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IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
Vanegas Vásquez, Orfa Kelita
Imaginarios políticos del miedo en la narrativa
colombiana reciente / Orfa Kelita Vanegas Vásquez. -- 1ª.
Ed. -- Ibagué : Sello Editorial Universidad del Tolima, 2020.
257 p.
Contenido: ¿Qué es el miedo?, ¿Cómo se le
aprehende? -- Estética de la violencia: Continuum del hacer
literario en Colombia -- Narrar el miedo: otra construcción
del imaginario de violencia -- Personajes del miedo:
presencias de la desdicha y el resentimiento.

ISBN: 978-958-5151-53-6

1. Conflicto armado – Colombia 2. Derechos humanos -


Colombia 3. Violencia 4. Ciudadanía I. Título

303.669861
V252i

© Sello Editorial Universidad del Tolima, 2020


© Orfa Kelita Vanegas Vásquez
Imagen de cubierta: Detalle de la cheminea A. [Cabeza de Gorgona]: dibujo de Louis-Pierre Baltard,
1803. © “Source gallica.bnf.fr / Bibliothèque nationale de France”.

Primera edición
ISBN versión digital: 978-958-5151-53-6
Número de páginas: 257
Ibagué-Tolima

Imaginarios políticos del miedo en la narrativa colombiana reciente.

Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad del Tolima


Grupo de investigación en Estudios interdisciplinarios en Literatura, Arte y Cultura (EILAC) de la
Universidad del Tolima.

publicaciones@ut.edu.co
okvanegasv@ut.edu.co

Corrección de estilo e impresión por: Color´s Editores S.A.S. Ibagué – Tolima. Diseño y diagramación
por: Marcela Morado. Diseño de cubierta por: Christian Johan Arias Vanegas.
Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio, sin
permiso expreso del autor.
A Eric,
mon amour
ÍNDICE

Prólogo ........................................................................................... 9

Introducción. ¿Qué es el miedo? ¿Cómo se le aprehende? ..................... 13


Afecto y emoción: intersecciones teóricas .................................................................... 19
Elaboración política del miedo ..................................................................................... 23

1. Estética de la violencia: Continuum del hacer literario en Colombia .... 35


Violencia, angustia y miedo .......................................................................................... 48
Miedo e invención del enemigo .................................................................................... 52
Balance de la narrativa colombiana de inicios del siglo XXI ........................................ 65
Horizontes estéticos del miedo político ......................................................................... 74
Entre el terror y el horror o de la anulación de lo humano .......................................... 79
Medusa y la estética de la decapitación ...................................................................... 88
El dilema literario ante el cuerpo decapitado .............................................................. 97
Estética del miedo y crítica literaria. Un panorama ................................................... 107

2. Narrar el miedo: otra construcción del imaginario de violencia ................... 121


Poética visual del horror .............................................................................................. 121
El detalle visual y la escritura ..................................................................................... 128
Enfoque fotográfico de un pasado siniestro ................................................................132
Medusa y la narración del horror ............................................................................... 145
El “eco mudo” de Gorgo ................................................................................................ 152
La cabeza decapitada en el campo de batalla ........................................................... 158
Desarticulaciones del “sí mismo” y la memoria dolorosa ........................................... 162
La memoria: entre lo emocional y lo político ............................................................... 171

3. Personajes del miedo: presencias de la desdicha y el resentimiento ............ 177


El escapado es el enemigo. Del miedo al repudio ....................................................... 179
Figuras del odio y el asco ............................................................................................. 181
La piel y la recuperación de lo perdido ....................................................................... 186
El personaje nómade. Registro del terror y el olvido .................................................. 194
Héroes del resentimiento. Metáfora política de justicia y memoria............................205
Contra la cicatrización del tiempo ............................................................................... 217

4. Conclusiones generales ........................................................................ 225

Bibliografía ............................................................................................ 237


PRÓLOGO

ENTRE LA PARÁLISIS DEL MIEDO Y LA ESPERANZA

L
a preocupación teórica por las emociones data de mediados de la década
de 1990 especialmente en el área de los estudios anglosajones, aunque el
interés por ellas es de larga data. El llamado “giro afectivo” está basado en
propuestas epistemológicas tales como las teorías sobre la subjetividad, teorías
del cuerpo, la teoría feminista, el psicoanálisis lacaniano vinculado con los
estudios de la teoría política. Todo ello ha dado como resultado el resurgimiento
de una economía de las emociones. Los nombres en danza para darnos una idea
genealógica de las vertientes teóricas van de Baruch Spinoza a Gilles Deleuze y Félix
Guattari. El movimiento desafió las oposiciones convencionales entre la emoción
y la razón, el discurso y el afecto, poniendo de relieve la compleja relación entre
poder, subjetividad y emoción de la teorización política. Como puede apreciarse
estamos ante posturas teóricas interdisciplinarias, transdisciplinarias y de alcance
extendido.
El “giro afectivo” en las ciencias sociales y humanidades se origina debido
a diversas insatisfacciones epistemológicas. Entre las que podríamos nombrar
proceden de los estudios de género, la excesiva mirada cientificista del cuerpo y la
desatención de que se trata también de un constructo cultural, ya que el cuerpo no
puede identificarse con el individuo. El cuerpo, de tal manera, es desplazado hacia
otros campos de especialización. Las emociones propias del cuerpo y diferenciadas
culturalmente fueron rechazadas por las ciencias sociales, y como consecuencia
fueron relegadas hacia la psicología o la medicina. Surge entonces una pregunta
de rigor: qué entidad accede a los vínculos sociales, ¿el cuerpo o el individuo?
Recuerda Vanegas:

[…] entender lo emocional como “energía nomádica” o impulso que


impacta los cuerpos de manera espontánea y que “sigue de largo”,
niega la ilación de la persona afectada con su propio cuerpo, contexto
y elemento racional; es decir, que el sujeto afectado pareciera
sostenerse en la inexperiencia y la inconsciencia, pues si el afecto se
PRÓLOGO

entiende como acto automático –por exceso de conciencia– o como


algo que no se experimenta conscientemente, así sea de manera
mínima, tampoco se relaciona con la experiencia pasada.

El miedo acompaña a la existencia humana y ha encaminado la vida de


hombres y mujeres frente a las amenazas y el desconocimiento. La emoción del
miedo afecta sin dudas el cuerpo, pero tanto sus causas como sus efectos poseen
además una dimensión sociocultural. El miedo suele desplazarse desde una
respuesta psico-corporal hacia una cultura que da forma a las subjetividades en
la esfera pública. América Latina en reiteradas ocasiones a lo largo de su historia
ha sido escenario de culturas del miedo. Desde el plano estrictamente literario
la novelística del dictador es un buen ejemplo de la manera como la ficción ha
representado estados emocionales amenazantes procedentes del poder político
despótico. Tanto la dimensión psíquica como social se conjugan en las estructuras
narrativas de esa novelística.
El “giro afectivo” se impuso revisar los dualismos modernos: cuerpo y
mente, razón y pasión, naturaleza y cultura. La persistencia de estos dualismos
habría que buscarla, por un lado, en el ascenso del individualismo que caracteriza
nuestra época y, por otro, en un retorno del positivismo y el racionalismo. En este
contexto, las teorías de las emociones como herramienta metodológica en los
estudios literarios latinoamericanos se encuentran en desarrollo, aunque parezca
paradójico si tenemos en cuenta que la literatura es el campo más propicio para la
expresión de las emociones, las pasiones o sentimientos. No importa aquí realizar
una debida y necesaria distinción.
De aquí que sea de suma importancia la investigación de la narrativa
colombiana reciente desde la perspectiva de una de las emociones de carácter
social y político como el miedo. Vanegas ha reunido un corpus de novelas de
calidad, premiadas y con proyección internacional para llevar a cabo sus objetivos.
Se ocupa de las siguientes obras: Delirio y Hot Sur de Laura Restrepo; El ruido
de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez; Los derrotados y Tríptico de la
Infamia de Pablo Montoya; Plegarias Nocturnas de Santiago Gamboa; El olvido
que seremos de Héctor Abad Faciolince; y Los ejércitos de Evelio Rosero. Estas
novelas comparten tramos temporales comunes (pertenecen a la primera parte
del siglo XXI), tratan las violencias de las últimas décadas (las del narcotráfico,
enfrentamientos entre diversos grupos armados), no eluden la política (abordan

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la degeneración de la política), y las tramas ficcionales se despliegan desde alguno

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ORFA KELITA VANEGAS
de estos núcleos. El estudio propone que estas propuestas ficcionales conectan la
violencia con la emoción experimentada por la víctima. La atención en la víctima
permite visualizar otras afecciones traumáticas como el dolor, la infelicidad, la
inquietud, el desasosiego.
Los vínculos sociales, nos preguntábamos anteriormente, se establecen
entre los cuerpos o los individuos, a la luz del “miedo político” podemos invertir los
términos y pensar de qué manera impacta el miedo socialmente establecido tanto
en el individuo como en los cuerpos. Vanegas ha introducido un significante crítico
denominado “miedo político” socialmente establecido y de incidencia latente o
manifiesta en los personajes de las novelas que estudia. Es uno de los aportes
más significativos de su ensayo. En el corpus narrativo estudiado el lector accede
a atmósferas asfixiantes gracias a la categoría de análisis del miedo. También la
emoción del miedo permite percibir cambios en la naturaleza de los personajes:
desde aquel con protagonismo público al personaje anónimo, quien padece
los efectos de una conflictividad en la que de espectador inicial pasó a ser una
víctima. El padecimiento en tales personajes es mayor en tanto no se le reconoce
el estado sufriente. Vanegas abandonó el canónico camino de concebir la violencia
productora de lo macabro a enfocarse en la escritura que da cuenta de los efectos
desde una perspectiva emocional. En otras palabras, pasó de un abordaje de la
novelística asentada en el enfoque sociohistórico al estudio del imaginario que se
generó a partir de la violencia.
El miedo es una de las emociones más políticas conocidas, como quedó
dicho, de ahí que lo emocional es el “lugar -escribe la autora- donde la novela logra
llegar para descubrir una de las zonas más enigmáticas y ocultas de lo humano
sometido a la crueldad atroz del poder.” El miedo desde la antigüedad ha sido
una emoción impropia de los héroes y por lo tanto condenable. Era atribuido
a las clases populares, que exentas de hidalguía, no contaban con esa barrera
protectora contra el miedo. El miedo es el más antiguo recurso para el ejercicio
del poder. Vanegas deja claramente establecido esta dimensión del miedo cuando
afirma que una “antropología” del miedo demostraría que “en el plano político
y cultural son especialmente importantes los efectos del imaginario colectivo
en el desarrollo de los miedos, porque ese imaginario puede crearse, inflarse y
manipularse, transmitirse y difundirse hasta convertirlo en pánico o en situaciones
desenfrenadas de terror y horror absoluto.”

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Desde el punto de vista de la crítica literaria estamos ante un trabajo
PRÓLOGO

innovador porque propone una categoría de análisis proveniente de la teoría de


las emociones y abre de ese modo otros caminos de indagación de la narrativa
colombiana y latinoamericana. Asimismo, la investigación lleva la impronta del
compromiso con la sociedad a la que la autora pertenece. Parte de la literatura
para recorrer las profundidades de la historia y la política, alumbrando aquellos
espacios más oscuros. Finalmente, en el acto mismo de la elección de las novelas
la autora se sitúa del lado de las víctimas con una empatía que le posibilita exhibir
los sufrimientos de una sociedad hastiada del ejercicio de una historia circular.

Claudio Maíz

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INTRODUCCIÓN

¿QUÉ ES EL MIEDO? ¿CÓMO SE LE APREHENDE?

Ahora veo, alrededor, rostros de pronto desconocidos –aunque


se trate de conocidos– que intercambian miradas de espanto, se
apretujan sin saberlo, es un clamor levísimo que parece brotar
remoto, desde los pechos, alguien murmura: mierda, volvieron.
(Evelio Rosero: Los ejércitos, 2007: 95).

¿ De qué manera abordar la narrativa colombiana preocupada por la realidad


caótica nacional de las últimas décadas bajo el ángulo del miedo como
categoría que incide propositivamente en la ecuación violencia/literatura?
¿Cuáles son los procedimientos de escritura que visibilizan, procesan y constituyen
el “miedo político” como estética alternativa a los modos como habitualmente
la narrativa colombiana ha simbolizado la violencia del país? ¿De qué modo la
posición ideológica en torno al binomio miedo-poder que las novelas incorporan
desestabiliza los imaginarios tradicionales de nación, memoria e identidad? ¿Son
las novelas de estudio un constructo epistémico que fortalece los discursos
contemporáneos dedicados a explorar las emociones como lenguaje y vía de
acceso a la comprensión de la contemporaneidad? Imaginarios políticos del miedo
en la narrativa colombiana reciente considera que parte de la novela nacional
publicada en las primeras décadas del siglo XXI, muestra interés por revisitar las
violencias que han golpeado con mayor fuerza la vida del país, específicamente,
las derivadas o asociadas con el narcotráfico y la violencia política, para narrarlas y
simbolizarlas desde el ángulo de las emociones. La fuerte presencia de los afectos
en las dinámicas políticas nacionales se configura en la novela como componente
esencial que define el carácter de los personajes, los lugares, el tiempo, el tema y
los recursos retóricos.
Cada aspecto que conforma el texto como producción estético-simbólica
se enlaza a la fuerza vital de las emociones. El miedo, en este espacio, toma
lugar protagónico, los escritores lo proponen como componente inherente a la
mentalidad y sensibilidad del colombiano. Como fenómeno político, el miedo en
la ficción interviene los imaginarios de violencia y su impacto en la idea de nación,
identidad y cultura, orienta, también, otros ángulos de sentido, que relativizan
INTRODUCCIÓN

y cuestionan los discursos que insisten en explicar la historia del país desde
categorías anacrónicas.
Las narrativas seleccionadas para este estudio1 se caracterizan por ser
publicadas en la primera parte del siglo XXI, y por abordar las violencias de las
últimas décadas, aquellas producto del narcotráfico, de la confrontación entre
diversos grupos armados y de la degeneración política, aspectos que aparecen
relacionados entre sí en el desencadenamiento de los hechos ficcionales. Sus
autores tienen reconocimiento en el ámbito nacional y latinoamericano, incluso,
internacional. Han sido traducidos a otros idiomas y, gradualmente, comienzan
a ser objeto de estudio no solo en la academia latinoamericana. La estructura
y contenido de las obras muestran una serie de elementos estéticos comunes
que son expresión de otros modos de significación de lo psicosocial originado
de la violencia política y del narcotráfico. Son narraciones que, si bien continúan
con la tradición de la representación de la “guerra” en Colombia, se desvían de
sus causas para enfocar con mayor cuidado los efectos, es decir, que recrean la
consecuencia emocional como fuerza protagónica de lo narrado. Esta capacidad
expresiva revela los modos como los grandes acontecimientos históricos del país
influencian “las vidas minúsculas” de cada persona. La escritura, y su “revolución
estética” (Rancière, 2000), da cuenta de los avatares de una nación a partir de la
significación de “seres anónimos”; en los detalles íntimos de “las vidas pequeñas”
las novelas descubren los síntomas de una época, explican las capas subterráneas
de la cultura y reconstruyen nuevos mundos con otras verdades.
Este estudio plantea la función de la crítica literaria frente a tal tipo de
narrativa. La lectura analítica que proponemos incorpora el concepto de “miedo
político” a la indagación de un corpus ficcional que pone el foco sobre quien sufre,
que ingenia nuevas modulaciones de la palabra y recursos literarios, para iluminar
y nombrar la realidad que ha quedado imperceptible entre los pliegues y resquicios
de las categorías paradigmáticas y discursos representativos de los agentes activos
de la historia y del devenir nacional.
Las reveladoras ilaciones de la escritura entre miedo político y estética
literaria constituyen el clima afectivo que envuelve a la sociedad colombiana
de las últimas décadas, visibilizan un significado de lo intangible de la relación
1 Delirio (2004) y Hot Sur (2012) de Laura Restrepo; El olvido que seremos (2006), de Héctor Abad Faciolince;
Los ejércitos (2007), de Evelio Rosero; El ruido de las cosas al caer (2011), de Juan Gabriel Vásquez; Plegarias
nocturnas (2012), de Santiago Gamboa y Los derrotados (2012), de Pablo Montoya, conforman el corpus que
originan los propósitos de esta investigación. Es importante señalar que se relacionan también otras narrativas
–de los mismos autores o de otros escritores–, con la intención de cotejar con el corpus literario central aspectos
estéticos particulares y profundizar en los principios de indagación que guían este trabajo.

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afectiva con el otro y lo otro. Entendido como emoción política, el miedo es

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articulado desde nuevas y diferentes posiciones de sujeto, es el eje en torno al
cual la narrativa revela otras verdades sobre el estado de cosas de un país, enfoca
a quienes han sido víctimas directas del conflicto, y cuestiona los vocabularios y
discursos canónicos que continúan interpretando la contemporaneidad nacional
desde conceptos desgastados y muchas veces impensados. Lo político, lo social
y lo histórico, aunque se nombran, no juegan ya el papel principal que tuvo en la
novelística de otro momento, la escritura los instala como “escenario de fondo”.
Predomina más bien en los intereses narrativos recientes la respuesta individual
del “sujeto víctima” a una realidad que no satisface el sentido de pertenencia ni de
identidad. La lectura de la vida social se hace desde una sensibilidad personal y la
sensibilidad personal, a su vez, solo es comprensible desde la realidad nacional. Por
esta razón, lo afectivo se desborda de la instancia individual y abarca lo colectivo.
Tales aspectos, junto con las innovaciones poéticas del lenguaje, consideramos,
constituyen un imaginario emocional de la violencia, que ubica un nuevo punto de
mira sobre el espacio literario y epistémico interesado en el pasado y el presente
del país.
Se acepta en el campo literario que la novela colombiana desde sus
inicios se preocupa, en especial, por las múltiples manifestaciones de la violencia;
los usos poéticos del lenguaje regularmente se han enfocado en dar sentido y
representación a este fenómeno determinativo de la cultura política del país. No
obstante, hay que notar, la violencia, aunque situación incesante en la historia
nacional, tiene sus desvíos, cambios y énfasis específicos según el momento
histórico y los actores que la desencadenan; circunstancia que ha demandado del
escritor una búsqueda y renovación continua de los recursos estéticos y códigos
literarios, para nombrarla y constituirla como realidad ubicada en un tiempo y
espacio. Ciertamente, formular literariamente la Violencia, con mayúscula2,
desatada a mediados de siglo XX, toma matices particulares frente a los sucesos
del narcoterrorismo que sacudieron al país durante la década del ochenta, por
ejemplo.
Los estudios literarios reconocen que desde los años setenta del siglo
pasado, la narrativa colombiana enfocó su interés en representar los efectos
anímicos individuales y colectivos producidos por la barbarie política. Una
primera etapa de la ficción –años cincuenta, sesenta– concentrada en describir
los destrozos más crudos y explícitos de la Violencia dio lugar a la narración de su
2 El periodo de violencia más significativo del siglo XX del país se dio a raíz del asesinato del líder político Jorge
Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948, un suceso que desencadenó la brutal contienda entre miembros de los par-
tidos Liberal y Conservador. Este periodo se reconoce con el nombre de la Violencia, con mayúscula.

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huella psicosocial. A partir de este giro estético el novelista colombiano siempre
INTRODUCCIÓN

ha tenido el reto de no sacrificar la poética del lenguaje a la representación


meticulosa de actos sangrientos. Las primeras escrituras del Nobel colombiano
son ejemplo preciso de la iniciación de otras formas de narrar la realidad del país.
De hecho, García Márquez (1959) es el primero en llamar la atención sobre el
estado de representación de lo violento en la narrativa nacional, cuando afirmó
que la riqueza de lo literario no estaba en “los muertos de tripas sacadas, sino en
los vivos que debieron sudar hielo en su escondite” (12), subrayando con esto la
necesidad de una estética de lo intangible, del clima afectivo desprendido de la
escena de horror.
Ahora bien, aunque la narrativa efectivamente fue consolidando la
valorización estética de los efectos íntimos del conflicto bélico, y las escenas
descriptivas de escenarios macabros dejaron de ser, relativamente, elemento
protagónico, consideramos que el enfoque y tratamiento de la violencia siguió
aferrado a sus causas, es decir, a las figuras icónicas de la historia del país, a las
metáforas del poder. Estas continuaron siendo –y aún son, en múltiples textos–
el principio visible de las tramas literarias. Así entonces, la significación poética
del estado anímico colectivo continuaba ignorando a quien no participa de los
revuelos políticos, a la persona común que, en muchos casos, no le interesan las
inclinaciones ideológicas ni se explica la confrontación por el poder, sin embargo,
es quien sufre radicalmente el impacto funesto que estos fenómenos dejan en los
espacios que invaden.
El corpus de novelas elegido para esta investigación enfoca de nuevo la
violencia. Esta vez la de las últimas décadas, la del narcotráfico, la criminalidad
y la corrupción política asociada con este. No obstante, como tratamos de
demostrar, en esta ocasión las propuestas ficcionales articulan lo violento desde
la particularidad emocional de la víctima o persona inerme. Si bien los novelistas
que abordamos fijan la atención en las prácticas estéticas de sus antecesores, la
escritura de los efectos de la violencia la entienden desde lo emocional traumático
más íntimo: el dolor, la desdicha, el miedo, el horror, etc. Lo afectivo, en este orden,
se instala en el relato con fuerza protagónica, los elementos ficcionales –tiempo,
lugares, tema, personajes, juegos del lenguaje– toman profundidad dramática
gracias a la intimidad perturbada de quien narra. Sin dejar de lado la alusión a
elementos socio-históricos, que sugieren al lector las causas del conflicto, los
escritores muestran un marcado interés por nombrar la sensibilidad herida, dar
forma a la particularidad emocional del ciudadano común, que sin ser parte activa
de la guerra, del narcoterrorismo y demás violencias, se ve arrasado por estas.

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Cada escritor en cuestión pareciera ir al lugar de los afectos lesionados para luego

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regresar y contar lo que hay en ellos. Lo emocional, puede afirmarse, es el lugar
donde la novela logra llegar para descubrir una de las zonas más enigmáticas y
ocultas de lo humano sometido a la crueldad atroz del poder.
Los estudios sobre la novela colombiana que tematiza la violencia se han
apoyado, sobre todo, en conceptos de las ciencias sociales y del discurso histórico,
remarcando en las causas políticas y sociales del conflicto y sus efectos. Cuando
reflexionan sobre los estragos psicosociales enfocan habitualmente los elementos
activos que los desencadenan –sicarios, narcotraficantes, personajes de perfil
político, narradores militantes, etc.– y la historia de la nación, en general. En este
sentido, al momento de relacionarse las narrativas con el contexto de referencia,
las metáforas del poder juegan, de nuevo, el rol central en gran parte de la crítica
literaria (Jaramillo, Osorio y Robledo, 2000; Rodríguez Ruiz, 2011; Escobar, 2002;
Pineda Botero, 2006; Figueroa, 2010, 2011; Giraldo, 2008; Gonzáles Ortega,
2013; Osorio, 2006, 2014). Este enfoque ha dado forma a un entramado crítico
valiosísimo, productor de múltiples lecturas en torno a la tensión entre los procesos
literarios nacionales y las dinámicas de la historia social y política. Aún hoy, sigue
abriendo interesantes panoramas de comprensión de la sociedad nacional y motiva
cuestionamientos para la exégesis de las novelas. Sin embargo, reconocemos que
tal transcurso analítico así como ha propuesto una serie de caminos significativos
para ahondar los diversos sentidos que la narrativa propone, paradójicamente,
también ha nublado la posibilidad de líneas de indagación desde otras ópticas.
Compartimos el sentir de investigadoras como Juana Suárez (2010), María
Elena Rueda (2011) y Andrea Fanta Castro (2015), sobre el estado actual de la
crítica literaria colombiana y su escasa validación de las investigaciones que no se
alinean a categorías paradigmáticas. Ciertamente, los estudios nacionales sobre
literatura, dejan ver que hasta hace poco las pesquisas que no seguían la mirada
canónica –el enfoque sociohistórico, especialmente– quedaban al margen o
pasaban inadvertidos. La indagación de la violencia en relación con fundamentos
conceptuales del campo fenoménico, del psicoanálisis o de las diversas líneas
de profundización sobre las emociones, que proponen, por ejemplo, los estudios
culturales, la crítica de género, la historia, la filosofía o la psicología, son mínimos
en el campo académico-literario en Colombia, en comparación a los de orientación
socio-histórica. Ante este paisaje, y considerando que parte de la novelística de
reciente publicación viene descifrando los contextos de violencia a partir de una
renovada figuración de lo emocional traumático, este libro procura abrir otra ruta
de investigación que vindique lo afectivo traumático como vía de acceso a lo real,

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lo simbólico y lo imaginario de las dinámicas sociopolíticas del país. El miedo, la
INTRODUCCIÓN

desesperanza, el dolor, entre otros, son la contracara de la metáfora del poder, y en


tanto revelación literaria, necesita de nuevos ángulos de elucidación, de exégesis
que los reconozca como lenguaje que articula y da representación a las realidades
no siempre perceptibles de la vida social.
Estudiar las novelas en su componente emocional, además de requerir
habilidades propias de la crítica literaria para llevar a cabo su exploración en
tanto manifestación estética, necesita también reconocer otros aspectos de los
afectos: sus condiciones de producción y manipulación, modos de transmisión y
circunstancias para su incorporación. Acá, no nos detenemos exclusivamente en
el carácter estético - representativo del miedo, tratamos de entender, además, la
manera como el discurso literario significa la articulación de tal fenómeno en la
sociedad y su incidencia en las prácticas individuales, colectivas e institucionales.
En este orden, para concretar conceptualizaciones claves como violencia, emoción,
miedo político, memoria traumática, narrativa colombiana, el estudio exigió de
una filiación disciplinar que consolidara las herramientas epistémicas y el proceso
analítico. El desafío teórico se ancló entonces, no solo a la revisita de un sinnúmero
de fuentes críticas de la novela de la violencia, sino también a reflexiones
provenientes de los estudios culturales, la filosofía política, la historia de las
emociones, la sociología, la psicología cognitiva, entre otros, que han enfocado lo
afectivo como objeto de análisis. La indagación de las novelas está sujeta a una red
conceptual ecléctica, en la que si bien hay nociones exclusivistas y muchas ideas
pueden no ser afines, tampoco resultan totalmente incompatibles ni debatibles,
se disponen entonces a modo de polos entre las cuales oscila necesariamente el
análisis de los temas en cuestión.
Es necesario precisar, desde estas páginas iniciales, que, si bien esta
investigación propone el “miedo político” como categoría central de análisis, no ha
partido de un andamiaje teórico preestablecido sobre este afecto para entrar en
las obras. Por el contrario, la indagación del miedo en las tramas ha sido dirigida
por las novelas mismas, es decir, que las propuestas de escritura y sus modos
novedosos de dar forma a una realidad afectiva signada por la violencia son las
primeras en motivar los objetivos de este estudio. Las narraciones proponen unas
modalidades estéticas específicas en las que el miedo toma forma, y es justamente
ahí donde este trabajo se ubica. Aunque la referencia del vasto entramado teórico
ilumina el recorrido de esta investigación, son las ficciones con sus particularidades
literarias las que dieron la primera luz. Estamos así ante un libro de crítica literaria
y ensayo académico.

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AFECTO Y EMOCIÓN: INTERSECCIONES TEÓRICAS

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ORFA KELITA VANEGAS
El estudio de las emociones como lenguaje que abre nuevos espacios epistémicos
para la comprensión de los giros sociales, culturales, morales y políticos, de las
sociedades contemporáneas ha tomado vital relevancia en los últimos años en
diversos campos de investigación de las ciencias humanas y sociales. Entender
tanto lo inefable del estado de cosas de un colectivo como la estructura psicosocial
básica que conforma la vida cotidiana de la persona común, parece desbordar
los vocabularios establecidos y conceptos paradigmáticos que habían dirigido
hasta hace poco la reflexión sobre los fenómenos sociales. En tal panorama, las
texturas afectivas se muestran tan interesantes como los textos, los discursos
y los archivos, para indagar lo que nos sucede como individuo y sociedad, en
sus diversos significados y simbolismos. El estudio de las emociones viene
imponiéndose sobre el análisis de las razones, asegura Roger Bartra (2012). Las
relaciones de fuerza que dan orden al ámbito internacional contemporáneo y a las
diversas dinámicas de la globalización, delimitan nuevos procesos de construcción
de subjetividades e imaginarios colectivos. Circunstancias como la alteración
de los modos de vida a causa del desplazamiento, la migración y el exilio, o el
incremento de la violencia asociada al terrorismo internacional, el narcotráfico y
la trata de personas, requieren de lo emocional como elemento necesario para la
explicación de las formas intangibles íntimas, en tanto son legítima expresión de la
contemporaneidad y sus facetas sociales (Moraña, 2012).
Son múltiples y diversos los enfoques de investigación que se interesan
por lo emocional. A continuación presentamos, de manera sucinta, dos variantes
que predominan en un sinnúmero de estudios. La primera, busca diferenciar
taxativamente la emoción del afecto. Explica lo afectivo como impulso visceral
escindido de la conciencia y el raciocinio, aunque manifiesto en el cuerpo3. Uno
de los exponentes principales de este fenómeno es Briam Massumi (2002, 2011),
quien lo entiende como expresión corpórea, pre-consciente y pre-individual, algo
autónomo respecto al discurso. Bajo este ángulo, el factor determinativo del afecto
3 Ticineto Clough (2008), iniciadora de las propuestas del “giro afectivo”, propone la idea de “cuerpo biomedia-
do”: un cuerpo que desplaza la dimensión del cuerpo como organismo para ubicarse como “cuerpo-como-proceso”
de mediación biológica, participante de la co-emergencia del afecto. El afecto es fuerza que afecta la interacción
entre los cuerpos. Esta vía de reflexión, que valoriza el cuerpo en relación con los afectos, retoma las reflexiones
filosóficas de Baruch Spinoza ([1677] 1975). Que formulan el conatus del cuerpo como impulso o apetito. Los
afectos son afecciones del cuerpo, en las que aumenta o disminuye la vitalidad del ser humano. Lo importante de
la existencia es “lo que puede un cuerpo” ([1677] 1975: III, 2), dice Spinoza. El affectus, que es fuerza, y la affectio,
que es capacidad, son los elementos que entran en la relación entre los cuerpos, es decir, que los cuerpos son
entre sí en la medida de su fuerza y capacidad.

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es su emancipación, en ella reside la capacidad para la experiencia novedosa y el
INTRODUCCIÓN

descubrimiento lúcido de las cosas –de otros cuerpos–. El afecto, en este sentido,
“escapa al confinamiento” (Massumi, 2002: 228), se desterritorializa (229) y resiste
a la instancia representacional. Lo afectivo, entendido como affectus –energía,
fuerza–, sería entonces una “energía fluctuante” que atraviesa los cuerpos sin
someterse a normas, no pertenece ni al sujeto ni al objeto y tampoco reside en
el espacio intermedio entre objeto y sujeto. Gran parte de los estudiosos del “giro
afectivo”4 (Ticineto Clough y Halley, 2007) y de la “Teoría de los afectos” (Gregg
y Seigworth, 2010) se nutren de este enfoque que Massumi propone desde la
relectura de Deleuze y Guattari.
Sin demeritar la importancia del proceso teórico y de análisis que han
llevado adelante los investigadores de lo afectivo, consideramos que hay algunos
planteamientos un poco herméticos y difusos. La intención de mostrar un nivel
de autonomía del sujeto ante los marcos culturales y sociales que lo constituyen,
proyecta el afecto como especie de elemento con independencia absoluta.
Ciertamente, entender lo emocional como “energía nomádica” o impulso que
impacta los cuerpos de manera espontánea y que “sigue de largo”, niega la ilación
de la persona afectada con su propio cuerpo, contexto y elemento racional; es decir,
que el sujeto afectado pareciera sostenerse en la inexperiencia y la inconsciencia,
pues si el afecto se entiende como acto automático –por exceso de conciencia– o
como algo que no se experimenta conscientemente, así sea de manera mínima,
tampoco se relaciona con la experiencia pasada. Si bien puede existir cierto grado
de inconsciencia de los afectos, estos en sí mismos están mediados por vivencias
pasadas que influyen en su reconocimiento. Las sensaciones, impresiones,
afectos o emociones van ligados a la experiencia y al vestigio que ella deja sobre
los cuerpos (Ahmed [2004] 2015, Nussbaum [2013] 2014). Lo afectivo, en esta
dirección, evocaría la experiencia anterior a través de recuerdos corporales así
este proceso parezca no pasar por la conciencia, no sería por tanto un impulso
abstracto carente de cognición y traza cultural.
La segunda variante, cuestiona el rasgo “presentista”5 y “universalista” que
parte de los teóricos del “giro afectivo” quieren dar a los afectos. Asimismo, los
4 El “giro afectivo” puede entenderse como una transformación en la producción de conocimiento a partir de la
interpretación de los afectos, emociones, sentimientos, etc. Surge como alternativa original para la interpretación
de las dinámicas culturales y sociales, y tiene el propósito de cambiar la lógica misma de múltiples disciplinas. Lo
afectivo como eje de análisis se propone abarcar la estela de fenómenos ontológicos que no son dependientes de
la conciencia humana ni de la comunicación lingüística o discursiva.
5 Présentiste es un término acuñado por el historiador galo François Hartog (2003), para calificar el enfoque que
niega el “régimen de historicidad” a los elementos que componen a las distintas civilizaciones. Para este pensador,
las categorías de presente, pasado y futuro articulan un modo necesario y esclarecedor de los fenómenos que
nos suceden en el presente.

20
términos afecto y emoción son utilizados indistintamente, no se precisa diferencia

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ORFA KELITA VANEGAS
conceptual entre estos. Acá, se coliga lo emocional al marco moral, social, histórico,
en el que se produce. Lo emocional entonces resguardaría siempre un movimiento
cognitivo y por tanto una percepción valorativa de los sucesos externos. Lejos
de ser “parásitos de la racionalidad”, consideran Damien Boquet y Piroska Nagy
(2011), “las emociones son sus centinelas”, ellas nos proporcionan información
sobre aquello que está conforme con nuestros valores y los considerandos
sociales (7)6. Es evidente que esta orientación de lo emocional-afectivo inicia por
oponerse al principio fundamental que caracteriza el concepto de afecto según los
teóricos citados líneas arriba. La afirmación de lo afectivo como algo que surge
espontáneamente, a modo de impulso incontrolado o de energía natural privada de
pensamiento, es problematizada por las reflexiones que proponen la participación
de un elemento cognitivo-evaluativo en toda emoción. Lo emocional comprende
la percepción personal de un suceso o realidad concreta. Cuando se reacciona
afectivamente frente a determinadas circunstancias, las emociones implicadas
responden al recuerdo y la memoria7. Hombres y mujeres por estar inmersos desde
la infancia en un grupo social que defiende y labra un conjunto de emociones
públicas, no pueden escindir totalmente sus modos de ser ni sus hábitos de
pensamiento de lo aprehendido colectivamente (Nussbaum, [2013] 2014: 164). Los
estudios sobre la historia de las emociones (Fevbre, 1943; Delumeau, [1978] 2002;
Rosenwein, 2002, 2010; Boquet y Nagy, 2009, 2011) se inclinan por reconocer que
la emoción debe indagarse en el corazón mismo de los procesos socioculturales,
en la relación que ella establece con la construcción del cuerpo social, y por la
importancia que adopta en los eventos, intercambios y transformaciones8.
Teniendo en cuenta este complejo panorama teórico que trata de definir
lo afectivo y lo emocional, nosotros consideramos más sensato adoptar la postura
de no trazar una distinción radical entre estos dos conceptos. Usamos ambos
6 Las citas de fuentes en otro idioma: inglés y francés, son traducciones propias. A no ser que se indique lo
contrario.
7 Ahmed ([2004] 2015) insiste en lo corporal como núcleo constitutivo de lo emocional. Afirma que los efectos
emocionales se expresan en el cuerpo y se transfieren por medio de él; “el trabajo de la emoción involucra que
ciertos signos ‘queden pegados’ a ciertos cuerpos: por ejemplo, cuando otros se vuelven odiosos, entonces
se dirigen acciones de odio hacia ellos” (41). En este orden, las emociones humanas son también reacciones
corporales; asociarlas con el pensamiento no les despoja su calidad corpórea.
8 En la Ética demostrada según el orden geométrico ([1677] 1975), de Baruch Spinoza, se encuentra ya la estrecha
concomitancia entre emoción y afecto. El filósofo se refiere a las emociones como “ideas confusas” y las equipara
con los “afectos primarios”: tristeza, alegría o deseo; estas perturban al sujeto en diversos niveles de intensidad y
de diversas formas, su impacto depende del marco moral y social donde se producen (256). Pensar las emociones
como lo hace Spinoza es relativizar, sin negar, su rasgo natural y preconsciente, y enfocar, a su vez, su ambigüedad
cultural y semántica.

21
términos de manera intercambiable, pero procurando siempre ahondar en lo
INTRODUCCIÓN

que representan, en la realidad que los enmarca y en los efectos que producen
en la esfera pública. Somos conscientes de lo problemático que resulta trazar
diferencias teóricas radicales entre emoción y afecto, pero también reconocemos,
junto a Nussbaum ([2001] 2008), que una aproximación crítica apropiada a lo
emocional debe garantizar la flexibilidad suficiente para explorar las diferencias
entre las diversas emociones y otras expresiones afectivas (29). No siempre es
fácil discernir las emociones de otras experiencias estrechamente vinculadas
a ellas, tales como los estados de ánimo o sentimientos, pues las distinciones
resultan borrosas e incluso, en algunos casos, auténticamente indeterminadas. Sin
embargo, esto no ha impedido un estudio especializado de los factores comunes
y reflexiones iluminadoras. En resumen, no buscamos dar por sentado que los
usos del término emoción o afecto designen cada uno en exclusiva un fenómeno
íntimo o psíquico, hay una amplia escala de elementos que determinan sus
particularidades valorativas; es así como se dialogan en este libro.
Si los individuos están llenos de emociones, en derivación, las sociedades
asimismo lo están. Los estados emocionales impactan directamente en la
estructuración de la sociedad, la idea de nación e identidad y en el sostenimiento
de una cultura política. “Todos los principios políticos, tanto los buenos como los
malos, precisan para su materialización y su supervivencia de un apoyo emocional
que les procure estabilidad a lo largo del tiempo” (Nussbaum, [2013] 2014: 15).
Las emociones públicas, es decir, el conjunto de afectos que tienen que ver con
los principios políticos y con la cultura pública: el miedo, la simpatía, el amor, la
compasión, el asco, el resentimiento, entre otras, son manejadas y muchas veces
inspiradas deliberadamente por los entes gubernamentales y sus alternos, para
canalizarlas hacia el fomento, conservación o transformación de los valores de la
sociedad, pues ellas impactan directamente en las conductas que hacen posible
todo tipo de convivencia en determinado grupo. Los principios políticos implican,
en definitiva, procesos de “formación emocional” –o de deformación– anclados a
la naturaleza de los afectos. Renaud Payre (2015), en este sentido, sostiene:

La ira, la indignación, el miedo, la alegría aunque son estados emocionales,


experiencias subjetivas, que se viven individualmente, conciernen también
al colectivo y, por tanto, a la política [en consecuencia] es posible
trabajar sobre la objetivación de las sensibilidades [...] e identificar cómo
estas expresiones subjetivas cuestionan el funcionamiento social. Y
particularmente el orden político (7).

22
La reflexión sobre emociones como el resentimiento a causa de la injusticia,

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ORFA KELITA VANEGAS
el asco ante el inmigrante, la ira frente a ideologías políticas opuestas a las propias,
no solo proporciona bases teóricas sobre el comportamiento emocional social,
sino, y, más aún, posibilita la evaluación de las coordenadas sociopolíticas que
recurren a la manipulación de las emociones colectivas, para dictar una especie de
doctrina sobre quién es considerado como “persona” y quién se queda por fuera de
ese “estatus” (Butler, [2009] 2010). Hacemos énfasis en esta última observación
porque, justamente, una vez ubicados en discutir sobre la emoción de “miedo”
y su manipulación política enfatizamos en su carácter dominante y trágico, que
excluye al otro como persona y condiciona la psiquis social, favoreciendo de este
modo la instalación de climas de angustia y terror.
La literatura es uno de los referentes estéticos más significativos en
la representación de lo emocional. La escena literaria ingenia un espacio de
confrontación y develamiento sobre el cual desplegar otras formas de sensibilidad
y comprensión de lo humano. La literatura colombiana, especialmente la narrativa,
se ha destacado por la riqueza simbólica de su lenguaje al momento de figurar las
realidades derivadas de la vida social determinada por la violencia extrema. No es
aventurado decir que, quizás, la estética literaria sea uno de los ángulos que abarca
con mayor interés el fenómeno de las emociones individuales y colectivas, producto
de las numerosas violencias que han dado forma a la nación. Inclusive, si se trazara
una línea de tiempo y espacio a partir de las primeras narraciones colombianas
publicadas hasta las que siguen editándose actualmente, en ella convergería el
tema de las violencias y sus efectos psíquico-emocionales como eje articulador
de las diégesis. Como veremos más adelante, la novela colombiana se presta
como fuente epistémica para elaborar y estudiar una genealogía de las emociones
públicas, específicamente aquellas asociadas al “miedo y su administración” (Virilio,
[2010] 2012), en estas se encarnan maneras muy particulares del funcionamiento
del poder político.

ELABORACIÓN POLÍTICA DEL MIEDO

El miedo es una de las emociones que ha despertado mayor interés en los estudios
políticos y filosóficos sobre la sociedad contemporánea. Entender las dinámicas
del andamiaje gubernamental de las naciones de hoy reclama la comprensión
del miedo como estrategia de poder y sometimiento del otro. Si bien el miedo es
afecto natural que surge espontáneamente ante la percepción de peligro, puede

23
encauzarse y manipularse con fines precisos, relativizando de esta forma su
INTRODUCCIÓN

condición primigenia9. Como producto del artificio del poder, esta emoción anida
en el corazón mismo de las relaciones políticas de los sistemas e ideologías. Ha
sido desde siempre elemento capital en el arte de gobernar (Delumeau [1978]
2002; Robin, [2004] 2009). En el plano político los miedos del imaginario colectivo
son fructíferos para la implantación de regímenes. La invención del enemigo, que
es en la política actual la estrategia más efectiva para conservar el poder, surge
justamente de los temores, angustias y emociones traumáticas de la población.
Es en la esfera de la imaginación donde la naturaleza del miedo devela la falta de
límites del poder estatal o de facto. Una antropología de tal emoción demostraría
que en el plano político y cultural son especialmente importantes los efectos del
imaginario colectivo en el desarrollo de los miedos, porque ese imaginario puede
crearse, inflarse y manipularse, transmitirse y difundirse hasta convertirlo en
pánico o en situaciones desenfrenadas de terror y horror absoluto (Mongardini,
[2004] 2007).
El “miedo político” puede entenderse como un tipo de afecto que emana
de un colectivo de personas, por la agresión al bienestar común a manos de otros
grupos sociales o de entes gubernativos. Este fenómeno tiene siempre intereses
de gobierno y dominación sobre los otros, se enfoca en imponer un poder en
detrimento del bienestar grupal. Se califica de político porque necesariamente está
enraizado a los temores y angustias de la sociedad y tiene consecuencias para
esta. Las tradiciones y creencias populares, así como el cálculo racional subyacente
de las realidades del poder social y político, concretan los principios activos del
miedo como emoción pública. El miedo y lo político conviven en estrecho vínculo.
Los miedos privados o personales, como el terror a las arañas, por ejemplo, son
elaboraciones de la propia psicología o de la experiencia íntima, que poco inciden
más allá de uno mismo. El miedo político, por el contrario, surge de conflictos
entre sociedades y tiene consecuencias para todos, es síntoma de confrontaciones
constantes y de frustración política (Robin, [2004] 2009: 15-17).

9 Para identificar el modo como el miedo es manipulado, Delumeau ([1978] 2002) lo divide en dos grandes
tipos: espontáneo y reflejo. El miedo espontáneo es la sensación de incertidumbre que surge naturalmente; se
manifiesta a su vez como fenómeno que puede ser permanente y/o cíclico. Los miedos permanentes se asocian
con las creencias humanas: el temor a las aguas profundas, la oscuridad, los fantasmas, lo inexplicable del “más
allá de la muerte”, entre otros. De su parte, el miedo reflejo, es una emoción traumática provocada por fuerzas de
poder que apelan a marcos morales y de costumbres para definirlo. Este tipo de miedo da forma a un imaginario
social a partir de la institución de principios educativos y morales. El proceso de construcción de los miedos
reflejos se sirve de los miedos espontáneos con el propósito de gobernar y cimentar la cultura. Estos dos tipos
de miedo comparten a su vez el carácter de cíclicos por su capacidad de repetición. Los sucesos o actos atroces
naturales o culturales se repiten a lo largo de la historia de las sociedades: las guerras, la enfermedad, el aumento
de los impuestos, etc. Sintetizando, hablar de miedo reflejo es señalar el miedo político porque se deriva de la
manipulación de los miedos permanentes y cíclicos.

24
El uso del miedo perpetúa la injusticia porque este sostiene los sistemas

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de dominación, dentro de los cuales solo una parte muy reducida de personas
disfruta de los placeres de la vida, mientras que las demás son privadas de tales
beneficios (Robin, 2015: 58-61). La concreción del miedo en actos de injusticia
demuestra que el miedo no es abstracto ni metafísico, tiene efectos concretos
y tangibles en la esfera social. Pensar el funcionamiento de las sociedades
contemporáneas es decididamente pensar en los modos como el miedo fue y sigue
siendo administrado, en las formas como se le canaliza a favor del mantenimiento
del poder, ya sea para sostener un equilibrio de fuerzas entre gobernantes y
gobernados o para avasallar a estos últimos. El uso del miedo para sostener el
poder es una práctica que caracteriza, asimismo, a las figuras que se ubican en las
fronteras de la gobernabilidad legal. La insurgencia armada, el paramilitarismo,
por ejemplo, controlan el territorio y sus habitantes a través de actos materiales y
simbólicos de miedo y horror.
Payre (2015), propone el miedo como unidad de medida de los proyectos
políticos y de la razón de Estado:

El miedo [es] “una piedra de toque para juzgar el carácter autoritario o no


del poder” […] es sobre todo un marcador de las ambigüedades del ejercicio
del poder, especialmente en las sociedades democráticas. El miedo revela el
carácter extremadamente tenue de la frontera entre el poder autoritario y el
poder liberal, entre tiranía y democracia (21).

Evidentemente, el miedo no es privativo de gobiernos tiranos o autoritarios,


hace parte también del engranaje de las democracias. Una situación de paz, en
palabras de Robin (2015), no significa que el miedo no azote el seno de la sociedad.
Hasta para mantener el estado de paz es necesario conservar el monopolio
y el control de los instrumentos de la violencia. Si este monopolio es efectivo,
una forma de sostenerlo es fijarlo a un miedo real. En este orden, el núcleo del
problema no sería la oposición entre presencia o ausencia de miedo, sino más
bien evaluar si el uso del miedo es políticamente moral y saludable. Es cierto
que los regímenes represivos hacen uso y “publicitan” con mayor rigor el miedo
que un sistema democrático, pero es también evidente que “en las democracias
más igualitarias existen formas de dictadura que dan tanto miedo [como] las del
ámbito estrictamente político” (Pérez Jiménez, 2007: 32). Baste ver los métodos del
capitalismo o las lógicas del mercado global y su incuestionable influencia en los
altos y degradantes niveles de injusticia social. Así entonces, podemos sintetizar

25
que el miedo está presente en todos los intersticios de las relaciones humanas que
INTRODUCCIÓN

impliquen vínculos de poder.


Uno de los enfoques de estudio sobre los usos del miedo, lo asocia a la
euforia y el movimiento como vía para sortear el ennui10, tedio o inercia de la
vida rutinaria que se impone al individuo y a la sociedad. “El miedo es creador de
euforia”, recuerda con recelo Robin (2015: 59). Esta idea, heredada quizás de la
modernidad (Steiner, [1971] 2013), anida aún en el pensamiento de un gran número
de intelectuales y políticos. Una buena parte de la política actual: alimentada de
imaginarios culturales de la modernidad, supone que “una sociedad en estado de
paz es una sociedad decadente, desprovista de heroísmo y de grandeza” (Robin,
2015: 59), mientras que lo peligroso, y por tanto la conmoción temerosa, es
fuente de vitalidad. Aunque no se reconozca abiertamente, tales planteamientos
influyen poderosamente en la contemporaneidad y sus procesos de producción de
identidad y cultura.
Si se mira con detenimiento el proceder político de los gobiernos actuales es
inevitable notar que muchos de los regímenes –democráticos y no democráticos-
basan sus principios de gobierno en imaginarios de lo heroico y la grandeza
nacional. Estos aspectos se proyectan, a su vez, como pilares básicos del poder,
la identidad y la superioridad, lo que desemboca en la fijación de fronteras
ideológicas, sociales, económicas y culturales. Y una vez instaladas esas fronteras
en la concepción que la persona tiene de sí misma y del territorio al que pertenece,
la socialización y la convivencia con quienes se ubican por fuera de tales límites
tiende a degenerar en conductas de rechazo hacia lo “extranjero” y en sensaciones
de amenaza. Se instala fácilmente un clima de miedo. Cada país encarna bajo la
idea de lo propio y lo nacional un miedo en potencia que pueden desembocar
en conflicto bélico o violencia social. Para evitar ese tipo de confrontación las
naciones recurren a un trato concertado y pacífico, pero no por ello deja de estar
latente la amenaza. Las relaciones internacionales, en este sentido, se sostienen
sobre el “equilibrio del terror” (Virilio [2010] 2012: 25), es decir, sobre una suerte
de inmovilidad recíproca de la intimidación.
A propósito de la analogía entre ennui y experiencia anodina, Georges Steiner
([1971] 2013) propone una explicación de los ritmos de percepción anímica que los
ciudadanos franceses del siglo XIX, hicieron de su propia realidad o vida cotidiana
después de los avatares de la Revolución. Frente a un pasado revolucionario
10 El ennui –término francés– puede entenderse como cierto sentimiento de hastío, frustración o cansancio
frente a una realidad rutinaria o cotidiana, que no ofrece ninguna experiencia de exaltación de la sensibilidad o de
los sentidos. Tal estado afectivo fue extensamente metaforizado por poetas, escritores, pintores y demás artistas
del periodo del Romanticismo y el Realismo, siglo XIX.

26
que apresuró el compás del tiempo y que se proyectó, románticamente, como

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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motivador de la excitación íntima, el entusiasmo y la aventura, los hombres y
mujeres de la Francia decimonónica no podían sino sentir un aburridísimo sopor
por la realidad, que ya no ofrecía expectaciones de progreso ni de liberación
personal. El largo periodo de continuismo y calma posterior a las contiendas
revolucionarias segregaron un veneno en la sangre, produciendo un ácido letargo.
Un estar apesadumbrado, un espíritu de época melancólico, que Steiner ([1971]
2013) define como “nostalgia del desastre” (31):

La generación romántica estaba celosa de sus padres. Los “antihéroes”, los


dandies, acometidos por el spleen del mundo de Stendhal, Musset, Byron
y Pushkin, se mueven a través de la ciudad burguesa como condottieri sin
trabajo. O peor, como condottieri magramente jubilados antes de haber
dado su primera batalla. Además, la ciudad misma, otrora festiva con los
toques a rebato de la revolución, se había convertido en una cárcel (Steiner,
[1971] 2013: 29).

La ciudad moderna del siglo XIX en Europa, que después de la Revolución


se fue estableciendo sobre una economía creciente y los flujos acelerados de la
técnica y la ciencia, impuso al individuo un estado de quietud, de sometimiento a
lo cotidiano, de inmovilidad social. Situación que, de manera ambigua, despertó
en el seno de la sociedad el deseo de un cambio radical, aunque ello implicara
la amenaza del terror y la destrucción. “Un hombre [debía] dejar su marca en la
inmensidad indiferente de la ciudad pues de otro modo quedaría excluido”, asegura
Steiner ([1971] 2013: 30). Este sentir emocional fue la fuerza que caracterizó a
la sociedad europea posrevolución. Al respecto, Alexis Tocqueville (1856) agrega:
“un verdadero espíritu de independencia, la ambición de grandes cosas, la fe en
uno mismo y en una causa” son “virtudes masculinas”, que se necesitan en la
construcción de nación (XIV). La originalidad política reside en la obligación de ser
creativos en los actos de gobierno y en la oportunidad de demostrarlos.
El poder político revitalizante, según el filósofo y político francés, anida en
la fuerza vital de continuar con el ímpetu emocional que provocó la Revolución
francesa. No es admisible ser un mero actor político, que repite las líneas que otro
ha escrito, más bien se debe ser un autor político, generador de cambios brillantes
y originales, en esto, incluso, reside la libertad y el ser mismo del hombre como
ciudadano en democracia. De esta manera, como bien deduce Robin ([2004] 2009),
el siglo XIX europeo se caracterizó por una política como lugar de pasiones y garbo;

27
como actividad para conjurar el sopor y el estancamiento que amenazaban con
INTRODUCCIÓN

ahogar a Francia y, de hecho, a toda Europa (174). Pero, si bien toda esa añoranza
de agitación política insufló nueva energía al espíritu de tal época, caracterizó los
imaginarios sociales y motivó cambios notables a nivel cultural, planeó asimismo
con macabro cuidado el despliegue de nuevas y terribles guerras. Steiner ([1971]
2013) explica estas consecuencias asociándolas con la producción estética que
surge en tal momento, veamos:

Precisamente a partir de la década de 1830 podemos observar cómo


nace un característico “contrasueño”, la visión de la ciudad devastada, las
fantasías de invasiones de escitas y vándalos, los corceles de los mongoles
apagando su sed en las fuentes de los jardines de las Tullerías. Desarróllase
entonces una singular escuela de pintura: cuadros de Londres, París o Berlín
como colosales ruinas, como famosos monumentos incendiados, destruidos
o situados en un horripilante vacío entre raigones chamuscados y aguas
estancadas. La fantasía romántica se anticipa a la vengadora promesa de
Brecht, según la cual nada quedará de las grandes ciudades salvo los vientos
que soplan a través de ellas. Exactamente cien años después estas imágenes
apocalípticas y estos cuadros del fin de Pompeya habrían de ser nuestras
fotografías de Varsovia y Dresde. No se necesita recurrir al psicoanálisis
para comprender hasta qué punto era fuerte la realización del deseo que
alentaba en estos inicios del siglo XIX (30-31).

Benjamin ([1936] 1989) igualmente comprendió que “la autoalienación de


la humanidad es de tal calibre que puede experimentar su propia autodestrucción
como un goce estético de primer orden” (57). La fenomenología del ennui asociada
con el anhelo de la disolución violenta de lo cotidiano puede rastrearse también
en las reflexiones de Edmund Burke ([1757] 2005), quien fue contemporáneo de
los avatares de la Revolución francesa, y uno de sus más acérrimos detractores
por considerarla fuerza catastrófica para el orden político y la estabilidad de las
naciones europeas. Sin embargo, y paradójicamente, Burke, en su libro De lo
sublime y de lo bello, sostiene que la experiencia de lo sublime, del movimiento y la
grandeza, encuentra su origen en el terror, mientras que la experiencia de la belleza
adormece lo íntimo y aquieta el espíritu. El alma, según Burke, en la contemplación
de lo bello, de lo equilibrado, del orden: experiencias poco “electrizantes”, entra
en un estado de abatimiento y desespero, que puede desembocar en suicidio. En
cambio, si se vive en la experiencia del terror, lo sublime renace, el sujeto siente
euforia y el deseo de experimentación.

28
Los procesos de manipulación y producción del miedo, Robin (2015) los

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
organiza en tres etapas. La primera etapa consiste en identificar un objeto al
que el público teme o debería temer: este objeto emerge precisamente de una de
las problemáticas reales que afectan al colectivo; la segunda etapa se centra en
interpretar la naturaleza de ese objeto y en explicar las razones de su peligrosidad;
en este momento, el demagogo político encausa la amenaza a favor de su programa
de gobierno para así justificar la tercera etapa, que es hacerle frente a ese “miedo
artificioso” y justificar, de este modo, cualquier tipo de abuso. Es claro que esta
manipulación del miedo se inclina hacia el interés de retener el poder y no hacia el
proyecto de garantizar seguridad a los ciudadanos. Esta maniobra en tres tiempos,
enfatiza Robin (2015), “representa una fuente inagotable de poder político” (50),
un proceder indicativo del miedo político como fenómeno no inocente de la
psicología de masa, como proyecto gubernativo que toma consistencia a través de
las autoridades, la ideología y la acción colectiva11.
Una situación que puede ilustrar los argumentos del párrafo anterior es
el programa de gobierno: “Seguridad Democrática”, implementado durante los
dos periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez, 2002-2006 y 2006-2010,
en Colombia. La estrategia consistió en canalizar el miedo de la sociedad al
narcoterrorismo de la guerrilla, hacia estrategias políticas militares y paramilitares.
Las políticas de guerra durante el gobierno de Uribe Vélez se soportaron sobre la idea
de contrarrestar la amenaza guerrillera y fortalecer la protección de la ciudadanía.
Combatir “la politiquería, la corrupción y el clientelismo” fue la consigna general
y, por tanto, la justificación a la urgencia autoritaria presidencial de lograr la
seguridad. Sin embargo, a lo largo del periodo de gobierno las problemáticas reales
no cambiaron, no hubo certeras soluciones y el contexto derivó en ambientes de
mayor violencia, inseguridad y muertes. Paralelamente, se dio un creciente deterioro
de las políticas sociales, a raíz del empoderamiento económico neoliberal. Más allá
de cumplir los propósitos de la “Seguridad democrática”, el “uribismo” sirvió con
eficiencia a la aceleración de las transformaciones correspondientes a la nueva
fase del capital, en el contexto de una limitada y disminuida economía (Moncayo
Cruz, 2012: 141-144).
El “uribismo” se apoyó estratégicamente en la crisis de los procesos de
negociación con las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) y en la
11 A propósito de la psicología de masa ante la amenaza, Delumeau ([1978] 2002) la explica como una potencia
más que devela las complejas relaciones entre miedo, política y sociedad. El carácter absoluto de los juicios que
la masa sostiene, su influencia, la rapidez de “los contagios” que la atraviesan, la pérdida del espíritu crítico, la
relativización del sentido de responsabilidad personal, su aptitud para pasar inesperadamente del entusiasmo al
horror, entre otros, están ligados, por lo menos en primer momento, a los modos como el poder político proyecta
el miedo o la peligrosidad del enemigo.

29
degradación del conflicto a manos de los grupos paramilitares. Con este telón de
INTRODUCCIÓN

fondo, la figura de Uribe Vélez apareció ante la sociedad como la fuerza “salvadora
del país”. Sus estratagemas populistas12 le dieron validez ante los ciudadanos,
la opinión pública lo agigantó y proyectó como la figura de autoridad que el país
necesitaba. En consecuencia, aunque la violencia y el terror seguía en escalada y los
cambios políticos iban en detrimento de las garantías sociales, paradójicamente,
fue elegido para un segundo mandato, lamentablemente para el país13.
Descifrar lo que nos sucede hoy como sociedad necesita de la indagación de
la respuesta psíquico-afectiva de quien sobrelleva los estragos de la dominación
del poder criminal. El miedo y la angustia de gran parte de la población colombiana
a causa de la violencia, así como el hastío y el resentimiento contra sistemas
políticos anteriores, fue el estado emocional público que el régimen de Uribe
Vélez aprovechó, para entronizar su imagen y enmascarar a su vez sus principios
gubernativos armamentistas y neoliberales.
El fenómeno emocional evidencia aquello que motiva y sostiene los
imaginarios sociales contemporáneos. Responder a ¿cómo se gobiernan las
emociones? ¿cómo se las suscitan? y, sobre todo, ¿cómo se las controlan? (Payre,
2015: 12), estructura meticulosamente el panorama gubernativo de la nación y
visibiliza lo emocional y su control, como pilar básico de la empresa política del
país. De esta manera, la novela, entendida como producción estético-simbólica que
se articula en relativa concordancia con los procesos sociales, significa la violencia
en tanto práctica que conmociona material y anímicamente a la comunidad,
así como en el modo en que va siendo razonada y representada. Parte de la
narrativa colombiana, paulatinamente, viene configurando de renovada manera
las emociones traumáticas como estrategia para explorar el estado emocional, la
identidad afectiva de una nación atravesada durante mucho tiempo por praxis
atroces de poder. Estas circunstancias motivan el propósito de este libro, buscamos
entender las formas como el miedo toma significación literaria y descifra el clima
emocional que interviene los imaginarios sociales del colombiano común.
El capítulo uno, revisa el fenómeno de la violencia y su impacto en la sociedad
y la cultura colombiana. Hacemos énfasis en el carácter político de la violencia y en
12 Fue un político que vendió su imagen teatralizando los rasgos carismáticos del buen “trabajador paisa”, su
máxima principal fue “trabajar, trabajar y trabajar”; hizo gala de sus actitudes cristianas y de su valor frente a las
amenazas; impidió toda controversia sustancial para concentrarse en lo inmediato y práctico; utilizó el lenguaje
coloquial y parroquiano; introdujo una forma nueva de reverenciar los símbolos patrios con la mano en el corazón,
y empleó lo medios de comunicación para indicar que, a diferencia de otros, tenía especial contacto con el pueblo
(Moncayo Cruz, 2012: 140).
13 Plegarias Nocturnas, de Santiago Gamboa, novela que hace parte de nuestro corpus de estudio, retoma los
acontecimientos violentos más simbólicos del periodo presidencial de Uribe Vélez, para enfatizar en el impacto
emocional que un mal gobierno tiene sobre la persona, como individuo y ser social.

30
su asociación con el miedo como elemento constitutivo de todo poder gubernativo.

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
Reconocemos también la capacidad de la narrativa para reubicar con renovado
sentido los imaginarios de violencia; la manifestación material y afectiva del miedo,
el terror y el horror confluye en la narración como pensamiento y símbolo de una
“emocionalidad de época”. Asimismo, en este apartado presentamos un panorama
del tratamiento estético que ha hecho la literatura colombiana de las últimas
décadas de la violencia política. Disertamos sobre las relaciones particulares entre
violencia del narcotráfico y políticas del horror que un conjunto de novelas de
reciente data –que abarca parte del corpus seleccionado para esta investigación–
se ha empeñado en significar: centrando justamente la atención en la degeneración
moral y psicológica del cuerpo social y en la crisis y degradación emocional del
sujeto. El propósito de este capítulo inicial es articular un panorama teórico que
muestre la correlación entre los sucesos más simbólicos de la violencia política
colombiana, el miedo y los modos como los escritores nacionales han simbolizado
estos fenómenos en sus obras. Buscamos con ello, dar forma a un referente crítico-
teórico confiable con el cual dialogar y cotejar las categorías de análisis que guían
el estudio del conjunto de narrativas elegidas.
El capítulo dos, se interesa por los procedimientos estéticos que articulan
el corpus en cuestión como propuestas de escritura simbólicas e innovadoras. En
correlación con referentes conceptuales del miedo político, y sin dejar de referir
las preocupaciones del imaginario del escritor por la historia de la violencia
colombiana, se indagan las técnicas narrativas que significan y dan consistencia
a lo emocional, a la realidad intangible, derivada de la experiencia traumática.
Se examina la representación literaria de la imagen visual –fotografía, pintura–
de sucesos atroces, como estrategia narrativa que dinamiza las acciones. Las
imágenes se articulan con total naturalidad en el discurso literario y posibilitan la
entrada al mundo afectivo de los personajes, estos son metáfora de una época y
contexto social. Asimismo, consideramos las características fundamentales de la
Medusa y su potencia alegórica de la decapitación y la maldad radical del sujeto
contemporáneo. Con la escenificación de la cabeza desgarrada, la narrativa da
forma a un vocabulario capaz de articular lo inefable. A partir de la actualización
del mito de Medusa, la experiencia del dolor, la muerte y el horror se visibilizan en
la ficción y logran tener representación. En este capítulo también discutimos en
torno a la hibridación genérica de la narrativa. El carácter histórico y emocional
de la realidad traumática que los textos configuran problematizan los límites de
los géneros narrativos. La verbalización de la realidad, del pasado personal y del
recuerdo colectivo abre otras vías de acceso a la historia del país.

31
El capítulo tres, ofrece una reflexión de la peculiaridad estética de los
INTRODUCCIÓN

personajes de las propuestas de escritura que indagamos. Las presencias


narrativas se instalan en el relato a modo de umbral por donde transita la realidad
emocional de una sociedad signada por prácticas de injusticia y crueldad. Estos
personajes comparten una serie de características en sus modos de comprensión
y relación con el contexto nacional que les circunda; pese a que son protagonistas
específicos, con mundos propios y facetas individuales, conservan entre ellos
rasgos comunes que indican un estado anímico social, un clima de miedo, en
tiempos y espacios particulares. La reconceptualización de la respuesta psíquica
y afectiva de quien padece las violencias generadas del negocio de la droga,
la criminalidad y la corrupción política de las últimas décadas en Colombia, se
significa en las diferentes posiciones de sujeto que los personajes constituyen. El
dolor, el resentimiento y la desesperanza son rasgos afectivos que hermanan a los
narradores. Cada quien cuenta su experiencia vital desde una sensibilidad lacerada.
No obstante, aun cuando los protagonistas se reconocen como “víctimas”, y son
conscientes de la realidad fracturada y el pasado destruido, no se asumen como
sujetos pasivos, reivindican y revalorizan sus pérdidas como focos de conservación
de la dignidad y resistencia al olvido. A través de este tipo de héroes las narrativas
responden a: cómo se vive con los efectos de la guerra y del narcotráfico, en qué se
han convertido las nuevas generaciones después de décadas de amenaza y miedo,
quién responde ante la sensación de vulnerabilidad que siempre ha acompañado
al colombiano, quiénes son los responsables de la destrucción de la esperanza y
los sueños.
En la correlación de los ejes de análisis propuestos se intenta demostrar que
el mundo íntimo de quien sufre es el espacio habilitado por parte de la narrativa
colombiana reciente, para exponer otras verdades de los avatares de un país. Los
usos poéticos del lenguaje constituyen una estética de lo emocional traumático,
para reescribir las imágenes de memoria del acontecer de la sociedad colombiana
contemporánea, y avivar, a su vez, nuevos sentidos del simbolismo histórico. Este
proceso de indagación dilucida, sobre todo, la vindicación literaria de los afectos
como eje articulador de un imaginario emocional de la violencia. Imaginario que
se establece, fundamentalmente, en estructura epistémica alternativa al desgaste
de los discursos y producciones estéticas canónicos sobre el pasado y el presente
nacional.
Los referentes conceptuales y categorías de análisis que se proponen en
este libro, pueden extenderse hacia estudios –comparativos, relacionales– de
la novelística que se interesa por la violencia de periodos diferentes del que

32
abordamos en esta investigación. Se podría rastrear también la configuración

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
de otras emociones: la indignación, el odio, la vergüenza. Sabemos que, en el
panorama de la novela colombiana de reciente publicación, existen propuestas
que revisitan violencias de épocas anteriores y que, además, presentan ciertas
afinidades estéticas con el corpus que hemos elegido para esta investigación. La
Trilogía del 9 de Abril, de Miguel Torres, es muestra de ello14. Asimismo, resultaría
interesante revisar la relación de los afectos con el discurso de autor que las
obras articulan. Ciertamente, las ficciones incorporan una serie de imaginarios y
razonamientos del escritor, que asociados entre sí pueden llegar a constituir una
red o entramado intelecto-emocional. Esto daría pie para escrutar el pensamiento
y la posición ética que el intelectual contemporáneo tiene sobre los contextos y
realidades del mundo que lo enmarca.
Para terminar este apartado introductorio, es importante precisar que si
bien algunos temas tratados en este libro se fueron socializando en espacios
académicos y revistas de estudios literarios a lo largo de la investigación (Vanegas
2015, 2017, 2019), conforme esta vez se retoman no los aleja de su carácter de
inéditos, en el sentido que aportan nuevos enfoques, se sistematizan en una
unidad temática coherente e indagan otras obras; además de reorganizarse y
complementarse con las lecturas más recientes del proceso final de la pesquisa.

14 En El incendio de abril (2012) –que narra el Bogotazo: la barbarie desencadenada horas después del asesinato
de Jorge Eliecer Gaitán, el 9 de abril de 1948– el enfoque del tema se hace desde el dolor, la angustia y la
desesperación de los capitalinos ante las circunstancias históricas que el país imponía. Los sucesos ficcionales
giran en torno al miedo y la consternación de personas comunes, que huyen del lugar del atentado y de quienes
no encuentran a sus seres queridos: desaparecidos durante la reyerta. El asesinato del caudillo aparece solo como
escenario de fondo. No prima la idea de reubicar la memoria de Gaitán y valorizarlo como actor destacado de la
historia política del país, es la presencia afectiva derivada de ese momento caótico lo que palpita en la palabra.
Lo afectivo, en este orden, abre otros horizontes hacia la comprensión de las dinámicas sociales y la historia. La
Trilogía del 9 de abril narra el Bogotazo, las novelas que la componen son El crimen del siglo (2006), El incendio
de abril (2012) y La invención del pasado (2016).

33
AGRADECIMIENTOS
INTRODUCCIÓN

He disfrutado de una comisión de estudios de doctorado que me ha permitido


durante cinco años (2014-2019) investigar el tema que conforma este libro. Quiero
agradecer a la Universidad del Tolima por la oportunidad y el apoyo ofrecido,
para concentrarme con la tranquilidad y el tiempo necesario para la indagación,
reflexión y escritura. La Mención de honor otorgada a esta investigación por el
Doctorado en Letras, de la Universidad Nacional de Cuyo, no hubiese sido posible
sin los aportes de quienes me acompañaron en el transcurso. Por esta razón, quiero
expresar mi gratitud al profesor Claudio Maíz, por sus ideas y acogida durante
mi estancia en Argentina. A Amor Hernández, amiga de academia, pero sobre
todo de corazón, por sus reflexiones valiosas, que ayudaron a guiar la escritura
de esta investigación. Y también, quiero dar las gracias a los profesores Carolina
Sancholuz, Ramiro Zó y Marcos Olalla, jurados de este proceso, que leyeron y
evaluaron mi trabajo, y quienes con sus expertas observaciones lo fortalecieron.

34
1
ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER
LITERARIO EN COLOMBIA

Al emprender este capítulo se nos ofrece convenientemente el siguiente


razonamiento:

Además de una situación devastadora y de larga data, con secuelas


traumáticas para millones de personas, la violencia en Colombia es una
realidad que circula en múltiples relatos que se refieren a ella, en diversos
formatos y lenguajes, configurando al respecto no solo un conjunto de
conocimientos, sino también emociones, ansiedades y deseos, que marcan
la vida social en el país. Las imágenes, discursos, saberes e historias de
la violencia colombiana son parte fundamental de los actos asociados a
dicha violencia, y en cuanto tal ofrecen no solo recursos para entenderla
sino también alternativas de participación social en el contexto de la misma.
Si la práctica de la violencia se sustenta en patrones de comportamiento
asociados con un discurso que la justifica, en el seno de ese mismo discurso
surgen también expresiones culturales que la cuestionan y la problematizan.
Por esta razón, existe en años recientes un gran interés por entender cómo
dichas expresiones ofrecen vías de intervención que erosionan las bases
mismas de las prácticas violentas (Rueda, 2011: 9-10).

De acuerdo con María Helena Rueda, las violencias que han determinado
la realidad del colombiano siguen siendo motivo de constantes indagaciones en
diversos campos de estudio, y motivo de representación simbólica cultural. Varios
pensadores de la historia y la cultura discuten desde su mirada especializada,
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

los modos como la violencia y sus variantes configura el estar del sujeto en la
sociedad contemporánea y las formas como este responde intelectual, emocional
o estéticamente a un universo mediado por tal flagelo. Ciertamente, las causas
y consecuencias de la violencia atraviesan múltiples discursos y expresiones
estéticas, conformando, de esta manera, un campo expresivo para entenderla y
problematizarla.
Es variado el lenguaje especializado, científico, artístico, que construye vías
de intervención para discutir los paradigmas explicativos de la violencia. Debatir,
por ejemplo, si precisamente la incapacidad histórica del ser humano de no saber
cómo salir del “estado de violencia”, gira en condición de la propia violencia, es
manifestación de sus formas de producción y extensión. Sea guerra o racismo,
agresión o represión, dominación o inseguridad, desencadenamiento brutal o
amenaza latente, la violencia y las violencias, son, en parte, la derivación de no
saber cómo salir del propio estado de violencia (Balibar, 2010: 9-10).
En Colombia múltiples son los estudios y proyectos en contexto que han
buscado entender, y hasta solucionar, las problemáticas derivadas de las prácticas
violentas; incluso, surge en el campo de las ciencias sociales un enfoque de
investigación llamado Violentología con el objetivo de ampliar la mirada sobre las
violencias asociadas a las problemáticas políticas. Los “violentólogos” reflexionan
y conceptualizan la violencia sociopolítica como tal, su amenaza latente, praxis
explícita e impacto social y cultural.
Abordar la historia del país es, indefectiblemente, retomar los sucesos
simbólicos de la violencia sociopolítica. Narrar una memoria nacional retrotrae y
desvela acontecimientos anclados a las confrontaciones por el poder. La literatura
se ha caracterizado siempre por su interés en el pasado, reciente o lejano, de las
naciones; y esto es contar la historia de la violencia, de los abusos y los crímenes
sobre los que se sostienen ideales de nación, política e identidad. En la invención
de una memoria literaria, que parece ser “inventada”, personal y limitada, hay una
particular manera de recordar colectivamente, de producir una realidad que dice
mucho más del pasado de un país, que los discursos oficiales o los anales ofrecidos
por la Historia.
Nemrava (2015) recuerda que, el dinamismo entre los mundos ficcionales
y los reales es recíproco, por esto un conocimiento más próximo o consciente de
la violencia puede surgir de la representación literaria (23-24). A esto hay que
agregar, que la especial manera como la ficción trata las realidades históricas
influye decisivamente en sus modos de recepción y circulación. Vale citar aquí la

36
llamativa metáfora de Vásquez (2018) sobre la capacidad de la literatura de llenar

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
de vida la historia personal, que el discurso oficial y la generalización tienden a
desecar:

Después de que la experiencia individual se ha depurado, casi edulcorado, y


se ha transformado en la historia que, a falta de mejor palabra, llamaremos
objetiva, el novelista la vuelve a transformar en algo que le pasa a alguien.
Es como volver a llenar un vaso de agua que se ha evaporado, donde el vaso
es la historia y el agua, la experiencia humana. Con el tiempo, la experiencia
del individuo se evapora, dejando nada más que el hecho desnudo, su
vertiente numérica o estadística, su descripción escueta y deshumanizada.
El novelista vuelve a llenar la cifra con el destino particular, el sufrimiento
particular, la victoria o la derrota particulares de un solo hombre. Y los
lectores lo entendemos ya no con una comprensión fría y distante, sino a
través de la singular manera de comprender la realidad que tiene la novela:
relativa, intuitiva, desprovista de verdades absolutas pero provista de una
absoluta humanidad: la manera de la empatía (146-147).

Este tratamiento de la historia se extiende, por supuesto, hacia los sucesos


de violencia. Figurar la faceta más traumática de una sociedad como realidad viva,
humanizada, a través de los efectos poéticos de la palabra, logra aproximar al
lector a la violencia misma, motivar en él una mirada atenta y cuidadosa de un
fenómeno que, muchas veces, aunque le estrecha, simula pasar inadvertido. Los
horrores generados por la guerra y el narcoterrorismo en Colombia parecen cobrar
realidad y mayor intensidad cuando son “imaginados” por la literatura. Para el
lector atento, el estado trágico del país que descubre en la novela es sentido con
la fuerza de lo real.
De otro lado, analizar un texto ficcional que narra una historia de la
violencia requiere de la revisión de diversos estudios que la hayan explorado en
sus diversas facetas y manifestaciones. La indagación de narrativas, que abordan
los avatares traumáticos políticos, necesita de una mirada interdisciplinar que
interpele las obras en sí mismas y en referencia con el contexto del que surgen. Si
bien la literatura conduce a preguntas profundas sobre el origen y el sentido de las
acciones violentas de los seres humanos, como individuos y como miembros de una
sociedad (Rueda, 2011), y es fuente epistémica sobre tal fenómeno, necesita de la
ilación conceptual de otros campos del conocimiento, igualmente interesados en el
análisis de lo violento. De esta forma, el estudio de su representación literaria gana

37
en dimensión y sentido. Como Osorio (2014), consideramos necesario repensar
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

la necesidad del estudio cuidadoso de la violencia como concepto. No es posible


evadir este fenómeno en su dimensión teórica y reflexiva si realmente se busca
indagar con acierto un corpus literario que lo aborda. Osorio (2014) cuestiona los
investigadores que dejan de lado la conceptualización de la violencia y señala tres
situaciones frente a esta problemática:

La primera, que la violencia es una realidad de tal contundencia y tan


ampliamente comunicada que su precisión conceptual resulta innecesaria
para un estudio de su representación literaria; la segunda, que el fenómeno ha
sido estudiado profundamente desde otras disciplinas, cuyas conclusiones
han ayudado a moldear una imagen de la violencia que hace parte por tanto
de las condiciones genésicas de las ficciones que de ella se ocupan como del
universo de referencia de los lectores; la tercera, que el objeto de estudio no
es el hecho histórico en sí sino su representación literaria (23).

