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El viejo rescatador de
Árboles
Gloria Alegría Ramírez

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Primera Parte

Intentareé contarles una historia. Sucedioé no hace


tanto tiempo y probablemente se vuelva a
repetir como casi todas las historias que andan
por ahíé dando vueltas por el mundo. No me
pregunten coé mo es que la conozco. La conozco
porque síé, nada maé s. No todo puede tener una
explicacioé n.

En esta historia, por ejemplo, hay cosas difíéciles


de comprender. Y les digo que "tratareé " de
contarla porque es muy probable que olvide
algunos detalles o los nombres de ciertos
personajes. A veces no es faé cil mantener todo en
la memoria. Seé que ustedes lo van a entender.

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Uno

l hombre de esta historia se llamaba Bebta.


Lo recuerdo bien por lo extranñ o de su nombre;
nunca lo habíéa escuchado, y soy alguien de
muchos lugares, claro que síé. Pero no se
preocupen o se pongan a hojear libros tratando de
encontrar su origen o su significado. No es tan
importante. Lo relevante es el personaje y la
historia que tengo que contarles.
Pongan atencioé n para que puedan atarse
al extremo de su hilo y seguirme.
Este hombre, que se llamaba Bebta, vivíéa en una
casa grande y antigua, de esas que ya casi no se
ven en las ciudades. Entre muchas otras cosas —
aquíé he olvidado algunos detalles—, la casa era de
dos pisos, con un aé tico que teníéa una pequenñ a
ventana en el techo. A Bebta le gustaba aquella
ventana, le gustaba aquel aé tico, aunque se
demorara un tanto en llegar hasta eé l (teníéa que
subir mucho por una escalera muy

estrecha) y en ocasiones terminaba bastante


cansado (Bebta era lo que suele llamarse "un
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hombre de la tercera edad"). Le agradaba porque


desde ahíé podíéa apreciar mejor el cielo, la luna, las
estrellas, el resto de la calle, los techos de las otras
casas; podíéa incluso corretear a los gatos cuando
andaban de parranda y tambieé n contemplar maé s
de cerca las bandadas de loros que, de vez en
cuando, cruzaban la ciudad. Pero, en realidad, no
es de la ventana, ni del aé tico, ni de la casa, ni de los
techos de las otras casas, ni siquiera del cielo, o la
luna, ni las estrellas y menos de los gatos o los
loros de lo que tengo que hablarles. Es del aé rbol
que habíéa en la vereda, frente a la casa de Bebta. Y
no es, que aquel aé rbol fuese raro o lo hubiesen
traido de algué n lugar lejano o lo que sea que pueda
hacer especial a un aé rbol. Si les hablo de un aé rbol,
ustedes querraé n saber queé aé rbol es, pero no me es
faé cil recordar su nombre y no intenten
presionarme para que lo haga. Solo seé que era de
aquellos que desprenden unas semillas que giran y
giran al caer y a las que ustedes llaman
helicoé pteros, y que ademaé s era de hojas caducas.
Me imagino que saben lo que es "hoja caduca", ¿o
no? Bueno, si no lo saben, lo averiguaraé n. Tambieé n
seé que era un buen lugar para que los paé jaros
hicieran sus nidos. Nada maé s.
Necesito hablarles del aé rbol porque es parte vital
de esta historia. Y tambieé n, acaso esto es maé s
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importante aué n, porque Bebta lo amaba. No


porque fuese grande, de ramas firmes y
extendidas hacia el cielo y hacia los aé rboles
cercanos, y frondoso, de hojas verdes y brillantes
en verano, con una sombra capaz de refrescar a
los que transitaban por la vereda del frente, lleno
siempre del canto de aves y ruidos de insectos.
No. Era solo que Bebta amaba a todos los aé rboles,
a todas las plantas que crecíéan en su jardíén y maé s
allaé .
Bebta amaba la vida.

Dos

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l jardíén de Bebta no era pequenñ o. Como


ya dije, ¿lo dije, no?, su casa era una de eé sas
grandes y antiguas. Estaba casi en el centro de un
gran terreno que ocupaba cerca de media
manzana, lo que causaba la envidia de muchos de
sus vecinos. A pesar de vivir solo, Bebta nunca la
habíéa querido vender. Algunos parientes y
amigos, en su afaé n por protegerlo, lo habíéan
tratado de convencer para que se trasladara a un
pequenñ o pero coé modo departamento cercano a
algué n centro comercial, con ascensor, portero
eleé ctrico, conserje y citoé fono que le dieran
seguridad.

Cada cierto tiempo llegaban tambieé n los


corredores de propiedades, atraíédos no tanto
por la casa, que era vieja, sino por el gran
terreno.

—Le ofrecemos muchos millones de pesos por


ella —le proponíéan unos.

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—Mucho maé s de lo que realmente vale —


le aseguraban otros.
—Lo que usted pida —le prometíéan los
maé s atrevidos.
—No.
—No.
—No.
Bebta les decíéa siempre que no. EÉ l jamaé s la
venderíéa. Nunca. Porque Bebta era feliz allíé, con
su gran aé rbol al frente de su casa, su jardíén, su
patio de atraé s y su parroé n.
Si pueden hacerlo, traten ustedes de imaginarse
la vida de Bebta. Ahora ya estaba un poco viejo.
Se notaba en la forma pausada que teníéa de
caminar, la espalda levemente curvada, y su
mirada maé s apagada de lo que seguramente lo
fue en su juventud, por la carga de recuerdos tal
vez.
En sus comienzos eé l habíéa sido contador de
varias empresas, y se habíéa casado, pero no
teníéa hijos. Ahora su esposa no estaba, habíéa
muerto hacíéa unos anñ os y eé l solo se ocupaba de
llevarle la contabilidad a un viejo amigo gordo que
teníéa un boliche a tres cuadras de su casa.

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Eso era suficiente para vivir tranquilo, pues,


ademaé s, recibíéa su jubilacioé n. Con el dinero que su
amigo le pagaba por la contabilidad, Bebta
compraba tierra de hoja. Seé que a ustedes les
pareceraé raro, porque eé l no era jardinero y ademaé s
uno no puede gastarse todo el dinero que recibe
en comprar tierra de hoja. A míé tambieé n me lo
parecioé en un comienzo, es decir, cuando me lo
contaron, pero como y lo dije, ¿lo dije, no?, eé l
amaba su jardíén y estar en eé l le parecíéa lo mejor
del mundo y lo maé s natural. Su vida no era
complicada, al menos a simple vista. En las
manñ anas se levantaba muy temprano, y despueé s
de asearse, se dedicaba a regar los aé rboles que
teníéa al lado afuera de su casa, en la vereda: el
grande, del que ya les hableé , y dos maé s pequenñ os,
que se repletaban de llores rosadas en primavera.
Tambieé n cuidaba con esmero un poco de pasto
que habíéa logrado sobrevivir, a pesar de que los
ninñ os del barrio lo pisoteaban cada cierto tiempo
jugando a la pelota. Una de sus tareas era arrancar
la maleza que siempre amenazaba con destruirlo.
Bebta teníéa todo lo que deseaba. Sin embargo, su
apacible existencia iba a cambiar. Y lo haríéa una de
aquellas manñ anas en las que se dedicaba a
desmalezar el jardíén.

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Tres

ebta estaba arrancando la maleza


cuando descubrioé algo que antes habíéa
notado, pero a lo que nohabíéa dado mucha
importancia: no todo lo que no era pasto era
maleza. Junto a ella, y pasando casi
inadvertidos, crecíéan tambieé n pequenñ os
aé rboles, es decir, bebeé s de arboles. Teníéan un
tallo delgado desde donde, asomaban una o
dos hojas pequenñ íésimas, tiernas, y verdes,
cubiertas todavíéa por una suave capa
aterciopelada. Bebta separoé con sus dedos la
hierba que estaba alrededor de ellos y los
contemploé largo rato Despueé s se puso de pie y
miroé al imponente aé rbol, el de la gran sombra.
Comprendioé que aquellos brotes eran hijos de
eé l y que si alguien los cuidaba llegaríéan a ser,
al pasar el tiempo, tan grandes y hermosos
como su padre. Bebta decidioé no arrancarlos.
Maé s que eso Resolvioé que desde ese díéa iba a
cuidar de ellos. Se iba a preocupar de
rescatarlos. Como si fuese un ninñ o que
encuentra un tesoro y desea contaé rselo a su
madre, asíé, con esas ganas, Bebta corrioé hasta
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el patio posterior de su casa en busca de unos


maceteros y enseguida comenzoé a
trasplantarlos.

Para hacerlo tuvo que prestar mucha atencioé n,


porque las raíéces, los tallos y las hojas de los bebeé s
de aé rboles son muy fraé giles y tiernas, y se rompen
con mucha facilidad. Maé s tarde, y sin apuro, los
puso al resguardo de la sombra del parroé n, que
tambieé n estaba en el patio posterior de su casa, y
los regoé , uno por uno, lentamente, dejando caer en
los maceteros suaves gotitas de agua que la tierra
absorbioé con ansias.

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Bebta no supo, porque es muy difíécil para los


hombres saber los sentimientos de la naturaleza,
pero aquella manñ ana el gran aé rbol del frente de
M I casa se sintioé feliz como nunca antes. Casi una
decena de sus hijos estaba a salvo. No quiero
aburrirlos detenieé ndome en detalle que puedan
parecerles sin importancia, como que las hojas
del gran aé rbol se pusieron maé s brillantes y sus
ramas llenaron el aire de aplausos y desde ese
díéa abrigaron a maé s paé jaros y dieron cabida a
maé s insectos. Sin embargo, es preciso que
ustedes sepan que a partir de ese momento la
principal preocupacioé n de Bebta fue rescatar a
aquellos bebeé s de aé rbol. Siempre que
desmalezaba el jardíén del frente de su casa, lo
hacíéa con sumo cuidado para no arrancarlos.

—Vamos a ponerte en un lugar mejor,


maé s protegido —le susurraba cuando
encontraba alguno.

Y lo sacaba, lo llevaba hasta el patio interior de


su casa y lo poníéa junto a los otros arbolitos que
crecíéan en maceteros a la sombra del parroé n.

Estaba bien, muy bien.

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Solo que Bebta comenzoé a salvar tambieé n a los


pequenñ os aé rboles que crecíéan en el pasto de la
casa del frente y en la del lado, y al pasar los díéas,
cada vez que iba a comprar o a caminar por las
calles de su barrio, llevaba una pequenñ a bolsa con
tierra por si encontraba alguno para rescatar. Y
siempre regresaba con varios. A veces, con
muchos. Y esto no habríéa sido problema si solo
hubiese ocurrido durante esa primavera. Pero
sucedioé que Bebta continuoé rescatando aé rboles
por muchos, muchos meses. Y anñ os.
Se convirtioé en un rescatador de aé rboles.

Piensen lo que sucedioé entonces.


El patio de su casa, su gran patio, aquel terreno
que era codiciado por los corredores de
propiedades, por el que le ofrecíéan millones de
pesos, poco a poco se fue llenando de maceteros,
bolsas y toda clase de tiestos que pudieran
contener un aé rbol pequenñ o. Sin que el propio
Bebta se diese cuenta, de pronto el espacio debajo
del parroé n ya no le bastoé , por lo que tuvo que
ocupar el resto del patio, los pasillos de acceso a eé l,
el antejardíén. Al comienzo, Bebta fué e dejando o se
fue haciendo caminos para desplazarse entre ellos

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y asíé regarlos y cuidar que crecieran sanos, sin


pestes y esas cosas. Pero como cada díéa rescataba
maé s y maé s y maé s, aparte de los que ya teníéa, el
espacio se fue llenando raé pidamente. Cada díéa que
pasaba teníéa que dejar los aé rboles praé cticamente
uno junto al otro, hasta que no le quedoé maé s
remedio que ocupar el espacio que habíéa en los
balcones.
En verdad, a Bebta no le importaba, porque eso
era lo que eé l queríéa hacer: rescatar aé rboles.

Pero su casa fue tomando un aspecto muy extranñ o.


Para empezar, ya no teníéa jardíén, es decir, ya no
contaba con aquel jardíén con pasto y algunas matas
de arbustos e incluso un par de rosales. Ahora eran
solo aé rboles. Nada maé s que aé rboles. Si uno miraba
la casa desde afuera o desde la vereda del frente, la
veíéa rodeada completamente por ellos.

