mano y se inclina
hacia mí—. Hay mucho ruido aquí, ¿quieres subir? —me persuade, batiendo
sus pestañas hacia mí.
—Acabo de llegar, tal vez más tarde.
Hace una mueca de desaprobación y antes de que pueda detenerla,
me extiende la mano y envuelve mi miembro con la otra. Mi miembro se
mueve, pero no por la mano de Layla, no, es porque en ese mismo momento,
veo a Jules al otro lado de la habitación.
—Se siente como si quisieras ir arriba —arrulla Layla, acercándose
aún más mientras frota mi miembro más vigorosamente. Por supuesto, en
ese mismo momento, Jules mira hacia arriba y me ve con Layla pegada a mi
lado como una sanguijuela. Incluso desde el otro lado de la habitación,
puedo ver la ira que hierve en sus ojos justo debajo del dolor y la decepción.
Espera lo mejor de mí; demonios, yo espero lo mejor de mí.
Cuando Cally me ve, coge el brazo de Jules y la aparta, y juntas
desaparecen en la cocina. Empujo a Layla lejos de mí y me dirijo hacia allí.
Ahora es mi oportunidad de disculparme por ser un maldito imbécil una y
otra vez. Me abro paso entre la multitud, tratando de llegar a ella, pero
parece que las fuerzas están en mi contra. Cuando encuentro una brecha
entre la multitud, la tomo, pero doy dos pasos antes de que el cuerpo de
Cole se ponga delante de mí.
—Hola, amigo. —Sólo por su tono, puedo decir que está nervioso.
Conozco a Cole desde que empezamos la universidad. No tenía nada
especial, pero lo consideraba un amigo, al menos hasta que empezó a salir
con Jules.
—¿Qué pasa?
Mantengo los ojos en la entrada de la cocina.
—Escucha. —Se rasca la parte de atrás de la cabeza nerviosamente—
. Ya que has terminado con Jules y la apuesta ha terminado, voy a tratar de
ligar con ella —comienza a explicar, y ya puedo sentir la rabia de los celos
golpeando mi pecho, esperando ser desatada.
Él sonríe, y quiero quitarle esa maldita mirada de su fea cara.
—Tuve algunas citas con ella y estoy bastante seguro de que voy a
conseguir algo esta noche. Todo lo que pido es, por favor, no arruines esto
haciéndola enfadar. Ella realmente te odia, hombre, y no quiero que esté de
mal humor. No puedo tener sexo si se va de la fiesta.
—¿Quién dijo que había terminado con ella?
Las cejas de Cole se levantan y me mira sorprendido.
—Nadie, pero quiero decir que es típico de ti. Las tomas y las dejas.
Nunca te he visto con la misma chica dos veces.
No es como si estuviera mintiendo. Nunca he tenido sexo con la misma
chica dos veces, y por ese estúpido audio, casi empujé a Jules en el regazo
de Cole y de cualquier otro imbécil.
Me encojo de hombros, tomando un trago de mi cerveza.
—Tal vez su sexo es así de bueno.
—Supongo, pero en serio... esta noche no, Rem. La quiero. He
trabajado muy duro, y ya has ganado la apuesta. Déjame al menos
intentarlo.
La desesperación cubre cada palabra, y no sé por qué me importa. No
puedo evitar que Jules haga algo que quiere hacer.
No me pertenece, no lo ha hecho por un tiempo. Si siguió saliendo con
él, debe gustarle de verdad. Tal vez verla querer a alguien más es lo que
necesito.
—Claro. No voy a interrumpir —espeto las palabras.
Cole inclina la cabeza y me da una palmada en la espalda como si le
acabara de hacer un favor o algo así.
—Gracias, Rem. Te debo una.
Llevo la botella de cerveza a mis labios, la inclino hacia atrás mientras
trago. Necesito todo el maldito alcohol que pueda conseguir si voy a tener
que sentarme aquí, y ver a Cole seducir a la única chica que he amado.
Se aleja en la dirección que yo iba a ir. No esperaba que apareciera
por aquí, las fiestas no parecen ser lo suyo. Había intentado arrastrarla a
una o dos fiestas cuando éramos adolescentes. Ella fue una vez y nunca me
acompañó a otra.
Como un idiota, me paro ahí en medio del salón abarrotado mirando
la puerta que da a la cocina.
—Oye Rem. ¿Juego de cerveza? —grita Alan sobre la música, y me
giro para mirar al bastardo.
Encuentro a Thomas, Kia y Alan, por supuesto, mirándome fijamente
esperando mi respuesta. Suspiro, ¿qué demonios se supone que debo
hacer? No quiero a Layla, y beber no me sirve esta noche. Supongo que
podría irme, pero de ninguna manera voy a dejar a Jules aquí, al menos
hasta que esté cien por cien seguro de que está con Cole.
—Rem, ¿vas a jugar o qué? —grita Thomas esta vez y sacudo mi
cabeza, saliendo de mi mente caótica.
—Sí, dame un maldito segundo —grito y voy a la cocina a tomar otra
cerveza.
Tan pronto como entro, siento sus ojos sobre mí... me abren un
camino de fuego que sube y baja por mi cuerpo. Hago lo mejor que puedo
para no mirarla, pero la atracción que tiene sobre mí es magnética. Mi
corazón literalmente late por ella, siempre lo ha hecho.
Tomo una cerveza de la nevera y la miro por el rabillo del ojo. Ella y
Cally beben a sorbos, riéndose de algo que dice Cole. El bastardo se toma
ese momento para abrazar a Jules, tirando de ella en su pecho. Su lenguaje
corporal está apagado, haciendo parecer que no quiere que él la toque, pero
su sonrisa, la forma en que lo mira mientras habla, dice lo contrario.
A la mierda. Lanzo la chapa de la cerveza por encima de mi hombro y
vuelvo a la sala para encontrar a los chicos. De todas formas, no merezco a
Jules... no es que Cole la merezca tampoco, pero no voy a entrometerme
más en su vida. Ya la he herido bastante y me he herido a mí mismo en el
proceso. No puedo mirarla sin sentir que la he traicionado, como si la
hubiera abofeteado físicamente. Esto es lo que obtengo... ser comido vivo
por la culpa, ser asfixiado por la vergüenza.
En el fondo sé que tiene razón...
No vale la pena salvarme...
No soy digno de ella, ni del amor.
Ahora sólo soy Remington.
No su mejor amigo... o su amor... ni siquiera Remmy.
Sólo un bastardo sin corazón que llevó su necesidad de venganza
demasiado lejos.
L
a música está alta y aunque la bebida en mi mano está fría, no
hace nada para refrescarme. El sudor resbala mi cuerpo, hay
toneladas de gente en esta casa, por eso siento que estoy
literalmente en llamas. Mi mandíbula se siente rara y tengo esta constante
necesidad de lamer mis labios por alguna razón. No tengo ni idea de lo que
está pasando, pero creo que he bebido demasiado.
Miro alrededor de la habitación llena de gente tratando de encontrar
a Cally. Ella estaba conmigo hace un rato, o al menos creo que lo estaba.
Dejo mi bebida en el mostrador. No debería beber más esta noche, de hecho,
estoy segura de que debería irme a casa. Me siento tan mal, rara, y no me
gusta. Mis ojos escudriñan todos los rostros que me rodean, pero ninguno
de ellos es el de Cally, o incluso el de alguien que conozca. La única cara
conocida es la de Cole, y está justo a mi lado. Nuestros ojos se encuentran
y una calidez me envuelve.
Pestañeo, incapaz de hacer desaparecer la sensación de calor. Luego
sonrío, y por alguna razón, me siento muy feliz de verlo.
—Parece que deberías sentarte, subamos un rato —me dice mientras
sus manos pasan por la parte baja de mi espalda.
Su tacto es cálido y relajante y envía una corriente eléctrica de placer
directamente a través de mí. Nunca antes había sentido nada como esto y
todo lo que quiero es más de esto. Asiento, aceptando y dejo que me
acompañe a subir las escaleras.
Me rodea con su brazo, y me inclino hacia su cuerpo queriendo más
de esta extraña conexión que estoy sintiendo. Antes, Cole era lo último que
quería, pero ahora es el único que parece importar. Me lleva a un dormitorio
y me deposita en una cama. En el fondo de mi mente, una vocecita susurra...
diciéndome que debería estar asustada, que no debería dejar que esto
ocurra... pero el sentimiento de esas emociones nunca llega, y no quiero
renunciar a la felicidad y el calor que me rodea en este momento.
—Parece que estás ardiendo, ¿tienes calor?
La voz de Cole ha cambiado ligeramente. Es más oscura, pero no
puedo agarrarme a ella, porque todo lo que siento es alegría con él.
—Sí.
Tengo tanto calor que podría darme un baño de hielo y aun así no me
enfriaría.
—¿Quieres quitarte algo de ropa?
Su pregunta me sorprende. Trago, pero mi garganta se siente como
papel de lija arenoso.
—No sé... —respondo, pero Cole ya me está ayudando a quitarme mi
camiseta.
Debería decirle que se detenga, pero su toque es increíble y cuando
me quita la camiseta y el aire frío toca mi piel ardiente, mi necesidad de
decirle que se detenga desaparece.
—¿No se siente mejor? —susurra Cole mientras desliza las tiras de mi
sostén sobre mis hombros antes de alcanzar por detrás para desenganchar
el cierre.
Presiono mis manos contra su firme pecho, pero no sé si es para
alejarlo o acercarlo. Hay una necesidad vertiginosa, y una presión profunda
entre mis muslos que pide ser tocada.
—Sólo relájate, nena. Te haré sentir muy bien. Sólo relájate y
acuéstate.
Me empuja suavemente contra mis hombros hasta que estoy acostada
de espaldas, mientras las sábanas frotan contra mi piel inflamada.
—Caliente. Me siento tan caliente —murmuro.
—Lo sé, por eso te ayudo a quitarte la ropa, tonta.
Me desabrocha el botón de los vaqueros y me los baja por las piernas.
Se siente tan bien estar libre de la tela áspera, que un gemido se escapa de
mis labios tan pronto como se han ido.
—Sí, eso está mejor. —Creo que lo escucho jadear, pero no puedo
estar segura—. ¿Por qué no cierras los ojos un minuto y disfrutas de lo bien
que se siente?
Hago lo que me dice y cierro los ojos, sólo que en lugar de la oscuridad
que suele acompañar al cierre de los ojos... veo cientos de colores bailando
a través de mi visión.
Cuando siento que la cama se hunde a mi lado, abro los ojos y
encuentro a Cole tumbado en la cama a mi lado. La confusión estropea mis
facciones... No sé cuándo se quitó la ropa o incluso cuánto tiempo llevamos
aquí tumbados, pero está sin camisa, mostrando su pecho tonificado. Miro
hacia abajo y encuentro que también se ha quitado los vaqueros.
Lleva puestos sus calzoncillos, y puedo sentir el suave algodón de mis
bragas contra mis caderas, confirmando que siguen ahí. Abro la boca para
decir algo, pero las palabras nunca llegan, y lo siguiente que sé es que Cole
se arrastra sobre mí.
Usando su rodilla, separa mis piernas antes de poner todo el peso de
su cuerpo sobre el mío. Se siente bien y las chispas de placer me atraviesan,
pero mi mente sigue confusa, diciéndome que no debería querer esto. Es
casi como si mi cuerpo y mi mente ya no estuvieran en la misma página.
—Creo que debería irme a casa —susurro, mirándolo a los ojos, pero
no son los mismos ojos que he llegado a conocer. Son más oscuros y tienen
una oscuridad.
Espero que el miedo llegue, pero nunca lo hace. No entiendo por qué
no tengo miedo, por qué sigo acostada en la cama.
—No, no es así, te gusta esto. Sé que te gusta. Sólo déjame hacerte
sentir bien y luego te llevaré a casa, lo prometo.
Su voz es baja. Sus labios encuentran mi piel y deposita besos suaves
en la garganta. Sus labios sobre la tierna piel abruman mis sentidos, pero
la voz en mi cabeza me regaña, diciéndome que esto está mal, y se hace más
fuerte con cada beso que me da.
Él aplasta su pelvis en mi centro y puedo sentir su dureza frotándose
entre mis piernas. ¿Por qué se siente tan bien cuando sé que no debería? Mi
cuerpo me dice que me rinda, que tome este placer alucinante, pero mi
mente, mi cerebro, está luchando, exigiendo que pare esto.
Cole levanta la cabeza e intenta besarme, pero yo giro la cabeza justo
a tiempo para que sus labios se apoyen en mi mejilla. Sé que no quiero
besarlo. Sólo he querido besar a Remmy.
Mi mejor amigo. Mi protector.
Remington.
Algo dentro de mi cerebro se rompe. No quiero esto... no quiero a Cole.
Sólo he querido a Remington.
—¡Alto! No quiero esto…
Mi voz es mucho más pequeña ahora de lo que quiero, pero Cole no
deja de tocarme. Esto está mal, muy mal.
Le empujo el pecho, pero no se mueve, de hecho, usa su peso para
presionarme más contra el colchón, dificultando mi respiración. Sus dedos
se clavan en mi carne, sosteniéndome en su lugar, haciendo imposible que
escape. Me sujeta con suficiente fuerza como para dejarme moretones, pero
no siento dolor. No siento nada más que esta profunda necesidad primaria
de dejarle seguir adelante. Pero ésta no soy yo, y él no es quien yo quiero.
—Por favor, detente —lo intento de nuevo, deseando que Remmy
estuviera aquí ahora.
No quiero a Cole encima de mí, pero no tengo la fuerza para empujarlo.
Gimoteo, luchando una vez más contra su agarre. Sus dientes se hunden
en el lóbulo de mi oreja y lo empujo de nuevo.
De repente, oigo lo que suena como una puerta que se abre. Mi visión
es borrosa, y no puedo decir quién ha entrado en la habitación. En el
siguiente instante, el cuerpo de Cole es arrancado y por una vez siento que
puedo respirar. Mi mirada se balancea alrededor de la cama, tratando de
descubrir lo que está pasando.
¿Adónde fue Cole?
Como si mis silenciosas oraciones fueran contestadas, Remmy
aparece ante mí. Está de pie junto a la cama mirándome con nada más que
pura rabia en sus hermosos ojos encantados. Probablemente debería estar
asustada, pero por alguna razón, todo lo que puedo sentir es un enorme
alivio. Parece un dios griego, y normalmente odiaría su presencia, pero, en
este caso, sólo quiero abrazarlo y preguntarle por qué me odia tanto.
—¿Le diste algo?
Su voz suena como una tormenta eléctrica y el rayo de esa tormenta
está a punto de matar a Cole.
—Sólo le di un poco de E.
—¿Le diste éxtasis? ¿Qué demonios te pasa?
La voz de Remmy parece crecer más y más con cada palabra que dice.
—¿Qué importa? Ella lo quería. Me estaba manoseando, pidiendo
venir aquí.
Los ojos de Remmy se mueven entre Cole y yo, y me pregunto qué
estará pensando. Su mirada pasa sobre mi cuerpo desnudo. Debería sentir
la necesidad de cubrirme, pero no lo hago. No entiendo lo que me pasa, todo
lo que sé es que hay algo malo en mí.
—¿Es esto lo que querías, Jules?
Remmy finalmente rompe el silencio.
—No —respondo honestamente—. Le pedí que se detuviera, pero no
quiso.
Entonces, como si mi confesión hubiera provocado un incendio
forestal dentro de Remmy, está sobre Cole, golpeando su puño contra su
cara. Observo sin emoción cómo Remmy golpea su cara contra el suelo, sin
darle a Cole la oportunidad de salir a tomar aire.
—Te mataré por tocarla... te mataré —gruñe—. No eres más que un
pedazo de mierda, un maldito violador.
—¡Remmy! —grito, pero sigue atrapado en su agresión, así que me
levanto de la cama, y me pongo sobre él, mi cuerpo zumba de placer
mientras me agarro a su abultado bíceps. Mis ojos se mueven sobre la cara
ensangrentada y magullada de Cole, pero no hay emociones. Debería
importarme, no es propio de mí no importarme, pero no me importa.
—¡Remmy! —digo su nombre un poco más suave esta vez y suelta a
Cole, dejándolo caer al suelo.
Un momento después está dando vueltas sobre mí. La mirada en sus
ojos es salvaje, fiera... y lo quiero. Sólo a él. Siempre a él. Me estremezco al
intentar alcanzarlo una vez más. Parece como si me fuera a destrozar, y
ahora mismo, lo dejaría. Le dejaría tenerme una y otra vez.
—Te quiero —gimoteo. La mirada en sus ojos disminuye casi
instantáneamente, y antes de que pueda decir otra palabra, está recogiendo
mi ropa y agarrando una manta del suelo.
—No, Jules. No tendré sexo contigo mientras tengas esa droga en tu
sistema. Soy un imbécil, un monstruo incluso, pero no voy a tomar tu
maldita inocencia de esta manera.
Su respuesta es casi como una bofetada en la cara, y quiero pelear
con él, decirle cuánto significa para mí, pero las estúpidas palabras no
vienen. De hecho, nada viene. Me siento sin vida, como si estuviera flotando
en una nube en el cielo.
—Vamos, tienes que vestirte —dice, y ya me está pasando mi camiseta
por la cabeza.
Tiro mis brazos con torpeza y un escalofrío recorre mi columna
vertebral cuando la tela pasa sobre mi pezón desnudo. Olvidé que me había
quitado el sostén. Mis manos se mueven solas y alcanzo a Remmy, dejando
que mis dedos corran sobre los planos duros de su pecho. La necesidad de
tocarlo es demasiado para ignorarla. Mi pulso se acelera, y comienza un
latido entre mis muslos. Esto... esto es lo que debería haber sentido con
Cole.
Su pecho sube y baja tan rápido que sé que él también quiere esto,
así que por qué no reacciona ante mí de la misma manera que yo. Respira
profundamente un par de veces y se arrodilla delante de mí. Lo miro,
confundida, hasta que me doy cuenta de que me está poniendo los vaqueros.
—Entra —ordena. Casi me caigo cuando levanto el pie para entrar,
pero él me agarra de la cadera y me estabiliza. Su mano contra mi piel
desnuda es como el cielo y gimo de placer—. Agárrate a mis hombros. —Sus
palabras son contenidas.
No tiene que decírmelo dos veces. Agarro sus hombros con ambas
manos, disfrutando de la sensación de sus músculos flexionándose bajo su
camisa mientras se mueve. Respiro profundamente e inhalo su aroma. El
olor a cerveza está en su aliento, pero su olor natural, el que lo hace, él es
lo que realmente huelo... jabón y sólo Remmy.
—Vamos a salir de aquí como si nada estuviera mal, ¿de acuerdo?
Me sube los vaqueros, los pasa sobre mi trasero y me sube la
cremallera. Estoy demasiado concentrada en sus manos contra mis áreas
más sensibles para recordar lo que dice.
—¿De acuerdo? —repite, y veo algo dentro de sus ojos, algo que se
parece mucho a la vergüenza, y quizás incluso al dolor. Quiero preguntarle
qué está pasando, por qué se siente así, pero no puedo hacerlo. Sólo quiero
besarlo, sentir sus manos contra mi piel.
—De acuerdo —murmuro, justo cuando se endereza.
Mis manos siguen sobre sus hombros y de repente el tacto no es
suficiente, necesito más. Serpenteo mis brazos alrededor de su cuello, me
inclino hacia él y mi cabeza se apoya en su pecho.
Presiono mi oreja contra su pecho, mientras una sonrisa tira de mis
labios al ritmo constante de su corazón. Estoy segura de que me va a apartar
en cualquier momento, como cuando lo abracé la última vez, así que cuando
no lo hace, me inclino aún más, presionando mi frente contra la suya, hasta
que estamos tan cerca que puedo sentir cada centímetro de su musculoso
cuerpo contra el mío.
Nos quedamos ahí, él me deja abrazarlo, e incluso apoya una mano
en la parte baja de mi espalda. No le digo esto, pero si pudiera quedarme así
para siempre... lo haría. Aparentemente Remmy no puede, porque tan
pronto como empiezo a cerrar los ojos, empieza a alejarse, empujando contra
mis hombros suavemente, sosteniéndome a la distancia del brazo.
—Tenemos que irnos, Jules.
Hay urgencia en su voz.
No quiero ir, y dondequiera que vaya quiero que él también vaya.
—¿Vienes conmigo?
—Te llevaré a casa si eso es lo que quieres decir.
—No quiero ir a casa. Quiero ir contigo.
Frunzo el ceño, o al menos creo que lo estoy frunciendo, no lo sé
realmente.
—Jules.
Su tono es de advertencia, pero aun así no me siento asustada. Éste
es Remmy... el verdadero Remmy, no la fachada que pone en exhibición para
esta estúpida universidad o sus amigos. Éste es el chico del que me
enamoré, el chico que me besó en los labios y me puso hormigas en los
pantalones, el chico que se rio de mí cuando me corté el flequillo por primera
vez, haciéndome parecer un chico.
—¿Por favor? No quiero que te vayas. No quiero que me odies.
¿Podemos volver a ser amigos? Te echo de menos, te echo mucho de menos
—empiezo a murmurar y mis rodillas se tambalean de debilidad.
—Ésa es la droga hablando. No quieres decir nada de lo que estás
diciendo ahora mismo.
Parece que quiere creerme, pero puedo entender por qué no lo hace.
—No quiero estar sola. Quiero estar contigo... por favor, Remmy...
¿por favor?
Mis dedos se agarran a su camisa, sin importarme que le esté
rogando. Con la tela en mis puños, estoy dispuesta a que vea a través de
todo esto y a mi verdadero yo.
—Demonios, Jules —gruñe con frustración—. Vamos. No puedo
arriesgarme a que me suspendan por pelear.
Y así como así, me recuerda que Cole está tirado en el suelo.
—¿Estará bien?
Finalmente le pregunto a Remmy mientras empieza a guiarnos fuera
del dormitorio y hacia el pasillo lleno de gente.
—Si pudiera matarlo y salirme con la mía, lo haría. Pero como no
puedo, sí, vivirá.
Me encojo de hombros, esperando que mañana pueda darle un mejor
sentido a todo esto.
Nos abrimos paso a través de la casa, Remmy navega entre la
multitud, empujando hasta llegar a lo que parece ser una puerta trasera en
lugar de la forma en que yo entré.
Me cuesta poner un pie delante del otro, mi cuerpo y mi mente no
están completamente conectados. Remmy debe notarlo también porque sus
brazos se aprietan a mi alrededor. Básicamente está sosteniendo todo mi
peso mientras caminamos. Entonces me recuerda que no quiero volver a
dejarlo ir nunca más. Finalmente logramos salir, el aire fresco besa mi piel
y me estremezco.
—¿Estás segura de que quieres volver a la fraternidad conmigo? —me
susurra al oído y me balanceo inestablemente.
—Sí... te dije que te extraño y quiero que seamos mejores amigos otra
vez.
Remmy no responde a nada de lo que digo y en cambio sigue
caminando. Caminamos hasta el frente de la casa y empezamos a bajar por
la acera. En un parpadeo, estamos en la entrada de la fraternidad. Intento
subir los escalones, pero apenas puedo levantar las piernas ahora.
Remmy suspira, y me levanta, colocándome suavemente sobre su
hombro. Abre la puerta principal y entra. Sus pies golpean contra las
escaleras mientras mi cuerpo es empujado de un lado a otro con el
movimiento. Cuando llegamos a la cima de las escaleras, siento que podría
vomitar.
—Remmy... —casi gimo.
Se detiene en una puerta, sacando lo que suenan como llaves. Antes
de que me dé cuenta, me pone suavemente de pie, mi cuerpo se desliza por
su frente hasta que mis pies tocan el suelo.
Lo observo y veo cada gramo de la persona que quería ver cuando volví
aquí. Remington Miller. Mi mejor amigo... mi amante... el hombre con el que
planeé casarme y tener hijos.
Me lamo los labios y nos quedamos ahí un largo rato.
Vómito de palabras. Oh, Señor. Ya viene. Está subiendo por mi
garganta. No hay nada que pueda hacer para evitar las palabras que van a
salir.
—Te amo, Remmy —susurro, presionando mi mejilla caliente contra
su pecho.
—T
e amo, Remmy.
No puedo respirar. Ni siquiera puedo responder a esas
cuatro palabritas. Sé que Jules no tiene ni idea de lo que está
pasando, pero no puedo evitar sentir que esto es una broma pesada. Como
si estuviera en un episodio de Punk'd. Las únicas palabras que siempre
necesité que dijera, y las dice ahora, después de habernos desmoronado,
después de estar rotos.
—Vamos, déjame conseguirte una camisa para que la uses.
Me aclaro la garganta, sintiendo que hay una bola de emociones del
tamaño de una bola de bolos en ella. Son las drogas las que hablan, tengo
que recordarlo. Ella no dice en serio nada de esto. Mañana por la mañana
volverá a odiarme y yo volveré a odiarme a mí mismo.
—Te quedarás conmigo, ¿verdad?
No puede decir en serio lo que me está preguntando. No me quiere a
menos de quince metros de ella ningún otro día, pero de repente me quiere
a su lado. No, ella no me quiere. No lo hace. Somos como el fuego y la
gasolina el uno para el otro. Explosivo, poderoso, y si nos acercamos
demasiado, quemaremos todo hasta el suelo.
Lo que teníamos antes se ha ido para siempre, nada más que un
recuerdo lejano, algo a lo que nunca podremos volver. Aun así, no puedo
evitar que esta noche sea lo que es. No puedo evitar fingir que seguimos
siendo las mismas dos personas, tan desesperadamente enamoradas. Por
ella... esta noche fingiré que sigo siendo el mismo, como si no me hubiera
perdido.
—Si eso es lo que quieres…
La guío de vuelta a mi cama, un lugar en el que nunca he tenido una
mujer antes. Ésta es mi habitación, mi espacio para relajarme, mi santuario.
Nunca he traído a una chica aquí, no importa lo mucho que supliquen y
rueguen.
Así que supongo que, en cierto modo, puede que no sea la primera
chica con la que he tenido sexo, Dios sabe que me he follado a lo largo del
instituto y la universidad, pero es la primera chica que está en mi cama, en
mi dormitorio. Sin embargo, ella tiene muchas de mis primicias.
Mi primera cita, aunque no fuera más que una fiesta de té en el patio
trasero. Mi primer beso, bajo el gran roble del parque. Mi primer baile en el
baile de bienvenida, donde le rogué y supliqué que fuera porque, en mi
mente, era la única chica con la que merecía bailar.
Fue la primera chica que he amado, en realidad la única chica a la
que he amado, y no puedo imaginar que eso cambie.
Asiento y me deja empujarla de nuevo al colchón. Puedo ver sus
pezones endurecidos asomados a través de su camisa y tengo que
impedirme alcanzarlos y pasar mis dedos sobre ellos. Me pregunto si me
apartaría si voy demasiado lejos, si me diría que no como le dijo a Cole. Cole.
Ese maldito bastardo. No creí que pudiera odiar a alguien más de lo que me
odio a mí mismo, pero ese cabrón sobrepasa. El hecho de que la drogara y
la llevara a ese dormitorio como si fuera un polvo barato me hace rabiar
como un volcán.
La dejo en la cama y voy a mi cómoda buscando hasta el fondo del
cajón de las camisetas. Allí encuentro la camiseta que siempre llevaba
cuando pasaba la noche en mi casa, en las noches en que sus padres se
peleaban y le hacían imposible dormir. Tiene el logo de Mickey Mouse
descolorido en la parte delantera, y el algodón está gastado, pero sigue en
una pieza, y sigue siendo suya.
Nunca lo admitiré, pero cuando se fue, me agarré a esa estúpida
camiseta, usándola como una maldita manta de seguridad para no olvidar
nunca cómo olía.
Eventualmente su olor se desvaneció, junto con ella, pero nunca pude
olvidarla. Estaba tan conectado a esa camisa que cada vez que intentaba
destruirla, veía a Jules en ella, mirándome con una sonrisa, un halo de rizos
rubios colgando de su espalda, sus grandes ojos azules atravesando los
míos, viendo una parte de mí que nunca permití a nadie más.
Me doy la vuelta y se la entrego, viendo como una emoción
indescriptible se apodera de su cara. Las drogas deben estar desapareciendo
un poco ya que parece que es capaz de volver a sonreír.
—¿La guardaste? Oh, Dios mío, Remmy. Busqué por todas partes esta
camiseta cuando nos mudamos, y no pude encontrarla. Creí que se había
perdido y que había terminado en la caja de donaciones por accidente.
—Es sólo una camiseta, Jules.
Me encojo de hombros, sabiendo muy bien que es mucho más que
eso.
—¿Sólo una camiseta?
Se levanta de la cama, su cuerpo se balancea con el movimiento. La
agarro por las caderas sin pensar, la estabilizo mientras me mira, sus
dientes blancos se hunden en su labio inferior rosa y regordete. Me alejo de
ella sabiendo lo cerca que estoy de perder el control, de besarla. Con ella,
nada es normal, nada es lo que debería ser.
—Venga, vamos a meterte en la cama.
La hago caminar hacia atrás hasta que lleguemos al borde de la cama.
Agarra el dobladillo de la camisa y se la quita, dejándola desnuda de cintura
para arriba. Trago. La vi medio desnuda antes, pero estaba tan furioso
entonces, que no me tomé el tiempo de mirarla realmente, pero ahora sin
ninguna barrera entre nosotros, puedo.
Por supuesto que sus tetas son perfectas, del tamaño justo, llenas,
pero no caídas, con pezones rosados y suaves endurecidos hasta un punto
que casi ruegan por ser chupados.
Perfectas... como todo lo demás de ella.
Se sienta allí mirándome, sus ojos silenciosos me ruegan que la toque.
Es la droga. No hace ningún movimiento para ponerse la camisa, así que se
la quito y, por segunda vez esta noche, la ayudo a ponerse la camiseta.
Entonces, como si de alguna manera se diera cuenta de que estaba
sentada delante de mí sin hacer nada, empieza a abrir el botón de sus
vaqueros. Sus manos son torpes, y suspira con frustración, eso me hace
sonreír. Adorable. Es todo lo que puedo pensar. En su tercer intento de
desabrochar el botón, me agacho y desabrocho la cosa.
—Coqueteando conmigo para sacarme los pantalones.
La diversión brilla en sus ojos. No tiene ni idea. No habría ningún
coqueteo con ella. Es mía, siempre ha sido mía, cada centímetro de ella.
Nunca me tomé el tiempo de hacerle saber lo mucho que la quería de esa
manera.
Aunque no debería, la miro quitándose los vaqueros, mientras yo
empiezo a desnudarme. Para cuando me he quitado todo excepto los
calzoncillos, por fin ha conseguido quitarse los vaqueros. Camino alrededor
de la cama y me acuesto a un lado, dejándole suficiente espacio para que se
acueste al otro lado. Pero cuando se arrastra de nuevo a la cama, viene
directamente a mí, tratando de ponerse encima de mí.
—Jules, detente, no quieres esto.
La agarro por la cintura y la obligo a acostarse a mi lado.
—Por favor, quiero esto, quiero tocarte —gime mientras me alcanza,
sus pequeñas manos se posan en mi brazo—. Y quiero que me toques.
La droga, es la droga.
—¿No quieres tocarme, Remmy?
Me está provocando, haciendo difícil que le diga que no. Nunca digo
que no a ninguna mujer dispuesta, pero Jules no es una mujer dispuesta,
no esta noche.
—Jules, detente —advierto, apenas conteniéndome de rodar,
agarrarla y enjaularla con mi cuerpo, de reclamar lo que siempre ha sido
mío.
Debe sentir la tensión en el aire porque frunce el ceño.
—¿Al menos me abrazarás?
Si mi corazón no estuviera ya roto, se rompería por la mitad ahora.
Su voz gotea de desesperación, como si pensara que morirá si no la sostengo.
—Está bien, te abrazaré, pero eso es todo. Nada más, Jules, y lo digo
en serio.
Apenas digo la última palabra antes de que ella se acurruque a mi
lado. Me abraza el pecho con un brazo y lanza su pierna sobre la mía, su
rodilla se acerca peligrosamente a mi duro miembro como acero. Mis ojos se
mueven hacia sus piernas desnudas, y sobre su muslo blanco y sedoso.
Ella no te quiere realmente.
Mi cuerpo está tenso, cada músculo, cada célula ruega que me rinda
a sus deseos, a mis propias necesidades egoístas.
—Te echo de menos —ronronea a un lado de mi pecho, sus rizos me
hacen cosquillas.
—Ya me lo has dicho. —Sigue siendo una mentira—. Sólo duérmete.
Te sentirás diferente por la mañana, créeme.
—¿Por qué me odias? ¿Me odias cuando te amo? No es así como
funciona.
Sus palabras se desdibujan un poco.
—Jules, por favor, sólo duérmete.
No puedo hablar con ella sobre esto, no ahora, tal vez nunca. Puedo
fingir que soy el viejo yo esta noche, pero eso no cambia lo que soy ahora.
Cierro los ojos, esperando que no diga nada más, mi corazón ya ha
soportado bastantes latidos esta noche. Cuando no habla después de un
corto tiempo, todo lo que puedo hacer es agradecer al Señor. Su respiración
se equilibra después de un tiempo y abro los ojos una vez más para mirarla.
Se aferra a mí como si me quisiera, no, como si me necesitara y con
todo lo que llevo dentro, desearía que no fuera una mentira.