Investigar el referente contextual de las propuestas literarias, en efecto,


es siempre trabajo espinoso. Cuando se reconoce que el conflicto armado en
Colombia ha estado sujeto a múltiples factores a lo largo de su historia, que el
concepto de violencia política no es unívoco y, que sus líneas de investigación
arman un entramado teórico muy complejo y de diversas variantes, el estudioso
de lo literario se enfrenta a la dificultad de dar forma a un análisis que discuta
la idea de violencia en correlación con los artilugios estéticos que la ficción
propone. Según el enfoque disciplinar la definición de violencia toma matices y
giros epistémicos particulares. No es posible aspirar a una teoría especializada
que presente una “definición universal” de lo violento, esto sería, entre otras cosas,
reducir o simplificar la magnitud del fenómeno. Sin embargo, aunque se reconoce
la imposibilidad de reunir en un solo entramado teórico el sinnúmero de enfoques
en torno a la violencia, es necesario precisar las características más notables. A
continuación discutimos diversos planteamientos de la violencia y sus variantes
desde reconocidos expertos.
Lo primero que hace Pilar Calveiro (2013, 2015) cuando define la violencia,
es desligarla de la idea de elemento innato al ser humano. La conducta violenta
no es producto de una naturaleza del mal anclada en el seno del sujeto sino,
y sobre todo, se deriva del deseo racional de “imponer o disputar un poder”. El
acto violento proviene entonces de circunstancias de confrontación, en las que
determinado sujeto quiere ostentar el poder e imponerse a la fuerza sobre los

38
demás. A razón de esta pugna la violencia es siempre política (Calveiro, 2015: 888-

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
889). Todo choque de poderes determina la coexistencia entre los integrantes de
una comunidad, y es esta tensión la que da a la violencia un valor político. En tal
orden, si la violencia contiene en sí misma un elemento político, este rasgo se hace
más evidente en el poder que se arrogan las figuras gubernativas. Para Calveiro
(2015) toda violencia es política, pero hay algunas que son específicamente
políticas porque “se ejercen para sostener o modificar el control sobre recursos,
territorios, poblaciones, es decir, las estructuras sociales de poder” (889). Un
repaso de los modos como la literatura colombiana representa las violencias, deja
ver que los sucesos escenificados están siempre bajo el ángulo de situaciones
netamente políticas. Las violencias específicamente políticas son las que definen
la particularidad del tema, la caracterización de los personajes y la proyección de
tiempos y espacios en la realidad ficcional.
La discusión sobre el carácter político o no de la violencia resulta
relevante para definir los imaginarios que sobre ella la literatura nacional viene
configurando. Los estudios especializados en violencia no coinciden siempre en
atribuir a toda violencia un valor político. Investigadores notables como Daniel
Pécaut (1997), por ejemplo, sugieren que hay una despolitización de la guerra
colombiana de las últimas décadas porque los grupos armados que la ejercen,
concentran sus esfuerzos en acumular ganancias pecuniarias y poder territorial.
Estas confrontaciones, por tanto, desde la perspectiva del sociólogo francés, son
impolíticas, pues dejan de lado los fines sociales que respaldaron en determinado
momento las estrategias bélicas. Los ciudadanos, argumenta Pécaut, atrapados
entre las relaciones violentas de los diversos actores armados, no leen ya en
términos políticos esas confrontaciones. Es decir, que las referencias a la ideología,
recursos y objetivos específicos que buscan confrontar el orden estatal han
perdido todo significado para la población que sufre los efectos de la guerra. Así
lo muestran las tasas de abstención electoral. Incluso las mismas guerrillas dan
testimonio de la desvalorización de la política, cuando se conforman con controlar
la población sin pretender ganarse su lealtad; no se pone en juego un imaginario
gubernativo ni se difunde una representación general de un antagonismo político
(Pécaut, 1997).
En esta línea de indagación sobre la caracterización política o no de la
violencia, Sánchez Gómez (2012), en consonancia con Pécaut, considera que lo
político de la guerra en Colombia se ha desvalorizado notablemente a causa de
los modos terroristas que ha adoptado la guerrilla actualmente. Las dinámicas
de expansión económica, militar y geográfica de las guerrillas de las últimas dos

39
décadas han desembocado en actos de involución política (Sánchez Gómez, 2012).
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

Esta involución es consecuencia, en gran medida, de los nexos con el negocio de la


droga y la práctica del secuestro. Negociaciones que produjeron grandes beneficios
económicos pero con altos costos éticos. Por esta razón,

de una violencia con claros objetivos políticos, con horizontes ético-


normativos definidos y con criterios de acción regulados o autorregulados,
se ha ido pasando a una creciente indiferenciación de fronteras con la
criminalidad común […] Si de las guerrillas de los cincuenta se ha podido
decir que se movían hacia la cualificación, de las de hoy, pese a los
numerosos códigos guerrilleros [es decir políticos], habría que decir que se
mueven, en muchos aspectos, hacia la degradación o involución (Sánchez
Gómez, 2012: 52, 57).

Tanto Pécaut como Sánchez Gómez coinciden en la crítica y señalamiento


del delito criminal y del narcotráfico operado por las guerrillas, como actos que
conllevan a la despolitización del conflicto armado en el contexto colombiano. Los
síntomas de despolitización o involución política de la violencia, consideramos,
hay que entenderlos dentro del carácter explícitamente político de los grupos
insurgentes, es decir, que la lectura de una violencia despolitizada se refiere
al desvío de los objetivos sociales e ideológicos que guiaron en sus inicios a la
oposición armada contra el aparataje estatal. Esta precisión es necesaria porque
si tenemos en cuenta la afirmación de Calveiro (2015) acerca de que toda violencia
es política, podríamos entrar en una contradicción cuando se sugiere que los actos
vandálicos de los grupos guerrilleros no son políticos. Puede ser que mirados
desde un marco ideológico tales hechos desvíen su intención política, empero,
desde la naturaleza y caracterización de la violencia que Calveiro (2015) propone,
la violencia vandálica y criminal en que se ha convertido la lucha guerrillera es
netamente política, pues sigue siendo la imposición de un poder nefasto contra
los otros para obtener beneficios propios, que repercute, además, de modo
contundente en las dinámicas sociales y culturales del país.
Por otra parte, muchas de las violencias contemporáneas ejercidas por
las grandes redes delictivas, la criminalidad común o la de los mismos grupos de
insurgencia: que han degenerado su lucha a la práctica del terror, tiende a definirse
solamente como violencia social porque, aparentemente, no están enfrentadas al
orden estatal. Esta comprensión de la violencia como situación escindida de la
responsabilidad del Estado y, en muchos casos, de la relación de este con grupos
criminales u opositores, obnubila su dimensión política, encausa el razonamiento

40
de la violencia hacia la idea de que los efectos nocivos, que se desprenden de ella,

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
no son políticos porque carecen de un sustento ideológico o de lazos explícitos
con el orden gubernativo. Empero, cuando se indagan las causas de esa violencia
“social-generalizada”, se advierte que, justamente, su propagación se facilita
por el estrecho vínculo que tiene con diversas figuras del poder gubernativo. El
tráfico de drogas, la trata de personas, el mercado negro de armas, por ejemplo,
son todos hechos de violencia que han ganado territorio gracias al padrinazgo
de sectores de la economía legal y a su relación directa con instancias estatales
corruptas. Sobre esta situación, Calveiro (2015) reflexiona acerca de la autonomía
de los poderes políticos locales o nacionales, para aliarse con redes mafiosas y
convenir con su desarrollo por cuestiones económicas y políticas de diversa índole.
Asegura la politóloga argentina, “que las redes criminales, que se extienden a nivel
global, generan grandes flujos de recursos que penetran en la economía formal,
vitalizándola, así como en los circuitos políticos, financiándolos y corrompiéndolos”
(889). La articulación de lo legal con lo ilegal y de lo público con la privado indica
una reorganización de las relaciones de poder que solo pueden ser explicadas en
su elemento político.

No estamos frente a una lucha del Estado contra las redes delictivas
[insiste Calveiro], sino a una articulación de unos y otros, en nuevas formas
de acumulación y concentración de la riqueza. Las violencias principales
provienen de las luchas por el control de territorios de diferentes grupos, en
el seno de los cuales se hallan actores estatales y privados que se apoyan
mutuamente (2015: 889).

En este orden de ideas, si uno de los efectos de la violencia es el miedo, se


infiere sin ambages que esta emoción es netamente política, pues la violencia y los
efectos y afectos que genera, en todos sus órdenes y consecuencias, deviene de la
imposición de un poder, que se desprende de un proceso orgánico, políticamente
organizado. Cuando un grupo armado, oficial, insurgente o paramilitar opera con
violencia criminal busca, calculadamente, su repercusión política. Repercusión que
se traduce en los efectos psicosociales traumáticos y en el clima de miedo que se
instala en la sociedad.
En Colombia, las masacres, desmembramiento de cuerpos, decapitaciones,
violaciones, acompañadas a menudo de destrucción de viviendas, saqueo de
víveres y despojo de animales, tienen por objeto aterrorizar a la comunidad,
golpear su economía y dejar constancia sangrienta de control territorial (Sánchez
Gómez, 2012: 61). Este escenario del poder desmedido, donde la violencia abyecta

41
es la estrategia para la ganancia económica, revela que los grupos guerrilleros
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

y demás milicias –que lucharon en sus inicios contra las políticas capitalistas–,
se vienen reposicionando en el contexto contemporáneo como un actor más del
régimen neoliberal. Sus actos vandálicos los separan, simbólica y materialmente,
de principios que buscaban el bienestar popular y la “liberación del pueblo”. Los
“grupos insurgentes” de hoy, aunque muchos de ellos regidos por los mismos
cabecillas que les dieron origen, actúan como cualquier otro que busca posicionarse,
a través del crimen y el terror, en el sistema de poder y de consumo del capitalismo.
La violencia en Colombia se deriva, en mayor medida, de la guerra entre
diversas tropas insurrectas y la fuerza pública. Confrontaciones endémicas y
permanentes que han arrasado la vida de los ciudadanos durante décadas.
Las dinámicas bélicas, como indica Sánchez Gómez (2008), han marcado
profundamente la vida de la nación desde las guerras de Independencia. Quizás,
el periodo de violencia del país más determinante del siglo XX fue el que se generó
a partir del asesinato del líder político Jorge Eliécer Gaitán, el 9 de abril de 1948.
“Colombia nunca se va a levantar de esta”, dijo en su momento Juan Domingo
Perón. En efecto, repercuten hasta hoy los efectos de la terrible contienda entre
miembros de los partidos Liberal y Conservador. La Violencia, con mayúscula,
como se reconoce tal periodo, comprometió varios actores y recogió diversas
situaciones de inconformismo, que ya se venían incubando en el seno social desde
décadas atrás. Para Sánchez Gómez (2008), este conflicto refleja la tensión de las
guerras civiles decimonónicas, así como la lucha entre las clases dominantes y el
movimiento popular. Solo hasta 1958 se reducen las afrentas cuando se firma el
pacto político del Frente Nacional15.
Varios estudiosos de lo literario en Colombia consideran el vínculo directo
de la literatura con el periodo de la Violencia como punto coyuntural en el que la
estética escritural del país, comienza a tomar distancia de la herencia europea. La
Violencia y El Bogotazo: revuelta armada que se desató en la capital colombiana a
causa del asesinato de Gaitán,

15 El pacto del Frente Nacional acordó la división del poder gubernativo entre liberales y conservadores durante
cuatro periodos presidenciales de cuatro años cada uno. Sin embargo, las promisorias intenciones políticas de
dicho acuerdo se cumplieron muy parcialmente porque en el ámbito nacional ya se iniciaban las primeras células
guerrilleras, tomaba forma una tercera fuerza política basada en los preceptos del Socialismo, que, aunque en
principio luchó por los derechos y beneficios para los ciudadanos, más tarde desencadenó en la lucha armada y
criminal por el poder: contra la esfera gubernativa, pero ante todo contra los habitantes, ampliando de este modo
el periodo de violencia sociopolítica. Asimismo, pese a la paridad de este sistema de gobierno, la dinámica cultural
se empobreció porque desconoció las formaciones culturales de sectores alejados a los círculos de poder, aunque
se superaron algunas intolerancias ligadas al bipartidismo político, el Frente Nacional dio paso a otras formas de
intransigencia y hechos violentos (Sánchez Gómez, 2008; Jaramillo, Osorio y Robledo, 2000).

42
conforman el núcleo temático de, al menos, setenta y cuatro relatos escritos,

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
la mayoría de ellos, entre 1946 y 1965. Han sido, además, consignados en
documentales y películas, recreados por los medios cada año, evocados a
través de testimonios, y permanecen en la memoria del pueblo colombiano
que, sin embargo, no ha dimensionado [en toda su magnitud] sus
consecuencias y su impacto sobre la nación (Jaramillo, Osorio y Robledo,
2000: 31).

Las narrativas de la Violencia han sido objeto de múltiples estudios, para


revelar las tensiones entre lo literario y lo político; asimismo, existe una considerable
bibliografía que explora los modos como se la ha narrado literariamente. Rueda
(2011) considera que a partir de los sucesos desencadenados a razón del asesinato
de Gaitán, la violencia política comienza a ser tematizada como tal, se convierte
en objeto de fabulación y de estudio que domina hasta nuestros días el imaginario
social colombiano.

Fue en gran parte a través de las llamadas “novelas de la Violencia”, publicadas


en esos tiempos y haciendo referencia directa a los hechos sangrientos que
tenían lugar entonces, como los habitantes de Colombia comenzaron a tomar
conciencia del drama que trajeron consigo los enfrentamientos partidistas
que durante aquellos años causaron numerosas masacres, desplazamientos
y traumatismos en todo el territorio nacional (Rueda, 2011: 28).

Para Lucila Inés Mena (1978), las obras representativas del ciclo de la
violencia no solo proporcionan una interpretación de ese fenómeno político,
sino que también facilitan una mirada sobre los odios heredados que marcaron a
generaciones enteras de colombianos. Bajo esta idea, la investigadora sugiere que
definir la novelística de la violencia debe contemplar tanto las obras producidas
durante la época de la Violencia, como las novelas que se editan en etapas
posteriores y significan ese pasado, con el propósito de encontrar las raíces de tal
flagelo (Mena, 1978: 98-99).
Es cierto que, antes de la tendencia de los escritores nacionales a escribir
explícitamente sobre la violencia sociopolítica, existían ya varias publicaciones
que abordaban el tema de ese flagelo en el ámbito social; recuérdese, por ejemplo,
la emblemática novela de José Eustasio Rivera, La vorágine (1924), considerada
como una de las primeras expresiones literarias más valiosas sobre los desafueros
fratricidas de quienes buscan imponerse sobre el territorio y la población. Rivera

43
aborda los horrores sufridos por los caucheros a manos de los colonizadores
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

de la cuenca amazónica, “un proceso en el que los abusos ocurrían, además,


entrecruzados por patrones de raza y género, afectando en forma desproporcionada
a los grupos más vulnerables en la configuración social” (Rueda, 2011: 44).
Como la novela de Rivera, varias fueron las obras que escenificaron las
problemáticas sociales producto de los proyectos nacionales del siglo XIX:
centrados especialmente en la delimitación de fronteras territoriales y en el
control de recursos de explotación. La novelística de ese momento, frente a esa
situación, se enfocó no tanto en la idea de nación como vínculo que une a todos
los miembros de la misma, sino en los conflictos existentes dentro de esa nación.
Son obras que hacen parte de la llamada “novela social”: representada por autores
como Mariano Azuela, Ciro Alegría y Rómulo Gallegos16. De La vorágine se valora
su notable tratamiento estético de la violencia, la reflexión que propone acerca de
los mecanismos del poder y la segregación homicida que este produce, además
de su consideración sobre lo que implica leer y escribir sobre tal flagelo. Por estas
razones, la narración de Rivera es valorada como notable antecedente literario de
la narrativa de la violencia sociopolítica en Colombia.
La literatura colombiana está sellada irremediablemente por los sucesos
históricos, siempre violentos, del país. Laura Restrepo publicó en 1985 uno de los
primeros análisis retrospectivos sobre la influencia de la Violencia en la novela,
dice la autora que ese periodo “ha sido el punto de referencia obligado de casi tres
decenios de narrativa: no hay autor que no pase, directa o indirectamente, por el
tema; este está siempre presente, subyacente o explícito, en cada obra” (124). En
este orden, en Los derrotados (2012), de Pablo Montoya, a través del personaje
que asume el rol del escritor en la novela, y se constituye asimismo como un alter
ego del autor, se exponen una serie de reflexiones indicativas de las propuestas
de escritura en Colombia y su directo vínculo con las diversas violencias. Nos
permitimos citar todo el pasaje para tener una mirada completa del fenómeno
literario que se analiza:

Creo que el único tema que tenemos los escritores de este país es la violencia
[…] La cuestión es simple: si uno obedece la cláusula, tan vieja como Homero
que aconseja al escritor escribir sobre su realidad, no hay otro remedio que
16 Jaramillo, Osorio y Robledo (2000), en el estudio preliminar a la compilación Literatura y cultura: narrativa
colombiana del siglo XX, presentan un panorama bastante completo de la narrativa editada antes del fenómeno
de las narrativas de la Violencia. Las investigadoras reconocen las particularidades y constantes estéticas y
temáticas de las diversas propuestas literarias que configuraron los ritmos sociales, las dinámicas del modernismo
en el país y su consecuente imaginario de Nación Moderna.

44
enfrentarse a la nuestra. Ésta, no hay que ser iluminado para saberlo, siempre

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
ha estado signada por el crimen. Y cuando se escribe de otra cosa que no
sea el delito, el robo, la extorsión, el magnicidio, la respectiva masacre, el
desaparecido de turno, el escritor termina siendo falso, pedantemente
modernista, incapaz de resolver el tema único y escabroso exigido por
nuestra historia. Y si no es la violencia de lo que se debe escribir, sale al paso
su consecuencia inevitable: la humillación, la vergüenza y la derrota. Claro
que se puede escribir sobre otros asuntos, ni más faltaba. Una novela sobre
la desnudez y el voyerismo, cuentos sobre música clásica, diarios de viaje
a Europa, ensayos sobre artes plásticas, fotografía y botánica. Pero tarde
o temprano te darás cuenta, si eres escritor colombiano de verdad, de que
la realidad que nutre estas circunstancias, digamos íntimas, o subjetivas, o
extraterritoriales, está urdida por la violencia. Las mejores obras de nuestra
literatura, o al menos las más representativas, son el recuento de una
hecatombe colectiva que sucede en las selvas, la saga sangrienta así haya
resplandores mágicos de una familia de frustrados, el nihilismo de alguien
que denuncia con irreverencia la sociedad criminal en que ha nacido (145,
énfasis nuestro)17.

Uno de los aspectos que llama la atención en esta cita es el énfasis del
narrador-escritor en la necesaria relación de la violencia con la creación literaria;
“si eres escritor colombiano de verdad” no es posible evadir la realidad violenta que
ha determinado el devenir individual y colectivo de todo un país. Ciertamente, el
discurrir incesante de la violencia a lo largo de la historia colombiana va en relativo
paralelismo con la también incesante producción literaria nacional.
De otra parte, el acento de la última cita en el trayecto imparable de la
violencia recuerda uno de los imaginarios problemáticos de este fenómeno. La
violencia política suele ser dimensionada, por gran parte de la población, como
algo que ha estado siempre presente, como elemento “cuasi natural” a los procesos
de construcción del país; poco se le explica en sus particularidades y mucho menos
se le entiende como realidad política. Hablar de la violencia como ciclo invariable o
natural, y sin distinguir sus particularidades históricas, va dando forma a una versión
fragmentada, a un relato armado de “retazos”, que poco enfoca las causas de los
sucesos. Las voces varias que tratan de articular el hecho sangriento, visto u oído,
narran especialmente el dolor individual, mientras que la raíz política e histórica
17 Las referencias a la tradición literaria en esta cita aluden a La vorágine, novela de José Eustasio Rivera, a
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y quizás a la novelística de Fernando Vallejo: La virgen de los
sicarios, El desbarrancadero, entre otras.

45
mínimamente se referencia. El papel de los reales protagonistas y sus intereses
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

personales en este tipo de narración pasa a un segundo plano. Los analistas


consideran que esta forma de recordar el pasado entorpece la construcción de una
memoria colectiva. Los registros subjetivos son, sin duda valiosos, pero deben ir
más allá del recuerdo personal y articularse, sobre todo, con los hechos históricos
y políticos de cada momento. La memoria individual dolorosa debe ligarse a otros
relatos hasta conformar un discurso común, que sea capaz de explicar los sucesos
desde diversas perspectivas y, especialmente, a partir de sus aspectos políticos.
Una memoria fragmentada y personal da forma a una visión generalizada
de la violencia, considera Pécaut (1997). Esta es la causa, por la que es común
escuchar en Colombia que el “pasado no pasa”, para señalar la presencia perenne de
la guerra. Los actos atroces parecen percibirse como un contínuum indiferenciado:
las confrontaciones actuales entre diversas bandas criminales, paramilitares y (ex)
guerrilleras devienen de la arremetida del narcotráfico contra el país entre los años
noventa y ochenta; y la guerra del narcotráfico se relaciona a su vez con la violencia
de la fuerza pública y de las guerrillas izquierdistas entre los ochenta y sesenta; y
la guerra de las guerrillas surge desde los sesenta a causa del inconformismo de
los espacios políticos definidos por el Frente Nacional ante la Violencia desatada
entre 1948 y 1957; por su lado, la violencia de 1948 es la continuación de la de 1932-
1933; y la de 1932-1933 la continuación de la Guerra de los Mil Días, y la Guerra de
los Mil Días la continuación de todas las guerras civiles del siglo XIX. A pesar de
las fechas y episodios precisos, el imaginario general percibe la violencia de forma
atemporal, tiende a confundir los límites entre el ayer y el hoy. Una situación que
se explica como “consecuencia de un conflicto armado interno que, al remontarse
al inicio mismo de la república independiente en el siglo XIX, parece un trauma
imposible de superar” (Astorga, Ayala y Campos, 2012: 11-12).
Los actores y escenarios de la violencia, obviamente, son muy diferentes
en 1930, en 1950, 1960-70, en 1990, y en las primeras décadas del siglo XXI. Sin
embargo, los episodios se suceden con tal frecuencia que se tiene la sensación
de continuidad. Y bien sabemos que los procesos de construcción social de la
memoria y la integración de los hechos en una historia se complican cuando hay
ausencia de puntos de referencia o fijación (Pécaut, 1997: 30). La evocación del
pasado desligada de puntos históricos precisos proyecta la violencia política
como fenómeno anónimo o catástrofe comparable al desastre natural. La
memoria construida sin tiempos y espacios precisos, sin sus razones sociales y
políticas, es incapaz de articular una narración coherente con las causas reales del
conflicto. La explicación de la Violencia bipartidista, por caso, ha sido reducida a
la confrontación criminal entre simpatizantes de dos partidos políticos contrarios.

46
De ese periodo se cuentan con mayor énfasis los hechos atroces y los sufrimientos

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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personales, mientras que las razones económicas y culturales, que fueron las que
desencadenaron esa guerra, poco se reconocen. La interpretación generalizada de
la Violencia ha dejado de lado aspectos fundamentales como: explicar el poder
de las élites para someter a la clase popular a sus fines gubernativos, advertir los
intereses económicos que empujaron sin miramiento la aplicación de estrategias
devastadoras. Habría que mirar si este discurso del pasado, en el que se omite ese
tipo de información, no está impulsado por los mismos intereses gubernativos.
Sabemos que las maneras como la historia se oficializa, es decir, se cuenta,
reconoce y circula, responde a las estratagemas del Estado, la Nación, la Iglesia.
Estas instituciones, como advierte Vásquez (2018), son grandes narradores, “tienen
a su disposición todas las armas del mejor novelista y algunas que el novelista no
tiene” (148).
Una lectura de lo sucedido en el país sin el enlace a sus referentes históricos
concretos, desemboca en una construcción “a-histórica”, mítica; los acontecimientos
se perciben cíclicos, sin punto de inicio ni trazo final (Pécaut, 1997). La violencia así
dimensionada naturaliza su carácter, es fenómeno cíclico, repetitivo, no disponible
para la transformación histórica. Sánchez Gómez (2012), sin desconocer el trabajo
que se viene adelantando en el país para la construcción de discursos de memoria,
inclusivos de los intereses subjetivos y el referente histórico, reconoce que,

a diferencia del Cono sur en donde el olvido y la memoria de la violencia


fueron teatralizados y exorcizados en el gran Proceso, en el Nunca Más
(Taylor, 1993: 192-203) en Colombia, la violencia, la masacre, tienden a ser
rutinizadas y reubicadas incesantemente en una especie de frontera entre
la memoria y la no-memoria (42).

La necesidad de dar forma a la memoria histórica, como camino hacia


la compresión de lo que nos ha sucedido como sociedad, debe primar en
los proyectos institucionales enfocados en contar la realidad olvidada de la
violencia. La construcción de una memoria social confiable debe dar cuenta de
las implicaciones políticas y económicas del desastre, valorizar puntos de vista
individuales, que conformen una narración en la que confluyan diversos ángulos
de lo sucedido. Son quizás estas circunstancias las que han motivado un giro en las
investigaciones de la cultura y de la sociedad colombiana. Los estudios empiezan a
demostrar especial interés por temas como el miedo, el dolor y el trauma: afectos
ligados a los flujos políticos del país. En otras palabras, es urgente seguir dando
forma a un entramado conceptual y simbólico en el que se entrecrucen los relatos

47
fragmentados y la visión subjetiva y emocional de la violencia con el referente
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

político e histórico del país. Se requiere de vocabularios renovados que permitan


reflexionar históricamente los acontecimientos traumáticos más íntimos. Es
necesario “historizar” el estado afectivo de la nación a partir del reconocimiento
de su elemento político y cultural.

VIOLENCIA, ANGUSTIA Y MIEDO

La violencia es causante directa del miedo y la angustia y, a su vez, estas dos


emociones son generadoras de violencia política. El miedo y la angustia han
sido abordadas en diferentes estudios como emociones disímiles, aunque
complementarias. Pese a la semejanza de su carácter expresivo, las causas y
consecuencias de ambos afectos difieren entre sí. Delumeau ([1978] 2002), apoyado
en fuentes del psicoanálisis, distingue una serie de características entre miedo y
angustia. El miedo, según el historiador francés, se deriva indefectiblemente de
una amenaza concreta, de “un objeto determinado al que se puede hacer frente”
(20), mientras que la angustia o ansiedad –como también la reconoce– responde
más bien a una sensación de desasosiego intenso frente a algo que no puede
definirse de forma objetiva. La angustia “se la vive como una espera dolorosa ante
un peligro tanto más temible cuanto que no está claramente identificado: es un
sentimiento global de inseguridad” (20). El miedo derivado de algo concreto se
relacionaría con el temor, el terror y el horror, mientras que la ansiedad tiende a
acoplarse con la angustia y la melancolía. Estas manifestaciones emocionales son
indicativas del nivel de inestabilidad o de abolición del yo al que puede llegar una
persona. Para el historiador francés, vivir en estado de ansiedad perturba hasta
lo más íntimo del sujeto abocándolo a una pérdida de sí mismo, por esta razón, el
hombre ha ingeniado la manera de convertir sus angustias y ansiedades en miedos
con forma concreta. “El espíritu humano fabrica permanentemente el miedo para
evitar una angustia morbosa que desembocaría en la abolición del yo” (Delumeau,
[1978] 2002: 21). De las tesis de Delumeau llama la atención el hecho de que el
hombre sea artífice de sus propios miedos, que sea capaz de fabricar a partir de
un desorden afectivo-psíquico otro tipo de emociones particulares, igualmente
traumáticas. Desde esta perspectiva teórica, para las fuerzas gubernativas el
miedo resultaría más efectivo que la ansiedad porque puede dirigirse hacia una
amenaza concreta y servir para controlar a las masas. La creación de miedos sería
incluso algo necesario para dar cierta estabilidad psíquica al sujeto.

48
La complejidad de las relaciones humanas –que implican lo afectivo– en el

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
contexto sociopolítico contemporáneo ha sido abordada por múltiples estudiosos.
Desde el siglo XIX Tocqueville sentó las primeras bases teóricas para analizar la
faceta anímica del ser humano frente al quiebre de los imaginarios modernos
y “civilizadores”. El filósofo ubica la fuente del miedo del sujeto moderno en el
corazón mismo de la sociedad, pero en la propia interioridad del sujeto: que
debe ingeniar la manera de afrontar individualmente los cambios radicales que
el contexto le impone18. Los ideales de igualdad y democracia que Tocqueville
define van estrechamente relacionados con el miedo y la angustia como afectos
personales, no sociales ni políticos. El invasor de la vida social armónica viene a
ser el mismo ciudadano, en su incapacidad de adaptarse a los nuevos ritmos que
la sociedad le impone a raíz de la revolución política, veamos:

a medida que los ciudadanos se hacen más iguales, disminuye la inclinación


de cada uno a creer ciegamente a un cierto hombre o en determinada
clase. La disposición a creer en la masa se aumenta, y viene a ser la opinión
que conduce al mundo […] Cuando el hombre que vive en los países
democráticos se compara individualmente a todos los que le rodean, conoce
con orgullo que es igual a cada uno de ellos; pero cuando contempla la
reunión de sus semejantes y viene a colocarse al lado de este gran cuerpo,
pronto se abruma bajo su insignificancia y su flaqueza. La misma igualdad
que lo hace independiente de cada uno de los ciudadanos en particular, lo
entrega aislado y sin defensa a la acción del mayor número (Tocqueville,
[1835] 2002: 200).

Según esta cita, de manera ambigua, la igualdad muta en sentimientos de


soledad, insignificancia y angustia. Hombres y mujeres en igualdad de condiciones
se ven amenazados por esa misma unidad al no tener un vínculo común que los
sostenga con firmeza, vínculo que en épocas anteriores se daba a través de la figura
18 Comparando las figuras que antaño producían miedo a una comunidad con las circunstancias que abatían a los
habitantes de las urbes occidentales de las últimas décadas del siglo XIX, Tocqueville afirma que “los bárbaros”,
esto es, los invasores de la vida social armónica, “no venían [ya] del helado norte [del exterior]; [más bien] surgían
en el seno de nuestro campo y en el centro de nuestras ciudades” (Tocqueville, [1835], 2002: 242). El filósofo
desplaza la causa externa del miedo hacia el interior de la comunidad. El miedo aquí toma sentido si entendemos
la posición de Tocqueville ante los cambios dejados por la Revolución en las sociedades decimonónicas. El pueblo
pasó de temer a unas figuras precisas de poder a la propia realidad que él mismo había generado. Es decir,
que los ciudadanos ya no temían a sus terribles gobernantes de antaño, sino al caos que se generó a causa del
derrocamiento de esos gobernantes. El “Gran miedo” era ahora provocado por las secuelas de la Revolución. Tal
manera de enfocar la perturbación psicosocial señala y hasta culpabiliza al mismo ciudadano de su propio miedo.

49
del rey o de otros entes de poder. La igualdad, bajo este ángulo interpretativo,
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

es sinónimo de soledad y aislamiento. Una sociedad democrática motiva una


aplastante ansiedad y un miedo a los otros porque no hay ya referentes sólidos de
poder –políticos o sociales– sobre los cuales anclar el deseo de ser. Desde la óptica
de Tocqueville, el miedo y la angustia se desplaza del plano político a la interioridad
del sujeto. El miedo, en consecuencia, no sería efecto de la fuerza gubernativa
ni de los cambios económicos y sociales sino del estado ansioso del sujeto, que
no logra asimilar los nuevos procesos ni ubicarse con precisión al lado de los
otros. Sin referentes concretos como el rey, la idea de nación sólida, de identidad
cultural dominante, etc., la sociedad posrevolución permanece en un constante
desasosiego, el mundo masificado no satisface ya el deseo de filiación social ni
de permanencia19. El inconformismo político y los reveses sociales explicados a
partir de la idea de angustia individual, evade precisamente la responsabilidad
del Estado y su instauración de órdenes sociales masificados e injustos. El
poder político es, sin duda, un actante principal en la generación de sociedades
masificadas y caóticas, en las que hombres y mujeres están al borde del vacío y el
miedo. La justificación de la inestabilidad psíquica y el trauma emocional de una
sociedad, se ancla no solo al estar de la persona como ente individual sino, y sobre
todo, al papel de los gobernantes en la instauración de regímenes que constriñen
la libertad.
Según Robin ([2004] 2009), visionar el miedo como un efecto íntimo en sí
mismo, sin tener en cuenta la razón de los cambios contextuales, es desligarlo de
su componente político y prestar, en consecuencia, poca atención a las formas
como el poder aviva y dirige miedos represivos. Las sociedades contemporáneas,
precisa el politólogo estadounidense, se estructuran verticalmente, distribuyen
poder, recursos y prestigio entre los menos, no entre los más (53). En resultado, si
un habitante de la sociedad moderna y democrática se siente un elemento difuso
a raíz de la masificación de lo humano, la inseguridad, el miedo y la soledad no
florecen por causa natural, sino, propiamente, por razón del orden político y las
disquisiciones gubernativas. Lo psíquico íntimo está determinado por el Estado y
sus formas de organización.
Numerosos estudios analizan el miedo y la angustia como afecciones
netamente espontáneas, casi naturales de una forma de ser del sujeto
contemporáneo. Los factores psicosociales se explican a partir de la individualidad
19 El estado de desasosiego del ciudadano moderno lleva a Tocqueville a justificar la violencia política. Dice el
filósofo que si un gobierno actúa de forma represiva lo hace en respuesta a las exigencias de la masa, ya que
esta al carecer de líder por su anonimato mismo, se le ha despojado de autoridades discretas que la guíen. En
resultado, la represión de Estado es un asunto popular y democrático, es decir, pedido por la sociedad-masa y su
deseo de apaciguar la ansiedad frente al posible enemigo.

50
íntima del sujeto común sin profundizar claramente en los marcos sociales que las

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
figuras de poder instituyen. Carlo Mongardini ([2004] 2007), por caso, apoyado en
estudios de Sigmund Freud, Max Horkheimer, Theodore Adorno, Zygmunt Bauman,
sostiene que el miedo es un afecto muy íntimo, que aunque se relaciona con
factores externos corresponde a la naturaleza del propio individuo y su capacidad
de respuesta subjetiva. El miedo más radical del mundo contemporáneo, según
Mongardini, es la angustia de la pérdida del yo y la anulación de la frontera entre
uno mismo y el resto de la vida. La pérdida del yo debido a la masificación y la
igualdad convierte al ser humano en alguien extraño a sí mismo. Las principales
causas de este extrañamiento deben buscarse en la “heterodirección” del individuo
contemporáneo, en la extensión de sus espacios, en la velocidad del cambio y en la
cultura del presente, que desarraigan el yo de sus habituales certidumbres y de los
puntos de referencia (Mongardini, [2004] 2007: 94-96). Esta apología del miedo
sacrifica el sujeto a una sociedad inconforme porque no explica claramente la
matriz de tal inconformidad, facilitando con ello la justificación de la intervención
dominante del Estado. Si el miedo se percibiera solamente como reacción a
amenazas no políticas, o como instrumento de regeneración moral del sistema de
gobierno, o como respuesta personal a objetos de temor externos, se subestiman
e ignoran las formas cotidianas que refuerzan un orden social represivo, limitan
la libertad y producen injusticia. La angustia –por la inestabilidad laboral, la
falta atención médica de calidad, la poca probabilidad de acceder a la educación
especializada, etc.– no es una afección que atañe exclusivamente al universo íntimo
y emocional de un individuo, tampoco una energía latente que desconoce la fuente
de amenaza, es ante todo la respuesta a un miedo que ha sido dirigido y fabricado
por los giros sociales derivados de la confrontación entre fuerzas políticas o el
fracaso del sistema para garantizar la calidad de vida de manera justa.
Bauman en su libro Miedo líquido: la sociedad contemporánea y sus temores
retoma el sintagma “silenciamiento silencioso”, del sociólogo Thomas Mathiesen,
para definir el modo como sentimientos de inseguridad y angustia se vuelven parte
estructural de la vida cotidiana. El “‘silenciamiento silencioso’ es un proceso que,
en vez de ruidoso, es callado; que es oculto en vez de abierto; que, en vez de
apreciarse, pasa inadvertido; que, en vez de verse, pasa sin ser visto; que en vez
de físico, es no físico” (Bauman, [2006] 2008: 15). Quizás, por esta caracterización
de lo emocional traumático, en la que prima la idea de que es algo abstracto y a la
deriva, los representantes gubernamentales o diversas figuras de poder aparecen
exentos de toda responsabilidad del orden vertical que ellos mismos propician.
No obstante, la desesperanza, desencanto, angustia, entre otros, son afectos

51
conectados a los modos de gestión del miedo, y aunque muchas veces se instalan
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

en el seno de la sociedad sin recurrir a amenazas coercitivas explícitas, no quiere


decir que estén exentas de los juegos del poder. En sociedades que se califican de
liberales, como recuerda Robin ([2004] 2009), el miedo se cierne silenciosamente
sobre las relaciones entre los poderosos y los que no tiene poder, influyendo
sutilmente en el comportamiento de todos los días sin exigir mucho en forma de
intimidación activa.

MIEDO E INVENCIÓN DEL ENEMIGO

Como se ha tratado de explicar, la angustia es susceptible de ser direccionada y


proyectada hacia objetivos públicos para transformarlos en elemento de amenaza,
fabricarlos como miedo específico. Diseñar el enemigo para hacer recaer sobre
este el malestar psíquico y la ansiedad de la sociedad, es una de las estratagemas
que siempre ha acompañado a la política. Según Boucheron (2015), el primer paso
que un gobierno da para garantizar su poder ante los ciudadanos es nombrar
sus miedos, esto es, encarnar en una figura sospechosa la ansiedad colectiva
y convertirla en adversario público, al que todos deben temer. Ese adversario
seguidamente es investido con un nombre de un enemigo de otra época, que
se recuerde todavía: un gesto clave porque hace dimensionar en el imaginario
colectivo la amenaza del adversario actual como algo concreto. Por ejemplo, la
palabra tyrannus (tirano) fue utilizada por las sociedades italianas del siglo XIV
para personalizar el poder autoritario, el dirigente corrupto o la degradación de las
instituciones comunales.
La idea del tirano como un mal social se asimilaba con facilidad entre la
población de aquella época, porque había sido recreada y explicada múltiples
veces en los relatos del pasado histórico del país. Más que señalar a una persona
precisa, el gobernante tirano era una imagen prototípica en el imaginario colectivo
del poder nefasto, productor de miseria. El tirano, como símbolo del miedo
político, está presente en el teatro de Séneca y en los tratados de Aristóteles,
obras reconocidas entre los italianos de aquel tiempo. Fue representado, también,
por el pintor Ambrogio Lorenzetti en su “Mural del buen gobierno” como un
monstruo cornudo. El mural está situado en el palacio comunal de Siena, uno de
los lugares más recorridos por la población de ese entonces. Para que las personas
interioricen una idea abstracta, en este caso el significado del término tirano, se
hace necesario, junto a la experiencia, un artefacto adicional de representaciones.

52
“Metáforas, símbolos, ritmos, melodías, elementos gráficos concretos, […] La

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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viveza, el grafismo y la particularidad son determinantes cruciales de la respuesta
emocional” (Nussbaum, [2013] 2014: 268). La producción estético-intelectual
ayuda a la conservación y sostenimiento de las leyes e ideas políticas que
estructuran a una comunidad y dan sentido a actos colectivos.
Otro caso que ejemplifica los artificios de la política para direccionar el
miedo en la sociedad hacia un objetivo público, tomó forma durante el periodo
de la Guerra fría. Hace unos cuantos decenios la existencia del miedo colectivo
tenía en la bomba atómica su faz reconocible. Exactamente, durante el largo
periodo de enfrentamiento entre el “Bloque Occidental”, capitalista, liderado
por los Estados Unidos, y el “Bloque del Este”, comunista, liderado por la Unión
Soviética, la posibilidad de caer en el desastre definitivo activando una ola de
destrucción mutua, fue el mecanismo para orientar y controlar el comportamiento
de las sociedades. A propósito de esta situación, de equilibrio del terror, Wole
Soyinka ([2004] 2007) rememora: “el miedo a la bomba atómica se hizo tan
intenso que algunos de mis conocidos europeos optaron por no tener hijos porque,
según declararon, no estaban dispuestos a proporcionar carne de cañón para la
inevitable consumación nuclear” (25). Aunque el actual “clima de miedo” no se
ha desembarazado de la bomba atómica –ahora solo un arma más del arsenal
nuclear– su poder de concentrar la atención como peligro inminente se ha disipado.
En relación, y anticipándonos un poco a un tema que abordaremos más adelante,
se puede decir que quizás lo que hoy en día infunde mayor miedo es el poder del
“cuasi-estado”, un poder furtivo que no tiene ninguna frontera física, no enarbola
parte de ninguna asociación internacional y está tan sediento de la aniquilación
total, como la que prometían las superpotencias de la Guerra fría (Soyinka, [2004]
2007: 23-28).
Una presencia más del miedo político contemporáneo toma forma en los
dirigentes, que son señalados como iniciadores o continuadores de regímenes
de carácter totalitario o dictatorial. El señalamiento de personalidades del poder
de países como Venezuela, Cuba, Siria, Corea del Norte, etc., es indicativo de la
proyección del miedo. También, la vida cotidiana de la ciudad está asediada por un
sinnúmero de enemigos y transgresores de la ley social. Drogadictos, prostitutas,
homosexuales, travestis, entre otros, son las “criaturas de la noche” (Reguillo,
2008: 65) que provocan pavor en el habitante común. Estos “seres del mal” son
imaginados por la comunidad como portadores de antivalores y propagadores
de violencia. El terrorista es, asimismo, un enemigo muy temido en el contexto
social y político de Occidente. Los estragos humanos, culturales, económicos y

53
políticos que tal figura ha ido dejando, obligó cambios drásticos en los convenios
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

de seguridad y demás alianzas entre los países potencia. En la era actual, dice
Robin ([2004] 2009), como los peligros de la vida son tan variados como sus
placeres, los políticos y otros líderes tienen mucho margen de decisión respecto de
qué amenazas merecen atención política y cuáles no. La modulación del enemigo
está en manos de la dirigencia, de este lado se identifica lo que acecha el bienestar
de la población, se interpretan las características y el origen de los peligros y se
propone el método para enfrentarla (40-41).
Las tácticas políticas de la instrumentalización del miedo y la ansiedad
recuerda la imagen que Hobbes ([1651] 2005) propone sobre el miedo y sus dos
miradas: una de estas se detiene sobre el enemigo exterior mientras la otra vigila
al disidente interior. En el juego de esta mirada dual el poder suele desplazar la
amenaza percibida en el exterior hacia la figura interior que contradice las políticas
establecidas. Este desplazamiento de la amenaza exterior hacia “enemigos
internos”, tiene como fin reprimir la impugnación del poder establecido y definir
de manera pública un objeto particular hacia el cual proyectar las emociones de
miedo y angustia. Cuando el poder sitúa la mirada sobre el enemigo interno no
solo identifica la fuente de amenaza sino que también traza un horizonte sobre el
cual perpetuar su dominio. El dirigente apunta a construir una idea de seguridad-
inseguridad que va más allá del presente inmediato. Así entonces, como si de la
mirada de Jano se tratase, el ojo político divisa el origen y el fin, el presente y el
futuro de su propio gobierno. Veamos como lo explica Payre (2015):

[…] cuando el gobernante enfoca la amenaza exterior, esta se diseña muy a


menudo como un relato sobre el porvenir. El poder mira a lo lejos, pero sobre
todo lejos en el tiempo. Él se ejercita en producir una cierta visión del futuro
y de sus amenazas. El gobernante amedrenta y apacigua testimoniando
constantemente su control del tiempo y, de cierta manera, de la historia
(18).

Bien es cierto que en esta época, en la que reina la desconfianza en los


gobernantes y en la que las grandes ideas han perdido su validez, el miedo a
adversarios inventados desde los propios temores de las personas, es para el
político la estrategia más eficaz para garantizar su poder. La fuerza política se
sostiene verticalmente sobre los miedos y el deseo de seguridad de los ciudadanos.
Ahora bien, es importante decir que pese a que el poder gubernativo se apoya
en el miedo del ciudadano este necesita a su vez generar cierta empatía con ese
mismo ciudadano, la acción mancomunada entre gobernantes y gobernados es

54
obligatoria para lograr los fines de gobierno. Este “pacto de dominio” (Mongardini

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
[2004] 2007: 70) surge en el contexto como medida para facilitar la relación
jerárquica del poder en una comunidad, la clase política se favorece entonces de
las obligaciones y funciones que exige a quienes gobierna para el desarrollo de una
sociedad civilizada.
De otro lado, y ubicándonos en el contexto colombiano, la invención del
enemigo varía en función de los diversos momentos y actores del conflicto armado,
que han constreñido la vida del país desde hace más de seis décadas20. Grupos
guerrilleros, paramilitarismo, ejército y policía, cabecillas narcotraficantes, entre
otros, son figuras de poder internas e indiscutibles enemigos para gran parte de los
ciudadanos. Para entender la figura del enemigo en el espacio nacional es necesario
precisar la diferencia entre el binomio amigo-enemigo y la idea del enemigo como
un “otro radical” o adversario absoluto.
En la praxis militar anterior a las revoluciones, el enemigo era aquel que se
combatía respetando sus derechos como adversario político. Los combates bélicos
eran librados por un Estado contra otro Estado bajo la forma de una guerra de
ejércitos estatales regulares, entre soberanos que se respetaban como adversarios
aún durante el conflicto armado y que además no se discriminaban mutuamente
como delincuentes (Schmitt, [1962] 1966: 18). Esta idea del otro como un adversario
que se respeta, se ha desvirtuado hasta desembocar hoy en la concepción del
“adversario absoluto”, es decir, en aquel sujeto que se dimensiona diferente “por
naturaleza”, y que, por tanto, se tortura y masacra hasta negarle su humanidad
misma. Al respecto, Schmitt ([1962] 1966) plantea que a partir del surgimiento de
la figura del guerrillero moderno, que no esperaba justicia ni clemencia por parte
del enemigo, la lucha militar desdibujó la enemistad convencional de la guerra
mitigada y acotada para transformarla en otra cosa, en la verdadera enemistad, aquella
que “se enreda en un círculo de terror y contraterror hasta la aniquilación total” (20).
20 En el mes de noviembre de 2016, el gobierno colombiano, en cabeza de Juan Manuel Santos, logró concretar
los Acuerdos de Paz con las FARC (Fuerzas armadas Revolucionarias de Colombia), grupo insurgente de mayor
antigüedad en Latinoamérica, que enfrentó las políticas gubernativas del país por más de seis décadas. Ante este
acontecimiento histórico notable, destacamos el valor simbólico que ello constituye en las relaciones políticas
nacionales, además de su impacto en la cultura. Sin embargo, reconocemos también, que Colombia sigue sujeta
a la violencia extrema generada por el narcotráfico, las bandas criminales (BACRIM) y el conflicto armado –
que es, sin duda, el rastro más negro de la guerra emprendida por las FARC junto a otros grupos armados o
contra ellos–. Reconocemos junto a Gonzalo Sánchez (2017), que el “periodo de posconflicto” que recién inicia,
no garantiza una convivencia sin guerra, los Acuerdos de paz con las FARC son una pequeña sutura a una herida
que sigue abierta en el cuerpo social colombiano. Para un cambio significativo del devenir del país se necesita
primeramente voluntad política de los gobiernos que vienen, así como desmovilizar todos los grupos armados
ilegales y emprender proyectos políticos y sociales de gran envergadura; factores para los que, lamentablemente,
el gobierno colombiano aún no está preparado: por cuestiones políticas, ideológicas, económicas, sociales, entre
otras. Colombia está sujeta, en ese orden, a una “paz a cuotas”, no a la paz en su total manifestación.

55
Las diversas violencias sociopolíticas en Colombia han determinado
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

diferentes modos de ver en el otro al enemigo radical. Si nos detenemos, por


ejemplo, en la Violencia desatada a mediados de la década de los cuarenta hasta
inicios de los años sesenta del siglo XX, en la que se confrontaron especialmente
dos bandos políticos: liberales y conservadores –Rojos contra Azules–, aunque el
enemigo era ante todo un enemigo político, que difería en ideologías de gobierno,
su aniquilamiento concentraba también trazas del enemigo radical, que se odia y
se aniquila más allá de justificaciones políticas. Para Pécaut (2013), en los actos
de violencia de esa época, la identificación partidista no fue el único elemento
comprometido en la dimensión del otro como enemigo, también jugó un papel
determinante la instrumentalización de lo religioso y la represión y manipulación
de las clases populares. Por esta razón, la Violencia, inicialmente centrada entre
dos partidos políticos, degeneró en una especie de guerra civil fragmentada, sin
frente definido y motivada localmente por intereses personales y por la venganza.
El otro era asesinado con total inclemencia. Lo político degeneró en una lucha
criminal alimentada por actos del más cuestionable bandidismo.
La forma cruel como se da muerte al adversario lleva a Pécaut (2013) a
deducir que el enemigo es considerado como un “otro”, algo que “por naturaleza”
es diferente. Dice el sociólogo francés, que en el tipo de tortura y sevicia criminal a
la que es sometido el cuerpo del opositor logra leerse el odio político, pero también
las huellas de una revancha que puede descifrarse desde una gramática de lo
sagrado. “El encarnizamiento sobre los cuerpos es a menudo una puesta en escena
y un ritual que tratan de darle a este hecho un valor de sacrilegio” (Pécaut, 2013:
5). Es decir, que el cuerpo eviscerado se corresponde muchas veces con ciertas
prácticas rituales: representan un sacrificio abyecto, el exterminio de algo que se
escinde de la esfera humana21.
La figura del guerrillero en el territorio colombiano, materializada en grupos
insurgentes como las FARC y el ELN, ha surtido cambios decisivos en su imagen
como enemigo. Se entiende, desde la teoría de Schmitt ([1962] 1966), que el
guerrillero es aquel que se siente despojado de justicia, por esa razón se vuelve
políticamente activo y lucha en beneficio plural, es decir, su causa es revolucionaria:

Cuando se derrumba el edificio de protección y obediencia en el que


hasta ese momento vivía, o se desgarra el tejido de normas legales del
cual hasta ese momento podía esperar la justicia y la protección de
la justicia, el despojado encuentra en la enemistad el sentido de su
causa y el sentido de la justicia (74).
21 Como este tema se desvía del hilo argumentativo de este apartado, invitamos al lector a retomarlo de manera
más amplia en el apartado Entre el terror y el horror o de la anulación de lo humano.

56
La guerrilla colombiana surge en torno a las dinámicas revolucionarias

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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latinoamericanas de los años sesenta, su lucha, inicialmente, guardaba la lógica
política de la defensa del desposeído y la igualdad social. Por esta razón, contó
hasta determinado momento con el apoyo amistoso de una buena parte de la
sociedad colombiana: especialmente la clase obrera y la clase media, mientras que
se constituyó en adversario de la oligarquía y el poder conservador. Mas, en el
contexto actual de la vida nacional, “el guerrillero” es sin duda uno de los enemigos
más temidos y aborrecidos, tanto por las clases populares como por el poder
gubernamental. Un estudio realizado por un grupo de antropólogas colombianas
deduce que entre las figuras sociales simbólicas del miedo, el guerrillero es una
de las más inquietantes. La investigación data de inicios de la primera década
del siglo XXI y se desarrolla con habitantes de Medellín (Villa Martínez, Sánchez
Medina y Jaramillo Arbeláez, 2003: 83-89). En efecto, el guerrillero, calificado
ahora escuetamente de terrorista22, es perfilado como el adversario. Incluso, para
una parte de la población es el “otro absoluto” que hay que exterminar.
Un clima emocional de odio y resentimiento se percibe hoy por hoy contra
todo grupo guerrillero en Colombia. Este estado afectivo se agudizó mucho más
durante los dos periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez, 2002-2006 y 2006-
2010. Las políticas de gobierno durante estos años enfocaron todos los males del
país hacia las FARC. Fueron señaladas como únicos causantes de la injusticia, la
criminalidad y la inseguridad de los colombianos. Los miedos se enfocaron en este
enemigo. Como resultado de tal estratagema el gobierno de Uribe Vélez logró, en
medida considerable, mayor lealtad y cohesión de una gran parte de la población
civil. Circunstancia modelo del modo como los gobernantes buscan contrincantes
que refuercen su poder, asimismo, se evidencia la tendencia del ciudadano a
convertir figuras sobre las que hay ya cierto resquemor, en vertederos de odios
colectivos.
La visión villana que se tiene actualmente del guerrillero empieza a
conformarse a partir de la década de los noventa, cuando las guerrillas incursionaron
en el negocio del narcotráfico y su función se desvió hacia lo puramente militar,
ya que solo defendían sus territorios de grupos antiguerrilla y de otras células
guerrilleras. Esta situación desencadenó en una suerte de enfrentamientos en los
que la población civil se vio sometida al dominio de múltiples grupos armados,
22 La guerrilla de las FARC fue agregada a la lista de organizaciones terroristas que la Unión Europea presentó el
12 de junio de 2002, este proceso se realizó durante la presidencia de Álvaro Uribe Vélez. Las FARC dirigió hasta
hace poco su violencia no solo contra objetivos gubernamentales, sino también contra la población civil, son
incontables las cifras de muertes a manos de este grupo subversivo. A la fecha, a pesar de su figura legal política
después de los Acuerdos de Paz en el 2017, no logra movilizar la población en contra de las políticas neoliberales.
Está aún muy abierta la herida en el pueblo colombiano a causa de la violencia de las FARC.

57
entre estos figuraba la guerrilla de las FARC, que no dudó, igual que los demás
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

ejércitos –legales e ilegales–, en engordar la lista de crímenes con matanzas de


civiles indefensos. Los diferentes grupos guerrilleros colombianos son autores,
intelectuales y de acto, de miles de casos de secuestro, tortura, asesinato y
desaparición. En fin, el guerrillero colombiano contemporáneo, que con sus actos
criminales parece no tomar distancia de la función del terrorista, convirtió al
poblador en arma y rehén estratégico de la guerra, por esta razón es mirado hoy
con profundo resentimiento y considerado un adversario tan ignominioso como
cualquier criminal o actor del conflicto armado.
En la tesitura de la construcción del enemigo se da forma también al sujeto
sospechoso. La historia política demuestra que el sospechoso es una presencia
invariable de las confrontaciones entre bandos de diversa índole. Sin embargo,
el sospechoso no siempre está en el grupo contrario, son numerosos los registros
históricos que advierten la presencia de personas que generan desconfianza y
recelo dentro de sus propios compañeros de lucha. El “otro”, el sospechoso, puede
haber sido antes un “prójimo”, incluso un semejante. “Como lo ilustra la evolución
de muchas de las movilizaciones revolucionarias, los activistas de un primer
momento pueden transformarse en un segundo momento en ‘sospechosos’ o en
‘traidores’” (Pécaut, 2013: 3).
En un país como Colombia, en el que numerosas regiones viven la
permanente confrontación bélica, la figura del sospechoso depende no tanto de
la caracterización personal o la desconfianza por ciertos comportamientos de
alguien en particular, sino, y sobre todo, de las fronteras móviles del territorio
y la clasificación imprecisa de los habitantes. Esto es, que los actores armados
señalan al otro como sospechoso y enemigo en función del dominio territorial.
Los espacios conformados alrededor del mando de las guerrillas, paramilitares
o ejército institucional no tienen líneas de delimitación fijas; las fronteras de los
territorios son mudables en función de quien opera en determinado momento los
negocios de la droga y demás ilícitos que en ese lugar se despliegan. En resultado, la
población civil de los “territorios en disputa”: conocidos también como “corredores
de la droga”, pasan del dominio de un grupo armado al otro, dependiendo de las
circunstancias de la guerra y las afiliaciones políticas. Por estas circunstancias, las
líneas de separación territorial son inciertas y definen la vida de los habitantes. Son
muchas las poblaciones y personas que han sido masacradas por ser sospechosas
de colaborar con el bando criminal contrario, cuando realmente estas víctimas
tenían que acomodarse a las exigencias del grupo armado “de turno” (Pécaut,
2013: 9-15).

58
Las sociedades golpeadas cotidianamente por la guerra viven en un

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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clima de terror, la sensación de impotencia y prevención ante el comportamiento
cotidiano definen el estar de los pobladores, pues no se sabe qué gesto espontáneo
o acto desprevenido pueda ser interpretado como seña desleal que compromete la
propia integralidad. Cuando el condicionamiento del miedo permea una sociedad,
la impresión de libertad que armoniza la vida cotidiana se contrae agudamente y
la relación de amistad desaparece ante la idea de resultar sospechoso. “La cautela
y el cálculo reemplazan una norma de espontaneidad o costumbre. A menudo el
habla normal queda reducida a un susurro, incluso en la intimidad del hogar. Las
opciones pasan a ser limitadas. Uno se vuelve más reservado, menos impulsivo”
(Soyinka, [2004] 2007: 19). Estos comportamientos derivados de ambientes de
violencia son indicativos de la vulneración de la libertad y el condicionamiento
del yo al fenómeno político. Para Montesquieu ([1748] 2013) en los gobiernos
despóticos, en los que la ley se impone con hechos de terror, “todos comprenden
que a ninguno le conviene hacer sonar su nombre […] pues la seguridad de cada
uno estriba en su silencio, en su insignificancia o en su anulación” (77).
Las conductas que Soyinka y Montesquieu señalan se hacen necesarias
para resguardar la vida en situaciones de conflicto. El susurro, por ejemplo, es la
prudencia obligatoria frente a quien se habla; el hablar quedo, hablar poco, o el
silencio total en contextos de guerra cobra el valor de la vida misma. “‘La ley del
silencio’ se impone rápidamente entre la población que aprende a desconfiar de
todos”, deduce Pécaut (1997: 22). El “no ver nada” y “no saber nada” aplica como
norma social para quien desea conservar lo suyo y abstenerse de ser señalado como
sospechoso. En suma, “La desolación del espacio verbal indica tanto la disolución
del sujeto capaz de hablar como la desaparición de un mundo susceptible de ser
descrito” (Robin, ([2004] 2009: 23). El silencio en estas circunstancias es producto
de la agresión violenta y síntoma supremo de la aniquilación de la persona.
Al susurro y el silencio se une también el rumor. La murmuración surge con
especial facilidad en comunidades donde la confianza en el otro se ha perdido, es
una de las prácticas que más ayuda a la construcción del sospechoso. La invención
malintencionada, a medida que va circulando, pasa a convertirse en una peligrosa
verdad incuestionable. Un rumor nace sobre un fondo previo de inquietudes
acumuladas y silencios obligados, es el resultado de una preparación mental creada
por la convergencia de varias amenazas o de diversas desgracias que suman sus
efectos. Quien dice rumor dice miedo (Delumeau, [1978] 2002: 178).
El poder reconoce en el rumor un arma fácilmente maleable y dirigible hacia
el adversario que se desea demoler. Según Edgar Morin (1969), el rumor

59
se manifiesta como una fuerza «salvaje» capaz de pasmosa propagación.
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

Suscitando a la vez atracción y repulsión rechaza la verificación de los


hechos, se alimenta de todo, impulsa metástasis en múltiples direcciones,
va acompañado de procesos histéricos, atraviesa las barreras de edad, de
clases sociales (59).

Entre los sucesos colombianos recientes, el fracaso de la refrendación del


Acuerdo de Paz23 se debe justamente al poder del rumor en la masa. La “Campaña
por el No” se apoyó en una retórica del rumor y la mentira, elaboró un discurso
del miedo que generó el rechazo de los objetivos de dicho Acuerdo. Como
precisábamos líneas arriba, Colombia es un país que ve en la guerrilla de las FARC
a uno de los mayores enemigos. Así entonces, el odio y el miedo de gran parte
de la sociedad colombiana hacia esta guerrilla fueron aprovechados durante la
campaña contra el Acuerdo de Paz, para dar forma a un discurso lleno de rumores
y calumnias, que se percibieron como verdades. Se dijo, por ejemplo, que los
actores del conflicto serían absueltos de sus crímenes, obtendrían derechos civiles
como cualquier ciudadano y reinaría de esa manera la impunidad, cuando, por el
contrario, los Acuerdos hablan de justicia transitiva, pago de condenas carcelarias
y sanciones económicas. Igualmente, otro de los rumores estratégicos hizo voz
en los líderes de las iglesias cristianas, que infundieron la idea de que el Acuerdo
apoyaba el matrimonio homosexual en detrimento de la familia cristiana y los
valores morales: emblemas nacionalistas del conservadurismo más recalcitrante;
también, se levantó el temor de que el proceso de paz al dar respaldo político a las
FARC, llevaría al país al sometimiento de las doctrinas del Comunismo.
En fin, la “Campaña por el No” al Acuerdo de Paz, promovida por el Partido
de la U, en el que justamente el expresidente Álvaro Uribe Vélez es su cabeza
más visible, aprovechó sagazmente los miedos de la sociedad colombiana, sus
emociones de rencor y resentimiento, el simbolismo nacional conservador y el poder
de las redes sociales para crear rumores insidiosos y desprestigiar el Acuerdo. Vale
23 Las negociaciones de paz que dieron forma al Acuerdo de Paz entre el gobierno del presidente Juan Manuel
Santos y las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC), surge de las conversaciones que se llevaron a cabo entre
representantes del Gobierno colombiano y de la guerrilla de las FARC. Las negociaciones iniciaron en el 2011 y
tuvieron lugar en Oslo y La Habana; el resultado final fue la firma del Acuerdo para la Terminación Definitiva del
Conflicto, en Bogotá, el 24 de noviembre de 2016. El primer acuerdo de Paz, firmado en Cartagena, según la ley,
debía refrendarse en un plebiscito en el que los ciudadanos debían votar «si» o «no» al Acuerdo. El resultado final
fue una victoria para el “No”. El resultado del plebiscito obligó al Gobierno a revisar algunos de sus puntos en el
Acuerdo tomando en cuenta las objeciones del Partido de la U y otros grupos sociales mancomunados con este
enfoque político. Después de un mes de readecuación de la negociación con los “promotores del No”, el gobierno
y las FARC acordaron el texto final para el Acuerdo de Paz. Este se firmó el 24 de noviembre en el Teatro Colón
de Bogotá  y fue ratificado por el Senado y la Cámara de Representantes de Colombia el 29 y 30 de noviembre
del año 2016.

60
recordar aquí, que la revelación y denuncia de los modos sucios e ilegales como la

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
“Campaña por el No” fue dirigida la hizo, para nuestro asombro, el mismo gerente
que lideró tal campaña. En efecto, Juan Carlos Vélez, a pocos días del triunfo del
No, publicó un video en el que revelaba los procedimientos de “su triunfo”, entre
muchos aspectos enfatizó que con la publicidad y la información que circulaba
por los medios audiovisuales y diferentes redes sociales estaban “buscando que la
gente saliera a votar verraca” (El Colombiano, 2016: 1).
Visto en retrospectiva el proceso político de la “Campaña por el No” contra
los Acuerdos de paz, se puede apreciar que, si bien los temores de los ciudadanos
en varios casos concernían a asuntos de importancia real –la seguridad económica,
el porvenir pacífico del país, la necesidad de justicia, la estabilidad política, entre
otros– la relación que los artífices del “no” establecieron entre esos valores y la
supuesta amenaza que representaba el Acuerdo de paz al dar carta política a las
FARC, fue decididamente manipulada y falaz. Este factor hizo eco a razón de la
ignorancia de gran parte de la población de los documentos originales del Acuerdo,
el resentimiento contra esa guerrilla, el conservadurismo político discriminativo
y excluyente, y la retórica política. El éxito de la “Campaña del No” se ancló, en
resumen, a la naturaleza del rumor, a la invención de versiones catastróficas sobre
el futuro inmediato del país si se aprobaba con el voto el resultado de los Diálogos
de Paz.
Desde el campo de la psicología cognitiva, el rumor como tendencia
generalizada se explica desde dos mecanismos particulares: la “heurística de
la disponibilidad” y la dinámica de “cascada reputacional”. La “heurística de
la disponibilidad” consiste en la sobrevaloración de una problemática debido
al tratamiento espectacular a través de los medios de comunicación. Este
funcionamiento se activa sin reparos, porque se asocia con traumas del pasado que
perviven aún en el seno de la sociedad. Por su parte, la “cascada reputacional” es
un fenómeno que se presenta “cuando las personas responden al comportamiento
de otras sumándose apresuradamente a ellas” (Nussbaum, [2012] 2013: 57). Tal
unión es determinada por la reputación importante de las personas que son
voceras de la información frente a la cual la comunidad se alarma. Si nos situamos
en el contexto de la “Campaña por el No”, es fácil advertir el “efecto cascada” en el
manejo de la información política acerca del Acuerdo de paz. Justamente, quienes
adelantaron de manera visible y abierta los anuncios públicos en contra de los
acuerdos, fueron figuras políticas ampliamente reconocidas por gran parte de la
población. En esta situación, se manifiesta la reacción característica de la sociedad-
masa en la que, se sabe, predomina sin ambages el espíritu gregario: un espíritu

61
que responde como masa, esto es, de manera acrítica. El común de la sociedad,
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

como decíamos líneas arriba, no conocía los Acuerdos, su visión se limitó entonces
a la información sesgada que circuló por las redes o medios de comunicación. No
tuvieron posición crítica responsable y consciente de las ventajas o desventajas
de los pactos, sin embargo, respondieron como masa e inclinaron los resultados a
favor del “No”.
Otro efecto del episodio político sobre el Acuerdo de paz, que fue suceso
de dimensión internacional24, fue el agravamiento de la división de la sociedad
colombiana entre el apoyo a unas “políticas progresistas” –que buscan, por ejemplo,
la inclusión de los grupos minoritarios en la vida nacional– y la conservación de un
poder tradicional –defensor de prácticas nacionalistas discriminativas–. El rumor
fragmentó aún más la población entre amigos y enemigos. La respuesta negativa
de parte de los colombianos a los Acuerdos de Paz es representativa de los modos
como se señala y desenmascara un enemigo público, decir no a las negociaciones
es una forma de aplicar una justicia expeditiva a una figura temida y odiada por
muchos, y esto, de cierta manera, genera un alivio, una fantasiosa sensación de
seguridad.
Frente a este panorama político de violencia, guerra, poder y manipulación,
y al desafío de reconstruir una verdad alterna, de develar ciertas realidades
tergiversadas por el discurso oficial y los medios de comunicación, así como de
restaurar la memoria social con su componente histórico y político, la novela
colombiana, por su propio proceso de indagación de la realidad y el intento por
comprender la respuesta íntima a las situaciones traumáticas del país, se proyecta
como alternativa capaz de integrar visiones particulares de los diferentes periodos
sociales. Las tramas literarias representan los sucesos violentos articulados a
razones políticas, culturales y psicosociales. En el campo ficcional se habla, por
ejemplo, de “novela histórica” que, entre otras especificidades, aborda el pasado
caótico desde la figura de los héroes patrios. En esa línea, se reconocen también
la novela en la Violencia o de la Violencia, o la del narcotráfico, el sicariato, la
violencia urbana, entre otras. Narrativas que se estudian como ficción mas sin
perder su valioso componente de no ficción y su validez testimonial, en tanto
que escenifican historias de violencia que realmente sucedieron, que fueron
escuchadas, investigadas o, incluso, algunas de ellas, vividas por los escritores25.
24 Justamente, el Acuerdo de Paz, liderado por el gobierno de Juan Manuel Santos, fue motivo para que el
país fuese condecorado con “El premio Nobel de paz 2016”, que, desde una perspectiva personal, implica el
reconocimiento al equipo de trabajo del Acuerdo por la construcción de un país diferente. Aunque, ciertamente
reconocemos también todos los giros políticos amañados que pueden surtirse en este tipo de “homenajes”.
25 Nos referimos al caso preciso de El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, que centra su trama en la
vida del padre del escritor, quien fue asesinado por los paramilitares durante la persecución de la Unión Patriótica
a finales de la década de los ochenta. En este estudio la abordamos como relato autoficcional.

62
“La incorporación de lo ‘real’ en la literatura vincula dicha literatura a su entorno,

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
y le otorga veracidad a su respuesta, acercándola a los lectores” (Rueda, 2011:
31). La novela se presta, en efecto, como registro para la indagación de lo social,
lo político y lo histórico. Las estrategias de escritura atraen al lector y le “hacen
vivir” lo narrado con la fuerza de lo real, aspecto que contribuye a otras miradas
del conflicto y a la reubicación de las violencias en sus contextos específicos. La
historia del país recupera en la propuesta literaria sus puntos de referencia y sus
causas puntuales, además de señalar a sus directos responsables.
Las guerras civiles del siglo XIX, la Violencia de finales de los años cuarenta
hasta los sesenta del siglo XX y la violencia generalizada de las últimas décadas:
que abarca el narcotráfico y el sicariato, son los tres periodos más revisitados
por la novelística colombiana. Asimismo, en el panorama actual de las letras del
país el interés de algunos autores contemporáneos –Juan Gabriel Vásquez, Evelio
Rosero, Pablo Montoya, Miguel Torres, etc.– por los sucesos del siglo XIX motiva
también a los investigadores a recuperar obras literarias de esa época, que habían
sido olvidadas por la historia de la literatura. En los estudios literarios de reciente
data, igualmente, se empiezan a retomar narrativas sobre la Violencia. A la fecha
se registran más de cien novelas publicadas sobre este fenómeno26, de las cuales
un buen porcentaje no han sido estudiadas, situación que promete una renovada
perspectiva de lo acontecido desde la mirada crítica literaria.
Por su parte, las narraciones de las últimas violencias siguen en ascenso,
para el 2017 se reconocían más de cinco decenas de novelas, sin contar aquellas
que se publican en editoriales de escasa circulación y que, por tanto, no alcanzan
visibilidad (Plata, 2017). Gran parte de la narrativa de los autores colombianos
va anudada estratégicamente a los diversos momentos de la caótica historia
nacional. Las preocupaciones del imaginario del escritor por el pasado lejano o
reciente del país, por el presente mismo, es elemento crucial de la literatura, motor
de continuas renovaciones estéticas en torno al simbolismo de la violencia. Para
cerrar este apartado y sintetizar las ideas sostenidas, es oportuna la honesta y
lúcida reflexión de Pablo Montoya acerca de la posición del narrador colombiano
ante la realidad nacional que lo circunscribe. Sus argumentos son respuesta a
la pregunta de Carolina Sancholuz (2017). Es necesaria la cita completa para el
comprender plenamente la mirada del escritor:

26 Osorio (2006, 2014), hace alusión a esta circunstancia; asimismo, Jaramillo, Osorio y Robledo (2000),
presentan un sugerente panorama de la narrativa de la violencia, producida entre finales de los años cuarenta y
los sesenta. Las autoras revisan ese periodo de las letras desde la idea de modernidad y progreso y las paradojas
de estos fenómenos en la cultura colombiana.

63
¿Te parece que la literatura y en términos amplios el arte hoy en día tienen
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

la capacidad de interpelarnos a los lectores, espectadores y vulnerar así


nuestra zona de confortabilidad?

Esta necesidad de interpelación se la debo, en parte, a la condición de


colombiano que cargo sobre mis espaldas. Integro una construcción
nacional que está fundada en el equívoco, en la injusticia, en el engaño
y el crimen. La situación de mi país, en este sentido, es literalmente
espantosa. Hay más de siete millones de desplazados internos a quienes
han expulsado de sus tierras los diferentes ejércitos colombianos, desde
los oficiales hasta los paramilitares; hay aproximadamente seis millones de
exiliados desparramados por el mundo; acabamos de saber la cifra de los
desaparecidos en las guerras entre narcos, paramilitares, guerrilla y ejército:
son casi setenta mil; tenemos más de cuatro mil miembros asesinados de un
partido político de izquierda; casi cinco mil jóvenes de extracción popular
ultimados por los militares oficiales colombianos y pasados por falsos
guerrilleros para justificar una política siniestra de seguridad democrática; y
además de esto, Colombia posee una buena parte de su geografía rural llena
de cultivos de coca y minas “quiebrapatas”; y, para acabar de mencionar este
prontuario de la ignominia, la corrupción política y la impunidad judicial
son tan gigantescas como grotescas. Desconocer este hondo desequilibrio
social sería un desatino. Pero lo paradójico es que cuando he señalado esto
en mis intervenciones públicas hay sectores de la población colombiana que
se sienten indignados por estas denuncias. Esa amnesia, ese aquí nunca ha
pasado nada, es una verdadera calamidad ética y moral. Considero que la
literatura sirve para muchas cosas – sé que para algunos escritores ella no
sirve para nada salvo para efectuar ejercicios de estilo o faenas ociosas-,
pero para mí es una posibilidad de referirse a estos asuntos y una tentativa
de que la palabra literaria se hunda en esas heridas para cicatrizarlas. Por
tal razón, en el complejísimo proceso de paz que le espera a Colombia,
es fundamental señalar a los victimarios y nombrar a las víctimas. Es
obligatorio saber todo el horror y quiénes lo provocaron. Es necesario no
solo para quienes ya han muerto, sino para nosotros que estamos vivos
y para quienes vivirán después. Estoy convencido de que la literatura y el
arte tienen una tremenda responsabilidad en asuntos de esta índole. O
al menos esa es la literatura que yo intento hacer cuando me enfrento a
recrear el país que me ha correspondido. Pero si esta condición colombiana
me pone de cara ante la injusticia y su posible denuncia, también sé que mi

64
aprendizaje de la tradición literaria latinoamericana está en parte definido

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
y justificado por esta función crítica de la sociedad. Desde los cronistas
de Indias, particularmente desde Bartolomé de las Casas, hasta las más
recientes voces, los escritores de esta parte del planeta hemos estado
presenciando las maneras en que el mal histórico, es decir, la represión de la
expresión libertaria, ha prevalecido siempre en América como una peste (4-5).

BALANCE DE LA NARRATIVA COLOMBIANA DE INICIOS DEL SIGLO XXI

En las primeras dos décadas del siglo XXI el escenario literario colombiano se ha
ido consolidando de renovada manera con escrituras originales en el tratamiento
de la realidad del país, propuestas de escrituras híbridas o anfibias –que se mueven
entre un género y otro–, temáticas de variado orden y giros del lenguaje. Esta
situación ha reclamado a los especialistas de la novela nacional nuevas categorías
de estudio y tipificación (Jaramillo Morales, 2006, 2012; Pineda Botero, 2006;
Giraldo, 2011; Rodríguez, 2011; Rueda, 2011; Figueroa, 2011; Gonzáles Ortega 2013;
Fanta Castro, 2015). Las líneas generacionales para clasificar la narrativa entran en
crisis. Hoy, quizás, resulta más interesante relacionar la diversidad literaria desde
el principio de tendencia o momento. La indagación de la producción literaria y
el carácter de los autores no pueden abordarse ahora desde lo etario frente a la
progresiva proliferación de importantes escritores, de diversas edades y múltiples
estilos. Jaramillo Morales (2012), al respecto comenta:

Un grupo de autores y autoras que empezaron a publicar en los años


setenta lograron consolidarse en el panorama nacional, con premios
internacionales importantes. Aparecen en los noventa autores jóvenes que
a estas alturas ya han venido construyendo una obra en un recorrido de 15
años de publicaciones. Aparecen también nuevas generaciones –escritores
y escritoras que empiezan a publicar en la primera década del siglo XXI–
y nuevas voces como las mujeres, los indígenas, los afros, los LGTB […]
Se empiezan a escribir novelas hipertextuales y se inicia un proceso de
legitimidad de las editoriales independientes (229).

