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La Vida en Mil Pedazos

REGISTRO DE PROPIEDAD

INTELECTUAL

212088

DERECHOS RESERVADOS

SANTIAGO DE CHILE; DICIEMBRE 2011


´´Una bomba atómica no podría causar tanto
daño, como la desunión que existe hoy en las
familias.

Las repercusiones, persiguen a un sinnúmero de


generaciones´´.
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Capítulo Primero.

“Algo conocía de la calle; aparte de mis fugases huidas de “casa”. También


contaban los paseos familiares, o esos de excursión cuando a un niño le dan
permiso para salir a jugar a las cercanías con primos, o amigos vecinos, donde se
cuentan las plazas, o algún establecimiento comercial con videojuegos. Los
permisos se enmarcan en parámetros que suponen perímetros no muy distantes;
pero es sabido sin exagerar, que te pueden atropellar a la vuelta de la esquina.
Además, la inquietud infantil siempre nos lleva más lejos de cualquier frontera,
sólo por curiosidad…
Ah, por supuesto que se suman a las “infracciones,” “las cimarras”, que por si
alguien no lo sabe, es faltar al colegio para aventurarse “por ahí”, generalmente
en momentos que los pensamientos impiden concentrarse en lo que intentan
inculcar en las escuelas, que en todo caso, no pasa de los números y las letras en
forma básicas e insuficientes, ramas que definitivamente son inservibles
enseñadas así para la formación de principios morales, o la estructuración
adecuada de una personalidad. Es una de las infinitas razones por las que algunos
aprendemos a vagabundear, y esto último, en el amplio sentido de la palabra. Y
buscamos evadirnos de las complicaciones que los adultos parecen ignorar…El
mundo, siempre está con los brazos abiertos para recibirnos a los niños…Son
tantos los caminos por dónde ir a vagabundear…Es muy entretenido explorar los
misterios del mundo.

Originalmente me aventuré a las primeras cimarras, para hacerme camino,


recorriendo las calles que me llevarían a encontrar a mi madre perdida,
extraviada, a causa de sus misteriosas y complicadas confusiones, lo cual yo
obviamente quería comprender, aunque no me abatía tanto la madeja en su
mente, que ya enredaba la mía; simplemente quería yo encontrarla, abrazarla, y
jamás separarme de su lado…Uno, como hijo, no juzga nada, el instinto domina,
y si tu mamá se pierde, o te ha abandonado, entender es secundario a buscarla,
para sólo acunarte en sus brazos.

La calle me era un lugar, más que misteriosamente divertido, más que


atemorizante, una posibilidad, una senda por donde huir de aquellas tormentas
que se arremolinaban en mi mente. Ahí fue donde realmente comencé a saber del
mundo, y algo de mí mismo. Descubrí que mi yo existía más allá del
conocimiento que los demás tenían de mí. Aprendí, y sobreviví, a horribles
sabidurías…

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¿Cómo se descifra aquello que te asfixia, cuando para nadie pareces existir,
cuando comienzas a experimentar que ya no quieres más de nada, porque todo se
te hace insoportable?...No sabes responderte entre los 7 y 12 años; en esa etapa
eres un niño vulnerable de ingenuidad, y embellecido de pureza…Tus
pensamientos y otras percepciones, son ríos turbulentos que desembocan
bruscamente en el océano del nacimiento…
…Naces a todo…

El nacer puede ser bello, pero es doloroso. Y bello, según para quién.

Cuando te conviertes en un vagabundo fugitivo, siendo un niño, en ciertas


circunstancias, arriesgas perder la vida, aunque ni siquiera es de pronto, tu vida;
siempre estás a merced de otros, quienes no tienen escrúpulos, y son indiferentes
a quién eres o pareces ser…
Sino mueres, cabe la posibilidad, de que nunca sepas si verdaderamente estabas
vivo…

Recuerdo cosas borrosamente, otras con claridad…Lo que más recuerdo, es lo


que sentía en el carrusel de situaciones que tuve que enfrentar…Quisiera no tener
memoria "…

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Capítulo Segundo.

" Uno de aquellos días, siendo ya un vagabundo; estaba yo asustado por haberme
ido de casa, pero, por otra parte, quería seguir huyendo, porque estaba herido, me
sentía traicionado por la incomprensión de los demás, incluyendo a quienes
supuestamente me amaban. Andaba perdido…
Era casi el anochecer. Las micros eran gigantes, y las personas siniestras…
Nadie se fijaba en mi existencia; pero sí, yo iba por la calle...
… Cada quien tiene su propia vida, salvo algunos que buscan vivir a través de los
demás, o simplemente se dedican a destruir la vida de otros.
Me acerqué a una esquina hasta un paradero de micros. Lo hice porque estaba
lleno de gente. Comencé a mirar sus caras. Algunos parecían enojados. Buscaba
gestos, almas en los ojos, no lo sé, pero quería ayuda de alguien, dificultándolo el
hecho de que a cualquier persona, lo primero que se le ocurriría, sería entregarme
a la policía, o buscaría otro medio, para devolverme a mi supuesto hogar…
De pronto vi a un vendedor ambulante, de pelo largo y obscuro que sostenía en
una de sus manos, un trozo de acrílico donde tenía pegados con chupete de goma,
unos adornos con la cara de Pedro Picapiedra, y el ratón Mickey; que se adherían
en el parabrisas de micros o automóviles…Tuve que decidir rápido, así que le
hablé:

-Oiga señor.

Me miró como a un bicho raro.

-Qué quieres niño?


-Tengo algo qué decirle.
-¿Quieres comprar?.
-No tengo dinero.
-Entonces dime, porque debo trabajar, y ahí viene una micro. ¿Dónde está tu
mamá?...
-Ando solo.
-Te perdiste…Es eso, verdad?. Dime de dónde eres…

Pensé lo mismo que me habían enseñado, de que los jarabes para la tos, deben
tragarse sin tomarles el sabor…

-De lejos, de eso quiero hablarle, porque no quiero volver…Me fui de la casa…

La micro se detuvo. Tenía las luces encendidas. En el cielo sólo quedaba algo de
celeste, y comenzaba a tornarse azul noche…El hombre, quizás cuarentón, me

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observó bien. Algunas personas subieron a la micro, pero el vendedor se quedó
conmigo; parecía realmente preocupado.

No necesitas conocer a una hormiga, yo había salvado a muchas del agua, telas
de araña, en fin, aunque, de cualquier forma, algunas murieron…Ahora, yo me
sentía como una hormiga…Muy pequeña…

-Bueno, diablillo, la micro se me va…


-Deje que se vaya por favor, tengo miedo.

La micro se fue.

-¿Dónde vives?.
-En la Florida.
-Y, ¿cómo llegaste aquí?.
-Se andar en micro.
- Entonces, sabes llegar a tu casa.
- Sí, pero no quiero volver.
-¿Por qué?,¿ qué te pasó?.
-Tengo un padrastro, y mi mamá lo prefiere a él…No quiero volver nunca más…
-Pero debes volver…Yo te voy a llevar…
-¡No!, por favor, no me haga arrancarme de usted. No quiero volver a mi casa, mi
padrastro me odia…Mi mamá ya no me quiere…
- No puedes andar solo por la calle. Vamos a tener que ir con los carabineros…
-Eso ya lo he pasado. Ellos, tampoco son buenos.
-No puedo ayudarte entonces. Dime, ¿cómo te llamas?, ¿cuántos años tienes?.
-Rodrigo…Y tengo 10 años… ¿Me va a ayudar? ...
-Veo que no podré obligarte a volver a tu casa, pero tampoco puedo dejarte aquí,
solo…
- ¿Usted, ¿dónde vive?, ¿tiene esposa, hijos?.
-No, vivo solo, y cerca del centro.
-Lléveme con usted… Unos días nomás…Le puedo ayudar a trabajar…
-Mira, tenemos mucho qué hablar, pero ya es de noche…Debes comer, y también
dormir. Nos subiremos a la próxima micro. Observa lo que yo hago. Tendrás que
ayudarme a trabajar. ¿No querías eso?...

Me sentí aliviado de que este hombre no quisiera obligarme a volver con mi


mamá, ni llevarme con los carabineros. Pero también podría estar haciéndome
trampa, y pretender entregarme a la policía, en cuanto viéramos a alguno.
Llegó al paradero una nueva micro, subimos entre otras personas...El vendedor
me habló al oído.

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-Diremos que eres mi hijo, por si alguien pregunta.

Me pareció buena idea.


Subimos a la micro y vendimos colgantes a unos pasajeros, incluso al chófer.
Luego, nos bajamos, subimos a otra micro, y nos fue bien, por lo que el hombre
me dijo:

-Me trajiste buena suerte. Mira todos los billetes...¡Ya!, Vámonos a donde vivo.
-¿Es lejos?.
-No te vas a dar cuenta cuando lleguemos...

Cruzamos una calle, y luego de varias micros, caminamos unas cuadras hasta que
reconocí el centro de Santiago. Yo iba observando a la gente cómo
caminaba...Los locales comerciales hacían su bullicio, vestidos de vitrina y
variados colores de luces destellantes...
Miré el rostro del vendedor, sin que él se diera cuenta...No tenía cara de ser
alguien malo...
Reconocí varias calles, porque estaban cerca de la casa de mi abuelo materno,
Pablo Silva Castillo, ahí en calle San Ignacio. Él era un periodista que por algún
motivo viajaba por todo el mundo, y conoció a mi abuela Elena Monge, de
Valladolid España, a quien conquistó y se la trajo a Chile durante la dictadura
militar.