◆◆◆

La adrenalina bombea por mis venas, arrastrándome de un sueño


superficial cuando un ruido fuerte golpea mis oídos. Jules. Mi primer y único
pensamiento. Miro el espacio vacío a mi lado antes de escudriñar
rápidamente la habitación. Nuestros ojos se encuentran y el alivio me
inunda. Todavía está aquí, y está bien.
—Lo siento no quería despertarte. Sólo intentaba ir al baño. —dice
desde el suelo, al lado de la cama—. Entonces me tropecé.
Su voz es áspera como si su garganta estuviera seca. Apuesto a que
su cabeza también late. No bebió tanto anoche, pero el éxtasis en sí mismo
es como una resaca.
—¿Estás bien?
—Sí, estoy bien.
Se pone de pie y se escabulle al pequeño baño que hay en mi
habitación. Me levanto de la cama y me pongo una camiseta y luego un par
de pantalones de chándal. Mentalmente no tengo ni idea de qué demonios
voy a decirle. Ya no está drogada, lo que significa que todo lo que diga, sus
reacciones, todo será honesto, la verdad.
Vuelve a salir unos minutos después, con los ojos en el suelo como si
estuviera perdida en sus pensamientos. Su mirada se eleva tan pronto como
me ve de pie y apoyado en la cómoda. Abre la boca como si estuviera a punto
de decir algo, pero la interrumpo antes de que pueda decir la primera sílaba.
No estoy seguro de estar listo para oírla decir cuánto me odia por todo lo
que pasó anoche.
—¡No! No digas nada ahora mismo —ordeno, tratando de mantener
cualquier emoción fuera de mi voz.
Sus ojos se abren de par en par, la confusión está escrita en sus
hermosos rasgos. No puedo oírla decirlo. No puedo escucharla admitir que
yo tenía razón y lo que sintió anoche fue una reacción a las drogas que
estaban en su sistema.
—Rem…
—Dije que no —la interrumpo de nuevo, pero ni siquiera puedo dejar
de ver el dolor en sus ojos—. Olvidemos que lo de anoche sucedió. Sólo toma
tus cosas y vete.
Paso por su lado y voy al baño, cerrando la puerta detrás de mí.
Anoche fue la primera vez en mucho tiempo que dormí toda la noche,
y la primera vez que me acosté con una mujer por algo más que sexo. Me
agarro al borde del lavabo, noto mis nudillos hinchados y golpeados. Sonrío,
preguntándome cómo debe verse la cara del maldito en este momento.
Espero que le duela, que se le haya roto la nariz y que sus ojos estén
cerrados de tan hinchados, y si no es así, supongo que puedo darle otra
lección.
El aire llena mis pulmones y lo exhalo. Hago esto unas cuantas veces
más dejando que la furia de Cole hierva a fuego lento. Mis pensamientos
vuelven a Jules. Sólo le dije que se olvidara de lo de anoche, como si eso
fuera tan fácil, como si pudiera hacerlo yo mismo. Sacudo la cabeza con
incredulidad y levanto la mirada al espejo. Me siento como un drogadicto
que consumió por primera vez después de estar limpio durante varios años.
Alcanzo mi cepillo de dientes y cuando lo recojo, me doy cuenta de
que está mojado.
¿Acaba de usar mi cepillo de dientes?
Sacudo el pensamiento, me lavo los dientes y me lavo la cara. Tengo
que decirme mil veces que no soy lo que ella quiere, y su comportamiento
de anoche no fue más que una reacción a las drogas que Cole le dio, pero
hay una pizca de esperanza dentro de mí preguntándome si tal vez no fueron
sólo las drogas... tal vez era lo que realmente quería.
Cuando salgo del baño, me encuentro con la habitación vacía. El alivio
y la decepción se estrellan contra mí a la vez. Esta habitación nunca antes
había parecido tan vacía, y porque ella estaba aquí, ya no se siente como si
fuera mía, y sólo mía.
Miro hacia la cama donde hace diez minutos estaba en mis brazos,
durmiendo, no discutiendo conmigo o diciéndome que me odia, sino
durmiendo tranquilamente, y deseo que vuelva el momento. Mi corazón y mi
mente corren a la misma velocidad. La habitación todavía huele a ella,
vainilla y azúcar... o tal vez sólo estoy imaginando eso. No me sorprendería
si lo fuera.
Mierda. Necesito despejar mi mente y sacar algo de esta energía
acumulada. Hay un par de cosas diferentes que podría hacer para ayudar,
pero acostarme con alguien más y partirle la cara a Cole de nuevo no me
atraen mucho, más aún porque la única persona que quiero ahora es Jules.
Miro a mis Nike cerca de mi armario y decido salir a correr.
Tal vez si corro lo suficiente, lo suficientemente rápido, pueda superar
los problemas que se apoderan de mi vida.
L
a humillación sangra por todos los poros de mi cuerpo mientras
todos los recuerdos de la noche anterior salen a la superficie en mi
mente. Cole, las cosas que me hizo. Cuando llego al apartamento,
me doy una ducha de una hora frotando mi piel para quitar la sensación de
sus manos y sus labios de mi cuerpo. Entonces lloro... sollozo contra la
baldosa por ser estúpida, por permitirme estar a solas con Cole, por dejarle
meter drogas en mi bebida. Fue mi culpa... toda mi culpa, debí haber sido
más inteligente, pero ver a Remington en la fiesta, me empujó, me empujó a
actuar.
Y actuar, es lo que hice. Tengo la cabeza en mis manos. Estoy tan
decepcionada de mí misma. La única cosa buena de anoche fue Remington.
Se sentía como si fuera su antiguo yo, como si fuera mi Remmy otra vez. Me
tomó en sus brazos y me defendió. Hizo que mi corazón latiera desenfrenado,
mi estómago se llenó de mariposas. Esta mañana, ni siquiera me dejó darle
las gracias o disculparme por cómo actué. Lo desestimó como si nada
hubiera pasado.
—Te arrepentirás de esto por la mañana, confía en mí.
Sus palabras nunca habían sido más falsas. No me arrepentí de lo
que pasó entre nosotros. De hecho, quería saborear su recuerdo, porque
estaba segura de que no volvería a suceder. Comienza un palpitar detrás de
mis ojos y me estremezco, recordando cómo me lancé a él. Como lo deseaba
tanto, me habría entregado a él en el estado en que estaba. Pero no me
quería de vuelta, no me quiere como yo lo quiero, ya no.
Un golpe en la puerta del baño me saca de mi fiesta de lástima.
—Jules, ¿estás bien?
La voz apagada de Cally entra por la puerta. Parece preocupada y
ahora me siento mal por eso también. Le dije que estaba bien cuando entré
aquí, pero por supuesto no me cree. Nos separamos en la fiesta de anoche,
y sabe que no volví a casa, lo que significa que asume que me acosté con
alguien.
—Sí, saldré en un minuto.
—Bien, ¿estás segura? No viniste a casa anoche. Estaba muy
preocupada por ti. Si algo pasó, sabes que puedes decírmelo, ¿verdad?
Algo dentro de mi pecho me aprieta. Anoche pasaron muchas cosas,
muchas cosas, y ninguna de ellas es algo de lo que quiera hablar ahora
mismo.
—No pasó nada, y siento haberte preocupado. Ya salgo.
Odio mentirle, pero no quiero explicarle lo de Cole, o cómo Remington
me rescató, al menos no ahora.
—Bien, sólo me aseguro.
El tono de su voz me dice que no me cree, pero estoy agradecida
porque no me pida respuestas, porque no tengo nada que darle.
De pie, desde mi posición sentada, recojo mis cosas y abro la puerta
del baño, corriendo por el pasillo y entrando en mi dormitorio. Arrojo mi
ropa sucia en el cesto y pongo mi bolsa de baño en mi escritorio. Luego me
hundo en mi colchón y tomo mi móvil.
Hay toneladas de textos de Cally, y luego un par de Cole, que borro
de inmediato. Pero es la de Sebastian la que me deja con una sensación de
malestar en el estómago.
—Maldición —no murmuro a nadie más que a mí misma, enterrando
mi cara en la almohada.
Me olvidé de la cena familiar. Después de todo lo que pasó ayer, ahora
tengo que enfrentarme a Remington de nuevo. Esto es una pesadilla, una
completa pesadilla, y una que sigo protagonizando.
Se me revuelve el estómago pensando cuál será su reacción cuando
me presente en su casa mañana. ¿Me dirá que me vaya? ¿Terminará
peleando con sus hermanos de nuevo? ¿Qué dirá su padre? Todas estas
preguntas me están haciendo más daño a la cabeza. No puedo concentrarme
en ellas, no ahora mismo. Enchufo mi móvil en el cargador, me acuesto, me
acurruco en una bola y deseo intensamente estar de vuelta en los brazos de
Remington, con su cuerpo caliente presionado contra el mío.
—Te amo... —le dije, y las palabras seguían siendo verdaderas...
todavía lo amo, y probablemente moriré todavía amándolo. Pero Remington
es como la caja de Pandora, y cada vez que lo abro, no estoy segura de lo
que obtendré. Cierro los ojos, deseando que el sueño llegue... pero nunca lo
hace.
◆◆◆