La cita indica la versatilidad del panorama literario de las últimas dos


décadas, es evidente que empieza a mostrarse una amplia gama de autores
y propuestas estéticas. Frente a este contexto, para facilitar el trazo de unas
coordenadas que ubiquen las características más notables de las propuestas de

65
escritura de reciente data, en este libro retomamos tres momentos propuestos
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

por algunos investigadores (Jaramillo Morales, 2012; Giraldo, 2012; Paredes, 2012),
en los que destacan la coexistencia de diferentes generaciones de escritores con
preocupaciones comunes por el hacer literario. El objetivo metodológico de estos
tres momentos es cotejar, relacionar y dimensionar la complejidad de lo literario
en el panorama actual.
La investigadora Luz Mary Giraldo (2012) hace notar que el estudio de la
narrativa nacional reciente debe articular el crecimiento y la diversificación de la
literatura de finales de la década del setenta y de los años ochenta. Las escrituras
contemporáneas son herederas directas de las obras publicadas a lo largo de esas
décadas. En relación, Raymond Williams (1991) revela que la narrativa colombiana
adquiere su particularidad de “Nacional” desde mediados de la década del sesenta.
Desde estos años la escritura regional da paso a una nacional, respondiendo a
los procesos de unificación política, administrativa y social que se comenzaban
a consolidar. Los autores, para ese periodo, ya hacían parte de una “cultura
escrita”, asimismo, estaban mucho “más vinculados a los movimientos literarios
internacionales que a las tradiciones de cada región” (245). En este orden, y en
común acuerdo con estos investigadores –Giraldo y Williams–, el primer momento
o tendencia de la historia reciente de la literatura, particularmente de la narrativa,
se ubicaría entre finales de los setenta y los años ochenta. Este momento
abarca el grupo de autores que se deslindaron de las preocupaciones del Boom:
en concreto de García Márquez y Álvaro Mutis. Para Alejandro Rodríguez Ruiz
([s/f]), la necesidad de cancelar el “macondismo” dio origen a nuevos lenguajes y
consolidó otras posturas en la articulación de la ficción con la historia. Aparecen
así producciones como La tejedora de Coronas (1982), de Germán Espinosa, La
ceniza del libertador (1987) de Fernando Cruz Kronfly o La risa del cuervo (1992)
de Álvaro Miranda. La ciudad, por su parte, pasa a ser una presencia protagónica
en obras como ¡Que viva la música! (1977) de Andrés Caicedo, Los parientes de
Ester  (1979) de Luis Fayad y Las puertas del infierno  (1985), de José Luis Díaz
Granados.
A inicios de los noventa el gesto posmoderno empieza a destacarse en los
juegos del lenguaje. Son indicativos de ello los textos de R.H. Moreno Durán27,
o  Trapos al sol  (1991) de Julio Olaciregui,    Opio en las nubes  (1992) de Rafael
Chaparro y Cárcel por amor (1995) de Álvaro Pineda Botero. La palabra regionalista
27 Williams y Giraldo (1996), hacen un estudio crítico de la obra de Moreno Durán, destacan su voluntad de estilo
y la conciencia clara de las necesidades lúdicas de la palabra. Sus novelas proyectan desde sus mundos ficcionales
el agotamiento de la patria, de los apellidos, de las tradiciones, de la cultura, entre otros. Estos agotamientos se
metaforizan a través de la insuficiencia de la lengua cotidiana y del acto de nombrar.

66
es representada de renovada forma en ficciones como las de Fernando Vallejo.

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
Se aventura, asimismo, la retórica manierista como en Metatrón (1994) de Philip
Potdevin. También, el primer momento data la consolidación de una literatura
testimonial que reivindica al otro, los textos de Arturo Alape y Alfredo Molano son
ejemplo de ello. De su lado, la narrativa escrita por mujeres se visibiliza con Alba
Lucía Ángel, Marvel Moreno, Ana María Jaramillo, Fanny Buitrago, Laura Restrepo,
entre otras. Para Giraldo (2012), todo este conjunto de autores

hacen de la literatura el vehículo para buscar explicaciones del presente o


del pasado […] es con ellos que se entiende que tanto las ciudades como
sus habitantes exigen nuevas expresiones, nuevas maneras de ser narradas;
que la historia también requiere ser contada de otras formas, que indague
sobre el pasado por sus efectos o por las consecuencias del desastre del
presente, y que ello es posible ironizando y burlando la llamada historia
patria y sus héroes. Así mismo, que la palabra, la escritura, debe ser
portadora del espíritu del tiempo del autor, lo que significa que reclama
estructuras distintas a las convencionales (266).

La novelística del primer momento se caracteriza entonces, por las


novedosas exploraciones del lenguaje y la profundidad temática anclada a exégesis
de lecturas de distinta índole: historia, filosofía, artes, política, sociología, entre
otras. Predomina también la indagación por el ser, la ciudad, la historia social y
política del país, de Latinoamérica y del mundo contemporáneo. Es un momento
que impuso la necesidad de romper los límites de la escritura, testimoniar el
espacio urbano, bucear en la historia y reformular los modos estéticos heredados.
Un movimiento que hace del panorama de la novela de finales del siglo XX un gran
entramado de producciones heterogéneas, no siempre asociables.
El segundo momento abarca parte de los escritores del momento anterior
y otros que empiezan a publicar desde mediados de los ochenta hasta nuestros
días. En este periodo sobresale el interés por mostrar el derrumbe del país y la gran
desilusión por las utopías revolucionarias, también se enfatiza en la escenificación
de las nuevas violencias: especialmente las relacionadas con el narcotráfico y el
sicariato; prevalece asimismo el interés estético por exponer la vida cotidiana y
avasallante de las urbes y sus ritmos neoliberales. Persiste el pensamiento crítico
frente a los efectos sociales de la relación entre política y violencia. Los escritores
recalan en nuevos modos metafóricos para significar, desde la intimidad de los
personajes, lo que nos ha pasado como país y se reflexiona insistentemente sobre

67
el presente y el pasado inmediato. En esta etapa, además, la preocupación por el
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

lenguaje lleva al cuestionamiento de la idea de la literatura como artificio retórico


(Figueroa, 2004; Osorio, 2003, 2006; Correa, 2012; Giraldo, 2012).
Laura Restrepo, Fernando Vallejo, Héctor Abad Faciolince, Evelio Rosero,
entre otros, coinciden en la indagación de las consecuencias de las políticas
violentas en la sociedad. Cada uno, desde su particularidad estética, pone en
crisis el pensamiento y el esquema de valores institucionales que dieron forma al
Estado-Nación. Las narrativas de estos autores toman consistencia en la mirada
social, popular y no elitista del pasado reciente del país. Escenifican la realidad
de finales de siglo XX como espacio de (des)integración, no solo social y material,
sino, y ante todo, psicosocial. Fernando Vallejo, por ejemplo, en la figuración de
las problemáticas sociales e íntimas que atraviesan a las generaciones más jóvenes
de las comunas de Medellín, “destroza los mitos completamente […] y arremete
contra la historia y nuestra cultura. Le apunta a la distorsión de los valores”
(Giraldo, 2012: 67).
Por su parte, los temas, técnicas y discursos de las novelas de Laura Restrepo,
especialmente Leopardo al sol (1993), La multitud errante (2001), Delirio (2004),
Hot Sur (2012) y Los Divinos (2017), se entretejen para representar el mosaico social
de diversas sociedades colombianas de finales del siglo XX e inicios del XXI y su
proceso de desmoronamiento, a causa de la irrupción de la violencia generalizada
y del narcotráfico en los espacios familiares e íntimos. La memoria del horror, el
archivo histórico, las noticias sobre la violencia y el desplazamiento, como fuentes
directas de las novelas de Restrepo, dan forma a una escritura híbrida, que se
mueve entre el testimonio, la investigación y la ficción. Estos intereses estéticos
comunes al segundo momento, se entrecruzan en la escritura de Restrepo con
los propósitos políticos que se rastrean en la literatura del primer momento. Es
decir, que la narrativa de esta escritora conserva rasgos de la tradición literaria
de los setenta: influida por las utopías revolucionarias. Sin duda, ella es parte
de los autores que leyeron con pasión las novelas del Boom y supieron de los
compromisos a los que apelaba la Revolución cubana, recuerda Giraldo (2012).
Helena Araújo (1989), considera a Restrepo como parte de “las garciamarquianas”
por recrear en sus libros recursos del realismo mágico y desarrollar historias que
fluctúan en un terreno intermedio entre la verdad y la leyenda. Leopardo al sol
(1993), Dulce compañía y La novia oscura (1999) son las propuestas más cercanas
al estilo del Nobel. Delirio (2004), Hot Sur (2012) y Los Divinos (2017), se alejan ya
de la interferencia del realismo mágico.

68
Un género literario importante que se consolida entre finales de los ochenta y la

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
década de los noventa es el testimonial28. Son numerosas las ediciones de historias
de violencia relatadas desde una voz narrativa que dice contar hechos atroces
reales, de los cuales esa voz fue testigo directo o indirecto. Hay un buen número
de autores que proponen el testimonio como escritura que acerca al lector a la
intrusión de lo atroz en el tejido social de diferentes comunidades: desde áreas
remotas de Colombia hasta barrios populares incrustados en pleno casco urbano
de las grandes ciudades (Rueda, 2011). Los años del tropel: relatos de la violencia
(1985) de Alfredo Molano, es uno de los libros iniciadores y que ha recibido buena
atención de parte de la crítica. Su propósito fue contribuir a la creación de un
archivo histórico alterno, que recogiera las experiencias aún indocumentadas de
gente que sufrió la Violencia.
Otros textos del género testimonial, igualmente representativos, son No
nacimos pa’ semilla (1990) de Alfonso Salazar Jaramillo, Las mujeres en la guerra
(2000) de Patricia Lara y Los niños de la guerra (2002) de Guillermo Gonzáles
Uribe29. El testimonio es asimismo aprovechado para proponer textos de carácter
autobiográfico o autoficcional, la obra El río del tiempo (1985-1993)30, de Fernando
Vallejo y el libro El olvido que seremos (2006), de Héctor Abad Faciolince, son dos
ejemplos representativos. Este último texto refiere tanto la vida familiar y personal
del autor, como el acontecer político violento de los años ochenta y los exabruptos
del paramilitarismo. Puede decirse que Abad Faciolince es uno de los escritores que
recrea elementos estéticos comunes a los propuestos por la narrativa del primer
momento, por ejemplo, a los giros temáticos y del lenguaje de Moreno Durán y de
Parra Sandoval: el carácter experimental, la risa, la necesidad de retomar temas de la
tradición clásica, del mundo burgués de la literatura del Renacimiento, entre otros.
La escritura de Abad Faciolince aprovecha novedosamente estos recursos para
28 Es reconocida la discusión en torno a la identidad literaria de los relatos testimoniales. Aunque son textos que
proponen un contacto más directo con realidades violentas, se reconoce que utilizan también recursos literarios
que pueden llevar a vacíos discursivos y alteraciones de la verdad, apelando de este modo a la libertad del
lector tal como lo hace un registro ficcional. El estudio Testimonio y literatura (1986) editado por René Jara y
Hernán Vidal, es uno de los libros claves iniciadores de la reflexión sobre las particularidades o similitudes de
los dos géneros. Otro estudio interesante más reciente es Testimonios, representaciones y literatura documental
en la narrativa colombiana contemporánea 1970-2004, de Blanca Inés Gómez y Luz Mary Giraldo (2011); las
investigadoras proponen la estética del testimonio como una forma de conciencia histórica que articulada
con el relato literario da forma a registros que representan de manera novedosa y significativa la producción y
construcción de identidades sociales.
29 María Elena Rueda realiza un iluminador estudio de estas producciones en el capítulo cuatro, de su libro La
violencia y sus huellas (2011).
30 El río del tiempo consiste en una larga autobiografía o escritura autoficcional, compuesta por los siguientes libros: Los
días azules (1985), El fuego secreto (1987), Los caminos a Roma (1988), Años de indulgencia (1989) y Entre fantasmas
(1993).

69
reconfigurarlos en contextos de la contemporaneidad (Giraldo, 2012). Nosotros
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

en esta ocasión abordamos El olvido que seremos como escritura autoficcional,


motivada por el duelo y la nostalgia.
Otro de los escritores valiosos que se ubica en el segundo grupo es Evelio
Rosero, su escritura conserva la atención meticulosa en la forma y el lenguaje,
y, al igual que Restrepo, Vallejo o el mismo Abad Faciolince, sus diégesis están
atravesadas por los problemas más urgentes de la violencia política colombiana: el
dolor, el desamparo, la frustración o la impotencia de los más vulnerables frente a
la realidad histórica que el país impone. Dice Padilla Chasing (2012) que,

independientemente de las soluciones formales-materiales que la ubicarían


en cierto tipo de novela y no en otro, Los ejércitos [de Evelio Rosero] se
inscribe en la línea de obras como La virgen de los sicarios de Fernando
Vallejo, Asuntos de un hidalgo disoluto de Héctor Abad Faciolince, El
cadáver insepulto de Arturo Alape o La caravana de Gardel de Fernando
Cruz Kronfly, en las cuales sus autores evalúan abiertamente la disfunción
social colombiana conservando el carácter ficcional de sus escritos […]
Rosero comparte con estos autores no solo la actitud crítica ante todo tipo
de institucionalidad, sino también la visión de una sociedad colombiana
apática, indiferente, acostumbrada a vivir en la violencia, familiarizada con
ella (151).

La escritura de Rosero continúa también con la tradición de demoler la
historia oficial a partir de la configuración de personajes históricos, mas desde
un ángulo que apunta directamente a minar la imagen idílica del héroe político.
Es notable la forma como el autor detona la idea de nación, identidad, progreso e
historia política colombiana en su novela La carroza de Bolívar (2012). Recursos
como la ironía, la parodia y un finísimo humor negro, recuerdan el estilo de
escritores como R.H. Moreno Durán y Carlos Perozzo.
En varias entrevistas Rosero no solo reflexiona sobre su profesión de
escritor sino también sobre los flujos históricos del país. A diferencia de autores
como Abad Faciolince o Laura Restrepo, su posición política evade la militancia
o favoritismo por una ideología en particular. Más bien, se revela en su escritura
una suerte de escepticismo y desencanto, la desesperanza radical en proyectos
utópicos de renovación social. Si embargo, ello no significa que Rosero no tenga
compromiso político. Los vencidos y los silenciados por la guerra y la violencia son
la preocupación del escritor, su voz y su escritura se dirige a favor de visibilizar

70
las realidades más crudas de la nación. En relación con tal aspecto, vale recordar

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
la brillante refutación que él hizo, en su momento, al expresidente Álvaro Uribe
Vélez cuando este se atrevió a afirmar frente a la comunidad internacional, que
Colombia no tenía un conflicto armado ni tampoco una guerra, que primaba más
bien la amenaza terrorista. Rosero (2005) es contundente en su discurso cuando,
paso a paso, explica que la falta de legitimidad de los grupos armados no niega
la existencia del conflicto. Explicita, además, que ver la problemática colombiana
como una simple lucha antiterrorista puede tener preocupantes implicaciones en
el mediano y largo plazo. Esta actitud frente a la actual política colombiana acerca
a Rosero a los escritores recientes, a los más jóvenes, quienes se niegan a continuar
con herencias políticas signadas por el dolor y el desengaño, y cuestionan en su
escritura el fracaso de las utopías revolucionarias y de todo tipo de metarrelato
cultural de tinte modernista. La novela Los ejércitos es una de las novelas claves
de este estudio, porque es quizás la que logra apresar con mayor riqueza poética
el estado emocional de una persona y de una comunidad que está siendo sometida
a los vejámenes más crueles de la guerra.
En el tercer momento aparecen una serie de autores que empiezan a
publicar a partir de la segunda mitad de los noventa. Sus obras proponen
personajes atravesados por sentimientos de desencanto, escepticismo y rechazo
de proyectos utópicos. La esperanza en una sociedad más justa no hace parte
de estas propuestas literarias. El rencor, la venganza, el miedo y el resentimiento
dan densidad a las diégesis. Los personajes son figuras cínicas que cuestionan,
ironizan y parodian los imaginarios contemporáneos que pretenden justificar
el sentido de pertenencia e identidad social. Muestra de esta directriz son las
novelas de Santiago Gamboa, especialmente Perder es cuestión de método (1997),
El síndrome de Ulises (2005) y Plegarias Nocturnas (2012); también algunos textos
de Mario Mendoza como Satanás (2002) y Buda Blues (2010); y los libros de
Enrique Serrano, Efraín Medina Reyes, Fernando Quiroz, Daniel Ferreira, entre otros.
Los intereses temáticos de la novela reciente erosionan los marcos del
pensamiento político e histórico que alimentaron los imaginarios sociales hasta
bien entrada la década de los ochenta. Esta tendencia estética se asocia con un
clima emocional de desencanto escéptico, con actitudes que aunque no hunden
en la inacción al sujeto, sí producen desconfianza, desilusión y desengaño. En gran
parte de las narrativas de los últimos años las marcas afectivas –de autor, narrador
y narrado– no simbolizan ya ningún paradigma ni imaginan utopías eufóricas.
Ligada a los ritmos culturales y sociales esta literatura parece significar otras
modalidades del ser humano en los flujos de la contemporaneidad. La ausencia

71
de ilusiones y la| marcada apatía de los héroes ficcionales encarna los modos de
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

existencia que el sujeto de hoy asume frente a sí mismo, el mundo y los otros.
En pocas palabras, las propuestas de escritura de los autores del tercer grupo
centran la atención en una realidad que condena a la sociedad a la repetición,
fragmentación y fracaso. Los textos apuntan a la idea de que en un país donde las
violencias políticas y sociales no han dado tregua y los procesos de paz quedan a
la deriva, toda obra se percibe eternamente inacabada o eternamente reanudada
(Rodríguez Ruíz, 2000; Escobar, 2002). Los derrotados (2012) de Pablo Montoya
y El ruido de las cosas al caer (2012) de Juan Gabriel Vásquez, son dos ejemplos
precisos de tales condiciones. La escenificación del sentimiento de pérdida
y frustración significa los estragos emocionales de una sociedad que perdió
la esperanza de una sociedad sin escenarios de violencia extrema. Las novelas
presentan el contexto nacional como una fuerza que aplasta los sueños; y en la que
“el intelectual comprometido no ha dejado de pagar su tributo doloroso” (Montoya,
2009: 76). A propósito de esta apreciación de Pablo Montoya, es decididamente
necesario destacar su papel en la escena literaria colombiana de la última década;
poco reconocido hasta el 2015, cuando gana el Rómulo Gallegos, este escritor tiene
ya una extensa y valiosísima producción literaria, que paulatinamente empieza a
ser objeto de estudio en las academias. Su obra, como bien precisa Sancholuz
(2019), en la proliferación y cruce de diversas textualidades –biografía novelada,
nota ensayística, diario poético, crónica literaria, etc.–, trama y diseña una apuesta
estética e ideológica que es un giro de tuerca respecto de la mímesis realista que
sigue predominando en gran parte de la narrativa latinoamericana contemporánea
(96). Con Montoya las letras colombianas prometen un desplazamiento renovador
de las formas como los temas obligados del país han sido significados por el
lenguaje literario31.
Otro conjunto de autores, que serían una variante del tercer momento,
proponen escrituras en las que prima lo experiencial, lo familiar y lo íntimo. Son
novelistas que exploran el yo y construyen mundos a partir de impresiones muy
subjetivas del contexto que transitan. Sus preocupaciones estéticas parecen
desviarse de intereses sociales o políticos, por lo menos explícitamente. El
énfasis en el yo, en lo íntimo personal, aunque tiene su aspecto sugestivo y dice
de las preocupaciones literarias de los escritores más jóvenes, deja también
cierto sinsabor de confrontar unas propuestas narrativas, en las que el trabajo
31 Susana Zanetti (2013), considera que la obra de Montoya incorpora la realidad desde perspectivas muy
diferentes de las ya muy transitadas por la narrativa nacional de los años cincuenta hasta el presente, por
ejemplo, Lejos de Roma (2008) relee hoy las Tristia y las Pónticas, las cita y las parafrasea, desde la realidad
colombiana, la novela habla por Ovidio dándole nueva voz y sentidos a su relegación.

72
del lenguaje y la imaginación estética se reduce a lo anecdótico. Se “cuenta [la]

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
historia personal como si no [se] tuvieran más referentes” (Giraldo, 2012: 272),
prima la narración de la respuesta propia al caos que impone la vida rutinaria. En
esta tendencia se inscriben Antonio Ungar, Carolina Cuervo, Melba Escobar, Pilar
Quintana, Juan David Correa, entre otros.
Nuevas propuestas narrativas fusionan el lenguaje audiovisual, el cine,
la imagen. Son escrituras que enfocan la banalización del sujeto en la sociedad
contemporánea. Las tramas se construyen a partir de existencias frágiles y huidizas,
alegorías de los ritmos de vida que imponen los medios masivos de comunicación.
Las publicaciones de Ricardo Silva y Miguel Mendoza son demostración de esta
tendencia. La escritura de estos novelistas se caracteriza por la inmediatez de
frases cortas, diálogos directos y violentos. Aspectos dicientes de la experiencia
urbana, la velocidad de los medios y la imposibilidad de vislumbrar un futuro
diferente en una realidad escurridiza y precaria (Fanta Castro, 2015: xx). En fin,
una buena porción de las recientes propuestas de escritura marcha al ritmo de
los acentos culturales contemporáneos, en las que lo mediático sobresale con
mayor matiz. Desde la óptica de Jaramillo, Osorio y Robledo (2000), los lenguajes
provenientes de los medios de comunicación motivan narrativas que transgreden
los esquemas de género literario, estos escritos como los testimoniales ponen en
jaque las prácticas de lectura y de análisis propias de la modernidad y cuestionan
la estética de las élites (77).
De otro lado, recuérdese que en los últimos veinte años, la producción de
literatura digital se ha ido posicionando de manera exitosa en el país. La figura de
autor múltiple o autor en red resulta uno de los aportes más interesantes de las
escrituras ancladas al uso de la imagen, el video y la música. Por su articulación
con los lenguajes digitales, este tipo de producciones tienen muy buena acogida
entre los lectores más jóvenes. Una muestra de estas producciones son las novelas
Gabriella infinita (1995-2005) y Golpe de gracia (2006) de Alejandro Rodríguez
Ruíz; Retratos vivos de mamá (2014) de Carolina López Jiménez y Mandala (2015)
de Alejandra Jaramillo Morales32.
Por último, advertimos que el recorrido trazado en este apartado por el
hacer literario colombiano de los últimos años, está mediado por los intereses
temáticos nuestros, es decir, que la mayor parte de escritores y novelas que
se referenciaron, comentaron y compararon, fueron sorteados en función de
32 Para profundizar en el estudio de esta tendencia digital en la literatura colombiana, recomendamos consultar
los estudios realizados por el grupo de investigación Semilla Lab de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Bogotá.
También están los documentos críticos, teóricos y digitales de Jaime Alejandro Rodríguez, quien es uno de los
pioneros de este campo en Colombia.

73
los objetivos de estudio de esta investigación. Realizar un balance de toda
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

la producción literaria del país es imposible en este espacio, por tanto, hemos
decidido nombrar las líneas temáticas y estéticas más significativas y reconocidas
que se acercan a nuestro enfoque de indagación. Somos conscientes de que en
este balance de lo narrativo dejamos por fuera un sinnúmero notable de autores33,
pero lo esencial, consideramos, es que presentamos un escenario confiable donde
ubicar las novelas corpus de esta investigación.

HORIZONTES ESTÉTICOS DEL MIEDO POLÍTICO

Los notables estudios de Wolfgang Sofsky ([1996] 2006), acerca de la relación del
dolor con la representación literaria, argumentan que en la literatura se habla mucho
del dolor, sin embargo, el acento recae casi siempre en el sufrimiento anímico, no en
el tormento físico, pues el cuerpo doliente se cierra a la representación lingüística.
El dolor no permite la articulación de la palabra, se expresa más bien a través
del grito, del llanto o del quejido desarticulado. Elaine Scarry (1985), bajo esta
misma perspectiva, agrega que el dolor más que resistirse al lenguaje lo destruye
activamente, conlleva una reversión inmediata a un estado anterior al lenguaje. A
razón de esta naturaleza del dolor, Sofsky deduce que en la escenificación narrativa
de la agresión extrema, quien agoniza no es el centro de la narración; más bien, es
el victimario y su acto brutal el que toma forma, la víctima no puede contarse a sí
misma, es incapaz de articular lo que siente en el instante mismo del golpe.
La imposibilidad de la víctima de articular lo que está sintiendo en el
momento mismo del golpe da lugar al victimario y su acto brutal. El estertor
atroz en la literatura se reconoce en el hecho concreto, las heridas visibles y los
gestos corporales, no en la directa capacidad expresiva del personaje sufriente. La
significación literaria del dolor es así una representación de qué produce el dolor
y no tanto de qué es el dolor. La palabra señala lo activo, no lo pasivo. El dolor
en cuanto experiencia sensorial y emocional vagamente adquiere realidad en la
descripción de un cuerpo magullado; “la lamentación verbal es la sublimación del
grito”, dice Sofsky, no el grito en sí mismo.
El dolor, desde la óptica del sociólogo y escritor alemán, aunque se niega
a ser significado en su sentido profundo por la palabra literaria, puede captarse
con total viveza en la pintura y la fotografía. La figuración visual sería la única
expresión estética capaz de captar el dolor en toda su dimensión; un fenómeno
33 Juan Pablo Plata (2018), presenta un amplio panorama sobre lo que se ha publicado hasta el 2017.

74
de tal naturaleza “no se puede comunicar ni representar, sino solo mostrar”

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
(Sofsky, ([1996] 2006: 65). Un lienzo significa el sufrimiento porque muestra el
dolor de la víctima; la palabra, en cambio, para referir la afección de la víctima
recurre indefectiblemente al nombramiento del acto criminal y su ejecutor,
desvía la atención de la expresión del sujeto sufriente hacia los gestos de quien
lo produce. Las consecuencias de un acto criminal contra una persona son solo
significativamente comprensibles en la imagen visual; la foto o pintura del cuerpo
retorcido o despedazado, o de un cráneo partido como si fuese una oquedad, un
grito, son significaciones en sí mismas del dolor humano (64).
De los argumentos de Sofsky llama la atención la idea de la imposibilidad
de asir con lo lingüístico el sentido profundo, subjetivo, de una emoción traumática.
Compartimos con el autor ese razonamiento, porque, sin duda, en el instante del
grito o afecto lacerante a causa de la tortura es imposible articular palabra, la
persona sometida a un dolor inconmensurable pierde toda dimensión de sí, es solo
un “haz de fibras estremecidas que grita, carne doliente” (Sofsky, [1996] 2006:
64-65). Sabemos que la expresión verbal exige una conciencia de sí mismo, una
racionalización de lo que se dice, y es justamente esta condición del lenguaje la
que pierde el sujeto en estado de horror puro. Estamos de acuerdo asimismo con
Sofsky, en que la palabra no llega a significar en toda su extensión la experiencia
propia del trauma, suscita qué se siente pero nunca apropia su sentido total. Mas
en lo referente a la exclusividad de la imagen plástica para ahondar en la “esencia”
del dolor no lo seguimos del todo.
Diferimos en la idea de que la imagen visual es la única expresión estética
capaz de mostrar de modo “más cercano”, acaso concreto, la experiencia del
dolor o de una emoción traumática. Y, en este sentido, tampoco aceptamos que
la literatura no arriba a representar el trauma porque su base es la palabra y no
la imagen plástica. Es paradójico, y un poco desconcertante, que lo literario sea
dimensionado sin su potencial para motivar imágenes visuales de la más viva
realidad en la mente del lector. Cierto es, que aunque el principio compositivo de
una narración literaria es la palabra no hay duda de que lo que se construye en la
mente de quien lee es una imagen, muy sensorial, de la realidad referida. Incluso,
la fuerza de la metáfora tendría que ir más allá de una imagen plástica, cuando
con la palabra justa, el tono y tratamiento apropiado, penetra en el universo íntimo
del personaje sufriente y suscita en quien lee algo muy cercano a la sensibilidad
narrada. Un acertado uso poético del lenguaje puede hacer sentir el dolor con la
intensidad de lo real. La capacidad de creación de realidades que la novela posee,
pone ante los ojos del lector acciones, movimientos, emociones, que van más allá

75
del lenguaje. La memoria de las experiencias leídas en los mundos ficcionales se
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

convierten, muchas veces, en sensaciones y recuerdos propios.


De otro lado, consideramos que por ser representación de una realidad,
la imagen visual tiene también sus límites en la significación del dolor. Así sea una
foto verídica de la persona que grita de dolor, del gesto doliente del torturado, el
producto de esta realidad visual depende de la mirada subjetiva de quien toma la
fotografía o pinta el cuadro. El dolor fotografiado es una situación mediada, una
representación, no el dolor en sí mismo. En definitiva, para la imagen visual, plástica o
literaria, la conmoción afectiva, el dolor afilado, son fenómenos inconmensurables,
que se niegan a ser significados en su total naturaleza. El sentido definitivo de lo
traumático está absorbido por el instante absoluto de quien lo siente, solo puede
dar testimonio preciso de ello quien lo sufre directamente y en el momento mismo
de la arremetida. Lo que puede la literatura es figurarlo, visibilizarlo, con una
magnitud cercana a su posible realidad.
Una escena que enfoque narrativamente el gesto de quien está sufriendo
logra vivificar, mostrar, revivir lo emocional. La escenificación literaria de la
estupefacción o el miedo, puede centrar la atención sobre la víctima y hacerla
presencia activa por medio de la palabra:

[…] me alejo por la carretera. Las últimas luces del pueblo desaparecen con
la primera curva, la noche se hace más grande, sin estrellas […] A una vuelta
del camino, ya metido en la invisible selva de la montaña, me rindo y busco
donde reposar. No hay luna, la noche sigue cerrada; no veo a un metro de mi
[…] Estoy empapado en sudor, como si hubiese llovido; no hay viento, y, sin
embargo, escucho que algo o alguien pisa y troncha las hojas, el chamizo.
Me paralizo. Trato de adivinar entre la mancha de los arbustos. El ruido se
acerca, ¿y si es un ataque? Puede suceder que la guerrilla, o los paramilitares,
hayan decidido tomarse el pueblo esta noche, ¿por qué no? […] los ruidos
cesan, un instante. La expectación me hace olvidar el dolor en la rodilla.
Estoy lejos del pueblo, nadie me oye. Lo más probable es que disparen y,
después, cuando ya esté muriendo, vengan a verme y preguntar quién soy
–si todavía vivo–. Pero también pueden ser los soldados entrenando en la
noche, me digo, para tranquilizarme. “Igual”, me grito, “me disparan igual”.
Y, en eso, con un estallido de hojas y tallos que se parten, percibo que algo,
o alguien, se abalanza encima de mí. Grito. Extiendo los brazos, las manos
abiertas, para alejar el ataque, el golpe, la bala, el fantasma, lo que sea. Sé
que de nada servirá mi gesto de vencido […] No sé desde cuándo he cerrado
los ojos. Algo me toca en los zapatos, me husmea. El enorme perro pone sus

76
patas en mi cintura, se estira, y ahora me lame en la cara como un saludo.

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
“Es un perro”, me digo en voz alta, “es solo un perro, gracias a Dios”, y no sé
si estoy a punto de reír, o llorar: como que todavía quiero la vida (Rosero,
2006: 44)

En este relato de la experiencia del miedo no hay un narrador externo que


describa lo que está sintiendo Ismael, tampoco este necesita expresar verbalmente
“tengo miedo” para saber reconocer la emoción que lo avasalla. La manifestación
del miedo se siente en cada una de las conjeturas y gestos del personaje: sudoración
excesiva, agudización del oído, alteración de la voz, reflexiones difusas, movimiento
de brazos y manos para protegerse del ataque, acaso unos ojos desorbitados antes
del asalto y palpitaciones aceleradas. Ciertamente, la escritura enfoca la vivencia
del miedo en la alteración psíquica y corpórea del personaje. Decir “tengo miedo”
sería un acto huidizo y abstracto frente a la contundencia de la imagen literaria.
En síntesis, si la imagen visual muestra el dolor y lo íntimo traumático (Sofsky,
[1996] 2006), la literatura también llega a figurar imágenes significativas de la
emocionalidad. Tanto la imagen plástica como la imagen literaria reconstruyen,
a partir de sus propios principios estéticos, un sentido profundo de quien es
sometido al sufrimiento intenso.
A partir de los años setenta del siglo pasado, el desafío estético del
escritor colombiano ha sido el de ingeniar una poética de la violencia sin recurrir
a la descripción explícita de hechos sangrientos. La escritura de Gabriel García
Márquez fue pionera en la narrativa nacional en representar la violencia como
algo latente. Los efectos psicosociales del terror y un discurso explícito de
país y sociedad son ejes fundamentales en las novelas del Nobel. En primeros
textos como El coronel no tiene quien le escriba (1961) y La mala hora (1962), la
violencia es significada como elemento intrínseco a cada pensamiento y sentir de
los personajes, es sugerida como algo que pasó antes de los hechos que toman
forma en la trama narrativa. Los diálogos de los protagonistas insinúan un pasado
atravesado por masacres y enfrentamientos asesinos a causa de intereses políticos.
Lo violento tratado en sus secuelas anímicas “está presente como una ausencia, o
un silencio, en el que se origina la necesidad de narrar y por tanto también el relato
mismo” (Rueda, 2011: 109). Actualmente, en el campo literario latinoamericano, se
continúa problematizando la escritura que sacrifica los usos estéticos del lenguaje
a la simple escenificación de lo atroz, para significar la malignidad del ser humano.
La narcoficción34, por ejemplo, es motivo de polémica y visiones encontradas a
34 El término narcoficción se refiere a las ficciones que versan sobre el narcotráfico. Brigitte Adriaensen (2016)
sugiere que la narcoficción es un producto transnacional del narcotráfico. Incluye en estas producciones, cine,
novela, literatura y música. Estéticas que recogen la representación de lo que la academia llama narcocultura.

77
causa de la forma descarnada de tratar la violencia derivada del negocio de la
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

droga. Este tema lo retomamos más adelante.


Regresando a la discusión sobre la imagen visual, un aspecto llamativo de la
crítica de Sofsky ([1996] 2006) es la valorización de la imagen en tanto lenguaje
capaz de exponer el dolor. La composición visual de un cuerpo desfigurado por la
tortura exhibe el dolor y el miedo; el espectador presiente en los gestos diseñados
el gemido de la víctima. La condición “exhibicionista” de toda imagen vincula de
manera inmediata al espectador con lo representado, suscitándole “un algo” que
lo desestabiliza. Didi-Huberman (2007) llama “experiencia interior” (25) a este
tipo de comunicación que establecemos con la imagen. La realidad pintada o
fotografiada tiene la fuerza de provocar una conmoción interna, afectar nuestra
psiquis y pensamiento. Mirar una imagen, según el filósofo francés, es abrirse a
esa imagen y dejar que ella entre en nosotros y nos haga sentir aquello que va
más allá de lo visible. El acto de la mirada supera –imaginariamente– tanto lo que
vemos como lo que nos mira. En consecuencia, la imagen no se limita a ilustrar un
pensamiento, una emoción o a captar una realidad, ella misma genera realidad
y produce pensamiento. El espectador ante un cuadro o una fotografía imagina
otros mundos, origina reflexión, ubica nuevos puntos de vista ante la historia y el
contexto que le circunda.
El poder político ha aprovechado la capacidad de la imagen para producir
pensamiento y generar afectos. Son múltiples las Instituciones que se han
acompañado de iconografías alegóricas de las virtudes o vilezas de los actos de
gobierno y sus consecuencias en la vida social. El modo como la imagen es dispuesta
frente a una sociedad contribuye al ethos, encausa la ley y el comportamiento de
las personas. Gran parte de la pictórica religiosa, por caso, fue siempre recurso ideal
–y quizás sigue siéndolo– de las políticas de la Iglesia, para producir y manipular
el miedo en el seno de los feligreses. La creación pictórica, en este orden, fue y es
asunto político (Boucheron, 2013: 19-38; Rancière, 2000: 31-45). Las emociones de
sufrimiento y horror a causa del pecado se presentan con detalle en los cuadros
de Brueghel y El Bosco, estos iban ubicados estratégicamente en lugares públicos,
iglesias y salones comunales.

El terror absoluto al castigo divino se materializa de forma insuperable en


el sobrecogedor Triunfo de la muerte (1562) de Brueghel el Viejo, en el que
decenas de esqueletos asaltan a una humanidad sin esperanza de salvación.
De cuatro años antes data el encargo que la hermana de Carlos V, la reina
María de Hungría, hizo a Tizanio de una serie de cuadros conocida como
Las Furias o Los Condenados. El denominador común debía ser el poder del

78
castigo divino y las imágenes tenían que ser lo suficientemente explícitas

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
como para instalar en la mente del observador un adelanto de lo que puede
sucederle al mortal que se atreva a contradecir la voluntad de los dioses y,
por asociación de ideas, a enfrentar la autoridad imperial (Pérez Jiménez,
2007: 94).

A los proyectos imperiales de ilustrar las consecuencias apocalípticas cuando


la Ley era desobedecida, se sumó el acto recurrente de fijar murales que ilustraran
los efectos de un buen o mal gobierno. Por ejemplo, el extraordinario Mural del
Buen Gobierno de Ambrogio Lorenzetti, pintado en 1338 en el Palacio Público
de Siena, en Italia, explica con precisión todas las operaciones de gobierno, que
siguen siendo hasta nuestros días, motivo de discusión: la injusticia, la inequidad,
la tiranía, el terrorismo, etc. Las imágenes de este fresco fueron recreadas en
los discursos del pastor Bernardin de Sienne para que el pueblo recordara más
fácilmente sus enseñanzas (Boucheron, 2013: 25-35)35. El mural de Lorenzetti en
una de sus superficies delinea un monstruo que simboliza al tirano y el poder
despótico: “Él es gordo, pálido y grotesco. Apesta a cabra. Quisiera tener el aire
maligno […] su cara es una máscara descolorida, redonda como la luna: su mirada
es torva, sus colmillos y cuernos –todo desarmoniza y se separa” (Boucheron,
2013: 135). Esta figura inhumana motivó múltiples discursos de orden moral y
político, fue utilizada como símbolo no solo del “carácter animal” al que puede
descender un gobernante, cuando se deja dominar por sus propias pasiones, sino
que también ilustró al pueblo la necesidad de sostener un equilibrio de poderes
entre gobernantes y gobernados, para permitir el florecimiento de la ciudad.

ENTRE EL TERROR Y EL HORROR O DE LA ANULACIÓN DE LO HUMANO

Las coordenadas conceptuales del miedo trazan diversas disertaciones en torno al


terror y el horror. Estos afectos, aunque se relacionan entre sí, guardan una serie de
especificidades. El terror, desde la perspectiva de Adriana Cavarero ([2007] 2009),
es un sentimiento de miedo total, repentino y de reacción de huida ante un peligro.
“El terror designa lo que actúa de inmediato sobre el cuerpo, haciéndolo temblar y
empujándolo a alejarse con la huida” (20). La amenaza del terror estimula la fuga
inmediata para proteger la integridad propia. La investigadora italiana, apoyada
en la etimología del término “terror”, deduce que el acto natural de esta emoción
35 Patrick Boucheron hace un notable estudio sobre este mural y su relación con el poder y las políticas del miedo
en su libro Conjurer la Peur. Sienne, 1338. Essai sur la forcé politique des images.

79
es el movimiento. La palabra “terror” deriva de los verbos latinos terreo y tremo
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

que significan temblar y, a la postre, huir, desplazarse en busca de seguridad. El


acto de escapar por terror se relaciona con el ámbito de la guerra; en una persona
los signos corporales más notables en medio de un enfrentamiento armado es
el desplazamiento hacia un resguardo seguro. El terror se reconoce así, como la
física del miedo, esto es, el movimiento de fuga, individual o colectivo, que busca
resguardar la vida de una amenaza perturbadora.
Cuando el terror se apodera de una comunidad puede desembocar en actos
de absoluta barbarie. El pánico colectivo es susceptible de dirigir contra sí mismo la
violencia o motivar actos de ferocidad contra el otro. En la tragedia Las Bacantes de
Eurípides se escenifica con viveza la situación de pérdida de control del sí mismo a
causa del terror. Ágave, junto a otras mujeres de Tebas, enceguecidas por el miedo
a perder sus privilegios ante la amenaza de un “rabioso espía” (Eurípedes, [409
A.C.] s/f: 29), que las vigilaba en el bosque desde lo alto de las ramas de un árbol,
arrancan el árbol de raíz y se apoderan del cuerpo del hombre, al que descuartizan
con impiedad y le cortan la cabeza. La mujer líder del grupo, Ágave, corre hacia
la ciudad con la cabeza del desdichado entre sus manos, la exhibe ante su padre
y demás ciudadanos como símbolo de independencia y poder de las mujeres. No
obstante, en medio del terrible frenesí, Ágave no es consciente de que el espía a
quien ha ordenado asesinar y a quien ella misma ha decapitado es su propio hijo:

CADMO. – ¿Y de quién es ahora el rostro que tienes en tus manos?


ÁGAVE. – De un león, según decían sus cazadoras.
CADMO. – Obsérvalo bien, ¡Breve esfuerzo es mirarlo!
ÁGAVE. – ¡Ah, qué veo! ¿Qué es lo que llevo en mis manos?
CADMO. – Examínalo y entérate con toda claridad.
ÁGAVE. – Veo un gran dolor ¡infeliz de mí!
CADMO. – ¿Todavía crees que se asemeja a un león?
ÁGAVE. – No; sino que, ¡desgraciada de mí, llevo la cabeza de Penteo!
CADMO. – Por la que yo lloraba, antes de que tú la reconocieras.
ÁGAVE. – ¿Quién le mató? ¿Cómo ha llegado a mis manos? […]
CADMO. – Tú le has matado, y tus hermanas contigo (Eurípedes, [409 A.C.] s/f:
37).

Este pasaje evidencia la violencia desenfrenada y la aniquilación del otro a


causa del terror colectivo. Ágave y las otras tebanas responden como grupo, son
una turba alucinada frente a la posibilidad de que el supuesto intruso les arrebate

80
la libertad y las condene a regresar al sometimiento de la ley de Tebas. La escena

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
también ilustra que a causa del terror la persona automáticamente se pone en
movimiento, ya sea para huir del peligro o para ir directo contra él para enfrentarlo
y contrarrestarlo. El terror entonces es movimiento físico, somete la psiquis a la
desesperación e impulsa la huida o confrontación con la amenaza, para resguardar
la integridad propia.
Por otra parte, a diferencia del terror y su consecuente movimiento, el
horror se manifiesta con la petrificación del cuerpo ante un peligro que parece
más espantoso que la propia muerte. La huida o confrontación son efectos que no
se materializan en el horror, el cuerpo tiende más bien a petrificarse, a quedarse
inmóvil ante la escena que produce espanto. Para Cavarero ([2007] 2009) el horror
se vincula estrechamente con la repugnancia, en esto radica la petrificación del
individuo, su bloqueo psicológico responde a algo que es incapaz de asimilar en las
coordenadas de lo humano. En circunstancias de masacres o muertes violentas,
por ejemplo, el horror invade y agarrota al sujeto debido a la repulsión pavorosa
que le produce la extrema violencia con la que se ha exterminado al otro. Hay una
emoción de rechazo y espanto ante algo que se muestra más inaceptable que la
muerte (23-25).
La violencia contemporánea que toma el cuerpo de la víctima como
artefacto de guerra para descuartizarlo, decapitarlo, torturarlo, eviscerarlo, etc.
despierta no solo en las víctimas el horror, por el modo en que se muere, sino
también, en aquellos que visualizan ese tipo de asesinato. La asociación de la
repugnancia con el horror se debe a que quien mira, quien se horroriza, siente un
profundo desgarramiento interior, que parece separarlo de sí mismo, al reconocer
la desintegración de lo humano en la persona que ha sido asesinada del modo
más atroz. Someter a una persona a la tortura y muerte violenta, obligar al otro
a presenciar cómo se descuartiza a un ser querido, es sin duda una experiencia
pavorosa que lleva al ser a un estado de oclusión psíquica, al horror total:

Sobre el puente del río Guamuéz, nosotros logramos recuperar siete cuerpos.
Esos cuerpos estaban abiertos por el tórax. Otros estaban degollados. Lo
que nos contaba un muchacho que logró salvarse porque se tiró al río antes
de que lo mataran, era que los paramilitares empezaban a bajar a cada
persona de las camionetas y con hachas y cuchillos abrían el estómago. Les
enterraban el cuchillo en el estómago, al filo del ombligo, y recorrían con él
hasta el cuello, luego los lanzaban al río. Así estaban todos los cadáveres
que encontramos en el río. No sabemos cuántas personas más echaron al

81
río, por eso decimos los que viven en el río. Es incontable saber cuántas
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

personas viven en este río. Eso nos da mucha tristeza. Nosotros encontramos
este puente lleno de sangre, y algunas cosas de los muertos, como chanclas,
o ropa, estaban tiradas a lo largo del puente (Sánchez Gómez y Grupo de
Memoria Histórica, 2011: 27).

La cita deja ver que el cuerpo humano eviscerado ofrece una visión abyecta.
Simbólica y materialmente se distancia a la víctima de lo humano. El despojo
a la que es reducida la aproxima al desecho o a la condición del animal que es
destazado. Giorgi (2014) acerca de esta situación agrega que desaparecer el
cadáver, borrar sus huellas, destruirlo, confundirlo con una cosa o con un animal
es querer eliminarlo como evidencia jurídica e histórica, es romper los lazos de
ese cuerpo con la comunidad: negar su inscripción en los lenguajes, la historia,
la memoria del grupo social al que ha pertenecido, es, en fin, desintegrar todo su
valor humano (197-226).
El ensañamiento contra el cuerpo de quien ha sido elegido como enemigo es
suceso recurrente en diversos escenarios de las violencias contemporáneas. Para
Cavarero ([2007] 2009), los actos de decapitación, descuartizamiento, inmolación
por fuego, entre otros, cometidos por los criminales, son modos de control social y
político para implantar climas de horror en la población.

En el acto que golpea al humano en cuanto humano, el horror es, por así
decir, abrazado con convicción por los asesinos. Como si la repugnancia que
ello suscita fuese más productiva que el uso estratégico del terror. O como
si la violencia extrema, vuelta a nulificar a los seres humanos antes que a
matarlos, debiese confiar más en el horror que en el terror (26).

Los hechos atroces contra el cuerpo de la víctima giran en símbolo político


del horror. Este fenómeno, paulatinamente, viene definiendo la cotidianidad de
un sinnúmero de poblaciones a nivel internacional. Cavarero ([2007] 2009), con
el propósito de dar representación a tal realidad, propone el término horrorismo.
Las prácticas perversas de muerte atroz usadas por los criminales para presionar
políticamente quedan nombradas bajo esta nueva palabra. El horrorismo
desestabiliza también lo que se entiende por terrorismo. La verdad profunda de
la violencia no reside en el hacer –el terrorista– sino en el padecer –la víctima–;
por tanto, hablar de horrorismo es replantear el terrorismo como concepto
paradigmático que en la contemporaneidad se muestra insuficiente para definir

82
las realidades surgidas de los nuevos contextos de violencia. Los vocabularios

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
que hablan de conflicto armado, relaciones de fuerza, guerra, entre otros, se
caracterizan por escamotear la situación de los oprimidos, son figuraciones de la
acción en las que la violencia política y la guerra se significan como combates, no
como masacres de indefensos.
El lenguaje enfocado en los agentes y el conflicto impide el acceso a la
veracidad de la violencia, es sordo y ciego para el suplicio de las víctimas (Sofsky,
[1996] 2006: 65-66). Esta es la razón por la cual Cavarero desestabiliza el concepto
terrorismo y propone el de horrorismo. Un neologismo que centra la atención en
la víctima, que significa al civil indefenso y asesinado en medio de la guerra y
da visibilidad a quienes no son nombrados en el vocabulario guerrerista habitual
o que aparecen bajo la etiqueta de una cifra numérica “de bajas” o calificados
como “daño colateral”. Cavarero ([2007] 2009) enfatiza que su intención no es
inventar una nueva lengua, sino reconocer la vulnerabilidad del inerme, en cuanto
específico paradigma epocal, como figura primordial de las escenas actuales de la
masacre.
El análisis de Cavarero resulta oportuno para nuestros propósitos porque
ayuda a iluminar el sentido político, epistémico y estético de la significación
literaria de los efectos simbólicos y materiales de la violencia extrema. Las
novelas de estudio centran la atención en la forma como la guerra impacta
íntima y corporalmente en la persona indefensa en los territorios colombianos en
conflicto. A partir de la escenificación de actos atroces, las propuestas de escritura
visibilizan las realidades más crudas del país, evidencian la política del terror y el
horror, la afrenta contra el ciudadano desamparado y expuesto abusivamente a la
confrontación entre los diferentes grupos armados. Asimismo, la mirada compasiva
del sujeto sufriente abre una vía epistémica novedosa, para revisar el enfoque que
la crítica literaria ha adoptado ante el tema de la representación de la violencia en
la narrativa colombiana. Como se ha señalado, gran parte de los estudios literarios
centran la exégesis de las novelas en los victimarios y el contexto político, persiste
un marcado interés en resignificar las causas de la guerra, sus escenarios y actores,
mientras se deja al margen el análisis del efecto íntimo, individual, o la exploración
simbólica del personaje que soporta en “carne propia” los exabruptos de la realidad
sangrienta.
El cuerpo eviscerado como símbolo de la destrucción de la condición
humana, es un fenómeno ampliamente trabajado en estudios que discuten sobre
las prácticas políticas del terror y el horror. Pensadores de la talla de Montesquieu,
Hannah Arendt, Primo Levi, Jean Améry, dedican significativos estudios a la

83
relación de las variantes del miedo con los efectos que produce en la persona y el
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

colectivo. Montesquieu ([1748] 2013), por ejemplo, considera que el principio del
terror es la base fundamental del gobierno despótico, que empuja a los sometidos
a la inmovilidad y la anulación del yo (67). Las leyes son impuestas por una figura
tiránica que ancla su poder en el miedo del pueblo. La constante amenaza del tirano
reduce a la población al mutismo y la intranquilidad, hace de los ciudadanos sujetos
escindidos de su deseo propio, que reaccionan “irreflexivamente” a normatividades
violentas, modales y costumbres establecidas. La amenaza tiránica “elimina toda
forma de concierto humano, político o de otro tipo, pues el concierto, de por sí,
amenaza el poder” (Robin, [2004] 2009: 131). El pueblo para el tirano, desde la
mirada de Montesquieu ([1748] 2013), es una especie de hueste animal que debe
dominarse. Por esta razón, las leyes son pensadas para someter al sujeto. “Todo
gira en torno de dos o tres ideas: ni hace falta más. No hay para qué dar leyes
nuevas. Cuando se quiere domesticar a un animal, se evita el hacerle cambiar de
amo, de lecciones, y de actitud” (67). La imagen de lo humano equiparable con lo
animal autoriza al déspota a servirse de su súbdito, robar sus tierras, masacrar a
su familia y someterlo hasta la muerte a unos fines que solo sirven para acrecentar
el poder tiránico y generar un clima de terror entre quienes siguen gobernados
(65-67).
Desde la perspectiva de Montesquieu, el terror político es sinónimo de
desaparición, quebranto y muerte atroz. Un poder que aplasta al otro en su
particularidad y lo somete al dominio absoluto, está orientado a la destrucción y
negación de la persona como ser humano espontáneo, con derechos y libertades.
El éxito de la fuerza tiránica está precisamente en dar forma a una realidad de tales
condiciones. Sin duda, una sociedad privada del yo deseoso, reprimida en todo
intento de voz propia, se convierte en terreno fértil del terror absoluto, en entidad
vacía, donde el sometido se ve empujado a sostenerse solo o a desaparecer. La
lógica de este poder se apoya siempre sobre la amenaza a la vida y en la ejecución
y exhibición de actos criminales atroces. El gobierno terrorista implementa como
bandera de gobierno una física del poder: el golpe, la tortura, el sufrimiento,
para quitarle a la víctima su voluntad, razón, individualidad, la calidad misma de
humana.
Ahora bien, no hay que desconocer que ante la opresión criminal del poder,
la víctima actúa, busca cómo defenderse, pues no es un simple autómata sin ideas:
por lo menos no al inicio de las afrentas; el sometido hace cálculos y pondera el modo
de sublevarse, sigue siendo un sujeto social y activo. Sin embargo, la dominación
del terror es siempre de tal magnitud que termina por reducir a la víctima a la

84
obediencia absoluta y le elimina la esperanza de sobrevivir. La opresión criminal

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
tiene como objetivo subyugar al ciudadano a su voluntad tiránica, volverlo incapaz
de tomar decisiones o de actuar en función de preferencias propias, anularlo como
sujeto, y muchas veces esto se logra a tal punto, que la persona es convertida
en “cosa”, es decir, en “algo” que solo reacciona a la violencia instintivamente:
respuesta equiparable a la del animal ante el peligro.
Hannah Arendt en la crítica que realiza al nazismo como uno de los
movimientos ideológicos más destructivos del otro como ser humano, considera
que el terror político superó su propio límite de horror en los modos como se
desplegó en los campos de exterminio durante la segunda guerra mundial. La
filósofa propone el concepto de terror total para nombrar tal realidad. El terror
total enfatiza en el ejercicio de la violencia hasta hacer de la víctima un hombre
inanimado, deshumanizado, una marioneta fantasmal que reacciona “con perfecta
seguridad incluso cuando se dirige hacia su propia muerte” (Arendt, [1956] 1998:
365). Para llegar a convertir a una persona en este tipo de ente, la política del
terror imagina y aplica de manera sistemática la violencia física y psicológica sobre
la población, grupo o persona que desea destrozar.
Esta manera de anular al otro exhibe un móvil político, que en el nazismo,
como explica Arendt ([1963] 2003), fue el genocidio, el proyecto de aniquilar a una
comunidad entera por razones ideológicas. La autora, inclusive, frente al término
genocidio considera más justa la expresión “matanzas administrativas” (Arendt
[1963] 2003: 172), para definir la aniquilación de los judíos como herramienta
política que los nazis utilizaron para mantener su poderío, y por ser los campos de
exterminio el arma más letal. Los campos de exterminio fueron zonas de despliegue
del terror absoluto, “esenciales para la preservación del poder del régimen [más]
que cualquiera de sus otras instituciones” (Arendt, [1951] 1998: 365)36. Lugares
ominosos donde se llevaba a cabo la abolición del prisionero en cuanto ser
humano, esto es praxis y símbolo indiscutible del horror.

36 Sobre la posición filosófica de Hannah Arendt acerca de los fines y objetivos del terror operado por los nazis
frente al pueblo judío, hay un sinnúmero de discusiones que confrontan su postura porque esta supone que la
instrumentalización del terror total era un fin en sí mismo, es decir, despolitizado. La pensadora en Los orígenes
del totalitarismo ancló la razón del terror total en la calidad intrascendente del hombre masa del capitalismo, en
lo superfluo de este individuo, centrando así la empresa del terror total no tanto en el plano político como en la
relación entre el mal radical y el mundo íntimo del individuo moderno. Empero, en Eichman en Jerusalén, Arendt
es muy clara sobre los objetivos genocidas nazis, explica con precisión las cualidades instrumentales del terror
total como un medio racional y netamente político que los nazis llevaron a cabo para “eliminar para siempre a
ciertas razas de la faz de la tierra” (Arendt [1963] 2003: 172). Asimismo, en este libro expone las tácticas precisas
que los nazis emplearon para poner en marcha su proyecto genocida, una de ellas fue el “eufemismo lingüístico”
que buscaba ocultar el verdadero impacto de ciertos vocablos que nombraban el horror de los campos, un
lenguaje cifrado que buscaba enmascarar los crímenes de los nazis.

85
Cavarero relaciona la tesis central de la definición de horrorismo con la idea
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

de terror total que Arendt propone: “el horrorismo extremo, para Arendt, tiene
que ver con la condición humana en cuanto tal” (Cavarero, [2007] 2009: 79), pues
siendo el terror totalitario una manifestación de la aniquilación de lo humano en la
persona que es sometida a los vejámenes de una violencia atroz y sistemática, se
corresponde con la esfera del horror en la que el sujeto pierde total identificación
de sí mismo cuando es destruido en su corporalidad. La manifestación del horror,
a causa de la muerte brutal, propuesta por Cavarero, concuerda con el efecto
anímico derivado de la manipulación del prisionero en los campos de exterminio
nazi. El horror es el principio activo de toda práctica macabra que busca aniquilar
a la persona en cuanto persona; en sus diversas expresiones es un inaudito ataque
a la dignidad ontológica del individuo.
Por su parte, Pilar Calveiro (2012) propone una definición del terror para
indagar las constantes del terrorismo en el mundo actual. Lo primero que hace
la especialista es diferenciar entre miedo y terror, reconoce que el miedo hace
parte de la experiencia humana y social, y que puede ser manipulado para fines
gubernativos, mientras que el terror, aunque derivado del miedo, constituye una
experiencia de otro orden:

El terror es un miedo que inmoviliza y se conecta con lo ominoso –variedad


de lo terrorífico– que se presenta cuando un horror nuevo se instala en
medio de lo familiar, creando algo por completo desconcertante dentro de lo
ya conocido, que impide orientarse. Ciertamente, el terror no es solo miedo,
sino un miedo que bloquea la acción, la razón e incluso el sentimiento,
convirtiendo temporalmente a la persona en una especie de animal asustado,
incapaz de toda reacción. Y, aunque se trata de una experiencia humana
posible, el terror no solo es prescindible sino que es fundamentalmente
inhumano y deshumanizante (75-76).

En la definición de terror que Calveiro formula confluyen algunas de las


características del horror que Cavarero y Arendt sustentan. Se plantea de nuevo la
idea de que el miedo extremo, definido en este caso como terror, despersonaliza al
sujeto, impide la acción y es fenómeno que nos escinde de lo humano. El concepto
terrorismo como categoría jurídica y política se apoya justamente en los efectos del
terror. Calveiro (2012), no sobra decir, realiza una interesante disertación sobre la
inconveniencia de la definición de terrorismo que adoptan las leyes internacionales
para señalar las prácticas de oposición al sistema social, económico y político (75-

86
91). Nosotros, por los fines de esta investigación, no entramos en detalle sobre ese

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campo, no obstante, retomamos la propuesta teórica de la académica acerca del
contenido puntual que debería darse al término terrorismo: asociado directamente
con los efectos del miedo político y sus consecuentes expresiones de terror y
horror.
Las emociones de terror y horror como mecanismo de control e inmovilización
social son la base del terrorismo, esto implica el uso de la violencia extrema e
indiscriminada contra la sociedad o una comunidad específica; el objetivo de una
afrenta terrorista es asesinar al otro o someterlo hasta degradarlo como persona.
Calveiro (2012) enfatiza en que una de las características principales del terrorismo
es la amenaza difusa y generalizada, que hace que todos se sientan aterrados y
víctimas, desencadenando la inacción colectiva, la inmovilidad de la razón y de
la respuesta política. El objetivo del terrorismo, justamente, es causar un shock
paralizante para confundir y desorientar, y una vez logrado este estado “opera con
velocidad para arrasar, arrebatar, exterminar, mientras su víctima está privada de
respuesta” (Calveiro, 2012: 83). Esta manera de entender el terrorismo enfatiza en
actos concretos en los que la violencia es sistemática y objetiva, además subraya
sobre la manera indiscriminada como se ataca a la sociedad en general, es decir,
que el blanco de los ataques somos todos, no se dirige exclusivamente hacia
aquellos contra quienes se rebela el terrorista o hacia lo que el Estado combate.
Los gobiernos totalitarios y autoritarios, el “cuasi-estado” (Soyinka, [2004]
2007: 41) y agrupaciones criminales en general, han hecho del terrorismo el medio
definitivo para adueñarse del poder y someter a la población. El pánico absoluto
garantiza la gobernabilidad terrorista. A lo largo del siglo XX el uso del terror y
el horror fue acción privilegiada del terrorismo de Estado. Calveiro (2012) afirma
que, un alto porcentaje de víctimas del terrorismo proviene de esta modalidad de
gobierno, los privilegios políticos y los recursos represivos con los que cuenta el
aparato estatal son decisivos en tal situación (83). En relación con esta condición
privilegiada para destruir al ciudadano, Soyinka ([2004] 2007) propone la idea de
cuasi-estado37 para referirse a un tipo de dominación política que, en su ubicuidad
37 Soyinka ([2004] 2007) propone la categoría de cuasi-estado para designar una especie de híbrido surgido
del poder político: la unión estratégica y macabra entre entes criminales y el Estado. El cuasi-estado se refiere
a corporaciones de poder meticulosamente estructuradas pero imprecisas, que imitan el Estado formal en
todos los aspectos excepto en tres: la inexistencia de fronteras, la inexistencia de secretariados o de figuras
gubernamentales con ministerios identificables y la responsabilidad de gobernar. Este ente puede abarcar un gran
espectro de ideologías y religiones, que lucha por el poder, que, a veces, paradójicamente, suele comenzar, como
una oposición al poder injusto, sin embargo, casi siempre, desemboca en una fuerza igualmente despreciativa de
la libertad e integridad humana, que se impone con violencia indiscriminada y asesina ante la sociedad (41-60).

87
misma, se apoya en el uso estratégico del terror y el horror. El escritor nigeriano
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

advierte que los organismos que conforman el cuasi-estado –escuadrones de la


muerte, disidentes aliados a gobiernos, paramilitares, terroristas al servicio del
Estado, etc.– permean las fronteras nacionales y acechan en todo momento a
aquellos que se oponen a sus intereses políticos. En décadas anteriores

[…] los escuadrones de la muerte de las dictaduras derechistas de América


Latina alarga[ban] la mano y [volaban] las oficinas o un lugar que
frecuenta[ban] intelectuales disidentes en España o Lisboa […] o un avión
lleno de inocentes [era] derribado en pleno vuelo con la connivencia del
Estado (Soyinka, [2004] 2007: 44).

De estas prácticas del terror absoluto, o bien del horror, el principio activo
es la eliminación de la persona indefensa, del ciudadano desarmado. En la acción
militar entre la armada regular de una nación y los terroristas, se ejerce siempre
una violencia unilateral cuando involucra al ciudadano común. No parece haber
diferencia entonces, en las consecuencias humanas de la ofensiva regular que dirige
sus armas contra otros combatientes estratégicos y las de los asaltos terroristas,
pues se apunta de forma estratégica a matar a los civiles. En definitiva, en estas
arremetidas hay un ejercicio del terror y el horror en la manera despiadada como
se destruye a quien está vulnerable e indefenso en medio de una guerra, que le
apunta como blanco.

MEDUSA Y LA ESTÉTICA DE LA DECAPITACIÓN

La cabeza de Medusa es una de las imágenes que con mayor fuerza alegoriza el
horror a causa del poder abusivo y los estragos de la guerra. Este monstruo de la
mitología griega tiene la capacidad de paralizar al otro con su mirada mortífera.
En ella el poder mórbido se concentra en la frontalidad y monstruosidad de una
cabeza cercenada que hunde a quien la enfrenta en el vacío de la muerte. Desde
la perspectiva de Vernant ([1985] 2001), mirar a la Medusa es “dejar de ser uno
mismo, un ser vivo, para volverse, como ella, Potencia de muerte […] transformarse
en piedra ciega y opaca” (104). Cavarero ([2007] 2009), retoma precisamente tal
simbolismo de la Gorgona para ubicarlo como piedra angular de las ideas que
defiende en su propuesta teórica sobre el horrorismo. El horror absoluto debido a
la violencia atroz: aquella que arremete contra la integridad ontológica y corporal

88
de la víctima cuando es mutilada y/o decapitada, es el eje semiótico primario de

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Medusa. Esta figura es “estratégicamente desplazada por el mito […] al espacio
de lo extraño […] mucho más repugnante que cualquier otro monstruo, con sus
cabellos erizados y serpentinos, ella congela y paraliza” (Cavarero, [2007] 2009:
23-24). Las características de Medusa y su poder aniquilador recogen el sentido de
lo “inmirable” de la escena de horror, de aquello que por la repugnancia y el pavor
que produce rechaza la mirada, mas, a su vez, suscita en el espectador el deseo
de mirar.
El espectador repele la cabeza de Medusa porque rechaza en ella la
anulación de lo humano; del mismo modo, podemos decir, se retrocede ante la
imagen monstruosa del decapitado. El decapitado, figuradamente, nos abre hacia
el vacío de nuestra propia destrucción como ser humano. Medusa es una cabeza
cercenada, representación de lo monstruoso de un rostro que es deformado por el
horror y, que a su vez, deforma al otro a causa del horror que su gesto produce. Este
personaje, ambiguamente, reconcentra la totalidad atroz del poder criminal, ella
es victimaria pero también víctima38. La Gorgona, según el mito, fue decapitada, es
decir, es víctima reducida a una cabeza por un poder político superior: recuérdese
que Perseo es obligado por el Rey Polidectes a aniquilar a este monstruo, a cambio
de proteger la vida de la madre del héroe; en el reto, Perseo es ayudado por varios
dioses del Olimpo, entre ellos Atenea y Hades, figuras políticas asociadas con la
guerra y la muerte violenta.
Medusa oscila así entre víctima y victimaria. Aunque reducida a una cabeza
sigue conservando el poder de petrificar hasta la aniquilación a quien la mira de
frente. Por tal razón, Atenea la estampa sobre su égida y la exhibe en el campo de
batalla cuando arremete contra los enemigos. Medusa es símbolo del horror puro,
está asociada con las fuerzas más potentes de exterminio humano. Su capacidad
de someter al otro con el horror, confirma que la decapitación disminuye al
sometido a “una cosa” que está fuera del linde de lo humano. La Gorgona

encarna un horror mostrado en sus efectos. La cabeza cortada concentra la


atención y condensa los significados del símbolo. Por un lado alude a una
violencia que, volcándose sobre el cuerpo, más que para cortarle la vida,
trabaja para deshacer la unidad simbólica, hiriéndolo y desmembrándolo,
desprendiéndole la cabeza. Por otro lado, dado que se trata de la cabeza,
38 En Las metamorfosis (S. VIII D.C.), del poeta Ovidio, se presenta a Medusa como una bella doncella a la que
muchos pretendientes aspiraban. Sacerdotisa del Templo de Atenea; mas cuando es violada por Poseidón, la
diosa de la sabiduría se enfurece por la profanación de su templo y la convierte en un monstruo horrendo, le
transforma el cabello en serpientes y le da el poder de petrificar con la mirada.

89
destaca que lo que se golpea es aquella unidad de la persona que ya los
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

griegos situaban en esta parte del cuerpo (Cavarero, [2007] 2009: 34).

La cabeza cortada, el cuerpo decapitado, es hoy, la práctica atroz y


sistemática para deshumanizar a la persona. Este acto es recurrente en los
escenarios de guerra, delincuencia y terrorismo contemporáneos; el criminal sabe
que la exhibición de una cabeza humana provoca horror, pánico en la sociedad,
a la vez que desestabiliza el orden normativo y la ley oficial. A propósito del
simbolismo consagrado a la cabeza, Vernant (2001) agrega que el rostro del vivo,
con la singularidad de sus rasgos, “es uno de los elementos de la personalidad. Pero
en la muerte, la cabeza a la que ha sido reducido, cabeza intangible y despojada de
fuerza […] está rodeada de oscuridad, hundida en las tinieblas” (64).
Desde las guerras de independencia en el siglo XIX, la violencia sociopolítica
en Colombia ha colmado el territorio nacional de víctimas sometidas a todo tipo
de barbarie, especialmente a la decapitación. La antropóloga colombiana María
Victoria Uribe (2004), afirma que las vejaciones al cuerpo del enemigo, han
sido un procedimiento cotidiano en los conflictos armados del país. A partir del
análisis de documentos, que hacen referencia a las guerras civiles del siglo XIX, la
investigadora constata la práctica sistemática de matar al otro apuntándole por la
espalda, para proceder después a decapitar y desmembrar el cuerpo con una serie
de cortes específicos. Esta praxis de guerra Uribe (2004) la asocia con lo ritual:

Las mismas armas usadas por los campesinos y carniceros rurales para
despresar a los animales que se comían, fueron reutilizadas por los
bandoleros para desmembrar los cuerpos en el proceso de las masacres.
Se trata del machete, ocasionalmente el cuchillo, y en algunas ocasiones
el hacha. Al igual que en el sacrificio animal, el cuello humano fue la parte
más afectada por los diferentes cortes. Las masacres de La Violencia fueron
eventos rituales durante los cuales los cuerpos de los enemigos fueron
transformados en textos terroríficos. La impronta ritual se percibe en la
forma como aparecían los bandoleros al amparo de la oscuridad, en el
carácter sacrificial de los asesinatos y las mutilaciones y en la manera como
eran concebidas cognitivamente las posibles víctimas (78).

El tratamiento del cuerpo del enemigo como presa de matadero se dio de


manera metódica en Colombia durante la Violencia, década de los años cuarenta
y cincuenta del siglo pasado; y en el contexto contemporáneo sigue ejecutándose

90
en las masacres y asesinatos provocados por narcotraficantes, paramilitares y

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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demás actores criminales. Sobre estas praxis horrorosas habría que preguntarse
qué tan válido es seguir mirándolas bajo el ángulo de lo ritual. ¿Acaso estos
actos conservan el matiz místico cuando es cometido por terroristas y criminales
comunes y en un contexto desacralizado como el que los enmarca? Cuestionamos
la idea de la naturaleza ritual de la evisceración en los escenarios bélicos
actuales. Consideramos que ver esta praxis como algo asociado con lo metafísico
atenúa o “excusa” su objetivo bárbaro y criminal. La decapitación en el contexto
contemporáneo es un acto de terrorismo puro, en el que aniquilar a la persona en
cuanto tal, solo busca generar ambientes de miedo y horror. En este acto no hay
propósito de trascendencia espiritual, ni de parte del victimario ni mucho menos
de la víctima, condición determinante del sacrificio humano como gesto litúrgico.
Los actos bárbaros de los criminales de hoy son del más despreciable proceder
asesino, veamos:

Me acerqué y lo examiné cuidadosamente: las órbitas, de las cuales habían


desaparecido los ojos, solo contenían tierra y nada más. Un machetazo
formidable, en la parte posterior del cuello, había separado casi la cabeza
del tronco; al lado izquierdo de la cara, tenía otro machetazo que le
desbarató la mandíbula desde la oreja hasta la extremidad de la barba. Un
tercer machetazo en la espalda, lo cruzó de uno a otro lado, partiéndole
la columna vertebral; otro más en los dos antebrazos que, a juzgar por la
señal de las ligaduras que se marcaban en la piel, supongo que para no
tomarse el trabajo de desatar un nudo, resolvieron abreviar la operación
con el filo de un machete. Por último un balazo, recibido por la espalda,
presentaba en el pecho una herida con la cual, a mi juicio, habría bastado
para quitarle la vida. Digo que el balazo fue recibido por la espalda porque
la herida de esta parte del cuerpo era doblemente pequeña con relación a
la del pecho, y sabido es que la bala del Remington produce ese efecto. Y
que si esa herida fue la primera que recibió la víctima, lo demás que se hizo,
solo ha servido para hacer odiosos a los victimarios, cuyos instintos feroces
sobrepujan a los de la hiena (Uribe, 2004: 61)39.

La descripción del asesinato en este pasaje refleja la sevicia con que se


terminó la vida de un hombre. Este acto atroz podría ser de alguno de los
expedientes judiciales de la Violencia –en la que Uribe justifica el sentido sacro de
39 Declaración de Epifanio Morales en el Proceso seguido por el Consejo verbal de Guerra contra Gaitán Obeso y
Acevedo, cabecillas de la rebelión de 1885. Citado por María Victoria Uribe (2004: 60-61).

91
las matanzas–, o relacionarse con el tipo de matanza que cometen actualmente
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

los narcotraficantes o paramilitares. El hecho fue cometido durante las guerras


civiles colombianas de mediados del siglo XIX. Pensamos que tal forma de matar al
otro difiere totalmente de lo que significó el sacrificio ritual para los antepasados
indígenas, no es posible dimensionar lo que la cita anterior describe como acto
sacro cuando dista de tener una intención trascendental o mística. Los diferentes
estudios sobre el desmembramiento y la decapitación ritual que practicaron los
antepasados, demuestran que estas prácticas estuvieron siempre unidas a un
imaginario sagrado, a la dinámica religiosa que ordenaba el universo y restablecía
la relación con los dioses.
La mitología mexicana es rica en la descripción de la decapitación como
rito hierático. El sacrificio humano se consideraba necesario para mantener el
equilibrio dinámico entre naturaleza y existencia. De esa manera se cumplía el
contrato cósmico entre hombres, dioses y universo (Knauth, 1961: 197). Ilustración
de ello es El juego de la pelota, un acto de culto cardinal que iba conectado a varios
cuadros de sacrificio: en los días próximos al juego estacaban las cabezas de los
muertos, que sacrificaban en honra de los dioses, en los tzompantlis del Templo
Mayor de Tenochtitlan. También hay exégesis que afirman que los jugadores
del equipo ganador eran inmolados: “el sacrificio era el premio de la victoria”
(Westheim, 1957: 191). Incluso, interpretaciones de diversos códices, indican que
El juego de la pelota parece haber formado parte del concepto mesoamericano de
Tlatlatlaqualiztli: “ofrendar alimento a los dioses” (Knauth, 1961: 192). Coatlicue es
también otra de las efigies representativas de la decapitación. Diosa suprema de la
vida, la muerte y la fertilidad. Símbolo absoluto del ritual de la decapitación, ella es
personificada sin cabeza, en su lugar brotan dos grandes serpientes que se miran
de frente, con colmillos y lengua bífida, que connotan la relación dual entre vida y
muerte. Una divinidad a la que en época prehispánica se le rindió culto y ofrenda
sacrificial (Matos Moctezuma, 1998: 76). Cada figuración de la decapitación como
creencia sacra afirma que para los antepasados el acto de dar muerte atroz al
otro no solo contenía un movimiento universal de vivificación sino que, a su vez,
abrigaba la posibilidad humana de “intervenir mágicamente” en el proceso cósmico
(Knauth, 1961: 192).
Frente al marco histórico y religioso del acto de decapitación es fácil deducir
que hoy por hoy arrancar la cabeza o eviscerar un cuerpo, ha perdido todo su
valor trascendental en los escenarios de la violencia contemporánea. Reducida
a práctica de terror, el cercenamiento de la cabeza se emparenta más bien con
el asesinato delincuencial y abyecto que corresponde a la negligencia de la ley
sagrada o divina. Quien corta la cabeza a una persona, incluso, si no es totalmente

92
consciente del simbolismo del acto que ejecuta, reconoce, por supuesto, que la

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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violencia ejercida contra su semejante causa horror porque excede el límite de lo
abyecto, esta intención riñe con lo sagrado (Bataille, [1957] 1997: 86-93).
El desgarramiento del cadáver fuera de un escenario ritual o científico
es un acto de suma malignidad y símbolo absoluto de la abyección. El criminal
que decapita, si bien desestabiliza un sistema y perturba la ley como posible
giro trasformador, nunca actúa en nombre de una rebelión ética. No hay, bajo
ninguna circunstancia, un gesto moral o ético en alguien que animaliza al otro
y lo exhibe como “cosa horripilante”, para generar horror. Es un acto abyecto, y
por tanto inmoral, tenebroso, de intenciones turbias (Julia Kristeva, [1980] 2004).
En otras palabras, el ensañamiento contra el cuerpo del otro es manifestación
de una voluntad que manipula el miedo y quiere el mal, un querer que es
perversión y degeneración de la ley moral, gracias a hechos que se presentan como
depravados. No hay en el perpetrador que tortura y asesina un desconocimiento
o ininteligibilidad de la dimensión inmoral de su ejercicio criminal. El que decapita
reconoce como verdaderos los principios morales y sociales que son así atacados,
de hecho, ese reconocimiento lo incita a regodearse en su acto criminal. El asesino
tiene como propósito la violación del propio principio de humanidad, al someter a
su víctima a vejámenes que buscan emparentarlo con lo animal o aniquilarlo hasta
borrarle todo vestigio humano.
De otro lado, la decapitación ha sido siempre una práctica inherente a los
contextos de guerra, en la mitología griega, como explicamos líneas arriba, Medusa
es una de las figuras más poderosas que concentra el simbolismo relacional entre
poder, guerra y horror. En etapas del paleolítico prehistórico, en algunos pueblos
indoeuropeos, era práctica recurrente cortar la cabeza al enemigo como parte del
pasaje iniciático a la edad adulta. La cabeza cercenada en el campo de batalla
era exhibida como trofeo, además, el iniciado comía el cerebro como forma de
poseer los poderes del vencido, pues se creía que lo esencial humano habitaba
en la cabeza. En los mitos bíblicos también pueden rastrearse las relaciones entre
política y terror aludidas en la decapitación, por ejemplo, en el relato de David
y Goliat, el pueblo de Israel es liberado del poder de los filisteos cuando David
derrumba al gigante Goliat con una honda y luego le corta la cabeza. Este instante,
en que el cuerpo de Goliat es decapitado, ha sido recreado en diversos lienzos de
diferentes épocas, uno de los más conocidos es quizás el de Caravaggio, donde se
ve a un circunspecto David sosteniendo por el pelo la cabeza de Goliat40.
40 La pintura se llama David con la cabeza de Goliat, terminada hacia el año 1609-1610, está exhibida en la
Galería Borghese en Roma. Hay otro cuadro con el mismo tema, pintado también por Caravaggio: David vencedor
de Goliat (1600), esta obra se encuentra exhibida en el Museo del Prado, en Madrid.

