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A propósito de Un perro yonqui y otras mentiras leves

Para nadie es un misterio, que en la última década se ha desarrollado una


proliferación de publicaciones en el medio, que quizás nunca antes haya existido
en tal magnitud. Esto debido a una serie de editoriales independientes, que junto
al abaratamiento de los servicios de imprenta, han sido las responsables directas
de dicho fenómeno. Lo curioso del asunto, es que debido a dicha proliferación,
cada vez es mucho más difícil poder separar la paja del trigo. Tan difícil como
empezar un libro bajo la certeza de que será una buena lectura o una lectura
pérdida. Dicha ambigüedad, que muchas veces se queda en ambigüedad olvidada
en anaqueles, es el punto de partida de todo libro publicado, sobre todo si se trata
del primer libro publicado de un autor joven.

Es precisamente dicha ambigüedad, en la que uno se encuentra al terminar


el primer libro de Armando Alzamora: Un perro yonqui y otras mentiras leves. Un
libro breve de relatos, que en su gran mayoría se tratan de relatos muy breves,
casi al punto de ser minimalistas. Un libro extraño, no por el sentido mismo de
extrañeza, sino porque es un libro que no termina de gustar, pero que tampoco
termina de desagradarte del todo. Y que quizás, dicha extrañeza se deba a un par
de características del libro, que espero poder desarrollar de la manera más
sencilla posible.

El primer aspecto que llama la atención de los relatos de Alzamora, es el


manejo del lenguaje. El autor hace gala del uso pulcro del lenguaje, que suele ser
el principal déficits de toda primera publicación, pero que en su caso termina
siendo una característica propia del libro, quizás la principal, lo que puede
convertirse en algo beneficioso o perjudicial, según venga el caso. Sin embargo
los relatos adolecen de algo igual de importante que el uso adecuado del lenguaje,
que es la iniciativa por querer contar una historia. Lamentablemente en el libro de
Alzamora, muchos de sus relatos parecieran caer en un minimalismo absoluto, en
donde la prontitud pareciera cobrar más importancia, que el desarrollo de las
historias. Y no hablo solo de la ausencia de sorpresa en los relatos (algo que no
es indispensable), sino de que el desarrollo de los mismos decaen, dejando
muchas veces la historia en el vacío o repitiendo finales como es el caso de dos
cuentos.

El primer cuento: Un perro yonqui probablemente sea uno de los cuentos


mejor logrados a nivel de estructura. El relato gira en torno de Maty, perro del
narrador que sufre de un grave desorden de “personalidad” a causa de su adicción
a sustancias tóxicas, como es el caso de detergentes, lejías y saca grasa a los
cuales Maty busca desesperadamente. Lo destacable de la narración, no es solo
que Maty pasa a ser una metáfora del caos, del conflicto, de la tristeza que suele
embargar a una familia, en la que alguno de sus miembros sufre de alguna clase
de adicción, sino el hecho que de pronto, el narrador pareciera sufrir, de lo que
algunos psicoanalistas han denominado como; el síndrome de Walt Disney, que
no es otra cosa que la humanización de los animales.

Luego del incidente con el detergente, encerré a Maty en un cuarto vacío de la


casa durante horas. Lo escuchaba llorar desde el pasillo, pero estaba decidido a
desaparecer todo tipo de sustancia perjudicial para mi perro… cuatro días
después, un vecino me contó que Maty había irrumpido en su casa; lo encontró en
la lavandería… cuando lo encontré había tumbado el pote de lejía al piso y estaba
revolcándose, como en trance. (p. 19-20)

Un cuento bien estructurado, pese al final predecible, pero no por ello deja
de ser contundente por la construcción de Maty, a través de la agonía del narrador
quien ve imposibilitados todos sus intentos por recuperar a su perro de su
adicción.

El cuento Turbación, desde mi humilde punto de vista, es el relato mejor


logrado. No solo porque funciona, al igual que el primer relato, a nivel de
estructura, sino porque a diferencia de Un perro yonqui, logra llevar al lector hacía
un final que aparentemente es predecible, solo para luego dar ese giro
conmovedor que solamente la locura es capaz de dar. Un relato muy
cortazareano, si queremos categorizarlo de alguna forma. Y en donde la locura
aparente del narrador, coquetea constantemente con una especie de doble, que
solo a través de la turbación del personaje, cobra sentido en las últimas líneas del
relato.

Los relatos: La mujer en la ventana, Vida y muerte del poeta, y Fábula


probablemente sean los relatos más flojos del libro, al punto de que el
minimalismo en aquellos tres cuentos, termina jugándole mal, porque si bien
Alzamora pretende darles ese final certero y preciso de los relatos breves, estos
no terminan por llegar a convencer, al punto de que el narrador de los tres relatos,
bien podría tratarse del mismo, sin llegar a diferenciar al narrador que camina por
el centro de Lima (La mujer en la ventana) del narrador que se encuentra
bebiendo en una reunión con un conocido de la infancia (Fábula).

Aquello se convierte en algo perceptible en cuentos como: Hay un fantasma


y El tiempo invisible en donde pese a que son dos narraciones totalmente
distintas; tanto en extensión, como en tema terminan concluyendo no solo bajo el
mismo signo derrotista, sino de maneras muy similar el uno del otro:

«Fantasma – digo a veces -, si puedes escuchar estas palabras, recuerda que el


tiempo no es el tiempo, es solo luz difusa».

Los años pasan; la casa languidece. Si alguien viniera de pronto y me observara


aquí, tendido en el sofá, fumando a oscuras estos cigarrillos grises, pensaría con
certeza que el fantasma soy yo. (p44)

No tuvo el valor de acercarse para darles las condolencias. Ella apenas lo miró.
Cuando se marchó, solitario en la noche que lo imbuía, sintió la desdicha de los
años pesando sobre él. Se detuvo en un parque habitado apenas por sombras.
Fue todo lo que vio: sombras. Y él era una más. (p. 57)

Sin embargo otra característica en el libro de Alzamora, es la ironía y cierto


humor negro que se ven plagados, con mayor y menor fortuna en sus relatos. Es
así como encontramos: La confesión. La ironía de reconocer su naturaleza en la
necesidad del otro abandonado. Con un final, que a diferencia de los otros relatos
cortos, logra ser certero y rescatar cierta sonrisa en la derrota.
Otro relato que continúa con la misma valía es: Muerte de Jesucristo en
Los Barracones. En aquel relato, la narración cobra matices de un artículo
periodístico, a la vieja usanza de la sección de policiales:

Alambres de púas en las muñecas, horribles contusiones, fuertes hematomas y un


desgarro anal claro y visible, fueron evidencia más que suficiente para que la
policía determine que el móvil del crimen aparentemente sea un ajuste de
cuentas… Horas más tarde se supo la identidad de la victima. Se trata de Jesús de
Nazareth, hijo de un carpintero y conocido profeta. (p. 49)

Queda claro el sentido hacia donde se dirige el relato, aunque el final


termina decayendo, al cobrar cierto aire de sentencia, al declarar el declive de la
«no-razón» como lo diría Nietzsche y el triunfo del «Superhombre»; aunque
aquello también podría ser tomado como una crítica directa a los medios de
comunicación y ese aire circense con la que suelen transmitir las noticias.

En conclusión, Un perro yonqui y otras mentiras leves es un libro, que pese


a no convencer del todo, deja buenos augurios para futuros trabajos de Armando;
quizás mucho más depurados, y en los cuales probablemente ya no tendremos la
sensación de ambigüedad, sino por fin una certeza definitiva.

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