-Estamos llegando, recuerda que eres mi hijo. Intenta no hablar con nadie.
-¿Con quién podría hablar?, ¿familiares suyos, o amigos?...
-Personas como yo. Otros vendedores, de todo un poco; la gente es curiosa, van a
querer hacerte preguntas; sobre todo aquí porque es una hospedería para adultos,
y un niño, bueno, los niños deben estar en otro lugar...
-¿Esto es como El Hogar de Cristo?...
-Parecido.

Entre la caminata y conversación, me grabé el letrero de una


esquina; era Aldunate con calle Copiapó...

-Aquí es, Rodrigo.


-Puedo preguntarle algo antes de entrar?.
-Sí, dime.
-¿Cuál es su nombre?.
-Ah, se me olvidaba. Llámame Luis.
-¿Y su apellido?.
-Rodríguez.
-Entonces yo me llamo, Rodrigo Rodríguez; y podemos decir que la mamá se

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llama María...
-Claro que sí...Eres un niño vivo, eso me gusta.

Cuando a los niños nos dicen que somos algo bueno o positivo, se siente una
extraña alegría, un orgullo reconfortante "...

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Capítulo Tercero

“Era una casa sin puerta, aunque se veía en cierta altura, enrollada, una persiana
metálica, de esas que usan en los locales comerciales. Parecía la entrada de un
restaurante. Dos escalones de cemento iluminados por un tubo fluorescente, algo
más arriba de la persiana enrollada, invitaban a entrar.

-Ya Rodrigo, es hora de la actuación. Vienes unos días conmigo porque la mamá
está enferma. ¿De acuerdo?...
-Sí, estamos de acuerdo.

Sonreí consolado por la alternativa que se me estaba dando, justo cuando no tenía
ninguna...
El lugar sí que parecía un restaurante, porque había varias mesas, y personas
comiendo. Olía bien, olor a comida. Y yo, tenía hambre y sueño.
Tras un gran mesón, un hombre gordo se asomó, porque yo no alcanzaba la altura
del mesón, ni la de ninguna persona. Para un niño todas las personas son grandes.

-¿Y este enano?.


-Es mi hijo. La mamá se enfermó. Tiene que estar conmigo unos días.

El grandote y gordo hombre me quedó mirando, como todos quedaban siempre,


con cara de lente microscópico...
El gordo hizo una mueca vulgar, burlándose con un tono de voz desagradable.

-Oye Lucho, pero si vos sos más feo que un susto...Este cabro chico debe ser
igual a su madre; porque o si no, te pasaron un gol...
-Sí guatón, capaz que me hayan hecho “un gol de media cancha”, pero así es la
vida. Mientras tanto debo cuidar a mi hijo.¿Hay algún problema para que se
quede aquí?...
-Si vienen los pacos tienen que irse, porque no puedo tener menores de edad
aquí, y no creo que tú puedas pagar una multa...

No pude evitar preguntar, lo que merecía una respuesta obvia:

-¿Aquí vienen los carabineros?...

El gordo puso una mano en mi cabeza, y me desparramó el pelo, tal como lo


hacen las personas cariñosas, que en todo caso, es un gesto que a algunos niños
nos molesta.

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-Claro que vienen, y se llevan a los borrachos y ladrones, y a todo el que se porte
mal...

Mi amigo Luis el vendedor, me quedó mirando, y luego al guatón:

-No le metai miedo a mi cabro chico guatón, y sírvenos mejor dos cazuelas de
vacuno con ensalada y postre...Ah, y me preparas una cama con sabanas
limpias...
-Ya, entonces siéntense, o creís que les voy a servir en la cama?.

Nos sentamos en dos sillas medias destartaladas, de madera ennegrecida. La


mesa tenía su base pegada al suelo acementado. Mis pies quedaban colgando en
el aire...Mis ojos intentaban adaptarse a esas personas y a los objetos...Todos ahí
parecían ser gente pobre...Pensé que quizás, podría haber algún ladrón entre
ellos, o un mariguanero, y me inquietó no ser capaz de reconocer a alguien así.
Los mariguaneros tienen peor reputación que un ladrón...”Los volaos” había
escuchado yo, eran súper peligrosos.

El lugar no era nada bonito. Lo más higiénico eran unas murallas embaldosadas
tras el mesón, donde se levantaba una cocina grandota, llena de ollas y sartenes;
también una tetera igual de grandota. De ahí provenían vapores y olores a
comida. Más tarde me di cuenta que no se trataba de un restaurante, sino de un
pequeño casino, como para veinte personas, antesala de un montón de camarotes
en un espacio abierto en el primer y segundo piso. No había dormitorios
individuales. Las camas eran pequeñas, para una persona...Parecía un internado,
pero para personas grandes. Algo sabía yo de internados, porque ya había estado
en uno...
La comida estaba caliente, pero sabrosa. El sueño casi me vencía; casi, porque mi
instinto me tenía atento a todo lo que ocurría.
Pensé en lo que dijo mi “padre postizo”, respecto a que prepararan una cama...Y
claro, un hijo pequeño debía dormir con su padre, era de lo más normal. Me dio
algo de vergüenza, porque iba a dormir con un extraño. Más encima yo no tenía
ropa, ni menos pijama, porque había huido con lo que llevaba puesto. O sea, unos
pantalones cortos y una polera, por lo que supongo que era primavera, o verano...
Me atreví preguntándole a Luis, practicando con más relajo el juego de hijo:

-Oiga, “papá”...¿Aquí hay baño?.


-Claro que sí, quieres ir?.
-Noo, pregunto para saber si hay donde ducharse.
-Ah sí, pero hay pura agua fría, ¿eso te incomoda?.

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Yo dije que no tenía importancia, por educación; o sea para no molestar, porque
cuando niño te enseñan que no causar molestias es educación. La verdad es que
yo estaba acostumbrado a bañarme con agua caliente dos o tres veces al día, a
excepción de cuando el gas se terminaba, o al malvado de mi padrastro se le
ocurría cortar el agua caliente, apagando el calefont que estaba instalado en la
cocina. Así, no me quedaba más que soportar el brusco cambio de temperatura
del agua, sin decir nada, y no por educación, porque la impotencia, nada tiene
qué ver con la educación.

-Quiero bañarme. ¿De dónde vamos a sacar shampoo y jabón?, y necesito lavar
mis dientes...
-No te preocupes, yo tengo jabón y shampoo. Hoy te aguantas y mañana
compramos cepillo dental y lo que te haga falta.
-¿Tiene toalla?.
-Tengo lo que necesitamos, tranquilízate. ¿Quieres bañarte ahora?.
-Acostumbro bañarme antes de irme a dormir.
-Bueno, reposemos la comida y vamos a que te duches, mientras yo arreglo la
cama.

Me sentí más en confianza. Todo estaba saliendo bien. Encontré un “padre de


emergencia”, tenía comida, y donde dormir...
Pensé en mis hermanos y en mi mamá. Recordé a toda mi familia, que había
perdido...¿Alguien me extrañaría?...

Si una persona adulta trata bien a un niño, brindándole cierta protección, activará
el instinto de confianza de ese niño. Si un niño se relaciona con un desconocido,
aún temiendo cualquier cosa con su imaginación, los actos de protección o
comprensión, pueden afianzar una alianza, que alejará todo temor o dudas.
Ingenuamente, el niño se arriesgará. Así es como muchos niños han sido
sacudidos por la tragedia.

Al haber transcurrido varios días junto a Luis, durmiendo con él, recibiendo de
sus preocupaciones y respeto, incluso su cariño, llevándome siempre con él, y
enseñándome a trabajar, cuidándome, alimentándome...Había ganado totalmente
mi confianza. Me convencí, por todo lo aparente, de que él era una de esas pocas
personas honradas y buenas que existen en el mundo”.

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Capítulo Cuarto

“El guatón Solís era el dueño de la hospedería.


Entre las personas que llegaban a dormir, se veían rostros demacrados, (por la
dureza de sus vidas), muy seguramente. La mayoría eran comerciantes
ambulantes.
Había sí quienes con el sólo aspecto, no parecían ser de confianza, y no por sus
humildes y desaliñadas apariencias, sino que a causa de lo que me hacían sentir,
eso que llaman presentimiento...Mi amigo Luis no me hacía sentir eso. Hasta nos
bañábamos juntos, y para un niño es muy difícil desnudarse frente a un adulto,
aún más si se trata de un desconocido.

Mi amigo me trataba como si fuera su hijo. Constantemente me decía que yo era


el hijo perfecto que siempre había querido tener; pero que no encontraba la mujer
adecuada...
A Luis le llamaba la atención mi forma de pronunciar las palabras. Me dijo que
hablaba yo como “los cuicos”. Yo no tenía idea de lo que eso significaba, pero
supuse que era bueno...En todo caso mi forma de hablar también le llamaba la
atención a otras personas y comentaban que “ mi padre” me tenía muy bien
educado, a lo que Luis sonreía dándome una mirada de orgullo que yo sabía que
él no se merecía; pero eso ahora no tenía ninguna importancia...
Después de una buena ducha con agua fría todas las mañanas antes de las 9 A.M.
ya estábamos en el almacén aquel de calle Copiapó; comprábamos leche líquida
en bolsa, ( por supuesto de chocolate), unos panes con queso y jamón y nos
sentábamos en el borde de una cuneta de cualquier calle y desayunábamos...

Trabajábamos todo el día en la locomoción colectiva y nos dábamos más de un


rato para ir a una plaza o parque para descansar sobre el pasto.
Yo no podía evitar subirme a los columpios, porque era un juego que me llenaba
de una extraña energía cuando se tensaban los eslabones de sus cadenas; además
que desde la altura, siempre esperé, (cerrando y abriendo mis ojos), despertar en
el patio de la casa de mi abuelo paterno; aunque también esperaba que alguno de
los distraídos agentes de los cielos se diera cuenta que yo estaba ahí, en un lugar
equivocado del universo...

