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Angustia

Novela

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Andrea trajo de San Diego uno de esos juguetes Pez que despachan caramelitos
macizos con sabor artificial de adminículos huecos de plástico que en sus extremos
superiores ostentan las testas sagradas de Condoleeza Rice o John Kerry y que se
venden en las dulcerías y en esas tiendas de bromas muy abundantes en los Estados
Unidos. A partir de ese día, y haciendo eco de la ocurrencia de nuestra directora, se
volvió corriente presumir algún artilugio chusco en el atuendo y la idea me pareció
genial, pues era la excusa que necesitaba para pasearme por la oficina con mi gorrito
vikingo cornudo pero cuando lo busqué entre los cachivaches de mi escritorio y mi
archivo no logré dar con él. Qué triste. Ahora que lo recuerdo me invade la nostalgia
pero no es algo tan vulgar como rememorar tiempos mejores pues por más que esperé
y esperé estos nunca llegaron: más bien se trata del recuerdo de las horas fluyendo
hacia la ruina total como motor de una felicidad súbita cuyo origen jamás he podido
ubicar. Después de todo, nada de eso ha importado.

-¿Qué fue lo que te dije exactamente?

-Me pediste que en cuanto se fuera la gente del Departamento de Rectoría e


Imagen Institucional saliera a la cafetería del Centro Comunitario para comprarle
comida china a todos los de la Revista. ¿En verdad debía ser comida para todos?, no
tengo tanta fuerza en mis bracitos.

-Ah, sí, lo recuerdo, pero mejor olvídalo. Mira nada más a qué hora se fueron.
Andrea está desesperada, no creo que tenga hambre y yo ya me llené de café, pero si
quieres puedes irte desde ahora para que comas.- Perezgrovas, subdirector de nuestra
Revista, se sentó frente a su escritorio y se rascó la cabeza con ambas manos. Sus ojos
lucían apagados y yo no podía alcanzar a distinguir ningún sentimiento en ellos. Como
era costumbre.

-¿Y qué va a pasar con los proyectos?, ¿todavía los tenemos? Como ves,
pregunto con cara compungida para que no olvides lo mucho que me entrego a la
causa de nuestro Instituto y su Revista, a ver si ahora sí me crees, perro listo.

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-Tú limítate a trabajar bien con Camila y ya veremos, ¿terminaste de traducir los
papers?

-Sí, señor, sólo me faltan los que envió hoy la Universidad de California en Los
Angeles, pero esos saldrán muy rápido. Los artículos, querrás decir, zafio querido, que
ni siquiera tienes talento para la pronunciación.

-No olvides los abstracts. Por favor, déjamelo todo impreso aquí en el escritorio
en cuanto lo tengas listo.- Ahora se escarbaba una oreja con tanta fruición que sus
dientes parecían castañetearle de placer.

-Muy bien, así será, de todas maneras el trabajo ya va muy avanzado. Sí,
también los resúmenes, mi amigo. En español e inglés y con cuatro palabras clave.
Debo tratar de no olvidarlo pues mi problema es que nací ayer.

Esa tarde, al salir de despachar a Perezgrovas recibí el fuerte impacto de


encontrarme con que ya había oscurecido. El campus estaba desierto pero no debía ser
tan tarde como para que las clases hubiesen terminado porque podía oír el murmullo de
los profesores en el interior de los edificios como grillos agazapados y el efecto que esa
reflexión tuvo en mí me hizo desear correr de regreso a mi cubículo y encerrarme ahí
por varios días, hasta que al escuchar la mención cada vez más angustiada de mi
nombre pudiera salir de nuevo a comprobar lo mucho que mis compañeros me querían.
Esta ha sido siempre una fantasía tan potente que en aquella ocasión, por ejemplo, no
me percaté cuando ya había bajado a la cafetería subterránea para hallarme frente al
pequeño bufé de comida china.

-Lo de siempre, por favor. Claro, costilla con piña, arroz blanco, brócoli y un
poco de pollo con naranjita. Aún estamos a tiempo de salvar el día.

-Ya no.- La señorita dependienta me miró por un segundo, torció los labios y
continuó vaciando en el baño maría la nueva tanda de camarones.

-¿A qué se refiere?, ya sabe que vengo del Instituto de Investigación


Sociológica, ¿verdad?, la cuenta se carga directo al departamento de contabilidad para

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el final de la quincena. Vamos, ¿qué pasa en el mundo cuando una buena mujer
trabajadora con el delantal siempre percudido y roto tiene esos desplantes de mala
educación?, ¿es sólo que se siente muy cansada?