La casa misma parecíéa un extranñ o y gran aé rbol con


ramas que se asomaban de sus ventanas, de los
balcones, de la chimenea, casi, casi desde el techo.
Miles de matas, medianas, pequenñ as, maé s grandes,
miles y miles de aé rboles iban creciendo y creciendo
cada díéa maé s y maé s.
Algunos cientos incluso colgaban desde las
panderetas como si fueran plantas en maceteros.
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La casa habíéa quedado dentro de un gran bosque.


Finalmente, ya praé cticamente no se veíéan las
ventanas. Era poco menos que imposible entrar o
salir de ella.
Estoy casi seguro de que ustedes se preguntaraé n
por queé Bebta hacíéa tal cosa. Es decir, uno puede
entender que quisiera rescatar aé rboles, unos
pocos, tal vez por su gran amor por la naturaleza.
Pero, ¿tantos?, ¿para queé ?

Es que ni el mismo Bebta lo sabíéa. Pero a eé l no le


importaba. EÉ l, simplemente, no hacia pregunttas.
No, porque cada vez que plantaba un pequenñ o
aé rbol en riesgo de morir o arrancado, Bebta sentíéa
algo en su corazoé n. Un pequenñ o cosquilleo. Sentíéa
ganas de llorar y de reíér a la vez. En realidad eé l
experimentaba una gran felicidad. Y el aé rbol del
frente de su casa, tambieé n. Aunque Bebta no lo
supiera.

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Cuatro
Sin embargo, Bebta no vivíéa solo en este mundo.
Nadie, aunque asíé lo parezca, vive solo. Por
mencionar algo, estaé n nuestros vecinos. A veces
son buenos vecinos y otras, no tanto. Incluso
pueden llegar a ser nuestros amigos de toda una
vida. Algunos se preocupan de las personas que
viven en las casas de al lado o del frente o de maé s
allaé . A otros nos importa el aspecto que tiene
nuestra calle; queremos que Las veredas esteé n
limpias, los aé rboles y jardines bien cuidados, ¿o
no? Bueno, a los vecinos de el, les interesaba
mucho, tal vez demasiado que estaba sucediendo
con la casa del viejo. Maé s que preocuparles el
anciano, les preocupa la propiedad.
Fue por eso que empezaron a murmurar.
Pero queé hombre tan raro!
—¡Queé le pasa al viejo Bebta! ¿Acaso se
estaé volviendo loco?
—¿Han visto como tiene su casa llena de aé rboles?
—¡Eso ya no es casa! ¡Es una selva! ¡Bebta se
estaé volviendo loco!
—¡Es horrorosa! ¡Ha de estar llena de
bichos, aranñ as, culebras!

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Tambieé n comenzaron a criticar el aspecto de


Bebta..., que era algo que no queríéa mencionar, que
hacer para que comprendan esta historia. Síé, su
aspecto habíéa desmejorado mucho en el ué ltimo
tiempo. Hay que reconocerlo. La mayoríéa de las
veces andaba con un especie de mameluco ancho
de tela azul destenñ ida, con dos bolsillos enormes
de los que siempre alojaba una bolsa con una
matita Antes de ser un rescatador

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de aé rboles, siempre lucíéa afeitado y llevaba el pelo


corto, pero ahora se habíéa dejado crecer el cabello
y la barba con el pretexto de que no le quedaba
tiempo para síé mismo, pues debíéa preocuparse de
sus aé rboles. En los díéas de calor, y tambieé n en los
de fríéo, usaba un gran sombrero de paja que lo
hacíéa parecer un espantapaé jaros, sobre todo
porque Bebta era flaco y largo y teníéa un aspecto
desgar-bado. Se banñ aba todos los díéas, pero a las
dos horas lucíéa sucio y sudoroso por lo mucho
que trabajaba rescatando aé rboles, buscaé ndoles un
espacio, cambiando a los que iban creciendo
desde tiestos pequenñ os a maé s grandes. En las
noches se acostaba exhausto. Por supuesto, para
los vecinos era incomprensible la conducta de
Bebta. No conocíéan sus sentimientos, asíé como
tampoco eé l conocíéa mucho el sentimiento que
despertaba en los demaé s. Por eso se sentíéa feliz
haciendo lo que hacíéa. Rescatando aé rboles.
Daé ndoles un hogar en su casa. ¿A quieé n podríéa
molestarle?
Sin embargo, su felicidad no se prolongaríéa
por mucho tiempo.

Duró hasta el día en que unos niños


comenzaron gritarle ¡Viejo loco, viejo loco! ¡Miren,
ahíé vael viejo loco de los aé rboles!
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Es una pena que tenga que llegar a esta parte,


pero es asíé. Lo terrible del caso es que bebta,
con esto de los aé rboles, se puso un puro enojoé n.
Bastante, en honor a la verdad. En su afaé n por
cuidarlos, no dejaba que nadie lse acercara. Si
por casualidad alguien, ya sea el hombre que iba
a tomar el estado de la luz o el que registraba el
medidor del agua, le pisaba alguno o le
quebraba alguna rama, Bebta reaccionaba en
forma violenta. Los trataba de torpes e inué tiles y
regresaba al interior de la casa mascullando
palabrotas. Los ninñ os pasa ron ,a ser sus
principales víéctimas, pues desde el jardíén de
Bebta las pelotas de fué tbol dejaron de ser
devueltas a sus duenñ os.

j Vayan a jugar a otro lado,


chiquillos maldadosos—les gritaba
desde dentro.

¡No pienso devolver maé s pelotas!

i Vaé yanse a jugar a otra parte, que aquíé lo ni


que hacen es romper mis aé rboles!

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Por eso fue que los ninñ os comenzaron a


llamarlo viejo loco, maniático, chiflado. Y que
sus padres y abuelos lo vieran como un anciano
deé spota e indeseable.
Lo peor de todo era que Bebta, despueé s de
vociferar, se arrepentíéa, porque eé l amaba tambieé n
a las personas y sobre todo a los ninñ os. Suspiraba
y se decíéa a síé mismo que estaba exagerando las
cosas y que la proé xima vez trataríéa de ser maé s
amable. Realmente a eé l no le gustaba que le
dijeran viejo loco, que le gritaran ¡Ahí va el viejo
loco de los árboles!, que se rieran de eé l cada vez
que lo veíéan. A nadie le gusta recibir burlas, el
desprecio de los vecinos. Es malo ser blanco de las
risas de los ninñ os y de las críéticas aé cidas y duras
de los adultos.
Cuatro

Casi todos, excepto su amigo el del boliche,


comentaban que Bebta era un vecino
insoportable, un viejo furibundo, intratable, y que
ademaé s su casa era un desastre, afeaba el barrio;
que un barrio completamente remozado y
rejuvenecido como aquel no podíéa tener esa
horrible casa llena de aé rboles y menos a ese viejo
recorriendo las calles con ese mameluco

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MU y gastado, ese sombrero lleno de hojas y que


ademaé s gritoneaba a los ninñ os ca vez que caíéa una
pelota en su jardíén. Bebta PENSO que en alguna
medida eé l era el responsable de haber dejado que
las cosas llegaran a ese extremo. Pero, realmente,
no comprendíéa bien como habíéa ido sucediendo
todo.
A veces, mientras trabajaba con sus
aé rboles, pensaba:
primero fue rescatar los aé rboles.

despueé s, rescatar maé s y maé s aé rboles.

finalmente, enojarme con los ninñ os lanzan la


pelota a mi patio y lastimando alguno.
Su amigo, el del boliche, le decíéa:

—Vas a tener que solucionar este problema.

—¿Por queé no dejas solo los aé rboles maé s grandes?

—¡No rescates maé s aé rboles!

—Por ué ltimo, deshazte de algunos.

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Pero ¿coé mo escoger cuaé les debíéan salvarse y


cuaé les no? No podíéa quedarse tranquilo dejando
que algunos crecieran y otros murieran. Se sentíéa
responsable de ellos. De todos ellos.
Hasta que una tarde, conversando con su
amigo, compartieron una idea que les parecioé
buena.

Cinco
Va a regalar sus aé rboles a la ciudad!
¡Claro que síé! La ciudad se veríéa hermosa con
ellos. Seríéa fantaé stico" delante de cada casa, por lo
menos un aé rbol, habíéa muchas casas sin un aé rbol
en su entrada, nuchos edificios rodeados de
concreto BALDOsas que en el verano reflejaban solo
el ardiente calor. Estacionamientos de
supermercados, ni las calles desiertas y fríéas, sin
un aé rbol que aliviara el caminar de los
transeué ntes en eI verano o alegrara el otonñ o con
su lluvia de hojas amarillas.
Buena idea! —gritoé su amigo, quitaé ndose las gafas.
— Buena idea! —gritoé Bebta, abrazaé ndolo.

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Esa noche, el viejo rescatador de aé rboles pudo


dormir. Se quedoé eligiendo los aé rboles maé s
grandes y firmes para regalarlos a la ciudad. Los
fue poniendo uno a uno en una carretilla
(recuerden que Bebta no era un jovencito, asíé que
no podíéa empujar un carretoé n muy grande), hasta
que ya no le quedoé maé s espacio. Mientras lo hacíéa,
sentíéa algo parecido a la felicidad, pues ahora
sabíéa que iban a crecer hermosos como el gran
aé rbol del frente de su casa, y en su patio quedaríéa
lugar para recibir a maé s, porque de verdad a eé l le
preocupaba mucho no poder seguir salvando
aé rboles por falta de espacio. Eso síé, trataríéa de
mantener una rutina e ir regalaé ndolos a medida
que crecieran.
En la manñ ana muy temprano, despueé s de haber
dormido tan soé lo tres horas, Bebta salioé con su
pequenñ o carretoé n. Pero en su emocioé n y
entusiasmo olvidoé algo importante: olvidoé
cambiarse de ropa, ponerse unos pantalones y una
camisa limpios en vez de ir por ahíé con el mismo
mameluco de siempre, sus mismas zapatillas
gastadas. Simplemente, se le olvidoé porque eé l
pensaba solo en sus aé rboles. Casi se habíéa olvidado
de síé mismo.

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Imaginen la escena de esa manñ ana: despueé s de


abrir la vieja puerta de su antejardíén y sacar la
carretilla, se le hace difíécil volverla a cerrar. Los
aé rboles que escogioé son los maé s grandes y ya
sobrepasan su altura. Es el inicio del otonñ o y
algunos ya estaé n comenzando a perder sus hojas.
Antes de disponerse a caminar, mira hacia ambos
extremos de la calle. No hay nadie. Lo que sucede
es que es saé bado, mucha gente no trabaja y los
ninñ os no van al colegio. Pero Bebta no se ha
acordado de ello. Para eé l, todos los díéas son
iguales. Porque ya no sale a trabajar, es jubilado,
recuerden.
Aquella manñ ana comenzoé a tocar los timbres de
las casas de sus vecinos. Es faé cil imaginarse lo que
ellos le respondieron cuando se asomaron
somnolientos por las ventanas.
—¿Estaé usted loco? ¡Andar ofreciendo sus
estué pidos aé rboles a estas horas de la
manñ ana!
—¿Queé cosa dice? ¡No le entiendo! ¿Queé me
quiere regalar un aé rbol?
—¡No quiero maé s aé rboles! ¡Coé mo se le ocurre
venir a molestar!

¡No es nadie, mamaé ! ¡Es el viejo loco de los aé rboles!


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Aun asíé, Bebta no se dejoé abatir. Continuoé toda la


manñ ana recorriendo las calles, golpeando las
puertas. Pero en la mayoríéa de las casas sucedioé
lo mismo. Aun cuando ya SE ACERcaba el mediodíéa
y todos ya estaban perfectamente despiertos, los
hombres, las mujeres y los ninñ os le respondíéan
mal, en especial aquellos que lo conocíéan. Y los
que no Io habíéan visto nunca, solo se fijaban en
su aspecto y lo rechazaban antes siquiera de que
Bebta pudiera explicarles que los aé rboles eran
regalados y que eé l mismo se iba a preocupar de
plantarlos. Es lamentable decirlo, pero muchos
solo se dejaban guiar por la apariencia
DESARRApada de Bebta. La mayoríéa.