Luis no sabía las cosas que yo pensaba; aunque a veces me parecía que todos
veían de algún modo lo que yo pensaba.
Mi nuevo padre parecía estar contento de que yo me hubiera cruzado en su
camino y eso me daba tranquilidad, porque significaba que la posibilidad en su
pretensión de entregarme a la policía, o devolverme a la casa de mi madre; se
alejaba.

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Cercano al mediodía pasábamos por ahí a cualquier restaurante y Luis me
permitía comer lo que yo quisiera...
Al yo comer, de pronto me atrapaba la tristeza y dejaba de masticar unos
segundos haciendo fuerza para no llorar; porque siempre antes de comer,
recordaba otra mesa, y alguna comida familiar...La garganta se me apretaba...

Los días se convertían en semanas. Todo estaba bien; a lo menos eso pensaba yo,
porque al pasar por un kiosco de diarios; nada, ninguna noticia hablaba de un
niño perdido...También me fijaba cuando lograba ver los noticieros de algún
televisor...Miles de cosas sucedían en el mundo y en el país que me vio nacer , la
noticia recurrente era respecto al presidente de la república, Augusto Pinochet. Se
escuchaba que algunos le llamaban “perro” y “dictador”, aunque otros con
notable orgullo lo llamaban “mi general”...A mí me habían enseñado en el
colegio que el presidente de la república era alguien respetable, y sólo por eso, yo
tenía supuesto que una persona así, era alguien “bueno”...
Cuando uno es “chico” se conoce fácilmente a las personas malas, se aprende en
las películas, aunque esto es así también cuando un niño está protegido por un
núcleo familiar, donde te enseñan lo bueno y lo malo de las personas,
despertándote el instinto de “alerta” al respecto. Pero mucha diferencia es el caso
de un niño que se ha tenido que entregar al magnetismo del azar y de la vagancia
por las calles...

Sin duda estaba yo muy a merced de conocer gente “mala”; era ahora un riesgo
inevitable que afortunadamente quedaba contenido gracias a haberme encontrado
con mi “amigo” Luis. Éramos más amigos cada día que compartíamos.

El Luis me enseñó el comercio ambulante en su amplitud. Las personas al vernos


juntos trabajando, se enternecían, supongo yo, porque nos compraban cualquier
cosa; incluso hubo veces que simplemente nos regalaban el dinero rechazando
recibir algún producto a cambio.
Yo notaba que en las calles también se podía encontrar gente buena y que todo lo
que había escuchado eran simples mitos que inventaron “los adultos” para
alejarnos a los niños de las calles.
La calle no me parecía nada malo, por el contrario, era todo un mundo lleno de
libertad y muy bonito, donde también existía la amistad...
Todo era perfecto, casi, salvo la tristeza de descubrir que en mi familia nadie me
buscaba, seguramente porque no me extrañaban...

El Luis no me preguntó mucho respecto a mi madre o a mi familia, pero sí


demostró interés por conocer sus domicilios.

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Luis quiso saber si me escapé de casa por “algo” que me hizo mi padrastro. En
realidad eran muchas cosas, así que le conté para empezar, que él era
mariguanero y que me golpeaba por cualquier razón en la cual él encontraba
justificación. No se cómo siempre existía abruptamente el momento en que una
de sus enormes manos dejaba coloreando mi cara. El dolor era algo más que un
asunto físico.
Mi amigo supo también que mi padrastro era un actor, de esos “extras “ de
televisión, pero que se dedicaba principalmente al rubro de los cueros en una
suelería perteneciente a su padre.
Creo que le dejé claro en varias conversaciones que yo detestaba su nombre
Manuel; muy enfáticamente...

Manuel llegó un día a mi casa con sonrisas y amabilidades, lo que no le resultó


conmigo, porque yo tenía un radar que detectaba a seres indeseables; pero, de
algún modo, Manuel era deseable para mi mamá. Lo supe más exactamente
cuando un día me levanté alterado, bien temprano, porque había tenido una
pesadilla, y me dirigí al dormitorio de mi madre buscando su regazo como
auxilio y consuelo, como lo había hecho ya tantas veces convenciéndome que
todo estaba bien... Abrí la puerta y ahí estaba mi mamá con la ropa de cama
cubriéndola, pero con un hombre a su lado. Era obvio que habían pasado la noche
juntos; sentí rabia, el hecho era para mi un insulto...
Así fue cómo Manuel comenzó a llegar diariamente con regalos y bromas que a
mí no me agradaban, porque él era un invasor y estaba dando comienzo a la
ocupación de lo que yo consideraba mi territorio...
Mi familia era un lago hermoso de aguas cristalinas y Manuel era un ser que
expedía por sus poros, un enturbiante... Jamás iba yo a aceptar a ese hombre, que
más encima pretendía que mis hermanos y yo, le llamásemos “papá”.
De pronto Manuel comenzó a vivir en mi casa. Todo fue como algo normal, pero
yo sabía que ese “todo” estaba mal. Mi mamá no pidió la opinión de sus hijos
como lo había hecho en otras ocasiones en que aparecían pretendientes.
A veces los adultos deciden ignorar a los niños; se imponen y punto; como que
todo es a partir de ellos, por lo que consideran que no nos deben ninguna
explicación. Los hijos pasamos a ser un tipo de adorno, como juguetes bonitos
nada más. Creerán que estamos dispuestos a todos los caprichos y egoísmos, a
compartir y a ser compartidos, sólo por el hecho de ser capaces de amar
incondicionalmente.
¿Será que el supuesto amor o atracción entre los sexos, nubla tanto el
entendimiento, haciendo descender en ciertas formas el valor intrínseco de los
hijos?...
Es como si de pronto mal pensaran que los niños somos simples mascotas,
adaptables a sus razones e intereses. De pronto, los mimos, dulces y juegos,

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comienzan a desaparecer... Sólo importa lo que los adultos quieren y los niños
pasamos a ser un tipo de obstáculo, quizás porque creen que explicándonos algo
se van a complicar, temiendo instintivamente que en más de algo no vamos a
estar de acuerdo con ellos. Por otra parte está el erróneo sentido de la autoridad,
lo que los transforma en autoritarios, y entonces tienen la concepción de que todo
es a partir de ellos y no de los hijos...El asunto, es que cuando somos niños,
creemos que todo es a partir de nosotros y que eso se debe respetar, como la
belleza de la vida que representamos con nuestra sola presencia. Llevamos una
marca genética tal vez, que nos hace creer que tenemos derechos por ser niños;
derechos que los adultos suelen pasar por alto quizás inconscientemente, sin
querer herirnos ni causarnos daño. Pero por lo menos sé, al remover mi
conciencia de niño, que los adultos nos causan daño de muchas formas y
continuamente... Y sí, es aquí donde concuerdo con esa frase que se escucha por
ahí: ”Nadie nace sabiendo ser papá o mamá”. O sea que se aprende, si es que se
aprende, cometiendo errores contra los hijos...

Mi mamá habrá considerado que los celos de un hijo no significan mucho,


porque comenzó a ponerse del lado de Manuel y a llamarme fuertemente la
atención, acusándome de mimado y egoísta. Llegó a darme charlas de que ella
tenía derecho de recomenzar su vida marital. Yo estaba de acuerdo, pero objeté
que él era un hombre malo. Me pidió que se lo probara y le conté de inmediato y
con coraje frente a Manuel, que me pegaba y que fumaba mariguana, entre otras
cosas, cuando ella no estaba en la casa.
No sé si mi mamá me creería o no, ni si le restó importancia a lo que yo
consideraba pruebas suficientes...
Con el pasar del tiempo se aprende de los adultos que enseñan mucho a los niños
respecto a las cosas malas que no se deben tolerar ni practicar; pero luego,
contradictoriamente, los grandes predicadores de moral terminan permitiendo y
haciéndose los indiferentes frente a lo que ellos han declarado como inmoral, por
asuntos de conveniencia supongo yo. Es entonces fácil que un niño se confunda,
por lo cual nacen como obvio resultado, síntomas de rebeldía que reclaman por
ejemplo, interrogantes confrontacionales:

-¿Y por qué tú puedes romper tus propias reglas y yo no?.

Los adultos con oculto descaro, se escandalizan de nuestras rebeliones, y


atrevimientos y nuestros reclamos les son inaceptables e injustificables, y sólo
son notorios nuestros errores y sacrilegios conductuales, cuando desde mucho
antes los sacrilegios los han cometido nuestros propios padres, o las órbitas
adultas que circunstancialmente nos rodean como ejemplo moral...Es así como
los niños terminamos rebelándonos contra el poderío injusto que nos aplican sin
vergüenza o inconsciencia los adultos, atropellando lo que consideramos como
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derechos infantiles, que instintivamente defendemos la mayoría de las veces, con
impotencia y desconcierto...
Yo sólo intentaba poner al descubierto a Manuel, pero mi mamá comenzó a
tratarme de mentiroso cuando yo lo acusaba. Así que me sentí indefenso. Mi
madre y yo ya no éramos aliados, sino desconocidos"...

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Capítulo Quinto

"Yo había huido otras veces de casa, pero no quise decírselo a Luis. El asunto era
Manuel. En mi última huida, los detonantes fueron muchos, y resistí las
torturantes explosiones dentro de mí, que me produjeron una metamorfosis que
me llevó finalmente a escapar de la condenación de todo lo que tuve que
soportar... Maltratos de todo tipo, debía yo liberarme de ello, definitivamente...

Entre las peores cosas que hizo Manuel, fue enfrentarnos a mi hermano (un año
menor), Marcelo y a mí, en peleas a puñetazos...
Manuel armaba un ring en la habitación matrimonial, y nos amenazaba con
pegarnos sino peleábamos. Yo me resistía a la intimidación, e intenté la primera
vez apelar al amor y lealtad de hermanos:

-¡No hagas caso, somos hermanos!...