-Ya no, ya no, ya sólo efectivo. Efectivo.- Señorita Cansada y Grosera se puso a
repasar el mostrador con una jerga, seguramente apestosa, como si necesitara quedar
aún más lustroso, a la espera de que me fuera.

-Jajajaja, oiga, amiga, si lo que le preocupa son los rumores que vienen de
Contraloría, le aseguro que aún tenemos solvencia para fin de mes, ¿eh? Wíiii… en
realidad, de lo que yo me preocuparía es de las cucarachas; crecen tan rápido que la
próxima semana tendremos que ponerles nombre, y todas han salido de Vicerrectoría.

-Efectivo, efectivo nomás. Nomás.

-Ya escuchaste, amiguis, ¿qué onda?, ¿qué tan efectivos estamos?- Paquito
Beauregard acercó sus dos metros con diez centímetros al mostrador y me estremeció
con la palma abierta de su siniestra masajeando mi espalda- Señorita, ¿ya salieron las
carnitas coloradas?

-Ya, ya, cinco minutito, cinco minutito, ajá.

-Bien, ¿cómo has estado, Pifia?, ¿qué haces?

-Llamarme por mi verdadero nombre y asistir a Camila con lo que se le ofrezca,


Paquito, nada más. ¿Qué es esa mancha en tu cuello, Paquito?, ¿un lunar?, no, es
demasiado asimétrica, ¿ya te la ha visto el médico?

-Bueno, bueno, entonces Pifita, con cariñito. Pues yo estoy terminando mi más
reciente investigación, tú sabes, con la gente de la Escuela de Deportes. Voy a
establecer la relación entre el ausentismo escolar y la asistencia a los entrenamientos y
eventos deportivos del alumnado de nuevo ingreso. Entre el equipo investigador
habemos quienes sostenemos que las actividades relacionadas con el deporte se
deberían restringir un tanto en el caso de los alumnos de primer semestre, para que no

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descuiden su nueva carga académica, pero la gente del Rector, que raro, ¿no?, quiere
que sesguemos los resultados de manera que muestren lo atléticos que son nuestros
chicos. Ya sabes, las cosas que se pueden exponer en un informe, ¿qué tal?, ¿te cae la
rola?

-Seguro que sí, Paquirri, espero que te vaya bien y nos visites pronto. Han
salido de las cañerías del Vicerrector, o tal vez de las de su asistente, y ahora invaden
el campus, y nada me daría más tristeza que un culturólogo simpático de la Academia
acusara al bufé de prácticas antihigiénicas.

-Oye, desde luego, cuando menos te lo imagines ahí me tendrás, ¿tienes el


mismo horario?- Paquito volteó a mirar con languidez la puerta de la cocina, pero aún
no había noticia de las carnitas.

-El mismo horario de todas las noches, cuando apago la lamparita de mi buró y
el mundo entero se eclipsa para siempre. Y entonces las cucarachas habrían acabado
con la fuente de ingresos de toda una familia y la vida es injusta y a mi me gusta el
arroz frito y no el blanco, ahora que me acuerdo.

-Ya ‘ta, ya ‘ta, senyor, canitas cororadas.

-Ah, perfecto, ¿qué me decías, Pifita?.-Dijo Beauregard mientras desembolsaba


su billetera.

-Que tengo que ir a ver a mi jefa cuanto antes, tenemos muchos proyectos por
sacar y se acaba el semestre y no recordaba que me había citado. Muchos prospectos
por sacar a la basura, cuanto antes.

-¿Muchos?, ¿en serio?

-Si quieres, ve a buscarme mañana a esta hora y allá platicamos. Adiós. Y por
favor, galán, tan sólo salúdame de mano; aunque no lo creas, no necesito más.

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Al subir por enésima ocasión me percaté de lo cansadas que eran (siguen
siéndolo, supongo) las escaleras que daban acceso al elevado exterior desde la
hondonada oscura que era la cafetería y cada vez que tenía que cubrir un número
cualquiera de escalones mi cadera se resentía haciéndome pensar en mi frágil
condición y en la falacia de los cinco segundos de vida extra por escalón. Por fortuna,
mis días eran tan agitados entonces que no podía dedicarle mucho tiempo a esas
ociosidades. Constantemente había un nuevo evento del Instituto por cubrir, señores
súper inteligentes a quienes recoger y luego llevar al aeropuerto tras sus conferencias
magistrales sobre neoestructuralismo antropológico o neointeraccionismo simbólico
aplicado, sesiones gratuitas de Doctora Corazón Roto para ofrecer a mis compañeras
investigadoras o secretarias tristes, jarras de té o café por preparar y, a veces, hasta
algo de mi trabajo asignado pendiente por hacer. To translate. Cambiar una palabra por
otra para que el resultado fuera, si no más exacto, por lo menos un poco más bonito,
más comprensible en la jungla de tecnicismos atigrados y lianas resbaladizas de
referencias bibliográficas. Por eso nadie leía nuestra revista. Todos éramos tan adustos,
en realidad, tan bellos genios que nos solazábamos en nuestra armonía. Y ellos, los
integrantes del cuerpo de investigación y editorial, me trataban tan bien que era muy
fácil cumplir con mi obligación de llegar antes que todos y de irme sólo tras comprobar
que en las instalaciones ya no quedaba nadie.

