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The call of the wild

El tiempo pasaba como las hojas que caen de los árboles cuando se avecina el invierno.
Jornadas laborales extendidas habían sido completadas. El trabajo en el Imperio no conocía un
descanso. Por el contrario, se pretendía concretar las tareas iniciadas cuanto antes. Siendo así,
la conquista de Colla IV seguía su curso. Los incansables esfuerzos de fabulosos Sith como
Desann Tainted, Vetzler o el guerrero Krudat, sin dudas, habían dado sus frutos; la avanzada
del Imperio sobre el planeta estaba cerca de ser finalizada. Sin embargo, aún quedaban ciertos
detalles que atender. Y la cúpula Sith, a sabiendas de esto, decidió enviar al Darth Sith
Sakdrom Slykhum para ser de apoyo. Tenía sus objetivos claros, pero no estaba seguro de
cómo llevarlos a cabo. Lo asimiló, mientras observaba, cruzado de brazos, la órbita del planeta.
Asintió con la cabeza, como afirmándose algo a sí mismo. Sin más, se dirigió a paso veloz hacia
el hangar de su nave.

Por momentos, memorias de toda una vida pasada invadían su mente. Sus inicios en Prakith,
recuerdos en Korriban, Ziost, Dromund Kaas. Intentando pensar en otra cosa, apresuró el paso.
Mediante su holocomunicador, se comunicó con Fénix, el líder de su escuadrón personal, que
ya lo esperaba en su nave. Luego de unas breves palabras, en las que se resumían los objetivos
a cumplir, apagó el artefacto para por fin arribar al transporte. Sus compañeros, aquellos que
había conocido a lo largo de sus misiones, le esperaban.

- Fénix, despeguemos. Estas son las coordenadas de uno de nuestros campamentos… Ya


saben qué hacer – Esbozó el Sith, retirándose a sus aposentos

Se sentó en su cama, pensativo. No entendía cuál era el sentido de tomar una armería, cuando
no se relacionaba con la función principal que le asignarían al planeta; por su parte, la idea de
tomar hangares era más que pertinente y acertada. Sin embargo, desde su génesis en el
Imperio, entendió que no estaba para cuestionar. Como había hecho toda su vida, estaba
dispuesto a satisfacer las necesidades de la Orden a la que servía. Porque sus deseos eran, son
y serán más importantes que los suyos propios. Haciendo un paréntesis a esto, sentía
constantemente un llamado hacia el poder, cada vez más incisivo, más potente. No sabía de
donde venía, pero ahí estaba, más latente que nunca. Era imposible ignorarlo. Pero tenía que
hacerlo, no se podía desconcentrar. Quizás la victoria en el dominio del planeta dependía de su
accionar, y él no lo sabía.

Finalmente, aterrizaron en las coordenadas indicadas. Sakdrom ya tenía una idea de hacia
dónde debía ir. Les indicó a sus hombres que se encargaran de vigilar de cerca ciertos hangares
señalados y, en lo posible, tomarlos. Por su cuenta, se dirigió hacia la armería, localizada al
noreste de su posición. Con tranquilidad, se adentró en los terrenos del planeta, zona
inexplorada por las fuerzas imperiales. Descolgó su sable de luz y caminó a través de aquel
ambiente tropical que se encontraba frente a él. Siendo el clima bastante templado, no se
cansó luego de unas horas de caminata. Sin embargo, se percató de que la armería no era
como pensaba. Por el contrario, en la ubicación en la que debería estar, en su lugar, había una
cueva. Se acercó un poco, extrañado. Logró escuchar gemidos, como chillidos. Colicoids,
esbozó. Había escuchado de estas bestias.

- Si esto es una armería, deben estar bien equipados… - Reflexionó el Sith

Se adentró. Suspiró profundamente, estaba en desventaja. Alzó su sable de luz y lo encendió


rápidamente. La oscuridad parecía estar intentando ser opacada por el carmesí de su hoja.
Avanzó a través del sinuoso y rocoso camino, rodeado de rocas. La humedad se hacía presente
en las paredes y bordes de la cueva. Sakdrom, debido a su máscara con filtro de aire, no
detectó ciertos olores que emanaban del lugar. Debía de estar aproximándose a la cámara
destinada al aprovisionamiento de armas. Y, efectivamente, así era. Dobló una última vez,
teniendo que ocultarse tras una pared rocosa. Decenas de Colicoids patrullaban la armería.
Sabía que no podía hacer un excesivo uso de la fuerza, ya que podría dañar las armas.
Identificó miles de blásters E-5, los cuales les vendrían muy bien al Imperio.

