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- ¡Andrés, Andrés!

Este muchacho siempre se eleva y es imposible bajarlo de las nubes…

- ¿Qué me estabas diciendo, mami? Perdóname, estaba completamente ido, pensando en los huevos del gallo, tú
sabes cómo soy yo.

La verdad era que Andrés no estaba pensando en los huevos del gallo, se elevó porque sintió de nuevo ese deseo
que le había inspirado las ideas de emprendimiento desde que tiene uso de razón. No sabe cómo describirlo,
menos explicar con las palabras correctas cómo se da este proceso en su cabeza, pero cuando menos piensa se
le mete una idea de negocio entre ceja y ceja y lo más curioso es que cuando se hace consciente de esta, ya la
idea está casi madurada.

Generalmente cuando concibe la idea, nace en su corazón un impulso desbocado de ponerse en marcha y lo
único que puede inferir es que su loco cerebro percibe necesidades de su entorno sin que él ni siquiera esté
enfocado en encontrarlas y cuando menos se lo espera, ¡eureka! una idea ganadora está en proceso.
Así ha sido desde temprana edad. Su primera experiencia fue vendiendo cuentos en la acera de su casa. A la edad
de 6 años, Andrés escribía cuentos, los encuadernada, les añadía uno que otro dibujito si estaba inspirado, y le
pedía a su mamá prestada una mesa y salía al frente de su casa a vender estos best sellers a sus amiguitos vecinos.
¿Se imaginan el cuadro? Daban ganas de comérselo a besos.

Pero su incursión al mundo de los negocios no terminó ahí, también fabricaba estadios y aeropuertos a escala en
un ático de su casa, usando las herramientas apropiadas e incluyendo muchos detalles para que fueran lo más
parecidos a la realidad, cómo será que hasta luces les instalaba. Cuando sus obras maestras estaban terminadas,
las sacaba a la acera y cobraba alquiler a sus amigos y vecinos para que pudieran jugar con el estadio y el
aeropuerto.

Sobra decir que ambos negocios fueron un éxito rotundo y Andrés era reconocido en su cuadra por su
creatividad y arrojo. Sus padres y hermanos veían estas iniciativas de Andrés y algo se calentaba en su pecho;
siempre lo apoyaron, especialmente su papá que siempre quiso ser un emprendedor, pero nunca se atrevió a dar
el salto.

Pasaron los años y en su época de colegio, Andrés, que siempre fue un alumno ejemplar y cumplidor de las reglas,
notó que en las clases siempre le daban ganas de mecatear para no quedarse dormido y tener más energía para
prestar atención. Seguro que a sus compañeros les pasaba lo mismo, pero el reglamento del colegio prohibía
expresamente las ventas en el salón.

Aunque le costó mucho tomar la decisión, pues nunca había roto una regla en su vida, las ganas de vender dulces
en su salón fueron más fuertes y le comentó la idea a sus papás. A su mamá no le sonó mucho, pues no quería
que se distrajera con las ventas y sus notas decayeran, tampoco fue que le hiciera mucha gracia la posibilidad de
que la llamaran a citarla para ponerle una queja de Andrés, pero su papá metió la cucharada y dijo que al menos
lo dejaran intentarlo con la promesa de que iba a seguir siendo un alumno aplicado y que iba a ser muy
cuidadoso de que no lo pillaran.

Al final su mamá cedió, lo acompañó al centro a surtir su tienda y así empezaron sus años de vendedor de
mecato. Andrés metió los dulces en una cartuchera y advirtió a sus compañeros que la compra debía ser con el
mayor disimulo. Tanto fue su éxito que en los descansos alumnos de otros cursos lo buscaban para comprarle y,
aunque todas las transacciones se hicieron con sigilo, los profesores también se dieron cuenta, algunas veces se
hicieron los locos pues le tenía aprecio a Andrés, pero otras la falta fue muy evidente y no tuvieron más remedio
que llamar a su mamá y ponerle la queja. Pero aún con esas visitas desagradables al colegio y todo, sus padres le
permitieron continuar y vendió todo el bachillerato.
A pesar de estas experiencias, Andrés no se considera a sí mismo un emprendedor, pues en su concepción esta
palabra aplica a personas que hacen estudios de mercadeo, que tienen claros sus objetivos y que estructuran sus
ideas hasta en el más mínimo detalle, por eso ahora que volvió a sentir el gusanito de las ideas rondando en su
cabeza le expuso el negocio a su papá.

- Pa, imagínate que se me ocurrió la idea de vender fruta picada y en bolsitas en la universidad. ¿Qué te parece?

- Pues mijo yo creo que te iría bien, ahora todo el mundo quiere ser fit. Pero, ¿allá no hay cafeterías que venden
fruta?

- Sí papi, pero la oferta no es muy amplia y de todas maneras mi idea es hacer combinaciones alocadas, como
zanahoria con guayaba y hacer paquetes diferentes para que haya variedad y prepararla al gusto de cada cliente,
si le quiere echar sal, pimienta o limón.

- Muy original me parece, además podrían comprar fruta a cualquier hora del día y no tendrían que esperar a que
les dieran un descanso. Te apoyo, ¿qué necesitas para empezar?

Andrés se sintió feliz de contar con el aval de su papá, pero no tenía todavía muy claro cómo ponerse en marcha.
Pensó mucho en la pregunta de su padre, ¿qué necesitaba para empezar? ¿Cómo estructurar su negocio para
que diera resultado?

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