Así fue que me pude mantener en sus preferencias, como un programa de


televisión que divierte y además llena el espacio con ruido sordo. Una suerte de
cicerone que se debe a su devoción trascendiendo dos administraciones del Instituto y
convenciendo por su honestidad, eficacia y talante servicial, aunque ahora, cuando todo
se ha acabado, el desgraciado de Francisco Beauregard, en contubernio con Edgardo
Perezgrovas, diga a quien quiera saberlo y a quien no también que logré permanecer en
mi puesto únicamente porque en la época de mi licenciatura me conté entre los alumnos
consentidos de Don Ignacio Solchaga, excelso erudito que posteriormente ocupó la
Secretaría General de nuestra Alma Mater durante el mismo tiempo que trabajé en el
IIS. No me preocupa. Ellos están ahora solos con sus conciencias y una noche de
estas despertarán gritando.

Tengo presente que poco antes de subir al cuarto piso del edificio administrativo
donde se ubicaba el Instituto tropecé una vez más con la juntura de dos cuadros de

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concreto en el suelo del vestíbulo y recordé por qué empezaron a llamarme Pifia cuando
yo acababa de entrar a trabajar ahí y se me encargó que acudiera al aeropuerto para
recibir a Gilberto Giménez, un señor muy ameno que tiene un doctorado en alguna
especialidad de la sociología (¿o de la filosofía?, he perdido el dato, pues confieso que
nunca leí el libro que me regaló) y hospedarlo en un hotel acorde con su estatura
académica. Todo iba bien hasta que confundí por teléfono el nombre del
establecimiento y el joven de la recepción que debía estar esperando a nuestro invitado
me aseguró, probablemente sorprendido, que el lugar que yo buscaba no era aquel y
me proporcionó la dirección de un chiquero en el centro histórico. Enrojecí de vergüenza
todavía más cuando llegamos y vi el aspecto del hotelucho seguido de la bondadosa
sonrisa del doctor Giménez, y en ese momento me cohibí tanto que ni me atreví a
llamar al Instituto, porque entonces este buen hombre había colocado su mano en mi
hombro derecho para darme golpecitos que me aseguraban cariñosos: “no te
preocupes, no es tu culpa”, o al menos eso es lo que (hasta la fecha actual) quise
imaginar:

-Ehh… en el Almanaque del Centenario de Nuestra Ciudad se recoge que en


este hotel se hospedó Ronald Reagan cuando estuvo por aquí en una gira a mediados
de los ochenta, doctor. Ay, no, me mueroooooooooooooooooooooo…

-Hey, no te preocupes, sólo voy a estar aquí un día, es sólo la conferencia y


enseguida me voy, ¿no?, así que no tengas cuidado, ahora voy adentro a darme una
ducha y a preparar varias fichas y por la tarde nos vemos, ¿te parece?

De ese tamaño era su grandeza. Es decir, espero que siga siéndolo.

Una cosa me dijo camino al lugarejo ese que sin duda me impresionó a
profundidad (tanto como para nunca haber leído sus escritos, que penita…) y era que la
gente, es decir las culturas, generaba artefactos que son producto de su tiempo o algo
así, y que por ejemplo cada una de mis posesiones, incluidos mis queridos muñequitos
de peluche, se encontraría así en dependencia con las demás cosas del mundo
(contexto, como le llamó), de lo que entendí que podrían servirme como un punto de
conexión con la realidad en los momentos de mayor tristeza y aburrimiento, porque a mi
nunca nadie me va a ver engullendo esas pastillas que recetan los psiquiatras a la

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gente trastornada, pues creo que tomar las cosas con naturalidad es lo más
recomendable para afrontar las crisis.