Imaginen ahora a Bebta volviendo a casa: es


tarde mas allaé de la hora en que todo el mundo
suele dormir la siesta. El díéa estaé nublado, gris,
bebta esta cansado, pero maé s que eso siente
unos enormes deseos de gritar y de llorar.
Arrastra los pies y apenas puede empujar su
carretilla que estaé tan llena y pesada como en la
manñ ana. En su corazoé n solo lleva una gran
interrogante:

—¿Queé hareé ahora con mis aé rboles? ¿Que seraé


de ellos?
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Seis

Es una bendicioé n tener a alguien que nos


comprenda. Asíé lo sintioé Bebta al díéa siguiente,
cuando fue por el pan al boliche y le contoé a sU
amigo lo mal que le habíéa ido el díéa anterior, este
lo escuchoé con atencioé n y lamentoé lo que le
estaba sucediendo. Pero tambieé n le dio una idea:
— y por queé no vas a la municipalidad y los
Ofreces ¡A lo mejor despueé s te das el gusto de Ver
tus aé rboles en las plazas y en los parques y en el
frente de cada casa donde antes los rechazaron!
¡Anda, Bebta, no te desanimes, hazme caso!
Bebta le dio un fuerte apretoé n de manos y
regreso a casa maé s animado. ¡Eso haríéa! ¡Iba a ir
a la municipalidad o, mejor aué n, iríéa
personalmente y pediríéa hablar con el alcalde si
era necesario!
La manñ ana venidera Bebta, se levantoé maé s
temprano y maé s descansado tambieé n, porque
habíéa dormido toda la noche y hasta tuvo un
maravilloso suenñ o en el que veíéa a todos sus
aé rboles ya grandes y robustos creciendo sanos en
los parques de la ciudad. Esta vez se preocupoé de
asearse y vestirse en forma adecuada, es decir,
dejoé el mameluco en casa y se puso un temo

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antiguo que usaba en sus tiempos de contador. Le


quedaba un poco ancho, pero solo un poco.

Sin demora, salioé en direccioé n a la


municipalidad. Cuando llegoé , el lugar estaba
atochado de gente. Hacíéa mucho que Bebta no
iba a un lugar pué blico a realizar un traé mite, asíé
es que le costoé aproximarse hasta la ventanilla
correspondiente. De verdad, la sala estaba
atestada de gente con papeles y caras aburridas
y cenñ os fruncidos. Algunas personas se
paseaban de acaé para allaé cargadas de una
impaciencia que no podíéan disimular.
—Necesito hablar con el encargado de forestacioé n
—le dijo a la mujer que estaba detraé s de
la ventanilla.
le dio una tarjeta.
¡Va a tener que esperar algunos minutos, porque
el encargado se encuentra en una reunioé n con el
personal! —le respondioé casi sin mirarlo.
Aquella manñ ana, Bebta estuvo casi hasta las doce
sentado en la sala de espera de la oficina
municipal. Vio como, poco a poco, los asientos
fueron desocupando y el ruido fue dejando paso al
silencio. Cuando ya casi pensaba que no lo iban a
atender ese díéa, el secretario del encargado de
forestacioé n lo llamoé desde una puerta ubicada al

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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fondo de la sala. En ese momento sintioé que su


corazoé n comenzoé a celerarse maé s y maé s.
Tal vez sea difíécil para nosotros compreé ndalo,
pero era lo que le sucedíéa a Bebta. no podíéa
respirar. En su mente pudo ver caimionetas de la
municipalidad llegando hasta su casa para retirar
cientos y cientos de arboles. Se imaginoé la ciudad
poblada con sus hermosos aé rboles dando sombra
a las veredas, a los estacionamientos, cubriendo
de verdor plazas y parques. Lleno de emocioé n,
caminoé hasta encontrarse frente al escritorio del
encargado de forestacioé n. Era un hombre de
cuello delgado y corbata de pequenñ os lunares
lilas. Estaba revisando unos papeles y apenas
levantoé la mirada para decirle:
—Explíéqueme.
—Mi nombre es Bebta.
—Explíéqueme.
—Estaé bien. Vengo porque tengo unos aé rboles que
pueden plantarse en la ciudad, en los parques, en
las plazas, creo que les pueden ser...

—No es posible.
—¿Coé mo?

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 29

—No es posible. Ya tenemos todo el plan


de forestacioé n de aquíé a cinco anñ os. No
hay presupuesto.
—Pero yo...
—¡No es posible, senñ or!
—¡Pero yo les voy a regalar los aé rboles, no
a vender!
—Aué n asíé. No tenemos personal para que haga el
trabajo.

Ustedes se imaginaraé n coé mo se sintioé Bebta. El


hombre aquel ni siquiera se molestoé en mirarlo.
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
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Para queé mencionar si realizoé algué n gesto de


buena educacioé n, como decirle, por ejemplo: lo
siento mucho, es usted una persona muy
generosa, pero ahora no podemos, o
simplemente, no, gracias, tal vez en un tiempo
maé s. Bebta estaba demasiado decepcionado para
seguir insistiendo. Le dijo gracias al hombre y
salioé del lugar. Sintioé que nadie lo comprendíéa.
Maé s aué n, se sintioé muy, pero muy
apesadumbrado porque parecíéa que sus aé rboles
nunca encontraríéan otro hogar, y el suyo, habíéa
logrado darse cuenta, se haríéa cada díéa maé s
insuficiente. Experimentoé algo de ira tambieé n,
porque, despueé s de todo, eé l no era un viejo loco
como creíéan sus vecinos o aquellos ninñ os que lo
insultaban. El era Bebta, el rescatador de aé rboles,
el que teníéa la ilusioé n de verlos crecer, de que
fueran tan grandes y tan hermosos como el gran
aé rbol que habíéa en la vereda, frente a su casa.
Esa noche, como casi todas las noches, Bebta subioé
al pequenñ o aé tico. Necesitaba contemplar el cielo,
las estrellas, respirar aire en el silencio final del
díéa. Los ninñ os del barrio no lo sabíéan (estaban
viendo televisioé n en sus casas), los adultos
tampoco. Nadie. Nadie lo sabíéa, pero esa noche
Bebta se sintioé de verdad muy triste. Y muy solo.
Entonces fue cuando sucedioé lo extranñ o, lo
inexplicable.
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 31

Segunda Parte

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 32

Pero antes... Si desean seguir escuchando


oyendo esta historia, segué n sea el caso, deben
tener el corazoé n muy abierto. No los ojos, porque
los ojos solo sirven para ver lo que se puede ver. Ya
lo dije.
Abierto el corazoé n O el alma. O como quieran
llamarle a la parte de nosotros que tampoco
podemos ver con los ojos.

Siete

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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Bebta estaba contemplando las ; estrellas desde su


aé tico..., ¿les dije que la casa teníéa un aé tico, no es
cierto? Síé. Ya lo recordeé . Bueno, Bebíéa estaba
contemplando las estrellas desde e I aé tico de su
casa, cuando de pronto empezoé a oir un suave
murmullo. Por un momento pensoé que se le habíéa
quedado encendido el televisor, pues antes de
subir habíéa estado mirando las noticias, pero no, el
sonido no proveníéa del interior de la casa, sino de
afuera. Al comienzo creyoé que podíéa ser la brisa
que siempre se quedaba revoloteando entre las
ramas de los arboles. Pero tampoco. La noche
estaba quieta. Mas quieta que nunca, quizaé s. Nada
parecíéa moverse, salvo el titilar lejano de las
estrellas. Entonces Bebta decidioé abrir la ventana
y tratar de mirar maé s allaé . Corríéa una suave brisa
fríéa que de a poco le fue helando la punta de la
nariz, pero eso no le importoé . Giroé la cabeza hacia
la derecha y hacia la izquierda, "paroé las
orejas",como dicen algunos o, en un lenguaje
menos coloquial, se quedoé largo rato tratando de
identificar desde doé nde proveníéa aquel sonido.
Entonces se fue dando cuenta de que el murmullo
no veníéa de ninguna otra casa, ni de la calle, ni de
allaé abajo alrededor del jardíén. El sonido proveníéa
del aé rbol.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 34

Del centro del follaje, quizaé s, o desde dentro eso


Bebta no lo podíéa precisar. En realidad, tratoé de
ver el ruido, algo muy difíécil porque los ruidos se
escuchan, no se ven, pero Bebta insistioé en ver el
ruido; sin embargo, las ramas dalan sombras que
se lo impedíéan, ademaé s la noche de verdad
estaba oscura. Era una noche sin luna. Una noche
extranñ amente quieta y silenciosa, salvo por aquel
murmullo. Fue entonces cuando Bebta se percatoé
de que aquel ruido no era exactamente un
murmullo, es decir, habíéa dejado de serlo. Desde
el instante que eé l se habíéa asomado a la ventana,
poco a poco aquel sonido se habíéa ido aclarando,
aclarando, para convertirse en algo parecido una
voz. Pero no el tipo de voz a la que estamos
acostumbrados. Era diferente, como un soplido,
un aliento suave, grave y profundo que proveníéa
desde la escasa frondosidad del aé rbol. Recuerden
que era un aé rbol de hojas caducas y ya estaba
comenzando el otonñ o. En aquella terrible
oscuridad, en aquel profundo silencio, la voz
comenzoé a dibujarse en palabras. Las PALAbras
del aé rbol. El gran aé rbol del frente de su casa le
estaba hablando.

—Estaé s un poco triste, ¿no?

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 35

En ese momento, Bebta estaba mirando hacia los


lados. Pero no pudo seguir hacieé ndolo. Sus ojos,
su cuerpo entero se detuvo. Por un segundo
sintioé que su corazoé n dejaba de latir, pero
enseguida, como si se hubiese vuelto loco, le
empezoé a palpitar raé pido y fuerte. Podíéa
escuchar sus grandes y poderosos latidos cada
vez maé s fuertes y maé s apresurados, los sentíéa en
sus oíédos, en las sienes, en las venas de su cuello,
en el estoé mago. ¡No, no podíéa ser cierto!
Seguramente se habíéa quedado dormido y
estaba sonñ ando.

—¡Todo no es maé s que un suenñ o! ¡Todo no es


maé s que un suenñ o, todo no es maé s que un
suenñ o! —se repitioé decenas de veces, tal como
lo hacíéa cuando de ninñ o algo le causaba miedo.
¡Era imposible que un aé rbol hablara! Eso le
decíéa su mente de persona sensata.

Pero entonces otra vez escuchoé aquella voz,


ahora antecedida de un pequenñ o carraspeo:

—¡No te asustes, Bebta, no te estaé sucediendo


nada malo! ¡Soy yo, el aé rbol grande del frente de
tu casa!

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 36

La voz era amigable. Y las palabras, tambieé n. Sin


embargo, Bebta se sentíéa demasiado aturdido
como para ponerse a pensar en ello. Se dijo que
quizaé s todos los que lo llamaban loco teníéan
razoé n. Pero lo pensoé solo un ins- tante, pues
inmediatamente experimentoé unos
Irrefrenables deseos de escapar. Tal vez no era
que se estuviese volviendo loco. Seguramente
ESTABA demasiado cansado y tambieé n muy triste y
solo. Entonces cerroé la ventana y bajoé
aceleradamente las escaleras, lo maé s raé pido que
pudo, hasta que llegoé al segundo piso, donde
estaba su dormitorio. Se acostoé , pero no logroé
conciliar el suenñ o en la madrugada, Cuando los
paé jaros ya comenzaban a trinar.

Durante el díéa, mientras realizaba sus quehaceres,


en tanto cuidaba a sus miles de aé rboles y se
preparaba algo de comer, no podíéa sino recordar lo
que le habíéa sucedido. Lo que pasaba es que, como a
todos los seres humano.

A veces a Bebta le costaba reconocer la Verdad. Y la


verdad era que el aé rbol síé le habíéa hablado. Asíé es
que cuando comenzoé a caer la noche, decidioé que
por nada del mundo subiríéa al aé tico esa noche.
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 37

Aunque necesitara mirar las estrellas, o dejar


escapar su mente hacia el cielo y olvidar que
todos lo creíéan loco y que ademaé s aué n no podíéa
encontrar un lugar donde plantar sus aé rboles, no
subiríéa al aé tico. No podíéa hacerlo. Temblaba solo
de pensar en que algo parecido a lo de la noche
anterior le sucediera nuevamente. Claro que
Bebta no se lo decíéa de ese modo, eé l no admitíéa asíé
tan simplemente su temor y menos reconocíéa que
el aé rbol de verdad le hubiese hablado. EÉ l se
inventoé mil excusas:
—Que le dolíéa la espalda.
—Que habíéa dormido mal.
—Que habíéa tenido pesadillas la noche anterior
y ahora teníéa mucho suenñ o.
—Que mejor veíéa la pelíécula que estaban
anunciando en la televisioé n en vez de
subir a contemplar las estrellas.
Eran todos pretextos. Es normal tratar de evitar
lo que nos produce miedo, ¿cierto? Sin embargo,
las cosas no siempre suceden como Uno se las
propone,
y eso fue justamente lo que le pasoé a Bebta
aquella noche.

