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Figueres frente a éste opositor implacable crecía día a día, m ientras Echandi, sin
program a, pero con evidente habilidad táctica explotaba los errores y debilidades
del gobierno. Quizás la falta de program a le facilitó a Echandi su labor, y le per­
mitió ir entretejiendo voluntades políticas distintas entre sí, que tenían el común
denom inador de oponerse a Figueres y a su Partido. Su estilo personal, un tanto
oligárquico, pero sencillo, afable e ingenioso, le ayudaba a captarse la voluntad de
la gente y le daría luego a su adm inistración un sabor republicano tradicionalis-
ta, cuando le tocó ejercer la presidencia en el siguiente cuatrienio.
Por su parte, el calderonismo juzgaba que las condiciones internas y externas
del país se conjugaban para sacar a Figueres del poder por la vía arm ada. C onta­
ban para ello con una opinión pública favorable, que abucheaba a los ministros
en los estadios y protestaba abiertam ente contra las medidas del gobierno. E x­
ternam ente, el anticom unism o recalcitrante recorría Am érica y legitimaba en
nom bre de la dem ocracia las tiranías de Trujillo, Pérez Jim énez y Somoza. Fren­
te a tal coalición de espadas en el exterior, y una nueva confluencia política del
calderonism o populista y el capital conservador, los Estados U nidos no dudarían
—pensaban los conspiradores— por quién tom ar partido, y el retorno de Calde­
rón-G uardia («el D octor», como se le llam aba), se consideraba un hecho. La re­
nuncia a su alianza anterior era explícita, y en la radio clandestina rebelde uno de
los ataques favoritos contra Figueres era por su alianza con el comunismo; y una
de las reiteradas prom esas consistía en acabar de una vez y para siempre, con el
peligro com unista en Costa Rica.
Somoza jugaba aquí sus propias cartas, como lo había hecho en diciem bre de
1948. Contaba ahora con el apoyo de los otros dictadores del Caribe, y nueva­
m ente estaba dispuesto a forzar sus relaciones con el gobierno norteam ericano
hasta donde fuera posible para m antener su poder. No era un secreto ni para él
ni para los otros dictadores, que el gobierno de Costa Rica, con Figueres a la ca­
beza, era un nido de conspiradores contra todas esas tiranías. Sin embargo, So-
moza tenía una clara concepción de su propósito, y no parecía sufrir de ojerizas
políticas, excepto en la medida en que hubiera un peligro efectivo contra su po­
der. Pasado ese peligro, Somoza era capaz de acom odarse a cualquier situación y
convivir con ella tranquilam ente. No era ese el caso de Calderón-G uardia. Este
quería derrocar a Figueres y retom ar el poder, y estaba dispuesto a llegar al final
en la búsqueda de su objetivo, m ientras que el nicaragüense estaba dispuesto a
retroceder tan pronto se le asegurara su disfrute tranquilo del poder.
Los «coyotepes» —como se les llamó a los calderonistas insurrectos por el
lugar de Nicaragua donde habían sido entrenados— entraron en el país en el mes
de enero de 1955. Sus acciones m ilitares no encontraron el eco interno que los lí­
deres rebeldes y sus aliados suponían. E l pueblo se m antuvo pasivo ante una ac­
ción que no respondía a sus necesidades ni a su ánimo. La operación adquirió
desde un comienzo un claro tinte externo que el gobierno se encargó de subra­
yar, acudiendo a los organismos interam ericanos, que si bien no condenaron a
Nicaragua, sí interpusieron su gestión para pacificar la frontera. La operación fue
una aventura ingrata desde el principio y sirvió para que el gobierno se recupe­
rara de su pérdida de prestigio. Los Estados Unidos tom aron partido por el go­
bierno constitucional de Figueres y m ostraron su repudio a la acción de Somoza
por m edio de una venta simbólica de tres aviones de com bate a razón de un dólar
por cada uno. La O E A envió una fuerza que cerró la frontera y desarm ó a los re ­
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asumió el poder el 8 de mayo siguiente y su triunfo m ostró que había contado


con un apoyo sólido del calderonismo. Eso mismo le deparó una fracción p ar­
lam entaria de m inoría en la A sam blea Legislativa, pues la votación se dividió
para diputados entre el U nión Nacional, bajo cuya bandera azul participaba
Echandi; y el Republicano, que postulaba para diputado al D octor Calderón-
G uardia y exhibía la bandera tradicional del Partido. Los independientes y los
liberacionistas term inarían por unirse y form ar una poderosa fracción parlam en­
taria, integrada por un equipo que reunía a los más capaces de ambos p arti­
dos, escindidos más por razones puram ente electorales que por cuestiones de
fondo.
Con el triunfo de Echandi, se producía un movimiento pendular en la políti­
ca costarricense que con un delicado juego de equilibrios precarios, perm itió el
fortalecim iento del sistem a político dem ocrático por m edio de la reconciliación
nacional.