Otro momento dorado que acudió a mi mente mientras esperaba audiencia con
Camila llegó al año siguiente del asunto de Giménez al pedirme ella en persona que
asistiera como representante de la Universidad al II Encuentro Internacional de
Sociólogos Sin Fronteras a celebrarse en Monterrey, Nuevo León, y juro que no sé si
fue que no entendí lo que me dijo o que la emoción me invadió por tratarse de mi
primera misión importante fuera del Instituto al día siguiente de sostener un encuentro
con los editores de la revista de sociología de la Universidad de California en Venice
que se me ocurrió teclear en la página web de la agencia de viajes con convenio de
descuento con la Universidad el destino de Monterey, California y allá fui a dar, y hoy en
día sigo sacándole risitas apesadumbradas a quien le platico mi periplo californiano
hasta alcanzar la frontera mexicana, percance que no tendría sentido rememorar con
más detalle y del que salí con bien gracias a que muy a tiempo tomé la versión
estenografiada del mismo evento del año anterior para redactar mi reseña para nuestra
Revista de Estudios Socioculturales y así todos quedamos muy contentos.

-Nos está llevando, mi cielo. Ahora sí.- Mi adorada Camila Zubiri seguía usando
esos vestidos vaporosos en tonos pastel que le agregaban diez años mal vividos a su
rostro, y sin embargo era bella y envidiable.

-¿Qué va a pasar con los proyectos de la revista?, ¿podemos terminarlos?


¿Nunca te practicaron hoyuelos en tus lóbulos?, ¿esos aretes son de bisagra?, porque
si es así, qué decepción.

-¿Cuál revista?, ¿cuáles proyectos?, si apenas terminaremos este volumen y


vendrán a auditarnos.

-Contraloría no tiene ningún derecho. En todo caso, inspeccionar nuestros


desastres con el presupuesto le corresponde a Contabilidad. Supe que este día llegaría:
descubrieron que necesitamos muchos viáticos pero no somos productivos, ¿verdad?

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-Qué va. Rectoría, ellos son quienes quieren renovar el organigrama, y eso sí
que es una situación complicada. ¿Qué pasa?, ¿nada más para platicar de estas
tristezas querías verme?

-Puedes sentirte deprimida hoy, pero tengo la plena seguridad de que gracias a
tu acertada conducción y tu talento administrativo todo este trance nos ofrecerá una
valiosa oportunidad para superarnos. De nuevo. Así que en tu lugar yo no me
preocuparía. Mira que rápido voy. Ocupo mi posición y me pongo en alerta como el
gato.

-Ay, jijijijiji, ya te he dicho que no uses ese tono conmigo. Jajajajajaja. No,
hablando en serio, creo que no debes inquietarte para nada. La coordinación de la
revista, en términos prácticos, la tiene Edgardo y tú continuarás desempeñando las
funciones normales. Aunque la publicación se fusione con el Jornal de Ciencias
Sociales de la Academia de Ciencias Sociales seguirías en tu lugar pero con sólo un
poquito de más trabajo. Poquitito más.- Su sonrisa se cayó y con la mano derecha se
cubrió la boca para ocultar un probable gesto de dolor.

-Sabes bien lo institucional que soy a la hora de obedecer órdenes, pero te


garantizo que eso no pasará. Quiero decir, cuando trabajas en este medio conoces
gente, escuchas rumores… y por ahora no he detectado una señal clara de lo que
planeen hacer con nosotros fuera de reducirnos el presupuesto de la revista para el
semestre próximo, pero no creo que sea un recorte grave. Nunca me había fijado en lo
feos que son estos ventanales. Qué oscuridad la de allá afuera. Nos tragará.

-Pues ojalá tengas razón. Lo único que nos queda es ir tirando estos meses
hasta que salgamos de vacaciones y no me imagino cómo discurrirán las cosas el
semestre que viene. Quizá ninguno de nosotros siga aquí.

(Tulipanes. Mansos y malvados. Dulces hasta suplicar ¡basta!, desde la punta


más elevada de sus pétalos doblados hasta la base de su florero sobre la mesita de
madera sin barnizar en el centro de esta oficina. Muchos colores que son una invitación
a desaparecerlos desde la ventana hasta el suelo de la banqueta, allá afuera donde el

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colorido sí tiene un lugar. Aquí no queremos candor alguno que nos distraiga. Estamos
so-bre-vi-vien-do…)
-¿De qué hablas? En realidad, nadie ha estado nunca aquí.

-Lo que digo es que por estas fechas hay mucho movimiento en la cúpula y eso
siempre produce terremotos en los planos inferiores.

-¿Y eso nos debería importar?, nosotros somos muy trabajadores en este
Instituto. Es lo que nos ha distinguido. Exacto, lo somos. Tú también, Camila, el sol
nace para todos.