Ocho

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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Estaba sentado frente al televisor cuando sonoé el


teleé fono: era su amigo, su ué nico amigo, ustedes
ya lo conocen, el medio gordito y miope duenñ o
del boliche al que le llevaba la contabilidad.
Despueé s de saludarlo, este le expuso el motivo
de su llamado.

—En la madrugada me voy de pesca y se


me rompioé mi canñ a justo hace unos
minutos. ¿Me puedes prestar la tuya?

en el instante mismo, Bebta recordoé que sus


utensilios de pesca estaban en el aé tico. Y supo
que TENDRIÉA QUE SUBIR, porque tampoco era
su costumbre dejar de hacer favores cuando le
era posible.

- Claro que síé, ven a buscarla —le respondíéa sin


dejar traslucir el temor que ya estaba
comenzando a sentir.

¿Ustedes creen que es motivo de temor el que un


aé rbol le hable a uno? Sinceramente, yo me habríéa

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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muerto de susto y a lo mejor no me habríéa


atrevido a subir, aunque mi amigo se enojara
conmigo. Pero Bebta se obligoé a síé mismo a
enfrentar ese temor. Decidioé que iríéa por la canñ a
de pescar.
La escala que lo conducíéa hasta el aé tico estaba un
poco vieja, como casi todo en la casa, asíé es que
mientras Bebta avanzaba por los peldanñ os podíéa
oíér el crujir de las tablas bajo sus botas. Al
escuchar aquel ruido, se dio cuenta de que esa
noche estaba tan callada y tan quieta como la
anterior. Y su corazoé n comenzoé otra vez a
apresurarse. Podíéa sentirlo tal como la noche
precedente. Pero Bebta era un hombre valiente,
aunque no lo pareciera cuando bajoé corriendo las
escaleras la noche pasada. Ahora no se dejoé
atemorizar. Ademaé s, le habíéa prometido a su
amigo que le tendríéa la canñ a y no iba a salir a
ué ltima hora con el cuento de que el aé rbol le habíéa
hablado y teníéa miedo. Eso síé que seríéa motivo
para que hasta su amigo creyera que se estaba
volviendo loco. El del boliche era su amigo
verdadero y le hubiese creíédo la historia.

aé rbol, porque los amigos verdaderos nunca dudan


de sus amigos, pero Bebta estaba muy . ASUSTADO y

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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no queríéa arriesgarse ni un poco a perder su


amistad.
Asíé es que decidioé que, por eso, no le iba a
contar y continuoé subiendo hasta que estuvo en
lo alto.
Cuando encontroé la canñ a se quedoé por un
Momento, menos de un segundo, contemplando
al gran aé rbol que estaba frente a su casa. A tra
ves de la ventana solo podíéa distinguir una
parte de eé l, pero era maé s que suficiente. Pudo
Ver sus grandes y fuertes ramas extendieé ndose
hacia todos lados. Parecíéa un gigante vigoroso
con los brazos en alto buscando estrellas. Bebta SE
emocionoé . Pensoé en los cientos, tal vez miles de
hijos de ese aé rbol creciendo allaé afuera. pensoé
tambieé n en los miles de hijos de otros aé rboles.
Entonces permanecioé un momento maé s junto a la
ventana. Simplemente, porque no podíéa apartar
los ojos de aquel aé rbol y tambieé n porque
necesitaba convencerse de que, en realidad, lo
sucedido la noche anterior habíéa sido algo que
habíéa imaginado, producto del cansancio y la
decepcioé n. Se quedoé un largo rato ahíé.
Contemplaé ndolo. Y nada sucedioé . Es decir, Bebta
no escuchoé ningué n murmullo que se fuera
haciendo cada vez maé s claro hasta convertirse en
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 41

voz de aé rbol. Nada. Hasta que, por un impulso


inexplicable — ya dije que en esta historia hay
muchas cosas que no tienen explicacioé n— a
Bebta se le ocurrioé abrir la ventana. Algo
totalmente fuera de lugar, porque esa noche síé
que hacíéa fríéo, tanto que se habíéa visto obligado a
ponerse unas calcetas maé s gruesas al caer la
tarde. Tal vez Bebta quiso convencerse
completamente de que estaba en lo cierto, de que
en realidad no habíéa existido murmullo ni voz ni
menos palabras, porque eé l no solo habíéa oíédo una
voz, habíéa escuchado, y muy claramente, unas
palabras, unas frases, yo se las puedo recordar si
es que las han olvidado, aunque es difíécil olvidar
una cosa asíé:

—Estaé s un poco triste, ¿no? ¡No te asustes,


Bebta, no te estaé sucediendo nada malo! ¡Soy yo,
el aé rbol grande del frente de tu casa!
Bien. Bebta abrioé la ventana.

Nueve

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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Lo hizo para convencerse. Ya lo dije. Y


entonces, como si lo estuviera esperando desde
hacíéa mucho, el aé rbol nuevamente le habloé :

—¡Hola, Bebta! ¡Queé bueno que te decidiste a


subir a conversar conmigo!

Esta vez su voz fue maé s clara, maé s profunda


mas fuerte que la noche anterior.

Bebta simplemente se quedoé paralizado, no


podíéa mover ni un mué sculo de su cara, y menos
de su cuerpo. La canñ a de pescar que teníéa en su
mano se deslizoé hasta caer al suelo.

- ¡Deja ya de asustarte, tonto, tué no eres un


hombre cualquiera, eres especial! —exclamoé el
aé rbol con un ligero tono de impaciencia en su voz
—. ¡Deja de actuar como un humano comué n y
corriente!

Entonces Bebta decidioé contestarle,


aunque realmente le parecíéa una
locura, pero es que en realidad era
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 43

una locura lo que le estaba


sucediendo. Ustedes coinciden en
eso, ¿verdad?

Bebta le contestoé . A medias, porque debioé hacer


un gran esfuerzo, primero para sacar el habla, ya
que tuvo que despejar la garganta, que maé s
parecíéa un nudo que un tubo dispuesto a dejar
pasar algué n sonido; despueé s, para mover los
labios. Por supuesto que le salioé una voz apenas
audible y algo aguda. Y todo lo que logroé decir fue:
—¿Coé mo sabes mi nombre?
El aé rbol comenzoé entonces a resoplar y a
agitarse como si alguien lo estuviese moviendo
desde el tronco, aunque era imposible mover a
un aé rbol tan grande. La verdad es que se estaba
riendo.
—¡Aaaah, eres muy simpaé tico! —exclamoé ,
despueé s de calmarse—. ¡Te conozco de hace
tanto, lo menos que puedo es saber tu nombre.
Bebta pensoé que síé, que aquel arbol teníéa razoé n,
que hacíéa ya casi cuarenta anñ os que vivíéa en esa
casa y desde siempre habíéa estado ese aé rbol allíé.
En realidad, era un aé rbol viejo. Iba a contestarle

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 44

que teníéa razoé n, pero tardoé demasiado y


entonces el aé rbol le habloé nuevamente.
—¿Viniste a mirar las estrellas?
No es que la pregunta tuviera algo que ver, pero
lo hizo recordar a su amigo y la canñ a de pescar. Y
se acordoé justo, porque en ese preciso momento
escuchoé sonar el timbre.
—Alguien te busca —dijo el aé rbol—, es tu amigo,
el del negocio.
—Síé —dijo Bebta, y bajoé apresuradamente
las escaleras despueé s de recoger la canñ a de
pescar.
Ustedes pensaraé n que luego de entregarle la canñ a
a su amigo, Bebta volvioé a subir hasta el aé tico para
seguir conversando con el aé rbol. No. Despueé s de
entregarle la canñ a a su amigo decidioé quedarse en
el primer piso preparaé ndose una leche con
chocolate, que era una de sus debilidades. No era
que tuviese hambre o muchos deseos de tomar
leche chocola tada. Lo que pasaba era que
necesitaba darse un tiempo para pensar en lo que
le estaba sucediendo.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 45

Un aé rbol le estaba hablando! ¡El gran y hermoso


aé rbol del frente de su casa le hablaba! I id algo
terriblemente difíécil de creer, aunque muchas
personas, y eé l mismo, pensaran que la
naturaleza, las plantas, teníéan ciertas formas de
comunicarse. EÉ l siempre se habíéa sentido a gusto
rodeado de ellas, sentíéa una gran placidez
cuando estaba en su jardíén, cuando trasplantaba
a sus pequenñ os bebeé s de aé rbol. A menudo les
hablaba como se habla a una persona.
—¡Te voy a dejar aquíé para que recibas maé s sol!

—¿Queé te pasa, muchachita, que estaé s tan triste?

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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—¡Voy a tener que cortarte algunas ramas, te


estaé s poniendo fea!

—¡Miren lo que les traigo! ¡Vitaminas para


que crezcan maé s lindas!

Bebta pensaba que las plantas podíéan oíérlo,


percibir de alguna forma sus cuidados y su amor.
EÉ l creíéa, tal como muchas personas, que las
plantas podíéan moverse de una forma especial y
emitir ciertos sonidos casi inaudibles al oíédo
humano. Pero de ahíé a que hablaran, que usaran
el mismo lenguaje que los hombres, que
dominaran el arte de combinar letras, síélabas,
palabras, de eso a escuchar sus voces... A oíér la
voz profunda y grave del aé rbol que estaba frente
a su casa... Y maé s aué n, que el aé rbol no solo
supiera su nombre, sino tambieé n conociera a sus
amigos..., era algo difíécil de entender. Pero ya lo
dije, esta historia tiene mucho de inexplicable.
Tambieé n dije, y lo seguireé diciendo

hasta que termine, hay que escucharla con el


corazoé n, ¿lo dije, no? Porque, claro, con el oíédo
solo se oye lo que hace ruido, en cambio con el
corazoé n...
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 47

Aunque se sentíéa asustado y muy confundido,


esa noche Bebta decidioé que de ahíé en adelante
Iba a tratar de escuchar con el corazoé n.

Convencido de eso, se fue a dormir.

para descubrir algué n indicio. Pero eé l no le daba


ninguna pista. Nada. Entonces, Bebta esperoé hasta
la noche y subioé al aé tico en busca de una

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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respuesta, alguna razoé n que explicara lo que le


estaba sucediendo. Y estaba en lo cierto.
El aé rbol teníéa un muy importante motivo
para hablarle.

Pero eso es algo de lo que se daraé n cuenta luego.


Esta vez, cuando llegoé al aé tico, abrioé la ventana
de par en par.
Ustedes seguramente estaé n pensando que el aé rbol
le queríéa dar las gracias por rescatar a sus
pequenñ os hijos de una muerte lenta, segura y
dolorosa, porque morir pisoteado o arrancado de
la tierra sin piedad debe doler. Pero no.

El gran aé rbol del frente de la casa quiso advertir


de algo a Bebta y, a traveé s de eé l, a la ciudad.

Al hablar de ciudad, todos pensamos en las


calles, los puentes, las casas y los edificios de
departamentos, los medios de transporte, los
colegios, los hospitales, el aeropuerto. Sin
embargo, el aé rbol del frente de la casa de Bebta
no pensaba precisamente en los edificios o en las
casas o en las veredas o en las calles, ni en los
cines ni en nada de eso. El aé rbol pensaba en las
personas, en los ninñ os, en los paé jaros, en los
perros y los insectos, en los otros aé rboles, en las
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 49

flores de los parques, en los pequenñ os ríéos de las


afueras, en los gatos. El aé rbol pensaba en todo
aquello que teníéa vida.
Porque todo lo que teníéa vida se encontraba en
peligro. EÉ l, por ser un aé rbol, lo sabíéa. En realidad,
no lo sabíéa por ser solamente un aé rbol, sino
porque era uno de los aé rboles maé s grandes y maé s
viejos de la ciudad. EÉ l podíéa ver mucho maé s que
lo que veíéan los otros aé rboles e, indudablemente,
maé s que lo que podíéan o queríéan ver las
personas..., la mayoríéa de las personas, excepto
Bebta, claro, que como ya les he dicho muchas
veces, era un ser humano muy especial.