Marcelo me miraba, parecía desconcertado, mientras Manuel nos vomitaba unas


palabrotas:

-¡Maricones!...Son unas niñitas. Les voy a sacar la cresta sino levantan las
manos...

Seguí intentando convencer a mi hermano, de resistirnos:

-Soy tu hermano mayor...

Y antes que pudiera terminar lo que iba a decir, recibí un puñetazo en mi


rostro...No fue tan fuerte, pero me dolió, porque quien me atacaba era mi
hermano. Y tuve que defenderme, y sin querer lo golpeé más fuerte...Ahora lo
intentaba calmar, pero a golpes...
Así Manuel logró una primera pelea, entre dos hermanos que se amaban. Luego,
siguieron otras; claro que eran secretas. Ni mi hermana más chica podía hablar de
estas peleas, que según Manuel, nos harían más hombres...
Estas peleas fueron distanciándome de mi hermano Marcelo, y lo que se acercaba
a mi pecho, eran marejadas de odio, que nunca antes había experimentado.
Manuel era el origen de mi odio, y un enemigo a quien yo estaba dispuesto a
matar...
Mi mamá desconocía muchas cosas que ocurrían, cuando sus tres hijos se
quedaban a solas con Manuel, en quien confiaba con la ingenuidad de una
amante, vulnerada por las necesidades afectivas y económicas...Ese delicado
vacío que mi verdadero papá dejó con su ausencia...

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Manuel tenía un hermano llamado Julio, con quien también fumaba mariguana, y
tomaba alcohol cuando visitaba nuestra casa.
Una noche, llegaron de una fiesta, Manuel, Julio, y mi mamá...
Mi hermano Marcelo y yo teníamos un dormitorio aparte de mi hermana chica,
quien tendría unos seis años. Era de madrugada, todos venían alcoholizados, lo
que produjo una abstracta confianza, e irresponsabilidad, que permitió que Julio
se quedara dormido en la pieza de mi hermana Primavera...
Al día siguiente mi hermanita nos contó a Marcelo y a mí, que “el tío Julio”, le
estuvo besando la vagina durante la noche; pero que no le había hecho daño,
confesándonos que ella lo había disfrutado. Los tres nos quedamos mirando
interrogativamente; sabíamos que era grave lo que había sucedido, y que
debíamos contarle a mi mamá, cuanto antes. Se dio el momento para contárselo,
pero estaba presente Manuel, así que decidimos postergar el tema. Yo sentí rabia,
quería que mi mamá supiera, pero los días iban pasando demasiado a prisa. Y yo
experimenté no se por qué, cierto miedo, de darle a conocer este hecho a mi
mamá tardíamente, lo que me hacía en cierta forma cómplice por omisión.. Yo
era perfectamente capaz de enfrentar a Manuel aunque me amenazara o me
golpeara, así que eso no me detenía; pero con el tiempo Julio se hizo amigo,
porque venía a casa seguido con su hijita de dos años Paloma... Conversamos el
tema con mis hermanos y decidimos callar por compasión. Concluimos que Julio
había profanado a mi hermana bajo la influencia del alcohol y las drogas. No era
un mal hombre por lo deducido al observarlo en su lucidez, como padre por
ejemplo. Si lo acusábamos, iría a la cárcel, y quedaría su hijita, abandonada.
La Paloma era súper tierna y juguetona con todos, era una hermosa niñita; no
merecía jamás la tragedia de quedar sin padre, por un error que supusimos
pasajero e inconsciente, de esos errores que se cometen una vez en la vida quizás,
pero que luego, las personas que los cometen retornan sus mentes e impulsos, a la
cordura. Hasta es probable supusimos también, con mis hermanos, que Julio no
tenía noción de lo que había hecho esa noche de borrachera...Al perdonar a Julio
recordé que mi objetivo enemigo era Manuel...También dudé de todo, pues como
habían transcurrido muchos días, y no le había yo contado a mi mamá, lo
ocurrido, (lo cual era mi principal responsabilidad como hermano mayor), podía
ella incluso, llegar a tomarlo como una invención mía, para entorpecer su
relación con Manuel; dudé también si mis hermanos corroborarían la acusación,
porque ellos estaban muy manipulados por Manuel. Y lo que era peor, parecían
sentir cariño por él, lo que me frustraba aún más, porque estaba solo en esta
cruzada contra Manuel, y de algún modo diabólico, él había logrado que mis
hermanos, incluso mi mamá, en cuanto él quisiera, estuvieran en mi contra... Me
aislaban, me criticaban, peleaban conmigo...Mis hermanos me acusaban bajo la
orquestación de Manuel, por cualquier cosa...Ya habíamos dejado de ser, “los
tres Mosqueteros”.

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Todo se precipitó...
Por las noches, antes de quedarme dormido, “unas voces”, me amenazaban...Me
pareció que provenían del techo, otras veces desde las paredes. Me advertían que
si hacía cualquier cosa contra Manuel, me matarían... Sospeché que Manuel
ponía una grabadora en algún lugar de mi habitación, pero un extraño temor me
impedía revisar, quizás porque mi intuición me decía no muy claramente, que las
voces eran de otra misteriosa procedencia...
El límite que me hizo explotar, fue un día por la mañana. Yo dormía, y de pronto,
desperté sumergiéndome en la tina del baño, que estaba llena de agua fría. Intenté
ponerme de pie, lo más rápido posible, y con la atemorizante dificultad, de no
saber lo que ocurría. Pero al escuchar las risotadas de Manuel, mientras el agua
me salía por los oídos y nariz, tosiendo bruscamente por la boca, luego de tragar
bastante, comprendí...Me puse a llorar a todo grito, por lo que Manuel me pegó
un palmetazo en el rostro, y logré salirme de la tina, y volví a la carga gritando
como pude, porque Manuel intentó impedírmelo:

-¡Mamá!...¡Mamáaaaaa!...

Y semidesnuda apareció mi madre quien no comprendía lo que ocurría. Pero en


cuanto yo recuperaba el aire entre el llanto, pude decirle a mi madre lo que pasó.
Manuel había llenado de agua fría la tina, fue a mi dormitorio, me tomó en
brazos cuidadosamente, para no despertarme, y me lanzó a la bañera aun estando
yo dormido...
Primera vez que escuché a mi madre defenderme de Manuel. Lo trató de maldito
infeliz y desgraciado...Que nadie tocaba a sus hijos...Y yo aun llorando rogaba.

-Que se vaya de la casa mamá...¡Que se vaya!...

Fue un escándalo. Mis dos hermanos y yo junto a mi madre, tomamos todas las
cosas de Manuel, y las pusimos fuera de la casa. Los vecinos fueron testigos.
Manuel suplicaba diciendo que había sido una broma, que amaba a mi mamá,
que todo había sido un mal entendido; pero al parecer, mi mamá por fin
dimensionó lo que yo le contaba, y que estaba ocurriendo desde hace tiempo. Por
fin me creía...

El sol comenzó a salir hermosamente de entre las montañas de “Los Andes”. La


verdad es que la aparición del sol es hermosa siempre, pero hay instantes en la
vida, a veces muy prolongados, en que no te fijas en nada bello, todo se torna una
agonía; por la presión de lo que esté sucediendo. Pero ahora, con mi enemigo
derrotado, yo estaba recuperando a mi familia y mis nociones vitales de su
entorno...

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Vinieron días llenos de alegría, sólo faltaba que lo pasado se diluyera con los
recuerdos, no de lo malo que ocurrió, sino del triunfo, del sentido que toma ganar
una batalla contra el mal.
Yo era otra vez, el hermano mayor, “la mano derecha” de mi madre...Me sentí
pleno de felicidad...

Es complicado y delicado permitir que un extraño entre a tu casa, y más aún, a tu


vida...
Sucedió a poco del comienzo de un nuevo día. El tiempo había logrado muchas
distancias satisfactorias; pero un viento trajo una obscura nube, que vino a cubrir
mi sol, y mi cielo...
Yo dormía, quizás había amanecido hace ya unas cuantas horas, pero tan sólo un
espacio de tiempo antes, recordé que el cielo estaba acelestado, y el sol destellaba
radiantemente... Escuché unas voces, pero provenían de más lejos... Me asusté,
como siempre que escuchaba voces; porque, aunque fuera yo feliz, “esas voces”,
eran una parte obscura de mi vida que yo no entendía...
Me quedé agudizando unos segundos mis oídos. Las voces notoriamente
pretendían que yo las escuchase... Mis ojos secretamente se refrescaron a través
de la ventana, hacia las montañas, y me levanté, lenta y cuidadosamente.
Las voces venían tras la puerta de mi habitación... Abrí la puerta despacito, con
cautela. Sentí el frio del suelo en mis pies; avancé por el pasillo... Las voces eran
gemidos...
Creí haber despertado de una pesadilla, o mejor dicho, dentro de una de ellas...No
era muy extraño, pero sí aterrador, porque presentí lo que sucedía; y a veces uno
escapa, pero otras, enfrentas lo que temes, y por ello avancé, acelerando mi
paso...
Con firmeza alcé una de mis manos hasta la manilla de esa puerta, la del
dormitorio de mi madre...La abrí de golpe, y la imagen fue grotesca; y no por lo
que ocurría con mi mamá abiertas sus piernas con un hombre trasero al aire sobre
ella, haciendo lo que hacen quienes se aman. Eso no era lo grotesco, yo sabía de
esas cosas... Lo grotesco, era que se trataba de Manuel...
Mi mamá y Manuel me quedaron mirando sorprendidos, mientras mi corazón
estallaba... Corrí hasta mi habitación y cerré con llave por dentro. Mi hermano
Marcelo despertó, le conté lo sucedido. Pronto la puerta sonó. Era mi madre que
primero me habló suave y con cariño, intentando hacerme comprender algo que
yo jamás iba a entender. Luego me habló con rudeza.
Era una pesadilla, y yo no despertaba... Manuel había regresado, y con los días,
lo único que comprendí era que él no se iría...
Así que me marché, dejando el camino libre a mi enemigo, corriendo como un
cobarde, porque no era capaz de soportar la magnitud del dolor ante tanta
traición. Porque así sucedió, mi madre me había traicionado”.