-No necesitas decir semejantes barbaridades, recuerda que estás conmigo.

-Tienes razón. Pero, ¿no es verdad que nos hemos divertido? Al menos el
ambiente siempre ha sido bueno para trabajar. Recuerdo un sonido…

-Suficiente. No sabes lo que dices. Te diré que la acusación única y principal es


que no producimos nada: ninguno de nuestros investigadores ha presentado un
proyecto nuevo en dos años, ochenta de los ciento veinte ejemplares semestrales de la
Revista, que por cierto no tiene un sólo suscriptor desde hace cuatro años, se quedan
en la bodega y el resto se regala a los colaboradores y sus familiares, no se envían
artículos a publicación con la regularidad necesaria para conservar al Instituto activo en
el Padrón Nacional de Investigación y el colmo es que tus artículos traducidos para el
Semanario de Asuntos Sociales de la Universidad no cuentan para nada porque no
están aprobados por el consejo editorial del Departamento de Publicaciones.- Camila
empuñaba otra vez las manos para hacerse crujir sus dedos y era muy lamentable verla
disimular más muecas de dolor en su sonrisa diplomática.

-Bueno, nuestros críticos también deben entender que el noventa por ciento de
nuestra planta de investigadores pasa de los setenta años. Tenemos registrados a tres
ex-rectores y hasta a un ex-alcalde. No debemos ponernos exigentes. Por piedad. Y un
rayo… y no sé cual de los dos fue primero; como sea, ¿qué fue lo que me despertó
aquella noche?

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-Bueno, pues ahora yo te contesto que también debes entender, y lo digo incluso
por mí, que aunque el noventa por ciento de nuestra planta pase casi todo el semestre
en casita, los que integramos el otro diez por ciento debemos ponernos a trabajar y
enseñarle a los críticos que hacemos investigaciones valiosas.

-¿Se lo has dicho al resto de la gente? La tirada del Jornal, que se publica
trimestralmente, ronda los tres mil ejemplares en papel satinado. Muérete, muñequita.

-Jeje, olvidaré que me has hecho esa pregunta. En lo referente a tu caso


particular, me he desayunado la noticia de que la gente en Rhode Island del
Intercultural Communication Studies volvió a rechazarnos tu ensayo sobre “Estudios
culturales y nueva literatura”. Lo siento mucho.- Camila, afligida sonrisa consoladora,
golpeaba el alma con el filo de su ternura y yo rogaba porque permaneciera así de
divina por siempre.

-Yo no, Perezgrovas era quien estaba más interesado en eso. Pero gracias de
todos modos. Qué bueno que fue él quien realmente lo escribió. Soy muy sensible al
rechazo.

-Bueno, pues eso es todo. Yo ya estoy a punto de irme y supongo que tú


también. Mañana no voy a venir porque tengo que dictar un curso de actualización en la
Universidad Pedagógica pero ya sabes que tienes mi número de celular para que me
avises antes que nadie por si vuelven a venir de Rectoría o la gente del Jornal, ¿hmm?

-Por supuesto. Ahora, con tu permiso, voy a recoger mi mochila a mi escritorio.


Porque, siendo sinceros, ¿a quién le creerían si Perezgrovas intentara denunciarme por
plagio?, ¿a él, un alcohólico ex–cristiano renacido que regresó a su actual puesto sólo
porque logró ganar un juicio por supuesto despido injustificado, o a mí, que poseo un
vocabulario tan bonito y sé coquetear con tanta gracia a los vejestorios de Rectoría?
Ubiquémonos de una buena vez, por favor.

-Ciao.

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Creo que en sólo dos zancadas regresé al cubículo de Perezgrovas presintiendo
una oleada de buenas vibraciones. Eso o acaso en la oficina de Camilita sólo estaba
respirando monóxido de carbono insuflado por la densidad de la noche como una
representación apropiada para simbolizar la tenebrosa situación que atravesábamos en
el Instituto, pero sobre todo ella y yo, pues me estresaba un poco pensar en que al final
de todo, cuando los chicos del Jornal de Ciencias Sociales entraran sonrientes a
reclamar nuestras computadoras y nuestra cafetera en nombre de la Academia, debía
ser yo quien contara con el mayor número de reproches por hacer. No por nada durante
tanto tiempo había prestado mucha atención a las cuitas de todo el personal con mis
corteses orejitas.

Me senté a la computadora y entré a Internet, ingresé a la sección de Aviso


Clasificado de los portales de los dos periódicos principales en la ciudad y registré,
anotando desde luego el cargo a Contabilidad, un rápido anuncio de ocasión:

¿QUIERES DIVERTIRTE DURANTE HORAS?


