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Comentario Antiguo Testamento Andamio

RUT

David F. Burt

Coeditado por PUBLICACIONES ANDAMIO® y LIBROS DESAFÍO®

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Rut
© 2012 David F. Burt

Las citas bíblicas están tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS


© Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation
Usadas con permiso. (www.LBLA.com)

© PUBLICACIONES ANDAMIO ®
1ª Edición castellano 1993
2ª Edición castellano 2012

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.

La imagen de portada es una obra de Joan Cots


Diseño de cubierta: Fernando Caballero

Depósito legal: B.20416.2012

ISBN Andamio: 978-84-15189-55-8


ISBN Libros Desafío: 978-1-55883-147-6

Contenido

Prólogo
Nota de los editores
Introducción
Prólogo del libro: Desastre en Moab (1:1–5)
Escena primera: Encrucijada en el camino (1:6–22)
Escena segunda: Trabajo en los campos del redentor (2:1–23)
Escena tercera: Encuentro en la era (3:1–18)
Escena cuarta: Redención en la puerta (4:1–17)
Epílogo: La genealogía hasta el rey David (4:18–22)
Bibliografía

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Prólogo

Hay muchos cristianos que a menudo se sienten desorientados cuando leen el


Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Y su literatura muy diferente a
la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea leyes,
códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima…
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso… Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Porque bien visto, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10–12).
Los profetas indagaron acerca de esto; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, sino por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristocéntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como

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decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Porque el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.

¿Para qué sirve un comentario bíblico?


Aunque hay algunos cristianos que todavía se enorgullecen de no usar nunca un
comentario, cada vez son más los creyentes que aprecian esa literatura que está
específicamente destinada a exponer y analizar el texto bíblico. Pocas herramientas hay
tan fundamentales en la vida de un predicador, pero también de muchos cristianos con
inquietudes por profundizar en el estudio de las Escrituras, que esos libros que
denominamos comentarios bíblicos.
El problema es que hay muchos tipos de comentarios. Y no son pocos los que se
decepcionan al comprar un libro que luego no les ofrece la ayuda deseada. Es
importante por eso considerar qué clase de comentario necesitamos, antes de iniciar la
búsqueda de algún titulo que nos ayude a entender mejor determinada porción de la
Biblia.
Conviene recordar en ese sentido, una vez más, que los comentarios son útiles, pero
ninguno puede sustituir a la Escritura misma. Así que debemos consultar primero
diferentes traducciones —si no conocemos los idiomas bíblicos—, tomándonos tiempo
para orar y meditar en la Palabra de Dios, antes de usar cualquier modelo de
comentario.
Hay básicamente dos enfoques difícilmente combinables en la literatura expositiva
de la Biblia. Uno pretende acercarse al texto con el mayor rigor exegético posible. Por lo
que, en un lenguaje bastante técnico, intenta aclarar el sentido de cada palabra en su
contexto original. Y otro busca más bien presentar el mensaje de cada libro,
esforzándose en aplicar su sentido a la vida personal y social del lector contemporáneo.
Entre medio, hay, por supuesto, una enorme variedad de textos que oscilan entre una y
otra dirección, pero generalmente podemos distinguir estos dos tipos de comentarios.

¿Qué es un comentario evangélico?


Aquellos que tenemos la extraña costumbre de leer los comentarios bíblicos de
principio a final —o sea, de la primera a la última página, como cualquier otro libro—,
observamos cómo el estilo de muchos exégetas se va haciendo cada vez más farragoso
y oscuro, hasta el punto de resultar casi ilegible. La estructura de muchas colecciones
actuales se ha vuelto tan complicada e incomprensible, que sus divisiones parecen
multiplicarse indefinidamente. Cuesta entender la lógica de tantas secciones y
apartados, sobre todo cuando acompañan unos textos realmente inaccesibles, capaz de
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desanimar a cualquiera que vaya a estos comentarios para aclarar sus dudas…
Porque lo peor de muchos comentarios modernos, es su lenguaje. La jerga de la
crítica bíblica, no sólo es difícil de traducir, sino que parece que ya no la entienden ni
siquiera los especialistas —a juzgar por las interpretaciones que hacen unos de otros,
cuando se quejan de que les malentienden—. Todo parece que se ha convertido en un
inmenso galimatías, donde la complejidad se confunde con la erudición…
Basta leer los antiguos comentarios, para ver cómo es posible exponer un texto con
claridad, a pesar de su evidente dificultad… Los que leemos una gran variedad de
comentarios, para preparar un estudio o una exposición bíblica, nos encontramos con
que no solamente los críticos son difíciles de leer, sino que la lectura de algunos autores
evangélicos actuales, que buscan el reconocimiento académico, se ha convertido
también en un verdadero suplicio…
Hay series de comentarios evangélicos, incluso norteamericanos —cuya literatura
ha sido siempre conocida por su sentido práctico—, cuyo contenido carece de
aplicación alguna. Su teología es dudosa, y claramente difícil de distinguir de otros
autores protestantes, que son a veces peores que algunos eruditos católicos, alguna
que tratan con más respeto el texto bíblico, y tienen más carácter devocional que
algunos comentarios evangélicos. ¡Vivimos tiempos extraños!

La Biblia habla hoy


Es, por lo tanto, refrescante encontrarse con una serie de comentarios como esta,
claramente inspirada en la colección The Bible Speak Today de Inter-Varsity Press. La
mayor parte de los libros pertenece a esta colección, pero no en su totalidad. Esta
colección sobre el mensaje de los libros del Antiguo Testamento, que ahora traduce al
castellano Publicaciones Andamio, está editada por veteranos predicadores, como Alec
Motyer o Raymond Brown. La erudición de estos hombres no tiene nada que envidiar a
la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pie de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que esta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje, aunque hay pocos libros tan útiles como estos, para comprender el sentido de
cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
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La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una
canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicada por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante años. Para muchos, no hay duda de que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son de autores que consideramos “nuestros”, como
David F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.

La Palabra eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristocéntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que descubrirán
en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas entre uno y
otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del libro.
La publicación de estas obras nos da, en este sentido, un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
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lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva, puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.
José de Segovia

Nota de los editores

Desde el momento en que planificamos esta serie de comentarios del Antiguo


Testamento, tuvimos la firme intención de que la mayor parte de los volúmenes
perteneciesen a la serie The Bible Speaks Today (La Biblia habla hoy), de Inter-Varsity
Press, sobre todo por su doble énfasis, que realizaran una buena exégesis y que esta
fuese acompañada de una aplicación relevante del texto bíblico.
Al mismo tiempo, queríamos integrar autores nacionales si era posible. En el fondo
editorial de Andamio contábamos con un comentario de Rut excepcional cuya parte de
comentario textual corrió a cargo de David F. Burt, que se ha incluido en este libro de
Rut, publicado por Andamio con esta referencia:
Bajo sus alas. Rut: Más allá del amor humano, S. Stuart Park y David F. Burt.
Publicaciones Andamio 1993.
El autor del comentario ha realizado una revisión y la redacción de una nueva
introducción al texto original para este Comentario del Antiguo Testamento Andamio.

Introducción
El libro de Rut

Tenemos por delante el glorioso desafío de investigar e intentar comprender un


libro que es una auténtica joya de la literatura universal. En el libro de Rut, el autor nos
hace revivir con gran maestría las experiencias de una familia relativamente corriente,
experiencias que van desde la tragedia hasta la felicidad, desde el luto hasta el amor,
desde la amenaza de una hambruna hasta la seguridad de un hogar estable. Se trata de
una historia muy humana con la cual todos podemos identificarnos, compartiendo las
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penas y las alegrías de los protagonistas, especialmente las de las dos viudas, Noemí y
Rut.
Rut es una obra maestra de la literatura. El autor, con su estilo acabado, gran
delicadeza, con un deleite obvio y gran economía de palabras, ha descrito a personas
que, aunque magnánimas, son creíbles… Sus personajes viven, aman y se relacionan
de tal modo que son la encarnación del concepto hebreo de justicia e integridad,
ilustrando en términos concretos la vida bajo el pacto de Dios… Contra este
trasfondo pueden verse en su verdadera perspectiva la bondad inusual y la lealtad de
Booz, la fidelidad y el compromiso de Rut y la sagacidad y perseverancia de Noemí.
Son casi la personificación completa de “jesed”, fidelidad amorosa. El relato es
contado con tal destreza que no evoca más que admiración.
Es una historia sorprendentemente “moderna”, una historia que, aunque escrita
muchos siglos antes de Cristo, no obstante reúne muchas de las cualidades que
nosotros buscamos en una buena novela (aunque, naturalmente, contiene episodios y
costumbres que nos resultan extraños y que necesitan ser explicados y aclarados): un
comienzo trágico que nos hace sufrir; un desarrollo lleno de sombras y luces que,
alternativamente, nos dan esperanza y nos mantienen en vilo; y un desenlace
gloriosamente feliz. Es una historia que participa de las cualidades de una buena novela
rosa, una gran historia de amor, la clase de historia que despierta en las almas sensibles
suspiros y lágrimas, tanto de tristeza como de gozo.
Tan entrañable resultaba esta historia a los judíos que llegó a ser uno de los cinco
libros del Antiguo Testamento que se leían públicamente en sus grandes fiestas
nacionales. Y, por si acaso aún no nos convence la popularidad de este libro, allí
tenemos el testimonio del gran poeta romántico Goethe, quien lo calificó como la más
bella narración corta de toda la literatura universal.
Desde luego, el autor domina soberbiamente el arte de la narración corta. De
hecho, el libro de Rut podría ser perfectamente un modelo a imitar en esta especialidad
para autores del siglo XXI, porque el paso de los siglos no ha mermado en absoluto su
frescura y su encanto. Iremos comentando sobre la marcha ejemplos de su maestría. De
momento nos limitamos a señalar que:
• El estilo del libro es sencillo y directo. Como en el teatro, gran parte de la obra
consiste en diálogos entre los protagonistas. El autor reduce al mínimo las
explicaciones narrativas necesarias para adelantar el desarrollo de las
circunstancias. Todo lo demás es conversación directa, que nos permite penetrar en
la psicología de los protagonistas.
• El autor sabe dosificar también con gran destreza la información dada en las
explicaciones narrativas a fin de proporcionarnos aquellas “sorpresas” que nos
mantienen en vilo o nos hacen suspirar con alivio.
• La estructura del libro tiene forma de quiasmo. Esto indica que el libro no es el fruto
de una redacción impetuosa, sino que ha sido cuidadosamente elaborada por el
autor. Podemos expresar la simetría de esta estructura colocando las seis partes
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que la componen de la manera siguiente:7
(1) 1:1–5 Prólogo: La familia de Elimelec.
(2) 1:6–22 Primer acto: La fidelidad de Rut
(en contraste con Orfa).
(3) 2:1–23 Segundo acto: Rut y Booz en la cosecha.
(4) 3:1–18 Tercer acto: Rut y Booz en la era.
(5) 4:1–17 Cuarto acto: La fidelidad de Booz
(en contraste con Fulano).
(6) 4:18–22 Epílogo: La familia de David.
Sí. El libro de Rut es una gran obra literaria. Sin embargo, lo que nos interesa es
entender por qué forma parte del canon de la Biblia. No podemos reducir su
importancia a la de un cuento romántico. Los creyentes de todos los tiempos han visto
en este pequeño libro algo que les hace comprender que debe formar parte de la
Palabra de Dios, porque es Dios mismo quien nos habla por medio de él. Nos
preguntamos, por tanto: ¿por qué está este libro en la Biblia? ¿Cuál es su mensaje y
propósito? ¿Qué quiere decirnos Dios a través de sus páginas?

Datación y autoría
Los comentaristas contestan de diferentes maneras a estas preguntas, pero sus
respuestas suelen depender de una cuestión anterior: la fecha y las circunstancias en
las que fue redactado el libro. Antes de intentar contestar a estas preguntas, pues,
necesitamos abordar la cuestión de la autoría y la datación del libro.
En realidad, no sabemos quién escribió este libro ni en qué fecha o en qué
circunstancias. Existe una tradición rabínica de que fue Samuel el autor;10 pero la
tradición parece ser de fecha tardía, y no se puede demostrar ni la verdad ni la falsedad
de ella. Por otra parte, el mismo libro ofrece datos conflictivos en cuanto a su datación:
algunas características sugieren una fecha temprana, y otras una fecha tardía. Por
ejemplo, en el 4:7, el autor se ve obligado a explicar la costumbre de la entrega de una
sandalia para sellar un pacto entre dos personas, explicación que hace suponer que ya
habían pasado varias generaciones entre los tiempos de Booz y el momento de la
redacción de la historia, suficientes generaciones como para que la costumbre cayera
en desuso y su significado se perdiera. Asimismo, la genealogía del final del libro indica
el paso de varias generaciones y establece que la datación del libro (al menos, en su
forma actual) no puede ser anterior al reinado de David. Pero hay quienes postulan que
estos textos son interpolaciones posteriores, añadidas precisamente para dar sentido al
texto para generaciones subsiguientes, y que la redacción inicial del libro es anterior al
reinado de David.
Por otra parte, hay indicaciones de una redacción en fecha muy cercana a los
eventos narrados. Por ejemplo, aunque el grueso del libro está redactado en hebreo
clásico, algunos de los personajes (notablemente Booz) parecen hablar en un dialecto

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rural. Ahora bien, es difícil imaginar que un autor que escribe generaciones después de
los acontecimientos pusiera en boca de los protagonistas esa clase de dialecto. Es más
comprensible si lo hubiera escrito alguien que los conocía personalmente. Se trata, de
hecho, de un rasgo de realismo y de fiabilidad histórica. Por otro lado, si el libro hubiera
sido escrito en tiempos de Salomón o de alguno de los reyes de Judá, sería
sorprendente que la genealogía (4:18–22) no se hubiera extendido hasta ellos. El hecho
de que termine con David hace que no sea probable que se escribiera después de su
reinado.
Por supuesto, estos datos y otros similares dan mucho que debatir a los eruditos,
pero no ofrecen soluciones firmes a las cuestiones de datación y autoría. Lo más
probable, según el consenso actual, es que el libro, en la forma en que nos ha llegado,
fuera redactado en los primeros años del reinado de David, quizás basándose en un
texto aún más antiguo.15

Propósito
Volvamos, pues, a las cuestiones que planteamos anteriormente: ¿cuáles son el
propósito y el mensaje del libro? Los comentaristas actuales suelen abogar a favor de
una (o más) de cinco explicaciones. Veamos cuáles son:
1. Algunos autores parecen creer que la única razón por la que Rut se encuentra en el
canon bíblico es porque nos proporciona información acerca de los antepasados del
rey David. Es de observar que, a pesar de ser David el más grande de los reyes de
Israel, no hay ninguna genealogía suya en los libros de Samuel y estos no
proporcionan prácticamente ninguna información acerca de sus antepasados. El
Libro de Rut, dicen, fue escrito para suplir esta deficiencia.
Esta respuesta, hasta donde llega, es cierta. Sin embargo, no hay nada en la parte
principal del libro que nos prepare para la genealogía del final. Al contrario, se nos
cuenta la historia como si los protagonistas fueran personas casi desconocidas. Si la
intención principal del autor hubiera sido darnos los antecedentes del rey, lo lógico
habría sido establecer desde el principio la vinculación entre él y la casa de Booz.
Más bien, la genealogía aparece como una especie de apéndice, y algunos
comentaristas aducen precisamente esto: que la genealogía fue añadida
posteriormente para enlazar la historia de Rut con la persona de David. Pero, en ese
caso, no podemos decir que el libro se escribiera con esta finalidad. En todo caso,
esta explicación no deja de ser reduccionista y pobre. No nos explica por qué Rut ha
sido y sigue siendo un texto amado por todos los creyentes.
2. Otros comentaristas proponen que el Libro de Rut fue escrito como panfleto
teológico-ético para defender la llamada “ley del levirato” en un momento cuando
estaba cayendo en desuso en Israel. Esta ley, expuesta en Deuteronomio 25,
establecía que, cuando un hombre moría sin dejar hijos, su hermano tenía la
obligación de casarse con la viuda. Entonces, el hijo primogénito de esta nueva

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unión sería considerado el hijo y heredero del hombre difunto. Esta ley existía con la
finalidad de impedir que el nombre del difunto desapareciera de las genealogías de
Israel y para dar amparo a la viuda. Hay que recordar que, en la sociedad de aquel
entonces, no existía ningún sistema de seguridad social, y que la época de los jueces
y gran parte de la época de los reyes fueron períodos de mucha anarquía social y
descuido de las leyes de Dios. Y una de las leyes descuidadas podría muy bien haber
sido la del levirato. Así pues, el Libro de Rut podría haber sido escrito para
defenderla. En ese caso, Booz sería el héroe de la historia: un hombre que cumplió
con esta ley aún más allá de su deber, porque él, siendo pariente lejano de Rut y
existiendo un pariente más cercano, no tenía ninguna obligación de casarse con ella.
De igual manera, el pariente más cercano (“Fulano”, 4:1) sería el malvado de la
historia, porque no quiso cumplir con sus obligaciones leviráticas. Sin embargo, el
libro no contiene ninguna condenación explícita de “Fulano”, lo cual resultaría
sorprendente si tal condenación constituyera el propósito principal del autor.
Además, ninguna de las tres viudas de la historia es amparada por una estricta
interpretación de la ley de Deuteronomio 25, lo cual hace improbable que la
defensa de esta ley sea la finalidad de la historia. Booz es sin duda un hombre
honrado, temeroso de Dios, que actúa sistemáticamente con generosidad en su
trato con su prójimo. En todo, su vida es ejemplar; pero no solo ni principalmente
en su obediencia a la ley del levirato.
3. Otra interpretación que puede contener un grano de verdad, pero que algunos
llevan al extremo de convertirla en la razón de ser del libro, es la de suponer que fue
escrito para demostrar el carácter universal de los propósitos salvíficos de Dios.
Desde luego, podemos y debemos reconocer que trata el tema de la incorporación
en la comunión de Israel de una mujer gentil. Los designios de Dios incluyen a las
demás naciones, no solo a Israel.
Los que abogan a favor de esta interpretación suelen suponer que el Libro de Rut es
de fecha tardía y que fue escrito como panfleto polémico después del retorno de los
judíos del exilio babilónico. En aquel momento, muchos varones de Israel se habían
casado con mujeres extranjeras, y hombres como Esdras y Nehemías se levantaron
en protesta e hicieron que esos “matrimonios mixtos” fueran anulados. El Libro de
Rut, según esta interpretación, habría sido escrito para contrarrestar la enseñanza
“xenófoba” de Esdras y Nehemías. Rut era moabita, de un pueblo maldito por Dios,
explícitamente excluido de la congregación de los santos (Deuteronomio 23:3) y, sin
embargo, llegó a ser antepasada del más importante rey de Israel (y, por cierto,
también del Mesías). Las supuestas “reformas” de Esdras y Nehemías atentaban
contra el espíritu universalista y misericordioso del Dios verdadero.
Sin embargo, dejando aparte la cuestión lingüística que parece apoyar una datación
más bien temprana, nos resulta difícil ver en esta historia encantadora una obra
polémica escrita contra dos de los grandes hombres de Dios del post-exilio. Esta
interpretación nos parece forzada, un tanto perversa. Rut sencillamente no tiene el
tono de una polémica panfletaria. Si hubiera tenido esta intención, habríamos

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esperado que el pariente anónimo adujera como motivo por el cual no quería
redimir a las viudas: “Yo no me casaré con una moabita, porque esto contraviene la
voluntad expresa de Dios”. Entonces, a continuación, el autor habría puesto en boca
de Booz unos argumentos acerca de la misericordia universal de Dios para subrayar
la moraleja de la historia. Si seguimos esta interpretación y entendemos que Rut es
un libro “anti-Esdras”, tendremos que suponer que su mensaje se presenta de una
manera tan sutil que, seguramente, muchos de los contemporáneos de Esdras y
Nehemías ni siquiera se dieron cuenta de la intención del autor. Si no es así, ¿cómo
explicar la suma torpeza del judaísmo del post-exilio?: aquellos mismos judíos que
tenían a Esdras como solo inferior a Moisés en su estimación incluyeron en el
canon, aparentemente sin darse cuenta de ello, un libro que atenta directamente
contra sus enseñanzas.
El “grano de verdad” que encontramos en esta interpretación consiste en que a
todas luces es sorprendente que una mujer moabita sea incorporada en Israel como
antepasada de la casa real. El evangelista Mateo parece haber tenido la misma
reacción de sorpresa, porque, al presentarnos la genealogía de Jesucristo, introduce
en ella contra las convenciones de su día los nombres de cuatro mujeres: Tamar,
Rahab, Rut y Betsabé. Todas ellas fueron extranjeras o mujeres cuyo matrimonio
tenía algo de turbio. Estrictamente, según el rigor de la Ley de Dios, ninguna de ellas
tendría que haber estado entre los antepasados del Mesías. Pero aquí están, y está
claro que Mateo quiere que las veamos como evidencias de la clase de mesiazgo
que ejercerá Jesús: estas mujeres son evidencia de que Jesús, desde su
engendramiento, iba a identificarse con un pueblo pecador, porque iba a ser hecho
pecado por nosotros, aun sin haber conocido pecado (2 Corintios 5:21); y también
son evidencia de que, en Cristo, los designios salvíficos de Dios van a extenderse
más allá de Israel para incluir a elegidos de todas las naciones. La misericordia de
Dios no conoce fronteras ni límites.
El Libro de Rut va a enfatizar esta dimensión universal de la gracia de Dios. Vez tras
vez, en lugar de llamar a la protagonista sencillamente “Rut”, el texto nos habla de
“Rut la moabita”, “la joven moabita”, “la extranjera”, como si el autor quisiera
subrayar este gran hecho: Aquí tenemos la historia de una persona que en principio
no tenía parte ni derecho alguno en la herencia espiritual de Israel y que, sin
embargo, “halla gracia” delante de Dios. La gracia de Dios es aún más grande que la
ley de Dios. Rut es la historia de una familia judía que, contra el espíritu de la ley de
Dios, se establece en Moab, un pueblo proscrito, y cuyos hijos se casan, contra la ley
de Dios, con mujeres moabitas. Sin embargo, cuando una de estas mujeres
responde con fe ante el Dios verdadero, este interviene para bien de ella y ella
queda integrada en el pueblo de Dios con pleno derecho.
En este sentido, la historia de Rut es la historia de todos los que somos creyentes
gentiles. Se pueden aplicar perfectamente a ella las palabras dirigidas por el apóstol
Pablo a los creyentes gentiles de Éfeso: Los gentiles… estabais sin el Mesías,
apartados de la ciudadanía de Israel, y extraños a los pactos de la promesa, no
teniendo esperanza, y sin Dios en el mundo (Efesios 2:11–12). Dios salvó a Rut
12
cuando “estaba lejos” (Efesios 2:13, 17), excluida de la herencia del pueblo de Dios.
Ha hecho exactamente lo mismo por nosotros.
4. Hasta aquí, las interpretaciones de Rut que hemos visto tienen una dimensión
polémica o apologética que parece chocar con el tono amable y la sencillez de la
historia. Por eso, no podemos admitirlas como el propósito fundamental del libro,
aunque todas contienen cierta verdad y añaden riqueza a nuestro entendimiento de
su mensaje. Necesitamos una explicación que haga justicia al carácter “no
polémico” de la redacción.
Algunos comentaristas suponen que el libro, lejos de tener una finalidad polémica,
no es más que el relato de una historia familiar, la historia de una familia normal y
corriente como las nuestras, una familia que, después de pasar por circunstancias
trágicas, es restaurada gracias a la bondad y fidelidad de los protagonistas. El libro
ilustra la hermosura de la amistad, del amor y del fiel cumplimiento de las
obligaciones sociales. Los tres protagonistas (Rut, Noemí y Booz) se caracterizan por
un concepto elevado de devoción y responsabilidad familiar. Vemos cómo Rut se
preocupa sacrificadamente por su suegra Noemí (2:11) y cómo Noemí se preocupa
por su nuera (3:1). Y no solo se preocupan los protagonistas por los vivientes, sino
también por los difuntos. Con nuestra mentalidad del siglo XXI, quizás este énfasis
nos parezca de poca importancia, pero las cuestiones de descendencia y herencia, y
de la memoria respetuosa hacia los antepasados, son de mucha importancia para
los protagonistas y para el autor. Es de observar también que los protagonistas nos
dejan un buen ejemplo de cómo es la piedad practicada en el seno familiar: en su
conversación, Dios nunca está lejos de sus labios; él es quien ocupa el centro de su
cosmovisión. En todos estos sentidos, el Libro de Rut es incuestionablemente una
“novela ejemplar” que provee estímulo y consuelo a familias creyentes en medio de
circunstancias adversas y nos reta a que nuestras familias reflejen también estos
valores de lealtad, fidelidad y amor.
5. Sin embargo, esta última visión del libro es muy “humana”. Por eso, aun otros
comentaristas dirían que el desenlace feliz se debe no tanto a la responsabilidad
humana como a la providencia divina, y que el Libro de Rut se encuentra en el
canon para enseñarnos la soberanía y la misericordia de Dios en las circunstancias
de la vida cotidiana. Por ejemplo, Noemí comprende que es Dios quien da pan a su
pueblo (1:6) y que muestra misericordia a los hombres (1:8): si recibimos bienes en
esta vida, es porque Dios nos los concede. Pero también comprende que Dios puede
“levantar su mano” contra alguien para mal, y su trato puede llenarnos de amargura
(1:13, 20–21). La confianza en Dios por parte de los protagonistas es constante.
Incluso los segadores (2:4) y el pueblo en general (4:11) reconocen que Dios es la
fuente de toda bendición. La mano de Dios está presente a lo largo del libro,
escondida pero eficaz, tanto para corregir como para bendecir, conduciendo a los
supervivientes de esta familia desde la tragedia hacia un desenlace feliz. En este
sentido, las palabras de Booz en el 2:12 llegan a ser un texto clave del libro: Que el

13
Señor recompense tu obra y que tu remuneración sea completa de parte del Señor,
Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte. Son el equivalente
veterotestamentario de Romanos 8:28: Y sabemos que para los que aman a Dios,
todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su
propósito. La moraleja del libro podría entenderse como esta: si el ser humano pone
a Dios como su protector y se refugia bajo sus alas, él obrará todas las cosas para su
vindicación y bendición. Quizás tenga que pasar por circunstancias duras en el
camino, pero la gracia de Dios lo conducirá finalmente al bienestar.
Estas dos últimas interpretaciones, que señalan respectivamente hacia la fidelidad
humana y la providencia divina, son aún más potentes si tomamos en consideración
el preámbulo y el epílogo del libro. En el 1:1 se nos recuerda que nuestra historia
tiene lugar en tiempos de los jueces. Si hay una época en la historia de Israel que se
caracterizara por la degeneración moral, la apostasía espiritual y el caos social, fue
aquella. Ciertamente tenía sus momentos mejores y peores, pero el solo hecho de
situar la historia “en tiempos cuando gobernaban los jueces” nos invita a considerar
el fuerte contraste entre el Libro de Jueces y el Libro de Rut. Aquel se caracteriza en
general por guerras contra otros pueblos, guerras civiles, asesinatos, matanzas,
atrocidades, barbaridades morales y corrupción. Es como si, después de inspirar un
libro que describe los peores excesos de la depravación de la nación en el ámbito de
las relaciones internacionales, el Espíritu Santo concentrara nuestra atención en las
peripecias de una sola familia que, en medio de este caos, supo mantenerse fiel a
Dios. Es como si nos dijera: “Es cierto que la mano de Dios sobre la vida humana se
puede ver en los grandes acontecimientos históricos y políticos; pero no debemos
pensar que Dios solo se limita a obrar en estos niveles trascendentes; también obra
a nivel personal y familiar. Dios es un Dios que reconoce la soledad que
experimentamos después del fallecimiento de un ser querido, la preocupación que
conocemos en momentos de desamparo económico, o la angustia de una mujer que
desea tener hijos y no los tiene”. ¡Qué importante, pues, que los que vivimos en
tiempos similares a los de los jueces, después de leer el Libro de los Jueces leamos
el de Rut!
Por otra parte, si bien el Libro de Rut está anclado en la época de los jueces, nos
conduce hacia la época del gran rey David. Ya hemos observado que la genealogía
de los últimos versículos del libro es como un apéndice pegado al final. ¡Pero vaya
apéndice! Dios, efectivamente, estaba obrando en la vida cotidiana de una familia
normal; pero, sin que ellos mismos se percataran de ello, iba a utilizar a los
miembros de esta familia para cumplir sus propósitos en la historia de Israel y, de
hecho, en la historia de la salvación del mundo. La genealogía une esta historia a la
monarquía de Israel, pero también a la historia que, pasando por David, llega otra
vez a Belén (Mateo 2:1) y acaba en el Gólgota.
Por supuesto, los protagonistas no podían tener ni la más remota idea acerca de la
trascendencia de su pequeña historia personal. Lo mismo ocurre con nosotros.
Nosotros solo vemos las circunstancias inmediatas de nuestra vida, ¿pero quién
sabe qué propósitos gloriosos Dios va a cumplir a través de ellas en generaciones
14
futuras? Según nuestra fidelidad o infidelidad ante nuestras circunstancias,
podemos ser participantes activos en estos propósitos trascendentes o quedar al
margen de ellos, como Orfa y “Fulano”.
Dios es Dios de nuestra vida familiar. Ciertamente, él es quien sujeta las riendas de
la historia universal y se ocupa de los grandes acontecimientos socio-políticos de
nuestro mundo. Él es “quien cambia los tiempos y las edades; quita reyes y pone
reyes” (Daniel 2:21). Pero también es él quien se ocupa de los detalles pequeños de
la historia personal de cada uno de sus hijos.

El libro de Rut leído “desde Cristo”


Hemos sugerido que hay mucha verdad en todas estas interpretaciones del Libro de
Rut. No son incompatibles entre sí. Por ejemplo, la providencia divina (5) no neutraliza
la responsabilidad humana (4), sino que la hace posible. Sin embargo, aun después de
considerar todas estas posibles “lecturas”, creo que no hemos llegado a la razón más
profunda por la que el libro se encuentra insertado en las Escrituras. Todas estas
lecturas nos ofrecen perspectivas importantes que enriquecen nuestra apreciación del
libro, pero sospecho que podemos ir aún más lejos y postular que el Libro de Rut está
en la Biblia porque encontramos en él un reflejo fiel de la persona y obra salvífica de
nuestro Dios. Rut establece patrones de la salvación que son de validez universal.
Cuando el Jesús resucitado se apareció a los dos discípulos en el camino de Emaús,
se nos dice que les explicó lo referente a él en todas las Escrituras (Lucas 24:27). Jesús
parece dar a entender que todas las Escrituras del Antiguo Testamento, bien
interpretadas y entendidas, señalan de alguna manera hacia él mismo, hacia su persona
y su obra. Si es así, debemos plantearnos la pregunta: ¿En qué sentido nos habla el
Libro de Rut acerca de la persona y la obra de nuestro Señor Jesucristo?
Veamos. Como ya hemos dicho, descontando el prólogo introductorio (1:1–5) y un
epílogo concluyente (4:18–22), nos encontramos con cuatro escenas principales que se
desenvuelven en cuatro escenarios diferentes:
1. En el camino de Moab a Belén (1:6–22).
2. En los campos de siembra en las afueras de Belén (2:1–23).
3. En la era de la ciudad (3:1–18).
4. En la puerta de la ciudad (4:1–17).
Ahora bien, si queremos resumir la acción de las cuatro escenas principales,
podríamos hacerlo de la manera siguiente:
1. En la primera escena, una mujer gentil tiene que afrontar una decisión difícil. En el
camino a Belén, se encuentra con la gran encrucijada de su vida. ¿Seguirá adelante
con su suegra hacia una nueva vida en medio del pueblo de Dios o volverá atrás al
mundo pagano con su cuñada? ¿Hará que el Dios viviente sea su Dios, o seguirá
adorando a los dioses de este mundo? ¿Se unirá al pueblo de Dios, aunque sea al
precio de tener que renunciar a sus antiguas vinculaciones sociales y familiares, o
15
decidirá que el precio es demasiado alto y volverá a integrarse en el mundo en el
que ha crecido? La decisión es difícil. Pero esta mujer, en contraste con el ejemplo
de su cuñada, elige unirse al pueblo de Dios: Adonde tú vayas, iré yo, y donde tú
mores, moriré; tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios (1:16). Es una decisión
que cambiará radicalmente su vida para siempre. En el camino a Belén, Rut tiene
una auténtica experiencia de conversión, experiencia con la cual muchos de
nosotros nos identificaremos.
2. En la segunda escena, la recién convertida descubre que la vivencia en el pueblo de
Dios conduce a un difícil compromiso de trabajo y servicio. Desde el principio de la
cosecha hasta el final, ella debe espigar en el campo del redentor, bajo el sol
abrasador de verano. Lo que alivia esta labor es el hecho de que el redentor ha
dado instrucciones a sus siervos para que le hagan el trabajo más llevadero y, a la
hora de comer, la invita a compartir su comida de pan y vino. El resultado de este
servicio abnegado es una cosecha abundante.
3. En la tercera escena, Rut se viste como novia y sale al encuentro del novio, su
redentor. Él ha venido a su era. Su bieldo está en su mano. Ha venido para separar
el grano de la paja. Es de noche. Y allí, en la era, la novia se reúne con el novio.
4. En la cuarta escena, asistimos al desenlace de la historia. Estamos en la puerta de la
ciudad, en presencia de los ancianos. Y allí, entre el entusiasmo de la gente, el
redentor lleva a cabo el acto final de la redención de Rut. A partir de ahora, ella
estará siempre con su señor.
Creo que no he dicho nada en estos resúmenes que no esté presente en el texto,
explícita o implícitamente. No lo he “espiritualizado”. Sin embargo, por el lenguaje que
he empleado en mi resumen, algunos lectores habrán reconocido enseguida que las
experiencias de Rut se corresponden con realidades que ellos mismos han vivido,
mientras que los enemigos de la espiritualización estarán ya en guardia en cuanto a mi
lectura del libro y pensarán que estoy en el peligro de ver “tipos” y “sombras” en Rut
que no deben ser vistos ni admitidos. Pero resulta claro a todas luces que la historia de
Rut es una historia de (1) conversión, (2) servicio fiel, (3) encuentro con el redentor y (4)
redención final. El libro establece patrones de salvación que todo creyente reconoce
como el reflejo fiel de su propia experiencia. Una historia particular se convierte en un
modelo universal. Es porque el Libro de Rut tiene fuertes resonancias salvíficas por lo
que nos atrae tanto. Al margen de cuál fue el entendimiento de los protagonistas y de
cuáles fueron las intenciones del autor al escribir el libro (y, sin duda, él mismo no podía
prever que su pequeña historia llegaría a establecer patrones universales de salvación
divina), y por mucho que ciertos teólogos nos digan que no es lícito tratar el libro como
una alegoría ni ver en Booz una figura que anticipa a Cristo, generación tras generación
de creyentes han disfrutado de este libro precisamente porque “Rut me recuerda a mí
mismo, y Booz me recuerda a mi Redentor”.

16
Prólogo del libro:
Desastre en Moab
Rut 1:1–5

Aconteció que… (1:1)


El texto hebreo del Libro de Rut empieza con una pequeña conjunción, omitida por
la mayoría de traducciones actuales, que podría traducirse como “y” o como “ahora”:
Ahora aconteció que… Esto podría dar la impresión de que nuestro relato sea la
continuación de una narración más extensa, la primera parte de la cual se ha perdido.
Pero, de hecho, se trata de una palabra empleada con frecuencia en las Escrituras para
introducir relatos históricos. Nada menos que diez libros del Antiguo Testamento
empiezan con ella.
Si bien la conjunción no añade gran cosa al significado del texto, debemos en
cambio dar todo el peso necesario a la palabra siguiente, aconteció. Con ella, el autor
quiere indicar que la historia que está a punto de escribir no es una invención suya, sino
algo que verdaderamente “aconteció”. Esto es doblemente cierto aquí porque
“aconteció” (en hebreo wayhi) aparece una segunda vez en las frases iniciales del Libro
de Rut, concretamente en el verbo traducido como “hubo”. Literalmente, la frase reza:
Y aconteció en los días de la jurisdicción de los jueces que aconteció un hambre en la
tierra. Desde tiempos de la Septuaginta, a algunos traductores esta repetición les ha
parecido una redundancia. Sin embargo, es más probable que el autor la empleara con
énfasis intencionado.
Es una palabra que encontramos en varias ocasiones a lo largo del Libro de Rut (1:9;
2:3; 3:8). Juntamente con otras frases parecidas (por ejemplo, he aquí que…, 2:4; 3:2;
4:1) indica una nota de providencia que es más que una mera coincidencia. Es como si
el autor quisiera llamar nuestra atención al hecho de que la historia que nos va a narrar
está llena de “acontecimientos” que pueden parecernos casuales pero que, en realidad,
no lo son. Estas frases, por tanto, sirven como complemento a las referencias explícitas
a la providencia de Dios que encontramos en el texto.
Ahora bien, si esta frase verdaderamente tiene la función de señalar discretamente
la mano de Dios detrás de la acción cotidiana, entonces debemos entender que el
hambre, mencionada a continuación, no es una catástrofe fortuita, sino algo que cae
bajo la dirección y el propósito soberano de Dios.
… en los días que gobernaban los jueces… (1:1)

17
El autor comienza su historia situándola en su contexto histórico. No deja de ser
significativo que el Libro de Rut, que suele colocarse en las versiones actuales de la
Biblia entre Jueces y 1 Samuel, comience con una referencia al período de los jueces y
termine (4:17) hablando del rey David. Es como si se nos invitara a que lo consideremos
un libro de transición entre dos épocas. Lo que en un nivel no es más que la narración
de las peripecias íntimas de una sola familia, en otro nivel es la historia de un
peregrinaje espiritual, que nos llevará desde la anarquía moral y espiritual de los
tiempos de los jueces hasta la esperanza de un rey mesiánico. El prólogo (1:1–5) dirige
nuestra mirada hacia atrás, como el epílogo (4:17–22) la dirigirá hacia adelante.
Algunos dirían más. Nos recordarían que el período de los jueces se caracterizaba
por muchos momentos de anarquía moral y espiritual, resumidos en la famosa frase
que concluye el libro de los Jueces: En esos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo
que le parecía bien ante sus ojos (21:25). Propondrían que la decisión de Elimelec de ir a
Moab es un buen ejemplo de esta actitud: se corresponde más con el sentido común
(“lo que bien le parecía”) que con la voluntad revelada de Dios. Aunque pocas
referencias habrá en Rut al ámbito socio-político, no debemos olvidar el hecho de que
la narración se desarrolla en una época de incertidumbre política y social, en un
momento en que faltaba rey y en un contexto de degeneración moral y espiritual.
En contra de esta opinión, sin embargo, está la consideración siguiente. En la frase
que estamos comentando nos encontramos con una segunda “redundancia”. El autor
podría haber dicho sencillamente en los días de los jueces, pero insiste: en los días que
gobernaban los jueces, empleando dos palabras cognadas. Esta redundancia se explica
si entendemos que la fuerza de la frase es: en los días que los jueces realmente
juzgaban. La época de los jueces no fue solo de anarquía espiritual. También hubo
momentos en los que los jueces juzgaban fielmente conforme a la voluntad de Dios. El
ambiente social del Libro de Rut parece coincidir con uno de estos momentos. Las
relaciones sociales en Belén están fundadas en el temor de Dios y en el respeto a su
Ley. Esto lo vemos en el acatamiento del derecho a espigar de las viudas, en las
salutaciones de Booz y sus criados (2:4), en el reconocimiento de las obligaciones del
levirato, y en las transacciones legales realizadas en la puerta del pueblo, etc. En Rut
estamos muy lejos del ambiente decadente de los últimos capítulos de Jueces.
… hubo hambre en el país (1:1)
Naturalmente, el país en cuestión es la Tierra Prometida, Israel. Para los judíos solo
había una “tierra”, la que Dios les había prometido y dado, la tierra que fluye leche y
miel. Pero ahora se nos describe como convertida en un sequedal.
Puede parecernos extraño que en Israel hubiera hambre cuando en Moab, a muy
poca distancia hacia el sudeste (unos 80 kilómetros por carretera), había pan. De hecho,
la meseta de Moab es visible más allá del valle del Mar Muerto desde los montes al sur
de Belén. Sin embargo, las condiciones climáticas de esta zona permiten esta situación.
Otro caso parecido lo encontramos en 2 Reyes 8:1–2, cuando Eliseo advierte a la
sunamita acerca del hambre que viene, y ella se va a tierra de los filisteos.
18
No sabemos en qué momento se dio este hambre. No hay mención explícita de
ninguna en el libro de los Jueces. Algunos comentaristas han pensado que quizás
coincidiera con la devastación de la tierra por parte de los madianitas (Jueces 6:4–5).
Esto haría de Booz un contemporáneo de Gedeón, pero se trata de una especulación.
La tradición judía señala dos momentos diferentes para la historia de Rut. Una de
las tradiciones (encontrada, por ejemplo, en Las Antigüedades de Josefo), hace de Booz
el contemporáneo de Elí, lo cual colocaría la historia al final del período de los jueces,
coincidiendo con el comienzo de los libros de Samuel. Otra la asocia con el período de
Ehud (por ejemplo, el Targum, ¡que incluso afirma que Rut era hija de Eglón!), pero esto
quizás se deba a la relación de Ehud con Moab y el período de dominio moabita en
Israel (Jueces 3:12–14). Las genealogías bíblicas no ayudan demasiado. Si Booz
verdaderamente era el hijo de Rahab (cf. Mateo 1:5; Rut 4:21) y no su nieto, bisnieto,
etc., lógicamente la historia podría muy bien inscribirse en tiempos de Ehud y Eglón, a
principios del período de los jueces. En cambio, si Rut y Booz eran los verdaderos
bisabuelos de David, y no unos antepasados algo más lejanos, la historia se situaría más
bien al final del mismo período. De todas maneras, la misma cronología de Jueces es
motivo de mucho debate, lo que da a todas estas tradiciones un carácter especulativo.
Lo que sí sabemos es que los judíos veían en el hambre una intervención divina que
tenía la intención doble de castigar la infidelidad y la desobediencia del pueblo y de
llamarlo al arrepentimiento:
Pero si no me obedecéis y no ponéis por obra todos estos mandamientos…
haré vuestros cielos como hierro y vuestra vida como bronce… porque vuestra
tierra no dará su producto y los árboles de la tierra no darán su fruto (Levítico
26:14, 19–20).
De los detalles que siguen en el texto, se desprende el hecho de que esta hambre
era muy severa. Noemí tardó más de diez años en recibir noticias de que las cosechas
hubieran vuelto a la normalidad (1:6), y es de suponer que no fuera un mero deseo de
comodidad lo que provocó la marcha inicial de Elimelec, sino una auténtica amenaza de
inanición. Esta no era una sequía temporal, sino una hambruna de suficiente duración
como para provocar una verdadera angustia de cara al futuro, un verdadero asunto de
vida o muerte.
Y un hombre de Belén de Judá… (1:1)
¡Tenía que ser precisamente en Belén donde se produce el hambre! Belén significa
casa de pan o granero, o, si preferimos el nombre antiguo del pueblo, Efrata significa
fructífero. Así pues, la ironía de la situación va en aumento. Elimelec tuvo que huir no
solo de “la tierra que fluye leche y miel” sino de la “fructífera casa de pan”, porque allí
solo había hambre.
La frase Belén de Judá es convencional, empleada para diferenciar el pueblo de
Belén de Zabulón (Josué 19:15).