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Capítulo Sexto

(La extraviada inocencia, cuando una familia ignora o calla, como toda una
sociedad, que pretende esconder bajo la alfombra muchas realidades).

A mi amigo Luis, mi “padre postizo”, no le conté más detalles de esta historia,


pero yo no podía dejar de pensar en todo esto, porque había sucedido
recientemente, y creo que nadie podría dejar de pensar o sentir como yo, ante
tales acontecimientos...

El destino, o los destinos, tomaban un nuevo curso...


Huir fue mi manera de deshacerme de Manuel; pero el precio era perder a mis
hermanos y a mi mamá... Si tenía que luchar, yo no sabía cómo, y de todos
modos yo no estaba preparado para enfrentar ninguna batalla; porque estaba
herido, y los heridos necesitan recuperarse; aunque heridas existen, creo yo, que
nunca sanan...Esto no tardé en aprenderlo...

Le pedí por favor al Luis, que no me preguntara más nada de Manuel; y le hice
ver que lo poco que le había contado, era suficiente para que me encontrara la
razón de no querer yo volver junto a mi madre.
Después de todo, ¿qué es peor que ser traicionado por su madre?. Hasta ese
momento, yo no sabía mucho de traiciones, y aunque sí de muchos dolores,
todavía faltaba experimentar lo que el mundo de la calle, me iba a enseñar...

De regreso, después de un día de mucho trabajo, en una esquina cercana a la


hospedería, mi amigo Luis saludó a unas mujeres que más tarde supe eran
prostitutas. Luis las conocía, y me confidenció, que se había acostado con cada
una de ellas, de vez en cuando... “Trabajaban” en el mismo barrio Santiaguino,
por lo que las veíamos a diario.
Luis, recibía piropos por mi causa. Las mujeres le decían que tenía un hijo
bonito, y le pedían entre risas, que les hiciera uno igual a mí. Una se atrevió a
proponerle a Luis, “hacerme hombre”. Él sonrió, y yo también...
Recordé mis primeros juegos sexuales con mi prima Añés, cuando ella y yo
teníamos sólo 8 o 9 años...
Seguramente alguien mayor, un adolescente, o algún amigo cercano de la familia,
le despertaron esos lujuriosos apetitos a mi prima. Eso lo supuse después de
algunos años, porque analicé las cosas que ella me enseñó, y descubrí que iban
más allá de los juegos experimentales básicos y comunes del descubrimiento
infantil, porque nuestros juegos aparecían en cualquier película pornográfica. Me
pregunté, durante mucho tiempo, (todavía me lo pregunto), quién le habrá
enseñado tanto sexo a mi pequeña prima... Aunque también intenté conformarme
con que ella lo habría aprendido sola; pero el sexo en sí, no se aprende solo... Sea

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quien sea que haya sido “el maestro” de mi prima, contó y cuenta con el absoluto
escondite del secreto, y la impunidad...

Por otra parte, entre los niños, existen juegos que de una u otra forma implican
sexo. Por ejemplo, cuando se juega “al doctor”, o a “la mamá y el papá”; se
explora, y se toca, se dan los primeros besos con lengua, que para los inexpertos
como lo fui yo antes de “jugar” con mi prima, son un asco... Ella me convencía
fácilmente, porque me acariciaba sabiendo excitarme. Si yo la besaba como ella
me indicaba, me ganaba más de esas caricias entre vértigo y cosquillas. Era un
buen acuerdo, aunque su lengua en mi boca aún me daba ganas de vomitar, lo
que fui superando con el tiempo y la practica...

Una vez nos pilló mi abuela paterna, “la mami”Inés, bajo un gran mesón de
madera en el patio. Estábamos escondidos jugando a distintos placeres. Mi prima
me había hecho bajar el short... En el sendero del sexo de pronto te pierdes, como
dicen que son los trances hipnóticos... Así estábamos con mi prima, sordos, en
ese tipo de perdición, hasta que mi abuela pegó un grito, que espantó también a
los perros que vivían en el patio...

-¡Qué estai haciendo cabra de mierda!...

Con mi prima quedamos dándonos miradas de congelamiento. No recuerdo que


algún pensamiento rondara mi mente; seguramente habían escapado, y con justa
razón, porque el grito de mi abuela, y su rápida desaparición no sé a dónde;
presagiaba lo que alguno de esos fugitivos pensamientos, había intuido...
Mi prima ayudó a subirme el short, pero no quiso salir de debajo del mesón, ni yo
tampoco; simplemente estábamos asustados, esperando que algo sucediera, que
sin duda estaba a punto de ocurrir...
Mi tía Ana apareció en el patio, llamando a su hija con su tono de voz alterado
por el enojo:

-¡Añés!...

Mi tía estaba frente al mesón. No le vi la cara sino hasta que decidió agacharse.
Nos quedó mirando unos segundos. El miedo nos impedía movernos o gesticular
cualquier palabra...
Fue como un rayo cuando mi tía agarró del pelo a la Añés, sacándola con
brusquedad de nuestra guarida; y le fue pegando palmetazos en el rostro, yéndose
ambas por el pasillo hacia el baño. Lo supe porque pronto desde una ventana del
baño que daba a ese pasillo, salían entrecortados gritos de mi prima... Más tarde
supe también, que mi tía le refregó jabón en la boca a mi prima, quien lloraba,
con desesperación.

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-¡Traga, chiquilla del demonio!...¡Boca inmunda!...

Yo permanecí bajo el mismo mesón en el patio. Supuse que me vendrían a buscar


para hacerme algo parecido... Pero eso no ocurrió. Aunque mientras a mi prima
le daban paliza, yo podía sentir los palmetazos en todo mi cuerpo, y hasta el
sabor del jabón... Terminé orinándome de miedo, aunque me orinaba por
cualquier alteración, aunque algunas de esas alteraciones eran la mayoría,
imperceptibles para mi conciencia primaria. Me orinaba mientras iba caminando,
cuando me hablaban ciertas cosas, o cuando me retaban... Suerte que nadie nunca
me llamó “meón”, ni siquiera mi primita.
No entendía yo porque nadie me llamó nunca la atención por lo que habían
descubierto entre mi prima y yo; después de todo, si habíamos hecho algo malo,
yo era tan culpable como la Añés. Pero yo no sentía culpa de nada, lo único que
sabía era que estaba haciendo algo secreto y entretenido; eso me lo había
enseñado mi prima... Pero las palizas que le daba mi tía Ana, me hacía percibir
que a lo menos hacíamos algo prohibido.

Transcurrido el tiempo, y cada vez que podíamos, teníamos sexo con mi prima,
tanto, que comenzaron a gustarme sus besos con lengua...
La Añés me enseñó que cuando a veces me dolía el pene, se debía a que todavía
no se me cortaba el frenillo. Me explicó que al hacer el amor con ella varias
veces, se cortaría, y yo sería por fin todo un hombre, y nunca más me dolería
hacer el amor tan seguido. Claro que el frenillo no se me cortaba, por más sexo
que tenía.
En otra ocasión, nos pilló desnudos en la cama de mi prima, mi tío Richard...
Asustado me hice el inocente, y acusé a mi prima:

-Ella me sacó la ropa tío...

Yo estaba traicionando descaradamente a mi prima. Era como esas veces que nos
echábamos la culpa de cualquier travesura. Esta vez mi prima no se defendió, y
mi tío no pareció enojarse. Se fue enseguida de unas miradas que nos dio sin
retarnos. Nunca nos dijo nada al respecto. A lo menos no habló conmigo. No se
si habrá hablado con mi prima.
Con el transcurso de los años concluí, que mi tío Richard, sabía “todo”de mi
prima Añés... Es mi eterno sospechoso, el culpable del despertar temprano de la
Añés. Quizás desde cuándo, y hasta cuándo.

Mi prima Añés “jugaba”, al igual que conmigo, con otros primos... Varias veces
su mamá tuvo que calmar el ardor de su pequeña hija, a palmetazos, correazos,
agua y jabón, pero la naturaleza es incontrolable... Una vez que un niño es

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llevado por tierras desconocidas, es muy probable que su búsqueda por explorar
más, no terminará nunca. Esa sola búsqueda, es insaciable...

Cuando decidí buscar a mi mamá, saliéndome del lado de mi abuelo paterno, “el
papi Rafael”, también me separé de mi prima Añés, porque ella provenía de un
matrimonio separado al igual que yo, por lo tanto, también le tocó vivir ahí en
casa de nuestros abuelos.
El abuelo Rafael tenía el sentido de la familia, por eso acogía a los miembros
genéticos que de alguna forma habían sido disgregados.

Paola también vivía ahí. Era hermana de la Añés; de unos cuantos años menos
eso sí...Juntos los tres, éramos un torbellino de travesuras, y cada cana que salía
en la cabellera de nuestra abuela Inés...
Con la partida a la casa de mi madre, no tan sólo se terminaban mis primeras
experiencias sexuales, sino también, las competencias en bicicleta, o en patines,
los bailes, los diferentes juegos con pelotas de playa o de fútbol; o la
competencia por ser el mejor alumno del curso...
A pesar de Añés, Paola y yo haber tenido el comienzo de una vida no tan normal
aceptable, igual compartíamos una vida bonita y familiar.
Mi tiempo en la casa de mis abuelos paternos, fue lo más cercano a una familia
bien constituida que tuve; lástima que fue tan corto ese lapso del tiempo.