—¿Qué tal el fin de semana? —pregunta Sebastian desde el asiento


del conductor de su camioneta.
La música de la radio se filtra silenciosamente a través de los
altavoces, pero todo lo que puedo hacer es concentrarme en el nudo de
tensión del miedo en mi vientre. ¿Estoy a punto de arruinar todo por ir a su
casa a cenar? Remington no se ha metido conmigo en días, ni siquiera
intentó hablarme hasta ayer y ahora... ahora iba a renunciar a eso por una
visita a su familia.
Se vengaría, me azotaría y me lastimaría.
—Bien.
Me encojo de hombros, negándome a hablarle de la fiesta, o de
cualquier tema remotamente cercano a ella.
—¿Bien? ¿Eso es todo? —Me da una mirada que casi me llama
mentirosa—. Nunca fuiste muy buena mentirosa, Jules.
Mis mejillas se calientan, sabiendo que puede ver a través de mí. Cada
uno de los Miller es bueno en eso, ver a través de tu mierda.
—Estuvo bien —digo, tratando de que suene un poco más creíble.
Sebastian pone los ojos en blanco.
—No te ofendas, Jules, porque eres hermosa pase lo que pase, pero
parece que has pasado por una licuadora. Hay bolsas bajo tus ojos, y
pareces tener el corazón roto. ¿Remington sigue jugando contigo?
¿Cómo supo que Remington se estaba metiendo conmigo?
—Se va a enfadar mucho... enfadar porque aparecí, enfadar porque
estoy arruinando su cena. —Espeto, dejando salir un poco de mi miedo y
preocupación en mi tono.
—¿Así que esto es sobre él?
—Qué... no... no lo es. Quiero decir algo así, pero no realmente. Es
sólo... es Remington y no tenemos exactamente una buena historia.
Sebastian pone los ojos en blanco.
—Su historia está bien. Rem es sólo un idiota que es demasiado tonto
para admitir lo que quiere. Está herido y como un típico macho, lo primero
que hace es correr y hacer preguntas después.
—Literalmente me odia, Seb.
—No, no lo hace. Quiere que pienses que te odia. Hay una diferencia,
hermana.
Es mi turno de poner los ojos en blanco, y lo hago, porque por mucho
que quiera a Sebastian, no tiene ni idea de la tormenta de mierda que he
tenido que soportar cuando se trata de su hermano. Sebastian sólo ha
amado a una chica en su vida, y ahora está muerta, así que su consejo,
aunque dulce, no ayuda.
Si Remington me amó alguna vez, aunque fuera un poco, no sería
capaz de decirlo, al menos no desde anoche. Todo lo que hace es herirme,
de una forma u otra.
—¿Qué sabes sobre las relaciones? No te he visto salir con una mujer
desde... —Se me cortan las palabras.
Sus manos se aprietan en el volante y por un momento, creo que
Sebastian podría estar enfadado. Es muy raro verle enojado, lo
suficientemente enojado como para quebrarse.
—Tienes razón. Las citas no son lo mío, pero eso no significa que no
sepa de qué estoy hablando. Conozco a mi hermano. Te conozco. Sé que
ambos están todavía muy enamorados el uno del otro. Sólo necesita dejar
atrás el pasado, dejar atrás lo que le hiciste.
Mi cabeza se gira a un lado.
—¿Lo que hice? —Estoy un poco enfadada ahora—. No hice nada. Mis
padres me obligaron a mudarme. Quería intentar que las cosas
funcionaran... como amigos. No sabía que quería que estuviéramos juntos
de esa manera, no habíamos hablado de ello todavía.
Pero a menudo actuábamos como una pareja, al menos ahora que lo
pienso. Hubo muchas veces en las que pensé que seríamos más, pero nunca
fuimos más allá de unos inocentes besos y sé que eso fue mayormente obra
mía.
Tenía miedo... del amor, de enamorarme de mi mejor amigo.
—Él te quería, incluso entonces, demonios, incluso ahora. Siempre
fuiste tú, Jules, y siempre serás tú. El corazón quiere lo que el corazón
quiere, y Remmy te quiere.
—No pudo haberme engañado más con la forma en que ha estado
actuando.
Sé que Sebastian no está mintiendo. Tenía muy claro que Remington
quería algo más, pero siempre tuve tanto miedo de perderlo como amigo que
intenté ignorarlo. Nunca tenía citas, ni siquiera salía con sus amigos y
cuando lo hacía, siempre me llevaba con él. Hasta el día que me fui, éramos
los mejores amigos, y en el fondo, sabía que estábamos enamorados. Pero
aún no entendía cómo a sus ojos esto terminó siendo todo culpa mía.
En cuanto entramos en la subdivisión, todo dentro de mí empieza a
girar. Me duele el corazón, mis pulmones no se llenan de aire. No sé qué
demonios está pasando, pero quiero que pare. La cara de Sebastian se llena
de preocupación al mirar entre el camino y yo.
—¿Estás segura de que estás bien, Jules?
No puedo responderle. No sé qué decir. Estoy bien, ¿pero estoy
realmente bien?
—Sólo estoy nerviosa. No quiero hacer enojar a nadie o arruinar su
cena del domingo. Sé lo importante que son estas cosas para ustedes.
Sebastian me hace sonreír.
—Estará bien. Papá está tan emocionado de verte, creo que casi tuvo
un ataque al corazón cuando le dije que vendrías.
Le doy un puñetazo juguetón en el brazo.
—No digas eso.
—¿Qué? Lo hizo... estaba realmente preocupado, y luego empezó a
hablar de nuevo y supe que estaba bien.
Ambos nos reímos, y luego la risa cesa cuando llegamos a la entrada.
Sebastian aparca el todoterreno y apaga el motor. Me quedo mirando
la casa. La gran casa de ladrillo se ve igual que el día que me fui, el exterior
sigue siendo la misma piedra natural, la puerta es del mismo color crema
oscuro. Incluso hay un cartel de bienvenida desgastado pegado en el garaje.
Las grietas de la entrada siguen ahí, es la misma entrada que coloreé con
tiza hace tantos años. Los recuerdos de este lugar casi me hacen llorar.
—Todo estará bien. Es sólo una cena.
Sé que es sólo una cena, pero, ¿en serio? Al final del día, ésta es la
familia de Remington, no la mía. El sonido de una puerta abriéndose me
llama la atención y me doy cuenta de que Sebastian ya está saliendo del
auto.
Mierda. Esto es todo. El momento en el que me pongo una diana en la
espalda otra vez. Salgo del auto. Mis piernas están temblorosas, el nudo
nervioso dentro de mi vientre se deshace, dejando un rastro de miedo detrás.
Camino alrededor del coche donde Sebastian me está esperando.
—Estoy nerviosa —digo de golpe mientras su mano se agarra a la mía.
—No lo estés. Le patearé el trasero si dice algo.
Le sonrío débilmente, y juntos subimos por el camino de entrada y a
la puerta principal. Sebastian no llama, gira el pomo y abre la puerta. Tan
pronto como la puerta se abre, me remonto en el tiempo a uno de los muchos
recuerdos que compartí con Remington en esta casa.
Abro la puerta corrediza de cristal, entro de puntillas en la casa.
Remington. Es a quien necesito ahora mismo. Sé que papá Miller no está en
casa, está en un viaje de negocios, lo que significa que Alexander cuidaría de
sus hermanos si estuviera en casa. Remmy dijo que fue a muchas fiestas.
—Eres un tramposo, un maldito tramposo... —La voz enfadada de
Sebastian me llena los oídos, y me apresuro a ver qué pasa. Tan pronto como
entro en la sala, encuentro a Remmy sonriendo como un tonto a su hermano.
Están jugando en la Xbox. Tan pronto como Remmy se da cuenta de mí, salta
del sofá y se acerca a mí.
—¿Qué pasa, Jules?
Sus ojos sangran en los míos, y la preocupación se graba en sus rasgos.
Sus manos me alcanzan, tirando de mí en su pecho como si supiera lo que
necesito, probablemente porque siempre sabe lo que necesito. Las lágrimas
empiezan a caer de mis ojos sin dudarlo.
—Me voy a la cama, Seb —anuncia Remmy.
—¿Está bien?
El tono de Sebastian me dice que él también está preocupado. No es
frecuente que venga aquí llorando o después de las diez de la noche.
—Lo estará —responde Remmy, y me recoge como a una niña pequeña,
llevándome por el pasillo hasta su dormitorio.
Me siento tan segura en sus brazos, no es que no estuviera segura en
casa, mis padres nunca me hicieron daño, pero sus peleas eran constantes,
y destrozaban todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo. En cuanto
estamos solos en su habitación con la puerta cerrada, me pone en la cama.
Puedo oírlo haciendo ruido, probablemente buscando pijamas o algo así.
—¿Qué pasó? —pregunta un momento después.
Me muerdo el labio inferior y me pregunto si realmente debería decirle.
Es mi mejor amigo, sí, pero siempre se burla y me provoca. Probablemente me
llamaría bebé, me diría que tenía que hacer crecer una piel más gruesa.
Cuando no le respondo, enciende la lámpara de la cama, un suave
resplandor de luz nos cubre y mis mejillas se calientan cuando veo que se ha
quitado la camisa y se ha metido en un par de pantalones de franela para
dormir. Mis ojos recorren su cuerpo, sus músculos están tonificados, más
definidos. Ha cambiado tanto en los últimos dos años y estaría mintiendo si
dijera que no lo he notado.
Hubo muchas veces en que quise que me pusiera las manos encima, de
maneras muy diferentes.
—Jules, ¿qué demonios ha pasado? —pregunta de nuevo, esta vez con
más urgencia.
—Mis padres. Están peleando de nuevo. No puedo dormir y no quiero
estar sola.
Siento las estúpidas lágrimas picando mis ojos.
—¿Dónde está Jackson?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. No quiere estar en casa más que yo. La única diferencia es
que él puede conducir y yo no.
Mi respuesta debe ser suficiente porque no dice nada más al respecto.
—Muévete.
Me da un codazo en mis piernas cubiertas con mi pijama y hago lo que
dice. Mi corazón comienza a latir fuera de mi pecho mientras se arrastra
dentro de la cama y apaga la luz.
Cuando me alcanza y me lleva a su lado, un zumbido me atraviesa.
¿Por qué es tan diferente esta noche? Hemos hecho esto numerosas veces
desde que éramos niños pequeños.
—Nunca estarás sola, Jules. Nunca —me susurra en el pelo y juro que
siento sus labios contra mi frente.
Su piel es tan cálida, y me acurruco en su costado, envolviendo un
brazo alrededor de su centro, disfrutando de la sensación de su piel caliente
desnuda contra la mía.
—¿Por qué? —susurro, sabiendo ya su respuesta.
—Porque siempre me tendrás —susurra.
—¿Jules? ¿Estás bien?
La voz de Sebastian me encuentra a través de la neblina del recuerdo.
Trago, dándome cuenta de que estamos en el vestíbulo.
—¿Jules? ¿En serio la trajiste aquí?
La voz profunda y muy enojada de Remington me recibe entonces y
cuando levanto la mirada del suelo, lo veo, parado allí, como un enfadado
dios griego, con penetrantes ojos azules y cabello castaño oscuro.
Me odia... me odia porque me amaba, y me fui.
P
or supuesto que harían esto, Sebastian de todas las personas. Ella
siempre le había tenido envuelto alrededor de su dedo pequeño.
Giro sobre mis talones y voy directo a la nevera a por una cerveza.
Casi me mató no ir a buscarla el sábado. Le envié un mensaje a Cally en su
lugar, preguntando si Jules estaba bien. Me dijo que lo estaba pero que se
había quedado en su habitación todo el día.
Quería ir allí y reconfortarle, pero no pude. No podía dejar que
revivieran los sentimientos que estaba tratando de anclarse en mi corazón.
—Remington. Cerrarás tu boca, y te comportarás como un caballero,
¿me entiendes?
La voz profunda de mi padre vibra a través de mí, aclarando la niebla
de enfado de mi mente. Mi padre es la persona que respeto, nunca he
peleado con él, y no sólo porque es mi padre. Le he visto trabajar sin
cansancio casi toda mi vida para darnos una buena crianza, incluso cuando
mi madre estaba constantemente borracha. Dio un paso adelante para ser
dos padres cuando todo lo que hubiera tenido que hacer es ser simplemente
uno, y le amaba más de lo que jamás podría decir por eso. Pero eso no
significaba que me gustase lo que estaba pasando aquí esta noche.
Me habían engañado, convencido que venía a una cena familiar
sabiendo bien que Jules estaría aquí. Mi mandíbula se tensa y mis dientes
se aprietan juntos mientras asiento. Tenerla aquí trae recuerdos, recuerdos
que he esperado olvidar muchas veces.
Cuando siguió adelante con su vida en algún lugar nuevo… Fui
forzado a revivir cada pequeño momento, cada beso, cada sonrisa, y cada
lágrima. Fui forzado a revivir el daño que ella había causado, cada día dentro
de las paredes de esta casa.
—¿Dónde está mi niña?
Mi padre se levanta del asiento y camina por el comedor y hacia el
vestíbulo donde ella está parada con Sebastian. Tan pronto como ve su alto
cuerpo, está corriendo hacia él, envolviendo sus brazos alrededor de su
centro. Él la agarra y la abraza como siempre hizo, sus pies levantándose
del suelo.
—¡Papá! —grita—. No puedo respirar.
Una suave risa sale de la garganta de mi padre y la deja de nuevo
sobre sus pies. Mi padre está construido como una casa de ladrillos, su
cuerpo se cierne sobre el cuerpo mucho más pequeño de Jules. Estoy seguro
que algunos días eso es lo único que conseguí de él, nuestras alturas y
nuestra determinación a nunca darnos por vencidos.
—¿Cómo le va a mi dulce niña? ¡Has crecido mucho en tres años! —
La excitación llena la voz de mi padre—. Déjame mirarte.
La libera solo para poder mirar su cara de nuevo. Su rostro pasa de
la euforia a la tristeza en un instante.
Puedo verle recordar cómo solía ser. Siempre ha amado a Jules, ella
fue la hija que nunca tuvo. Amaba que ella viniera, que es por lo que nunca
dijo nada, aunque sabía que estaba escabulléndose dentro de casa por las
noches.
La mayoría de padres no dejarían que un chico y una chica durmieran
en la misma habitación, o pasaran tanto tiempo juntos como Jules y yo,
pero mi padre sabía que no le haría daño ni me aprovecharía de ella. Sabía
que tenía sentimientos más profundos por ella. Nunca hablamos de chicas,
pero eso es porque no había de qué hablar.
Siempre fue Jules, siempre.
—Lo siento por lo que pasó con Jackson y tu padre… lo siento tanto
Jules —le dice, su voz casi temblando de emoción—. Si hay algo que alguna
vez pueda hacer por ti… cualquier cosa que puedas necesitar, siempre
estaré aquí, ¿de acuerdo?
Jules asiente, envolviendo sus delgados brazos alrededor de su centro
de nuevo. El odio y la culpa me consumen al instante. Esto es lo que hace
la gente normal. Esto es lo que ella necesitaba cuando su hermano y su
padre murieron, confort, compasión, alguien que cuidase de ella.
Trató de abrazarme el primer día que me vio, y la empujé lejos. La hice
sentir incluso peor, la golpeé cuando estaba triste, cuando estaba de duelo
por la pérdida de dos de las personas que más amaba.
—Estoy manejándolo. Ahora mismo, es más que nada aprender a
lidiar con ellos ya no estando aquí. La póliza del seguro de vida de papá pagó
por los funerales y me dejó suficiente dinero como para acabar la
universidad. Estaba tan emocionado porque fuera a la universidad. Sabía
que no podía simplemente dejarla.
Sonríe, pero está llena de tristeza.
—Bueno, si necesitas algo más, sabes dónde ir. Nuestra puerta
siempre está abierta para ti. Siempre.
Presiona un beso en su frente, y yo aprieto la botella de cerveza en mi
mano.
Soy un jodido imbécil. Debería golpearme en la cara por tratarla de la
manera que hice.
—Gracias, Papá.
Ella le libera y da un paso atrás, limpiándose sus ojos.
¿Está llorando?
—Vamos, es la hora de la cena.
Mi padre aplaude. Sebastian está ya en la cocina llenando los tacos
que ayudé a mi padre a hacer.
Papá se gira y va hacia la cocina dándome una mirada conocedora,
una que dice haz algo estúpido y te patearé el trasero. Pero lo que no sabe
es que no queda lucha en mí, no cuando se trata de ella. No le haré daño,
nunca más.
Jules se queda allí por un largo momento, y no puedo dejar de mirarla.
Ella todavía es ella y yo aún soy yo, pero estamos a kilómetros de ser la
misma gente que solíamos ser y darme cuenta de eso duele, maldición, duele
mucho.
—Vamos —la urjo, tomando un trago de mi cerveza, antes de asentir
hacia la cocina.
—Lo siento… no quería… —empieza, pero presiono un dedo contra
mis labios.
Ella todavía no se ha movido, cada miedo y emoción que siente está
pintada en su rostro.
—No esta noche, Jules. Esta noche pretendamos que no nos hemos
perdido el uno al otro. Que no rompiste mi corazón en millones de pedazos,
y que yo no te hice daño.
Asiente y puedo ver las lágrimas brillando en sus ojos. Está dolida,
rompiéndose y no puedo evitar caminar hacia ella. No puedo evitar tomar
su mano y sostenerla en la mía.
Mi reacción a ella no tiene nada que ver con la advertencia de mi
padre, y todo que hacer con el hecho de que soy verdaderamente débil
cuando se trata de ella. Es mi droga, mi criptonita, ella hace que mi sangre
cante y mi corazón lata. Su mano se siente pequeña en la mía y la aprieto
mientras le doy una sonrisa, la que solía hacerla sonreír.
—Sólo comamos, ¿vale?
—No quiero que estés enfadado porque estoy aquí.
Parpadeo, dándome cuenta de por qué está tan nerviosa, por qué
parece que va a vomitar en cualquier momento.
—No podemos hacer esto ahora, Jules, pronto, pero no ahora. Y no
estoy enfadado porque hayas venido aquí. Estás invitada.
No estoy preparado para escuchar sus excusas, o cuánto se arrepiente
de haberme dicho que me quiere o que me echa de menos la otra noche.
Supongo, en mi mente, que no estoy preparado para dejarla ir, dejar ir el
dolor. Sus grandes ojos azules atraviesan los míos, haciendo que el aire en
mis pulmones se quede estancado.
—Hablaremos más tarde, ¿de acuerdo? —digo y mi frase hace que se
ponga alerta.
Asiente una vez más, todo su cuerpo se relaja, su mandíbula se vuelve
laxa y el ceño fruncido en su cara se disuelve. El pensamiento de cuán
aterrada estaba justo ahora, o cuán preocupada estaba por mi reacción
hacia ella estando aquí es como un golpe en el estómago.
Esta casa solía ser su sitio seguro y hoy está asustada de incluso
entrar aquí y todo… por mí. Soy un jodido cabrón. Me fuerzo a pensar en
otra cosa, algo como el hecho de que una tregua parece haberse establecido
entre nosotros, al menos por ahora.
Estoy enfadado y molesto, pero el dolor es mucho más llevadero con
ella a mi lado. Saber que estamos en la misma página, incluso aunque sea
sólo por esta noche, hace que me sea más fácil respirar de nuevo. Me deja
guiarla a la cocina y tan pronto como libero su mano de la mía, me siento
perdido.
Mi padre me mira de cerca cuando entramos en la cocina, pero al ver
la pequeña sonrisa en los rosados labios de Jules, su propia cara se ilumina.
Ambos cogemos un par de objetos diferentes y los llevamos a la mesa en el
comedor.
—Al ataque, chicos —anuncia mi padre, pero Sebastian y yo ya
estamos un paso delante de él. Tenemos cenas familiares casi cada domingo,
pero no puedo recordar la última vez que se sintió como que éramos una
familia de verdad.
—¿Algo nuevo con mis chicos? —pregunta papá, limpiando su boca
con una servilleta.
—No —interviene Sebastian primero, antes de tomar un trago de su
soda—. Sólo revisando un puñado de papeles en una oficia y lidiando con
idiotas cada día.
Me sonríe y pongo mis ojos en blanco. No es como si tuviera que lidiar
conmigo cada día. Sólo todos los días de la semana.
—¿Qué tal tú, Rem? ¿Algo nuevo?
Niego, metiendo una patata en mi boca, masticándola y después
respondiéndole.
—Nada. Todo igual, como siempre —miento, todo ha cambiado desde
que Jules volvió a mi vida.
Es como si hubiera girado mi mundo del revés… ¿o quizás, ha estado
del revés todo este tiempo y ella está mostrándome como enderezarlo?
—Bueno, Alexander me llamó el otro día —dice, apartando su
atención de mí, y casi me hundo en mi asiento—. No hay nada nuevo con él
tampoco, o al menos nada que quiera contarme, supongo. Todavía está en
algún lugar del desierto, en Iraq y todavía no está seguro de cuándo volverá
a casa. Me dijo que los saludase de su parte, a ti también Jules.
Miro a la fotografía de mi hermano vestido de militar en la pared. No
he visto a Lex en más de un año. Se suponía que debía estar desplegado
durante siete meses, pero el idiota extendió su tour. Típico de él. Siempre
quiso salvar el mundo.
—Dale saludos de mi parte la próxima vez que hables con él —
murmura Jules con su boca llena de un taco.
—Jules, qué tal tú, ¿cómo están tus notas? Todavía pateando
traseros, ¿supongo?
Ella sonríe.
—Por supuesto, papá. Las notas son lo más importante. Ha sido un
poco duro acostumbrarse a las cosas, las clases, y averiguar dónde estaba
todo, pero mis notas no están reflejando el caos masivo que está tomando
lugar en mi vida.
—Bien. Me alegro de que al menos uno de ustedes tenga la cabeza en
su sitio.
—¿En serio, papá? —musita Sebastian a través de su boca llena de
comida.
—¿Qué? Es verdad. ¿Sabes lo que dicen de que a los hombres les
cuesta mucho más madurar que a las mujeres? Estoy empezando a creer
que la frase es cierta.
Pongo mis ojos en blanco, pero sonrío. Por primera vez en mucho
tiempo, la tormenta dentro de mí se calma. No está causando estragos con
mi cuerpo. Por primera vez desde que Jules se fue, puedo respirar, reír,
sonreír, disfrutar del momento por lo que es.
Terminamos de comer y después limpiamos en la cocina como
solíamos hacer. Una vez que todos hemos terminado, vamos al comedor.
Papá se sienta en su sillón reclinable habitual mientras Sebastian, Jules y
yo nos apelotonamos en el sofá de cuero. De alguna manera Jules acaba
metida entre nosotros dos. Seb pone una película, pero me es imposible
concentrarme, con ella sentada tan cerca de mí.
Su dulce olor a vainilla se mete en mi nariz, endureciendo mi
miembro. Todo lo que puedo pensar es cuán suave es su piel ahora, y cuán
bien estaríamos juntos, mi miembro metido en su sexo virgen. Muerdo mi
puño para evitar el gruñido que escapa de mis labios. Ni ella ni Seb parecen
darse cuenta, gracias a Dios.
Mientras estoy sentado allí incomodo como el infierno, disfrutando de
su presencia, empiezo a notar cuán pesados parecen sus ojos. Debería estar
viendo la película, pero como alguien espeluznante, estoy mirándola. No
toma mucho tiempo para que se duerma, dejando ir su cuerpo, su cabeza
gentilmente presionando contra mi hombro.
Sus labios están abiertos, suaves respiraciones escapan a través de
ellos, y toma todo dentro de mí para no besarla. Cuando se trata de Jules,
no estoy en control. Me posee, maldición. La película acaba y Seb se levanta
del sofá y va a la cocina.
—Llévala a tu habitación. Estoy seguro que no ha tenido una buena
noche de sueño en semanas. —Se detiene brevemente y su tono se
profundiza—. Después vuelve. Quiero hablar contigo.
Miro a Jules, quien está completamente dormida, y sé que tiene razón.
Entre la tormenta de mierda en que la he metido y la pérdida de su padre y
su hermano, estoy seguro que no ha estado durmiendo bien. Le doy un
asentimiento y suavemente la cargo, acunándola contra mi pecho.
Ella gime, acurrucándose más si eso es posible. Cuando llego a mi
habitación, exhalo. Han pasado tres años desde que ambos estuvimos
dentro de que esta habitación juntos. Tres largos años desde que estuvimos
en esta cama juntos.
Con manos temblorosas, la dejo en la cama, permitiéndome mirarla
por un segundo más del necesario. Dios, he echado esto de menos,
simplemente admirar su belleza. Sus suaves rizos dorados rodeando su cara
como un halo, sus manos debajo de su rosada y enrojecida mejilla, y su cara
en paz. Es preciosa, tan guapa y nunca he pensado que algo como esto
sucedería de nuevo, tenerla en mi habitación, en mi cama.
Pertenece aquí. Es tuya.
Dice mi corazón con cada gota de sangre. Ella suspira en su sueño, y
tengo la urgencia de tocarla, de besar cada centímetro de ella, de adorarla,
y protegerla. Quiero tomarla como mía. Antes de hacer cualquiera de esas
cosas, salgo de la habitación, cerrando la puerta silenciosamente detrás de
mí. Ya no podemos estar así. Ella no es mía, no me quiere.
Cada paso lejos de la habitación duele, como si estuviera clavándome
un cuchillo en mi corazón. Paso una mano a través de mi pelo frustrado y
trato de averiguar qué demonios estoy haciendo.
—Toma un par de cervezas, hijo. Tenemos que hablar.
Mi ceño se frunce confundido, pero hago lo que dice. Le entrego una
y abro otra para mí. No puedo siquiera tomar un trago antes de que empiece
a hablar.
—¿Le has hecho daño? —pregunta.
Nunca le he mentido a mi padre, pero quiero hacerlo ahora. Lo quiero
tanto porque sé que va a pasar cuando admita lo que he hecho.
—Sí —respondo avergonzado.
Su mano se aprieta en su botella de cerveza mostrando su enfado.
—¿La has golpeado?
Su pregunta me toma por sorpresa.
—Demonios. No la golpearía. Nunca.
Casi puedo ver el alivio saliendo de su rostro. Quizás esté perdido,
roto, enfadado, pero nunca le haría daño intencionadamente, no con un
golpe, o puñetazo y mataría a cualquier bastardo que tratara de tocarla de
esa manera.
—Bien. No sé de qué manera le has hecho daño, y sé que te he criado
para que no pongas una mano sobre una mujer, incluso si ella te golpea
primero, pero últimamente, he estado preocupado de si mi buen hijo está
todavía dentro de ti.
Sus palabras me entristecen más. Le he fallado. Decepcionado.
—Todavía estoy aquí, papá. Sólo perdido, realmente perdido.
—Lo sé, pero te has encontrado. Está de vuelta, Rem. Ella está de
vuelta y todavía puedo ver que se preocupa por ti.
Trago, la saliva gruesa en mi garganta.
—No lo sé, papá. Quizás todavía se preocupe, pero le he hecho mucho
daño, algo muy jodido.
No elaboro y definitivamente no menciono el audio que compartí con
mis amigos. Mi padre me mataría si supiera que hice algo así.
Es mi responsabilidad, mi propio dolor.
—Pero no harás esa mierda más… ¿verdad? ¿No tratarás de ir más
allá con ella por romper tu corazón? Que, para tu información, no fue su
culpa.
El músculo en mi mandíbula se mueve. Por supuesto, él diría eso. Ha
estado tomando su lado desde el día en que ella se fue, y sé que realmente
no tiene culpa de mi dolor, pero ella era alguien a quien podía echar la culpa.
Mi madre se había ido, y entonces ella también se fue.
Fue duro… demasiado duro para enfrentarlo solo.
—No. No le haré más daño, lo juro —admito.
Lo decidí incluso antes de venir aquí hoy, que no iba a arruinarla más,
pero ahora que se lo he prometido a mi padre, es como si estuviera escrito
en piedra.
Ella siempre tendrá una parte de mi corazón, eso nunca cambiará,
sin importar cuánto trate de volver a tenerlo. Y sé ahora que hacerle daño
sólo me dañará más a mí. Ahora sólo puedo esperar que no sea demasiado
tarde para que me perdone.
—Bien, porque no soy demasiado viejo como para patearte el trasero,
no te olvides de eso.
Se ríe.
—Divertido, viejo —bromeo, y termino la cerveza en mi mano antes de
volver a mi habitación.
Tengo esta urgencia de estar cerca de ella. Es como si necesitara
tenerla en mis brazos para sentirme uno de nuevo. Miro la puerta de mi
habitación y me pregunto si puedo hacer eso de nuevo. Si puedo lidiar con
la posibilidad de perderla de nuevo.
Supongo que es sólo un riesgo que tengo que tomar.
Suspiro mientras abro la habitación a mi tranquila habitación,
esperando no despertarla, pero cuando paso el marco, la encuentro sentada
en mi cama. Las alarmas se disparan en mi cabeza.
Está respirando duro, cada respiración es elaborada mientras sus
manos se presionan contra su pecho, sus grandes ojos azules abiertos y
llenos de miedo cuando se da cuenta de que estoy parado mirándola.
—¿Qué pasa? —escudriño la habitación buscando algo, lo que sea que
explique este miedo, pero no hay nada que ver, sólo estamos nosotros.
—Sólo una pesadilla.
Parpadea saliendo de lo que parece ser un trance, su voz es
atormentada y débil. Cierro la puerta detrás de mí y cruzo la habitación
hasta que estoy parado al lado de mi cama. Enciendo la luz de la mesita de
noche y miro como se mueve hacia la cabecera, empujando sus rodillas
contra su pecho en el proceso.
—¿Estás aquí para decirme que se ha terminado la tregua? ¿Qué
vuelves a odiarme?
Su voz está temblando, y no puedo verla en tal estado ansioso.
—No voy a atormentarte más. He terminado de pelear, Jules. He
acabado. No me importa más. Tú y yo no vamos a ir a ningún lado, y me he
dado cuenta de que no hay nada que pueda hacer para cambiar eso. Así
que, por favor, no te preocupes más. No puedo verte tan ansiosa, tan
preocupada. No te haré más daño. Intentaré dejar de romper tu corazón
como tú rompiste el mío.
Sus grandes ojos azules se llenan de lágrimas, pero su expresión facial
relajada me dice que está agradecida por mis palabras, por mi disculpa.
—No quería… quiero decir… no trataba de romper tu corazón.
—Sólo…
Mi lengua se siente pesada y paso una mano por mi cara, tratando de
encontrar la fuerza que necesito para hablarle de esto.
—Déjame acabar y entonces puedes decir lo que quieras.
—De acuerdo —murmura, jugando con un hilo de su camiseta.
—Nunca te he odiado. Sé que dije que lo hacía, y sé que te traté como
si lo hiciera, pero no pienso que jamás te haya odiado de verdad. Odié que
te fueras, y no tenía a quien culpar excepto a ti, pero no te odiaba. No podía.
Lamo mis labios y continúo.
—La verdad es que me odié durante un largo tiempo por dejarte ir
como hice. Por no intentarlo. El día en que mi madre murió, me mató, pero
te tenía. Estabas ahí para sostenerme, para mantenerme unido, y después
de repente también te habías ido, y no tenía a nadie. Se sintió como que
todo mi mundo estaba desmoronándose.
Mi voz se rompe y siento cada emoción que he tratado de aplastar
durante los últimos tres años volviendo a la superficie. Mi mirada se
mantiene en el suelo. No puedo mirarla ahora. Maldición, no puedo.
—No lo sabía… quiero decir… lo sabía, pero…
Hay un movimiento de sábanas, y después un segundo más tarde está
tocando mi mejilla, forzando a que mi cabeza se eleve y mis ojos miren a los
suyos.
—¿No lo sabías? —pregunto, mi voz es profunda, mis ojos atraviesan
los suyos, buscando por la respuesta a mi pregunta, una respuesta que sé
que está dentro de ella.
¿Cómo podía no saberlo? No había ido en citas con ninguna de las
chicas que me lo habían pedido… nunca tuve sexo con nadie, no hasta que
se fue. Estaba guardándome para ella, esperando hasta que estuviera
preparada, y hubiera esperado toda mi vida si hubiera sido necesario.
La mirada en su cara es dolorosa.
—No me di cuenta de que querías más hasta que fue demasiado tarde.
Ahí está el proverbial golpe. La confesión.
—Eso es mentira, Jules —gruño amargamente.
—No, no lo es. Tenía miedo, Remington. Miedo de perderte, a mi mejor
amigo. Tenía miedo de que, si cruzábamos esa línea, si saltábamos por
encima del borde y no funcionaba, que te habrías ido para siempre. Tenía
miedo de perderte… y después te perdí de todas maneras así que supongo
que no hubiera importado.
Tenía miedo… estaba asustada.
Ni siquiera puedo entender las palabras que acaba de decir.
—Te amaba, Jules. Te amaba, demonios. Cada trozo de ti estaba
embebido en mi piel, y cuando te fuiste una parte de mi murió. Me volví
amargo, enfadado, tan malditamente enfadado, y todavía estoy enfadado,
pero me he dado cuenta de que esto tiene que ver conmigo y nada contigo.
—Lo siento —se disculpa con lágrimas, y doy un paso atrás, viendo
su mano caer en el aire.
—Yo también —murmuro, sintiendo como que puedo romperme.
Continúo caminando hacia atrás hasta que mi espalda toca la pared,
y entonces me deslizo hacia abajo, sosteniendo mi cabeza entre mis manos.
Lo he arruinado. Lo he arruinado tanto.
N
o sé si debo ir con él o quedarme sentada en la cama. Se ve tan
devastado como yo. Y, sin embargo, sólo puedo pensar en
envolverlo en mis brazos y preguntarle si todavía me ama. Quiero
que me siga amando. La necesidad de ir a él es tan abrumadora que
encuentro mi cuerpo moviéndose hacia el suyo como si estuviera en piloto
automático y algo que estoy destinada a hacer.
Me muevo hasta donde está sentado contra la pared y me deslizo por
ella, presionando mi lado contra el suyo. Puedo oír lo pesada que es su
respiración, sus manos se agarran con rabia a los largos mechones de pelo
marrón brillante.
—¿Rem? —susurro, volviéndome hacia él.
No dice nada. Su cuerpo está lleno de tensión. Cuando vine aquí hoy,
no esperaba que esto sucediera. Estaba segura de que me iría de aquí con
lágrimas en los ojos, y creo que aún podría hacerlo. No sé si Remington está
bien, si está enfadado conmigo, con él mismo, con nosotros.
No está hablando y estoy empezando a asustarme un poco.
No sé cómo arreglar esto.
Cómo arreglarle.
—Yo... puedo irme si quieres.
Mis palabras deben sacudir algo dentro de él, porque levanta la cabeza
y se vuelve para mirarme.
No puedo contener el jadeo que se me escapa de los labios cuando veo
las lágrimas brillar en sus ojos.
—No te vayas, Jules. No esta noche. Quédate conmigo. Déjame
abrazarte. Déjame fingir que no lo he arruinado todo. Que no nos he
arruinado.
—No estamos arruinados, Rem.
¿Lo estamos? No sé si las cosas podrían volver a ser como antes, si
podríamos ser amigos como antes, no con toda lo que tuvimos, toda la
angustia, pero arruinados... No estamos arruinados.
—Vamos a acostarnos. Podemos hablar más cuando quieras, pero por
ahora, sólo quiero que me abraces.
Le doy un tirón en el brazo, pero no se mueve enseguida, y por un
momento me pregunto si ha cambiado de opinión.
Entonces, como si pudiera sentir la duda arrastrándose a mi
alrededor, se levanta. Noto que sus ojos están hinchados e inyectados de
sangre mientras me pone de pie, y lo miro fijamente, completamente
consumida por el hombre que tengo delante.
En lugar de caminar hacia la cama como espero que haga, se acerca
a la cómoda y abre uno o dos cajones, hurgando en ellos como si estuviera
buscando algo. Un momento después saca unos pantalones de chándal y
una camiseta que estoy segura que ha usado un millón de veces.
—¿Estarás bien durmiendo con esto? —pregunta, entregándome la
camiseta.
—No es mi Mickey, pero servirá.
Sonrío, quitándole la camiseta de su mano extendida.
Me sonríe y luego lo observo mientras aprieta el botón de sus tejanos
y los empuja por sus muslos musculosos. Casi trago la lengua ante la
imagen que tengo delante. Sé que estuvimos así la otra noche, pero estaba
drogada y no tenía honor ni moralidad.
Esta noche es diferente... esta noche soy yo, y Remmy es, bueno él, y
somos normales, o tan normales como podemos ser.
—¿Vas a cambiarte o te vas a quedar ahí parada mirándome?
—Yo... no sé, tal vez debería cambiarme en el baño —digo
nerviosamente.
—Sabes que casi te vi desnuda la otra noche, ¿verdad?
Mis mejillas se calientan de vergüenza, por supuesto que lo hizo.
Estúpida Jules. Estúpida. Debo estar mostrando cada emoción que siento
en ese momento porque Rem se estremece como si se diera cuenta de que
dijo algo malo.
—Siento que Cole te hiciera daño... Si hubiera sabido lo que planeaba,
no te habría dejado a solas con él. Te juro que no tenía ni idea de que puso
algo en tu bebida y pensé que querías estar con él ya que tuvieron varias
citas juntos. Intentaba dejarte ir, dejarte ser feliz.
—¿Citas? ¿Qué? ¡Nunca tuve una cita con él! —casi grito.
Ese maldito imbécil.
Rem me da una mirada incrédula.
—Te vi, Jules... en el restaurante, con Thomas y su chica. Todos
ustedes se veían contentos.
Hay celos en su voz.
—Eso no fue una cita, Rem. Estaba allí para recoger un poco de pastel
de chocolate y me convenció para que me sentara con ellos mientras
esperaba. Estuve allí unos cinco minutos y en cuanto la camarera volvió con
mi pedido, salté y me fui. No era una cita, Rem, créeme. He estado haciendo
todo lo posible para evitarlo. Lo último que haría es someterme a una cita
de una hora con el chico.
—¡Maldición! —jura, claramente enfadado consigo mismo por haberse
creído la patética historia de Cole.
—Sí, no estábamos saliendo y en cuanto a la otra noche, sólo quiero
olvidar que pasó. Es uno de los mayores errores que he cometido.
—Bueno, quiero que sepas que nunca te haría eso a ti... a nadie...
—Ya lo sé. Eres un caballero puro.
Pongo los ojos en blanco y él me levanta una ceja interrogante.
—No iría tan lejos. Definitivamente soy un imbécil, pero no haría eso.
No puedo creer que fuera su amigo, que no viera su imbecilidad a kilómetros
de distancia. Nunca volvió a la fraternidad y aunque lo intentara, no le
habría dejado entrar. No viviré con un maldito violador. Es patético y si lo
vuelvo a ver, haré algo más que reacomodar su cara. Su familia tendrá que
hacer los arreglos para el funeral.
—No vale la pena —respondo, quitándome la camisa y
desabrochándome los pantalones.
Mientras las empujo por mis piernas, veo los ojos de Remington
vagando por mi cuerpo desnudo. Hay hambre en ellos, una necesidad
primaria que se dirige directamente a mí y sólo empeora cuando alcanzo y
desengancho mi sostén. La necesidad dentro de mí aumenta cuando su
lengua rosada sale disparada sobre su labio inferior. Quiero besarlo,
probarlo.
Mi sexo se aprieta, pero no hay nada ahí para sedar el dolor que se
forma en su interior. Quiero a Remington, casi tanto como le quería hace
tres años.
Me quito el sostén y me pongo la camiseta que me dio, tratando de no
reaccionar ante él, y al calor en mi interior. Cuando mi cabeza sale por el
agujero de la cabeza, encuentro que todavía me mira, pero la mirada en sus
ojos ha disminuido un poco, casi como si estuviera suprimiendo la
necesidad.
—¿Quieres ponerte también los pantalones de chándal? —pregunta,
con una voz más grave, más gruesa de lo normal.
Niego sin pensar, me doy la vuelta y me acerco a la cama. Se quita la
camisa y la tira al suelo antes de seguirme a la cama en nada más que un
par de calzoncillos.
Se me seca la boca y me muerdo el labio inferior. Trato de no dejar
que mi mirada permanezca sobre su pecho musculoso y sus abdominales
bien definidos, pero es muy difícil. Es tan injusto lo buenos que han sido los
últimos tres años para su cuerpo. Todos los músculos deliciosamente
firmes, cada abdominal tallado como una piedra.
Arg, tengo que parar.
Sonríe cuando me sorprende mirándole y me arrastro rápidamente a
la cama, subiendo la manta hasta la barbilla. Me estremezco
involuntariamente, mi pulso se acelera cuando se desliza en la cama y bajo
la misma sábana que yo.
Malo. Esto es muy malo.
—Eres tan tímida ahora como lo eras entonces.
—No lo soy —miento.
—Shh, no tienes que mentirme, Jules. No te juzgaré ni me burlaré de
ti.
Hay un tono de burla en su voz y me doy la vuelta para enfrentarlo.
Probablemente no debería, pero me he pasado los últimos tres años
preguntándome si debería haberle dicho que lo quería más que a un amigo.
Creo que puedo soportar estar tan cerca de él ahora.
Pero en cuanto me enfrento a él, me callo. Es tan intimidante, no en
el sentido de que dé miedo, sino en el sentido de que ha estado con muchas
chicas, y tiene mucha más experiencia de la que yo podría imaginar.
—¿Jules? —susurra mi nombre, su voz acaricia algo muy dentro de
mí. Se mueve hacia mí, su cuerpo se frota contra el mío mientras lo hace, y
puedo sentir el calor de su piel deslizándose de él y chocando contra mí,
cubriéndome de calor.
—¿Si? —dejo salir.
—¿La sientes? ¿La conexión entre nosotros?
Considero decirle que no. Ni siquiera sabemos si somos amigos
todavía, hacer cualquier otra cosa complicaría las cosas, y entonces mi
cerebro, mi estúpido cerebro me recuerda como se sentía antes, cuando me
tocó. Sí, lo hacía por rabia, pero era gentil, y su toque le producía un
inmenso placer.
—Sí... —respondo sin aliento.
—¿Tú...? —se detiene, y siento que mi corazón amenaza con salírseme
del pecho—. ¿Quieres que te toque?
Le miro a los ojos con mil razones diferentes para decir que no,
sabiendo que ninguna de ellas importa ahora mismo.
—Sí —susurro tan silenciosamente que ni siquiera estoy segura de
que me haya oído hasta que extiende su mano para tocarme la cara.
Traza los contornos de mi cara con su dedo, sus ojos se mueven hacia
mis labios, y como una adicta al crack, soy adicta a su toque.
—¿Por favor?
Deslizo mi lengua por los labios con impaciencia y cuando todo lo que
hace es sonreír, me muevo, empujándolo sobre su espalda para poder
sentarme a horcajadas.
Es tan raro que sea tan posesiva, que tenga el control, pero siempre
ha sido así con él. Siempre he sentido la necesidad de tocarlo, de dejar que
me toque. Nunca entendí por qué. Me muevo, luego él se mueve, y luego nos
movemos juntos como uno.
Lanzo mi pierna sobre su centro, presiono mi centro cubierto por mis
bragas contra su estómago desnudo antes de que se pueda mover. Miro
hacia abajo a sus ojos casi negros y jadeo. Puedo sentir su miembro
endurecido contra mi trasero. La tentación de presionar mi trasero contra
él es demasiado grande y en cuanto lo hago, reacciona.
—Mierda, Jules —gruñe, y sus manos rodean mis caderas, su agarre
es posesivo, y las mueve lo suficiente como para enviar un escalofrío de
placer por mi columna.
—Te quiero. —Las palabras salen sin aliento—. Quiero que me toques
como lo hiciste antes.
No puedo creer que esté admitiendo esto, especialmente en voz alta.
—¿Sí? —pregunta como si le costara creerme.
Asiento y una gran sonrisa se extiende por su cara.
—De acuerdo... pero tienes que hacer algo a cambio.
—¿Q… qué?
Estoy nerviosa por escuchar la respuesta, no porque no quiera hacerlo
sino porque me preocupa que no aprecie mis torpes e inexpertos
movimientos.
—Quiero que me beses.
¿Un beso? No es lo que esperaba, pero es algo que puedo hacer. Bajo
mi cabeza, inclino mis labios sobre los suyos y los presiono firmemente. El
fuego llena mi vientre, y algo dentro de mi alma se enciende al contacto de
nuestros labios tocándose.
Esta vez, no hay dudas entre nosotros.
Tan pronto como nuestros labios se tocan, me acerca aún más, mi
pecho se junta con el suyo, la fina tela de mi camiseta es lo único que impide
que nos toquemos completamente, y lo odio.
Quiero que la tela desaparezca. Una de sus manos se mueve desde mi
cadera y se enhebra en los sedosos mechones de mi pelo, acercándome,
profundizando el beso hasta que todo mi cuerpo se consume con las llamas
del placer.
Consumido por él.
Mis pezones se endurecen al contacto contra su duro pecho, y los froto
contra él, pequeñas sacudidas de placer atraviesan mi piel cuando lo hago.
—Demonios, eres tan reactiva a mi toque.
Se aparta lo justo para hablar, y aplasto mi centro contra sus duros
abdominales, cada pequeño movimiento hace que mi sangre cante y que mi
cuerpo y mi sexo estén hambrientos de más.
—Quiero... por favor... —gimo, pellizcando su labio inferior.
No estoy segura de lo que realmente quiero o necesito, todo lo que sé
es que sea lo que sea, vive dentro del hombre que tengo debajo, el hombre
que me mira a los ojos con tanto amor, tanta pasión.
—Me tienes... —susurra, sus dedos trazan mi cara como si no tuviera
otra oportunidad.
—No, quiero decir... —Lo beso de nuevo, sintiendo que tengo que
recuperar el tiempo perdido—. Quiero que me hagas...
Todavía me da un poco de vergüenza decirlo en voz alta.
—¿Tener un orgasmo? —pregunta con un destello de diversión en sus
ojos encapuchados—. ¿Quieres que te haga llegar al orgasmo?
Asiento furiosamente, sin preocuparme de lo ansiosa que debo
parecer.
—¿Con qué? ¿Mi lengua o mis dedos?
Oh Dios, no pensé que llegaría tan lejos. Trago, me pregunto por un
momento por qué no dijo miembro, y luego, estoy segura de que sabe que
no estoy lista para eso.
—Tus dedos —digo sin aliento.
Tan pronto como las palabras pasan por mis labios, nos da la vuelta,
mi espalda se apoya en el colchón donde estaba acostado hace unos
momentos.
Se me pone la piel de gallina, viendo cómo se suelta de lo que le impide
devorarme. Sus manos tiemblan mientras me sube la camiseta, salpicando
mi vientre con besos húmedos. No puedo evitarlo, las sensaciones que me
invaden no se parecen a nada que haya sentido antes y empiezo a retorcerme
contra las sábanas de la cama. Como si conociera mi cuerpo mejor que yo,
sus hábiles dedos empiezan a tocar suavemente uno de mis pezones
endurecidos.
Mis dientes se hunden contra mi labio inferior para suprimir el gemido
que quiere arrancarme de la garganta. Continúa su ataque contra mis
pechos hasta que no soy más que un desastre marchito, mis muslos se
extienden, y mi centro arde de necesidad.
—Mierda. Apuesto a que podría hacerte venir sólo jugando con tus
tetas —dice, sonriendo descaradamente, y no apostaría en contra de eso,
porque estoy bastante segura de que podría.
Cuando se aleja, gimoteo, queriendo más de él y casi suspiro cuando
lo siento deslizar mis bragas de encaje a un lado con dedos ágiles. Su toque
es suave, una caricia contra la piel suave como la seda.
—Si quieres que me detenga, tienes que decirlo ahora.
La tensión en su cuerpo y la profundidad de su voz me dice que
apenas está conteniéndose, que está cercano al borde, pero no me importa,
estoy tan consumida por la necesidad, con mi cuerpo ardiendo, que no
podría imaginarme decirle que se detenga.
—Si te detienes, podría explotar. Así que no te atrevas a parar —
advierto con una sonrisa.
Mi respuesta hace que su mirada se oscurezca, y antes de que pueda
decir o pensar en otra cosa, comienza su ataque a mi sexo, frotando
pequeños círculos sobre mi clítoris hinchado.
Oh, Dios.
No puedo mantener el gemido de placer por más tiempo, y se libera
desde lo más profundo de mi ser, vibrando a través de mi núcleo.
—Ahhhh...
Es fuerte, más fuerte de lo que pretendía y mis mejillas se ponen
rosadas.
—Shhh, mi padre está al final del pasillo.
Rem se ríe antes de callarme con sus labios en los míos. Me besa
profundamente, su lengua entra en mi boca tan pronto como separo mis
labios, mientras continúa bailando sobre mi centro con sus dedos.
Mis pliegues están resbaladizos de excitación, y puedo sentir la
facilidad con la que sus gruesos dedos se mueven sobre mí y sólo me hace
desearlo más.
Su dedo se desliza por mi rendija una vez más, la fricción contra mi
clítoris es casi demasiado, mientras encuentra mi entrada. Se desliza en mi
canal resbaladizo con facilidad, su dedo grueso está cubierto con mi
excitación. No se mueve, dándome un momento para ajustarme a su dedo.
Así es como siempre he imaginado que sería.
Sin prisa, sin odio o ira.
Sólo necesidad, pura necesidad.
—Tan apretada, tan lista para mí.
—Sí —respondo, mi pecho se agita, una de mis manos se agarra a su
brazo para sentirlo. Lo observo a través de mis ojos entrecerrados mientras
él mira su dedo y empieza a moverlo dentro y fuera de mí con empujones
profundos y firmes.
—¿Vas a correrte por mí? Aprieta mi dedo como si supiera que quieres
apretar mi miembro.
¿Es eso siquiera una pregunta ahora mismo? Todo lo que puedo sentir
es a él, su cuerpo, su alma, poseyendo cada parte de mí. Mis piernas se
abren más, dándole más espacio para reclamarme y su mirada calurosa se
eleva a mi cara.
Levanto mis caderas por reflejo, necesitando más, sólo un poquito
más, eso es todo lo que quiero.
Todo lo que necesito.
—Rem... —gimoteo, y como si supiera lo que necesito, añade un
segundo dedo, tijereteando en mi interior. Lo hace unas cuantas veces más,
sus dedos encuentran este punto dulce en la parte superior de mi sexo, un
punto que me hace chocar contra el borde y caer en el olvido.