93
Son numerosos los textos sagrados que representan la decapitación como
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

derrocamiento del poder: la historia de Judith y Holofernes, habla de una heroína


judía que aprovecha la borrachera del militar asirio –quien está a punto de destruir
la ciudad de la heroína– para decapitarlo con su propia espada; luego, la mujer
huye hacia su villa con la cabeza metida en una alforja y la exhibe ante sus
conciudadanos como prueba de libertad del pueblo judío. Se conoce, igualmente, la
historia de Salomé y la decapitación de Juan el bautista. Aquí, una reina mentirosa
provoca el asesinato de un hombre al señalarlo de traidor del Rey. Estas historias
son alegoría política, de confrontación de poderes entre potencias religiosas:
judíos y cristianos. Son relatos que han sido recreados sinnúmero de veces por
el arte religioso; pintores de la talla de Andrea Boticelli (1445-1510), Michelangelo
Caravaggio (1571-1610), Carlo Saraceni (1579-1620), Valentin de Boulogne (1591-
1632), Enrique Simonet (1866-1927), entre otros, centraron su atención en el tema
de la decapitación como uno de los referentes icónicos más representativos de
la tensión política entre vencedores y vencidos. El arte, en este orden, devela
que desde tiempos primitivos la decapitación adquiere un valor simbólico del
triunfo sobre el enemigo, la desposesión total del otro se dimensiona en arrebatar
violentamente su cabeza.
Sobre estos procesos de “estetización” del horror, Delumeau ([1978] 2002),
en su valioso estudio sobre el miedo, considera que hubo un momento en la historia
del ser humano en que el clima se deterioró y, el hombre de Occidente, el artista
en particular, disfrutó de una extraña delectación en pintar la agonía victoriosa de
los torturados:

La Leyenda áurea, los misterios representados ante las multitudes y el


arte religioso bajo todas sus formas popularizan con mil refinamientos la
flagelación y la agonía de Jesús –pensemos en el Cristo verdoso y acribillado
a heridas de Issenheim, la degollación de san Juan Bautista, la lapidación
de san Esteban, la muerte de san Sebastián atravesado a flechazos y de
san Lorenzo asado en una parrilla–. La pintura manierista, al acecho de
espectáculos malsanos, transmite a los artistas contemporáneos de la
Reforma católica ese gusto por la sangre y por las imágenes violentas
heredado de la edad gótica que concluía […] de todas las formas –mediante
la predicación, el teatro religioso, como asimismo los cantos de Iglesia, la
imprenta, el grabado, y toda clase de imágenes– los occidentales de los
inicios de la edad moderna se encontraron cercados por las amenazas
apocalípticas (25, 215).

94
Tal tendencia a la contemplación del dolor y la tortura en las artes acaso haya

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definido una nueva sensibilidad del hombre occidental, en la que la apreciación
de la muerte violenta toma cierto sentido heroico y, a su vez, acostumbra la
mirada a reparar en escenas siniestras, sin consternarse por aquel que está
siendo aniquilado. Desde un viso psicológico, Delumeau plantea el concepto de
objetivación como un efecto del miedo cuando este produce placer (85). Muchas
veces, la sensibilidad humana responde placenteramente a la violencia mirada
desde fuera; causa repulsión pero a la vez atrae. La persona escribe, lee, escucha o
cuenta historias aterradoras de batallas o crímenes con cierta sensación de deleite
por la atrocidad. Se “asiste con pasión a las carreras peligrosas, a los combates de
boxeo, a las corridas de toros” (85) y, también, al espectáculo macabro de muertes
violentas que se trasmiten por diversos medios de comunicación.
En Francia, la decapitación pasó de ser la “muerte noble” a una práctica
indiscriminada. Ser decapitado por la guillotina, que antaño fue prerrogativa de la
aristocracia para evitar la agonía, se extendió rápidamente durante la Revolución
francesa a todos los ciudadanos. En 1789 la Asamblea Nacional del gobierno
francés adoptó el uso de tal máquina con el fin de dar una muerte “igualitaria” a
todos, sin distinción de clase social ni de títulos nobiliarios. Achille Mbembe ([1999]
[2006] 2011) considera que esta renovada forma de utilización de la guillotina,
marcó una nueva etapa en la democratización de los medios de disponer de la vida
de los enemigos del Estado:

En un contexto donde la decapitación se percibe como técnica menos


degradante que la horca, las innovaciones en tecnologías del asesinato
no solo aspiran a “civilizar” las formas de matar; también tienen como
objetivo identificar a un gran número de víctimas en un periodo de tiempo
relativamente breve. Además, surge una nueva sensibilidad cultural en la
que matar al enemigo del Estado se convierte en la prolongación de un
juego. Aparecen formas de crueldad más íntimas, horribles y lentas (27).

El uso de la guillotina a partir de la Revolución francesa revela nuevos modos


de percepción del hombre y las culturas occidentales. Incluso, este artefacto de
muerte se alza como uno de los íconos más representativos del pensamiento
moderno, indicador de una nueva sensibilidad. Si la visión moderna del ser humano
habla de una trama social en la que la persona está separada del cosmos, de los
otros y de sí mismo, se trata entonces de una dimensión analítica de lo humano
que amputa al hombre para dar lugar al argumento de progreso. La separación

95
de la cabeza del resto del cuerpo, gira entonces en alegoría justa de las teorías
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

modernas sobre el hombre seccionado del tejido social, de las grandes verdades y
de su propio yo. En este sentido, en analogía simbólica, “el pensamiento moderno
abre los ojos desde una herida, desde una herida se pone en pie, es decir, crece en
el espacio vacío que se ha abierto entre la cabeza y el cuerpo” (Sustaita, 2014: 59).
Las constantes simbólicas del uso indiscriminado de la guillotina durante la
Revolución francesa se relacionan con los modos como se pensó la política a partir
de la modernidad. Decapitar al otro por considerarse enemigo del Estado, no era
solo aniquilar el elemento peligroso para los fines gubernativos, sino también, una
forma de intimidar al pueblo; tal situación generó abiertamente en los gobernados
sentimientos de terror y prevención contra el otro. El poder político poseía la vida de
los ciudadanos, el acto de gobernar se fusionó con el terror. El miedo simbolizado
en la decapitación pasaba a ser elemento primordial del hecho político y emblema
significativo del pensamiento moderno.
Publicitar el terror con imágenes de cabezas decapitadas se convirtió en
medio usual de poder y avasallamiento. Son numerosos los casos de tal práctica
en las guerras de inicios de siglo XX. Las terribles fotografías de los oficiales
Toshiaki Mukai y Tsuyoshi Noda, durante la invasión de Japón a China, en las que
aparecen cientos de decapitaciones de civiles chinos, es un caso perturbador del
uso de la imagen atroz como dispositivo bélico. Ahora bien, aunque en el contexto
contemporáneo la foto del decapitado sigue causando impacto, seguramente, la
persona también se acostumbra a verla y en algún momento llega a mostrarse
impertérrita, después de unas cuantas reproducciones. Esta situación, quizás,
motiva formas más crudas de violencia; lo abyecto tiende siempre a romper
sus propios límites y a desafiar su propia capacidad de horrorizar. El énfasis de
Mbembe en el recrudecimiento de lo atroz como práctica que origina una nueva
sensibilidad cultural, se evidencia no solo en las expresiones cada vez más infames
de aniquilación del otro, sino también en la incapacidad de contestación ética. La
costumbre a la imagen temible anestesia la capacidad de respuesta empática.
La transmisión en directo por las redes sociales o YouTube del momento
preciso en que el homicida desprende la cabeza de la víctima, es en los últimos años
una manifestación impactante de lo horroroso. Son numerosos los casos emitidos
por grupos terroristas como el autodenominado “Estado Islámico” (DAESH) o los
narcotraficantes de México y Colombia. Esta escenificación visual del horror,
paradójicamente, no solo horroriza, también busca recrear al espectador. Para
Sergio Gonzáles Rodríguez (2009), las escenas macabras son concebidas como se
construye un programa de la pantalla chica con el fin de divertir al público, excepto

96
que, al tratarse de imágenes de tortura y humillación, se busca atraer la simpatía de

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alguien distinto de quien las realiza y lo que este espectador virtual puede proveer
a cambio: un juego complaciente de espejos (42). En síntesis, la atrocidad contra la
integridad del otro se publica con la intención de aterrorizar, pero también puede
derivar en materia de entretenimiento y consumo. El tratamiento mediático de la
decapitación expresa “el énfasis coactivo de la estupidez” (Gonzáles Rodríguez,
2009: 42), en la que lo macabro busca validarse en la mirada excitada, aunque
pavorosa, del espectador.

EL DILEMA LITERARIO ANTE EL CUERPO DECAPITADO

La mutilación como alegoría que define lo moderno (Sustaita, 2014: 59), se recrea
ampliamente en el plano literario. Son múltiples y novedosas las maneras como
la narrativa de hoy significa las prácticas actuales del horror asociado con el
poder; la novela que referencia el narcotráfico, por caso, es una de las tendencias
escriturales más prolíficas en la escenificación de cuerpos sometidos a la tortura,
el desmembramiento y la decapitación. En los relatos, la cabeza desmembrada
aparece como foco de entretenimiento mórbido o de reflexión acerca de la
desintegración del sistema y el cuerpo social. El cuerpo deshecho es símbolo de
la realidad que surge a raíz del posicionamiento del narcotráfico en la sociedad.
El decapitado figura el sentido profundo de los modos como la economía de la
droga ha reconfigurado la sensibilidad del sujeto contemporáneo, las relaciones
sociopolíticas y el ordenamiento de los diferentes frentes de poder, que marcan la
cotidianidad de las comunidades.
A propósito del tema eje de este apartado, es necesario precisar
que nuestro objetivo está lejos de presentar un recorrido exhaustivo por las
narraciones que tratan el narcotráfico –existen ya numerosos y valiosos trabajos
sobre ello41–. Pretendemos, más bien, diseñar un panorama general que permita
constatar los intereses de la literatura por las dinámicas del comercio de la coca y
la violencia atroz que se desprende de ello; definir lo que se entiende por novela
del narcotráfico, y, desde tales precisiones, enfocar el carácter estético del corpus
de novelas que en los capítulos siguientes se abordan.
Es importante recordar que aunque nuestro estudio no indaga propiamente
la estética del narcotráfico, sí relaciona los modos como el miedo, a causa de la
41 Oscar Osorio es uno de los investigadores más reconocidos en Colombia, que ha trabajado a profundidad
las ficciones que tienen por tema central el narcotráfico y sus efectos. Entre sus publicaciones se encuentran: El
narcotráfico en la novela colombiana (2014); La virgen de los sicarios y la novela del sicario en Colombia (2014)

97
violencia que ese fenómeno produce, es configurado en la narrativa elegida para
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

esta investigación. La caótica realidad surgida en torno al negocio de la droga


aparece de manera sesgada o marginal en nuestro corpus, es decir, que se percibe
indirectamente en la trama principal, ya sea porque los personajes protagonistas
tienen algún contacto con figuras circunscritas al negocio de las drogas (Delirio, El
ruido de las cosas al caer); porque los acontecimientos históricos, que envuelven a
los héroes, están condicionados por la repercusión del narcotráfico en la estructura
social (Plegarias nocturnas, Los derrotados, El olvido que seremos, El ruido de las
cosas al caer, Delirio, Los ejércitos, Hot Sur); o porque se indagan los escenarios
de violencia y horror como flagelo del negocio de las drogas y su relación con
intereses políticos (Los ejércitos, Los derrotados, Plegarias Nocturnas).
El campo literario, se sabe, no logra significar en toda su dimensión el
problema del negocio de las drogas, pues, a todas luces, es una realidad que lo
desborda. Mas, pese a esta limitante, la escritura no deja de trazar múltiples aristas
que iluminan nuevos modos de entender los efectos desastrosos del narcotráfico
en el sujeto y la sociedad. Es notable el papel de la ficción en la red conceptual que
busca dar consistencia y explicación a esa realidad, huidiza y macabra, que afecta
al hombre contemporáneo. La narrativa ofrece la posibilidad de desentrañar lo
que a primera vista no percibimos, y llama la atención sobre aquello que por su
cotidianidad misma se “naturaliza” y asume acríticamente: las prácticas de violencia
atroz y su difusión mediática, por ejemplo.
Fiesta en la madriguera (2010), del escritor mexicano Juan Pablo Villalobos,
aborda la violencia del narcotráfico a partir de la representación explícita de la
decapitación y el desmembramiento. Los actos atroces de violencia contra el
cuerpo humano, son contados por un personaje de siete años, hijo único de un
poderoso narcotraficante mexicano. La mirada infantil caracteriza el tono, la
escritura y enfoque de los sucesos, este recurso narrativo da novedad a la trama,
y permite adentrarse en la cotidianidad de una familia de narcotraficantes. El
pequeño personaje es aprendiz de las estratagemas criminales que garantizan la
continuación del negocio familiar. De los diversos métodos para “hacer cadáveres”
(Villalobos, 2010: 9), el niño narrador se inclina por la decapitación, la considera
no solo efectiva en la aniquilación del enemigo, sino también un método “estético”,
veamos:

Lo más normal es cortar las cabezas, aunque, la verdad, puedes cortar


cualquier cosa. Es por culpa del cuello. Si no tuviéramos cuello sería
diferente. Puede ser que lo normal fuera cortar los cuerpos por mitad para
tener dos cadáveres. Pero tenemos cuello y ésa es una tentación muy grande

98
[…] Los franceses ponen las cabezas en una cesta después de cortarlas. Lo

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
miré en una película. En la guillotina colocan una cesta justo debajo de la
cabeza del rey. Luego los franceses dejan caer la navaja y la cabeza cortada
del rey cae en la cesta. Por eso me caen bien los franceses, que son tan
delicados. Además de quitarle la corona al rey para que no se abolle, se
preocupan de que no se les escape la cabeza rodando. Después le entregan
la cabeza a alguna señora para que llore. A una reina o princesa o algo así.
Patético (Villalobos, 2010: 9, 21).

La decapitación descrita desde una mirada infantil ajena al sentido de la


otredad y el horror, revela con lucidez la ironía como recurso literario. Este pasaje
impacta al lector, no tanto por el acto en sí mismo: decapitar, sino por la forma en
que se cuenta. El enfoque pueril del hecho macabro significa la insensibilidad del
sujeto contemporáneo ante el sufrimiento del otro. La escena no se matiza con
un discurso ético, busca, por el contrario, proyectar lo íntimo de un espectador
impertérrito ante el dolor de la víctima. El suceso toma mayor fuerza semántica
al confrontar al lector con el imaginario idílico de lo emocional infantil. La
mirada impávida y burlesca del chiquillo frente a la muerte violenta responde a
la (de)formación recibida en el seno familiar, aspecto que desestabiliza ideales
civilizatorios asociados con la familia como base de la sociedad42.
En Fiesta en la madriguera hay una escena que se construye a partir de la
divulgación televisiva de una cabeza cortada. El personaje-niño más que impactarse
ante el espectáculo macabro muestra total indiferencia: “en la tele pasaron una
foto de la cabeza y la verdad es que tenía un peinado muy feo. Llevaba el pelo
largo y unas mechas pintadas de güero, patético” (Villalobos, 2010: 21). Se señala
acá, la problemática de publicitar la violencia por los medios de comunicación
como si de un espectáculo más se tratase. La publicación descuidada de imágenes
abyectas y chocantes en la televisión pública, según Brigitte Adriaensen (2015),
cobra impacto en los imaginarios colectivos y sus modos de percibir la realidad
(131). Para el personaje niño resulta irrelevante que la cabeza sea testimonio
del desmembramiento de una persona, moralmente ese suceso no le dice nada,
mucho menos podría asociar las imágenes televisadas con políticas del horror.
Para el narrador resulta más sustancial fijarse en la “estética” del decapitado: el
peinado y su gesto fotogénico, que preguntarse por la identidad de la víctima. Si
42 López Badano y Solís (2015) enfatizan en que el aspecto medular de Fiesta en la madriguera, tiene que ver con
el proceso de formación (de-formación) intelecto-emocional del pequeño personaje. Las investigadoras explican
detalladamente cada una de las particularidades que sostienen esta tesis; consideran que por eso la narración de
Villalobos puede ser caracterizada como una novela de formación, o más bien, una (anti) bildungsroman o novela
de deformación antihumanista.

99
bien quien cuenta no tiene la lucidez de un adulto para interpretar éticamente la
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

realidad televisada, tampoco es alguien incapaz de hacer juicios sobre “lo bueno”
y “lo malo”. El niño ha sido educado para ser perverso, sin sentido de la otredad y
el sufrimiento, y en esa medida responde; no hay inconciencia ante lo que se ve,
todo lo contrario, se juzga la escena de decapitación desde un referente (in)moral.
Este enfoque deshumanizado de la violencia desenmascara al televidente en su
total apatía, el pequeño personaje gira en alegoría de cierta malignidad íntima que
habita en el corazón del sujeto social contemporáneo. En la novela de Villalobos,
como propone Adriaensen (2015), “la cabeza monstruosa designa el cuerpo social
destruido [y] alerta sobre cómo la violencia se infiltra por todas partes y nos acaba
por dejar indiferentes” (134).
La persuasión mental del sujeto a incorporar las violencias como elemento
indispensable en la gobernabilidad de la sociedad, se enraíza a las formas como en
el espacio doméstico y cotidiano se disponen las imágenes, mensajes, canciones,
sobre figuras o situaciones simbólicas de lo atroz, para amenizar los espacios
de encuentro: fiestas, reuniones, ceremonias. La disolución entre lo público y
lo privado, además del surgimiento paulatino de la instantaneidad del tiempo,
facilita que la violencia se vaya filtrando “desprevenidamente” en la cotidianidad
y la percepción del mundo. Esta forma de producción live43 de la realidad y la
violencia estimula el cuerpo-consumidor y lo mantiene en un nivel pre-reflexivo
ante la realidad que lo estrecha (Valencia y Sepúlveda, 2016). La “naturalización”
de la violencia en sus múltiples derivaciones responde a dinámicas del orden social
y a los modos de circulación de imaginarios públicos. El asesinato y la anulación del
otro como estrategia de defensa, por ejemplo, se valida en el pensamiento público
como acto necesario para concretar políticas de poder, progreso y economía.
Lo que se ve, acepta y consume viene a ser así, en definitiva, resultado de los
mecanismos de dominación y explotación del yo por parte del sistema neoliberal.
Al igual que la novela de Villalobos, son varias las propuestas de escritura
de autores colombianos que abordan la decapitación y el desmembramiento
como símbolo de la descomposición política y social de las comunidades
latinoamericanas: surcadas en su mayoría por el flagelo del tráfico de drogas44.
43 Sayak Valencia y Katia Sepúlveda (2016) proponen la categoría Live para describir las maneras como la realidad
y la violencia de todo tipo no es representada sino producida –en “vivo y en directo”– a través de los medios de
comunicación: YouTube, redes sociales, televisión.
44 Los siguientes estudios abordan novelas mexicanas y colombianas que recrean los estragos del narcotráfico
representados en la muerte violenta y la descomposición social: Luis Eduardo Molina Lora. Narrativa de drogas:
una investigación transatlántica en la producción cultural de España, México y Colombia, (2011); Alberto
Fonseca. Cuando llovió dinero en Macondo: literatura y narcotráfico en Colombia y México (2013); Oscar Osorio.
El narcotráfico en la novela colombiana (2014); Cecilia López Badano (Comp.). Periferias de la narcocracia.
Ensayos sobre narrativas contemporáneas (2015); Brigitte Adriaensen y Marco Kunz. (Eds.). Narcoficciones en
México y Colombia (2016).

100
Esta tendencia de la narrativa ha generado diversas discusiones en torno al valor

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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literario de las obras que representan esa realidad. En el contexto colombiano,
por ejemplo, parte de la crítica literaria subvalora las novelas que llevan a primer
plano la figura del narcotraficante y sus actos criminales. Margarita Jácome (2016)
desaprueba esta mirada punitiva porque considera que los estudios que ven en la
“narcoliteratura” un subgénero literario, continúan con un afán clasificatorio y la
idea de encasillar las nuevas obras en moldes estéticos anacrónicos, donde el tema
del narcotráfico y su tratamiento, claramente, se torna problemático: las obras no
se dejan juzgar fácilmente. Asimismo, enfatiza Jácome, quien mira con recelo la
narrativa narco no ha superado el desvanecimiento del mito de García Márquez,
en el sentido de la existencia de un solo escritor colombiano o de una sola obra
aceptados dentro y fuera de las fronteras nacionales que marquen los derroteros
de este tipo de narraciones. Y otro aspecto que señala la investigadora sobre esta
situación, es la no aceptación por parte de la crítica literaria en cuestión, de las
altas ventas de obras de escritores poco conocidos, es decir, no sancionados por el
círculo de intelectuales de la capital del país y, con ellas, la entrada de narconarrativas
en la categoría de superventas (28).
En efecto, el ambiente editorial y los prejuicios estéticos de la crítica
colombiana ha desembocado en una serie de confrontaciones, sobre lo que debe ser
o no una novela “ejemplar” del narcotráfico. Para Jácome (2016), esta circunstancia
es reveladora de la creciente creatividad de los autores al momento de plasmar las
problemáticas asociadas al flagelo de la droga. No hay manera, como pretende la
crítica tradicional en Colombia, de clasificar o abarcar en unas categorías definidas
el reto estético que propone la narrativa del narcotráfico. Catorce años antes que
Jácome, Pablo Gonzáles (2002) señalaba la misma percepción sobre la postura
crítica del investigador de lo literario en Colombia frente al tema narco en la ficción.
Un lapso temporal diciente de la obstinación de parte de la academia de las letras
del país, en seguir apelando a unos principios estéticos gastados o inapropiados,
para interpretar los nuevos lenguajes ficcionales.
Gonzáles (2002) propone dos vertientes del enfoque crítico colombiano
frente a las letras: La primera, fiel a unos cánones preestablecidos, supone que
toda novela que trate el tema de la violencia atroz está condenada al fracaso, no
tiene valor estético ni miramientos éticos al presentar una imagen desfavorable
del país en el extranjero. Esta perspectiva conservadora detenta “una concepción
elitista de la literatura y […] sustenta el poder en las publicaciones literarias del
sistema, negando cabida a esta nueva expresión de la literatura” (75). La segunda
vertiente, problematiza la anterior y se muestra abierta a nuevos giros del

101
lenguaje; está constituida especialmente “por los jóvenes círculos literarios cuyas
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

publicaciones buscan mostrar cómo el problema social colombiano se refleja en


la literatura” (75), además de, la consonancia de las propuestas estéticas con los
ritmos culturales contemporáneos. Frente a estas perspectivas confrontadas del
hacer literario en Colombia y su tratamiento de la realidad, Carlos Rincón (1999)
deduce que, hay resistencia en la academia a admitir que, desde los años ochenta,
la literatura, entendida únicamente como escritura, perdió el monopolio de la
cultura –y el prestigio de las élites letradas disminuyó–, que una “nueva narrativa”
viene transgrediendo con marcado énfasis los límites genéricos, para redefinir el
hacer literario en el contexto contemporáneo.
En Colombia, la ficción relativa al tema del narcotráfico empieza desde la
década de los setenta del siglo XX, en principio, el enfoque se centró especialmente
en el ambiente social y en las maneras como se traficaba el alcaloide, Coca: novela
de la mafia criolla (1977) de Hernán Hoyos, es un ejemplo preciso de ese aspecto.
Para Jácome (2016), la escritura de Hoyos “detenta una posición vanguardista en
el tratamiento del tema narco, pues perfila el que llegará a ser uno de los negocios
más lucrativos para el país en décadas posteriores” (29). Sin embargo, esta novela
ha sido ignorada y descalificada por la crítica, porque la consideran un texto de fácil
lectura dirigida a un público popular, una especie de “producción paraliteraria”.
Entre las décadas de los ochenta y noventa se publican numerosas novelas
que ubican el narcotráfico como figura protagonista, aparece así la denominada
novela sicaresca, centrada en personajes sicarios y en la vida criminal de las
grandes urbes, especialmente las bandas de Medellín y Bogotá. Ejemplos de este
tipo de ficción son El divino (1986), de Gustavo Álvarez Gardeazábal; La virgen de
los sicarios (1994), de Fernando Vallejo y Rosario tijeras (1999), de Jorge Franco.
En las últimas dos décadas, la narrativa centra su atención en representar, tanto
la vida concreta de personajes asociados con el mundo narco como los efectos
psicosociales que este fenómeno ha dejado en la sociedad colombiana. Se
publican entonces novelas como Delirio (2002), de Laura Restrepo; Sin tetas no
hay paraíso (2006), de Gustavo Bolívar; La bestia desatada (2007), de Guillermo
Cardona; El ruido de las cosas al caer (2012), de Juan Gabriel Vásquez, entre
otras45. Ciertamente, los interrogantes ¿qué es el narcotráfico? ¿cómo opera? y
¿cuál es su impacto en la sociedad? siguen despertando la imaginación literaria
45 Oscar Osorio (2014) realiza un cuidadoso estudio sobre la caracterización de la narrativa del narcotráfico; dice
el investigador que en el ámbito de la literatura colombiana, el fenómeno narco ha sido abordado por todos los
géneros literarios, pero es quizá la novela el más prolífico. Alrededor de media centena de novelas con tema de
narcotráfico se han dado a conocer, algunas de ellas se constituyeron en bestsellers, lograron reconocimiento
internacional y fueron llevadas al cine con notable éxito (20).

102
hasta nuestros días. El escritor continúa buscando nuevos modos estéticos, para

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
nombrar una de las violencias que ha modificado en mayor medida las estructuras
sociales y culturales de la nación.
Como es habitual a todo proceso literario que indaga realidades tan
complejas como la violencia y sus secuelas en el contexto social, las narrativas
relacionadas con el narcotráfico difieren entre sí en los modos como ética y
estéticamente configuran ese flagelo. Se publican textos, en los que la trama
toma forma a partir de las andanzas de personajes narcotraficantes y sus actos
delictivos; el foco de la narración en este caso, se dirige, generalmente, hacia la
descripción de asesinatos atroces, el relato prolífico de las minucias del negocio
y de la empresa criminal del tráfico de droga, romances sórdidos, atentados
terroristas, entre otros. Una parte de la crítica literaria ve en este tipo de narrativa,
que ausculta directamente los pormenores del mundo del narcotráfico, cierto
descuido en el uso del lenguaje y un afán por ofrecer una historia escabrosa a
modo de anécdota sensacionalista. Asimismo, se considera que esta clase de texto
no guarda interés por indagar las secuelas del narcotráfico y tiende a difundir
más bien un modelo narco. Jácome (2016), sugiere el término narconovela para
clasificar tales ficciones.
Por otra parte, hay narrativas en las que el tráfico de drogas aparece como
trasfondo. Personajes, sucesos y escenarios giran en metáfora de las consecuencias
del narcotráfico en la estructura social. La descripción de escenas de actos
atroces está ausente o se escenifica con lenguaje metafórico sugerente. Aunque
se muestran los despojos dejados por las confrontaciones entre narcos y otras
figuras de poder, su representación se escinde de descripciones truculentas de
destrozos humanos y materiales. Son propuestas literarias con lenguaje elaborado
e interés autoral por denunciar el impacto de tal fenómeno. Jácome (2016) nombra
a esta línea de narrativas como novelas del narcotráfico. Teniendo presente las
singularidades estéticas de esta última clasificación de la narrativa de la droga, acá
estarían incluidas las novelas elegidas para esta investigación.
La manera de Jácome (2016) clasificar las producciones literarias que
representan el narcotráfico y sus variantes, recuerda los procedimientos utilizados
por parte de la crítica literaria colombiana para caracterizar la narrativa que
abordó el tema de la Violencia de mediados del siglo XX. Según la calidad literaria
en el tratamiento de la violencia bipartidista, Marino Troncoso (1987) propone la
diferenciación de las propuestas escriturales entre “Narrativa en la Violencia” y
“Narrativa de la Violencia”. Esta caracterización se apoya en la dicotomía Violencia/
violencia, en la que el término Violencia, con mayúscula, señala los sucesos atroces

103
entre 1948 y 1958, referidos a la confrontación entre los partidos políticos Liberal y
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

Conservador, y violencia, con minúscula, define el estado de guerra y conflicto sin


tregua en que Colombia permanece.

[La literatura en la violencia] se inicia en 1951 y va hasta 1960, [la literatura


de la violencia] llega hasta nuestros días. Las confrontaciones partidistas
se han convertido en enfrentamientos de dos sistemas y dos concepciones
del hombre, y el lenguaje que comunicaba crea sus propios mundos
virtuales, sus propios personajes y lucha en pro de su autonomía como
escritura para nombrar mejor el mundo (Troncoso, 1987: 35).

Troncoso (1987) destaca que la novela de la Violencia a través de la


interiorización, la evocación poética, el humor y la ironía, viene a ser la tabla
de salvación para una literatura “que se estaba ahogando en sangre y debía
encontrar otra solución diferente a la de asustar con el número de muertos si
deseaba profundizar en el cáncer de una sociedad” (34). Esta constante en el
tratamiento de lo atroz parece prolongarse en algunas propuestas de escritura,
que sobreexponen la muerte bestial del negocio de la droga. Cristo Rafael Figueroa
(2004), retomando los aportes de Troncoso, plantea el binomio Gramática/
Violencia como vía para releer la historia de la literatura colombiana y demostrar,
a su vez, la capacidad del discurso narrativo en indagar y resituar la Violencia y
sus efectos. La reflexión en torno a la estética de la Violencia resitúa el concepto
mismo de violencia sociopolítica y deriva en propuestas narrativas de variada
índole, en las que justamente la novela del narcotráfico es una de las más notorias.
En consonancia con la crítica de Gonzáles (2002) y Jácome (2016) sobre
el tratamiento estético de la violencia derivada del negocio de la droga, Oscar
Osorio (2014) agrega que los textos del narcotráfico sufren del prejuicio de gran
parte de los críticos, más no necesariamente por su calidad sino por su temática
(Osorio, 2014: 21). La desvalorización de este tipo de ficción, a causa del tema
que trabaja, aminora su validez cultural y la ubica en la línea del “subgénero” o
“literatura pulp” o marginal. Una depreciación estética que ciertamente se torna
ambigua, pues no habría nada de marginal en novelas que tratan al traficante
de drogas como protagonista de los hechos. Esta figura, sin duda, es decisiva en
la escena sociocultural colombiana a partir de los años setenta del siglo pasado
(Jácome, 2016). En fin, la discusión en torno a los modos como las propuestas
de escritura de los autores colombianos, están significando una de las violencias
más recalcitrantes de la vida política y social del país, deja ver que, la eficacia de

104
la narrativa del narcotráfico está precisamente en las discusiones que genera en

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
el campo de la crítica, en descomponer paradigmas estéticos y promover otros
sentidos sobre lo literario en el contexto nacional.
De otro lado, sorprende que los estudios literarios en Colombia sobre la
relación de la ficción con las violencias asociadas al negocio de las drogas, no
aborden el tema de la decapitación. La escenificación de esta práctica es recurrente
en muchas novelas como ícono del poder criminal y de los efectos perturbadores del
negocio de la droga en la cultura46. La inexistencia de trabajos en el campo literario
sobre este tema es insólita, cuando se sabe que la praxis macabra de la violencia
del narcotráfico es continuadora, justamente, de los mecanismos del terror político
utilizados durante la Violencia bipartidista. Aunque existen aproximaciones
al simbolismo del cuerpo sometido a la tortura o desmembramiento, son casi
inexistentes las investigaciones de carácter literario que enfoquen explícitamente
la cabeza cortada como objeto de indagación. La ficción sí ha puesto la mirada en
esta práctica, pero la crítica literaria poco o nada ha dicho sobre el sentido de tales
escenificaciones.
El abordaje de la evisceración del cuerpo como símbolo de la violencia
generada por las dinámicas de la droga es, claramente, un tema marginal en los
estudios literarios del país; referido, acaso, tangencialmente en exégesis que
abordan la violencia del narcotráfico desde otro énfasis. Esta circunstancia puede
ser sintomática de la subestimación de la crítica literaria por las escrituras que
abordan el narcotráfico en sus consecuencias más crudas. La exégesis de la
demeritada narconovela se ha anclado especialmente a lineamientos temáticos
de corte socio-histórico, sobrevalorados por la academia colombiana. El estudio
de tales propuestas se encamina hacia la exploración del perfil de personajes
particulares a este tipo de producción: el sicario y el narcotraficante, la relación
de la política y la sociedad con el fenómeno del narcotráfico, la representación
de la realidad histórica, entre otros. El silencio de la crítica literaria en Colombia
ante la escenificación del desmembramiento y la decapitación dice de una mirada
recelosa, que relativiza y excluye ese elemento por suponer que es muestra de
un lenguaje sensacionalista o producto escueto y anecdótico de una realidad, es
decir, sin “valor literario”. Aspecto que deja por fuera el estudio de la significación
literaria de la víctima, que es quien ha pasado por la experiencia terrible del
desmembramiento.
46 Brigitte Adriaensen (2015) realiza esta misma observación en el campo de la crítica literaria en México, dice
la investigadora que si bien existen varios estudios sobre el fenómeno de la cabeza cortada, desde un enfoque
periodístico o desde una perspectiva estética del arte, la figuración de la decapitación en las novelas del
narcotráfico no se ha estudiado hasta la fecha (129).

105
El tratamiento estético de la muerte escabrosa es uno de los procesos más
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

problemáticos en el campo literario, tanto para el escritor como para el crítico.


Frente a la representación literaria de la violencia que destruye sin piedad al otro,
son varias las voces que discuten a favor o en contra. Para Marco Kunz (2012),

como el asesinato es una realidad cotidiana y se da por sentado que, en la


gran mayoría de los casos, se relaciona con las actividades delictivas del
crimen organizado, entre las que el narcotráfico […] ocupa el lugar más
importante, la muerte violenta pierde su excepcionalidad y es a menudo
objeto de un tratamiento literario irrespetuoso, frívolo, burlón, relativizador
y/o grotescamente hiperbólico. La capitulación de la sociedad ante el crimen
omnipresente repercute en una profanación de la muerte en la literatura,
una indiferencia moral y emocional ante las brutalidades narradas (139).

Ciertamente, hay que admitir, se publican novelas que solo aprovechan


el potencial morboso de la violencia del narcotráfico. La intención meramente
comercial de muchas propuestas de escritura, desemboca en aproximaciones
frívolas y grotescas que poco o nada ofrecen para la reflexión o exploración de
la realidad que configuran, ni para la valorización de los principios estéticos. La
proliferación indiscriminada de ediciones triviales sobre las consecuencias atroces
del negocio de las drogas ha llevado a un descrédito total del hacer literario
enfocado en este asunto, y a que muchos estudiosos desconfíen y se opongan a
ese tipo de escritura. Sin embargo, existen también propuestas literarias que con
mérito estético devuelven al país la “imagen esperpéntica” del creciente deterioro
social y moral.
Hay un conjunto de obras en las que la recursividad del lenguaje y la
imaginación de universos sugerentes configuran la problemática del narcotráfico.
Se toma distancia del espectáculo de lo atroz y se ofrecen escenificaciones que
trascienden lo anecdótico, para dar curso a otros sentidos de la realidad representada.
En este sentido, sería entonces necesario hilar más fino en el paradigma estético
establecido para valorar o no una obra que se enfrenta a realidades monstruosas.
No toda ficción que aborde el cuerpo desmembrado y las repercusiones más
crudas de la violencia son ipso facto “malas” narraciones; varios son los casos de
escrituras que representan con maestría este hecho atroz. Los ejércitos de Evelio
Rosero y Los derrotados de Pablo Montoya, son ejemplos precisos. En resumen, la
presencia en la narrativa colombiana del cuerpo desmembrado, especialmente de
la decapitación, es figura protagónica y símbolo de una emocionalidad de época

106
signada por la generalización de la violencia, el cambio axiológico, la redefinición

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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del ciudadano como sujeto cultural, la transformación de las prácticas culturales,
la corrupción del tejido social e institucional, entre otros. Estos factores justifican
“la estética de la decapitación” como línea novedosa de estudio en novelas que
abordan la violencia del narcotráfico.

ESTÉTICA DEL MIEDO Y CRÍTICA LITERARIA. UN PANORAMA

El tema del miedo como emoción política ha permanecido casi ausente de la crítica
literaria en torno a la narrativa colombiana de la violencia. La indagación de la
violencia a partir de lo emocional no ha sido un tema de análisis importante por
parte de los investigadores de lo literario en el país; son mínimas las pesquisas
que correlacionan violencia-afectividad. Paradójicamente, pocas veces la alusión
al miedo aparece en los estudios, y cuando se le nombra surge a la sombra de
otras variantes de lo violento: el exilio, la opresión de la urbe sobre el sujeto, el
desplazamiento, el narcoterrorismo, entre otros. Los estudios literarios en el país
exploran la producción escrita sobre todo bajo el ángulo de las causas palpables
o consecuencias sociales concretas de la violencia, la realidad intangible como lo
psíquico-afectivo o lo emocional traumático ha ganado muy poco terreno.
La indagación de la estética de la violencia en relación con fundamentos
conceptuales del campo fenoménico, del psicoanálisis o de las diversas líneas
de indagación sobre los afectos y las emociones –que proponen por ejemplo,
los estudios culturales, la filosofía o la psicología– son casi inexistentes en el
campo de los estudios literarios en Colombia. Las pesquisas literarias que han
ganado mayor espacio y reconocimiento son aquellas que entran en diálogo con
discursos de carácter sociológico, histórico o político. Es evidente que el enfoque
socio-histórico de investigación de lo literario en Colombia ha dado forma a un
entramado crítico importante, que propone diversas lecturas de la tensión entre
los procesos literarios en Colombia y las dinámicas caóticas de la historia social y
política. Sin embargo, consideramos que ese valioso transcurso analítico así como
ha propuesto una serie de caminos significativos para ahondar en los diversos
sentidos que propone lo literario, ha nublado también la posibilidad de líneas de
indagación desde ópticas diferentes. Pareciera ser que las investigaciones que no
se alinean a la tradición crítica de trazo socio-histórico se van quedando al margen
o pasan inadvertidas (Suárez, 2010; Rueda, 2011). Otro factor sobre el reducido
número de estudios en torno a la relación violencia-emoción, podría explicarse

107
en que son relativamente recientes las narrativas que centran la trama de manera
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

explícita en la faceta emocional de los personajes. Aunque ya se había dado una


recreación de lo psico-afectivo en la novela de la violencia, tal elemento toma mayor
visibilidad en las publicaciones de las últimas décadas. Narrativas por el estilo de
Delirio (2004), Los ejércitos (2006) o El ruido de las cosas al caer (2011), Plegarias
Nocturnas (2012), en las que lo emocional y lo psíquico es el aspecto determinante
de la diégesis, empiezan a publicarse paulatinamente en las dos últimas décadas.
La focalización íntima e impresionista de los textos que estudiamos,
significan tanto el estado individual del personaje, como las circunstancias
sociales que condicionan el narrador, al narrado y lo narrado. La alusión a las
circunstancias políticas o sociales exteriores al sujeto que cuenta, es uno de los
aspectos que diferencia nuestras novelas con la literatura construida a partir
del flujo de conciencia. Recordemos que el flujo de conciencia si bien figura el
estado emocional de un sujeto, no necesariamente se corresponde con los
afectos públicos, prima, especialmente, el mundo psicológico de quien narra y su
percepción individualista –yoica o egocéntrica– del mundo. Es decir, que la realidad
ficcional se circunscribe a la impresión netamente personal de un yo narrador,
no a la mirada de un personaje simbólico de la vida emocional de un colectivo.
Por el contrario, los héroes nuestros son alegoría de un estado afectivo social, de
una sensibilidad de época focalizada en un “yo plural” que se explica en función
del referente contextual. Contar el impacto de la violencia del narcoterrorismo
desde quien lo sufre expresa un clima emocional de época. En efecto, la narrativa
más reciente que se interesa por el flagelo del narcotráfico, paulatinamente, ha
ido dando un giro hacia los afectos con el propósito de simbolizar no tanto las
consecuencias explícitas materiales: cadáveres eviscerados, masacres, sicariato,
terrorismo, etcétera, sino los modos como estas –que pueden aparecer en las
tramas– han impactado la vida íntima y generado cambios de subjetividad tanto a
nivel personal como social.
La valorización que en los últimos años se ha dado a la palabra de los
desplazados, hijos huérfanos, viudas, ex-secuestrados, mujeres víctimas de
violación, entre otros, influye en las formas de percibir y narrar la violencia en el
espacio ficcional. La focalización del conflicto en quien lo padece directamente
ha ido construyendo nuevos lenguajes y originando otras miradas frente a quien
sufre. La atención puesta en los dolores más profundos, lo emocional traumático,
la pérdida y el duelo, viene abriendo otras rutas de exploración de la violencia y sus
desastrosos efectos. Por ejemplo, los diversos proyectos liderados por el Centro
Nacional de Memoria Histórica (CNMH) han motivado a la sociedad colombiana
a construir la memoria de la confrontación armada, a partir del testimonio de

108
las víctimas. En la última década, la recuperación de las secuelas personales

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
y emocionales de la guerra da prioridad al relato de quienes la han sufrido en
la propia piel. La voz emocional del conflicto va tomando mayor importancia y
visibilidad, la sociedad colombiana comienza a escucharla.
Los integrantes del CNMH47 centran sus esfuerzos en atender a las personas
afectadas directamente por el conflicto; un proceso que va consolidándose en
una serie de informes que narran las vicisitudes, las impresiones y reflexiones de
cada entrevistado. Así mismo, se registra la voluntad de muchos para superar el
trauma. Los informes –publicados anualmente desde 2008– registran la memoria
histórica de la guerra a partir de verdades netamente subjetivas, aunque con su
sustento histórico. La rememoración emocional, en ese sentido, recompone el
universo intangible de la violencia: el dolor, el miedo y la pérdida48. La palabra del
desposeído da forma a lo “fantasmagórico” del conflicto; sus palabras y, de hecho,
sus silencios, recuperan la faceta emocional traumática de la cultura colombiana.
Este desafío, ciertamente, cuestiona los modos como la Historia institucional de la
violencia se ha reconocido. La literatura, por su parte, no es ajena a estas nuevas
dinámicas de la recordación. El curso de lo social, lo político, lo cultural, sabemos,
va en relativa sintonía con las manifestaciones estéticas de todo orden. El género
testimonial, por ejemplo, ha crecido en ediciones en los últimos años, sobre todo
con relatos de personas que estuvieron secuestradas49.
La cada vez mayor vinculación del Estado en prácticas clandestinas e
ilícitas, los cambios ideológicos y de los modos de lucha de los cuadros guerrilleros,
el crecimiento del paramilitarismo, la asociación de la fuerza pública con grupos
47 Lamentablemente, un año después de haber terminado esta investigación, el Centro Nacional de Memoria
Histórica ha dado un giro de 360º frente a sus objetivos de reconocimiento y valoración de la memoria de las
víctimas de la guerra colombiana. A manos de su nuevo director: Rubén Darío Acevedo (feb. 2020), puesto
allí por el gobierno de Iván Duque, el CNMH niega y pone a la sombra el trabajo realizado por más de una
década al dar voz a las Fuerzas militares: parte de los actores armados y directos responsables del conflicto,
que si bien salen heridos o muertos de la guerra, son ellos directos responsables de las atrocidades bélicas
(esta comunidad no puede tener el mismo estatus de la víctima inerme cuando han sido, sobre todo, victimarios
armados y autores de crímenes de lesa humanidad), y a instituciones oficiales como Fedegan, compuestas por los
ganaderos y terratenientes, muchos de ellos patrocinadores del Paramilitarismo y las Convivir durante el gobierno
de Uribe Vélez. En febrero de 2020, el CNHM fue expulsado de la Red Internacional de Memorias a razón de su
no reconocimiento de la situación de guerra del país, entre otros motivos: https://pares.com.co/2020/02/03/
expulsado-el-cnmh-de-red-internacional-de-memorias/. También, varios grupos nacionales de reconocimiento
de la memoria empiezan a retirar sus archivos porque consideran que el CNMH empieza ahora a trabajar con
los victimarios, tal es el caso de la Asociación MINGA: https://www.elespectador.com/colombia2020/pais/
retiramos-los-archivos-porque-el-cnmh-esta-trabajando-con-victimarios-asociacion-minga-articulo-907534.
48 Anualmente, desde el año 2008, el Centro Nacional de Memoria Histórica ha publicado sus informes. Todos
contienen los relatos precisos de muchos ciudadanos colombianos que han sufrido los vejámenes más horrorosos
a manos de los combatientes –Estado, guerrilla, narcos, paramilitares–. Estos informes se publican en impreso y
digital, muchos de ellos aparecen también en formato audiovisual. Se pueden consultar en el sitio web del CNMH.
49 Algunos de esos testimonios son Cautiva (2009) de Clara Rojas, Años de silencio (2009) de Oscar Tulio Lizcano
y No hay silencio que no termine (2010) de Ingrid Betancourt.

109
ilegales armados, entre otros, desestabilizan las fronteras que antes parecían
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

demarcar el ejercicio legítimo o ilegítimo de la violencia. Por esta razón, como


analizábamos en un apartado anterior, las lógicas habituales que hasta hace pocas
décadas se utilizaban para explicar el conflicto colombiano se han relativizado. La
praxis de la violencia de los últimos años viene reclamando nuevos vocabularios que
la indaguen con mayor propiedad y proporcionen nuevos ángulos de comprensión.
De esta manera, el campo literario –tanto en su propuesta ficcional como en los
estudios críticos–, paulatinamente, se propone como espacio significativo que
reconoce, problematiza y nombra con nuevos códigos las realidades recientes, que
surgen de las violencias contemporáneas.
Los modos como parte de la narrativa colombiana viene configurando
las violencias más contemporáneas determina nuevas líneas de investigación.
Los enfoques tradicionales –centrados en lo socio-histórico– no necesariamente
se retoman en los estudios que empiezan a publicarse en la última década. Por
ejemplo, Jaramillo Morales (2006) presenta una exégesis de diversas producciones
culturales, escriturales y fílmicas, apoyada en conceptos del psicoanálisis. Se
propone la estética de la violencia como elemento que traduce la sensibilidad
melancólica de la sociedad colombiana de finales del siglo XX. Surgen, asimismo,
trabajos que plantean una nueva mirada a la idea de ética, específicamente a la
ética del lector, para revisitar corpus narrativos de inicios de siglo XX y de textos
testimoniales (Rueda, 2011). También, se publican investigaciones que asocian
la literatura con otras expresiones estéticas: pintura y cine, para indagar el tipo
de subjetividades –cuerpos residuales– que se desprenden de sucesos precisos
de violencia atroz (Fanta Castro, 2015). Estos estudios son, sin duda, referentes
valiosos para los propósitos de nuestra investigación porque –cada uno con
sus necesarias particularidades temáticas y metodológicas– tienen en cuenta
la representación de lo íntimo, lo personal, lo psíquico o lo emocional que las
narrativas proponen.
En cuanto al tema de la representación literaria de las emociones
traumáticas, el texto “‘El ruido de las cosas al caer’: radiografía del miedo
colombiano en la generación del setenta” (2012), de Jorge Ladino Gaitán Bayona,
hace referencia explícita al miedo como elemento central de la novela de
Vásquez50. El ensayista aborda esta propuesta de escritura desde la idea de miedo
como emoción que moldea la psiquis de la generación nacida en la década de los
setenta. Intenta argumentar la propuesta de Vásquez como ficción que escenifica,
50 Albornoz (2017) también propone las categorías de miedo y memoria para indagar la novela de Vásquez, y si
bien define el fenómeno del miedo, lo explica en la novela como algo intrínseco a un estado individual psíquico
perturbado, no lo reflexiona en su elemento político ni como fenómeno social.

110
de manera novedosa, las causas y consecuencias de la violencia del narcotráfico

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
a partir de la intimidad del narrador. No obstante, aunque los propósitos del
estudio son sugestivos y giran en torno al miedo, poco se indaga este fenómeno
en sí mismo y en los modos como toma forma en los juegos del lenguaje o en
la densidad de los sucesos y los personajes. El miedo, tal como se expone en el
texto, pareciera que se bastara a sí mismo para darse a entender, no se define ni
se dialoga con exactitud ¿qué es el miedo?; se le coliga exclusivamente al referente
histórico de la novela más que a los modos poéticos del lenguaje que lo densifican
como elemento estético. En este orden, el miedo como fenómeno emocional
político queda circunscripto al referente externo: a la violencia del narcotráfico
en Colombia. Las preguntas explícitas ¿qué es el miedo? y ¿cómo toma forma
estéticamente? quedan subsumidas a la explicación de los hechos atroces de los
jeques de la droga, poco se profundiza en el efecto como tal y en su representación
literaria. Igualmente, aunque el miedo en el texto de Gaitán Bayona se coliga con
los sucesos de la violencia política, el matiz político no se analiza. El texto cita a
Benjamin Barber y Noam Chomsky, quienes identifican el miedo como elemento
del poder despótico, pero estas referencias carecen de diálogo al interior del texto
con los modos como Vásquez escenifica lo emocional. Aún así, debemos reconocer
que las reflexiones propuestas son significativas porque proponen una mirada
diferente de la violencia, a partir de una de las líneas menos exploradas de la
crítica literaria colombiana como es la de las emociones51.
Por su lado, el ensayo “‘Los ejércitos’: novela del miedo, la incertidumbre y
la desesperanza” (2012), de Iván Vicente Padilla Chasing, profundiza con agudeza
la representación del miedo en la novela de Rosero. El investigador realiza un
acercamiento al texto tomando como base conceptos de la fenomenología –
Husserl, Ingarden– para exponer cómo la experiencia del miedo da consistencia
a la trama: en su forma y contenido, y, sobre todo, profundidad dramática al
personaje narrador. El miedo es razonado como respuesta existencial consciente
de los personajes, al contexto violento que siempre los ha estrechado y no como
una impresión subjetiva repentina ante los sucesos macabros que arrasan el
pueblo del protagonista. Por esta caracterización, la propuesta de Padilla Chasing
podría relacionarse con el enfoque del miedo como emoción política. Si el narrador
de Los ejércitos responde fenoménicamente a los estragos de la guerra –aspecto

51 En la etapa final de este libro se publicó en el repositorio de tesis de la Universidad de Laval la investigación de
maestría titulada “La poética del miedo en El ruido de las cosas al caer de Juan Gabriel Vásquez” (Ramírez, 2019).
Esta pesquisa, si bien parece sugerir el miedo como tema eje de estudio, y se le aborda y define, es la violencia
del narcotráfico –la causa del miedo, no el miedo como fenómeno político emocional– la que sigue predominando
en el análisis.

111
que también trabaja Caña Jiménez (2014)52– a razón de su larga convivencia con
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

el conflicto, el miedo como emoción política, igualmente, no puede entenderse


sin hacer alusión directa a la experiencia vital, social, cultural del personaje. La
respuesta psíquica del narrador responde a la experiencia de la guerra como
fenómeno que lo ha acompañado a lo largo de su vida, esto es, que el miedo del
héroe no es reflejo repentino ante una amenaza inesperada, sino producto de la
asociación de diversos momentos violentos que se han vivido.
Otro aspecto valioso, sobre el que remarca Padilla Chasing, es que la
experiencia del miedo en Los ejércitos remite a la intención del novelista de dar
cuenta de la guerra del país desde el plano vivencial del inerme. El miedo narrado
directamente por quien padece las atrocidades de la violencia simboliza el absurdo,
la crisis de la razón y la incapacidad del ciudadano común de captar toda la lógica
del conflicto. En esta línea de razonamiento, Héctor Hoyos (2012) agrega que en
la narración de Evelio Rosero “los bandoleros son todos [los actores armados del
conflicto: Estado constitucional y Estado de facto] pues afectan del mismo modo
al ciudadano, que no reconoce el conflicto como suyo sino en tanto lo padece”
(285). Para un sociólogo o especialista quizás sea evidente la confrontación por
el poder, pero para un sujeto, desamparado en medio del cruce armado entre
bandos, resulta imposible e incluso intrascendente entender cómo funciona esa
dinámica militar que lo arrasa (Hoyos, 2012).
En Los ejércitos, en efecto, la realidad colombiana toma sentido desde las
reacciones afectivas de los personajes; el elemento ético, religioso y político pasa
por el filtro emocional del narrador y el narrado. La escenificación de la respuesta
afectiva a los sucesos violentos que arrasan al pueblo resulta más contundente en
significar las diversas facetas del conflicto, que si la trama estuviese atravesada por
una conciencia política o discurso de país. La enunciación del personaje narrador
de Los ejércitos como tentativa de dar voz al dolor y de articular el miedo con
palabras, explora “las conexiones entre sentimiento y conocimiento, subjetividad,
empiria y discurso, realidades materiales y simbólicas, historia y ética” (Moraña,
2010: 193). Lo emocional, en todo caso, es entendido en la escritura como efecto
donde confluye la psique del sujeto, lo afectivo, la experiencia y su razonamiento,
aspectos que además generan en el lector una identificación empática.
Delirio (2004), de Laura Restrepo, es una novela que, quizás por su
expresión palmaria de la enfermedad psíquica: el delirio, ha sido objeto de estudio
52 María del Carmen Caña Jiménez, propone el término “violencia fenomenológica” como categoría estética para
indagar la producción novelística de Evelio Rosero, en tanto esta permite articular taxonómicamente un discurso
de la violencia que aparentemente ha perdido su conexión con el mundo real externo y emana de y/o penetra en
los rincones más íntimos del ser.

112
no solo desde el marco de lo histórico y sociológico, sino también en relación con

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
el psicoanálisis, lo fenoménico y lo axiológico (Blanco Puentes 2007, Jaramillo
Morales 2006, Navia 2007, Serna 2007, Sánchez Lopera 2013). A partir de las
diversas inferencias simbólicas del delirio, los análisis proponen la novela como
espacio que reordena la red emocional de la sociedad colombiana de los años
ochenta del siglo pasado. Se interpreta la afección mental de uno de los personajes
centrales, Agustina, como metáfora de las condiciones íntimas, familiares y
sociales que ha provocado el impacto del narcotráfico en la sociedad colombiana.
“El delirio se convierte en el síntoma sensitivo que explica el desorden sensorial de
la realidad” (Blanco, 2007: 305). Desde la perspectiva de Jaramillo Morales (2006),
la novela es un recorrido de la elaboración del dolor que busca remediar el estado
melancólico de la sociedad. La interacción entre los personajes conduce al recobro
de las “memorias sepultadas”, a sacar del silencio las voces que pueden dar forma
al pasado nefasto y conducir con ello a cierta redención (130). Esta circunstancia
que remarca la ensayista, está en sintonía con la intención reparadora de los
relatos de memoria que el Centro Nacional de Memoria Histórica recoge en sus
informes.
Otros estudios exploran la faceta psicológica de los héroes de la novela de
Restrepo a partir de la ironía y el humor. La locura, el delirio y la enfermedad moral
se representan bajo el ángulo de lo carnavalesco como artilugio estético que da
forma a un correlato, que pone en evidencia las mentiras sobre las que la clase
social privilegiada ha sostenido su honra y su moral (Serna, 2007). Desde esta
óptica, la ficción desenmascara la verdad vergonzosa que pretende ocultarse tras
discursos moralistas; devela, entre otros sucesos, que el narcotráfico tomó fuerza
a razón del apoyo institucional del país, y que la riqueza material de las “grandes
familias” de Bogotá y Medellín viene del lavado de dinero (Suárez, 2010). En esta
medida, se deduce que “la droga que aparece en la novela no es psiquiátrica, sino
social: tenemos la coca como sustancia rondando la novela, pero sobre todo la
intoxicación proveniente de la droga más cruel: la falsa moral familiar, y su veneno”
(Sánchez Lopera, 2013: 66).
En definitiva, la crítica literaria ausculta el universo psíquico de los personajes
de Restrepo como alegoría de los síntomas de una sociedad sujeta a los efectos de
la violencia del narcotráfico. La mentira y la doble moral son puntos críticos que
se analizan en la novela como producto de una sociedad que valora lo humano
en función de su adquisición económica y abolengo familiar. Ahora bien, aunque
ninguno de los estudios hace referencia al miedo como respuesta emocional a la
realidad del país, la discusión sobre la psiquis enferma de los personajes y de la

113
sociedad misma, la postura emocional frente a un contexto agresivo y la referencia
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

a la violencia generada por el negocio de las drogas, son aspectos cardinales que
servirán para ampliar el sentido de la escritura de Restrepo al ponerlos en diálogo y
tensión con nuestros propósitos de estudio. Como veremos, el delirio de Agustina
y el resentimiento de Midas McAlister, personajes centrales de Delirio, son, sin
duda, manifestaciones poéticas que giran en torno al miedo como emoción que
caracteriza los escenarios de violencia y su consecuente terror.
En escenarios diferentes al estudio de la narrativa colombiana, son varios
los especialistas que están discutiendo sobre la vindicación de lo emocional como
elemento para comprender no solo lo inefable53, sino también las estructuras
sociales básicas que conforman la vida cotidiana del sujeto contemporáneo. Uno
de los modos de encarar la descomposición de los valores sociales es el recobro
de lo subjetivo. Al momento de indagar lo real: sus vocabularios y simbolismo,
el “estudio de las emociones se impone sobre el análisis de las razones. Las
texturas sentimentales parecen más interesantes que los textos, los discursos y
los archivos” (Bartra, 2012: 19-20). La visibilidad que viene tomando lo emocional
se correlaciona con circunstancias socioculturales, procesos trasnacionales y
locales enlazados a las dinámicas de la globalización. Al respecto, Moraña (2012)
considera que las relaciones de fuerza, que dan orden al ámbito internacional
contemporáneo, delimitan nuevos procesos de construcción de subjetividades e
imaginarios colectivos. Fenómenos como

el nomadismo producido por exilios y migraciones que obligan al sujeto a


elaborar estrategias de reinserción y pertenencia dentro del vasto espacio
multicultural, el incremento exponencial de la violencia en todos los niveles
(desde el terrorismo internacional al autoritarismo estatal, pasando por las
variantes del narcotráfico, el aumento del delito común, etc.) […] ponen
sobre el tapete el factor del afecto como un nivel ineludible para el estudio
de las formas con frecuencia inorgánicas y discontinuas a partir de las
cuales se manifiesta y expresa lo social (314).

Esta circunstancia es justamente la que se presencia en el paisaje literario


de las últimas décadas. La lectura que escritores y críticos vienen haciendo de los
modos como la persona y la comunidad se relaciona con su presente, responde al
pasado o proyecta un devenir, da origen a propuestas de escritura y de análisis
donde lo emocional, lo afectivo, la impresión sentimental se constituyen en
53 Para Lara (2009), lo inefable se desprende de la experiencia traumática, es aquello que habita en lo más íntimo
y que difícilmente logra comprenderse a través de conceptos o razonamientos precisos. La forma expresiva de un
registro estético estaría entonces en capacidad de simbolizar, de atrapar lo indecible de la experiencia de horror (37).

114
elementos fundamentales. La escenificación literaria del miedo y su consecuente

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
exégesis es una alternativa en la interpretación y análisis de lo social, también un
desafío a las indagaciones literarias, vocabularios estéticos y límites de la ficción.
La tesis doctoral El horror como forma. Juan José Saer – Roberto Bolaño,
(2013), de Carlos Walker, indaga cómo lo emocional traumático se hace tangible en
la escritura literaria. El estudio reflexiona en torno a la configuración del horror en
las obras de Juan José Saer y Roberto Bolaño. Para el investigador, “el movimiento
de presentación de la escritura” (10) es el que necesariamente hay que revisar si se
plantea el horror como juego estético y particularidad de la propuesta narrativa.
La tesis cuestiona la idea de que lo horroroso en la literatura haya sido estudiado
casi exclusivamente en función del referente contextual. Se critica la tendencia
a citar el horror como categoría de análisis de lo literario sin indagar siquiera el
concepto mismo de horror. Para el autor,

en las literaturas de Saer y de Bolaño efectivamente las dictaduras de sus


respectivos países de origen tienen un lugar visible en el entramado de las
historias y vicisitudes que enfrentan sus personajes. Sin embargo, ello no
ha de precipitar la etiqueta que las conciba como narraciones del horror
[…] Si narrar el horror es incluir referencias a ciertos acontecimientos
históricos traumáticos, entonces aquello que se designa como lo horroroso
quedará circunscripto al referente externo […] la pregunta ¿cómo narrar
el horror? impide el paso a la formulación de otro interrogante que parece
sobreentendido en dicha formulación, a saber, ¿qué es el horror? En otras
palabras, poner el acento en el cómo de la narración orienta la pesquisa en
el sentido de una preocupación por la particularidad de la forma narrativa,
pero a su vez relega la pregunta por la concepción del horror que se deduzca
de ese cómo (Walker, 2013: 9, 21).

El cuestionamiento de Walker es importante para nuestro estudio porque


lleva a pensar, necesariamente, en los modos como la idea de miedo político ha
sido abordada por la crítica académica. Coincidimos con el investigador en que
el campo de los estudios literarios utiliza muchos conceptos sin reflexionar sobre
lo que estos mismos significan, incluso algunos giran desprevenidamente en
categorías de estudio. Hay términos que parecen pasar inadvertidos en su propia
cristalización semántica. Esta circunstancia recuerda la problemática en torno al
concepto de violencia, una categoría que se convirtió en ruta de análisis y que,
muchas veces, tiende a usarse de manera preconcebida. Tal como se explicó en un

115
apartado anterior, múltiples estudios adhieren a la idea de violencia sin detenerse
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

a considerar qué define exactamente: ¿por qué política? ¿por qué social? ¿por qué
generalizada? Lo mismo ocurre con el concepto “miedo”, las aproximaciones que lo
abordan lo hacen como algo dado, “natural”, como término innecesario de pensar,
definir o criticar. Al fin y al cabo, en un territorio de guerra como el colombiano
¿quién no ha sentido miedo?, pareciera ser la inferencia que da por hecho el
significado del vocablo.
Lionel Ruffel (2010) sugiere la idea del elemento impensado para definir
la desprevención académica ante categorías semánticas que a primera vista
parecen claramente definidas. Lo impensado sería entonces ese tipo de conceptos
confiables y de un recorrido intenso, que se mantienen al margen de las discusiones
y finalizan por imponerse acríticamente a la sombra de los grandes debates.
Walker (2013), al respecto indica que tal situación puede tornarse problemática
porque elude la investigación y la construcción crítica. La categoría impensada
desvía la posibilidad de cuestionar o puntualizar sentidos de lo que ella misma
designa. Por esta razón, explicita Walker (2013), la pregunta ¿qué es el horror? en
diversos estudios literarios queda trunca o se subsume a la violencia sistemática
y planificada llevada adelante por las dictaduras y demás figuras criminales del
poder (22).
Numerosas pesquisas de investigadores latinoamericanos abordan
narrativas con temáticas referentes al trauma íntimo y social a causa del terrorismo.
Se discute, entre varios aspectos, el tratamiento literario de acontecimientos
históricos, su estatus en la realidad ficcional. Por ejemplo, en el contexto de
la crítica argentina en torno a ficciones que trabajan las secuelas afectivas del
terrorismo de Estado, hay trabajos que proponen el retorno a una especie de
estética realista. Algo así como el regreso a un “nuevo realismo” que se expresa con
renovado lenguaje. Hay ensayistas que no están de acuerdo con este enfoque y se
encaminan más bien a desmontar tal idea alegando que, justamente, la narración
contemporánea, que escenifica los efectos de la realidad política, busca alejarse
de los modos como el realismo histórico figuraba lo sucedido54. Estas discusiones,
es claro, reflejan que la representación literaria de lo real, y sobre todo de los
acontecimientos históricos hirientes, es siempre objeto problemático de estudio.
Florencia Garramuño (2009) considera que hay escrituras que aunque
referencian sucesos reales se distancian concienzudamente del propósito de
54 Florencia Garramuño (2009) hace alusión a este panorama crítico y propone algunas fuentes para indagarlo,
entre ellas: “Magias parciales del realismo” (2001), de Graciela Speranza; “Significación actual del realismo
críptico” (2005), de Martín Kohan; “Discusiones sobre el realismo en la narrativa argentina contemporánea”
(2006), de Sandra Contreras.

116
escenificar una “realidad” particular. Son “textos anfibios que se sostienen

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
en el límite entre realidad y ficción” (18). Las narraciones que incorporan la
historia traumática de las naciones, según la autora, da forma a una especie de
“estética anfibia” (18) que escenifica lo ocurrido haciendo referencia precisa a
lugares y acontecimientos reales, mas sin dejar de ser ficción. Registros híbridos
que desafían, una vez más, la idea de literatura como constructo autónomo y
distanciado de lo real. Si miramos desde esta perspectiva la novela colombiana
que nos interesa, podemos afirmar que los efectos emocionales de la violencia
entran en la narrativa y se mezclan con la realidad ficcional, para avivar el valor
de realidad histórica de lo narrado. La representación literaria de asesinatos de
personas reconocidas, de la barbarie contra pueblos de la geografía colombiana,
de escándalos políticos y atentados terroristas específicos, entre otros, dice de
una narrativa nacional particularmente interesada en incorporar fielmente lo real
histórico y su posible impacto en lo emocional colectivo. Las novelas seleccionadas
para esta investigación se ligan a sucesos relevantes de la historia del país. El
mundo de referencia se recontextualiza en las tramas, pasa a ser un hecho de
ficción sin deshacerse de su rastro original de no-ficción.
Por otra parte, en relación con la representación de lo inmaterial de la
violencia, una de las preocupaciones de la escritura es: cómo hacer tangible lo
inenarrable y, de qué modo dar existencia estética a lo emocional traumático. La
narrativa, en ese orden, parece abstenerse de explicar las causas de la violencia,
para ingeniar más bien un lenguaje capaz de articular la realidad impalpable del
sujeto sufriente. Agrega Lara (2009), que afortunadamente la palabra literaria
“reside en el territorio de la experiencia humana que consideramos difícil de
describir solo a través de conceptos” (Lara, 2009: 37). Las imágenes, metáforas y
tropos logran llenar el vacío generado por el desconcierto ante sucesos traumáticos;
así entonces, lo inefable llega a tener carácter y visibilidad.
En La experiencia opaca (2009), Garramuño indaga en un conjunto de
obras las particularidades formales y temáticas del trauma social generado de las
dictaduras de Brasil y Argentina55. La autora se interesa en escudriñar los modos
estéticos que dan representación al dolor, la vergüenza y la desolación. En palabras
más precisas, el estudio examina cómo se narra el daño íntimo, cuáles son los giros
55 Entre los relatos que Garramuño (2009) indaga en su lúcido estudio, está el cuento “Alguma coisa
urgentemente” (1980) de João Gilberto Noll, que narra la soledad incomunicable de un hijo adolescente que asiste
a la lenta agonía de un padre mutilado y silencioso, que no permite que el hijo busque ayuda médica. El cuento
hace referencia a las dramáticas experiencias de la tortura y la persecución política. La perspectiva narrativa
ubicada en la voz del hijo y la organización de la trama en torno a situaciones que no terminan de describirse o
conocerse por completo, tiñen la narración de una opresiva atmósfera de fragmentariedad, desconocimiento y
extrañamiento. Un estilo literario que se distancia del deseo de explicar o aclarar la intriga (19-21).

117
escriturales para dar sentido al impacto emocional surgido del abuso de la fuerza
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

pública en la sociedad argentina y brasileña. También el desencanto y la desilusión


de las generaciones comprometidas con la revolución social latinoamericana de
las décadas de los sesenta y setenta, son trabajados por Garramuño. Su estudio
problematiza igualmente la correlación entre literatura y política, discute en torno
a los modos éticos y estéticos que los escritores adoptan para dilucidar de manera
renovada la confrontación o maridaje entre esos dos elementos. La experiencia
opaca es un referente valioso en el campo de la indagación de la representación
estética de lo emocional, por la manera como articula lo literario con lo afectivo. El
estudio revisa con cuidado la conceptualización de las categorías claves –posibles
conceptos impensados– que orientan la pesquisa, además de develar los juegos del
lenguaje que los novelistas proponen para significar lo traumático. Con Garramuño
se está frente a una investigación donde se redefinen y discuten las categorías de
análisis y se propone la significación de lo emocional, a partir no solo del contexto
de referencia de las obras, sino también de sus particularidades escriturales. Estos
elementos son los que precisamente reclama Walker (2013) para lograr un estudio
coherente en torno a la escenificación literaria de lo afectivo traumático.
A propósito del desencanto, la academia latinoamericana ha mostrado
marcado interés por significarlo como fenómeno emocional que define el estar
anímico de una época. Con la caída del comunismo, la imposibilidad de realización
de los proyectos socialistas, la compleja realidad del periodo de posguerra de
los países centroamericanos, la degeneración de la lucha armada revolucionaria
en proyectos capitalistas del terror, entre otras circunstancias, los imaginarios
colectivos, sujetos antes a la esperanza, se hunden ahora en el vacío del desencanto
y el fracaso. Un estado de desarraigo y desilusión parece definir el estar del sujeto
en la realidad contemporánea, circunstancia que degenera en descrédito total de lo
democrático, y que rechaza a su vez toda utopía de redención civil y social. El final
y el principio del milenio, como afirma Claudio Magris ([1999] 2004), coinciden
con el fin del mito de la Revolución y de los Grandes Proyectos. Por esta razón, no
prima ya en el imaginario colectivo contemporáneo la creencia en la llegada de una
realidad más justa y amable.
Como se viene defendiendo, en el campo literario el clima afectivo de
las sociedades contemporáneas toma forma en la naturaleza íntima de los
personajes ficcionales. El desencanto como estado psicosocial resulta así uno de
los elementos más decisivos de los protagonistas de gran parte de la narrativa
latinoamericana de los últimos treinta años. El héroe desencantado es alegoría
indiscutible de las grandes derrotas latinoamericanas de finales del siglo XX, en
lo personal, social, político, económico y existencial. El libro Instrucciones para la

118
derrota. Narrativas éticas y políticas de perdedores (2010) resulta notablemente

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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iluminador del fenómeno del desencanto como dolencia generacional. En un
conjunto de narraciones que dejan ver la tensión entre literatura y política, Ana
María Amar Sánchez examina el desencanto como constante estética literaria. Los
textos explorados construyen personajes, discursos y situaciones explícitas del
descalabro de los grandes proyectos revolucionarios. La autora estudia el héroe
derrotado como producto preciso del trauma de la historia de las naciones, no
solo las latinoamericanas. Con el análisis de los modos como la realidad política se
aborda en la narrativa, Amar Sánchez llama la atención sobre el amplio panorama
de personajes que los escritores han inventado, para simbolizar la respuesta
ética y emocional del sujeto contemporáneo ante los fantasmas del fracaso y la
destrucción del sueño revolucionario. La derrota y sus consecuencias es analizada
en la actitud política de los héroes –la resistencia al olvido, por ejemplo– pero,
sobre todo, en la secuela emocional colectiva: la melancolía, la desilusión y el
desencanto.
Por su parte, Beatriz Cortez (2010), en relación con la tensión entre el clima
emocional de una sociedad y las posibilidades estéticas literarias, afirma que “en la
ficción contemporánea, es la pasión la que mueve al individuo, más allá de la razón
o del respeto a valores morales de cualquier tipo” (31). A partir de la exploración
de varias novelas centroamericanas de reciente publicación, esta investigadora
propone una Estética del cinismo para definir la sensibilidad de posguerra de los
países centroamericanos. Un cinismo que se coliga con el desencanto. La estética
del cinismo, en palabras de Cortez (2010), encarna “un proyecto fallido […] una
trampa que constituye la subjetividad por medio de la destrucción del ser a quien
constituye como sujeto” (26). Es decir, que lo cínico en la ficción funciona como
imagen que ilustra la red emocional de una sociedad enredada en la mentira
política, que desenmascara la realidad de unos acuerdos de paz que, por falta de
voluntad política, no han sido la alternativa prometida para la solución final del
conflicto armado y sus múltiples consecuencias. El estudio de Cortez también se
ubica en las coordenadas anímicas de una sociedad y los modos como la literatura
las significa, para proyectar otra mirada sobre la realidad traumática de El Salvador
y Guatemala.
En resumen, a nivel latinoamericano son numerosas las pesquisas en torno
a la escenificación literaria de lo emocional doloroso56. Las investigaciones hacen
56 Otros trabajos importantes son: Alegorías de la derrota: La ficción postdictatorial y el trabajo de duelo,
de Idelber Avelar (2000); El silencio y sus bordes. Modos de lo extremo en la literatura y el cine, de David
Oubiña (2011); Iconografías, distopías y farsas. Ficción y política en América Latina, de Daniel Nemrava y Enrique
Rodríguez-Moura (2015).

119
énfasis en el reto que la significación de lo inefable presenta para la imaginación
1. ESTÉTICA DE LA VIOLENCIA: CONTINUUM DEL HACER LITERARIO EN COLOMBIA

estética. Asimismo, destacan el interés de la narrativa por proponer otros ángulos


de interpretación de la historia política de las naciones. Las obras, en este sentido,
son revisitadas como dispositivos que conservan la memoria y dan voz a los
silenciados, un aspecto que, según Emilia Deffis (2010), abre caminos para la
reparación y la redención. Las pesquisas, de una u otra manera, coinciden en explorar
los efectos psíquico-afectivos de sucesos históricos violentos, para construir
verdades más cercanas a la subjetividad de las sociedades latinoamericanas
contemporáneas. Cada investigación aporta elementos esclarecedores de los
modos como lo ficcional renueva el lenguaje y propone diferentes giros estéticos
y epistémicos, para significar la experiencia personal de la violencia política. En
fin, todo este recorrido intelectual ha ido dando forma al escenario académico
en el que pretende ubicarse este estudio. Las consideraciones propuestas por los
diferentes especialistas iluminan la ruta de exploración de las novelas colombianas
que abordamos en los capítulos siguientes.
La indagación del miedo, como emoción política, se relaciona estrechamente
con las diversas líneas de razonamiento de los textos mencionados en párrafos
anteriores. No obstante, pese a la afinidad con novelas que han representado
los efectos psicosociales de la violencia de diferentes sociedades, las propuestas
de escritura de los autores colombianos, en torno a lo emocional traumático,
presentan notables diferencias en su nivel ético, estético y postura política. Un
ejemplo que comentamos rápidamente sobre esta distinción, es el tipo de héroe que
la narrativa nacional configura: víctimas anónimas de las dinámicas de la guerra;
personajes poco comprometidos políticamente pero que, paradójicamente, se
erigen en el relato como figuras de fuerte sustrato político. Sus actos desprovistos
de toda intención política son los que vienen a desafiar el abuso de poder y a
impugnar la realidad del país. En definitiva, la estética de las emociones, enlazada
a las dinámicas contemporáneas de lo social o a nuevas formas de subjetivación,
traza otras rutas de acceso a lo real, lo imaginario y lo simbólico. Se reavivan, de
este modo, procesos de interpretación, espacios para la teorización y la propuesta
de nuevas categorías de análisis en torno a las violencias y su nefasto impacto en
la sociedad.

120
2
NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL
IMAGINARIO DE VIOLENCIA

S
on notables los procedimientos retóricos, los usos poéticos del lenguaje y
la habilidad creativa de los escritores elegidos, para poner en palabras la
conmoción íntima del sujeto que está siendo avasallado por la violencia
extrema. El horror, el miedo, el dolor, el duelo, y toda suerte de afectos “innombrables”,
que hunden a la persona en un abismo oscuro, la escritura los descifra y los hace
tangibles. El simbolismo de los estados afectivos de los personajes se encadena
siempre al contexto histórico que los determina, circunstancia que aleja la idea de
lo emocional como manifestación meramente fenoménica, abstracta o irracional,
emanada de una psiquis individual perturbada, para resignificarse como secuela
directa de los modos como el poder político se impone sobre la persona. A
continuación, se busca identificar los mecanismos literarios sobre los que las
novelas se estructuran, para dar consistencia y representación al clima de miedo
que envuelve a los personajes.

POÉTICA VISUAL DEL HORROR

En el ámbito de estudio sobre el impacto de la imagen visual en la sociedad, la


fotografía de guerra cumple una función política y articula diversos puntos de vista
acerca de las dinámicas criminales del poder. Judith Butler y Susan Sontag son dos
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

pensadoras reconocidas, que han disertado sobre el poder de la foto bélica en la


sociedad contemporánea y su alcance para estructurar imaginarios colectivos sobre
la guerra. Ambas autoras fijan la atención sobre las fotos de tortura, humillación y
violación que los soldados estadunidenses infligieron a los reclusos de Abu Ghraib
y Guantánamo, para proyectarlas como símbolo absoluto del horror. Las autoras
indagan las formas de poder social y estatal que estas imágenes incorporan y el
efecto de horror político y repudio social que generan.
Sontag ([1973] 2006), en un primer estudio sobre la naturaleza de la
fotografía, considera que esta debe ir siempre respaldada por un discurso que
la ubique en su contexto, no hay modo de conmover ética y políticamente al
espectador si la dimensión visual de la guerra se abstiene de la palabra escrita (42-
45). Este estudio se ancla a la preocupación por el impacto fugaz de la imagen en
el mundo contemporáneo. La ensayista añade que la limitante más fuerte de una
foto es su momentaneidad, su fugacidad de sentido por carecer de continuidad
narrativa. La foto, al no tener la estructura de un texto, un mecanismo propio que
le dé profundidad explicativa a su contenido, puede llevar a una falta del “pathos
ético”, y con ello una repuesta moral ligera frente a lo que se mira, una impresión
efímera. El límite del conocimiento fotográfico del mundo, afirma Sontang, reside
en que, si bien puede acicatear la conciencia, en definitiva nunca puede ser un
conocimiento ético o político. El conocimiento obtenido mediante fotografías fijas
siempre consistirá en una suerte de sentimentalismo (43).
Si el hecho de violencia, en cambio, está representado de forma escrita:
novela, noticia, crónica, ensayo, etc. compromete en mayor medida la capacidad
de respuesta ética del receptor, o por lo menos es más profunda y por ende capaz
de suscitar un razonamiento sólido. “Solo aquello que narra puede permitirnos
comprender” (Sontag, [1973] 2006: 43). El registro narrativo compromete, desde
la perspectiva de Sontag, un entendimiento claro de los hechos y garantiza una
respuesta ética justa de la situación representada. La fotografía, por el contrario,
no logra arribar a ese punto de comprensión, pues “la cámara opaca la realidad”
(42). La impresión que causa la foto en el espectador es de momentánea sugestión
afectiva; lo circunstancial y lo transitorio son parte de esa sugestión, por esta
razón la realidad fotografiada no trasciende a otro nivel de significación.
Judith Butler ([2009] 2010) debate la reflexión de Sontag sobre la imagen
bélica. Para Butler, desde el momento mismo en que el lente enfoca una realidad
caótica lleva implícito la intención interpretativa, resguarda una decisión sobre qué

122
se desea mostrar y qué no. En esta vía, el espectador que presencia una imagen de

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
guerra tiende a asimilarla en su intención comunicativa y a adoptar una posición
ética.