Recuerdo que yo amaba mucho a mi prima Añés, y nada qué ver tenían nuestros
juegos sexuales. Ella nunca lo supo, quizás, porque pasábamos peleando y
echándonos la culpa de cualquier cosa, acusándonos de alguna embarrada, como
quebrar un macetero u otro destrozo...
Los primos nunca deben separarse; los une el lazo de la hermandad natural entre
camaradas de juegos y aventuras.
Cada niño es la posibilidad de restablecer el futuro de todos, de un país, del
mundo entero... Eso he escuchado yo, tantas veces... Cuando estamos dando los
primeros gateos, los primeros pasos, es el inicio hacia algún horizonte, donde
reinan las esperanzas de todo tipo, cuando se comienza a creer que todo es
posible...Es el instante más importante de la vida. La niñez, es tan delicada, como
el más fino de los cristales.
Los primos también son un puente que une a la familia. Debe permitírseles el
espacio de convivencia entre ellos. Aprendí también que es muy importante la
presencia de los abuelos, quizás porque aprovechan con más experiencia la
oportunidad de ser padres formando parte en la crianza de los nietos... Y a los
tíos tampoco hay que dejarlos fuera, todos enseñan y aman a su modo. Me di
cuenta, viajando por el tiempo, que todos los componentes de una familia son
indispensables durante el crecimiento de un niño, tal presencia afianza los
recursos protectores que el niño requiere para su óptimo desenvolvimiento social.
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Una familia unida, crea seguridad, y crea sendas por donde mejor transitar hacia
el mundo, el que suele estar sembrado de jardines, pero también, de malezas y
pantanos. La familia puede hacer la diferencia entre el infierno y el paraíso...

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Capítulo Séptimo

(El sendero hacia la perdición y el shock causado por unos padres


irresponsables).

“Mi amigo Luis, me daba unas monedas diariamente, para que las juntara y
comprase con ellas lo que yo quisiera.

Una de las prostitutas amigas de Luis era muy bonita. A mí me gustaba...


Siempre que nos veíamos, ella me besuqueaba y me hacía cosquillas en mi
estómago y en mi cuello. Ella no sabía que esos juegos y caricias me estaban
excitando sensualmente. Yo fantaseaba inmediatamente a causa de sus juegos,
porque mi prima Añés ya había despertado esos placeres...
Una vez que pruebas el sexo, ya es parte de tus necesidades. Si lo interrumpes, lo
querrás con más fuerza...También da razón de buscar sexo, el temprano
descubrimiento, la energía infantil, la naturaleza bullendo... Ah, también la falta
repentina de cariño, algún tipo de soledad o sufrimiento, y ciertas confusiones;
asuntos que aturden y ciegan, que predisponen a entregarse al trance de cualquier
desahogo o formas de consuelo, justamente como pueden serlo el sexo o las
drogas...

Le conté con gran dificultad a Luis, que me gustaba una de sus amigas
prostitutas. Así fue como entramos en más confianza, y le conté de mi prima
Añés, lo que hasta ese momento era un secreto... Luis reía y me hacía preguntas
directas de aquello que yo escondía. Al final Luis terminó conociendo detalles
que me dio vergüenza contarlos... Luis se sorprendió de los actos sexuales que mi
prima y yo habíamos estado haciendo...Eso me sorprendió a mí también, pero a
medida que pasaban los años...
Al contarle mi secreto a Luis, experimenté cierto alivio, como si hubiera hablado
con mi verdadero padre, “de hombre a hombre”. Me sentí bien de poder contarlo.
Era un secreto de esos que a un niño le da cierto orgullo vanidoso hacerlo saber a
un amigo, o a su padre. Es de esas confidencias que lo hacen a uno sentirse
“grande”.
Cuando logramos exteriorizar este tipo de secretos puede ayudarnos mucho si
alguien pretendiese orientarnos.
Nadie en mi familia hablaba conmigo asuntos seriamente, salvo “el papi”, (mi
abuelo paterno), o el tío Richard, claro que en forma tímida. Sólo mi prima
Jacqueline que es la mayor de mis primas, me habló de la sexualidad y del
respeto que debe existir entre hermanos y primos, esto último refiriéndose
claramente a lo que ella sabía, respecto a Añés y a mí, aunque no quiso indagar
detalles, quizás para no incomodarme; que para lo cual en todo caso, yo no estaba
dispuesto , porque por más que algunos en la familia sabían lo que estaba
31
ocurriendo conmigo y mi prima, mis labios estaban sellados; pero algo dentro de
mí quería hablar de esto, sólo faltaba un poco más de intención de parte de los
adultos que me rodeaban captando algo, y mis secretos habrían dejado de ser.
Mi tía Ximena también me hablaba enserio, pero de otras cosas, como de la
separación de mis padres y las coordenadas de mi mente, incluso trató de
convencerme que sería bueno que yo le permitiese llevarme a conversar con un
psicólogo; yo estuve algo convencido dentro de lo cohibido, pero no sé por qué
mi tía postergó tal propósito. Quizás faltó más tiempo y más atención a mi
mundo interior, ellos, los adultos, no sabían nada de lo que yo pensaba en mis
secretos; tenía ganas de hablar de mi temprana sexualidad con mi prima, de mi
tristeza por la separación de mis padres, de las voces misteriosas que a veces yo
escuchaba, de mis llantos nocturnos y de mis insomnios... Nadie supo nunca
tantas cosas que me ocurrían justo frente a ellos...Yo buscaba en silencio hablar
con alguien, pero mi interés se frustraba dentro de mi mente, porque yo no
lograba hacerme escuchar usando mi silencio; y de algún ingenuo modo, yo creía
que alguien podría escucharme igual, si tan sólo se acercaba lo suficiente, para
sentir la vibración de mis pensamientos...

Tras mi satisfacción de lograr hablar como un hombre “chico”, con un hombre


“grande”, había en mí una intención adicional a la de alcanzar el alivio que
produce descargarse del peso que significa llevar a cuestas un secreto; yo deseaba
tener sexo con esa amiga prostituta de mi “padre postizo”. Se lo dije claramente a
Luis, esperando que él creara la posibilidad.

-Pero a ellas hay que pagarles mucho dinero Rodrigo.


-Tengo quinientos pesos ahorrados.
-Guarda ese dinero para otras cosas. Yo te voy a buscar una niña de tu edad. No
es muy decente estar con una prostituta, y es peligroso, porque podría contagiarte
una enfermedad.
-¿Una enfermedad?.
-Sí, existen enfermedades infecciosas que se transmiten a través de las relaciones
sexuales; algunas pueden llegar a ser incurables y hasta causar la muerte... Espera
un tiempo, me encargaré de que pronto conozcas a una niña adecuada para ti.

No quise insistir en mi petición, aunque dentro mio era lo que más quería en esos
instantes... Ser acariciado y besado por una mujer, y no creí importante ese tema
de la edad. Un niño no se fija en la edad, simplemente le atrae una niña, quizás
por el sólo efecto químico de que sea una mujer. El anhelo existe en secreto casi
siempre... Se puede sentir atracción por una maestra de escuela, por las
compañeras de colegio, por la novia de algún tío, por una tía; en fin, el niño
fantasea, sobre todo si ya ha incursionado en la senda del sexo, aunque no
necesariamente como en mi caso. Siempre el niño querrá hablar de estas cosas,
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porque necesita respuestas, pero a veces la familia está muy distraída en sus
mundos de adultos, y los niños resultamos ser incluso una molestia y una
impertinencia en sus ocupadas vidas.
Tras las fantasías infantiles en soledad, nace el tocarse a sí mismo, procurándose
satisfacción. Esto lo facilita también la existencia de los medios de información,
como por ejemplo las revistas pornográficas, y otros cientos de formas de
erotización al alcance siempre, de cualquier niño, y el otro factor que pone en
riesgo a los niños que no cuentan con sus progenitores para ser guiados, es que
aparecen maestros y maestras de dudosas intenciones, o sea, potenciales
abusadores, (as)...

Recuerdo que a veces me excitaba tanto fantaseando, que llegaba a orinarme...


Con mi prima no alcancé a saber lo que era una eyaculación. Sólo sabía que
disfrutaba de las relaciones sexuales, esas cosquillas en mi estómago, la
electricidad en toda la piel de mi cuerpo por lo exquisito de ser acariciado, más el
embriagador placer de los besos con lengua que descubrí gracias a Añés; pero
ella ya no estaba para esos juegos, por lo que requería una maestra con urgencia...
El Luis no comprendió mucho al parecer la intensidad de mi necesidad, y el tema
no se habló más.
Comencé a planear escaparme de la vista del Luis, y con dinero en mano buscaría
a esa hermosa prostituta que me gustaba tanto, quien tendría quizás unos 20 o 30
años. No lo sabía ni me importaba su edad, soñaba despierto su cara bonita, e
imaginaba su cuerpo bajo la ropa.
Para mí sólo era una niña “grande”, y la deseaba como un hombre desea a una
mujer, pero como un niño...

Frecuentemente imaginé cómo estarían mis hermanos chicos. En todo caso ellos
se llevaban bien con Manuel, quien los atraía con regalos que yo nunca quise
recibir. Con Manuel lidiábamos una guerra que yo había perdido...

A veces Manuel golpeaba a mi mamá Primavera. Es bonito el nombre de mi


madre...