19
… fue a residir en los campos de Moab… (1:1)
El texto de Rut no emite ningún juicio moral explícito sobre esta decisión de
Elimelec. Esto no es sorprendente, porque los textos narrativos del Antiguo Testamento
frecuentemente evitan moralejas abiertas, aun cuando la narración obviamente apunta
hacia ellas. Esto es cierto del Libro de Rut, en el que, como iremos viendo, el autor no
suele especificar las abundantes lecciones morales y espirituales. Lo que debemos
preguntarnos, pues, es qué clase de reacción esperaba el autor que esta decisión
provocara en sus lectores.
Lo primero que debemos señalar en cuanto a Moab es que era un pueblo gentil e
idólatra. De por sí es humillante que una familia judía se vea en la necesidad de buscar
entre gentiles la solución a sus problemas materiales.
Después, debemos recordar que los moabitas eran un pueblo cuyo origen se
encuentra en la relación incestuosa entre Lot y su hija mayor (Génesis 19:30–37). Uno
de los detalles de simetría y coherencia temática del libro estriba en que el país al cual
acude la familia de Elimelec es, precisamente, un pueblo que surgió del afán de
mantener el linaje (que también es una de las preocupaciones principales del libro de
Rut), y en que la referencia implícita de este versículo a los descendientes de Lot, hijos
de una mujer que cometió incesto con su padre, queda equilibrada al final del libro por
la referencia a una antepasada de la casa de David, que logró garantizar la continuidad
del linaje de su marido, seduciendo a su suegro (Tamar y Judá) (4:12).
Pero, en tercer lugar, debemos recordar también que Moab, por haber intentado
maldecir a Israel a través de Balaam, por haber enviado a sus jovencitas a seducir a los
soldados hebreos y por haber afligido y engañado a los israelitas (Números 25:18),
había quedado bajo la ira divina, excluido de las bendiciones que Dios deseaba traer a
las naciones a través de Israel (Números 22–25).
A la luz de esto, muchos comentaristas se apresuran a denunciar la “mundanalidad”
de Elimelec y Noemí al ir a Moab, hasta el punto que algunos llegan a hacer de Noemí el
arquetipo del “creyente carnal”. Esto es un poco injusto, porque, si acaso, Noemí era
una esposa obediente que sufrió las consecuencias de la acción de su marido, y porque
el buen testimonio de su vida fue suficiente como para persuadir a Rut de que el Dios
verdadero era el de Israel. Sin duda, la situación de la familia de Elimelec fue
desesperada y debemos tener cuidado para no enjuiciarlo con excesiva facilidad. Según
un criterio humano, la decisión era seguramente sensata. Apremiaban las
circunstancias. Amenazaba la muerte. Elimelec era responsable de su familia. Allí, a
poca distancia había comida. Lo lógico y natural era ir a buscarla; lo necio e
irresponsable habría sido quedarse en Belén.
Sin embargo, si bien no había en el Pentateuco estrictamente ninguna prohibición a
visitar Moab, sí la había en cuanto a una integración de Moab en Israel y en cuanto a
cualquier contacto social entre las dos naciones que pudiera representar un bien para
Moab:
Ningún amonita ni moabita entrará en la asamblea del Señor; ninguno de sus
20
descendientes, aun hasta la décima generación, entrará jamás en la asamblea
del Señor… Nunca buscarás su paz ni su prosperidad en todos los días
(Deuteronomio 23:3, 6).
Si bien la morada de Elimelec en Moab no quebranta la letra literal de la ley, desde
luego quebranta su espíritu. Como mínimo, Elimelec tendría que haber sentido ciertos
reparos. Pero entonces, ¿no tendría David que haber sentido reparos también antes de
entregar a sus padres al cuidado del rey de Moab? Y sin embargo, presionado por la
persecución de Saúl, lo hizo (ver 1 Samuel 22:3–4). Y mucho más aún, Salomón tendría
que haber reflexionado antes de tomar esposas moabitas (1 Reyes 11:1).
Es cierto que en generaciones posteriores (muy posteriores) los rabinos vieron en el
viaje a Moab un acto de desobediencia, y en la subsiguiente muerte de los tres varones
un castigo divino. Pero no es del todo seguro que los primeros lectores lo vieran así. Es
posible que el Libro de Rut fuera escrito durante el reinado de David o de Salomón,
cuando las relaciones con Moab eran cordiales y cuando el refugio en Moab habría
parecido una solución airosa a una circunstancia desesperada.
Lo cual no quiere decir que los rabinos estuvieran equivocados, sino más bien que el
criterio de los primeros lectores no siempre es la guía más fiel para la interpretación de
los textos bíblicos y no siempre nos conduce a lo que el Espíritu de Cristo quiere
decirnos. Lo que Dios ha dicho en su Ley, dicho está, aunque todo un David haga caso
omiso.
Aceptemos, pues, que la bajada a Moab representa tanto un acto de descuido de la
Ley de Dios como, a la larga, un fracaso rotundo en cuanto a solucionar las necesidades
materiales de la familia. Elimelec se traslada desde la “Casa de Pan” de la Tierra
Prometida a los campos de una tierra prohibida, solo para encontrarse con la muerte, el
desamparo y la amargura. Pero antes de tirarle piedras, recordemos:
• Que el texto de Rut omite toda acusación directa contra él. Quizás el Espíritu Santo
sea más misericordioso que algunos de nosotros.
• Que los tiempos de los jueces no destacan precisamente por la enseñanza de la Ley
de Dios, ni mucho menos por su práctica. Juzgado dentro de su contexto social,
Elimelec, en vez de aparecer como rebelde y desobediente, quizás haya sido un
hombre comparativamente fiel al Señor.
• Que es probable que, en ciertos momentos de los jueces y al principio de la
monarquía, existieran buenas relaciones entre Moab e Israel. El lenguaje de Moab
era prácticamente igual al de Israel, lo cual facilitaba mucho el intercambio
comercial y social. No debemos pensar, pues, que la decisión de Elimelec fuera un
caso excepcional. Es probable que otros compatriotas suyos buscaran la misma
solución, y que los moabitas ofrecieran todo tipo de facilidades a los refugiados.
• Que es obvio que Elimelec no quiso integrarse plenamente en Moab, sino solo
buscar una ayuda provisional. Esto se ve en dos pequeños detalles del versículo 1:
a) El verbo traducido “residir” significa en hebreo “visitar temporalmente”. Su intención
inicial, pues, era la de una estancia provisional y corta, para salvar a su familia durante

21
el tiempo del hambre y luego, enseguida, volver a Belén.
b) Elimelec fue a los campos de Moab, no a las ciudades. No iba a permitir que su
familia cayera bajo la influencia de la civilización moabita. Se quedaría en una zona
rural, apartado de la sociedad pagana.

• Que la presión psicológica sobre Elimelec de encontrar pan para su familia y evitar la
amenaza de la muerte por hambre habrá sido enorme. El caso de Elimelec no es el
de Lot, quien se integró en Sodoma por comodidad y codicia. El de Elimelec es un
caso de vida o muerte.
• Que si admitimos la posibilidad de la tradición según la cual esta historia se asigna al
período del dominio moabita de Israel en tiempos del rey Eglón (cf. Jueces 3), la
bajada a Moab es aún más comprensible: representa un cambio de domicilio dentro
del mismo régimen político, más que un cambio de país.
Más aún, la idea de ver en la familia de Elimelec a los representantes de la
incredulidad o, al menos, de una fe mediocre choca con las evidencias posteriores. El
hecho de que una moabita creyera en el Dios de Israel es de por sí una evidencia
elocuente de que el testimonio de esta familia no era ni mediocre ni meramente
nominal.
Es cierto, pues, que si salieron mal de Belén, Noemí volvió allí peor, y que si al
principio no querían integrarse en la sociedad de Moab, al final se vincularon con ella
por matrimonio. Sin embargo, el énfasis principal del libro no recae sobre una
condenación de su bajada a Moab, sino sobre la manera en que Dios iba a bendecir
tanto a Noemí la hebrea como a Rut la moabita a través de su estancia allí. Noemí
seguramente volvió a Belén más sabia (hay ciertas lecciones morales que solo
aprenderemos en el exilio espiritual junto a los ríos de Babilonia), pero tildarla de
“carnal” es diluir la complejidad y profundidad de su experiencia, la cual, como ella
misma reconocerá, no es otra sino la de la mano de Dios sobre ella.
Admitamos, pues, que, a pesar de las circunstancias atenuantes, la bajada a Moab
era un acto de desconfianza en el Dios de toda provisión y un acto de descuido de su
Ley. En un sentido, esta familia se mantuvo fiel a su fe, pero en otro no la ejerció
debidamente. Sin embargo, reconozcamos también la facilidad con la que nosotros
mismos dejamos de confiar en la provisión de Dios en circunstancias mucho menos
apremiantes que las de Elimelec. En vez de condenarlo, recibamos el aviso de su
ejemplo.
… con su mujer y sus dos hijos (1:1)
El autor primero nos ha hablado del hombre de Belén, es decir, de aquel que como
cabeza de familia toma la decisión de ir a Moab. Y ahora nos habla de los miembros de
su familia, que van a verse involucrados, lo quieran o no, en su decisión.

Aquel hombre se llamaba Elimelec, y su mujer se llamaba Noemí (1:2)

22
¡Aquí, una nueva ironía! Este hombre que toma la decisión moralmente dudosa de
ir a Moab se llama Elimelec, “Mi Dios es Rey”, o “El que reina es mi Dios”.35 Es un
nombre que nos habla de la soberanía de Dios, soberanía ejercida en los grandes
acontecimientos de la historia y de la naturaleza, soberanía ejercida para bien de los
que le temen, soberanía que es garantía de salvación y salud, pero que también exige la
lealtad y obediencia total de su pueblo.
Es un nombre que también destaca por su valor testimonial. Otros confían en sus
dioses, pero “Yahvé es mi Dios”. ¿Qué pasa con este testimonio cuando Elimelec lleva a
su familia a Moab? ¿Qué clase de Rey es este que no sabe proveer para los que confían
en él?
Con todo, el testimonio llegó a Moab con la familia de Elimelec y, a juzgar por sus
efectos en Rut, fue eficaz. Sin embargo, la ironía de la situación da nuevo sentido al
afán de Noemí de “restaurar el nombre del difunto”. En aquel momento, el acierto del
nombre de Elimelec podía parecer cuestionable; pero, de hecho, el Libro de Rut narra la
historia de cómo Dios demostró ser el Rey fiel y soberano que supo proveer para los
suyos en una situación límite en la que el nombre de su siervo parecía deshonrado.
Junto a Elimelec va su esposa, Noemí, “La Placentera”, o posiblemente “Deleite de
Dios”. Ella será uno de los principales personajes de esta historia, porque, aunque
nuestro libro se suele llamar “Rut”, de hecho es tanto la historia de Noemí como la de la
moabita.
Los nombres de sus dos hijos eran Mahlón y Quelión… (1:2)
¡Nombres que, según algunas autoridades, podríamos traducir como “Debilucho” (o
Enfermizo) y “Desfallecido” (o Lánguido)! Desde luego, si este es su significado, no son
nombres muy atractivos y, sin embargo, son auténticos nombres de aquella época,
atestiguados por diversos hallazgos arqueológicos.39 Por tanto, no hay base para
afirmar que eran meros nombres simbólicos, inventados por el autor. Quizás los dos
hijos fueran por naturaleza débiles, lo que haría más comprensible, por un lado, la
ansiedad de Elimelec y su decisión de buscar comida aunque fuera en Moab y, por otro,
la muerte de ambos cuando aún eran jóvenes.
… efrateos de Belén de Judá (1:2)
Aparentemente, aquí hay otra redundancia. Después del versículo 1 (un hombre de
Belén de Judá), ¿a qué viene insistir en que Elimelec y sus hijos eran efrateos de Belén
de Judá? Efrata es el nombre alternativo, quizás más antiguo, de Belén, tal y como se
aprecia en el paralelismo del 4:11. Pero tal vez esta insistencia nos indique que la frase
no solo habla de su lugar de origen, sino también de su status dentro de Belén.41 Es algo
así como si nos habláramos de un “vallisoletano, castellano de Valladolid”, o de un
“barcelonés, catalán de Barcelona”. La pedantería de estas frases indica que queremos
insistir en que esas personas son respectivamente un “castellano viejo” y un “catalán de
pura cepa”. Así pues, algunos comentaristas opinan que la palabra “efrateo” es un título

23
empleado para designar una determinada posición social, lo cual nos hace pensar que
Elimelec pertenecía a una de las familias de más solera y mejor acomodadas. Esto
enlazaría con las palabras de Noemí: Llena me fui (1:21), y con el hecho de que Booz,
pariente de Elimelec, fuera un hombre rico.
Todo parece indicar, pues, que Elimelec era un hombre de cierta importancia en
Belén, posiblemente cabeza de un clan; y que podía llamarse efrateo de Belén con el
mismo orgullo con que Pablo se denominaba hebreo de hebreos.
Por otro lado debemos recordar que, en aquel momento, Belén no era ni grande ni
prestigiosa. Para nosotros, destaca como uno de los pueblos más conocidos de
Palestina debido a que nacieron allí tanto David como Jesucristo (¡y porque allí se
desarrolló la historia de Rut!). Pero, incluso después de haber alcanzado fama por ser el
lugar de nacimiento del gran rey de Israel, volvió a ser tan insignificante como siempre,
pequeña entre las familias de Judá (Miqueas 5:2).
Y llegaron a los campos de Moab y allí se quedaron (1:2)
Aquí tenemos el siguiente paso de integración en Moab después de la decisión
inicial de emprender el viaje. Aunque su intención era hacer una visita corta, de hecho
se quedaron allí.

Y murió Elimelec, marido de Noemí… (1:3)


El estilo literario es sencillo, escueto. Sobran los comentarios. Pero este varón, cuyo
nombre proclama la protección soberana de Dios, muere en un país lejano y prohibido,
y es enterrado entre forasteros. Las raíces se han ido echando en Moab, pero de una
manera desagradable e indeseada. Elimelec solo había ido a pasar unas semanas o
meses; sus restos mortales quedaron allí para siempre. La tragedia estaba servida. Estas
breves palabras introducen la crisis que el resto del libro tratará de resolver.
Es poco normal, en la literatura bíblica, que un hombre sea descrito en términos de
su relación con su esposa. Si aquí Elimelec es llamado “marido de Noemí” no es por
redundancia (el autor acaba de darnos esta misma información en el versículo anterior),
sino porque quiere dirigir nuestra atención hacia ella, que será a partir de este
momento uno de los personajes centrales de la historia.
… y quedó ella con sus dos hijos (1:3)
Para que no perdamos de vista las consecuencias angustiosas que la muerte de
Elimelec acarreó a la familia, el autor nos las describe. Primero, Noemí se quedó viuda.
Ahora bien, en aquel momento, ella tenía todavía a sus dos hijos para ampararla. Pero
luego…

Y ellos se casaron con mujeres moabitas… (1:4)


Viene un paso más en la integración de esta familia en Moab. Los hijos van más lejos

24
que Elimelec. Él seguramente había tenido suficiente criterio espiritual como para
mantenerse al margen de la sociedad moabita. Pero no así sus hijos. Ellos entraron en
una relación íntima y permanente con Moab. Lo del padre había sido un contacto breve
por motivos excepcionales; los hijos en cambio se enamoraron de Moab y se casaron
con moabitas, o literalmente, las “tomaron para sí” (lo cual sugiere que Noemí no
puede ser culpada de estos matrimonios).
Es cierto que, en la Ley de Dios, tampoco había ningún mandamiento que prohibiera
explícitamente el matrimonio con una moabita. Sin embargo, lo que ya hemos visto
(Deuteronomio 23:3–6) en cuanto a la exclusión de Moab de la congregación de Israel
es suficiente en sí para indicar la desaprobación divina de este tipo de unión.
… el nombre de una era Orfa y el nombre de la otra, Rut (1:4)
Después nos enteraremos de que Orfa estaba casada con Quelión, el más joven de
los hijos, y Rut con el primogénito, Mahlón. Aquí, el autor deja para el final el nombre
de aquella que será la heroína de la historia.
Algunos autores opinan que Orfa significa “cuello” (o quizás “obstinada”) y Rut
“amistad” (o “plenitud”), lo que daría la impresión de nombres inventados por el autor
para reforzar el significado de su historia. Pero la etimología de estas palabras es
oscura, ya que muy poco se sabe de la lengua moabita.
Y habitaron allí unos diez años (1:4)
¿Deben los diez años ser contados desde la llegada a Moab o desde el casamiento
de los hijos? El texto no es explícito, aunque la repetición, al final de los versículos 2 y 3,
de frases indicativas del paso del tiempo podría inclinarnos hacia lo segundo.
Muchos comentaristas dicen que es más probable que los hijos se casaran al final de
estos diez años, puesto que ni Rut ni Orfa tuvieron hijos. Pero el autor podría haber
tenido la intención precisa de comunicar lo contrario: diez años de la vida matrimonial
de dos hijos en Moab no producen ningún nieto para Noemí; en cambio el resultado
inmediato del matrimonio de Rut y Booz será un nieto para ella.

Murieron también los dos, Mahlón y Quelión… (1:5)


Sea como fuere, estos detalles de tiempo son de poca importancia a la luz de la
auténtica catástrofe que ahora sobreviene a la familia. Nuevamente, el autor no
necesita cargar las tintas. ¡Nada de seguridad social ni pensiones para viudas en aquel
entonces! Cualquier lector comprende que, además de la abrumadora angustia de la
pérdida en poco tiempo de los tres varones de la familia, las mujeres tuvieron que
afrontar la suma preocupación de una precaria situación económica y del total
desamparo cara al futuro.
… y la mujer quedó privada de sus dos hijos y de su marido (1:5)
Con estas palabras sencillas, el autor resume la situación angustiosa en la que

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Noemí se encuentra ahora. Si bien el autor acalla cualquier comentario explícito que
condene la decisión de ir a Moab, en cambio subraya la angustia y el desamparo que
acarrea como consecuencia.
Notemos que la referencia explícita es a Noemí, y no a sus nueras. Aunque ellas
comparten su dolor, Noemí es la gran desamparada. Ellas han perdido a sus respectivos
maridos; en cambio Noemí, lejos de su tierra, ha perdido a su marido y dos hijos, sin
posibilidad de reestablecer su hogar. El libro de Rut se escribe desde la perspectiva de
Noemí: suya es la angustia al principio de la historia; suyo es el gozo al final. Ella es el
personaje principal en el escenario, tanto en el primer capítulo como en el último.
Es de observar que la palabra traducida como “hijos” no es la misma que el autor ha
empleado hasta aquí, sino otra (“niños”) que normalmente se limita a niños o
adolescentes. Seguramente aquí se emplea con una connotación entrañable de ternura.
Estructuralmente, sin embargo, su importancia se halla en la utilización de esta misma
palabra con referencia a Obed en el 4:16. El prólogo de la historia concluye con la
pérdida de los dos “niños” de Noemí; el epílogo concluye con su adquisición de uno
nuevo. Nuestro autor es extraordinariamente exacto en su selección de palabras y
creativo en el uso artístico que les concede.

Resumen del prólogo, Rut 1:1–5


En cinco escuetos versículos, el autor ha logrado plasmar toda la problemática que
la narración posterior resolverá. El hambre, afrontada solo con iniciativas humanas,
acarrea toda una secuencia de desgracias: contemporización, muerte, viudez y
desamparo. Moab, que ofrecía esperanzas, solo ha dado soluciones temporales y
después complicaciones. El remedio ha sido peor que el problema inicial. Ahora, las tres
viudas se encuentran con el triple vacío creado por la muerte: sin apoyo material, sin
nadie que las cuide y sin esperanza para el futuro. El linaje ha sido cortado, el nombre
familiar será perdido, las posesiones familiares serán destinadas a extraños, solo les
queda una perspectiva de inseguridad, desamparo y soledad.
Llama la atención la sutileza de la ironía con la que el autor nos narra estas
calamidades. Esto se ve en la selección del vocabulario y en los nombres:
1. Desde “la tierra” (es decir, la Tierra Prometida, de la que Dios había dicho que fluiría
leche y miel), una familia efratea (es decir, que proceden de un lugar “fructífero”)
de Belén de Judá (es decir, de la “casa de pan”) se traslada al menospreciado y
prohibido país de Moab ¡en busca de comida!
2. Elimelec (“Mi Dios es Rey”) descuida la voluntad de Dios y, sin duda con muy buenas
intenciones, hace lo que bien le parece. Se establece en un país en el que su Dios no
es Rey, y en condiciones que invitan a los habitantes a preguntarle: ¿Dónde está tu
Dios? Allí en Moab, su nombre queda cortado. Ha llevado consigo a Noemí, “La
Placentera”. Ella misma subrayará la triste ironía de la situación cuando diga que su
nombre debería ser “La Amarga” (1:20).

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Pero más allá de estos juegos de palabras está la inmensa ironía de la acción:
1. Una familia intenta huir del fantasma de la muerte que hay detrás de la hambruna,
y cae precisamente en su poder.
2. Van a Moab solo a “morar provisionalmente” y se quedan unos diez años, quizás
más. Algunos miembros de la familia dejan allí sus cuerpos para siempre. Piensan
quedarse al margen de la sociedad moabita, en los campos, pero los hijos terminan
casándose con mujeres del país. Como hemos visto, la situación en la que Noemí se
encuentra al final del versículo 5 es mucho peor que la situación de la que la familia
intenta huir al principio.
Estas ironías saltan a la vista, pero hay otra más sutil y mucho más hermosa. Si bien
es cierto que la bajada a Moab representa una solución abortiva, sin embargo, bajo la
providencia de Dios, Moab será el terreno poco prometedor del cual brotará y florecerá
la solución divina. Desde Moab, Dios traerá la salvación para Noemí. Ella piensa que
acaba su estancia en Moab con las manos vacías (1:21). No se da cuenta que Rut será
de más valor para ella que siete hijos (4:15).
Además del uso de la ironía, cabe destacar la asombrosa economía de palabras con
la que el autor nos ha comunicado esta información. No se entretiene en descripciones
emotivas o en comentarios moralizantes. Deja que los hechos hablen por sí mismos. No
hay nada que sobre, como tampoco hay nada que falte. Incluso cuando una frase
parece superflua o redundante, hemos visto que detrás de ella hay una intención
velada.
Además, su arte literario es tal que el lenguaje nos deja pistas para ver contrastes y
paralelismos que arrojan nueva luz sobre la acción. El prólogo centra nuestra atención
en Noemí. Esto se ve en las frases “innecesarias” del versículo 3: no hacía falta llamar a
Elimelec “marido de Noemí”, porque ya lo sabíamos, ni decirnos que después de su
muerte ella quedó como viuda, porque cae por su propio peso que fue así; pero estas
frases redundantes sirven para fijar nuestra mirada en Noemí; y también se ve en el
hecho de que ella ocupa el escenario al final: “la mujer quedó privada de sus dos hijos y
de su marido”. Este énfasis nos prepara para el desenlace de la historia, puesto que, en
el epílogo, Noemí ocupará el centro del escenario, no ya como una viuda desamparada,
sino como una “madre” (4:17) sustentada (4:15). Este contraste es reforzado por el
deliberado paralelismo en el vocabulario: el “niño” Obed toma el lugar de los “niños”
Mahlón y Quelión.
La comprensión de que los paralelismos y contrastes en el prólogo y epílogo son
intencionados nos abre los ojos ante otros. Vemos que el prólogo vincula la historia al
ámbito de los jueces, mientras que el epílogo nos anticipa el advenimiento de un rey.
En principio, ninguna de estas dos vinculaciones añade nada a la historia. Pero la
disyuntiva jueces-rey nos invita a contemplar la historia íntima de una familia de Belén
en un contexto más amplio y trascendente. De la misma manera que las aspiraciones
familiares de Noemí, que no pudieron ser satisfechas en Moab, quedaron cumplidas en
el nacimiento de Obed, las necesidades nacionales, sociales y morales del período de
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los jueces cuando “no había rey en Israel” (Jueces 21:25), solo podían ser resueltas por
el nacimiento de David. Y así se establece un patrón cuyo círculo más amplio de
extensión se ve en la satisfacción de todas las aspiraciones de toda la humanidad por
medio del nacimiento del gran Hijo de David. Ya se trate de Obed como cumplimiento
de las aspiraciones de Noemí, de David como cumplimiento de las esperanzas de Israel
o de Jesucristo como cumplimiento de las necesidades de la humanidad entera, la
solución de Dios es la misma: “un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado” (Isaías
9:6).

ESCENA PRIMERA
Encrucijada en el camino
Rut 1:6–22

Entonces se levantó con sus nueras para regresar de la tierra de Moab… (1:6)
Con estas frases, el autor resume para nosotros lo que luego describirá en más
detalle en el resto del capítulo. Los versículos 6a y 22, con su similitud de lenguaje,
sirven como “paréntesis” para enmarcar la narración de esta escena.
Ahora, la acción de los versículos 1–2 se repite, pero en sentido inverso. Si la
decisión de ir a Moab había sido una decisión difícil tomada en circunstancias
angustiosas, no lo habrá sido menos la de volver a Belén. El regreso es a la vez la
contrapartida del viaje emprendido por Elimelec (1:1) y la demostración de su fracaso.
La decisión de Noemí es totalmente lógica. Ha perdido a sus tres hombres. No hay
raíces ni razones para quedarse en Moab. Se encuentra desamparada en un país
extranjero. Lo natural es que quiera estar entre los suyos. Pero además le han llegado
noticias alentadoras de su tierra natal.
… porque ella había oído en la tierra de Moab que el Señor había visitado a su
pueblo dándole alimento (1:6)
En Judá se ha acabado el hambre. Ha sido una experiencia larga y dura, al menos
diez años de cosechas pobres; pero finalmente Dios ha visitado a su pueblo.
Esta es otra de las frases del libro de Rut que nos señalan la presencia, velada pero
suprema, del Dios omnipotente y soberano que rige los destinos tanto de naciones
como de personas. Uno de los temas más patentes del libro es precisamente la
providencia divina en todos los órdenes de la vida. Dios trae hambre (aconteció que;
1:1); también trae pan. Dios muestra su misericordia a los misericordiosos (1:8). Dios es
quien provee la seguridad y tranquilidad de un hogar estable (1:9). Dios es igualmente

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quien extiende su mano para retribución y castigo (1:13).
Si Dios había visitado antes a su pueblo para traer hambre, ahora es para aliviarla.
Porque las “visitas” de Dios pueden ser para bendecir, para mostrar compasión y traer
abundancia, o para probar, corregir o castigar (ver, por ejemplo, Jeremías 25:12). Lo
importante es que, para los ojos de la fe, las circunstancias de la vida no son meros
acontecimientos casuales de origen natural, sino intervenciones divinas para avisar,
quebrantar, animar, reprender y finalmente santificar al creyente. En todo este texto,
Noemí demuestra tener una fe profunda precisamente por su comprensión de la mano
de Dios sobre ella, y aun contra ella, en todas sus circunstancias.
El mismo espíritu de fe, esta vez manifestado en el autor, ve en el alimento un don
de Dios. Ciertamente, no hay pan si el hombre no trabaja; pero, por mucho que el
hombre siembre y riegue, es Dios quien da el crecimiento. Los tiempos cambian, la
tecnología y los métodos agrícolas se desarrollan, pero el creyente siempre se vuelve a
su Dios como el autor y proveedor de sus necesidades materiales: Danos hoy el pan
nuestro de cada día.
Y, además del pan, en Israel existía una conciencia social, fomentada por la misma
ley de Dios, que veía a las viudas como personas que debían ser asistidas en su
necesidad.

Salió, pues, del lugar donde estaba, y sus dos nueras con ella… (1:7)
No había razón, pues, para demorar la salida. A Noemí no le ataban ni relaciones
familiares ni vínculos materiales. Si no fuera por su pobreza, seguramente habría
tardado más en emprender el viaje, pero de hecho volvía a su tierra con las manos
vacías (1:21). Siendo así las cosas, sencillamente se levantó con sus dos nueras (1:6) y se
marchó; y parece que solo fue cuando estaban en el camino cuando empezó a
considerar las posibles implicaciones del viaje para Orfa y Rut.
Nuevamente (cf. 1:6), el autor subraya el hecho de que las nueras acompañaban a
Noemí. Emprendieron el viaje con ella porque, según las costumbres de la época, a
partir del día del matrimonio ya no pertenecían a sus familias paternas, sino a la de sus
maridos, de la cual Noemí era ahora responsable. Si Noemí había decidido volver a
Belén, la responsabilidad de las nueras era acompañarla. Por esta misma razón habían
seguido viviendo con ella después de la muerte de sus maridos en vez de volver a la
casa de sus padres. Y por la misma razón no hay ninguna evidencia de un debate
familiar sobre la decisión de marcharse. Noemí tiene plena autoridad en la familia y el
hecho de que los verbos estén en singular (se levantó, había oído, salió) quizás indique
que tomó la iniciativa sin consultar con las nueras… hasta que se encuentra en pleno
camino.
La mención persistente de las nueras nos hace preguntar: ¿Cuáles habrán sido sus
sentimientos al marcharse con Noemí? ¿Con qué espíritu afrontarían la perspectiva de
ir a un país cuyo Dios aparentemente había sido incapaz de impedir el hambre? Lo
maravilloso de esta historia es que Dios cultiva plantas hermosas en el terreno más
sorprendente. Sería de esperar que Orfa y Rut quedaran perplejas ante la
29
inconsecuencia de la fe de esta familia, e incrédulas en cuanto a ese Dios que no sabe
cuidar de los suyos. Pero fue todo lo contrario.
En hebreo, la frase “del lugar donde estaba” (literalmente, “del lugar que ella estaba
allí”) es la contrapartida del versículo 2: “allí se quedaron” (literalmente, “y estaban
allí”). Enfáticamente, la estancia en Moab se ha acabado.
… y se pusieron en camino para volver a la tierra de Judá (1:7)
Es a pie como vuelven. Son demasiado pobres como para utilizar otro medio.
Evidentemente no pueden transportar sus bienes si tienen que cargarlo todo ellas
mismas y a pie. Seguramente, pues, ya no tenían posesiones que mereciera la pena
llevar. La escena es patética, aunque el autor no hace más que constatar los hechos. La
angustia la deja para nuestra imaginación y no carga las tintas para llamar nuestra
atención sobre el sufrimiento íntimo de las mujeres.
Tres viudas desoladas en un camino que las conduce… ¿a qué? Caminan sin saber lo
que les espera, sin ninguna garantía ni seguridad, dirigiéndose hacia lo que puede ser
para Noemí la Tierra Prometida, pero que para sus dos nueras no es más que el
extranjero, el exilio, un mundo desconocido.

Y Noemí dijo a sus dos nueras: Id, volveos cada una a la casa de vuestra madre
(1:8)
Por eso, Noemí toma la palabra y se dirige a sus nueras, intentando disuadirlas de
seguir en el camino con ella. Aquí empieza el primero de tres discursos que salen de sus
labios en este momento de encrucijada.
Noemí decide renunciar a sus derechos de cabeza de familia y liberar a sus nueras
de sus obligaciones sociales y familiares. Comprende que, aunque, en un sentido
estricto, estas son legítimas, tienen un límite impuesto por el sentido común y por
consideraciones culturales y afectivas. No quiere abusar de la buena fe de sus nueras y
les da la opción de rehacer sus vidas.
Cuando estas jóvenes se casaron con Mahlón y Quelión, contrajeron un compromiso
con Noemí. Pero Noemí también asumió un compromiso con ellas, y ahora debe velar
por su bien. Bajo circunstancias normales, los hombres de la familia de Noemí habrían
intervenido para hacerse cargo de ellas, ¿pero dónde están los hombres? O bien
sepultados, o bien en Belén. Y en cuanto a estos últimos ¡está por ver si querrán
hacerse cargo de unas extranjeras, pertenecientes a un pueblo con el que los judíos no
debían tener relación!
Noemí comprende que no debe exigir que sus nueras la acompañen a una tierra
extranjera, sin ninguna garantía de hogar, protección, recursos materiales ni aceptación
por parte de la población. Por tanto, sacrifica sus propios intereses. En vez de aferrarse
a sus nueras como única esperanza para su propio bienestar futuro, demuestra un gran
desinterés al decirles: “Quedaos aquí en vuestra tierra con vuestro pueblo”. El primer
discurso de Noemí (1:8–9) rebosa un espíritu de nobleza y sacrificio. Pero en este

30
dilema moral de Noemí, con todo lo que comporta de angustia y desamparo, vemos los
últimos enredos de la decisión inicial de Elimelec.
Cuando Noemí dice a las nueras que vuelvan a la casa de sus madres, no debemos
pensar ni que fueran hijas de viudas (en el 2:11, Booz hablará del padre de Rut, que aún
vivía), ni que la suya fuera una sociedad matriarcal. Aunque en circunstancias parecidas
las Escrituras suelen decir a la casa de su padre (Génesis 38:11; Levítico 22:13; Números
30:16; Deuteronomio 22:21), hay varias razones que podrían explicarnos este énfasis:
1. Noemí es mujer y busca en estos momentos quien la pueda sustituir: es decir, otra
mujer. Además, ella sabe que una suegra nunca puede reemplazar a una madre.
2. En una sociedad que admitía que un hombre tuviera más de una esposa, el lugar de
seguridad para todos los hijos estaba en la casa materna. Más aún en el caso de una
hija, porque, en muchos casos, las hijas solo interesaban a sus padres por cuestiones
de dote. De ahí el comentario tan significativo de las amigas de Noemí acerca del
valor de Rut: Más valor tiene para ti que siete hijos (4:15).
3. Textos como Génesis 24:28, Cantares 3:4 y 8:2 parecen indicar que, cuando era
cuestión de arreglar la posición matrimonial de una joven, se solía hablar de la casa
materna.
Los imperativos (id, volveos) son los mismos que en el versículo 12. Pero allí (¿para
efectos poéticos?) el autor cambia el orden.
Que el Señor tenga misericordia de vosotras como vosotras la habéis tenido con
los muertos y conmigo (1:8)
Estas palabras son hermosísimas. A la vez son una bendición y una expresión de
gratitud. Incluyen, por primera vez en este libro, la importantísima palabra hebrea
jesed, misericordia, palabra que indica cálida lealtad, bondad, amor y fidelidad, además
de misericordia.
Implícitamente y con mucho tacto, Noemí dice a sus nueras: Al haber sido vosotras
fieles a vuestro compromiso social, al no haberme abandonado, al haber mostrado
vuestra disposición a acompañarme a un país lejano, sin seguridad ni garantías, habéis
manifestado una lealtad más allá de lo que yo podía haber esperado, disposición que
demuestra que sois leales a la memoria de vuestros maridos. ¡Gracias!
La obligación de los vivos para con los muertos es otro de los temas de Rut (4:5, 10).
Esta preocupación es una dimensión de la solidaridad familiar que en nuestro
individualismo occidental hemos ido perdiendo. En esencia es la comprensión de que
“ningún hombre es una isla” y no podemos aislarnos de nuestras relaciones sociales y
familiares sin menguar nuestra propia existencia.
Quizás lo que más debamos destacar de la bendición de Noemí es el uso de la
palabra Yahvé (“el Señor”), el nombre personal de Dios. Esto mismo nos demuestra que
la familia de Elimelec nunca perdió su fe durante la estancia en Moab. Siguieron siendo
creyentes en Yahvé a lo largo de los diez años. Ahora Noemí no duda en invocar el
nombre de su Dios. Podría haber contemporizado. Podría haber empleado el nombre

31
del dios moabita Quemós para que la bendición fuera más “significativa” para sus
nueras, o podría haber buscado una fórmula neutral: “¡Que Dios os bendiga!” para no
molestarlas, como si el nombre no importara. ¡Pero no! Ella invoca al único Dios
verdadero y lo hace con naturalidad, dándonos a entender que esta era la costumbre
en su casa. Así pues, Noemí va en contra de la idea universalmente aceptada en aquel
entonces (excepto entre los judíos fieles) de que cada país tenía su dios; según esta
idea, la bendición invocada sobre Rut y Orfa dependería de Quemós, el dios de los
moabitas. ¡Pero Noemí pide que Yahvé las bendiga en Moab!
¡Elimelec! ¡Mi Dios es Rey! Para Noemí, Dios reina en todas partes. La fe de la
familia quizás no haya sido muy robusta, pero ella sabe en quién ha creído.

Que el Señor os conceda que halléis descanso, cada una en la casa de su marido
(1:9)
Las envía a casa de sus madres, pero su intención es que cada una encuentre
descanso en casa de un nuevo marido. Este es el contenido específico de la bendición.
Nuevamente utiliza el nombre personal de Yahvé: ella sabe que él no es un dios local,
sino el Señor del universo entero y que, por tanto, es tan activo en Moab que en Israel.
La palabra “descanso” (manuja) es muy hermosa y, como veremos, significativa en
el libro de Rut. Más que del descanso entendido como ocio, se trata de un estado de
seguridad, estabilidad y bienestar bajo la bendición de Dios. Se corresponde con una de
las aspiraciones fundamentales de la vida humana: un hogar estable en el cual uno
pueda conocer protección, amor y paz, libre de toda ansiedad e inseguridad de cara al
futuro. Según la mentalidad de la época, el único lugar en que la mujer podría
encontrar este “descanso” estaba en el matrimonio, porque ofrecía la protección
inmediata de un marido y posteriormente de unos hijos que podrían proporcionarle
seguridad en la vejez (4:15). De ahí que el matrimonio y el linaje sean dos de los
grandes temas de necesidad en el libro de Rut. Noemí piensa que sus nueras no
encontrarán amparo hasta contraer nuevo matrimonio.
Por supuesto, el anhelo humano de “descanso” no puede ser plenamente satisfecho
en el matrimonio. De hecho, en muchos hogares, el descanso brilla por su ausencia. No
es que la Biblia sea sentimental y utópica en cuanto al matrimonio. Es plenamente
realista, pero a la vez comprende que el matrimonio es el símbolo que mejor se
aproxima a la verdadera culminación de estas aspiraciones: aquel descanso final que el
Esposo celestial dará a su novia cuando, después de preparar lugar para ella, venga a
tomarla a sí mismo para que siempre esté con él.
Mientras tanto, la promesa de Dios a sus siervos es: Mi presencia irá contigo, y yo te
daré descanso (Éxodo 33:14). Y la invitación del Señor Jesucristo a todo aquel que
anhela reposo sigue siendo: Venid a mí, todos los que estáis cansados y cargados, y yo
os haré descansar (Mateo 11:28). Por otra parte, el aviso del autor de Hebreos es: Por
tanto, temamos, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo,
alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado (Hebreos 4:1).
Nuevamente, el libro de Rut nos despierta ecos de realidades sublimes que
32
trascienden el texto. La experiencia en miniatura de sus protagonistas anticipa la
experiencia plena en el Señor Jesucristo.
Entonces las besó, y ellas alzaron sus voces y lloraron… (1:9)
El beso es el “punto y final” de la despedida. La ratifica y concluye. Con él, Noemí,
demuestra la seriedad y la firmeza de su determinación.
La primera reacción de las nueras son las lágrimas. Lo cual quizás indique que de
inmediato aceptaron la recomendación de Noemí, y fue la idea de la inminente
separación la que desencadenó su llanto.

… y le dijeron: No, sino que ciertamente volveremos contigo a tu pueblo (1:10)


Pero su reacción inmediata da lugar a una reflexión más pausada. Consideran sus
obligaciones como nueras y el desamparo de Noemí y toman la determinación de
acompañarla.
Hoy en día, se habla poco de la lealtad y de la fidelidad. Quizás debido al culto
actual a la “autenticidad”, en nuestra generación la autorrealización toma precedencia
sobre el deber familiar, y la defensa de los derechos personales (es decir, egoístas)
sobre el cumplimiento de las obligaciones sociales. Rendimos homenaje a los
sentimientos, la sinceridad y la franqueza, pero menospreciamos la fidelidad al
compromiso contraído. El sentido del deber cuenta para poco. Todo tipo de
compromiso y contrato es roto en aras de una nueva relación más “auténtica” o
satisfactoria que la anterior.
A lo largo del libro de Rut veremos la lealtad y el cumplimiento del deber como
ingredientes fundamentales de la amistad y de todas las relaciones humanas y
familiares. Por malas que sean las circunstancias, por muchos que sean los factores
atenuantes que justificarían nuestra falta de compromiso contigo, dicen las nueras,
volveremos contigo. Esto sí que es verdadera amistad. Es lealtad al compromiso
matrimonial. Es entrega al cónyuge y a su familia.
La palabra “ciertamente” es contundente. Puesto que la intención es negativa,
quizás fuera mejor traducirla como “de ninguna manera” o “al contrario”. Indica tanto
la fuerza de la determinación de las nueras como la firmeza de su carácter. Aunque han
sido formadas en una sociedad pagana, seguidora de dioses falsos, dicen: Nosotros nos
comprometimos contigo cuando contrajimos matrimonio con tus hijos, y aquí estamos;
iremos contigo.
¿Cuántos que profesan fe en el Dios verdadero mantienen esa fidelidad con su
propio cónyuge, ni mucho menos con los familiares de este?