No tenemos necesidad de que se nos ofrezca un pie de foto o una


narrativa cualquiera para entender que un trasfondo político está siendo
explícitamente formulado y renovado mediante y por el marco, que el
marco no solo funciona como frontera de la imagen sino también como
estructurador de la imagen. Si la imagen estructura a su vez la manera como
registramos la realidad, entonces está estrechamente relacionada con el
escenario interpretativo en el que operamos (106).

Teniendo en cuenta aquello a lo que apela Butler, consideramos que


cuando Sontag plantea la negación de la fotografía como “lugar en sí misma” de
conocimiento, la dimensiona desde la categoría de índex, esto es, que se hace
necesario conocer la situación enunciativa del acto fotográfico para acertar en
la interpretación cabal del mensaje y el simbolismo del retrato57. Una foto que
muestre las atrocidades de la guerra interpela directamente al espectador, le hace
pensar qué hay más allá de lo que el marco deja ver; mirar una imagen de guerra
sugiere la pregunta por el origen de la realidad enmarcada, cuestionar su sentido.
En Ante la tortura de los demás ([2004] 2004), publicado casi tres décadas después
de Sobre la fotografía (1977), Sontag hace un sugestivo análisis de las fotos de
Abu Ghraib. La autora razona sobre la intención política de la imagen y su efecto
perturbador en la sociedad, no retoma ya su idea sobre la ligereza de sentido a la
que una foto podría conducir, más bien debate este enfoque y reconoce que todo
retrato es susceptible de motivar a largo plazo pensamiento y emoción58. Esta vez,
57 Retomando la tricotomía peirciana icono/índex/símbolo, Dubois ([1983] 1986) afirma que como índex, la
imagen fotográfica no tendría otra semántica que su propia pragmática. La naturaleza del índex proyecta la
imagen fotográfica como impensable fuera del acto mismo que la hace ser, ya sea que este acto pase por el
receptor, el productor o el referente de la imagen. El principio básico de la conexión física entre la imagen foto
y el referente que ella denota, es lo que la convierte en huella (vestigio de algo). El acto fotográfico, por tanto,
constituye una imagen indicial, en el sentido que remite exclusivamente a un solo referente, el mismo que la
ha causado y del cual es resultado físico y químico. Al mismo tiempo, por el hecho de una foto estar ligada
dinámicamente a un objeto único, y solo a él, esta foto adquiere un poder de designación exclusivo. Así las cosas,
la foto llega a funcionar también como testimonio, ella atestigua la existencia de una realidad. La dimensión
pragmática se deriva entonces del proceso de producción de la imagen. Bajo esta lógica, la fotografía no tiene
significación en sí misma: su sentido es exterior a ella, está determinada por la relación afectiva con su objeto y
con la situación de enunciación. La semántica de la foto, en definitiva, depende de su pragmática.
58 Con respecto a las fotos de la cárcel en Irak, Sontag enfatiza en que la cuestión central de las fotografías, no
solo es la revelación de lo ocurrido a los “sospechosos” arrestados por Estados Unidos, sino, y, sobre todo, en
que el horror mostrado en las fotografías no puede aislarse del horror del acto de fotografiar, de enfocar a los
perpetradores posando victoriosos junto a sus cautivos torturados.

123
Sontag ubica la foto justamente en su contexto, va al índex, a aquello que indica
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

las circunstancias de la realidad representada en la imagen y su posible impacto.


Bajo este ángulo, las dos pensadoras no se opondrían entonces en sus argumentos
sobre las causas y efectos de una imagen. Desde la idea de la necesidad del índex
para interpretar la foto, tanto Butler como Sontag coinciden en la reflexión sobre
la respuesta emocional y política que esta suscita. “La cuestión para la fotografía
bélica no es solo, así, lo que muestra, sino también cómo muestra lo que muestra.
El “cómo” no solo organiza la imagen sino que, además, trabaja para organizar
nuestra percepción y nuestro pensamiento” (Butler, [2009] 2010: 106).
La capacidad de la imagen bélica para producir pensamiento y generar
realidad se demuestra justamente en la narrativa colombiana. Los derrotados
(2012), de Pablo Montoya, se apoya en una serie de fotografías de guerra reales59,
para dar forma al “Capítulo diecisiete”. La escritura se ancla a una serie de fotos
que registran situaciones concretas de la violencia política, en un momento y lugar
determinado del territorio colombiano. Son imágenes que enfocan con especial
atención los estragos de la guerra: rostros de víctimas, gestos de dolor y llanto,
miradas de desamparo, pueblos destrozados. La técnica narrativa consiste en hacer
una descripción poética de la imagen y, a su vez, imaginar una realidad ficcional
que signifique lo fotografiado con la fuerza de lo real. Las fotos pasan a la novela
a través de la “palabra-imagen”. Se equipara la foto como foto pero también como
narración a través de la descripción metafórica. Durante la lectura las escenas son
imaginadas con precisión plástica. La narración visual compromete, asimismo, un
conocimiento explícito sobre el sentido ético y político de lo manifestado en la
imagen, veamos:

Granada, Antioquia, diciembre de 2000


Escombros. Eso es Granada. Piedras sobre otras piedras. Casas de las
que no han quedado sino fragmentos de puertas y ventanas, astillas de
vidrio, huellas carbonizadas de alambres eléctricos, pocillos, platos. Pero
en un extremo, hacia la izquierda, hay una gran pancarta que, de entrada,
se confunde con las ruinas […] la pancarta muestra una mano que parece
exigir por un momento la interrupción de la guerra. Debajo de ella, en letras
mayúsculas dice: “Territorio de paz”. Se trata, en apariencia, de unas de esas
paradojas de la guerra. Uno de los matices de la ironía que construyen los
59 Las fotos elegidas para este capítulo son autoría de Jesús Abad Colorado, reconocido fotógrafo documental
colombiano, que ha registrado las diversas caras del conflicto armado en Colombia. Su archivo, logrado durante
más de veinte años, muestra los estragos más terribles de la guerra: las masacres, el desplazamiento forzado, el
sufrimiento de las comunidades afectadas y sus actos de resistencia. Sus fotos aspiran a recuperar la memoria
dolorosa del país y generar conciencia sobre lo que nos ha pasado como sociedad.

124
hombres para sobrevivir en medio de la locura. Pues a Granada, por ser un

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
sitio estratégico del Oriente antioqueño, otro corredor por donde pasa la
droga, desde hace años se la disputan, como jaurías rabiosas, la guerrilla
y los paramilitares. Al cabo de los segundos, el observador discierne a la
muchedumbre que hay detrás de la pancarta. La primera impresión es que
ella se confunde con las piedras. Que va a ser devorada irremediablemente
por esa boca residual que es ahora Granada. Pero no es así. La gente está
detenida en filas que manifiestan el orden y no el caos. Ella es la que define
los escombros de otro modo. La que intenta otorgar un perfil a lo que es la
destrucción (Montoya, 2012: 227-228).

Las trece “foto-relato” 60 que dan forma al capítulo son presentaciones


poéticas del choque de los grupos armados contra la población civil. Señalan
el cinismo de los victimarios y visibilizan la dignidad de la víctima, su dolor y su
llanto. Son imágenes del silencio y la desolación, que testimonian la cotidianidad
de la violencia en Colombia: poblaciones desplazadas, masacres colectivas,
asesinatos sistemáticos, desaparecidos. Cada foto “muestra lo que está pasando
y hace imaginar confusamente lo que pasó” (Montoya, 2012: 220). La narración
de Montoya retoma estas miradas de la guerra y las ubica en tiempos y espacios
precisos, entra en la verdad de los hechos y da forma a una realidad simbólica del
sufrimiento y desamparo de quien sufre. El tratamiento literario de la imagen de
guerra en la novela es una apuesta estética diferente y novedosa, que fusiona los
principios de dos campos estéticos diferentes –la fotografía y la literatura–, para
lograr expresar lo “inmirable” y lo “innombrable” de lo absoluto de la violencia.
En la novela el papel del narrador, un alter ego de Pablo Montoya,
destaca brillantemente en su manera de contar lo sucedido, su voz genera un
efecto sensitivo y abre un espacio a la imaginación de la atrocidad del crimen.
Los relatos, a pesar de la pavorosa realidad que significan, están cargados de
belleza poética, realizan asimismo una crítica profunda a las dinámicas perversas
de la guerra. La perspectiva narrativa es compasiva con los sufrientes, llama la
atención no solo sobre su orfandad, sino que también valora la entereza con que
se afronta el mundo después del despojo. Para el narrador las figuras activas del
conflicto: Estado, Ejército nacional, paramilitares, guerrilleros, etc., son objeto de
cuestionamiento y encono. La negligencia y el barbarismo de los actos bélicos son
duramente cuestionados en Los derrotados.
60 Parte de los relatos referidos por Montoya están documentados por el Centro nacional de memoria histórica.
Se puede encontrar en la página web del sitio todos los informes que han elaborado los investigadores sobre los
diferentes atentados terroristas de los grupos armados a las poblaciones colombianas.

125
La discusión en torno al poder de la imagen de guerra toma consistencia en
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

la presencia y la voz de Andrés Ramírez, personaje fotógrafo a quien se le atribuyen


las diversas imágenes en la realidad ficcional. Las reflexiones literarias nos hacen
inferir que al narrador le preocupa el proceso de recepción y circulación que sufre
una imagen escabrosa. Ciertamente, como advierte Sontag ([1973] 2006), una foto
de lo atroz es equiparable en su transcurso de recepción a una imagen pornográfica,
esto es, que el sentido-mensaje que afecta profundamente la psiquis del vidente
se va degradando con la recepción repetida de la misma tipología de imágenes. El
efecto de desconcierto o turbación cuando se han mirado unas cuantas imágenes
de lo atroz termina en una indiferencia emocional y cognitiva. La fotografía violenta
que satura el espacio contemporáneo decae en una percepción banal, muchas
veces inevitable y hasta remota. Ante esta situación, Montoya lleva a su personaje
a razonar sobre qué tipo de fotos podrían hacer parte de la mirada pública, en qué
lugar y momento, y cuáles deberían quedarse como archivo personal o restringido
a unos pocos espectadores. Por este motivo, las fotos de Ramírez que circulan
en la prensa son cuidadosamente seleccionadas, si bien muestran la violencia lo
hacen desde una estética de la sugerencia, que insinúan lo intangible de la guerra
o lo que sucede más allá del marco, veamos:

Juradó, Chocó, diciembre de 1999


[…] la imagen que nombra por antonomasia al país [s]e trata de un espejo
roto en pedazos. Es una bagatela sin mayor valor económico. Uno de
esos espejuelos que se venden a mil pesos en los mercados de abalorios
de aldeas habitadas por indígenas y negros pobres. Ramírez ha caminado
una vez más por uno de esos sectores devastados y ha mirado a sus pies.
Porque el espejo está tirado en el suelo. Varias balas, que parecen cuscas
de cigarrillo aceradas, lo rodean. La tierra de Juradó, como el espejo, está
agrietada. En los pedazos del espejo, como en la tierra, no hay ningún reflejo
(Montoya, 2012: 226).

El enfoque del conflicto presentado en este pasaje busca un acercamiento


objetivo a los hechos, el lector-vidente se ve obligado a ir más allá de lo que la
foto muestra. Dejar por fuera del marco la presencia explícita de los efectos más
sangrientos y mostrar la guerra a partir de una “foto metafórica” se convierte en
una declaración estética, que parece advertir que hay realidades que es mejor
no exponerlas públicamente en la explicitud misma del lenguaje fotográfico.
Esta especie de visualidad de “lo inmirable”, de lo que no puede mostrarse por

126
prevención al impacto paralizador que causa en el espectador resulta, quizás, más

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
efectiva para visibilizar los estragos de la guerra. Las fotos de Ramírez focalizan el
horror sin mostrarlo, lo sugieren, no lo esconden. Parafraseando a Sontag ([1973]
2006), las fotos públicas de Ramírez serían retratos de la ausencia, es decir, de
la muerte sin los muertos. La brutalidad de los hechos reclama entonces una
estructura narrativa que se sale del orden normal del discurso, del marco explícito
de la realidad. Nombrar lo abyecto a través de una foto metafórica de la violencia
provoca una experiencia sensorial y cognitiva que ubica a quien lee y mira en el
meollo mismo de lo retratado.
Podría tildarse de insincero o trucado el acto de presentar la violencia
extrema a partir de fotos de cierta sugerencia estética, pues sabemos que la foto
“tratada”, es decir, aquella en la que se ha jugado con el encuadre, el enfoque o
la composición, pierde fuerza en su autenticidad y tiende a desvirtuar el suceso
registrado. Sin embargo, cuando vemos las fotos de Ramírez a través de la palabra
que les da espesor, reconocemos que, paradójicamente, están dotadas de una
especial legitimidad a razón de su rasgo estético. La intensidad con que percibimos
la realidad enmarcada obedece, justamente, a la manera como los elementos
artísticos y poéticos recrean la imagen. Las fotos de Los derrotados, sin dejar de
sugerir los horrores de la guerra, aprovechan los artificios visuales para apuntar
directo al blanco afectivo del sujeto y motivar una respuesta ante lo que el relato
devela. La figuración de la fotografía como imagen poética vigoriza el sentido
profundo del contexto enmarcado, significa no solo los actos evidentes sino, y con
mayor fuerza, el gesto anímico, la reacción afectiva de quienes son asolados por
la violencia salvaje. Lo emocional traumático como metáfora visual logra revelarse
y cobrar realidad:

Segovia, Antioquia, octubre de 1998


La multitud marcha en silencio. Los ataúdes que se cargan son diecinueve.
Aunque contarlos es inútil […] Lo que prevalece son los rostros de los
vivos. Son tan discernibles, tan comunes y corrientes, tan perfectamente
campesinos, que el observador de la fotografía se reconoce de inmediato
en ellos. Muchos tienen gorras, camisas de mangas cortas, camisetas de
manga sisa. Todos sudan el calor tórrido de Machuca. Pero ninguno llora.
Casi todos miran hacia abajo. Hay tres mujeres que se han encontrado con
la cámara. Son esas tres miradas las que expresan la pequeña dignidad en
medio de la desmesura del horror (Montoya, 2012: 222).

127
En la selección y producción literaria de las fotografías de Abad Colorado,
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

el escritor intenta recuperar una nación en una de sus facetas más despiadadas.
De la escena anterior la escritura aprovecha la estética visual de la desolación
compartida. La distribución de los planos, la distancia focal, la insinuación del
desamparo, el equilibrio compositivo entre los objetos que rodean el acto central, se
transforman en lenguaje que insinúa el estado humano ante la pérdida. El escritor
recurre a los usos poéticos de la palabra para acercarse con justeza a aquello que
el archivo visual, a pesar de su vitalidad, no logra comunicar. La invención poética
de la foto nos acerca a la dimensión impalpable de la realidad referenciada. La
escritura dirige la atención hacia la verdad de la violencia, que es el sufrimiento y la
soledad de la víctima. La fijación narrativa en detalles como el rostro consternado
de las mujeres expone la realidad oculta, simboliza ese algo que nos molesta y
conmueve de aquello que miramos.
Pablo Montoya aprovecha el carácter autónomo de la imagen bélica. No es
el dato cronológico que imprime la cámara, tampoco las intenciones del fotógrafo
lo que aseguran la continuidad testimonial de la fotografía, es ella misma, su fuerza
para provocar la pregunta y llamar la atención sobre la realidad que muestra. Dice
Butler ([2009] 2010), que toda foto de guerra sigue su propio camino y actualiza su
sentido en cada nueva mirada (124). De esta manera, la fotografía en la narrativa
gira en artilugio que suscita indignación y construye visiones para incorporar y
nombrar esa indignación. Pese a la duda de Ramírez de publicar sus imágenes,
finalmente, lo hace; en sus reflexiones reconoce que ellas pueden llegar a ser
lenguaje asimilable, capaz de remover la cómoda posición y el estado de amnesia
de los ciudadanos (Montoya, 2012: 111). Cuando observamos las fotos de guerra
en Los derrotados se actualiza lo retratado, se remonta la historia a través de la
complejidad y plasticidad temporal que la imagen incorpora. La narración, en este
orden, se posiciona como archivo de lo sucedido y recupera el horror, el miedo,
la tristeza, la desesperanza, en cuanto historia y estado emocional del pasado y
presente de la nación.

EL DETALLE VISUAL Y LA ESCRITURA

El denominador común de la narrativa de Pablo Montoya es la representación del


acontecer íntimo de lo más indefensos. Muchas de sus obras reflexionan sobre las
dinámicas terminantes de lo gubernamental y de los acontecimientos políticos.
Lo afectivo, la vida anímica, en este sentido, adquiere carácter político porque

128
aparece siempre bajo el ángulo de la historia y el poder. En Lejos de Roma (2008),

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
el poeta Ovidio, personaje narrador, reflexiona en torno a las jornadas expansivas
de Roma: “Donde intenta imponerse un imperio las regiones se transforman en un
enorme estremecimiento de huidas […] Nuestra paz no es más que espanto y fuga”
(Montoya, 2008: 74). Los derrotados representa la tensión entre política, arte y
frustración, “la manera como en medio de la belleza que ven y sienten sus personajes
brota el mal que se empeñan en sembrar los seres humanos” (Manrique, 2018: 1).
Esta misma constante estética toma forma en Tríptico de la infamia, la desolación
y el tormento causado por la inquisición, la tortura y la hoguera son los elementos
activos de lo narrado. La escritura recurre a sucesos simbólicos del pasado para
reconstruir la historia de la humanidad a partir de la visión de los vencidos, del
dolor y el silencio de las víctimas. La impronta trágica de las novelas, como advierte
Marinone (2016), se sostiene sobre un ethos del miedo, que densifica el discurso y
desborda en interrogantes acerca del contexto referenciado.
Una de las técnicas de escritura de Montoya es enfocar el ojo de quien
cuenta en detalles particulares de la imagen. En novelas como Los derrotados
–abordada en el apartado anterior– y Tríptico de la infamia (2014)61, en las
que el recurso de la imagen es notable62, la voz narrativa describe con especial
atención algunos pasajes y elementos precisos que aparecen en las fotos, cuadros
y grabados que la narración incorpora. La mirada del personaje que narra se
detiene, por ejemplo, en la precisión del trazo de una cabeza desmembrada,
en el gesto taciturno de un rostro o en el color que da contraste a una escena
específica. La escritura se despliega a partir del contacto directo con lo que se mira
minuciosamente. El detalle visualizado, en este sentido, motiva no solo la escritura
sino que se convierte en punto de acceso a la imagen en sí misma y a la realidad que
representa. Esta intención estética de preferencia absorbente por determinadas
partes de la imagen cobran especial sentido para la obra, pero, sobre todo,
simbolizan el momento de imaginación creativa que la imagen desencadena en el
escritor y en el narrador. El detalle es resultado de un alumbramiento íntimo, dice
Arasse ([1992] 2008), genera una realidad casi individual para quien la observa.
La imagen, en este orden, trasciende su propio estado, atraviesa la sensibilidad
de quien la mira hasta llegar a realizarse como acto nuevo, motiva un mundo aún
increado, tal como lo comprobamos en la escritura de Montoya.

61 Novela ganadora del Rómulo Gallegos 2015.


62 Gran parte de la propuesta de escritura de Pablo Montoya aborda la imagen visual como recurso que guía los
sucesos ficcionales: La sed del ojo (2004, 2019), varios relatos de Cuaderno de París (2006), Trazos (2007), Solo
una luz de agua: Francisco de Asís y Giotto (2009) y Terceto (2016).

129
El conjunto de detalles que toman forma en la novelística del escritor
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

colombiano son aquellos que sugieren el ultraje violento de la confrontación social


y política. La perspectiva narrativa centra su atención en las escenas de terror
más crudo, ubica en sus coordenadas los detalles que “congelan” la realidad atroz,
veamos:

En la parte de atrás de la imagen hay una multitud de indios que van


entrando, en fila y vigilados por los guardias y sus largas alabardas, a un
recinto en llamas. Diríase un horno crematorio en ciernes. Una cámara de
muerte pública y renacentista […] Y aquí está la mujer, en medio del tumulto
asustado, que carga un niño y cae en el hoyo de las estacas. Ambas piernas
y uno de los brazos, el que tiene libre, tratan de aferrarse al aire. Pero este es
esquivo y la ignora y, en cambio, abre sus fauces invisibles para que madre e
hijo sigan cayendo a través de ellas (Montoya, 2014: 287, 290).

Estas escenas aparecen en Tríptico de la infamia, son detalles de algunos


de los grabados de Théodore de Bry, que ilustran la Brevísima relación de la
destrucción de las Indias, de Bartolomé de las Casas. La narración del detalle deja
al descubierto el impacto del poder político sobre una cultura. La aniquilación
sangrienta a manos de una regencia criminal. El horror de los indígenas por la
proximidad de una muerte atroz tiene su origen en la fuerza aplastante de los
conquistadores, que buscaban imponer su dominio en territorio americano. La
visibilidad de lo infame toma consistencia en el relato a partir de fragmentos
visuales, de figuras o escenas recortadas del espacio fotográfico o pictórico. El
elemento visual, de este modo, se fusiona con la narración para ubicar los sucesos
del pasado y dar forma a una memoria que pone en el centro de la historia el
sufrimiento del sujeto.
La escritura de Montoya propone un juego narrativo en el que la imagen
cumple un papel esencial. Son novelas del “ver-mirar”, en palabras de Marinone
(2018), en las que la imaginación de quien observa abre un amplio espectro de
reflexiones. Los personajes y sucesos toman densidad solo, y exclusivamente, en
la relación íntima que establecen con lo que miran, con el detalle de la imagen:

Su corazón inmediatamente dio un vuelco y se aceleró con premura. En la


boca se le instaló una sequedad advenediza. Un nudo compacto se le hizo
en la garganta. Los ojos no demoraron en congestionársele. La violencia,
diseminada con calculada simetría en sus numerosas escenas, se le hundió

130
en la mirada con una fuerza parecida a la del puño que golpea un rostro

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
desprevenido. De Bry cerró los ojos y puso las manos como escudo (Montoya,
2014: 274).

La reacción del personaje ante el cuadro La masacre de San Bartolomé es


contundente. Glosando a Didi-Huberman (2007), la imagen pareciera estrechar a
De Bry, abrirse y cerrarse sobre él suscitándole una conmoción existencial, una
“experiencia interior”. El mundo narrativo que se funda en las novelas de Montoya
adquiere forma justamente en tal experiencia. El detalle visual, y la imagen en
general, no son fuente de reproducción son la producción misma, el descubrimiento
por sensación propia de lo más recóndito de la naturaleza humana. La realidad
narrada se crea en el momento que el ojo percibe el detalle visual; este aspecto,
de hecho, el escritor lo reconoce cuando afirma que el diálogo que se entabla en
sus libros sobre la pintura “tiene que ver con la imagen misma, con su proceso
de formación, con el artista que la hizo y con [su] propia mirada que no es más
que un deseo de captar la visibilidad sabiendo que más allá está la invisibilidad”
(Marinone, Foffani y Sancholuz, 2017: 3). Es esta mirada del escritor sobre la obra
pictórica o la fotografía la que provoca una revelación. El universo visual que
permanecía a la sombra sale a la luz cuando es iluminado por la palabra literaria.
En otros momentos, la escritura de Montoya proyecta el detalle visual
como metáfora poética que aliviana la opresión de la realidad escenificada.
En Los derrotados, a partir de una foto de los efectos de la guerra, se cuenta la
historia de Anacleto, un campesino colombiano que pierde a su esposa durante
un enfrentamiento armado entre guerrilleros y ejército nacional; en el momento
del entierro, a este hombre lo avasalla el dolor y la desolación, “cuando se arrodilla
frente a la caja construida con tablas de abarco, se tapa la cara y llora” (Montoya,
2012: 231). Ante esta escena de llanto y dolor el narrador advierte un detalle de la
imagen y lo recrea poéticamente: “En la fotografía la escena está enmarcada por
la maleza que rodea la trocha. Hacia el lado izquierdo, detrás de Anacleto, hay
una flor blanca. Es un lirio que algún dios de la selva, repentinamente conmovido,
ofrece al deudo” (Montoya, 2012: 231). Aquí, el tratamiento literario del detalle, “un
lirio blanco”, pareciera separarse del conjunto para recoger en ella el sentimiento
de abandono que se escenifica. La pureza de la flor dulcifica el sentimiento de
impotencia que nos avasalla cuando miramos la realidad concreta de la imagen.

131
ENFOQUE FOTOGRÁFICO DE UN PASADO SINIESTRO
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

En las novelas que trabajamos los principios compositivos de la imagen visual se


articulan con la escritura para conformar un registro iconopoético, en el que los
sucesos individuales toman carácter colectivo y se recomponen como imágenes
simbólicas del pasado nacional, de una memoria que pertenece a todos. La
recreación literaria de fotografías genuinas sobre los destrozos personales de la
guerra se establece a modo de pasaje entre la realidad real y la verdad ficcional,
para exteriorizar el rastro afectivo de la violencia. Tanto el impacto íntimo que
produce una foto de guerra como el gesto inenarrable que esta enmarca, motiva
una narrativa en la que la fuerza de la metáfora revela la conmoción emocional, el
estado de horror puro de quien sucumbe de la manera más atroz. El recurso visual
atiza la fuerza expresiva de la palabra para desentrañar el miedo y convertirlo en
voz, en locución articulada.
Se acepta que desde finales del siglo XIX la fotografía mudó en tema
importante para la literatura y motivó nuevas formas ficcionales. Ciertamente,
Las circunstancias que rodean el acto fotográfico fueron decisivas en las maneras
novedosas como el sujeto moderno percibió e interpretó la realidad. La fotografía
en alguna medida alteró las fronteras entre lo real y lo imaginario, en el sentido
que la cámara veía cosas que pasaban inadvertidas para el ojo humano, una
situación que puso en juego la relación entre realidad, sujeto y arte, y suscitó
otras indagaciones en torno a la representación estética de acontecimientos.
La fragmentación del discurso literario, el monólogo, la narración subjetiva y en
presente, la simultaneidad de espacios y tiempos narrativos, la vida cotidiana
y anónima como argumento, entre otros, son parte de los recursos estéticos
asociados con la perspectiva fotográfica (Ansón, 2010: 153-162). La montaña
mágica (1924), de Thomas Mann, por ejemplo, hace una representación de fotos
sobre la anatomía humana, para articular un discurso en torno al origen de la vida,
la materia inerte y los misterios de la muerte. En busca del tiempo perdido (1913-
1927), de Marcel Proust, recrea también el impacto de la fotografía en la narrativa,
son numerosos los pasajes en los que el narrador se solaza y construye verdaderas
perspectivas visuales desde la descripción de fotografías. Margarite Duras, por su
parte, dio forma a su bella novela El amante (1984) a partir de la estructura del
álbum de familia, las imágenes recreadas son a su vez palabra poética.
Los mundos y elementos ficcionales motivados por el hecho fotográfico
son múltiples: la correlación de literatura y fotografía erige personajes fotógrafos
que proyectan una mirada visual de los sucesos narrados, consolida de manera
renovada tiempos y espacios que rompen con la idea clásica de las anacronías y,

132
especialmente, reconfigura el pasado histórico a partir de la imaginación de fotos

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
que representan escenas de violencia política. Un caso particular de este último
recurso es el cuento de Cortázar Apocalipsis en Solentiname (1976), que denuncia
e impugna la violencia de Estado en Latinoamérica a partir de la fusión en la
escritura de los principios de la pintura con los de la fotografía63. Las fotografías
que el personaje fotógrafo toma de pequeños cuadros pintorescos creados por una
comunidad campesina, son reveladas y miradas después, por el mismo fotógrafo,
como fotos de los crímenes de Estado. En lugar de los paisajes coloridos que los
cuadros representaban, aparecen ahora ante el ojo de quien narra, imágenes
atroces de tortura y masacre. El acto fotográfico simboliza acá, la capacidad de
revelar una realidad que no quiere ser vista.
La literatura latinoamericana se fue apropiando sistemáticamente de
imágenes y convenciones de la cultura de masas, en la que la fotografía es uno
de los lenguajes más expresivos (Amar Sánchez, 2000). Sin embargo, a pesar del
crecimiento de las propuestas de escritura que retoman los principios de la imagen
visual, la crítica literaria que fija la atención en este hacer estético es relativamente
poca. En Colombia, por ejemplo, son mínimos los trabajos que indagan las
relaciones y efectos entre la fotografía, la pintura y la narrativa. Predomina, más
bien, el estudio de la influencia de la estética del cine. La representación del miedo
y el horror adquiere en la fotografía su medio más contundente para evidenciar
el mal gobierno, la injusticia y la criminalidad. La naturaleza de estas imágenes
alimenta la imaginación literaria de los escritores contemporáneos. En los párrafos
siguientes tratamos de entender cómo la fotografía se incorpora a lo narrado
a modo de espectro simbólico del pasado, que interpela el presente y devela el
trauma afectivo de la guerra. Las propuestas de escritura plantean una discusión
sobre la ética de la fotografía que registra la violencia atroz. La representación
literaria de la imagen bélica, proponemos, configura “un acto de ver desobediente”
(Butler, ([2009] 2010), que acusa la regulación visual y cognitiva que el Estado,
y demás tipos de poder, imponen sobre las violencias contemporáneas y sus
terribles secuelas.
El ruido de las cosas al caer (2011), de Juan Gabriel Vásquez y Los
derrotados (2012), de Pablo Montoya, coinciden en la formulación literaria de
63 Julio Cortázar es uno de los escritores más citados en los estudios sobre la relación de la literatura con la
fotografía. El cuento Las babas del diablo (1959) da forma a una poética novedosa resultado de la fusión de
visualidad y escritura. Este cuento apunta a recrear elementos de la fotografía: el estatismo de la imagen, lo que
puede intuirse más allá del marco, la verdad subjetiva de lo escenificado, etc., para dar consistencia a una historia
en la que, según De los Ríos (2008), se valoriza mayormente la palabra: por su capacidad de significar de manera
más cercana el sentido profundo de la existencia. El personaje de Las babas del Diablo logra exteriorizar las
emociones que le aquejan exclusivamente a través de la escritura.

133
sucesos concretos que han determinado las dinámicas sociales y políticas en la
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

Colombia de las últimas décadas. Aunque el tema que las identifica es, una vez
más, la violencia, la incorporación de la imagen fotográfica, como recurso narrativo
y agente protagónico de los hechos, traza una nueva coordenada de sentido. La
escritura poética de fotos de personajes sufrientes, sitios históricos destrozados
y despojos bélicos se intercala con absoluta naturalidad en la diégesis, para
aproximar un poco más la visión del lector a los efectos e insensatez de la guerra.
La novela de Vásquez es la exploración de los estragos íntimos causados
por el narcotráfico en la sociedad colombiana. El miedo es el elemento en torno al
cual la narración rastrea el efecto anímico del narcoterrorismo en la esfera pública.
La escritura da forma a la sensibilidad de la generación nacida en la década de
los setenta, y que vivió su juventud temprana durante los conmocionados años
ochenta, periodo al que pertenece tanto el escritor como su narrador protagonista64.
En el registro de un pasado que comprometió la vida social del país, el héroe de
Vásquez rehace uno de los momentos más dolorosos de su juventud temprana,
cuenta su lucha por salir del estado de horror y desamparo a causa de un atentado
homicida que lo deja gravemente herido. A raíz de este suceso, la novela enfatiza en
la emocionalidad traumática de la sociedad colombiana durante la década de los
ochenta, años dominados por el miedo a razón del narcoterrorismo. Este periodo
se erige en la narrativa como espacio de confrontación entre la mirada externa de
la violencia –los victimarios, las bombas, las estadísticas– y la percepción anímica
–el dolor y la turbación–.
Vásquez enfoca una época en la que los más jóvenes se hicieron
“temerosamente adulto[s] mientras a [su] alrededor la ciudad se hundía en el
miedo y el ruido de los tiros y las bombas” (Vásquez, 2012: 254). La inscripción
literaria del miedo –afecto que hermana a la generación del setenta– se desborda
de sus fronteras íntimas, de la sensibilidad individual, para transformarse en
fenómeno emocional colectivo. La “radiografía del miedo” que esta obra ofrece,
dimensiona las causas materiales del negocio de la droga así como los desajustes
emocionales que habrían de perdurar entre quienes alguna vez fueron víctimas o
vieron vulnerada su ciudad (Gaitán, 2012: 178). El miedo de Yammara, personaje
central, solo puede comprenderse en relación con las circunstancias sociales y
políticas que cercaron el devenir de una generación. Articular lo afectivo como
derivado de la violencia, de narrar emocionalmente lo inefable, recalibra el valor
64 La mayor parte de los estudios, reseñas y reflexiones publicados hasta el momento sobre El ruido de las
cosas al caer reflexionan sobre la conciencia histórica de su autor, porque configura con sentido crítico episodios
emblemáticos de la historia reciente del país (Arenas, 2011; Fernández, 2013; Ponsford 2015). Se estudia también
el trauma íntimo como efecto psicosocial de la violencia del narcotráfico, que marcó funestamente el devenir de la
generación colombiana nacida durante los años setenta (Marín, 2011; Castañeda, 2012; Gaitán, 2012).

134
literario de las propuestas de escritura que tematizan la violencia del narcotráfico

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
más allá de la pura descripción de escenas macabras. No es la escenificación de
la expresión visible de la violencia –sicarios, narcotraficantes, torturas, bombas–
es lo íntimo trastornado lo que toma protagonismo en el relato para significar la
emocionalidad de una época.
El ruido de las cosas al caer remarca tanto en el impacto momentáneo
del miedo, es decir, en la conmoción que se produce en el instante inmediato de
la amenaza –el terror–, como en las secuelas psíquicas que perduran a lo largo de
la vida. Han transcurrido cerca de quince años cuando su personaje se decide a
contar el pasado que lo marcó de manera tan aciaga. Pese a que muchas de las
impresiones de esos años terribles parecían haberse ido al olvido, la narración,
desde el presente ficcional, arroja nueva luz sobre lo ocurrido y descubre que el
miedo sigue permeando la realidad actual de los héroes. La intención nemotécnica
del relato no hace otra cosa que evidenciar cómo el miedo no se circunscribe
únicamente al momento del atentado, sino que extiende sus tentáculos hacia
espacios y tiempos insospechados. El miedo, se sabe, sigue latente en la rutina
cotidiana de sociedades que ahora viven en relativa calma después de atravesar
años de guerra. Es una emoción que socava silenciosamente la intimidad del
habitante de las grandes urbes (Rotker, 2000), que prescribe, incluso, por varias
generaciones los imaginarios culturales o de representación de la realidad.
El recuerdo de Ricardo Laverde, por parte del narrador, es la fuerza
propulsora del relato que lleva a escena la problemática relación del presente
con el pasado. Al inicio de la narración de manera intempestiva brota en Antonio
Yammara el pasado como un espectro, lo acosan las bruscas invasiones de un
episodio de su vida que creía cerrado, pero que resurge a causa de una imagen
publicada en una revista. La evocación involuntaria y discontinua se filtra en
el presente del narrador obligándolo a desandar lo vivido, a fusionar el “orden
afectivo” con el “orden intelectual” de la memoria, en el sentido que cada retazo
de recuerdo, conservado u olvidado a capricho de la emoción íntima, toma forma
y densidad cuando el personaje decide reconstruirlo en palabras. En este hecho
se reconoce que si bien el héroe rehace su propia memoria, esta devela, a la vez, la
memoria punzante que pertenece a toda una generación.
Para intensificar la persuasión del relato, el escritor flexibiliza
creativamente la instancia narrativa: se pone a un personaje a contar la vida de
otro ya muerto. Yammara da testimonio de la vida de Laverde, y a través de la
verdad de este reaviva la historia caótica y sangrienta de un país, Colombia. La
estrategia de escritura consiste en dar forma a una figura ausente en el presente
ficcional, focalizar a alguien que fue asesinado tiempo atrás, para narrar desde su

135
voz silenciada, la brutalidad de una época. Antonio Yammara es enfático en decir
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

que él no contará su vida, “solo unos días que ocurrieron hace mucho” (Vásquez,
2011: 15), sin embargo, su relato no se limita a los días en que conoció a Laverde,
esta situación es únicamente “la puerta de entrada”, porque la novela abarca todo
el pasado del aviador, incluso momentos de la vida de sus ancestros. Yammara
narra porque Laverde ha muerto y no hay quién de fe de su pasado. El personaje-
narrador se pone en el lugar de alguien que ya no está, fue quien quedó vivo
después del atentado de los sicarios y se asume como “el elegido” por los ausentes
y por las condiciones históricas, para hacer memoria de una época a partir del
pasado del piloto, de Laverde. En este orden, la novela se puede entender como
registro estético de la memoria histórica plural, en la que el testimonio de lo contado
toma fuerza legitimadora en las evidencias que utiliza el personaje-narrador: fotos,
cartas, grabaciones, entrevistas, publicaciones de circulación masiva, etc.
Se sabe que la memoria es un “‘objeto’ susceptible de manipulación, rechazo
y debate” (Amar, 2010: 122), además, recela de una reconstrucción que evada los
recuerdos subjetivos; por esta razón, el juego de escritura de Vásquez consiste
en sostener la veracidad de lo referido por su personaje con pruebas concretas.
Las fotos y recortes de viejas noticias se ubican en los pasajes ficcionales a modo
de archivos reales, como especie de dispositivos mnemotécnicos que garantizan
la veracidad de los acontecimientos y una mirada fiel hacia el pasado reciente.
Pareciera que el relato personal de Yammara no fuera confiable por ser subjetivo.
Por lo tanto, la perspectiva narrativa genera la necesidad de sostener la vista al
pasado con registros personales e históricos precisos, que infunden un efecto de
credibilidad ante lo que se cuenta. Las fotos, ciertamente, producen una impresión
de realidad, de “autenticidad histórica”.
Este afán de veracidad, de garantizar la legitimidad de lo sucedido con
pruebas tangibles como las fotos y demás archivos, enmascara la ilusión de lo
contado como hecho real. Aunque estamos frente a un texto de ficción, el narrador
parece buscar subrepticiamente un reconocimiento de su verdad más allá de los
límites de la narración cuando insiste en interpelarnos como lectores a lo largo de
su relato: “todo es recuerdo, esta frase que acabo de escribir ya es un recuerdo,
es recuerdo esta palabra que usted, lector, acaba de leer” (Vásquez, 2011: 23).
Este artilugio lúdico es un elemento recurrente en el estilo narrativo de Vásquez,
que recuerda siempre la complicada relación entre realidad y ficción, y, autor y
lector65. Recuérdese, por ejemplo, que en Historia secreta de Costaguana (2007)
65 En entrevista con Cristina Pacheco, para el programa televiso mexicano “Conversando con Cristina”, frente a la
pregunta ¿quién cuenta en El ruido de las cosas al caer? el escritor responde que tanto él como Antonio Yammara.
Deja en claro, de nuevo, la permeabilidad y transgresión de la instancia narrativa que distingue a sus textos. En
relación con este aspecto estético, Pablo Montoya, en su libro Novela histórica en Colombia 1988-2008: entre

136
el narrador, José Altamirano, establece las reglas de lectura y conmina al lector a

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
seguirlas fielmente si quiere conocer lo que pasará.
De los diversos registros de memoria que El ruido de las cosas al caer
utiliza, el más notable es quizás la figuración de la imagen fotográfica como
principio desencadenante de los hechos y, vía para abrir una ventana oculta de la
historia colombiana. Hay dos fotos situadas en el texto en momentos decisivos; la
primera, es la que desata el recuerdo en Yammara y da origen a su narración: la foto
del cadáver del hipopótamo con sus cazadores militares posando junto a él66. Un
suceso que ilumina en la memoria del héroe un rincón oscuro, donde permanecía
silenciosa la experiencia lacerante de trece años atrás: “me descubrí recordando a
un hombre que llevaba mucho tiempo sin ser parte de mis pensamientos” (Vásquez,
2012: 14). El efecto de tal imagen motiva la escritura. Surge en el narrador la
necesidad de relatar lo vivido, así entonces, escribir se convierte “en un asunto de
urgencia” (Vásquez, 2012: 15), para cerrar un episodio del pasado. La fotografía del
hipopótamo Pepe, a su vez, muestra de modo contundente uno de los legados más
absurdos de Pablo Escobar, es metáfora visual de las secuelas del narcotráfico en
Colombia67.
La segunda foto, la que más nos interesa, es la que Ricardo Laverde se toma
en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Veamos su descripción:

La mesa todavía estaba cubierta por el forro de plástico negro, y sobre el


forro Laverde puso la imagen, su propia imagen, y la miró fascinado: aparecía
bien peinado, sin una arruga en el vestido, con la mano derecha extendida
y dos palomas picoteando en su palma; más atrás se adivinaba la mirada
de una pareja de curiosos, ambos con morral y sandalias, y al fondo, muy al
fondo, al lado de un carrito de maíz agrandado por la perspectiva, el Palacio
de Justicia.
la pompa y el fracaso, (2009), presenta un estudio detallado de la intromisión del narrador en Historia secreta
de Costaguana, donde califica a José Altamirano de “exhibicionista”, por mostrar lo que tradicionalmente en los
juegos narrativos debe permanecer oculto, esto es no revelar al lector los procedimientos utilizados para que la
trama avance o retroceda, circunstancia que precisamente Altamirano “despedaza”.
66 Esta foto es real; puede verse aún hoy (febrero 2020) en el artículo “El hipopótamo ‘Pepe’ divide a Colombia”
(2012), de Antonio Albiñana para el diario Público.es: https://www.publico.es/actualidad/hipopotamo-pepe-
divide-colombia.html
67 Antonio Von Hildebrand retoma el suceso de la cacería del hipopótamo para realizar el documental Pablo’s
hippos (2011), respaldado por Sundance Channel y la BBC, y narrar la historia del jeque de la droga en Colombia.
El documental fue presentado en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias en el 2011. En entrevista
con Verónica Calderón, para el diario El país, Von Hildebrand compara la naturaleza del hipopótamo con la
fisonomía y actitud del narcotraficante: “Son gorditos, lampiños, extremadamente agresivos, no particularmente
inteligentes pero muy fuertes, y todo lo que hacen es por territorio y por hembras (…) cuando el líder de la manada
es viejo, llega otro y lo mata para tomar el liderazgo, como los narcos. Matan de inmediato a cualquiera que se les
cruce en el camino, como los narcos. Son paranoicos, como los narcos”.

137
“Está muy bien”, le dije. “¿Se la sacó ayer ?”
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

“Sí, ayer mismo”, dijo él, y sin más me explicó: “Es que viene mi esposa”
No me dijo la foto es un regalo. No aclaró por qué ese regalo tan curioso
interesaría a su esposa. (…) “¿Cómo así que viene?”, pregunté. “¿Viene de
dónde?”
“Ella es de Estados Unidos, la familia vive allá. Mi esposa está, bueno,
digamos que está de visita.” (Vásquez, 2012: 25-26)

En primer momento, hay que notar que la imagen es un “truco formal”


para entrar en el pasado del piloto. Es el medio que facilita un vínculo más próximo
entre los dos personajes, pues aunque el narrador ya conocía a Laverde, nada
sabía de su pasado y vida personal. A partir de la conversación en torno al retrato
empieza a tomar forma la enigmática historia del aviador. La perspectiva narrativa
comienza a oscilar entre lo sucedido en las décadas de los ochenta y noventa –
presente ficcional–, y los últimos años de los sesenta e inicios de los setenta. La
foto impulsa las acciones que van a dar forma a un segundo momento del relato.
Ahora bien, antes de continuar con la lectura de la fotografía, es necesario
precisar que más que una indagación de tinte semiológico, buscamos una
interpretación abierta de la imagen, es decir, estudiar su propiedad pragmática,
su capacidad de retener todo el acto fotográfico y motivar los hechos ficcionales:
desde el “momento técnico” cuando Laverde posa frente a la cámara, el instante
de producción en el cual el fotógrafo con un movimiento de la mano “reproduce al
infinito” ese momento de la toma, hasta el espacio de recepción, cuando Laverde
muestra su foto a Yammara y luego éste la describe desde sus juicios subjetivos, y
nosotros la “re-leemos” desde nuestros intereses exegéticos.
Para Dubois ([1983] 1986), recordamos, la dimensión pragmática del
acto fotográfico requiere entender la foto como índex, en oposición a la idea de
ícono y símbolo. Como índex, la foto es indicativa de una copresencia contigua
entre el sujeto que se fotografía y el resultado de ese acto. La foto sería la
“huella luminosa” (Dubois, [1983] 1986: 56) de la existencia real de la persona
en el instante de la toma. La interpretación coherente de la fotografía necesita
entonces de la situación enunciativa que envuelve todo el acto fotográfico. Su
“semántica depende de su pragmática” (Dubois, [1983] 1986: 71). Si esto es así, el
pasaje literario que ilustra el momento en que Ricardo Laverde se toma la foto, no
limita su sentido a la intención particular del personaje de hacerse un retrato para
enviarlo a su esposa, como prueba indiscutible de su libertad –recuérdese que
Laverde ha regresado a la capital colombiana después de cumplir una condena
de casi 20 años por narcotráfico en una prisión estadounidense–, sino que, a su

138
vez, por el momento y el lugar donde el personaje se fotografía, la imagen gira en

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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metáfora visual de la historia colombiana. Como veremos, el retrato del piloto, sin
ser de carácter documental, provoca un cúmulo de resonancias significativas sobre
la aplastante realidad nacional.
No es desprevenido que el escritor convoque el inicio del acto fotográfico
en la Plaza de Bolívar de Bogotá68, que se haga a mediados de la década de los
noventa, y que el narrador enfatice especialmente que “al fondo, muy al fondo”
(Vásquez, 2012: 25) de la imagen se ve el Palacio de Justicia: institución simbólica
de la Ley y el Orden, pero cuestionada en su legitimidad. Este panorama, asoma
de forma significativa en el último plano de la imagen, es de hecho el elemento
decisivo que dota la situación de un sentido trascendental. En la fotografía,
sabemos, el paisaje que rodea a las personas retratadas se torna signo clave para
comprender la circunstancia registrada.
Para una comprensión más precisa de la foto en cuestión, necesitamos
ubicarnos en el momento histórico colombiano de la década de los noventa,
cuando Laverde vuelve a Bogotá después de pagar su condena. Pero antes,
recuérdese que el piloto fue apresado en Miami en 1976 en un viaje que hacía
desde Colombia transportando una carga de cocaína (Vásquez, 2012: 210).
Es el periodo de inicio del negocio de la droga en el país, y la época en que el
Departamento de Justicia de Estados Unidos fundó la D.E.A. –Drug Enforcement
Administration–, 1973, con el propósito de frenar el contrabando y el consumo de
estupefacientes. A la sazón, cuando Laverde regresa después de diecinueve años,
las dinámicas perversas y poderosas del narcotráfico habían logrado corromper
todos los estamentos políticos, económicos y sociales en la sociedad Colombiana.
Se vivían, y se viven aún, las terribles secuelas de su violencia en el tejido social:
la corrupción generalizada, la crisis de valores y la banalización del concepto de
vida humana, entre otros. Al respecto, Sánchez Gómez (2008) agrega que desde
finales de los setenta, la violencia del país se circunscribe al cruce de múltiples
guerras: la de la guerrilla contra el Estado y contra los intereses paramilitares, y la
del narcotráfico y su empoderamiento económico a través del terrorismo.
Con el asentamiento del negocio de la droga, la guerra en Colombia sigue
sin dar tregua. Incluso en el estado actual del país, año 2020, después de más
de tres años del Acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC, la violencia a causa
68 La Plaza de Bolívar de Bogotá es uno de los lugares públicos más importantes de la capital y del país. Es punto
de referencia clave para el encuentro socio-político. A su alrededor se ubican parte de los edificios representativos
de la vida política colombiana: el Capitolio Nacional, el Palacio de Justicia, la Catedral Primada de Colombia, la
Alcaldía Mayor de Bogotá, la casa del Cabildo Eclesiástico, entre otros. Es Monumento Nacional y “lugar de la
memoria”.

139
de ese flagelo –que se agrava con el paramilitarismo y la mala voluntad política
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

del gobierno actual frente a dicho Acuerdo–, sigue siendo el fenómeno más
problemático que atraviesa todo el territorio colombiano. Las diversas situaciones
de violencia tienen tal impacto en la historia de la nación que se han vuelto, inclusive,
un referente decisivo para delimitar los periodos históricos. Son tres momentos los
que se articulan: 1. Las guerras civiles del siglo XIX; 2. La Violencia69 bipartidista;
3. La violencia generalizada de las últimas décadas, centrada especialmente en
el narcotráfico. Un “devenir violento” que recala siempre sobre lo mismo. Si bien,
en cada periodo los propósitos políticos que pretenden justificar el conflicto
tienen matices diferentes, las prácticas de atrocidad no cambian ni cesan, y con
ello el recrudecimiento de los efectos materiales y anímicos en la población. Este
panorama nacional influye poderosamente en el imaginario social y personal, se
convierte, por ejemplo, en la unidad de medida del tiempo íntimo. Los sucesos
simbólicos de violencia extrema giran en referente para ubicar al colombiano
en el pasado y explorar el recuerdo propio. Vásquez reconoce esta situación,
por esta razón sus personajes asocian constantemente los recuerdos de vida a
la historia caótica del país: atentados terroristas, magnicidios, secuestros, entre
otros. Yammara expresa que: “esos crímenes (magnicidios, los llamaba la prensa:
yo aprendí muy pronto el significado de la palabrita) habían vertebrado mi vida o la
puntuaban como las visitas impredecibles de un pariente lejano” (Vásquez, 2012:
18). Para los protagonistas tales hechos son la conexión de época más sólida que
los identifica como generación.
De esta manera, cuando Ricardo Laverde vuelve al país a mediados de los
noventa se encuentra con un panorama de criminalidad y terror, con las secuelas
del negocio que él había ayudado a fundar dos décadas atrás. En los noventa,
Colombia alimentaba su “guerra sempiterna” con los dividendos del narcotráfico,
reproducía una vez más la violencia que la ha caracterizado desde su nacimiento.
Vásquez visibiliza con ahínco ese pasado nefasto del país, la manera como cada
período político vuelve una y otra vez al desacierto del terror, remachando sobre
los mismos errores generación tras generación. Una repetibilidad absurda de una
realidad aciaga que metafóricamente se devela en la novela, cuando la esposa
de Laverde, Elena Fritts, recibe de regalo Cien años de soledad. Libro que, en la
realidad ficcional, después de varias publicaciones sigue reproduciendo la misma
errata, una “E” al revés en la última palabra del título en la portada: “Parece
mentira, llevan catorce ediciones y no la han corregido” (Vásquez, 2012: 161).
69 Recuérdese que la Violencia, con mayúscula, señala el periodo de entre mediados de la década de 1940 y
comienzos de la de 1960, cuando desemboca la brutal confrontación entre miembros de los partidos políticos
Liberal y Conservador.

140
Frase que percibimos alegórica de la historia colombiana, de su herencia maldita

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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atiborrada de brutalidad y ausentes. País, donde, como sabiamente lo expresó
García Márquez (1995), “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen
una segunda oportunidad” (549). Realidad que, sin ambages, se representa en El
ruido de las cosas al caer: Ricardo Laverde regresa al país para recomenzar su vida,
pero vuelve a caer vencido por la historia.
Hay que advertir que Laverde, como individuo autónomo, en libertad de
tomar decisiones, podría haberse negado desde el inicio al negocio de las drogas:
empezó a traficar con marihuana alegando que “la cosa [iba] a ser legal tarde o
temprano” (Vásquez, 2012: 193), sin embargo, termina transportando cocaína, lo
que contradice su “justificación ingenua” sobre la legalización. Las transformaciones
culturales que la economía del narcotráfico impuso en el país podrían explicar
la actitud conformista de Laverde. Son dos perspectivas que la novela registra
del narcotráfico: la primera, obedece a los años setenta cuando varios sectores
sociales toleraban el negocio de las drogas. Veían en él la posibilidad de movilidad
social, estabilidad económica y acceso a bienes que en otras circunstancias
serían inasequibles; incluso, para cierta élite social la exportación de marihuana
y cocaína fue un dispositivo ideológico, para resistir a las políticas económicas
estadounidenses (Arango y Child, 1984: 37-39). Es entonces, en este espacio
nacional donde Laverde se ubica cuando empieza a traficar, justifica sus negocios a
partir de una “ética del pragmatismo económico”, que tomó forma en el imaginario
cultural de la sociedad colombiana de los setenta. El héroe sabe que su labor es
ilegal pero consentida socialmente.
La segunda perspectiva del narcotráfico que ofrece la novela corresponde
a la década de los noventa, cuando Laverde regresa al país después del presidio
y conoce a Yammara, el personaje narrador. Para este momento, el negocio de
la droga forma parte del funcionamiento de la sociedad, está incrustado en el
aparataje estatal y es detonador de terrorismo y de múltiples violencias: sicariato,
magnicidios, desplazamientos, pauperización, etc. No obstante, pese a que
para este periodo la sociedad colombiana había modificado su percepción del
narcotráfico y sabía que era agente de dislocación social, tampoco hubo una
respuesta ética clara y contundente de franco rechazo, más bien, reinaba en el
colectivo una suerte de insensibilidad ante el terrorismo cotidiano. El ciudadano
parecía habituado al nuevo orden de cosas impuesto por los narcotraficantes. En
este escenario social, Vásquez ubica a sus personajes y los hechos más decisivos
del relato. Laverde, irónicamente, es presa de su propio negocio, su asesinato
constata las secuelas criminales del narcotráfico. Su muerte violenta significa el

141
anonimato de un sinnúmero de muertes que pasaron inadvertidas, en un momento
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

histórico en el que el país le había soltado las riendas a los jeques de la droga.
Ahora bien, volviendo a la foto de Laverde, es importante subrayar que su
representación e interpretación está mediada por las impresiones subjetivas del
narrador. Es clara la intención de Yammara de enfocar la mirada del lector-vidente70
hacia lo que está más allá del primer plano, de hecho, hacia lo que se deja por fuera
del encuadre: la frontera real donde se estructura el sentido de lo fotografiado. De
este modo, la fotografía de Laverde, a razón de la descripción subjetiva, rebasa su
propio marco para penetrar en el flujo de la historia social y política. Lo que vemos
en el retrato no es exactamente la presencia de Laverde, sino la de la historia.
La imagen como índex atestigua la existencia de un tiempo y contexto preciso.
Toda imagen, ciertamente, no se limita a la opinión de nuestra sensibilidad, va a
predominar siempre el marco enunciativo, la copresencia de la realidad donde se
produce. La fotografía, en este sentido, va más allá del ideal sensible construido
por nuestro espíritu. Las imágenes son cosas, afirma Antelo (2004). Ellas mismas
son la Cosa. Son un método, un pasaje, a la manera benjaminiana o aún, como
diría Deleuze, un camino por donde pasan, de cierto modo, todas las mudanzas
que se preservan en la inmensidad del universo. Las imágenes son por tanto la
historia (12). El movimiento de sobrevivencia, que recala en la verdad de una
época, se manifiesta en las fotos narradas. La novela, en este orden, es producto
de un doble juego ficcional anclado al mérito de la imagen, es decir, al de la
imaginación de una fotografía de un personaje y a su vez el relato sobre la misma.
El acceso a lo real histórico radica en ese aspecto inventado, ficticio de la imagen
en la novela. En otras palabras, la foto como artefacto narrativo instalado en el
texto, contiene en el artificio de su contenido un juzgamiento de la realidad, “una
densidad constelacional propia” (Antelo, 2004: 10) que se traduce como verdad
histórica de una nación.
De otro lado, la situación de la fotografía en la narración, sugiere, en el
“retrato consciente”71 del piloto, una metáfora paradójica de la intrascendencia
del sujeto en el nivel espacio-temporal de la historia colombiana. Si bien, en el
primer plano Laverde es el foco de atención, y se supone que el ciudadano es parte
fundamental de la construcción de una nación, el narrador problematiza tal idea
cuando insta al lector-vidente a desplazar la mirada hacia el último plano de la
70 Designamos de esta manera la figura del lector que no solo lee el relato de la foto, sino que también ve la foto
a través del artificio literario.
71 Hay que tener en cuenta que a pesar de que la foto es tomada en la Plaza de Bolívar de Bogotá, no es una foto
espontánea, la imagen es convocada, es decir, la pose que adopta Laverde, su peinado, su sonrisa, el gesto que
deja ver mientras da maíz a las palomas, dice de una foto construida conscientemente, no es la típica “imagen
cazada” que normalmente el fotógrafo de plaza realiza a los transeúntes.

142
foto donde asoma el Palacio de Justicia. Una vez puesta la mirada en el fondo de la

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
imagen Laverde desaparece, y con él, el sentido trascendental de la persona como
razón histórica de un país. En efecto, desde el inicio de este acto fotográfico se juega
con un “falseamiento” de la perspectiva visual. Primero, porque en la necesidad de
revelar un ser “menos triste y taciturno” (Vásquez, 2012: 25), diferente de lo que en
ese momento era, el piloto incurre en la artificialidad de su propia representación
y la foto no logra retener su singularidad. Segundo, porque una vez que el retrato
pasa a manos de Yammara, la presencia del aviador es “lo de menos”; a pesar de
que lo describe detenidamente, lo que le interesa de ese “retrato deliberadamente
anacrónico” (Vásquez, 2011: 25) es su elocuencia sobre un país malogrado y por
efecto, lo intrascendente del habitante en el continuo de la historia. Esta situación
es tan notable, que el narrador asevera: “la hubiera reconocido [la foto] aun si
alguien hubiera recortado o eliminado la figura de Ricardo Laverde. Ahí estaban
las palomas de la plaza de Bolívar, ahí estaba el carrito de maíz, ahí el Capitolio,
ahí el fondo gris del cielo de mi gris ciudad” (Vásquez, 2011: 107). Es decir, que la
perspectiva visual del relato no es otra cosa que una alegoría del ausente como
“presencia activa” en la historia colombiana.
Es cierto que de ausentes y escapados está poblado el escenario histórico
del país. El carácter expulsivo de las dinámicas sociales moldeadas al calor de
la guerra y el narcoterrorismo, han hecho de Colombia un territorio que produce
ausentes. Aproximadamente, el diez por ciento de su población vive en el exterior,
más de treinta y nueve mil personas han sido secuestradas, y en situación de
desplazamiento hay cerca de siete millones –cifra que sigue en aumento–, además,
de las cifras alarmantes de muertes y desaparecidos a causa del enfrentamiento
de los grupos armados (Centro Nacional de Memoria Histórica). Sin embargo,
tal realidad es escamoteada por las fuerzas gubernamentales y, peor aún, poco
trascendental para la población en general. Quizás, para bien o para mal, nos
hemos acostumbrado a convivir con el terror y sus estragos.
Antonio Ansón (2010) plantea que “la vinculación de la fotografía con el
tiempo es trágica y significa siempre una proyección en el futuro y en la ineludible
extinción que ese tiempo trae consigo” (276). Ciertamente, en la fotografía
el elemento temporal define su naturaleza; en la novela de Vásquez, si bien se
representa asimismo la relación trágica del tiempo con la imagen, no es el futuro
el que preocupa sino el pasado. De cierto modo, a los personajes les está vedado
el porvenir, como personaje “a-utópicos” no les interesa proyectarse ni imaginar
otra realidad que no sea la presente o la que pasó, de esta manera las fotos no
son motivo de angustia por lo que ya no serán. Más bien, el tormento brota de lo

143
que se ha sido, del pasado y la incapacidad de cambiarlo y detenerlo. La trama de
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

El ruido de las cosas al caer se sostiene en la tensión de dos tiempos: el pasado y


el presente, pero, ambiguamente el presente solo existe en función del pasado, es
decir, no hay presente sino una especie de pasado continuo. “El presente no existe”
en la novela, solo es en cuanto pasado –y la ilusión del porvenir, mucho menos–. El
pasado es el Tiempo del relato. La hondura dramática de los personajes se afinca a
lo sucedido, siempre vuelven a sus raíces buscando explicaciones para el presente,
e invariablemente allá se quedan, atrapados en el dolor y el caos, demolidos por la
herencia de sus ancestros. Numerosas son las alegorías del retorno del tiempo: la
grabación de la caja negra del avión, las cartas de hace más de veinte años, las fotos
en blanco y negro de lejanos familiares, las cicatrices corporales, las antiquísimas
publicaciones de farándula, entre otras, son muestra de que todo ha ocurrido. Sin
embargo, tales experiencias solo toman coherencia y densidad tiempo después.
Vale citar aquí la feliz imagen de Sartre ([1939]1997) cuando propone que la visión
del mundo anclada en el pasado, puede compararse con la de un hombre sentado
en un automóvil descubierto que mira hacia atrás:

A cada instante surgen a su derecha y a su izquierda, sombras informes, espejeos,


temblores tamizados, confetis de luz, que no se convierten en árboles, hombres
y coches sino un poco después con la retrocesión. El pasado gana con ello una
especie de súper-realidad: sus contornos son duros y claros, inmutables; el presente
innombrable y fugitivo se defiende mal contra él; está lleno de agujeros y por esos
agujeros lo invaden las cosas pasadas, fijas, inmóviles, silenciosas como jueces o
como miradas (139).

En suma, los personajes de Vásquez son presencias sin presente ni porvenir,


porque aunque se aferran a la memoria y encuentran razones para lo que son
hoy, han perdido la confianza en el futuro, en la idea de un cambio positivo del
sobrevenir socio-histórico. No existe la utopía para estos héroes. El proyecto
que primó en las juventudes de los años sesenta y setenta en Latinoamérica, de
cambiar el rumbo del país para beneficio social, se significa en la novela como algo
anacrónico y absurdo. Para las nuevas generaciones representadas en Antonio
Yammara y Maya Laverde, lo que ahora importa es mantenerse en el pequeño
espacio que se habita. Irónicamente, advierte el narrador, estamos inmersos en
el ciclo fatal de la historia, donde, como en los cuentos infantiles, todo “ya ha
sucedido antes y volverá a suceder” (Vásquez, 2011: 15). Las vidas, en este sentido,
se petrifican ante el “ojo meduseo” del pasado, el horror de la tradición suspende
el presente y hunde el destino en el abismo negro de la desesperanza.

144
MEDUSA Y LA NARRACIÓN DEL HORROR

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
Medusa como monstruo simbólico del horror ha sido motivo de indagación y
de múltiples representaciones en las producciones culturales. Vernant ([1985]
2001) sugiere que la frontalidad y monstruosidad de la Gorgona fueron rasgos
que la diferenciaron de las convenciones figurativas que presidieron el mundo
pictórico griego de la era arcaica (43). En la época contemporánea, si bien se la
sigue representando de frente, la monstruosidad de su aspecto ha variado. Es
representada hoy como una especie de femme fatal infernal, de semblante humano,
de bello rostro, aunque demoniaca y asesina, asimismo, se hace más énfasis en la
cabellera de serpientes que en la mirada: su auténtica arma letal72. Para precisar
el simbolismo de Medusa que nos interesa, recurrimos a la caracterización que
hace Vernant ([1985] 2001) a partir de la Teogonía de Hesiodo y de otros textos
de la antigua Grecia. Este investigador considera que cualesquiera fueran las
modalidades de distorsión empleadas en el mundo antiguo, a la Gorgona se la
representó siempre con cruzas de lo humano con lo bestial, asociados y mezclados
de distintas maneras, veamos:

La cabeza alargada y redonda recuerda una cara leonina, los ojos están
desorbitados, la mirada es fija y penetrante, la cabellera es concebida como
melena animal o erizada de serpientes, las orejas son grandes y deformes
–en ocasiones como las de una vaca–, la frente suele mostrar cuernos, la
boca abierta en rictus ocupa todo el ancho de la cara y muestra varias
hileras de dientes como caninos de león o colmillos de jabalí, la lengua se
proyecta hasta salir de la boca, el mentón es peludo o barbado, profundas
arrugas surcan la piel (44).

La cita enfatiza en la imagen inhumana de Gorgo, es una presencia que se


sitúa en la esfera de lo sobrenatural, que recoge lo aterrador y lo repugnante. La
cabeza sin su cuerpo, en efecto, toma el simbolismo de una persona deshumanizada,
a quien en el acto de la muerte escabrosa se la ha negado su condición humana.
La destrucción del cuerpo como un todo corporal que compromete lo humano es
ofensa a la dignidad ontológica del sujeto (Cavarero, 2009: 25-27). Medusa, que es
una cabeza arrancada con violencia a un cuerpo, torna así en alegoría de quien es
72 Algunas producciones son: Medusa (199?), personaje de historieta, de Marvel Comics, creado por Jack Kirby
y Stan Lee; el videojuego Castlevania: Lament of Innocence (2003), de la compañía japonesa Konami; Reflection
(2007), de Patricia Satjawatcharaphong; la película Furia de titanes (2010), dirigida por Louis Leterrier; Medusa
(2014), pintura del ilustrador Benjamin Lacombe.

145
destazado como si de una bestia se tratase. El perfil horrendo del monstruo mítico
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

representa la violencia extrema asociada a una “maldad radical”. La violencia de la


decapitación, como acto maligno inconmensurable, busca siempre causar pavor y
turbación en quien la padece o la mira.
Entender la decapitación de un cuerpo en los escenarios de las violencias
contemporáneas como un acto de absoluta malignidad, necesita de la precisión
conceptual del mal como fin en sí mismo. El mal en esta pesquisa es entendido
como una latencia en el seno humano. El hombre inmerso en un marco moral y
consciente de su albedrío, es responsable de su acto perverso, por tanto, no hay
ninguna fuerza exterior oscura que lo posea y lo domine73. Immanuel Kant ([1792]
1981), explica que la libertad humana –facultad de bien y de mal– negativamente
concebida desemboca en una voluntad maligna, en una “perversidad del corazón
que acoge lo malo como malo” (47). Es decir, que para Kant la malignidad del
sujeto contiene no solo un aspecto natural –heredado de la condición animal–,
sino también un elemento moral y antropológico producto de la resolución del
pensamiento. El acto malo, desde los postulados kantianos, “se presenta como una
tendencia del sujeto a ser mal intencionado con respecto al otro” (Rosenfield, [1990]
1993: 69). Las fuerzas de la personalidad: el amor propio, la conciencia de debilidad
y de dependencia de los demás, dificultan el respeto mutuo y la reciprocidad, tanto
en la vida personal como en la política. Fuerzas que son “ciertamente ‘radicales’
por cuanto no son la creación de una u otra cultura particular, sino que están
enraizadas en la estructura misma del desarrollo personal humano: en nuestro
desvalimiento físico y en nuestra sofisticación cognitiva” (Nussbaum, [2013] 2014:
231)74. De esta manera, la dimensión maligna del hombre aunque es parte de su
personalidad, también se transforma al ritmo de acontecimientos concretos e
históricamente situados: descomposición social, políticas corruptas, criminalidad
atroz, ansia de dominio, etc.
La literatura que simboliza la violencia salvaje abre un espacio significativo
para el conocimiento y la reflexión sobre las diferentes figuras de la maldad
radical, que agobian al hombre contemporáneo. En una sociedad donde las
verdades trascendentes se han secularizado o desvanecido es indispensable
73 Recuérdese que la iglesia medieval instaló esta idea con el propósito de oponer una representación a la idea
de Dios como algo en esencia bueno e inmaculado. El acto maligno era producto de cierta figura infernal, exterior,
que se incubaba en el cuerpo y le hacía obrar mal. Esta perspectiva, aunque ya en desuso, permanece aún en el
imaginario religioso de algunas comunidades.
74 Martha Nussbaum, en su libro Emociones políticas, considera que pese a lo difícil que resulta demostrar la
existencia de una propensión presocial, Kant estaba seguramente en lo cierto al sugerir que las personas no
tienen por qué haber recibido ninguna enseñanza social especial para comportarse mal y, de hecho, suelen actuar
de ese modo aun después de haber recibido el mejor de los magisterios sociales.

146
inventar nuevas formas simbólicas capaces de significar el pensamiento sobre la

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
maldad del sujeto y constituirlas en lugar explicativo para resistir a esa misma
maldad. Cuando el texto narrativo entraña la violencia extrema, se convierte en
una vigorosa fuente de indagación de la maldad y el horror, que al articularse con
otros discursos devela las tensiones propias del cuerpo social y de la desazón
que agobia al sujeto en su individualidad. La novela, en este orden, se convierte
en el punto de convergencia de los fantasmas que atormentan a la sociedad y de
las preocupaciones del escritor frente a la realidad que lo estrecha. Para Sichère,
([1995] 1997),

[el] escritor piensa en el mal, acecha el mal que anida en el seno de su


comunidad y propone sus propios exorcismos a esa comunidad virtualmente
infinita de sus lectores, pero en primer lugar a sus contemporáneos.
Esta posición muy singular que ocupa el escritor hace de él un testigo
irreemplazable y más que un testigo aun, lo convierte en alguien que
discierne las figuras del mal dispersas en el seno de su comunidad, en alguien
en suma que carga sobre sí el peso del mal difundido en todas partes para
ponerlo en música y en pensamiento (225).

De este modo, y sintetizando la tesis de Sichère ([1995] 1997) sobre el poder


simbólico de lo literario en el mundo contemporáneo, la novela colombiana motivo
de estudio en este libro, viene a ser la palabra necesaria que se interroga sobre
la maldad radical que subyace en la encrucijada entre subjetividad social y ser
individual. Como estudiamos a continuación, la representación de la decapitación
que las ficciones proponen, ubican de frente al lector con Medusa, una de las
presencias más alegóricas del mal absoluto. Los textos abren un escenario donde
autor, narrador y lector se ven enfocados por el ojo aterrador de Gorgo. Un cruce
visual que nos sostiene al borde del abismo, desde el que contemplamos, con
miedo al sentirnos también vulnerables, el valor emblemático de la Gorgona en las
cabezas petrificadas que la narrativa muestra.
Caravaggio, sugiere que “todo cuadro es una cabeza de Medusa. Se puede
vencer el terror mediante la imagen del terror. Todo pintor es Perseo” (Chastel,
1967). Esta deducción, consideramos, se relaciona estrechamente con todo tipo
de obra que tenga como objetivo significar la violencia atroz. El escritor, desde
este punto de vista, sería asimismo figuración viva de Perseo. El acto de escritura
somete el horror del crimen violento que aniquila la condición humana. La presencia
estética de pasajes desgarrados sobre la decapitación que, por ejemplo, figuran

147
Rosero y Montoya en sus textos, imponen una confrontación con lo “inmirable”75,
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

provocando una toma de conciencia ante los hechos narrados y con ello una
respuesta ética o política frente a la realidad significada.
Los derrotados, de Pablo Montoya, como se estudió en párrafos anteriores,
incorpora la fotografía de guerra como estrategia narrativa en su obra. El tratamiento
del tema de la decapitación se hace justamente a través de esta técnica. La foto de
la víctima decapitada se significa en la descripción poética mientras, a su vez, se
profundiza en su sentido con cuidado ético. El uso hábil de los recursos literarios
diseñan la foto como foto pero también como narración; cada retrato se muestra
por medio de la “palabra-imagen”; una estrategia que demanda de un “lector
vidente”, en el sentido que este no solo lee el relato sobre la fotografía, sino que
también la ve a través del artificio literario, es decir, transformamos en imágenes
las palabras que leemos. El personaje fotógrafo de la novela, Andrés Ramírez,
documenta de forma visual la barbarie de la narcoguerra colombiana, tiene entre
sus registros visuales más valiosos uno que llama “Catálogo de muertos”. Es un
archivo personal que se compone de

cincuenta fotografías seleccionadas, en un mismo formato y con los rostros


de dimensiones similares, todos en posición de frente, la mirada extraviada,
la boca haciendo el rictus de amarga sorpresa que deja la muerte […]
cincuenta caras desencajadas que habían padecido un fin espantoso
(Montoya, 2012: 109-110).

Es importante aclarar que el narrador no dice de manera explícita que son


cabezas cercenadas, imágenes de decapitación, sin embargo, el enfoque visual y
descriptivo apunta de forma exclusiva al rostro y la cabeza, el cuerpo queda por
fuera del marco de la foto. La cita especifica que están todas en un mismo formato,
de dimensiones similares, y que, además, han padecido un fin espantoso. Esta
descripción lleva a inferir que el área total del papel fotográfico está ocupada por
una cabeza cercenada. En cualquier caso, la intención de Ramírez es mostrar de
frente el rostro más violento de la guerra, por eso con su cámara reproduce, en
el corte mismo del encuadre, la imagen por excelencia de la barbarie excesiva: la
decapitación. De manera alegórica, la escritura deja ver el paralelismo entre el acto
fotográfico de enfocar solo la cabeza y el método de la decapitación.
Wald Lasowski (2007), relaciona precisamente el funcionamiento mecánico
de la guillotina con la captura focal de la cámara fotográfica. Según el ensayista
75 Téngase en cuenta que este término refiere a ese algo que por la repugnancia que produce no quiere ser mirado
y, sin embargo, suscita el deseo de mirar.

148
francés, hay un anonimato tanto en la mecánica de la guillotina como en el de

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
la cámara fotográfica, esto es, que su mecanismo es el que está directamente
implicado en el acto, no quien lo acciona. La inmovilidad de la víctima: frente
al lente o inclinada en el trangallo, la inmediatez del hecho y la instantaneidad
del resultado son aspectos coincidentes en el acto de decapitar y de fotografiar.
Lasowski incluso llega a sugerir que el funcionamiento de la guillotina, como técnica
para decapitar, es figuración que predice el invento de la cámara fotográfica. En el
marco de esta correspondencia, nosotros asimismo deducimos que el simbolismo
ominoso de la cámara entra en cercana afinidad con el poder paralizador de
Medusa. Es fácil advertir que el enfoque fotográfico resguarda cierta voluntad
“gorgoneana” cuando inmoviliza todo aquello que cae bajo el corte de su mirada.
Igualmente, si se fija la atención en la impresión de la cabeza decapitada sobre el
papel fotográfico, puede decirse que este guarda una relación directa con el espejo-
escudo76, donde la Gorgona se refleja y reflecta su efecto devastador. La mirada
de Medusa de sí misma sobre el escudo-espejo y la mirada de un espectador ante
la fotografía del decapitado, son símbolo análogo de la conmoción interna ante
el horror. La imagen del decapitado es alegoría del choque frontal con la mirada
mortífera.
Así las cosas, y volviendo al enfoque visual y punto de vista del narrador
de Los derrotados, si bien no se explicita que las fotos muestran cabezas
desprendidas, por la manera como se representan, no puede dejar de intuirse la
fuerte relación entre el “Catálogo de muertos” y la decapitación. Quizás sea la
brutalidad que connota el término decapitación lo que impide al fotógrafo, y al
narrador, a dejar explícito lingüísticamente el tipo de asesinato al que han sido
sometidas cada una de las víctimas documentadas. Acaso se evita conmocionar al
espectador frente a un título de archivo que exprese “Catálogo de decapitados”.
Una frase que, sin duda, impacta y produce espontáneamente un sentimiento
mórbido ante lo que se nombra. Sontag ([2003] 2011) precisa que el “tropismo
innato hacia lo espeluznante” (61) genera emociones perturbadoras que inhiben
la respuesta consciente o interpretativa; es decir, que quien se siente tentado a
observar fotografías del sufrimiento no necesariamente fortifica su conciencia ni
la capacidad de compasión porque “las imágenes pasman” (Sontag, [1973] 2006:
38). Teniendo en cuenta estos argumentos, consideramos que, si bien es cierto
que la exposición a la imagen atroz puede impedir la capacidad de respuesta ética
del espectador, la foto, especialmente la de guerra, conserva siempre una postura
política del contexto que la determina, y en este orden lograría apelar a nuestro
76 Nos referimos al espejo-escudo del mito de Perseo y Medusa, recuérdese que es a través de este elemento que
el héroe logra vencer al monstruo.

149
sentido de la obligación moral. Las fotografías son escenas estructuradoras de
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

interpretación, actúan sobre nosotros, incluso, en contra de la voluntad propia.