Ya no me funcionaba defender a mi madre del hombre que ella parecía amar más
que a mí...
A mis hermanos y a mí nos molestaban los niños vecinos, o en el colegio
diciéndonos: ”otoño, invierno, primavera o verano”.
Mi hermana menor heredó el nombre de mi mamá. Mi hermanita menor es la
Primavera “chica”, así le decían algunos...

Aún ante cualquier pesar, mis hermanos y yo éramos una fuerza poderosa. Nos
amábamos y éramos inseparables.

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Cuando mis padres se separaron, yo tenía 5 años al parecer...
Muchas cosas pasaron, entre ellas, sí, recuerdo cemento. Parece que mi padre
estaba en la cárcel... Sí, porque había rejas, un patio... Se escuchaba una voz por
parlante y aparecía mi papá...
Mis dos hermanos y yo estábamos ahí. Mi papá conversaba con mi mamá
después de darnos un beso, y un abrazo a cada uno... Recuerdo eso... O sea que
sí, mi padre estuvo en la cárcel, y lo visitábamos, de vez en cuando...

Le conté a Luis respecto a mi padre. No lo tuve mucho tiempo. Recuerdo que lo


amaba hasta que de pronto desapareció; después volvió, parece que al salir de la
cárcel. Pero sus apariciones eran intermitentes y débiles emocionalmente
hablando, insuficiente como para llegar a adorarlo. Es más, hubo muchas razones
como para odiarlo... Y aún lo extraño, pero lo odio desde lo más profundo de mi
corazón; por haberme engendrado para dejarme casi un huérfano. Lo odio,
porque no existe aquel odio sin amor...

Amo a mi mamá, que la odio sin diferencia del odio contra mi padre; esto creo
yo, es producto de la tormentosa desilusión, que se vuelve una abstracta y eterna
desdicha...
No me gustaría que mis hijos me odiaran algún día, así como yo odio a mis
padres, porque la noción de este tipo de odio, como yo lo entiendo, confunde con
locura, es uno de los sufrimientos que de pronto se eternizan...
Mi papá me golpeaba a correazos y palmetazos en mi rostro, hasta sacarme
sangre de la boca y la nariz. Yo no tenía tiempo de entender por qué me golpeaba
tanto, ni la causa de sus maldiciones. Él me maldijo muchas veces. Decía que un
día me vería destruido... Hoy comprendo esas palabras, que en aquel tiempo sin
entenderlas, las percibía con una misteriosa furia...
Supongo que mi papá estaba defraudado. Su rostro se deformaba de ira, como si
yo fuera exactamente lo más maldito...
Un día llegué del colegio con una calificación 6,5. No era la nota 7, que es la más
alta. Mi papá me encerró en mi pieza, se quitó el cinturón del pantalón, y me
agarró a correazos en las piernas, en mis brazos, en mi trasero... También me
pegaba patadas, y los palmetazos en mi rostro empezaban a caer en cualquier
parte de mi cuerpo; donde cayeran. De todas maneras mi papá no parecía
satisfacerse de la “lección” que me estaba dando. Un solo palmetazo me dejaba
viendo luces, me atontaba y me ponía a llorar, que lloraba, y la golpiza
continuaba, pero con más fuerza...
Aprendí a callar mis llantos. Llega un punto en que tanto te golpean, que ya no
lloras... No entendía por qué mi madre nunca me defendió de mi padre. Llegué a
tomar las cosas que ocurrían como si fuera el tipo de normalidad que a mí me
había tocado en la vida, al fin que yo era un niño y todo era nuevo para mí,
aunque incomprensible. Yo intentaba ser un niño bueno, no para que no me
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pegaran, sino porque yo amaba instintivamente a mis padres, no sabía yo que
ellos estaban abusando de mí y que posiblemente estaban muy enfermos.
Mi mamá parecía amarme mucho a veces. Me trataba como a un príncipe súper
regaloneado; pero en otras muchas ocasiones me golpeaba también, y fuerte...
Una vez mi mamá me golpeó con un palo de bambú en mi cabeza. El golpe me
rompió justo la zona de la coronilla. Aún tengo la cicatriz, como muchas otras
que no son tan visibles a primera vista...Cicatrices que no son físicas...

Mi mamá me pasaba 500 pesos y yo iba al almacén de don “Lara” y a la


carnicería. Alcanzaba justo para el día. Yo cocinaba, (mi mamá me había
enseñado ), y me tocaba cuidar a mis hermanos, porque mi madre salía a trabajar.

Cuando salíamos a jugar con mis hermanos, nos íbamos a excursiones a “La
quebrada de Macul”... Ahí volaban los cóndores sobre un bello bosque de
eucaliptos.
Al llegar mis hermanos y yo de uno de esos paseos al atardecer, fueron varias las
veces en que mi mamá estaba en pura camisa, semi desnuda y toda despeinada...
Se había tomado unas pastillas, estaba como borracha y aturdida...
Una vez llegamos justo cuando se estaba ahorcando. Sus hijos la salvamos...
Me pregunto si alguna vez mi mamá pensó en matarse junto a sus tres hijos. Por
lo menos que me hubiera matado a mí, que casi lo hizo en más de alguna paliza
que me dio...

No había una razón para que mi mamá me golpeara tan desmedidamente. Claro
que yo me portaba mal, no lo niego, pero a un niño no se le debe golpear así tan
trogloditamente.
Por algún motivo yo causaba ira en mis padres.

Pienso que cuando los padres golpean a sus hijos, es porque no tienen el control
de nada...
Mis padres eran jóvenes, y al yo nacer, habían comenzado a perder el control, y
se les hacía consciente cuando yo sin querer les daba una excusa. Entonces
descargaban contra mi sus impotencias, y las frustraciones que yo les enrostraba,
con mi sola presencia...
Sí, pensaba mucho en mis padres y extrañaba a mis hermanitos "...

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Octavo y último Capítulo

(El Fénix alza el vuelo)

"Luis me dijo que al final, de cualquier modo, tendría que yo volver junto a mi
madre...
Estaba yo justamente pensando en lo mala onda que sería ser regresado por la
fuerza a mi supuesta y tétrica casa; cuando ahí, en la densa obscuridad de esa
gran habitación de la hospedería, donde el aire era entibiado por el aliento de
todos quienes dormían esa noche... Yo tenía mis ojos abiertos; mis manos sobre
mi pecho desnudo, sólo estaba en calzoncillos, y cubierto con la ropa de la cama,
al lado de Luis como ya tantas veces... No hacía frio...
El Luis estaba despierto. Yo no me había dado cuenta de eso hasta que sentí una
de sus manos en mi pecho, y comenzó a acariciarme suavemente; como para no
despertarme, pero de pronto descubrió que yo estaba despierto y me quedé
congelado... Rápidamente me sacó los calzoncillos, comenzó a besarme desde mi
pecho, hasta alrededor de mi ombligo y destapándome por completo, comenzó a
hacerme sexo oral. Me dolía, porque mi pene en su boca rosaba sus dientes...
Parecía un lobo desesperado, y yo además de asustado, estaba confundido...
Luis hacía todo sujetándome las manos, como si yo estuviera resistiéndome,
cuando en realidad yo estaba dejándolo ser... Me asustó, pero extraño y chocante
ante lo abstracto, sexualmente me gustaba lo que me estaba haciendo; pero
chocaban en mi mente pensamientos con el hecho de que él era un hombre, y
todavía más, considerando que yo lo miraba como un hijo a su padre, pero no, no
era mi padre, ni yo su hijo...
Todo empeoró cuando me quiso besar en mi boca, porque yo lo esquivé... Me
tomó fuerte de mis brazos, a la altura de mis hombros, me apretó, y él estaba
enojado, lo supe porque me habló bien despacio, susurrándome,
amenazantemente.

-No hagas ningún ruido, porque o sino...

Luis llevó una de sus manos a mi cuello y lo apretó un poco, dejándome sin
respiración por unos segundos... Yo no iba por ningún motivo a hacer algún
ruido... Ahora yo estaba completamente aterrorizado...

El Luis se sentó en la cama, se quitó sus calzoncillos, mis ojos ya se habían


adaptado a la obscuridad y pude ver su enorme pene. Yo estaba paralizado y me
puse a mirar hacia el techo, no buscaban nada mis ojos, sólo miraban la nada y
todo...
El Luis me dio vuelta cuidadosamente, dejándome boca abajo.. Se puso en
cuclillas sobre mi espalda, encima de mis piernas, pero casi en el aire sin