—Balancéate, Jules... mi miembro está tan envidioso de mis dedos
ahora mismo. Quiero estar dentro de ti, sintiendo tu sexo apretado a mi
alrededor, ordeñando mi miembro.
Apenas puedo oírlo por la sangre que corre por mis oídos y luego todo
se desmorona. Empiezo a apretar alrededor de sus dedos, mi cuerpo queda
suspendido en el tiempo mientras las olas de placer acarician cada
centímetro de mí.
—Mmm... —es todo lo que puedo decir mientras retira suavemente
sus dedos y se los lleva a los labios. Mi excitación, mi liberación cubriendo
sus gruesos dedos.
—Te he penetrado con el dedo, y luego me daré un festín contigo,
metiendo y sacando la lengua de tu sexo hasta que te desmorones, y luego
te haré mía en todos los sentidos, como siempre imaginé que lo haría. No
habrá un centímetro de ti que no haya probado, tocado o acariciado.
Su confesión me aterroriza un poco, de acuerdo, quizás mucho. No
puede hablar en serio, ¿verdad? No me quiere. ¿Verdad? La pregunta que
me acabo de hacer se pierde en mi mente cuando pone esos dos gruesos
dedos en su boca y chupa mis jugos de ellos.
Santo cielo.
Sus ojos se cierran brevemente y un profundo gemido retumba en su
pecho.
—Sabes que no podemos ser amigos, Jules.
Pestañeo, dolida y confundida.
—¿Qué? ¿Por qué?
Una sonrisa se extiende por sus labios y se inclina hacia adelante, su
cuerpo tenso me presiona más contra el colchón. Es todo un hombre,
poseyéndome, tomándome.
—Porque nunca fuimos sólo amigos. Siempre era algo más, aunque
no quisieras verlo, aunque tuvieras miedo de que siempre fuera más que
una amistad. Nunca estuvimos destinados a ser amigos. Siempre estuvimos
destinados a ser amantes.
Asiento, incapaz de formar una respuesta, porque sé que tiene razón
y todavía estoy un poco asustada de enfrentar ese hecho.
—¿Quieres? —Mis ojos se dirigen a la tienda excesivamente grande de
sus calzoncillos—. ¿Quieres que te devuelva el favor?
Sentí brevemente su miembro antes, contra mi trasero la primera vez
que me tocó. Se sentía enorme, pero nunca tuve la oportunidad de mirar de
verdad, de ver lo hermoso que es.
—No negaré una sacudida, pero no puedo manejar tu boca en este
momento. Te deseo demasiado.
—Entonces, ¿eso es un sí? —pregunto con mi labio entre mis dientes.
—No es un sí, sino un maldito sí.
Se baja al colchón a mi lado. Me bajo la camiseta y me pongo de
rodillas, lamiéndome los labios con nerviosismo, sintiendo que un rubor se
desliza por mis mejillas. Mi inexperiencia está sacando lo mejor de mí.
—¿Podrías... ya sabes... mostrarme cómo?
Los ojos de Rem se abren mucho, e inclina su cabeza hacia atrás
contra las almohadas.
—Vas a matarme, Jules. ¿Nunca has acariciado un miembro antes?
Sacudo la cabeza.
—¿Es eso malo? ¿No quieres ahora? Sé que no tengo experiencia, pero
no puede ser tan difícil, ¿verdad?
Me da pánico, tengo miedo de que se aleje, que me diga que no quiere
que lo haga.
No me parezco en nada a las chicas con las que ha estado, lo sé, pero
quiero complacerle, complacerle como él lo hizo conmigo.
—¿Qué si quiero?
Sacude la cabeza. Una necesidad parpadea en sus ojos y se baja los
calzoncillos, exponiendo su miembro ante mí.
Su gran y grueso miembro.
—No tienes ni idea de cuánto quiero tus manos alrededor de mi
miembro. Saber que no has hecho esto con nadie más... es un gran jodido
cambio. No necesito que seas como las otras chicas con las que he estado.
Cuando se trata de ti, no hay comparación.
Toma mi mano y se la doy, dejando que me guíe hasta su eje. Envuelvo
mis dedos alrededor de su grosor, mientras mi mano tiembla.
Es tan suave, tan cálido.
¿Por qué es tan intimidante un acto tan pequeño? Cuando pone su
mano sobre la mía, me estremezco, y alejo mi mirada de su miembro y vuelvo
a su cara para medir su expresión.
Tiene una mirada seductora y por una vez desearía no ser tan
inexperta. Empieza a mover mi mano arriba y abajo de su eje, y me
sorprende lo suave que se siente la carne. Mi mirada se fija en su miembro,
en mi mano mientras se mueve hacia arriba y hacia abajo.
La cabeza de Remington se apoya en las almohadas, sus ojos se
cierran y sus rasgos se tensan como si estuviera dolorido.
—¿Lo estoy haciendo bien? ¿Te duele? Puedo parar si quieres.
Parpadea y abre los ojos.
—No... no hay dolor... se siente tan jodidamente bien, tan bien. No
tienes ni idea de cuánto tiempo he esperado para sentir tus manos en mi
miembro. Te he imaginado haciendo esto desde que tenía catorce años
masturbándome en la ducha con esa imagen.
Su confesión me hace sentir poderosa, me da este extraño coraje y
sonrío, continúo moviendo mi mano con la suya, saco su mano de la mía, y
lo acaricio por mi cuenta queriendo terminar el trabajo yo misma. Una
brillante gota de semen se acumula en la punta de su miembro, y me inclino
hacia abajo y la lamo.
Un profundo estruendo llena la habitación al contacto de mi lengua
con su miembro. Una oleada de endorfinas me atraviesa, mientras lo hago
de nuevo. Me recompensa con otro gemido, y sigo haciéndolo. Sus bíceps se
tensan y sus manos golpean las sábanas de la cama.
Está a mi merced, completamente, y me encanta, tanto. Le chupo la
cabeza de su miembro mientras sigo acariciándolo. No tarda mucho en
empezar a mover sus caderas, su miembro se desliza cada vez más dentro
de mi boca. Sé que dijo que no quería que le hiciera una mamada, pero no
parece estar objetando ahora.
—Estoy cerca... si no quieres que me derrame en tu bonita boquita,
entonces aléjate ahora —susurra bruscamente, su pecho sube y baja
rápidamente, y aunque quiero hacerlo en algún momento, esta noche no es
la noche.
Lo suelto con un estallido, veo como se desmorona, los temblores de
placer se extienden por su cuerpo y su miembro se mueve en mi mano un
momento antes de que los chorros calientes caigan sobre mis manos y su
estómago. Todo su cuerpo se tensa antes de que se relaje en el colchón y
sólo entonces aparto la mano.
—¿Fue bueno? —trago.
Consiguió su orgasmo, sí, pero ¿fue agradable? ¿Quizás es lo que
debería haber preguntado?
—Jules, fue increíble, bueno no es ni siquiera cerca de la palabra que
usaría para describir lo que fue. Yo nunca he... Fue muy caliente, increíble.
Me siento estúpidamente orgullosa, me levanto y voy al baño a
lavarme las manos y Remmy me sigue de cerca, para limpiarse.
Cuando terminamos, volvemos a la cama y me acerca a su lado, así
que estoy medio acostada encima de él. Mi cuerpo se relaja contra el suyo y
no tardo mucho en sentirme soñolienta. Quiero que esto sea real, quiero
confiar en él, volver a la forma en que solía ser entre nosotros, pero no sé si
estoy lista para eso todavía.
B
ostezo y abro mis ojos, preguntándome si anoche fue un sueño.
Entonces miro hacia abajo y veo que Jules sigue en la cama
conmigo, su cuerpo se moldea contra mi lado. Mi brazo está rígido
por haberla sostenido toda la noche, pero no me importa. No quería
despertarme sin ella.
La veo dormir por unos minutos, mis ojos se posan en sus suaves
labios, su adorable nariz y su cuerpo apretado. Me dejó tocarla anoche, me
dejó darle placer. Fue increíble y conmovedor, aunque sólo hice que llegara
al orgasmo con mi dedo. Mientras los pensamientos persisten, mi miembro
se endurece... maldición, no. Agarro mi teléfono de la mesa de noche para
distraerme y me doy cuenta de que nos hemos quedado dormidos.
Demonios, son las diez, la clase de inglés es en una hora.
Nada podría sacarme de esta cama para una de mis clases ahora
mismo, pero esta es la única clase que comparto con Jules y la conozco lo
suficiente como para saber que se volverá loca si perdemos una clase.
—Jules —susurro mientras le doy una suave sacudida.
—Mmm.
Se acurruca más profundamente a mi lado, y considero en serio
llamar a Seb y pedirle que de alguna manera cancele la clase de inglés.
Quedarse aquí en la cama con ella valdría la pena, pero sabiendo lo molesta
que estaría por faltar a clase me hace decidir en contra.
—Jules, son las diez de la mañana —susurro y eso parece llamar su
atención porque sus ojos se abren de golpe y se sienta, frotándolos
furiosamente con sus manos.
—¿Qué? ¿Las diez? ¿Son las diez? —parpadea un par de veces,
dándome una mirada incrédula—. ¡Tenemos clase en una hora!
Tengo una sonrisa permanente en la cara. Salta de la cama y empieza
a correr por la habitación como un pollo con la cabeza cortada mientras me
quedo sentado en la cama, disfrutando de la vista.
—Levántate, tienes que dejarme en mi casa. Todavía tengo que coger
mi bolso, mi ropa y lavarme los dientes.
Casi me grita, todo mientras tira de la esquina de la manta. Fue un
débil intento de sacarme de la cama, pero uno que funciona.
—Bueno, de acuerdo, estoy levantado —murmuro, empujando desde
la cama.
Me pongo un par de vaqueros, una camiseta y agarro mi teléfono y las
llaves. Cuando entramos en el coche y salgo a la carretera, noto a Jules
jugando nerviosamente con el dobladillo de su camisa y no puedo estar cien
por cien seguro, pero no creo que sea su preocupación por llegar tarde a
clase.
—¿Estás bien? —pregunto, pero desvía la mirada por la ventana y me
gustaría que me dejara ver su cara para poder averiguar lo que está pasando
dentro de su cabeza.
—No lo sé —susurra finalmente y se forma un dolor en lo profundo de
mi vientre, la sensación es similar a un puñetazo en el estómago.
Parecía tan feliz anoche, tan segura. Debí haber sabido que volvería a
sus cabales por la mañana.
Sólo estábamos fingiendo...
—¿Estamos bien? Quiero decir, sé lo que dijiste anoche, pero ¿lo
decías en serio?
Mis nudillos se vuelven blancos contra el volante.
—Sí, por supuesto, quise decir todo lo que dije anoche. Soy un hombre
de palabra, Jules.
—Dijiste que no podemos ser amigos. Pero... no sé si puedo ser más
ahora mismo. Quiero... pero quiero estar con el chico que eras anoche, el
Remmy que conozco... pero está este otro lado tuyo. Y ahora que lo he visto,
aunque no creo que pueda olvidar que esa parte de ti existe, no sé si puedo
confiar en que no te conviertas en esa persona otra vez...
No confía en mí y por supuesto tiene razón en no hacerlo, Dios sabe
que he roto su confianza de maneras que no estoy listo para decirle.
—¿Y dónde nos deja eso? —pregunta antes de que pueda encontrar
una respuesta a su pregunta anterior. Respiro profundamente, dejo que su
dulce aroma a vainilla entre en mi nariz mientras pienso en qué decirle.
¿Dónde nos deja eso?
Siento que mi cerebro acaba de pasar por una licuadora. ¿Qué puedo
decir o hacer para que entienda lo serio que soy cuando hablo de arreglar
esto?
Ojalá pudiera garantizar que la persona que ha visto las últimas
semanas no reaparezca nunca más, pero ¿cómo podría prometer eso? No es
como si pudiera encender un interruptor y apagar esa parte de mí. He vivido
así durante tres años y por mucho que quiera que todo vuelva a ser como
era... como éramos, sé que es un pensamiento poco realista.
Aun así, no voy a renunciar a ella, a nosotros. Los dos hemos
cambiado, pero eso no significa que los sentimientos entre nosotros sean
una prueba de ello.
Para cuando aparco delante de su casa, todavía no se me ha ocurrido
nada que decir.
—Te veré en clase, ¿de acuerdo?
Hay una mirada triste en sus ojos cuando abre la puerta del lado del
pasajero y sale. Quiero darle todas las respuestas que busca, pero no puedo.
No sé qué hacer todavía.
—Jules... espera, ¿podemos hablar después de la clase?
Mete la cabeza en el coche un momento.
—Claro —me dice con una pequeña sonrisa en los labios, antes de
cerrar la puerta del coche y correr hasta la puerta de su casa. Veo su trasero
balancearse en sus tejanos ajustados mientras se aleja de mí.
¿Amigos?
No sé si puedo ser sólo su amigo y mantenerme cuerdo.
La quiero... toda ella.
Hago una parada en la casa de la fraternidad para conseguir mis
propios libros para la clase, subo las escaleras, agarro mi mierda y salgo,
estoy cerca de la puerta cuando Thomas me detiene en la cocina.
—Hola Rem, ¿has visto a Cole?
Sólo escuchar su nombre me hace sentir como un asesino.
—No, hombre, ni idea de lo que le pasa.
Trato de mantener mi voz equilibrada. Escondiendo la ira dentro de
mí. Tengo una idea bastante buena de dónde está y definitivamente sé por
qué no ha mostrado su cara por aquí, pero no quiero compartir esa
información por una plétora de razones.
—Tengo que ir a clase, ¿te alcanzo luego?
Thomas me saluda, y salgo corriendo antes de que me haga cualquier
otra pregunta que no quiero responder. Empiezo mi paseo por el campus y
hacia la clase de inglés. Cuando paso por la cafetería de la esquina,
compruebo la hora de mi teléfono y decido que vale la pena llegar tarde a
clase. Pido lo de siempre y antes de darme cuenta de lo que hago, pido algo
para Jules también. Cuando entro en el aula, la mayoría de los estudiantes
ya están en sus asientos, aunque la clase aún no ha empezado.
Logro todo.
Camino hacia el fondo de la clase donde Jules ya está escribiendo
quién sabe qué en su cuaderno. Sigue siendo una total empollona y si
tuviera que adivinar diría que tiene sus trabajos escolares codificados por
colores y ordenados alfabéticamente. Mis ojos recorren el resto de la
habitación y justo detrás de ella se sienta Layla, sonriendo seductoramente
mientras me pestañea. Su mirada cae sobre las dos tazas de café en mi
mano y su sonrisa se amplía.
Probablemente piensa que una de ellas es para ella. Mala suerte, como
si le fuera a comprar un café. Camino hacia la fila de Jules, me detengo en
el asiento a su lado. Hay un chico sentado a su lado, uno que no conozco,
ni me interesa conocer.
—Oye, encuentra otro lugar para sentarte —ordeno.
Me mira conmocionado, listo para quejarse o incluso regañarme, pero
después de unos segundos se levanta, murmurando algo en voz baja.
Eso es lo que pensé.
Al dejarme caer en el asiento junto a ella, miro hacia abajo y la
encuentro mirándome fijamente. Su nariz se frunce con desagrado. Qué
lindo. Muy lindo.
—¿Qué estás haciendo? No puedes hacer que la gente se mueva
porque sí, Remmy.
—Parece que lo acabo de hacer.
Me río.
Jules me mira fijamente sin expresión y yo decido cambiar de tema.
—Te traje bebida.
Sonrío, sosteniendo el vaso de papel caliente hacia ella. Mira la taza y
luego vuelve a mi cara.
—No me gusta el café —anuncia como si no lo supiera ya.
—Lo sé.
Pongo los ojos en blanco. Como si no supiera que odia el café. Mejores
amigos desde que teníamos cinco años y cree que podría olvidar las cosas
más simples de ella.
—Es chocolate caliente.
—Oh, bueno... gracias —dice resplandeciendo, tomando el vaso de mi
mano y llevándosela a sus labios.
Toma un pequeño sorbo, y una sonrisa cursi comienza a formarse en
sus labios, mientras sus ojos parpadean de alegría.
Un momento después dice.
—Hiciste que le añadieran canela... no puedo creer que lo recordases.
Esta chica. Lo juro.
—¿Crees que alguna vez me olvidaría de tu yo de diez años pisoteando
y gritando a tu madre por no poner canela en tu chocolate caliente?
—Creo que sólo recuerdas que todo el mundo se reía porque lo
pronunciaba canelo.
—Eso también, pero no era como si estuviera tratando de burlarme
de ti —miento, porque estaba totalmente tratando de burlarme de ella.
Me mira con incredulidad.
—Sigues siendo malo para mentir, Remmy.
—¿Ah sí?
Levanto una ceja, disfrutando de las ligeras bromas entre nosotros.
Esto lo echo de menos. Las conversaciones, los recuerdos, tener siempre ese
alguien en quien apoyarse cuando más se necesita.
—Rem —dice Layla detrás de nosotros, y así como así, el globo
perfecto que nos protege del resto del mundo desaparece. La sonrisa en la
cara de Jules cae, y se da la vuelta para mirar hacia adelante y lejos de mí.
Jódete, Layla. Por una vez en mi maldita vida, desearía no ser tan
puto. Sé que Jules se siente incómoda sentada a mi lado con Layla detrás
de nosotros, probablemente porque sabe que hemos tenido sexo, y es más
que probable que se compare con ella cuando no tiene comparación con
nadie.
Jules es Jules. Layla es sólo otra chica que solía usar para
deshacerme del recuerdo de la única persona que he amado.
—Layla —la saludo fríamente.
—¿Por qué no vienes a sentarte a mi lado? —se queja.
—Estoy hablando con Jules.
—Lo que sea... —resopla, lanzando su pelo rubio sobre su hombro.
Afortunadamente no me dice nada más. La clase parece continuar
durante lo que parecen ser horas. Jules permanece mirando hacia adelante,
sin siquiera mirarme una vez.
Aprieto los dientes en la frustración y trato de averiguar cómo hacer
esto más fácil para ella. He tenido sexo con muchas chicas, y lo último que
quiero es molestarla, pero no puedo cambiar las cosas que he hecho en mi
pasado. Me dolía y usar mi cuerpo para superar ese dolor era lo más fácil
que podía hacer.
Cuando el profesor finalmente nos excusa, todo lo que quiero hacer
es arrastrar a Jules a algún lugar donde podamos estar solos y hablar. Me
siento nervioso, mi rodilla rebota arriba y abajo antes de saltar de mi
asiento. Espero pacientemente mientras Jules recoge sus cosas. Estoy a
punto de pedirle que venga a casa conmigo cuando Layla se posiciona frente
a nosotros con las manos en las caderas.
Diciendo una oración silenciosa, espero como el infierno que
mantenga su maldita boca cerrada... pero por supuesto, tan pronto como lo
pienso, su boca se abre.
—Veo que encontraste un nuevo polvo para esta semana, Rem.
Su tono me dice que está celosa, y si fuera un chico, le pegaría en la
puta cara, pero no lo es, así que me quedo ahí viendo el choque del tren a
cámara lenta. Cuando se pone a fulminar a Jules con la mirada, casi lo
pierdo. Mis puños se aprietan tan fuerte que podría tirar de un músculo.
—Layla... —advierto, pero me ignora, sus ojos desgarrando a Jules.
¿En qué demonios estaba pensando al dejar que esta perra me tocara?
—No te encariñes demasiado, volverá a mí cuando necesite que le
chupen bien, no pareces del tipo que sabe lo que le gusta.
Layla junta sus labios brillantes.
Antes de que me dé cuenta, Jules está pasando por encima de Layla.
Extiendo mis manos y trato de agarrar de su brazo para detenerla, pero
como siempre, se me escapa de las manos.
—Maldita perra —le escupo a Layla en la cara—. Si sabes lo que te
conviene, no volverás a hablar con ella. A diferencia de ti, es un elemento
permanente en mi vida.
No desperdicio más palabras con Layla y en su lugar, salgo corriendo
detrás de Jules.
Mientras corro para salir por la puerta, mi corazón golpea fuertemente
en mi pecho. La idea de perder a Jules por alguien como Layla se arraiga en
mi mente. No puedo perderla, no cuando acabo de recuperarla. La veo más
adelante, sus pies golpeando el pavimento con rabia.
—Jules —la llamo, corriendo un poco más rápido para alcanzarla.
—No... no lo...
Puedo verla sacudiendo la cabeza, pero no me importa si no quiere
verme ni hablar conmigo. Le pertenezco... y ella me pertenece, no tenemos
que admitirlo el uno al otro, pero ambos sabemos que es verdad. Una vez
que estoy lo suficientemente cerca, la alcanzo y la agarro de su hombro, le
doy la vuelta y la tiro contra mi pecho para que no pueda escapar de mí.
Choca contra mi pecho, me arden los pulmones de perseguirla, y el calor de
mi cuerpo se calienta por los comentarios de Layla.
—Vuelve con ella... deja que te chupe el...
Se aleja y sonrío, casi me río porque no puede ni decirlo.
—Ella no es nada, Jules, nada. —Ella lucha en mis brazos—. Y no te
dejaré ir sólo para que te alejes de mí pensando algo ridículo.
—No puedo hacer esto, Rem. Has estado con muchas mujeres, y la
mayoría de ellas están aquí en esta escuela. Nunca he besado a nadie más
que a ti.
Está asustada. Atemorizada. La tristeza de su voz me hace desear
tener la fuerza para golpearme en la basura. ¿Por qué pensé con nada más
que mi miembro durante tanto tiempo?
—Mira, no sabía que volverías a mí. Si lo hubiera sabido, yo también
sería virgen, y tú serías mi primera. Sé que no puedo retractarme de las
cosas que he hecho, pero no te dejaré de lado. No quiero a nadie más que a
ti, eres todo lo que quiero. Tu inexperiencia no significa una mierda para mí.
De hecho, hace que te quiera más.
Sus manos se agarran a mi camiseta, acercándome en vez de
alejándome.
—No quieres decir eso... —murmura y no lo permitiré. No dejaré que
piense que es menos que cualquiera de las chicas de aquí, no cuando la
verdad es lo contrario. Es mucho más. Levanto su barbilla y la obligo a
mirarme.
—Sólo te quiero a ti, Jules. Sólo a ti. No quiero a Layla ni a ninguna
otra persona en todo el maldito mundo. Te. Quiero. A. Ti.
Las lágrimas nadan en su mirada, y asiente con la cabeza como si
aceptara lo que digo, pero no soy estúpido. No será tan fácil para ella seguir
adelante con esto. Tengo una reputación y seguramente habrá más
problemas como el que ocurrió con Layla hoy.
—Tengo que irme —susurra, tratando de alejarse.
—Ven a casa conmigo —le ruego con los ojos.
—No. No podemos ser sólo amigos, y yo no puedo tener una relación
contigo, así que hasta que no descubramos lo que somos, probablemente
deberíamos mantener cierta distancia entre nosotros. —Su respuesta no es
lo que quiero oír, pero lo entiendo. Liberándola, aunque me mate, doy un
paso atrás.
—Lo que quieras, Jules. Te daré lo que quieras, pero no puedes
dejarme. No sobreviviré a perderte de nuevo.
Bajo los brazos a los lados y ella me mira por última vez.
—Te veré más tarde, Remmy.
Y luego se da la vuelta y se aleja, dejándome ahí con el corazón en las
manos, preguntándose cómo voy a hacer que la única persona a la que he
amado de verdad vuelva a confiar en mí.
La apuesta... sería un gran lugar para empezar.
L
o que quieras, Jules. Te daré lo que quieras, pero no puedes
dejarme. No sobreviviré a perderte de nuevo. Las palabras de
Remington me persiguen, susurrándome al oído, haciéndome
sentir una oleada de sentimientos que nunca pensé que volvería a sentir
hacia él. No lo lastimaré de nuevo, pero tampoco me dejaré arrastrar por
todas las emociones que siento.
Remington todavía me hizo daño, dijo cosas horribles, y aunque se
disculpó, y entiendo por qué hizo y dijo las cosas que hizo... no puedo apagar
esos sentimientos. No puedo actuar como si no hubiera sido un completo
imbécil conmigo.
Perdonar es fácil, olvidar es algo que no puedo hacer. Pienso en esto
todo el día, en cómo Layla me habló después de la clase, en cómo la
reputación de Remington siempre será la misma. Cómo la gente siempre me
mirará cuando me vean con él.
¿Cómo podemos ser nosotros de nuevo?
Anoche fue increíble, despertarme en sus brazos, aún más increíble,
pero perderme dentro de él, es un miedo que sólo yo puedo sentir de verdad.
Voy a mi última clase del día, queriendo saltármela en secreto, pero
sabiendo que no debería. En cuanto entro al salón, me doy cuenta de que
es la misma clase que comparto con Cole.
Maldición. Mi mirada recorre la habitación en busca de él. No está a
la vista, pero eso no significa que no aparezca pronto, la clase no empieza
hasta dentro de cinco minutos.
Un escalofrío de miedo sube por mi columna vertebral mientras me
obligo a tomar mi asiento habitual. ¿Tal vez no aparezca? Estaba tan
atrapada en mis propios pensamientos, en mis pensamientos sobre Remmy,
que no recordaba mi única clase con Cole. Remmy dijo que Cole ya no vive
en la casa de la fraternidad, pero eso no significa que vaya a dejar de venir
a las clases.
Hay una pegajosa sensación de malestar que cubre mis entrañas
mientras vigilo la puerta como un halcón. Estoy esperando el momento en
que muestre su cara para poder huir. No quiero estar en la misma
habitación con él nunca más. Cuando el profesor llega y empieza la clase, la
horrible sensación en mis entrañas disminuye. Tal vez dejó la escuela por
completo. Cuanto más nos metemos en la clase, más tranquila me siento y
más convencida estoy de que no va a volver.
Después de la clase, recojo mis cosas y salgo. Debería llamar a Cally
y pedirle que cene conmigo. Hace tiempo que no hablamos y quiero ponerme
al día. Estoy completamente perdida en mis pensamientos mientras camino
fuera y por el pequeño camino detrás del edificio.
No vuelvo a la realidad actual hasta que me estrello contra otro
cuerpo. Voy a murmurar una disculpa, pero levanto mi mirada justo a
tiempo para ver quién es. Mis pulmones dejan de funcionar mientras mi
corazón se acelera. El miedo que ha estado hirviendo dentro de mí los
últimos días sube a la superficie. Estoy congelada, suspendida en el tiempo
como un ciervo a segundos de ser atropellado por un coche.
—Hola Jules —dice Cole casualmente, como si no hubiera intentado
violarme la otra noche.
Miro sus rasgos y veo que Remington le golpeó muy bien. Su cara está
cubierta de grandes moretones púrpuras, un ojo está hinchado y su nariz
está torcida.
Trato de poner algo de distancia entre nosotros, dando un paso atrás
pero, él sólo da otro paso adelante. Se me revuelve el estómago. El siguiente
paso que intento dar, me detiene, su mano agarra a mi muñeca, su tacto es
áspero, quemando mi piel como el fuego.
—Suéltame —ordeno, mi voz suena mucho más débil de lo que quiero.
Quiero ser fuerte, quiero ser capaz de patear y golpearle y escapar,
pero sus manos están envueltas alrededor de mis muñecas como grilletes
de hierro. Sin embargo, sigo tratando de escapar. Intento darle una patada,
pero me empuja contra la pared del edificio, sacándome el poco aire que
quedaba dentro de mis pulmones.
—No seas así, ambos sabemos que quieres esto.
Sonríe a través de su labio roto.
No, no lo hago. No quiero nada de esto, nunca lo quise.
—Suéltame o gritaré y esta vez no te saldrás con la tuya al hacerme
daño —gimoteo, sin estar segura de si seré capaz de reunir un grito.
Estoy aterrorizada. Siento como si estuviera reviviendo la pesadilla
que aparece en mis sueños cada noche.
—Grita... por favor grita, me gusta cuando gritan. Hace que mi
miembro se ponga duro.
Se inclina hacia mí, y estoy a segundos de vomitar, con la bilis
subiendo por mi garganta. Miro a mi alrededor, rezando para que alguien se
acerque a la esquina. Pero no hay nadie que me salve, no está Remington.
Sólo estamos el enfermo y yo, y sé que tengo que hacer algo.
Sus dedos se clavan en mi piel con fuerza bruta y un pequeño grito
pasa por mis labios.
—¿Sientes eso, el dolor? Así es como mi cara se siente, pero cien veces
peor, y todo por la maldito y estúpido Remington —sisea—. Eres una maldita
levanta penes, y una llorona, después de haberme manoseado toda la noche,
prácticamente me rogaste que te tomara, y luego cuando llegó el momento
de seguir adelante, intentaste huir... por tu culpa, tuve que mudarme a los
dormitorios... un jodido junior en los dormitorios.
Su tono se vuelve cada vez más oscuro, su agarre en mis muñecas ya
no es tan doloroso. Mis pulmones arden cuando me olvido de respirar.
—Por favor... no quise...
Otro grito de dolor pasa por mis labios cuando me retuerce las
muñecas, empujándolas contra mi pecho, haciéndome difícil respirar, difícil
de hacer otra cosa que no sea sentir un miedo paralizante.
—¿Crees que soy tan malo? ¿Deberías oír las cosas que ha hecho tu
caballero blanco? Las chicas con las que se ha acostado, la gente a la que
ha hecho daño. No es mejor que yo. —Eleva sus labios, la rabia arde en sus
ojos.
—Por favor, no me importa él...
Las lágrimas me pican los ojos, y me siento tan débil, y lo odio. No
quiero estar indefensa. Quiero ser fuerte. Quiero salvarme del monstruo que
tengo delante.
—Me gustabas, Jules. Realmente me gustabas —se burla, se inclina
hacia mi cara, sus labios rozan los míos, y los aprieto juntos negándome a
besarlo.
—Prefiero morir que besarte —gruño, encontrando de alguna manera
el valor para hablar.
Sonríe y es francamente aterrador, me siento mareada, enferma del
estómago. Dejo escapar un suspiro cuando me suelta las muñecas, pero mi
alivio dura poco porque me agarra por la barbilla en el siguiente instante,
golpeando mi cabeza contra la pared. Siento lanzas de dolor en la parte
posterior de mi cabeza y me ahogo en un sollozo.
—Vas a arreglar esto. Le dirás que no fue más que un malentendido.
¿Me entiendes? Dile que querías.
Cuando no digo nada, me suelta la barbilla y me agarra por los
hombros, dándome una fuerte sacudida. Mi cabeza rebota en la pared de
ladrillos.
—Dime que lo harás, Jules, dime que le dirás que era una mentira.
El aire es denso, lo que dificulta mi respiración. Me sacude de nuevo
y tengo miedo de desmayarme.
Trago el aire en mis pulmones como un pez fuera del agua y asiento.
Tan pronto como hago esto, pone sus labios sobre los míos. No. Negando, le
araño la cara y abro mi boca, hundiendo mis dientes en su labio inferior.
Finalmente se aleja de mí y no pierdo mi oportunidad, mi cuerpo se
pone en movimiento antes que mi cerebro. Corro por su lado tan lejos y
rápido como puedo. El sabor cobrizo de su sangre está en mis labios y en
mi boca, lo que sólo empeora la sensación de malestar en mi estómago.
Nunca he sido una gran corredora, pero hoy podría correr un
maratón. Me arden los pulmones, me duelen los músculos, pero no me
detengo y no me atrevo a mirar atrás. Ni siquiera reduzco la velocidad hasta
que llego a la puerta de mi casa. Frenéticamente abro la puerta y me
apresuro a entrar, cerrando de golpe detrás de mí, pongo la llave en su sitio.
Pero ni siquiera el sonido del giro de la cerradura me hace sentir segura, no
realmente.
Caigo al suelo junto a la puerta, deseando que Cally y Bridget
estuvieran aquí, pero también me alegro de que no lo estén. No quiero hablar
de esto... de nada de esto. Todo lo que quiero es olvidar lo que pasó y que
Cole me deje en paz.
Después de unos minutos, me obligo a levantarme y a entrar en mi
habitación. Me doy una ducha caliente con la esperanza de poder lavar la
sensación de su toque en mi piel. Desafortunadamente, ninguna cantidad
de jabón o agua podría hacer eso. El recuerdo de esa noche está arraigado
en mi mente, no importa cuánto lo intente y lo olvide. Incapaz de
mantenerme firme, sollozo silenciosamente en el rocío de agua.
Nunca debí haber venido aquí... primero todo con Remington, y ahora
Cole. Debería haberlo sabido. Me limpio las lágrimas, deseando dejar de
llorar. Soy más fuerte que esto. Cuando termino, me seco y me encierro en
mi habitación. ¿Qué demonios se supone que debo hacer ahora? Pienso en
llamar a Seb, pero cuando me imagino diciéndole lo que pasó, no me atrevo
a coger el teléfono. No quiero revivir esto, sólo quiero que se detenga.
Quiero que Cole se vaya, que su recuerdo desaparezca. Pienso en
llamar a Remmy, pero ni siquiera tengo su número y aunque lo tuviera,
tampoco estoy segura de poder contárselo. Viendo cómo reaccionó esa
noche, tengo miedo de ver lo que haría ahora.
¿Hasta dónde llegaría? No puedo tener eso en mi conciencia. Lo más
fácil es dejarlo en paz. ¿Tal vez pueda ver lo de cambiar de clase? Hago un
par de respiraciones tranquilizantes para evitar un ataque de pánico total,
luego me visto y me siento en mi pequeño escritorio, mirando todos mis
deberes.
Sólo después de mirarlo durante lo que parece una hora, admito que
no puedo hacer nada de eso ahora. Mi mente está demasiado llena para
concentrarme en las matemáticas y la biotecnología.
Dejo caer mi cabeza sobre el escritorio y cierro los ojos tratando de
despejar mi mente, pienso en cualquier otra cosa que se me ocurra, pastel
de chocolate, mi hermano, Remington, pero nada ayuda.
Todo lo que veo es a Cole encima de mí, su mirada llena de lujuria
atravesando la mía. Todo lo que siento son sus manos en mi piel... su dedo
mordiendo mi carne. Siento como si me sofocara, el miedo a lo desconocido
me paraliza. Durante horas, me siento en mi cama, llorando, deseando
poder volver atrás en el tiempo y cambiar lo que pasó. Escucho a Cally y a
Bridget caminando por la casa, hablando entre ellas, pero no salgo a verlas.
No hay forma de que pueda soportar verlas ahora, no sin romperme y
contarles lo que pasó. Así que en lugar de eso me quedo atrincherada en mi
habitación... intentando ignorar su presencia por completo.
Cada vez es más difícil de hacer y casi me derrumbo cuando Cally
llama a la puerta de mi habitación para preguntarme si tengo hambre. Me
muerdo la lengua y la ignoro mientras las lágrimas silenciosas se deslizan
por mis mejillas.
Después de un rato, las oigo entrar en sus habitaciones y sólo
entonces compruebo la hora. Son poco más de las diez y me gustaría poder
cerrar los ojos e irme a dormir, pero ni siquiera lo intento. La imagen de Cole
me persigue cada vez que cierro los ojos. Pasa otra hora, y no puedo
soportarlo más, las paredes de mi habitación se cierran a mi alrededor. El
temor y la soledad en mi interior se están volviendo demasiado difíciles de
manejar. Necesito a alguien... alguien que me entienda y me haga sentir
segura, alguien que estuviera allí esa noche. Remington. Me pongo una
sudadera sobre mi pijama de franela y me pongo las zapatillas antes de abrir
la puerta.
Salgo al pasillo, y luego a la sala de estar. La casa está tranquila y
oscura, pero trato de no quedarme atrapada en ella. Me muevo más rápido
de lo normal. Con nada más que mis llaves y mi teléfono, corro a través del
campus como lo hice hoy temprano, sin detenerme por nada hasta que esté
frente a la casa de Remmy, con el corazón en la garganta y los pulmones
ardiendo.
Llamo a la puerta con una mano temblorosa, casi lamentando mi
decisión de venir aquí. Oigo pasos que se acercan a la puerta y rezo porque
sea Remmy el que esté detrás de esa puerta, pero cuando se abre, veo que
es Thomas quien está al otro lado.
—Oh, hola Jules...
Ni siquiera le respondo. Me agacho bajo su brazo y me meto en la
casa, corriendo hacia la habitación de Remmy. Cuando llego a la puerta,
giro el pomo para abrirla, pero no se abre. ¿Por qué está cerrada con llave?
El pánico se agarra a mis entrañas. ¿Y si no está aquí, o no quiere verme?
¿Y si Layla está aquí?
No dejo de mover la perilla como si se abriera mágicamente mientras
golpeo la palma de mi mano contra la madera. Puedo sentir el escozor de las
lágrimas en mis ojos, y como una perdedora total, me quedo ahí parada
golpeando la puerta.
Varios segundos después la puerta se abre y un Remmy de aspecto
enojado aparece ante mí. En cuanto me ve, sus rasgos se suavizan, la
preocupación le arruga la frente.
—¿Qué pasa, Jules?
Entro en su habitación y caigo en sus brazos sin responderle.
Sólo estoy parcialmente consciente de él cerrando la puerta y medio
llevándome a la cama. Estoy demasiado consumida por él, como si estuviera
finalmente en sus brazos, mi cara enterrada en su pecho, tal como deseé
estar todo el día. Me rodea con sus brazos, me abraza con más fuerza y por
primera vez hoy me siento segura. Inhalar su aroma me calma aún más y
mis ojos se cierran, sintiéndome de repente pesada por el cansancio.
—Jules, tienes que decirme qué pasa. Me estoy volviendo un poco loco
aquí. ¿Pasó algo?
Frota suavemente pequeños círculos en mi espalda. Estoy a punto de
derrumbarme y decirle que Cole me acorraló, pero no puedo sacar las
palabras, mi lengua se siente muy pesada, mi garganta está obstruida por
demasiadas emociones. Me siento débil y asqueada conmigo misma, aunque
sé que es Cole quien debería estar asqueado y no yo.
—Yo... acabo de tener una pesadilla —miento—. Me asusté y quise
verte. ¿Está bien? —Al menos esa parte no es una mentira.
—¿Cómo has llegado hasta aquí?
—Caminé —admito y ante mi confesión, Remmy se aleja, me sostiene
lejos, sus ojos vagan por mi cara, inspeccionándome de pies a cabeza. Su
pecho sube y baja enojado, y no entiendo cuál es su problema.
—No puedes estar haciendo eso de nuevo. Es peligroso caminar en
medio de la noche, incluso en el campus, y especialmente sola. La próxima
vez, llámame, envíame un mensaje, lo que sea, pero no vuelvas a venir aquí
sola otra vez —regaña con dureza, y asiento con la cabeza de acuerdo.
Luego, como si nada hubiera pasado, me vuelve a tomar en sus brazos,
poniendo mi cabeza contra su pecho, mientras acuna la parte posterior de
la misma.
El calor de su cuerpo se filtra por el mío, y me gustaría poder
arrastrarme dentro de él. Desearía poder ser suya, y él mío. Podría hacer
que me olvidara de Cole.
—Estás temblando, Jules, ¿estás segura de que sólo fue un sueño?
¿Pasó algo mientras caminabas por aquí?
Me muerdo el interior de la mejilla, la bilis sube por la garganta,
mientras mantengo mi confesión más adentro, dejando que me consuma.
—No fue nada, sólo una pesadilla. Estoy bien ahora.
—¿Fue...?
Su voz se desvanece, y sé lo que pregunta sin siquiera pedirle que se
explique, y esta vez no miento.
—Sí —suspiro, sintiendo algún tipo de alivio de decirlo en voz alta—.
Cada vez que cierro los ojos, lo veo. Me veo a mí misma tendida bajo él,
rogándole que se detenga, pero nunca lo hace... nunca se detiene, Remmy.
Las lágrimas empiezan a caer sin permiso, y espero que esto sea algo
de una sola vez, la presencia de Cole simplemente trae todos mis miedos a
la vanguardia esta noche.
El agarre de Remmy me aprieta.
—Nunca te tocará de nuevo, Jules, nunca. Lo mataré si trata de
hacerte daño otra vez. No me importa si voy a prisión por el resto de mi vida.
Nunca más te hará lo que hizo.
Y ése es otro recordatorio de por qué tengo que mentirle esta noche,
por qué mantengo la verdad escondida bajo las mangas de mi sudadera.
—Lo sé. —Exhalo un aliento desordenado—. Sólo quería estar en un
lugar seguro, un lugar donde sé que las pesadillas no pueden alcanzarme.
Los labios de Remmy rozan mi frente, y luego nos tira hacia atrás,
colocándonos en la cama con mi cuerpo cubierto por el suyo. No dice nada,
y es como si supiera lo que necesito, como si supiera que necesito sus latidos
bajo mi oído.
Me tranquiliza, moviendo su mano arriba y abajo de mi espalda con
suaves golpes.
—Haré esto todas las noches si es necesario. Si me necesitas, estaré
aquí. Te lo dije antes... seré lo que necesites que sea. Haré lo que necesites
que haga. Si todo lo que necesitas es alguien que te abrace por la noche,
entonces seré ese alguien. Si me quieres sólo como amigo, seré eso para ti.
Mi pecho tiembla mientras fuerzo el oxígeno dentro. Quiero eso... lo
quiero todo, él conmigo cada noche, él mío, y sólo mío.
—¿Lo harías de verdad? —susurro, esperando que no me oiga.
—Sí, Jules. Haría cualquier cosa para hacerte mía de nuevo, y lo haré,
te haré mía de nuevo. El tiempo que sea necesario, esperaré. Escalaré
cualquier montaña que tenga que escalar, seré quien necesites que sea. Lo
haré porque tú lo vales, Jules, lo vales, demonios.
Y así como así, me siento entera de nuevo. Las pesadillas tardarán en
desvanecerse, el recuerdo de Cole siempre estará ahí, pero con la promesa
de Remington en mi corazón y envuelta en mi alma, nunca más estaré sola.
—Te amo. —Estoy bastante segura de que lo digo dentro de mi
cabeza... mis párpados cada vez están más pesados por el agotamiento... y
justo cuando estoy a punto de quedarme dormida, juro que le oigo repetirme
las palabras.
—Yo también te amo.
D
ecirle que la amaba fue fácil, dejar que las emociones me
envolvieran incluso más fácil. Estar con Jules era natural. Ella es
mi dueña, desde el primer día de la guardería arrancó un pedazo
de mi corazón, robándolo y llevándolo con ella a todas partes. Vive dentro
de mí, como yo dentro de ella.
Los últimos dos días han sido agridulces. Sé que lo que pasó con Cole
la está carcomiendo. Está asustada, las pesadillas la acosan por la noche,
infiernos, incluso durante el día parece nerviosa y con los nervios de punta.
Y aunque odio que se sienta así, hay una parte egoísta de mí que se deleita
en cómo se apoya en mí para ser su todo.
Física y emocionalmente, se apoya en mí de todas las maneras
posibles y eso es todo lo que siempre he querido en los últimos tres años;
que me necesitara como yo a ella.
Ha dormido en mi casa las últimas tres noches, la primera cuando
vino corriendo sola, pero las dos últimas, me llamó y la fui a buscar. Si
dependiera de mí, nunca se iría, y la tendría en mis brazos todas las noches
por el resto de mi vida, pero no depende de mí y no la empujaré hasta que
esté lista.
—¿Estás bien? —pregunto, haciendo que salte de la cama.
—Oh, sí... estoy bien.
Su cuerpo tiembla y sé que está mintiendo. Ha estado mintiendo todo
este tiempo, y yo he sido demasiado débil como para confrontarla, pero verla
saltar ante algo tan simple como una pregunta me enfurece.
Ya no puedo soportar ver que me miente. Necesito saber qué está
pasando, saber si son sólo los sueños que la acosan o si hay algo más
profundo.
—¿En serio? ¿Saltaste de la cama porque te pregunté si estabas bien?
Mantengo mi voz suave y me siento a su lado.
Ella frunce su nariz.
—Son sólo pesadillas, eso es todo.
—¿Y de qué tratan?
El pánico llena sus ojos, y cuando parpadea, se ha ido.
—No quiero hablar de ello, ¿de acuerdo? Sólo quiero olvidarme de mis
pesadillas —me dice, girando su cuerpo hacia el mío y deslizando su pierna
sobre la mía de manera que queda a horcajadas. Sé que está tratando de
distraerme y, maldición, está funcionando.
Las últimas tres noches, no hice nada más que tenerla en mis brazos.
Le dije a mi miembro una y otra vez que se calmara, lo cual ha funcionado
hasta ahora, pero ahora ella está a horcajadas sobre mí, moviendo sus
caderas, presionando su centro contra mi regazo, haciendo que su sexo se
frote con mi duro miembro como el acero, y siendo un hombre, bueno todo
pensamiento racional vuela por la ventana.
—Jules... en realidad deberíamos...
Me corta, sus labios chocan contra los míos, haciéndome olvidar todo
lo que quería decir. Demonios, sabe exactamente lo que está haciendo.
Rodea con sus brazos mi cuello, acercándome. Y demonios, estaría
mintiendo si dijera que no quiero arrancarle la ropa y penetrarla sin sentido.
Puedo sentir el calor de su sexo a través de la tela de mis vaqueros,
tan cerca, pero a la vez tan lejos. He querido su cuerpo más que nada los
últimos días, pero no puedo hacer esto ahora. Lo que sea que esté
intentando cubrir es más grande de lo que pensaba.
—Maldición —silbo, alejándome, sus dientes se hunden en mi labio
inferior para detenerme.
Si no la detengo ahora, me olvidaré de preguntarle cuál es su
problema, y aunque ésa es su intención, no es lo que quiero. Desenrollo sus
brazos de mi cuello y la empujo un poco hacia atrás, notando el mohín que
se forma en sus labios.
—¿No me quieres? —murmura, y la mirada en sus ojos me mata.
—Sí. Te deseo tanto que mi pene me ruega literalmente que me hunda
dentro de ti, pero quiero asegurarme de que estás bien por encima de todo.
Ella sacude la cabeza, enviando una ráfaga de rizos rubios a través de
su cara. Cuando intenta alejarse, la agarro por las muñecas y se estremece,
en realidad se estremece como si la hubiera lastimado cuando sé con certeza
que no lo hice.
Ni siquiera la estaba agarrando tan fuerte.
—¿Jules?
Ella intenta apartarse de nuevo, con lágrimas en los ojos, su labio
inferior temblando, y sé que algo está muy mal. Suelto sus muñecas, pero
agarro su mano y le subo la manga. La preocupación da paso a la furia
cegadora.
—¿Qué demonios?
Las lágrimas corren ahora por sus mejillas y el temblor de sus labios
se ha convertido en temblor por todo el cuerpo. Garras de pánico rasgan en
mis entrañas, ¿qué diablos pasó? No suelto su mano, sólo miro los
moretones alrededor de sus delicadas muñecas.
Azules, negros y ya amarillos en algunos lugares me dicen que esto
sucedió recientemente.
—¿Quién hizo esto? —cuestiono, mi voz es un susurro de
incredulidad.
Cuando no me responde, maldigo en voz baja.
—Jules, tienes que decirme qué pasó.
Miro hacia arriba, sus labios están presionados en una línea dura y
sigue sacudiendo la cabeza. Es como si se estuviera cerrando y no puedo
tener eso. ¿Por qué tiene tanto miedo de decírmelo? Luego algo encajó...
como una pieza de rompecabezas que encuentra su hogar.
—¿Cole hizo esto? ¿También está tu otra muñeca magullada así?
Antes de que pueda contestarme, le aparto la otra mano y subo la
manga también, encontrando las mismas marcas en ese lado. Mi
imaginación toma el control, su silencio sólo alimenta los horribles
escenarios que se desarrollan en ella.
—Jules, si no me dices lo que pasó... asumiré lo peor y luego iré a
buscar a Cole ahora mismo y le romperé el maldito cuello. Te tocó y eso es
una causa bastante digna.
Mi respuesta atrae su atención y de repente se tambalea.
—¡No, no, no, esto es exactamente por lo que no quería que lo
supieras!
Mi ceño se frunce.
—¿Qué demonios? ¿Por qué? ¿Porque yo te protegería? ¿Le mataría?
¿Lo destruiría?
La furia me quema en lo profundo de las venas... va a pagar por
hacerle daño. Juro que aún no ha visto lo último de mí.
—¡Sí! Porque sabía que irías y harías algo estúpido. Sabía que querrías
ir a matarlo o al menos darle una paliza.
—¿Y cuál es el problema con eso? Te tocó, te dejó moretones, Jules,
literalmente te apretó las muñecas tan fuerte que dejó moretones y ¿esperas
que lo deje en paz, que no lo mate? Estás loca si crees que voy a dejar que
se salga con la suya.
—El problema es que acabarás en la cárcel o, lo que es peor,
conseguirás que te maten —susurra, y yo niego ante su respuesta, sintiendo
demasiadas emociones a la vez.
—Me importa una mierda. Iré a prisión por el resto de mi vida si es
necesario. No debería haberte tocado, maldición.
No sabía cuál era la obsesión de Cole con ella, pero no iba a esperar a
averiguarlo. A mis ojos, es como si estuviera muerto.
—¿Y qué hay de mí? ¿Qué me va a pasar si vas a la cárcel? ¿Me
dejarías así?
Sus palabras me golpean como una bala en el pecho, atravesando el
tejido y el músculo, dejando atrás una herida abierta.
No se me había ocurrido que ella tiene tanto miedo de perderme como
yo de perderla a ella y de alguna manera esa comprensión me hace
estrellarme de nuevo en la Tierra. No puedo hacer algo que me va a costar a
mí, a ella, no cuando acabo de recuperarla, pero tampoco puedo dejar que
Cole se salga con la suya al ponerle las manos encima.
—¿Fuiste a la policía o al menos a la seguridad del campus?
Niega.
—No, sólo quiero olvidarlo. No quiero tener que contarles lo que pasó
una y otra vez. Sólo... sólo quiero olvidar... olvidarlo todo.
—¿Y qué pasó exactamente?
Todo mi cuerpo está vibrando de ira y se necesita todo dentro de mí
para no saltar e ir a buscarlo, pero necesito saber lo que le hizo a ella.
Necesito estar aquí para ella ahora. Me necesita.
—Sólo me dijo que te dijera que mentí. Que lo quería... —Sus ojos se
elevan a los míos, el azul en ellos es más azul de lo que nunca he visto—.
Pero yo no lo quería, Remmy, lo sabes, ¿no? No lo quería. Aún no lo hago.
Sólo quiero olvidarlo, olvidar que no se detuvo cuando se lo dije, olvidar
cómo se siente su cuerpo, sus labios...
La angustia se le atasca en la garganta mientras habla y se agarra a
mi camisa, aferrándose a mí, con su cara a pocos centímetros de la mía.