La foto violenta, como bien afirma Butler ([2009] 2010: 101-105), perturba tanto
a quien la hace como a quien la mira, influyendo así en el tipo de juicios que luego
se formularan sobre la realidad que ella enmarca.
Conocedor del impacto de la imagen atroz en quien la mira y con plena
conciencia de su oficio, el fotógrafo de Los derrotados trata con miramientos su
“Catálogo de muertos”. Este registro no es público, acceden a él los amigos más
cercanos, aspecto que revela el cuidado que la novela presta al tratamiento de
la visualidad de la muerte violenta. En un primer momento, el personaje duda
en imprimir los negativos porque teme justamente el impacto de lo atroz en la
intimidad del otro, sin embargo, el registro toma forma porque la sensibilidad ética
le dice al héroe que no imprimir lo fotografiado sería recaer en la negación de tal
realidad, volver a “dejar esos rostros en el limbo de los negativos [es] someterlos
a un olvido escabroso” (Montoya, 2012: 108). Ciertamente, el dilema en el que
se sume Ramírez lo confronta a la problemática de saber cómo mostrar aquello
que la foto enmarca, de esto depende notoriamente la respuesta del espectador.
Las fotos de Ramírez son indicativas de sujetos particulares, cada imagen de
decapitación muestra a alguien “único en su rostro [y] por ello incomparable”
(Lévinas, [1991]  1993: 253), por esta razón, quien las enfrenta debe vislumbrar
no solo la identidad de quien ha muerto de manera tan extrema, sino también
descifrar lo humano en su fragilidad y precariedad. El cuidado de Ramírez con su
“Catálogo de muertos” es ilustrativo toda esta situación.
Si nos detenemos en las fotografías del “Catálogo de muertos” es inevitable
ver que van más allá de lo documentado. “Expresan algo que nos afecta más de
lo que podría afectarnos el mero conocimiento” (Batchen, [1997] 2004: 20). Un
algo que en las fotos de los decapitados se traduce en el ser de cada persona
fotografiada. El carácter indicial del archivo visual de lo atroz de la escritura de
Montoya “remite únicamente a un solo referente determinado: el mismo que la ha
causado y del cual es resultado físico y químico” (Dubois, [1983] 1986: 50). Por lo
tanto, cuando se está ante la imagen de cada rostro de los decapitados, es su ser
el que “nos escruta”; la foto de la cabeza desprendida es el referente que “rasga
con la contundencia de lo espectral la continuidad del tiempo” (Barthes, [1980]
1989: 23). El poder de designación de esas imágenes traspasa las condiciones del
tiempo y el espacio que la rodean para atestiguar la existencia de una realidad, en
este caso abismal y macabra.

150
Desde una perspectiva barthesiana, el “Catálogo de muertos” es mucho más

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
que una prueba documental porque no solo muestra a los hombres y mujeres que
han sido, sino, y ante todo, demuestra que han sido77, permanece en él, en cierta
medida, la intensidad de cada sujeto: la vida, su ser, lo que cada quien fue hasta
que la violencia criminal lo aniquiló. Incluso, si se tiene en cuenta que el gesto de
los decapitados es ajeno a la performance o a la transformación activa cuando
se posa ante la cámara, reconocemos que no hay disociación entre la imagen y la
realidad enmarcada, ni el advenimiento de un “yo” mismo como “otro”. La foto del
decapitado es el sujeto que se observa. Quizás por esta circunstancia, el espectador
no puede permanecer tranquilo ante lo que mira, el “punctum” (Barthes, [1980]
1989: 58) de la imagen lo punza y le hace ver lo invisible de lo revelado, lo que
está más allá del rostro de la muerte, el “estado real” de horror puro del instante
consciente de quien sabe que se muere:

Durante un rato se detuvo en las fotografías que tenían en la parte de abajo,


una fecha y el nombre de un sitio. A Cadavid se le ocurría decir alguna cosa,
una broma ligera, un chiste como para sacudirse la opresión que el catálogo
provocaba. Pero un nudo en la garganta no lo dejaba hablar. Tosía para no
dejarse atropellar por esos ojos sin luz, por esas bocas medio abiertas, por
esas cabelleras un poco despeinadas (Montoya, 2012: 111-112).

La descripción de los rostros en este pasaje recuerda la frontalidad de la


Gorgona, reproduce el gesto arquetípico del monstruo: su cara plena ante quien
la contempla. Encarar esta frontalidad del horror es lo que causa la sensación
angustiosa del desgarro propio en nosotros mismos, a la vez que somos desgarrados
de ella, es decir, la mirada del decapitado nos escruta de frente abriendo en
nosotros el vacío que vemos en lo que nos mira, una escisión que borra los límites
en nuestra realidad psíquica entre vida y muerte, y nos suspende fugazmente
en un abismo de angustia absoluta, al sentir petrificada nuestra existencia. Esta
situación quiere decir, acoplando criterios teóricos de Didi-Huberman ([1992]
2011), que la imagen de Gorgo, como sucede con la mayoría de imágenes, “está
estructurada como un umbral” (169), su registro peculiar del límite vacilante entre
“lo que somos” y “lo que ya no somos” da “forma a nuestras heridas más íntimas”
77 Barthes ([1980] 1989: 58) en su libro La cámara lúcida dice que la fotografía no puede negar que la cosa
enfocada ha estado allí. Y en esto se revela una doble posición conjunta: de realidad y de pasado. Y puesto que
tal imperativo solo existe por sí mismo, dice el pensador, debemos considerarlo por reducción con la esencia
misma, es decir, el noema de la fotografía. Así entonces, lo que se “intencionaliza” en una foto no es ni el arte, ni
la comunicación, es ante todo la referencia, que es el orden fundador de la fotografía. Por esta razón, el nombre
del noema de la fotografía sería “Esto ha sido”, o también: “lo intratable” (121-122).

151
(169). “La escisión de lo que nos mira en lo que vemos” (169), esto es, el vacío de la
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

muerte, toma fuerza en la desazón que impone “la imagen imposible de ver” (20),
en lo que haría de mí esa cabeza desmembrada: hacerme igual y semejante a ella,
mi propio destino paralizado ante el horror del inesperado ojo asesino. En suma,
es la desazón de mirar de frente a lo que me mira, la angustia de quedar librado a
la cuestión de saber en qué se convierte mi propio rostro, mi ser, cuando se abre al
vacío de la mirada gorgoneana.
Medusa, como vamos razonando, es símbolo del horror en estado puro,
previo a todo, asociado al espanto, la persecución y el dolor extremo; es la amenaza
latente que hiela los corazones. Mirarla a los ojos es “dejar de ser uno mismo,
un ser vivo, para volverse, como ella, Potencia de muerte […] transformarse en
piedra ciega y opaca” (Vernant, [1985] 2001: 104). Por esta razón, si, en paralelismo
simbólico, se observan los retratos de Ramírez como si del reflejo de Medusa se
tratase, el ver se transforma aquí en una operación de sujeto, por lo tanto una
operación hendida, agitada y abierta (Didi-Huberman, [1992] 2011: 47); la mirada
sobre esos rostros nos sacude hasta lo más recóndito de nuestro ser.
Para sintetizar, las cincuenta miradas de Gorgo que expone el “Catálogo
de muertos” ubican al “lector-vidente” de frente a Medusa. Al observarlas, por
una especie de efecto de fascinación mórbida, el lector es arrancado de sí mismo,
despojado de su mirada, cercado e invadido por la cara que lo enfrenta. La
imagen de la muerte escabrosa agita a quien la mira y simboliza en su mueca
funesta el horror de la alteridad radical. Ese Catálogo es también un trabajo de
documentación que muestra la bestialidad del conflicto militar colombiano, a
la vez, que recupera la dignidad de las víctimas cuando les da un espacio para
ser miradas. Como registro literario reescribe la simbología de la decapitación
inherente a la figura de Medusa, y como crónica visual, denuncia las violaciones de
la guerra, la inaceptabilidad de la muerte, la tortura y la degradación de lo humano
cuando es objeto de manipulación por quienes se han hecho al poder y al dominio
de territorios, a través de la criminalidad y el miedo.

EL “ECO MUDO” DE GORGO

La representación clásica de Medusa retiene tanto el gesto de mirada colérica


como la mueca del grito aterrador; “lo ‘inmirable’, como cuerpo desmembrado,
ultrajado en su singularidad, según Cavarero ([2007] 2009), “se da también como
alarido […] que expresa el mismo ultraje” (37). No obstante, como explica la filósofa

152
italiana, por tratarse de una imagen, el grito de la Gorgona es insonoro, permanece

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
mudo, “el horror se revela sin palabras y sin sonido” (38). Pero esto no quiere decir
que no se genere la impresión de que lo escuchamos; aunque las características
estéticas de la representación plástica no permiten la sonoridad física, sí produce
un efectismo sonoro en nuestra percepción íntima cuando miramos una imagen o
escultura de Medusa78. Frente a su rostro y su boca abierta la vemos y oímos gritar.
Al observarla, no logramos evadir la resonancia que brota de ella, es inmediata la
invasión del alarido que se desprende de su boca: abierta en rictus ocupando todo
el ancho de la cara. Es un “grito mudo”, un “vértigo del silencio” (Sichère, [1995]
1997: 194) que causa escozor y espanta, del que se desea huir pero ante el que se
permanece paralizado como si nos hundiéramos en lo aterrador de la escena.
Evelio Rosero propone un texto que hace del impacto emocional inmediato
de la violencia, el núcleo de su narración. La novela titulada significativamente Los
ejércitos, refleja con virtuosismo literario la vivencia cotidiana del terror sin acudir
a la explicación de sus referentes políticos –mas dejando latente en el relato que
estos son la causa–. El personaje narrador, un viejo profesor jubilado, cuenta los
golpes diarios de la guerra a los que se ven sometidos tanto él como sus vecinos.
Ismael, protagonista central, experimenta con alucinado terror la devastación de
su pueblo a manos de unos “ejércitos anónimos”. Estos ejércitos pueden ser del
gobierno, de la guerrilla y de los paramilitares, pero la novela no hace distinción
entre ellos porque “nada importan las diferencias entre los tres ejércitos para el
anciano narrador y los habitantes de ese poblado, civiles víctimas de la impunidad,
hundidos en el mayor de los desamparos” (Castellanos Moya, 2010: 62-63).
Para un sociólogo o especialista quizás sea evidente la confrontación por
el poder, pero para un sujeto desamparado, en medio del cruce armado, resulta
imposible e incluso intrascendente entender cómo funciona la dinámica militar que
lo arrasa. Por esta razón, en la realidad ficcional los bandidos “son todos [Estado
constitucional y Estado de facto] pues afectan del mismo modo al ciudadano, que
no reconoce el conflicto como suyo sino en tanto lo padece” (Hoyos, 2012: 285).
Con Rosero la escritura del miedo, que a momentos se transforma en estado de
horror puro, simboliza la insensatez de la guerra en Colombia, la crisis de la razón
y la negación de todo discurso que pretende darle una lógica a la historia del
conflicto. El lector, se ubica ante un paisaje trágico que le presenta la intrincada
penetración de la guerra en los meandros de la vida ordinaria y su capacidad
asombrosa de minar las fronteras del yo (Moraña, 2010: 195).
78 Hacemos referencia al prototipo de Medusa que Vernant define. Ejemplos precisos de esta representación
son el cuadro Cabeza de Medusa, de Caravaggio y la escultura Una cabeza de Medusa, tallada en malaquita por
Damien Hirst.

153
El tono íntimo y mesurado con que el narrador cuenta su propio estado
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

emocional, devela una sensibilidad que parece habituada a convivir con el terror.
“Rosero configura el estado mental […] la manera como viven los colombianos la
guerra” (Padilla Chasing, 2012: 122). El miedo, en este sentido, es efecto no de una
amenaza que surge de manera inesperada, sino de la suma de diversos momentos
surcados por actos de violencia; es una especie de ambiente afectivo que se
instala a lo largo del tiempo y del espacio. El testimonio personal de Ismael, en este
orden, “más que registrar datos de la realidad, cuenta la experiencia del horror”
(Van Der Linde, 2017: 189). Desde el comienzo de la narración nos enteramos
que la percepción individual del pasado, el presente y el destino del pueblo y sus
habitantes está regida por circunstancias violentas.
La experiencia del miedo abre historias pasadas de asociación cuando el
narrador revive conmociones traumáticas de su juventud. De hecho, la novela toma
forma a partir de esa lógica asociativa de la experiencia del miedo. La historia entre
Ismael y Otilia es resultado de esta lógica. Recuérdese que el narrador rememora
que cuando ve por primera vez en la terminal de buses a quien será su mujer,
un hombre es asesinado, justo en ese momento y lugar. La pareja de esposos es
testigo, a lo largo de sus años de convivencia, de la intensificación de la guerra, y
en el presente de la realidad ficcional son víctimas directas por la desaparición de
Otilia. Con ella desaparece también el pueblo mismo y la existencia propiamente
humana del narrador. “El deterioro físico y mental [y emocional] de Ismael
progresa al ritmo de la violencia creciente” (Van Der Linde, 2017: 181). Al final de la
novela, el narrador no es más que una presencia fantasmal tratando de conservar
la memoria del país (Fonseca, 2017: 163-174), que es justamente la memoria del
dolor y el miedo. Lo emocional traumático derivado de la guerra, en consecuencia,
deviene fenómeno articulado al recorrido existencial del héroe, es hilo que se teje
a sus deseos y desesperanzas:

En la montaña de enfrente, a esta hora del amanecer, se ven como


imperecederas las viviendas diseminadas, lejos una de otra, pero unidas
en todo caso porque están y estarán siempre en la misma montaña, alta
y azul. Hace años […] me imaginaba viviendo en una de ellas el resto de la
vida. Nadie las habita, hoy, o son muy pocas las habitadas; no hace más de
dos años había cerca de noventa familias, y con la presencia de la guerra
[…] solo permanecen unas dieciséis. Muchos murieron, los más debieron
marcharse por fuerza: de aquí en adelante quién sabe cuántas familias irán
a quedar, ¿quedaremos nosotros?, aparto mis ojos del paisaje porque por

154
primera vez no lo soporto, ha cambiado todo, hoy –pero no como se debe,

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
digo yo, maldita sea (Rosero, 2010: 61).

La cita deja ver que la conmoción afectiva del personaje no puede entenderse
sin relacionar su pasado personal, pero tampoco sin mencionar la historia de
su propio pueblo. La angustia del narrador, no es solamente la recordación de
proyectos particulares frustrados, es también la negociación con el tiempo
histórico de la violencia política del país. Aunque expresión de la experiencia
individual de la violencia, el estado emocional de Ismael es además revelación de
los afectos colectivos, del clima emocional de la sociedad. Rosero, en efecto, no
da forma a emociones inocentes y casuales emanadas de la psiquis perturbada
de un individuo, sino que ante todo personifica de modo notable, la sensibilidad
de una sociedad socavada por décadas de violencia. La tentativa de la narración
de dar voz a un estado emocional como el horror, explora de modo sugestivo “las
conexiones entre sentimiento y conocimiento, subjetividad, empiria y discurso,
realidades materiales y simbólicas, historia y ética” (Moraña, 2010: 193). En suma,
la vindicación estética de lo afectivo, que no implica la cancelación del elemento
racional, logra significar los diversos matices del conflicto de manera más decisiva
que si la novela estuviese atravesada por un discurso de país o manifiesto político.
En Los ejércitos hay un pasaje que simboliza de manera magistral el grito de
Medusa. El personaje narrador, Ismael Pasos, experimenta con alucinado terror la
representación de Gorgo y su chillido extremo. Un grito suspendido en el tiempo,
que traspasa el espacio y le persigue hasta hacerlo desfallecer psíquicamente:

Busqué la esquina donde Oye se paraba eternamente a vender sus


empanadas. Escuché el grito. Volvió el escalofrío porque otra vez me pareció
que brotaba de todos los sitios, de todas las cosas, incluso de adentro de
mí mismo. “Entonces es posible que esté imaginando el grito” dije en voz
alta, y oí mi propia voz como si fuera de otro, es tu locura, Ismael, dije, y el
viento siguió al grito, un viento frío, distinto, y la esquina de Oye apareció
sin buscarla, en mi camino. No lo vi a él: solo la estufa rodante, ante mí,
pero el grito se escuchó de nuevo, “Entonces no me imagino el grito”, pensé,
“el que grita tiene que encontrarse en algún sitio.” Otro grito, mayor aún,
se dejó oír, dentro de la esquina, y se multiplicaba con fuerza ascendente,
era un redoble de voz, afilado, que me obligó a taparme los oídos. Vi que
la estufa rodante se cubría velozmente de una costra de arena rojiza, una
miríada de hormigas que zigzagueaban aquí y allá, y, en la paila, como si

155
antes de verla ya la presintiera, medio hundida en el aceite frío y negro,
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

como petrificada, la cabeza de Oye: en mitad de la frente una cucaracha


apareció, brillante, como apareció otra vez, el grito: la locura tiene que ser
eso, pensaba, huyendo, saber que en realidad el grito no se escucha, pero
se escucha por dentro, real, real; huí del grito, físico, patente, y lo seguí
escuchando tendido al fin en mi casa, en mi cama, bocarriba, la almohada
en mi cara, cubriendo mi nariz y mis oídos como si pretendiera asfixiarme
para no oír más (Rosero, 2010: 199-200).

En esta escena el grito pavoroso invade la totalidad del momento y


espacio representado, brota como una fuerza siniestra connotando el horror de
la decapitación79. El tono que asume la narración de la experiencia y el ambiente
lúgubre que la cubre manifiestan la estrecha concomitancia entre lo acústico y la
expresión del terror. El pavor del héroe a causa de los sucesos violentos que han
destruido a su pueblo, y sobre todo por encontrarse de frente, sin buscarla, con
la cabeza de Oye: cercenada, con un balazo en la frente como una “cucaracha
brillante”, toma consistencia en el sonido amenazante que surge de lo invisible, en
el eco intemporal que enmascarado de “potencia de ultratumba” (Vernant, [1985]
2001: 76), retumba siniestramente por las calles del poblado. Tal circunstancia
hace pensar en la creencia de los antiguos griegos sobre las presencias infernales,
que regresaban de lo profundo del Hades a acosar a los vivos. Rastreamos cierta
analogía simbólica entre esas figuras infernales y la aparición acuciante del grito
fantasmático en el pasaje de Rosero: pareciera que Oye, subsumido en chillido
puro, regresara de “ese más allá” a modo de un alástor trastornado, un espectro
afligido que por morir decapitado no logra encontrar la tranquilidad y entonces
“regresa” a agitar y aterrar a Ismael, y a todo aquel que lo escuche, a nosotros
como lectores, incluso. Oye en su afán angustiado de ser oído desde el horror
del “más allá” gira en alegoría poderosa del ultraje y el tormento de quienes han
sucumbido en escenarios de guerra.
El horror del ultraje que ha padecido el decapitado invade con mayor fuerza
la psiquis del vivo. Sabemos que la sola presencia de cualquier cadáver, como
advierte Kristeva ([1980] 2004), “trastorna […] violentamente […] la identidad de
aquel que se le confronta como un azar frágil y engañoso” (10). La muerte es,
quizás, el fenómeno más contundente para señalar al humano su condición finita,
para recordar que todo cuerpo será un desecho repugnante que provocaría el
desvanecimiento y la expulsión del “yo” de quien lo observe. En efecto, el “cadáver
79 Antes de este pasaje la novela ha escenificado ya la decapitación de otro personaje. Ismael presencia tirada en
un rincón de una cabaña la cabeza del maestro Claudino (Rosero, 2010: 113). Mas elegimos para nuestro estudio
la escena de la decapitación de Oye por el ambiente particular que la envuelve.

156
–visto sin Dios y fuera de la ciencia– es el colmo de la abyección. Es la muerte

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
infestando la vida […] algo rechazado del que uno no se separa […] Extrañeza
imaginaria y amenaza real, nos llama y termina por sumergirnos” (Kristeva,
[1980] 2004: 11). De este modo, si el cadáver connota ya un desorden y perturba
la interioridad del ser, con más potencia lo hace cuando ha sido sometido a
vejaciones extremas como el desmembramiento o la decapitación, este acto deja al
descubierto no solo la malignidad del criminal, que reduce el cuerpo de la víctima
a una cosa expulsada del límite simbólico de lo humano, sino que también rompe
el equilibrio íntimo del sujeto que observa. La “violencia estrepitosa” (Kristeva,
[1980] 2004: 10) que refleja la decapitación empuja a quien la ve a un fuera de sí.
Al tener en cuenta la complejidad del simbolismo aciago de la muerte
escabrosa, sorprende la notable habilidad escritural de Rosero para exponer el
dolor extremo, aquel que aniquila toda posibilidad de identidad y rompe todas
las formas de inteligibilidad del mundo. Sofsky ([1996] 2006) sobre la figuración
del dolor afirma que, “en la literatura se habla mucho de [éste]. Pero el acento
recae casi siempre en el sufrimiento anímico, no en el tormento físico. El cuerpo
doliente se cierra a la representación lingüística” (65). Son varios los estudios que
tratan de descifrar la “imposibilidad” de la instancia narrativa de Los ejércitos,
pues si se tiene en cuenta el terror que persigue y aplasta al personaje que narra,
desde una lógica no ficcional y punto de vista narratológico, es imposible que se
pueda articular un discurso con la lucidez expresiva como la que se desarrolla
a lo largo de toda la narración (Moraña, 2010; Fonseca 2017). Para entender
esa imposibilidad del agente narrativo que Rosero inventa, Lotte Buiting (2014)
actualiza la idea del “narrador imposible” de Agambem80. La autora sostiene que
la imposibilidad de la narración y la inhumanidad experimentada y confrontada
por el personaje narrador de Los ejércitos, están inextricablemente relacionadas,
por tanto, las técnicas narrativas utilizadas por el autor colombiano se fusionan
de manera estratégica, se logra la verosimilitud en la conjugación de los elementos
ficcionales.
Teniendo presentes estos estudios y las ideas de Sofsky ([1996] 2006),
acerca de la imposibilidad de lo literario para nombrar el dolor en sí mismo, se
deduce que Rosero desafía esa lógica de lo impronunciable del sufrimiento y arriba
a darle forma y a nombrarlo, es decir, la interioridad anímica y el grito de dolor
generado por la violencia extrema se expresa en la escena de Oye. Si volvemos
al último pasaje citado de Los ejércitos, reconocemos que la escritura significa
80 A grandes rasgos, el narrador imposible de Agambem es la voz que corresponde a un testigo imposible y no al
testigo real, esto porque quien ha vivido circunstancias extremas de violencia y terror está muerto o ha retornado
mudo. Así entonces, el testigo imposible habla sobre un hecho imposible de decir, de ahí lo figurativo de su
presencia y lenguaje (Agamben, 2000: 143-180)

157
claramente a través de la angustia anímica del narrador –Ismael– el tormento físico
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

del personaje que ha sido desmembrado –Oye–. El grito de Oye gira en expresión
verbal, se hace tangible en la «representación lingüística» del discurso que Ismael,
en medio de su demencia aterrada, va articulando para sí mismo. Acto que
representa una ambigua, pero sugerente, identificación subjetiva del narrador con
el «yo sufriente» del personaje decapitado, donde quien cuenta se ha apoderado
del dolor de aquel que ya no está, para dejar registro verbal del suplicio aterrador
al que se le ha sometido. Así entonces, el dolor y el horror transmuta en palabra,
se hace inteligible a través del desvarío lúcido del héroe que nombra el caos que lo
acosa desde adentro.

LA CABEZA DECAPITADA EN EL CAMPO DE BATALLA

Entre las características del simbolismo de Medusa destaca su vínculo con lo bélico.
El campo de batalla es el escenario ideal donde aparece todo el poder infernal de
Gorgo. En la literatura griega antigua su figura surge amenazante en los pasajes
de guerra; por ejemplo, en La metamorfosis de Ovidio, Perseo aniquila a Cifeo,
Atlas, Preto y Polidectes mostrándoles la cabeza cercenada de tal monstruo, los
convierte en piedra. A pesar de que el semidios griego mata a Medusa y la reduce
a una cabeza petrificada, esta incuba aún su potencia de muerte. Asimismo, en La
Iliada, son varias las escenas que la muestran como la “Potencia de Terror” más
certera para vencer al enemigo, veamos:

Atenea […] armada para la luctuosa guerra [suspende] de sus hombros la


espantosa égida floqueada que el terror corona: allí están la Discordia, la
Fuerza y la Persecución horrenda; Allí la cabeza de la Gorgona, monstruo
cruel y horripilante, portento de Zeus, que lleva la égida [la diosa cubre su
cabeza] con áureo casco de doble cimera y cuatro abolladuras, apto para
resistir a la infantería de cien ciudades (Homero, 1927: 59).

El escudo de guerra de Agamenón también está coronado por la cabeza de


Medusa (Homero, 1927: 114). En estas citas es fácil advertir que los personajes
van preparados para la batalla con las armas más letales, la sola representación
de Medusa en la égida es presencia amenazante que aparece en el escenario de
guerra “como un prodigio, en forma de cabeza, terrible y aterradora” (Vernant,
[1985] 2001: 56). Ellos enfrentan al enemigo en igualdad de condiciones, sus
oponentes son otros guerreros portentosos y entrenados para combatir fieramente

158
hasta la muerte. Empero, no hay combatiente que no desfallezca de pavor frente

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
a la potencia de muerte que se vislumbra en los escudos de Agamenón y Atenea.
Vale traer aquí, para ampliar la indagación sobre el poder simbólico de la
representación de la cabeza decapitada sobre un estandarte de guerra, el estudio
de Rita Dolce (2006) sobre el tratamiento de las cabezas de los vencidos en el
campo de batalla durante la era protohistórica arcaica en Oriente Próximo. Basada
en documentación figurativa e iconológica de Mesopotamia y Siria, la investigadora
enfatiza en la fuerza intimidante de la imagen de la cabeza decapitada plasmada
sobre la bandera de guerra de Ebla; esta bandera, según Dolce (2006), sería el
primer testimonio histórico, artístico e ideológico de una selección programada de
actos bélicos representados. La escenificación de la decapitación en la bandera de
guerra siria funcionó en dos niveles distintos de comunicación: por una parte, la
visión de las cabezas cortadas era una forma de demostrar la supremacía sobre
el enemigo humillado en su integridad humana; por otra, era la prueba manifiesta
de la aniquilación de las fuerzas del adversario, proporcionalmente a su calidad y
a su número, cargándose así de un fuerte valor favorable a la perspectiva de una
larga duración de la conquista (42-43). En América Latina hay también registros
sobre las prácticas de decapitación asociadas a la guerra y la cultura; la mitología
mexicana, como precisamos en el capítulo primero de este libro, es indicativa de los
diversos imaginarios religiosos y culturales vinculados al simbolismo de la cabeza
decapitada. El valor mitológico, guerrerista y cósmico que los ancestros mexicanos
dieron a la imagen de la decapitación fue notable, la referencia arqueológica de
cabezas estacadas alrededor de espacios sagrados y de la representación pictórica
de estas en múltiples códices, son muestra precisa.
Al observar las características del escenario bélico que representa la literatura
antigua, el estandarte de guerra de Ebla que Dolce analiza, y los referentes míticos
aztecas, es inevitable comparar la realidad bélica que allí toma forma –tropas
armadas con un simbolismo y representación concreta, además de la experiencia
en la faena guerrera– con las fuerzas que se enfrentan hoy en los territorios
de guerra. No existen, bajo ninguna circunstancia, oponentes en igualdad de
condiciones en los conflictos armados contemporáneos, en el sentido que, son los
civiles, totalmente indefensos, quienes se han vuelto el objetivo militar de todos
los ejércitos. En el caso de Colombia –y, sin duda, de otros países– la refriega, más
que darse entre las diferentes tropas colombianas: Fuerza Pública, FARC, ELN,
AUC81, etc., se ha desviado hacia la ejecución criminal de poblados enteros como
signo de retaliación y poder contra el enemigo. Una ofensiva injusta y siniestra
81 FARC: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia; ELN: Ejército de Liberación Nacional; AUC: Autodefensas
Unidas de Colombia.

159
que toma al ciudadano común como “arma de guerra”, con la cual amenazan,
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

expolian y provocan miedo. Como ejemplo palpable de esta situación, recuérdese


solo uno de los casos más emblemáticos de la barbarie extrema cometida por las
AUC: la masacre de El Tigre. La estigmatización como “pueblo guerrillero”, hizo de
los pobladores de El Tigre el objetivo de asesinatos, tortura, violación y amenazas
de muerte. La noche del 9 de enero de 1999, aproximadamente ciento cincuenta
paramilitares del Bloque Sur Putumayo,  unidad adscrita al Bloque Central
Bolívar (BCB) de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), irrumpieron en la
zona urbana del pueblo y asesinaron a 28 personas, violaron varias mujeres y
produjeron el aborto a dos más, debido a los golpes que recibieron. Quemaron
casas, vehículos y mataron animales domésticos. La memoria de esta atrocidad es
narrada por los sobrevivientes de la siguiente manera:

Esa noche, ellos masacraron a la gente con machetes, cuchillos, hachas y


pistolas; las descuartizaban y las echaban al río. Ese día nosotros sentimos
una oscuridad. No estábamos preparados para algo así […] Los vamos a
matar por guerrilleros, nos decían. En ese momento ellos se entretuvieron
y yo me tiré al caño, yo solo corrí y los demás quedaron ahí. Yo amanecí en
el monte y al otro día, cuando regresé a casa, todos mis amigos estaban
muertos […] Esto dejó al pueblo en ruinas. Estas son las evidencias de la
catástrofe que nunca se nos olvida (Centro Nacional de Memoria Histórica,
Relato 3 y 4, Taller de memorias, 2010).

De este modo, si se analizan las condiciones de desamparo e indefensión de


los habitantes de San José en la propuesta de escritura de Rosero –alegoría fiel de lo
sucedido con los pobladores de El Tigre, y de muchos otros pueblos colombianos–,
es imposible evadir la turbación al saber que son empujados a ser “el blanco” de
una guerra que no les pertenece. Sin ningún miramiento, la población es avasallada
por los ejércitos, que enfrentados entre sí, por el dominio del territorio y las rutas
de la droga, arrasan comunidades enteras. En condición de inermes, Ismael y sus
vecinos son puestos de frente con la máscara del horror de la manera más brutal.
Una realidad ficcional que entraña la “realidad real”, tangible, espantosa, que ha
aplastado durante décadas a miles de colombianos.
Las masacres y el ensañamiento contra el cuerpo de la víctima, como se
discutió en un apartado anterior, tienen el propósito de cosificar y animalizar a la
persona, desligarla radicalmente de su condición humana y borrar todos sus lazos
comunitarios. Los despojos a los que queda reducido un cuerpo imposibilitan su

160
inscripción en los registros de la vida de la comunidad, en sus lenguajes, memorias

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
y relatos. Reducida a pedazos de cadáver la persona no puede reconocerse (Giorgi,
2014, 199). No se establece con el cuerpo mutilado ningún vínculo indentitario,
pues no sabemos si lo mirado es un despojo animal o humano. Esto recuerda la
reflexión de Virginia Woolf ([1938] 1999) al contemplar una fotografía de un cadáver
fieramente acribillado durante la guerra: “puede ser el cuerpo de un hombre, o de
una mujer. Está tan mutilado que también pudiera ser el cuerpo de un cerdo” (20).
La decapitación y desmembramiento es lenguaje atroz de las violencias
contemporáneas, especialmente de las asociadas con el narcotráfico. Estas
prácticas, Rossana Reguillo (2012) las explica como evidencia de una “violencia
expresiva”, que va en detrimento de una “violencia utilitaria” (45). Para la
investigadora mexicana, la “violencia expresiva” se concentra en la particular
manipulación que el victimario hace del cadáver a modo de firma. Un “sofisticado
repertorio del horror […] que indica que estamos frente a un poder que busca
exhibir […] en una caligrafía sangrienta, que ejecutar no es suficiente” (2014: 1). Sin
desconocer los argumentos de la investigadora, consideramos que la categoría de
“violencia expresiva” no se opone a la de “violencia utilitaria”, más bien la refuerza
y complementa, pues la “violencia expresiva” funciona también como “violencia
utilitaria”, porque es, asimismo, “operativa y útil” (Muchembled, [2008] 2010: 15),
tiene un fin instrumental. En la exhibición de un cuerpo destazado, de la sensación
de horror ante una cabeza suelta, la “violencia expresiva” funciona como lenguaje
que afirma y exhibe los símbolos de un poder total, que busca también, como la
“violencia utilitaria”, construir su propio “orden” sociopolítico, someter al otro y
establecer un clima de miedo. Tal realidad queda demostrada en la forma como “los
ejércitos” de Rosero imponen su poder y dominio con las prácticas de anulación
total de quienes habitan en San José. En entrevista con Junieles (2007), el escritor
enfatiza que en su novela los hechos son totalmente reales, están tomados de
recortes de periódicos, noticias de televisión y testimonios de desplazados. Es una
radiografía del horror del civil indefenso en territorio bélico, de los pueblos que
han quedado “sin cabeza ni corazón” (Rosero, 2010: 189).
Las razones expuestas hasta aquí, nos llevan a considerar que Los ejércitos,
como “novela del miedo y la incertidumbre” (Padilla Chasing, 2012: 140), actualiza
y configura el simbolismo profundo y aterrador de Medusa. Y en este mismo
contexto del mito, se puede asimismo inferir que la narrativa que nombra la
decapitación, alegóricamente, hace las veces de escudo de Atenea, en el sentido
que así como la diosa al recibir de manos de Perseo la cabeza de Gorgo la estampa
sobre su escudo como arma letal, el escritor apresa en su novela el horror supremo
del aniquilamiento del ser. La imagen visual y literaria de los decapitados que

161
presenta la narrativa colombiana, se vuelve una afrenta poderosa contra el olvido
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

y registro punitivo contra quienes se han arrogado el derecho de eviscerar al otro


sin miramientos. Por último, Los derrotados de Pablo Montoya y Los ejércitos de
Evelio Rosero se inscriben en las obras que Ovejero (2012) clasifica como “literatura
de la crueldad” (72). Los textos, sin duda, fijan los hechos atroces82 del conflicto
armado, pero sobre todo, confrontan al lector con sus propias expectativas
y silencios. Parafraseando a Ovejero (2012), el aspecto subversivo de los libros
estudiados cambia el foco: lo retira del objeto central –la decapitación– y lo vuelve
hacia el “lector-vidente”. Y este, una vez “iluminado”, comprende que no es un
transeúnte por el exterior de los acontecimientos, tampoco es un testigo, más bien
es cómplice del robo de significado de la realidad de los vencidos. Bajo el foco es
difícil ocultar o evadir la mirada y la voz de los hechos brutales, que definen el día a
día de muchas sociedades. El Escritor-Perseo con su novela-escudo, en definitiva,
reubica la realidad de la violencia excesiva en toda su dimensión, la desenmascara
presentándola con el rostro vivo del dolor y la incertidumbre que se ha querido
negar o silenciar.

DESARTICULACIONES DEL “SÍ MISMO” Y LA MEMORIA DOLOROSA

El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince, toma forma en torno a la vida
del padre del escritor: la convivencia familiar, la vida política y profesional, y su
asesinato a manos de los paramilitares. La narración es publicada veinte años
después del homicidio del padre. La composición de este relato fue para el autor
una forma de sublimar el dolor y el rencor, además de retener en el tiempo la
presencia del progenitor y de hacer memoria de un pasado funesto, que marcó
irremediablemente la vida personal y la de muchos colombianos. El texto hace
uso de la primera persona y de la “narración del yo” para referir la vida propia
y la del padre, desde un prisma emocional. A continuación se reflexiona sobre
los modos como el autor-narrador-narrado construye un “sí mismo” afectivo, y en
ese transcurso consolida un relato que no se circunscribe a un género narrativo
específico. También, nos interesa entender cómo Abad Faciolince se apoya en la
idea de la responsabilidad de una “memoria real”, mas sin dejar de “inventar” parte
de esa memoria. La narración, paradójicamente, se ancla a una lúdica imaginativa
de la memoria, que intensifica el valor del pasado personal y social.
82 Es necesario precisar que José Ovejero (2012) es explícito en decir que el libro cruel no exige necesariamente
violencia física. Puede que vaya unida a ella, porque el “autor cruel”, al buscar la transgresión, tiende a encontrarla
en aquellos ámbitos que rondan el tabú, como la violencia despiadada y el sexo desaforado. Pero se puede ser
cruel sin que corra la sangre.

162
Antes de entrar plenamente en el tema, es importante precisar que en

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
esta reflexión recurrimos a otro texto de Abad Faciolince, Traiciones de la memoria
(2009), libro de carácter autobiográfico, que recoge en uno de sus capítulos
la experiencia de escritura de El olvido que seremos. En el relato “Un poema
en el bolsillo” 83, el escritor recrea la polémica que surgió en Colombia sobre la
publicación de un poema de Jorge Luis Borges en El olvido que seremos84. El autor
aprovecha esta historia, para dar forma a una narración en la que reflexiona sobre
la imposibilidad de la memoria fiel y los laberintos del pasado que la escritura
hace transitar. Traiciones de la memoria ubica en un nuevo ángulo de lectura a
El olvido que seremos. Sin desconocer la autonomía de cada obra, se puede decir
que los dos se complementan y se hacen necesarios en un análisis que aborde sus
procesos de escritura.
De los estudios literarios sobre El olvido que seremos llama la atención
la variedad genérica en la que lo ubican los ensayistas. Por ejemplo, Fanta Castro
(2009), lo nombra a lo largo de todo su escrito como “texto” y, aunque la autora
explicita al inicio de su reflexión, en una nota a pie de página, que el libro de Abad
Faciolince es “una especie de autobiografía mezclada con la biografía de su padre”
(30), no se decide a estudiarlo en relación con la estética de estos géneros en el
cuerpo del ensayo; de hecho, el libro se asocia más a la novela cuando se sitúa junto
a las producciones ficcionales que metaforizan la injusticia y la impunidad (32). Por
su parte, Reigana de Lima (2010), reconoce el relato de Abad como autobiográfico
(7), mientras que Pérez Sepúlveda (2014), lo analiza como biografía. Para Vélez
Restrepo (2013) es una novela autobiográfica, no obstante, en algunos apartados,
parece indagarlo solamente como novela. Y Escobar Mesa (2011), lo ubica entre
biografía y autobiografía, dice este ensayista que El olvido que seremos “es un texto
polimorfo que puede leerse como novela, crónica testimonial o confesión” (178). La
irresolución genérica presentada por los académicos obedece a la posición liminar
de la narración entre autobiografía y novela85. Enfrentarse a lo narrado en El olvido
que seremos provoca, en un primer momento, cierta perplejidad porque el lector
no reconoce el pacto de lectura que se le propone.
83 “Un poema en el bolsillo” es el apartado de mayor extensión del libro de Traiciones de la memoria; los otros dos
textos son “Un camino equivocado” y “Exfuturos”.
84 El poema que provoca la discusión entre algunos escritores colombianos es Epitafio de Jorge Luís Borges, que
había sido transcrito por el padre del escritor y fue encontrado en el bolsillo del abrigo que este llevaba puesto el
día de su asesinato. Este poema fue retomado en El olvido que seremos y, de él, justamente, se apropia el primer
verso para titular dicho libro. En su momento, una vez publicado el texto, causó sospecha y malentendidos entre
algunos expertos la originalidad de los versos del escritor argentino. Sobre esto se reflexiona en Traiciones de la
memoria y también se discute en una entrevista con el autor, a cargo de José Zepeda (2011).
85 Las traducciones del libro a diversos idiomas entran a alimentar su complejidad genérica. Si bien, en su edición en
español no hay marcas paratextuales de género, en francés se lo tradujo como roman –novela– y en inglés como memoirs
–memorias.

163
La compleja relación entre lo real y lo imaginario logra expresarse
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

abiertamente en la ambigüedad del pacto literario que el autor propone. En


entrevista con José Zepeda (2011), Abad Faciolince reconoce su inclinación
estética por “mezclar” lo real con lo imaginario, y viceversa. Afirma que su texto, si
bien configura la experiencia personal de un pasado, lo escribió como una novela,
y no solo por los recursos del lenguaje que en él despliega, sino también por la
imaginación creativa que se filtra en lo memorizado. Incluso, dice el autor, resulta
mucho más interesante que El olvido sea leído como novela que como exclusivo
relato autobiográfico o biografía. La escritura de un “yo”, que se mueve entre lo real
y lo ficcional da al personaje central de la narración la caracterización de héroe
literario. En efecto, Abad Faciolince buscó dar un “aura” de personaje novelesco
al padre representado en la escritura: estrategia literaria que resulta ofreciendo
al padre un valor dramático mucho más significativo cuando se le ubica más allá
de las fronteras de la realidad propia. Dice el escritor que su progenitor puede ser
visto en el relato como un

[…] héroe romántico que llevó una vida muy estética […] con unas simetrías
especiales […] que amaba la belleza […] que visto como personaje literario,
podrá vivir para siempre en el recuerdo de la gente […] no pocas veces el
personaje literario tiene más vida que cualquier persona que realmente
haya existido (Abad Faciolince y Zepeda, 2011).

La cita deja ver que para el autor la trascendencia de lo memorado no se


soporta sobre el criterio de realidad o ficción, sino, más bien, sobre la capacidad
de mantener en el tiempo aquello que se rememora. La escritura parece aquí
un artificio diseñado para sostener la fragilidad identitaria; Abad necesita del
suplemento de ficción sin el cual la existencia del padre y la propia carecería de
entidad suficiente (Alberca, 2007). El padre leído como figura ficcional no pierde
su componente de realidad, pero sí gana el poder de proyectarse en un horizonte
temporal indefinido. Esta ambigüedad entre realidad y ficción y su relación con el
pasado se discute en Traiciones de la memoria. Acá el escritor argumenta que “la
verdad y el recuerdo están siempre salpicados de olvidos o de deformaciones del
recuerdo que no se reconocen como tales” (141). La verdad del pasado descansa
entonces sobre una memoria imperfecta, que desde la mirada literaria de Abad
Faciolince es la más confiable. Este tema se retomará más adelante.
Al hilo del régimen de los hechos y la complejidad del acto literario de El
olvido que seremos, consideramos que soporta una lectura desde la óptica de la

164
autoficción. En la escritura de Abad Faciolince las vidas representadas pasan a

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
ser presencias de ficción sin deshacerse de su rastro de no-ficción. La narración,
aunque de rasgo autobiográfico, se camufla bajo los artificios literarios de la novela
proponiendo una lectura en clave ficcional. A diferencia de la novela autobiográfica
la autoficción no disfraza su relación con el autor, todo lo contrario, la expone sin
fingimiento (Alberca, 2007). El escritor colombiano, convertido en narrador ficcional
de su propia obra, se desnuda ante la vista del lector sugiriéndole un pacto de
lectura diferente, que reafirma el contenido fictivo de la escritura. El relato del “sí
mismo” propuesto por la autoficción franquea así la línea de autenticidad –exigida
al texto netamente autobiográfico–, además de desvanecer de manera reflexiva
los límites entre acontecimientos reales o ficticios; de este modo se acentúa la
divergencia constitutiva entre vida y escritura (Arfuch, 2009).
Ahora bien, no sobra recordar que lo ficcional de los textos autofigurativos
es efecto directo del discurso literario y, por tanto, ajeno a lo ficticio: que sería
una particularidad de lo falso. De esta manera, si la obra autoficcional promete
una verdad al estar anclada a la vida del escritor, no es seguro que sea la “verdad
misma”, que “el lector en el acto de lectura, intente leer una verdad en el texto,
no quiere decir que esa verdad exista” (Amícola, 2007: 32). En otras palabras,
en el relato autoficcional, como en todo relato del “yo”, se reconoce también que
cuando el escritor se aventura a narrarse a sí mismo tiene plena conciencia de que
lo contado, por estar sujeto a la memoria y la imaginación, comprende un alto
grado de ficción, así se respete la autenticidad de la historia86.
La entidad narrativa es uno de los mayores aciertos de El olvido que seremos.
El autor, a medida que va narrando la experiencia propia, se adueña del “yo” del
padre para también narrarlo. Es decir, que la escritura construye un “sí mismo” que
a su vez da forma a “un otro”. Esta calculada estrategia narrativa se explica en el
ambiguo proceso de identificación subjetiva del escritor con su padre, la manera
como se va contando la experiencia surte el efecto de una fusión de identidades, en
la que “yo es otro” y “otro es yo”. En palabras más precisas sería, “yo soy mi padre” a
la vez que “mi padre soy yo”. Justamente, el epígrafe al inicio de la narración indica
esta auto-representación ambigua: “Y por amor a la memoria llevo sobre mi cara la
cara de mi padre”, frase del poeta israelí Yehuda Amijai. Se trata del renacimiento
del padre en la mirada del hijo. O más concretamente, la vivificación narrativa del
86 Para Molloy (2001) la lucidez literaria del escritor profesional que se decide a escribir sobre su vida le lleva a
reconocer, conscientemente, lo que significa verter el “yo” en una construcción retórica; su conocimiento de los
artificios literarios le hacen prever la complejidad de constituirse como sujeto en la escritura.

165
progenitor se hace posible en la voz del hijo. La escena en la que quizás se aprecia
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

con mayor contundencia esta circunstancia de identificación, es el instante mismo


del asesinato del padre, dice Abad Faciolince: “Durante casi veinte años he tratado
de ser él ahí, frente a la muerte, en ese momento. Me imagino a mis 65 años,
vestido de saco y corbata, preguntando en la puerta de un sindicato por el velorio
del líder asesinado” (Abad Faciolince, 2006: 243).
La narración del asesinato es un nefasto recuerdo imaginado, aunque
“realmente vivido” en el propio cuerpo del escritor, veamos:

Mi papá mira hacia el suelo, a sus pies, como si quisiera ver la sangre del
maestro asesinado. No ve rastros de nada, pero oye unos pasos apresurados
que se acercan, y una respiración atropellada que parece resoplar contra su
cuello. Levanta la vista y ve la cara malévola del asesino, ve los fogonazos
que salen del cañón de la pistola, oye al mismo tiempo los tiros y siente
que un golpe en el pecho lo derriba. Cae de espaldas, sus anteojos saltan
y se quiebran, y desde el suelo, mientras piensa por último, estoy seguro,
en todos los que ama, con el costado transido de dolor, alcanza a ver
confusamente la boca del revolver que escupe fuego otra vez y lo remata
con varios tiros en la cabeza, en el cuello, y de nuevo en el pecho (Abad
Faciolince, 2006: 243)

En este pasaje llama la atención que la narración del homicidio se haga


desde la perspectiva consternada del padre, pero confesada por la voz del hijo.
De manera imaginada, el autor-narrador-hijo se ubica, en tiempo y espacio,
como testigo íntimo del papá para experimentar con él ese momento aterrador.
Recordamos que Abad Faciolince no lo acompañaba durante el atentado. La
posibilidad de revelar el instante del asesinato, como experiencia que tocó el
cuerpo sin ser testigo presencial, Fanta Castro (2009) lo explica desde la habilidad
lingüística de la narración al conjugar dos tiempos verbales. La yuxtaposición
de las temporalidades, donde el pasado y el presente coinciden, permiten a lo
imposible ser posible: saber algo que es desconocido. A esta interpretación
nosotros agregamos que junto a la correlación de tiempos disímiles, la estrategia
de escritura del autor diluye también el límite entre dos identidades, la de él mismo
y la del padre, para dar paso a una sola presencia narrativa en el relato. Esta
coincidencia de “yoes” en la narración biográfica infringiría el principio ético de

166
no confundirse con el biografiado (Holroyd, [2002] 2011: 72), sin embargo, en el
campo autoficcional es totalmente plausible, de hecho, tal transgresión enriquece
la capacidad expresiva, estilística y ética de la entidad narrativa.
Ahora bien, la coincidencia de “yoes” de la identidad narrativa que la escritura
de Abad Faciolince propone, no se relaciona con la clásica fórmula de Rimbaud
resumida en su célebre frase Je est un autre –“yo es un otro”–, en la que la extrañeza
del escritor que se ve como otro de sí mismo define la marca de inscripción del “yo”
en el decurso narrativo. La construcción del sujeto “otro” que El olvido sugiere, lo
entendemos más bien desde la idea de Sarlo (2005) acerca de la condición del
testigo de experiencias traumáticas87. La persona que toma la palabra de aquel
que ya no está a causa de una violencia radical: la tortura mortal, el asesinato, la
desaparición, etc. Así entonces, la voz que narra en El olvido que seremos está en
remplazo de otra: de la voz del padre. La voz del escritor-narrador es vicaria de
la memoria traumática y de otros sucesos de la existencia del progenitor. Abad
Faciolince, en su relato, se construye como la voz testigo que ha sido elegida por
las condiciones extratextuales –anímicas, éticas, históricas, políticas–, para contar
la muerte del padre como si de la suya se tratase –simbólicamente, algo del autor
también muere con el padre–. Esta intención narrativa de no dejar en el silencio
un momento de tal magnitud resguarda, a su vez, la intención de representar la
interioridad emocional del escritor. La autoficción, en ese orden, se construye
como espacio expresivo del dolor, la tristeza y la memoria.
Contar la vida propia al lado del padre demandó del escritor “vistas de
pasado”88. Después de veinte años del asesinato, Abad Faciolince tuvo que
ubicarse en un tiempo presente para mirar al pasado y reconstruir, desde esta
perspectiva temporal, lo que la memoria y el recuerdo aún conservaban. El relato
autoficcional, aunque por principio tiene la libertad de incluir en su recorrido
elementos ficcionales, se ancla poderosamente a la memoria del escritor. Esta
memoria, precisamos, no debe entenderse como una memoria fiel u original a los
hechos, pues bien sabemos que lo memorado es solo una versión esquematizada
87 La idea sobre el “narrador testigo” entra en estrecha relación con la categoría “narrador imposible” de Agamben,
que referenciamos páginas atrás. En efecto, ambas figuras son voz vicaria que busca dar representación
lingüística, para dotar de realidad y sentido, a una realidad brutal, o a la vivencia atroz de aquel que quedó
sumido en el silencio, ya sea por la presión del trauma o por la muerte certera.
88 Sintagma utilizado por Benveniste ([1971] 1974) para explicar la relación entre lengua y tiempo. Afirma el autor que el
único tiempo inherente a la lengua es el presente, es este el eje de referencia del discurso y del sujeto. Toda evocación o
proyección depende del presente, es decir, que el pasado y el futuro son construcciones de tiempos a partir del momento
presente.
de aquello que vivimos. Con el tiempo la memoria “funciona de modo encubridor
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

a través de desplazamientos, condensaciones, inversiones, etc.”, recuerda Amícola


(2007: 37). Lo que se cuenta como “verdad memorada” consiente la imaginación de
posibles experiencias, que se aferran a lo vivido dotando de realidad a la narración.
Sobre los procesos de la recuperación del pasado Paolo Rossi ([1991]
2003) propone dos categorías, la primera es la memoria, que sería la persistencia
espontánea de una realidad que continúa muy vívida en nuestro interior, y la
segunda es el recuerdo, intrínseco a la memoria, pero que consiste más bien en
el esfuerzo voluntario de la mente en reconocer e imaginar las emociones vividas,
y con ello dar densidad a lo evocado (21). Bajo el ángulo de esta idea, puede
comprenderse la manera como el pasado familiar y la experiencia traumática
entran en la narración de Abad Faciolince como experiencia auténtica. El asesinato
del padre pervive en la memoria, se conserva como hecho concreto o histórico,
mientras que la narración de los detalles ambientales, de la rabia y “la tristeza
seca, sin lágrimas” (Abad Faciolince, 2006: 245), solo el recuerdo los hace posibles.
La imagen nítida del padre y de varios sucesos específicos son conservados
en la memoria del narrador como una imagen concreta del pasado, y esta memoria
se enriquece con los recuerdos de circunstancias particulares, de emociones que
quizás envolvieron el momento recordado o, incluso, de cosas y presencias que
solo pueden ser producto de la imaginación de quien recuerda. La narración
autoficcional acopla así memoria y recuerdo, lo real y lo potencialmente ficcional, y
en este juego, no solo llena los vacíos del pasado, sino que, igualmente, la realidad
narrada adquiere volumen y se enriquece. Como se puede apreciar en el siguiente
pasaje, el narrador conserva en su memoria los viajes del padre al exterior, sin
embargo, puede apreciarse claramente que los detalles y cada gesto emocional son
producto del recuerdo, es decir, de una construcción ficcional. Entre lo memorado
y lo recordado se da forma a una narración que dota de profundidad existencial al
padre y escenifica de manera verosímil un suceso real:

Recuerdo cuando mi papá volvía después de lo que para mí eran viajes de


años a Indonesia o Filipinas (después supe que en total habrían sido quince
o veinte meses de orfandad, repartida en varias etapas), la honda sensación
que tenía, en el aeropuerto, antes de volverlo a ver. Era una sensación de
miedo mezclada con euforia. Era como la agitación que se siente antes
de ver el mar, cuando uno huele en el aire que está cerca, y hasta oye los
rugidos de las olas a lo lejos, pero no lo vislumbra todavía, solo lo intuye, lo
presiente, y lo imagina. Me veo en el balcón del aeropuerto Olaya Herrera,

168
una gran terraza con mirador sobre la pista, mis rodillas metidas entre

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
los barrotes, mis brazos casi tocando las alas de los aviones, el anuncio
por los altoparlantes, “Avión HK-2142, proveniente de Panamá, próximo a
aterrizar”, y el rugido lejano de los motores, la vista del aluminio iluminado
que se acercaba entre destellos solares, denso, pesado, majestuoso, por un
costado del cerro Nutibara, rozando la cima con una cercanía de tragedia y
vértigo. Al fin aterrizaba el Superconstellation que traía a mi papá, ballena
formidable que se llevaba toda la pista para al fin frenar en los últimos
metros, y lentamente giraba y se acercaba a la plataforma, lento como un
transatlántico a punto de atracar, demasiado despacio para mis ansias (yo
tenía que brincar en el sitio para contenerlas), apagaba sus cuatro motores
de hélice que casi no dejaban de girar, las aspas invisibles formando una
niebla de aire licuado, y hasta que no paraban no se abría la puerta, mientras
los peones empujaban y ajustaban la escalerilla blanca con letras azules. La
respiración se agitaba, mis hermanas estaban todas vestidas de fiesta, con
falditas de encaje, empezaban a asomarse cuerpos que salían en fila del
vientre del avión, por la puerta de adelante. Ese no es, ese no es, ese no es,
ese tampoco, hasta que al fin, en lo más alto de la escalerilla, aparecía él,
inconfundible, con su traje oscuro, de corbata, con su calva brillante, sus
gafas gruesas de marco cuadrado y su mirada feliz, saludándonos con la
mano desde lejos, sonriendo desde lo alto, un héroe para nosotros, el papá
que volvía de una misión en lo más hondo de Asia, cargado de regalos […]
de carcajadas, de historias, de alegría, a rescatarme (Abad Faciolince, 2006:
111-112).

La dinámica de escritura entre memoria y recuerdo recupera un imaginario


infantil del autor, que representa no solo el hecho concreto del regreso del padre
sino, y con mayor fuerza, el universo afectivo de un niño que añoraba estar siempre
al lado de su progenitor. Es notable la articulación de lo emocional en el relato
como aspecto protagónico del suceso narrado. Sobre la base de las concepciones
y emociones del presente y de la conciencia del pasado, el hijo-narrador-adulto
revive una vivencia afectiva de la niñez. El padre-héroe del imaginario infantil
se recupera en la eficacia narrativa del recuerdo del hijo-adulto. La mezcla de
emociones se ciñen a la escena otorgando un efecto de realidad al evento contado.
Daniel Link (2017), respecto del pasado infantil que recuperamos cuando
ya adultos sugiere que siempre está marcado por la ambigüedad. “Muchas veces
al recuerdo propio se superpone algo que los demás recuerdan sobre nosotros, o

169
pensamos que es un recuerdo algo que nunca pasó, que meramente imaginamos”
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

(24). La rememoración de un pasado, por cercano que sea, siempre tiene algo de
imaginación, difícil resultaría aceptar que la memoria se conserva fiel al acto tal
cual sucedió. Abad Faciolince reconoce, por supuesto, estos matices creativos de
la (des)memoria. Traiciones de la memoria demuestra cómo la experiencia vivida
no se recuerda tal como ocurrió, sino tal como se la relata en el último recuerdo
(149). El acto de narrar y el recuerdo mismo son los que dan sustento de verdad a la
memoria; por lo tanto, El olvido que seremos sería una representación sincera del
pasado del escritor, así lo narrado pueda no coincidir con la experiencia original.
Ahora, con un poco más de claridad sobre la traición que nos juega la
memoria cuando intentamos recuperar el pasado vivido, podemos indagar de nuevo
el pasaje literario que narra el momento en que el padre está siendo asesinado.
Precisamente, la intención narrativa de Abad Faciolince de sentirse uno con el
padre, para lograr significar una realidad que no experimentó en cuerpo propio,
se ancla a la verosimilitud de un pasado narrado entre el recuerdo, la memoria y
la imaginación. La manera de retener en la escritura la memoria continua de ese
momento atroz, se enraíza a la particularidad de la entidad narrativa y a las formas
caprichosas del recuerdo, estos dos elementos recuperan y concretizan la realidad
emocional del narrador. En el plano narrativo, la vivencia personal del asesinato
del padre por parte del narrador-hijo, además de la descripción de los detalles que
rodean la escena, son elaboraciones de la ficción; cada impresión de estupefacción
y desgarro contada desde la perspectiva del padre es una conmovedora suposición.
Sin embargo, no por eso la experiencia de dolor y rabia que se actualiza deja de
ser auténtica. La escritura recoge entonces la emoción punzante que ha resistido
al tiempo. Una sensación veraz de terrible tristeza y desamparo se encarna en
la narración, esta reintegra la experiencia íntima del dolor innombrable de quien
sintió morirse con el padre idolatrado. Lo inenarrable emocional, en resultado,
adquiere realidad y sentido en la estrategia narrativa que el escritor ingenia.
Para cerrar este apartado podemos sintetizar que, en El olvido que seremos
el “recuerdo emocional imaginado” resulta de mayor eficacia que la “memoria
auténtica” en la elaboración del duelo y lo afectivo doloroso. La escritura
autoficcional recobra los afectos originales a través de sucesos imaginados.
Narrar el asesinato del padre como vivencia que ha tocado el cuerpo propio,
remite, en efecto, a la experiencia íntima del dolor: se encarna en las palabras la
realidad emocional. Quizás, el pasaje podría tildarse de confesión engañosa por
insinuar que el hijo vivió junto al padre ese momento fatídico, pero no por ello
deja de ser confesión, “una práctica de la verdad con potencia de transformación”
(Giordano, 2011: 48). En la capacidad de simbolizar el sufrimiento íntimo del autor,

170
el recuerdo afectivo como experimentación retórica reconstruye la dimensión

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
real del homicidio. La veracidad de lo narrado, en fin, se nombra y significa en la
representación del mundo emocional del hijo-narrador.

LA MEMORIA: ENTRE LO EMOCIONAL Y LO POLÍTICO

La vida emocional representada en El olvido que seremos, traza asimismo una ruta
de acceso a la realidad social generada de la violencia política colombiana. Contar
la vida propia al lado del padre se encadena, necesariamente, al devenir político
del contexto de referencia, en particular al cruento periodo de los asesinatos
en serie de los militantes del partido político “Unión Patriótica”. El trabajo de
generación del recuerdo, como precisa Villarruel Oviedo (2011), aunque se gesta
en los dominios de la singularidad mental, produce imágenes inexorablemente
ligadas a un cuadro social, al espectro de una época y de los que la habitan.
Narrar el recuerdo individual es reconocer la memoria de un colectivo, construir un
espacio para nombrar e indagar el pasado adverso de una sociedad. En la compleja
relación entre lo emocional y lo político, Abad Faciolince evidencia el olvido y la
desmemoria como fenómenos que erosionan el reconocimiento del pasado en sus
hechos más crudos:

Eso se está olvidando [la persecución y matanza de los integrantes de la UP], aunque
no hayan pasado demasiados años. Tengo que escribirlo, aunque me dé pudor,
para que no se olvide […] Quiero que se sepa otra cosa, otra historia. Volvamos
de nuevo al 25 de agosto de 1987. Ese año, tan cercano para mi historia personal,
parece ya muy viejo para la historia del mundo: Internet no había sido inventada
aún, no se había caído el muro de Berlín, estábamos todavía en los estertores de
la Guerra Fría, la resistencia palestina era comunista y no islámica, en Afganistán
los talibanes eran aliados de Estados Unidos contra los invasores soviéticos. En
Colombia, por esa época, se había desatado una terrible cacería de brujas: el Ejército
y los paramilitares asesinaban a los militantes de la UP, también a los guerrilleros
desmovilizados y, en general, a todo aquello que les oliera a izquierda o comunismo
(Abad Faciolince, 2006: 267).

La cita se presta a diversas interpretaciones, una de ellas es el cuestionamiento


del fácil olvido en que cae el pasado traumático del país. Las palabras del narrador
alientan al lector a responsabilizarse por la pervivencia de la memoria social. La
escritura propone la memoria como un compromiso colectivo, un deber ético que

171
debemos asumir para resistir al silencio y a los desvíos que el discurso oficial
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

impone. La memoria como palabra y acto concreto debe siempre proyectarse


más allá de los avatares de la historia, propone Arfuch (2013). Otro sentido que
asoma en el pasaje anterior es la cuestión por la temporalidad de la memoria. Si la
memoria social está sujeta a una temporalidad desplazada, es decir, a un presente
necesario que la reconstruye y la trasforma en palabra, para ser contada y, a su vez,
para ser escuchada, debemos preguntarnos: ¿qué tan dispuestos estamos como
colombianos a contar, pero, especialmente, a escuchar la experiencia dolorosa y el
recuerdo punzante, desde una actitud ética y respetuosa de la sensibilidad de la
víctima? A continuación se reflexiona sobre esta situación.
El énfasis de Abad Faciolince en la importancia de la memoria traumática
como elemento necesario de todo relato que articule la historia del país, es uno
de los temas que más llama la atención a los estudiosos de su obra89. La memoria,
como fuerza propulsora del relato, permite el análisis de la posición ética y el
interés político del escritor ante acontecimientos que deben leerse más allá de las
consecuencias personales. El carácter subjetivo del recuerdo y la representación de
lo emocional íntimo de El Olvido, restauran tanto la experiencia propia de la violencia
como el clima afectivo de la sociedad referenciada. Es evidente que la escritura
de Abad Faciolince se orienta en función de un imaginario social contemporáneo;
el gran efecto que ha tenido en la esfera pública90 es inseparable de la manera
como lo narrado se apropia de la faceta afectiva de la sociedad colombiana, para
dar forma a una memoria histórica, plural, emocional, que concierne a todos. La
escritura de lo propio gira en alegoría de una época y sociedad situada, se ubica
en el espacio público y motiva el diálogo en círculos sociales y mediáticos. La voz
del autor es, entonces, representación de la relación social, histórica y política en
sus diferentes aristas.
Lo colectivo y lo social de El olvido que seremos hace pensar en el
enfoque político o ideológico de las narraciones públicas, que buscan recoger la
“memoria cultural”91 de una sociedad como la colombiana. Surge la inquietud, por
89 Otra narrativa clave en la que el escritor aborda el tema de la memoria de la violencia política es La oculta
(2014). Esta novela recoge la desazón y la lucha de las familias que tienen fincas o haciendas cuando son asediadas
por el vandalismo de la guerrilla o el paramilitarismo. La oculta es el territorio familiar, un lugar entrañable de tres
hermanos, que en determinado momento tuvieron que abandonar para salvar la vida de las amenazas, el boleteo
y extorsión de los diversos ejércitos. Volver a la casa de infancia y adolescencia es recobrar el pasado, no solo
personal y familiar, sino también la memoria de una región, Antioquia, y de un país, Colombia.
90 El libro fue publicado en noviembre del año 2006, a la fecha, julio de 2019, ha alcanzado más de cuarenta
ediciones y más de doscientos mil ejemplares vendidos en Colombia. Puede decirse que es uno de los libros más
leídos en el país en la última década.
91 El concepto de “memoria cultural” lo tomamos de Jan Assmann (1995), quien la define como el conjunto de
discursos, imágenes, rituales reutilizables y específicos de sociedades determinadas, cuyo “cultivo” sirve para
estabilizar y transmitir una imagen continua y coherente de cada comunidad y con ello sentar las bases de la
unidad y consciencia del grupo.

172
ejemplo, de cómo se viene contando en los textos autorreferenciales el pasado

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
reciente del país. En Colombia el énfasis mediático en delincuentes de todo tipo
(narcotraficantes, políticos corruptos, sicarios, paramilitares, etc.) ha precipitado
una serie de publicaciones sucias que restituyen al criminal como figura heroica y
digna. La circulación indiscriminada de esta clase de relatos ha ido convirtiendo al
narcotraficante, por ejemplo, en una especie de símbolo cultural colombiano. Caso
concreto de tal situación es la amplia edición de textos –impresos y audiovisuales-
referentes a la vida de Pablo Escobar. Publicaciones como El patrón: vida y muerte
de Pablo Escobar (1994), de Luís Cañón; Mi hermano Pablo (2000), de Roberto
Escobar Gaviria; El verdadero Pablo: Sangre, traición y muerte (2005), de Astrid
Legarda; Amando a Pablo, odiando a Escobar (2007), de Virginia Vallejo; Mi vida y
mi cárcel con Pablo Escobar (2018), de María Isabel Santos Caballero, entre otras,
han deformado la identidad criminal de este señor hasta transformarlo en una
figura épica de leyenda92.
Para Diana Palaversich (2015), la narcotelenovela es el medio por excelencia
que ha construido una imagen atractiva de Escobar; el registro fílmico lo convirtió en
un mito en vida. Según la investigadora, mientras varias de sus víctimas, inclusive,
las más notables de la historia política colombiana, han pasado al olvido, la figura
de Escobar permanece intacta en el imaginario social; de hecho, hay quienes
suelen decir que “es el muerto más vivo de Colombia”. Esta situación es indicativa
de los modos como se cuenta y se escucha la narración de la memoria pública. Las
narrativas biográficas que toman como protagonista a personajes tan polémicos,
generalmente, son consumidas por un grupo masivo de lectores y espectadores,
que, como “masa pública”, responden también públicamente sobre lo visto o leído.
Es decir, el conocimiento y opinión pública sobre la memoria compartida y el
pasado reciente del país descansa, en gran medida, sobre narraciones de dudoso
registro, en el consumo indiscriminado de esas narraciones y su lectura acrítica,
masiva.
Si la memoria, como afirma Sarlo (2005), “es un bien común, un deber y
una necesidad jurídica, moral y política” (62), debe estar sujeta al debate sobre el
tipo de discurso que la ubica en el espacio público: su forma de producción y las
circunstancias del marco cultural y político. El momento de fuerte subjetividad
que vive el mundo contemporáneo facilita la edición y el consumo indistinto de
relatos que, aunque fundados en la experiencia y la voz personal, son ventana de
acceso a situaciones sociales y políticas, a la historia y la memoria compartida. La
revelación de lo privado se establece hoy como punto de mira para proyectar lo
público. Este fenómeno narrativo ha favorecido la construcción de las memorias
92 Entre ese tipo de textos se pueden rescatar narraciones más objetivas y rigurosas como La parábola de Pablo
(2012), de Alonso Salazar.

173
eclipsadas por la historia oficial, sobre todo, aquellas que referencian los abusos
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

del poder político y los hechos más abrumadores de la vida de un país. Por ejemplo,
son valiosos los relatos de memoria de las víctimas de la dictadura del Cono Sur
como medio facilitador de los procesos jurídicos. Así también, los testimonios de
las víctimas de la violencia política en Colombia que, paulatinamente, han ido
construyendo sus propios espacios de verdad y reconocimiento: el Museo de la
memoria, los diversos centros especializados para la construcción de la memoria y
la paz, son casos precisos.
Empero, ante la afirmación de la verdad subjetiva que el registro de
memoria personal entrega, es necesario indagar los intereses éticos y morales de
quien cuenta. No hay que correr el riesgo de pensar que toda memoria alterna a
la ofrecida por la voz oficial es la forma más válida de acercarse al pasado93. No
son pocas las narraciones autorreferenciales ancladas a intereses egoístas con
el objeto de negar y tergiversar los sucesos, para justificar los abusos de poder
y comportamientos delictivos. En Colombia son varias las auto-publicaciones de
jefes guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes que cuentan sus actos terroristas
como necesarios y justos. No son narraciones sostenidas sobre el principio
fundamental de las producciones estéticas que abogan por la construcción de una
memoria como lugar alternativo, para visibilizar identidades o sucesos negados
en los relatos oficiales. Esos textos son, más bien, producciones mezquinas,
evasoras de la responsabilidad personal en hechos atroces. No hay en la escritura
del criminal la motivación moral del relato del “yo”, que bien mira al pasado
con el propósito de resarcir un vacío emocional, o de revisar con ojo crítico el
componente cultural y social, que constituye lo social colombiano. Abad Faciolince
reconoce el elemento peligroso de esos “relatos obscenos” que pretenden calar
en la memoria y el imaginario nacional, por esta razón su propuesta de escritura
cuestiona abiertamente el abuso del texto (auto)biográfico como género en el que,
aparentemente, todo cabe.
El olvido que seremos acusa el registro del “yo” que se ancla a una memoria
manipulada con el propósito de legitimar los actos atroces como medio necesario
para construir país, veamos:
93 Estudios en torno al campo literario, la identidad y la memoria han problematizado la idea de considerar
los registros de memoria alterna como fuentes válidas y cristalinas de recuperación de los valores propios y
nacionales. Mónica Quijano (2013), apoyada en varios pensadores, cuestiona la idea de la memoria recuperada
en algunos discursos literarios como registros más “auténticos” para acercarse al pasado, en oposición a una
memoria oficial “inauténtica”. Dice la autora, que esos modos de concebir la memoria necesitan revisión, porque
muchas veces se idealiza el pasado y se vuelve a caer en la defensa de identidades fijas que se presentan como
verdaderas. Si bien, en esta pesquisa se cuestiona el abuso de los textos del “yo” como medio de publicación de
una memoria engañosa, que busca justificar actos criminales, tergiversar el pasado de la nación y silenciar el dolor
de las víctimas, entre otros, la discusión de Quijano sobre la revisión cuidadosa de las memorias alternas como
referentes de validación de la identidad de una cultura, sirven de apoyo para nuestros propósitos de indagación.

174
Carlos Castaño, el jefe de las AUC [Autodefensas Unidas de Colombia, o

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
paramilitares], ese asesino que escribió una parte de la historia de Colombia con
tinta de sangre y con pluma de plomo, ese asesino a quien al parecer mataron por
orden de su propio hermano, dijo algo macabro sobre esa época. Él, como todos los
megalómanos, tiene la desvergüenza de sentir orgullo por sus crímenes, y confiesa
sin pena en un libro sucio: “Me dediqué a anularles el cerebro a los que en verdad
actuaban como subversivos de ciudad. ¡De esto no me arrepiento ni me arrepentiré
jamás! Para mí esa determinación fue sabia. He tenido que ejecutar menos gente al
apuntar donde es. La guerra la hubiera prolongado más. Ahora estoy convencido de
que soy quien lleva la guerra a su final. Si para algo me ha iluminado Dios es para
entender esto” […] No voy a citar más a este patriota, se me ensucian los dedos
(Abad Faciolince, 2006: 267-268).

En efecto, la auto-representación de Carlos Castaño94 en el libro Mi confesión


(2001), busca asentarse como verdad para justificar su participación asesina en “la
construcción de una Colombia mejor” (67). Estas confesiones fulleras recurren al
eufemismo del lenguaje para ocultar el real propósito de los crímenes atroces:
“nosotros no secuestramos, solo extorsionamos con cariño y casi concertado”
(Aranguren, 2001: 119). Ante este tipo de declaraciones la escritura de Abad cobra
importancia, la propuesta de nuevas coordenadas del pasado nos lleva a recorrer
y revisar lo sucedido. El género autoficcional, desde este propósito, se presta no
solo como legado de una memoria, sino también como relato capaz de desmontar
confidencias tramposas de hechos criminales. El olvido que seremos es entonces
memoria en potencia, trazo de un camino distinto donde reubicar las imágenes del
pasado e indicar un punto de mira diferente hacia los sucesos que nos condicionan
como colombianos. Una memoria dialogante nos ofrece Abad Faciolince, capaz de
circular como referente común de una sociedad.
El carácter malintencionado de la confesión de Castaño atiza la inquietud
sobre los límites de la representación del espacio biográfico. Su memoria, como
relato de una verdad personal, pone en evidencia el abuso de la capacidad expresiva
de la narrativa autorreferencial, para enmascarar un discurso desvergonzado. Esta
situación genera interrogantes acerca del límite de lo decible de los géneros que
comprometen un elemento de verdad, conduce a la pesquisa de las ventajas y
desventajas de la narración autorreferencial como espacio privilegiado para
explorar la memoria de hechos que han tocado la sensibilidad común.

94 Carlos Castaño Gil fue líder paramilitar de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC); es acusado, junto
a sus hermanos, de la planeación y ejecución de decenas de masacres colectivas y asesinatos de numerosas
personalidades del mundo político colombiano (entre ellas, la de Héctor Abad Gómez, padre del escritor Héctor
Abad Faciolince). Su libro tiene más de una docena de ediciones con la editorial Oveja Negra.

175
Desde los estudios de Bajtín, se reconoce que todo discurso individual
2. NARRAR EL MIEDO: OTRA CONSTRUCCIÓN DEL IMAGINARIO DE VIOLENCIA

se alimenta de lenguajes sociales. La articulación del discurso personal, aunque


producto de una mirada íntima, está en estrecha relación con el discurso social
heredado. De esta manera, cuando se decide poner en palabras la existencia propia,
lo narrado debe articular un compromiso moral; la memoria y la verdad subjetiva
que comprometen un pasado social no pueden desligarse de la responsabilidad
de lo público. El olvido que seremos, aunque articulado desde la ambigüedad de
la memoria, no deja de encarnar una promesa de verdad y proponer con ello una
lectura cercana a los sucesos atroces; además de visibilizar el estado traumático
de una sociedad: situación vedada por el discurso oficial. La memoria escrita por
Abad Faciolince reconoce el dolor y el miedo como elemento vector desde el cual
enfocar no solo la sensibilidad herida de quien narra, sino también la del sujeto
colombiano, tanto en su faceta individual como social.
En síntesis, la fusión en la escritura de autor/personaje/narrador/narrado
configura una dialéctica identitaria de quien escribe y, a su vez, propone una vía
para articular la tensión entre memoria y recuerdo, realidad y ficción. La propuesta
de escritura de Abad Faciolince leída como autoficción consolida un discurso
estético que discute en torno a ideas como la memoria plural, la responsabilidad
ética de los relatos del “sí mismo” y la representación de la experiencia traumática.
La construcción narrativa de un “yo” es tan reveladora de una psique como de
una cultura, explica Molloy (2001). Cada imagen recuperada del pasado en la
propuesta de escritura de Abad Faciolince, tiende a modular la opinión pública
e influir de manera decisiva en el imaginario social y en la identidad comunitaria.
Vale señalar, como dato de cierre de capítulo, que el campo de la teoría y la crítica
literaria en Colombia necesita fortalecer el terreno conceptual del papel de las
narrativas autorreferenciales; urge reflexionar con mayor cuidado la tensión entre
texto autobiográfico, memoria y esfera pública95. Necesitamos construir una base
interpretativa sólida capaz de descifrar el efecto individual y colectivo que generan
los relatos del espacio biográfico asociados a la violencia política.

95 Reconocemos que actualmente hay estudios notables sobre narrativas testimoniales como los realizados por
Luz Mary Giraldo, Blanca Inés Gómez, María Helena Rueda, entre otros.

176
3
PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA
DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

C
olombia es un país que produce escapados. Las cifras oficiales estiman
que 4,7 millones de colombianos residen actualmente en el exterior, esto
corresponde a un 10% de la población total, porcentaje que ubica al país
con el mayor número de migrantes de Suramérica. El fenómeno migratorio, se
sabe, es global y está en ascenso, sin embargo, en Colombia ha sido una constante
desde la década de los setenta del siglo pasado. Los estudios señalan tres olas
o etapas de salida de nacionales hacia otros países: inicios de los setenta, entre
mediados de los años ochenta y noventa, y la primera parte del siglo XXI (Viventa,
2018; Cancillería de Colombia, 2019).
La expansión de la modernidad y el acoplamiento a las políticas
neoliberales a partir de finales de los setenta produjo cambios notorios en la
configuración de los espacios políticos, económicos y sociales. Algunas de las
problemáticas ligadas a estos hechos, y que continúan en este inicio de siglo
XXI, son el carácter patrimonial y hereditario del régimen de poder político y de
la violencia; la desarticulación entre políticas agrarias e industriales; el desarrollo
urbano y su ambiguo impacto en la vida económica y espiritual de la población;
el desplazamiento de la comunidad rural y el robo de sus tierras, lo cual explica
en gran parte el surgimiento de nuevas violencias y el recrudecimiento de las ya
existentes (Melo, 1991: 280). Ante tales situaciones, que se traducen en falta de
oportunidades laborales, un elevado costo de los servicios básicos –educación,
vivienda, alimentación– y la amenaza directa de la violencia política, el colombiano
busca un destino internacional con la idea de mejorar su calidad de vida, sortear
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

la situación crítica o resguardar la vida propia.