V. C o n s o l i d a c i ó n r e p u b l ic a n a

La administración de Mario Echandi y la consolidación democrática

C ontrariam ente a lo que podía pensarse que pasaría con el ascenso de


Echandi al poder, su gestión gubernam ental se caracterizó por la m esura, el espí­
ritu de diálogo, la búsqueda de la reconciliación nacional y el respeto a la legali­
dad. El claro propósito del nuevo presidente fue term inar de consolidar el esta­
do de derecho, fortalecer el régimen de opinión pública y darle contenido y
estabilidad a las instituciones recién salidas de la nueva Constitución. R esultaron
favorecidas la C ontraloría G eneral de la República, el Tribunal Suprem o de
Elecciones, la Caja del Seguro Social (que se vio particularm ente beneficiada por
la adm inistración Echandi) y —lo que originó debates y renuncias— el Banco
Central como ente contralor financiero de la banca y la m oneda en Costa Rica.
Sin embargo, la labor más trascendente de Echandi fue el encontrar las difí­
ciles fórmulas p ara restañar las heridas todavía vivas de la luchas m ilitares de
1948-1949 y 1955. Sorprendiendo a unos por su ausencia de revanchismo, y eno­
jando a otros por no querer convertir su adm inistración en un peligroso acto de
restauración calderonista, Echandi facilitó el regreso de C alderón-G uardia, hasta
entonces radicado en México.
E l regreso del «Doctor» motivó una im presionante m anifestación popular
que movilizó, espontáneam ente, al pueblo calderonista. La concentración fue la
más grande que recordara el país desde el entierro de León Cortés en 1944. Tal
circunstancia dem ostraba que la dem ocracia costarricense necesitaba incorporar
efectivam ente en su sistema político a ese tercio de la población costarricense
que se identificaba con «el régim en de los ocho años», como se les llamaba
peyorativam ente a las adm inistraciones de C alderón-G uardia y Teodoro Picado.
Se requería devolverles a los calderonistas los bienes intervenidos por los tri­
bunales especiales que habían exam inado la probidad de su adquisición, sospe­
chosa de haber sido ilegítima; y tam bién dar inicio a la liberación de algunos pre­
sos condenados por el llamado Tribunal de Sanciones Inm ediatas creado como el
de Probidad, para juzgar específicamente a los vencidos.
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propios partidos. Otilio Ulate, como candidato del U nión Nacional, obtuvo
51.740 votos, o sea el 14 por 100 de la votación; el Dr. C alderón-G uardia con el
Republicano Nacional obtuvo 135.533 votos, sea el 39,14 por cien; y Francisco J.
Orlich, con el Partido Liberación Nacional, obtuvo 192.850 votos, ganando con el
50 por cien de la votación. U n último partido, claram ente de izquierda, el Acción
D em ocrática Popular, participó tam bién, aunque su objetivo, en una polarización
electoral como la de esas elecciones, era más bien elegir diputados propios de la
izquierda, después de varios años de ostracismo político.

En busca de la industrialización. L a administración Orlich y


el Mercado Com ún Centroamericano

El gobierno de Echandi, antes de rom per con Cuba supeditó el m anteni­


m iento de relaciones a que se pusiera fin a los fusilamientos. C uando se produjo
un nuevo fusilamiento, Costa Rica rom pió relaciones. E ra evidente la presión
norteam ericana contra Cuba, y los esfuerzos que se hacían para m antener encu­
biertos los planes que se preparaban en toda Centroam érica, pero especialm ente
en G uatem ala, p ara invadir la isla. Repetidas denuncias y escándalos en torno a
grupos arm ados anticubanos y contrabando de mercancías, llevaron a Echandi a
tom ar m edidas para impedir, en lo posible, actividades ilegales peligrosas.
Los dirigentes de Liberación Nacional se habían desolidarizado de A rbenz y
su gobierno en 1954. A hora, frente a Castro, tom aron partido del lado de la ad­
ministración norteam ericana de John F. Kenneddy.
Por otra parte, el proceso cubano activó en el país la cuestión agraria, que, sin
embargo, era un tem a más de dirigentes y de cúpulas que de presión real sobre
la tierra. Ciertam ente, había concentración de la propiedad. Basta ver que
el 0,11 por cien del total de fincas censadas con más de 2.400 hectáreas ocupaban
el 26,560 por cien de la tierra cultivable; y que el 4,5 por cien de fincas con más
de 122 hectáreas ocupaba el 61,83 por cien de la tierra. Pero el problem a no te­
nía aún graves consecuencias sociales. Sin embargo, el tem a se consideraba a la
orden del día, y era objeto de propaganda de todos los partidos.
Con ello, los planes de la A lianza para el Progreso, sobre la base de lo acor­
dado en Punta del Este, Uruguay, en 1961, encontraron terreno fértil para sus
program a en Costa Rica. La tarea urgente del país ya no era la consolidación de­
m ocrática del sistema, que había sido finiquitada por Echandi, sino el desarrollo
económico, que se entendía como casi sinónimo del desarrollo industrial.
E n esos años, el país resentía el impacto de condiciones económicas interna­
cionales adversas. El producto interno bruto había tenido una tasa de crecimien­
to prom edio inferior al 4 por cien entre el último año del gobierno de Figueres y
el último de la adm inistración Echandi. Los precios del café, el banano y el cacao,
particularm ente a fines de ésta, habían descendido aún más. Las exportaciones, a
las que se les reconocía una tasa de crecim iento de 6,6 por cien entre 1951 y 1957,
habían bajado a un 2,2 por cien para 1962. A esto se sum aron las erupciones in­
interrum pidas del volcán Irazú durante los años 1963,1964 y 1965, que afectaron
las cosechas de café y produjeron serias perturbaciones en la producción de la
m eseta central.
La adm inistración Orlich adoptó como propios los objetivos de la Alianza

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