—Hazme olvidar, Rem, reemplaza cada recuerdo... tómame, hazme
tuya...
Y, maldición, si no hubiera querido siempre oírla decir esas palabras,
pero no así, no en estas circunstancias.
Con una mano le froto la espalda de arriba abajo.
—No necesitas esto ahora... Te deseo, Jules, tanto que me está
matando, pero no quiero que te arrepientas. No quiero que te despiertes
mañana y te preguntes si tomaste la decisión correcta.
Y no lo hago. No quiero que nuestra primera vez juntos sea algo de lo
que se arrepienta el resto de su vida.
—Te amo, Rem. Te he amado desde que éramos niños, y nada
cambiará eso. Deberías saberlo... pero no puedo seguir viviendo así. Todo lo
que siento es a él... sus manos sobre mí y quiero que seas tú. Hazme olvidar,
dame nuevos recuerdos. Por favor...
Más lágrimas se le escapan de los ojos, y me rompe el maldito corazón.
Sabe que no puedo negárselo, no cuando la necesidad late dentro de mí.
—Jules —gimo, sabiendo muy bien que puedo hacerla olvidar ese
recuerdo de mierda.
—Por favor, te lo ruego...
Y así, me quiebro. No puedo negarle algo que quiero tanto como ella.
Estrello mi boca contra la suya y la reclamo con una necesidad
inquebrantable. Grabaré este momento en su mente, lavaré los recuerdos
que ese bastardo dejó atrás. La abrazaré, la besaré, quemaré nuestras almas
para que nunca olvide este momento.
El gemido de placer de Jules llena mi boca y me lo trago, mi lengua
entra más allá de sus labios. Acaricio su lengua con la mía, hasta que siento
sus uñas en mi camisa, una necesidad primordial de desnudarme me
consume.
Me alejo y dejo que me quite la camisa. Y hago lo mismo, le quito la
camisa y la tiro al suelo. Mi mirada la recorre y trago, mi cuerpo se sacude,
mi miembro se endurece hasta un estado casi doloroso. Se ve tan inocente,
su pecho se eleva, sus pechos se hinchan en la parte superior de su suave
sostén rosado. Con una gentileza que ni siquiera sabía que tenía, la presiono
contra el colchón, alcanzando el botón de sus tejanos.
Mis ojos se elevan a los suyos, y necesito saber que ella todavía quiere
esto, que no ha cambiado de opinión.
—Si quieres que me detenga... tienes que decirlo ahora. Te deseo,
tanto, pero puedo esperar, Jules. He esperado toda mi maldita vida, ¿qué es
otro mes o año?
Ella niega, sus blancos dientes se hunden en su labio inferior rosa de
forma seductora, y me pregunto si sabe que lo está haciendo. Dios, es tan
hermosa, tan perfecta, tan mía. Destruiré a Cole por tocarla, y a cualquier
otro hijo de puta que crea que puede tenerla.
—No. Quiero esto. Te quiero a ti. Soy tuya, y nada cambiará eso,
ninguna cantidad de tiempo lo cambiará. Tómame.
Mi corazón se sale del pecho; abro el botón de sus vaqueros y muevo
mis manos a sus caderas, agarrando la tela vaquera. Le quito el tejido
apretado de sus piernas, admirando su cremosa carne blanca. Tan delicada,
suave y pura... demonios, es todo lo que no merezco, pero que me condenen
si voy a renunciar a ella. Arrojo los vaqueros al suelo, deleitándome con sus
pequeñas uñas que se hunden en la tierna carne de mi brazo.
—Voy a probarte... probar tu lindo sexo, ¿quieres eso? —murmuro,
rozando mis labios contra su suave vientre. Mis ojos se elevan a los de ella,
buscando su aprobación. Sus largas pestañas se abanican contra sus
mejillas, mejillas que ahora son de un tono rosado, como nada que haya
visto antes.
—Sí... —responde sin aliento, y sonrío contra su piel, amando que
reaccione a mí de la manera que lo hace. Le salpico la piel con besos,
bajando por su cuerpo y amasando una de sus hinchados senos a través del
encaje de su sujetador, encontrando su pezón ya endurecido para mí.
—Eres tan jodidamente perfecta. Es como si tu cuerpo estuviera
hecho para mí... mío para tomar, para comer, para adorar —murmuro,
apartando mi mano de su pecho para poder deshacerme de sus bragas rosas
a juego.
Las deslizo por sus piernas y las arrojo sobre mi hombro. Luego, con
una mano suave, separo sus piernas y mis ojos se dirigen directamente a
su calor.
—Tómame —gimo, lamiéndome los labios.
Sus pliegues están relucientes, escondiendo su pequeño clítoris en el
interior. La parte egoísta de mí está agradecida de que seré el único hombre
que se dé un festín con ella, que la sienta apretando su miembro. Mientras
que la otra parte de mí siente que no merezco este regalo que me está dando.
—¿Por favor?
Me sonríe, su voz suave goteando de necesidad. Con una risita, deslizo
mis dos manos bajo sus nalgas, y la levanto, mis labios presionan sobre sus
pliegues. Se mueve, levantando sus caderas para llevar mis labios justo
donde ella quiere.
—Paciencia, amor, tenemos toda la noche y sí, planeo devorarte, luego
tomarte y después devorarte de nuevo.
—Remmy.
Ella deja escapar un suspiro frustrado mientras rozo sus pliegues,
una última vez, antes de deslizar la punta de mi lengua entre ellos.
Tan pronto como mi lengua golpea su clítoris duro como el diamante,
jadea y sus manos vuelan a mi pelo. Tira de los suaves mechones
instándome a darle más y tanto como la quiero, como quiero probar su
liberación en mi lengua, me rindo.
Rodeo su clítoris, lamiendo el nudo, alternando entre toques y
chuparlo, hasta que siento que sus muslos tiemblan. Está tan mojada, tan
caliente. Mis manos se mueven por sí solas, una a su cadera para sostenerla
en su lugar, mientras que tomo la otra y hago girar un dedo a través de su
excitación. Recubro el grueso dedo en su jarabe dulce, antes de moverlo a
su entrada.
Estoy jadeando, ardiendo de necesidad cuando me cuelo dentro,
viendo como su cara se transforma en puro placer angelical. Nunca he visto
algo tan intoxicante, tan perfecto en mi vida.
—Dios... oh... —jadea y meto y saco mi dedo mientras mantengo la
presión en su clítoris.
Sus caderas se doblan, y siento su sexo apretándose, su núcleo
apretando mi dedo tan fuerte que mi pecho pesa y mis ojos se cierran por
un breve segundo. Maldición, está tan apretada que me preocupa por un
momento que no pueda encajar en ella. No quiero hacerle daño, pero no hay
manera de que no reclame esa parte de ella. Su virginidad es mía, toda mía.
—Tómalo, Jules, llega al orgasmo en mi maldita mano. Haz que ese
bonito sexo se apriete a mi alrededor —ordeno, mi voz retumba contra su
núcleo mientras golpeo mi lengua contra el duro capullo mientras continúo
penetrándola con los dedos. Dos empujones suaves más dentro de ella y
estalla, su cuerpo tiembla y el placer la baña.
Su frente está sudada y su pecho se mueve pesadamente mientras
intenta recuperar el aliento. Un hermoso rubor se desliza por su cuello y sus
mejillas, y continúo bombeando dentro y fuera de ella, extendiendo su placer
hasta que su cuerpo deja de temblar y se hunde de nuevo en el colchón.
—Eso fue... —jadea.
—¿Asombroso? ¿Increíble?
Sonrío y me muevo de la cama, desabrochando mis tejanos y
apartándolos junto con mis calzoncillos de un solo golpe. Mi miembro
sobresale, elevándose, orgullosa, y cuando levanto la mirada hacia Jules,
veo que tanto miedo como emoción reflejándose en su mirada.
—¿Por qué esa mirada? No es como si no la hubieras visto antes.
Ella traga visiblemente con sus ojos todavía en mi miembro.
—Lo sé, pero la última vez no iba dentro de mí.
Me tiene ahí, pero he preparado su cuerpo, estará bien, además no
vamos a tener solo sexo. Voy a hacer el amor con ella, y hay una diferencia.
—Está bien, Jules —susurro, inclinándome, presionando un suave
beso contra sus labios para aliviar algo de su miedo.
Sus pequeñas uñas se clavan en mis bíceps mientras me sitúo sobre
ella, sosteniendo la mayor parte de mi peso en mis antebrazos. Así de cerca,
puedo sentir lo nerviosa que está, su cuerpo tiembla mientras agarro una
de sus piernas, abriéndola más. Mi miembro roza su calor, y un escalofrío
de placer desenfrenado se agita a través de mí.
—Quiero tomarte toda.
Mi aliento caliente se abanica contra su cara, y con una mano, inclino
su barbilla hacia arriba para mirarme.
—¿Sin condón? —pregunta, arrugando su adorable nariz.
—Sí. Nunca he estado con nadie sin condón, y quiero que seas mi
primera. No puedo darte mi virginidad, pero puedo darte esto.
Se lame los labios y luego asiente, y juro por Dios que no la merezco.
—No tomo anticonceptivos —admite mientras me retiro.
—Me retiraré y después de esto iremos a buscarte un anticonceptivo
—digo, sintiendo la necesidad de estar dentro de ella consumiéndome.
La idea de dejarla embarazada no cambia una mierda. En mi mente,
siempre supe que, si alguna vez tenía hijos, sería con ella. Sólo la ataría a
mí de otra manera, pero por mucho que quiera mantenerla atada a mí de
todas las maneras posibles, no quiero hacerle eso ahora. Tendremos hijos
cuando esté lista. Tomo mi miembro en mi mano, lo acaricio unas cuantas
veces, mirándola fijamente antes de guiar la cabeza aterciopelada a su
entrada empapada.
Se agarra a mí como si yo fuera a huir, y presiono en su calor, mis
ojos ruedan hacia atrás en mi maldita cabeza mientras estiro su pequeño
agujero.
—Remmy
Jules gime y aprieto mis dientes, obligándome a concentrarme en ella,
y no sólo a empujar profundamente dentro de su canal con todas mis jodidas
fuerzas. Abro los ojos y la miro. El dolor contornea sus rasgos, y levanto una
mano, tomándola por la mejilla, mi toque es suave.
—Sólo respira, nena, sólo te dolerá esta vez —gruño, apenas
respirando yo mismo.
¡Maldición! Todo lo que tengo es la punta y estoy perdiendo la cabeza.
¿Qué pasará cuando esté a veinte centímetros de profundidad? ¿Cómo voy
a evitar penetrarla cuando me apriete de esa manera? Mi cuerpo tiembla, y
una gota de sudor se forma sobre mi ceja mientras empujo otro par de
centímetros.
Jules jadea y su agarre comienza a apretarse.
—Eres tan grande... no sé si va a caber.
Le sonrío, mientras mi pulgar acaricia suavemente su mejilla.
—Oh, va a encajar. Tu lindo sexo fue hecho para mi miembro. Cada
centímetro de ti fue hecho para mí.
Negándome a prolongar el dolor, me abalanzo y le doy un beso caliente
a sus labios ya hinchados, mientras me lanzo hacia adelante al mismo
tiempo, empujando a través de su barrera y en lo profundo de su canal
virgen.
Las lágrimas brotan de sus ojos, deslizándose por sus mejillas y me
alejo, aunque mantengo mis labios a sólo un suspiro de los suyos. Se siente
como el cielo, tan suave, cálida y húmeda. Se ajusta a mi alrededor como
un guante, mi miembro se mueve, mis caderas y músculos queman
mientras permanezco mortalmente quieto en su interior.
—Lo siento —susurro una y otra vez, secando sus lágrimas mientras
le doy besos en la cara.
Después de poco tiempo, empiezo a moverme de nuevo, observándola
atentamente. Su agarre sobre mí sigue siendo duro, pero me encanta. Me
encanta que se aferre a mí como si tuviera miedo de que fuera a desaparecer.
A medida que me muevo más y más, la incomodidad en sus ojos
parece disminuir y pronto me encuentro entrando y saliendo de ella a un
ritmo tortuosamente lento. No voy tan duro como normalmente haría, pero
con Jules, no lo necesito. Mi cuerpo ya está ardiendo, el placer se filtra a
través de mis huesos con cada simple empuje. Mis músculos arden, mi
cuerpo me pide que empuje más profundo, que vaya más fuerte, que la tome
como siempre he querido.
—Más fuerte —urge, levantando una de sus piernas, presionando su
talón en mi trasero para impulsarme hacia adelante.
—No quiero hacerte daño —silbo, aunque realmente quiero hacer lo
que ella me pide.
—No lo haces —sisea, sus grandes ojos azules suplican, y siento su
sexo apretarse alrededor de mi miembro. Maldición, ella está cerca. No sabía
si era posible la primera vez. Pensé que sólo habría dolor, pero como
siempre, Jules es perfecta en todos los sentidos.
—¿Quieres llegar al orgasmo sobre mi miembro, nena? —ronroneo en
su oído, yendo un poco más fuerte, saboreando el gemido de placer que se
escapa de sus labios.
—Ohhhh... —gime.
—Ordeña mi miembro... con tu bonito sexo —gruño en su carne,
presionando besos en su garganta antes de poner mi cabeza contra su
cuello, inhalando nuestros aromas mezclados.
Podría perderme completamente en ella, de todas las maneras
posibles y eso me aterroriza, me asusta muchísimo.
—Remmy... —ella clava sus uñas en mis hombros, y la penetro aún
más fuerte, golpeando la parte trasera de su canal—. Taaan... bueno...
quiero más...
Sus palabras me dan el empujón final sobre el borde. La última pizca
de autocontrol que tengo se rompe justo en el medio y empiezo a meterme
en ella más profundamente y más rápido que antes, escuchando sus
gemidos y sus jadeos en mi oído; quienes actúan como combustible
empujándome más cerca de la línea de meta.
El sexo nunca se había sentido así antes, tan crudo, emotivo y
consumidor. Ni siquiera sabía lo que significaba el término "hacer el amor"
hasta hoy. La conexión entre nosotros ha crecido, ahora estamos atados en
cuerpo y alma.
Es como si nos estuviéramos convirtiendo en uno en este momento, y
no tengo ni idea de dónde termina mi cuerpo y empieza el suyo. Nuestras
extremidades están enredadas, nuestra piel se fusiona mientras nos
deslizamos unos a otros, nos moldeamos, mis piezas duras presionan en
sus piezas suaves. Somos dos formas complejas que de alguna manera
encajan perfectamente.
—Estoy cerca... tan cerca... —jadea.
—Vamos... sí, nena, tómalo, por favor... —gruño, empujando más
profundamente.
Giro mis caderas y muevo una de mis manos entre nuestros cuerpos
para encontrar su clítoris. Cuando lo hago, presiono mis dedos justo en el
pequeño grupo de nervios. Su cuerpo se sacude contra el mío y en cuanto
la toco, se desmorona, su cuerpo se arquea en la cama y sus uñas rasgan
en mi espalda.
Quiero mirar su cara y asimilar cada segundo de esto, pero con su
sexo aprieta mi miembro y no puedo aguantar mi propio clímax mucho más
tiempo. Mantengo mis dedos en su clítoris, me pongo de rodillas, saliendo
de ella lentamente para encontrar mi propia liberación. Toco mi miembro
con mi mano libre y la acaricio mientras veo las réplicas de los orgasmos de
Jules correr por su cuerpo.
Su clítoris palpita en mis dedos como mi miembro palpita en mi mano
y sin pensarlo, exploto. Chorros de semen pegajoso salen de mi miembro y
aterrizan en la parte baja del estómago de Jules, y un gemido que estoy
seguro que toda la casa puede oír se escapa de mis labios. Acaricio mi
miembro, viendo cómo el semen reclama su delicada piel, hasta que no
queda nada dentro de mí.
Cuando caigo de nuevo a la Tierra, veo el desastre que he hecho, y
luego miro la cara de Jules. Me da una sonrisa soñolienta, y me invade la
emoción. Se ve satisfecha, en más que un sentido físico... como si se sintiera
completa, feliz y contenta.
Lo que sea necesario, lo haré, sólo por tenerla en mis brazos, por
mantenerla como mía.
—¿Estás bien? —pregunto, queriendo consolarla, necesitando
asegurarme de que no la lastimé—. ¿Quieres ducharte? ¿O sólo quieres que
consiga una toalla y te limpie?
—Estoy genial. Simplemente no quiero moverme —murmura,
pareciendo que está a punto de dormirse, con los ojos casi cerrados.
—Espera —le digo antes de ir al baño a coger una toalla.
La humedezco con un poco de agua caliente y luego le aplico una
pequeña cantidad de jabón y la enjabono. Jules sigue acostada con las
piernas separadas, lo que facilita la limpieza. Usando el cuidado y la
gentileza que parece que he dominado, la limpio. Para cuando termino,
apenas puede mantener los ojos abiertos.
Una vez que termino con ella, me limpio y me meto en la cama a su
lado, la tomo en mis brazos, e inmediatamente me arrepiento de no haberme
puesto unos calzoncillos. Aunque acabo de tenerla, ya estoy pensando en
volver a tomarla.
Mañana, me digo a mí mismo... y luego al día siguiente... y al día
siguiente al siguiente... y para siempre, porque no hay manera en el infierno
ahora que finalmente la he hecho mía de nuevo, que deje que otro hombre
la toque, que la deje ir.
—T
e quiero —ronronea Remington en mi oído, chupando la
piel que está justo debajo.
Sabe exactamente qué decir y hacer para sacarme
las bragas, pero eso no va a suceder ahora, tal vez más tarde esta noche,
pero no ahora.
—Tarea.
Apenas puedo decir la palabra, un gemido se escapa justo después.
Remmy se aleja, riéndose como el hombre malvado que es.
—¿Estás segura de que quieres hacer la tarea? Ese gemido suena muy
parecido a otra cosa.
Giro los ojos y lo golpeo juguetonamente en el brazo.
—Remington —regaño—. Tengo que hacer los deberes, así que deja de
intentar quitarme las bragas y ayúdame a estudiar.
Me frunce el ceño, pero se aleja, poniendo un poco de espacio entre
nosotros. Ahora es más fácil que nunca quedar atrapada en él. No somos
oficialmente pareja todavía, pero sé que no me va a dejar y no sólo porque
me lo dice cincuenta veces al día.
Me dijo que le hago querer ser un hombre mejor, un hombre mejor de
lo que ha sido en los últimos tres años. Le dije que me lo demostrara, y vaya
si lo ha intentado. Puedo ver cuánto quiere esto... ver cuánto nos quiere a
nosotros.
Estaría mintiendo si no dijera que quiero lo mismo. Quiero tanto esta
parte de él. Día a día, creo que la persona en la que se convirtió mientras yo
no estaba, ya no está aquí y no volverá nunca más. Aún no se lo he dicho,
pero estoy lista.
Estoy lista para darnos otra oportunidad, para olvidar el pasado.
Quiero concentrarme en el futuro y dejar de pensar en las cosas que ninguno
de nosotros puede cambiar. Quiero recuperar el tiempo perdido y darnos la
oportunidad que nunca tuvimos, la oportunidad que merecemos.
Remmy me hace sentir completa, llena las piezas que faltan en mi
corazón. Mis pesadillas se han ido con él y me siento mejor en general,
menos asustada y más contenta de lo que me he sentido en años... tres años
para ser exactos.
—¿Para qué estudias de todos modos? No necesitas estudiar.
Por supuesto que diría eso.
—Sí, lo hago. No puedo agitar unos dólares y pasar una clase.
—¿Qué se supone que significa eso? —pregunta, casi como si
estuviera herido.
—Que necesito estudiar para aprobar mis clases, lo que básicamente
significa que tienes que callarte.
Sonrío.
—¿Estás insinuando que uso el dinero para obtener buenas notas?
Él entorna su mirada.
—Por supuesto que no. Estudias mucho y vas a clase todos los días
—me burlo.
Un segundo después, mi teléfono suena en la mesa de noche
interrumpiendo nuestra conversación.
Qué diablos. Nadie me envía mensajes, a menos que sea Rem o Cally.
El teléfono de Remington suena en su bolsillo un segundo después y
mi ceño se arruga en confusión cuando levanto mi teléfono para mirar la
pantalla. Es un mensaje de un número que no reconozco. Por el rabillo del
ojo, veo a Remington sacando su teléfono también.
Hago clic en el mensaje y me doy cuenta de que es una grabación de
voz que me deja aún más confundida. ¿Por qué alguien me enviaría una
grabación de voz? Quienquiera que sea debe tener el número equivocado,
pero la curiosidad me supera y uso mi pulgar para pulsar "reproducir".
“¿Debería tomar tu sexo o el culo? Tal vez penetre los dos. Dile a todo
el mundo que fuiste una zorra que me rogó que te penetrara los dos agujeros...
Remington...”
Mi corazón late fuera de mi pecho, mi pulso parece correr más y más
rápido con cada palabra que llega a mis oídos. Agarro mi teléfono tan fuerte
en mis manos que puedo sentir el metal clavándose en mi carne.
—¿Qué... qué es esto?
Me dirijo a Remington, que está mirando su teléfono, mientras el
miedo puro y el horror se apodera de sus rasgos. Oh... oh Dios mío...
recuerdo este día, la primera vez que me tocó... pero no sabía que estaba
grabando lo que pasó. ¿Esto era... había planeado esto todo el tiempo?
—¿Nos grabaste?
Me levanto de la cama, negándome a estar cerca de él.
—Jules...
Me mira como si supiera que me ha perdido para siempre.
—¿Qué hiciste? —tartamudeo—. ¿Quién envió esto? —grito, y aun así
no obtengo la respuesta que quiero.
Cuando se levanta de la cama y da un paso hacia mí, sacudo la
cabeza, sintiendo las lágrimas escociéndome en los ojos. La traición me
atraviesa, rebanando tan profundamente que apenas puedo respirar,
apenas pienso.
¿Por qué lo hizo? ¿Sigue intentando hacerme daño? ¿Esto es parte de
su juego?
—Yo no... —empieza—. No es lo que piensas. No sé quién lo envió,
pero puedo asegurarte que no fue mi intención. Yo nunca... nunca...
Cuando me alcanza, le doy una bofetada. Todo mi cuerpo comienza a
temblar, mi mente se tambalea. ¿Quién tiene esta grabación? ¿Quién la
envió? ¿Por qué nos hizo esto? Hay miles de preguntas corriendo por mi
mente y ninguna respuesta a la vista.
—¿Me amaste siquiera? ¿Te importaba? Me quitaste la virginidad...
¿era eso lo que era? ¿Un juego para ver si podías meterte en mis bragas?
¿Fui sólo otra conquista? ¿Otra muesca en el poste de tu cama?
La mirada abatida que me brinda confirma mi suposición, y la
habitación parece reducirse a mi alrededor.
—No puedo creerlo. —Mi estómago se revuelve, se hace nudos y se
retuerce tan dolorosamente que parece que alguien me apuñala con un
cuchillo—. En realidad, puedo. Esto es lo que eres, lo que siempre has sido.
Las palabras salen amargas, enojadas, y la voz que las emite ni
siquiera suena como si me perteneciera.
—Espera, déjame explicarte, Jules.
La voz de Remington atraviesa la niebla que envuelve mi mente. Me
alcanza de nuevo y esta vez dejo que la furia que arde dentro de mí salga.
—¡Tú hiciste esto!
Aprieto mis dientes, mi mano se levanta para abofetearlo. Le doy una
bofetada tan fuerte que me pica la mano, el dolor es un sentimiento de
bienvenida junto con la tristeza que se aferra a mi corazón. Su cabeza se
balancea a un lado con el golpe y lo empujo hacia la puerta.
—No puedo creer que hayas hecho esto. ¿Fue todo un juego? ¿Una
maldita broma de mal gusto? ¿Eh? ¡Dime! ¡Dímelo ahora mismo! —grito, sin
importar quién me escuche.
—No.
Su cabeza cuelga por la vergüenza y me niego a dejarle actuar como
si fuera la víctima en esto.
—No... No... no puedes actuar como si fueras el único herido aquí. Tú
hiciste esto, ¡maldición! ¿Fue una venganza? ¿Todo lo que me dijiste fue una
mentira?
No sé por qué hago estas preguntas, ya no importan. Mi corazón se
partió en dos en el momento en que escuché la primera palabra de esa
grabación de voz.
—No es así. Yo no envié esto.
—Eres un mentiroso. Un maldito mentiroso.
Sacudo la cabeza, incapaz de creer nada de lo que dice. Pensé que
habíamos encontrado el amor de nuevo, pero era sólo una broma. Un toque
en la puerta de mi habitación, y un momento después, Cally entra con una
mirada horrible en sus ojos.
—¿Recibiste el mensaje? —susurra y es cuando algo dentro de mí se
rompe.
Perder a Remington la primera vez dolió, pero esta vez... no siento
nada... compartió nuestro primer momento con todos, cada maldita
persona.
—Jules, por favor... déjame intentar arreglar esto...
Mi vista se nubla. Ya no oigo sus palabras ni veo su cara. No hay
amistad, no hay amor, todo fue una mentira, construida sobre mentiras, y
difundida como una broma por él.
—Vete —susurro.
Me mira como si le hubiera dado una bofetada.
—Por favor, Jules no...
—¡¡¡Vete!!!! —grito, señalando hacia la puerta.
Puedo sentir las lágrimas en mis ojos, los pesares en mi pecho, y mi
corazón golpeando contra mi caja torácica tan dolorosamente que bien
podría estar latiendo en el exterior de mi cuerpo.
—Déjame explicarte esto primero... no es...
—Vete o llamaré a la policía —grito, le doy un empujón en el pecho, y
él me deja, me deja empujarle—. Te odio, no puedo creer que te haya dejado
hacer esto. Confié en ti y tú... te odio tanto. Estás muerto para mí... no
quiero volver a verte nunca más. Hemos terminado, todo esto, nunca existió.
Para mí, tú nunca exististe...
Lo golpeo una y otra vez, y luego como le pedí, se da vuelta y sale del
dormitorio. Mis manos caen a los lados y miro fríamente el lugar donde
estaba parado.
En cuanto oigo cerrarse la puerta principal, me hundo en el suelo.
Soy consciente de que mis rodillas se golpean contra la alfombra, mi
estómago se hace un nudo muy apretado, y el dolor se apodera de todas las
células de mi cuerpo. Siento como si me arrancaran el corazón del pecho.
Esto es lo que quería. Ésta fue su venganza.
Me usó, y yo le seguí la corriente como una estúpida. Estúpida. Fui
tan estúpida al creer que me quería. Me advirtió cuando llegué aquí, me
dijo lo que iba a hacer, y le dejé... le dejé que me hiciera esto.
—Jules.
La voz de Cally se registra en mis oídos, pero no reacciono. Estoy
demasiado lejos, demasiado rota como para sentir algo. A través de las
lágrimas, veo como se hunde en el suelo delante de mí, sus brazos me
envuelven. Puedo sentirla abrazándome con fuerza, pero nada me volverá a
unir. Creí que estaba herida antes, destrozada más allá de toda reparación,
pero nada se compara con el presente.
—Yo... yo... necesito irme.
Me pongo de rodillas abruptamente, y luego sobre mis temblorosas
piernas.
—¿Qué? No puedes irte, Jules, no en este estado.
Ignorándola, tomo una bolsa de mi armario y empiezo a meter ropa
en ella, sin prestar atención a los artículos que agarro.
¿Adónde iré? ¿Quién puede salvarme de él?
Hago una pausa, pensando para mí misma. Sólo una palabra me
viene a la mente: Sebastian.
Me protegerá. Se asegurará de que su hermano no venga por mí.
—Jules, no puedes irte, ¿a dónde irás?
La voz de Cally está llena de miedo, de preocupación, pero no se
registra en mi mente. Busco mi teléfono en la habitación, lo tomo, ignorando
todos los mensajes que iluminan la pantalla. Desplazándome al número de
Sebastian, presiono el botón verde de llamada. Ni siquiera suena una vez y
su voz profunda se filtra en el altavoz.
—¿Jules?
—¿Puedes recogerme, por favor?
Mi voz está entumecida, sin ninguna emoción.
Él te hizo esto. Te usó. Te robó.
—Por supuesto, ¿dónde estás?
Puedo oírlo moverse, el sonido de las teclas tintinean en el fondo.
—En mi casa —respondo.
—Bien, estaré allí en un momento.
Cuelgo el teléfono, lo apago y lo meto en la bolsa con el resto de mis
cosas.
—Jules, por favor, sólo habla... tienes que hablar de esto. Puedo
ayudarte a arreglar esto, podemos reportarlo a la administración. Le harán
pagar por hacerte daño.
¿Pagar? Nunca pagará por hacerme daño, y si me quedo aquí, me hará
más daño.
Sacudo la cabeza, me quema la garganta, la bilis sale de mi estómago
y entra en mi garganta. Me siento enferma, y lo último que quiero hacer es
sentir, porque sentir significa dolor, y el dolor es un recordatorio de lo que
me hizo. Me arruinó. Me hizo amarlo más profundamente de lo que nunca
lo había amado, y luego me hizo pedazos, me arrancó el amor que tenía.
—No —digo con voz ronca—. Me voy. Si vuelve aquí, dile que se vaya.
No le digas dónde fui...
Me pongo la mochila al hombro. El ceño fruncido de Cally se
profundiza, pero asiente con la cabeza y salgo de la habitación, dirigiéndome
a la puerta principal.
Estoy entumecida, rota, las mentiras y la traición me atraviesan tan
profundamente que el dolor ya no se registra en mi mente. La herida de mi
pecho sangra con cada latido de mi corazón y espero el día en que mi corazón
deje de latir por un hombre que nunca me amó, que sólo me usó como
venganza. Cuando el todoterreno de Sebastian se detiene frente a la casa,
me deslizo por la puerta, esperando no tener que volver nunca más a este
lugar.
Ya no hay nada aquí para mí... nada.
E
s tan difícil concentrarme en mis pasos, mis ojos se nublan con
las lágrimas. Mi corazón late tan furiosamente que parece que
estoy al borde de un ataque al corazón. La perdí... en la misma
semana que la recuperé, la perdí. El odio que tengo por mí mismo rivaliza
con cualquier ira, cualquier venganza, que siempre quise.
Ella no se merecía esto. Mi cabeza cuelga baja, estoy avergonzado. Sé
que he perdido a Jules, lo sé en el fondo de mi corazón... pero eso no significa
que no pueda hacer pagar a la persona que envió ese mensaje. Sin Jules,
no tengo nada por lo que vivir, lo que significa que no importará si me meten
en la cárcel por matar al cabrón que sé que hizo esto.
Cada músculo de mi cuerpo arde con el impulso de actuar con
violencia, y lo freno apretando la mano en un puño, con las uñas mordiendo
en la palma de mi mano. Vuelvo corriendo a la casa, aunque sea el último
lugar al que quiero ir. La sangre me late en los oídos, el agujero en el pecho
me quema, mientras las palabras de Jules se repiten dentro de mi cabeza.
La lastimaste... te vengaste...
Las palabras alimentan mi furia ardiente, mi odio hacia mí mismo y
hacia todos los que me rodean. Los destruiré a todos, a todos, incluido a mí
mismo. Cuando finalmente llego a la casa de la fraternidad, abro la puerta
y la mando a volar contra la pared. Thomas es el primero en fijarse en mí,
nuestras miradas chocan, y sé que él también recibió el mensaje con la
grabación. Puedo decir, incluso sin preguntar, que la mirada en su rostro
es de completo horror.
—No fui yo —dice, con la voz llena de simpatía.
No le he dicho lo que siento por Jules, pero no es estúpido, sabe que
ella significa más para mí que nadie. Aunque no estoy preocupado por
Thomas. Sé exactamente quién fue, y, aun así, no tengo forma de
encontrarlo ahora mismo, lo que sólo me hace más irracional. No puedo
aguantar más la furia ardiente y golpeo con mi puño la pared más cercana.
El dolor irradia en mi brazo, pero no me incapacita, en cambio, es un
sentimiento de bienvenida. Abro mi puño, mientras los riachuelos de sangre
gotean sobre mis nudillos.
Le hiciste eso a su corazón. Lo rompiste. Lo hiciste sangrar.
—Amigo, ¿estás bien?
La voz de Alan corta en el aire y me doy la vuelta, dándole un
puñetazo. Conecta con su mejilla, y cae de espaldas contra el sofá por el
golpe. Levanta una mano a la cara, la sorpresa aparece antes que la ira y lo
reto a que se enfrente a mí, a que intente luchar contra mí. Lo quiero. Quiero
sus puños... quiero sentir dolor. Quiero que alguien me haga daño... porque,
maldición, me lo merezco.
—No me hables, maldita sea. Ninguno de ustedes. Los odio a todos...
cada uno pagará por esto.
Mi labio se curva, la necesidad de hacerlos sangrar quema en lo
profundo de mis venas, pero incluso en mi estado irracional, sé que no es
su culpa. Es mi culpa, toda mía, ¡maldición!
Nos arruiné. Hice daño a Jules. No ellos. Yo lo hice, maldita sea.
Sabiendo que tengo que salir de aquí antes de hacer una estupidez,
subo las escaleras y me meto en mi habitación. Una vez que estoy solo,
pierdo la maldita cabeza. Las lágrimas pican en mis ojos, se deslizan por mi
cara, todo mi cuerpo tiembla mientras rompo y destruyo todo lo que hay
dentro de la habitación. Odio este lugar. Odio la persona en la que me he
convertido. Lo odio todo. Golpeo la pared con mis puños hasta que todo lo
que siento es el calor de la sangre cubriendo mi piel.
Gotea en el suelo, y la miro fijamente. Las palabras de Jules me
persiguen. Pensó que era una broma, pensó que era una venganza. Doblo
mi mano en un puño y me golpeo la cabeza.
¿Por qué fui tan estúpido... por qué dejé que mis sentimientos
gobernaran mis acciones?
Todo lo que puedo hacer es preguntarme por qué. ¿Por qué? ¿Por qué
hice esto?
Te odio... confié en ti... te odio tanto. Estás muerto para mí...
Nunca podré olvidar la mirada en sus ojos mientras decía esas
palabras. La he perdido de nuevo, y por culpa de una maldita cosa tan
infantil. Una apuesta... algo que había jugado, que había hecho desde el
primer año. Nadie había salido herido antes, no hasta ahora.
Mis dedos pasan a través de mi pelo, agarro dos puños, y tiro tan
fuerte que creo que podría arrancarlo directamente de mi cuero cabelludo.
La picadura de dolor se extiende por mi cuero cabelludo, pero no es
suficiente. Quiero sentir el dolor físico. Nunca he anhelado tanto el dolor en
mi vida.
Mis manos ya están ensangrentadas, me duelen los nudillos, pero no
es suficiente. Nunca será suficiente... ninguna cantidad de dolor puede
rivalizar con lo que Jules está pasando ahora mismo. No sólo la rompí con
esto, sino que la destrocé... Intenté razonar, pero ella no me perdonará,
nunca. Maldición, yo no me perdonaría. No merezco su perdón... su amor.
Simple y llanamente, no la merezco, pero no puedo dejar de amarla.
Las lágrimas caen de mis ojos. No puedo dejar de golpear la pared,
una y otra vez, la pared de yeso está pegada a mis puños sangrientos, pero
no me detengo.
Quiero golpear algo más y nada es tan atractivo como la cara de una
persona.
Cole. Necesito encontrarlo, él hizo esto. La hirió, la amenazó... envió
esa maldita grabación. Estoy seguro de ello.
Nada más me importa. Le dije a Jules que no iría tras él, pero eso fue
antes, antes de que mi mundo entero explotara. Ahora pagaría, igual que
yo. Sufriría.
Antes de darme cuenta, mis pies se mueven solos, me sacan de mi
habitación y bajan las escaleras. Todos los chicos se han congregado en la
cocina, sus cabezas se levantan cuando me ven venir. No les presto mucha
atención... mi concentración está en una cosa, y sólo una cosa.
Por lo que probablemente no veo que uno de los chicos que está entre
mis compañeros de cuarto sea mi hermano Sebastian. Confusión... ¿Qué
demonios está haciendo aquí?
Estaba listo para darle un puñetazo a cualquiera de estos cabrones,
pero Seb... Abro la boca para decir algo, pero ni siquiera digo una palabra
antes de que esté encima mío. Su cara es una máscara de furia apenas
controlada, y sé que lo sabe.
Su puño me golpea en mi cara una, dos, tres veces... siento el impacto
de su puñetazo. Luego me suelta con un empujón, haciéndome
tambalearme hacia atrás. Mis rodillas casi se doblan, y tengo que apoyarme
en la pared para mantenerme erguido.
Me merezco esto... lo merezco tanto.
—¿Qué demonios te pasa? ¿Cómo pudiste hacerle esto? Ni siquiera
puedo creer que seas mi maldito hermano.
Sacude la cabeza con incredulidad, y quiero decirle que yo tampoco
me lo creo, pero mantengo la boca cerrada.
—Estoy tan avergonzado de ti.
Cada una de sus palabras me atraviesa como un cuchillo de caza
atravesando mi pecho. Las palabras son malas, pero no son nada
comparadas con el tono de su voz. Nunca lo había oído sonar así. La agonía
en su voz. Dice en serio todo lo que está diciendo... y debería. Soy una
vergüenza para mi familia, para la raza masculina.
Mi padre no me crio para ser así. Nos crio a mis hermanos y a mí para
que fuéramos buenas personas, no pedazos de mierda y bastardos
inmaduros. Apenas puedo mirar a los ojos a Sebastian, la vergüenza, la
culpa que me posee. Pienso en mi padre... Dudo que pueda volver a mirarle
a los ojos, porque sé que nunca será lo mismo, nunca me verá sólo como su
hijo.
Siempre seré un recordatorio del dolor que le infligí a Jules y aunque
mi familia me ha perdonado por alguna mierda... nunca me perdonarán por
hacer esto.
—Me habría enojado y decepcionado si le hicieras esto a otra chica...
¿pero a Jules? Ni siquiera puedo encontrar las palabras para decirte cómo
me siento ahora mismo. Demonios Rem, conocemos a Jules de toda la vida.
Es como una hermana para mí, como una hija para nuestro padre...
El aire sale de mis pulmones, y mis pensamientos comienzan a nadar,
mi cabeza da vueltas.
—¡Demonios, di algo!
Sebastian me escupe en la cara antes de tirar su puño hacia atrás y
me golpea en el estómago tan fuerte que me doblo y me deslizo al suelo. Mis
rodillas golpean primero el suelo, el impacto hace vibrar mi cuerpo.
Di algo. ¿Qué podría decir? No hay nada que pueda decir que mejore
esto. No puedo defenderme, porque no hay nada que defender. Todo lo que
ha dicho es verdad. Yo le hice esto... a Jules.
Yo. Hice. Esto.
Ni siquiera me importa. Quiero olvidar... vivir en el dolor, dejar que
me posea. Pero Sebastian no es como todos los demás, y cuida de Jules
como su hermano, y por eso sé que no me dejará olvidar el hecho de herirla.
La protegerá... hará las cosas bien. Hará todo lo que yo debería hacer ahora
mismo.
—¿Por qué? ¿Sólo dime por qué, maldita sea? —gruñe, y yo lo miro,
con lágrimas saliendo de mis ojos.
—Estaba enfadado con ella. Me sentía traicionado —grazno.
Sé que es una razón de mierda, ahora mirando hacia atrás, mi dolor
no era más que un dolor de corazón, pero se sentía más profundo como si
perderla fuera perder un pedazo de mi alma. Ya había perdido a mi madre,
así que cuando Jules se fue, no quedaba nada. Pensé que tenía el corazón
roto en ese entonces, pero el dolor que siento ahora es mucho peor.
—¿Enfadado por qué, Rem? ¿Porque su padre consiguió un trabajo
en otro lugar y se mudó? ¿Ésa es tu gran jodida razón para hacer todo esto?
Tenía quince años, Rem, ¿qué demonios se suponía que debía hacer?
Una chispa de furia se enciende dentro de mí, y de alguna manera,
encuentro mi voz de nuevo.
—¡Se suponía que no debía dejarme! —grito de vuelta. Mi piel se
calienta, y mi estómago se revuelve, la bilis sube a mi garganta. Estoy
disgustado conmigo mismo. Y mis emociones están fuera de control. Ni
siquiera quise gritarle, pero tal vez lo hice. Quiero que me golpee de nuevo.
Quiero que me haga daño por lo que le hice a Jules. No merezco nada más
que el dolor. Ni siquiera merezco vivir. No merezco una mierda... sólo dolor,
pena y muerte.
—Eres la persona más egoísta y egocéntrica que he conocido en toda
mi vida. Nunca la mereciste, nunca. Ella te amaba, y tú la destruiste.
Literalmente podrías haberle arrancado el corazón del pecho, y le habría
dolido menos.
Tiene razón, podría haberlo hecho, y una vez más no tengo nada que
decir. No hay palabras que puedan decirse para retractarse de lo que ha
pasado. Un fuerte golpe en la puerta de entrada nos asusta a todos.
Mi cabeza se rompe y me doy cuenta de que Thomas, Alan y Kia siguen
de pie a pocos metros de nosotros mirándonos a mi hermano y a mí con las
mismas expresiones en sus caras.
Culpa, vergüenza y sorpresa total. Sus rostros reflejan cómo me
siento, pero lo siento un millón de veces más que ellos. No perdieron al amor
de su vida, su familia y su maldita vida. Para ellos fue un juego, para mí fue
el mayor error.
Thomas se aparta de todos nosotros y camina hacia la puerta
principal. En cuanto abre la puerta, entran dos tipos de la seguridad del
campus. Sus ojos escudriñan la habitación hasta que me encuentran
ensangrentado y golpeado en el suelo. Ni siquiera parecen sorprendidos de
verme así, ni parecen preocupados o apenados por mí.
—Remington Miller, necesitamos que nos acompañe.
Sebastian me arrastra del suelo y me pone de pie. Ni siquiera necesito
preguntar por qué están aquí. Estoy seguro de que el audio ya se ha abierto
camino por el campus, y Dios sabe a manos de quién. Camino con piernas
inestables hacia ellos, trato de sacarme de encima la mano de mi hermano
que se me clava en el brazo, como si pensara que voy a correr o algo así.
—Estoy seguro de que sabes por qué estamos aquí —dice uno de los
hombres.
Sebastian me da una pequeña sacudida y levanto la cabeza,
mirándole fijamente a los ojos.
—Sí, sé por qué están aquí —respondo, mis cuerdas vocales se
quiebran.
—Bien. En este momento se le está trayendo para interrogarle. No
estás siendo detenido o acusado de ningún crimen —dice el otro hombre y
salimos por la puerta principal.
Sebastian prácticamente me arrastra por el pasillo.
—Lo llevaré en coche porque tengo que estar allí durante el
interrogatorio de todos modos —anuncia Sebastian, y le hacen un guiño
brusco.
Me libera y caminamos hacia su camioneta. Abro la puerta y me obligo
a entrar. Ni siquiera tengo la puerta cerrada y él arranca el coche, alejándose
de la acera mientras sigue a los oficiales de seguridad del campus.
—No puedo sacarte de este lío, no es que lo hiciera si pudiera. Te has
cavado un agujero profundo, más profundo de lo que el dinero puede
comprar.
—Lo sé.
Me quedo mirando por la ventana.
—¿Lo sabes? —La repugnancia cubre sus palabras—. ¡No lo sabes,
maldita sea! No tienes ni idea de lo que esto le va a hacer a Jules. No querrá
volver a aparecer por aquí nunca más. Una vez más, tiene que encontrar
otra escuela, otro lugar para vivir.
Todo comienza a hundirse... su confesión se estrella contra mi piel.
No volverá a la escuela aquí, de hecho, se irá, de nuevo, y esta vez será mi
culpa, mi maldita culpa.
—¿Por qué no dices nada? ¿Esto te afecta en algo?
Un brote de ira me atraviesa.
—Por supuesto que me afecta, pero ¿qué hago, Seb? ¿Qué demonios
digo o hago para cambiar lo que ha pasado?
Sacude la cabeza, agarrando el volante hasta que sus nudillos se
vuelven blancos y todo lo que puedo imaginar en ese momento es a mí
envolviendo mis manos alrededor del cuello de Cole, estrangulando la
maldita vida sucia de él.
—No envié el maldito audio. No estaba destinado a ser escuchado por
nadie más que por los chicos.
Sebastian se ríe amargamente.
—Oh, así que eso lo hace mejor porque sólo estaba destinado a ser
escuchado por ti y tus estúpidos amigos. Genial, aunque no debería haber
sido grabado en absoluto.
Puedo decir que apenas se está conteniendo y ni siquiera me importa
que se ponga de su lado, debería, y me alegro de que ella le tenga. Necesita
a alguien que la proteja, porque ése no soy yo. Soy un fracaso, un patético
bastardo.
—No, no es así. Fue un maldito error, y uno del que me arrepentiré
por el resto de mi vida. Pero aparte de eso, no lo envié. Sólo quiero que lo
sepas.
—¿Entonces quién demonios lo hizo?
Me mira con incredulidad cuando entra en el aparcamiento del edificio
de la administración.
—Cole Becker.
El simple hecho de decir su nombre en voz alta me enfurece. Sacude
la cabeza y sé que no me cree. ¿Por qué debería hacerlo? Todo lo que he
hecho, la apuesta, la grabación, la forma en que la he tratado. Todas las
cosas horribles apuntan directamente a mí.
—No se ve bien para ti, Rem, para nada. Tienes una historia con las
mujeres en esta escuela, y has hecho algunas cosas malas en el pasado.
Puedo decirte ahora que es mejor que te prepares para lo que viene, porque
va a ser malo.
Me encojo de hombros.
—No me importa lo que me hagan.
Nada puede ser tan malo como ver a la mujer que amas más que la
vida te diga que te odia y que no quiere volver a verte. Nada... y quiero decir
que nada puede doler más que eso. Así que tomaré lo que me den, porque
Dios sabe que me lo merezco.
Sebastian no dice nada y en su lugar aparca y apaga el motor. Cuando
abre su puerta, respiro calmadamente y salgo del coche, caminando hacia
el frente.
Pueden hacer lo peor... decir lo que quieran, castigarme como les
plazca, pero nada tocará el dolor que ya siento, la culpa y la vergüenza que
cubre mis entrañas como el lodo.
Yo hice esto.
La rompí.
Nos arruiné.
H
e estado parada bajo el chorro de la ducha tanto tiempo que el
agua se ha vuelto completamente fría. Extrañamente, no siento
frío. No tiemblo ni tengo ganas de calor. No siento mucho de nada
en este momento. Sólo estoy en la ducha porque Sebastian me obligó. No
tenía ningún deseo de estar aquí. Si dependiera de mí, aún estaría en la
cama mirando al techo, que es todo lo que he querido hacer los últimos dos
días.
—¿Jules? —La voz apagada de Sebastian entra por la puerta del
baño—. ¿Estás bien?
No. No estoy bien. No sé cómo estoy ahora mismo, pero "bien" no es la
palabra que usaría para describirme ahora mismo. Entumecida. Rota. Esas
serían palabras mucho mejores, pero tampoco le digo eso. No tengo la fuerza
para usar las palabras, y estoy segura de que tampoco necesito usarlas.
Sebastian ya lo sabe todo.
—Has estado ahí dentro desde hace mucho tiempo. Sal, nos he
preparado el almuerzo.
Cierro el agua y salgo de la ducha, mis movimientos son casi
mecánicos, como la forma en que me he estado sintiendo. Como una
máquina, un robot con funciones básicas sin sentimientos.
Me seco, me visto, recojo la ropa del montón de ropa doblada en el
tocador que Sebastian me había preparado. Abro la puerta y encuentro a
Seb todavía de pie en el pasillo esperándome. Me da una sonrisa suave y sé
que debería devolverle la sonrisa. Es lo más educado, es lo que hace la gente
normal. Sin embargo, no puedo conseguir que mis labios se curven ni un
poquito.
¿Seré así para siempre? Ése pensamiento no me molesta, no como sé
que debería. Nos sentamos en la mesa de la cocina donde nos esperan dos
platos con pequeños sándwiches. Pavo, queso muenster, en pan de centeno
con rodajas de manzana. Es mi favorito, que es exactamente la razón por la
que Seb lo hizo. Desafortunadamente, todavía no tengo apetito, así que me
quedo mirándolo por no sé cuánto tiempo hasta que Seb empuja el plato
aún más cerca de mí y me ordena comer. Levanto el sándwich y le doy un
pequeño mordisco.
—Jules, creo que deberías hablar con alguien —comienza Sebastian,
con la voz baja—. Sabes que puedes hablar conmigo, pero si no te sientes
cómoda, puedes hablar con alguien más. Puedo hacer que alguien venga
aquí, ni siquiera tendrías que salir.
Continúo masticando la comida en mi boca sin siquiera mirarlo. No
quiero hablar con él ni con nadie más. Sólo quiero olvidar y que me dejen
en paz. Todo lo que quería cuando volví aquí era una vida normal. Ya había
perdido tanto, y luego lo perdí todo, de nuevo.
—Siento haberte hecho venir a la cena familiar, Jules. Fui un estúpido
al no verlo entonces. No entendía por qué te asustaba verlo. No tenía ni idea
de lo malo que era en realidad. Demonios, Rem ha hecho una mierda... pero
lo que te hizo a ti... ni en un millón de años hubiera pensado que fuera capaz
de hacer algo así.
Su nombre provoca una emoción, ira, ¿o tal vez tristeza? No lo sé...
pero lo que sí sé es que no quiero oír su nombre, no ahora, quizás nunca.
—Va a pagar por hacerte daño, Jules. Es mi hermano y le quiero, pero
no tenía derecho a hacer lo que hizo. No tenía ningún derecho.
Seb golpea con el puño cerrado la mesa de madera, pero ni siquiera
me estremezco ante la acción.
—Por favor... —Mi garganta está cruda, lo que hace difícil que la
palabra salga—. Por favor, detente, Seb.
Lo miro fijamente, y él asiente con la cabeza, reteniendo su ira,
tragándosela. En todos los años que lo conozco, nunca lo había visto tan
enfadado.
—Lo siento... —Toma aliento—. Estoy tratando de entender todo y
estoy enfadado porque no puedo. No lo entiendo.
No le digo que yo también, que estoy tan roto por dentro que me duele
respirar y sentir el estúpido órgano dentro de mi pecho latir. La angustia no
debería doler tanto, pero no es sólo angustia, también es traición.
Puedo vivir así si eso significa que nunca más tendré que enfrentarlo,
si significa que nunca más tendré que pensar en lo que pasó. Si no pienso
en ello, entonces nunca ocurrió en primer lugar.
Agarro mi plato, me levanto y lo tiro a la basura, luego lo pongo en el
lavavajillas y vuelvo al salón.
—Jules.
Pestañeo, registrando que dice mi nombre, pero lo ignoro. No quiero
hablar. No quiero pensar, ni siquiera sentir. La vida es mejor sin esas
emociones... es mejor sin el dolor.