Estas circunstancias se expresan en la literatura que incorpora el dilema
del exilio, la diáspora y el desplazamiento a causa de la crisis de la nación y de
la lucha consigo mismo ante un estado de cosas que no satisface el sentido de
pertenencia. Estudios pormenorizados acerca del desplazamiento y la emigración
en la narrativa colombiana (Rueda, 2004; Giraldo, 2008), recorren un amplio
panorama de novelas y cuentos que significan la condición de crisis del personaje
migrante. La búsqueda desesperada de un lugar donde resguardar la vida y ubicar
los sueños, apunta hacia el profundo sentimiento de pérdida y conflicto frente
a la identidad, el hogar perdido o la patria ausente (Giraldo, 2008, 2011). Mirar
a los que se fueron y a los que llegaron, la familia deshecha, la sangre propia y
la de otros derramada, la vida sin raíces, el deseo de regresar al paraíso, ha sido
preocupación de los escritores colombianos desde fines del siglo XIX hasta nuestros
días. Esta tendencia, que aún no concluye, según Giraldo (2011), muestra que la
historia literaria no puede desprenderse de la historia social y política, y que una
situación agobiante no solo reclama un tipo de creaciones, sino formalizaciones
específicas que retomen los imaginarios de cada momento, de cada autor y de
cada generación (127).
Es más bien escasa la narrativa colombiana reciente que aborda el tema
de la migración internacional96. Los escritores elegidos para esta investigación si
bien todos tocan el tema del desplazamiento y la migración a causa de la violencia,
Laura Restrepo y Santiago Gamboa son quienes lo abordan como argumento
eje a partir de un protagonista, un personaje escapado, que huye hacia otro
continente. La categoría personaje escapado es propuesta en este libro para
caracterizar los diversos movimientos de población colombiana que se producen
en el territorio internacional97. Sabemos, que los conceptos migrante, refugiado,
desplazado, exiliado político, entre otros, empiezan a problematizarse porque la
situación actual de migración en el panorama internacional desborda sus sentidos,
son términos que empiezan a mostrarse insuficientes para abarcar la compleja
problemática migratoria contemporánea. Los escapados, en este espacio teórico,
son los personajes obligados a dejar su lugar de origen a causa de las circunstancias
sociales, políticas y personales que los estrechan.
96 Paraíso Travel (2001), de Jorge Franco Ramos; Zanahorias voladoras (2004), de Antonio Ungar, El síndrome
de Ulises (2005) y Plegarias Nocturnas (2012), de Santiago Gamboa, son parte del conjunto de novelas que sitúan
un personaje inmigrante colombiano en capitales internacionales.
97 Esta categoría surge de la frase “Colombia produce escapados, eso es verdad”, que el narrador de El ruido de
las cosas al caer pronuncia en un momento de reflexión sobre el destino de muchos jóvenes durante la década
del noventa, a causa del narcoterrorismo en Colombia (Vásquez, 2011: 254).

178
EL ESCAPADO ES EL ENEMIGO. DEL MIEDO AL REPUDIO

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
Hot Sur y Plegarias Nocturnas, indagan el impacto psicosocial del éxodo del
colombiano a países del “primer mundo” por motivos económicos, sociales y
políticos. Juana Manrique, personaje cardinal de Plegarias nocturnas, huye
a Japón para resguardar su vida de la barbarie política del país. Mientras que
María Paz, protagonista de Hot Sur, emigra a Estados Unidos con la intención de
reunirse con su madre y ampliar el horizonte de oportunidades laborales98. Con
estas heroínas se entra de lleno a escenarios donde la precariedad, la intimidación
y la “animalización del otro” data las circunstancias degradantes de quienes son
valorados desde un marco de asco político; de aquellos que no son reconocidos
como persona en la esfera sociocultural de países “modelo” de desarrollo humano,
calidad de vida y democracia vigorosa.
A partir de la proyección del miedo sobre el sujeto inmigrante, los escritores
interrogan los modos como los estados emocionales impactan directamente en
la estructuración de una nación y el sostenimiento de una cultura política. La
red de sucesos y relaciones entre los personajes exterioriza la manera como las
emociones públicas se redirigen y cultivan hacia la conservación de los valores
de la sociedad y se vuelven mecanismo fundamental en la deliberación de las
conductas individuales y colectivas. Recuérdese que, desde la óptica de Nussbaum
([2013] 2014), “los principios políticos, tanto los buenos como los malos, precisan
para su materialización y su supervivencia de un apoyo emocional que les procure
estabilidad a lo largo del tiempo” (15). De esta manera, la formulación literaria de
los sentimientos colectivos ilumina no solo el panorama de normas y paradigmas
sobre el que se afirma el comportamiento social, sino, y, lo que es más importante,
posibilita la evaluación de las coordenadas políticas que recurren a la manipulación
de las emociones, para infundir imaginarios colectivos sobre quién es considerado
como “persona” y quién se queda por fuera de ese “estatus”.
En el movimiento de los afectos, los novelistas colombianos ingenian
un espacio de contestaciones en el que se levanta un faro de miradas capaz de
98 El desplazamiento ha sido un tema que ha inquietado tanto a Gamboa como a Restrepo. La multitud
errante (2001), novela de Restrepo, es alegoría de una comunidad desplazada que va por diferentes lugares
del país, refugiándose en albergues de paso. La escritura señala los conflictos íntimos y sociales de quien
se ve obligado a caminar sin rumbo fijo, y cómo esta problemática impacta en la configuración de la ciudad
colombiana contemporánea. Por su parte, Gamboa y su entrañable novela El síndrome de Ulises (2005), cuenta
el desplazamiento hacia países ajenos, la crisis de identidad, la disolución de la esperanza de quien lucha contra
una nueva cultura, una nueva lengua, y busca salir de la soledad y el abandono uniéndose a otros inmigrantes,
igualmente desamparados. En esta novela los personajes son todos parte de una diáspora de extranjeros en una
ciudad cosmopolita –París–, que se asemeja a un monstruo, que los aplasta o los deja al margen. Para profundizar
en el tema de la migración en esta novela revísese el artículo de Ana María Costa Toscano (2007).

179
proyectar otras formas de sensibilidad y comprensión de los hombres y mujeres
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

como sujetos sociales. Aunque predeterminados como persona por un esquema


de valores, los personajes de los textos en cuestión logran exceder tal esquema
para constituir su yo propio, y, a su vez, confrontar el orden gubernativo que fija
límites más allá de los cuales siempre queda alguien en condición de excluido.
Antes de continuar, consideramos necesario reflexionar brevemente sobre
la proyección del miedo como mecanismo para inventar el enemigo. Es necesaria
la claridad conceptual de este fenómeno para poder abordar la relación entre
asco y miedo que las novelas proponen. El miedo como emoción política puede ser
producto de la desviación intencional que figuras y leyes gubernativas hacen del
temor y la angustia colectiva, hacia aquellos que por determinados aspectos se
consideran sospechosos o fuente de amenaza, rasgos asociados simbólicamente
con grupos minoritarios y vulnerables. Esta forma de manipular y proyectar el
miedo se desprende de problemáticas concretas del ámbito social, entre ellas, las
tensiones de clase, el terrorismo y la inseguridad económica. Así entonces, una
vez ubicados los temores del cuerpo social estos se desvían, a través de gestos
simbólicos y prácticas explícitas, hacia un destinario que poco o nada tiene que
ver con los problemas subyacentes, pero que hace las veces de sustituto (Hobbes,
[1651] 2005; Delumeau, [1978] 2002; Robin, [2004] 2009; Nussbaum, [2012]
2013; Ahmed ([2004] 2015).
Según Hobbes ([1651] 2005), el miedo va coligado al rechazo radical y
hostil hacia aquello que se ve como amenaza; las cosas que pensamos pueden
dañarnos producen animosidad y repudio (41-44). En consecuencia, frente a un
estado social de temor, una persona que es mostrada como amenazante gira en
blanco de sentimientos de odio y aversión. Por esta razón, el miedo manipulado
políticamente es productivo en la invención de enemigos que raramente lo son –
recuérdese el caso de los judíos durante el nazismo y de las brujas en el periodo de la
Inquisición–. Ahora bien, el repudio hacia el otro, desde la óptica del psicoanálisis,
es una emoción de carácter visceral, es decir, indicativa de un estímulo corporal
que se deriva justamente de la naturaleza de los cuerpos. El rechazo aversivo
hacia una persona resguarda la idea de algo contaminante, de “un algo” sucio que
se asocia a los residuos y excrecencias corporales. De esta manera, la sensación de
asco y rechazo señala a aquello que está por fuera del cuerpo propio y que además
puede contaminar. Paradójicamente, como explica Nussbaum ([2001] 2008,
[2012] 2013), los residuos corporales mientras permanecen dentro del cuerpo
no se perciben como inmundos, pero una vez expulsados producen asco, son
ahora elemento nocivo que hay que desechar. En orden entonces a este proceso
emocional, frente a los propios residuos corporales, se puede deducir que el punto

180
de toque entre la emoción de asco y el miedo político se sitúa precisamente en la

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
idea de expulsión del residuo, porque, una vez fuera, vira en sucio y ajeno, en un
elemento extraño y contaminado que amenaza con contaminarnos.
Esta derivación del objeto íntimo en sucio, en analogía simbólica, se
reproduce en el plano social, esto es, que así como el cuerpo humano contiene
elementos que una vez excretados se les reduce a cosa repugnante, el cuerpo
sociopolítico de la nación, a causa de sus leyes y normativas, también expele y
repudia a muchas de las personas que lo conforman. De hecho, aunque parte
de esas personas logran el respaldo jurídico de sus derechos como ciudadanos,
el cuerpo nacional sigue considerándolas como “intrusas” y negándolas en su
humanidad. El humano “otro”, es el enemigo, alguien que está por fuera de una
especie de “traza cultural-genética” del colectivo dominante y se alza como ícono
del asco, como excreción que el cuerpo de la nación, políticamente definido,
desecha.

FIGURAS DEL ODIO Y EL ASCO

Hot Sur, de Laura Restrepo, significa el asco como emoción derivada del miedo
político, ubicada sobre este fenómeno la novela proyecta el cuerpo de sus personajes
como espacio donde se entrecruza el simbolismo de los bordes corporales y
sus excrecencias con el sentido de las leyes que definen la organización social
contemporánea. Las fronteras del cuerpo: la piel, los orificios y las sustancias
que eyectan, emergen como metáfora del desprecio y la repugnancia que los
sistemas gubernativos hegemónicos proyectan sobre la comunidad de los “países
en desarrollo”: los migrantes, por considerarlos “elemento contaminante” de los
valores institucionales.
El cuerpo como lugar para la reconquista propia que la novela propone,
se relaciona estrechamente con la emergencia de los discursos, políticamente
articulados, que definen qué individuos se reconocen como humanos y quiénes se
quedan por fuera de ese “rango” y porqué. La anatomía circunscrita a un simbolismo
excluyente define el valor del individuo en cuanto persona. Las características
físicas: color de piel, talla, rasgos faciales, sexo, etc., se han constituido como
indicativo para determinar qué individuo es aceptado o susceptible de rechazo.
En contestación entonces a esta realidad, Restrepo inventa personajes que son
prácticamente cuerpos emocionales. La escritura codifica las fronteras del cuerpo
de su protagonista como especie de lugar indeterminado, reubicándola como
individuo con “categoría de persona” y con una historia y sello social propio.

181
Los sucesos en Hot Sur se desencadenan cuando María Paz es encarcelada
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

por asesinato. En torno a este personaje se estructura un discurso que denuncia


las condiciones discriminatorias, violentas y de acoso político que viven los
inmigrantes colombianos –y seguro que de otras nacionalidades– en Estados
Unidos. En este contexto, el cuerpo es convertido en blanco de violencia por quien
se arroga el derecho de ejercer la ley y con ello normativizar al otro. María Paz,
por ejemplo, imputada por el FBI de delincuente peligrosa –sin haber cometido
crimen–, recibe una paliza brutal por parte de los agentes. Esta agresión le provoca
a la heroína un aborto (Restrepo, 2013: 253-56). A través de este suceso violento
la novela cuestiona el discurso encubridor que pretende justificar el ultraje como
necesario y preventivo. Tildada por el gobierno de criminal, la paliza a María
Paz se justifica como acto necesario para la seguridad colectiva. Una situación
que pasa de injusta a grotesca cuando, en el transcurso del relato, conocemos
que la reclusión de la heroína ha sido estratagema para desviar la atención de
los organismos periodísticos y judiciales frente a la corrupción del Departamento
de Justicia Norteamericano: en efecto, el grupo de agentes que golpean a la
protagonista y la encarcelan son traficantes de armas, y han asesinado a Greg:
expolicía, también traficante, y esposo de María Paz. La heroína, al final, es quien
termina señalada por su condición de migrante y abandonada en la cárcel con una
hemorragia crónica vaginal. Aquí, el cuerpo se representa como imagen de lo atroz,
metáfora del asco político y acusación explícita de la invisibilización de lo humano.
Dice María Paz:

Según todo indica, deshacerme en sangre es un hecho que se va


cumpliendo […] Es como si me hubieran quitado un tapón y por ahí
me fuera vaciando. Como si al no poder salir de estos muros, hubiera
decidido salirme de mí misma […] He tratado de impedir la hemorragia
[…] con compresas, drogas, brujerías, yoga […] Empecé con este drama
recién llegada a Manninpox […] Mi piel ya no es mía, yo me quedé sin
piel, yo soy una que anda en carne viva (Restrepo, 2013: 180, 253).

De esta confesión llama la atención el borramiento99 que la narradora


hace de sí misma al subsumir su existencia a un residuo sangrante, a una sustancia
abyecta. Es un pasaje que apunta directamente a los orificios corporales, como
99 Extrapolamos este término del campo de la medicina. El borramiento es la desaparición gradual del cuello
uterino durante el proceso de parto para dar paso al bebé. Lo tenemos en cuenta porque si “el borramiento”
hace alusión a la desaparición de una entidad anatómica, sin dejar de ser parte del cuerpo, puede, en analogía
simbólica, equipararse con la invisibilización del sujeto en el organismo social.

182
“puntos de referencia que cortan y constituyen el cuerpo” (Kristeva, [1980] 2004:

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
74). Toda materia expelida a través de ellos se considera marginal, con un potencial
simbólico de contaminación, siendo la sangre una de las excreciones que causa
mayor repulsa: “en la sangre está la plaga [afirma María Paz] todo se tolera menos
la sangre, que marca el límite del aguante [...] una sola gota es suficiente para el
contagio, una sola (Restrepo, 2013: 190). La sangre, en efecto, y especialmente la
vaginal, es sustancia desagradable que causa repugnancia por estar asociada con
lo sucio; ella siempre motiva asco porque el imaginario cultural la relaciona con las
“cosas manchadas o impuras”. En el pasaje citado se carga de mayor resonancia
semántica por tratarse de un aborto, una particularidad en la que rastreamos el
simbolismo aciago de la sangre que no llega a convertirse en persona, de “aquello”
que se expulsa hacia el exterior del linde humano.
Mary Douglas ([1966] 2007), retomando a Levy-Bruhl, sostiene que en
algunas culturas la sangre menstrual y el aborto se consideran como una especie
de ser humano manqué, de alguien que falta, es decir, que si la sangre no hubiese
fluido se habría convertido en persona. El sangrado vaginal, por ciclo menstrual
o aborto, “posee el rango imposible de una persona muerta que nunca ha vivido”
(Douglas, [1966] 2007: 115). Atendiendo a esta creencia, es inevitable comparar el
significado del sujeto manqué con la impresión de borramiento del yo que acosa
a la heroína de Restrepo, es como si al “deshacerse en sangre” ella quedara del
lado de esas personas muertas que nunca han vivido. El desecho sanguinolento,
alegóricamente, convierte a María Paz en un ser humano manqué, en una vida
humana excluida de la “categoría de persona”, de aquel que, aunque vivo, está
muerto.
De manera significativa, el simbolismo de la hemorragia del personaje se
establece como punto de tangencia en el cual el concepto de no-persona se cruza
con el de asco político. Cuando la heroína se compara con la sangre del aborto
alegoriza su condición de inmigrante, de ser vil expelido por el sistema sociopolítico
norteamericano. La narración, de esa forma, configura su protagonista como no-
persona, como cosa abyecta o “el otro” que desencadena el asco, que se percibe,
entonces, como el enemigo. Los imaginarios y conductas segregacionistas
provienen de la jerarquización del sujeto, pues aunque todos somos humanos
la “categoría de persona”100 parece no abarcarnos en totalidad. Sin duda, las
100 Roberto Esposito (2011) presenta un estudio sobre el recorrido genealógico del concepto de persona.
Teniendo en cuenta razones de orden jurídico y religioso, el filósofo explica por qué algunos seres humanos son
considerados como personas: plenas en derechos civiles, mientras que a otros se les deja del lado de las no-
personas. Una distribución desigual que determina la vida de los hombres y las mujeres bajo la red de sujeción y
dominio de los estados políticos “más poderosos”.

183
condiciones jerárquicas de lo humano reducen lo ontológico y el valor de la vida
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

misma a lo meramente político, no por el hecho de ser humano se está protegido


bajo el estatus de persona.
Sobre ese complejo orden de lo social, Esposito ([2007] 2011) aclara que
“si la categoría de persona coincidiese con la de ser humano, no habría necesidad
de ella” (22). En una sociedad donde prima la facultad de incluir por medio de la
exclusión, siempre existirán hombres y mujeres que no sean consideradas del todo
como personas, pues “la categoría de quienes gozan de determinado derecho es
definida solo por contraste con quienes, al no ingresar en ella, resultan excluidos”
(22), sujetos manqué. La novela de Restrepo, leída desde este razonamiento,
demuestra que aunque el cuerpo social norteamericano está conformado por seres
humanos: “nativos” e “inmigrantes”, estos últimos son negados en su humanidad.
Simbólica y materialmente, en esa sociedad, hay vidas humanas que son reducidas
a cosa, a algo que provoca repulsa y, por tanto, no entran en la esfera política
de persona, y mucho menos en el horizonte valorativo de sujetos con libertad de
pensamiento y acción.
La manifestación discursiva y estética de Hot Sur sobre la proyección del
asco, surge de la tensión entre “los de arriba” y “los de abajo”, “los del norte” y “los
de sur”, “los limpios” y “los sucios”. Una organización vertical de la sociedad que se
reproduce en todos los escenarios sociales de la realidad ficcional: hogar, hospital,
cárcel, empresa, etc., donde lo nauseabundo y lo abyecto se asocia siempre con
las personas de la periferia, con los negros, los latinos y todo tipo de forastero
que no reúna las características culturales y físicas “del civilizado norteamericano”
(Restrepo, 2013: 124):

No había defensa posible, a la civilización occidental se le estaba viniendo


encima todo el Sur, el explosivo y atrasado Sur, el desmadrado y temible
Sur, con sus miles de odiadores de gringos que venían subiendo en horda
[…] avanzaba por Panamá, atravesaba Nicaragua, se dejaba venir como
tsunami por Guatemala y México y era incontenible cuando se colaba
por los huecos de la vulnerable frontera americana. Los del Norte ya
tenían encima a la marea negra del Sur, la tenían adentro. (Restrepo,
2013: 124).

Desde el lente del psicoanálisis, el desprecio hacia el otro que nos parece
diferente es un comportamiento que se aprende desde la niñez: el reconocimiento
de nuestro cuerpo como organismo productor de “sustancias viles”, implica la

184
confesión de sabernos corruptibles y viscosos, factor que nos confronta de

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
modo ambiguo con nuestro propio yo. Esta situación lleva al sujeto a reaccionar
de forma evasiva proyectando lo inmundo propio, el asco de sí mismo, hacia
afuera, “de tal manera que en realidad no sea uno mismo el que suscite asco,
sino otro grupo humano que, en su [supuesta] villanía y perversión, es una fuente
de contagio que hay que mantener a raya” (Nussbaum, ([2001] 2008: 239).
Para la relación intercultural y social que Hot Sur escenifica esta perspectiva del
psicoanálisis resulta válida, siempre y cuando se complemente con la idea de que
ese comportamiento primario de la proyección del asco se manipula y fortalece
para alimentar las normas y paradigmas excluyentes. La negación absoluta del
otro, por suponerlo un elemento contaminante, es sobre todo un comportamiento
racional, heredado y aprendido.
El último pasaje citado de la novela de Restrepo resulta interesante por el
efecto de invasión que insinúa, por la sugerencia de que algo problemático está
irrumpiendo en el cuerpo social norteamericano. Hay, en esa forma de narrar y
describir a los migrantes, la sugerencia de la corrupción del cuerpo propio a razón
de la ingestión de una sustancia contaminada. El narrador –un hombre “blanco”
norteamericano, jubilado y de estrato social medio alto– tiene miedo de que la
“marea negra del Sur”, de “pésimo acento y sonrisa taimada” (Restrepo 2013: 125),
rasgue el equilibrio del sistema democrático norteamericano y abuse de los bienes.
La repulsión del narrador asocia la comunidad latina con una especie de virus o
cosa contaminante, que penetra el organismo social infectándolo.
La forma como la escritura de Restrepo muestra a la comunidad latina
ingresando a territorio norteamericano evoca un comportamiento animal, un
efecto de invasión: “se le estaba viniendo encima […] venían subiendo en horda
[…] se dejaba venir como tsunami […] era incontenible cuando se colaba por los
huecos […] ya [la] tenían encima […] la tenían adentro” (Restrepo 2013: 124).
“Los del Sur”, así representados, traspasan la frontera como especie de alimaña
microbiana dispuesta a inocular el corazón de la nación estadunidense. El
esquema de valores que niega con fastidio al otro, excluyéndolo de la esfera de
persona, empareja lo humano con la naturaleza del animal. El sujeto migrante
como imagen de contaminación y motivo de asco simboliza un rechazo al contagio,
que responde en gran medida al deseo de ser “no animal”. Investigaciones de corte
psicológico cognitivo han puesto de manifiesto, que las ideas que motivan el
asco se desprenden del interés por custodiar los límites entre el ser humano y los
animales o por refrenar la animalidad propia. Por ejemplo, toda secreción corporal,
considerada como sucia, se asocia con lo animal, con lo que tenemos de común

185
con ello, de ahí la repulsa y el rechazo a su contacto por estimarse contaminante
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

(Nussbaum, [2004] 2006: 106-120). La novela de Restrepo metaforiza justamente


estos miedos y prevenciones cuando aborda la sensibilidad nacional y política
excluyente, del estadunidense frente al latino. Asociar a “la comunidad del Sur”
con la naturaleza del animal es suponerla como un dispositivo de contagio. El asco
político que agita al narrador conjura, de cierto modo, el miedo a regresar a una
condición animal.
Si la proyección del asco se manifiesta cuando el otro es representado
como “animal abyecto”, como cosa que se opone decisivamente a lo humano propio,
en palabras de María Paz, es porque “para ellos [la institucionalidad dominante]
es importante convencerte de que has dejado de ser humano” (Restrepo, 2013:
56). Manipulado políticamente, el asco niega “la realidad misma del cuerpo de
los miembros del grupo dominante, que proyectan así su propia vulnerabilidad
corporal en los miembros del grupo subordinando, y luego usan esa proyección
como excusa para ahondar en la subordinación” (Nussbaum [2013] 2014: 317). De
esta manera, la categoría biopolítica de no-persona, en la que se circunscribe la
protagonista de Hot Sur, corre en coherente paralelismo con la de animal vil que
el asco político proyecta en el sujeto migrante. En la realidad ficcional, en suma, la
distribución que el orden gubernativo estadounidense realiza de las subjetividades
representadas entre persona y no-persona, entre vidas reconocibles y legibles
socialmente, y vidas opacas al orden jurídico de la comunidad, guarda estrecha
relación con la oposición ontológica entre humano y animal, que fue siempre una
matriz del deseo civilizatorio del ser humano.
En síntesis, la propuesta de escritura de Restrepo, paradójicamente,
penetra en lo inhumano para devolvernos a lo humano. Se configura una nueva
inflexión del engranaje sociopolítico, que cuestiona los modos como se ha edificado
el ideal de lo propio y lo nacional a partir de lo afectivo. El personaje migrante de
Hot Sur revela cómo funciona el miedo, cómo se le canaliza hacia el repudio del
otro, para negarle su condición humana y hundirlo en la muerte social, que en
palabras de Mbembe ([1999] 2011) es expulsar a la persona fuera de la humanidad.

LA PIEL Y LA RECUPERACIÓN DE LO PERDIDO

La piel transformada en registro visual de lo íntimo guía el camino hacia la


recuperación de la memoria, la dignidad y un nuevo posicionamiento ontológico
de la persona en la esfera pública. La piel, como topo narrativo, se extiende en la

186
ficción a modo de fuerte espacio simbólico de lo corpóreo no normado. Interesa

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
a la novela los modos como la piel toma el lugar de un lienzo representativo de
un mundo, un yo lacerado, un espacio de relaciones tensas e intensas entre lo
personal y lo político establecido.
Líneas arriba se hacía énfasis en cómo el ordenamiento biopolítico de los
cuerpos se sostiene sobre la desigual distribución del valor de lo humano y de las
formas arbitrarias que definen bajo la “categoría de persona”, quién “vale” o no
como ser humano. Desde Foucault ([1976] 1984)101 se reconoce que lo biopolítico
determina la vida humana; la capacidad de realización o mutilación de las
perspectivas del sujeto dependen de un sistema hegemónico y su poder de “hacer
vivir”. Lo humano se concreta así no en la zona ontológica, sino en la política,
donde el cuerpo como materialidad subsume la trascendencia del ser. Ahora
bien, el ser humano en su condición de buscar inevitablemente nuevas formas de
realización y reinvención de sí mismo, ingenia caracteres nuevos para cohabitar y
recuperar el “cuerpo perdido”. Frente al poder biopolítico que (des)posee el cuerpo,
se moviliza un “giro subjetivo de lo corpóreo” que impulsa “otros usos” personales
del cuerpo para ser en tanto cuerpo, y con ello recuperar la identidad (Esposito
[2007] 2011: 73-78). Plegarias nocturnas presenta La Tongolele102 como personaje
representativo, justamente, de estos procesos de reelaboración y recuperación del
yo a través de un cuerpo modificado. Los largos procesos quirúrgicos le sirven a
la heroína de Gamboa para identificarse plenamente con su inclinación de género.
La posesión voluntaria del cuerpo por su “legítimo propietario” es simbólica de la
emancipación del sujeto, un acto que proyecta a su vez nuevos lenguajes para la
lectura de lo humano en la realidad actual.
La piel, como superficie del cuerpo, en el decurso narrativo de las novelas
que trabajamos, es simbolizada como espacio que conecta lo íntimo con lo social
y lo cultural. Como veremos, en la realidad ficcional, la piel se representa como
un elemento sustancial de conexión, su modificación y marcas personales se
imponen a modo de emblema cultural y simbólico, una situación que la proyecta,
simultáneamente, al espacio de la ritualidad y la sociabilidad. Ciertamente, el
potencial simbólico de la piel reside en su visibilidad, es el órgano más extenso
101 Para Foucault ([1976] 1984), el “hacer vivir” se centra en el establecimiento de la tecnología de doble faz
–anatómica y biológica, individualizante y especificante, vuelta hacia las realizaciones del cuerpo y atenta a
los procesos de la vida– que caracteriza un poder cuya más alta función no es ya matar sino invadir la vida
enteramente.
102 La Tongolele, es un personaje transexual que aparece en uno de los apartados de Monólogos de Inter-neta,
en la novela de Gamboa. Esta mujer recobra su identidad cuando después de un traumático proceso de cirugías
plásticas, logra tener un cuerpo como el de Pamela Anderson. Símbolo de la belleza femenina, para este particular
personaje (Gamboa, 2012: 84).

187
y llamativo del cuerpo. Por esta razón, las marcas vergonzosas del esclavo, el
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

criminal o, en su momento, de la mujer infiel, se plasmaban sobre la piel. Un espacio


perfecto para exhibir la vergüenza y la abyección. La capacidad semántica de este
lienzo, que recubre el cuerpo completo, motiva su intervención, se convierte en
lenguaje contestatario de los paradigmas sociales y particulares. La piel es fuente
viva para la imaginación estética y cultural (Martínez Rossi, 2014).
En Plegarias Nocturnas la piel se configura a modo de manuscrito privado,
de diario personal. Juana, protagonista de la novela, tiene imágenes tatuadas por
todo el cuerpo, que registran, de forma alegórica, una vida, la propia: signada por
la violencia política colombiana, la migración, la prostitución y el hastío. La piel
se reconoce en la escritura de Gamboa como especie de archivo del “sí mismo”.
Los tatuajes y diferentes marcas que recubren el cuerpo de la heroína retienen la
experiencia y el pasado traumático, cada trazo en la piel es una metáfora sugerente
de lo vivido, los afectos y la asunción del yo. Veamos:

Estaba desnuda y se miraba al espejo […] Nunca había visto un cuerpo


así, con extraños y enormes tatuajes: ideogramas japoneses, soles, ojos
budistas, yins y yangs, y en su vientre un verdadero cuadro, ¿qué era?, dios
santo, pude reconocerlo: ¡La gran ola de Kanagawa, de Hokusai! […] Más
abajo, en el muslo derecho, tenía una versión de La balsa de Medusa, de
Géricault, y en el izquierdo […] La novena ola, del ruso Iván Aivazovsky […]
Tres naufragios más una cantidad increíble de signos religiosos o místicos. A
eso se sumaban cicatrices y quemaduras circulares que parecían transmitir
algún mensaje […] La miré sin mover un músculo, sin respirar para que no
notara mi presencia […] Me pareció la mujer más hermosa del mundo, y
sentí que la amaba. […] Luego me retiré sin hacer ruido y me fui a dormir,
excitado, culpable, triste. (Gamboa, 2012: 274-275).

En principio, hay que notar que la descripción del cuerpo de Juana está referida por
alguien que la observa en secreto. La intención lúdica narrativa de un personaje
testigo, ubicado en la trama, acerca al lector a la vida íntima de la protagonista.
Los sucesos toman densidad al pasar por el lente y la voz de un intermediario,
que decide, desde sus juicios subjetivos, lo que se muestra o no del cuerpo de
Juana. El recurso de dirigir la narración a través de una voz testigo o tercera
figura es empleada, tanto por Restrepo como por Gamboa, para entrar en la vida
de los héroes: en Hot Sur se intuye la presencia de un(a) periodista, cronista o
investigador(a), que entrevista a los personajes, consulta documentos privados:
diarios, cartas, fotos, archivos, que luego se organizan, redactan y refieren de
forma coherente.

188
En Plegarias nocturnas es un cónsul, un alter ego del autor, que se asume

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
vicario de la memoria de aquellos que conoció años atrás para referir lo sucedido.
Ahora bien, aunque la constante de las propuestas de escritura es la vida de los
personajes narrada por un tercero, esta voz testigo también “cede la palabra”
a quienes son el eje de su relato, ya sea transcribiendo sus textos íntimos –
redactados en primera persona– o dándoles voz independiente para que se cuenten
a sí mismos: “Empezaré por lo peor, señor cónsul. Lo peor de lo peor, que fue mi
infancia [dice Juana]” (Gamboa, 2012: 15). Este conjunto de artilugios generan el
efecto de credibilidad y confianza en el yo que se cuenta personalmente, el sujeto
auto-narrado adquiere mayor fuerza expresiva en la ilusión de verdad que el relato
genera.
Concedido que hay un yo, una vida íntima, que toma forma en el acto
narrativo que articulan las novelas, quien relata se apoya en todo tipo de elementos
personales de grafía biográfica que ayuden a desentrañarla, no solo en aquellos
archivos que se configuran como palabra, sino también en los que interviene la
imagen plástica. Es por esta razón que el narrador que observa a Juana desnuda,
en el último pasaje que se citó, se detiene en la descripción de los tatuajes, pues en
ellos la historia particular y la memoria se hacen presentes. Hay un yo manifiesto
en el tatuaje cuando la imagen grabada representa el “sí mismo” de la protagonista.
El tatuaje, en efecto, logra tener la misma fuerza expresiva de la vida del personaje
que el yo gramatical de los textos biográficos –diarios, entrevistas, blogs– utilizados
por el narrador testigo. Se trata de imágenes grabadas que construyen a Juana
como persona y terminan situando su intimidad en un afuera, expuesta a la mirada
de otros. Ciertamente, los tatuajes de la heroína, en su variabilidad simbólica y
cruce de líneas y colores, narran diferentes pasajes de vida; se constituyen en
lenguaje figurativo de su yo, en “narración autopictográfica” –ella decide qué
imágenes y símbolos surcan su piel– que expresa los matices del tiempo vivido, los
secretos, los sueños y las pesadillas.
Un aspecto que llama la atención de los tatuajes de Juana es la recurrencia
de imágenes marinas. El narrador destaca con admiración las pinturas tatuadas en
las que el mar es la figura central, a su vez, este elemento reúne unas características
particulares: los cuadros de temática marina que Juana ha estampado en su piel
alegorizan la fuerza amenazante del mar y la confrontación del hombre con él. El
mar recibe todas las metáforas del miedo y la furia, dice Gastón Bachelard ([1942]
2003); en las aguas marinas se reconcentra el simbolismo de la lucha contra la
muerte misma. Un mar agitado y profundo es alegoría de un abismo devorador
siempre presto a engullir al vivo (38).

189
La escenificación del mar en el cuerpo de Juana, bajo la óptica de Bachelard,
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

deja al descubierto lo inexplorable del universo íntimo de la heroína. El oleaje


amenazante, el gesto desesperado del náufrago, la alusión a la muerte, el viento
encumbrando la ola, etc., son escenas comunes de los lienzos que la protagonista
ha escogido como referente de sus tatuajes. Esas escenas, tienen el objetivo de
significar lo más profundo del personaje, expresan el movimiento de una vida.
Así entonces, el mar, para Juana, no es un mar quieto, ni abstracto, es el mar de
Hokusai, de Géricault, de Aivazovsky, una fuerza precipitada y frenética, que exige
resistencia al humano que lo encara. Es el mar que la habita y la desborda, un piélago
alegórico de su conciencia, de su devenir, del jadeo con el que ha atravesado cada
palmo de la existencia: sus andanzas como prostituta, la persecución del miedo
a causa de la violencia sociopolítica, la humillación por ser inmigrante ilegal, la
devastación emocional por la muerte del hermano, etc. La existencia del personaje,
en definitiva, se convoca en la potencia de la imagen marina, el tatuaje del oleaje
embravecido es inscripción de un lenguaje vital propio, es narración visual de un
yo en el que se preserva y exterioriza la verdad de una vida.
Si bien, el tatuaje y las marcas corporales en la tradición de algunas culturas
resguardan el valor ritual de lo comunitario y actúan como sello social, sobre todo
en las comunidades indígenas103, no pocas veces emergen como lenguaje que
impugna el discurso sociocultural establecido, especialmente en las poblaciones
contemporáneas industrializadas. Como aclara Martínez Rossi (2011), quien retoma
a Susan Benson y su artículo Inscriptions of the Self: Reflections on Tattooing and
Piercing in Contemporary Euro-America, las marcas y tatuajes corporales tienden
a identificarse con “lo auténtico, lo incómodo, lo puro, en oposición con las
corrupciones de la sociedad dominante” (197). Inscribir sobre la piel ciertas marcas
o imágenes es una forma de reivindicar la “autenticidad corporal ocluida por las
disciplinas de la conformidad contemporánea” (197).
El tatuaje se yergue entonces como emblema de lo anti-represivo, como
signo que frena o confronta el dominio del otro. Las tribus urbanas utilizan el
tatuaje como símbolo de identificación. Asimismo, en el espacio carcelario las
grafías y demás marcas en la piel genera vínculos de identidad y comunidad. La
persona recluida hace de su cuerpo y piel un espacio de liberación e identificación.
El cuerpo modificado con determinados códigos ubica a quien lo porta en un
colectivo, devuelve al sujeto a la esfera social, confrontando, de tal modo, al
sistema que lo ha eyectado del margen de lo humano.
103 Martínez Rossi (2011) precisa que entre los Cubeo-Tucano a la criatura recién nacida, y trasladada de la choza
del parto a la maloca comunal, se le pintaba la cara con manchas rojas con Bixa Orellana a manera de “jaguar”,
protector mítico de la casa comunal, adquiriendo así el “status humano” y la entrada al grupo social (200).

190
La cárcel de mujeres es uno de los escenarios centrales que se construyen

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
en Hot Sur. Manninpox, situada a las afueras del condado de Ulster, es en la
ficción el lugar por antonomasia de la proyección del asco y de la negación de lo
humano. Algunas de las situaciones que más afectan la identidad como persona
de las reclusas son la identificación que se hace de ellas con un número serial104,
pues una vez apresadas ya no son llamadas por su nombre sino por una cifra
estadística. Asimismo, a las hispanas se les prohíbe hablar en su lengua materna,
cuando se comunican deben hacerlo en inglés, incluso, durante la visita de los
familiares; además, las reclusas latinas o negras son obligadas a realizar los oficios
que se asocian con lo sucio, como limpiar letrinas y lavar las inmundicias de las
celdas, mientras que “las blancas” gozan del privilegio del trabajo manual o de
otras actividades menos humillantes (Restrepo, 2013: 85-91).
En respuesta a esas condiciones de la vida carcelaria, las internas ingenian
formas y lenguajes para resguardar, recuperar o traducir su intimidad humana;
entre esas formas representacionales, la manipulación intencional del cuerpo y
la piel es la más notable. El cuerpo marcado, tatuado y perforado aparece en la
ficción como “tótem de la provocación” (Martínez Rossi, 2011: 24) y altar de la
diferenciación y el autoengendramiento. Mandra X, personaje alrededor del cual
gira la vida en la cárcel de mujeres, es símbolo notable de esta emancipación del
yo a través del cuerpo:

Se había metamorfoseado a sí misma mediante todas las modalidades de


lo que llaman intervención voluntaria sobre el propio cuerpo, y los tatuajes
la rayaban de arriba abajo sin perdonar un palmo de piel, como si un niño
armado de crayola azul se hubiera ensañado contra ella. Tenía los lóbulos
de las orejas alargados y desprendidos de la cara. Las pestañas ausentes
y las cejas borradas que le daban el aspecto inhumano de un Mazinger Z.
Y luego estaba el pelo cortado al cepillo y cruzado por líneas de máquinas
de afeitar, como un Nazca en miniatura. Más las narices agujereadas; el
labio superior bífido y la lengua bifurcada; las mejillas, el cuello y las manos
marcadas con escarificaciones (…) se había hecho inyectar los pezones con
tinta y tatuar una corona de rayos alrededor de cada uno, como dos soles
negros en medio del pecho (Restrepo, 2013: 308).

104 Esto recuerda la cifras seriales que marcaban los cuerpos de los detenidos en los campos de concentración
durante el nazismo. Explica Nussbaum ([2013] 2014), que cuando las personas son designadas con un número en
vez de llamarlas por su nombre, quienes tienen el poder sobre ellas se comportan peor porque se las representan
como unidades deshumanizadas, no individuales (239).

191
Desde la perspectiva psicoanalítica, la transformación corporal de Mandra X
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

es símbolo de renacimiento de lo íntimo y savia que vitaliza su humanidad. Su cuerpo


transfigurado es efecto del proceso propio de autoafirmación e individualización
que la persona privada de libertad necesita concretar. Las imágenes que envuelven
de arriba abajo el personaje, así como la modificación de algunos órganos, depara
la “gradual anulación del ser anterior y [la] asunción de una identidad original
en cuyo trasfondo subyacen fantasías de resurrección o autoengendramiento”
(Reisfeld, 2004: 121). Es decir, las escisiones, desprendimientos, escarificaciones y
demás “roturas”, deshacen la forma natural del cuerpo de Mandra X para dar paso
a una nueva realidad, a la expresión de un ser diferente no abarcable en el cuerpo
original.
El fenómeno de renovación vital anclado a la idea de cuerpo como principio
de individuación “funciona social y políticamente como sede del yo y como ontología
del individuo: la sede de lo propio, de lo propio del yo y de la propiedad como
principio humanizador, como norma de lo humano” (Giorgi, 2014: 115). Por esta
razón, Mandra X una vez recluida, con un pasado que no quiere suyo, y expuesta
a la anulación de su humanidad por parte del sistema carcelario, aniquila su forma
corporal original: inteligible, normada, y atada a un tiempo ido, para engendrar “un
nuevo cuerpo”, y con ello la exteriorización de “otra vida”, la producción de una
persona-sujeto que es en tanto posee un cuerpo cómplice de sus nuevos deseos
y expectativas.
La aniquilación de la forma natural del cuerpo de Mandra X, en perspectiva
metafórica, inicia cuando comete filicidio. Recuérdese que ella está condenada
a tres cadenas perpetuas por dar muerte a sus hijos trillizos, que sufrían “una
conjunción apabullante de malformaciones de nacimiento, como ceguera, sordera
y retraso mental. La mujer se consagró a ellos hasta que cumplieron los trece años
de edad, y en ese momento tomó la decisión de eliminarlos con sobredosis de
narcóticos” (Restrepo, 2013: 295). La protagonista mata a sus hijos cuando es
diagnosticada con un cáncer terminal de vejiga. El temor a la indefensión en que los
niños quedarían al ella morir la lleva a cometer ese acto, “ante todo no quería morir
dejándolos solos” (Restrepo, 2013: 296). Así entonces, con la latencia del cáncer en
su cuerpo y la muerte de los hijos, Mandra X, especie de Medea contemporánea,
también sucumbe. Magdalena Krueger, nombre original de la heroína, “muere en
sus hijos”, la enfermedad y el asesinato inhuman lo que fue.
La renacida forma corpórea del personaje de Restrepo alegoriza la muerte
del cuerpo anterior, del nombre anterior, que es por tanto la suspensión de una
individualidad, de una vida y lo que hubo en ella. Situación paradójica, en el sentido

192
que, si bien el engendramiento de un “cuerpo nuevo” aniquila una vida pasada,

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
también deviene vida, que en el caso de Mandra X, se concreta en la acción social y
política, en su militancia por los derechos humanos de las reclusas de Manninpox.
Pese a ser víctima de un sistema opresivo, el personaje no se victimiza, resurge de
su estado fracturado con dignidad y voz para defender lo propio y apoyar a las
demás.
La escritora colombiana produce una obra que se abre en diversas
trayectorias de representación de lo humano en la sociedad contemporánea,
para debatir la vigencia política del orden social. Hot Sur, desdibuja las “formas
correctas” del cuerpo de la nación cuando obliga a mirarlas desde la corporalidad
de sus personajes. El cuerpo “monstruoso” y “desviado” de Mandra X evoca la
malformación de los hijos asesinados, que son, a su vez, presencia simbólica de
todos aquellos “humanos otros”: persona potencial, semi-persona, anti-persona,
no-persona105, entregados al silencio y la sumisión de los individuos integrales que
el organismo sociopolítico “sano” elige, de manera arbitraria, como referencia de
“vida humana digna”. Allí donde la violencia política despersonaliza y deshumaniza,
dice Giorgi (2014), “la resistencia tiene que pasar por la restitución de la persona,
la identidad, el nombre, la biografía” (211). La proyección del asco como medio para
dar forma a un enemigo, conforme es significado en Hot Sur y Plegarias Nocturnas,
cuestiona el poder aplastante que ha adoptado como punto de partida la agresión
y la vulnerabilidad del otro. La ficción, en este marco, apuesta por la reposición del
sujeto y su horizonte vital.
Por tener relación con el uso de la piel como lienzo y con el tema de la
violencia política, nos permitimos hacer aquí un pequeño paréntesis en la
exploración de las novelas, para citar el trabajo Signos cardinales (2008) de la
artista colombiana Libia Posada, en el que dibuja minuciosamente una serie
de mapas sobre los pies y las piernas de un grupo representativo de personas
desplazadas por la violencia política de Colombia. Los mapas trazados sobre la
piel de estas personas son testimonio de los caminos transitados por ellas, para
proteger la vida propia y la familia de la persecución de los grupos armados. Estos
mapas, con sus convenciones particulares, más que íconos representativos de la
violencia, son presencia directa de esta, pues los caminos mapeados en el propio
cuerpo de la víctima producen el espacio y la vivencia desde y en la misma persona
expuesta al desplazamiento.
105 Esposito ([2007] 2011) en su disertación sobre la jerarquización de los hombres, especifica que dentro de la
categoría de persona hay una serie de grados diferentes, caracterizados por una cuantía de personalidad, que iría
“del adulto saludable, el único al que le pertenece el título de verdadera y propia persona, al infante, considerado
una persona potencial; al viejo, definitivamente inválido, entonces reducido a semi-persona; al enfermo terminal,
al que se le atribuye el estatus de no-persona, y al loco, a quien corresponde el rol de anti-persona” (77).

193
De igual modo, las rutas pintadas en la piel de los desplazados se extienden
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

como lugar alternativo para repensar los ordenamientos políticos y cuestionar el


poder gubernamental colombiano que, en su precariedad e indolencia, no garantiza
la vida y el bienestar de todos los ciudadanos. Como trazos narrativos, tales mapas
inscriben de nuevo en la esfera social las vidas de los desplazados; son imágenes
que, al igual que el simbolismo del tatuaje en la escritura de Gamboa y Restrepo,
recalan en la vivencia de un momento traumático, registran parte de una vida y se
erigen como memoria, tanto personal como colectiva, de la realidad abrumadora
del país.
Para cerrar esta parte, podemos sintetizar que la formulación literaria de las
fronteras corporales en Hot Sur y Plegarias Nocturnas se compone, recompone y
descompone en un sinnúmero de imágenes alegóricas de lenguajes contestatarios,
que llevan al lector a salirse de su horizonte habitual para atravesar nuevas
coordenadas conceptuales sobre la categorización de los cuerpos y su consecuente
sentido de lo humano e inhumano. Las novelas contienen una savia ética que
pone en tela de juicio las verdades en que creemos ciegamente. Lo literario ataca
“el núcleo de nuestros hábitos intelectuales, la rutina de nuestros corazones y
cerebros. Nos persigue hasta nuestras estancias más privadas y descubre aquello
que se encuentra oculto bajo las sábanas y que preferimos no ver” (Ovejero, 2012:
65). Las dos novelas abordadas en este apartado, tienen la fuerza para remover la
raíz de la certidumbre y confrontarnos con la realidad abrumadora que nos acosa
como sujetos y comunidad vulnerable.

EL PERSONAJE NÓMADE. REGISTRO DEL TERROR Y EL OLVIDO

Entre los artilugios estéticos que dan forma y densidad a lo afectivo, las propuestas
de escritura rediseñan el personaje caminante, flâneur o nómade. Quien cuenta
aparece en el escenario ficcional en constante movimiento, es presencia que
se desplaza por espacios donde el terror ha dejado su huella. Los hechos se
desencadenan a razón de este transitar, pues a medida que el personaje camina
surge la realidad que se narra.
En Los ejércitos (2007), Ismael Pasos, narrador principal, va contando el
desmoronamiento de su pueblo mientras recorre diferentes lugares buscando a
su esposa, quien ha desaparecido cuando los militares invaden la población –el
nombre mismo del personaje es indicativo de su papel en el relato–. El andar de
Ismael es fatigoso y aterrado, su enfermedad y el profundo horror de la guerra

194
que lo acosa guían un relato alucinado de la experiencia inmediata de la violencia

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atroz. El registro de la guerra, que todo lo destruye con su voracidad feroz, se
encadena al trasegar de este “flâneur de la miseria y la muerte” (Valencia Solanilla,
2010: 110). Los derrotados (2012), por su parte, propone dos personajes nómades:
Santiago Hernández, un joven botánico que desilusionado por las injusticias
sociales decide alistarse en la guerrilla con la esperanza de cambiar la realidad del
país; a partir de las andanzas de este héroe, la escritura de Montoya configura la
experiencia de la insurgencia desde su propio seno. Una realidad de pesadumbre y
sobrevivencia, que aplasta el “sueño romántico” de quien creyó ver en este tipo de
lucha una salvación para el país. Andrés Ramírez, es el otro personaje, caminante
asimismo del desastre, su oficio lo lleva a lugares destazados por la violencia.
Como fotógrafo de guerra, Ramírez hace un registro visual de los “territorios del
miedo”, transita por poblaciones exterminadas mientras enfoca con su cámara los
rostros del horror y el desamparo:

La verdad es que Ramírez lleva varios días sin dormir. Desde que trabaja
para El Colombiano, cubriendo las zonas de guerra en Antioquia, el sueño
le falta […] Una vez, cuando regresó de Segovia, donde cubría la masacre de
Machuca, durmió tres días seguidos en su apartamento […] Su cuerpo, por
fortuna respondía bien a esas pruebas físicas. En ocasiones lo sorprendían
fatigas depresivas, pero ellas sucedían en los días de asueto. Los ojos
vuelven a cerrársele en tanto fotografía a un niño que dormita, arrodillado,
sobre las escaleras del atrio. Está descalzo, tiene una pantaloneta que le
queda grande y una camisilla estrecha para su estómago inflado. Después se
dirige hacia un grupo de campesinos que han montado fogones (Montoya,
2012: 153).

El principio del desplazamiento también lo podemos rastrear en El ruido de


las cosas al caer, recuérdese que Antonio Yammara, protagonista de los hechos,
emprende la búsqueda del nefasto pasado que lo marcó recorriendo diversos
lugares de Bogotá, específicamente, el sitio donde ocurrió el atentado homicida,
y visitando ciudades cercanas, casas, museos y diversos lugares, para ubicar y
entender su propia experiencia y el colapso de la nación a manos del narcotráfico.
Laura Restrepo sitúa también en el campo literario reciente dos personajes
femeninos representativos del transitar. En Delirio, Agustina logra descubrir la
razón de su enfermedad síquica desandando lo vivido, desplazándose hasta el
escondite de Midas McAlister, y a través del testimonio de este reconocer no solo

195
su historia personal, sino también la de un país hundido en el dolor y la angustia
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

a causa de la violencia desatada por el negocio de la droga. Y en Hot Sur aparece


María Paz; de la mano de esta heroína transitamos sitios específicos, que son
alegoría del odio, el rechazo y la abyección –la cárcel–. La tragedia del migrante
colombiano en países del “primer mundo” se significa en el andar intranquilo y en
constante escape de este personaje. Hot Sur registra las condiciones de desamparo
y vulnerabilidad que atraviesan al ciudadano forzado a salir de su propio país.
De otro lado, los personajes de Santiago Gamboa viven, de igual manera, en
constante huida. Gran parte de lo narrado en Plegarias nocturnas toma forma en
la recta final de un largo camino transitado por sus dos protagonistas, Manuel y
Juana. Manuel, a pocas horas de terminar por mano propia con su vida, se traslada
al pasado y recorre cada uno de los espacios que lo llevaron hasta una cárcel de
Bangkok. Nuevamente, la desaparición de un ser querido empuja la errancia del
héroe y con ello la representación de lo íntimo lacerado.
Por su parte, el narrador de El olvido que seremos, un alter ego del autor,
dirige su vista al pasado para emprender también, por el espacio y el tiempo, la
búsqueda minuciosa de diversos registros sobre un momento histórico preciso de
un país, Colombia. La narración viaja a diferentes lugares como acto necesario
para recuperar la memoria del padre asesinado. El recuerdo personal entra en el
relato como elemento activo que vivifica lo propio y representa, a su vez, el pasado
lacerante del país durante la década de los ochenta.
En definitiva, la huida, la cárcel, la corrupción, el pasado destruido,
son elementos que agrupan a los héroes en una especie de “fraternidad de la
desgracia”. Lo narrado se configura como “testimonio ambulante”, construido al
ritmo del trasegar de los protagonistas. El motivo del personaje-caminante, un
tipo de “flâneur anacrónico”, aparece en las novelas para encarnar los síntomas
característicos de una sociedad en proceso de descomposición. Quien camina
para contar, va articulando un registro coherente de los despojos y restos de la
violencia, y en los intersticios de esta práctica, el miedo, la amargura, el rencor
logran ubicarse en el espacio narrativo y ser reconocidos como emociones que nos
atraviesan en nuestra condición de colombianos.
Graciela Speranza (2012), afirma que el narrador latinoamericano
contemporáneo recupera

[…] la tradición del paseo urbano, el desvío o la deriva, para crear objetos
y relatos porosos, capaces de albergar los desechos y las diferencias. En la
marcha, componen fábulas que extrañan o reencantan el paisaje caótico o

196
disciplinado, o simplemente confiesan que ya no hay iluminaciones posibles

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ORFA KELITA VANEGAS
en las ciudades latinoamericanas (81).

Los personajes caminantes, en efecto, tienen una relación estrecha con el


paisaje citadino. La naturaleza del desplazamiento se proyecta como fenómeno
para indagar lo urbano como espacio fluido, plural y contingente, aunque agresivo
y problemático. Con el migrante citadino lo marginal aparece ahora en el centro,
y se visibiliza la lucha para dar al otro un lugar y reconocer la alteridad (Jaramillo,
Osorio y Robledo, 2000: 69).
Ahora bien, es importante reflexionar sobre el uso excesivo, y quizás
indiscriminado, que la crítica literaria ha dado a la figura del flâneur, con la idea de
indagar la novelística que incorpora el principio del desplazamiento. Beatriz Sarlo
(2000), en su texto Olvidar a Benjamin, expresa lo siguiente sobre tal aspecto:

[…] extranjeros, marginales, conspiradores, dandies, coleccionistas,


asesinos, panoramas, galerías, escaparates, maniquíes, modernidad y
ruinas de la modernidad, shopping-centers y autopistas. Un murmullo
donde las palabras flâneur y flânerie se usan como inesperados sinónimos
de prácticamente cualquier cosa que tenga lugar en los espacios públicos.
Se habla de la flânerie en ciudades donde, por definición, sería imposible la
existencia de un flâneur (78).

Sin duda, en la representación literaria de las ciudades contemporáneas


resultaría “problemático” avocar a la práctica del paseo urbano, conforme se
hizo en la capital decimonónica europea: París, específicamente. El peatón de
hoy no tiene derecho a la velocidad del vagabundeo, marcha más bien a un ritmo
vertiginoso en la poco caminable urbe contemporánea (Luiselli, 2010: 39). El
recorrido citadino –la flânerie– como momento para la reflexión y la evasión surte
entonces una serie de cambios en la narrativa de ciudad más reciente. Si bien,
se sigue acudiendo a tal figura por su principio de desplazamiento, el “flâneur
contemporáneo”, evidentemente, debe adaptarse a las calles, los ritmos y la vida
de la caótica ciudad de hoy. A pesar de su anacronismo, la flânerie sigue siendo
atractiva para descubrir los entramados de la ciudad textual. Santos López (2009),
en un estudio sobre la relación del personaje detective de la novela negra chilena
con la urbe contemporánea, justamente, reformula la categoría flâneur. Para el
investigador, los detectives ficcionales son “practicadores de la nueva flânerie
en Latinoamérica” (79). La solución de los casos exige al personaje los recorridos

197
urbanos; los devaneos callejeros y la disección visual de la ciudad proyectan las
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

lógicas del flâneur.


Según Jorge Locane (2016)106, el flâneur y la flânerie abandonan su contexto
de nacimiento y sobrevienen, necesariamente, en figura retórica. Sin importar cuál
sea el uso específico que se les quiera dar, esos dos fenómenos –estrechamente
ligados– resultan especialmente fructíferos, para significar los atributos del espacio
urbano y, sobre todo, de la metrópoli sometida a transformaciones abruptas (169).
Los espacios urbanos tomaron forma y se consolidaron como ciudad moderna a
partir de los procesos de modernización. Tanto la ciudad del siglo XIX europeo como
la actual de América Latina, son producto del caótico proceso modernizador. Así
entonces, como advierte Keith Tester (1994), si el flâneur representa la capacidad
de observar y buscar significado a su modernidad, no es contradictorio que
siga apareciendo como recurso literario. Las ciudades de la novelística reciente,
se conforman de los procesos absolutistas y agresivos de la modernización y el
neoliberalismo, por consiguiente, la función del flâneur se reactualiza, aparece de
nuevo en este contexto social e histórico para seguir nombrando la ciudad como
proyecto moderno inconcluso. Las particularidades que distinguieron al caminante
urbano del siglo XIX se adaptan entonces de manera coherente a la representación
de los territorios urbanos de hoy. La reactualización literaria del flâneur lo convierte
en un “paradigma abierto” (Neumeyer, 1999: 17), capaz de definir y resignificar
la flânerie contemporánea como fenómeno que sigue marcando travesías, para
la comprensión de las estructuras sociales y los ritmos vertiginosos de la urbe.
Desde esta perspectiva, se indaga aquí las especificidades de los protagonistas del
corpus de novelas en cuestión.
Viajar, caminar o recorrer territorios inéditos han sido praxis asociadas,
tradicionalmente, al ideal de fundar un nuevo mundo, y con ello explicarse y
proyectarse como persona. La utopía, entendida como el deseo constante de un
lugar alternativo donde ubicar la existencia propia, surge en relativa concordancia
con el continuo desplazamiento. La creación, imaginaria o real, de ciudades
y espacios se anclan a la aspiración de otro “topos”. Por ejemplo, el flâneur de
Benjamin ([1982] 2005) o el “caballero andante” de Maffesoli ([1997] 2004) toman
realidad cuando se proyectan hacia un horizonte habitable; estas figuras recorren
los espacios con la esperanza de nuevas experiencias que alivianen la pesadez
tóxica de lo dado. El desplazamiento, así entendido, funda un espacio nuevo
en el cual encontrar las explicaciones a la pregunta por sí mismo o como lugar
106 Este investigador realiza un notable estudio sobre la figura del flâneur en narrativas latinoamericanas
recientes. Propone la categoría “Flânerie anacrónica” (159-213), para indagar las características de los personajes
que aparecen en las caóticas capitales de América del Sur.

198
para la evasión. El caso de Macondo, en Cien años de soledad es paradigmático

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
de la urgencia del escritor de inventar un lugar alterno. Este territorio mítico
garciamarquiano busca dar respuesta a una escisión o disconformidad con lo real.
Los personajes caminantes de las novelas en cuestión fracturan ese molde
primario del paseante futurizado y con cierto grado de esperanza. Se deslindan del
flâneur benjaminiano y del andante de Maffesoli. Si bien, la escritura conserva el
principio de movimiento y, además, muestra a un caminante en búsqueda decidida
de algo, el vagabundeo se desvía del deseo de creación de una realidad nueva,
para orientarse, más bien, hacia la recuperación de la existencia arrebatada por la
violencia. La voluntad utópica se ancla así a la reconstrucción del lugar perdido.
La creación de una sociedad con unos rasgos específicos, distribuida y dispuesta
espacialmente, solo es imaginable a partir de la recuperación de la realidad
arrebatada. Cuestión sumamente difícil cuando la violencia atroz ha arrancado
desde la raíz el universo que unía al personaje al territorio habitado. Los ejércitos,
por caso, ilustra con esmero no solo la pérdida abyecta del lugar propio sino
también la angustiosa imposibilidad de recobrarlo. El caminar desesperado del
narrador va dando forma a una “geografía de la hecatombe”, a una cartografía de
la no pertenencia, donde el sujeto devastado es símbolo del desplazamiento y el
terror.
La naturaleza de los lugares en la realidad ficcional influye poderosamente
en el narrador-caminante. La situación de violencia empuja al movimiento
continuo para resguardar la vida, o en otros momentos como medio para registrar
los acontecimientos y tratar de recuperar del olvido a aquellos que ya no están.
En los modos como el caminante toma consistencia en la escritura, se reconocen
los procesos de des-subjetivación derivados de la des-territorialización. Cuando
se pierden los referentes espaciales se pierde también parte de la identidad del
sujeto y del reconocimiento de la tradición. Con la pérdida abrupta del territorio
propio, recuerda Pécaut (1999), se fragmentan las raíces culturales y la herencia del
pasado. Situación que influye en los procesos de recordación, porque la memoria
individual se sitúa en el vacío, no tiene un lugar concreto donde posicionarse.
Si la conciencia topográfica del escritor ha imaginado ciudades, mundos,
villas, calles, parques, etc., como sitios alternativos donde ubicar la experiencia
anímica y anclar la memoria, por triste que fuera, en las narrativas que estudiamos,
la invención del lugar da paso al vacío del mismo. Los caminantes-narradores no
fundan nuevos territorios, son testigos de la destrucción de estos; su nomadismo
se enfoca en dejar registro de la pérdida:

199
Ramírez solo permaneció en la iglesia de Bojayá media hora. El olor era
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

insoportable, lo dejaron entrar con varios hombres. Estos sacaron los


cuerpos mutilados y los metieron en bolsas (…) recorrió los vestigios del
templo. En algún momento hizo una pausa para mirar dónde pisaba.
Vio un perro carbonizado. Vio un manojo de miembros humanos que
no logró identificar. Vio el Cristo crucificado (…) Se distanció, enfocó su
cámara y disparó. La cabeza, el tórax sin brazos y un pedazo de pierna del
Cristo están en primer plano. Bancas, ropas, tablas, libros, cocas, platos
destrozados en medio de la tierra y el agua. Al fondo está la puerta y las
ventanas derruidas. La luz de afuera entra por ellas con sed descomunal
(Montoya, 2012: 235).

La cita es indicativa del tipo de relación entre lugar y sujeto que la escritura
propone. El acercamiento a los detalles materiales de la masacre se hace exponiendo
el cuerpo del narrador, se experimenta con los sentidos –con la vista, el olfato, las
manos, el oído– las minucias de un territorio herido, que los documentos públicos
y mediatizados poco nombran. Ramírez sabe que, en su oficio, es necesario estar
suficientemente cerca de los hechos para atrapar lo impalpable de la situación.
Y “estar cerca de los acontecimientos [es] estar cerca de la desgracia” (Montoya,
2012: 106), sin duda. Una visión panorámica de lo sucedido es impensable para
el narrador, no solo no captaría aspectos particulares, sino que asignaría al
espectador un rol pasivo, impidiéndole reaccionar ante lo que la imagen configura.
La mirada detallista a la que se someten los lugares se complementa con el andar,
a través de estas prácticas la verdad de los hechos toma realidad. “La historia
comienza al ras del suelo, con los pasos” (109), afirma De Certeau ([1990] 2010), y
si a ellos se suma la mirada, el corazón del territorio logra expresarse.
El enfoque del narrador en los detalles escabrosos genera una sensación
de horror, efecto que toma mayor fuerza cuando se reconoce que, en este caso, la
realidad ficcional es una especie de prolongación de la vivencia real de la guerra.
La fotografía que alimenta este pasaje es verídica107, es registro fehaciente de un
suceso histórico en Bojayá, municipio colombiano108. Los “marcos de guerra” de
Los derrotados, en este orden, fijan un acto de ver insumiso porque muestran
lo más tétrico de la guerra, muestran aquello que el Estado no quiere que se
107 Recuérdese que la novela de Montoya se apoya en fotografías reales. Este recurso literario lo trabajamos en
el capítulo dos.
108 La masacre de Bojayá se inscribe en el continuo y cruento enfrentamiento que entre el 20 de abril y el 7
de mayo de 2002 sostuvieron la guerrilla de las FARC y un comando paramilitar en las inmediaciones de las
cabeceras municipales de Bojayá. La población se vio enlutada tras la explosión de una pipeta de gas llena de
metralla que las FARC lanzaron contra los paramilitares, quienes se ocultaban tras el recinto de la iglesia donde
se refugiaban más de 300 personas.

200
muestre. Asimismo, las imágenes ubicadas a lo largo del decurso narrativo son

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
rastro del principio nómade que la narración personifica, ellas son el mapa visual
de los territorios del horror que el protagonista ha transitado. La contradicción
entre el país sufriente y el representado por la retórica oficial, se refleja en el
desplazamiento de Andrés Ramírez por los pueblos arrasados. Ciertamente, el
señalamiento de la condición infame a la que el gobierno y demás fuerzas de poder
ha sometido a miles de colombianos, se hace posible en el movimiento incesante
por los lugares del miedo del protagonista fotógrafo.
Es posible establecer una relación directa entre el lugar de la arremetida de
la guerra que Ramírez ha fotografiado y el espacio ficcional que Rosero construye
en Los ejércitos:

Estas sombras que veo temblar alrededor, igual o peor que yo, me sumergen
en un torbellino de voces y caras desquiciadas por el miedo […] otros
soldados han hecho su entrada por la esquina de arriba, y se gritan con los
de abajo, precipitados; los tiros, los estallidos se recrudecen […] ¿a dónde
correr? […]  “Guerrilleros” grita de pronto, abarcándonos con un gesto de
mano, “ustedes son los guerrilleros” […] apuntó al grupo y disparó una vez;
alguien cayó a nuestro lado, pero nadie quiso saber quién, todos hipnotizados
en la figura que seguía encañonándonos […] Todos corrimos ahora, en
distintas direcciones, y algunos, como yo, iban y volvían al mismo sitio, sin
consultarnos, como si no nos conociéramos […] Una tremenda explosión
se escuchó al borde de la plaza, el mismo corazón del pueblo: la grisosa
nube de humo se esfumó y ya no vi a nadie; detrás de la polvareda emergió
únicamente un perro, cojeando y dando aullidos […] otra detonación, un
estampido más fuerte aún se remeció en el aire, al otro lado de la plaza, por
los lados de la escuela. Entonces me encaminé a la escuela, hundido en el
peor presentimiento (95-97).

Esta escena de espanto y fuga podría ser la masacre que Ramírez enfoca
después con su cámara. Las propuestas de escritura de Montoya y Rosero
coinciden no solo en la representación del estado de horror a causa de la guerra,
sino también en las figuras narrativas que transitan en diferente momento los
mismos espacios devastados. Los cuerpos mutilados que la foto de Ramírez
muestra podrían ser los despojos de los vecinos de Ismael. Figuradamente, es
como si el personaje fotógrafo de Los derrotados se desplazará hasta el espacio
ficcional de Los ejércitos para dejar registro visual de la masacre del pueblo. Y, a su

201
vez, en el testimonio ambulante y horrorizado de Ismael pareciera aclararse lo que
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

la foto de Ramírez enmarca.


Otro espacio narrativo importante es el jardín de la casa. Este lugar se ubica
como antesala en la novela de Rosero. Se entra a la realidad ficcional siguiendo la
mirada indiscreta y gozosa de un anciano que espía a su vecina desnuda, mientras
esta toma el sol en el jardín: un lugar de regocijo y encuentro. El narrador, subido
en una escalera, apoyada en el naranjo, mientras recoge sus frutos y los “arroja al
gran cesto de palma” (11), proyecta una visión paradisiaca de su propio jardín, y del
jardín contiguo, el de la vecina, quien vitaliza el panorama edénico con su cuerpo
desnudo, libre, expuesto voluntariamente a la mirada del protagonista:

La mujer del brasilero, Geraldina, buscaba el calor de su terraza,


completamente desnuda, tumbada bocabajo en la roja colcha floreada.
A su lado, a la sombra refrescante de la ceiba, las manos enormes del
brasilero merodeaban sabias por su guitarra, y su voz se elevaba, plácida y
persistente, entre la risa dulce de las guacamayas; así avanzaban las horas
en su terraza, de sol y de música (Rosero, 2007: 11).

Si bien, la imagen del jardín aparece al inicio de la narración como refugio


sensorial y de embeleso, en el que la naturaleza colorida y la sensualidad femenina
le dan un tono pintoresco, de corte tropical (Van der Linde, 2017), su figuración
no llega a corresponderse totalmente con un ambiente paradisiaco. A medida que
el narrador descubre el paisaje sinuoso, sus colores, murmullos, fulgores, se van
anudando, a su vez, una secuencia de imágenes inquietantes que desdibujan la
idea de estar ubicados en el lugar fantástico, amoroso o místico, que proponen
los míticos jardines del imaginario colectivo universal, veamos: “platos y tazas
llameaban en sus manos trigueñas: de vez en cuando un cuchillo dentado asomaba,
luminoso y feliz, pero en todo caso como ensangrentado. También yo padecía […]
ese cuchillo como ensangrentado” (Rosero, 2007: 12), Aunque, quien observa y
cuenta el jardín lo tiñe de sus deseos y emociones, proyectándolo como lugar que
protege de la amenaza exterior, no deja de apreciarse la mirada testimonial que
descubre la violencia como fenómeno latente, que acecha el ambiente preciado.
Este tratamiento del espacio ficcional da, desde el inicio de la novela, un carácter
consciente y crítico a la situación real que viven los personajes.
El “espacio feliz” del jardín, adquiere capital sentido en la escritura de Rosero
porque se propone como imagen totalizante de la paulatina degradación que sufren
los personajes y los lugares que habitan, a manos de los ejércitos que revientan

202
el pueblo. El jardín de la casa, no solo introduce lo narrado sino que también se

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
ubica como epílogo. Es una entidad ambivalente, que recoge en sí misma las dos
caras de la realidad de los pobladores: la primera, al inicio del relato, llena de luz
y esperanza, pese a los antecedentes violentos; la segunda, en las páginas finales,
invadida de oscuridad y absoluta fatalidad. En efecto, el último lugar de la realidad
ficcional, que también recorremos al lado del anciano-narrador, es el mismo jardín
de las primeras líneas, pero transformado ahora en “topos del horror”. El jardín
de las Delicias, como bien podría identificarse el espacio que inaugura la novela,
resulta convertido en los párrafos finales en un jardín de la Náusea, que provoca
la arcada ante el panorama repulsivo de la muerte bestial y de la anulación total
del sujeto:

Fui al huerto. Aún había luz en el cielo: la noche salvadora seguía lejana
[…] Allí estaba la piscina; allí me asomé como a un foso: en mitad de las
hojas marchitas que el viento empujaba, en mitad del estiércol de pájaros,
de la basura desparramada, cerca de los cadáveres petrificados de las
guacamayas, increíblemente pálido yacía el cadáver de Eusebito [el hijo
de Geraldina] y era más pálido por lo desnudo, los brazos debajo de
la cabeza, la sangre como un hilo parecía todavía brotar de su oreja […]
Pensé en Geraldina y me dirigí a la puerta de vidrio, abierta de par en par
[…] pude entrever los quietos perfiles de varios hombres, todos de pie […]
Entre los brazos de una mecedora de mimbre, estaba –abierta a plenitud,
desmadejada, Geraldina desnuda, la cabeza sacudiéndose a uno y otro lado,
y encima uno de los hombres la abrazaba, uno de los hombres hurgaba a
Geraldina, uno de los hombres la violaba: todavía demoré en comprender
que se trataba del cadáver de Geraldina, era su cadáver, expuesto ante los
hombres que aguardaban (Rosero, 2007: 201-202).

El cadáver de Eusebito, tirado entre los residuos, y la profanación del


cuerpo de Geraldina evidencian el núcleo mismo de la malevolencia gubernativa,
de quienes manipulan lo político como máquina de muerte y degradación. La
destrucción del pueblo como cuerpo social se asimila en los cadáveres saboteados,
humillados: quizás por el ejército nacional, quizás por la guerrilla, quizás por los
paramilitares, por todos a la vez. El ensañamiento contra el cuerpo de los personajes
es una forma de implantar un clima de horror en el pueblo. Esta violencia atroz,
que no se conforma con dar muerte sino que aniquila al otro en su condición
humana misma, contamina el espacio natural, la casa y el pueblo mismo. El horror

203
desfigura el poder protector de los lugares familiares. El jardín de Rosero deja de
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

ser la tentativa de organizar el espacio e inventar un mundo a imagen y semejanza


de las ensoñaciones propias, para convertirse en un lugar perdido para siempre.
La destrucción progresiva de los lugares de Los ejércitos gira en alegoría
del aniquilamiento mismo del personaje, no solo como cuerpo susceptible a la
desaparición sino, y sobre todo, como sujeto con una identidad, una cultura y una
memoria. A medida que Ismael Pasos recorre su villa en proceso de destrucción,
paradójicamente, también va dejando registro de su lugar en el mundo; un
lugar que va cayendo de la manera más atroz y arrastrando en tal dinámica, la
total existencia de quien lo habita. El derrumbe de los referentes espaciales es
liquidación del pasado personal. El andar aterrado del héroe es signo del trascurso
de desterritorialización al que lo han sometido los actores de la guerra. Todo ser
humano está sujeto a una trayectoria espacial: a la casa habitada, la plaza, la
escuela, el lugar de solaz, por lo tanto, cuando no queda nada de estos sitios una
conmoción interna desgarra lo propio del sujeto; la vida “vivida” no encuentra sitio
concreto donde posicionarse. Los lugares perdidos son también la pérdida del sí
mismo.
El principio de desplazamiento que las novelas incorporan traza una
trayectoria de la violencia en la que voces entrecortadas, escombros y gestos
alterados componen un lenguaje, que si bien no logra reintegrar materialmente lo
perdido, sí consigue nombrar a quien sufre, dar voz y forma al terror y al trauma,
para rescatar del silencio la verdad real de la guerra. Armar un discurso coherente
de lo innombrable y fugitivo de la violencia se convierte en un reto para el escritor.
En el caso de Los derrotados y Los ejércitos, la ubicación espacial del narrador
es la estrategia que da representación a ese tipo de circunstancias del conflicto.
Cada propuesta se ubica en el seno mismo de la masacre, aunque en momentos
diferentes: el instante mismo de la arremetida y el después de ese suceso. Si
bien, en ambas novelas el desplazamiento es la fuerza propulsora del relato, la
narración de Ismael transcurre en el instante mismo de la masacre, mientras que
la de Ramírez se hace después de lo sucedido. Estas circunstancias determinan el
tono y la escritura de la violencia.
Se puede decir que en Los derrotados la inflexión del relato obedece más a
la percepción razonada de alguien que mira los sucesos sangrientos desde “afuera”;
aunque ubicado en el propio lugar de la masacre, la percepción de Ramírez es
claramente la de alguien que no ha sido agredido directamente. El héroe, sin dejar
de sentirse impactado ante el panorama espeluznante, se toma el tiempo de fijar
la atención en detalles precisos a medida que recorre el lugar; su discurso, en

204
ese orden, se desarrolla de manera mesurada y explicativa. De otro lado, Rosero

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
ha optado por dar forma a una narración atravesada por el efecto emocional
y corporal inmediato de lo atroz. Contar la guerra a partir del momento de su
desencadenamiento y, desde la impresión instantánea del sujeto que la sufre, da
forma a una narración ajena a la explicación de lo representado.
En Los ejércitos, Rosero no retiene a su personaje para analizar o profundizar
en las causas y consecuencias de la devastación, tampoco para aclarar una mirada
personal del conflicto, ni mucho menos para dejar explícito un discurso sobre la
realidad violenta de un país. La narración del terror se registra como una imagen
fugaz; la voz y la mirada de Ismael van al ritmo de su trasegar. De esta manera, los
hechos conforme se van contando son afines al callejeo escabroso de quien narra,
la fijación de una idea explicativa sobre lo que se ve y se siente es innecesaria
para significar la profundidad del fenómeno. La suma de los sobresaltos y las
impresiones de terror conforman una narración en la que el discurso aclaratorio
sería redundante. Ismael no cuenta con un intervalo de tiempo para razonar sobre
lo que está padeciendo, por esta razón, a medida que huye de la amenaza, va
refiriendo la situación de manera descriptiva y presurosa. El personaje ubicado en
el corazón mismo del desastre es la exploración emocional pura del impacto de lo
atroz.
Según lo dialogado a lo largo de este apartado podemos sintetizar que,
las novelas abordadas recurren a un personaje-caminante, a un sujeto escapado,
que transita por lugares que ya no son. Estos “flâneurs anacrónicos” ya no son
fundadores de territorios para ubicar una experiencia vital, más bien, se presentan
como metáforas del recorrido del horror y la destrucción. La fuerza expresiva de la
ficción se deriva del constante desplazamiento de tales héroes. El principio nómada
que la palabra encarna es una práctica estética y política, que deja registro de la
fragilidad del sujeto en territorios asediados por la violencia y la pérdida.

HÉROES DEL RESENTIMIENTO. METÁFORA POLÍTICA DE JUSTICIA Y MEMORIA

El miedo asociado con el poder tiene efectos particulares en la sociedad, siendo


la injusticia uno de los más decisivos. El sistema de dominación jerárquica de
gobernantes hacia gobernados tiende a favorecer de la buena calidad de vida
solo a una parte reducida de personas, mientras que las demás son excluidas de
tal beneficio. Esta distinción arbitraria entre las personas al momento de asignar
deberes y derechos básicos, niega o disipa la libertad de igualdad de ciudadanía.