Antes de una semana, cuando notoé que Bebta le


habíéa perdido algo de miedo, el aé rbol le confesoé
el porqueé intentaba comunicarse con eé l.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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—Quiero que mires al cielo,


Bebta, y te fijes en aquella
enorme nube negra que se
estaé formando. Es una nube
toé xica y cada díéa crece y
crece y crece y se agranda.

Bebta sacoé el cuello hacia fuera, es decir, se asomoé


hasta la cintura para poder mirar y se quedoé largo
rato en silencio mientras el aé rbol continuaba:
—Se estaé convirtiendo en un gran monstruo.
Debes ir y advertirles a todos que estaé n a las
puertas de una gran desgracia. Primero los ninñ os y
los ancianos, luego los adultos, todos comenzaraé n
a sufrir enfermedades, muchos

moriraé n, algunos antes, otros despueé s. Los paé jaros,


las ardillas, los perros, los caballos, las mariposas.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 51

Bebta siguioé mirando.

—Observa bien —continuoé el aé rbol con voz triste


—. Las estrellas ya no tienen el mismo brillo de
antes. La luna se ve difusa, paé lida, parece que ya
no estaé tan cerca y tiene unos cíérculos extranñ os a
su alrededor.

Era cierto. Las estrellas parecíéan pequenñ os


insectos emigrando hacia el infinito. Hasta el
contorno de las montanñ as estaba desapareciendo.
Bebta tuvo que quedarse largo rato observando el
cielo para darse cuenta de que el aé rbol teníéa
razoé n. Y ese esfuerzo que tuvo que hacer es
comprensible porque, despueé s de todo, Bebta era
un hombre y los hombres no tienen la misma
sensibilidad de los aé rboles.

Despueé s de lo que le conto el aé rbol, al dia


siguiente, habíéa una reunioé n importante en la
municipalidad
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 52

Bebta preguntoé doé nde se realizaba esa reunioé n,


considerando la oportunidad que teníéa de
dirigirse a un lugar en que pudiera encontrar a
todas las autoridades vecinales reunidas.
—Es informacioé n reservada —le contestoé la voz,
ya no tan amable, y le cortoé .
Entonces Bebta decidioé que iríéa un poco maé s
arriba en la escala del poder.
Resolvioé ir hasta la municipalidad para hablar
con algué n concejal.
—Estaé n todos en una reunioé n muy importante
con los jefes comunales.
Entonces buscaríéa maé s arriba aué n.
—¿Y el alcalde?
—Le podemos dar una cita para una semana maé s.
El senñ or alcalde tiene su agenda completa.
Deberíéa ir a la intendencia. Pediríéa hablar con
el intendente personalmente.
—El intendente anda de viaje.
Con algué n diputado o senador.

—Se encuentran resolviendo problemas de


Estado. No se les puede interrumpir. De todas

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 53

formas, les haremos saber su inquietud. Nos


preocupan mucho las inquietudes de la gente —le
explicoé el secretario del secretario de la
secretaria del Congreso.

Con algué n obispo. La Iglesia tambieé n tiene poder,


se dijo Bebta, pensando que de ninguna manera
iba a claudicar.

—Eso no le compete a la Iglesia. Debe usted


hablar con algué n dirigente vecinal.

Aquella noche, Bebta llegoé a su casa, se sentoé en el


silloé n, se sacoé las botas y pensoé que debíéa
dormirse de inmediato para poder reanudar sus
esfuerzos al díéa siguiente. Antes, subioé al aé tico.
Seguramente su amigo estaríéa esperaé ndolo para
saber coé mo le habíéa ido.
—No me fue bien —le dijo, un tanto
apesadumbrado, al aé rbol—. Todo el mundo
parece estar muy ocupado.

Tercera Parte

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 54

Es un poco triste relatar lo que sucedió al día


siguiente y los que siguieron, así es que no lo voy
a contar. Ustedes ya lo suponen.
Ahora, preocúpense de lo que viene a
continuación.

Once

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 55

e un díéa para otro, la nube comenzoé a


cubrir la ciudad. Perdoé n, me expreseé mal. No fue
que la nube grande y oscura de un díéa para otro
comenzara a cubrir la ciudad. Fue de un díéa para
otro que las personas de la ciudad se dieron
cuenta de que una nube grande y oscura estaba
cubriendo la ciudad. Que estaba sobre sus
cabezas.

Síé, porque aunque a ustedes les parezca raro, las


personas no habíéan puesto atencioé n hasta ESE
DIÉA que una nube grande y oscura estaba
cubriendo la ciudad. No habíéan notado que los
techos rojos de las casas cada díéa se veíéan menos
rojos, que los edificios blancos parecíéan plomos,
que las veredas, que ya eran grises, se veíéan aué n
maé s grises. Gris de gris era todo. Hasta el aire era
gris. Y poníéa grises a las personas, y no solo grises,
sino opacas. Feas. Y tristes. O por lo menos, de
aspecto triste. El pelo sin brillo, las mejillas
amarillentas. Era tan grande y tan oscura que lo
ensombrecíéa todo. Los rayos del sol apenas
lograban traspasarla. Era una sombra sobre las
sombras propias de la ciudad.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 56

En la manñ ana de ESE DIÉA, algunos creyeron que


estaba a punto de desencadenarse una tormenta,
porque el cielo se oscurecioé como si fuera a llover.
Pero encontraron extranñ o que no corriera
absolutamente nada de viento y que ademaé s
hiciera mucho fríéo. Siempre que viene una
tormenta llega antes el viento, y la mayor parte
de las veces no hace tanto fríéo; maé s bien, todo se
rodea de cierta tibieza. Recuerden, la tibia caricia
de la brisa presagiando la lluvia. Bueno, despueé s,
cuando no hubo tormenta, a mediodíéa, otros, o
los mismos que pensaron que quizaé s se
avecinaba un temporal, consideraron la
posibilidad de que la nube negra se debiera a un
incendio producido en algué n lugar de la ciudad.
Lo raro era que no habíéa olor a humo y ni
siquiera se sentíéan los carros de los bomberos y
menos aué n a los ninñ os gritando ¡incendio,
incendio! Aunque síé habíéa un olor extranñ o. Pero
indefinible. Tambieé n era raro que en las noticias
de la tarde en la TV, las de antes de los dibujos
animados, no se hablara de ningué n incendio.

Sin embargo, y aunque a todos les parezca algo


increíéble, asíé como durante el díéa se habíéan dado
cuenta de su existencia, asimismo, cuando llegoé la
noche, todos la olvidaron. La noche con su

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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oscuridad hizo desaparecer la nube negra en el


cielo. Algunos comentaron que ese díéa habíéa sido
un díéa extranñ o, pero nada maé s. Pero hubo "unos"
que no lo olvidaron. ¿Tienen idea de quieé nes
pueden ser
Piensen.
Asíé es. Ya lo descubrieron.
Bebta: uno. Y el gran aé rbol: dos. "Unos".

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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¿Ustedes creyeron por algué n instante que ellos lo


olvidaríéan? Pues no. Bebta y el aé rbol no lo
olvidaron simplemente porque ellos no habíéan
dejado nunca de estar pendientes de aquella
nube. Llevaban ya muchos díéas hablando de lo
mismo, intentando que la ciudad los escuchara, o
escuchara a Bebta, ya que, es loé gico, el aé rbol no
podíéa moverse y tampoco hablaríéa con nadie maé s.
Para eso habíéa elegido a Bebta.
La noche de ESE DIA, como siempre y como se le
habíéa hecho costumbre, Bebta subioé al aé tico a
conversar con su amigo aé rbol. Pero en esta
ocasioé n sus ojos pequenñ os crecieron enormes
ante la sorpresa de ver que la nube monstruosa ya
se arrastraba por los techos de las casas, por el
pavimento de las calles y veredas de la ciudad.
Desde su cuerpo se desprendíéan hilos casi
invisibles que buscaban aé vidos las chimeneas de
algunas faé bricas, los tubos de escape de los autos
que transitaban aué n a esas horas, hilos que se
introducíéan por las ventanas entreabiertas, por
debajo de las puertas para engullirse el humo que
desprendíéan las estufas y el de los cigarros que
consumíéan algunas personas.
—Sinceramente, ¿habíéas visto antes algo asíé? —
preguntoé Bebta

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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El gran aé rbol sacudioé con desgano sus ramas y,


con una congoja difíécil de describir, le dijo que no,
que nunca, que jamaé s y que teníéa mucho miedo,
porque sabíéa lo que causaban aquellas nubes
horripilantes.
—No es faé cil luchar contra una nube. No es como
luchar contra un dragoé n o un pulpo gigante o tal
vez una planta carníévora, que ya es bastante
complicado. En realidad, nadie sabe coé mo luchar
contra una nube. Y menos contra una nube
maleé vola como aquella.
Bebta no le preguntoé a queé se referíéa, porque ya lo
sabíéa y, ademaé s, porque habíéa ciertas palabras
que lo impresionaban, que realmente le poníéan la
piel de gallina. La palabra muerte, por ejemplo, o
la palabra destruccioé n. No le gustaban. En verdad,
a nadie le gustan. A míé tampoco, si ustedes me lo
preguntan. Debe ser por eso que, por el solo
hecho de que alguien las pronuncie dan ganas de
luchar contra ellas. ESO le sucedioé a Bebta. Sintioé
que eé l debíéa continuar luchando ahora con maé s
fuerza que nunca contra aquella nube repugnante.
Fue tan, tan grande ese sentimiento, que exclamoé
desde el fondo mismo de su corazoé n:
—¡Manñ ana alguien me tendraé que escuchar!

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 60

—¡Eso es! —exclamoé el gran aé rbol—.


¡Debes hacerte escuchar!

Alguna vez ustedes deben de haber experimentado


lo mismo que Bebta en ese momento. Bebta se
sentíéa el salvador de la ciudad, casi podíéa oíér su
sangre corriendo vertiginosamente por sus venas,
su corazoé n latiendo con fuerzas renovadas. Sentíéa
algo parecido a cuando uno debe matar una gran
aranñ a que asusta a los hermanos menores, pero
multiplicado por mil.

¡Otra vez iríéa a golpear las puertas de sus vecinos!


No le importaba que lo tildaran de loco!
—¡La nube negra, la nube negra ahogaraé la
ciudad! —les diríéa.
Los obligaríéa a levantar los ojos hacia el cielo.
A mirar y a ver.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 61

Doce

l nuevo díéa llegoé maé s gris que el anterior.


Bebta lo notoé a pesar de que casi se moríéa de
suenñ o y apenas podíéa abrir los ojos. Pero aunque
les parezca doblemente extranñ o, las gentes de la
ciudad no lo notaron. Se dieron cuenta, eso síé, de
que la nube aué n continuaba allíé. Algunos, incluso,
todavíéa esperaban que de un momento a otro se
desatara una tormenta, otros, en cambio, la
miraron camino a su trabajo sin hacerle
demasiado caso, pues llevaban prisa. La nube fue
tema en las noticias de mediodíéa, pero en la tarde
ya todos la consideraban parte de la ciudad y hasta
se hablaba de ella como si hubiese existido
siempre.
Piensen un poco en esta ciudad. Imagíénensela.
Puede parecerse a la de ustedes, a la míéa, a la de
cualquier paíés del mundo. Tal vez es maé s
pequenñ a. Síé, lo es. Pero, como todas las ciudades,
tiene casas, calles, avenidas, edificios, plazas y
parques, grandes almacenes, industrias,
hospitales, colegios. Por ellas transitan personas
y animales. En las primeras horas de la manñ ana
sus calles se llenan de gente, de buses,
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 62

automoé viles, transportes escolares; las faé bricas


comienzan a funcionar, los grandes almacenes
abren sus puertas, los ninñ os asisten al colegio.
Todo es movimiento, agitacioé n, unos van, otros
vienen. Nadie mira hacia el cielo simplemente
porque no quieren detenerse, porque si se mira el
cielo mientras se camina, seguro se gana un
porrazo. Detenerse en la ciudad es casi imposible.
Entonces no se mira sino solo hacia adelante.
Jamaé s hacia los lados. Menos hacia arriba, hacia
el cielo.
Pero Bebta queríéa, necesitaba que todos o
alguien se detuviera un momento y mirara hacia
arriba.
Primero fue hasta la casa del vecino del frente,
cuyo nombre no recuerdo ahora, ustedes
perdonen. Golpeoé la puerta con decisioé n.
Realmente se sentíéa con las fuerzas para golpear
todas las puertas de la ciudad. Ademaé s, aquel
vecino siempre le habíéa parecido una persona
amigable, aunque ué ltimamente no le hablara, de
seguro por todo ese asunto de los aé rboles y
tambieé n, claro, porque en uno de sus enojos eé l
habíéa retado a uno de sus hijos.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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—¿Recuerda la nube negra? —le dijo en cuanto


el hombre abrioé la puerta—. ¡Míérela! ¡Todavíéa
estaé ahíé! ¡Estaé creciendo, se alimenta de la
ciudad! ¡Tenemos que buscar la manera de
destruirla! ¡Tiene que ayudarme a avisar a los
demaé s!
Pero tal como sucedioé antes y tambieé n cuando
Bebta tratoé de regalar sus aé rboles, ni ese vecino y
tampoco los demaé s le hicieron caso. Como antes,
muchos ni siquiera le abrieron sus puertas. Solo
recibioé insultos y le gritaron que estaba maé s loco
que antes y que mejor se quedara en su casa con
sus aé rboles, mientras pudiera, mientras no viniera
el alcalde y lo echara y asíé el vecindario volviera a
ser otra vez el vecindario elegante de siempre.
—¡Síé, porque no queremos gente loca por aquíé!
Nadie, absolutamente nadie, se dio el trabajo
de mirar al cielo.
Otra vez Bebta se sintioé profundamente triste.
De vuelta a casa, ya no era capaz de levantar los
ojos del suelo, los llevaba fijos en la punta de
sus viejas botas de cuero cafeé . No lo escuchaban.
A un viejo pobre y loco como eé l, nadie lo iba a
escuchar (eso parecíéa realmente con su aspecto
desgarbado, su mameluco raíédo, la barba y el
pelo crecidos y hablando de una nube asesina).
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 64