********

Pasan otros tres días, cada uno de los cuales consiste en lo mismo.
Despertarse, ducharse, comer, acostarse, comer, enjuagarse y repetir. Seb
no trata de hablarme de él otra vez y estoy agradecida por ello. Hoy me siento
en el salón en vez de en el dormitorio, lo que supongo que es un pequeño
paso adelante. No lo sé realmente. No tengo la ambición de ser nada. Todo
lo que hago es vivir mi vida como una cáscara de la persona que fui una vez
antes.
Miro por la ventana, mirando al patio trasero, mirando a la nada.
Puedo oír a Seb en su oficina, moviendo las cosas. Su teléfono suena y un
segundo después lo contesta.
—Sí, lo sé. —Su voz es monótona, como mi vida actual—. Bueno, lo
hizo él mismo. La suspensión es la menor de sus preocupaciones, en este
momento.
Debería sentir algo, cualquier cosa al oír a Seb hablar de su
suspensión, pero no me importa. No tengo ninguna emoción hacia las cosas
que estoy escuchando.
La ira, la tristeza, el odio, esos sentimientos ya se han ido, fueron
dejados atrás con la vieja Jules.
—Le va tan bien como a alguien que pasó por lo que ella pasó.
Seb suena frustrado, pero no puedo sentir lástima por involucrarlo.
Necesitaba un lugar donde ir, un lugar donde sé que nadie podría tocarme,
hablarme.
—Sí, te haré saber si algo cambia.
El silencio se instala en la casa una vez más. La silla de Seb roza el
suelo de madera y un momento después, siento su presencia en la
habitación. No dice nada, y me pregunto si tal vez se fue.
Entonces su garganta se aclara.
—Papá quiere verte... hablar contigo...
Me trago sus palabras, pero no respondo. No tengo nada que decir, y
que él venga aquí y me hable no cambiará nada.
Seb se acerca al sofá para mirarme, sus facciones están tensas, la
preocupación le arruga la frente, y me pregunto por qué he venido aquí.
Mirar a Seb es como mirar una versión mayor de él. La pesadilla, mi ruina.
Seb se sienta a mi lado, mientras su mano se agarra a la mía.
Su tacto es cálido, y mi cuerpo reacciona a él con un escalofrío.
—No puedo retenerlo para siempre, Jules. Quiero ayudarte y sabes
que haré todo lo que pueda, pero necesito que encuentres la forma de salir
de esto. Necesito que encuentres el camino de vuelta.
Pestañeo y miro desde su mano, en la mía, antes de volver a mirar su
cara. Mandíbula afilada, ojos verdes penetrantes, un hoyuelo en la esquina
de su boca. Cada vez que miro a Sebastian, lo veo.
Me aprieta la mano suavemente, trayéndome de vuelta al presente.
—¿Lo intentarás, Jules? No tienes que salir de casa ni ir a ningún
sitio, pero necesito que intentes hablar con alguien, aunque sea sólo
conmigo, aunque sea una conversación sobre nada en absoluto.
La sonrisa que me da es una que solía derretir todas mis
preocupaciones, pero ya no tengo preocupaciones. No hay nada que pueda
herirme, porque herirme, significaría que tendría que sentir, y eso es lo que
Seb me está pidiendo que haga... sentir, y todavía no estoy allí.
Le quito la mano y me levanto caminando hacia el dormitorio, sin decir
una sola palabra.
—Vamos, Jules, por favor —dice Seb con la voz ronca, emociones que
me niego a reconocer obstruyen su garganta—. Te lo ruego...
Me detengo a mitad de camino, pero sólo porque Seb no ruega, no es
típico de él, y escucharle así, bueno no voy a mentir y decir que no llega a
mi corazón, porque lo hace, pero si hacerle daño me protege entonces
supongo que es una elección que tengo que tomar.
Continúo caminando hasta llegar a mi dormitorio, luego me deslizo
dentro, cerrando la puerta suavemente detrás de mí. Otro día sin dolor...
otro día sin él.

********

—Lo siento, Jules. Lo siento mucho.


Quiero creerle. Quiero creerle tanto que me digo que puedo, pero
¿debería hacerlo? Me ha herido... me ha roto. Soy una cáscara de la mujer
que era antes. Mi labio inferior tiembla y las lágrimas se deslizan por mis
mejillas.
—¿Cómo pudiste hacernos esto? Pensé que me amabas.
La cara de Remington se transforma en otra cosa, y casi parece que le
duele.
—Te amo. La jodí, Jules, la jodí, y nunca podré probarte cuánto me
duele saber que te hice esto. Qué estúpido y tonto fui. —Sacudo la cabeza,
porque en mi corazón, sé que quiero perdonarlo. Quiero soltar el dolor que
envuelve mi corazón, carcomiendo mis entrañas, pero no estoy lista.
—Vuelve a mí, Jules, por favor, te lo ruego. Seré todo lo que necesites
que sea y más. No volveré a hacerte daño. —Sus ojos verdes me suplican, su
voz es como un bálsamo calmante para mi dolorido corazón...
Me despierto, llevo una mano hacia el pecho y el corazón se me sale
del pecho. Incluso en mi mente, en mis sueños, no puedo escapar de él, y
en el fondo, sé que probablemente nunca lo haré. El corazón quiere lo que
quiere, pero a veces el corazón es estúpido y necesita callarse. Pestañeo el
sueño de mis ojos y me siento en la cama justo cuando el ruido de la puerta
se filtra en mis oídos.
—No está preparada.
La voz de Sebastian está justo en mi puerta, y me pregunto con quién
está hablando. Y por un momento, el pánico se apodera de mí, pero antes
de que pueda golpearme, me retiro. Fortalezco mis muros porque sé que, si
dejo entrar cualquier sentimiento, incluso el más pequeño, todo se va a
derrumbar. Escucho otra voz, y cada remanencia de cualquier emoción que
se aproxima se ha desvanecido completamente.
—No me importa, hijo, ahora muévete o te moveré yo. Esa chica es
como una hija para mí y que me condenen si la dejo sentarse en esa
habitación sola, adormeciéndose de todo sentimiento.
Sebastian debe tomar en serio lo que dice su padre porque un segundo
después, la puerta de mi habitación se abre y el gran cuerpo de Papa Miller
entra por ella.
Sonríe en cuanto me ve, pero no le devuelvo la sonrisa.
—¿Cómo está mi chica?
Me encojo de hombros mientras él se adentra en la habitación.
Sebastian me brinda una mirada de disculpa desde la puerta como para
decir que lo siente, pero no tiene por qué sentirlo, nada de esto es culpa
suya.
Papá Miller se sienta en la cama a mi lado, su gran cuerpo se come la
mayor parte del espacio, haciendo que la habitación se sienta más pequeña
de lo que es.
—Hablé con tu madre. Planeaba volver a casa, pero está enterrada en
el trabajo, dije que vendría en su lugar, ya que sé lo mucho que me quieres.
—Me sonríe, su sonrisa me recuerda a los recuerdos y a cierta persona en
la que no puedo pensar ahora mismo. Bajo la mirada a mis manos que están
sentadas en mi regazo para protegerme. No puedo pensar en él.
Por primera vez, me alegro de que mi madre se preocupe más por su
trabajo que por mí. Me alegro de que no esté aquí, y tampoco quiero que
venga en el futuro. Siempre ha sido así, trabajando por encima de todo,
incluso de sus propios hijos. Recuerdo que estaba resentida por eso cuando
crecí, pero ahora ni siquiera puedo recordar lo que se siente.
—Sé que estás sufriendo, Jules. Nunca te había visto tan destrozada,
pero no puedo dejar que sigas viviendo así. Extraño tu luz, tu sonrisa...
Se aleja y bloqueo el resto de lo que está diciendo. Si escucho,
entonces empezaré a sentir algo, y no puedo soportar sentir nada más que
la nada.
—Estoy preocupado por ti —admite, con su voz suave, de alguna
manera esa única declaración acaricia una respuesta de mi parte.
—No lo estés. Estoy bien.
—No estás bien, Jules, necesitas hablar con alguien, es la única forma
en que saldrás de esto. Cuanto más tiempo lo mantengas, más difícil será.
Cada día que pasa, sólo te infliges más dolor a ti misma.
Me digo a mí misma que no entiende, que si me dejo sentir algo, sólo
empeorará. No puedo abrir los ojos a la realidad... no puedo decir las cosas
que necesito decir. No puedo dejar que mi maldito corazón sienta las
emociones arremolinándose en mi interior porque si lo hago, todo lo que he
estado reteniendo saldrá de mí. Me ahogará, barriéndome bajo la corriente,
tirando de mí hacia abajo, invadiendo cada poro de mi cuerpo hasta que no
quede nada.
—Estoy muy cerca de perderlo, Jules. Eres como una hija para mí,
pero sólo puedo ayudarte si me dejas. Sebastian me ha mantenido al tanto
de todo. Estoy manejando la crisis de Remington, y él está manejando la
tuya, pero todos estamos sufriendo aquí.
La mera mención de su nombre me hace temblar. No. Aprieto mis
dientes. No sentiré nada. No dejaré que derribe mis muros. Me protegeré.
—Quiero ducharme —digo, ya levantándome y saliendo de la cama.
No puedo quedarme aquí, no puedo escucharlo y arriesgarme a que
diga algo que abra las puertas del infierno.
—Si ayuda en algo, él también está sufriendo. Me pide que lo saque
de su miseria todas las noches y le digo que cavó su propio agujero, que se
lo hizo él mismo.
No me importa. Me digo a mí misma mientras pisoteo hacia la ducha
y cierro la puerta tras de mí, negándome a que sus palabras me afecten.
Enciendo la ducha, pero no entro. Me siento en el baño esperando que se
vaya y no quiera volver a hablarme. El sonido del agua ahoga los ruidos
dentro de mi cabeza, y después de un rato no oigo nada, nada más que el
latido constante de mi corazón, y la inhalación de aire en mis pulmones.
No quiero sentir, pensar, no quiero nada. Me siento hasta que me
olvido de que él estuvo aquí y vuelvo a ser un fantasma... un fantasma, así
es como me siento. Estoy en este mundo, con gente que sigue con sus vidas
a mi alrededor. Puedo verlos sonreír y reír, pero las emociones no pueden
llegar a mí, nada puede. Estoy tan aislada de la realidad que es como si
estuviera aquí, pero no lo estoy. No completamente, de todas formas.
Parte de mí se ha ido, flotando en el espacio, o tal vez sólo estoy rota,
tan rota que no hay nada que me arregle, y extrañamente me gusta así. No
sé cuál es la verdad, tal vez sea un poco de ambas, pero todo lo que sé es
que no puedo imaginarme nunca más estar entera.
El tiempo nunca curará mis heridas.
S
iento una pizca de ansiedad al entrar en la misma oficina en la que
me interrogaron la última vez. Cuando entro en la habitación y
miro hacia arriba, me doy cuenta de que hay un gran cambio. Esta
vez hay oficiales de policía de verdad aquí en vez de sólo la seguridad del
campus. No llevan uniforme, pero puedo ver la placa y la pistola pegadas al
cinturón desde donde estoy parado.
La mayoría se estaría cagando en los pantalones ahora mismo, pero
la culpa constante, la pena y la rabia que me consume dejan poco espacio
para cualquier otra cosa. No tengo energía para ningún otro sentimiento, y
no me importa lo que me va a pasar de todas formas.
Merezco cualquier castigo que se cumpla.
—Señor Miller, por favor siéntese —uno de ellos me saluda—. Soy el
detective García y éste es mi compañero, el detective Stevens.
Su voz es monótona y su cara sin emociones, a diferencia de su
compañero que parece que está a punto de saltarme encima. Me siento en
la silla de metal duro y el detective García empieza a hablar de nuevo.
—Quiero informarle que acabamos de abrir una investigación sobre
usted, señor Miller. La seguridad del campus nos ha contactado esta
mañana con una información inquietante y ya que hay una evidencia
abrumadora recopilada en su contra, nos estamos tomando esto muy en
serio...
Mi mandíbula se flexiona con la tensión. La cagué, pero no lastimé
físicamente a Jules, seguramente ellos lo saben.
Antes de que pueda decir algo, nos interrumpe un fuerte golpe en la
puerta. Miro por encima del hombro justo cuando Sebastian entra en la
habitación con una mirada confusa en su cara.
—¿Por qué se le está interrogando de nuevo? Ya hemos discutido esto
largamente, ¿y por qué estás hablando con él sin un abogado presente?
Señala a los dos oficiales de policía, mientras la ira se filtra por su
cara.
Esto es culpa tuya, Remington. Toda la frustración, la ira de mi padre
hacia mí, la decepción de Sebastian, la policía que está aquí, el daño a Jules,
todo depende de mí.
—El señor Miller tiene derecho a un abogado, pero no lo ha solicitado
y no lo estamos arrestando en este momento, así que legalmente no tengo
que leerle sus derechos. Ahora, ¿puedo preguntar quién es?
—Soy su consejero legal por ahora —gruñe Seb y toma asiento a mi
lado.
Una parte de mí quiere decirle que se vaya, que no tiene sentido tratar
de salvarme, pero sé que la policía no estaría aquí si algo no hubiera
cambiado y no soy tan tonto como para hacer que me deje aquí solo para
terminar diciendo la maldita cosa equivocada.
—Bueno, vayamos directo al grano entonces —anuncia el Detective
García.
Abre una carpeta, saca la primera página, la desliza por la mesa, y
casi me la mete en la cara. Mis tripas se aprietan cuando lo miro. No tengo
que leer cada palabra para saber que es un manuscrito de la grabación. Me
recordarán mi error por el resto de mi vida.
—¿Reconoces que la voz masculina de esta grabación te pertenece?
—Sí —respondo. ¿Qué sentido tiene mentir? Ya he admitido a la
seguridad del campus que fui yo, además de que merezco lo que sea que
planeen darme una bofetada.
—¿Admite haber sido el que grabó la interacción que tuvo lugar entre
usted y la señorita Peterson?
—Sí —respondo una vez más.
Ambos detectives asienten y devuelven el papel. Luego sacan otro
papel de la carpeta y lo deslizan como hicieron con el primero. En cuanto
mis ojos se posan en la foto, me congelo, el tiempo parece detenerse. Mi
sangre deja de bombear por mis venas y cada onza de oxígeno en mis
pulmones se evapora. Sólo soy vagamente consciente de que uno de los dos
policías me está haciendo una pregunta, pero mi cerebro no está digiriendo
lo que estoy viendo.
—¡Jesús, Remmy!
La voz de Seb me devuelve a la realidad. Lo miro, su cara no tiene
nada más que asco y odio hacia mí. Se levanta y se aparta de la mesa,
incapaz de mirar las fotos por más tiempo. Vuelvo a prestar atención a lo
que hay en la mesa delante de mí. No puedo creer lo que estoy viendo, y
tengo que evitar que me golpeen, que se levanten para romper algo. Las fotos
muestran a Jules desmayada en una cama en nada más que sus bragas.
Recuerdo esa noche... recuerdo haberla salvado, de él. Cole.
Voy a matarlo. Lo mataré, aunque sea lo último que haga.
—Señor Miller, ¿admite haber tomado estas fotos?
—¡Maldición, no! ¡Yo no tomé esto!
Salto de mi silla, causando que se golpee contra la pared. Un resoplido
viene del detective Stevens, que no ha dicho nada hasta ahora.
—¿Crees que te vamos a creer? Sabemos que estuviste en esta fiesta
y sabemos que te fuiste con ella, y sabemos que la trajiste a tu casa y la
hiciste pasar la noche. Tenemos testigos y pruebas, pervertido, así que
haznos un favor a todos y admite para que podamos terminar con esto.
El miedo cuelga densamente en el aire, lo que me dificulta pensar,
respirar, funcionar. Quieren que admita un crimen que no cometí. Quieren
echarme la culpa porque es más fácil que mirar el maldito panorama
general.
—La grabación, sí, fui yo. Lo admito, porque lo hice. Y sí, yo estaba en
esa fiesta, pero ella no estaba allí conmigo y yo no tomé las fotos.
Respiro profundamente, tratando de averiguar qué debo decir a
continuación. Si les cuento toda la historia, irán directamente a Jules y le
pedirán su declaración. No quería decírselo a nadie por esta misma razón,
no quiere revivir lo que pasó y yo lo respeto más que nada. Si se lo digo
ahora, entonces traicionaré su confianza de nuevo. Ella sufrirá por mi
culpa... sólo para que pueda limpiar mi nombre, y que me condenen si lo
hago.
No puedo decirlo, sin importar las consecuencias.
—Mira, esto se arreglará mejor con un juez si admites que tomaste las
fotos.
—Ya te he dicho que yo no tomé esas fotos. No le haría eso a ella.
Golpeo mi puño en la mesa de metal, una y otra vez, deseando que
me escuchen. Cada vez que veo una de las fotos se me revuelve el estómago
y tengo que contener la necesidad de vomitar.
Cole. Él es quien hizo esto. Él lo hizo, y, aun así, estoy pagando por
ello. Estoy cosechando las repercusiones.
—Esto no se ve bien para usted, señor Miller, así que realmente le
aconsejo que confiese, sería una mejor opción para usted.
Mis labios se alinean en una línea delgada, y cruzo mis brazos sobre
mi pecho.
—No lo hice, y no te lo diré de nuevo.
El interrogatorio continúa durante otros veinte minutos con los
mismos resultados. Cada vez que me preguntan me enfado más, el miedo,
la culpa, la maldita vergüenza, palidece en comparación con el odio que
siento por Cole y por mí mismo. Con una mirada entre ellos, los detectives
se levantan, uno de ellos cierra la carpeta y la coloca bajo su brazo.
—¿Estoy bajo arresto? —cuestiono.
El detective Stevens responde.
—No en este momento, pero recuerda mis palabras, encontraré
suficiente evidencia para clavar tu trasero en la pared. Hay bastantes
cretinos como tú en este mundo, créeme cuando te digo que no te echaremos
de menos. Estaremos en contacto, señor Miller
Dejan la habitación, dejándonos a Seb y a mí a nuestra suerte.
—Seb, yo no tomé las fotos.
No sé si me cree o no y no puedo reunir el valor para mirarle a los
ojos. Estoy tan enfadado conmigo mismo, tan enfadado por haber metido a
Jules en todo esto.
Sale de la habitación, como hicieron los detectives, cerrando la puerta
tras él. Dejo que mi cabeza caiga en mis manos, deseando que todo esto
fuera sólo un mal sueño, uno del que me despertaré en cualquier momento.
Me imagino dándome la vuelta y ella está ahí, acurrucada en mi costado,
pero no lo está y nunca lo volverá a estar, porque yo nos hice esto, convertí
esta pesadilla en una realidad. Las lágrimas me pican los ojos. La extraño
tanto, su tacto, su olor, su maldita sonrisa.
Cierro los ojos, recuerdo su cara, sus ojos azules, sus suaves rizos
rubios, su adorable nariz de botones, la forma en que gime y jadea cuando
se desmorona, sus labios rosados. Miles de recuerdos corren a través de mí
parpadeando ante mis ojos como en una película antigua.
Me siento allí por un largo momento, permitiéndome revivir esas cosas
antes de dejar las emociones a un lado y levantarme y caminar de vuelta a
mi casa como un robot. Para cuando llego a casa, mi mente sigue
desordenada. Primero tengo que aclarar mi cabeza, luego tengo que
encontrar a Cole, pero no sé cómo, ni siquiera por dónde empezar. Decido
salir a correr, tal vez eso ayude a calmar la creciente tormenta dentro de mí.
Cuando llego a mi cómoda, abro el cajón de arriba y me congelo. Se
me doblan las rodillas y casi me caigo al suelo. Recojo la camisa que está
bien doblada por encima y la agarro en mi pecho por unos minutos antes
de devolverla al cajón. Saco mis propias cosas, pero dejo la camisa de
algodón desgastada con el logo de Mickey Mouse descolorido encima.
No creo que exista la posibilidad de que vuelva a mí, pero no me atrevo
a pensar que no lo haría. No puedo permitirme creer que no haya ninguna
posibilidad de que vuelva a ser mía. Somos dos piezas de la misma alma,
cada una es para siempre y si la pierdo, bien podría estar muerto.
La esperanza es lo último que se pierde.