Pero Noemí dijo: Volveos, hijas mías (1:11)


Noemí se ve en la necesidad de hacer un segundo discurso (1:11–13) porque ella
opina sinceramente que sus nueras harán mejor quedándose en Moab (o, por lo
menos, no quiere que la acompañen solo por obligación y sin ganas). Les señala toda
33
una serie de objeciones con el fin de hacerles reconsiderar su decisión (1:10). Les habla
con firmeza y con cariño. Las llama hijas mías, porque dentro de las buenas relaciones
familiares, la nuera es una hija; e insiste en que vuelvan a Moab. Es lo lógico, lo sensato.
Más adelante, cuando Orfa decide volver a Moab, no debemos juzgarla con
demasiada dureza. El sentido común dictaba que se volviera. Ni haremos justicia a Orfa,
ni tampoco veremos la grandeza de la determinación de Rut, si no comprendemos esto.
Para hacerles entrar en razón, pues, Noemí les da una serie de argumentos por los
que deben quedarse.
¿Por qué queréis ir conmigo? (1:11)
En primer lugar les plantea una pregunta retórica que les indica implícitamente que
no les espera ninguna ventaja social, ninguna garantía económica ni esperanza
matrimonial en Belén. ¿Qué esperáis encontrar? No encontraréis nada. Al menos, yo no
os puedo garantizar nada. Si hay cualquier interés social o material en vuestra
disposición a acompañarme, debéis desengañaros. En cambio, en Moab podéis
empezar de nuevo, encontrar marido y tener esperanzas de reorganizar vuestras vidas.
¿Acaso tengo aún hijos en mis entrañas para que sean vuestros maridos? (1:11)
Luego, Noemí les habla (implícitamente) de lo que va a ser uno de los temas
cruciales del libro de Rut: el matrimonio levirático, la posibilidad de que algún pariente
de los maridos difuntos se case con ellas. Sus palabras presuponen un conocimiento de
la llamada “ley del levirato”. Esta ley, expuesta en Deuteronomio 25:5–10, encuentra su
origen en costumbres anteriores a la ley mosaica, porque la encontramos como práctica
ya normal en la historia de Tamar y de los hijos de Judá (Génesis 38), historia a la que
tendremos que hacer referencia al llegar al capítulo 4. Esta ley tenía la finalidad doble
de proteger a la viuda y garantizar la continuidad del linaje familiar.
La esencia de esta ley era la siguiente: Si una mujer hebrea quedaba viuda y sin
hijos, era deber del mayor de sus cuñados recibirla en su casa y hacer vida matrimonial
con ella. Esta normativa servía la doble función de proveer amparo para la viuda (era
inconcebible en aquellos tiempos que una viuda siguiera viviendo sola y sin familia) y de
“levantar hijos para el difunto”. Es decir, el primogénito del segundo “matrimonio” sería
considerado legalmente el hijo y heredero del hombre difunto. Así, la propiedad
quedaría dentro de la familia, y el nombre y linaje del difunto serían conservados para
la posteridad.
El texto de la ley del levirato, según Deuteronomio, es el siguiente:
Cuando dos hermanos habitan juntos y uno de ellos muere y no tiene hijo, la
mujer del fallecido no se casará fuera de la familia con un extraño. El cuñado se
allegará a ella y la tomará para sí como mujer, y cumplirá con ella su deber de
cuñado. Y será que el primogénito que ella dé a luz llevará el nombre de su
hermano difunto, para que su nombre no sea borrado de Israel. Pero si el hombre
no quiere tomar a su cuñada, entonces su cuñada irá a la puerta, a los ancianos,

34
y dirá: “Mi cuñado se niega a establecer un nombre para su hermano en Israel;
no quiere cumplir para conmigo su deber de cuñado”. Entonces los anciano de su
ciudad lo llamarán y le hablarán. Y si él persiste y dice: “No deseo tomarla”,
entonces su cuñada vendrá a él a la vista de los ancianos, le quitará la sandalia
de su pie y le escupirá en la cara; y ella declarará: “Así se hace al hombre que no
quiere edificar la casa de su hermano”. Y en Israel se le llamará: “La casa de la
sandalia quitada” (Deuteronomio 25:5–10).
Al aplicar estas normas a la situación que nos ocupa, comprendemos lo siguiente:
1. Que en principio las nueras no debían volver a casarse fuera de la familia de
Elimelec. Esto explicaría por qué en principio Rut y Orfa iban a dejar su país para
acompañar a Noemí.
2. Que habría sido de desear que Noemí tuviera más hijos con el fin de que pudieran
cumplir con la obligación de casarse con Rut y Orfa.
3. Que de haberse dado este último caso, entonces habría habido esperanza de que el
nombre de Elimelec no fuera borrado de Israel; pero, de hecho, en las circunstancias
reales no podía haber tal esperanza.
Es obvio que tanto Noemí como sus nueras entienden bien esta ley y sus
implicaciones. No sabemos si la misma ley regía en Moab; pero, desde luego, ni Orfa ni
Rut necesitan que Noemí les dé más explicaciones.
Noemí quiere demostrar que es inútil aplicar la ley en este caso. En los versículos 11
a 13 dará cuatro razones que demuestran su futilidad, cada una de las cuales es menos
probable que la anterior. De momento nos limitamos a la primera de estas razones: que
ella no está a punto de dar a luz hijos que puedan cumplir con la ley y casarse con sus
nueras. Por supuesto, las palabras de Noemí son irónicas y revisten cierta amargura:
¡Qué más quisiera que tener hijos!
La introducción del tema del levirato por parte de Noemí es importante, sin
embargo, porque nos prepara para el desenlace de la historia. El levirato imposible,
contemplado en estos versículos, tendrá su contrapartida en el levirato cumplido del
capítulo 4. El lenguaje de los versículos 11–13 (y aun del versículo 15, como veremos)
nos está preparando el terreno para lo que viene.

Volveos, hijas mías (1:12)


Antes de proseguir con sus argumentos en torno a la ley del levirato, Noemí vuelve
a insistir en que sus nueras regresen a Moab (cf. 1:11a). Es elocuente esta alternancia
entre mandato y persuasión, imperativo y argumento. Noemí intenta por todos los
medios disuadir a sus nueras de que vayan con ella a Belén.
Id, porque soy demasiado vieja para tener marido (1:12)
La segunda razón por la que no se puede cumplir la ley del levirato es que Noemí ya
no está en condiciones de casarse. La implicación es que ella ya ha pasado la edad de
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concebir y tener hijos.

Si dijera que tengo esperanza, y si aun tuviera un marido esta noche y también
diera a luz hijos, ¿esperaríais por eso hasta que fueran mayores? (1:12–13)
La tercera razón que aduce es que sería impensable, aun en el caso de que se
pudiera casar y tener más hijos, que las nueras esperaran a que los hijos alcanzaran la
edad suficiente como para casarse con ellas.
Naturalmente, los argumentos de Noemí son deliberadamente absurdos, porque
con ellos demuestra que no hay ninguna posibilidad de que las esperanzas legítimas de
las jóvenes viudas puedan cumplirse si se quedan con ella.
Si deciden acompañarla, pues, no deben esperar un nuevo matrimonio. Esto no
quita la posibilidad de que otro hebreo quiera casarse con ellas, sino solo que Noemí
misma no puede proveerles marido.

¿Dejaríais vosotras de casaros por eso? (1:13)


Si los argumentos anteriores han demostrado que no hay ninguna garantía de que
Rut y Orfa se casen si acompañan a Noemí, esta nueva pregunta aborda otra dimensión
de la cuestión: aun siendo el caso poco probable, ¿no tenían las chicas la obligación
moral de esperar por si acaso con el tiempo pudiera cumplirse la ley del levirato?
No. Con esta pregunta, Noemí las exime de toda responsabilidad en cuanto a esta
cuestión. Solo el legalista más cerrado podría pensar que, por amor a unos hijos
hipotéticos que de hecho Noemí jamás tendría, las nueras debían sacrificar su
posibilidad de reestablecerse mediante nuevas nupcias en Moab.
Curiosamente, Noemí no hace ninguna mención de otra posibilidad: que algún
pariente de Mahlón y Quelión reciba a Rut u Orfa en matrimonio levirático y levante
hijos con una de ellas. Quizás la omita por delicadeza. Ella sabe muy bien con qué
suspicacias serán recibidas en Belén y lo difícil que será que algún pariente quiera
redimirlas. Tratándose de moabitas, la misma ley lo desaconsejaría.
No, hijas mías… (1:13)
Esta frase se puede entender de dos maneras: como la respuesta de Noemí a la
pregunta que acaba de plantear: No, hijas mías, no habéis de quedaros sin casar; o bien
como la repetición del mismo encargo que les ha hecho a lo largo de su discurso: No,
hijas mías, no debéis venir conmigo. En cualquier caso, Noemí insiste en que el futuro
de Rut y Orfa no está con ella. Deben volver a Moab.
… porque eso es más difícil para mí que para vosotras… (1:13)
Después de la sensatez y generosidad de espíritu del discurso de Noemí hasta aquí,
nos viene como sorpresa la nota amarga con la que prosigue. En un sentido estricto, por
supuesto, tiene razón. Las nueras han perdido cada una a su marido; Noemí, además de

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perder al suyo, ha perdido a sus dos hijos. Ellas, si van a Belén, tienen pocas
probabilidades de casarse; pero Noemí no tiene ninguna. Ellas, si vuelven a Moab,
quizás podrán reorganizar sus vidas, volverse a casar y empezar de nuevo; a Noemí solo
le espera una vejez solitaria, desamparada y pobre.
Sin embargo, estas no son las razones que ella aduce. Su amargura es mayor que la
de las nueras, no porque su perdida es más grande, sino porque pesa sobre ella la mano
de Yahvé.
… pues la mano del Señor se ha levantado contra mí (1:13)
Las nueras no han fallado a Dios. Al contrario, su casamiento con jóvenes hebreos
probablemente implicó un compromiso con la fe de Israel. Noemí ve detrás de su
propio sufrimiento, en contraste con el de las nueras, la mano iracunda de Dios, y por
algo será.
Aquí nos encontramos ante un interrogante. ¿Significan estas palabras que Noemí
cree que Dios la ha escogido arbitrariamente para la aflicción? ¿O indican que asume
que ella y su marido son merecedores de la ira divina? El texto se presta a diversas
interpretaciones.
¿Qué concepto tenía Noemí de Dios? ¿Cómo era su fe? Reconozcamos enseguida
que, a pesar de su amargura, estas palabras son las de una creyente. Para Noemí, su
desgracia no es el resultado del azar, sino el de la acción soberana de Dios. Nunca ha
abandonado su fe en Yahvé y, hasta donde llega, su conocimiento de Dios es acertado:
Él es el Dios reflejado en el nombre de su marido, el Dios que es Rey, el Dios soberano
que controla los designios de su pueblo. Pero, debido a su experiencia, Noemí ve en
Yahvé a un Dios que, si no arbitrario en su soberanía, al menos es duro y exigente con
su pueblo. Por supuesto, aún no sabe que la acción aparentemente justiciera de Dios
que la ha traído a Belén conducirá a su mayor bendición. Como consecuencia, se hunde
bajo la amargura: Dios me está tratando mal.59
Notemos de paso que el dístico de este versículo nos prepara para el del versículo
21, tanto en su forma como en su tono amargo:
Eso es más difícil para mí que para vosotras,
Pues la mano del Señor se ha levantado contra mí (1:13).
El Señor ha dado testimonio contra mí,
Y el Todopoderoso me ha afligido (1:21).
Noemí ha dicho a sus nueras (1:8): Que el Señor tenga misericordia de vosotras; pero
no vemos en ella ninguna esperanza de la misericordia de Dios en su propia vida. Sin
embargo, el hecho es que en estos momentos, mientras habla amargamente de la
mano de Dios, esta misma mano está obrando en el corazón de una moabita para que
sea la restauradora de la suerte de Noemí.
El libro de Rut será la historia del aprendizaje de Noemí en cuanto a estas
características de Dios. Aprendamos, pues, la lección con ella. Dios, ciertamente, es Rey,
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“el Todopoderoso”. Pero Dios es también el Dios de toda gracia y misericordioso. Dios
desea que su puebla vuelva a él, desea bendecir. Quizás los años de la amargura, de la
mano de Dios contra nosotros, sean diez. No perdamos nuestra fe y esperanza.
Examinemos nuestros corazones delante de él y, si encontramos motivo, reconozcamos
nuestra culpa. Pero no nos desesperemos, sino echémonos sobre su misericordia.

Y ellas alzaron sus voces y lloraron otra vez… (1:14)


Sin duda son dos las cosas que provocan este nuevo llanto (cf. 1:9b): los argumentos
tan persuasivos del “segundo discurso” de Noemí, que conducen inexorablemente a la
pena de la separación; y la evocación, en sus últimas palabras (1:13b), de la situación
tan angustiosa en la que se encuentran. La separación siempre entristece, pero conduce
al desespero cuando las perspectivas son tan poco halagüeñas.
… y Orfa besó a su suegra… (1:14)
Mientras que, en la primera ocasión, había sido Noemí quien inició el beso (1:9),
ahora es Orfa. El cambio es significativo. Orfa se ha decidido. Reconoce la sensatez y la
lógica humana de las palabras de Noemí. El beso es símbolo de afecto; pero también lo
es, como ya hemos dicho (1:9b), de una decisión de despedida. Este beso se
corresponde con las palabras de Noemí, y así demuestra que Orfa las suscribe. El autor
no necesita añadir nada más. Con este beso, sabemos que Orfa se vuelve a Moab.
Humanamente, su decisión es sabia. Pero es una decisión de sentido común, nada
más. No es una decisión de generosa entrega, ni de fe. Y, con ella, Orfa desaparece de
nuestra historia y de las páginas sagradas.
… pero Rut se quedó con ella (1:14)
El verbo en hebreo es más fuerte que en nuestra versión. Podría traducirse como:
“Rut se aferró a ella”. Es el mismo verbo empleado para describir la relación
matrimonial en Génesis 2:24: El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su
mujer; lo cual no es ningún accidente, porque la relación que une a Rut con Noemí
parte del vínculo forjado en su compromiso matrimonial, y porque con el fin de
“aferrarse” a Noemí, ella ha de dejar a su padre y a su madre (cf. Rut 2:11).

Entonces Noemí dijo: Mira, tu cuñada ha regresado a su pueblo y a sus dioses…


(1:15)
Aquí tenemos el tercer discurso de Noemí, la tercera vez que intenta persuadir a
Rut de que se vuelva a Moab. Y ahora la persuasión es especialmente intensa, en
primer lugar porque es dirigida solo a Rut, y en segundo lugar porque Rut ya tiene un
ejemplo que seguir. Si Orfa ha decidido volver a Moab, la presión sobre Rut de hacer lo
mismo naturalmente aumenta. Irse con Noemí a Belén será una decisión tomada contra
el criterio de dos.

38
Sin embargo, hay un matiz curioso en las palabras de Noemí. Le recuerda a Rut que
volver a Moab implica volver a sus dioses. Era inconcebible en aquel entonces entender
la incorporación dentro de una sociedad en otros términos que con la plena integración
en su vida religiosa. Es decir, Noemí traspasa la cuestión a un nivel mucho más
trascendente. No es cuestión solo de un compromiso familiar que hay que mantener o
anular. Es una cuestión de compromiso espiritual. Noemí coloca a Rut,
inconscientemente o no, en la encrucijada de elegir entre el retorno al paganismo y un
compromiso claro y consciente con Yahvé. Lo que ahora presenciaremos no es solo la
decisión de Rut de quedarse con Noemí. Es una conversión.
La palabra traducida “cuñada” en nuestra versión es una palabra poco habitual y
procede del lenguaje del levirato. La misma palabra (u otras con la misma raíz) solo
vuelve a aparecer en las Escrituras en Deuteronomio 25 (la ley del levirato) y en Génesis
38 (la historia levirática de Judá y Tamar). Es una palabra difícil de traducir (“tu hermana
y co-viuda levirática”), pero que habrá tenido resonancias importantes para los
primeros lectores.
… vuelve tras tu cuñada (1:15)
Por cuarta vez viene la misma exhortación: vuelve, vete (cf. 1:8, 11, 12). ¿Por qué
insiste tanto Noemí en su retorno?
Seguramente, como ya hemos dscho, es principalmente porque quiere librar a las
nueras de una obligación pesada que solo ella tiene el derecho de anular. Ella misma ha
conocido la angustia de tener que abandonar a su pueblo para ir a vivir como extranjera
en otro. Sabe perfectamente que Rut, como moabita, no puede esperar una buena
aceptación en Belén, y que no hay garantías allí para la joven.
Pero, en este caso, ¿por qué no se lo dijo antes de emprender el viaje, sino solo
ahora, cuando ya están de camino? Sospechamos que la razón es que Noemí deseaba
profundamente que sus nueras la acompañaran. Pero, conociendo las implicaciones y
siendo una mujer honrada, no quería que ellas lo hicieran solo por obligación, sino con
pleno conocimiento de causa. No quería que tomaran una decisión ligera ni que en el
futuro le pudieran echar en cara el hecho de que no las avisó de las dificultades. Por
tanto, pone a prueba la determinación de sus nueras. Sin embargo, lo hace en medio
del camino porque, de haberlo hecho antes, quizás las dos se hubieran quedado en
Moab. Lo que está claro es que la misma generosidad de Noemí al conceder plena
libertad a sus nueras representa un desafío para Rut. Si decide seguir acompañando a
Noemí, ya no irá a Belén por obligación, sino por convicción. Tomará su decisión con los
ojos bien abiertos. Será una elección consciente y deliberada.

Pero Rut dijo: No insistas que te deje o que deje de seguirte… (1:16)
En el texto hebreo, el lenguaje de estas frases se hace eco del versículo anterior,
vinculación que se pierde en nuestra traducción. Noemí dice: “Vuélvete y sigue tras tu
cuñada”. Rut contesta: “No me ruegues que me vuelva y que deje de seguirte a ti”. El

39
autor apunta la alternativa con toda claridad: seguir a Orfa o seguir a Noemí.
Con esta declaración tan hermosa de Rut (1:16–17), llegamos al punto culminante
del capítulo 1. La decisión de Rut de quedarse con Noemí y de hacer suyo al Dios de
Israel es el momento clave de esta primera escena. Sus palabras, exquisitas en su
delicadeza y fuerza, constituyen una de las expresiones más sublimes de lealtad y de
entrega de toda la Biblia, y seguramente de toda la literatura universal. Denotan un
genuino y profundo sentido de amistad y fidelidad. Son a la vez palabras de amor, de
sacrificio, de consuelo y de fe.
Toda la exposición anterior del capítulo nos ha conducido a este momento. La
narración de las desgracias de la familia nos ha comunicado, con una elocuencia sencilla
que una carga emocional más explícita habría estropeado, la auténtica angustia de
estas dos mujeres. Los tres discursos disuasorios nos han puesto en vilo en cuanto a la
decisión de las nueras y el futuro de Noemí.
Aquí pues, tenemos a dos mujeres solitarias, viudas sin esperanza y sin recursos en
un momento decisivo de su destino. Están paradas en una encrucijada de la vida, en
medio de un camino que conduce a dos opciones claramente definidas, en una especie
de tierra de nadie. El destino de ambas depende de la elección de una de ellas. Es
cuestión de una decisión solitaria, de una afirmación de fe y de una entrega sacrificial.
Y lo que jamás podían saber es que era un momento culminante, no solo para ellas,
sino para el futuro del mundo entero. De la determinación de Rut dependía el linaje del
mismo Mesías y la historia de la salvación.
La decisión tomada por Rut representa una ruptura tajante con todo lo que ha
conocido hasta aquí. Deja atrás a padre y madre, a hermanos y hermanas, pueblo y
casa, cultura y religión, para ir sin garantías a un país extranjero donde seguramente
tendrá que tropezar con prejuicios y reproches. Y todo eso, por amor a una mujer que
no era de su propia sangre, por lealtad a un marido ya difunto, y quizás por fe en un
Dios que hasta ahora había sido solo la divinidad de un pueblo extraño.
En contraste con la de Orfa, la decisión de Rut resplandece aún más. Las mismas
razones que persuadieron a Orfa a quedarse en Moab son las que disuadieron a Rut.
Cuando Noemí dice: “Conmigo solo encontraréis pobreza, mientras que en Moab
podéis empezar de nuevo; es mucho mejor que os volváis”, Orfa piensa: “Noemí tiene
razón; me quedo”. ¿Pero qué había detrás de su decisión? La idea de que todos
tenemos nuestros derechos; que todos debemos mirar por nuestro propio bien; que
todo compromiso tiene sus límites.
No vamos a juzgar a Orfa. ¿Cuántas nueras hay que solo por amor a su suegra
estarían dispuestas a echar su suerte en una tierra desconocida donde no hablan el
idioma, ni conocen las costumbres, ni tienen familia propia? Lo que sí haremos es
admirar a Rut, porque al escuchar los argumentos de Noemí, su reacción es
precisamente la contraria: “Sí, efectivamente, a Noemí solo le espera la pobreza; por
esto debo ir con ella para ayudarla”. Es una gran lección de lealtad.
Por eso no es de extrañar que estos versículos sean leídos con frecuencia en las
bodas (¡aun cuando tratan de un compromiso entre nuera y suegra!), porque son una
extensión del compromiso que Rut asumió en su matrimonio: al casarse, se
40
comprometió implícitamente con la familia de su marido. Ese compromiso llega ahora a
sus últimas consecuencias: No insistas más, dice a Noemí, porque he determinado que
voy a seguir contigo.
… porque adonde tú vayas, iré yo, y donde tú mores, moraré (1:16)
El compromiso de Rut tiene cuatro partes. Se compromete (1) con Noemí misma; (2)
con el pueblo de Noemí; (3) con el Dios de Noemí; (4) con el lugar de sepultura de
Noemí.
En primer lugar, dice, el solo hecho de que estés en grandes apuros no es motivo de
que te abandone; al contrario, me induce a ratificar mi compromiso contigo, porque tú
misma me necesitas. Así pues, vayas adónde vayas, y mores dónde mores, yo estaré
contigo.
El verbo traducido como “morar” normalmente significa “alojarse” o “pernoctar”, y
es probable que este sea su significado aquí. En esta frase, Rut no está pensando tanto
en la residencia permanente que tendrá con Noemí, sino en el alojamiento provisional
que compartirán en el viaje. La palabra es importante, porque volverá a aparecer en
3:13 en otro momento decisivo de la historia. Allí, Booz se compromete con Rut y la
invita a “pasar la noche” con él antes de proveerle un hogar definitivo; aquí, Rut se
compromete con Noemí de manera que “pasará la noche” con ella antes de vivir con
ella en su pueblo. Es una de tantas ocasiones en las que el autor emplea
deliberadamente un mismo vocablo en dos ocasiones distintas a fin de apuntar un
matiz crucial de su historia.
Tu pueblo será mi pueblo… (1:16)
En segundo lugar, la gentil se compromete a ser hebrea. Rut es plenamente
consciente del alcance de su decisión. Sabe que va a romper todos sus lazos sociales y
familiares, a desarraigarse de su patria, a sacrificar todos sus intereses nacionales y
costumbres culturales, por amor a su suegra.
No podemos saber si el orden en que Rut enumera las decisiones de su compromiso
representa una causalidad (porque me comprometo contigo, me comprometo con tu
pueblo; y porque me comprometo con tu pueblo, me comprometo también con tu
Dios) o si cada aspecto representa una decisión independiente. Pero sigue siendo cierto
que el verdadero compromiso matrimonial con un cónyuge creyente presupone un
compromiso con Dios, y que uno no puede comprometerse con Dios sin
comprometerse también con el pueblo de Dios. Las tres dimensiones van íntimamente
relacionadas tanto para nosotros como para Rut.
… y tu Dios mi Dios (1:16)
Si el regreso de Orfa a Moab significaba casi inevitablemente su retorno al
paganismo, la decisión de Rut conlleva el compromiso con Yahvé. En tercer lugar, pues,
Rut se compromete con el Dios de Noemí. El lenguaje no podría ser más escueto, ni más
enjundioso. En hebreo, ella dice literalmente: “Tu pueblo, mi pueblo; tu Dios, mi Dios”.
41
Solo podemos especular acerca de las creencias religiosas de Rut antes de este
momento. No podemos saber si fue por haber sentido el atractivo del Dios de Noemí
por lo que Rut tomó este paso en su compromiso con Noemí, o si fue al revés: que por
total lealtad a su compromiso con Noemí, Rut decidió convertirse al Dios de ella.
Si Orfa “vuelve” a sus dioses (1:15), podemos imaginar que de alguna manera las
dos viudas se habían incorporado dentro de la fe de Israel al casarse con dos hebreos.
Pero esta afirmación de Rut indica que hasta ahora no había sido cuestión de una fe
personal. Aun en el supuesto de que Rut y Orfa hubieran participado en el culto familiar
a Yahvé, sus palabras indican que lo que hasta aquí ha sido una obligación social y
familiar, ahora es una decisión personal.

Donde tú mueras, allí moriré, y allí seré sepultada (1:17)


Solemos olvidar la importancia de esta última decisión del compromiso. Pero en un
sentido es la más significativa de todas. El lugar de sepultura era enormemente
importante para los pueblos semíticos de antaño. Ya hemos comentado lo trágico que
habrá parecido a Noemí tener que enterrar a sus seres queridos lejos de la Tierra
Prometida, en Moab. Pero ahora, para Rut, ser enterrada en un país extranjero no es
una necesidad impuesta por las circunstancias. Es una decisión libremente tomada.
Lo que es más, la implicación de las palabras de Rut es que aun en el caso (bien
probable) de que Noemí se muera antes que ella, se quedará en Belén y allí será
sepultada. Es decir, su ruptura con Moab es absoluta y definitiva. Dice, pues, a Noemí:
Cuando venga el momento de tu muerte, no pienses que, al haber cumplido con mi
obligación para contigo, volveré a casa de mis padres; no, mi decisión es irrevocable.
El hecho de que Rut se comprometa mucho más allá de lo que sería necesario para
cumplir con sus obligaciones hacia Noemí, ¿no refuerza la idea de que está asumiendo
con plena convicción una conversión definitiva al Dios de Israel?
Así haga el Señor conmigo, y aún peor… (1:17)
Por primera vez, Rut nombra a su nuevo Dios: Yahvé. Hasta aquí, ella ha empleado
la palabra genérica para “Dios”, la misma que Noemí ha empleado para hablar del dios
de Moab (1:15). Ahora, habiendo dicho que el Dios de Noemí será su Dios, Rut se coloca
bajo la autoridad divina de Yahvé y lo invoca como testigo de su juramento. La
conversación entre Noemí y sus nueras ha empezado con una bendición en la que
Noemí invoca el nombre de Yahvé (1:8). Concluye con un juramento en el cual Rut
también lo invoca.
La fórmula empleada en este juramento era habitual en aquel entonces. Podemos
suponer que iba acompañada por un gesto de la mano que indicaba lo que se entendía
por “así”, el gesto de degollarse, por ejemplo. De esta manera, la persona invocaba
sobre sí misma el castigo divino en el caso de no cumplir con su palabra. Rut jura, pues,
para intentar demostrar a Noemí su absoluta sinceridad y seriedad al comprometerse
con ella.

42
… si algo, excepto la muerte, nos separa (1:17)
Algunos expertos dicen que esta no es la mejor traducción del texto hebreo y que
sería mejor decir: “si aun la muerte nos separa” (o “ni siquiera la muerte nos separará”).
Es probable que Rut haya querido decir: “Aun cuando tú mueras no habrá separación
entre nosotras, porque seguiré residiendo allí donde estén tus restos mortales”. Es
decir, ella asume las costumbres hebreas en cuanto a los entierros, que incluían el
sepulcro familiar y la reunión de los huesos en un osario común después de la
descomposición del cadáver.
¿O podría acaso haber en sus palabras alguna intuición de la esperanza de vida más
allá de la muerte? El tema es complejo, pero parece que el concepto de Seol (Génesis
42:38), si no el de la resurrección (Job 19:26; Hebreos 11:19), estaba bien arraigado en
la esperanza de Israel. No hay razón por la que Rut lo desconociera.
Desde luego, cuando dos creyentes se comprometen en amistad y comunión, no es
solo “hasta la muerte”, porque “ni siquiera la muerte los separará”.

Al ver Noemí que Rut estaba decidida a ir con ella, no le insistió más (1:18)
Nuevamente encontramos un verbo mucho más robusto en el hebreo que el que se
emplea en la traducción castellana. “Estar decidida” es literalmente “endurecerse”, es
decir, obstinarse. Noemí vio, tanto por la grandeza de sus palabras de compromiso
como por la intensidad de su tono de voz, como también por el juramento en el
nombre de Yahvé, que Rut estaba totalmente empeñada e inamovible en su
determinación. Se acaban, pues, sus discursos de disuasión.
En momentos trascendentes y decisivos, la verdadera fe siempre tiene algo de
“obstinación”. Es una afirmación interior de decisión, un compromiso que “se
endurece” en su determinación. Es la misma actitud íntima que el Señor exige a Josué:
Solamente sé fuerte y muy valiente (Josué 1:7). Y que el salmista nos exige a nosotros:
Esfuérzate y aliéntese tu corazón; sí, espera al Señor (Salmo 27:14).

Caminaron, pues, las dos hasta que llegaron a Belén (1:19)


Después del episodio en el camino, que ha proporcionado la parte principal de la
acción de esta escena, reemprenden el viaje. Sin más comentario, llegan a Belén.
Probablemente, la distancia total era de unos ochenta kilómetros, y la experiencia del
viaje habrá sido dura y peligrosa para dos mujeres en los tiempos anárquicos de los
jueces. Pero al autor no le interesan estos detalles. Para él, lo más importante no es el
viaje en sí, sino el cambio de dirección que este ha significado en la vida de Rut.
Y sucedió que cuando llegaron a Belén, toda la ciudad se conmovió a causa de
ellas, y las mujeres decían: ¿No es ésta Noemí? (1:19)
La frase inicial (y sucedió que) indica que aquí comienza un nuevo episodio. Esto

43
queda confirmado por la repetición de la misma frase: llegaron a Belén, que de otra
manera sería redundante. Así pues, esta parte del versículo debería estar precedido por
un punto y aparte.
La llegada de Rut y Noemí provoca una conmoción en el pueblo, lo cual nos
confirma que Noemí habrá sido una persona de cierto prestigio en aquella sociedad. El
verbo (se conmovió) es el mismo que en 1 Samuel 4:5 (cuando Israel aclamaba la
llegada del arca), y parece indicar más la alegría del reencuentro que la tristeza de la
compasión. De igual manera, la exclamación: ¿No es esta Noemí? expresa la sorpresa
del reconocimiento más que la lástima de ver los cambios que el sufrimiento ha obrado
en ella.
Con todo, esta pregunta anticipa otro de los grandes temas del libro de Rut, la
identidad de la persona; y la respuesta de Noemí lo refuerza. El autor, sin duda, quiere
que reflexionemos sobre la identidad y condición de Noemí.
El verbo “decían” en hebreo es femenino (es decir, indica que los sujetos son
femeninos); así, pues, son las mujeres del pueblo las que salen al encuentro de Noemí y
las que comentan su llegada. Los hombres estarán en el campo ocupados en la cosecha.
Es de observar que, en todo el diálogo que sigue, no hay ninguna referencia a Rut.
Es como si, para las mujeres de Belén, ella no existiera. Más adelante, todo el mundo la
llamará “la moabita”. Desde el primer momento sospechamos que Rut tuvo que
afrontar actitudes discriminatorias que le habrán dolido.

Y ella les dijo: No me llaméis Noemí, llamadme Mara… (1:20)


Los que están familiarizados con la historia del peregrinaje de Israel por el desierto,
no necesitarán saber que Mara significa “Amarga” (cf. Éxodo 15:22–26). Fue en Mara
donde Dios se manifestó como el Dios Sanador, convirtiendo el agua amarga en dulce.
La ironía del caso es que, aun aplicándose a sí misma este nombre, Noemí no
comprende que Dios obrará la misma sanidad en ella en el transcurso de su historia
personal.
Las palabras de Noemí están cargadas, efectivamente, de amargura, y reflejan la
frustración, el abatimiento y la autocompasión que siente. Considera que su propio
nombre, “Placentera” o “Dulzura”, no le conviene. ¡Sus palabras le dan la razón!
Da testimonio público ante las mujeres de su amargura a causa de la mano de Dios
contra ella. ¿Será una coincidencia que el capítulo 4 acabe con las mismas mujeres
dando testimonio a Noemí de la bendición de Dios sobre ella?
… porque el trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura (1:20)
Noemí aduce cuatro argumentos para explicar su resentimiento o, mejor dicho,
expresa la misma queja de cuatro maneras diferentes (1:20–21).
1. Con la primera, señala el estado general de su ánimo que ha dado lugar al juego de
palabras en torno a su nombre: se encuentra llena de amargura (1:20b).
2. Con la segunda (1:21a), explica la causa de su amargura: ha vuelto con las manos
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vacías, sin parientes ni posesiones.
3. Con la tercera (1:21b), comprende que está bajo el juicio divino: Dios ha dado
testimonio en su contra.
4. Y con la cuarta (1:21c), piensa que está bajo castigo debido a este juicio: está
afligida.
Lo distintivo de su queja es que, en las cuatro frases y con mucha insistencia, se
repite la idea de que Dios es el autor de sus males:
1. El trato del Todopoderoso me ha llenado de amargura.
2. Vacía me ha hecho volver el Señor.
3. El Señor ha dado testimonio contra mí.
4. El Todopoderoso me ha afligido.
A estas cuatro afirmaciones podemos añadir una quinta, que ya hemos visto al final
del versículo 13:
5. La mano del Señor se ha levantado contra mí.
Está abundantemente claro que Noemí atribuye sus males a Dios. Esta insistencia
quizás revele una deficiencia en su percepción de la parte que ha tenido la culpabilidad
humana en estas circunstancias amargas. Pero, con todo, sus quejas son afirmaciones
de fe. Mejor atribuir a Dios una intervención soberana, aunque sea con resentimiento,
que negar su soberanía. Al menos ve la mano de Dios. No vive en un mundo gobernado
por el azar. Sin embargo, mucho mejor hubiera sido reconocer la soberanía divina con
espíritu de fe, confianza y arrepentimiento; porque entonces, a lo mejor, habría visto
que la presencia de Rut con ella era una bendición y una firme evidencia de la
providencia divina.
Ahora es incapaz de ver la misericordia de Dios. Está hundida bajo la vergüenza y la
angustia que siente ante sus compatriotas. Con plena sinceridad, en su primera
afirmación reconoce su resentimiento: se encuentra llena de amargura.
Tanto aquí como en la cuarta frase, Noemí emplea el nombre “El Shaddai” para
referirse a Dios, nombre que contempla a Dios como proveedor y guardián de su pueblo.
Es un nombre que no se encuentra con mucha frecuencia en la Biblia (excepto en el
libro de Job), pero parece ser el nombre preferido de Noemí en este momento.72 Es un
nombre muy antiguo que aparece habitualmente en contextos en los que Dios es
contemplado en su gobierno soberano y juicio.

Llena me fui, pero vacía me ha hecho volver el Señor (1:21)


Su segunda afirmación nos sorprende por dos motivos. Primero porque en realidad
las perspectivas no eran tan halagüeñas en el momento de su salida como para decir:
Yo me fui llena. Al contrario, fue porque la familia ya no estaba tan llena como antes y
porque temía estarlo menos aún, por lo que emprendieron el viaje. Pero nos resulta
fácil, bajo las angustias del presente, olvidarnos de las del pasado. Y solo es cuando
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hemos sufrido una pérdida mayor, cuando la estrechez de antes parece una plenitud.
Lo cierto es que Noemí se fue con marido e hijos y ha vuelto sin ellos.
En segundo lugar, demuestra poca gratitud hacia Rut al decir que ha “vuelto con las
manos vacías”. Nadie duda de que su situación sea lamentable, pero su resentimiento
distorsiona un poco los verdaderos límites de su aflicción. Si bien es cierto que salió de
Belén con su familia natural, ahora vuelve con Rut, la esperanza de una nueva familia.
Su autocompasión la ciega ante los bienes de la providencia divina y los beneficios
espirituales del retorno al pueblo de Dios.
Por cierto, la frase “con las manos vacías” volverá a aparecer en el 3:17, otro
ejemplo más de cómo el autor utiliza repeticiones para marcar el progreso de la acción.
¿Por qué me llamáis Noemí, ya que el Señor ha dado testimonio contra mí?…
(1:21)
La tercera afirmación es igualmente sorprendente. Noemí reconoce que detrás de
las circunstancias adversas debe estar la desaprobación de Dios. Por alguna razón, Dios
no está contento con ella, aunque ella no especifica la causa de su descontento. El
lenguaje es jurídico: ella comprende que la acusación del Testigo divino está en su
contra. La implicación parece ser que la estancia en Moab no tenía la aprobación de
Dios y que la familia está cosechando las consecuencias.
… y el Todopoderoso me ha afligido (1:21)
Con su última afirmación, Noemí vuelve a explicar con toda sencillez a sus vecinas
que está en gran angustia. Por eso, casi sería una crueldad por su parte llamarla Noemí.
Sin embargo, algunos comentaristas prefieren ver en esta frase una continuación
del lenguaje jurídico de la frase anterior, y la traducen: “el Todopoderoso ha
pronunciado sobre mí un veredicto maligno” (cf. la misma frase en Éxodo 5:22 y
Números 11:11). El testigo de la acusación es también el Juez que dictamina la
sentencia.

Y volvió Noemí, y con ella su nuera Rut la moabita… (1:22)


Esta sección (1:6–22) ha comenzado con un versículo (1:6) que resumía y anticipaba
lo que había de ocurrir. La misma sección ahora se cierra con otro versículo que la
resume y concluye. Con toda sencillez, el autor ata los cabos diciéndonos quiénes
llegaron a Belén, de dónde venían y cuándo llegaron.
Por primera vez se le da a Rut el nombre que después empleará con frecuencia: “la
moabita”, nombre que afirma su posición de extranjera, y nos recuerda la misericordia
divina que ha incorporado en Israel a un miembro del pueblo al que la justicia divina
había excluido.
Notemos el énfasis sobre el verbo “volver”, aquí empleado dos veces. Es una de las
palabras clave del capítulo (en el cual aparece 12 veces en hebreo) y, además de
recordarnos la lucha interior de Rut y Orfa y su necesidad de elegir entre “volver” atrás

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a Moab o “volver” a Belén con Noemí (ver 1:8, 11, 12 y, especialmente, 1:15–16), nos
abre una perspectiva amplia sobre las cuestiones trascendentales de la vida que el libro
de Rut nos plantea. ¿Dónde está nuestro verdadero hogar? ¿A qué pueblo
pertenecemos? ¿Dónde encontraremos seguridad, marido, pan y casa? La vida siempre
nos ofrece dos alternativas de “retorno”: volver atrás o volver con el pueblo de Dios;
regresar a Moab o regresar a Belén. El imperativo del mensaje bíblico en esencia no es
más que esto: Volveos.
… regresando así de los campos de Moab. Llegaron a Belén al comienzo de la siega
de la cebada (1:22)
La frase regresando así de los campos de Moab se hace eco de las mismas palabras
en el versículo 6. Juntas sirven como marco para delimitar la escena (1:6–22).
Nuevamente vemos la sensibilidad literaria del autor, quien da énfasis a ciertos
hechos y temas mediante la simetría de la estructura de su escrito. El factor que originó
toda la acción de este capítulo fue el hambre (1:1); el dato que lo concluye es una
cosecha. La primera escena principal del libro abre (1:6) con la esperanza de pan; ahora
se cierra con el cumplimiento de esta esperanza. El peregrinaje de Noemí le ha llevado
desde el hambre hasta el comienzo de la cosecha. Ella no ve esta trayectoria, pero el
autor no quiere que se nos escape. Ella habla del Todopoderoso en sus juicios, pero no
es consciente de una providencia benigna en el gobierno de Dios, que el autor en
cambio desea que nosotros veamos.
La cosecha de la cebada comenzaba en abril en las llanuras. Era la primera de las
cosechas de cereales, anticipando en una quincena la del trigo. El período de las
cosechas duraba de abril a junio.
En nuestras sociedades contemporáneas, posteriores a la revolución industrial,
hemos perdido la sensación del paso de las estaciones del año, marcado por las
siembras y cosechas, que es típico de cualquier sociedad rural. Y para los judíos, como
para los practicantes de muchas religiones, el calendario agrícola iba entrelazado con
las celebraciones y acontecimientos del año litúrgico, las fiestas. La cosecha de la
cebada coincidía con la fiesta de la Pascua; la del trigo con Pentecostés. La historia de
Rut en Belén, que estamos a punto de estudiar, va, pues, desde la Pascua hasta
Pentecostés (ver 2:23). ¿Es esto una coincidencia? Si lo es, seguramente es una de
aquellas “coincidencias” que llenan las páginas de las Escrituras.
Con la Pascua, los cristianos celebramos el sacrificio del Cordero de Dios, mediante
el cual Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, incorporándonos en
su familia, haciendo de judíos y gentiles un solo pueblo suyo (2 Corintios 5:19; Efesios
2:12–16). Es sumamente apropiado, pues, que Rut tome su decisión de echarse sobre el
Dios de Israel y llegue a incorporarse en el pueblo de Belén, precisamente en el
momento de la Pascua y la cosecha de la cebada.
Pero los propósitos de Dios para con su pueblo no acaban con la Pascua. Sigue un
Pentecostés, la culminación de la cosecha del trigo, fiesta en la que los cristianos
recordamos nuestra unión con Cristo mediante el bautismo en el Espíritu Santo, y

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anticipamos nuestra plena unión con él en las bodas del Cordero, unión de la cual el
Espíritu es garantía y arras (Efesios 1:13–14). ¡Qué oportuno, por tanto, que, en nuestra
historia, la novia se una con su esposo al final de la cosecha del trigo, en Pentecostés!
El telón desciende, pues, al final del primer acto. Las quejas de Noemí aún resuenan
en nuestros oídos. Pero, ¡deliciosa ironía!, la persona que será la solución a las quejas
de Noemí está silenciosamente a su lado; y el autor nos prepara para el segundo acto
indicando que la cosecha de la cebada acaba de comenzar.