Llegoé a casa y no comioé . Y esa noche, cuando


subioé hasta el aé tico, no hizo maé s que llorar. Y es
que estaba demasiado triste. Piensen si algo asíé
les sucediera a ustedes. Ademaé s, no le
importaba que su amigo

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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el gran aé rbol lo viera, porque era su amigo y


tambieé n se habíéa quedado toda la noche
pendiente de la nube negra y estaba seguro de
que durante el díéa habíéa habíéa abrigado
esperanzas de que alguien hiciera algo, de que la
ciudad reaccionara.

—¡Nadie me escucha! —-exclamoé Bebta, ya


sin aliento.

El gran aé rbol, que estaba tan abatido como eé l, no


hizo sino lanzar un largo suspiro. No teníéa
muchas ganas de hablar porque comenzaba a
enterarse de los estragos causados por esa
enemiga de la vida que estaba ahíé en el cielo.

Durante el díéa habíéa podido oíér los primeros


llantos de los ninñ os cuando la nube comenzoé su
labor de enfermarlos. Desolacioé n. Eso era lo que
traíéa. Y los ué nicos capaces de destruirla eran los
hombres, pero estos no escuchaban. Salvo Bebta,
por supuesto, porque Bebta, ya lo saben ustedes,
y yo, y el gran aé rbol, no era una persona comué n.

Trece

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 66

quella noche Bebta y el aé rbol casi no


hablaron. Cada uno se quedoé pensando en la
terrible tragedia que amenazaba a la ciudad y
que era ignorada por la mayoríéa o que la
mayoríéa se negaba a reconocer.
Despueé s de un rato, bajoé hasta el primer piso y se
preparoé una leche chocolatada, porque necesitaba
pensar. Con la taza humeante en la mano, recordoé
a su amigo del boliche. Los ué ltimos díéas lo habíéa
olvidado. Habíéa estado demasiado ocupado
buscando a las autoridades, preocupaé ndose de
sus arbolitos, porque, pese a todo lo que ocurríéa,
no habíéa dejado de prodigarles su cuidado. Sin
embargo, ahora estaba muy, muy agotado.
Demasiado triste. Casi sin esperanza. Necesitaba
hablar con alguien maé s que el aé rbol. No era que lo
despreciara, lo amaba, pero ahora necesitaba
hablar con una persona. Era distinto hablar con
un aé rbol que hablar con una persona. Ademaé s, su
amigo del boliche era su amigo de casi toda la
vida. Y ahora síé, reconocíéa que debíéa contarle todo
lo que estaba sucediendo con el aé rbol y advertirle
tambieé n lo de la nube negra.
Cuando lo llamoé , le respondioé su mujer.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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—Estaé en el hospital. Algo extranñ o le ha


sucedido, porque tiene muchas dificultades
para respirar. El doctor dijo que lo iban a tener
que dejar con oxíégeno hasta manñ ana.
Bebta colgoé sin siquiera despedirse. Su corazoé n
casi se detuvo de la impresioé n. ¡Su amigo, su
amigo del boliche estaba enfermo y eé l sabíéa la
causa, eé l sabíéa por queé , eé l no le habíéa advertido!
Dejoé la taza sobre la mesita de arrimo y subioé
corriendo hasta el aé tico para contarle al gran
aé rbol. Despueé s de escucharlo, este tardoé un poco
en preguntar:
—¿Estaé s seguro?
-¡Síé!
—Es asíé —reflexionoé el aé rbol con voz desolada.—
Sabemos que esa nube infame enferma a la ciudad,
a los ninñ os y a los viejos primero, a los animales y
a las plantas. Lo hace en silencio y sigilosamente.
¿Te diste cuenta de que esta primavera hubo
menos mariposas que la anterior y que las hojas
de tus arbustos lucieron menos brillantes? ¿Te
diste cuenta de que rescataste menos aé rboles, que
las enredaderas que cubren algunas murallas
tienen menos fuerza para aferrarse a ellas?
—De verdad, no lo habíéa notado —dijo Bebta,
sintieé ndose un poco culpable—. He estado tan
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 68

preocupado de los pequenñ os aé rboles. Solo de


ellos.

—Síé —dijo el aé rbol—. La nube es muy astuta. Poco


a poco nos acostumbra a su presencia, hasta que
ya es demasiado tarde. Ella se alimenta del humo
de las faé bricas, de los autobuses, de las chimeneas,
del polvo de la calle. Asíé crece para luego
ahogarlos a todos. ¡En pocos díéas no solo tu amigo
del boliche estaraé enfermo! ¡Todos lo estaremos!
¡Las plantas! ¡Los paé jaros! ¡Nadie podraé respirar!
¡La ciudad va a perecer!

¡Es urgente que te hagas oíér! ¡Debes hacerte oíér!


¡Si la ciudad no se detiene, va a desaparecer!
Bebta era un luchador. Nunca se habíéa dejado
vencer por las dificultades o las penas. Ni
siquiera cuando habíéa muerto su esposa y se
habíéa quedado solo. Las palabras del aé rbol
sacudieron en su interior todos aquellos bríéos de
juventud, cuando la pasioé n lo inundaba a diario.
Convencido de que teníéa que hacer algo, de que
en sus manos estaba la salvacioé n de la ciudad,
exclamoé lleno de un nuevo vigor:

—¡Esta vez ireé a hablar con el Presidente de


la Repué blica! ¡Tendraé que escucharme!

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El gran aé rbol pensoé que tambieé n eé l podíéa hacer


algo. Pero no lo dijo. Recuerden que era un aé rbol
viejo y que teníéa sus costumbres, y una de ellas
era no hablar de inmediato cada vez que algo se le
veníéa a la mente.

La nube negra, mientras tanto, permanecíéa


inmoé vil sobre sus cabezas.

Catorce

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1 díéa siguiente, tal como lo habíéa hecho


cuando fue a hablar con el alcalde por lo de sus
aé rboles, Bebta se arregloé lo mejor que pudo y
salioé , esta vez en direccioé n a las oficinas de
Gobierno. Habíéa mucha gente, demasiada. Se
dirigioé a un mesoé n que decíéa "Informaciones".
Levantoé la cabeza y los hombros, y con voz muy
firme dijo:

—¡Necesito hablar con el Presidente


de la Repué blica!

Lo dijo con voz muy alta, aunque estaba casi


seguro de que era imposible que le permitieran
entrevistarse con la autoridad sin hacer una cita
previa. Pero esa manñ ana Bebta se sentíéa capaz
de luchar contra los imposibles, todos los que
encontrara. Por eso se sorprendioé doblemente
cuando el hombre le preguntoé :
—¿Trae el papel con el timbre? —¿El papel?

—Síé. El Presidente atiende solo a las personas


que traen el papel. Con un timbre, por supuesto.

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—No —dijo—, no tengo ningué n papel. Le


ruego le diga al Presidente que Bebta desea
hablar con eé l. Que es muy urgente.

—Va a tener que esperar —le advirtioé el


hombre, mostrando una pequenñ a sonrisa y, bajo
ella, uno de sus dientes montado sobre otro—,
porque el Presidente anda de viaje.

A estas alturas, Bebta ya habíéa perdido la


paciencia. Habíéan sido muchos los que lo habíéan
tratado mal en las ué ltimas horas, los que se
habíéan burlado de eé l, los que lo habíéan llamado
loco, los que simplemente NO LO HABIÉAN
ESCUCHADO. Ademaé s, recuerden que casi no
habíéa dormido la noche anterior. Que estaba
tenso y realmente angustiado con todo lo que
sucedíéa.

—¡Pues si no me puede atender el Presidente,


necesito que me comunique con unos de sus
asesores! ¡Es de mucha urgencia! —rugioé como
ni eé l mismo creyoé podríéa hacerlo.
Muchos estaé n acostumbrados a reaccionar ante
una voz fuerte y autoritaria, y el empleado del
mesoé n era uno de ellos. Al escucharlo, retrocedioé

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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un poco, dio media vuelta y cogioé uno de los


papeles que teníéa sobre el mesoé n.

—Le dareé un pase para que lo atienda —le


dijo, serio—. Espere un momento.

Ahora, Bebta no estuvo mucho rato en la sala


junto a la demaé s gente. El asesor del Presidente
salioé casi de inmediato de su oficina. Traíéa una
carpeta y un laé piz en la mano.
—Senñ or —dijo.
Bebta se puso de pie y se acercoé lo maé s raé pido
que pudo.
—Usted diraé —dijo el hombre, una vez que
ambos entraron en su oficina—. Me informoé mi
secretario que era algo urgente.
Bebta se puso nervioso. En realidad, cualquiera
se pone nervioso cuando estaé en presencia de
una autoridad por muy decidido que vaya y por
muy claro que tenga lo que quiere decirle.
Carraspeoé un poco al comenzar.

—Me imagino que usted ha escuchado lo de la


nube negra, la nube que hace ya unos díéas estaé
sobre la ciudad.
—Algo —le respondioé el hombre.
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A Bebta le parecioé increíéble que el asesor del


Presidente le diera esa respuesta, pero no hizo
ningué n comentario. Tratando de parecer
calmado y buscando las mejores palabras, le
explicoé :

—Bien. Creo que es necesario que la autoridad


tome cartas en el asunto. Es algo muy grave. Si
usted pone atencioé n, puede ver que la nube crece
minuto a minuto y que cada vez es maé s negra.

—¿Usted ha visto eso? —preguntoé el


hombre, colocaé ndose el laé piz detraé s de la
oreja.

—Durante varios díéas y varias noches. Y no solo


la he visto crecer díéa a díéa. Tambieé n díéa a díéa he
tratado de advertirles a todos. La nube es una
amenaza para la vida en la ciudad. Alguien me ha
dicho que deja a su paso solo destruccioé n y
muerte
—aquíé Bebta tuvo cuidado de no decir quieé n le
habíéa dado esa informacioé n, no deseaba por
ningué n motivo parecer un loco; la vida de muchos
estaba en juego.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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—Mmm —dijo el hombre—, me parece grave


lo que usted dice, pero temo que tendremos
que esperar a que el Presidente regrese.
Entonces fue cuando Bebta perdioé de nuevo
la paciencia.
Pero antes de saber lo que sucedioé en la oficina del
asesor del Presidente, volvamos un momento
donde el aé rbol.

Quince

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o seé si recuerdan que el gran aé rbol pensoé


en ALGO la ué ltima vez que habloé con Bebta, pero
no dijo nada. No quiso hacerlo porque sabíéa que
la suya era una solucioé n momentaé nea para
combatir a la nube, y a lo mejor tanto o maé s
difíécil de lograr que la de los hombres. Los
aé rboles y las plantas tienen sus leyes, y no es
faé cil romperlas. Ya habíéa roto una muy
importante. La que prohibíéa a las plantas,
sucediese lo que sucediese, hablarles a los
hombres en su idioma. Para lograr lo que se
proponíéa, iba a tener que romper otra ley
importante. No le quedaba otro camino.