********

Los días se mueven lentamente sin Jules. Me obligo a correr todas las
noches sólo para evitar ir a ella. Sebastian no lo ha admitido, pero sé que
ella se está quedando con él, y se necesita todo en mí para darle tiempo,
espacio. Cada día sin ella se siente como una eternidad. Mi razón para
respirar empieza y termina con ella.
Aprieto los dientes, presiono más fuerte, mis pulmones arden, un
delicioso dolor se forma en mis músculos, mientras doy la vuelta a la
manzana y corro el resto del camino hasta la casa. Al acercarme, veo a
Sebastian y a mi padre parados afuera. Parece que están en una
conversación acalorada, en la que no quiero involucrarme. Ya tengo
bastante dentro de mi cabeza. No necesito añadirle más, a menos que tenga
algo que ver con Jules.
—Rem, tienes que venir conmigo —ordena Sebastian tan pronto como
llego a la entrada. Su mandíbula está apretada, y parece enojado.
—¿Qué está pasando? —pregunto entre respiraciones, el sudor gotea
por la frente y el pecho, empapando mi camiseta. Mi padre tiene una extraña
mirada en sus ojos, una que nunca he visto antes.
—La policía te está buscando. Quieren que entres ahora mismo.
Pongo los ojos en blanco. Que se jodan, no hay nada que investigar o
cuestionar. No he hecho una mierda, todavía no. Tendrían algo que
investigar si pudiera ponerle las manos encima a Cole, pero hasta ahora, no
tengo ninguna pista de dónde está.
Me levanto la camisa, me limpio la frente con la tela.
—¿Tengo tiempo para cambiarme y ducharme?
Seb sacude la cabeza, y eso sólo me frustra más.
—Bueno, supongo que vamos a ir entonces —me quejo, dirigiéndome
al todoterreno.
—Deja que te hagan sus preguntas, hijo. La jodiste, sí, pero sé que no
heriste a Jules como dicen que lo hiciste.
Ni siquiera me importa, no hay nada que pueda hacer para que me
crean, no sin revelar lo que pasó esa noche y no le haré eso a Jules. No
volveré a hacerle daño, nunca.
Sebastian y mi padre se suben al todoterreno, y empezamos a ir hacia
la comisaría de policía. Tengo ganas de preguntarle cómo está ella, si todavía
no habla ni come, si todavía tiene pesadillas, pero me preocupa que no me
diga la verdad, aunque se la pregunte.
Papá es el único que me ha hablado de su estado actual. Sebastian es
frío y distante y no suele mencionar a Jules, si es que lo hace, cuando lo
veo.
—Sé que crees que lo hice, pero no lo hice. La amo demasiado como
para hacer algo tan tonto.
—¿Crees que porque me dices que la amas te creeré?
El tono de su voz me coge desprevenido, y antes de que pueda
responder, vuelve a hablar.
—Se niega a comer, a hablar, a ducharse, y a veces tengo que ir a su
habitación por la noche porque me preocupa que pueda dejar de respirar...
que se dé por vencida, que deje de intentarlo.
No hay palabras, no hay respuesta a lo que acaba de decir. Me duele
el corazón, literalmente.
—Eres mi hermano Rem, y te quiero, pero le hiciste daño, le hiciste
mucho daño, y sé que lo sientes, y que no querías que esto se saliera de
control, pero así fue. Lo hizo, carajo, y ahora hay consecuencias por tus
acciones.
—Yo no lo hice, Seb. Tomé la grabación, pero no las fotos. La salvé esa
noche, de él...
La confesión se me escapa de los labios con facilidad.
—¿Qué? ¿Quién es él?
—No puedo decir. No quiero que Jules tenga que revivir esa noche. Si
digo algo, harán más preguntas, irán a ella, la meterán en todo esto, y no
quiero herirla más de lo que ya lo he hecho. No puedo soportarlo.
Sebastian suspira.
—Así que te tomarás la culpa por las fotos, ¿para qué? ¿Para
protegerla? Van a terminar interrogándola de todos modos.
Me encojo de hombros.
—Entonces ella puede decirles lo que quiera. Si quiere decirles la
verdad, de lo que realmente pasó esa noche, entonces puede hacerlo. Si no
lo hace, entonces asumiré la culpa.
Nos detenemos en la comisaría y aparcamos en el pequeño
aparcamiento de enfrente. Abro la puerta, pero mi padre me agarra del brazo
y me impide salir.
—Tal vez deberíamos conseguir un abogado antes de hablar con ellos.
—Papá, no tomé las fotos —gruño.
Me estoy cansando en serio de tener que decirle eso a la gente. Puede
que haya sido tan estúpido como para compartir esa grabación con los
chicos, pero si tuviera fotos de Jules, no las estaría compartiendo con todo
el campus.
Ésas serían mías, todas mías.
—Escuchaste lo que dijo el abogado con el que hablaste. No hay nada
de lo que puedan acusarme. La grabación fue jodida pero no ilegal y no tomé
esas malditas fotos. Lo he negado un millón de veces y lo seguiré negando,
porque no fui yo.
Suspira y me suelta el brazo. Estoy seguro de que piensa que estoy
siendo obstinado, pero no les diré algo a estos imbéciles sólo porque quieran
oírme decirlo. Salgo del coche con mi padre siguiéndome.
—Voy a volver a mi casa —anuncia Seb—. Llámame cuando termines,
e iré a buscarte. No tengo la paciencia de sentarme en otra sesión de
interrogatorio.
Entramos, todos los ojos se levantan y se posan en mí, como si fuera
un criminal trastornado o algo así. Es un pequeño departamento de policía
y parece que todo el mundo sabe por qué estoy aquí. El Detective García
viene a la esquina y me saluda en su habitual forma sin emociones.
—Señor Miller, por favor sígame. —Se mueve hacia atrás y yo empiezo
a caminar, mi padre me pisa los talones—. Lo siento, señor, no podrá venir
con nosotros para el interrogatorio de hoy.
—¿Y eso por qué? ¿Está mi hijo bajo arresto?
La voz de mi padre rebota en las paredes, llenando el pequeño espacio.
—No en este momento, pero tengo una orden para recoger una
muestra de ADN, lo cual haré.
—¿Muestra de ADN? ¿Para qué? No la violó, ¡maldición!
Mi padre expulsa la ira que cubre sus palabras.
—Tenemos a alguien que se ha presentado afirmando que no es la
primera vez que hace algo de esta naturaleza. La segunda chica ha salido y
ha dicho que la has agredido sexualmente. Fue a un hospital para un
examen de violación que dio positivo.
Mi pulso se acelera, mi estómago se está retorciendo en un nudo
apretado. Me han tendido una trampa... no hay otra forma de explicar por
qué me han puesto todo esto. Nunca he tenido sexo con una mujer más de
una vez, y nunca tomo a una que no esté dispuesta. Nunca. Puede que haya
herido a Jules, pero hay una fina línea entre violar a alguien que no te quiere
y grabar algo sin su conocimiento.
—¿Qué? —gruño—. Eso es ridículo. ¿Por qué me acusas de algo tan
repugnante? Nunca haría eso.
El detective me mira fijamente a los ojos mientras habla.
—Porque la chica te nombró específicamente. La señorita Layla Hart,
¿le suena su nombre, señor Miller?
Mis labios se curvan, mis venas se llenan de hielo.
—Tienes que estar bromeando.
Durante las siguientes horas, soy interrogado por los mismos dos
detectives que me interrogaron la primera vez. Alguien entra y toma una
muestra del interior de mi mejilla para buscar ADN. No sé cuántas veces me
hacen las mismas preguntas una y otra vez. Quieren que me derribe, que
confiese, pero no hay una mierda que confesar.
Después de un tiempo, trato de ahogarlos. Pienso en la cara de mi
padre cuando me acusaron de violación. Sé que no quería creerlo, pero
cuando le miré a los ojos, pude ver la duda que le asaltaba. Quiero estar
enojado con él por no creer en mí, pero ¿cómo puede hacerlo después de
todo lo que he hecho? Después de las formas en que lo he decepcionado.
Todas las pruebas apuntan hacia mí, así que no puedo culparlo por dudar
de mí. Si no supiera con certeza que no soy esa clase de hombre, dudaría
de mí mismo.
Rechacé un abogado hace horas. No le vi el sentido. No pueden
hacerme confesar algo que no hice y no hay pruebas de que haya hecho
algo, porque no sucedió.
—Bien, señor Miller, esas son todas las preguntas que tenemos, por
ahora. Pero pronto tendrás noticias nuestras —dice el detective, claramente
descontento con el resultado.
No me importan sus malditos sentimientos. Saldré de la habitación y
bajaré al pasillo antes de que cambien de opinión y me encierren en una de
estas celdas. Cuando llego a la pequeña sala de espera en la parte delantera
de la estación, me doy cuenta de que mi padre ya no está aquí.
Salgo de la estación, esperando que esté fuera, pero después de
buscar en todas partes, no lo veo. No debería sorprenderme que se haya ido,
pero, aun así, duele. La gente tiene tendencia a dejarme y esto es sólo otro
recordatorio de eso. Cada vez que necesitas a alguien, no está ahí, o al
menos así es con mi familia.
Saco mi teléfono para marcar el número de mi padre, pero no puedo
obligarme a pulsar el botón de llamada. Decido volver al campus, no
importa, ya que aún estoy con mi ropa de entrenamiento de todos modos.
Son sólo unas cinco millas más o menos, así que debería estar allí en menos
de una hora. Empiezo a correr, pero rápidamente se convierte en una
carrera en toda regla, y adquiero velocidad con cada zancada. Mis pulmones
arden, pero es un buen ardor, uno que me hace sentir como si finalmente
pudiera respirar. Al menos aún puedo controlar mi cuerpo, porque, joder,
ya no tengo control sobre nada más ahora mismo, sobre todo mis emociones
o mi vida. Y mientras corro como si tratara de superar todas las desgracias
que están ocurriendo en mi vida ahora mismo, me pregunto cómo llegamos
a este punto...
¿Cómo se jodió tanto mi vida?
E
n cuanto Sebastian entra en mi habitación, sé que pasa algo.
Tiene una mirada nerviosa en su rostro, una mirada que
está al borde del terror. Sin saberlo, puedo decir que está a punto
de decirme algo que no me va a gustar.
—Jules, alguien está aquí para hablar contigo.
Cierro los ojos y niego. Mi pecho empieza a temblar con respiraciones
irregulares. Puedo sentir el pánico arrastrándose.
—No, no, no quiero hablar con nadie.
—Lo sé... pero me temo que no hay manera de evitarlo. Lo siento,
Jules, pero es la policía y realmente quieren hablar contigo. Creo que sería
bueno para ti.
—Lo que sería bueno para mí es que todos me dejaran en paz —me
desespero, sintiendo una punzada de ira por primera vez en semanas.
—Están en la sala de estar esperándote. ¿Quieres salir o quieres que
los deje entrar aquí?
Me encuentro negando. De ninguna manera los quiero aquí, este ha
sido mi espacio seguro durante semanas, y no voy a dejar que lo invadan.
Salgo de la cama. Sebastian suspira fuerte, pasando una mano por su
cabello y sé que se siente aliviado.
—Estaré en mi habitación si me necesitas, ¿de acuerdo? A menos que
quieras que salga contigo.
—No, lo haré sola —digo, no hay necesidad de involucrarlo más en
este lío.
Salgo a la sala y encuentro un hombre y una mujer sentados en el
sofá, ambos me sonríen en cuanto me ven.
—Señorita Peterson, encantado de conocerla —me saluda la mujer.
Su voz es suave y reconfortante, muy parecida a la de una manta
favorita, y sé sin duda que es una psiquiatra. He visto psiquiatras antes, mi
padre me hizo ir a ver uno cuando me costó mucho hacer frente a la
mudanza.
—Soy Susan, ¿estaría bien si te llamo Jules?
Asiento ligeramente y me siento en el sillón. Algunas partes de mí
quieren volver al dormitorio y esconderse en la cama, mientras que otras
partes saben que es hora de hablar, aunque sea un poco.
—Jules, este es el detective que dirige la investigación por la que
estamos aquí hoy. Sólo estará aquí escuchando y tomando notas. Yo seré
quien te haga las preguntas, ¿te parece bien? —Asiento de nuevo y ella
continúa—. Sé que va a ser difícil para ti hablar de esto, pero es muy vital
que obtengamos alguna información de ti.
Respiro superficialmente, pero el aire ni siquiera llena mis pulmones.
—Bien, sólo pregunta para que esto termine rápido —le digo y aunque
sé que sueno grosero, sólo me sonríe, sin prestar atención a mi tono áspero.
Susan mira al detective un momento y luego se aclara la garganta.
—Jules, ¿Remington Miller te asaltó sexualmente?
Me duele el corazón al oír su nombre, la herida con costra sobre mi
corazón ahora palpita con sangre fresca. Me duele tanto que tardo un
segundo en darme cuenta de lo que me acaba de pedir.
—No, no lo hizo —divulgo y observo como el detective garabatea algo
en su cuaderno de notas.
Quiero preguntarle qué está escribiendo y por qué, pero no lo hago.
No quiero someterme a nada más de lo necesario.
—La grabación que fue enviada a los estudiantes de su escuela, ¿sabe
cuándo y dónde fue tomada?
Intento mantener mis paredes en alto y no dejar entrar ninguna
emoción, pero esto se hace cada vez más difícil a cada segundo con ellos
haciendo preguntas que casi me obligan a recordar al hombre que me partió
el corazón en dos.
—Fue tomada en mi habitación, unos días después de que empecé la
escuela aquí, tal vez el cuatro de abril.
—¿Estás segura? Tenemos razones para creer que fue tomada en una
fiesta a la que usted asistió unos días después de eso.
Me muevo en mi asiento de repente teniendo la necesidad de
levantarme y salir corriendo. ¿Por qué preguntarían sobre la fiesta? Aparte
de intentar olvidarlo, he hecho todo lo posible por olvidar esa noche.
—Jules, ¿estás consciente de que las fotos fueron enviadas a la
escuela poco después de que se enviara la grabación?
La miro confundida, sin entender lo que dice.
—¿Fotos? ¿Qué clase de fotos?
—Fotos de ti. Fotos que parecen haber sido tomadas en esa fiesta a la
que tú y Remington asistieron.
Una repentina sensación de fatalidad inminente me empapa como el
ácido que cae del cielo.
—Qué tipo de fotografías —repito.
—No estabas completamente vestida en estas fotos y parecía que
estabas desmayada. Parece que las fotos fueron tomadas sin su
consentimiento.
—Quiero verlas —exijo, cada músculo de mi abdomen se tensa y como
si ella esperara que pidiera verlas, saca una carpeta negra de su lado. Me la
entrega, y mi corazón comienza a correr dentro de mi pecho, el sonido llena
mis oídos. Algo se siente como si se envolviera alrededor de mi garganta,
dificultando la respiración, la deglución.
Abro la carpeta y... el mundo se me cae. Lo que encuentro es
exactamente lo que ella declaró, pero una parte de mí esperaba que tal vez
estuviera mintiendo. Mientras miro las fotos, veo que soy yo, medio desnuda
en una cama, es de la noche en que Cole me drogó. Los recuerdos me
vuelven a la mente y es difícil pensar en otra cosa. Cierro la carpeta y la tiro
sobre la mesa, con las manos hundidas en el pelo. ¿Por qué no desaparecen
los recuerdos?
Él. El hombre que me rompió el corazón, envió los recuerdos, pero sin
él, estoy sujeto a su memoria, pero con él, estoy sujeta al recuerdo de su
dolor.
—¿Sabes quién te tomó estas fotos, Jules?
—Sí —digo desesperada, pero no me explico más—. No quiero hablar
de esa noche. ¿Hemos terminado?
—Jules, sabemos que esto es difícil para ti, pero hay otra chica que
se ha presentado. —Hace una breve pausa, sus ojos se mueven entre el
detective y yo—. Ya no estás sola, y tu declaración puede ayudar a otras
chicas en el futuro.
—¿Otras chicas?
—Sí, alguien se ha presentado y ha acusado a Remington de violarla.
Su acusación me hace tambalear.
Una ráfaga de ira rompe mis barreras como una ola que se estrella
contra el borde de un acantilado.
—Te equivocas. Remington nunca haría eso. Lo estás acusando
injustamente.
Me decepcionó y me traicionó de muchas maneras, pero sé... sé en mi
corazón que él no haría algo así.
Tanto Susan como el detective me miran con una mirada
desconcertada.
—Jules, he oído la cinta y he visto las fotos...
—Remington no las tomó y ¿qué cree que pasó exactamente en esa
cinta?
Trato de recordar esa noche, otro recuerdo que tengo que sacar de mi
cerebro porque traté de enterrar cada uno de los recuerdos, pensamientos
y sentimientos cuando se trata de él. Sé que me dijo algunas cosas groseras
esa noche, pero ¿sonaba como si me estuviera violando?
—No está realmente claro lo que pasó sólo por el sonido. ¿El sexo en
ella fue consentido? No sientas que necesitas protegerlo, Jules.
Mis fosas nasales se inflaman y aprieto los puños. ¿Por qué intentan
que admita algo que nunca sucedió?
—No hubo sexo. Él sólo... —Hago una pausa, sin querer decir lo que
realmente pasó, pero luego me doy cuenta de que ya han escuchado la cinta
y la única manera de aclarar esto es decirles la verdad—. No tuvimos sexo,
él... sólo me hizo llegar al orgasmo... con su dedo y luego se fue.
Mis mejillas se calientan al confesar.
Susan asiente sin juzgar, animándome a seguir hablando.
—Pero, ¿qué pasa con esa fiesta? La gente te vio salir con Remington
esa noche.
Salto desde mi asiento, sin poder permanecer más tiempo sentada.
—No quiero hablar de esa noche, ¿de acuerdo? —grito, incapaz de
controlar el volumen de mi voz.
Susan también se levanta y da un paso hacia mí. Mostrándome sus
manos, con las palmas hacia arriba como si estuviera tratando de calmar a
un animal salvaje.
—Jules, puedes decirnos qué pasó. Sé que es difícil, créeme, lo sé,
pero esta información podría ser crucial para la investigación de Remington.
Lo que sea que te haya hecho, podría habérselo hecho a esta otra mujer.
¿No quieres ayudarnos?
¿Ayudarles? ¿Ayudarles a hacerle daño? Sé la respuesta sin siquiera
pensarlo.
—No hizo nada para herirme, me salvó esa noche. Estaba siendo tan
idiota, tenía un mal presentimiento, pero lo aparté.
Después de que digo las primeras palabras, el resto sigue con
facilidad, las palabras siguen apareciendo, y ni siquiera me importa
detenerlas.
—No sabía que había algo en la bebida. No probé nada, y de repente
me sentí muy rara. Caliente y fría a la vez. No quise ir con él, pero me llevó
al dormitorio, y luego empezó a quitarme la ropa. Le pedí que se detuviera,
pero no lo hizo... le rogué que se detuviera y cuando eso no funcionó, traté
de empujarlo, pero era demasiado fuerte.
Mi voz se quiebra al final, mi alma rota se rompe un poco más y ni
siquiera me doy cuenta de que estoy llorando hasta que Susan me da un
pañuelo.
Me seco las lágrimas y continúo.
—Remington entró en la habitación y me quitó a Cole de encima, luego
le dio un puñetazo.
No creo que deba decirle a la policía que pensé que lo iba a matar, así
que dejo esa parte fuera. Lo último que Remington necesita claramente
ahora es encontrarse con un cargo por asalto.
—Luego me ayudó a vestirme y me sacó de allí. Eso es todo lo que
pasó esa noche.
—¿Quién es Cole? —pregunta Susan, y me estremezco al oír su vil
nombre.
No creo que pueda hablar o pensar en él ni un segundo más, pero
luego recuerdo lo que dijo Susan al principio. Esto podría ayudar a otras
chicas en el futuro. Si no hablo ahora, Cole se irá como un hombre libre,
dándole la oportunidad de hacerle esto a otra mujer y eso en sí mismo es
suficiente para mantenerme hablando.
—Cole era el compañero de cuarto de Remington. Tenía una extraña
obsesión conmigo. Él es quien me drogó e intentó... —Ni siquiera puedo decir
la palabra en voz alta, porque entonces se siente como si fuera real, como si
hubiera ocurrido, y aunque sé que casi lo hizo, es más fácil de tragar si no
lo digo.
—Luego, unos días después de eso, me acorraló. Compartimos una
clase juntos, él no apareció, así que pensé que estaba a salvo, pero después
de la clase, me acorraló y trató de obligarme a decirle a Remington que lo
quería. Me amenazó con que yo pagaría si no lo hacía. Tenía miedo, pero no
iba a decirle a Remington porque era una mentira, no lo quería.
Las lágrimas manchan mis mejillas.
—No lo quería —susurro más para mí misma que a nadie más en la
habitación.
—Lo sé, Jules, sé que no lo hiciste. —Susan se acerca a mi lado, me
tiende la mano. Pone su mano en mi brazo, su toque es suave y
reconfortante mientras frota su pulgar sobre mi piel. Me recuerda cómo mi
madre me consolaba de niño, cómo Remington me consolaba la noche en
que todo esto sucedió, y extraño ese consuelo... lo extraño.
—Nunca fue Remington. Fue Cole. Remington me salvó, y no dije nada
hasta ahora porque quería olvidar.
—No tienes que explicarte, esto es completamente normal —me
asegura Susan y de alguna manera eso me hace sentir mejor.
No sé por qué, pero estaba segura de que la gente me juzgaría por lo
que pasó, pero ahora al mirarla, viendo que no hay ningún juicio en su
mirada, y sólo comprensión, sé que me equivoqué.
Una garganta se aclara detrás de nosotros haciéndome girar para
enfrentar el ruido, es entonces cuando me doy cuenta de que el detective
está ahora de pie, y que Seb ha entrado en la habitación.
—Tenemos toda la información que necesitamos ahora. Sólo tengo
una pregunta, señorita Peterson.
La mirada del detective se suaviza en cuanto ve mi cara.
—¿Sí? —dejo salir, parpadeando entre las lágrimas.
—¿Cuándo fue la última vez que viste o supiste algo de Cole?
—Ese día me acorraló después de la clase. Puedo mirar mi agenda de
llamadas y decirte la fecha exacta, pero no puedo recordarla de memoria.
—Eso sería genial, señorita Peterson. Envíeme la información por
correo electrónico tan pronto como pueda y gracias de nuevo. Siento haberla
hecho pasar por esto otra vez.
Me brinda una sonrisa comprensiva y me da una tarjeta. La tomo,
sosteniéndola en mi mano húmeda.
—Dado que estamos repartiendo tarjetas, aquí está la mía. —Susan
también me da una tarjeta—. Si necesitas hablar de nuevo, o simplemente
desahogarte, el número de mi oficina está arriba y mi móvil abajo. Puedes
llamarme a cualquier hora, día o noche.
Si me hubieras preguntado hace dos horas si alguna vez la llamaría,
mi respuesta habría sido un infierno no, pero ahora que he hablado con ella,
lo considero. Definitivamente mantendré su tarjeta cerca de mí.
—Gracias —les digo a los dos y veo como Seb los acompaña a la salida.
En cuanto oigo cerrarse la puerta principal, me tumbo en el sofá. Hablar de
esa noche me quitó un peso de encima, pero también me hizo confirmar que
sucedió y eso fue casi más aterrador que recordarlo.
Sebastian vuelve a entrar en la habitación, con una mirada triste.
—No quise espiar, pero escuché muchas de las cosas que dijiste, más
que nada porque estabas gritando, lo cual me alegra que hicieras. No tienes
ni puta idea de lo contento que estoy de verte enfadada y gritando.
Le doy una sonrisa triste.
—Te debo una Seb. Te debo mucho.
Él sonríe, caminando hacia donde estoy acostado en el sofá. Sin
avisar, me está tirando a su pecho y sus brazos me rodean con fuerza.
—Nunca me hagas eso de nuevo, nunca. Entiendo por qué lo hiciste,
que estabas herida, pero tenía miedo, Jules, mucho miedo.
Nunca fue mi intención herir a Sebastian, pero ahora veo que sí.
—Lo siento —admito, sintiendo sus brazos apretados a mi alrededor.
—No lo estés. La única persona que necesita disculparse es ese cabrón
por hacerte daño, y te juro, Jules... la policía mejor que lo encuentre antes
que yo, porque si lo encuentro yo primero, es hombre muerto. Nunca va a
volver a hacer esta mierda de nuevo.
Sus palabras me aseguran que tomé la decisión correcta a la hora de
decirles lo que sabía. No sólo limpió el nombre de Remmy, sino que también
señaló a la policía en la dirección correcta para encontrar al verdadero
criminal. No podía quedarme quieta y dejar que acusaran a Remington de
hacer algo que sé en mi corazón que no haría.
—¿Qué crees que pasa ahora? —pregunto, sintiendo una frialdad que
me atraviesa mientras me libera.
Sus ojos brillan con la oscuridad.
—Ahora encontramos al bastardo.
Ahora que todo está sobre la mesa, tengo que aceptar lo que pasó.
Primero, necesito digerir lo que Cole me hizo. Entonces necesito trabajar en
lo que Remmy ha hecho y, o encuentro una manera de perdonarlo o
encuentro una manera de seguir adelante con mi vida.
Ninguno de los dos caminos será fácil, pero la vida nunca lo es.
C
asi le cierro la puerta en la cara al detective García cuando lo veo
parado al otro lado. Lo único que me impide hacerlo es que hoy
muestra algo de emoción en su cara. Sus ojos oscuros sostienen
una disculpa, y me aferro a esa mirada.
—Será mejor que estés aquí para disculparte o para decirme que ha
habido un cambio en el caso.
Mis dedos muerden el marco de madera de la puerta mientras hablo.
—¿Le importa si entro, señor Miller?
¿Me importa...?
—Por supuesto, entre —murmuro y doy un paso atrás para que pueda
entrar.
Cruzó la puerta y entró en el vestíbulo y cierro la puerta tras él. Paso
por delante de él y entro en la sala de estar. Mira alrededor de la habitación,
a la cocina que se abre en la sala de estar. El lugar está bastante limpio para
ser una fraternidad, si se me permite decirlo.
—¿Quieres sentarte?
—Claro, gracias. —Se sienta en el sofá y yo en el sofá de dos plazas,
esperando que se explique—. En primer lugar, aunque resulte que usted no
violó a Layla Hart ni tomó las fotos de la señorita Peterson, no me disculparé
con usted. Por un lado, tomaste la grabación y se la mostraste a tus amigos,
lo cual puede no ser ilegal en este estado, pero aun así es una cosa de
imbéciles. Además, sólo estaba haciendo mi trabajo y todas las pruebas
apuntaban a ti, por eso no me disculparé.
—Me parece justo. —Tiene razón, aunque no me guste—. Entonces,
¿por qué estás aquí?
—¿Por qué no nos dijiste lo que realmente pasó esa noche de la fiesta?
—Jules me pidió que no se lo dijera a nadie. Sabía que, si te lo decía,
irías a interrogarla y ella no quería hablar de ello.
García me da un guiño sombrío.
—Jules nos lo contó todo ella misma. Le hicimos saber que alguien
más te acusó de violación y nos dijo que nunca lo harías. Luego nos habló
de Cole y de la amenaza que hizo. También interrogamos a la señorita Hart
de nuevo, y admitió que no fue usted quien la violó, sino Cole. La amenazó
y la convenció de que le echara la culpa a usted.
—Ese pedazo de mierda.
Puede que haya estado enfadado con Layla, pero demonios, no se lo
desearía a nadie. Sólo trataba de protegerse, como yo trataba de proteger a
Jules no diciendo una mierda. La cara del detective García se endurece
cuando abre la boca para volver a hablar.
—¿Sabes dónde está Cole? Hemos buscado en todos los sitios que nos
dicen que frecuenta, pero nadie lo ha visto, no desde que se publicó la
grabación.
—Créeme, si tuviera una sola pista de dónde está, estaría allí en un
abrir y cerrar de ojos para aplastarle la cara.
García me brinda una pequeña sonrisa.
—Como padre de dos niñas, aprecio tu entusiasmo, pero como
detective, te aconsejo que no lo hagas. Deja que la ley haga su trabajo. Si se
te ocurre algo que pueda ayudarnos a encontrarlo, por favor llámanos de
inmediato antes de hacer algo por tu cuenta.
Si lo encuentro primero, rezará para que la policía llegue antes de que
termine con él. Contra la ley o no, no hay nadie que me impida romperle la
cara a ese cabrón. Por Jules, por Layla, pagará por depredar a mujeres
inocentes.
—No puedo prometerle que no haré nada, detective, y estoy seguro de
que entiende por qué. En cuanto a más información sobre él, son más que
bienvenidos a revisar su antigua habitación y preguntar a cualquiera de mis
otros compañeros si saben de su paradero. Por lo que sé, ninguno de ellos
lo ha oído o visto.
—Comencemos con su dormitorio, y veré cómo contactar con tus
compañeros de cuarto.
Me brinda una mirada de alivio como si no esperara que le hubiera
ayudado de ninguna manera, pero ése no soy yo. Estoy enojado por haber
sido acusado injustamente, pero estoy más enojado porque, ese enfermo hijo
de puta está ahí fuera en algún lugar haciendo Dios sabe qué.
Me levanto, le enseño la vieja habitación de Cole, la mayoría de las
cosas de Cole están todavía dentro de ella. García pasa cerca de veinte
minutos atravesando la habitación antes de salir del dormitorio moviendo
la cabeza.
Se va poco después, me da su tarjeta, y me deja que me revuelque en
mis propias penas una vez más. Quiero agradecer a Jules por hablar de lo
que pasó, pero parece una cosa tan estúpida. No es como si lo hubiera hecho
para salvarme el culo. Todo lo que hizo es decir la verdad... una verdad que
probablemente duela mucho decir.
Maldición, es tan fuerte, tan perfecta.
Estoy a segundos de volver a subir las escaleras y entrar en mi
habitación para ducharme e irme a la cama cuando un fuerte golpe resuena
en la habitación. ¿Quién diablos podría ser? Vuelvo a la puerta, abriéndola,
medio esperando que sea García otra vez, tal vez con algunas preguntas
más, pero en cambio, encuentro a Seb ahí de pie, con las manos metidas en
los bolsillos.
—Hola —murmura.
—Hola.
No espera a que lo invite a entrar. Pasa por delante de mí, entrando
en la sala de estar como si fuera el dueño del maldito lugar. Cierro la puerta
detrás de nosotros y lo sigo como un cachorro perdido. Cuando él se sienta
en uno de los sofás, hago lo mismo.
—Siento no haberte creído. No es que no quisiera creerte, pero las
pruebas contra ti eran bastante asombrosas, y sin que Jules hablara, sólo
hizo que todo fuera mucho más difícil de entender.
Lo entiendo... y no lo culpo en absoluto. Es mi hermano, y al final del
día, nada podría cambiar eso.
—No estoy enfadado contigo. Te di muchas razones para dudar de mí
y honestamente, de alguna manera me alegré de que no me creyeras. La
cagué a lo grande con Jules. La decepcioné, dejé que mis emociones
gobernaran mis acciones.
Hago una breve pausa para preguntarle si está bien, cómo se siente,
pero no lo hago.
—Me alegro de que haya podido contarles lo que pasó y que nadie más
haya tenido que hacerlo por ella. Ésa era su historia para contar y la de
nadie más.
Sebastian sonríe.
—Todavía te ama. Incluso a través de toda la mierda estúpida que
hiciste, a través de los errores que cometiste, esa chica todavía te ama.
Sacude la cabeza con incredulidad, y mi pulso se acelera al pensar
que ella es mía otra vez.
—¿Está... está bien?
—Lo está haciendo bien, sonriendo y hablando, lo cual es mucho
mejor que como era antes.
Eso me hace sonreír, sabiendo que está volviendo a ser la misma de
antes. Un mes. He pasado un mes entero sin ella. En el gran esquema de
las cosas, no es mucho tiempo, no cuando pasé tres años sin ella, pero fue
suficiente, después de haberla recuperado.
—Quiero ir a ella, hablar con ella, disculparme, suplicarle y rogarle —
lo admito.
—Yo esperaría, al menos hasta mañana. Dale esta noche para que
respire, para que piense en todo lo que ha pasado hoy.
Asiento, de acuerdo. Por mucho que no quiera esperar, sé que
Sebastian tiene razón.
—Ahora sólo tenemos que encontrar a Cole, hacerle pagar por lo que
hizo.
Seb asiente, una oscuridad parpadea en sus ojos.
—Quiero que pague tanto como tú. Por herirla, por culparte a ti.
Quiero decir que esa grabación fue una jugada de idiota, pero Cole yendo
tras Jules, tratando de...
Su mandíbula se flexiona, y sé que no quiere decirlo. Ninguno de
nosotros lo hace, ninguno quiere pensar en lo que casi hizo.
—Pagará, Sebastián. Puede que vaya a la cárcel, pero pagará.
—No hagas nada que te ponga tras las rejas. Tienes a Jules, si te pasa
algo, ¿a quién tiene ella?
Sonrío.
—Sabes que ella me dijo lo mismo antes.
Pone los ojos en blanco.
—Lo creo. Es la más inteligente de todos nosotros, nunca entenderé
cómo terminó contigo.
Lo golpeo en el brazo.
—Hombre, ¿en serio?
—¿Qué? Incluso tú admitiste que no la mereces.
—Así es, eso no significa que la vaya a dejar. Es mía y mientras me
quiera, seré suyo.
Me casaré con ella, le daré bebés y la haré mía mientras ambos
vivamos, pero primero tengo que probarme a mí mismo, ganar su confianza
de nuevo.
Necesito mostrar que soy digno de su amor.
—Muy bien, suficiente. No quiero escuchar más sobre tu épica
historia de amor. Necesito volver a la casa para ver cómo está Jules, y luego
ir a la cama. He estado trabajando toda la noche últimamente, y me están
empezando a cansar mucho.
Asiento.
—Lo mismo, entre la investigación, la búsqueda de Cole, y el intento
de evitar que vaya a ella, he estado perdiendo la cabeza. Tal vez pueda
dormir un poco esta noche.
Sonrío. Sólo se puede esperar, ¿verdad?
Cuando Seb y yo nos levantamos de los sofás y empieza a dirigirse
hacia la puerta, su teléfono suena en su bolsillo.
Lo saca y mira la pantalla. Ni siquiera tengo que mirarle bien la cara
para ver el miedo ceniciento en sus ojos.
—¿Qué está pasando?
—Tenemos que irnos. Acabo de recibir una notificación de que alguien
entró por la puerta corrediza de cristal de la casa.
Ni siquiera pienso. Acabo de empezar a moverme. Si algo le pasa de
nuevo, si la toca de nuevo, lo mataré.
M
e doy una larga ducha caliente, y luego me hago un chocolate
caliente. No es tan bueno como el que suelo comprar en la
esquina junto al campus, pero aun así sabe bien, y además es
chocolate. ¿Quién deja pasar el chocolate?
No es hasta que la taza está medio vacía que me doy cuenta de que
mi gusto ha vuelto a la normalidad. Sebastian se fue hace unos treinta
minutos, para hacerme saber que volvería pronto. No me dijo adónde iba ni
qué hacía, y aunque no es asunto mío, me siento un poco culpable por
asustarlo como hice durante el mes pasado.
Me arrastro a la cama con un libro y trato de disfrutar de la historia
mientras sorbo mi chocolate caliente y rozo las páginas del libro de bolsillo
en mis manos. Es la primera vez que tomo un libro en semanas, la primera
vez que puedo concentrarme en algo más que en mis pensamientos.
Había perdido completamente el interés en cualquier tipo de
entretenimiento, pero al abrirme a esa terapeuta esta mañana, me quité un
gran peso de encima y ahora, cuando respiro, puedo hacerlo de verdad.
Realmente puedo sentir el aire llenando mis pulmones.
Sé que estoy lejos de volver a mi antiguo yo alegre, pero al menos he
dado pasos hacia ello. Al menos ahora puedo ver la luz al final del túnel,
cuando esta mañana todavía estaba en completa oscuridad. Oírles hablar
de Remmy como lo hicieron, acusarle de cosas tan horribles sólo rompió las
paredes que contenían mis emociones y hablar de lo que pasó las destrozó
aún más.
No importa cuán enojada, herida y devastada esté por lo que me hizo,
no puedo vivir en un mundo en el que Remmy esté en la cárcel por algo que
no hizo y todo porque no hablé. Pensar en él ahora se siente diferente. Antes
de hablar con Susan, no sentía casi nada por él y los sentimientos que me
atravesaban no fueron agradables.
Ahora que me he permitido sentir de nuevo, recuerdo todos los buenos
momentos que compartimos y me pregunto si tal vez pueda perdonarlo,
eventualmente. Trato de imaginar mi vida en el futuro, trato de pensar en
una vida que me haga feliz, un futuro en el que me gustaría vivir.
Dejo el libro a mi lado, sin poder concentrarme más en él. Mi cabeza
comienza a palpitar mientras me devano los sesos pasando por un millón
por escenarios en mi cabeza.
Pienso en mis amigos, en la escuela, en lo que quiero estudiar y en
dónde quiero vivir. Después de unos minutos, me doy cuenta de que cada
escenario tiene a Remmy en él. No hay un solo futuro que pueda imaginar
sin él y eso me asusta un poco.
No sé si podemos volver a estar juntos otra vez, pero sé que lo necesito
en mi vida de alguna manera. Incluso si es sólo como un amigo. Lo amo y
no puedo negarme eso. Siempre lo he amado, aunque no siempre fue el
mismo tipo de amor, fue amor de todas formas.
Me froto las sienes. Dudo que alguna vez esté completa sin él cerca de
mí. Siento que tiene partes de mi alma dentro de él y que, sin él, siempre
me faltará una parte de mí misma. Nunca podría ser completamente feliz
sin él a mi lado. Ahora la pregunta es, ¿podemos encontrar un camino de
regreso al otro? Quiero decir, ¿él quiere encontrar una manera de volver a
mí?
Un fuerte ruido en la sala de estar me saca de mi revolcamiento. Me
quito la manta a patadas y salgo de los límites de mi dormitorio, de puntillas
hacia la sala de estar. En todo el tiempo que he vivido aquí con Sebastian,
nunca ha traído a nadie a casa.
Seguramente me lo diría si lo hiciera, ¿verdad? Me digo a mí misma
que estoy exagerando y poniéndome nerviosa después de todo el asunto de
Cole. Sé que es normal sentirme así, más aún después de todo lo que he
experimentado desde que me mudé aquí.
Sin embargo, me doy cuenta de que no es así en cuanto salgo al
vestíbulo. Mis ojos tardan un momento en adaptarse a la oscuridad, pero
cuando lo hacen, veo una figura de pie en la sala de estar, la puerta corrediza
de cristal detrás de ellos rota, el cristal salpicando el suelo. Un grito se
atrapa en mi garganta y por un solo segundo, el mundo entero se congela a
mi alrededor.
Cole.
Mi cuerpo grita que corra, pero mis músculos se rehúsan a moverse,
mis pies pegados al suelo. El órgano dentro de mi pecho late furiosamente
y todo lo que puedo oír es el zumbido de la sangre en mis oídos. Esto es
todo, aquí es cuando él me tiene.
—No pensé que sería tan fácil llegar a ti, encontrarte.
Su voz se siente como hojas de afeitar cortando mi piel. No hay nadie
que me salve esta vez, nadie que me proteja de él. Trago alrededor del bulto
de miedo que se forma en mi garganta en el último segundo. Todo mi cuerpo
tiembla de miedo y sin pensarlo, vuelvo por donde vine, mis pies descalzos
resbalan contra el suelo mientras pongo toda mi fuerza en poner la mayor
distancia posible entre nosotros. En el proceso, mi cuerpo choca con la
pared, mi pecho se agita, se forman manchas en mi visión.
Ha venido por mí.
—Oh no, no te irás —silba en voz alta.
Escucho sus pesadas pisadas directamente detrás de mí, y en cuanto
su mano agarra mi brazo, grito. Grito tan fuerte que el sonido suena en mis
oídos. Su agarre sobre mí se aprieta y su mano se siente como fuego contra
mi carne.
—No —grito, golpeando mi cuerpo contra la pared en un esfuerzo por
conseguir que me libere.
—Sí, demonios que sí. Esperé todo un maldito mes para llegar a ti.
Durante treinta días, Jules, tenemos que hacer algunas compensaciones.
Esto no puede estar pasando de nuevo.
Me sacude con fuerza, agarrándome por los dos brazos. Mi cabeza
golpea contra la pared, mi cerebro se sacude dentro de ella mientras las
estrellas aparecen ante mis ojos. Se me doblan las rodillas y casi me caigo
al suelo, pero la sensación de Cole tirando de mi ropa, intentando quitarme
la camisa, me provoca una oleada de ira.
No. No dejaré que me haga daño.
Con esa ira viene la claridad y la fuerza. Dejo quietos mis brazos y
dejo que cuelguen a mis lados. Dejo de luchar con él y en su lugar hago de
zarigüeya, la táctica funciona casi instantáneamente, confundiéndolo, y sólo
lo suficiente para que no vea mi rodilla volando hacia su ingle, no hasta que
es demasiado tarde.
Un doloroso gruñido se desgarra de su garganta mientras se dobla,
presionando su mano contra sus bolas.
—Voy a matarte —gruñe con un odio como nunca antes había visto
en sus ojos oscuros.
En cuanto me deja salir de su control, subo corriendo las escaleras y
llego a mi habitación justo cuando él llega a la escalera de abajo.
Cierro la puerta y paso la llave, pero no soy tonta, sé que esa pequeña
puerta endeble no va a detenerlo y no hay ninguna manera en el infierno de
que lo deje entrar aquí conmigo. Miro alrededor de la habitación, pensando
en lo que podría poner delante de esa puerta para impedir su entrada.
Cuando mis ojos conectan con el aparador al otro lado de la
habitación, sé que no hay forma de que pase por esa cosa. Me acerco
corriendo y empiezo a mover la pesada cómoda de seis cajones hacia la
puerta. Gruño, mis movimientos son lentos al principio. Estoy segura de
que esta cosa pesa más que yo, y se nota cuando mis músculos gritan por
el ejercicio repentino. Con la adrenalina corriendo por mis venas, me doy
cuenta de que soy capaz de moverla como si fuera un levantador de pesas
que hace esto a diario.
No escucho nada desde el pasillo y espero que tal vez se haya ido.
Puede que lo haya hecho, ¿verdad? Es sólo una ilusión, me digo a mí misma.
No vendría hasta aquí sólo para atacar e irse. Miro fijamente a la puerta, el
miedo me cubre por dentro. Corro a la mesita de noche y agarro mi teléfono,
está resbaladizo en mis manos sudorosas y casi se me cae la maldita cosa
varias veces. El icono en la pantalla muestra cinco llamadas perdidas. Lo
desbloqueo y marco el primer número que se me ocurre.
Remington responde después del primer timbre.
—¿Jules?
—Está aquí, Cole está aquí —Las palabras salen tan rápido que no sé
si él puede entenderme—. Entró y yo no lo sabía. Me escapé y me he
escondido en mi habitación. Cerré la puerta con llave, pero creo que todavía
está aquí.
—Lo sé, nena, ya vamos. Estamos en camino. En cinco minutos,
estaremos allí en cinco minutos.
Puedo oír el motor del coche acelerando en el fondo.
—Estoy asustada —susurro, mientras mis ojos se dirigen a la puerta.
El hecho de que no haya ningún ruido que venga del otro lado sólo
aumenta mi miedo. ¿Qué está haciendo? ¿Adónde se fue? ¿Por qué no está
atacando? Trato de calmar mi respiración, mi latido, pero no puedo
calmarme. No puedo dejar de tener miedo, porque él está aquí... ha venido
por mí otra vez.
—Está bien, sólo quédate ahí, Jules. No dejaré que te haga daño otra
vez. Cuatro minutos más, eso es todo. Escóndete en el armario si es
necesario.
La voz de Remmy viene a través del teléfono y aunque puedo oír el
tono y el miedo en su voz, el mero sonido me ha calmado lo suficiente como
para detener el inminente ataque de pánico.
Esa pequeña calma se evapora cuando oigo a alguien subir las
escaleras y bajar el pasillo. Escucho algo raspando contra la pared...
—Sal, Jules.
La voz apagada de Cole entra por la puerta cerrada, y mi cuerpo
empieza a temblar, los dientes cascan dentro de mi cabeza.
—Remmy... está... está justo fuera de la puerta —susurro al teléfono.
—Tres minutos Jules, sólo... mantén la calma nena...
El miedo en la voz de Rem me aterroriza aún más.
Bang. Cole patea la puerta y el fuerte ruido me asusta tanto que dejo
caer el teléfono al suelo. Me revuelvo, recogiéndolo con mi mano temblorosa.
—¡¿Jules?!
La voz de pánico de Rem me llena los oídos tan pronto como aprieto
el móvil contra mi oreja.
—Estoy aquí, está tratando de patear la puerta.
Bang. Otra patada hace eco en la habitación. Bang. El sonido es tan
fuerte y violento que lo siento en mis huesos. Siento la ira, la energía que
está ejerciendo con cada patada.
—Dos minutos, Jules, dos minutos —me asegura Remmy.
—No sé si la puerta aguantará tanto tiempo —chillo, mirando con los
ojos abiertos como el aparador se mueve con cada patada.
Bang. La última patada hace que la cómoda se aleje de la puerta un
centímetro y la siguiente después de eso tiene la manija de la puerta
desprendida. Cada patada carcome la única cosa que me protege de él. Mi
corazón late tan rápido que ya no lo siento latir. Siento como si todo mi
cuerpo vibrara con el miedo.
—Jules, ¿estás ahí?
No respondo, las palabras se me atascan en la garganta cuando veo a
Cole abriendo la puerta. Salto, dejo caer el teléfono donde estoy y corro hacia
la cómoda, tratando de empujarla contra la puerta.
Empujo desde un lado mientras él empuja desde el otro, casi como si
estuviéramos en un tira y afloja invertido. Utilizo cada gramo de fuerza que
tengo, pero puedo sentir que se me está acercando centímetro a centímetro.
Clavo mis talones en el suelo, pero sigo deslizándome, la cómoda se aleja de
la puerta con cada empujón.
—Voy a disfrutar mucho haciéndote sangrar, perra.
La voz de Cole está mucho más cerca ahora y cuando miro hacia
arriba y giro la cabeza alrededor del vestidor, me doy cuenta de que está a
medio camino de entrar en la habitación. Empuja su cuerpo a través de la
pequeña abertura y consigue entrar.
Estoy atrapada... atrapada, sin ningún lugar a donde ir.
—¿Era eso realmente necesario?
Sus ojos brillan de rabia cuando se tambalea hacia mí. Su mano me
envuelve la garganta y en segundos me golpea contra la pared más cercana.
Si hubiera aire en mis pulmones, se iría, pero no hay aire... porque el agarre
de Cole es tan fuerte que parece como si respirara a través de una pajita.
—Ahora en vez de sólo penetrarte... voy a hacerlo y luego cortaré la
garganta. Estoy seguro de que tu precioso Remmy disfrutará encontrándote
con mi esperma goteando de tu sexo, mientras tú estás tirada indefensa en
el suelo ahogándote con tu propia sangre.
Sus manos carnosas empiezan a rasgar mi ropa, rasgando la tela con
una mano mientras mantiene la otra fuertemente alrededor de mi garganta.
Cada vez es más difícil respirar, más difícil mantener los ojos abiertos, pero
eso no me impide luchar contra él.
Lucharé con él hasta mi último aliento si es necesario. Lo araño,
golpeo, abofeteo y pateo como si fuera un animal salvaje. Hago cualquier
cosa, y todo lo que puedo para evitar que me toque. Le araño la cara y le doy
en el ojo, haciéndole silbar de dolor y apretar su agarre en mi garganta.
Añade su otra mano y aprieta hasta que mi visión se nubla.
¡No! Le clavo las uñas en la piel, sintiendo cómo le atraviesan la carne,
pero no se mueve, no hasta que oye el fuerte golpe de la puerta. Se vuelve
hacia la puerta que se está moviendo, con los ojos bien abiertos.
Cole me libera en el momento en que Rem y Seb aparecen en la
habitación. Cole le da un puñetazo a Rem, pero es demasiado rápido. El
puño cerrado de Rem golpea la cara de Cole medio segundo después. El
impacto hace que Cole se tambalee hacia atrás y lo siguiente que sé es que
Seb está encima de él, tacleándolo hasta el suelo. Sebastian comienza una
lluvia golpes en la cara de Cole.
Mi cuerpo está temblando, toda la habitación girando a mi alrededor,
y entonces Remmy aparece frente a mí, arrodillado en el suelo.
—¿Estás bien?
Sus ojos me miran como si me estuviera escaneando en busca de
lesiones. Levanta sus manos para tocar mis hombros, pero no se lo permito,
sino que me abalanzo sobre él, lanzando mis brazos a su alrededor. Cierro
los ojos y entierro mi cara en el cuello, inhalando profundamente.
—Estás bien ahora, estoy aquí —me susurra en el pelo y me inunda
con olas de alivio.
Sé que lo que dice es verdad.
Está aquí ahora y estoy a salvo.
Puedo oír las sirenas de la policía acercándose desde lejos, y me aferro
más a Remmy. Me tiene en sus brazos, protegiéndome de Cole, de la sangre
que está en los puños de Sebastian, del caos que nos rodea.
Me mantiene unida mientras me desmorono de nuevo. Y, aun así,
cuando el mundo se derrumba sobre mí, encuentro que es la única persona
que quiero que me sostenga.
—¿Llamaste a la policía? —pregunto.
—Sí, ¿no llamaste a la policía antes de llamarme a mí?
—No.
Ese hecho sólo se me ocurre ahora.
—Está bien. Están aquí ahora, eso es todo lo que importa.
La policía llena la habitación, haciéndola parecer cada vez más
pequeña, pero Rem nunca me deja ir. Esposan a Cole y lo sacan de la
habitación mientras me aferro a Remmy con un agarre mortal.
—Lo siento... lo siento mucho —Remmy sigue repitiendo en voz baja
y es cuando me doy cuenta de que ya sé la respuesta a mi pregunta anterior.
¿Podría perdonarle alguna vez? Sí.
—Te amo. Siempre te he amado y no creo que eso cambie nunca.
Al oír mis palabras, sus brazos se tensan hasta casi dolerme.
—Yo también te amo, Jules. Demasiado. No sé qué me pasa. No sé por
qué sigo arruinándolo, pero sé que te amo y que haré todo lo que pueda para
demostrártelo si me dejas.
—No quiero que sigamos más separados —digo—. Quiero estar
contigo... siempre.
—Y lo estarás. A partir de este día, somos tú y yo, Jules. Tú y yo.
Dos semanas después