205
Para Judith Shklar ([1990] 2013), un sistema gubernativo es justo cuando es
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

gestionado por funcionarios ecuánimes, imparciales y comprometidos con la


tarea de mantener el orden legal que dé a la sociedad su carácter de completo. Si
este principio es violado se produce la injusticia (51-52). Situación que influye de
manera negativa sobre las perspectivas de vida del sujeto, sobre lo que este hace
y puede llegar a hacer (Rawls, [1971] 1995: 17-20).
Frente a las situaciones de injusticia, el resentimiento aflora como
emoción de rechazo y reclamo. La conciencia de saber que los derechos le han sido
arrebatados, hunde a la persona en un estado de rencoroso desasosiego contra
el sistema y aquellos que resultan beneficiados en detrimento de lo propio. Las
novelas escogidas para esta investigación al estar vinculadas de modo particular
con la historia colombiana representan la situación del resentido y proponen
imágenes de esta figura con el propósito de manifestar cómo se conserva la
dignidad ante situaciones de negación, de qué manera se vive con el legado de
la violencia como fenómeno generador de profundas injusticias sociales, cuál es
la posición ética de quién no espera nada del sistema ni de la sociedad que lo
enmarca. Lo arbitrario de la memoria oficial y su distorsión de la realidad, asimismo,
se controvierte en queja del héroe del resentimiento. Parafraseando a Mishra
(2017), el yo individual de los personajes se valida en la experiencia de la derrota,
la humillación y el resentimiento, estas emociones resultan más determinantes del
sujeto contemporáneo que el éxito y la satisfacción (279).
Más allá de las diferencias formales y estéticas, el cuestionamiento a
las políticas de la violencia, la corrupción y la degradación de la clase dirigente
colombiana es el punto de coincidencia mayor del corpus literario en cuestión.
Los héroes son construidos con una mezcla de emociones apasionadas y posición
ideológica que rezuma el hartazgo ante el estado de cosas, que estrecha la vida
personal y obnubila la mirada al futuro: “si algo le revolvía la sangre, como si se
tratara de un vomitivo de acción inmediata, era esa clase dirigente que desde los
tiempos de la colonia había sido incapaz de construir un país justo” (Montoya,
2012: 191). El resentimiento surge en la coyuntura del hastío, la rabia y desconfianza
hacia lo político, las jerarquías injustas y desiguales del capitalismo actual.
La recuperación del pasado nefasto que la dinámica política y social ha
querido olvidar, el cuestionamiento de la “apatía cotidiana común” ante la presión
de la vida diaria, la reubicación del ángulo de mirada sobre las injusticias que
se perciben como “normales”, son compromisos de los personajes que confiesan
su resentimiento, estos cargan consigo la memoria traumática y la lucha contra
el olvido. La disputa contra imaginarios utópicos y promesas de esperanza es
también batalla que lidera el resentido. Como eje en torno al cual gira la trama, el

206
resentido remite entonces a diversos niveles del grado de insatisfacción individual

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
del logro de lo propio, ante el choque constante contra los discursos de felicidad
y las promesas de libertad y realización personal. Es necesario entender que la
apuesta de la narrativa por fijar una posición de rencor frente a la vida de un
país no consiste en valorizar una reacción emocional deshonesta o inmoral, por
el contrario, el héroe resentido, como veremos, pone en evidencia a quienes están
detrás del poder, con el fin de dar dimensión moral a los descalabros políticos.
También se deduce desde este personaje, que la sociedad contemporánea la define
una especie de “solidaridad negativa” (Arendt, [1951] 1998), en la que el odio, el
rencor y la insatisfacción son los fenómenos que más aproximan a personas de
diversa índole.
La idea de resentimiento, desde la cual indagamos el estar de los personajes,
se corresponde con una desazón emocional permanente de haber sido maltratado
por las políticas gubernativas y la historia del país en el logro de la plenitud como
persona y ciudadano. El desequilibrio existencial de las generaciones que llegaron
después del desmoronamiento de la utopía revolucionaria latinoamericana, durante
el ascenso del narcotráfico y la escalada de la corrupción del sistema gubernativo,
se traduce en la queja de los héroes ficcionales contra una realidad que aplasta
la esperanza y la posibilidad de hacer parte de una sociedad incluyente. En las
novelas el resentimiento se muestra inherente a una sociedad en que la igualdad
formal entre los individuos coexiste con enormes diferencias de poder, educación,
estatus y propiedad (Mishra, 2017).
La verdad de una época ubicada en un tiempo y espacio particular
hermana a los protagonistas de las novelas. Bogotá y Medellín son los lugares que
los héroes transitan. La niñez, juventud y adultez temprana de los personajes de
Delirio, El ruido de las cosas al caer, Los Derrotados, incluso del narrador de El
olvido que seremos, transcurre entre las décadas del setenta y los noventa. Estos
años son periodos signados por el narcoterrorismo, etapa en la que la figura de
Pablo Escobar es símbolo del régimen de terror que se implantó en el país. En
Plegarias Nocturnas, el narrador enfatiza en la criminalidad y el abuso de poder
durante los dos periodos presidenciales de Álvaro Uribe Vélez (2002-2006, 2006-
2010). La escalada del paramilitarismo y la corrupción de la fuerza pública durante
estos años de gobierno se denuncian de manera abierta en la escritura de Gamboa.
Los tiempos históricos bajo los cuales se desarrollan las tramas son determinativos
de lo que se cuenta, a través de ellos podemos comprender el resentimiento como
afecto ligado a situaciones sociales y políticas específicas. La rabia, el reclamo y
la indignación se vinculan estrechamente al pasado del país y lo definitivo de la
pérdida.

207
La indagación en imágenes simbólicas del pasado origina los sucesos
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

en cada una de las narrativas en cuestión. Recordar se convierte en asunto de


urgencia cuando se intenta comprender el presente. Es necesario “dar cita a la
memoria” para ver de nuevo lo que se vivió hace años, aunque con otra luz. El
tiempo, como precisa Gamboa (2011), pareciera volverse “un problema de luz. Con
los años ciertas formas adquieren brillo o, al contrario, se cubren de una extraña
opacidad” (14). La escritura, justamente, va dando cuenta de esto. La vista al
pasado es lugar de coincidencia de las narrativas y punto desde el cual los sucesos
se ubican en una línea de tiempo, que proyecta la existencia de los héroes hasta
el presente ficcional.
Al penetrar en el tiempo ido, la narración desplaza los acontecimientos del
mundo íntimo del personaje hacia un plano exterior y visible. La palabra desenreda
el recuerdo personal, el orden caprichoso de lo memorado se reorganiza en un
relato coherente que enfoca con nuevo matiz la historia reciente de la nación. Las
novelas, en ese sentido, aunque parecen desentrañar la experiencia íntima de los
personajes, recobran un pasado que pertenece a todos; lo subjetivo, lo individual,
es también eco plural de la vida de un país, memoria colectiva que atraviesa a una
generación.
Plegarias Nocturnas representa el panorama de una sociedad sacudida por
los revuelos políticos de la primera década del siglo XXI en Colombia. Manuel,
joven filósofo, narra su pasado mientras está prisionero en una cárcel de Bangkok
esperando la pena máxima. Este héroe está acusado, sin serlo, de traficante de
drogas. Sabemos que el narrador abandona el país con la idea de reunirse con su
hermana, quien había migrado dos años atrás a causa de la amenaza de un grupo
criminal asociado con instituciones del Estado. Empero, la otra razón por la que
Manuel se va es su repudio hacia la realidad opresiva que atravesaba no solo a su
familia, sino también, a la sociedad en general:

[…] éramos parte de algo oscuro, triste, que ninguno […] podría ya cambiar.
El aroma de loción barata, el brillador de suelos, el perfume de gabardinas
y chaquetas, no lo sé. El intenso olor de una familia humillada, que creía
merecer una segunda oportunidad, sin jamás tenerla [...] Siempre odié lo
que define la vida en ese lugar: el arribismo, el afán de figurar, el odio, la
tacañería congénita, la envidia […] ¡la época más horripilante! Un presidente
mafioso, un ejército asesino y torturador, medio Congreso en la cárcel por
complicidad con los paracos, más desplazados que en Liberia o Zaire,
millones de hectáreas robadas a bala […] este país se sostiene a punta de
masacres y fosas comunes (Gamboa, 2012: 20, 65).

208
El momento histórico que Gamboa escenifica corresponde a los dos

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
periodos de gobierno de Álvaro Uribe Vélez, años cruentos disfrazados de
progreso económico y políticas de seguridad democrática. Desde la perspectiva del
politólogo Miguel Herrera Zgaib (2012), durante esa etapa presidencial, Colombia
fue dirigida con una especie de fórmula de gobernabilidad legal (no) democrática,
un régimen para-presidencial que se concretó en el proyecto regionalizado de la
para-república, bajo control de las autodefensas desmovilizadas con la “Ley de
justicia y paz”, cuyos jefes, no sobra decir, fueron extraditados por narcotráfico.
El investigador colombiano, caracteriza esta etapa como la “(de)generación
democrática de Colombia” (253), en la que se validó la política de guerra en la
opinión pública.
En la última cita, el narrador considera que los principios elementales de
justicia y equidad han sido violados en prejuicio suyo, además, reconoce que los
otros poseen algo –material y espiritual– a lo que él también tenía derecho y que,
sin embargo, le ha sido negado. De esta manera, el resentimiento en la realidad
ficcional está comprometido con una promesa de meritocracia que postula la
secularización de la justicia, y una distribución de la riqueza independiente del
nacimiento o de la fortuna. El juicio emocional del héroe resentido “toma la forma
de una idea fija que se expresa de manera obsesiva con la denuncia de una promesa
incumplida” (Moscoso, 2014: 8) y la fragmentación de la esperanza.
El modo como las circunstancias más crudas del país entran en Plegarias
nocturnas y atraviesan la vida afectiva de los personajes, da consistencia a la
realidad impalpable y crea un espacio epistémico para el resentimiento. El recurso
literario consiste en ubicar a los héroes en situaciones históricas precisas como
el caso de los “Falsos positivos”109, para narrar emocionalmente lo que sucedió
(Gamboa, 2012, 211). Este artilugio genera en el lector cierta ilusión de veracidad
sobre lo que se cuenta, efecto que a su vez da mayor peso a la contestación de la
situación social y política que la escritura persigue. El disgusto hacia el estado de
cosas en el país se traza en la novela como gesto anímico que simboliza la desilusión
ante el futuro y el quiebre de la esperanza en proyectos alternativos optimistas.
La narración se diseña a modo de queja. Es una descarga de indignación contra
un Sistema que frustra las aspiraciones e infunde en la población más joven una
sensación de vacío de futuro:

109 Ejecuciones extrajudiciales cometidas por unidades militares de las Fuerzas Armadas de
Colombia. Las víctimas eran asesinadas por soldados para obtener ganancias personales, pues el
Gobierno reconocía económica y simbólicamente a los comandos que más guerrilleros dieran “de
baja”.

209
[…] fui una niña feliz […] pero en un mundo triste, opaco. Un mundo en
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

blanco y negro […] Era muy poco lo que había en esa felicidad, si uno la
miraba por dentro: paisajes nublados, personas grises que odiaban su vida
y soñaban con algo distinto, gente que no lograba parecerse a nada de lo
que creía bello, seres banales conscientes de su banalidad, prisioneros de
algo que no tenía fin ni podía tenerlo. Fui una pequeña reina mientras creí
que el mundo era igual para todos. Luego comprobé que no y me dio rabia.
Una rabia que todavía no se me pasa (Gamboa, 2012: 191).

En este pasaje, el discurso de la narradora consiste en un lamento indignado


contra la realidad que el país le impuso desde pequeña. Nacer en una familia de
estrato medio bajo, limitada culturalmente y sin oportunidad de ascenso social,
remite al sentido fundamental que va moldeando la existencia de los personajes.
La irritación de la protagonista deviene en mirada crítica de lo social, es decir, el
malestar propio cruza las fronteras de lo individual para situarse en el espacio
colectivo; se indica aquí una postura política que enfrenta la negación de las
condiciones impuestas por el orden gubernativo.
La escritura de Gamboa representa la realidad del país a partir de una
violencia no siempre visible y mediatizada. En entrevista con Linares (2011) el autor
expresa su preferencia por dejar de lado los factores más conocidos de la violencia
en Colombia, como el tráfico de drogas, las guerrillas y los paramilitares, para
visibilizar con mayor fuerza los sucesos traumáticos individuales, que, sin duda,
son derivativos de esa otra “gran violencia” e igualmente socaban el equilibrio
de la vida social y cotidiana110. De este modo, Plegarias nocturnas, pese a que
relaciona en su trama los desafueros criminales de un Gobierno y sus vínculos con
organizaciones ilegales, presta especial atención a la realidad mustia que marca la
vida familiar de los personajes y los conduce al odio doloroso y al suicidio.
La ubicación en la escritura de Gamboa de dos espacios de violencia, uno
nacional y otro familiar, aunque coligados entre sí, identifica el rencor como
elemento articulador de la vida social y el universo personal. Los protagonistas,
al referir situaciones concretas de confrontación con sus padres y amigos,
transforman el conflicto con su entorno familiar y la lucha continua contra sí mismos
110 Recuérdese, por ejemplo, que Perder es cuestión de método (1997) se articula en torno a la investigación del
asesinato de un hombre anónimo. Situación “aislada” que lleva al protagonista por diversas rutas de indagación
que van revelando las violencias más visibles, aquellas generadas del contrabando, el crimen y la corrupción
política. Por su parte, El síndrome de Ulises (2005), concentra la atención en la lucha por la supervivencia de los
exiliados pobres en París. De nuevo, la trama se ancla a situaciones traumáticas particulares para reflejar a su
vez situaciones de índole social y político: los indocumentados, la pobreza y los inmigrantes desamparados en las
grandes urbes del “Primer mundo”.

210
en experiencia anímica social. En este sentido, el espacio privado se construye
en la ficción a modo de topos-afectivo simbólico de los estados anímicos de la
contemporaneidad nacional. La narración del lugar personal trasciende en espacio
potencialmente emocional para significar el síntoma de la crisis de porvenir y del
sentimiento de intrascendencia, que se viene reproduciendo desde finales de
los setenta a raíz de la fractura de las utopías modernas y de la degeneración
política. Estado de cosas que tiende a agravarse en contextos tan caóticos como
el colombiano y que impacta con mayor brutalidad, en la dimensión emocional del
sujeto y de la sociedad.
El resentimiento tradicionalmente ha sido entendido como reacción
individual y deshonesta, producto de un miramiento irracional de las circunstancias,
que conlleva a una deformación de la verdad y a la anulación de la capacidad de
acción del sujeto. Frente a este enfoque, netamente nietzscheano111, la queja del
resentido en las narrativas de estudio, se representa más bien como “expresión
de una humanidad con un rango moral e histórico superior” (Améry, [1970] 2013:
148) 112. El cuestionamiento ético de los personajes a las situaciones de injusticia
transforma la rabia y el rencor particular en una emoción de carácter político.
Ubicada en la esfera ontológico-social. “La apariencia que toma el odio en la vida
urbana y civilizada es el resentimiento” (May, 1976: 122).
La dimensión moral y política del resentimiento depende de cómo se
explican los sucesos que generan inconformidad. El tipo de perspectiva desde el
cual se observa la situación es decisivo para diferenciar entre los sentimientos
morales e inmorales (Rawls, [1971] 1995: 482). Lo moral, para Rawls ([1971] 1995),
es el elemento que da densidad política a lo emocional y separa nuestros actos
conscientes de los naturales o espontáneos. De esta forma, cuando las propuestas
de escritura invocan la injusticia como una falta que afecta a las relaciones
sociales, da carácter moral al rencor y a la “actitud incorrecta” de quien se queja,
111 En Genealogía de la moral. Un escrito polémico, ([1887] 2000) Nietzsche considera que el resentimiento
es emoción venenosa, de corte victimista y apolítica, que brota del alma de un hombre malicioso y deshonesto
consigo mismo. El resentimiento, dice el filósofo, “determina a aquellos seres, a los que la verdadera reacción, la
del acto, les está vedada, que solo se resarcen con una venganza imaginaria […] El hombre del resentimiento no
es ni franco ni ingenuo, ni íntegro ni recto consigo mismo. Su alma mira de reojo; su espíritu ama los escondrijos
y las puertas falsas, todo lo oculto le interesa como su mundo, su hospicio, su consuelo” (Nietzsche, [1887] 2000:
42-49). En este orden, la “venganza imaginaria” sería entonces el mayor acto de creación del sujeto resentido;
la tergiversación de los valores y la realidad son producto de la inteligencia de aquel que solo guarda rencor en
su corazón. Entre los estudios que abordan esta línea de comprensión del resentimiento están Nietzsche y la
filosofía de Gilles Deleuze y El resentimiento en la moral de Max Scheler.
112 Precisamos que la postura ética y moral frente al resentimiento que presenta Améry en su libro Más allá
de la culpa la expiación. Tentativas de superación de una víctima de la violencia, es producto de su reflexión
subjetiva como víctima de la violencia nazi. Y, aunque nuestro artículo no toca ese tipo de violencia, sí se apoya
en la profunda crítica reflexiva que propone el autor sobre el concepto de resentimiento. Su libro logra construir
y caracterizar una visión filosófica sólida acerca del resentimiento como emoción moral.
es decir, que el resentimiento toma representación. Améry ([1970] 2013) añade a
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

la caracterización del resentimiento, la obligación de explicarlo a aquellos contra


los que está dirigido (147). Comprender la lógica que motiva el estado de turbación
íntima se opone, justamente, a la idea del resentido como sujeto apolítico, incapaz
de racionalizar la realidad que lo estrecha. El objeto del resentimiento necesita ser
señalado para que la queja adquiera legitimidad moral.
Delirio (2004) es una de las primeras ficciones que indaga el elemento
psíquico-afectivo derivado de la violencia del narcotráfico. Laura Restrepo propone
personajes simbólicos de la respuesta emocional de la sociedad colombiana al
poder devastador de la droga. La novela, por su representación explícita de la
enfermedad psíquica: el delirio, ha sido objeto de estudio no solo desde el eje
histórico y sociológico, sino también en relación con conceptos del campo del
psicoanálisis, lo fenoménico y lo axiológico (Blanco Puentes 2006, Jaramillo
Morales 2006, Navia 2007). Restrepo reordena la red emocional de la sociedad de
los años ochenta del siglo pasado, que fue la década en que el narcotráfico golpeó
al país con mayor fuerza. El delirio se figura como “síntoma sensitivo que explica
el desorden sensorial de la realidad” (Blanco, 2007: 305). Desde la perspectiva de
Jaramillo Morales (2006), la narración de la autora colombiana es un recorrido
de la elaboración del dolor íntimo para remediar en algo el estado melancólico
de la sociedad. La escritura, desde esta perspectiva, conduce al recobro de las
“memorias sepultadas” (130) para dar forma a un pasado nefasto y conducir con
ello a cierta redención.
La figuración del delirio como estado íntimo traumático derivado de la
violencia, correlaciona a su vez una gama de emociones de rasgo político. Bajo
este ángulo, la historia de Midas McAlister, narrador central de Delirio, toma
importancia, porque a través de sus andanzas se registra el resentimiento derivado
de la confrontación social y económica entre ricos y pobres. Se recordará que
tal personaje es el enlace entre los estratos sociales del país: de familia pobre
y de clase social “baja” pasa a posicionarse en la clase “alta”, gracias al lavado
del dinero del narcotráfico. Para Suárez (2010), uno de los mayores aciertos de la
novela de Restrepo es “la tensión que crea McAlister y su función acusadora de
la inversión de valores resultado del narcotráfico” (115). La narración se sirve de
este protagonista para denunciar el anquilosado paradigma social de inclusión/
exclusión que la economía del narcotráfico fue incapaz de solventar y de la cual,
por el contrario, agudizó sus diferencias y fomentó una cultura de la apariencia
y la ostentación. Dice la ensayista, que McAlister le recrimina a Agustina, figura
representativa de la burguesía, que la “diferencia infranqueable” entre su mundo

212
y el de él es únicamente “la apariencia y el brillo externo”, le reprocha también

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
que su familia lo trate como un “sultán” por su posición de nuevo rico, y le imputa
igualmente la doble moral de sus parientes que han roto todas sus bien cuidadas
convenciones para aceptar su lavado de dinero del narcotráfico (115).
Con Suárez estamos de acuerdo en el notable papel que McAlister juega
en la novela, para retratar la doble moral de la sociedad colombiana frente al
negocio de la droga, también consideramos acertadas sus reflexiones sobre la
capacidad de la escritura de Restrepo para escenificar los estragos causados por
el narcotráfico en el tejido social, no obstante, somos de la opinión que Midas
McAlister realmente no se ufana de su papel de “nuevo rico” y de su supuesto
posicionamiento en la burguesía bogotana. En el presente de la narración, el héroe
con “el dolor [del] alma” acepta que se equivocó (Restrepo, 2004: 136). Sabe que
cometió justamente el error de creer que la diferencia entre ricos y pobres era solo
“cuestión de empaque”, de “brillo externo” (182).
Midas entiende que pese a su riqueza material nunca fue parte del mundo
de la familia de Agustina; los ricos solo lo reconocen en la medida que facilita
los negocios con Pablo Escobar, nunca ven en McAlister a alguien de su rango y
mucho menos a un amigo. Esta situación le genera al personaje gran desdicha.
En una especie de autoconfesión expresa: “ante mí se arrodillan y me la maman
porque si no fuera por mí estarían quebrados, con sus haciendas que no producen
nada […] Pero eso no quiere decir que me vean. Me la maman pero no me ven”
(Restrepo, 2004: 137). La voz remarca en la profunda desazón íntima que produce
saberse menospreciado por carecer de linaje y “verdadero” estatus social.
Con McAlister, la escritura de Restrepo propone la formación emocional de
un sujeto en un mundo donde el valor de la persona depende del abolengo y el
dinero: “¿Alcanzas a entender el malestar de tripas y las debilidades de carácter que
a un tipo como yo le impone no tener nada de eso, y saber que esa carencia suya
no la olvidan nunca aquéllos, los de ropón almidonado por las monjas Carmelitas?”
(Restrepo, 2004: 137). Remarcar sobre la carencia produce una sensibilidad
resentida que acusa las formas discriminativas del engranaje social. La anulación
del otro como persona a causa de su origen en la escala social se suma a los actos
de injusticia y cultiva sentimientos de rencor y frustración. A medida que el lector
se va enterando de las estratagemas ilegales de McAlister para trepar socialmente,
asiste también al develamiento de las profundas disparidades en la calidad de vida
de una sociedad fuertemente estratificada. El poder, el dinero y el prestigio social
que en determinado momento Midas logra tener, paradójicamente, no hace sino
recordarle su condición de desamparo y segregación.

213
Pese a que “conquista” una posición económica el personaje de Restrepo
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

sigue sintiéndose excluido, situación que le empuja a una estimación más baja
de sí mismo y a sentir un profundo rencor. Por esta razón, cuando al final se
queda solo y sin dinero, Midas McAlister se siente víctima, pero no tanto de la
persecución de los jeques de la droga y de sus propios equívocos, sino más bien de
la clase privilegiada del país, que ennoblece a unos cuantos y fija límites más allá
de los cuales siempre queda alguien desechado.
La precisión y el tono irónico con el que Midas cuenta su propia vida,
exterioriza una sensibilidad abatida; el héroe reconoce que ha perdido la jugada
contra una sociedad esnobista y mentirosa. El desenmascaramiento del rostro
falaz de la burguesía bogotana y de sus devaneos con el narcotráfico se hace a
través de la emocionalidad de McAlister, del profundo rencor que le despiertan
aquellos en los que confió y que luego lo abandonaron. En este orden, podemos
decir que el resentimiento se construye en la novela como el intersticio en el cual
los procesos de subjetivación derivados del orden social y del impacto íntimo del
narcotráfico, se revelan y logran tener representación.
Los crímenes de la época más cruenta del narcotráfico en Colombia también
vertebran la vida de Antonio Yammara, narrador central de El ruido de las cosas
al caer. Después de catorce años de haber sido víctima directa de un atentado
terrorista, a inicios de los noventa en una calle de Bogotá, cuando solo contaba con
veintiséis años, el personaje, desde el presente ficcional, se aboca a la exploración
de ese pasado para afrontar su desánimo y desconcierto ante una realidad que lo
marcó irremediablemente:

[…] me gustaría saber cuántos […] nacieron como yo […] a principios de los
años setenta, cuántos […] como yo tuvieron una niñez pacífica o protegida
o por lo menos imperturbada, cuántos atravesaron la adolescencia y
se hicieron temerosamente adultos mientras a su alrededor la ciudad se
hundía en el miedo y el ruido de los tiros y las bombas sin que nadie hubiera
declarado ninguna guerra, o por lo menos no una guerra convencional, si es
que semejante cosa existe. Eso me gustaría saber, cuántos salieron de mi
ciudad sintiendo que de una u otra manera se salvaban, y cuántos sintieron
que traicionaban algo, que se convertían en las ratas del proverbial barco
por el hecho de huir de una ciudad incendiada (Vásquez, 2011: 254-255).

El acoso del pasado se hace palpable en este pasaje. Aunque ha transcurrido


más de una década desde la experiencia personal de la violencia desatada por el
narcotráfico, el efecto de esta permanece latente en el estado de ánimo del héroe.

214
Frente a la desazón íntima, la escritura propone una vía de reconocimiento del

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
costo personal que cobró ese momento histórico a una generación. El rastro de
la violencia desatada del negocio de las drogas, parece constituirse en la unidad
de medida del tiempo íntimo para quienes crecieron durante los años ochenta:
“Son cosas de nuestra generación”, se advierte En el ruido de las cosas al caer.
“Los que han crecido en los ochenta tienen una relación especial con Bogotá, eso,
no creo que sea normal” (Vásquez, 2011: 102). El relato de la vida cotidiana y los
pasatiempos de la adolescencia están enlazados con el recuerdo de las explosiones
y los ruidos de guerra, ocasionados por la arremetida del narcotráfico contra la
sociedad y el gobierno:

[…] “¿Dónde estaba usted cuando mataron a Lara Bonilla?”. La gente de mi


generación hace estas cosas: nos preguntamos cómo eran nuestras vidas
al momento de aquellos sucesos […] que las definieron o las desviaron sin
que pudiéramos siquiera darnos cuenta de lo que nos estaba sucediendo
[…] “Estaba en mi cuarto, haciendo una tarea de química” dije. “¿Usted?”.
“Yo estaba enferma”, dijo Maya. “Apendicitis, imagínese, me acababan de
operar.” (Vásquez, 2011: 227).

De esta manera, la conexión de época que la escritura de Vásquez representa,


se ancla a los actos delictivos de la clase política dirigente113 y a los magnicidios y
demás atentados terroristas efectuados por los jeques de la droga.
Colombia, en efecto, se transformó cultural, social y políticamente con
el fenómeno del narcotráfico. Durante los años setenta parte de la sociedad
colombiana convino con el negocio de la droga o fue tolerante con su despliegue,
creía ver en este fenómeno la oportunidad para la movilidad social o el equilibrio
económico. Incluso, se dimensionó como aparataje ideológico para resistir a las
políticas económicas norteamericanas (Arango, 1984: 37-39). En los años ochenta
esa mirada cambia. Para ese momento, las consecuencias del negocio de la droga
desplegaban una ola de terror de innumerables pérdidas humanas y materiales;
asimismo, la corrupción de las dinámicas sociales y políticas iba en escalada.
Las consecuencias se constataban –y se constatan aún– en la desarticulación
social y en las diferentes manifestaciones de violencia: sicariato, desplazamiento,
pauperización, etc. El flagelo de la droga modificó profundamente los ritmos de
113 Recuérdese solo uno de los episodios más vergonzosos que simboliza el vínculo corrupto entre la política
colombiana y el narcotráfico: la elección de Ernesto Samper Pizano como presidente entre 1994 y 1998. Una
campaña que fue solventada con cuantiosas sumas de dinero ilegal proveniente de los negocios del narcotráfico
de los hermanos Rodríguez Orejuela, integrantes del “Cartel de Cali”.

215
vida, los imaginarios sociales acerca de la concepción propia como sujeto –tanto
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

en el plano particular como en el colectivo–, y la organización política de la vida


social del país.
Tal situación exige entonces una toma de posición al personaje de Vásquez,
para desentrañar la realidad intangible, el conflicto íntimo, que la violencia dejó
en su generación. Reclamar ese pasado, como parte negativa de la existencia, se
convierte en el medio para dar visibilidad y representación al malestar emocional.
La queja del personaje reconoce que la historia del país no solo “ha contaminado
[su] vida” (Vásquez 2011: 216), sino que también son muchos los que han tenido
que pagar su tributo doloroso. El relato del personaje, en este sentido, es expresión
de la experiencia traumática tanto de su generación como de las anteriores. La
protesta propia que hace eco de las voces dolidas, de los que ya no están o de
quienes están condenados al silencio, se fortalece en su simbolismo moral y político
porque logra significar la experiencia emocional de los otros. El resentimiento tiene
un carácter vicario, está hecho además con los sentimientos de los otros, resentir
es volver a sentir, retener lo emocional traumático de un colectivo, reconocerlo
como parte también de la realidad personal y como elemento necesario para
potenciar lo obligatorio de la denuncia.
Al inicio del relato Yammara dice tener plena conciencia de su historia,
advierte, de hecho, que lo que él rememora, “como […] en los cuentos infantiles,
ya ha sucedido antes y volverá a suceder. Que [le] haya tocado a [él] contarlo es
lo de menos” (15). Esta reflexión del personaje recuerda que la violencia política
del país en sus diversas manifestaciones, se percibe como especie de remanente
no disponible para la transformación histórica, los hechos atroces y sus terribles
consecuencias parecieran seguir reproduciéndose de manera inmutable desde el
nacimiento de la nación, aunque las situaciones del contexto hayan cambiado.
El resentimiento en la escritura de Vásquez cumple una función histórica,
representa la postura ética de una generación, y denuncia la opresión y desfachatez
de la dinámica política colombiana y su impacto en la persona. Para Yammara,
narrar el recuerdo de la caótica realidad del país durante sus años de juventud y
la marca que esto dejó en su vida, es la vía para reivindicar su resentimiento. En
la imposibilidad de revertir lo acontecido se perpetúa el anhelo del narrador de
que las cosas hubieran sido diferentes, que la historia fuera más justa y pudiera
recomponer lo que se perdió para siempre.

216
CONTRA LA CICATRIZACIÓN DEL TIEMPO

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
Si bien el resentimiento no recupera lo perdido, ni reversa la historia, sí exterioriza
y actualiza un pasado común. El conflicto emocional irresuelto de los personajes
retiene la memoria social; el olvido que el tiempo impone o el silenciamiento de la
Historia oficial se revierten en la queja moral que la escritura configura. El dolor
o la rabia por el pasado traumático no es algo que el resentido quiera subsanar
para lograr la reconciliación consigo mismo y con los otros; la voluntad de retener
lo sucedido e insistir en su rastro aciago, aunque “lo clava a la cruz de su pasado
destruido” (Améry, [1970] 2013: 149), posibilita el reconocimiento social e histórico
de ese pasado y amarra al culpable a la responsabilidad de su crimen.
Las propuestas de escritura plantean de diversas maneras la necesidad
de la memoria del resentido: a través de los registros visuales o escritos de lo que
aconteció, como las cartas, fotos, grabaciones de El ruido de las cosas al caer, o el
relato oral en Delirio y Plegarias Nocturnas, o la escritura literaria misma, en Los
derrotados, Hot Sur y El olvido que seremos. Las estrategias literarias coinciden en
recomponer los hechos, dar coherencia narrativa a la vivencia de lo atroz y sumar
lo individual a lo colectivo. Fijar la escritura a sucesos históricos da un carácter
nemotécnico al resentimiento, que ubica al personaje de frente a su pasado, no
hacia el futuro; la lógica del tiempo en las novelas no fluye hacia delante ni promete
una salida a un horizonte por trazar. Acá, la negación del tiempo como paliativo
que cura las heridas, permite la reconstrucción de la experiencia traumática de
los personajes, para dar testimonio legítimo de la historia de la nación, ayudar a
la comprensión del presente y resistir al olvido. No obstante, aunque la escritura
cumple con estos propósitos se priva de apostar a un porvenir diferente, las
situaciones ficcionales, tal como se desarrollan y dan conclusión al devenir de los
protagonistas, no prometen ninguna forma de triunfo sobre la realidad que se
quiere cambiar.
El resentido sabe que mirar al pasado es entregarse “al dañino ejercicio de
la memoria, que a fin de cuentas nada trae de bueno y solo sirve para entorpecer
el normal funcionamiento” (Vásquez, 2011: 14), él reconoce y acepta este peso
sobre sí, pues lo supone como la única vía posible para proteger la dignidad propia
y, además, justificar su rabia y desamparo. El resentimiento así dimensionado se
convierte en un gesto moral, en una “emoción saludable”, que si bien no conduce
a cambios reales de orden individual, social o político, exterioriza las condiciones
aciagas de la sociedad y señala a los causantes del hundimiento de la nación y de
la amenaza al sujeto, en su calidad de persona.

217
En Plegarias Nocturnas se significan diversos episodios de la historia
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

reciente colombiana, los sucesos narrados surgen del cruce entre memoria y rencor.
La reconstrucción de los hechos criminales, que marcaron la primera década del
siglo XXI, demuestran que las desgracias políticas que impactan directamente
en la vida personal de los habitantes, son provocadas por actos humanos, por
decisiones de personas concretas que tienen el poder de direccionar la ruta del
país. La intención estética de Gamboa de mezclar en el espacio narrativo personajes
ficcionales con figuras auténticas de la vida política colombiana, de acercarlos a
través de la representación de situaciones históricas precisas, busca dar rasgo
moral a los descalabros gubernativos, es decir, atribuir una condición de contenido
humano, ético-moral, a los abusos de poder, para acceder a su verdadera realidad.
Ficcionalizar, por ejemplo, un personaje del mundo político como Andrés
Felipe Arias114, vincularlo a la narración a través de la aventura sexual con Juana,
personaje creado por Gamboa, exterioriza y nombra las estratagemas ilegales de
un gobierno para legitimar su despotismo. Las novelas en cuestión, coinciden
todas en correlacionar figuras ficcionales con personajes y hechos auténticos de
la vida política colombiana: por ejemplo, la vida del Sabio Caldas y la referencia
autoral de las fotos de las masacres en Los derrotados, o la personificación y
simbolismo siniestro de figuras como Pablo Escobar, las FARC, Carlos Castaño,
en Delirio y El olvido que seremos. El propósito de esta estrategia narrativa es
dar rostro humano a una realidad aplastante, que para muchos parece generarse
de manera espontánea, ser producto de una fuerza abstracta o del inevitable
aparataje burocrático.
Traer a la ficción la explicación de sucesos como los “Falsos Positivos”, las
“Chuzadas del Das”115 o el desfalco de “Agro Ingreso Seguro”116 (Gamboa, 2011: 217-
235), en la voz de sus propios artífices, da dimensión humana a situaciones ilegales
que tienden a entenderse de modo indeterminado, es decir, como consecuencia
114 Andrés Felipe Arias fue Ministro de Agricultura y Desarrollo Rural durante los dos periodos presidenciales de
Álvaro Uribe Vélez. Extraditado de Estados Unidos a Colombia en julio de 2019, sigue condenado a prisión por su
participación directa en la desviación de recursos oficiales a través de la asignación ilegal y corrupta de cupos del
programa Agro Ingreso Seguro a grandes terratenientes. Esta manipulación de los recursos implicó la negación
de oportunidad de desarrollo económico a los campesinos y, al contrario, favoreció la riqueza de hacendados
poderosos, entre ellos familiares del mismísimo presidente.
115 El DAS fue el Departamento Administrativo de Seguridad hasta el 2011, cuando el presidente Juan Manuel
Santos decretó su desaparición. Fue responsable de múltiples interceptaciones telefónicas y seguimientos ilegales
a líderes de la oposición, magistrados y funcionarios del Estado, durante el gobierno de Uribe Vélez. Son varios los
condenados por ese suceso, entre ellos su ex-directora María del Pilar Hurtado.
116 Agro Ingreso Seguro fue un programa para beneficiar a los campesinos frente a la internacionalización de la
economía, creado durante el Gobierno de Uribe Vélez. Pero que se vio empañado por el beneficio fraudulento a
personas, familias y empresas acaudaladas. Se estima que hubo un desvío de cerca de trescientos mil millones de
pesos. Andrés Felipe Arias, Ministro de Agricultura y Desarrollo Rural está condenado por su participación directa
en esa desviación de recursos.

218
inevitable del desastroso contexto estatal y su impacto en la dimensión ética al

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
momento de gobernar. Sin negar estas circunstancias, la escritura de Gamboa
indica que la corrupción política y su secuela en la vida cotidiana del sujeto común
se deriva directamente de personas concretas vinculadas al gobierno: “pero que
le vamos a hacer si vivimos en Colombia y este verraco país que tanto nos gusta
nos obliga a hacer cosas complicadas ¿si me entiende?” (Gamboa, 2012: 231). Esta
manera de narrar lo acontecido busca dar rasgo moral a la degeneración política,
vincular al criminal a su acto vergonzoso y enfrentarlo con la verdad de su falta. La
criminalidad gubernativa no es efecto abstracto de la objetivación de un proyecto
o voluntad política, sino acto preciso cometido por alguien que ha decidido operar
a beneficio propio y contra el bienestar social.
El héroe resentido es una variación del derrotado político. Recuérdese,
desde las tesis de Amar Sánchez (2010), que el perdedor ético o derrotado, es una
figura atravesada por la historia, especialmente por los sucesos desencadenados
en torno a las luchas revolucionarias; él es resultado de una coyuntura trágica,
que ha decidido constituirse a sí mismo como tal por su decisión política, es decir,
que después del fracaso de la lucha, deviene perdedor a partir de una consciente
elección de vida (16). La aceptación de la frustración y la pérdida es gesto común
del derrotado y el resentido; asimismo, ambos personajes hacen de su vida
emocional un espacio de contestación de la realidad que los estrecha; persisten,
igualmente, en la búsqueda de justicia social y la verdad desde el margen, fuera
del sistema y lejos del poder. Con estos dos tipos de personajes la historia como
memoria y como recuerdo siempre es una narrativa preocupada por el pasado.
No obstante, siendo los derrotados y los resentidos metáforas de la historia
política, difieren en su propósito ideológico de conservar la memoria. Mientras que
rememorar y proyectar constituye el sine qua non del derrotado utópico, esto es,
que la resistencia al olvido la hace mirando al futuro, apostando por la no repetición
de la injusticia (Amar Sánchez, 2010: 27)117, el resentido, aunque carga también con
el lastre del pasado, suprime toda vista al porvenir porque piensa que la historia
está condenada a repetirse. Para este héroe la memoria, aunque exterioriza una
verdad de la historia, no frena el horror que siempre ha caracterizado la vida de
las naciones. Por ejemplo, la desesperanza del protagonista de Vásquez (2011)
ante la realidad del país, se deriva de la constatación de que el testimonio de
su fracaso estaba ya expresado en las memorias de Laverde: “aquella historia
en que no aparecía mi nombre hablaba de mí en cada una de sus líneas” (138).
117 Para Amar Sánchez (2010), la resistencia al olvido del derrotado puede leerse como una puerta abierta a la
esperanza, es decir, como una apuesta utópica y una ética de la memoria, que es también una apuesta por la
búsqueda de la justicia en un futuro donde pueda evitarse la repetición del horror (119-124).

219
Saber que otros ya tuvieron las mismas pérdidas, demuele en el héroe resentido
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

cualquier posibilidad utópica. La rabia y desconsuelo ante el estado de cosas


cancela la esperanza, de hecho, la cuestiona por considerarla portadora de sueños
irrealizables, que terminan golpeando con mayor brutalidad cuando se constata la
imposibilidad de estos.
La novela de Montoya discute sobre las secuelas íntimas devastadoras de
quienes alimentaron la utopía de las alternativas socialistas latinoamericanas,
intentaron modificar la historia y enderezar el destino. Este pasado hermana a los
derrotados de la generación anterior con los resentidos de esta época. A través
de la figura del derrotado se interpretan las formas como las generaciones de la
utopía política se relacionan con su presente, después de la “pérdida” de la lucha
(Amar Sánchez, 2010). Santiago Hernández, protagonista de Los derrotados, es
un exguerrillero del EPL118, uno de los ejércitos insurgentes durante la década del
setenta en Colombia. Treinta años después de la experiencia miliciana, Hernández
deduce lo siguiente:

Lo nuestro siempre fue una causa ajena a la victoria. Ahora que puedo
recapacitar sobre lo sucedido, creo que amábamos por encima de todas las
cosas la derrota. Decíamos creer en la felicidad del pueblo y cantábamos
himnos para celebrar lo que simplemente era indigencia miliciana. El
progreso nos parecía el producto de una burguesía caduca, colmada de
vicios, de individuos que anhelábamos eliminar como si ellos representaran
la imperfección de la historia. Y acaso lo sigan representando pero para
nosotros fueron invencibles. A veces en el monte parodiábamos a Mao y
decíamos que nuestra divisa era ir de derrota en derrota hasta el triunfo
final. Quisimos hacer la revolución, pero incendiamos más al país. Y en lo
que respecta al pueblo, su felicidad acaso resida en cosas menos complejas
que esa dictadura igualitaria por la que peleábamos. La felicidad del pueblo
[…] está en mantener la barriga llena y comprar cosas para alegrarse un
poco […] Ya pasó el momento […] O al menos el de nuestra generación.
Ahora es el turno de otros. Ojalá hagan algo cuyo precio en vidas no sea tan
alto (Montoya, 2012: 270).

118 Ejército Popular de Liberación. Organización guerrillera colombiana de “extrema izquierda”, de ideología
Marxista-leninista. Hace parte de la insurgencia armada y de la guerra del país desde 1967. Aunque se oficializó su
desmovilización en 1991, hay informes nacionales que confirman su pervivencia y operación en algunas regiones
del país.

220
El héroe resentido es heredero de este pensamiento utópico residual, hace

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
parte de la generación que crece cercada por un clima de desencanto escéptico,
que brota de la frustración de quienes intentaron enderezar el futuro y terminaron
aplastados por sus propias quimeras. El desencanto “sugiere no necesariamente
muerte o inacción, sino desconfianza, desilusión, desengaño, y hasta desesperanza
o desaliento. No aboga por ningún nuevo paradigma ni celebra la llegada de una
utopía eufórica” (Garramuño, 2009: 56). En este ambiente emocional, la visión
futurista de un mundo alternativo no logra anidar en los personajes resentidos; la
adversidad que los golpea ha dado fin al impulso de la esperanza que alimentó a
generaciones de otra época. En la escritura, la exclusión del futuro asociado con
la añoranza desencantada de una sociedad ideal, se simboliza en los modos como
los personajes asumen su momento en la historia de un país. La expresión del
rencor y el hastío que provoca la realidad es un intento de la narrativa por rebatir
los proyectos ideológicos anclados a la utopía política.
“La sensación de haber perdido antes de salir, de que hay algo terriblemente
equivocado en el punto inicial” (Gamboa, 2012: 68), es síntoma de la realidad
inhóspita que atraviesa a los personajes de las narrativas en cuestión. El resentido,
en la realidad ficcional, no tiene como telón de fondo un pasado que lo vivifique
y tampoco en el presente acepta la lógica de la sociedad que lo representa. No
hay una identidad política ni cultural que de densidad a su experiencia humana.
Lo que el contexto le ofrece al héroe del resentimiento no le alcanza para verificar
la conciencia de su identidad, de regresión o de nueva realización. Por esta razón,
aun cuando el relato de los narradores comprometen el pasado traumático de
la nación, y se supone, según Adorno ([1951] 1998), que rememorar constituye
también un proyectar, la significación de la memoria en la escritura no compagina
con la promesa de un bienestar.
Ahora bien, la incompatibilidad entre resentimiento y utopía, quizás podría
entenderse como expresión de un nuevo pensamiento utópico, pues si lo utópico
se piensa como el deseo de un mundo alternativo o un tiempo distinto al vivido,
cuando el resentido se queja por el pasado devastado anhela ubicar en su lugar una
realidad diferente. Por ejemplo, cuando Manuel, narrador de Plegarias Nocturnas,
recuerda su adolescencia, no solo se queja de la manera como esta transcurrió
sino que también añora haberla vivido en otros términos: “yo soñaba con otras
cosas […] darle un poco de realidad a lo que tenía por dentro” (Gamboa, 2012: 64).
Es el deseo de revertir el tiempo como única posibilidad de cambiar el presente y
proyectar un futuro. El anhelo de un pasado diferente se constituye en objeto de
la utopía, es la quimera que alimenta la imaginación del resentido. Acá, también

221
se sueña con situar la experiencia en otro lugar, solamente que este sueño no se
3. PERSONAJES DEL MIEDO: PRESENCIAS DE LA DESDICHA Y EL RESENTIMIENTO

enfoca hacia el futuro, sino que vuelve la vista al pasado para reescribir la historia
y confrontarla con lo que debería haber sido. En este sentido, la representación de
la memoria del resentido, como metáfora de la historia política, podría, finalmente,
resguardar un rasgo de imaginación utópica.
En el anhelo de revertir el pasado, de reubicar los sucesos, la figura del
resentido estaría revelando una nueva posición de sujeto frente a los modos como
tradicionalmente se entendió la imaginación utópica. Desde los razonamientos
de Andreas Huyssen ([s/f] 2007), acerca de la transformación del pensamiento
utópico en el espacio contemporáneo, la posición del resentido ante el porvenir
lograría entenderse como “el resultado de un desplazamiento de la organización
temporal de la imaginación utópica, que pasa del polo futurista al polo de la
rememoración, no en el modo de un sentido radical, sino de un desplazamiento
del énfasis” (251). El resentimiento en la ficción se constituye como una forma de
memoria para defenderse del ataque del presente –proyectos frustrados, crisis
íntima, recelo ante el porvenir– sobre el resto del tiempo. Así entonces, lo que
impulsa la escritura del resentimiento es la utopía y el pasado, en lugar de la utopía
y el futuro: como tradicionalmente se hizo. Lo que está en juego en este “desvío
crono-tópico” es el retorno de la historia para dar curso a la memoria y trazar en
esta diversas aristas de lo soñado y lo vivido. La orientación de la imaginación
creadora hacia el futuro torna hacia el pasado, hacia la línea de la memoria. La
valorización de los sueños, la búsqueda de sí mismo, la reescritura de la historia de
la nación, serían producto de esta nueva focalización temporal del resentido frente
a las posibilidades utópicas.
En orden a lo discutido en este último apartado, podemos concluir que el
resentimiento, entendido como queja moral y reservorio emocional de la memoria,
se establece en la escritura como metáfora del pasado y resistencia a la historia
narrada por la voz oficial. Desenmascarar a los responsables del derrumbe del
país y reclamar justicia son gestos que se ligan al estatus específico del héroe
resentido. La apelación al pasado da forma a una memoria de la historia política
colombiana, como fenómeno que ha fracturado los sueños de cada generación. El
reclamo de otra realidad en la cual ubicar la realización de los sueños, simboliza
el inconformismo de la sociedad contemporánea ante los modos como el poder
gubernativo dirige la ruta del país. La desgracia y la derrota operan, una vez más,
como suerte de “adhesivo fraternal” entre los personajes. El relato del pasado
derruido da forma a una textura emocional de época, que simboliza la manera
como el ciudadano ha aprendido a convivir con los vacíos y roturas que deja la

222
violencia. En definitiva, el interés de los escritores colombianos por comprender

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
los procesos sociales que constituyen el devenir de las generaciones recientes,
da forma a una narración que explora la ilación íntima del resentimiento como
emoción moral. Pensar el resentimiento como afecto particular de una época, de
una generación, constituye un filtro a través del cual revisar los acontecimientos
recientes de la historia política nacional y su impacto en la estabilidad psicoafectiva
de la persona, como sujeto individual y social.

223
4
CONCLUSIONES GENERALES
Variados y múltiples son los enfoques que centran la atención en los modos como
la narrativa colombiana configura las violencias asociadas o derivadas del negocio
de la droga, es uno de los tópicos que mayor interés despierta en la academia,
no solo a nivel colombiano y latinoamericano (Figueroa, 2004; Jaramillo Morales,
2006; Rueda, 2011; Giraldo, 2011; Osorio, 2014; Fonseca, 2015; Jácome, 2016;
Amar Sánchez y Avilés, 2015; López Badano, 2015; Adriaensen y Kunz, 2016, etc.).
No obstante, si bien este amplio abanico de estudios, entre otros aspectos, ha
abordado el lenguaje estético de los efectos psicosociales que tal tipo de violencia
genera, la metáfora del miedo, como emoción traumática, íntima, y netamente
política, es un tema mínimamente trabajado; paradójicamente, la crítica literaria
poco le ha indagado en su posibilidad de sentido. Aunque se nombra en varias
pesquisas sobre narrativa colombiana, el significado del miedo acaso aparece
como tema eje, además tiende a interpretársele como simple efecto “natural” ante
la amenaza. Sumada a esta circunstancia, también llama la atención el paulatino
interés que varios escritores colombianos vienen mostrando por la red emocional
de una sociedad asediada por décadas de violencia extrema. Son diversos los
textos ficcionales publicados recientemente, que abordan los estados afectivos
traumáticos como elemento irreductible de lo representado.
Si parte de la novelística colombiana reciente vuelve sobre los periodos y
los hechos más violentos a causa del fenómeno del narcotráfico, para proponer
nuevos simbolismos, en los que el universo emocional de quien sufre directamente
la violencia es figura protagónica; y la crítica literaria, dedicada al estudio de novela
colombiana, muy poco ha reflexionado sobre la estética de los afectos enlazados
a la violencia política, este estudio, acerca de la configuración literaria del miedo
4. CONCLUSIONES

como lenguaje emocional que nombra un nuevo imaginario de la violencia en


Colombia, y como ámbito de acción de la escritura, para renovar los usos poéticos
del lenguaje y exteriorizar con ello la realidad intangible de los contextos arrasados
por la guerra, adquiere singular importancia. En la medida que la vindicación
literaria de lo emocional es una respuesta al desgaste de las formas tradicionales
de los discursos que definen la violencia sociopolítica colombiana, el miedo, como
categoría crítica, demuestra no solo los modos como dicho desgaste reclama
nuevos espacios epistémicos para entender la violencia desde otros ángulos, sino
que también se ubica como dispositivo retórico, que interconecta los lugares de la
ficción y de la historia, interpela al sujeto –narrado, narrador y narratario– como
entidad social e individual, y relee el pasado reciente del país, el presente y el
futuro posible, desde una lógica que se aleja de la racionalidad oficial e interroga
las producciones canónicas de la cultura colombiana.
La articulación del referente teórico-crítico que proponemos sobre el
miedo, como emoción política, sus principales características y la valoración de
su papel en la conformación de las sociedades a lo largo de la historia del ser
humano; así como, la exploración de diversas manifestaciones estéticas que
simbolizan la respuesta afectiva a las atrocidades de la violencia, además, del
reconocimiento de los modos como la novelística colombiana ha incorporado
a su estética un simbolismo de la violencia que circunscribe al país desde su
nacimiento, confirman la hipótesis que dio inicio a este estudio. Esto es, que
parte de la narrativa colombiana de reciente publicación muestra un renovado
interés por revisitar las violencias que han golpeado con mayor fuerza la realidad
nacional de las últimas décadas, especialmente las asociadas con el narcotráfico,
para contarlas y simbolizarlas desde el ángulo de las emociones. La fuerte
presencia de las emociones en la vida política y social del país se configura en las
narrativas de estudio, como componente esencial que define el carácter de los
personajes, los lugares, el tiempo, el tema y los recursos retóricos. Cada aspecto
que da forma a las novelas como producciones estético-simbólicas se enlaza a la
fuerza vital de los afectos. El miedo, en este espacio, toma lugar protagónico. Los
escritores abordados lo configuran como componente inherente a la mentalidad y
la sensibilidad del colombiano; es fenómeno, en la realidad ficcional, que recalibra
los imaginarios de la violencia política y su impacto en la idea de nación, identidad
y cultura, más allá del privilegio epistemológico otorgado a los discursos y estudios
reconocidos, que explican la historia del país desde categorías paradigmáticas.

226
Las novelas escogidas para esta investigación, si bien no coinciden todas

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en representar el periodo en que la violencia del narcotráfico impactó con mayor
fuerza en la vida de la nación, es decir, entre mediados de los años ochenta y de los
noventa del siglo pasado, sí escenifican las violencias asociadas con este flagelo,
las generadas a partir de tal periodo; aquellas que, de manera directa o indirecta, se
relacionan con el negocio de las drogas. Las narraciones concuerdan, igualmente,
en vincular la violencia con el gobierno político, ya sea de manera explícita o
sesgada. En los modos como se configura la realidad referencial en la ficción está
latente la idea de que la violencia no brota como especie de fuerza abstracta en
el seno de la sociedad, sino que nace de los procesos gubernamentales; de esta
manera, en la realidad ficcional, toda violencia es política y, por lo tanto, todo
efecto emocional que brota de ella también lo es. A razón de estos aspectos, los
personajes, el enfoque y el tono de la narración toman particular significado. Los
héroes ficcionales están siempre en contacto inmediato con actos de violencia
desmesurada, son figuras representativas del sujeto común, aterrorizado e
impotente, en medio de territorios en conflicto. La escritura, en este sentido,
paradójicamente, más que enfocar la violencia en sí misma, se interesa en descifrar
su repercusión inmediata en la sensibilidad de la víctima. Las novelas concentran
la atención en el “estado puro” de la emocionalidad de quien narra, en el desajuste
psíquico-afectivo de quien está contando en el instante mismo en que está siendo
golpeado, enajenado, por la realidad brutal. Esta particularidad traza una nueva
arista al ángulo desde el cual usualmente se han narrado las violencias de las
últimas décadas en Colombia.
Investigar sobre las emociones, y puntualmente sobre la significación
literaria del miedo político, nos planteó desafíos teóricos, metodológicos y
también, como puede constatarse a lo largo del estudio, retos éticos y políticos.
Para confrontar estos desafíos, nos inclinamos por seguir las reflexiones de
fuentes de la filosofía política, la historia, la sociología y los estudios culturales,
así como, retomar conceptos claves del psicoanálisis y de la psicología cognitiva.
Fue necesario acudir a premisas teórico-metodológicas variadas y a la filiación
disciplinar. La lectura paciente de antecedentes epistemológicos reconocidos
permitió la selección estratégica de una serie de características, para dar forma a
un marco teórico que interrelaciona, de manera coherente, lo que se entiende en
este estudio por emoción, la caracterización del miedo como fenómeno político,
las singularidades de la violencia en Colombia y los modos como la narrativa las
ha configurado, además, del estado actual de la crítica literaria nacional sobre la
novela que aborda las violencias relacionadas con el narcotráfico. Este fundamento

227
conceptual lo alimentan también varios estudios de lo literario –relacionados con
4. CONCLUSIONES

el tema– producidos en academias diferentes a la colombiana. La concreción


del referente teórico fue primordial para definir y profundizar en las diferentes
categorías de análisis de las narrativas elegidas.
En efecto, una vez discutidos los conceptos más relevantes en torno
al miedo, lo emocional, la violencia, las formas literarias que la configuran y el
estado de la crítica literaria en torno a estas, se puntualizan dos líneas centrales
de indagación del corpus literario: Narrar el miedo: una nueva construcción del
imaginario de violencia y Personajes del miedo: presencias de la desdicha y el
resentimiento. Estos dos caminos buscan responder a una de las preguntas
iniciales y más apremiantes de la investigación: ¿De qué manera abordar las
novelas para demostrar que su estética aprehende la intangibilidad del miedo
y lo incorpora como símbolo de una “emocionalidad de época” y tropo en torno
al cual se problematizan los vocabularios que insisten en explicar las violencias
contemporáneas y su complejo proceso de estetización a partir de conceptos
desgastados o anacrónicos?
A continuación, especificamos las deducciones y razonamientos
principales derivados de las dos rutas de análisis del corpus. La primera, Narrar el
miedo: una nueva construcción del imaginario de violencia, indaga los diferentes
procedimientos retóricos, usos poéticos del lenguaje y la habilidad creativa de
los escritores, para poner en palabras la conmoción íntima del sujeto que está
siendo avasallado por la violencia extrema. El horror, el miedo, el dolor, el duelo, el
resentimiento, y toda suerte de afectos “innombrables”, que hunden a la persona
en un abismo oscuro, la escritura los descifra y los hace tangibles. El simbolismo de
los estados afectivos de los personajes se encadena siempre al contexto histórico
que los determina, este aspecto aleja la idea de lo emocional como manifestación
abstracta, vaga e irracional, emanada de una psiquis individual perturbada, para
resignificarla como secuela directa de los modos como el poder político se impone
sobre la persona.
En las novelas en cuestión, los principios compositivos de la imagen visual
articulados con la escritura conforman un registro iconopoético, en que los sucesos
individuales toman carácter colectivo y se recomponen como imágenes simbólicas
del pasado nacional, de una memoria que pertenece a todos. La recreación literaria
de fotografías genuinas sobre los destrozos personales de la guerra se establece a
modo de pasaje entre la realidad real y la verdad ficcional. Tanto el impacto íntimo
que produce una foto de guerra como el gesto inenarrable que esta enmarca, motiva
una narrativa en la que la fuerza de la metáfora revela la conmoción emocional, el
estado de horror puro de quien sucumbe de la manera más atroz. El recurso visual

228
atiza la fuerza expresiva de la palabra para desentrañar el miedo y convertirlo en

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


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voz, en locución articulada.
Lo “inmirable” de la violencia que las novelas escenifican, la manifestación
del horror absoluto, procuramos explicarlo a partir de una relectura del simbolismo
de Medusa. La condición de monstruosidad y repulsión que definen a esta figura,
se materializa en la manera como en los escenarios de la violencia contemporánea
el cuerpo de la víctima es decapitado y destazado. Este acto desplaza a la persona
de las fronteras de lo humano. La interrelación analítica del simbolismo de la
Gorgona, la representación literaria de la decapitación y el concepto de horrorismo,
formulado por Cavarero ([2007] 2009), comprueba que el lenguaje literario refuta
los discursos que insisten en explicar la violencia desde categorías paradigmáticas
como “terrorismo” y “guerra”, en las que el núcleo del debate prioriza la condición
del victimario. Si bien las novelas representan el terrorismo, no es el terrorista
el que interesa, el enfoque se dirige a la víctima, se detiene especialmente en el
horror, en el efecto del terrorismo, que es el estado de pérdida de sí mismo y de
toda humanidad, que la persona sufre. La intención de descifrar el horror y el dolor
expuesto en el gesto tenebroso de una cabeza decapitada, tal como aparece en las
novelas de Montoya (2012) y Rosero (2007), por ejemplo, dice de la preocupación
de la narrativa por revelar la violencia desde el acto inaudito de la deshumanización
total de la víctima. Es la vulnerabilidad del sujeto la que constituye el primer plano
en la ficción.
El interés narrativo por recorrer de la mano de las víctimas la historia del
país evidencia la postura ética y política de los autores. La mirada compasiva del
escritor hacia sus personajes cuestiona los modos como los gobiernos colombianos
han levantado el país sobre las bases de la barbarie y la infamia. El olvido que
seremos, analizado en nuestro estudio como narración autoficcional, incorpora
la vivencia de Abad Faciolince de la violencia política. La autoficción, en tanto
ficción emocional del sí mismo, aprovecha el uso de las huellas referenciales para
alterar la historia oficial y recuperar la auténtica identidad del padre asesinado.
En este caso, la autoficción, puesta al servicio del duelo y la memoria, demuele las
versiones publicadas por diversos terroristas que buscan justificar los crímenes
atroces por ellos cometidos, como actos heroicos e inevitables en la construcción
de una nación119. El padre del escritor, convertido en personaje ficcional, es
metáfora de la memoria afectiva que indaga en la vida propia, el espacio familiar, el
universo íntimo de aquellos que han sido objetivo militar en las refriegas del país.
119 Recuérdese lo que manifiesta el paramilitar Carlos Castaño cuando mal intenta justificar sus actos horrorosos
de secuestro: “nosotros no secuestramos, solo extorsionamos con cariño y casi concertado” (Aranguren, 2001:
119).

229
La segunda ruta de estudio, Personajes del miedo: presencias de la
4. CONCLUSIONES

desdicha y el resentimiento, escruta la naturaleza de los protagonistas ficcionales


como figuras simbólicas de los modos como la persona se constituye en sociedades
condicionadas por las políticas del miedo. El nómada-flaneûr, el escapado y el
resentido, son héroes que adquieren singularidad en relación con las estrategias
del poder –oficial y de facto–, que motivan, controlan y dirigen las emociones
colectivas. A través de este tipo de personajes, las novelas reflexionan sobre la
situación de los afectos políticos y su impacto en la psiquis individual y social; los
procesos que fundan principios de identidad, cultura y ciudadanía van fuertemente
vinculados con la relación emocional que el personaje establece con el contexto
socio-histórico que le enmarca.
El personaje nómada, propuesto como derivación del flâneur arquetípico,
se reactualiza en las novelas de estudio en su condición de desplazamiento
incesante y de narrar todo lo que ve. Si bien es cierto que la idea del paseante de
la ciudad decimonónica, que explica la experiencia de quien descubre los espacios
urbanos producto de los ritmos de la modernidad (Benjamin, [1982] 2005), resulta
anacrónica en el contexto contemporáneo, como figura literaria es intemporal, un
“paradigma abierto” (Neumeyer, 1999; Locane, 2016) que rechaza cualquier tipo de
esencialismo social e histórico determinante, su valor y actualidad es inmanente;
el texto y el contexto histórico que la enmarca son los que le otorgan su función
y plasticidad formal. Como recurso retórico, el héroe nómada es especialmente
fructífero para reconocer los lugares ficcionales sometidos a transformaciones
abruptas. Los autores que abordamos se sirven de este recurso estético para
configurar los territorios arrasados por la violencia y narrarlos desde adentro. El
fotógrafo de guerra, el escritor y el profesor son representados como caminantes
que entran en contacto directo con la violencia y revelan su faceta más atroz a
través de la poética de la imagen y del arte de la palabra. La novelística, en su
intento de descubrir la realidad inmediata del lugar de la barbarie, ubica estos
héroes nómadas en lugares calcinados, fincas, pueblos y ciudades derruidas, para
no dejar en el olvido a aquellos que los habitaron y recuperar para la memoria del
país lo que verdaderamente sucedió. Aunque se reconoce la imposibilidad de la
memoria cuando se pierde el lugar propio (De Certeau, [1990] 2010), la narrativa,
nuevamente, pugna contra lo imposible recorriendo los escenarios límites de la
malignidad política a través de la expresión herida, pero consciente y clara, del
flâneur de los territorios del miedo.

230
De su parte, el personaje escapado –nominado de este modo como

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ORFA KELITA VANEGAS
alternativa a la insuficiencia del término migrante para abarcar todos los
movimientos de desplazamiento forzados de la población colombiana– representa
la diáspora nacional que habita en países del “primer mundo”. Este héroe toma
profundidad semántica en la ecuación persona/no-persona derivada de las
normativas políticas y su lucro de los afectos que atraviesan a las sociedades. El
miedo y el odio son principios perentorios de un pensamiento nacionalista que
ve en el extranjero “el otro”, para construirlo como enemigo que “amenaza” la
identidad cultural propia. Esta problemática las novelas de estudio la incorporan
a partir de un personaje que escapa de su país de origen a causa de la amenaza
criminal y de las precarias condiciones económicas y sociales. La escritura, en
este sentido, posibilita otros matices desde los cuales leer la realidad de quien es
empujado a buscar un lugar ajeno donde vivir y refugiarse. Reconociendo que el
desplazamiento interno120, el exilio, la migración forzada, son temas recurrentes
en las narrativas en cuestión, que, además, han nutrido durante mucho tiempo
la literatura colombiana y generado indagaciones en el campo de los estudios
literarios, nuestro interés se inclinó por revisar el carácter particular que toma el
héroe que huye hacia otro país cuando se lo mira bajo la luz de un constructo socio-
emocional excluyente. Decidimos este enfoque porque pocos son los casos en las
letras colombianas de migración hacia afuera, y los estudiosos recién comienzan
a explorarlos.
Unido al interés simbólico del sujeto migrante, se intentó también analizar
la demarcación y el funcionamiento de los límites territoriales e identitarios del
cuerpo social en equiparación directa con las fronteras del cuerpo humano: la piel
y los orificios corporales. La relación crítica entre los lindes de estos dos cuerpos:
el social y el humano, evidencia que los escritores diseñan un personaje a través
del cual detallar las causas, consecuencias, gestos y praxis, que señalan a alguien
como entidad despreciada por una sociedad dominante. Por un lado, proponemos
que así como los orificios corporales excretan sustancias que producen asco y
miedo por la posibilidad del contagio, el cuerpo social de ciertos países también
expulsa personas indeseadas, por las mismas razones. Sostenido sobre aparatajes
legales, que insisten en condiciones de “raza” u “origen genético”, hay cuerpos
120 La agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), con motivo del Día Mundial de los Refugiados, 20
de junio, difundía el nuevo informe anual, 2017-2018, sobre las cifras de refugiados a nivel internacional. En
este informe, Colombia, lamentablemente, aparece en primer lugar, encabezando la lista sobre desplazamiento
interno: 7,7 millones de desplazados dentro del territorio colombiano a causa de la violencia política.

231
sociales que dejan siempre a alguien en condición de excluido, producen “no
4. CONCLUSIONES

personas”, seres humanos abyectos, que por su lengua, color de piel, nacionalidad,
son mirados con recelo y señalados como potencial enemigo. La representación
literaria de la sangre menstrual y del aborto, distintivas del sujeto manqué (Douglas,
[1966] 2007), se plantean en este estudio como símbolo del estatus del personaje
expatriado, porque, aunque órgano activo de un cuerpo social, es eyectado del
Sistema y, en consecuencia, negado en su condición humana y de persona. El asco
y el miedo son dos tropos cruciales para entender cómo la narrativa configura el
estado emocional de sociedades del “primer mundo” frente al migrante colombiano,
obligado a dejar el país. Por otro lado, la piel, como espacio límite que contiene
lo corporal, se vigoriza en su potencial semántico cuando es resignificada como
especie de lienzo vivo y único sobre el cual registrar el yo, el deseo íntimo de ser,
para recuperar la humanidad negada. Los tatuajes, escarificaciones, cicatrices, se
configuran como trazos autobiográficos que hablan del trauma, las desventuras y
los sueños de los héroes ficcionales sujetos a un exilio o migrancia dolorosa.
El héroe resentido es otro de los protagonistas particulares de las ficciones
del corpus; se propone en este estudio como pariente del paradigmático “héroe
derrotado” (Amar Sánchez, 2010) y figura retórica representativa del estado
anímico de la generación nacida en Colombia en la década del setenta del siglo
pasado. Aquella que pasó su juventud temprana durante los años ochenta y
noventa; cercada no solo por el clima emocional de derrota a causa del deterioro
de las utopías políticas abanderadas por la generación anterior, sino también por
el miedo y el terror procedente de las violencias del narcotráfico y las dinámicas
opresivas del Estado.
El aspecto principal que caracteriza al resentido es su deseo irracional
de revertir el pasado para abolir la catástrofe que lo marcó; este gesto,
paradójicamente, mantiene viva la memoria de ese pasado que se ansía sofocar.
El resentimiento de los personajes posibilita desandar la historia reciente
de Colombia, para esclarecer lo sucedido, pero, sobre todo, es útil para dar
realidad moral, humana, a las consecuencias del mal gobierno. La narrativa, al
señalar abiertamente a los culpables de la hecatombe política, registrar nombres
propios de líderes nacionales y ubicar en el plano ficcional sucesos traumáticos
de la historia colombiana, demuestra que la violencia no se genera de manera
abstracta ni por los ritmos obligados del fenómeno político, sino por personas
concretas, que han tomado deliberadamente las riendas del país abocándolo al
abismo de la criminalidad y la catástrofe social. La queja del resentido pone de

232
frente al culpable con las consecuencias de sus actos y lo presiona a admitir la

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
responsabilidad de estos. La protesta del personaje resentido, su persistencia con
la memoria, el anhelo de otro pasado y, especialmente, su dificultad para visionar
un porvenir prometedor, podría interpretarse como síntoma del agotamiento de
las energías utópicas que señalan hacia un futuro de emancipación. Sin embargo,
como se procura explicar, a la luz de los razonamientos de Huyssen ([s/f] 2007),
la actitud de este héroe quizás esté representando más bien una nueva posición
de sujeto frente a la imaginación utópica. En lugar de fijar su mirada en un
horizonte futurista –para situar la realidad a la que aspira–, la desplaza hacia el
pasado con el anhelo de invalidar lo sucedido, y poner en su lugar la realidad
que hubiese querido vivir. No se trata entonces de rememorar y proyectar hacia
el futuro, dialéctica que constituyó el pensamiento utópico moderno, sino de
rememorar e idear hacia el pasado, esto es, reescribir y reconceptualizar la historia
del país con un énfasis diferente al ofrecido por la versión oficial. Se recoge, en
recíproco paralelismo, otra verdad de lo vivido y un deseo disruptivo: que, aunque
irrealizable, se instala en el relato como medio que apunta hacia aquello que ha
frustrado los sueños de realización. De esta manera, el resentimiento no subsume
de manera pasiva al sujeto en su propia queja –como lo expresa Nietzsche–, más
bien, resulta sustancialmente fértil, activo, para problematizar las dinámicas
sociales y políticas. El héroe resentido narra otra memoria, la propia, que es, en
definitiva, la representación de una realidad alterna. El pacto entre resentimiento
y memoria altera la organización temporal de la imaginación utópica, no en el
sentido de un giro radical sino de un “desplazamiento del énfasis”, que se traslada
del eje que mira la realidad desde la utopía y el futuro hacia el eje de la utopía y la
rememoración.
El desplazamiento del personaje nómada por los lugares perdidos a causa
del horror, la confrontación del héroe escapado con sociedades que le niegan su
condición humana y la intención utópica del resentido de modificar el pasado,
reescribir la historia y nombrar otra memoria, se constituyen en las novelas como
figuras de rechazo al estado de cosas en un país. Entidades simbólicas de una
sociedad insatisfecha con su presente y el contexto social y político que las
determina. En relación contigua, la significación literaria del sujeto emocional
frente a realidades derivadas del miedo político discrepa con el “ideal romántico”,
que tiende a poner sobre los vencidos una aureola de heroísmo o a bordearlo
con un resplandor de mártir (Steiner, [1971] 2013; Amar Sánchez, 2010). Las
ficciones abordadas desvirtúan el espejismo del dolor emocional como especie
de “prueba épica” o estatus distintivo que enaltece y da trascendencia a ciertas

233
“almas sensibles”, a los valientes. La significación del rencor, el lamento, el vacío
4. CONCLUSIONES

existencial, entendidos desde su razón política y no tanto desde una abstracción


íntima o metafísica, demuestra que no son exclusivos a una persona heroica, son
estados anímicos que turban amargamente el sentido de la vida, que bien podrían
evitarse o mitigarse si las situaciones contextuales ofrecieran realidades más
cercanas a la esperanza social e íntima del sujeto común.
Si predomina en varios discursos sobre violencia la idea de una
“despolitización” en las denominadas “violencias generalizadas” (Sánchez, 2008;
Reguillo, 2008; Pécaut, 2013), y muchos estudios literarios indican que la novela
colombiana preocupada por las secuelas del narcotráfico, presenta un quiebre en
relación con la literatura de la violencia de etapas anteriores, por cuanto no le
interesa proponer un discurso de país ni focalizar preocupación política alguna
bajo la materialidad estética (Molina, 2011; Hoyos 2012; Fonseca, 2013; Osorio,
2014), el análisis presentado en este libro controvierte estas posturas y propone
otros razonamientos. Se considera la representación literaria de lo emocional
como una red epistémica capaz de articular las problemáticas de la historia del
país desde la mirada de la persona inerme o la víctima, hecho que funda nuevos
vocabularios sobre la violencia de todo tipo, como fenómeno siempre político
(Robin, [2004] 2009; Cavarero, [2007] 2009; Butler, [2009] 2010; Calveiro,
2012, 2013; Nussbaum, [2012] 2013, [2013] 2014). Procuramos demostrar que el
elemento político es inherente a las violencias que siguen sacudiendo a la sociedad
colombiana y que los efectos emocionales, en consecuencia, se establecen como
expresión política. El lenguaje emocional que la novelística propone descifra esta
realidad y, si bien, no es explícito en discursos políticos, resguarda la intención y la
necesidad de significar las condiciones del país sin negar tal aspecto.
La narración emocional de la violencia recupera la dignidad de la víctima.
Los personajes sufrientes afrontan con entereza los hechos atroces, se ubican
en la realidad ficcional como sujetos sociales capaces de expresar su posición de
rechazo a las circunstancias de la historia, abanderan con su palabra el deber de
un cambio radical en los modos como el engranaje político ha dado forma a una
sociedad, una cultura, una nación. Sin duda, la exteriorización literaria del estado
emocional de la víctima debate la justificación de las prácticas violentas que,
hasta cierto momento, fueron válidas en la defensa de posturas ideológicas. Las
narrativas en cuestión insisten en descodificar las circunstancias sociales, morales
y políticas del entramado social que justifica la violencia en Colombia; posibilitan
también el desenmascaramiento de los directos culpables del estado de cosas en
el país, pero, sobre todo, la escritura se empeña en comprobar que para quien
sufre, las fronteras ideológicas y sociales se desvanecen, son intrascendentes

234
en la experiencia absoluta del miedo y el dolor. “Rojo” o “azul”121, rico o pobre, la

IMAGINARIOS POLÍTICOS DEL MIEDO EN LANARRATIVA COLOMBIANA RECIENTE


ORFA KELITA VANEGAS
persona que cae bajo la fuerza criminal del otro es víctima, sujeto sufriente. El
resentimiento, el terror, la desesperanza invade todas las dimensiones de la vida,
hunde al individuo y a la sociedad en general en un estado de miseria y retroceso.
Responder a ¿qué se entiende como miedo? y ¿cómo se narra el miedo?
demuestra que las novelas abordadas renuevan el panorama de la narrativa
colombiana interesada en interpretar las violencias de las últimas décadas.
La propuesta del miedo como lenguaje estético, en función tanto del referente
histórico y socio-cultural como del reconocimiento de la forma, los giros estilísticos
y demás innovaciones de la palabra, franquea el carácter “presentista”122 que
diversos investigadores han cuestionado en pesquisas sobre los afectos y sus
múltiples representaciones, por su tendencia a universalizar lo emocional y
a restarle valor a su potencial cognitivo y moral, para entender e interrogar la
sociedad, la cultura, la historia (Delumeau, [1978] 2002; Boquet y Nagy, 2009,
2011; Rosenwein, 2010; Peluffo, 2016). De esta manera, hemos intentado trazar
otra vía de exploración de la novelística colombiana en el terreno de los estudios
literarios; mirar las letras del país desde el ángulo de lo emocional, enlazado a
un momento socio-histórico específico, ilumina otros usos poéticos del lenguaje,
problematiza la simbología paradigmática de la violencia y desentraña diferentes
realidades, distintas verdades, de la condición de una sociedad en la circularidad
del terror y el miedo.
En estudios futuros el enfoque del miedo en la novelística colombiana de
reciente publicación, podría expandirse hacia la reflexión de distintos periodos
literarios y de otros afectos (el odio, la envidia, la indignación, la (in)felicidad).
Por ejemplo, se podrían considerar los procesos estéticos y simbólicos del miedo
y sus complejas variantes afectivas en novelas que abordan acontecimientos de
la época de Independencia, o de las luchas revolucionarias de los años sesenta y
setenta del siglo pasado –publicadas en etapas anteriores o en la actual–. Sería
interesante, asimismo, investigar la implicancia de las emociones en el discurso
de “autor implícito” en la ficción: la reflexión del escritor acerca de lo literario, sus
opiniones sobre la situación socio-política colombiana, las visiones de conjunto con
relación a la contemporaneidad, entre otras. Con esto, posiblemente, se visibilice
una red intelectual que articulada al simbolismo literario, deje al descubierto la
121 Nos referimos acá a los colores representativos de los dos partidos políticos más tradicionales de Colombia;
enfrentados brutalmente durante el periodo conocido como la Violencia. Azul para los conservadores, Rojo para
los liberales.
122 Recuérdese que el término “presentista” se refiere a enfoques de estudio que entienden la emoción como
manifestación mecánica, fija, universal, que no se preguntan por su variabilidad en tiempo y espacio, o por su
traza social, cultural e histórica.

235
configuración y circulación de las ideas que se han ido estableciendo en las últimas
4. CONCLUSIONES

décadas en el campo literario colombiano. Un proceso que reclamaría, a su vez,


la revisión de eventuales giros semánticos en torno a categorías como ficción,
escritor, violencia, política, víctima, enemigo, progreso, memoria, globalización,
entre otras. Es de suponer que, dependiendo del tiempo y espacio desde donde
se produce la escritura, surgirán divergencias y convergencias conceptuales
significativas tanto en los intereses literarios, éticos y políticos del escritor, como
en la representación literaria de las emociones que más han contribuido a la
consolidación de imaginarios sociales de identidad, nación y cultura en Colombia.

236
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O
rfa Kelita Vanegas (Doctora en Letras. Universidad Nacional de Cuyo,
Argentina) es profesora de literatura en la Universidad del Tolima, Colombia.
Es autora de La estética de la herejía en Héctor Escobar Gutiérrez (2007),
coautora de Escenarios para el desarrollo del pensamiento crítico (2019). También
ha publicado diversos artículos académicos en ediciones colectivas y revistas
especializadas. Investigadora en temas referentes a la estética de las emociones,
la diversidad de género y la configuración literaria de la violencia política en la
narrativa latinoamericana.
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ORFA KELITA VANEGAS

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