Resumen de la primera escena, Rut 1:6–22


Tres mujeres. Tres personalidades diferentes. Tres maneras diferentes de enfocar la
adversidad. Tres tipos de amistad. Tres conceptos de compromiso.
Orfa, desde el criterio de nuestro siglo, hizo más de lo que se podría haber esperado
de ella. Cuando Noemí decidió marcharse, podía haberlo dicho con mucha razón: “No
puedes esperar que vaya contigo al extranjero; te he sido fiel mientras estabas aquí; he
cumplido con mi deber para contigo; pero tu marcha me exime de toda responsabilidad
adicional”. Pero no, el compromiso de Orfa es mucho más serio. Cumplirá hasta el fin
con su deber. Solo después de mucha insistencia por parte de Noemí, la abandona.
Con todo, su compromiso tiene límites; no solo con Noemí; también con el Señor.
Es Noemí quien llena el capítulo 1 como protagonista, como también ocupará el
centro del escenario al final del libro. El prólogo (1:1–5) nos ha enseñado a contemplar
la tragedia familiar desde su perspectiva, y son sus quejas contra Dios las que resuenan
al final del capítulo, planteando el gran interrogante del libro: ¿Dónde está Dios cuando
se sufre? Se alza como figura trágica, hundida en su dolor y perturbación. Se revela
también como persona noble. Está dispuesta a sacrificar su legítimo derecho a insistir
en que sus nueras la acompañen. Sabe que no sería justo exigirles la integración en un
nuevo pueblo y una residencia permanente en el extranjero, experiencias que a ella
misma le habían resultado tan penosas. Pero si en un momento se sacrifica y se
muestra desinteresada, en otro le salen palabras que denotan autocompasión,
amargura y egocentrismo. En vez de considerar lo que la llegada a Belén representaba
para Rut, solo puede pensar en sí misma.
Pero más allá de estas dos mujeres, sacrificadas y generosas hasta donde llegan,
brilla el pleno desinterés y la entrega de Rut: “Voy contigo hasta el fin, hasta las últimas
consecuencias. No te abandonaré jamás. No te impongo condiciones, porque mi
compromiso no está sujeto a lo que tú hagas ni a dónde vivas. Me comprometo contigo
de tal forma que mi compromiso ni siquiera acabará con tu muerte. Tu pueblo seguirá
siendo mi pueblo; tu lugar mi lugar; tu Dios mi Dios”. Nada de amargura en medio de la
generosidad de Rut, nada de límites a su compromiso, ni con Noemí ni con Dios.
La ironía literaria de este capítulo es magnífica:
• Elimelec sale de Belén con su familia esperando encontrar una solución al gran
problema del hambre; pero en Moab lo que encuentra es el fin de aquello para lo

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cual necesitaba alimento: encuentra pan, pero pierde la vida.
• Noemí sale para Moab en desesperación, pero tal es la pérdida posterior de sus
seres queridos que puede hablar de aquella salida como de un tiempo de
abundancia; vuelve a Belén con una nuera que acaba de demostrar su total
compromiso con ella, pero tal es su ceguera emocional y espiritual que habla de
tener la manos vacías.
• Una familia hebrea, heredera de las promesas de Dios, sale de la Tierra Prometida
en busca de bienes materiales; una moabita, excluida de las mismas promesas,
renuncia a su propio pueblo y sale para la Tierra Prometida por razones espirituales.
Como consecuencia, será a través de una gentil como la fortuna de esta casa judía
encontrará su restauración.
Verdaderamente, Dios es “El Shaddai”, el Todopoderoso. No hay nada que
“acontece” sin su consentimiento y gobierno, pero su soberanía no es ni cruel, ni
arbitraria, ni motivo de resentimiento. Al contrario, es sublime en su lógica y justicia, y
se funda finalmente sobre las alternativas humanas de desobediencia o fe, de
incredulidad o compromiso.
Sin embargo, ¿cómo podemos reconciliar la soberanía del Todopoderoso con la
responsabilidad humana? No es que vayamos a poder encontrar respuestas teóricas en
este capítulo, pero sí alumbra nuestra experiencia vital de estas cuestiones. Como
trasfondo del capítulo tenemos, por un lado, una serie de actos de Dios y, por otro,
unos seres humanos con características propias que a la vez reciben y provocan estos
actos divinos. La intervención de Dios se ve claramente en el hambre y en la cosecha y
se hace explícita en la frase: El Señor había visitado a su pueblo dándole alimento. El
factor humano se insinúa en la frase que abre el libro, en los días en que gobernaban los
jueces, y se hace explícito en las decisiones, equivocadas o no, de Elimelec, de sus hijos,
de Noemí, de Orfa y de Rut. Estas acciones y sus consecuencias son en parte el
resultado de presiones sociales e intervenciones divinas, pero siempre son decisiones
válidas por cuanto la alternativa realmente existe: Elimelec se va a Moab, pero otras
familias en circunstancias parecidas se quedan en Belén; Mahlón y Quelión se casan con
chicas del país, cuando podrían haber enviado a alguien a casa, como Abraham, para
buscarles esposas; Noemí vuelve a Belén, pero podría haberse quedado en Moab; y
sobre todo, Rut, decide seguir con Noemí, aun cuando su cuñada vuelve atrás.
De hecho, la acción de Orfa sirve aquí para poner en perspectiva la de Rut. Es
interesante observar (y señalar como otro ejemplo más de la maestría del autor en el
arte literario) que, en la cuarta sección, también la redención de Booz toma relieve
porque se ve en contraste con el mero legalismo del pariente anónimo. Tanto Orfa
como “Fulano” (4:2) siguen los dictados del sentido común. Tanto la una como el otro
están inicialmente dispuestos a asumir el compromiso, pero luego dan marcha atrás por
razones de sensatez humana. En ningún caso contravienen un requisito legal. Y sin
embargo, su acción se ve como pobre y egoísta en comparación con la generosidad de
la bondad de Rut y Booz. La decisión de Orfa, irreprochable desde un punto de vista
legal y en plena consonancia con el sentido común, no obstante es el trasfondo gris

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contra el cual la decisión de Rut brilla en toda su gloria. Orfa representa la mediocre
normalidad humana; Rut, el sublime resplandor de la fe.
Es un capítulo de decisiones significativas y responsables, cada una de las cuales
trae sus consecuencias para la familia (y no solo para ella: afectan claramente la historia
de Israel y, en última instancia, alcanzan la historia de la salvación) y cuya trascendencia
se ve en el desarrollo y desenlace de la historia. Y sin embargo, es un capítulo
igualmente lleno de la soberanía de Dios, y esto no solo en sus grandes “visitaciones”,
naturales y sociales, sino también en medio de las decisiones, acciones y consecuencias,
aparentemente de origen solamente humano, de esta familia. Es por eso por lo que
Noemí, constante y correctamente, atribuye su suerte a la mano de Dios.
O bien sus afirmaciones son la ilusión de una mujer incapaz de andar por la vida sin
una “muleta religiosa”, incapaz de asumir su propia responsabilidad sin hacer de Dios
“la cabeza de turco” de sus males. O bien son la clave del libro: una expresión de fe de
alguien para quien la vida es entendida no como absurda y sin lógica, sino con una
estructura circunstancial y moral construida por Dios, de una complejidad increíble que
trasciende cualquier esfuerzo humano por comprender su mecánica, pero mantenida
por un Dios capaz de tejer entre sí el destino de las naciones, de todas las familias de las
naciones y de todos los individuos de las familias, sin vulnerar la autenticidad de cada
cual. ¿No reside la sutileza del capítulo precisamente en que las afirmaciones de Noemí
son a la vez afirmaciones de desesperación y de fe? Por un lado, son la expresión de
una mujer incapaz de asumir su propia responsabilidad; por otro lado, son la afirmación
de fe en un Dios soberano. Ella tiene razón al ver la mano de Dios en sus circunstancias;
no la tiene cuando su actitud raya en un determinismo fatalista que excluye la
responsabilidad humana.
En el capítulo entero, todo depende de decisiones humanas, y todo depende de la
mano de Yahvé. El hombre cosecha lo que ha sembrado; Dios cumple sus propósitos. El
capítulo se centra en una decisión humana: la de Rut de identificarse con Noemí y su
Dios; sin embargo, más allá de la decisión humana, el Señor se revela como
Todopoderoso, Dios de todo poder y providencia.
La misma ambivalencia entre la responsabilidad humana y la soberanía divina se
especifica más aún en otra de las palabras clave de nuestra historia: en hebreo, jesed.
Jesed es una palabra rica en matices. Se refiere a la lealtad en una relación de pacto y a
la bondad que va más allá de las estrictas exigencias del pacto. En nuestro capítulo, es la
palabra traducida como “misericordia” en el versículo 8 y aplicada tanto a Dios mismo
como a Rut y Orfa. Las nueras no solo han sido fieles a sus votos matrimoniales, sino
que han ido más allá de ellos en la solidaridad y compasión que han mostrado a Noemí.
Por eso, Noemí invoca a Yahvé para que él a su vez les muestre jesed a ellas.
En lo sucesivo, la historia del libro de Rut será una serie de actos de bondad
realizados bajo la soberanía bondadosa de Dios. En el 2:20, Booz se revelará como un
hombre de “bondad”. En 3:10, Booz alaba a Rut por dos actos de “bondad”. Pero en
ambos casos Yahvé es invocado como el galardonador (y se sobreentiende, como el
supremo modelo) de todo jesed.
El entretejimiento de lo divino y de lo humano, por tanto, se verá no solo en
50
acciones responsables que traen sus justas consecuencias, sino en actos de generosidad
que se corresponden con la bondad y misericordia de Dios.

ESCENA SEGUNDA
Trabajo en los campos del redentor
Rut 2:1–23

Y tenía Noemí un pariente de su marido… (2:1)


El capítulo 1 ha acabado en un ambiente de amargura y desesperación. Pero ahora
el autor nos sorprende con un rayo de esperanza. La restauración de Noemí está a
punto de comenzar. Entra en el escenario un pariente.
Una de las características del arte literario de nuestro libro es la retención de ciertos
datos hasta el momento más crítico. El autor maneja muy bien el “factor sorpresa”.
Abre su segunda escena, pues, con la presentación inesperada de un nuevo personaje,
el héroe de la historia. De la misma manera, no dirá nada del otro pariente de Noemí
hasta el 3:12, ni de las tierras de Elimelec hasta el 4:3. En todos estos casos, consigue
aumentar la tensión dramática.
La palabra que emplea para “pariente”, sin embargo, no indica más que un
parentesco cualquiera, cercano o lejano, o (si seguimos otra variante textual) una
amistad sin parentesco. No implica ninguna obligación familiar en Booz. El autor dejará,
pues, para otro momento más crítico (2:20) la información de que, además de
“pariente”, Booz es “go’el”, pariente cercano y potencial redentor de la familia. Este
secreto también se guardará en el versículo 3, donde el autor emplea otra palabra que
tampoco revela la proximidad del parentesco. Cuanto más trato tiene Rut con Booz,
tanto más se nos revela la posibilidad de que él sea redentor. Entra en el escenario
como un desconocido, pero al acabar este capítulo habrá llenado el escenario, como
Noemí lo llenó en el primero.
… un hombre de mucha riqueza, de la familia de Elimelec, el cual se llamaba Booz
(2:1)
“Hombre de mucha riqueza” es la traducción del hebreo “gibbor hayil”, que
normalmente significa “guerrero valiente”, como, por ejemplo, en el caso de Gedeón y
de Jefté (Jueces 6:12; 11:1). Inicialmente se refería a la fuerza física de un hombre o a
su valentía militar, pero con el tiempo llegó a significar cualquier persona que destacara
por alguna cualidad noble. La cualidad en cuestión dependía del contexto. El resto del
capítulo 2 nos explicará en qué sentidos Booz es noble: veremos que es un hombre de

51
bienes materiales, pero también que destaca por su magnanimidad y su integridad.
Probablemente, Booz era del mismo estamento social que Elimelec, de la “nobleza” del
pueblo efrateo, hombre con abundancia de tierras y posesiones.90
Para que no perdamos de vista el detalle, el autor subraya nada menos que tres
veces en tres versículos el hecho de que Booz es pariente de Elimelec: pariente del
marido de Noemí; de la familia de Elimelec; de la familia de Elimelec (2:1, 3). Tres veces
lo repite con el fin de hacernos comprender: (1) la importancia del parentesco (Booz es
un posible redentor de Rut y Noemí); (2) la naturaleza trascendente de la “coincidencia”
de que Rut vaya a espigar precisamente en el campo de Booz.
El nombre “Booz” es motivo de cierto desacuerdo entre los expertos.
Tradicionalmente ha sido interpretado como: En él hay fuerza; pero otros niegan esta
interpretación, diciendo que su significado es rapidez o vigor. ¡De todas maneras, tanto
la fuerza como la rapidez indican una persona de cierta energía e iniciativa!
Quizás este sea el lugar de decir algo más acerca de Booz como figura literaria.
A lo largo de la historia de la iglesia, los comentaristas han visto en Booz un
prototipo de Jesucristo. Hoy en día, este tipo de espiritualización del texto no es nada
popular. Pero debemos recordar que los patrones bíblicos no son arbitrarios y que las
mismas ilustraciones se repiten vez tras vez a lo largo de las Escrituras y adquieren una
fuerza simbólica cada vez más rica y matizada.
Por ejemplo, los temas del hambre y de la cosecha adquieren, por su uso simbólico,
unas connotaciones espirituales de juicio y providencia divina que no deben ser
ignorados en un libro como Rut, cuya historia es puesta en marcha por un hambre y se
desarrolla en medio de campos de cebada. Sin duda, muchas de estas connotaciones no
estaban presentes en la mente del escritor ni en la mente de sus primeros lectores, sino
que nos llegan a posteriori. Negar la validez de estos puntos de referencia solo porque
son posteriores a la historia (o a la redacción de la historia) no es necesariamente
correcto: mucho depende de si partimos, o no, de la base de que la Biblia, además de
ser una colección de sesenta y seis libros escritos por distintos autores humanos, fue
inspirada por Dios como un solo conjunto admirablemente elaborado en su unidad y
cohesión.
Sin duda alguna, Cantar de los Cantares fue escrito en primer lugar como una
colección de poemas que celebran el amor entre hombre y mujer; pero en segundo
lugar celebra el amor entre Dios y su pueblo no porque el texto lo diga, sino
sencillamente porque, en el conjunto bíblico, el amor matrimonial es percibido como la
ilustración más idónea de la relación entre Dios y su pueblo. Negar el sentido primario
de Cantares es absurdo; negar el secundario es privarlo de su importancia canónica.
En el caso de Rut, olvidarnos de que es en primer lugar una historia de las luchas
cotidianas de una familia por cubrir sus necesidades de casa, comida y linaje sería
perder unas lecciones importantísimas acerca de la providencia de Dios y de las
cualidades que él espera encontrar en nuestras relaciones familiares. Pero negar que,
en segundo lugar, esta historia viene a ser ilustración de principios fundamentales de la
salvación (conversión, santificación, redención, etc.) es olvidar su contexto bíblico; es
hacer que no pertenezca íntegramente al conjunto de la Palabra de Dios.
52
El ver en Booz a una figura que trasciende los límites de la dimensión “cotidiana” del
libro de Rut no es algo que empezó con los comentaristas cristianos, sino con la
tradición rabínica. Para los rabinos, Booz fue un símbolo del varón justo aprobado por
Dios y revestido de autoridad divina. Como tal, el Targum pone en su boca palabras que
van desde lo profético hasta lo sacerdotal. En un momento se dirige a Rut diciendo: Se
me ha comunicado a mí, proféticamente, que de ti han de salir reyes y profetas
(comentario sobre 2:11). En otro, le promete a Rut bendición material en este mundo,
liberación del juicio y bendición en el mundo venidero (comentario sobre 2:12–13).
Booz el granjero de Belén se convierte en Ibsan el Juez, el justo, cuyas oraciones
llegaron a salvar al pueblo del hambre.
Seguramente, tres factores contribuyen a reforzar la idea de que Booz nos recuerde
a Jesucristo a los que somos cristianos:
1. En primer lugar es perfecto. Con esto quiero decir que el texto no dice nada
negativo de él. Naturalmente, sospechamos que el Booz histórico habrá tenido sus
fallos humanos; pero el Booz de nuestro libro no los tiene. Esto no quiere decir que
Booz nos resulte artificial o incompleto como personaje, ni tampoco que su
perfección se deba a que el autor sea incapaz de reconocer los defectos de sus
personajes. Noemí es muy “humana” en sus debilidades y humores. Aun en el caso
de Rut intuimos un crecimiento de su fe y compromiso a lo largo de la historia. En
cambio, desde el primer momento, Booz es una roca de integridad y virtud; es todo
bondad, generosidad, comprensión, compasión y delicadeza. Es perfecto (¡a no ser
que contemos contra él su disposición de comer y beber bien!, costumbre que, por
cierto, fue también causa de censura hacia Jesucristo). Por supuesto, cuando leemos
el libro en el nivel histórico, suponemos que Booz habrá tenido sus defectos;
reconocemos que solo lo vemos en las páginas del libro en tres ocasiones concretas,
y que otros momentos de su vida no habrán sido tan lúcidos. Pero, en el nivel
literario y bíblico del libro, es de suma importancia que Booz sea “perfecto”,
precisamente porque así se convierte en algo más que una persona histórica (sin
dejar de serlo): el prototipo de la justicia, el gigante de espiritualidad que los
rabinos veían en él; el anticipo del aquel que no conoció pecado, como han visto en
él los cristianos.
2. En segundo lugar, Booz es el go’el o redentor. Ahora bien, aunque es cierto que el
tema de la redención es fundamental en toda la literatura bíblica desde Génesis
hasta Apocalipsis, ningún otro personaje bíblico es presentado explícitamente como
redentor excepto Jesucristo. Por eso casi cae por su propio peso que, de la misma
manera que vemos en David una prefiguración de la realeza de Jesús o en
Melquisedec una prefiguración de su sacerdocio, veamos en Booz un anticipo de su
obra redentora.
3. En tercer lugar, Booz nos recuerda al Señor Jesucristo en su comportamiento, en la
amabilidad y la consideración que siempre muestra en su trato con los demás, en su
generosidad y nobleza de espíritu. ¿Quién puede leer el capítulo 2 sin recordar las
conversaciones narradas en los evangelios entre Jesús y distintas mujeres (María,

53
Marta, la Samaritana, etc.)? Pero este paralelismo se hace aún más patente cuando
recordamos nuestra propia experiencia cristiana y el trato que hemos recibido de
nuestro Redentor. Al trabajar en su “campo”, descubrimos que, a pesar de la dureza
del trabajo, el Señor nos presta una ayuda discreta (el esfuerzo aparentemente es
nuestro, pero la abundancia de la cosecha se la debemos a él), da órdenes a
nuestros compañeros de trabajo para que nos ayuden y animen, nos invita a que
nos apartemos para descansar con él, nos consuela por su palabra…

Y Rut la moabita dijo a Noemí: Te ruego que me dejes ir al campo… (2:2)


Aquí comienza la primera de una serie de conversaciones que juntas formarán el
contenido del capítulo dos, unidas entre sí solo por breves explicaciones de la acción:
Rut con Noemí, Booz con el siervo, Booz con Rut (dos veces) y nuevamente Rut con
Noemí. El estilo de nuestro autor es dinámico y directo.
Tal es la pobreza de las dos mujeres que deben reconocer públicamente su estado e
incluirse entre los necesitados del pueblo. Rut ve con claridad que el único medio de
vida que les queda es el de espigar. En aquel entonces, no había muchas otras
posibilidades de empleo para las viudas, y debían darse prisa porque la cosecha solo
duraba un par de meses: habían de mantenerse a lo largo de todo el año con los pocos
ingresos de ese período; y la cosecha ya había comenzado.
Pero, para Noemí, verse en la obligación de trabajar en el campo representaba el
colmo de la humillación. Procedía de una familia adinerada, ¿y qué dirían ahora sus
vecinas? Quizás sea por eso por lo que Rut toma la iniciativa. Tiene que vencer la
reticencia de Noemí y persuadirla para que le permita espigar: Te ruego que me dejes ir.
Aquí, la fidelidad de Rut se manifiesta de una forma práctica. En el camino de Moab
tomó su decisión de seguir con Noemí, y ahora debe vivir conforme a las consecuencias.
Asume la responsabilidad de trabajar para sostener a su suegra, y de hacerlo (no lo
olvidemos) en una sociedad extraña, con costumbres diferentes, en medio de la cual va
a destacar por su acento extranjero y por aquella torpeza social que resultará del
desconocimiento de lo que los demás esperan de ella. Tiene que exponerse a los
malentendidos, a la oposición, al sarcasmo o a la indiferencia que tantas veces una
persona extranjera sufre. Pero Rut decide salir y cumplir con su deber.
… a recoger espigas… (2:2)
Las leyes del Antiguo Testamento no son arbitrarias, sino reglamentos que, bien
entendidos y cumplidos, podían crear un alto nivel de bienestar para el pueblo. Entre
estas leyes, Dios había hecho provisión para los desamparados. Una de las maneras en
que lo había hecho era mandar que, en el momento de la cosecha, los terratenientes no
segaran hasta los límites del campo, sino que dejaran una franja sin cosechar que
serviría para los pobres. Además, cualquier espiga que cayera al suelo no debía ser
recogida; había que dejarla para los espigadores. Y si los segadores, al juntar las gavillas,
dejaban alguna por descuido, no debían entrar otra vez al campo para recogerla:

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Cuando seguéis la mies de vuestra tierra, no segaréis hasta el último rincón
de ella ni espigaréis el sobrante de vuestra mies; los dejaréis para el pobre y para
el forastero. Yo soy el Señor vuestro Dios (Levítico 23:22).
Cuando siegues tu mies en tu campo y olvides alguna gavilla en el campo, no
regresarás a recogerla: será para el forastero, para el huérfano y para la viuda,
para que el Señor tu Dios te bendiga en toda obra de tus manos (Deuteronomio
24:19).
Mediante estos mandamientos, sellados y firmados por Dios (este es el sentido del
Yo soy el Señor vuestro Dios), se pretendía proteger a los desamparados del país. Hacía
años, pues, que Dios había empezado a proveer para Noemí y Rut.
… en pos de aquel a cuyos ojos halle gracia (2:2)
Cualquier espigadora necesitaba hallar gracia ante alguien (es decir, conseguir
permiso para espigar en su campo), porque si bien era cierto, como ya hemos visto, que
la ley de Dios creaba esta provisión para los pobres (y, por tanto, era un derecho más
que una concesión), por otro lado, en tiempos de los Jueces, la ley de Dios era poco
acatada, de manera que muchos dueños se preocupaban poco de los pobres y ponían
trabas a sus derechos legales. Aun en el mejor de los casos, la presencia de espigadoras
tiene que haber sido una molestia en ciertos momentos de la cosecha, por lo cual estas
tenían que acostumbrarse a insultos y abusos. En el peor de los casos, el espigar podía
ser peligroso (cf. 2:22). Rut no quería ser una molestia para nadie. Por otra parte, quizás
desconociera las leyes pertinentes. Por eso se propuso buscar un lugar en el que las
actitudes fueran amables y comprensivas.
¡Hallar gracia! Esta era su necesidad: encontrarse con el dueño del campo y hallar
gracia. Esta es una de las frases clave del capítulo. Más adelante, cuando su búsqueda
sea cumplida, se asombrará de la gracia que ha encontrado (2:10) y no deseará otra
cosa que seguir en ella (2:13).
Y ella le respondió: Ve, hija mía (2:2)
Imaginemos el suspiro de pena que acompaña la respuesta de Noemí. Ella bien sabe
que la concesión de su permiso a Rut es el equivalente de reconocer que ha llegado al
peldaño más bajo de la escala social y económica.
Ya había dado esta misma orden (va, hija mía) a Rut en el pasado, en el camino a
Belén (ver 1:12, 15). En aquella ocasión, la instaba a volver a Moab y a todo lo que
significaba de reencuentro con sus raíces, sus costumbres y sus dioses. Pero ahora le
señala otro camino: el de la humillación que, sin embargo, resultará finalmente en la
oportuna exaltación (1 Pedro 5:6–7; Santiago 4:10). Sin saberlo, Noemí, la desolada y
amargada viuda, abre el camino que llevará a la redención de Rut y la suya propia. La
hija de la Casa de Pan, en su pobreza y abatimiento, prepara el terreno para que la
gentil se encuentre con aquel varón ante cuyos ojos hallará gracia, el hombre que será

55
su redentor.

Partió, pues, y fue y espigó en el campo en pos de los segadores… (2:3)


Como en el 1:6, aquí tenemos un resumen de la acción subsiguiente antes de que el
autor nos la cuente en más detalle.
La forma de trabajo sería más o menos la siguiente: Primero, los hombres (criados)
del dueño pasarían por el campo cortando la cebada y dejando las espigas en manojos
sobre el suelo; después, vendrían las mujeres (criadas) que recogerían los manojos y las
atarían en gavillas; una vez acabado el campo (o sección de campo) y retiradas las
gavillas, podían entrar los espigadores para recoger lo que quedaba.
… y aconteció que fue a la parte del campo que pertenecía a Booz, que era de la
familia de Elimelec (2:3)
¡Y aconteció que…! Ya hemos visto (1:1) que esta frase suele señalar la providencia
de Dios en la vida de los seres humanos. Más allá de la fidelidad de Rut a Noemí, vemos
la fidelidad de Dios a ambas mujeres. Rut era la última persona del pueblo que podía
saber quién era Booz o qué parte del campo le pertenecía. Pero Dios sí lo sabía. ¡He
aquí, maravilla de maravilla, ese es el campo al que ella va a parar! ¡Vaya coincidencia!
¿Fue pura casualidad la que la llevó a trabajar en aquella parte, casualidad de la que
dependería su matrimonio, su futuro y, finalmente, su lugar entre los antepasados del
Mesías? El autor nos invita a reflexionar en que, detrás de una circunstancia tan
inocente, un detalle tan cotidiano, allí estaba Dios. ¿Cuántas de las grandes decisiones
de nuestras vidas han conocido la misma providencia?: Aconteció que… Si bien este
capítulo nos va a narrar la bondad de Booz hacia Rut, recordemos que, a través de él, se
manifiesta la mano bondadosa de aquel al que Booz adoraba y al que en cierto modo él
representa en este libro y en la historia de Israel.
El texto habla de “la parte del campo” porque, en aquel entonces, los campos no
estaban divididos por vallas ni muros, sino que la porción de cada propietario era
señalada por montones de piedras o palos (cf. Deuteronomio 19:14). En el momento de
la cosecha, las distintas propiedades parecían un solo campo, de ahí que Rut pidiera
permiso para ir al campo (en singular) a recoger espigas (2:2).

Y he aquí que vino Booz de Belén… (2:4)


¡Coincidencia tras coincidencia! Después del “y aconteció que”, ahora un “y he
aquí”. El autor entiende bien su arte.
La impresión que recibimos en la narración posterior es que Booz no vino solamente
para vigilar el trabajo de sus segadores, sino también para compartir con ellos el
trabajo. Era el amo del campo, pero su señorío no consistía en “dar órdenes y no dar
golpe”. Como dueño, Booz es ejemplar tanto por su colaboración en el trabajo como
por su cuidado de los segadores.

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… y dijo a los segadores: El Señor sea con vosotros (2:4)
En una época en la que no existían imprentas y los materiales para escribir eran muy
costosos, ningún autor se permitía el lujo de incluir en la narración detalles superfluos.
Seguramente, El Señor sea con vosotros era una forma convencional de salutación; pero
el hecho de su incorporación es significativo. Podemos estar seguros de que su
intención aquí no es la de decirnos que Booz dijo un “buenos días” cualquiera a sus
criados, sino de comunicarnos algo acerca de Booz: que era un hombre piadoso, que
temía a Yahvé.
Aun si esta era una salutación normal en Israel, recordemos que los tiempos eran
malos y existía mucha incredulidad entre los hebreos. Su uso implica que Booz era un
verdadero israelita temeroso de Dios. El autor quiere, pues, que veamos en Booz a un
hombre que mantenía la fe de sus antepasados; que creía que el Señor es quien provee;
y que comprendía que la verdadera felicidad en esta vida consiste en la presencia de
Dios con nosotros. Por lo cual, lo mejor que puede desear para sus segadores es: El
Señor sea con vosotros. ¡Qué apropiado es que estas sean las primeras palabras del
hombre a través del cual Dios mostrará a Noemí y Rut su presencia con ellas! La primera
característica que vemos en Booz es, por tanto, su piedad.
Y ellos le respondieron: Que el Señor te bendiga (2:4)
Hasta el día de hoy, es de mala educación contestar a una salutación elaborada con
palabras idénticas; por lo cual, los segadores responden con un saludo ligeramente
diferente, creando así dos líneas equilibradas que casi tienen forma poética:
Dijo a los segadores: El Señor sea con vosotros.
Y ellos le respondieron: Que el Señor te bendiga.
Nuevamente, aunque el saludo sea convencional, deducimos que su incorporación
en el texto se debe a que el autor quiere hacernos ver que la piedad de Booz había
influido en sus trabajadores, y que la relación laboral entre este empresario y sus
empleados caía dentro del marco de una relación superior: la de ambos con el Señor.
La influencia del temor de Dios en las actitudes laborales de Booz es llamativa. Este
capítulo nos dará la impresión de que, lejos de las tensiones laborales de hoy día, existía
más bien una relación de amistad entre él y los segadores. Provee agua y comida para
ellos y una casita para su descanso. Booz y sus empleados vienen a ser todo un símbolo
de las actitudes que el Nuevo Testamento exige a todo creyente en su trabajo secular
(Efesios 6:5–9; Colosenses 3:22; 4:1).

Entonces Booz dijo a su siervo que estaba a cargo de los segadores… (2:5)
Booz, como prohombre de Belén, tendría sus obligaciones en la ciudad y, por tanto,
no podía estar siempre dirigiendo la cosecha. Por eso ha nombrado a un capataz o
encargado para que se ocupe de la disciplina del trabajo y de los criados. Lo cual no

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impide, como veremos, que Booz esté involucrado en el trabajo juntamente con los
segadores.
En hebreo, la frase traducida “su siervo” es más literalmente “su joven”, e inicia una
serie de palabras que todas tienen la misma raíz: “esta joven” (2:5), “el siervo” (joven) y
“la joven moabita” (2:6), “mis criadas” (jóvenes; 2:8), “los siervos” (jóvenes; 2:9).
Recibimos la impresión de que Rut se halla entre personas de su misma edad, lo cual da
mayor sentido a las palabras de Booz en el 3:10.
Por otra parte, esta insistencia en la juventud de los demás protagonistas hace que
Booz y Noemí se conviertan en los “viejos” de la historia. Esto quedará confirmado por
los consejos paternales que los dos darán a Rut (2:8–9, 22) y por su tendencia a llamarla
“hija mía” (2:2, 8, 22).
… ¿De quién es esta joven? (2:5)
La segunda característica personal de Booz es su preocupación por Rut. ¿Pero cómo
interpretar su pregunta? ¿La plantea por pura curiosidad, porque Rut era una persona
desconocida? Puede ser. ¿O porque Rut era una chica atractiva? También es posible. ¿O
porque él era un hombre que verdaderamente se preocupaba por los pobres?
Vivimos en un mundo que, a pesar de rendir culto a la autenticidad y la sinceridad,
suele ser escéptico en cuanto a la sinceridad de los demás y se apresura a atribuir a
otros las peores motivaciones. Nos resulta mucho más fácil creer que un hombre actúa
bien por motivos interesados (por una atracción erótica, por ejemplo) que no por
generosidad y compasión. Sin embargo, todo lo que hay en este texto nos indica que es
por generosidad y compasión (lo que Rut llama “gracia” en los versículos 2, 10 y 12) por
lo que Booz actúa para bien de ella. Si nos cuesta aceptar tal motivación, quizás
debiéramos mirarnos a nosotros mismos y preguntarnos si no estamos limitando la
bondad de otros porque a nosotros nos falta. Pretender que Booz hizo lo que hizo solo
por intereses personales desentona con muchas cosas que dirá posteriormente (como,
por ejemplo, el tacto con el que Booz aborda la cuestión de los jóvenes que podrían
molestarla; 2:9), con la delicadeza con que la trata y con la naturaleza secreta de las
instrucciones que da a los criados con respecto a ella. Démosle, pues, un margen de
confianza y pensemos que era un hombre que verdaderamente se preocupaba de los
pobres.
Es de observar que, en el capítulo 2 (a excepción del 2:2), toda la iniciativa es de
Booz, no de Rut. Es él quien pregunta por ella, entabla conversación con ella, busca su
ayuda y alivia su trabajo. Rut será objeto de mucha más gracia de lo que ella misma
sospecha. Si, en el capítulo 1, la decisión de comprometerse con el pueblo de Dios es de
Rut, en el capítulo 2 es Booz quien se compromete con ella.
La pregunta que él plantea al capataz, ¿de quién es esta joven?, es comprensible en
aquel contexto social, en el cual era impensable que una mujer joven y atractiva
pudiera estar sola, sin pertenecer a alguna familia. En aquel entonces, todo el mundo
estaba involucrado en algún núcleo familiar y, como consecuencia, “era de alguien”, ya
fuera en calidad de hijo o de siervo. La pena es que en nuestra sociedad, con su

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abundancia de familias disfuncionales, podemos estar en medio de las multitudes de las
grandes ciudades y conocer todos los beneficios de la seguridad social y, sin embargo,
experimentar la soledad de sentir que no somos de nadie.

Y el siervo a cargo de los segadores respondió y dijo: Es la joven moabita que


volvió con Noemí de la tierra de Moab (2:6)
Podría parecernos una redundancia el que el mayordomo conteste: Es la moabita
que vino de Moab. Pero en realidad, con esta explicación desea comunicar a Booz dos
ideas: la primera, que el origen de Rut es Moab, y esa era su nacionalidad; la segunda,
que ha abandonado su país de origen y ya no pertenece a Moab, por cuanto se ha
unido a Noemí.
De inmediato, pues, el criado contesta de una manera explícita a la pregunta de
Booz, dándole la información que él solicitaba. Pero enseguida (2:7) añade
voluntariamente dos datos acerca de Rut que son un elocuente testimonio acerca de su
carácter. Es evidente que Rut le ha causado una impresión favorable.

Y ella dijo: “Te ruego que me dejes espigar y recoger tras los segadores entre las
gavillas” (2:7)
En primer lugar, el capataz da testimonio de la cortesía con la que Rut pidió permiso
para espigar. De hecho, como hemos visto, Rut no tenía obligación de pedírselo, porque
la ley de Dios se lo daba por derecho. Claro está que, por ser moabita, Rut quizás
desconociera esta ley o, por la misma razón, supusiera que los derechos de una hebrea
no serían los suyos como extranjera. Sea como fuere, el capataz, por su manera de citar
sus palabras, demuestra que ella se portó con delicadeza y buenos modales más allá de
lo que era habitual.
Y vino y ha permanecido desde la mañana hasta ahora; sólo se ha sentado en la
casa por un momento (2:7)
Esta frase se presta a cierta ambigüedad en su traducción. En su primera parte, todo
depende de si el capataz quiere decir que Rut permaneció espigando en el campo o
esperando a recibir permiso para espigar. Si entendemos lo primero, entonces el siervo
está dando testimonio de lo bien y duro que Rut ha trabajado. Recordemos que esta
era la tarea del capataz: vigilar la siega, ver quiénes eran dignos de su salario y quiénes
no. Era un hombre que conocía bien el comportamiento normal de los trabajadores. Su
testimonio, por tanto, era digno de crédito.
Pero es probable que debamos dar otro sentido al pasaje. Una traducción literal del
texto masorético sería: “Así pues, ella entró y estuvo de pie desde entonces la mañana
y hasta ahora; este es su descansar la casa unos pocos”. Las variantes en las antiguas
versiones griegas, latinas, sirias, etc., indican que, desde el principio, el sentido exacto
de las palabras se ha escapado a los traductores. Las principales dificultades (y solo las
principales, porque existen además otros muchos problemas de detalle) son las
59
siguientes:
• El verbo “entrar” (y vino) es un verbo que indica “entrar en un edificio” más que en
un campo, ¿y qué tiene que ver un edificio con este contexto? La opinión de algunos
expertos es que el mayordomo se está refiriendo a la pequeña choza o al cobertizo
que había en el campo y que servía para que los segadores echaran una siesta o
descansaran de vez en cuando.
• El verbo traducido como “permanecer” quizás signifique “perseverar” (en el
trabajo). Pero significa literalmente “estar de pie”, lo cual da más bien la idea de
estar esperando.
• En cuanto a “la casa” y “unos pocos”, los especialistas o bien omiten del todo estas
palabras, o bien proponen cambios drásticos en su ortografía para dar algún
sentido, o bien siguen alguna versión antigua (como la Septuaginta o la Vulgata).
¿Qué hacer en cuanto a todo esto? En primer lugar, entender que nuestra
traducción es una aproximación al texto tan adecuada como cualquier otra, pero en
absoluto segura. Sugiere que, cuando Booz llegó al campo, Rut todavía no había
empezado a espigar. Había pedido permiso al capataz, pero debía esperar la llegada del
amo. Así pues, “entra” en la choza, donde “se queda de pie” esperando “desde la
mañana hasta ahora”. Esta interpretación hace justicia al vocabulario de la primera
mitad de la frase; pero la segunda mitad sigue siendo oscura. Posiblemente tiene que
ver con el hecho de que Rut solo ha “descansado” (sentada) en “la casa” (choza) muy
“pocas” veces.103

Entonces Booz dijo a Rut… (2:8)


A causa del testimonio del capataz, el interés de Booz por Rut aumenta. Suponemos
que él se habrá acercado adonde Rut se encuentra (el autor, como siempre, omite los
detalles que nosotros podemos suplir fácilmente) para entablar conversación con ella.
Así empieza el tercer diálogo de este capítulo.
Oye, hija mía. No vayas a espigar a otro campo; tampoco pases de aquí… (2:8)
Hija mía indica ternura de parte de Booz, pero seguramente nos revela también que
existía bastante diferencia de edad entre ellos, diferencia que se confirmará con las
palabras del mismo Booz en el 3:10. Quizás por esto mismo, Booz se sorprende más por
lo que Rut ha hecho por Noemí (2:11).
Al hablar con Rut, Booz, expresa básicamente la misma idea mediante tres frases
casi sinónimas: No vayas; quédate; trabaja entre mis criadas. “En otro campo”
probablemente tiene el sentido: “en el campo (o porción del campo) de otro”.
Aunque la ley daba a Rut el derecho de espigar, ahora, como consecuencia de su
paciencia y humildad, tiene el gusto de saber que el dueño le ha dado la bienvenida y,
en vez de mostrarse reticente o impaciente con la labor de espigadoras como ella, le ha
abierto la puerta de par en par, haciendo que se sienta como en su propia casa. Por

60
otra parte, Rut, a partir de este momento, ya no necesita estar como las demás
espigadoras, pendientes siempre de qué campo está a punto de ser cosechado con el
fin de ir allí cuando los segadores acaben su labor. Ahora, Booz vela por ella…

… sino quédate con mis criadas. Fíjate en el campo donde ellas siegan y síguelas…
(2:8–9)
Y, de hecho, lo que Booz dice ahora a Rut va mucho más allá de lo que la ley exigía.
Normalmente, las espigadoras tenían permiso para entrar en un campo (o sección de
campo) una vez que los segadores hubieran terminado su tarea. Con mucha delicadeza,
pues, Booz le dice a Rut que no necesita esperar, sino que puede entrar y empezar su
trabajo antes de que los otros acaben.
Con la misma delicadeza la invita a “quedarse con las criadas”, sabiendo que ella,
como mujer extranjera, estará más cómoda entre las mujeres. En la cosecha de
entonces, todas las personas físicamente capacitadas para hacerlo iban al campo para
segar, tanto hombres como mujeres. Esto se ve también en la segunda frase: “Fíjate en
el campo que ellos (el hebreo indica que la referencia es a todos los criados, tanto
varones como mujeres) siegan, y síguelas (a ellas, a las mujeres)”.

… pues he ordenado a los siervos que no te molesten (2:9)


Es porque Rut se va a encontrar en una situación que normalmente estaría
prohibida para las espigadoras por lo que Booz ha dado instrucciones a los criados para
que no la estorben. La previsión de Booz y su tacto se ven en que ya ha dado orden en
ese sentido; no es algo que ahora le viene a la mente. Su invitación, pues, ha sido
premeditada y deliberada. Ha tomado las medidas oportunas antes de conversar
personalmente con Rut, aunque (como veremos en el versículo 11) las ha tomado como
consecuencia de lo que sabe de ella.
Quizás detrás de estas instrucciones de “no molestar” haya algo más: el hecho de
que Rut sea una mujer joven y desamparada, una extranjera que podría ser considerada
una “presa fácil”, o al menos ser objeto de comentarios desagradables. Pero ahora, al
saber que ella está bajo la protección de Booz, le mostrarán todo respeto.
Implícitamente, pues, Booz ha asumido el papel de guardián de Rut mientras ella esté
en sus campos.
Cuando tengas sed, ve a las vasijas y bebe del agua que sacan los siervos (2:9)
Aquí tenemos otro rasgo más de la generosidad de Booz. No era cosa fácil proveer
agua para los trabajadores. Primero había que sacarla del pozo y luego transportarla al
campo. Si aun la provisión de agua para los segadores contratados era una molestia
para el dueño, no era de esperar que se la ofreciera a una mera espigadora.
Pero, de hecho, Booz solo trata a Rut como Dios deseaba que su pueblo tratara a los
extranjeros. El pueblo de Dios siempre ha tenido una obligación explícita de mostrar
hospitalidad al extranjero y prestar ayuda al desamparado. Booz no es más que una
61
ilustración de la enseñanza divina; su ejemplo nos resulta extraordinario solo porque
muy pocos han sabido vivir según la ley.