L
a vida volvió a la normalidad, o a lo más normal posible. Todo lo
que me importa es que Jules es mía otra vez. Juré trabajar por ser
un mejor hombre, por tomar mejores decisiones.
Tenía planes, planes que implicaban recuperar el tiempo perdido, que
implicaban ponerle un anillo en el dedo y darle mi apellido. No se lo pediré
hoy, ni siquiera mañana, pero pronto.
Pronto la haré completamente mía, como siempre fue destinada a
serlo. Pero antes de eso, es importante para mí que se curen de las heridas
que he creado y del ataque que Cole le infligió. Me dice a menudo que se
siente segura conmigo, que no quiere que vaya a ningún sitio sin ella, y
nunca lo haré, nunca.
—Jules.
La voz de mi padre llena mis oídos, arrancándome de mis
pensamientos.
—Papá Miller —saluda Jules a mi padre con una sonrisa y suelta mi
mano para darle un abrazo.
Hoy es nuestra primera cena de domingo juntos en más de un mes y
estoy disfrutando de su brillo. Sigo corriendo a diario, principalmente para
lidiar con la ira que corre por mis venas por Cole, por ser tan estúpido e
inmaduro. Además, me ayuda a despejar la cabeza.
—¿Cómo te sientes, niña bonita? —pregunta mi padre mientras voy a
la cocina a ayudar a Sebastian a terminar la cena.
—Bien. Sintiéndome más y más como yo misma cada día.
Su confesión conmueve mi alma. Sólo podía desear el día en que ella
volviera a ser la persona alegre de siempre. Extraño ese lado de Jules.
Sebastian me da un codazo en el hombro y le miro. Lleva una
permanente mirada de vergüenza en su cara por cómo me ha tratado
durante el último mes y cada vez que lo veo, quiero borrar la mirada de su
cara. Es mi hermano, sí, y mi familia, pero sólo porque somos familia no
significa que tenga que creerme. No puedo culparlo por reaccionar como lo
hizo, especialmente con toda la evidencia apuntando hacia mí, y él
queriendo proteger a Jules.
—¿Cómo estás? —pregunta.
—Bueno, me iría mejor si dejaras de mirarme como si lo sintieras todo
el tiempo. ¿Quieres que te quite esa mirada de la cara?
Sonrío. Sebastian sonríe.
—Podrías intentarlo. —La sonrisa se desliza una pizca—. Me siento
como un imbécil. Soy tu hermano, debí haberte creído.
—Deja de sentirte mal. Era parcialmente culpable de todos modos.
Herí a Jules, quizás no tanto como Cole, pero aun así la herí. Tenías todo el
derecho de no creerme. Estoy agradecido de que hayas estado ahí para Jules
cuando yo no podía estarlo. Si no fuera por ti...
Me quedo atrás, con un dolor distintivo formándose en mi pecho. No
quiero pensar en lo que hubiera pasado con Jules si no hubiera tenido un
lugar donde ir.
Sebastian pone su mano en mi hombro, evitando que el pensamiento
se arraigue.
—Todo lo que importa es que la tienes de vuelta, que se está curando,
y que no volverás a cometer los mismos errores. Te ama, y sé que tú la amas,
así que no hagas nada estúpido para arruinarlo.
—Oh, no lo haré. Nunca voy a renunciar a ella, nunca.
Sebastian sonríe.
—Bien, porque si lo haces, te patearé seriamente el maldito trasero.
—No te preocupes, no tendrás que hacerlo. Me patearé mi propio
trasero.
Los dos nos reímos y ayudo a Jules a poner la mesa para la cena
mientras Sebastian termina la ensalada y los palitos de pan.
—Te amo —susurro contra los labios de Jules mientras la tiro contra
mi pecho.
Ella me rodea con sus delgados brazos, y me saboreo la sensación de
ella a mi alrededor. Han pasado dos semanas, dos semanas de sostenerla,
y, aun así, no me canso de tenerla en mis brazos. Hace tiempo, quería
vengarme... quería que sintiera mi dolor, pero ahora todo lo que quiero es
quitarle el dolor, quitarle las pesadillas que aún la acosan.
El amor, el profundo e indisciplinado tipo que reclama cada onza de
tu alma tiene una forma de cambiar las cosas, y me cambió, completamente.
El sonido de la barriga de Jules me hace retroceder.
—¿Hambrienta?
Sonrío.
—Muerta de hambre.
—Date prisa ahí dentro, Seb. Jules se va a comer la casa.
Jules me da un codazo en el estómago y sacude la cabeza con una
pequeña sonrisa en sus labios rosados. En ese mismo momento, un fuerte
golpe en la puerta de entrada nos asusta a todos. Después de pasar las
noches en la comisaría, no me sorprendería que el Detective García pasara
a vernos. Suelto a Jules y camino hacia la puerta, abriéndola sin siquiera
mirar a través de la ventana de cristal hacia el lado.
Tan pronto como abro la puerta, mi boca se abre. La conmoción y la
emoción pintan mis rasgos cuando no veo a nadie más que a mi hermano
mayor, Alexander, parado ahí con una sonrisa de conocimiento en su cara.
Es más grande, incluso más alto, y tengo que parpadear un par de veces
para asegurarme de que es él el que está delante de mí.
—¿Vas a dejarme entrar, Rem, o tengo que quedarme fuera?
Sonríe, mientras sus ojos marrones teñidos de rojizo parpadean con
diversión. Me aparto del camino, dándole espacio para entrar.
—¿Qué está pasando? ¿Quién es...?
Las palabras de Sebastian se interrumpen cuando ve a Lex.
—Mierda —murmura en voz baja—. Papá, tienes que ver esto.
Lex pone los ojos en blanco, actuando como si estuviéramos siendo
dramáticos o algo así, pero en realidad, hace más de un año que no lo vemos,
así que hacer que entre aquí sin avisar va a llevar un poco de tiempo
acostumbrarse.
—Qué demonios, hijo, el juego está en marcha, y Jules y yo estamos...
La mirada de Lex se posa sobre mí.
—Hola, papá. Jules.
Papá y Jules vienen caminando a la vuelta de la esquina un momento
después.
—Bueno, que me condenen. Tengo a todos mis chicos en casa de
nuevo. —Nuestro padre envuelve a Lex en un fuerte abrazo—. Esta vez te
quedas, ¿verdad? Por favor, dime que no te has vuelto a alistar.
—No, ya estoy en casa para siempre —responde Lex.
Las emociones no se ven en su cara, casi como si las estuviera
escondiendo, o no se permitiera sentir nada como hizo Jules y si ése es el
caso entonces me siento increíblemente triste por Lex.
—Gracias a Dios. Te he echado de menos, hijo, ¿cómo estás? ¿Cómo
fue tu vuelo? Si nos hubieras avisado que venías a casa, habríamos hecho
una fiesta o algo así.
Lex sacude la cabeza.
—Y eso es exactamente por lo que no te lo dije. La cena de los
domingos con mi familia es todo lo que podría pedir.
Humilde, amable, decidido y terco, ésas eran sólo unas pocas
palabras para describir a mi hermano. Unirse a la infantería de marina era
todo lo que quería, y creo que fue bueno para él, le dio disciplina. Pero ahora
me pregunto qué le ha hecho el ver las partes oscuras del mundo.
—Jules.
Lex le guiña un ojo, y ella mueve la cabeza, caminando hacia él. Lo
rodea con sus brazos y él la aprieta con fuerza contra su pecho.
—¿Supongo que Seb y Rem todavía te están volviendo loca? —
pregunta.
—No tienes ni idea —rechina mientras él le da un último apretón.
—¿Tienes hambre? —pregunta Seb.
—¿Me conoces siquiera?
Lex se ríe y es profunda, cordial, algo que me llevará tiempo
acostumbrarme a escuchar. Amo a mi hermano, pero también se fue cuando
lo necesitábamos. Como siempre, me había acostumbrado a que los que
necesitaba en mi vida se fueran.
—Bueno, vamos a comer.
Mi padre le da una palmada en la espalda a Lex, y todos nos dirigimos
al comedor. Agarro un juego extra de cubiertos, plato y vaso y los pongo en
la mesa en el lugar habitual de Lex. Se instala en su asiento, charlamos y
comemos. Lex nos dice lo que ha estado haciendo los últimos dos años o al
menos las partes que puede compartir con nosotros. Seguido de cómo va a
usar la Ley del Soldado para asistir a clases aquí en la universidad.
—Si necesitas ayuda con algo, házselo saber a Rem o a mí. Estaré en
el edificio de administración y Rem, bueno, es un estudiante así que puede
ayudar, supongo. Oh, y Jules también —ofrece Sebastian mientras Lex toma
un trago de su agua.
—Ya tengo un apartamento. Sólo tengo que inscribirme en las clases
—anuncia.
Obviamente, ha estado planeando esto desde hace tiempo, la
pregunta es, ¿por qué no llamó para decirnos que volvía a casa? Había
muchas preguntas sobre la reaparición de Alexander en nuestras vidas, y
no muchas respuestas.

*********

—¿Estás feliz de tener a Lex de vuelta en casa?


Jules pregunta más tarde esa noche cuando regresamos a su casa.
Me desnudo hasta quedarme en calzoncillos, y ella lleva su camiseta de
Mickey Mouse.
Verla en esa cosa me excita. No hemos hecho nada más que besarnos,
y me parece bien, pero no sería un hombre si no dijera que sostenerla en
mis brazos, sentir sus suaves curvas contra mi duro cuerpo, y escuchar sus
suaves jadeos mientras duerme no me deja quererla a un nivel más
profundo. Un nivel que incluye poner mi miembro dentro de ella.
—Por supuesto que estoy feliz de tenerlo en casa. Pero a diferencia de
Seb y mi padre, sé que no es el mismo.
—¿Qué quieres decir?
Se inclina hacia mí, dándome una mirada desconcertada, sus
pequeñas manos rozan mis abdominales cincelados. Maldición. Si sigue
tocándome así, no resistiré. Tendré un orgasmo como un adolescente de
mierda.
—Quiero decir, tiene una mirada en sus ojos. No sé si puedo
precisarlo. Todo lo que sé es que no tenía eso antes de irse. Estoy
acostumbrado a que la gente se vaya y sé cuándo y si alguien quiere volver.
Sólo sé que Lex está ocultando algo.
Quise decir la última parte más para mí que para ella. No quiero que
se preocupe por nada más que por ella misma en este momento.
Va a terapia para lidiar con las pesadillas y todos los traumas que han
ocurrido en los últimos meses. Quiero que esté sana y feliz antes de que
empiece a preocuparse por mí o por alguien más.
—Bésame —susurra Jules, mordisqueando su labio inferior con una
seducción que no he visto en lo que parece una eternidad. Como si pudiera
negarle una petición tan fácil, la beso, la tomo por las mejillas y la llevo en
mi regazo. Su núcleo caliente presiona contra mi estómago y siento la
humedad de sus bragas contra mi piel.
Me quiere... me quiere, y me siento el bastardo más afortunado del
universo porque me he quedado con ella.
Me alejo, rompiendo el beso, dejándonos a ambos jadeando.
—No tenemos que hacer esto todavía. Tenemos todo el tiempo del
mundo, Jules —aseguro, apartando unos mechones de su pelo rubio detrás
de su oreja.
Es angelical, perfección absoluta y Dios estaba más que cuidando de
mí cuando la puso en mi camino.
—Sé que no tenemos que hacerlo, pero quiero hacerlo, Remmy. Quiero
volver a sentirme cerca de ti. Quiero sentirte dentro de mí. Mi cuerpo anhela
el tuyo. Eres el bálsamo curativo, la única cosa que deseo en este mundo,
que me mantiene cuerda cuando todo lo que quiero hacer es bloquear todo.
Su confesión es todo lo que necesito oír para tomar la iniciativa en
adorar su cuerpo. Nos desnudamos los dos en segundos, sus pezones
rosados se endurecen incluso antes de que me meta uno en mi boca,
chupándolo. Un gemido se escapa de su boca mientras se aferra a mí, sus
labios se mueven sobre mi pulso palpitante.
—Te quiero —ronronea como un gatito.
—Lo sé, nena, pero te quiero empapada. Es sólo tu segunda vez y no
quiero hacerte daño.
Realmente no, la idea de herirla de nuevo, física o emocionalmente,
me hace sentir mal del estómago.
—No lo harás.
Mueve su centro contra mi miembro de acero, haciendo difícil que
respire, difícil que piense en otra cosa que no sea hundirme en su canal.
—Jules —gimo, mientras flexiona mis caderas hacia delante y la
cabeza de mi miembro choca contra su entrada.
—Por favor, Rem. Por favor, sólo tómame. Muéstrame cuánto me
amas, cuánto has extrañado esto.
—Vas a matarme —gruño, la levanto por las caderas y mi miembro se
desliza justo dentro de su estrecho agujero.
Sus ojos azules se quedan en los míos mientras lenta, muy
lentamente, la hundo en mi miembro. Una vez que está sentada
completamente, me aprieta tan dolorosamente que estoy seguro de que
podría morir. Meto una mano en sus rizos y ataco su cuello, chupando la
carne tierna, marcándola de una manera que sólo yo puedo.
Entonces empezamos a movernos como uno, sus caderas se levantan
con cada empujón, sus labios rosados cantan una canción que sólo yo
puedo oír. Sus uñas se hunden en mis hombros y nuestras frentes se tocan.
Todo lo que siento es ella... todo lo que necesito es ella.
—¿Estás cerca? —gimoteo, sintiendo el placer que me atraviesa, y bajo
mi miembro con cada golpe.
—Sí —gime, con los ojos cerrados.
—Abre esos bonitos ojos, nena... quiero ver tu cara cuando consigas
tu orgasmo. Quiero ver tu alma —ordeno, y ella hace lo que le pido, abriendo
sus ojos una vez más.
Unos pocos golpes más y un giro de mis caderas rozan ese punto dulce
en lo profundo de ella y se desmorona, su boca forma una O perfecta, su
pecho sube y baja rápidamente. Su corazón late furiosamente contra su caja
torácica, como si tratara de escapar y encontrarme.
—Remmy... Oh... —gime, cayendo contra mi pecho.
Ahí es cuando tomo el control, no puedo más y la penetro como una
bestia salvaje. La sujeto fuertemente contra mi pecho y me niego a dejar que
ni siquiera un centímetro separe nuestros cuerpos. El fuego llena mis venas
mientras me meto dentro de ella, mis bolas golpean su trasero,
empujándome cada vez más cerca del borde.
—Derrámate en mí, Rem. Derrámate para mí —susurra contra mis
labios y así de simple, lo hago.
Es como si tuviera un completo y maldito control sobre mi cuerpo. Mi
orgasmo me golpea tanto que aparecen puntos negros sobre mi visión...
tanto que juro que puedo sentir nuestras almas moldeándose en una sola.
Cuerdas de pegajosa de esperma caliente llenan su vientre, mi miembro se
sacude con réplicas de placer mientras permanezco sentado tan
profundamente dentro de ella que puedo sentir su corazón latiendo al
unísono con el mío.
—Te amo —gruño.
He pasado de ser un hombre quebrado a un hombre curado, y todo
por amor, porque dejé atrás el dolor, la ira y la angustia.
—También te amo, tanto, tanto, tanto.
Sus palabras se hunden en mi piel, me marcan, nos marcan, y la
tengo en mis brazos como juré hacer cada noche.
Jules no es sólo un recuerdo, o una apuesta; lo es todo, el aire, la luz,
la maldita cosa que necesito para vivir, y sin ella, no soy nada.
No hay Remington Miller sin Jules.
C
ada nuevo año escolar viene con un nuevo grupo de imbéciles. Los
imbéciles de este año no serán diferentes a los de los años
anteriores. Mi vieja fraternidad está celebrando la fiesta de fin de
curso del año y por mucho que no quiera ir, le prometí a Thomas que
vendría, que al menos haría una aparición.
—Si no quieres ir, podríamos volver al apartamento —exclama Jules.
—No me tientes. Nada me gustaría más que llevarte de vuelta al
apartamento, extender esos muslos cremosos, y...
—¡Amigo, lo lograste!
La voz de Alan me llama, interrumpiéndome antes de que pueda
terminar lo que quería decir. Está de pie en la puerta, con una rubia
pechugona en su brazo y una pecera en la mano llena de llaves del coche.
Veo que los chicos se han vuelto más inteligentes, más seguros.
—Por supuesto. Soy hombre de palabra —sonrío.
La vieja casa de la fraternidad está llena, la gente entra y sale de la
casa. La música resuena desde dentro y en la calle. ¿Cómo es que nadie ha
llamado a la policía por culpa de estos cabrones?
—Los chicos están dentro esperándote, estaré allí en un minuto —
guiña—. Oh, y hola Jules —saluda, y ella le brinda un tímido saludo. No le
gustan este tipo de fiestas, y no la culpo.
Mi mano se aprieta mientras nos guío a través de la multitud, y hacia
donde Thomas está parado. Llevo a Jules detrás de mí apenas logrando
pasar sin que los borrachos nos golpeen. Alguien grita en mi oído mientras
caen borrachos en un grupo de gente a mi izquierda. No puedo creer que me
encantasen este tipo de fiestas. Todo lo que quiero hacer ahora es dar la
vuelta e irme. Podría nombrar al menos veinte cosas mejores que hacer en
este momento.
Thomas me da una palmada en el hombro cuando finalmente lo
alcanzamos, y tres tipos más se acercan a nosotros una vez que me ven.
Cada vez que aparezco en una de estas fiestas toda la universidad pierde su
mierda. Todo el mundo habla de Jules y de mí, de cómo soy dominado ahora
que he encontrado a la mujer de mis sueños.
No hablan de la lucha que tuvimos que pasar para llegar aquí. El dolor
que ambos soportamos, el dolor que ella soportó. Sólo ven lo que el círculo
de chismes esparce. Pero los círculos de chismes pueden chupar mi
miembro porque tengo todo lo que necesito.
Conozco a dos de los tipos. Vance y Clark, invitados habituales de la
fiesta en la fraternidad y sobre todo chicos divertidos. Demasiado arrogantes
para mi gusto, pero como novatos, no esperaría menos de ellos. Vance
asiente con la cabeza, reconociéndome, mientras Clark, su mejor amigo, se
lame los labios, sus ojos vagando sobre Jules con una mirada depredadora.
Maldición, no.
Estoy a punto de decir algo. Probablemente con mis puños, pero luego
sus ojos se alejan de Jules y se encuentran con los míos. Inmediatamente
me ve fulminándole con la mirada y levanta las manos, mientras niega.
Buena maldita elección.
—Mierda, necesito otra cerveza, o doce —dice Vance, mirando en su
taza vacía.
—Parece que estás tratando de beber tus preocupaciones —digo—. Es
el fin del maldito año, ¿de qué podrías tener que preocuparte?
No es que me importe, lo único que me importa está a mi lado, pero
trato de ser amigable porque en la universidad las apariencias lo son todo.
—Su padre se va a volver a casar —dice Clark—. Y va a tener una
hermanastra.
—Oooh una hermanastra —el tipo que no conozco se ríe—. ¿Qué edad
tiene?
—Dieciocho —Vance deja salir entre dientes, aplastando la copa en
su mano.
Claramente, no está contento con la situación y quiero decirle que
podría ser peor, pero no lo hago.
—Bueno, mientras esté buena... quiero decir que es legal, así que la
mitad de tu problema se ha ido.
—Cállate, Mark —advierte Vance, y hay una oscuridad dentro de él.
Una oscuridad que entiendo muy bien—. Solía conocerla, y no me importa
si está buena. Es una perra y una mentirosa, y eso debería ser suficiente
advertencia para que te mantengas alejado de ella.
—Lo tengo, no quieres acostarte con tu hermanastra. No te preocupes,
le enseñaré el campus... y mi pene.
Mark suelta una carcajada que hace que Vance se quiebre como un
palo bajo presión.
Se mueve tan rápido que Mark ni siquiera ve venir el puño. Todavía
está riéndose cuando los nudillos de Vance le golpean en la cara. La cabeza
de Mark se retrae y la sonrisa se le borra literalmente de la cara.
—Aquí vamos de nuevo... —murmura Clark, llevando su copa a sus
labios. Parece que hay un tema recurrente con este chico. Siempre está
peleando, usando sus puños como palabras.
Jules jadea y la arropo detrás de mí para que no tenga que ver la
violencia que tiene lugar delante de mis ojos. Mark vuelve a tropezar con la
multitud. Sus brazos se agitan mientras intenta mantenerse en pie, pero
pierde el equilibrio, el golpe y el alcohol que pulsa por sus venas no le
ayudan en absoluto. Su trasero cae en el suelo de madera.
Se forma un círculo a nuestro alrededor, la gente empieza a animar,
hay un aire de peligro y por un momento creo que eso va a ser todo, pero
luego veo a Vance acechando a Mark como si fuera su nuevo objetivo.
Empuja a Mark borracho hacia atrás y le pone una rodilla en el pecho para
sujetarlo mientras sigue adelante con sus puñetazos.
—Estaba... estaba bromeando... —jadea Mark, pero sus palabras no
detienen el asalto de Vance.
No estoy seguro de que nada lo haga en este momento. Puedo oír sus
golpes sobre el rugido de la multitud. Mark no tiene ninguna oportunidad y
me siento mal por el tipo. Debería haber mantenido la boca cerrada.
—Remmy, haz algo.
Jules me da un codazo en el costado, pero ya sé que debo intervenir
cuando el cuerpo de Mark se empieza a adormecer a un lado, diciéndome
que se ha desmayado. Vance no parece darse cuenta o preocuparse, sólo
usa al cabrón como su saco de boxeo personal.
—Ya basta, señor Preston —regaña Clark mientras nos movemos
simultáneamente.
Él agarra un brazo y yo el otro, para apartarle de Mark antes de que
lo mate. Mientras sacamos a Vance de Mark inconsciente, golpea dos veces
más en el aire, antes de finalmente soltarse.
—Bien, me detendré —dice Vance entre dientes.
Lo tiramos hacia atrás unos metros más antes de soltarlo.
—Ve a por una cerveza y cálmate de una puta vez —digo, dándole una
palmada en el hombro.
Se encoge de hombros, pero hace lo que le digo y se gira para ir a la
cocina.
—Yo lo cuidaré —me dice Clark, sonriéndome antes de seguir a su
mejor amigo como un cachorro perdido. No estoy seguro de que ese chico
tenga un hueso bueno en su cuerpo.
Jules se acerca a mi lado, acurrucándose, haciéndome olvidar lo que
estaba pensando.
—¿De qué se trata? —pregunta.
—No estoy seguro, pero supongo que él y su futura hermanastra
tienen algún tipo de historia.
—Oh, ¿en serio? ¿Suena un poco como nosotros?
Mueve las cejas. La miro fijamente, sin creer que todavía es mía, y que
no he vuelto a arruinarlo.
—No creo que haya nada que lo salve. Usa sus puños en lugar de sus
palabras. Tiene un problema de ira, y estoy bastante seguro de que también
problemas paternales.
Jules pone los ojos en blanco.
—Tan fácil de juzgar, señor Miller, y yo que creía que lo único que
quería era ayudar a los demás, ser un hombre mejor.
Mis ojos se fijan en el anillo de diamantes que adorna su dedo anular.
No pude evitar preguntarle, aunque acordamos que no nos casaríamos
hasta después de graduarnos. Necesitaba, no, quería hacer que cada
bastardo del campus supiera que es mía.
—Te mostraré a un hombre mejor... tan pronto como lleguemos a
casa.
Sus mejillas se sonrojan y juro que nunca superaré la forma en que
me mira, o la forma en que reacciona ante mí.
—Bésame —ordena, poniéndose de puntillas.
Su pelo rubio enmarca su rostro angelical, con sus ojos azules
dirigiéndose a mí.
Y como si pudiera negarle lo que quiere, aprieto mis labios contra los
suyos, saboreando lo mejor que me ha pasado.

FIN
C
assandra nació y creció en Alemania. Se movió a los Estados
Unidos cuando cumplió sus dieciocho años. Ella es ahora una ama
de casa con tres niños y felizmente casada. El amor a la lectura
trascendió a la escritura cuando puso sus dedos en el teclado y comenzó a
escribir sobre el lado oscuro del romance.

J
.L. Beck es una autora de superventas del USA Today. Ella ha
escrito más de cincuenta diferentes novelas románticas. Comenzó
su viaje de escritora en el año 2014 y no ha frenado ni un segundo
desde entonces.
Ha sido cautivada por el romance real y le encanta leer sobre fuertes
hombres Alfas, tanto como atrevidas heroínas que saben o no saben lo que
quieren. Es mejor conocida por brindar un felices para siempre pero termina
las cosas con suspenso una o dos veces.
Cuando no está escribiendo su siguiente libro, puede encontrarla
ejerciendo su papel de madre de sus dos adorables niños y casada con su
chico de la secundaria.
Está obsesionada con Starbucks, las redes sociales y es
definitivamente una persona que ama a las perros más que a los gatos.

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