La cueva estaba llena de laberintos, por lo que aquellas bestias tenían la ventaja. Seguro que se
la conocían como su nombre, si es que tenían. Por lo tanto, de nada serviría alertarlos y hacer
que lo persigan, ya que podrían conocer atajos que él no y emboscarlo. Descartó por completo
esa idea, al igual que la de hacer todo con sigilo. Los Colicoids no se movían mediante
patrones, por lo que era imposible saber su próximo movimiento; y aunque lograra hacerlo
con uno, dudoso era que pudiese con los otros cincuenta que había contado. Eso, y el hecho
de que su visión cubría todos los espacios. Se alejó un poco, tendría que usar la fuerza bruta.
Utilizó su holocomunicador nuevamente, solicitando refuerzos. Le avisaron que enviarían un
destacamento hasta su posición. Restaba esperar.

Sakdrom volvió a adentrarse en la cueva con los stormtroopers marchando detrás de él. Sus
botas golpeando la roca era un sonido de muerte. Los bichos ya se habían percatado de su
presencia debido a esto, pero ya era demasiado tarde. Su destino había sido marcado. El Sith
ondeó su sable de luz, mientras sus hombres se metían en la armería y abrían fuego a
discreción. Estaban mejor entrenados que cualquier otro soldado y, sin duda, mejor
adiestrados que los Colicoids. Mientras que estos últimos dependían de su instinto de
supervivencia, las fuerzas imperiales habían sido formadas con un solo propósito… acabar con
cualquiera que amenazara al Imperio y sus fines. El Darth, con su grupo de quince soldados,
acabaron con decenas de esas bestias en cuestión de minutos. Los disparos eran efectivos y, a
la vez, mortales. No eran rivales para la Orden Sith. La oscuridad había desaparecido, los
destellos rojos predominaban. La cueva se teñía de sangre.

Ordenó colocar un puesto de mando en la ubicación. Dirigió a otro grupo para tapar todos los
agujeros que se presentaban en la cueva. Su argumento era que quería que sólo existiera una
entrada y salida; el laberinto no podía seguir existiendo. Además, podría atrapar a los bichos
restantes, forzándolos a morir deliberadamente. En verdad, el Sith tenía todo planeado. Había
estudiado por días las tácticas de los locales, trazando estrategias personales para destruirlos.
Estaba algo orgulloso del progreso de la misión. Por su parte, varios soldados cargaban las
armas en unos bolsos, ya que pretendían llevarlas al campamento. Como última disposición,
pidió que se coloquen remaches de acero a lo largo de todas las paredes de la cueva, para que
los Colicoids no pudieran destruirlas.

Se dispuso a salir, había completado su tarea inicial. Siendo acompañado por los tenedores de
las armas, avanzó hacia la salida de la cueva. Parecía que tenía el camino libre, pero no era así.
Un bicho se encontraba justo en la entrada, como esperándoles. Sakdrom se percató de que
tenía un dispositivo dudoso en sus pinzas. Se cruzó de brazos, la situación le causaba un poco
de gracia. El Colicoid tenía agallas.

- Señor… es un detonador térmico – Informó uno de los soldados

El Sith, sabiendo esto, se preparó para utilizar sus habilidades y desviar la granada, en caso de
que el bicho se las arrojase. Pero este tenía otros planes. Con una expresión extraña e
indescifrable en su rostro, activó el detonador y se inmoló. El efecto fue instantáneo. El
estruendo ocasionó un derrumbe que selló la salida. Estaban atrapados. Lo único que
pretendía era acabar con las posibilidades de escape de los imperiales. En ningún momento se
le pasó por la cabeza atacarlos. Y es lo que comprendió Sakdrom, sintiéndose un tonto por no
anticipar sus actos.