Cuando Bebta salioé en direccioé n a las oficinas de


Gobierno, el aé rbol ya llevaba mucho tiempo
observando la gran nube negra. La vio maé s
claramente que Bebta, quien, con el apuro que
llevaba, solo alzoé la vista en el momento de
cerrar la puerta del antejardíén.

El aé rbol, en tanto, ya sabíéa cuaé nto habíéa crecido la


nube perversa durante la noche, y era tanto que
casi no habíéa en el cielo maé s espacio que para ella.
Se dio cuenta tambieé n con queé dificultad
regresaban los paé jaros a sus nidos despueé s de ir
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 76

en busca de alimento. Apenas podíéan resistir el


vuelo desde un aé rbol a otro, y eé l mismo se sentíéa
maé s cansado que otras veces. Sus hojas estaban
cubiertas de una especie de capa viscosa a la que
se adheríéa el polvo del ambiente, impidieé ndole
respirar con normalidad. Ademaé s, la luz del sol,
tan necesaria para la vida, era cada vez maé s
escasa. Se dio cuenta tambieé n de que Bebta
parecíéa maé s viejo, teníéa la espalda maé s curvada y
su andar era maé s pausado que el díéa anterior.
No deseo aburrirlos con descripciones cientíéficas
porque muchos de ustedes ya saben que las
plantas (y los aé rboles son un tipo de planta) se
alimentan a traveé s de sus raíéces y de sus hojas. Al
hacerlo llevan a cabo un proceso por el cual
absorben dioé xido de carbono del aire y liberan
oxíégeno. El aé rbol no sabíéa exactamente coé mo era
que sucedíéa eso. Solo sabíéa que la nube estaba
llena de dioé xido de carbono, porque, ya saben,
durante muchos díéas y noches habíéa estado
observando de queé se alimentaba. Sabíéa ademaé s
que a traveé s de sus hojas podíéa consumir el
dioé xido de carbono que traíéa la nube y que por
sus hojas tambieé n liberaba el tan preciado
oxíégeno imprescindible para la vida en la ciudad.
EÉ l iba a acelerar ese trabajo al maé ximo para
poder luchar contra la nube. Eso era
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
P á g i n a | 77

extremadamente difíécil, lo sabíéa, porque ese


proceso debíéan hacerlo las plantas con
tranquilidad y a ciertas horas, no en cualquier
momento. Pero eso al noble aé rbol apenas le
importaba; aué n teníéa fuerzas, y, al igual que
Bebta, se sentíéa responsable de la vida en la
ciudad.
Asíé, mientras Bebta se encontraba discutiendo con
el asesor del Presidente, el aé rbol comenzoé a
acelerar su metabolismo al maé ximo. Abrioé
desmedidamente los poros de sus hojas y las
obligoé a respirar profundo una y otra vez. Una y
otra vez. Una y otra vez. Casi podíéa oíér como cada
parte de su cuerpo se esmeraba en cumplir su
tarea. Si ustedes lo hubiesen podido ver, habríéan
observado a un aé rbol sacudieé ndose entero. Pero es
imposible que ustedes lo vieran,

porque no estaban ahíé en ese momento.


Tampoco Bebta, que continuaba tratando de
hacer entender al asesor presidencial lo
importante que era que eé l hiciese ALGO.
Porque estaban hablando de la vida y de la muerte.

Dieciseé is

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


P á g i n a | 78

staé enfermo de la cabeza! —exclamoé Bebta,


casi fuera de síé—. ¡Si usted espera al Presidente
para tomar alguna medida, moriraé n cientos, miles
de personas, de animales y tambieé n de plantas!

Cuando Bebta pronuncioé estas palabras, sintioé


que algo se le hundíéa en medio del pecho. No
pudo dejar de recordar a sus miles de aé rboles
creciendo en su patio.

—¡Debe hacerme caso! —gritoé —. ¡Alguien en


esta oficina tiene que atender a lo que estaé
pasando! ¡Es una desgracia! ¡Yo lo seé , la nube estaé
sobre todos nosotros y nadie quiere darse
cuenta! ¡Solo necesitan mirar hacia arriba, mirar
hacia el cielo! ¡Solo eso!

Bebta terminoé de hablar y se desplomoé en un


silloé n que habíéa en una esquina de la oficina del
asesor del Presidente. Apenas podíéa respirar.

Su cuerpo temblaba de pies a cabeza. Su frente


estaba cubierta de gotitas de sudor.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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Tal vez fue por eso o por el íémpetu con que habíéa
hablado o por el volumen de su voz, que el
hombre no le respondioé . Solo llamoé por teleé fono a
alguien y pidioé un vaso de agua para que Bebta
pudiera calmarse. Y asíé fue. Despueé s de un rato,
cuando Bebta recobroé la compostura, el asesor le
pidioé que lo acompanñ ara a la terraza para ver la
nube de la que hablaba. Una vez ahíé, Bebta sintioé
que los ojos le ardíéan y que todo su cuerpo
temblaba, pero esta vez de emocioé n. ¡Por fin
alguien lo habíéa escuchado!

—¡Mire! ¡Mire usted! —le dijo, indicando el cielo.

Es importante describir la cara que puso el


hombre cuando vio, de verdad vio, la gran nube
negra en el cielo con sus miles pero casi
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imperceptibles tentaé culos bajando hasta la ciudad.


Primero palidecioé sué bitamente, pero despueé s sus
ojos se abrieron enormes y su boca tambieé n. Se
quedoé asíé largo rato. Los brazos caíédos a los lados.
Imposibilitado de reaccionar. Ustedes pensaraé n:
¿coé mo puede ser que una nube que cause tal
impresioé n pueda haber pasado inadvertida? Pero
fue asíé. Simplemente, porque las personas nunca
miran hacia el cielo, nunca ponen atencioé n a las
senñ ales de la naturaleza. Ni siquiera se fijan en síé
mismos. No se habíéan dado cuenta de lo difíécil que
se les hacíéa cada díéa respirar, correr hasta el
paradero del autobué s y hasta simplemente
caminar unas cuadras en forma eneé rgica. Pero
ahora ya la nube estaba ahíé. Como un gran
monstruo con sus fauces abiertas a punto de
engullirse todo lo que se pusiera a su alcance. El
asesor del Presidente lo entendioé asíé, y dejando a
Bebta parado en medio de la terraza, corrioé hasta
sus oficinas y ordenoé a todos la inmediata
paralizacioé n de la ciudad.

—¡Los ninñ os deben volver a sus hogares, los


obreros a sus casas, las industrias deben
detenerse al igual que los automoé viles, el
transporte, toda actividad!
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—¡Hay que emitir un comunicado urgente por


la radio y la televisioé n!

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Despueé s tomoé el teleé fono e hizo decenas de


llamados. Al ver la reaccioé n del asesor del
Presidente, Bebta se dio por satisfecho. Salioé de
las oficinas de Gobierno y regresoé a su casa a pie.
Cuando llegoé , estaba casi anocheciendo. Le dolíéan
todos los mué sculos del cuerpo, pero se sentíéa
tranquilo. ¡Habíéa logrado su propoé sito! Asíé es que,
a pesar del esfuerzo que le significaba subir al
aé tico, lo hizo. No podíéa dejar de comunicarle al
gran aé rbol que habíéa cumplido con su misioé n.

Cuando llegoé , abrioé la ventana de par en par.

—Me escucharon, por fin —le dijo al aé rbol—.


Logreé que el asesor del Presidente viera la nube
negra. Las autoridades se encargaraé n de ver la
forma de destruirla. ¿Queé te parece?

—Muy bien —dijo el aé rbol.

Nada maé s.
Entonces fue cuando Bebta lo observoé . Porque
eé l esperaba, y con mucha razoé n, que el aé rbol se
pusiera contento, moviera sus ramas, lo
felicitara de alguna manera.
Pero, en cambio, la voz del aé rbol parecíéa
apesadumbrada, sin aé nimo, sin fuerzas. Lo
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miroé detenidamente. Algo le sucedíéa. Sus hojas


no lucíéan firmes y brillantes. Teníéa el aspecto
de un aé rbol al que nadie cuida, nadie riega.
Lucíéa como un aé rbol enfermo.
—¡Pero queé te pasa! —exclamoé .

—¡No es nada! —le respondioé el aé rbol—. Solo que


ya estoy bastante viejo y necesito unas horas de
reposo. Manñ ana me encontrareé bien. Anda a
dormir, porque me imagino que tué tambieé n estaé s
cansado.

Bebta lo miroé otra vez y se dijo que síé, que podíéa


ser que el aé rbol estuviera tan cansado como eé l.
Habíéan sido díéas difíéciles. Lo dejoé al resguardo de
la noche, bajoé las escaleras del aé tico y se acostoé
de inmediato.

Diecisiete

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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Claro que no lo habríéa hecho si hubiese sabido


que el gran aé rbol se estaba muriendo. Pero,
¿coé mo podíéa enterarse Bebta de que el aé rbol
habíéa estado todo el díéa trabajando como una
enorme maé quina de vapor tratando de destruir
aquella nube? No podíéa saber que habíéa
desafiado las leyes de la naturaleza exigieé ndose
maé s, mucho maé s de lo que podíéa resistir. Si Bebta
lo hubiese sabido, se habríéa quedado toda la
noche con eé l. Acompanñ aé ndolo. Aunque fuese en
silencio. Le habríéa acariciado las hojas, las ramas,
habríéa bajado hasta la vereda y se habríéa
abrazado a su tronco para hacerle sentir todo su
cuerpo, todo su amor. Pero Bebta no lo supo. No
se dio cuenta. Y aquella noche durmioé mejor que
nunca. Con una nueva felicidad en el corazoé n. La
de haber sido escuchado. Haber logrado salvar a
la ciudad.

A la manñ ana siguiente, el aé rbol aué n seguíéa ahíé, en


la vereda del frente. Todavíéa era un gran aé rbol
erguido hasta maé s allaé del techo del aé tico de la
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
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casa de Bebta. Pero, en realidad, ya no estaba. En


cuanto Bebta habíéa bajado las escaleras, la noche
anterior, se habíéa dejado morir...

Seé que es algo difíécil de escuchar o de leer, pero


fue asíé. El gran aé rbol permitioé que sus hojas se
durmieran, que la savia que corríéa aué n por sus
tallos dejara de fluir. Ya no sentíéa dolor, ni
cansancio, nada.

Y tuvo que llegar la noche para que Bebta


reparara en ello, pues durante todo ese díéa se
dedicoé a los aé rboles de su casa. En medio de sus
quehaceres, Bebta miraba el cielo y veíéa la nube
todavíéa ahíé, pero cada vez maé s palidecida, maé s
deé bil, pues no teníéa coé mo alimentarse.

Las faé bricas se habíéan detenido.

Ya no habíéa transportes contaminando.

Muchos adultos habíéan tomado conciencia y


habíéan resuelto no volver a fumar.

De vez en cuando tambieé n miraba al gran aé rbol.


Pero asíé, a simple vista, no percibioé nada extranñ o.
El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez
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Es difíécil darse cuenta cuando un aé rbol ha


muerto. Muchas veces los aé rboles mueren y
nadie lo sabe. Solo nos enteramos cuando
descubrimos que ya no dan maé s hojas o sus
tallos comienzan a secarse y las polillas a habitar
en sus restos.

Bebta lo descubrioé por la noche, despueé s de ver


las noticias de la televisioé n, y fue porque escuchoé
su nombre en ellas y quiso subir a contarle a su
amigo.

"El asesor del Presidente le ruega al senñ or Bebta


que se comunique con eé l, porque la ciudad desea
agradecer su gran gesto, su preocupacioé n, su
perseverancia. Gracias a eé l, la ciudad se ha
salvado."

Al escuchar la noticia no podíéa creerlo. ¡Era a eé l


al que llamaban por la televisioé n! ¡La ciudad
reconocíéa lo que habíéa hecho! Entonces corrioé
hasta el aé tico. Estaba seguro de que su amigo
ahora síé que sacudiríéa sus ramas, lo felicitaríéa y
se quedaríéan despueé s hasta altas horas de la
madrugada comentando y haciendo recuerdos
de todo lo sucedido. Estaba feliz. Abrioé la
ventana con fuerzas y se asomoé a la noche fríéa.
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—¡No tienes idea de lo que ha pasado! —exclamoé


con la voz llena de entusiasmo—. ¡Me estaé n
llamando por la televisioé n! ¡Seguramente el
asesor del Presidente no tiene doé nde ubicarme y
entonces les ha pedido a los medios de
comunicacioé n que me llamen! ¿Te das cuenta?
¿Te das cuenta?

