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El viejo rescatador de
Árboles
Gloria Alegría Ramírez
Primera Parte
Uno
Dos
Tres
Cuatro
Sin embargo, Bebta no vivíéa solo en este mundo.
Nadie, aunque asíé lo parezca, vive solo. Por
mencionar algo, estaé n nuestros vecinos. A veces
son buenos vecinos y otras, no tanto. Incluso
pueden llegar a ser nuestros amigos de toda una
vida. Algunos se preocupan de las personas que
viven en las casas de al lado o del frente o de maé s
allaé . A otros nos importa el aspecto que tiene
nuestra calle; queremos que Las veredas esteé n
limpias, los aé rboles y jardines bien cuidados, ¿o
no? Bueno, a los vecinos de el, les interesaba
mucho, tal vez demasiado que estaba sucediendo
con la casa del viejo. Maé s que preocuparles el
anciano, les preocupa la propiedad.
Fue por eso que empezaron a murmurar.
Pero queé hombre tan raro!
—¡Queé le pasa al viejo Bebta! ¿Acaso se
estaé volviendo loco?
—¿Han visto como tiene su casa llena de aé rboles?
—¡Eso ya no es casa! ¡Es una selva! ¡Bebta se
estaé volviendo loco!
—¡Es horrorosa! ¡Ha de estar llena de
bichos, aranñ as, culebras!
Cinco
Va a regalar sus aé rboles a la ciudad!
¡Claro que síé! La ciudad se veríéa hermosa con
ellos. Seríéa fantaé stico" delante de cada casa, por lo
menos un aé rbol, habíéa muchas casas sin un aé rbol
en su entrada, nuchos edificios rodeados de
concreto BALDOsas que en el verano reflejaban solo
el ardiente calor. Estacionamientos de
supermercados, ni las calles desiertas y fríéas, sin
un aé rbol que aliviara el caminar de los
transeué ntes en eI verano o alegrara el otonñ o con
su lluvia de hojas amarillas.
Buena idea! —gritoé su amigo, quitaé ndose las gafas.
— Buena idea! —gritoé Bebta, abrazaé ndolo.
Seis
—No es posible.
—¿Coé mo?
Segunda Parte
Siete
Ocho
Nueve
Tercera Parte
Once
Doce
Trece
Catorce
Quince
Dieciseé is
Tal vez fue por eso o por el íémpetu con que habíéa
hablado o por el volumen de su voz, que el
hombre no le respondioé . Solo llamoé por teleé fono a
alguien y pidioé un vaso de agua para que Bebta
pudiera calmarse. Y asíé fue. Despueé s de un rato,
cuando Bebta recobroé la compostura, el asesor le
pidioé que lo acompanñ ara a la terraza para ver la
nube de la que hablaba. Una vez ahíé, Bebta sintioé
que los ojos le ardíéan y que todo su cuerpo
temblaba, pero esta vez de emocioé n. ¡Por fin
alguien lo habíéa escuchado!
Nada maé s.
Entonces fue cuando Bebta lo observoé . Porque
eé l esperaba, y con mucha razoé n, que el aé rbol se
pusiera contento, moviera sus ramas, lo
felicitara de alguna manera.
Pero, en cambio, la voz del aé rbol parecíéa
apesadumbrada, sin aé nimo, sin fuerzas. Lo
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
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Diecisiete
Entonces lo supo.
Dieciocho
—Así es.
—¿Paé jaros?
Juan Antonio M.
Agustín G.
Claudio.
Sr. Bebta.
Sr. Bebta.
Anita.