Ella bajó su rostro, se postró en tierra y le dijo… (2:10)


Naturalmente, Rut se asombra ante la generosidad inesperada de un desconocido
hacia ella, una extranjera y gentil. Su primera reacción es una acción que en aquel
entonces expresaba con más elocuencia que cualquier palabra su indignidad y
confusión ante tanta benevolencia. Sin duda, este gesto habrá confirmado para Booz la
delicadeza, cortesía y humildad que el capataz ya había observado en Rut. Es un gesto
normalmente reservado para la adoración a Dios o la veneración a un monarca, un
gesto que, sin estar fuera de lugar en este contexto, sin embargo sorprende por el
grado de deferencia que manifiesta. Dice mucho acerca de la humildad de Rut. ¿Dice
algo también acerca de la dignidad de Booz? A fin de cuentas, será a través de él como
Dios actuará a favor de Rut; en todo el libro, él será el cauce de la bendición divina.
El asombro ante la gracia es una reacción típica de la persona piadosa (cf. Éxodo
3:11; 2 Samuel 7:18; Efesios 3:8, etc.) y contrasta con la arrogancia y el egoísmo de
quienes piensan que el mundo, la empresa y Dios mismo les deben algo, y que ellos
tienen una serie de derechos que los demás han de cumplir. El “espíritu tierno y
sereno”, que se pone de manifiesto en una reacción como esta de Rut, siempre es
precioso delante de Dios (1 Pedro 3:4).
¿Por qué he hallado gracia ante tus ojos para que te fijes en mí, siendo yo
extranjera? (2:10)
Luego, Rut exterioriza su sorpresa en la pregunta obvia: ¿Por qué? ¿Por qué a mí?
¿Por qué a mí, siendo extranjera? Ella empieza a descubrir el significado profundo de la
palabra “gracia”. La generosidad es un acto de bondad mostrado entre personas
iguales; la gracia es la generosidad manifestada a un inferior. Rut se sabe inferior,
indigna tanto por pobre como por extranjera, moabita, de una raza proscrita, alejada de
la ciudadanía de Israel y ajena a los pactos de la promesa (Efesios 2:12). No es de
sorprender que se asombre al haber hallado gracia. Muchos de nosotros hemos
conocido su sorpresa.
Para que te fijes en mí (literalmente, para que me reconozcas) no significa que Booz
reconozca en Rut a una pariente, sino sencillamente que se apercibe de su presencia y
se interesa por ella. Sin embargo, aquí puede haber algo más. En hebreo, Rut emplea un
juego de palabras: la palabra “extranjera” es literalmente “una persona reconocida”,
porque los extranjeros, por sus costumbres e indumentaria diferentes, eran fácilmente
reconocibles como tales. Por tanto, es como si Rut dijera: “… para que me reconozcas,
siendo yo una reconocida”. Y, más allá de la elegancia del estilo literario, vemos en este
juego de palabras la insistencia del autor en el tema de la identidad, tema que ha
comenzado con los titubeos de Noemí acerca de su nombre (1:20–21), ha proseguido
con la pregunta de Booz: “¿De quién es esta joven?” (2:5) y llegará a su culminación con

62
la repetida pregunta de Booz y Noemí: “¿Quién eres?” (3:9, 16).

Y Booz le respondió, y dijo: Todo lo que has hecho por tu suegra después de la
muerte de tu marido me ha sido informado en detalle… (2:11)
Booz le contesta, explicando sus motivos. Es una nueva revelación para nosotros y
una nueva sorpresa del autor, porque, aunque ya sabemos que la llegada de Rut había
sido noticia en todo el pueblo (1:19), ahora resulta que Booz sabe mucho acerca de Rut,
cuando durante su conversación con el capataz parecía no saber nada. La frase
idiomática empleada por Booz, “me ha sido informado en detalle” (o “me han dicho por
todas partes”), indica que Rut ha sido el tema de muchas conversaciones favorables en
el pueblo.
La devoción y el deber reciben una alabanza bien merecida. Booz se admira de que
Rut se haya comportado con su suegra de una manera que transcendía las exigencias de
la ley de Yahvé, siendo ella moabita. La alabanza del amor desinteresado es uno de los
grandes temas y lecciones del libro.
… y cómo dejaste a tu padre, a tu madre y tu tierra natal, y viniste a un pueblo que
antes no conocías (2:11)
Este discurso de Booz destaca como pieza central de la segunda escena, de la misma
manera que el de Rut a Noemí lo era de la primera. La alabanza de Booz es la
contrapartida del compromiso de Rut. Se mencionan los mismos temas: el cambio de
pueblo y de lugar con el fin de estar con Noemí. Y, en cierto modo, Booz será el
portavoz de Dios al invocar sobre ella (2:12) la bendición divina por su fidelidad. Si ella
se ha comprometido con Yahvé al unirse a Noemí, Yahvé ahora compensará su lealtad a
Noemí.
El lenguaje de Booz evoca varios textos bíblicos. Mirando hacia atrás recordamos
que Rut sigue en las pisadas de Abraham, quien también dejó padres y patria para ir a
una tierra desconocida (Génesis 12:1). Ella es una verdadera hija de Abraham por la fe.
Mirando hacia adelante recordamos que el mismo principio debe ser abrazado por todo
discípulo de Jesucristo (Lucas 14:26); es decir, no hay verdadero discípulo de Jesús que
no haya participado del compromiso de Rut.
La frase “tierra natal” es literalmente “tierra de tu parentesco”. La pequeña palabra
“antes” (un pueblo que antes no conocías) traduce un modismo hebreo, “ayer y el
tercer día” (o “ayer y anteayer”), expresión gráfica que indica que Rut solo conoce a
este pueblo desde hace poquísimo tiempo.

Que el Señor recompense tu obra y que tu remuneración sea completa de parte del
Señor, Dios de Israel… (2:12)
Booz acaba su primer discurso con una oración. Sus palabras se hacen eco de las de
Noemí: Que el Señor tenga misericordia de vosotras como vosotras la habéis tenido con
los muertos y conmigo (1:8). En los dos casos se trata de una bendición invocada sobre
63
Rut como respuesta a su bondad hacia Noemí y hacia su marido difunto.
Booz invoca sobre ella la bendición de “Yahvé, Dios de Israel”, después de haber
manifestado su propia intención de contribuir a esta recompensa, ayudándola en su
trabajo. Es como si Booz comprendiera que sus propias gestiones a favor de Rut no eran
ni más ni menos que una parte de la bendición divina que le esperaba debido a su
fidelidad. O quizás como si comprendiera que tanta fidelidad merecía mucho más de lo
que le pudiera ofrecer; Dios mismo tendría que proporcionarle recompensa, porque él,
Booz, no era más que un medio que el Señor utilizaría para mostrar su gracia a Rut.
Al llegar al momento de mayor trascendencia del capítulo, el lenguaje se vuelve más
poético. De hecho, todos los discursos hablados del libro de Rut tienen cierta cualidad
poética, pero hay momentos, como este, de especial intensidad y altura en el lenguaje.
Después del largo paralelismo del versículo 11, tanto el versículo 12 como el 13
contienen otros ejemplos de la repetición paralela tan típica de la poesía hebrea:
Que el Señor recompense tu obra,
Y que tu remuneración sea completa de parte del Señor.
Me has consolado
Y en verdad has hablado con bondad a tu sierva.
El ambiente de nuestra historia ha cambiado gracias a la intervención de Booz. Ya
no estamos bajo el desánimo y la angustia del capítulo 1. Con la bendición de Booz llega
una infusión de esperanza. Ya comenzamos a vislumbrar un desenlace feliz.
… bajo cuyas alas has venido a refugiarte (2:12)
La ilustración de las alas es de gran belleza. Habla de protección, cuidado, seguridad
o, en una palabra, de “descanso” (cf. 1:9; 3:1). El Señor es el verdadero marido de la
viuda creyente (Isaías 54:5) que extiende sus alas (el borde de su manto) sobre ella. No
la dejará abandonada. Se trata de una metáfora favorita del salmista cuando, en
momentos de apuro, acude al refugio divino:
Guárdame como a la niña de tus ojos; escóndeme a la sombra de tus alas
(Salmo 17:8).
¡Cuán preciosa es, oh Dios, tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres
se refugian a la sombra de tus alas (Salmo 36:7).
Ten piedad de mí, oh Dios, ten piedad de mí, porque en ti se refugia mi alma;
en la sombra de tus alas me ampararé (Salmo 57:1).
Que more yo en tu tienda para siempre; y me abrigue en el refugio de tus alas
(Salmo 61:4).
Porque tú has sido mi socorro, y a la sombra de tus alas canto gozoso (Salmo
63:7).

64
Con sus plumas te cubre, y bajo sus alas hallas refugio (Salmo 91:4).
Parecía que las viudas no iban a encontrar mucha esperanza en Belén; pero, como
Booz señala, su verdadero destino al emprender el retorno de Moab no ha sido Belén,
sino las alas de Dios. Ahora vemos la pobreza de la alternativa: Moab puede quizás
proporcionar pan, pero allí no hay conocimiento del Dios de toda provisión. Esta
hermosa frase redondea un versículo glorioso que muy bien podría ser considerado el
lema de libro, el texto que de alguna manera sintetiza toda la historia. La bendición de
Booz es importante en muchos sentidos:
• Representa la verdadera solución a la amargura de Noemí, y es justo lo que ella
necesita comprender: que el Todopoderoso no es arbitrario en su soberanía, ni
siquiera es solo justo, sino que es un refugio y un abrigo en momentos de aflicción.
• Revela quién está detrás de la intervención de Booz, no solo en este capítulo, sino
en todo el desenlace de la historia; detrás del Redentor hay un Padre amante que lo
envía y que dirige soberanamente la redención de Rut.
• Describe perfectamente la situación de Rut: ella ha abandonado sus dioses paganos
para buscar la protección del Dios viviente que está deseoso de recompensar su
fidelidad y es poderoso para hacerlo.
Todos los hilos de la historia encuentran su punto de unión en este versículo. Pero
fundamentalmente, como la misma Rut reconocerá en el 2:13, estas son palabras de
consuelo y ánimo. Hay alguien, Booz, que ha comprendido el sufrimiento del pasado, la
angustia implícita en la decisión de acompañar a Noemí, y el hecho de que en este
momento las perspectivas de Rut no son nada halagüeñas. Ahora, él dirige la mirada de
Rut hacia aquel que puede traer soluciones a todas sus penas; le recuerda el verdadero
significado de su compromiso en el camino de Moab; y le enseña algo más acerca del
Dios en quien ha confiado.
Es como si le dijera: “Rut, confía en el Señor. Él es un Dios justo y bondadoso, que
protege al desamparado. Hasta aquí puede ser que después de tu conversión solo hayas
conocido problemas, dificultades y complicaciones, y podrías empezar a dudar de este
Dios en quien has confiado. No te desanimes. Él te dará recompensa (“salario” es la
palabra exacta). Tú estás aquí como espigadora, llevando a cabo un trabajo ingrato sin
más remuneración que lo que tú misma logras recoger; podrías tener envidia de mis
criados, que tendrán un salario al final del día; pero el salario que Dios tiene para ti es
mucho más espléndido. Y, mientras lo esperas, piensa que Dios es para ti lo que la
gallina es para sus polluelos; te abriga bajo las alas de su protección, aunque tú no lo
veas. Porque Dios es fiel, su protección es tu garantía y tu recompensa es segura”.
Ciertamente, estas son palabras de consuelo que habrán hablado al corazón de esta
joven un tanto desorientada y preocupada. ¡Y qué hermoso que Booz será el
cumplimiento de su propia profecía! Son palabras, también, reforzadas con actos
concretos. Booz se comporta según el mismo espíritu de su oración. La clave para
entender su vida es que él procura vivir a pequeña escala lo que ve a gran escala en

65
Dios. Como tal, él anticipa a Jesucristo, el verdadero resplandor de la gloria de Dios y la
imagen de su sustancia, y constituye un buen ejemplo para todos los que deseamos
glorificar a Dios viviendo en este mundo como dignos hijos suyos.
Son palabras que difícilmente podían ser esperadas por Rut, porque como moabita
no podía presumir del amparo del Dios de Israel, al menos según la letra estricta de la
Ley. Pero lo que era imposible para la Ley, la gracia lo hace posible, y Booz es portavoz
de la gracia. Quizás él recuerde lo que la gracia había logrado para su antepasada
Rahab, y comprende que la misma gracia divina puede obrar milagros para esta joven
moabita.
También son palabras que quizás reflejen la experiencia personal de Booz. A fin de
cuentas, los años de sequía y hambre habrían sido tan angustiosos para él como para
Elimelec, y puede que fuera en aquellos momentos cuando él descubrió la protección
de las alas de Yahvé.
Finalmente debemos añadir que, si bien la frase dejaste a tu padre y a tu madre nos
remiten a la acción del capítulo 1, las palabras que siguen, bajo cuyas alas, anticipan la
acción del capítulo 3 (ver 3:9). La promesa de Booz de que Dios será el amparo de Rut
encontrará su cumplimiento en el mismo Booz, que extenderá el manto del matrimonio
sobre Rut, de la misma manera como Dios ya la ha cobijado para protegerla.

Entonces ella dijo: Señor mío, he hallado gracia ante tus ojos… (2:13)
Lo que era un deseo en el versículo 2 y un interrogante en el versículo 10, se
convierte ahora en una exclamación de asombro. Sin embargo, esta frase se presta a
diferentes interpretaciones. Según algunos estudiosos, el sentido de la frase podría ser:
“Señor mío, halle yo siempre gracia delante de tus ojos”; porque la forma del verbo
indica continuidad (cf. 1 Samuel 1:18; 2 Samuel 16:4, donde la misma frase es empleada
después de la concesión de la bendición).
Las palabras de Rut son emocionantes. Que sepamos, la amabilidad de Booz es la
primera cosa alentadora que le ha pasado desde la muerte de su marido. Hasta aquí,
solo ha conocido luto y viudez, exilio y alejamiento de su propia tierra y gente, y en
Israel pobreza y, posiblemente, la suspicacia de la gente hacia una extranjera.
… porque me has consolado y en verdad has hablado con bondad a tu sierva…
(2:13)
La hermosa frase “hablar con bondad” (literalmente “hablar al corazón”) tiene
varias acepciones en hebreo, pero aquí significa “consolar”, como indica el paralelismo
con la primera parte de la frase. Encontramos la misma combinación de palabras en
Génesis 50:21b, que describe cómo José consoló a sus hermanos después de la muerte
de Jacob. El carácter de Booz tiene mucho en común con el de José.
El libro de Rut, al menos en la superficie, es la historia de vidas corrientes, de
relaciones humanas llevadas según la dirección de la Ley de Dios, mostrándonos cómo
Dios actúa en medio de lo cotidiano. Que sepamos, Booz no hizo grandes proezas

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heroicas ni intervino en los grandes hechos históricos del período de los jueces, sino
que destaca porque con sencillez atiende a las necesidades materiales y espirituales de
otras personas conforme a lo que le dicta su propio compromiso con Dios.
… aunque yo no soy como una de tus siervas (2:13)
Es decir: “Has hablado a tu sierva; pero, ¿qué digo?, yo no soy tu sierva, tu criada.
No soy más que una espigadora sin ninguno de los derechos que tienen tus criadas”. La
humildad es uno de los rasgos constantes de Rut, como conviene a una persona
consciente de ser objeto de la gracia. La humildad no reclama, ni siquiera espera nada,
ni mucho menos exige sus supuestos derechos, sino que se manifiesta en asombro y
gratitud.

Y a la hora de comer Booz le dijo:… (2:14)


Ha acabado el cuarto diálogo. El quinto sigue casi sin interrupción, aunque habrán
pasado unas horas entre los dos. Que Booz no solo se conforma con buenas palabras se
ha visto ya en las órdenes que ha dado a los criados. Ahora vemos su cabal humanidad
en el sencillo gesto de invitar a Rut a comer.
Ven acá para que comas del pan y mojes tu pedazo de pan en el vinagre (2:14)
Aquí se materializa en formas concretas de generosidad la buena voluntad de Booz.
Invita a Rut a que deje el trajín de la cosecha y se aparte con él y con los segadores a un
lugar de descanso, para refrescarse y tomar nuevas fuerzas. Anticipa así la enseñanza
del Señor Jesucristo (Mateo 25:31–46; cf. 1 Juan 3:17–18) y se alza como modelo de
una fe viva que se expresa mediante el amor.
Es significativo el hecho de que, al acabar el día, Rut pueda dar a Noemí lo que le
sobró de la comida: indica que la invitación de Booz no era de mera cortesía, ni se limitó
a permitir que ella se sirviera, sino que él mismo separó para ella una porción
abundante de comida.
La comida era sencilla: pan mojado en “vinagre”. No sabemos exactamente en qué
consistía el vinagre. Es la misma palabra que aparece en Números 6:3, donde los
nazareos deben abstenerse de “vinagre” de vino, y en el Salmo 69:22, donde los
adversarios del salmista le dan de beber “vinagre”. Lo más que podemos decir es que se
trata de alguna bebida con base de vino. Pero lo que importa aquí es el
comportamiento generoso de Booz.
Sin embargo, nos recuerda inevitablemente otra invitación a participar de otra
comida de pan y vino, muy sencilla pero de una generosidad sin par. Después de la
decisión de unirnos al pueblo de Dios, y en medio del duro trabajo de esta vida, somos
convidados a la mesa del Señor. El pan (lo vimos en 1:6) nos recuerda la visitación
especial de Dios a su pueblo; el vinagre, la copa que el Señor bebió por nosotros, ¡un
vino bien amargo!

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Así pues ella se sentó junto a los segadores; y él le sirvió grano tostado, y ella
comió hasta saciarse y aún le sobró (2:14)
Aunque la invitación de Booz es clara y generosa, la modestia de Rut la hace
sentarse “a un lado de” los segadores, no en medio de ellos. Esta es la idea comunicada
por el uso de la preposición traducida como “junto a”, una palabra poco usual en
hebreo.
El grano tostado (llamado “potaje” en traducciones antiguas) era un plato
preparado con grano verde, todavía blando y sin secar, tostado sobre fuego. Parece
haber sido una de las comidas básicas de la época, preparada en cantidad con
antelación (ver 1 Samuel 17:17; 25:18).
El verbo “sirvió” también es poco usual. Este es su único uso en el Antiguo
Testamento. Por razones etimológicas, parece significar “amontonar”. Confirma, pues,
lo que hemos dicho acerca de la porción generosa que Rut recibió.
Se sació y aun le sobró. El lenguaje se hace eco de ciertos textos bíblicos que
describen la abundante provisión de Dios. Cuando Dios da de comer, la comida suele
sobrar (cf. Salmo 23:5; Juan 7:37–38 y, especialmente, Lucas 9:17: Todos comieron y se
saciaron; y se recogieron de lo que les sobró).

Cuando ella se levantó para espigar… (2:15)


Se termina el tiempo de descanso, retiro y refrigerio. El período de comunión se
acaba. El servicio se reanuda. Rut sabe cuál es su responsabilidad y vuelve al trabajo.
… Booz ordenó a sus siervos, diciendo: Dejadla espigar aun entre las gavillas, y no
la avergoncéis (2:15)
La generosidad de Booz no acaba con la comida. Vuelve a hablar con los criados con
el fin de que el trabajo de Rut sea aliviado. La discreción de Booz es muy hermosa. No
quiere que Rut se sienta ni obligada ni humillada, por lo cual organiza el asunto para
que ella no se entere de su iniciativa. La caridad es doblemente generosa cuando la
persona afectada ni siquiera se da cuenta de ella.
Una de las normas de la cosecha, como ya hemos dicho, era que las espigadoras
debían esperar a que los segadores acabaran su trabajo y retiraran todas las gavillas.
Antes de comer, Booz dio orden de que Rut pudiera entrar en el campo antes de la
retirada de las gavillas, pero se supone que solo podía espigar en aquella parte donde
los segadores hubieran acabado del todo su trabajo. Así tendría la primera oportunidad
de recoger lo que ellos hubieran dejado. Pero, ahora, Booz añade que Rut puede estar
entre las mismas gavillas y no necesita esperar la retirada de los segadores antes de
empezar a espigar.

También sacaréis a propósito para ella un poco de grano de los manojos y lo


dejaréis para que ella lo recoja, y no la reprendáis (2:16)

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Además, Booz da órdenes de que, antes de atar y retirar las gavillas, los criados
dejen caer unas espigas, siempre de una manera discreta, para que el trabajo no resulte
tan arduo para Rut. Como ya hemos dicho, la espiga olvidada y aun el manojo olvidado
eran la porción de los pobres, y Rut creería que estas espigas se habían caído por
accidente y, por tanto, eran legítimamente para ella. Nuevamente, Booz quiere ayudar
a Rut sin que ella se dé cuenta de su ayuda. Desea aliviar su trabajo, pero de tal manera
que termine el día pensando que el resultado se debe solo a su propio esfuerzo, cuando
de hecho se deberá también a la gracia del dueño.

Y ella espigó en el campo hasta el anochecer… (2:17)


La noche se acerca y entonces nadie puede trabajar (Juan 9:4). Pero, hasta aquel
momento, Rut sigue en su puesto. Desde el amanecer hasta el anochecer ha trabajado
duro, una tarea nada fácil para una persona desacostumbrada. Por su fidelidad a Noemí
ha descansado poco, pero ha ganado mucho.
… y desgranó lo que había espigado y fue como un efa de cebada (2:17)
Al final del día viene el momento de separar el grano de la paja (sería enormemente
pesado e infructífero subir al pueblo las gavillas completas). Después de hacerlo, Rut ve
que ha recogido casi un “efa”. Hay diferentes opiniones en cuanto a la medida exacta
de un efa, que oscila entre unos 12 y 25 kilos. Desde luego, era una cantidad muy por
encima de lo que una espigadora podría pretender recoger en un solo día de trabajo,
como vemos por la reacción posterior de Noemí.
Por tanto, cuando Rut mide lo que ha espigado puede estar muy satisfecha. Lo que
ella no sabe, pero el autor nos ha desvelado, es que nunca habría recogido tanto si no
hubiera sido por el señor del campo. Tanto la fidelidad de Rut como la generosidad de
Booz han contribuido al buen resultado.
¿Y qué diremos de los segadores de más experiencia? Ellos también han ayudado.
Su responsabilidad ha sido la de animar a Rut, echarle una mano discreta. A lo mejor, si
no hubiera sido por la orden expresa de Booz, no lo habrían hecho, porque en el trabajo
surge todo tipo de resentimientos y rivalidades entre los trabajadores. Pero ellos
también han colaborado, allanando las dificultades que surgen en este “ministerio”
suyo, recordándole que pronto vendrá el descanso y que, mientras tanto, no desfallezca
(1 Tesalonicenses 5:11; Deuteronomio 3:28; Colosenses 3:16; Hebreos 3:13; 10:25).

Y lo tomó y fue a la ciudad, y su suegra vio lo que había recogido (2:18)


Observemos la economía de detalles en la narración. Nada aquí de descripción
innecesaria. Pasamos rápidamente del campo a la casa. Un diálogo entre Rut y Noemí
abrió el capítulo; otro lo cerrará.
Su suegra vio. La visitación de Yahvé empieza a hacerse visible y palpable en la
experiencia de Noemí. ¿Cuáles habrán sido sus emociones y su asombro al ver la

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evidencia de la bendición de Dios?
Y sacó también lo que le había sobrado después de haberse saciado y se lo dio a
Noemí (2:18)
En medio de la satisfacción de sus propias necesidades, Rut no se ha olvidado de
Noemí. Este es otro principio digno de imitación.
La frase “lo que le había sobrado después de haberse saciado” (literalmente, “de su
saciedad”) se hace eco del vocabulario del versículo 14. El autor subraya
deliberadamente para nosotros estas palabras que tienen que ver con la abundancia,
en contraste con la escasez y el “vacío” del capítulo anterior (1:1, 21).

Entonces su suegra le dijo: ¿Dónde espigaste y dónde trabajaste hoy? Bendito sea
aquel que se fijó en ti (2:19)
Noemí irrumpe en exclamaciones de sorpresa, lo que demuestra la grandeza de la
cantidad que Rut ha espigado. Ni siquiera deja contestar a Rut a sus preguntas antes de
invocar una bendición sobre quien ha sido su benefactor. Es decir, aun si Rut misma no
se ha dado cuenta de ello, Noemí percibe enseguida que la cantidad sería desorbitada si
no fuera por la ayuda de otro. Para Rut, el esfuerzo del día ha sido agotador; para
Noemí, es poco para tanto resultado.
Es de observar que, en su bendición, Noemí emplea la misma palabra, “fijarse” (o
“reconocer”), que Rut ha pronunciado en el 2:10 y que, como ya hemos comentado,
enlaza con el tema de “identidad” en estos capítulos.
Y ella informó a su suegra con quién había trabajado, y dijo: El hombre con el que
trabajé hoy es Booz (2:19)
Con toda inocencia, Rut nombra a su benefactor. Es obvio que ella todavía no sabe
quién es Booz ni qué parentesco tiene con Noemí. Pero el autor se ha asegurado de que
nosotros lo sepamos. Y, para mantener la tensión dramática, alarga la explicación de
Rut, haciendo que el nombre de Booz solo aparezca al final de la segunda frase paralela.

Y Noemí dijo a su nuera: Sea él bendito del Señor, porque no ha rehusado su


bondad ni a los vivos ni a los muertos (2:20)
Sospechamos que Noemí, de repente, cambia de humor, de actitud ¡y aun de
doctrina! Dios ya no es el Todopoderoso que la tiene abandonada, sino el
Misericordioso cuya bendición ella desea que recaiga sobre Booz. ¡Muy humano es este
cambio de actitudes!
¿Qué hacer, sin embargo, con la última parte de esta frase? ¿En qué sentido ha sido
mostrada benevolencia a los muertos; es decir, a Elimelec, Mahlón y Quelión? ¿Y quién
la ha mostrado, Booz o el Señor?
Algunos comentaristas opinan que la mejor traducción sería: “Bendito sea Booz de

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Yahvé, quien (Yahvé) no ha rehusado a los vivos la bondad que tuvo para con los que
han muerto”. Desde luego, si esta interpretación es cierta, la transformación en Noemí
es espectacular: para ella el Todopoderoso justiciero se ha transformado en el Señor
benevolente (la palabra “bondad” aquí es la misma, jesed, traducida “misericordia” en
el 1:8, cuando Noemí bendice a Orfa) que, en lugar de mostrar su severidad a su marido
e hijos, les ha mostrado misericordia. La desventaja de esta lectura es que no queda del
todo claro en qué sentido ella entiende que Yahvé ha sido misericordioso con Elimelec.
Más adelante, su misericordia se verá en la restitución de los nombres de los difuntos
por el matrimonio de Rut con Booz. Por el momento, solo se ve su misericordia para
con las vivas.
Si, en cambio, entendemos que Booz es quien ha mostrado bondad, nos
preguntamos en qué sentido la ha mostrado a los muertos: ¿Solo en el sentido de estar
cuidando de sus viudas? ¿O se trata de una nueva sorpresa de parte del autor, una
nueva información acerca de una ayuda que Booz prestó a Elimelec y a su familia antes
de que se marcharan para Moab?
Sea como fuere, está claro que Noemí no solo bendice a Booz, sino que renueva su
fe en la bondad de Dios. Desde luego, nuestro estado de ánimo influye mucho en
nuestra vida espiritual, incluso en nuestras ideas acerca de Dios. Si antes se quejaba de
la mano de Dios sobre ella (1:20–21), ahora la celebra.
Le dijo también Noemí: El hombre es nuestro pariente; es uno de nuestros
parientes más cercanos (2:20)
El secreto que nosotros ya sospechábamos (desde el versículo 1) es revelado ahora
a Rut. Las ilusiones que ahora empiezan a formarse en la mente de Noemí también son
muy humanas: A lo mejor Booz podría sacarnos definitivamente de nuestros apuros;
quizás podría redimirte, casándose contigo.
“Pariente cercano” es la palabra hebrea “go’el”, cuya importancia estriba en que se
relaciona con el tema de la redención. La fuerza de esta palabra viene a ser: uno de los
que pueden redimirnos. Noemí no está diciendo solamente que Booz tiene cierto
parentesco con ellas, sino que él es un potencial redentor (o, quizás más exactamente,
uno de los potenciales redentores; Noemí deja entrever que existían otros, lo cual nos
prepara para el pequeño disgusto del 3:12). Así pues, el autor nos ha ido acercando a
Booz, indicando paulatinamente la proximidad de su parentesco con Noemí.
Booz ya no es “moda” [pariente] (2:1), ni uno de la “miskpachah” [familia] de
Elimelec (2:3), ni siquiera un “garobh” [pariente] (2:20), sino “go’el” [pariente-
redentor].
Quizás sea este el momento oportuno de hablar del tema de la redención en Rut y
Noemí. Hay dos áreas en las que Noemí necesita redención: en primer lugar, la de la
propiedad; en segundo lugar (como aquí), la de las mismas viudas. Por supuesto, estas
mismas áreas involucran otras cuestiones, como, por ejemplo, la restauración del
nombre y del linaje de Elimelec; pero, sin duda, son las dos áreas fundamentales. Y

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detrás de ambas había una serie de leyes y costumbres que determinaban la naturaleza
de la redención.
En cuanto a la redención de propiedades, las leyes que la controlaban se
encuentran en el capítulo 25 de Levítico, especialmente el versículo 23 (la tierra no se
venderá en forma permanente, pues la tierra es mía), el versículo 10 (consagraréis el
quincuagésimo año y proclamaréis libertad por toda la tierra para sus habitantes. Será
de jubileo para vosotros, y cada uno de vosotros volverá a su posesión, y cada uno de
vosotros volverá a su familia), los versículos 15 y 16 (conforme al número de años
después del jubileo, comprarás de tu prójimo, y él te venderá conforme al número de
años de cosecha…) y el versículo 25 (si uno de tus hermanos llega a ser tan pobre que
tiene que vender parte de su posesión, su pariente más cercano [go’el] vendrá y redimirá
lo que su hermano haya vendido).
Es imposible saber hasta qué punto, en medio de la anarquía moral de ciertos
momentos del tiempo de los jueces, se cumplían a rajatabla estas leyes. Pero lo que
más nos importa es que los personajes de nuestra historia, siendo verdaderamente
piadosos, sí las habrían tomado en cuenta.
En el caso de Noemí se nos dirá más adelante que tenía en venta una parte del
terreno de Elimelec. Su pobreza y desamparo no permitían que pudiera cultivar este
terreno ella misma y la mejor solución para ella era obtener el beneficio de la venta del
terreno. Automáticamente, pues, el pariente más cercano tenía derecho y obligación de
comprárselo, para que el terreno no saliera del ámbito familiar.
Los hebreos consideraban que la tierra pertenecía a Dios, y que ellos mismos, aun
siendo los herederos de Dios, no eran tanto los propietarios como unos mayordomos a
quienes Dios había encomendado su cuidado y explotación. Puesto que la tierra había
sido dividida y distribuida entre las diferentes familias de Israel bajo la supervisión
divina, los judíos comprendían que no había manera de “adquirir” definitivamente los
terrenos de otra familia, ni de perder definitivamente los suyos propios, a no ser que
desaparecieran todos los miembros de la familia. De ahí la importancia de asegurar la
continuidad del linaje familiar.
Con el fin de reforzar la vinculación de la tierra a sus familias de origen, se habían
elaborado las leyes del jubileo, mediante las cuales la tierra revertía a la familia original
cada cincuenta años. Naturalmente, puesto que la tierra era una herencia de Dios,
ninguna familia se deshacía de sus terrenos, aunque fuera provisionalmente, salvo en
circunstancias de absoluta necesidad.
Por supuesto, estas consideraciones influían muchísimo en la venta de terrenos.
Puesto que el comprador no adquiría permanentemente la propiedad, sino solo el
derecho de cultivarlo durante un máximo de cincuenta años, en realidad lo que se
vendía (según nuestro criterio occidental) no era tanto el campo como el alquiler de la
tierra y la cosecha que esta diera durante los años hasta el jubileo. En adición, como
hemos visto, existía una ley por la cual, si una familia se veía en la necesidad de vender
un terreno por pobreza, el pariente más cercano tenía la obligación de volver a
comprarlo (redimirlo), si estaba en su poder hacerlo.
En cuanto a la segunda área, la redención de viudas, la norma que la regía se llama
72
“ley del levirato”, de la cual ya hemos hecho mención. De hecho, el Antiguo Testamento
solo emplea la palabra “redención” en el caso de las viudas en el libro de Rut, pero el
concepto de redención (la intervención del pariente más cercano para amparar a la
viuda y levantar descendencia al difunto) está firmemente establecido en Génesis 38 y
Deuteronomio 25. Lo que quizá convenga añadir aquí, aunque sus implicaciones no las
veremos hasta llegar a la conversación entre Booz y el pariente más cercano en el
capítulo 4, es la relación que aparentemente existía en tiempos de Rut entre la
redención de propiedades y la ley del levirato.
En el Pentateuco, las leyes en torno a la redención de tierras y la redención de
viudas aparentemente no tenían que ver entre sí. Incluso se encuentran en distintos
libros. Pero, con el paso del tiempo, es patente que la ley del levirato empezó a tener
implicaciones directas en la aplicación de la redención de propiedades, hasta el punto
de que, según nuestro capítulo 4, la redención del campo de Noemí dependía del
matrimonio con Rut. Mientras que, en Deuteronomio, la ley señala una obligación
moral sobre el hermano (o pariente) del difunto en cuanto a la viuda, pero no dice nada
acerca de la redención de su propiedad; y mientras que, en Levítico, la ley regula la
redención de la propiedad sin hacer referencia a las viudas; en cambio, en Rut, el
pariente más cercano no puede obtener las tierras sin asumir la obligación de casarse
con la viuda. Por eso, la obtención del terreno no representaría ningún beneficio para el
pariente mismo, sino una herencia a ser guardada para los posibles herederos del
difunto. Es esta vinculación de las dos partes de la redención lo que no interesa al
anónimo “pariente cercano” del capítulo 4. En cambio, Booz no solo comprende estas
implicaciones económicas, sino que desea redimir tanto la tierra como a las mujeres en
cuestión.
Por tanto, la esperanza que empieza a despertarse en Noemí, según nuestro
versículo, es precisamente que Booz lleve a cabo una redención que incluya tanto el
matrimonio con Rut (con el fin de levantar descendencia a Elimelec) como la compra de
los terrenos (como herencia para esta descendencia). Su esperanza incluye, por
supuesto, el deseo de que Rut y ella encuentren una solución para su pobreza; pero
también va más allá de las necesidades materiales inmediatas a la restauración del
nombre, el linaje y la herencia de su marido.
Antes de dejar este versículo, notemos la frase: el hombre (o aquel varón). Es la
manera más frecuente en que el texto se refiere a Booz (2:19–20; 3:3; 4:8, 16, 18). ¡El
varón! Hay otro pariente más cercano a ellas, pero según las exigencias literarias del
texto, Booz es el único que puede redimirlas. Él es el varón. ¡Ecce Homo!

Entonces Rut la moabita dijo: Además, él me dijo: “Debes estar cerca de mis
siervos hasta que hayan terminado toda mi cosecha” (2:21)
De nuevo, el autor llama a Rut “la moabita”. Quizás su intención sea la de recalcar el
carácter especial de la misericordia de Booz, ya que se muestra hacia una extranjera.
Nos anticipa otras escenas en las que unos extranjeros aceptaron con asombro la

73
misericordia mostrada hacia ellos por aquel que era mayor que Booz (por ejemplo,
Mateo 8:8; 15:27–28).
En confirmación de las posibles esperanzas que Noemí vislumbra, vienen estas
palabras de Rut que garantizan una mayor continuidad a la bondad de Booz y su interés
por Rut. Su generosidad no ha sido solo cosa de un día, sino que se extiende hacia el
futuro inmediato. De hecho, en estas condiciones, Rut tiene prácticamente garantizada
la provisión de comida para ella y Noemí hasta las cosechas del año siguiente.
Algunas traducciones tienen a bien poner en boca de Booz las palabras: “Debes
estar cerca de mis criadas”. Pero, como indica nuestra versión, el sustantivo en hebreo
es claramente masculino (“criados”) y nos remite a las palabras de Booz en el versículo
9 (ver comentario), donde vemos que Rut habrá tenido trato con los segadores de
ambos sexos. De hecho, las palabras de Booz en hebreo son más enfáticas que las de
nuestra traducción: “Júntate con los criados que son míos hasta que hayan acabado
toda la siega que es mía”.

Y Noemí dijo a Rut su nuera: Es bueno, hija mía, que salgas con sus criadas… (2:22)
No es de sorprender, pues, que Noemí anime a Rut a seguir el consejo de Booz: No
te vayas de sus campos, porque es obvio que se ha interesado por ti, y si vas a otro sitio
él lo podría tomar a mal y considerarlo una descortesía. Pero, a la vez, ella matiza que,
si bien Booz ha dicho que vaya con sus criados, Rut hará bien en quedarse al lado de sus
criadas.
Al repetir la frase “hija mía” (Booz se ha dirigido a Rut en los mismos términos en el
2:8), el autor sugiere que existe una misma mentalidad y manera de actuar en Booz y
en Noemí. Son muy similares en sus virtudes, en sus relaciones sociales y en su
espiritualidad.
… no sea que en otro campo te maltraten (2:22)
Hay divergencias en la interpretación de esta frase que reza literalmente: no sea que
caigan sobre ti. Algunas versiones sobrentienden que Booz y otros podrían sentirse
dolidos si, después de su invitación, Rut se marcha a otro campo. Pero parece preferible
traducirlo como nuestra versión: No sea que te molesten en otro campo. Esto indicaría
que Noemí comparte el mismo temor que Booz (cf. 2:9) y la avisa de que la protección
que Booz le ha brindado no puede hacerse extensiva a otros campos ni será ofrecido
por otros amos.

Y ella se quedó cerca de las criadas de Booz espigando hasta que se acabó la
cosecha de cebada y de trigo (2:23)
Rut sigue el consejo de Noemí, tanto porque Noemí es la que conoce las costumbres
del país, como porque ella es la cabeza de la familia y debe ser obedecida. Trabaja en
los campos de Booz durante todo el período de las cosechas, desde abril hasta junio.
Al final del capítulo 1, vimos que el autor emplea una frase (“al comienzo de la siega
74
de la cebada”) que nos coloca en el umbral de la acción del capítulo 2. Aquí hace lo
mismo. Al cerrar la escena con una referencia al final de la siega del trigo, nos anticipa
la época de la trilla, que será el trasfondo del capítulo 3.
Y vivía con su suegra (2:23)
La fuerza de la frase parece ser: “Luego (al acabar la cosecha) se quedó (en casa) con
su suegra”; y no: “Luego se volvió con su suegra”, como si hubiese vivido fuera de casa
durante la cosecha. Nuevamente las viudas se encuentran solas en casa. No hay más
trabajo (porque la trilla era labor de hombres). Pero están en casa con esta notable
diferencia: la generosidad de Booz ha alejado el peligro del hambre.

Resumen de la segunda escena, Rut: 2:1–23


En este capítulo, como en la sección anterior (1:6–22), el autor ha empleado ciertas
técnicas literarias a fin de reforzar la unidad de la escena. Aunque esta transcurre
principalmente en el campo de Booz, comienza y termina en casa de Noemí, con sendas
conversaciones entre Noemí y Rut que sirven para enmarcar, resumir y redondear la
acción. Por cierto, lo mismo ocurrirá en el capítulo 3.
Además, el autor emplea su artificio habitual de crear sutiles vinculaciones entre
diferentes partes del texto por medio de su uso del vocabulario, y así también reforzar
la unidad. Así, el capítulo está sembrado de principio a fin con palabras relacionadas
con la cosecha: campo, segadores, gavillas, etc. A lo largo del capítulo se nos recuerda
también que Rut es la moabita, una extranjera que trabaja en los campos de Israel (2:2,
6, 10, 11, 21). Y ya hemos mencionado el grupo de vocablos hebreos que todos
empiezan con un prefijo que indica “joven” (el joven criado, la joven moabita, los
jóvenes, las jóvenes) y constituyen otro leitmotiv más que da cohesión al capítulo.
Especialmente significativo es que el capítulo comience con el deseo de Rut de espigar
(2:2–3) y concluya con un resumen de su labor espigadora (2:23). Otra cosa que se
reserva para el comienzo y el fin del capítulo es la cuestión del parentesco de Noemí y
Booz. En el versículo 1, el autor nos anticipa que Booz es de la familia de Elimelec; en el
20 aprendemos que pertenece al círculo de posibles redentores.
Hay además otras vinculaciones verbales: por ejemplo, hemos visto que las dos
palabras asociadas, reconozcas y extranjera (2:10), encuentran su eco en las palabras de
Noemí en el versículo 19: Bendito sea aquel que te ha reconocido. Todas ellas
contribuyen a dar un sentido de unidad al capítulo y a subrayar sus temas principales.
Estos temas se centran, por un lado, en los deberes, las fidelidades y los
compromisos inherentes a la fe y, por otro, en la fidelidad y providencia de Dios. La
decisión tomada en el camino entre Belén y Moab trae sus consecuencias. De
inmediato, estas consisten en un trabajo arduo e ingrato hasta el fin de la cosecha. Pero
la fidelidad de Rut se verá compensada por la generosidad de Booz y, más allá de ella
(como Booz mismo le explica y como ya hemos dicho), por el cuidado providencial de
Dios.