Una brisa fríéa le golpeoé el rostro. Silencio. Bebta,


en realidad, no podíéa ni siquiera sospechar que
algo asíé hubiese sucedido. Recuerden que el aé rbol
no le habíéa comunicado lo que pensaba hacer. Sin
embargo, un extranñ o presentimiento remecioé el
corazoé n de Bebta. Miroé bien al aé rbol y entonces
notoé que sus hojas caíéan lacias desde sus ramas.
De pronto sintioé maé s enorme que nunca el
silencio de la noche. Sintioé la ausencia de la voz
del aé rbol.

Nadie respondíéa a su felicidad.

Entonces lo supo.

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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Pero lo que nunca supo fue por queé habíéa muerto.


Ni lo sospechoé . Ni siquiera esa noche, a pesar de
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que bajoé del aé tico, cruzoé la calle y permanecioé


hasta la madrugada abrazado al aé rbol.

Dieciocho

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ebta anduvo triste durante mucho tiempo.


A pesar de que su amigo del boliche se habíéa
mejorado, de que ahora era respetado por todos.
A pesar de la gran celebracioé n que el Presidente
de la Repué blica habíéa hecho en su honor. Y de algo
muy, pero muy importante: de que por fin habíéa
conseguido que plantaran sus pequenñ os aé rboles
por toda la ciudad y hasta en frente de las casas
de todos los vecinos que antes lo rechazaran.
Ahora, gracias a sus miles de arbolitos, la ciudad
iba a estar mucho tiempo a salvo de la nube negra
o de cualquier otra que intentara meterse en el
cielo, y todos se lo agradecíéan y lo felicitaban por
su gran labor en favor de la comunidad.

No obstante, estuvo muy triste. Ustedes saben


por queé .

Fue cuando reflexionoé y se dio cuenta de que el


gran aé rbol, en verdad, no habíéa muerto, que vivíéa

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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en cada uno de sus hijos repartidos por la ciudad,


y maé s allaé .

Pero lo fue mucho maé s cuando descubrioé un


nuevo y vigoroso pequenñ o brote asomaé ndose
entre la hierba del frente de su casa y se percatoé
de que habíéa nacido de una de las ué ltimas semillas
entregadas a la tierra por su amigo. Con el corazoé n
henchido de dicha, decidioé que lo dejaríéa ahíé, que
no lo trasplantaríéa como a los demaé s, para que
creciera en el lugar donde habíéa vivido su padre.
Para que pudiera ver la ciudad como la habíéa visto
su padre y se regocijara con el sol y con las nubes,
con los paé jaros y los ninñ os y las mariposas y gatos
que habíéa en la cuadra.porque, ademaé s, era como
tener otra vez a su amigo aé rbol. Una parte
importante de eé l.

Un aé rbol que creceríéa grande y hermoso. valiente


y generoso. Nosotros lo sabemos, ¿no es cierto?

Ese díéa, Bebta se puso tan, tan feliz, que le


dieron ganas de correr y de saltar y de gritar:

—¡Queé feliz soy! ¡Queé feliz soy!

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Se puso asíé de contento, aunque sabíéa que nunca


llegaríéa a verlo tan grande como a su padre,
porque para que un aé rbol pueda llegar a ser asíé
transcurren muchos, muchíésimos anñ os y eé l ya
estaba viejo y probablemente no alcanzaríéa a vivir
tantos maé s.

Pero a Bebta eso no le importaba.

Y nosotros sabemos por queé . ¿No es cierto?

Por eso fue tambieé n que yo quise contarles


esta historia.

La de Bebta, el rescatador de aé rboles y su aé rbol


grande frente a la pequenñ a ventana del aé tico de
su casa.

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UÉ ltima entrevista que se le realizoé a Bepta en


la televisioé n

—Senñ or Bebta, tengo entendido que esta es la


ué ltima entrevista que usted daraé a la
televisioé n.
—Así es. Quiero volver a mis árboles, a mi casa. A
mi vida de siempre.

—Pero usted ya no volveraé a ser el de antes. Ahora


es famoso. Es el hombre que salvoé la ciudad, que ha
inspirado a miles de joé venes a seguir su ejemplo.
—Eso me alegra, pero debo volver a lo mío.
—Pero ya no necesita hacerlo. Hay cientos de
personas buscando aé rboles que rescatar, cuidando
de la naturaleza, plantando aé rboles en frente de
sus casas. Se han dictado leyes que obligan a los
alcaldes a construir maé s plazas, maé s parques, a
plantar aé rboles en los estacionamientos de autos.

—Así es.

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—Usted no ha querido nunca dar la identidad


de aquel que le alertoé sobre la nube negra.—
Nunca lo
haré. Sé que a él no le habría gustado.
Era demasiado humilde.

—¿Nos puede decir algo de... eé l?

—Bueno, fue un gran amigo. Fue amigo de


muchos, aunque no se dieran cuenta. Era feliz en
la compañía de los pájaros.

—¿Paé jaros?

—Sí. Y de los insectos. Le gustaba el viento,


la lluvia, el sol. Amaba la vida.

—Se parecíéa a usted.

—El era un poco más viejo. Y también


más silencioso.

—Bueno, senñ or Bebta. ¿Queé nos puede contar


de su vida?

—No hay mucho que hablar de mí. Soy solo


un viejo, un poco loco, dicen por ahí.
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—Nadie podríéa decir eso de usted, senñ or Bebta.

—Usted no lo creería, pero sí, algunos lo creen,


pero eso ya no tiene importancia.

—Me han dicho que usted quiere entregar


un mensaje a los ninñ os y joé venes. Tiene
usted el microé fono, senñ or Bebta. Es un
honor servirle.
—En realidad, no sé cómo decirlo. Me siento
un poco torpe.

—Solo díégalo, senñ or Bebta. Lo escuchamos.

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—Últimamente he estado estudiando algo más


acerca de la contaminación y sus consecuencias
para nuestro planeta... No. No. En realidad, no sé
cómo decirlo. No es de esto de lo que quiero
hablar, me han pedido que lo haga, dicen que es
muy importante, que viniendo de mí cobrará
valor, pero yo..., yo solo soy un viejo rescatador
de árboles..., no sé dar mensajes para que los
niños aprendan, no sé hablar bien. Yo solo quiero
que sepan que todo lo que hice fue porque me
hacía feliz. Yo... era feliz viendo crecer aquellos
brotes, me emocionaba cuando los regaba
sabiendo que ellos bebían el agua con avidez,
yo... no podía dejar a uno sin rescatar sabiendo
que podía morir bajo las pisadas de los que no lo
veían. No podía elegir. Los consideraba mis hijos.
Por eso fue que llené mi casa de árboles. No
estaba pensando en la ciudad, ni en el país, ni en
el planeta. Solo pensaba en mis árboles. Y
entonces sucedió lo de la nube. Mi amigo, mi
gran amigo me lo advirtió. En esos días me sentí
muy pequeño, buscando ayuda, pidiendo que me
escucharan, vi con horror como aquella amenaza
estaba sobre nosotros y nadie se daba cuenta,
hasta que...

El Viejo Rescatador de Árboles Gloria Alegría Ramírez


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Bueno, ustedes conocen la historia. Ahora todo


estará bien. Todo estará mejor.

—Asíé es, todo estaraé mejor.

—Sí, estará mejor.

Algunos de los mails que recibioé Bebta despueé s


de que apareciera en los diarios y en la televisioé n.

Sr. Bebta. Presente.


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Estimado Senñ or Bebta. Antes que todo, quisiera


decirle lo muy orgulloso que me siento de tener
personas como usted viviendo en mi ciudad. Si
no fuese por usted y por su perseverancia, quizaé s
queé habríéa sucedido con nosotros. Sobre todo
con los ninñ os, los viejos, los animales y las
plantas. Yo le quiero contar que a míé me gustan
mucho los aé rboles y tambieé n que tengo un perro
que se llama Bobby que tiene un aé rbol preferido
para hacer su necesidad de pipíé. Por eso es que
me dio tanto gusto cuando lo vi en la televisioé n. Y
decidíé escribirle para darle las gracias por hacer
todo lo que usted hizo. Muchas, muchas gracias.

Juan Antonio M.

Sr. Bebta. Presente.

Querido senñ or Bebta.

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Quise escribirle porque usted no sabe lo arre-


pentido que me siento de haberlo tratado como la
trateé aquella vez que usted pasoé por mi casa
ofreciendo aé rboles. Le prometo que nunca maé s
hareé algo asíé. Lloreé mucho cuando supe todo lo
que usted habíéa sufrido, entonces mi mamaé me
dijo: llama al Sr. Bebta o escríébele y píédele
disculpas, asíé tu corazoé n se sentiraé aliviado. Y es
verdad. Ahora que seé que usted leeraé esta carta
me siento mucho mejor. Yo lo quiero mucho
porque usted salvoé a mi hermanito de enfermarse,
ya que eé l es muy deé bil y siempre sufre de
bronquitis. Bueno, otra vez perdoé n y muchas
gracias por ser tan bueno. Lo quiere mucho.

Agustín G.

Sr. Bebta. Presente.

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Amigo Bebta. Disculpe que lo llame mi amigo, pero


usted se ha convertido en eso para míé. En un
amigo. Quiero que sepa que le mando este mail en
nombre de todos los ninñ os del club Vida Amable
que estaé en la poblacioé n donde yo vivo. Cada díéa se
acercan maé s ninñ os a nuestro club y tenemos la
tarea de mantener limpia la cancha en la que
jugamos a la pelota los saé bados y los domingos.
Tambieé n hemos decido plantar aé rboles alrededor
de ella para tener sombra y para que se vea maé s
bonito. Tambieé n para tener aire maé s puro. Algunos
de nosotros hemos rescatado algunos arbolitos de
los potreros y los estamos cuidando para luego
plantarlos en la cancha. Otra cosa: estamos
haciendo una campanñ a para que cada vecino
plante un arbolito frente a su casa y lo riegue y lo
cuide. Asíé, nuestra poblacioé n se veraé maé s bonita.
Todo eso no habríéa sido posible sin usted. Lo
queremos mucho. Los socios del club pagamos
500 pesos mensuales para comprar las camisetas
del club y ahora fuimos a la ferreteríéa a comprar
una pala para poder hacer los hoyos para plantar
los aé rboles, una pala de nuestra propiedad. Le voy
a dar el nombre de los socios del club que estamos
escribiendo esta carta. Lo que pasa es que no

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alcanzo a escribir el nombre de todos los


asociados, por eso solamente pusimos a los que
estaé n aquíé. Gracias de nuevo y un abrazo muy, muy
apretado.

Julián, Pedro, Rodrigo, Jonathan, Elizabeth,


Juan Carlos, Eduardo, Teresa, Alejandra,
Soledad, Raúl, Jeremy, Patricio, Liliana, Mónica,
Briján, Cecilia, Judith, Nicolás, Rosita, Agustín,
Pamela, Héctor, Margarita, Giannina,
Magdalena, Sarita,

Claudio.

(Las niñas nos hacen barra) (Yo soy Jeremy)

Sr. Bebta.

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P á g i n a | 102

Hola, senñ or Bebta. Mi nombre es Pablo, igual que


Pablo Neruda. Mi papaé dice que tambieé n soy
poeta y que quizaé s algué n díéa obtenga el Premio
Nobel de Literatura. Decidíé escribirle un pequenñ o
poema en agradecimiento a lo que usted hizo por
todos nosotros.

En el cielo hay una nube que nos quiere


devorar. ¡Queé horror!

Llamen a Bebta, llaé menlo solo eé l nos puede salvar.


El cielo estaba celeste y la nube negra llegoé .
Queríéa ahogarnos a todos, pero Bebta no la dejoé .
Cantan alegres todos, corren por la ciudad, unos
bailan, otros ríéen, ¡tanta es la felicidad!

Con cariño, Pablo.

Sr. Bebta.

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Yo solo quiero darle las gracias por todo. Y le


mando este dibujo que hice para usted. Me
gustaríéa mucho daé rselo en persona, pero vivo en
otro paíés. Hasta aquíé ha llegado su historia. La
trajo alguien que nadie sabe quieé n es. ¿Usted lo
sabe? Bueno si lo sabe me lo manda decir. Un
abrazo y un beso.

Anita.

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