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De amor y otros demonios

“Apenas si salía de la alcoba, y aun entonces andaba a la cordobana, o con un balandrán de sarga
sin nada debajo que la hacía parecer más desnuda que sin nada encima”.

“Todo estaba saturado por el relente opresivo de la desidia y las tinieblas.

“Cuando llegaron a la casa, el marqués encontró a Bernarda sentada al tocador, peinándose para
nade con la coquetería de los años lejanos en que hicieron el amor por última vez, y que él había
borrado de su memoria”.

“No hay medicina que cure lo que no cura la felicidad”.

“Ningún loco está loco si uno se conforma con sus razones”.

“soy dueña dela mitad de esta cama”, le dijo, “y vengo por ella”.

Así se reanudó una amistad prohibida que por lo menos una vez se pareció al amor. Hablaban
hasta el amanecer, sin ilusiones ni despecho, como un viejo matrimonio condenado a la rutina.
Creían ser felices, y tal vez lo eran, hasta que uno de los dos decía una palabra de más, o daba un
paso de menos, y la noche se pudría en un pleito de vándalos que desmoralizaba a los mastines.

Lo acaballó en la hamaca por asalto y lo amordazó con las faldas de la chilaba que él llevaba
puesta, hasta dejarlo exhausto. Entonces el revivió con un ardor y una sabiduría que él no habría
imaginado en los placeres desmirriados de sus amores solitarios, y lo despojó sin gloria de su
virginidad.

El marqués desempolvó la tiorba italiana. La encordó, la afinó con una perseverancia que sólo
podía entenderse por el amor, y volvió a acompañarse las canciones de antaño cantadas con la
buena voz y el mal oído que ni los años ni los turbios recuerdos habían cambiado.

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