Uno de los hombres balbuceó algo que motivó a los stormtroopers. Había bazucas en los
bolsos, y diversos detonadores. Sin embargo, el Sith tiró sus esperanzas al suelo, arguyendo
que explosiones simultáneas lograrían causar derrumbes de proporciones épicas, terminando
por sepultarlos a todos. No…, dijo. Ordenó a sus hombres que retrocediesen. Él iba a ser quien
los sacara de aquel lío. Cerró sus ojos, las ventanas a su alma sucumbida. Ese llamado que
había estado sintiendo en su interior mantenía su constancia. Seguía ahí, latente. Sakdrom se
concentró en el mismo, tratando de identificar qué era lo que tanto buscaba. Al principio,
pensó que era el poder absoluto, pero no. Al menos, no era eso lo que lo llamaba en ese
momento. Y entonces percibió lo que en verdad había estado agobiándolo con su influencia.
El Sith siempre se había caracterizado por ser un sujeto estructurado, que tenía una forma
organizada de hacer las cosas. La situación no demandaba eso, y no sólo la actual, sino las
circunstancias en las que había estado los últimos días. Lo entendió, lo asimiló, lo aceptó.
Generó, de forma paulatina, una especie de esfera de energía en sus manos, juntándolas con
rudeza. Sus ojos estaban amarillos, algo poco usual en él. A través de un grito de ira, la dirigió
directamente hacia la gran roca que obstruía la salida. Esta fue destruida de manera
instantánea. Los imperiales sintieron el verdadero terror al ver sus acciones. Mediante la
fuerza, se aseguró de que nuevas rocas no imposibilitaran el acceso a la cueva. No había hecho
oídos sordos. Había atendido al llamado de lo salvaje.

- Quiero que coloquen una entrada con puerta automática aquí… y una torreta que nos
prevenga de otro derrumbe… ¿entendido? – Estableció, recibiendo una respuesta afirmativa al
unísono de sus hombres

Sin más, escoltó a los soldados de vuelta al campamento. Al llegar, se informó del estado de la
misión. Al parecer, su escuadrón personal había logrado tomar dos de los hangares señalados,
a excepción de uno. Este estaba demasiado bien defendido. Varias droidekas, decenas de
Colicoids, torretas de defensa. No sería algo fácil, y necesitaban la ayuda del Sith. Por lo tanto,
se dirigió hacia la nueva ubicación.

Sakdrom se aproximó a Fénix, el líder del escuadrón apodado con el mismo nombre que este,
el cual le indicó posibles estrategias de ofensiva. Podían hacerlo con osadía o con inteligencia.
Asimiló las opciones, esbozando una sonrisa invisible por su máscara. Ostentaba un intelecto
superior, según la opinión de muchísimos Sith, y no se equivocaban. Observó fijamente a
Fénix, para decirle: “Ambas”.

Una entrada triunfal que tomó a todos por sorpresa. Sakdrom era osado cuando quería. El
hangar estaba prendido fuego debido al impacto. Mediante la fuerza, expulsó la compuerta y
sus tropas se adentraron en el lugar. Fuego cruzado, disparos por doquier. Los imperiales
utilizaron granadas de energía para desactivar los escudos de las droidekas, para luego
finiquitarlas con sus blásters. Por su parte, el Sith hacía uso de su sable de luz para medirse con
los Colicoids. Sin embargo, los enemigos eran demasiados, y no tardaron mucho en rodear a
las fuerzas imperiales. Pero el Darth había establecido que emplearían las dos opciones. Si la
osadía implicaba entrar con su nave sin tocar el timbre, la parte de la inteligencia daría que
hablar. Y así fue, ya que varios disparos se escucharon, pero en ningún momento se identificó
la fuente. Al menos, es lo que no pudieron hacer los Colicoids. Los francotiradores eran
demasiado eficientes. Uno por uno, fueron cayendo. El asedio continuó. Destellos rojizos se
hicieron presentes. El fuego no cesaba. En cuestión de minutos, el último hangar había sido
limpiado. Los imperiales habían triunfado.

El Sith se dirigió de nuevo hacia el campamento, comunicándose vía holocomunicador con


Desann Tainted. Le informó sobre su más reciente victoria, asegurando un gran avance para el
Imperio. Quedaban algunos detalles, pero una cosa era clara: La conquista de Colla IV estaba
cada vez más cerca de ser concretada.

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