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afirmarse demasiado...
Comenzó a darme besos en mi espalda, en mi cuello, en mi trasero; y me pasaba
su lengua que ya me era repulsiva en mis orejas y más abajo, mojando todo mi
cuerpo a su paso...
De pronto me echó harta saliva en mi ano y comenzó a intentar penetrarme, pero
como yo instintivamente no evitaba moverme para escaparme, me dio un
puñetazo en un riñón, me tapó la boca con una mano, con lo cual también tapaba
mi nariz. No podía respirar, me desesperé y vi todo negro; entonces atiné a dejar
de resistirme; simplemente me quedé quieto...Entonces el Luis se dio cuenta de
que no me iba a resistir, porque dejé de forcejear... Acercó el aliento de su boca a
mi oído diciéndome que pusiera mi boca en la almohada y que si quería gritar,
me iba a matar ahorcándome con sus manos...
El Luis no esperó más, fue brutal, casi grité... Metió su pene abriéndome el ano
sin mucha dificultad. Fue un terrible dolor, yo creí que estaba sangrando, sentí
que me estaba abriendo una gran herida, pero eso no importaba; lo mejor era
dejarlo hacer lo que él quisiera. Eso quizás podría salvarme la vida. A esa altura
según mi instinto de supervivencia, lo único peor, que ese dolor y terror, era
morir...
Me dolía hasta mi estómago. Podía sentir ese pene gigante destruyéndome los
intestinos.
No lloré, aguanté el llanto...
“Mi amigo”, se movía con brusquedad, parecía querer partirme al penetrarme;
salía y entraba de nuevo, se movía como una bestia devorando a su presa
salvajemente. Creí que me estaba matando, así que comencé a gritar, grité
mucho, pero callándome la boca, mordiéndome la lengua y ahogándome
voluntariamente en la almohada, para que no se me fuera a escapar uno de mis
gritos.
El Luis comenzó a detener la intensidad de sus penetraciones y pude sentir en mi
estómago cómo llegaba un chorro burbujeante, como el burbujeo que hacen las
tripas cuando tienen hambre... No mucho después, supe que era el semen de “mi
amigo”, porque estaba acabando dentro de mí... Apretó fuerte mi trasero con sus
dos manos y se detuvo pausadamente hasta por fin quitar su pene, sin moverse
más...
Cuando salió de mi trasero, sentí un dolor más terrible que los anteriores...
Finalmente, eran tantos los dolores que quedé como anestesiado. Quería
quejarme, pero debía ser cooperador, aún no sabía si corría de todas formas, el
riesgo de ser asesinado.
Me corría semen entre mis piernas, pero yo creía que era sangre. El Luis me dijo
que no había sangre en ningún lado al limpiarme con una sábana, que no me
preocupara, que no le hiciera ninguna otra pregunta tonta:

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-Duérmete Rodrigo. No se te ocurra intentar salir de la cama...

Cualquier otra orden que él me diera, yo la obedecería...


Escuché murmullos que parecían provenir del techo... Se escuchaban también los
ronquidos de algunos otros que dormían... Nadie más ahí supo lo que me pasó.
No transcurrió mucho rato y mi amigo roncaba a mi lado. Me quedé acostado en
la misma posición en que Luis me dejó, de guata a la cama.
No podía quedarme dormido, el amanecer demoró, y cuando el Luis despertó, le
pedí por favor que me dejara ir al baño...

-Iremos juntos. Sólo pórtate bien, no intentes nada...

Y me hizo colocarme los calzoncillos y unas chalas que él me había comprado


especialmente, para no pegarme hongos en el baño.
Nos metimos a la ducha juntos. Me pasó jabón, y me hizo jabonarme bien todo el
cuerpo... Yo sentía algo raro en mi estómago, pensé que si no había sangrado mi
ano, quizás la sangre estaría por dentro. Me asusté y le pedí a Luis que me dejara
hacer caca, porque de eso tenía ganas.
Con desconfianza el Luis meditó unos segundos, como si yo estuviera tramando
algo...

-Ya, anda a cagar, y te lavas bien.

La taza del baño estaba ahí mismo; en realidad eran varias tasas juntas, pero por
suerte tenían puertas individuales, porque pude ponerme a llorar en silencio,
cuando me senté en la taza del “W.C”... Y comenzó a salirme el semen, de aquel
malvado hombre...

Los siguientes días eran todos iguales. Íbamos a trabajar... Sí, todo era como
antes, sólo que las noches eran diferentes, e infinitamente tormentosas...

Una vez íbamos trabajando por avenida Providencia, cerca de la calle Pedro de
Valdivia. Pude reconocer un restaurante italiano donde eran famosas las pizzas...
Más de alguna vez cuando era yo más chico y vivía junto a mis dos padres, ellos
llevaban a sus tres hijos a ese lugar, como si la vida fuera feliz para unos niños,
sólo por ir a comer pizza junto a sus padres...
Le pedí a Luis que me dejara entrar al baño de aquel restaurante.
Eran como las 10 de la mañana. Yo estaba aturdido, no quería mirar a la gente
que andaba por las calles, porque podrían descubrir “mi suciedad”.
Yo no podía escapar, ni hablar con nadie. El Luis me vigilaba en todo momento,
aunque no necesitaba vigilarme, porque me tenía amenazado con matar a mis dos
hermanos, a mi mamá, a mis abuelos, a mis primas... Si yo me equivocaba en

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algo, si intentaba lo que sea, toda mi familia moriría; porque el Luis conocía sus
direcciones. Incluso, le gustaba llevarme a recorrer calles y pasajes por donde
vivía mi familia, y aprovechaba de advertirme que para él era fácil matarnos a
todos...
Entré al baño, me senté en la taza del “W.C” y de entre mis nalgas se escurrió el
semen. Siempre sucedía lo mismo, después de cada noche, yo necesitaba ir al
baño... Me daba asco, era algo asqueroso, y yo estaba impregnado de esa
asquerosidad; y nada en el mundo podría cambiar este hecho...
Tapé mi boca con mis manos y lloré; estaba atrapado, pero tenía que ser fuerte,
quizás cayera un rayo del cielo sobre mí y todo terminaría... Aunque también,
podría salir corriendo y lanzarme a una avenida para que me atropellara un
automóvil... Algo pasaría de pronto, pero no pasaba nada, y cada noche, yo
gemía de dolor...

El Luis no me daba descanso. Cada noche yo era su pequeño esclavo sexual, su


juguete. Tenía que hacerle sexo oral y beber su semen y me costaba mucho
controlar las arcadas. Caían lágrimas por mi rostro, pero yo no emitía ningún
sonido. El Luis me quedaba mirando cómo se bañaba de lágrimas mi cara durante
sus torturas, y parecía gustarle porque no se compadecía de ningún modo, por el
contrario me trataba con mayor violencia... Yo no me quejaba y obedecía,
mientras él me sometía a sus bestiales juegos, hasta saciarse por completo...
Un día se me cortó el frenillo de mi pene, porque el Luis me hacía harto sexo oral
y me masturbaba. Así me "decartuché", como se dice vulgarmente. Pensé en lo
vergonzoso que era haberme hecho hombre con otro hombre, Además de haber
sido violado una y otra vez en esa maldita cama.
Cuando era violado en esa maldita cama, de esa maldita hospedería, por este
maldito demonio, yo callaba mis gritos pensando en mi mamá y en mis hermanos
chicos.. Toda mi familia era mi responsabilidad.
Mi prima Añés se extrañaría cuando supiera que el frenillo de mi pene se había
cortado. Me pregunté qué diría ella al saber cómo ocurrió y con quién.

Ahora yo era un maricón, un ser insignificante y cada vez más sucio. Nadie me
aceptaría nunca por lo que me estaba ocurriendo. De algún modo, todo se sabría.
Era mejor morir...

Empecé a planear mi huida, no podía soportar más ser violado. Pero era tan
difícil luchar contra los pensamientos que me recordaban a mi familia, que mis
pies se anclaban en el suelo...
Las voces se burlaban, no tenía yo amigos en el infierno; y los buenos, todos los
buenos podían ocasionalmente también ser malos...
Quería huir. Debía entonces acudir a un carabinero, de esos que de repente andan
por las calles; pero era demasiado horrible lo que me había ocurrido. Yo estaría
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humillado frente a todos los que se enteraran; nunca más sería un niño normal, no
podía contarle a nadie, así que mis secretos serían más herméticos, secretos que
no se cuentan, sino que se descubren; pero:¿quién descubriría lo que yo preferiría
ocultar?.
Todos quienes me conocían estaban siempre lejanos, distraídos en sus
individualismos... Además yo no podía volver con mi abuelo paterno Rafael. Él
me lo advirtió, al yo elegir buscar a mi madre, las puertas de su casa se habían
cerrado para mí. No tenía yo dónde ir, ni a nadie a quien acudir. Tenía una
familia, pero no la tenía a la vez...

El Luis no se despegaba de mi lado, yo estaba secuestrado, y yo no intentaba


escapar pero quería hacerlo... Yo sentía tener la culpa de todo, sólo por el hecho
de yo existir, había puesto en peligro a quienes amaba.
Cuando llegaba la noche, cuando por fin el Luis me dejaba en paz, le supliqué a
las voces que me mataran de algún modo. Las desafié, las maldije... Pero
preferían presenciar mi agonía...
Millares de seres en el universo, ya sabían todo, no sé por qué se limitaban a
observar...¿No merecía yo alianza alguna?. Era entonces el punto negro, el error
del propio universo... Y Dios...¡Dónde estaba Dios!...

Un día no dejé a ningún pensamiento invadirme... Me hice el sordo de mi mente,


y de las voces que parecían provenir torbellinamente de cualquier parte... El Luis
dormía, faltaba poco para el amanecer. Le saqué todo el dinero de sus pantalones,
tomé su ropa, y la puse dentro de una bolsa plástica, al igual que sus zapatos.

Cuando logré la calle, hice detener una micro, subí y me fui directo al terminal de
buses Alameda, que ya conocía porque mi mamá me había llevado de viaje a la
playa varias veces junto a mis hermanos; aunque la mayoría de las veces, no
íbamos en bus, sino que al salir a la carretera de la costa hacíamos “dedo”...
Como fuera, siempre llegábamos a Viña del Mar, o a Valparaíso. Así fue como
comencé a amar al mar y a sus olas...
Mi pecho estaba ahogado. Pasé por donde había un basurero y tiré la ropa de ese
maldito...
Le pedí a un adulto anciano que me pagara el pasaje en bus con mi dinero...

Por fin iba escapando, nada me importó más en esos momentos que mi libertad;
aunque en la profunda verdad, ya nunca más sería libre... Era un ser que había
muerto, un nacido a la muerte...

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Cuando llegué a Viña del mar me fui a la playa “Acapulco”. Me senté en la arena
soleada, frente a las olas que rompían suavemente en la orilla... Y lloré, lloré de
alivio, pero también de miedo y de dolor, porque, toda mi vida recién
comenzaba, y ya estaba hecha en mil pedazos”...

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