Entonces me estás buscando a mí…

CAMMY
La insaciable

Me gusta el sexo duro para dejarte bien satisfecho.


Tengo un culito sin fondo y mi puchita está siempre empapada.
Quédate conmigo y disfruta de las mejores guarradas de tu vida.

Llámame al Cel.:
044-686X-XX-XXXX

Apagué la máquina y las luces de los cubículos vecinos y descendí los eternos
escalones de los cuatro pisos que me separaban de la salida con mi estómago
resentido por el hambre pero rebosante de la sensación de saber que vendrían tiempos
mejores muy pronto, gracias al trabajo sostenido de un gran equipo dirigido por Camila
y yo (y también Perezgrovas, ni modo), pues toda mi vida he tenido muy claro que
cuando trabajas durante mucho tiempo en un solo objetivo, con pasión, entrega y

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disciplina, no importan las adversidades ni los maltratos ni las groserías ni las carencias
ni las decepciones, pues al final siempre alcanzarás tu objetivo. Y esa es una verdad
como un templo.
Acuclillado en un pilar junto a la puerta principal, un miserable vagabundo
ataviado con una camisa hecha garras y unos pantalones rotos que dejaban ver sus
piernas morenas llenas de pústulas seguramente infectadas por la orina seca y por
trocitos de excremento viejo pegados cuales costras, gimió algo que obviamente no me
molesté en escuchar, levantó su cara enterregada y estiró su brazo mendicante. Pude
atinarle a la palma de su mano al lanzarle dos monedas de cinco centavos (esas
pequeñuelas que habían sido descontinuadas por el Banco de México el año anterior) y
seguí caminando treinta, cuarenta metros desde la puerta por toda la ancha explanada
con un asta bandera en el centro apuñalando a la noche, hacia la banquita de concreto
pegada al borde del arroyo. Me senté, exhalé un sabroso suspiro y aguardé con toda
tranquilidad a que empezaran a apagarse las luces de neón del interior del edificio.

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Se levantó al borde de la asfixia por el calor de dos edredones y comprobó con pasmo
que la humedad que manchaba su entrepierna no era sudor. Pero, en lugar de correr al
baño a higienizarse, decidió armarse con un picahielo y salir a la calle, con la
madrugada en pleno y el silbidito agudísimo del silencio total perforando un túnel entre
sus oídos, y caminó a paso veloz por las calles del fraccionamiento hasta que llegó a la
calzada, que recorrió completa para dar con su destino final: las torres gemelas que
habían permanecido abandonadas (así siguen al día de hoy) con sus quince pisos en
obra negra desde más de veinte años atrás y sintió acelerar su corazón y sus pasos al
localizar a uno de los veladores justo a la entrada observándole con la sorpresa del
miedo auscultando el picahielo de la punta al mango hasta que este le atravesó el
centro de una pupila dilatada para detenerse en esa suave región cerebral encargada
de revelar los colores codificados por los desiguales temperamentos de la luz solar.

Avanzó con esfuerzo arrastrando consigo el cuerpo convulsionante valiéndose


del mango de su instrumento para halar la cabeza hacia el interior de lo que se
adivinaría el vestíbulo y detrás de un muro medio construido a medio derribar depositó
el bulto. Siguió caminando y subió siete pisos para sólo detenerse ante otro bulto de
similar calibre: respiración agitada y ojos brillantes en el fulgor de una linterna de mano.
Misma operación. Por culpa de la tala inmoderada de los viejos bosques, en el mundo
quedaba menos aire para compartir con la escoria de la escoria, me supongo. Picahielo
de aquí para allá, arriba abajo, uno, dos, diez mandobles para acallar a un grito
cualquiera y a la sinrazón y otro cuerpo cayendo ahora en picada rumbo al cemento
liberador.

Todo bien, por el momento, pero faltaba por hacer lo único importante de la
noche. Pensando en ello, bajó los escalones de tres en tres y de un brinquito aterrizó en
el piso del vestíbulo. Corrió estirando sus brazos de venitas crispadas en dirección a un
pasillo, quizás el más oscuro de todos, e inmediatamente al dar vuelta en él sus piernas

