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CRUCES

Idas y Vueltas
DE MALVINAS
¿Por qué necesitamos más fotos sobre Malvinas?
Porque no vimos lo que los soldados vieron, acaso la última imagen ateso-
rada por las retinas antes de la muerte. Vimos, sobre todo, fotografías de
propag anda en un contexto de severa censura.
No conocimos las fotos que ellos quisieron traer. No muchos tenían cáma-
ras fotográficas, en algunas ocasiones ni siquiera se las permitían, pero
quienes pudieron registraron de algún modo su paso por la
guerra. Les pidieron a los fotógrafos regimentales que les sacaran fotos pa-
ra enviarlas a casa. Un compañero afortunado los retrató en los pozos de
zorro, en las posiciones, en los cerros desolados donde muchos dejaron la
vida y todos sus ilusiones, para construir otras nuevas en el mejor de los
casos.
De esa guerra, la guerra cotidiana, sabemos muy poco. Muchas fotos se
perdieron para siempre: quemadas, o simplemente ausentes hasta que al-
guien las encuentre entre los despojos de la batalla. Sin embargo, los que
las tomaron recuerdan cada detalle de la imagen, en la punta de un cerro, y
vuelven a contarla. Algunas, que se exhiben aquí por primera vez, fueron
capturadas por los británicos. Fue una doble derrota: la pérdida de las is-
las, y la posibilidad de anclarlas en un recuerdo material.
Pero muchas fotos volvieron y, sin embargo, no circularon.
¿Por qué? Responder a esta ausencia es comenzar a respondernos acer-
ca de las formas en las que los argentinos lidiamos con el pasado reciente,
el lugar que le damos al recuerdo entendido como un gesto de doloroso
respeto, pero también como una forma de asunción de responsabilidades.

María Laura Guembe y Federico Lorenz


Esperas I
Distintas Argentinas vieron siempre en Malvinas una pérdida, una
usurpación y una posibilidad de regeneración. El territorio irredento, en
manos inglesas desde 1833, pasó a ser una bandera urdida sobre
todo en las escuelas, tomada por diferentes y antagónicos movimien-
tos políticos. Desde el principio, las islas Malvinas fueron mucho más
que un territorio en disputa. Su recuperación no sólo daría satisfacción
a un reclamo territorial: significaría también haber alcanzado un
destino como pueblo.
(…)
El servicio militar obligatorio preparaba a los argentinos para la
guerra desde principios del siglo XX. Pero el país, de algún modo,
estaba en guerra desde mucho antes del desembarco del 2 de abril,
sólo que contra sí mismo.
“Malvinas”, desde 1982, significa, sobre todo, “la guerra”. Entre
abril y junio de 1982 en las trincheras de las islas, en los cerros, en los
buques y aviones, en las bases y puertos patagónicos, miles de
combatientes esperaron el ataque inglés. Mientras tanto, escribieron
cartas a sus familias, se fotografiaron para que sus seres queridos
supieran las condiciones en las que vivían, o para evocar su paso por
las islas. En muchos casos, son fotos distintas a las que sus
compatriotas conocimos durante la guerra a través de la prensa.
Marcas
Pensar la guerra de Malvinas hoy consiste, en cierto modo, en rastrear
marcas y volver a leerlas, ya que las marcas son disputas de sentido ex-
tendidas en el tiempo. Algunas podemos mostrarlas con fotografías. Otras
no podremos verlas nunca, pero sabemos de su existencia. Resaltar las
marcas es una tarea que nos ocupa, pero también nos trasciende. Ellas
nos hablan de lo que la guerra fue y de lo que es hoy, de lo que sigue ahí,
irresuelto. Como un testigo que no sabe fingir, la marca es el testimonio
irremediable del pasado en el presente.
La ausencia es una marca. Una insignia es una marca. También lo son
un deseo y una forma de vivir el presente. Encontramos marcas de la gue-
rra en los terrenos de Malvinas, en las plazas de nuestras ciudades, en las
escuelas, en los mapas, en la forma en que miramos al pasado. Hay mar-
cas en las ropas de los ex soldados, en sus casas, en las de sus familiares.
Debajo de la pintura de las paredes urbanas, en los usos de la bandera, en
los aviones que estuvieron en combate, en los mapas que seguiremos di-
bujando en el futuro y en la forma en que pensamos sus líneas.
En la Edad Media, a los encargados de guardar con sus ejércitos las
marcas territoriales de los reinos contra las fuerzas expansivas de otros
imperios se les asignaba el título de Marqueses. La guerra de Malvinas fue
un movimiento destinado a fijar una marca territorial de soberanía. En su
lugar, dejó un reguero de marcas que hoy podemos encontrar desperdiga-
das, además, por todo el territorio nacional. En esta sección exploraremos
esas marcas. No encontraremos títulos nobiliarios en el camino. Antes, una
larga deriva y, sobre todo, una fuerte disputa por su sentido.
Cruces
Pensamos en las cruces y los cruces.
Los cruces serán para nosotros caminos que se encuentran,
coincidencias atemporales, encuentros del espacio en el tiempo,
búsquedas impasibles, lecturas oblicuas de fenómenos paralelos.
Las cruces representan lo que aquí preferimos mostrar sin símbolos:
son muertos. Esos muertos cargaron unas cruces y hoy soportan el
peso de otras.
Los cruces producen sentido, proponen, hacen estallar las coordena-
das de espacio y tiempo permitiéndonos ver otra dimensión del habitar
el mundo. Queremos leer en ellos nuevas formas de algo que no
termina, centelleo de un paso irregular que quiere volver cada vez a
un tiempo anterior. Pero sobre todo, encuentros del espacio en el
tiempo.
El duelo que el padre de un soldado muerto transita llevando a la
tumba de su hijo objetos de su vida trunca. La cruz de ese padre y la
de ese hijo que se encuentran en uno y otro viaje. Ambas, cambiando
de forma en cada encuentro, prestas siempre a un nuevo cruce.
En esta sección exploraremos también el modo en que cruces y
cruces se entretejen en esta historia.
Esperas II
Miles de soldados, luego de la rendición, habrán imaginado qué país
los recibiría al volver. ¿Qué esperaban? ¿Un desfile de recibimiento?
¿Simplemente poder bañarse? ¿un abrazo? ¿Poder dormir? A la
inversa, sus compatriotas, en el Continente, también los esperaban, y
esperaban saber: en qué habían participado, qué habían apoyado,
qué pasaría ahora que los militares se iban.
En las islas hay cruces y muertos que también parecen aguardar: una
visita, una reivindicación, o simplemente un nombre. Esa espera se
parece a la de los sobrevivientes, que aguardan saber qué lugar
tendrán en la historia.

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