75
En cuanto a la superficie de la narración, el libro de Rut sigue siendo una historia
sencilla de situaciones humanas corrientes. La vida es así. A muy pocos de sus siervos
les pide Dios que sean personas destacadas en la historia de su pueblo, pero a todos
nos pide que reflejemos su justicia y fidelidad en el trato diario. Tanto Rut como Booz
son ejemplares en este sentido. En Rut tenemos una ilustración del sentido del deber,
de la responsabilidad, del esfuerzo en el trabajo, de la delicadeza, cortesía y humildad.
En Booz se manifiestan la magnanimidad, la bondad, el deseo de consolar y edificar. En
ambos, el sentido de responsabilidad va más allá de lo que las obligaciones sociales
exigen: Rut se humilla para trabajar cuando podría haberse quedado atrás en Moab
(2:11) y cuando, en principio, era Noemí quien debía proveer para Rut (3:1); Booz se
mostrará mucho más generoso de lo que la ley del levirato demandaba. Rut se
manifiesta en este capítulo como una compañera diligente para Noemí, disciplinada en
el trabajo, discreta en las relaciones sociales, humilde en su evaluación de sí misma y
constante en su preocupación por Noemí (no solo le lleva los frutos de su labor, sino
también lo que le ha sobrado de la comida). Booz se caracteriza por pequeños actos de
consideración: las instrucciones a los segadores, las espigas dejadas a propósito, la
invitación a comer, las palabras consoladoras,… y estos mostrados hacia una mujer
extranjera que no podía aducir nexos legales vinculantes para exigir tal bondad. La
existencia de este capítulo demuestra hasta qué punto la excelencia y el desinterés en
las relaciones humanas cotidianas son de importancia para Dios. El concepto de jesed
ha de manifestarse en los que dicen que son hijos de Dios, porque Dios es un Dios de
jesed.
No debemos olvidar, pues, que Dios es el testigo invisible de estas acciones y la
fuente de todo jesed. En última instancia, él es el guardador de las dos viudas. No entra
abiertamente en el escenario de este capítulo, pero su presencia en el trasfondo se
nota. Se percibe en el “aconteció” del versículo 3 y el “he aquí” del versículo 4. La
acción del capítulo no es un asunto del azar. Los hebreos no creían que el azar
gobernara la vida humana. Rut se dirige al campo de Booz porque el Señor dirige sus
pasos; y Booz llega al campo a la hora prevista por Dios. La presencia de Dios se nota
también en las salutaciones de Booz y de los segadores (2:4). Ellos nombran a Yahvé
porque dan por sentado que la única fuente de bien en la vida humana es Dios. Se nota
igualmente en las dos grandes bendiciones de este capítulo (2:12 y 20), donde Yahvé es
percibido como aquel que dirige las cosas para bien del justo (y para castigo del malo),
como aquel que da refugio al desamparado y como aquel que recompensa la
benevolencia humana. Aquí tenemos la clave para entender la acción del capítulo (y del
libro): el jesed humano procede del jesed divino, pero a su vez conduce a él; no de una
manera mecánica o automática, porque entonces no harían falta las palabras de
bendición, sino porque la fe entiende que, tarde o temprano, una vida justa conocerá la
bendición del Señor.
El capítulo dos es un capítulo de trabajo. Empieza hablando de la disposición de Rut
a trabajar aunque sea en un empleo humillante como el de espigar. Sigue con una
descripción de cómo ella trabajó desde el amanecer hasta la noche, y desde el

76
comienzo de la cosecha de la cebada hasta la terminación de la cosecha del trigo. Ella
asume este trabajo con plena responsabilidad y dedicación, sin descanso. No se rinde
hasta que el trabajo no se acaba.
Pero también es un trabajo aliviado por la presencia, el ánimo, la ayuda y, en una
palabra, la “gracia” del señor del campo, Booz. Este invita a Rut a que se quede en sus
campos; le proporciona momentos de descanso y refresco; le brinda protección y
ayuda; la anima tanto con sus propias palabras como a través de sus siervos; y todo
esto como consecuencia del compromiso y la conversión de Rut en el capítulo 1 (cf.
2:11). En esto, Booz nos recuerda inevitablemente a nuestro Señor y Maestro, quien
nos invita a trabajar en sus campos (Mateo 9:37–38; Juan 4:35), asume la
responsabilidad de nuestra protección (Colosenses 1:13; 2 Timoteo 4:18), nos alimenta
(Juan 6:53–54; Mateo 26:26), nos consuela y anima a través de su Espíritu y de sus
siervos (Juan 14:16; 1 Tesalonicenses 5:11), nos recompensa al final (Mateo 10:42; 1
Corintios 3:8; Colosenses 3:24) y, mientras tanto, está a nuestro lado (Mateo 28:20;
Hebreos 13:5), trabajando con nosotros en la cosecha; y todo eso debido a nuestro
compromiso y nuestra conversión a Dios, un acto de fe cuya autenticidad es
demostrada y sellada mediante nuestra fidelidad en el servicio al Señor.
Por tanto, si planteamos la pregunta: ¿Cómo suplirá Dios las necesidades de estas
dos mujeres tan desamparadas al final del capítulo 1?, la respuesta será doble. Y la
fascinación del capítulo 2, y una de sus lecciones espirituales más importantes, estribará
en la relación entre las dos partes de la respuesta. Dios proveerá tanto por medio del
duro trabajo de Rut como por medio de la generosidad de Booz. Si Rut se hubiera
quedado en casa sin trabajar, las dos mujeres habrían seguido con “las manos vacías”;
pero, por otro lado, cuando Rut vuelve a casa con su efa de grano y la comida que le ha
sobrado, es principalmente a Booz (aunque ella ni sospecha el grado de su
colaboración) a quien debe su éxito.
Nuestra santificación no se logra con los brazos cruzados. Nuestro Señor nos da
trabajo para hacer y, según nuestro esfuerzo, dedicación, persistencia y disciplina, será
nuestro fruto. Pero al final del día, aun cuando en teoría sepamos que el Señor ha
estado a nuestro lado para ayudarnos, ni remotamente sospechamos todo lo que
debemos a su gracia. Él es quien alivia el peso del trabajo y finalmente ofrecerá
“descanso” a su novia; pero, mientras tanto, el trabajo en el campo es lo que va
convirtiendo a la extranjera en una esposa digna.
Así pues, el capítulo 2 “responde” al capítulo 1 en dos niveles distintos. Por un lado,
el trabajo de Rut es la consecuencia y confirmación de su compromiso con Noemí:
cuando ella dice que irá con ella hasta el fin (1:16–17), asume una responsabilidad hacia
Noemí que es mucho más que palabras; se transforma en acción en el capítulo 2. Pero,
por otro lado, su compromiso es con el Dios de Israel; y ese Dios no es deudor de nadie.
Por tanto, como Booz bien explica a Rut, el día cuando Rut se comprometió con Yahvé,
Yahvé se comprometió con ella y ahora la abriga bajo sus alas (2:12). El capítulo 2 es la
historia de cómo Dios proveyó para Rut, y su providencia le llegó principalmente a
través de un nuevo personaje, un desconocido que en la soberanía divina entró en el
escenario en el momento oportuno.
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ESCENA TERCERA
Encuentro en la era
Rut 3:1–18

Después su suegra Noemí le dijo… (3:1)


La situación de las dos mujeres al final del capítulo 2 no es tan desesperada como al
final del 1. Ya tienen comida, amistad y esperanza. Pero aún no tienen solución
definitiva a su situación.
Los días, semanas y aun meses han ido pasando, y, después de la euforia inicial de la
bondad de Booz y la esperanza de redención, no ha ocurrido nada. Noemí piensa que ya
es hora de actuar. Si el capítulo 2 comenzó con una iniciativa de Rut, la nueva escena
del capítulo 3 empieza con una iniciativa de Noemí. Por otra parte, como ya hemos
visto, el capítulo 3 sigue la misma forma estructural que el 2: abre y concluye en la casa,
con conversaciones entre Rut y Noemí, y en medio está la escena principal que
transcurre fuera de la ciudad, esta vez en la era.
Hija mía, ¿no he de buscar seguridad para ti, para que te vaya bien? (3:1)
Nuevamente, como en 1:9, la palabra traducida como “seguridad” es más
exactamente “descanso”. Si, pues, la iniciativa de Rut al buscar el bienestar de Noemí
(capítulo 2) tenía que ver con el trabajo, la de Noemí en busca del bienestar de Rut
trata del descanso.
Aquí tenemos una primera gran diferencia de ambiente entre los capítulos 2 y 3: la
acción del 2 sucede bajo el sol del día, mientras que la del 3 transcurre de noche, a la
luz de la luna; el día es para el trabajo, mientras que la noche es para el descanso.
Ya hemos dicho que, según las normas sociales de aquel entonces, Noemí era la
cabeza de esta pequeña familia, que ahora se compone solo de dos miembros. Rut, por
ser la mujer más activa, tiene la responsabilidad de trabajar para mantener a la familia;
sin embargo, Noemí es la que siente sobre sí el peso de proveer para el futuro. Ella
asume, pues, la responsabilidad de buscar marido y hogar para Rut.
Ahora entendemos que las palabras desalentadoras de Noemí en el 1:11–13 (¿Por
qué queréis ir conmigo? ¿Acaso tengo aún hijos en mis entrañas para que sean vuestros
maridos?) no eran tanto la afirmación de que ella no podía intentar encontrar marido
para Rut y Orfa, como el aviso de que no podía garantizar el éxito de su búsqueda. Booz
indicará más adelante que Rut no tendría ninguna dificultad en encontrar marido
(3:10). Por tanto, a pesar de lo que ha dicho en el capítulo 1, Noemí ahora asume la

78
responsabilidad de buscárselo.
¡Asumir responsabilidades! Este es uno de los temas fundamentales del libro. Dios
nos ha colocado a todos en familias, lo que significa grandes privilegios y grandes
responsabilidades. Nuestro Dios es el Dios de las familias (Efesios 3:15) y espera de
nosotros que cumplamos fielmente con nuestra responsabilidad familiar. El verdadero
amor asume responsabilidades concretas y permanentes. Así lo entiende Noemí. Ella
podría haberse preguntado: ¿Qué tengo yo que ver con esta moabita, que se casó
indebidamente con mi hijo? Pero, al contrario, ella sabe que Dios la tiene por
responsable, como cabeza de la familia, para buscar para Rut un hogar estable.
Comprende que es probable que, de aquí a un tiempo, ella misma muera, y entonces,
¿qué será de la pobre extranjera?
Algunos comentaristas piensan que el verdadero significado de las palabras de
Noemí es que ella ya ha empezado a buscar marido para Rut, no que ella está ahora a
punto de asumir esta responsabilidad. Según ellos, el tiempo imperfecto del verbo
hebreo tiene el sentido: ¿No he estado buscando descanso para ti? Esto aclararía
algunas cosas. Es probable (por lo que veremos en el 4:3) que en algún momento
Noemí se hubiera entrevistado con Booz. Esta frase vendría a significar que ella había
estado sondeando su disposición de redimirlas.
La última frase del versículo, “para que te vaya bien”, no es una redundancia, sino
una frase con amplias asociaciones bíblicas, especialmente en torno a la entrada en la
Tierra Prometida (ver, por ejemplo, Deuteronomio 4:40 y 6:3), la cual por cierto es todo
un símbolo de seguridad y descanso. El “descanso” provisto por Dios incluye toda clase
de bienestar. El autor de la Epístola a los Hebreos nos recuerda que el pleno
“cumplimiento” de este tema es nuestra entrada en el reposo de Dios (Hebreos
3:7–4:11).

Ahora pues, ¿no es Booz nuestro pariente, con cuyas criadas estabas? (3:2)
Rut necesita un hogar, pero no un hogar cualquiera. La responsabilidad de Noemí es
buscar para Rut un hogar en el que esté segura y bien cuidada. Enseguida piensa en
Booz. El hecho de que Rut ya haya podido pasar la temporada de cosecha bajo la
protección de Booz, en compañía de sus criadas, es buena señal. Además, él es nuestro
pariente: en el 2:1 fue llamado pariente de Noemí por ser de la familia de Elimelec;
pero, puesto que Rut es la viuda de Mahlón, Booz tiene tanta conexión familiar con ella
como con Noemí. Es hora de que prueben suerte con él.
Las instrucciones que Noemí procede ahora a dar a Rut nos despiertan muchos
interrogantes. No tenemos todas las respuestas. Poco sabemos de las costumbres
sociales de aquel entonces y lo poco que sabemos no arroja mucha luz sobre lo que
sigue. Por tanto, no podemos decir ni en qué lugares ni en qué épocas ni hasta qué
punto era normal lo que Noemí recomienda a su nuera. Desde luego, la situación de las
dos viudas, independientes pero desamparadas, no era nada normal. Suponemos que
lo que aconseja no era costumbre en Moab, porque si lo fuera no habría tenido que
explicárselo a Rut ni detallarle las instrucciones. Los moabitas no tenían ley parecidas, ni
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tampoco tenían un Dios que se ocupara tanto de los desamparados.
En todo caso debemos recordar que este capítulo no versa sobre costumbres
matrimoniales cualesquiera, sino sobre el matrimonio levirático solamente. Más que
una petición de mano presenciaremos una reclamación de derechos. Incluso podemos
decir que ni siquiera se trata de un caso normal de levirato, porque:
• Booz no era hermano de Mahlón ni residía en el mismo lugar que él (ver
Deuteronomio 25:5).
• Ni siquiera era el pariente más cercano, como veremos.
• Y por otra parte, Rut, siendo moabita, podría ser considerada fuera del amparo de la
ley.
Así pues, el caso es anómalo. Pero el procedimiento es obviamente aceptable y
correcto, porque Noemí no duda en aconsejárselo y Booz tampoco se escandaliza ante
él, y los dos son piadosos y justos. Incluso Booz alaba a Rut por lo que hace (3:10). No se
ofende con el método que ella ha empleado, sino que lo interpreta como evidencia de
especial modestia y virtud. Es de suponer que la redención y el matrimonio de Rut no
son derechos legales exigibles, porque entonces Noemí podría haber reclamado justicia
en la puerta de la ciudad (a la manera descrita en Deuteronomio 25:6–9). Se trata más
bien de un derecho moral que la interpretación estricta de la ley no cubría. Es, por
tanto, sobre la misericordia y bondad de Booz que Noemí echará la suerte de su nuera,
porque sabe que es un hombre que, además de seguir la justicia de la letra de la ley,
respira la compasión de su espíritu. Ella reclamará el amparo y la protección hacia los
cuales el espíritu de la ley apunta.
Con todo, es evidente también que Rut corría cierto riesgo al ir a la era. ¿Qué
pasaría si Booz no era un hombre honrado y abusaba de su confianza? ¿Y qué ocurriría
si ella era vista por los vecinos o los trabajadores (3:14)?
Si Noemí empezaba a tener la esperanza de que Booz hiciera de redentor, ¿por qué
correr este riesgo? ¿Por qué no intentar solucionarlo mediante otra entrevista? Quizás
porque dudaba de sus propios dones de persuasión. Quizás porque comprendía que un
gesto simbólico era mil veces más elocuente que muchos discursos. O quizás porque
sospechaba que Booz ya estaba enamorado de Rut y que, por tanto, lo más prudente
no era reclamar derechos, sino dar a Booz la oportunidad de declarar su amor en una
situación íntima entre los dos. Esa misma intimidad era arriesgada, pero ella se podía
fiar de la honorabilidad, virtud y caballerosidad de Booz. Lo cierto es que ella
comprende que no puede exigir nada a Booz. En este caso, el matrimonio de levirato
será, si acaso, una obligación moral más que un deber vinculante.
He aquí, él avienta cebada en la era esta noche (3:2)
Para aventar, no solo es necesario que las espigas estén bien secas, sino, por
supuesto, que haga viento. Las brisas del anochecer son las mejores, pero no soplan
todos los días. Obviamente Noemí ha estado pensando: ¿Cuál será la mejor
oportunidad para poner en marcha nuestro plan? Introducirse en su casa sería una

80
osadía excesiva; a la luz del día, poco se puede hacer; pero esta noche (la frase “esta
noche” por su posición es enfática en hebreo: “esta misma noche”) estará en la era y
hay que aprovechar la ocasión, porque, naturalmente, no suele estar allí excepto los
pocos días del año que avienta el grano.
“Aquel varón” viene a su era para limpiarla y recoger el trigo; “su aventador está en
su mano”. Es el momento en que la novia debe estar preparada…

Lávate, pues, úngete y ponte tu mejor vestido y baja a la era… (3:3)


Y así la novia, Rut, debe prepararse para el encuentro con el novio. Noemí le
aconseja los tres preparativos convencionales en la sociedad hebrea en semejantes
ocasiones: el lavamiento, la unción con perfumes, y la atención en el atuendo.135 La
Septuaginta añade a continuación de “úngete” una frase adicional que posiblemente
refleja una variante antigua del texto hebreo: “y te frotarás con mirra”. La mirra tiene
claras asociaciones nupciales y amorosas en las Escrituras.
Después de los preparativos, Rut debe “bajar” a la era. Este verbo se corresponde
perfectamente con la topografía de Belén. La ciudad se encuentra en la cima de un
monte y los campos sembrados están todos en un nivel inferior. Por eso dirá también
en 4:1 que “Booz subió” de la era a la puerta.
Muchos comentaristas tratan estas palabras de Noemí como si Rut se tuviera que
preparar como cualquier muchacha que sale por primera vez con un hombre. Pero, si se
tratara solo de eso, ¿no nos sobrarían estos detalles? Los podríamos haber supuesto.
¿No es más bien que las abluciones, los perfumes y vestidos de Rut la preparan para
que salga como novia al encuentro de Booz? Aunque sus nupcias no serán las de un
matrimonio normal, sino las de un compromiso levirático, a fin de cuentas unas nupcias
es lo que ella busca. Y sabemos dos cosas acerca de las nupcias hebreas: se solían
celebrar de noche; y se daba mucha importancia al atuendo de la novia:
Su esposa se ha preparado. Y a ella le fue concedido vestirse de lino fino,
resplandeciente y limpio… Una novia ataviada para su esposo (Apocalipsis
19:7–8; 21:2).
… habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de
presentársela a sí mismo… en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada (Efesios 5:26–27).
¡Oh, la más hermosa de las mujeres!… Cuán hermosa eres, amada mía. Cuán
hermosa eres (Cantares 1:8; 4:1).
Desde luego, esta vez, Rut no se encontrará con Booz como una espigadora
cualquiera, aunque seguirá llamándose “tu sierva” (3:9), sino como una mujer que
desea convertirse de criada en esposa redimida. Su ropa demostrará la diferencia. Se
acercará como pariente y su vestido proclamará su necesidad, y el deseo, de redención.
Esto no es ninguna seducción ni mendicidad; esta ropa indicará igualdad, derecho,

81
deber y amor.
En sus preparativos, Rut se alza como prototipo de la Iglesia como novia de Cristo:
• En cuanto al lavamiento, la iglesia es purificada por el lavamiento del agua con la
palabra. Así lo describe Pablo en Efesios 5:26. Y según su epístola a Tito 3:4–5, el
mismo lavamiento nos habla de nuestra limpieza moral mediante una nueva vida en
el Espíritu Santo: Dios… nos salvó… por medio del lavamiento de la regeneración y la
renovación por el Espíritu Santo. El lavamiento nos habla de nuestra necesidad de
limpieza moral. Simbólicamente se celebra en el bautismo (Hechos 22:16).
Esencialmente se debe a que hemos sido rociados en la sangre de Cristo,
justificados por su sacrificio (Apocalipsis 1:5; 7:14; Juan 1:7) y santificados por su
Espíritu (1 Corintios 6:11) mediante la Palabra (Efesios 5:26; Juan 15:3).
• La unción siempre se asocia al Espíritu Santo. La iglesia recibió su unción en
Pentecostés (1 Juan 3:20, 24; 2 Corintios 1:21–22), pero necesita que el mismo
Espíritu siga derramando sobre ella su aceite si va a crecer en poder, santidad y
hermosura (Tito 3:6–7).
• Nuestro vestido es la túnica blanca (Apocalipsis 3:4, 5, 18; 7:9) de la justicia de
Cristo, la única que puede ser llevada a la boda (Mateo 22:11–12), porque toda otra
vestimenta son trapos de inmundicia. Es de Cristo que la Iglesia se viste (Romanos
13:14) y así manifiesta la hermosura de Cristo (Colosenses 3:12).
Así pues, Rut debía quitarse los vestidos de luto de Moab y ponerse nuevos vestidos
que proclamaran su doble condición de israelita y novia. Debía cambiar su ceniza en
gloria, su luto en óleo de gozo, y su espíritu angustiado en manto de alegría (Isaías
61:3). Así también la Iglesia.
… pero no te des a conocer al hombre hasta que haya acabado de comer y beber
(3:3)
El tipo de manto que solían llevar las mujeres hebreas servía (ya que se podía poner
encima de la cabeza) para que Rut se tapara y no se la pudiera reconocer. Una
intervención prematura, quizás hubiese estropeado todo el plan. Además, si Rut
hubiera actuado antes o en medio de la cena, su acción habría sido observada por
todos. Debía esperar.

Y sucederá que cuando él se acueste, notarás el lugar donde se acuesta; irás,


descubrirás sus pies y te acostarás… (3:4)
Los hombres dormían en la era, entre los montones de grano, con el fin de
protegerlo de los ladrones. “Observa bien, dice Noemí, el lugar en el que Booz se
acuesta, porque tendrás que encontrarlo en la oscuridad ¡No te equivoques de hombre!
Después descubrirás sus pies y te acostarás allí, a sus pies”.
Esta es una acción que nos resulta extraña y que no entendemos del todo.
Obviamente (por lo que Rut dice en el 3:9) es una manera simbólica de pedir la

82
protección matrimonial. Su significado parece ser más o menos el siguiente:…
Para los orientales, la ropa no solamente servía para vestirse sino para muchas
costumbres simbólicas también. Veremos otra de ellas en la petición de Rut: Extiende tu
manto sobre tu sierva (3:9), y otra en el capítulo siguiente, cuando el pariente utiliza sus
zapatos para sellar su contrato. El manto era ante todo el símbolo de abrigo y
protección. Al quitarle el manto de los pies a Booz, Rut hará que él sienta el frío de la
noche, con el fin de que pueda entender un poco lo que es estar desabrigado,
desamparado. Quizás nos parezca a nosotros un símbolo rebuscado, pero para los
orientales seguramente no lo era tanto. Rut estará diciendo implícitamente: “Yo tengo
derecho a un abrigo, a la protección que Dios proveyó en la ley; tú eres mi pariente; te
hago pasar un poco de frío para que te des cuenta de la protección que debes darme”.
Por otra parte, la palabra traducida “pies” se corresponde con la Septuaginta y otras
traducciones antiguas. El hebreo emplea un sustantivo que sólo se encuentra en un
lugar más del Antiguo Testamento, concretamente en Daniel 10:6. Allí nuestra versión
también traduce “pies”, pero el emparejamiento con “brazos” exige más bien la
traducción “piernas”. Por otra parte, este sustantivo se vincula etimológicamente con la
palabra normal para “pies”; pero, con frecuencia, esta es empleada en las Escrituras
como eufemismo de las partes pudendas: por ejemplo, en Jueces 3:24 y 1 Samuel 24:3,
donde “haciendo su necesidad” es literalmente “cubriendo sus pies”; en 2 Reyes 18:27,
donde “orina” en hebreo es literalmente “agua de sus pies”; en Ezequiel 16:25, donde
“te entregaste” es literalmente “te abriste de piernas o de pies”; o en Deuteronomio
28:57, que habla literalmente de “la placenta que salga de entre sus pies”. La cuestión
es entonces si en nuestro texto deben entenderse los “pies” o las “piernas” de Booz
como otro eufemismo.
De ser cierta esta interpretación, no debemos sospechar ninguna sombra de
indecoro, ni mucho menos de inmoralidad, en la sugerencia de Noemí. Al contrario,
bien entendido, no puede haber gesto más elocuente ni conmovedor, casi diríamos
sagrado. Con este gesto de desnudar a Booz, Rut le pide, como viuda desamparada, que
él sea su go’el, que “se allegue a ella y la tome para sí como mujer, y cumpla con ella su
deber de cuñado,… para que el nombre [del marido muerto] no sea borrado de Israel”
(Deuteronomio 25:5–6); o sea, ella pide que él (según el lenguaje de Génesis 38:8)
“levante descendencia a su hermano”, Mahlón. Lejos de contravenir la Ley de Dios, lo
que Rut pide está en plena consonancia con ella. Solo que lo pide no con palabras, sino
con un gesto gráfico, poderoso y apropiado.
Enseguida surgen ciertas preguntas que conviene contestar. Algunos pueden pensar
que tal gesto indicaría una clara falta de modestia en Rut, cuando no una disposición
descarada a tener “relaciones prematrimoniales”. A fin de cuentas, para los judíos,
“descubrir la desnudez” de alguien fuera de la relación matrimonial era una
abominación (consideremos, por ejemplo, el caso de Cam y Noé en Génesis 9:22–27).
Tanto era así que esta misma frase llegó a significar “tener relaciones sexuales ilícitas”
(como en Levítico 18). ¿No es impensable que una mujer temerosa de Dios como Noemí
aconseje tal acción?
Nadie duda que la propuesta de Noemí sea una manera de pedirle a Booz que él sea
83
go’el de la familia y levante descendencia a Mahlón. Las implicaciones sexuales están
allí, de una manera u otra. Rut debe ir a la era para “ofrecerse” a Booz, y Noemí deja en
manos de Booz (3:4b) la cuestión de las formas sociales. Obviamente, las dos mujeres
piensan que él podría, si así lo deseara, consumar el matrimonio levirático allí mismo en
la era. Más adelante, veremos que Booz mismo comprende muy bien lo que Rut le está
pidiendo (4:11). Si decide aplazar la unión, no es porque esta sea ilícita en sí, sino
porque sabe que hay otro pariente más cercano. Lo que impide la unión no es la
supuesta inmoralidad de esta, sino los previos derechos del otro pariente. Si, pues,
entendemos que Rut fue a la era dispuesta a consumar una relación sexual con Booz, la
cuestión de qué parte del cuerpo ella tenía que descubrir queda en segundo término.
Los tres protagonistas de la historia, con la evidente aprobación del autor, ven en la
acción de Rut un gesto perfectamente aceptable. De hecho, Booz lo llamará jesed
(3:10), un acto de bondad y misericordia perfectamente consecuente con el pacto
matrimonial y con el pacto de Dios con Israel. La cuestión es: ¿cómo pueden tres
personas de tan alta integridad moral y espiritual dar por aceptables un acto (el
descubrimiento de los “pies”) y una invitación (a consumar el acto sexual) que a
nosotros parecen, como mínimo, indecorosos? La respuesta es fácil: porque nosotros
los estamos contemplando como si fueran actos prematrimoniales, cuando los
protagonistas lo ven como actos leviráticos.
Los problemas surgen cuando intentamos colocar el contenido de este capítulo
dentro del molde del matrimonio actual. La premisa de muchos es que en el capítulo 4
presenciamos la boda de Rut y Booz (¡aun cuando Rut no aparece en el escenario!) y
que, por tanto, todo lo que pasa en la era es una escena de “noviazgo”. Como
consecuencia, intentan alejar del capítulo 3 cualquier asociación sexual, cuando el texto
claramente la tiene. Pero el problema está en la premisa. Ni el capítulo 4 es una escena
de bodas (al menos en el sentido actual), ni el 3 debe asociarse con el noviazgo. Las
palabras de Booz: “He adquirido a Rut la moabita para que sea mi mujer” (4:10), no son
la culminación de una ceremonia nupcial, sino la conclusión de una negociación entre
dos hombres para determinar cuál de ellos cumplirá con las obligaciones leviráticas de
la familia de Elimelec. En tal situación no había “boda”.
Según la ley del levirato, el acto sexual en sí establecía la nueva relación
matrimonial. Notemos bien el orden establecido en Deuteronomio 25:5: “El cuñado se
allegará a ella y la tomará para sí como mujer”. Es el mismo orden que vemos en el caso
del matrimonio levirático de Tamar: “Judá dijo a Onán: Llégate a la mujer de tu
hermano, y cumple con ella tu deber como cuñado, y levanta descendencia a tu
hermano” (Génesis 38:8). En ambos casos, el orden establecido es: primero el acto
sexual y segundo, como consecuencia, el compromiso matrimonial. En esto, el orden
establecido por la ley es el contrario del orden en el matrimonio normal. Las normas en
torno al matrimonio normal procuraban regular las cosas de tal manera que nunca
pudiera haber relaciones sexuales sin un previo compromiso social. Los judíos, pues,
entendían muy claramente que primero había de establecerse el contrato legal y
público por el cual el marido se comprometía a cuidar a su esposa, y solo después podía
haber relaciones sexuales. Pero en el matrimonio levirático ocurría al revés. Allí, el
84
peligro estribaba en que un pariente, aun dispuesto a dar abrigo a la viuda, sin embargo
no quisiera levantar descendencia a su hermano. El que este fuera un peligro real, se ve
en las reacciones de “Fulano” en Rut 4 y de Onán en Génesis 38:9. En ambos casos, lo
que rehúyen es precisamente el “levantar descendencia”, el acto sexual. Aquí, pues, el
énfasis de la ley debe cambiar, y lo que establece es que no puede haber matrimonio
levirático sin el acto matrimonial. Por tanto, pensar que Rut estaba “poniendo el carro
delante del caballo” al proponer el acto sexual antes de realizarse la boda, es no haber
entendido la naturaleza del levirato.
Por las mismas razones debemos quitar de en medio cualquier sugerencia de que el
capítulo 3 pretende ser un modelo de comportamiento en el noviazgo. Ni debemos
escandalizarnos pensando que Noemí está incitando a Rut a un procedimiento impropio
de una persona no casada, ni mucho menos debemos utilizar su ejemplo para justificar
las relaciones prematrimoniales. El capítulo 3 no pretende ser otra cosa que lo que es:
la historia de una relación levirática que se frustra por la existencia de otro pariente
más cercano, pero que de otra manera podría haberse consumado sin ninguna
impropiedad. No se trata de unas posibles relaciones sexuales entre personas no
casadas, porque el compromiso matrimonial entre el go’el y la viuda ya era inherente
en las primeras nupcias con Mahlón. No hacía falta una boda previa, porque el levirato
no era algo que la ley permitía solo si era regulado por determinados compromisos
públicos, sino algo que la ley exigía de todas maneras. La ejemplaridad de los
protagonistas debemos buscarla en sus actitudes generosas y fieles, pero no en las
formas de su compromiso matrimonial, que solo se corresponden con el levirato.
Volvamos, pues, a nuestro texto. No está del todo claro qué parte del cuerpo de
Booz Rut había de “descubrir”. Pero, en todo caso, su acción era elocuente, entrañable,
delicada y hermosa, plenamente respaldada por la sagrada ley de Dios. Como
consecuencia, tampoco sabemos si Rut había de acostarse a los pies de Booz o a su
lado. Nos inclinamos a favor de lo segundo. Hay claras reminiscencias aquí de la historia
de Adán y Eva. También esta parece una postura más digna de una mujer que, si bien
sigue reconociéndose una sierva (3:9), desea anunciar sus derechos de esposa.
… entonces él te dirá lo que debes hacer (3:4)
Estas palabras demuestran de por sí que Noemí sabe que Booz no encontrará fuera
de lugar el procedimiento de Rut, sino que lo considerará aceptable y reaccionará según
mejor le parezca. Presumiblemente habrá dos opciones: si Booz acepta ser go’el,
consumará la relación levirática; si no lo acepta, enviará a Rut a casa. Noemí no ha
previsto la existencia de otro pariente más cercano.

Y ella le respondió: Todo lo que me dices, haré (3:5)


Este versículo y el siguiente apenas necesitan comentario. Rut sencillamente
promete hacer lo que Noemí le dice, y luego lo hace. Su obediencia se manifiesta tanto
en sus palabras como en sus acciones. Evidentemente, ella comprende que el plan de

85
su suegra encaja perfectamente en las costumbres del país y que de ningún modo
denota una falta de modestia. Respeta el conocimiento, la sensibilidad y la discreción
de su suegra. Con todo, sus palabras son una afirmación de fe. El plan de Noemí no está
exento de riesgos y malentendidos.
Estas palabras, “Todo lo que me dices, haré”, encuentran su contrapartida en las de
Booz en el versículo 11: “Haré por ti todo lo que pidas”. Así el autor, siguiendo su
costumbre, subraya por medio de un paralelismo de lenguaje el hecho de que la
obediencia de Rut produce la redención de Booz.

Descendió, pues, a la era, e hizo todo lo que su suegra le había mandado (3:6)
¿Con qué espíritu, con qué temores, con qué dudas habrá seguido estas
instrucciones? A fin de cuentas, irse sola a un descampado y acostarse al lado de un
hombre por la noche y en un país extranjero es motivo de aprensión. Según sabemos
por documentos de la época, la cosecha era la época de embriaguez e inmoralidad. No
todos los trabajadores serían caballeros como Booz.
Rut va por fe. Deposita su confianza en la sabiduría del consejo de Noemí y en la
integridad y nobleza de Booz; pero también, sin duda, en la providencia de Dios, que ha
ordenado sus pasos hasta este momento.

Cuando Booz hubo comido y bebido, y su corazón estaba contento, fue a acostarse
al pie del montón de grano… (3:7)
Podemos suponer que el sopor inducido por el vino produce en Booz un especial
buen humor y también un profundo sueño, de manera que, cuando Rut le quita
posteriormente el manto, no se despierta enseguida, sino que sigue dormido durante
un tiempo.
El lugar elegido por Booz para su descanso es, literalmente, “la esquina del
montón”. Seguramente es al pie de un extremo del montón de grano trillado donde
Booz se acuesta, apartado de los criados que duermen delante del montón. Por eso,
cuando más adelante Booz conversa con Rut, lo hace a sabiendas de que nadie los
escucha.
… Y ella vino calladamente, descubrió sus pies y se acostó (3:7)
En ningún momento nos revela el autor los sentimientos, temores o dudas de Rut.
Pero la sola palabra descriptiva (calladamente) nos hace imaginar la tensión y los
nervios de aquel momento. Curiosamente, es la misma palabra empleada, ¡en
circunstancias bien diferentes!, cuando Jael se acerca a Sísara para clavarle la estaca
(Jueces 4:21) y cuando David corta la orilla del manto de Saúl (1 Samuel 24:4). Es de
notar que en cada caso se trata de un hombre dormido.
Rut sigue al pie de la letra las instrucciones de Noemí: descubrió los “pies” de Booz y
se acostó a su lado. Ya ha cumplido su parte: ahora debe esperar a que Booz cumpla la
suya.
86
Y sucedió que a medianoche el hombre se asustó, se volvió… (3:8)
¡Y sucedió que…! Booz podría haber dormido profundamente toda la noche sin
despertar. ¿Entonces qué habría sido de los planes de Rut y Noemí? Imaginamos que,
para Rut, el tiempo habrá pasado lentamente. Su suerte está en juego. ¿Qué me dirá
cuando se despierte? ¿Me recogerá o me rechazará? ¿Y qué si no se despierta y todo
acaba en un miserable anticlímax? Seguramente, en algún momento de la espera habrá
tenido ganas de huir, de volver a la seguridad conocida de la casa de Noemí: ¿Qué estoy
haciendo aquí? ¡Es ridículo!
Pero algo hizo que Booz despertara. Sucedió que… Dios no iba a permitir que
permaneciera dormido toda la noche. Algo, quizás un movimiento de Rut, quizás el
inesperado frío, lo hizo despertar, sentir miedo y darse la vuelta.
“Se volvió” traduce otra palabra hebrea que ofrece ciertas dificultades de
interpretación. Aunque nuestra traducción ofrece una solución posible, otra, quizás más
interesante, propone que significa “palpar o buscar a tientas”. En este caso, Booz,
buscando a tientas en la oscuridad para ver donde está el manto, encuentra a Rut.
Notemos bien el nuevo uso de la frase “el hombre” (cf. 2:20). Por alguna razón, el
autor, quien hasta aquí ha empleado los nombres propios de los personajes, ahora
utiliza sustantivos genéricos: “una mujer estaba acostada” (3:8); “ha venido mujer”
(3:14); “lo que el hombre había hecho” (3:16); “el hombre no descansará” (3:18). A
partir del capítulo 4 vuelven los nombres propios. ¿Por qué es así? En parte porque es
apropiado en una escena que transcurre en las tinieblas y se caracteriza por el deseo de
esconder la identidad (3:3, 9, 14). Pero en parte también porque, así, Rut y Booz se
convierten en figuras casi arquetípicas. En la oscuridad de la noche, “el hombre” se
encuentra con “la mujer” acostada a su lado, y se compromete a redimirla. Al ser así, las
asociaciones bíblicas son inmediatas. Enseguida la escena de la creación de Eva viene a
la memoria: el hombre bajo los efectos de un profundo sueño; el despertar y el
encuentro con la mujer. Y, acto seguido, pensamos en el postrer Adán y su eventual
encuentro con su esposa en el día final.
… y he aquí que una mujer estaba acostada a sus pies (3:8)
Después del “sucedió que…”, el “he aquí” (cf. 2:3–4). Después de la coincidencia
divina, la revelación divina. Si el “he aquí” del capítulo 2 introduce la presencia de Booz
en el campo, el del 3 introduce a Rut en la era.

Y él dijo: ¿Quién eres? Y ella respondió: Soy Rut, tu sierva (3:9)


“¿Quién eres?” ¡De nuevo el tema de la identidad! Será recogido también en la
pregunta de Noemí en el versículo 16.
Rut se define, según su costumbre, como la sierva de Booz. Desde que vino de
Moab, ella no ha tenido otro amo. Ahora, sin embargo, está pidiendo con su gesto el
derecho a ser mucho más que una sierva.
87
Extiende, pues, tu manto sobre tu sierva, por cuanto eres pariente cercano (3:9)
En otras palabras: “Protégeme. De la misma manera que tú necesitas el abrigo del
manto contra el frío de la noche, yo necesito el abrigo de un hogar. Pido, pues, tu
protección. Tú me puedes redimir. Redímeme, pues, conforme a la ley de Dios.” O,
como sencillamente traduce (¡o mejor, interpreta!) una versión moderna de la Biblia:
“¡Por favor, cásate conmigo!”148 Desde luego, aunque nos cueste entender todos los
matices del lenguaje y simbolismo de estos versículos, queda claro que Rut está
pidiendo a Booz que él tome la iniciativa de redimirla.
Para ello, Rut vuelve a dos de las ideas fundamentales del capítulo 2. En primer
lugar retorna a las mismas palabras de bendición de Booz: Tu remuneración sea
completa de parte del Señor, Dios de Israel, bajo cuyas alas has venido a refugiarte
(2:12); porque, en hebreo, el borde del manto es literalmente un “ala”. Extiende, pues,
tus alas sobre mí, dice Rut. O sea: “Si me dijiste hace un par de meses que Dios sería mi
protector, ahora te pido que tú seas el cumplimiento de tu propia promesa. Antes,
empleaste una hermosa metáfora para describir la protección de Dios al hablar del
refugio de sus alas; ahora, emplea un hermoso gesto simbólico: Cúbreme con las alas de
tu manto para demostrar que tú eres mi protector”.150
Por otra parte, la frase “cubrir con el ala” tiene claras connotaciones maritales en el
hebreo bíblico. Esto se ve en varios textos, como por ejemplo: “Maldito el que se
acueste con la mujer de su padre, porque ha descubierto la vestidura [literalmente, el
ala] de su padre” (Deuteronomio 27:20); “Entonces pasé junto a ti y te vi, y he aquí, tu
tiempo era tiempo de amores; extendí mi manto [literalmente, mi ala] sobre ti, y cubrí
tu desnudez” (Ezequiel 16:8). Con una sola frase, pues, Rut está pidiendo protección,
redención y matrimonio.
En segundo lugar, ella recuerda a Booz que él es un go’el, un pariente redentor. Esta
es la causa de su atrevimiento. No se ha acostado a sus pies por querer abusar de la
generosidad previa de Booz, sino porque hay una obligación moral sobre Booz.
Pero notemos que ella no dice: “Tú eres el redentor”, ni “mi redentor”, como si
Booz tuviera la obligación legal de redimirla por ser el pariente más cercano, sino: “Tú
eres un redentor”, o sea, uno de los varios familiares que podrían efectuar la redención
(cf. 2:20). Probablemente, entonces, Noemí no sabía cual era el orden de precedencia
en los derechos leviráticos de los distintos parientes, pero ha decidido dejar el asunto
en manos de Booz. Él lo sabrá y se ocupará del matrimonio de Rut, ya sea con él mismo
o con otro.
Rut pide a Booz, pues, que cumpla con dos cosas: con sus propias palabras acerca
de la providencia divina; y con su obligación moral como redentor.
De la misma manera que las palabras de compromiso de Rut, Tu pueblo será mi
pueblo, y tu Dios mi Dios, fueron el clímax del capítulo 1, y la bendición de Booz que
acabamos de citar era el centro del capítulo 2, estas de Rut son el meollo del 3. Además,
los tres discursos marcan la trayectoria de la estructura literaria y del desarrollo
espiritual del libro. En el capítulo 1, Rut se compromete con Dios; en el 2, Booz le

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explica que, debido a su compromiso, Dios será su protector; y ahora, en el 3, Rut le
pide a Booz que él mismo sea el medio empleado por Dios para concederle su
protección. Esta trayectoria llegará a su culminación en el capítulo 4, cuando Booz logra
llevar a cabo la redención y así asegura la protección y el “descanso” de Rut y Noemí.

Entonces él dijo: Bendita seas del Señor, hija mía (3:10)


Las primeras palabras de la respuesta de Booz son de alabanza y bendición. Y
seguramente son las palabras que Rut más necesita escuchar para tranquilizarse.
Porque un hombre que de inmediato sitúa cualquier circunstancia bajo la mano de
Dios, no es un hombre que vaya a abusar de ella en la situación delicada y
comprometedora en la que se encuentra.
Varias veces en este libro, el sentirse objeto de la bondad provoca una bendición (cf.
2:4, 12, 20). Es como si, para esta gente piadosa, las acciones siempre se llevaran a cabo
en la presencia divina y, por tanto, la presencia de Dios marcara y encauzara las
reacciones. Las bendiciones del libro de Rut son una bendición en sí. Son exclamaciones
espontáneas que revelan la disposición del corazón de los protagonistas. Ya hemos
dicho que, en su acción primaria, el libro de Rut no nos presenta grandes
acontecimientos políticos, sino que nos muestra más bien cómo funciona la piedad en
la vida cotidiana. Una de las maneras en las que debe manifestarse tal piedad es que,
cuando se presentan nuevas circunstancias, ya sean buenas o malas, provoquen la
reacción de mirar al Señor y presentárselas para su bendición, ayuda o corrección.
Dios no es deudor de nadie. Aquel que es fiel en lo poco descubrirá que Dios le
recompensará cien veces más de lo esperado. Esta es otra de las lecciones del libro,
sintetizada en esta frase de Booz.