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se negaron a seguir y, con los ojos inundados de admiración, quedó frente a una
especie de depósito, hecho de cemento también y pegado al suelo, que debía medir
dos metros de ancho por tres de profundidad. Por su forma le hacía pensar en las
jardineras exteriores del Distrito Cívico y de Gobierno, aunque casi al doble de su
tamaño. Además aquellas eran blancas y brillosas y este parecía materializar el sentido
literal de la expresión obra negra. Pero, a pesar de eso, era más bonito que ninguno. Y
no recordaría el tiempo exacto que pasó ahí sin haberse percatado de los muros negros
que crecían a sus cuatro costados hasta convertir su cuerpo en un mendrugo diminuto,
como una enana negra que pudiera darse cuenta del momento en que era absorbida
por un hoyo negro. Un hoyo que en este caso se desearía un poco más gris que su
alma. Sin embargo, en el punto de negrura absoluta, y cuando nadie se lo podría
esperar, la luz:

-Verde. No me importa si no te gusta, pues ahora, tantísimos años


después, no tienes ningún derecho a escoger, ricura mía. Además, es un tono que
me favorece en medio de esta penumbra. El cemento es frío y percibo que cada
año es peor. Si tuviera un par de piececitos con mucha carne y sangre fluyendo
reconfortante la cosa cambiaría mucho para mí porque podría frotármelos cada
noche y conocer eso que ustedes llaman dormir. Pero nada de nada. Sólo gas y
un fulgor que de radiactivo no tiene más que la voluntad pero que te ilumina muy
bien. Tu carita culpable. ¿Tenía sentido que le hicieras esa grosería a aquellos
dos pobres hombres? No me contestes ahora. Es cierto que me descuidaron
durante estos años pero es porque jamás se percataron de mi existencia. Raro
habría sido lo contrario, ¿no crees? Como sea, estuviste lejos durante tanto
tiempo que un poquito de atención de vez en cuando no me habría estorbado, un
¿cómo estuvo tu día?, un par de ¡Buenas noches! quizás o un ¡Feliz año! cada
dos años, sí… un masajito en los pies no, porque ya me he quejado de que no
tengo, pero, bueno, entre todos estos reproches les agradezco que no hayan
reparado en mí porque yo sólo te estaba esperando a ti. Ah, sigues siendo una
belleza, ¿no te duele la cara en ocasiones? Vaya, no me hagas caso, la añoranza
me hace su presa tan fácil y esa es una tendencia que se acentúa con la espera,
¿no crees?

-Ha pasado tiempo.

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-¿Pero qué dices?, tú no estás en condiciones de hablarme del tiempo.
Qué sinvergüenza. Me prometiste con esos ojitos tan dulces que… ajam, acércate,
por favor, déjame sentir esas pestañitas, huy, dan cosquillas ricas, suavecitas…
que vendrías a visitarme pronto y créeme que entendí tu propósito en su correcta
dimensión: sabía que no te vería más que pasada una buena temporada, lo que te
tardaras en asimilar la impresión de nuestro primer encuentro, pero esto ya es
una exageración. Las cosas que te has perdido… y yo también porque, como
deberías saberlo, sólo podía enterarme por los rumores que cruzan la frontera y
me llegaban hasta acá porque si me hubiera devuelto jamás habría podido
regresar haciendo imposible volvernos a ver. Es una política muy estricta. Lo que
significa que podría haber venido cuando quisiera pues eso es lo que pasa con
las reglas muy rígidas, nadie las quiere y desaparecen en su propio triste
incumplimiento, pero decidí quedarme porque, siendo tú tan imprevisible, podías
aparecer en cualquier momento. ¡Y mírate!

-Lo siento.

-Olvídalo. Por ahora entérate de que ha vuelto a aparecer un satélite hecho


íntegramente de betún de vainillita y está orbitando ahora mismo y cualquiera lo
alcanza con un saltito divertido y he dicho vainillita porque es mi sabor predilecto
pero en realidad cambia al gusto de quien lo toque. Maravilloso, ¿eh? Y ni qué
decir de las lluvias de coco, tesoro, buenas para que tú y yo nos revolcáramos
bajo un montículo de cocada y para que me sorprendieras con la capacidad de
tus pulmones sumergiéndote hasta el fondo del fondo en busca de esas gomitas
de grenetina sabor a lagrimitas felices que tan ricas me saben. Pero creo que ya
ni sé de lo que hablo, si se me pasaba decirte que el oxígeno quedó abolido por
decreto el año antepasado, así que creo que te quedarías allá abajo saludando a
esos chicos guapos que desaparecieron en nuestras dunas de pan molido y que
viven tan satisfechos pues reaparecieron al instante pero ahora pueden volver
cuando, literalmente, se les antoja, a esa delgada línea rosa entre las croquetitas
fritas de ate de pera y las profundidades del coco tan compacto que se convierte
en barrita azucarada y luego en pastel, pero estoy jugando, pues tengo presente
que jamás dejarías de llevarme contigo para emerger juntos con toda la fuerza de