Has hecho tu última bondad mejor que la primera… (3:10)


Lejos de considerar la acción de Rut un atrevimiento, Booz la ve como un acto de
generosidad y bondad.
¿Pero cuáles son la “primera bondad” y la “última” a las que él se refiere? Algunos
suponen que la primera es la deferencia que Rut ha mostrado hacia Noemí y que Booz
mismo ha alabado en el capítulo 2:11–12. Pero una lectura llana del texto da la
impresión de que Booz está hablando de dos “bondades” que Rut ha manifestado hacia
él mismo: “Gracias, porque lo que ahora haces conmigo es mejor aún que lo que hacías
conmigo antes”. Si es así, debemos suponer que Booz se refiere a que Rut espigaba en
sus campos y no buscaba trabajo en los campos ajenos.
Hay cierto tipo de personas, de por sí tan bondadosas que, cuando te hacen un
favor, después te dan las gracias por habérselo aceptado. Te invitan a comer y todo el
tiempo te están diciendo: “Muchísimas gracias por haber venido”; y lo dicen muy
sinceramente. Así era Booz. Rut viene a pedirle un favor que otros considerarían
inmenso: ofrecerle protección y hogar, casarse con ella. Pero Booz solo ve la
generosidad y bondad de Rut al pedírselo.
89
En cuanto a “la última bondad”, algunos suponen que es el hecho de que Rut
cumpla fielmente su parte en el levirato, estando dispuesta a concebir hijos para
Mahlón y así restaurar el nombre de Elimelec. Pero, según las palabras de Booz mismo,
parece ser más bien la disposición de Rut de preferirlo a él antes que a los jóvenes.
Tiene que haber habido en el comportamiento de Rut, además del gesto simbólico, algo
que demostrara a Booz, sin lugar a dudas, su amor y deseo de matrimonio. Él se siente
abrumado por esta expresión de su amor.
… al no ir en pos de los jóvenes, ya sean pobres o ricos (3:10)
En su respuesta, Booz nos sugiere uno de los motivos por los que no ha asumido sus
responsabilidades de redentor. En el capítulo 2, se nos ha presentado como persona
muy consciente de sus responsabilidades y muy generosa y alerta en el cumplimiento
de ellas. ¿Por qué, pues, ha tardado tanto en actuar en este caso? La razón más clara
(3:12) es que hay otro pariente que tiene derecho como redentor. Pero, por sus
palabras aquí, deducimos que había habido otro motivo más íntimo. Es como si dijera:
“Ni siquiera me atrevería a pensar en ti como mi esposa, porque yo ya soy viejo y tú
eres una mujer joven y hermosa”. Incluso, esta frase indica que Rut era físicamente tan
atractiva que podría haber esperado ganar el corazón de alguno de los jóvenes ricos del
pueblo, siendo ella pobre.
El Targum interpreta esta frase en el sentido de que Rut podría haberse ganado la
vida mediante la prostitución: “No has andado detrás de los muchachos para fornicar
con ellos…” La idea no puede ser más desafortunada, porque desentona
completamente con todo lo que sabemos de la delicadeza y discreción de Booz. Aunque
la frase “ir en busca de los jóvenes” puede tener este matiz (cf. Proverbios 7:22), en este
contexto es mucho más probable que signifique que Booz sabe que Rut ha recibido la
atención de varios jóvenes y que ella no la ha “seguido”. En el capítulo 1, Rut abandonó
Moab con el fin de aferrarse a Noemí; ahora renuncia a los jóvenes para aferrarse a
Booz.
¡Qué hermosa es esta escena! Rut se ha acercado a Booz temiendo que él la
rechace. Ahora descubre que Booz no le ha dicho nada a ella por temor de que su vejez
fuera obstáculo para que ella lo aceptara a él.

Ahora, hija mía, no temas. Haré por ti todo lo que me pidas… (3:11)
Las palabras de Booz en esta última frase son idénticas (en hebreo) a las de Rut en
el versículo 5, con la sola adición de “por ti”. Nuevamente, Booz habla al corazón de su
sierva (2:13) para consolarla. Entiende las emociones que le han invadido. Otra de las
características que podemos destacar en Booz es que en todo momento era un hombre
de tacto, cortesía, compasión y comprensión. Estas son virtudes que hoy en día no son
populares (¡ser caballero es ser anticuado!), pero no debemos olvidarnos de que, en su
trato con las mujeres, nuestro Señor Jesucristo fue siempre un caballero, y espera que
sus seguidores también lo sean.

90
¡No temas! Dos son los posibles motivos de temor en Rut. En primer lugar, el temor
al fracaso del proyecto de Noemí. Pero Booz la tranquiliza con respecto a este temor
prometiendo cumplir con su petición,… siempre que las circunstancias se lo permitan
(3:12). Al menos le demuestra que su disposición es positiva y que no ha tomado a mal
su visita nocturna.
Pero, en segundo lugar, Rut podría temer por su reputación. ¿Qué dirían los del
pueblo si supieran lo que ha hecho? ¿Y qué piensa de ella el mismo Booz?
… pues todo mi pueblo en la ciudad sabe que eres una mujer virtuosa (3:11)
Booz la tranquiliza. No habrá malentendido de ningún tipo. No solo tienes buena
reputación ante mí, sino también ante todo el pueblo. La modestia y bondad de Rut han
hecho impacto en el pueblo. Evidentemente, el mayordomo no ha sido el único que ha
hablado bien de Rut a Booz. La gente esperaba encontrar en ella a una moabita frívola y
peligrosa, pero han descubierto una creyente virtuosa.
La palabra traducida como “ciudad” es literalmente “puerta” (cf. 4:10). El lugar de
asamblea de los pueblos era el espacio delante de la puerta principal (o de la puerta
única si se trataba de un pueblo pequeño). Allí se celebraban los mercados y se reunían
los ancianos del pueblo en tribunal. Allí se paraba la gente para charlar y llevar a cabo
transacciones y negocios. Con lo que dice, Booz indica que Rut ha sido tema de
conversación en la puerta y que la opinión del pueblo es unánimemente favorable.
Quizás también Booz esté pensado en el procedimiento legal que al amanecer
tendrá que poner en marcha para redimir a Rut. Entonces tendrá que ir a la puerta del
pueblo para verse con el otro pariente (cf. 4:1, 11). Rut será el centro de la transacción;
todos estarán hablando de ella; y Booz quiere tranquilizarla indicando que no necesita
temer el chismorreo, porque todo el mundo conoce su fidelidad a Noemí.
Pero hay más aquí. Al llamarla “mujer virtuosa”, Booz emplea una frase parecida a la
que el autor ha utilizado para presentar a Booz: “un hombre de mucha riqueza” (cf. el
comentario de 2:1). Todo el mundo sabe que Rut es una mujer de valía, una mujer fuera
de lo común que destaca por sus cualidades. Es la misma frase empleada para la “mujer
virtuosa” de Proverbios 31:10–31, texto que nos ofrece, por cierto, un excelente
comentario sobre lo que Booz tenía en mente al emplearla.
Lo importante en la vida no es la posición que llegamos a ocupar en la sociedad; no
es el prestigio de cierto estamento social; sino las cualidades de carácter, las virtudes,
que logramos adquirir. Pedro exhorta a la mujer a que no se preocupe tanto por la
hermosura física como por la hermosura de carácter: el adorno incorruptible de un
espíritu tierno y sereno (1 Pedro 3:4). Eso es lo que Booz y todo el pueblo habían
descubierto en Rut.

Ahora bien, es verdad que soy pariente cercano, pero hay un pariente más cercano
que yo (3:12)
Nuestra historia podría haber acabado un par de versículos después del versículo

91
11: Rut pide la protección matrimonial de Booz; Booz se la concede; se casan ¡y ya está!
Pero ahora el autor nos revela otra sorpresa, esta vez desagradable. La redención no es
así de sencilla. Es cierto que Booz es pariente cercano (go’el), pero también lo es que
hay otro pariente más cercano, con mayores derechos sobre Rut y Noemí. Para que la
redención pueda cumplirse, Booz tendrá primero que solucionar la cuestión del “otro
pariente”.
Es una cuestión especialmente delicada porque, como veremos en el capítulo 4, se
trata de una propiedad además del matrimonio con Rut. Seguramente, Booz entiende
que el otro pariente no tendrá un especial interés en casarse con Rut (hasta el
momento no ha tomado ninguna iniciativa en este sentido), pero cuando sepa que hay
una propiedad de por medio, quizá su actitud cambie.

Quédate esta noche, y cuando venga la mañana, si él quiere redimirte, bien, que te
redima. Pero si no quiere redimirte, entonces yo te redimiré, vive el Señor (3:13)
Además de ser un hombre generoso, Booz es un hombre respetuoso de la ley y de
los contratos sociales, que cree en el buen orden y cumplimiento de los deberes
familiares. Según las costumbres de entonces, era el pariente más cercano el que tenía
primera opción de redimir a la viuda.
La primera impresión que recibimos es de cierta frialdad en Booz: ¡nos habría
gustado que declarara con mayor energía su intención de ganar a Rut, a pesar del otro
pariente! Pero su actuación posterior, la sabiduría con que trata al pariente, y el
cuidado que tiene de Rut nos muestran la firmeza de sus intenciones. Además, el “vive
el Señor” con el que acaba su declaración no solo es un juramento solemne para
ratificar su sinceridad, sino la demostración de que él cree que todo está en manos del
Señor y que Yahvé actuará para cumplir sus deseos, si estos están bien fundados.
Booz pondrá al otro pariente en un aprieto con el fin de ganar a Rut. Pero, ya sea él
mismo o el otro quien redime a Rut, en cualquiera de los dos casos, Rut será redimida;
tendrá descanso. En cualquiera de los dos casos, pues, Booz velará por su bienestar.
Mientras tanto, él la invita a pasar el resto de la noche a su lado. Nuevamente
vemos su tacto. Enviarla inmediatamente a casa podría parecerle un rechazo. Recibirla
como esposa allí mismo atentaría contra el orden social, al existir el pariente más
cercano. Tenerla a su lado se corresponde con la justa medida de sus promesas e
intenciones.
Acuéstate hasta la mañana (3:13)
La doble insistencia de Booz (al principio y al final del versículo 13) de que Rut se
quede con él hasta la mañana demuestra que la petición de Rut está muy lejos de ser
descuidada. Al contrario, si por Booz fuera, si no hubiera otro impedimento, su deseo
sería que Rut se quedara con él para siempre.
Seguramente, la exhortación a que descanse dice mucho también acerca de las
emociones y tensiones que Rut experimenta. Acuéstate, le dice Booz, procura dormir;

92
conozco tus aprensiones; sé que te encuentras en una situación delicada; pero yo estoy
aquí para velar por tu bien y cuidar tu reputación; no te preocupes, pues, por nada, sino
descansa.

Y ella se acostó a sus pies hasta la mañana, y se levantó antes que una persona
pudiera reconocer a otra; y él dijo: Que no se sepa que ha venido mujer a la era (3:14)
Booz es bueno y generoso, pero no es ingenuo. Sabe perfectamente que, si sus
obreros ven que una mujer se retira de su lado por la mañana, habrá malas
interpretaciones, y más aún si el asunto no sale como él quiere y Rut ha de casarse con
el otro pariente. Al decir: Que no se sepa que ha venido mujer a la era, él no pretende
esconder hipócritamente la verdad, sino cuidar el buen nombre de Rut.
Hoy en día solemos restar importancia a la buena reputación y al “qué dirán” de la
gente. Es bien cierto que la opinión pública no debe ser el factor principal que
determine nuestra actuación; pero también es cierto que vivimos en una sociedad
caída, la gente es frecuentemente mal pensada, y debemos procurar no solo vivir
honradamente, sino también tener reputación de personas honradas. La hipocresía y el
engaño, en este caso, habrían consistido en que Booz dejara creer a los criados que él y
Rut habían pasado los límites de la decencia. Si podemos evitar malentendidos,
debemos hacerlo. Nuestra actuación puede ser noble, pero traeremos deshonra a Dios
y a otros si no se ve como noble. Si no estamos dispuestos a cuidar nuestra propia
reputación, al menos protejamos la reputación de otras personas.
Por tanto, cuando todavía no se pueden distinguir los rostros, pero sí había
suficiente luz como para volver al pueblo, Rut se levanta a instancias de Booz para
volver a su casa. El verbo “reconocer” es el mismo que el autor ha empleado en 2:10,
19.

Dijo además: Dame el manto que tienes puesto y sujétalo. Y ella lo sujetó, y él
midió seis medidas de cebada y se las puso encima (3:15)
Como primicias de sus buenas intenciones para con Rut, Booz le da este hermoso
regalo, como si quisiera demostrarle que, a partir de este momento, en lo que a él se
refiere, desea proveer para sus necesidades.
Lo curioso es que el texto no nos dice de qué cantidad eran estas seis medidas.
Suponemos que los primeros lectores del texto sí lo sabrían, pero nosotros solo
sabemos que se trataba de una cantidad muy considerable. Tampoco la palabra
traducida como “manto” nos ayuda a determinar las medidas, porque su significado no
es seguro. Pero el hecho de que Booz tuviera que “ponerlas encima” de Rut,157 sugiere
que ella sola no las habría levantado.
Lo cierto es, sin embargo, que lo que más interesa no es la cantidad, sino el número.
Algunos han pensado que, a través de las seis medidas, Booz quería comunicar algo a
Noemí. Seis es el número de los días de trabajo antes del día de reposo; después de seis
años de servidumbre, llega el año de la liberación. La redención de Rut aún no ha
93
llegado a su conclusión, pero con el número seis es como si Booz quisiera indicar que el
reposo está a la puerta y pronto acabará el período del trabajo. Quizás sea por esto por
lo que Noemí puede decir con tanta confianza: El hombre no descansará hasta que lo
haya arreglado hoy (3:18).
Si bien lo que Rut llevó a Noemí al final del capítulo 2 era, al menos en parte, su
legítima ganancia, lo que ahora le lleva es un regalo. El servicio en el campo del Señor
merece su recompensa; pero la redención siempre es de pura gracia, un don de Dios.
Entonces ella entró en la ciudad (3:15)
Aquí nuestra versión sigue una variante de los manuscritos hebreos. Otra, seguida
por la Septuaginta, hace de Booz el sujeto del verbo y emplea una forma femenina al
principio del versículo siguiente: “Entonces él entró en la ciudad. Cuando ella llegó a
donde estaba su suegra…” La evidencia a favor de cada versión es tan equilibrada que
resulta muy difícil saber cuál de las dos es preferible.

Cuando llegó a donde estaba su suegra, esta dijo: ¿Cómo te fue, hija mía? Y le
contó todo lo que el hombre había hecho por ella (3:16)
Podemos imaginar que la tensión de la larga noche de espera y los sentimientos de
ansiedad habrán sido tan fuertes en Noemí como en Rut. Nada más entrar Rut en la
casa, Noemí quiere saber lo que ha pasado.
De hecho, la pregunta de Noemí se puede traducir: “¿Quién eres, hija mía?” Pero
(en contraste con la misma pregunta en 3:9) no es una pregunta de identificación, sino
de posición social. Es decir, Noemí quiere saber cuál es el status de Rut: ¿Sigue siendo el
mismo que cuando salió de casa? ¿Es ella la desposada de Booz o continúa siendo la
viuda de Mahlón?

Y dijo: Me dio estas seis medidas de cebada, pues dijo: “No vayas a tu suegra con
las manos vacías” (3:17)
Booz no quiere que Noemí esté con las manos vacías. Enseguida recordamos la
misma frase al final del capítulo 1: El Señor me ha hecho volver con las manos vacías
(1:21). El autor nos invita a reflexionar sobre cómo van progresando las fortunas de las
mujeres: se encontraban sin nada al término del capítulo 1; estuvieron con lo que Rut
había espigado al final del capítulo 2; y ahora, con este hermoso regalo de Booz, tienen
en sus manos al acabar el 3 las primicias de la provisión de Booz en el futuro.

Entonces Noemí dijo: Espera, hija mía, hasta que sepas cómo se resolverá el
asunto… (3:18)
Espera (literalmente, siéntate), hija mía. Estate tranquila. Sin duda si la iniciativa de
la primera parte del capítulo provocó nervios y temores en Rut, la espera al final no
habrá sido menos tensa. El capítulo termina, como los anteriores, con un período de
94
espera.
En su manera habitual, tendente a la espiritualización, el Targum añade al texto:
“Espera, hija mía, hasta que sepas cómo está decretado desde el cielo y cómo se
resolverá el asunto”. Pero quizás en este caso los rabinos tenían cierta razón. Para los
judíos, los asuntos no “se resolvían” a sí mismos de una manera impersonal, al azar y al
margen de la voluntad de Dios. El verbo empleado aquí, como el “sucedió que” que
hemos visto en varios ocasiones, puede ser una invitación discreta de parte del autor a
ver la providencia divina en lo que está a punto de ocurrir.
La agencia divina se hace explícita en esta primera parte del versículo, en contraste
con la agencia de Booz en la segunda parte, la cual sirve como su contrapartida.
… porque el hombre no descansará hasta que lo haya arreglado hoy (3:18)
Noemí ha vivido lo suficiente como para poder discernir el carácter de las personas.
Si Booz no ha actuado antes, es porque había buenas causas. Pero, ahora, ella está
convencida de que no descansará ni desmayará hasta que establezca la justicia de la
causa de Rut (cf. Isaías 42:4). Es un hombre que acabará lo que ha comenzado (cf.
Filipenses 1:6).
El capítulo termina, pues, con unas palabras que anticipan que el “asunto” concluirá
pronto. Estamos llegando a la resolución de la historia y sus dilemas.

Resumen de la escena tercera, Rut 3:1–18


Las obligaciones familiares. La necesidad de asumir responsabilidades. La
comprensión de que el amor no es solamente (ni principalmente) una cuestión de
palabras ni de sentimientos, sino de compromiso, de aceptar una vinculación duradera
con todas las consecuencias que comporta. De estas cosas se compone el capítulo 3.
Pero son expuestas no en un árido documento legal, sino en medio de uno de los
capítulos más apasionantes de toda la Biblia. Aquí tenemos un soberbio ejemplo de
cómo la virtud, la fidelidad, el buen orden social y la modestia no están reñidos con la
buena literatura, ¡ni con el buen amor!
El autor logra esto mediante su arte narrativo. Primeramente crea un ambiente
intimista. En contraste con las demás escenas del libro, los tres protagonistas están aquí
solos. No aparecen las mujeres de Belén, ni los ancianos de la puerta, ni los segadores,
ni siquiera una Orfa, un mayordomo o un “Fulano”. Al llegar al clímax de la historia, Rut
y Booz quedan solos en el escenario. Además, también en contraste con las demás
escenas, la acción transcurre en medio de la oscuridad y el silencio de la noche.
Luego escoge cuidadosamente su vocabulario. A veces esto tiene el fin de enlazar la
acción con los capítulos anteriores y así dar cohesión y unidad a la historia: el
“descanso” del 3:1 nos hace volver al descanso del 1:9; la bondad (jesed) del 3:10
enlaza con la misma palabra en 1:8 y 2:20; el “manto” de Booz viene a simbolizar el
“ala” del refugio de Dios (3:9 y 2:12); la “mujer virtuosa” del 3:11 se corresponde con el
“hombre rico” de 2:1; y las manos ya no vacías de Noemí en el 3:17 solucionan la

95
carencia que hemos visto en el 1:21.
Pero, en este capítulo, la selección del vocabulario parece servir también a otro fin:
el de marcar un tono discretamente erótico. Ya hemos notado la ambigüedad de la
palabra “pies”, pero quizás no hayamos observado la frecuencia con que el autor insiste
en ella (3:4, 7, 8, 14). Igualmente, hay otros vocablos que tienen un carácter ambiguo:
“descubrir” (3:4, 7) es un verbo asociado con el acto sexual en la Ley (por ejemplo, en
Levítico 18:7–19; Deuteronomio 27:20); “extender el ala” (3:9), también; “acostarse”
(empleado en hebreo nada menos que ocho veces en los versículos 4–14), aunque aquí
es utilizado con el sentido llano de “tumbarse para dormir”, sin embargo, es una
palabra que también puede tener un significado sexual; lo mismo ocurre con el verbo
“conocer”, empleado en los versículos 3, 4 (“notar” es literalmente “conocer”), 11
(“sabe”), 14 (“reconocer”) y 18 (“sepas”).
Con todo esto no debemos entender que el autor esté sugiriendo que hubiera
relaciones sexuales en la era. Ni tampoco está aprovechando la historia para salpicarla
con insinuaciones de dudoso gusto. Su intención es seria y noble. El vocabulario hace
más punzante la pregunta que la narración despierta: ¿Qué va a ocurrir en la era?
Sutilmente nos recuerda lo que está en juego y nos prepara para el desenlace del
capítulo 4. Nos sugiere también que, detrás de las acciones y palabras de los
protagonistas, hay pasiones que pueden ser legítimamente despertadas y satisfechas, o
no, según el desenlace legal y moral de la situación.
En ningún momento nos dice el texto que Booz y Rut estén enamorados. No hay
ningún diálogo sentimental entre ellos. Pero todo el capítulo rebosa amor: el verdadero
amor que se compromete, cuida, protege y actúa. La naturaleza de este amor se nos
revela en la acción. Las pasiones que este amor entraña son reveladas de una manera
sublime por medio de la ambigüedad del lenguaje.
El capítulo 2 es la historia de cómo Rut buscó trabajo: sale para su encuentro al
principio del capítulo y el resto del mismo es su realización. De hecho, el capítulo 2
contiene muchos verbos que se relacionan con el trabajo: recoger, espigar, juntar,
segar, hacer, levantarse, desgranar. Y se nos dice explícitamente que Rut pasó el día
“sin descansar” (2:7). En cambio, el capítulo 3 es la historia de cómo ella buscó
descanso: esta es su meta desde el versículo 1, y aunque no lo encuentra plenamente
hasta el capítulo 4, todo el capítulo 3 está lleno de conceptos como acostarse, dormir y
descansar (3:4, 7, 8, 13, 14, 18).
El trabajo se lleva a cabo a la luz del día y es públicamente visible. En cambio, el
descanso es cosa de la noche. Se realiza en la intimidad. Parece que el tiempo se para,
que el mundo de fuera se aleja. Tanto el trabajo como el descanso son necesidades
fundamentales del ser humano (Lucas 13:14; 2 Timoteo 2:6). También lo son del
creyente en su relación con su Señor: por un lado: Trabajad… por el alimento que
permanece para vida eterna (Juan 6:27); Trabajo, esforzándome según su poder que
obra poderosamente en mí (Colosenses 1:29); Si alguno no quiere trabajar, que tampoco
coma (2 Tesalonicenses 3:10); Vuestro trabajo en el Señor no es en vano (1 Corintios
15:58); por otro: Venid a mí… y yo os haré descansar (Mateo 11:28); Venid, apartaos de

96
los demás a un lugar solitario y descansad un poco (Marcos 6:31); Queda un reposo
sagrado para el pueblo de Dios (Hebreos 4:9); Descansarán de sus trabajos, porque sus
obras van con ellos (Apocalipsis 14:13).
De hecho, este patrón de trabajo y descanso lo encontramos a lo largo de las
Escrituras, empezando por Dios mismo, quien trabajó seis días y luego descansó
(Génesis 2:2–3), dejando el mismo modelo para los hombres. Asimismo, la vida cristiana
consiste en trabajar hasta que el Señor nos llame al descanso que nos ha ganado y
preparado; y entretanto nos invita a descansar en él, mientras trabajamos.
De la misma manera, si el capítulo 2 representa la búsqueda de la gracia (aquel a
cuyos ojos halle gracia; 2:2, 10, 13), el 3 representa la búsqueda de redención: Extiende
tu manto sobre tu sierva, por cuanto eres pariente-redentor (3:9). Si bien es cierto que la
redención no será cumplida plenamente hasta el capítulo 4, también lo es que la gracia
no llega a su culminación en el 2, sino que se extiende a lo largo de todo el libro. Y la
forma más concreta que la gracia toma en el libro de Rut es la redención. La redención
siempre es fruto de la gracia.
La redención, claramente, ha de ser obra del redentor. Pero es de observar que
Booz no hace nada al respecto hasta que Rut se lo pide y se coloca bajo su protección y
abrigo.
En ambos aspectos, pues, (trabajo-descanso; gracia-redención) el capítulo 3 es el
complemento del 2. Pero la acción del capítulo 3, además de ser una continuación de la
relación y esperanza comenzadas en el 2, es también la contrapartida de la acción del
primer capítulo: allí Rut sacrificó sus esperanzas de tener marido con el fin de
comprometerse con Noemí; ahora, a instancias de la misma Noemí, se compromete con
Booz y pide que Booz se comprometa con ella.
Como consecuencia, la acción principal de este capítulo es la de una novia que se ha
preparado previamente y se ha vestido con sus mejores ropas, que sale al encuentro de
su novio en la oscuridad de la noche:
En mi lecho, por las noches, he buscado al que ama mi alma… Me levantaré
ahora, y… buscaré al que ama mi alma (Cantares 3:1–2).
A medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí está el novio! Salid a recibirlo (Mateo
25:6).
Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a él la gloria; porque las bodas del
Cordero han llegado y su esposa se ha preparado. Y a ella le fue concedido
vestirse de lino fino, resplandeciente y limpio (Apocalipsis 19:7–8).
El lugar del encuentro es la era, aquel lugar en el que “el hombre” separa el trigo y
la paja, con su bieldo en la mano (Mateo 3:12).

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ESCENA CUARTA
Redención en la puerta
Rut 4:1–17

Y Booz subió a la puerta y allí se sentó (4:1)


El capítulo 2 es la historia de una iniciativa de Rut; en el 3, la iniciativa es de Noemí;
ahora, en el 4, Booz domina la acción. De hecho, este capítulo, sin contar la genealogía
al final, se puede dividir en dos partes: en la primera, Booz es el protagonista (4:1–13);
en la segunda, lo es Noemí (4:14–17). Rut misma casi no hace acto de presencia. Por
supuesto, Booz se casará con ella y ella tendrá un hijo. Pero el resto de la historia es de
Booz y Noemí. Nos despedimos de Rut, pues, sabiendo que Dios la ha “recompensado”
abundantemente y que ella está segura, unida al pueblo de Dios y vindicada en su fe.
Ha encontrado su “descanso”.
Los versículos 1 al 12 de este capítulo constituyen uno de los documentos más
importantes sobre las costumbres de transacciones legales en el Israel de aquel
entonces. El Pentateuco nos proporciona las leyes que operaban en el país, pero nos
dice poco acerca de la puesta en práctica de esta legislación en la vida diaria del pueblo.
Suponemos, por el fluir de la narración, que Booz sube a la puerta de Belén
enseguida después del encuentro con Rut en la era (sube a la puerta, porque Belén está
construida sobre una colina; cf. 3:3). Si es así, es obvio por lo que sigue que, antes del
encuentro con Rut, Booz se había informado bien de todos los detalles relacionados con
la redención. Incluso nos da la impresión de que había tenido alguna conversación con
Noemí para asegurarse de los pormenores de la transacción.
Por las excavaciones arqueológicas de los pueblos de Israel, sabemos que estos no
tenían plazas públicas dentro del recinto amurallado. Como consecuencia, la vida
pública, los negocios, los mercados, los paseos y los lugares de encuentro estaban fuera
del pueblo, y se centraban en la puerta principal. Allí los mercaderes montaban sus
puestos; allí, acabado el trabajo, los hombres se sentaban para conversar; allí se
firmaban contratos y se cerraban los negocios. Era en la plaza de la puerta de Jerusalén
donde los reyes se sentaban para impartir justicia al pueblo y para arbitrar en las
contiendas y disputas sociales. Recordemos cómo Absalón logró tramar su rebelión
contra David situándose en la puerta antes que su padre y dando soluciones para
ganarse la buena voluntad de la gente. Fue así, en la puerta, como consiguió que el
corazón del pueblo se decantara hacia él.
También era en la puerta donde los ancianos del pueblo ejercían como jueces,

98
aplicaban la ley y resolvían litigios. Si una persona era hallada culpable, era en la puerta
donde escuchaba el veredicto y quizás era allí mismo también donde se cumplía la
sentencia. Era a la puerta donde debía acudir aquel que buscaba justicia. Y,
especialmente significativo, era en la puerta donde, según Deuteronomio 25:7, debía
exponer su causa la viuda si su cuñado se negaba a casarse con ella. En tal caso, ella
podía humillarlo públicamente, escupiendo sobre él y quitándole la sandalia. Como
veremos (en el 4:7), el calzado tenía importancia simbólica en las costumbres legales de
entonces.
Si Rut misma no acudió a la puerta en busca de estos derechos, seguramente fue
porque se sobrentendía que, en el caso de un hermano carnal, la obligación sobre el
“pariente-redentor” era total, pero que el deber de un pariente más lejano no era tan
vinculante, sobre todo en el caso de una viuda moabita.
… y he aquí que el pariente más cercano de quien Booz había hablado iba
pasando… (4:1)
Booz ya ha elaborado un plan de acción. Tiene que negociar con el pariente más
cercano (el go’el, o “pariente redentor”) y ha de hacerlo con gran tacto. Lo primero es
lograr un encuentro con él, sin demasiados preparativos formales para que el pariente
no descubra los intereses de Booz en el asunto, un encuentro más bien natural y
espontáneo, como si se tratara de una cuestión de poca monta; pero cuanto antes
mejor. Por eso, Booz se sienta en la puerta, sabiendo que tarde o temprano el pariente
habrá de pasar por allí camino a sus terrenos y que podrán despachar el asunto
enseguida.
Y, he aquí, sale el pariente: aunque el encuentro era buscado por Booz, la
providencia divina sigue ordenando las circunstancias (cf. 2:4; 3:8).
Llama la atención la sencillez y humanidad de la transacción y el diálogo que siguen.
Los que vivimos en sociedades en las que para el trámite más pequeño topamos con
una burocracia que exige largos minutos en colas delante de una ventanilla y la
búsqueda de interminables impresos, sellos y pólizas, ¡y todo por triplicado!, añoramos
los tiempos cuando estos asuntos se arreglaban de una manera civilizada y humana,
pública e íntima a la vez.
… y le dijo: Eh, tú, ven acá y siéntate. Y él vino y se sentó (4:1)
Literalmente, el texto dice: “Eh, fulano, ven acá”. Por supuesto, estas no son las
palabras exactas de Booz, sino que este habrá empleado el nombre propio del pariente.
Por alguna razón, el autor de nuestro libro no ha querido mencionar su nombre.
Algunos opinan que no lo conocería; pero, en ese caso ¿por qué decir “fulano” cuando
el contexto no lo requiere y cuando le habría bastado con omitir el nombre
sencillamente? Nos encontramos ante una pequeña (y deliciosa) ironía del libro. Ese
pariente no se comprometerá con Rut a causa de su preocupación por su herencia y su
nombre. Pensaba que, casándose con Rut, su propio linaje y prestigio quedarían
perjudicados. Ahora resulta que es el único anónimo de nuestra historia. El Espíritu

99
Santo no ha tenido a bien que su nombre sea conocido para la posteridad.
Cuántas veces nos desvivimos, según nuestra lógica humana y nuestros intereses
creados, por defender nuestros supuestos derechos y garantizar nuestro futuro, y el
Señor se ríe de nosotros; en cambio, si como Booz nos preocupamos por la ley de Dios y
nuestras obligaciones morales, y entregamos en manos del Señor nuestros derechos y
nuestro futuro, él nos vindicará. En contraste con “Fulano”, Booz y Rut son dos
personas cuyos nombres serán conocidos mientras haya historia.
Otro detalle de las costumbres de antaño que provoca cierta añoranza en nosotros
es que en aquel entonces no tenían grandes prisas. Hoy en día, si quisiéramos llamar a
“Fulano” para una entrevista de envergadura, tendríamos que citarlo con semanas de
antelación. Booz le dice: Siéntate, llama a diez testigos, y allí sin más pueden detener
sus obligaciones cotidianas y dedicar el tiempo necesario a resolver la cuestión de Rut.

Y Booz tomó diez hombres de los ancianos de la ciudad, y les dijo: Sentaos aquí. Y
ellos se sentaron (4:2)
Al llamar a diez hombres de entre los ancianos para que le sirvieran de testigos,
Booz daba a entender que la conversación tendría carácter legal, que iba a plantear una
transacción solemne. Al no existir secretarios que levantaran actas, los testigos tenían
una importancia fundamental. Servían de garantía y aval de cara al futuro. Escuchaban
las condiciones de la transacción y los votos de los contrayentes, y eran testigos
oculares de la pequeña ceremonia que sellaba el contrato.
No sabemos si diez era el número habitual requerido por la costumbre.
Posteriormente, la tradición hebrea exigiría diez testigos para poder celebrar una boda.
Igualmente, el “quórum” necesario para un culto en la sinagoga con el tiempo llegaría a
ser de diez varones. Nuestro texto es una pequeña evidencia de que el número ya
estaba fijado por la tradición en este período temprano de la historia de Israel.
Los diez son “ancianos” del pueblo, por cuanto estos ejercían las funciones judiciales
de aquel entonces. Aun en tiempos de la monarquía, no eran designados por el rey ni
por ninguna autoridad superior, sino reconocidos por el pueblo tanto por su vejez como
por la integridad de su buen nombre. En tiempos de los jueces, sus poderes y autoridad
en los asuntos de la ciudad habrán sido considerables.

Entonces dijo al pariente más cercano: Noemí, que volvió de la tierra de Moab,
tiene que vender la parte de la tierra que pertenecía a nuestro hermano Elimelec (4:3)
Así pues, se sientan todos y Booz empieza a exponer el caso al pariente. Este
seguramente conocía perfectamente el retorno de Noemí del campo de Moab, pero
podemos suponer que una ocasión solemne como esta requería una exposición formal
de los hechos, aunque estos fueran conocidos por todos.
Y aquí nos enfrentamos con una nueva sorpresa. Hasta ahora el autor ha callado la
existencia de esta propiedad de Noemí. Creíamos que había vuelto con las manos
vacías, y ahora resulta que tiene campos. Hay varias cosas que aclarar al respecto:
100
• En primer lugar, ser propietario de campos en aquel entonces no conllevaba la
implicación de riqueza y posición social. La tierra en sí valía poco; lo que contaba
eran sus productos. A esto debemos añadir el hecho de que Noemí seguramente no
tenía “grandes fincas”, sino la parte del campo común que correspondía a Elimelec.
Como en 2:1–3, en hebreo no se habla de la venta de “una parte de las tierras” de
Elimelec, sino de “la parte del campo” común del pueblo que le correspondía a él.
• En segundo lugar, debemos recordar que no era fácil para una viuda vender su
parte del campo. Una de las leyes que Dios había dado a su pueblo a fin de
garantizar el seguimiento de las tierras en manos de las familias originales, era que
la tierra en principio no era posesión de nadie, sino de Dios, pero que Dios daba su
uso a ciertas personas. Estas no tenían el derecho de vender sus tierras como si les
pertenecieran. Como mucho podían ceder el uso de la tierra durante un tiempo,
pero después de cincuenta años, en el jubileo, revertiría nuevamente a la primera
familia (Levítico 25:28).
• Además, el texto hebreo, en este caso, no dice “vende”, sino literalmente “ha
vendido”. Es decir, Noemí ya ha puesto la propiedad en venta, lo cual pone a Booz y
al pariente en la posición de poder redimirla si lo desean, según las leyes de la
redención. No es que ella les esté ofreciendo las tierras en venta directamente,
porque en ese caso no sería cuestión de “redimirlas” (4:4), sino solo de comprarlas.
Es la inminencia de la venta la que da derecho de acción a los familiares más
cercanos.
• Y aquí entra una pequeña cuestión técnica que ha dado mucho que debatir a los
comentaristas. ¿Con qué derecho había vendido Noemí estas tierras? A fin de
cuentas, la ley estableció que las posesiones pasaban por herencia principalmente a
los varones de la familia. Las tierras de Elimelec, pues, habrían pasado primero a
Mahlón y Quelión y luego, al morir ellos sin descendencia, directamente al “pariente
cercano”. ¿Cómo es que no estaban ya en sus manos y que ni a Booz ni al pariente
les sorprende el hecho de que Noemí las haya vendido? Algunos piensan que las
tierras serían de Noemí por haberlas heredado de su padre, pero esta posibilidad
parece ser explícitamente descartada por las palabras de Booz: la parte de la tierra
que pertenecía a nuestro hermano Elimelec. Otros piensan que Booz y el pariente
cercano tendrán que haber sido parientes tan lejanos que la normativa de Números
no sería vigente. Pero parece más probable que las viudas, aunque excluidas de la
lista de los herederos, sin embargo pudieran seguir teniendo el usufructo de las
tierras después de la muerte de su marido.
• Luego está la cuestión de lo que habría pasado con la tierra de Elimelec durante la
estancia de la familia en Moab. Puesto que era una parte del campo común, todos
los comentaristas están de acuerdo en que no se habría quedado sin cultivar. ¿Pero
quién la cultivó? ¿Acaso Elimelec la había vendido antes de salir para Moab? En tal
caso solo volvería a la familia después de cincuenta años, según la ley del jubileo
(ver comentario sobre 2:20), y Noemí no podría venderla. O quizás Elimelec la
dejara con algún vecino para que la cultivara. En ese caso, la cosecha pertenecería al

101
vecino, y Noemí solo podría volver a ocuparla después de acabada la cosecha. Esta
última explicación es la que encaja mejor con los hechos aquí narrados.
Nuestra ignorancia de muchas de las leyes y costumbres que regían el comercio y la
propiedad de aquella época no nos permite dar respuestas acertadas a todas estas
cuestiones. Lo que queda fuera de toda duda es que Noemí tenía derechos sobre la
tierra, aunque desconozcamos los aspectos legales al respecto; y que el hecho de ser
propietaria no impedía que a la vez estuviera reducida a una pobreza extrema.
Lo que también está claro es que Booz decide abordar la cuestión de la redención
de Rut a través de lo que en realidad es para él una cuestión secundaria: la redención
de la tierra. Su estrategia es deliberada.

Y pensé informarte, diciéndote: “Cómprala en presencia de los que están aquí


sentados, y en presencia de los ancianos de mi pueblo” (4:4)
Booz expondrá al pariente no solo sus derechos sino también sus obligaciones.
Detrás de sus palabras detectamos el espíritu de las leyes de redención, leyes que hoy
nos resultan extrañas, pero que protegían a los desamparados a la vez que premiaban a
los esforzados. Dios había establecido que no se podía vender el derecho de la tierra a
cualquier persona, sino que, si el pariente más próximo podía hacerlo, debía adquirirla
para que no saliera de la familia y para que el poder territorial no se centrara con el
paso del tiempo en manos de unos pocos. El derecho de la familia a retener sus propias
tierras era inalienable. Eran leyes sabias, dadas por Dios para garantizar la herencia de
cada familia, impedir los abusos de los latifundios, y a la vez respetar el hecho de que
los que más trabajaban, más derecho tenían a comer.
Sobre la base de estas leyes, Booz pone a su pariente en la disyuntiva de redimir o
de concederle el derecho de redención, cumpliendo así la promesa hecha a Rut (3:13).
O bien el pariente cumplirá con su deber, o bien renunciará públicamente a sus
derechos, dejando el campo libre a Booz; pero Rut será redimida, sea por el pariente o
por él.
Decididamente, pues, es Booz quien toma ahora la iniciativa. El “yo” es enfático (“yo
por mi parte”). “Pensé” es literalmente “dije”: o bien significa que Booz se enteró de la
venta de la tierra directamente de Noemí y se comprometió con ella a informar al
pariente; o bien (y más probablemente) que esto es lo que se dijo a sí mismo. Ha
resuelto hacer dos cosas. En primer lugar, informar al pariente o, literalmente,
“descubrirle el oído” y revelarle los hechos. Pero no se limita a darle esta información.
En segundo lugar, le pone en el aprieto de tener que tomar una decisión, y eso delante
de testigos. Le exhorta, para bien de las viudas, a que cumpla con sus obligaciones y
adquiera la tierra.
Son testigos de esta exhortación no solo los diez ancianos ya mencionados en el
versículo 2, sino un segundo grupo llamado por él los que están aquí sentados. Podemos
imaginar que el carácter formal del encuentro entre Booz y el pariente ha atraído a
todo un grupo de personas.

102
“Si la vas a redimir, redímela; y si no, dímelo para que yo lo sepa; porque no hay
otro aparte de ti que la redima, y yo después de ti” (4:4)
De inmediato, Booz no dice nada de su propio deseo de redimir. Se limita a narrar
los hechos legales y menciona su propia disponibilidad como un dato más. Quizás
porque piensa que cualquier entusiasmo por su parte podría estimular el interés del
otro pariente o despertar suspicacias en él. O quizás porque ha dejado su causa con
Dios y por lo demás solo quiere que ante la puerta se haga justicia; es un asunto legal
que debe ser tratado en términos legales. Lo que importa es que Rut y Noemí reciban
sus derechos y sean redimidas. Lo principal es que el pariente se decida.
No sabemos exactamente cuáles eran las implicaciones de la compra del campo
para el pariente. Es de suponer que, juntamente con esa adquisición, tendría que
ocuparse de Noemí, porque no es exactamente una compra (en el sentido moderno)
sino una redención. Responsabilizarse de un campo ofrece buenas perspectivas, porque
un campo rinde más que lo que hay que gastar en inversiones. Pero hacerse cargo de la
viuda es otra cosa y, seguramente, el pariente ya empieza a hacer sus cálculos.
Y él dijo: La redimiré (4:4)
El autor nos pone en vilo. Después de toda la tensión emocional de lo que ha
pasado, ahora parece que, a última hora, el matrimonio de Rut y Booz será frustrado.
No solo decide el pariente realizar la redención, sino que lo hace de una manera
enfática y contundente: “Yo, yo redimiré” (en traducción literal). Aquí tenemos otro
hermoso ejemplo del arte literario del autor.
Estas palabras, juntamente con el discurso del versículo 6, revelan mucho acerca del
egocentrismo del pariente cercano. Hasta este momento, él ha considerado que su
parentesco con Elimelec era demasiado lejano como para obligarlo a ayudar a las dos
viudas, pero ahora lo ve suficientemente cercano como para quedarse con la
propiedad.

Entonces Booz dijo: El día que compres el campo de manos de Noemí, debes
adquirir también a Rut la moabita, viuda del difunto… (4:5)
Booz ha reservado hasta aquí la información acerca de Rut. Hasta aquí, el pariente
cree que la redención implica la adquisición de unas tierras, quizás con ciertas
obligaciones en cuanto a Noemí, pero que ella es una mujer mayor, de demasiada edad
como para poder tener hijos herederos. Pero ahora veremos su reacción cuando sepa
que la redención no solo es una adquisición, sino también un compromiso y hasta un
sacrificio. Las dos viudas tienen derechos en las tierras y, por tanto, la adquisición de
estas representa un compromiso con ellas. En caso de redención, el pariente no podrá
“comprar la tierra de manos de Noemí” sin adquirir la obligación de cuidar de ella y
casarse con Rut.
… a fin de conservar el nombre del difunto en su heredad (4:5)
103
El pariente no solo tendría que proveer para dos mujeres más dentro de su familia.
Hay otras consideraciones legales, y muy claramente son estas las que lo frenan en su
decisión de redimir el campo (cf. 4:6). Según la ley del levirato, como ya hemos dicho, el
primer hijo nacido del matrimonio de una viuda con su cuñado (o pariente cercano) se
consideraba hijo y heredero del difunto. En tal caso, al comprar el campo, el pariente no
podría hacerlo con la esperanza de que con el paso del tiempo llegara a formar parte
definitiva de la herencia de su propia familia, sino con la obligación de intentar proveer
un heredero para Mahlón. Si bien ese heredero sería hijo carnal del pariente, la ley y la
sociedad lo considerarían el hijo de Mahlón. Todo el esfuerzo, gasto y sacrificio del
pariente serían dirigidos, pues, a mantener el nombre y la descendencia de Mahlón, a
expensas de su propia familia.

Y el pariente más cercano respondió: No puedo redimirla para mí mismo, no sea


que perjudique mi heredad (4:6)
La negación del pariente es comprensible por razones familiares y económicas, pero
sigue siendo la evasión de unas responsabilidades morales y legales. Es como si dijera:
Lo siento; desearía realizar la redención, pero no me será posible por temor a
perjudicar a mis propios herederos; mientras vivan tendré que sostener a dos mujeres
que van a mermar la herencia de mis hijos, y finalmente es posible que estos ni siquiera
tengan en compensación la tierra de Noemí por herencia, ya que pasará al hijo que yo
pudiera tener con Rut, como hijo de Mahlón.
“No puedo”, dice el pariente; pero lo que debería decir es: “No quiero”.
Redímela para ti; usa tú mi derecho de redención, pues yo no puedo redimirla (4:6)
¡Podemos respirar de nuevo! El último obstáculo al matrimonio de Rut y Booz se ha
superado. El pariente, en su deseo de librarse de compromisos, repite su afirmación de
no poder redimir y ruega a Booz que lo haga en su lugar. La repetición en sí es una
redundancia, pero por medio de ella el autor da una nota contundente a la resolución
del clímax de la escena.

Y la costumbre en tiempos pasados en Israel tocante a la redención y el


intercambio de tierras para confirmar cualquier asunto era esta… (4:7)
El hecho de que el autor necesite explicar la costumbre del zapato indica que el
libro fue escrito al menos un par de generaciones después de los hechos narrados (a no
ser que este versículo sea una interpolación posterior). Por otra parte, el hecho de que
el autor mismo entienda la costumbre sugiere que no pueden haber pasado muchas
generaciones.
… uno se quitaba la sandalia y se la daba al otro; y esta era la manera de
confirmar en Israel (4:7)

104
Para sellar un contrato de este tipo hubo una entrega de calzado, y se supone que la
sandalia luego servía en relación con el contrato pata lo mismo que, por ejemplo, el
anillo en una boda: como recordatorio y testimonio de su vigencia. En el trato social,
este tipo de gesto o símbolo tiene gran importancia, tanto hoy como entonces. Las
promesas verbales se difuminan con el tiempo, pero la sandalia queda como evidencia
incontrovertible. Posteriormente, el pariente no podrá negar la transferencia de sus
derechos a Booz.

El pariente más cercano dijo a Booz: Cómprala para ti. Y se quitó la sandalia (4:8)
El pariente se quita la sandalia y la da a Booz173 para sellar y ratificar el contrato, y
con él le entrega el derecho de casarse con Rut y redimir toda la herencia.
Por supuesto, esta ceremonia de la sandalia no es idéntica a la descrita en
Deuteronomio 25:7–10, si bien cabe la posibilidad de que sea una derivación de ella. En
el caso del incumplimiento inexcusable del deber del levirato, la sandalia le era quitada
al pariente en señal de vergüenza. Pero ahora, en el caso de renunciar al derecho de
levirato a favor de otro, el pariente mismo se quita la sandalia y la entrega al
interesado.
Es de observar que, a pesar de su renuncia, el pariente todavía es llamado go’el.

Entonces Booz dijo a los ancianos y a todo el pueblo: Vosotros sois testigos hoy…
(4:9)
Pero Booz todavía no está satisfecho. No quiere que haya malentendidos
posteriores. Por tanto remata el contrato mediante un discurso en el cual define con
toda claridad sus “cláusulas” e implicaciones.
Parece ser que ha ido en aumento el grupo de curiosos mientras han estado
hablando. Ahora, Booz no solo se dirige a los testigos (4:2) y a los que estaban allí (4:4),
sino a “todo el pueblo”. Todos ellos son testigos de lo ocurrido. Así lo entienden Booz
(aquí) y ellos mismos (4:11). Nada de lo que se ha dicho ha sido puesto por escrito; por
tanto, cualquier duda en el futuro dependerá de su testimonio.
… que he comprado de la mano de Noemí todo lo que pertenecía a Elimelec y todo
lo que pertenecía a Quelión y a Mahlón (4:9)
Las negociaciones habían empezado con la cuestión de la redención de
propiedades; así, pues, es lógico que Booz comience su resumen con lo mismo. No
solamente recibe la herencia de Mahlón, marido de Rut, sino también la de Quelión,
porque al haber muerto este sin hijos y al haber vuelto su viuda a Moab, no hay
herederos y todo revierte a los de Mahlón.
Nos sorprende el que Booz haya dicho antes (4:3) que la redención es de una parte
de las tierras de Elimelec, cuando ahora dice que ha adquirido toda la posesión de
Elimelec, Quelión y Mahlón. Pero, como ya hemos visto, la palabra “parte” no se refiere

105
a la propiedad (“parte de las tierras de Elimelec”), sino a aquella parte del campo que
constituía la herencia de Elimelec (“la parte del campo común que era de Elimelec”).

Además, he adquirido a Rut la moabita, la viuda de Mahlón, para que sea mi


mujer a fin de preservar el nombre del difunto en su heredad… (4:10)
Curiosamente, no es hasta llegar a este versículo que nos enteramos de que Mahlón
era el marido de Rut. Hasta aquí no se nos ha dicho cuál de los hermanos era su marido.
Con estas palabras llegamos a la culminación de todas las aspiraciones del libro.
Estamos en el mismo corazón del compromiso de redención. El lenguaje es casi el
mismo que Booz ha utilizado con el pariente (4:5), como si el autor subrayara por medio
de la repetición el contraste entre aquel que no quiso cumplir con su deber y el otro
que, por amor, cumple con él aun cuando no le correspondía hacerlo en principio.
Igualmente es un lenguaje que aclara las motivaciones de Booz: no recibe las tierras de
los tres difuntos por egoísmo, sino como guardián del futuro hijo de Mahlón. Él asume
plenamente la responsabilidad de “restaurar el nombre del difunto”, y quiere que los
testigos tomen nota de ello.
… para que el nombre del difunto no sea cortado de sus hermanos, ni del atrio de
su lugar de nacimiento… (4:10)
Nuevamente vemos la enorme importancia que los antiguos otorgaban a los
antepasados y a la descendencia. El gran afán de Booz, como el de Noemí, es que el
nombre de los difuntos no se pierda por falta de descendientes. Ahora, esta misma
preocupación se expresa con la frase “ser cortado de sus hermanos y del atrio
(literalmente: de la puerta) de su lugar de nacimiento”. La “puerta” (cf. 3:11) casi es
sinónimo de la población.
En todo esto, Booz es un ejemplo para nosotros: no quiere que ni siquiera el
recuerdo de los tres difuntos se pierda o quede perjudicado. Nos parece un detalle
pequeño, pero en realidad es una expresión hermosa de lealtad familiar. Vemos el
respeto y amor de Booz hacia los difuntos. Ciertamente, mucho del impacto del libro de
Rut nos llega a través de los pequeños detalles ejemplares en el comportamiento de los
protagonistas.

… vosotros sois testigos hoy. Y todo el pueblo que estaban en el atrio, y los
ancianos, dijeron: Testigos somos (4:10–11)
Ya hemos visto la importancia de los testigos en aquel entonces (cf. 4:2). Al llegar
casi al final de la ceremonia, después de todas las aclaraciones del contrato y la
afirmación de compromisos, el interesado y los testigos pronuncian formulas que
ratifique la legalidad de la transacción: Vosotros sois testigos hoy (notemos que,
mediante este “hoy”, el autor nos recuerda que Booz ha cumplido las palabras de
Noemí en 3:18); Testigos somos (de hecho, en hebreo, esta segunda frase es una sola
palabra: ¡Testigos!). Es muy probable que fueran frases convencionales de la época.
106
Pero no por convencionales carecen de sentido. Las transacciones importantes de la
vida requieren seriedad, a fin de evitar interminables malentendidos después. No nos
olvidemos de que estamos asistiendo, entre otras cosas, a una ceremonia nupcial. La
formalidad de Booz no es evidencia de un carácter obsesivamente escrupuloso, sino del
amor que tiene a Rut. Si la hubiera amado y respetado menos, seguramente no le
habría importado tanto la cuestión de compromisos y testigos.

Haga el Señor a la mujer que entra en tu casa como a Raquel y a Lea, las cuales
edificaron la casa de Israel… (4:11)
La última parte de esta “ceremonia nupcial” consiste en una hermosa bendición
pronunciada sobre Booz por los ancianos. Estos no se conforman con sus funciones
legales, sino que asumen un papel espiritual al invocar esta bendición.
Naturalmente (a la luz de las preocupaciones anteriormente señaladas), lo que ellos
desean para Booz es que su esposa sea fértil y le dé muchos hijos. Tener muchos hijos
ofrecía seguridad de cara el futuro (pensemos en la tragedia que resultó para Noemí
perder a los suyos) y, por tanto, era considerado señal de bendición divina cuando la
familia era numerosa:
He aquí, don del Señor son los hijos… Bienaventurado el hombre que de ellos
tiene llena su aljaba (Salmo 127:3, 5; salmo compuesto para Salomón,
descendiente de Booz y Rut).
Es curioso, sin embargo, que los testigos mencionen precisamente a Raquel y Lea: si
volvemos a Génesis vemos que Jacob tuvo más hijos a través de sus criadas que a través
de ellas, y que Raquel precisamente tuvo gran dificultad para concebir (Génesis 29:31;
30:1–2, 22). Si bien es cierto que la experiencia de Raquel vino a confirmar para ella que
los hijos son un don de Dios, por otra parte es difícil imaginar que ella sea el buen
ejemplo de la fertilidad que los testigos deseaban.
Sin embargo, esta misma historia (Génesis 29–30) nos enseña que los hijos de las
criadas eran contados como hijos de las esposas. Raquel y Lea eran consideradas, pues,
las madres de hijos que nunca habían tenido. Ellas, con la ayuda de sus criadas,
edificaron la casa de Israel (el texto dice literalmente: las cuales entre ellas edificaron la
casa de Israel). ¡Lo seguro es que Jacob era padre de doce hijos y al menos de una hija,
y que sus esposas eran madres de toda la nación!
Aunque Lea era la hermana mayor, y a pesar de que los habitantes de Belén son
descendientes de Judá, hijo de Lea (Génesis 29:35), nombran a Raquel en primer lugar.
Seguramente esto refleja el hecho de que Raquel fue enterrada cerca de Belén (Génesis
35:19) y, por tanto, su memoria habrá sido especialmente notable en el pueblo.
… y que tú adquieras riquezas en Efrata y seas célebre en Belén (4:11)
Un nuevo paralelismo hebreo refuerza la elocuencia del discurso (cf. 2:12). Un
momento culminante como este merece un lenguaje poético. Los ancianos acaban de

107
expresar su bendición para Rut; ahora hacen lo mismo para con Booz.
Es posible que detrás de sus palabras encontremos el mismo afán de linaje que
tanto ha movido a los protagonistas de nuestra historia, porque la “celebridad”, ya lo
hemos visto, queda garantizada por los hijos. Sin embargo, la bendición es mucho más
amplia que esto. “Adquirir riquezas”, como vimos en 2:1, es una frase que puede
denotar riqueza material, pero también la excelencia y prosperidad en cualquier esfera
de la vida. Los ancianos invocan, pues, sobre Booz el éxito en todo lo que emprende.
Algunos comentaristas matizan más y proponen que, debido al contexto, la invocación
de los ancianos tiene que ver con la fertilidad en el matrimonio.
Seas célebre en Belén ofrece ciertas dificultades. Rudolph propone que podría ser
traducido: “Seas llamado por nombre en Belén”; Campbell, en cambio, que sería mejor:
“Concedas un nombre (es decir, restaures el nombre de los difuntos al darles
descendencia) en Belén”. En el primer caso, el deseo de los ancianos es que, en
generaciones posteriores, los habitantes de Belén sigan hablando de Booz por sus
cualidades de carácter y por la manera en que el Señor le bendecía. En el segundo, que
el nombre de los difuntos se mantenga en la ciudad. En todo caso es una bendición que
recibió abundante cumplimiento.

Además, sea tu casa como la casa de Fares, el que Tamar dio a luz a Judá, por
medio de la descendencia que el Señor te dará de esta joven (4:12)
Y sucedió que al tiempo de dar [Tamar] a luz, he aquí, había mellizos en su
seno. Aconteció, además, que mientras daba a luz, uno de ellos sacó su mano, y
la partera la tomó y le ató un hilo escarlata a la mano, diciendo: Este salió
primero. Pero he aquí, sucedió que cuando él retiró su mano, su hermano salió.
Entonces ella dijo: ¡Qué brecha te has abierto! Por eso le pusieron por nombre
Fares. Después salió su hermano que tenía el hilo escarlata en la mano; y le
pusieron por nombre Zara (Génesis 38:27–30).
De entre todos los personajes de la historia de Israel que los ancianos podrían haber
mencionado, ¿por qué eligen a Fares? Seguramente por dos motivos. En primer lugar,
porque, en comparación con su hermano gemelo, Zara, Fares tuvo una descendencia
muy nutrida (cf. Números 26:20–22, que hace constatar el predominio de los faresitas);
en tiempos del éxodo, la tribu de Judá era la que tenía más varones con más de veinte
años de edad, con la sola excepción de la de José (cf. Números 1:27 en su contexto). En
segundo lugar, porque los hombres de Belén eran descendientes de Fares: si antes
(4:11) los ancianos han nombrado el caso de Jacob (Israel), ahora citan el caso de su
nieto.
Muchos siglos después, el apóstol Mateo incluyó los nombres de cuatro mujeres, y
solo cuatro, dentro de la genealogía de Jesús con la que abre su Evangelio. Lo que las
cuatro tienen en común es que, en cada caso, el niño al que dieron a luz fue concebido
en circunstancias anómalas. Rut es mencionada porque, siendo moabita, de una nación
maldecida por Dios, no podría haber sido incorporada en el pueblo de Israel si no fuera

108
por la gracia de Dios. También es mencionada Tamar, la madre de Fares. La
anormalidad en su caso es que se vistió de prostituta a fin de seducir a Judá, su suegro,
y así tuvo un hijo; es decir, Fares era el fruto de una unión irregular.
Es de suponer que los ancianos no mencionan este caso (la frase, el que Tamar dio a
luz a Judá, sería una aclaración innecesaria, a no ser que quisieran dar un especial
énfasis a las circunstancias de la concepción de Fares) por lo que tiene de vergonzoso.
¿Por qué, pues? Seguramente porque, tanto en el caso de Judá como en el de Booz, el
contexto de fondo es un matrimonio levirático. Además, tanto Judá como Booz ya eran
hombres maduros. Existe, por tanto, un paralelismo entre los dos casos. Porque no fue
por capricho o vicio que Tamar sedujo a su suegro, sino por una desesperación
provocada por el incumplimiento de la ley del levirato. Ella había estado casada con el
hijo mayor de Judá, Er, quien murió porque era malvado ante los ojos del Señor (Génesis
38:7). Siguiendo las reglas del levirato, Judá la casó con su segundo hijo, Onán; pero
este tenía los mismos temores acerca del linaje que el pariente anónimo de Noemí y, en
vez de levantar descendencia a su hermano difunto, practicó un coitus interruptus, que
fue castigado por Dios con la misma suerte que en el caso de su hermano (Génesis
38:8–10). Judá tenía un tercer hijo, Sela, y según las obligaciones de la ley debía casar a
Tamar con él. Pero la muerte de sus dos hijos mayores despertaron temores
supersticiosos en él, por lo cual, utilizando como excusa la juventud de Sela, envió a
Tamar a casa de sus padres sin tener ninguna intención de recibirla como nuera por
tercera vez (Génesis 38:11, 14). Fue entonces cuando Tamar recurrió a la seducción de
su suegro en defensa de sus derechos legales. Tamar se vistió de prostituta, pero quien
verdaderamente prostituyó su dignidad humana y despreció sus obligaciones sociales
fue Judá.
La mención de Tamar por parte de los ancianos arroja nueva luz, pues, sobre la
historia de Rut y Booz, y pone esta historia en una nueva perspectiva. Rut, como Tamar,
era una viuda indefensa, perjudicada por el incumplimiento del levirato. El pariente-
redentor (“Fulano”), como Onán y Judá, no cumplía con sus obligaciones. Rut, como
Tamar, se viste y sale al encuentro del go’el. Pero aquí acaban las comparaciones y
comienzan los contrastes, contrastes que subrayan la nobleza del comportamiento de
Rut y Booz. Aunque, a primera vista, la iniciativa de Rut y la de Tamar son bastante
parecidas, un examen de las motivaciones y actitudes revela un abismo de diferencia:
Tamar practicó el engaño y se rebajó como mujer; Rut actuó con franqueza y dignidad;
es la diferencia entre la inmoralidad y la rectitud, entre la integridad y la mera
desesperación. Por su parte, Judá procuró evitar las obligaciones del levirato, mientras
que Booz las abrazó voluntariamente; es la diferencia entre la irresponsabilidad y la
fidelidad, entre el egoísmo y el amor.
No dejemos este versículo (4:12) sin señalar nuevamente que es el Señor el que
concede hijos y “da descendencia”. También observemos que, si bien el primogénito de
Booz y Rut será el hijo levirático de Mahlón y Elimelec, sin embargo, a través suyo
también será edificada “tu casa”, la casa de Booz. Parece ser que no existía en la mente
de los ancianos ninguna incompatibilidad entre estas dos funciones. El hijo que les
nacerá será el heredero de las dos casas.
109
Notemos asimismo que los vecinos del pueblo emplean la frase “esta joven” para
referirse a Rut. Es la misma frase que vimos en el 2:5, en un pasaje que incluye varias
palabras parecidas que señalan la juventud de Rut, el mayordomo y los segadores, en
contraste con Booz. Aquí también quizás tenga el mismo efecto.
Con esta elaborada bendición, pues, los vecinos reúnen varios temas importantes
del libro. Al nombrar a Tamar y Judá, nos recuerdan otro caso bíblico de levirato. Al
nombrar a Raquel y pedir fecundidad, nos recuerdan que, en su primer matrimonio, Rut
no tuvo hijos, y que Booz ya no es joven.

Booz tomó a Rut y ella fue su mujer… (4:13)


Después de la legalización pública del contrato nupcial, viene la consumación del
matrimonio. Las palabras apenas podían ser más sencillas. La felicidad y plena
satisfacción de la relación se deja para nuestra imaginación. En este versículo, el autor
emplea cinco frases escuetas para resumir el desenlace. Aquí tenemos las dos primeras.
… y se llegó a ella. Y el Señor hizo que concibiera, y ella dio a luz un hijo (4:13)
Si no es por Dios, no hay hijos. Es notable la incidencia de esterilidad en los grandes
hombres y mujeres de Dios del Antiguo Testamento (acabamos de ver el caso de Jacob
y Raquel), como si por ello Dios deseara demostrar que los hijos de sus siervos son un
don especial suyo.
El nacimiento de un hijo a Rut y Booz es a la vez el cumplimiento de la invocación de
los ancianos (4:11–12) y la culminación de las esperanzas de Noemí (en contraste con
1:21). Puesto que Booz ha cumplido con su parte y ha levantado descendencia para los
difuntos, no es de sorprender que, en lo sucesivo, Noemí vuelva a ocupar el centro de la
escena. Es de observar que, con la excepción de una referencia pasajera a Rut en la
conversación posterior de los vecinos (4:15) y la incorporación de Booz en la genealogía
final (4:21), ellos dos desaparecen ahora de la narración. Dios ya ha cumplido sus
propósitos en ellos y podemos suponer que el mismo Dios que les concedió un hijo,
también les dio una vida abundante y una vejez tranquila.

Entonces las mujeres dijeron a Noemí… (4:14)


Como en el capítulo 1, pues, esta escena termina no con Rut y Booz, sino con Noemí
y sus vecinas. ¡Pero qué contraste más grande con la ocasión anterior!
Bendito sea el Señor que no te ha dejado hoy sin redentor… (4:14)
En lugar de las palabras de amargura y acusación contra Dios (1:20–21), nos
encontramos con una nueva y última expresión de alabanza al Señor. Dios ha cambiado
la amargura de Noemí en alabanza, su lamento en baile, su cilicio en alegría (Salmo
30:11).
Nuevamente, la palabra empleada para “redentor” es go’el, “pariente-redentor”.

110
Pero ahora, ¿quién es el pariente-redentor? ¿Booz? Esperaríamos que fuera Booz; pero
no, la referencia es a Obed, al que Rut ha dado a luz (4:15). El niño recién nacido es el
redentor de Noemí. La idea es, por tanto, que Noemí va a encontrar su redención, con
toda su plenitud de bienestar, cuidado y provisión, en el hijo de Rut. Él es el nuevo
redentor de la familia. En el nivel humano, la figura que se alza como el redentor por
excelencia en el libro de Rut es Booz. Pero ahora se perfila una nueva manifestación: es
el hijo que va a nacer.
… que su nombre será célebre en Israel (4:14)
Este niño, Obed, no solo es importante por lo que ya es: un niño nacido casi por
milagro, fuera de toda esperanza; sino por lo que vendrá a ser. No sabemos si estas
palabras se cumplieron en vida de Obed mismo, porque nos falta información al
respecto; pero, desde luego, Obed llegó a ser de renombre para la historia universal por
ser antepasado de David (4:17).

Sea él también para ti restaurador de tu vida y sustentador de tu vejez… (4:15)


El niño no solo ha “redimido” a Noemí en el sentido de haberle quitado la desgracia
de no tener descendencia; también le ofrece esperanzas tanto en el orden emocional
como en el material. Anímicamente, Noemí se ha encontrado derribada, hundida en la
desesperación. Pero ahora le renace la esperanza; tiene una nueva razón para vivir; su
nieto le “restaura la vida”. O más literalmente, le “devuelve el alma”. Con esto, el autor
vincula esta escena con el capítulo 1, caracterizado por su uso del verbo “volver”.
Además, con este nacimiento se despejan las nubes de inseguridad económica de
cara al futuro. ¿Quién no teme la vejez si carece de familiares para cuidarlo? Pero
ahora, Noemí tiene la perspectiva de una vejez tranquila y cómoda, “sustentada” por
un linaje que ya parece asegurado.
… porque tu nuera, que te ama y es de más valor para ti que siete hijos, le ha dado
a luz (4:15)
Aunque Obed es el redentor que garantiza el futuro de Noemí, la causa verdadera
de esta esperanza se encuentra en Rut.
Las vecinas dicen dos cosas muy hermosas acerca de ella, que sirven como resumen
de su carácter. En primer lugar señalan el amor que ha mostrado hacia Noemí. Podría
haber vuelto con Orfa a Moab, pero prefirió solidarizarse con su suegro en un abnegado
acto de fe y lealtad. Luego señalan su valía, más que el de siete hijos: Rut se ha
esforzado en un trabajo duro, ingrato y humillante; en todo ha obedecido y respetado a
Noemí; como consecuencia ha contribuido a sacar adelante la familia.
Es curioso que encontramos esta frase, de más valor para ti que siete hijos, al final
del libro de Rut, cuando al principio del libro siguiente (1 Samuel 1:8) Elcana dice a Ana:
¿No soy yo para ti mejor que diez hijos? Tanto el diez como el siete parecen números
ideales en cuanto a los hijos (cf. 1 Samuel 2:5).

111
La palabra hebrea traducida como “de más valor” es otra de las palabras clave que
el autor ha empleado para sugerir asociaciones y dar cohesión a la narración. Es la
misma empleada por Noemí (2:22) cuando ha dicho que es bueno que Rut vaya con las
criadas de Booz. También ha indicado la finalidad de su búsqueda de un hogar para Rut,
para que le vaya bien (3:1). Es la palabra traducida como contento al referirse al corazón
de Booz después de comer y beber (3:7), y como mejor al hablar de la postrera bondad
de Rut (3:10). También es la exclamación bien empleada por Booz para indicar su
conformidad con la posible redención de Rut por parte del pariente cercano (3:13).

Entonces Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo… (4:16)


No hay testimonio más elocuente de que Obed sea percibido por el pueblo como
hijo levirático como este gesto de Noemí. Aunque en un sentido carnal e histórico
(4:21) Obed es hijo de Booz, a efectos sociales es hijo de Noemí. Pertenece a su regazo
(la palabra hebrea también podría ser traducida “seno”). Es el hijo que Dios le ha dado
en sustitución de sus hijos muertos.
Es significativo, como ya hemos observado, que el autor emplee aquí la misma
palabra “niño” que ha utilizado en el 1:5 para hablar de Mahlón y Quelión.
… y fue su nodriza (4:16)
Naturalmente, el texto no supone ningún menosprecio hacia Rut. El amor que Obed
recibió de Noemí no habrá neutralizado el de su madre. El que Noemí fuera su nodriza
(o aya o guardián) no supone que Rut no haya tenido con él un pleno papel de madre.
Sencillamente es la reafirmación de los derechos legales y sociales de Noemí.

Y las mujeres vecinas le dieron un nombre, diciendo: Le ha nacido un hijo a Noemí.


Y lo llamaron Obed (4:17)
Nombrar a un recién nacido era en aquel entonces todo un evento social. No se
trataba de buscar una palabra bonita que gustara a los padres. Ni siquiera era
prerrogativa exclusiva de los mismos padres, aunque parece ser que ellos guardaban
una especie de derecho de veto sobre lo que decidieran los vecinos (cf. Lucas 1:59–63).
Los amigos de la familia participaban en el asunto, y buscaban un nombre que se
correspondiera con el carácter o la situación del recién nacido.
El nombre que dan en este caso significa “el que sirve”. ¡El redentor no ha venido
para ser servido, sino para servir! Poco sabemos de Obed. Confiamos en que la
bendición de las vecinas se habrá cumplido en él. El Targum así lo creyó y comenta:
Sirvió al Señor del mundo con corazón perfecto.
Esperaríamos que las vecinas hubieran dicho: Le ha nacido un hijo a Rut. Pero, por
supuesto, el primer hijo de este nacimiento es el de la redención; pertenece a Elimelec,
y Noemí asume un papel materno. Dios está restaurando los vínculos familiares que
habían quedado cortados por la muerte. Rut y Booz colaboran gozosamente en esta
restauración. Y Noemí tiene un hijo.
112
Resumen de la cuarta escena, Rut 4:1–17a
Si la acción del capítulo 3 fue la más íntima y secreta del libro, la del 4 ha sido la más
pública y formal. Aquí estamos en medio del bullicio social del pueblo y asistimos a unas
transacciones legales que exigen fórmulas ceremoniosas tanto en la acción como en el
lenguaje. Ya no se trata de una escena nocturna con Rut y Booz como únicos
protagonistas; aquí, Booz y el pariente están rodeados de testigos y una multitud del
pueblo.
Naturalmente, estas transacciones legales dan un desenlace airoso a los problemas
planteados en las escenas anteriores: Booz encuentra una esposa; Rut halla descanso;
el nombre y las posesiones de Elimelec son restaurados; y Noemí tiene un hijo.
El autor subraya este elemento de desenlace, solución y cumplimiento por medio de
su habitual repetición de palabras clave. Esto lo hemos visto ya en torno al uso de “esta
joven” (4:12, cf. 2:5, etc.), “valor” (4:15), “volver” (“restaurar”, 4:15) e “niño” (4:16).
También es cierto de frases como “el pariente más cercano de quien Booz había
hablado” (4:1, cf. 3:12), “que volvió de la tierra de Moab” (4:3, cf. 1:22), “si la vas a
redimir, redímela”, etc. (4:4, cf. 3:13), “Rut la moabita” (4:5 y 10, cf. 1:22; 2:1, 6, 21),
“Efrata… Belén… Judá” (4:11–12, cf. 1:2), “dar a luz un hijo” (4:13, cf. 1:12). Cada una de
estas frases mira deliberadamente hacia atrás a algún momento anterior de la historia y
refuerza la idea de que aquí llegamos a la resolución de los problemas.
Esto se ve claramente si consideramos la situación de Noemí al final de cada
capítulo. Al final del primero, la encontramos quejándose ante Dios porque tiene las
manos vacías (1:21); al final del segundo, ya tiene la efa de cebada que Rut ha espigado
(2:18); y al final del tercero recibe el regalo de seis medidas de parte de Booz (3:17). El
Señor ha ido contestando progresivamente a su queja. Pero nada puede compararse a
su felicidad cuando nos despedimos de ella al final del capítulo 4. Ahora tiene en su
regazo a su propio hijo (4:16–17).
De hecho, la mayor “resolución” de todas es la de la redención de las viudas, y este
capítulo está lleno del lenguaje apropiado: pariente-redentor (go’el) (4:1, 3, 6, 8, 14),
“redención” (4:7), “preservar el nombre del difunto” (4:5, 10), “redimir” (4:4, 5 veces;
4:6, 3 veces).
En este capítulo, nada menos que tres personas reciben el título de redentor.
Primero, el pariente anónimo, quien falla en sus responsabilidades; luego Booz, por
supuesto. De hecho, la “bondad” (jesed) de Booz llega a su culminación en su
disposición a redimir cuando el otro pariente evade el compromiso. De la misma
manera en que vemos a Rut en contraste con Orfa en el capítulo 1, con el fin de realzar
su decisión de acompañar a Noemí, así también vemos aquí a Booz en contraste con
“Fulano”. Ni Orfa ni “Fulano” hacen nada legalmente reprensible. Sencillamente actúan
motivados por el sentido común y sus propios intereses. Pero no hay jesed en su
comportamiento. En cambio, en Rut y Booz, sí. Por eso nos identificamos con la
bendición de los vecinos sobre Booz (4:11–12), como antes nos identificábamos con la
bendición que Booz invocaba sobre Rut (2:11–12).
113
Pero lo más sorprendente de este capítulo es que, a partir del versículo 14, el
redentor de la historia cambia. Hasta aquí, la esperanza de Rut y Noemí ha estado fijada
en Booz. Pero ahora está en Obed. Para entender la redención en toda su plenitud, el
autor nos invita a considerar que el hijo levirático es el que restaurará verdaderamente
la casa de Elimelec. Obed es percibido como el hijo de Mahlón y nieto de Noemí.
El capítulo 1 nos ha contado cómo la descendencia de Elimelec fue cortada y cómo
Noemí se quedó sin parientes. Pero ahora Dios le ha provisto una nueva familia. La
anterior, adquirida en Moab, había fracasado; la nueva, la que Dios concede en su
misericordia, es la que vale.
En última instancia, la fuente de toda redención es el Padre eterno. El autor mismo
nos lo revela. Como en los capítulos anteriores, deja entrever constantemente la mano
fiel y salvadora de Dios en su narración, por medio de las aparentes casualidades de la
acción y de las bendiciones y comentarios de los protagonistas (4:1, 11, 12, 13, 14). Si
no fuera por Yahvé, no habría redención. Así, el texto responde para vindicar al Señor
ante las quejas de Noemí en 1:20–21. Hay momentos en la vida cuando parece que Dios
ha abandonado a sus siervos. Pero él es quien trae la solución a sus necesidades.
Ahora, el redentor que Dios ha provisto es Obed. Al llegar a este punto (4:14), las
mujeres de Belén se convierten en profetisas. El redentor aún no es más que un recién
nacido, pero ya ven la fortuna y el linaje de Noemí restaurados a través suyo: Bendito
sea el Señor que no te ha dejado hoy sin redentor; que su nombre sea célebre en Israel.
¿Acaso quiere el autor que veamos en sus palabras el anticipo de una mayor redención
que vendrá a todo Israel a través del hijo de este hijo, el rey David? ¿Y acaso podemos
los creyentes en Jesucristo dejar de entrever la esperanza de una redención aún mayor,
la cual vendrá a todas las naciones por medio del gran Hijo de David? La esperanza de
redención para Noemí se encuentra ahora en su regazo; la nuestra también se halla en
que un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado (Isaías 9:6).

EPÍLOGO
La genealogía hasta el rey David
Rut 4:18–22

Él es el padre de Isaí, padre de David (4:17)


Si el libro de Rut hubiera acabado en el versículo 17, diríamos que se trata de una
hermosa historia acerca de una situación familiar de adversidad y restauración,
gobernada por la providencia divina. Uno de los muchos casos que se han dado a lo
largo de la historia. Pero el libro de Rut no acaba aquí. Siguen seis versículos de

114
genealogía. Dios transforma una tragedia doméstica no solo en bendición a sus
protagonistas, sino en un hito importante en la historia de la redención del mundo.
Cuando somos fieles en lo pequeño, él recoge nuestra pequeña fidelidad y la
convierte en algo grande. El que multiplica los panes y los peces ofrecidos por un niño,
el que llama a las cosas que no son como si fueran (Romanos 4:17), transforma la
fidelidad de Booz y Rut a sus obligaciones familiares en un eslabón importante del linaje
del rey David y del Redentor supremo, el Señor Jesucristo. El libro acaba, pues, con una
genealogía por medio de la cual lo que hasta aquí ha tenido solo un significado local y
familiar ocupa su lugar en la historia de Israel y de la redención.
El contenido de esta genealogía coincide con el de 1 Crónicas 2:4–15 y puede
resumirse de la manera siguiente (los nombres que aparecen en la genealogía de Rut
están en letra cursiva):

Si bien es cierto que la información de Crónicas es más amplia con respecto a las
primeras generaciones (de Judá a Ram) y a los hermanos de David, por lo demás hay
una coincidencia absoluta, de manera que no podemos saber si el autor de Rut utilizó la
información de Crónicas o viceversa, o si los dos libros utilizaron otra fuente.
Lo que sí parece seguro es que se han omitido varios nombres intermedios. Como
ocurre en muchas genealogías bíblicas, un “hijo” puede ser en realidad un bisnieto, y
este puede haber sido “engendrado” por quien era de hecho su tatarabuelo. Si
suponemos que los hijos de Jacob vivieron aproximadamente entre 1750 y 1650 a. C. y
que David comenzó a reinar en el 1010 a. C., vemos que esta genealogía pone solo diez
nombres para cubrir un período de más de seiscientos años. Por otra parte sabemos
por Mateo 1:5 que Salmón era el marido de Rahab y vivió, por tanto, en tiempos de la
entrada en la Tierra Prometida. La impresión que recibimos en Rut es que, ya en
tiempos de Booz, el “hijo” de Salmón, el pueblo de Israel estaba bien asentado en la
tierra, con derechos de herencia y posesión firmemente establecidos. Aunque nuestra
impresión podría ser equivocada, parece probable que ya han pasado varias
generaciones desde la conquista. De hecho, como hemos visto en el comentario a 1:1,
no hay nada en Rut que nos ayude a determinar en qué momento de los días en que
gobernaban los jueces ocurrieron los hechos aquí narrados.

Estas son las generaciones de Fares… (4:18)


La genealogía mira hacia atrás hasta Fares, hijo de Judá, como ya hemos visto en el
4:12, y mira hacia delante hasta David, el gran rey de Israel. Así pues, sirve para colocar
la historia de Rut en el punto medio entre el período de los patriarcas y el de la
monarquía.
La fórmula, estas son las generaciones de…, nos remite a las genealogías de Génesis
(2:4; 5:1; 6:9; 10:1; 11:10, etc.), como si el autor de Rut quisiera señalar
deliberadamente una continuidad, a través de Booz, entre los patriarcas y David. Las
genealogías de Génesis acabaron con las “generaciones” de los doce hijos de Jacob;
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esta genealogía de Rut es la “generación” de uno de sus nietos.
Si exceptuamos las genealogías de principios de 1 Crónicas, hemos de esperar hasta
el comienzo del Nuevo Testamento antes de encontrarnos con una fórmula parecida:
Libro de la genealogía de Jesucristo… (Mateo 1:1). Es como si Mateo recogiera el hilo
abandonado por Rut y Crónicas a fin de seguir trazando la historia de la redención de
generación en generación, desde Adán hasta Jesucristo. Ya hemos dicho que Mateo no
omite a Rut de su genealogía; de hecho incorpora en ella toda la información de estos
versículos (4:17–22).

Fares engendró a Hezrón, Hezrón engendró a Ram, Ram engendró a Aminadab…


(4:18–19)
Nada sabemos acerca de estas primeras generaciones aparte de la mención de
Hezrón también en las genealogías de Génesis (46:12). Otro hijo de Hezrón fue el
famoso Caleb, compañero de Josué. Los hijos de Caleb parecen haberse establecido
precisamente en la comarca de Belén (1 Crónicas 2:18, 50–51).
Si cotejamos estos versículos con Éxodo 6:23, vemos que Booz también era pariente
de Aarón a través de su “tía” Elisabet:

Aminabad engendró a Naasón… (4:20)


Naasón era un hombre de gran prestigio en Judá, el representante de la tribu y
ayudante de Moisés y Aarón en el censo de Israel, cuando el número de personas en la
tribu era de 74.000 (Números 1:7, 26–27; 10:14). Asimismo representó a Judá en las
ofrendas para la dedicación del altar del tabernáculo (Números 7:12–17). Por eso,
Números y Crónicas lo llaman “jefe” o “príncipe” de los hijos de Judá (Números 2:3; 1
Crónicas 2:10).
… Naasón engendró a Salmón,… (4:20)
Los nombres hasta Salmón eran suficientemente conocidos para los lectores
hebreos para no necesitar comentario. Pero al llegar a este, el Targum añade: Es el
Salmón de Belén y Natofa, cuyos hijos suprimieron los guardias que el malvado
Jeroboam había instalado en los caminos. Y las hazañas del padre y de los hijos fueron
agradables como un bálsamo.

… Salmón engendró a Booz… (4:21)


Como resumen de todo lo que es el carácter de Booz, y a modo de despedida, el
Targum añade al texto: Booz es el juez Ibzán. Él fue Booz el justo, por cuyo mérito los
hijos de Israel fueron librados de sus enemigos, y por cuya plegaria desapareció el
hambre de la tierra de Israel.

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Así, los rabinos identifican a Booz con el Ibzán de Jueces 12:8–10. Este, según
Jueces, ciertamente vivió en Belén, como Booz, ¡pero nos sorprende saber que Booz
tuvo 30 hijos y 30 hijas!
… Booz engendró a Obed
¡Qué sencillas parecen ahora estas palabras, insertas en una genealogía! Si las
leyéramos en Crónicas (1 Crónicas 2:12) sin la información de Rut, no sospecharíamos
nada de la angustia y el drama humano que había detrás de ellas.
Aunque Obed nació, a efectos familiares y sociales, como hijo de Noemí y de
Mahlón, portador de su nombre y heredero de sus posesiones, sin embargo, a efectos
genealógicos, es sencillamente el hijo de Booz.

… Obed engendró a Isaí e Isaí engendró a David (4:22)


Y así llegamos, a través de Isaí, al gran rey de Israel. David era, por supuesto, el
menor de siete hermanos, pero este detalle escapa de las intenciones de la genealogía
del libro de Rut.

Resumen del epílogo, Rut 4:17b–22


Es una cuestión abierta si esta genealogía formaba parte del libro original o no.
Desde luego, si postulamos que el libro fue escrito antes del reinado de David, entonces
tendríamos que suponer que la genealogía es una adición posterior. Si, en cambio,
suponemos una datación posterior, no hay ninguna base textual ni histórica para
desestimarla como una parte integral del libro.
Desde luego, no podemos admitir las teorías de aquellos que cuestionan la
historicidad de este parentesco entre Booz y David. Estos suponen que, además de ser
una adición al libro, la genealogía es un torpe intento de inventarse un linaje noble para
el héroe de Israel. Pero, puesto a inventarse cosas, va contra toda lógica que los
inventores den a David una antepasada moabita. Por otro lado, la vinculación de David
con Moab queda reforzada por el hecho de que, cuando huía de Saúl, visitó al rey de
Moab y le encomendó el cuidado de sus padres (los nietos de Rut) e incluso se habría
quedado él mismo en Moab si no fuera sido por el consejo del profeta Gad (cf. 1 Samuel
22:3–5). Todo eso viene a confirmar la vinculación entre David y Rut.
La genealogía constituye un final extraño para los gustos modernos, pero no para
los de antaño. El libro de Génesis, por ejemplo, suele incluir una genealogía a
continuación de la historia de sus protagonistas (por ejemplo, la de Adán en 5:1–32 o la
de Noé en 10:1–32), y no nos debe sorprender que nuestro autor imitara esta
convención. Se trata de un apéndice con un estilo literario distinto del resto del libro,
pero que no por eso carece de autenticidad. Ni en Génesis ni en Rut hay razón por la
que debamos suponer que la combinación de historias y genealogías atenta contra la
integridad del libro. Se trata sencillamente de una tradición literaria corriente entre los
judíos, una convención que sirve para colocar una íntima historia familiar en un
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contexto histórico más amplio.
Debemos recordar que una de las notas dominantes en el libro de Rut es la
providencia de Dios en los asuntos del hombre. Él vela por los intereses de Rut y Noemí.
Él es, a fin de cuentas, el autor de su redención. Él es Señor de sus circunstancias y las
dirige hacia un desenlace de bien en la vida de estas dos personas que lo aman
(Romanos 8:28). Así pues, el libro de Rut contempla a Dios como Señor de la historia, de
todas nuestras historias, el que dirige los hilos del devenir histórico. Por medio de la
genealogía vemos sencillamente que esto es cierto no solamente a nivel de la situación
íntima de una sola familia, sino también en el nivel más trascendente de la historia del
mundo. En este nivel también Dios es soberano, y en él obra para redención y salvación.
Dios cumple sus propósitos, generación tras generación. Cada uno de
nosotros, limitados como somos a una sola vida, ve poco de lo que está
ocurriendo. La genealogía es una manera llamativa de recordarnos la
continuidad del propósito de Dios a lo largo de las edades. El progreso de la
historia no es arbitrario. Tiene propósito. Y su propósito es el de Dios.

Bibliografía

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Comentarios y otras obras consultadas


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