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un estornudo hasta los calurosos linderos de nuestro cielito verde, ¡verde!, justo
a tiempo para la precipitación de los lichis bañados en regaliz humeante. ¿Dónde
los bañan?, ese no es asunto que nos deba importar, pero te diré que desde hace
mucho hay asociaciones de Excelencias que se reúnen para deliberar si
provienen de alguna sabia matriz de jarabe caliente que una mañana de estas
vendrá a juzgarnos por nuestra glotona sensibilidad para hallarnos tiernos e
inocentes y unírsenos en el centro de una tostada especial regocijada con
mermelada de durazno y mantequilla, y las mismas polémicas se dedican con
idéntica pasión al caso de los membrillos en almíbar de guacamole, los pérsimos
dorados en hojas de menta o los bombones rellenos de cerecita agridulce
ahogados en salsa wasabi, y esta gente es tan terca, qué flojera, que incluso he
escuchado delirios que hablan de un caldero caliente y ausente que una tarde
expulsó un granito de azúcar mascabado y se fue lejos, lejos, a atender asuntos
más importantes, mientras dicho providencial granito engordaba hasta darnos lo
que tenemos hoy, incluido ese misterioso bloque de gelatina sin sabor que
creímos sólo se atravesaba a los turistas pero que ahora nos visita más
frecuentemente, según me han dicho, pero lo que yo pienso al margen de todo
esto es que no importa mucho el origen de nada, eso no cambiaría nuestro futuro
ni, lo más importante, lo que sentimos, que es, si lo meditas bien, lo único que
tenemos, pues esa flamita que sientes tan bonita en tu pecho es la única realidad
posible y, a despecho de lo que muchos gazmoños pudieran decir, debemos
compartirla para que se haga tan grande y densa y profunda y extensa que todos,
pero lo que se dice todos, la consideren visible y parte de sus vidas cotidianas y
la Auténtica Realidad de todo cuanto existe, por más que en los días que corren
nadie se percate de que aquí ha estado desde siempre y hasta disfruta el lujo de
permitir, para mayor diversión suya, que duden de ella, pero toda esta idea sólo
deriva de la necesidad de admitir que las calorías de nuestra propiedad y llegaron
para siempre y no hay nada que pueda cambiarlo. Sólo queda hacer que se
extiendan por todas partes pero en lo que se refiere a este lugar con tanto
concreto y hierro y fierritos y fierrotes y cemento y acrílico y en medio de las
ilusiones mentirosas del aspartamo y el acesulfamo me temo que sí se pronostica
muy complejo, dadas estas circunstancias y entre tanto tráfico que crece y crece,
instaurar con éxito el Reino del Empalago, especialmente cuando la sangre

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salobre se derrama, y te aseguro que en ese aspecto, lindura no nos has ayudado
mucho. Creo que sí es difícil lidiar con el rencor.

-¿Rencor?, ¿contra quién?


-Tampoco me hagas mucho caso. Es lógico que no es contra ti, pero desde
que se canceló el Programa Universal de Auscultación de Nichos Salados mi
posición por allá se ha vuelto demasiado vulnerable: se ríen de mí; languidecer en
esta forma y dentro de esta estructura formada por materiales duros e insípidos
debe parecerles muy gracioso, ¿no?, y es que cuando me asignaron a esta región
esta fue la salida más rápida que habrán encontrado pero no me pongo triste
porque de lo contrario, si las cosas hubieran funcionado muy bien y yo hubiese
cumplido mi encomienda entrando y saliendo a toda velocidad de este lugar tan
oscuro, entonces jamás te habría conocido. ¿Ves ahora que todo ocurre por algo?

-Espera un momento: tú me prometiste que yo sabría que pensabas en mí


según el color del firmamento, soleado si te acordabas de mi rostro y mi nombre,
nublado si me olvidabas aunque fuera por un momento, ¿o era al revés?, y la
verdad es que en todo este tiempo no se me había ocurrido levantar la vista y
pensar en ti. Hasta ahora, creo. ¿Qué es lo que ha salido mal?

-Ay, qué cielo eres, pero por favor no me digas que te creíste esa memez.
¡Tú no eras más que una criatura! ¿Qué podía decirte para evitar que te me
traumaras?, ¿que me quedaría en este agujero estanco durante años hasta que
una madrugada, tal vez, quizá, probablemente, se te ocurriera levantarte y venir a
verme?, ¡y asesinando a dos inocentes!, pues claro que no. De verdad que las
personas cambian, pero las personitas como tú conservan ese halo tan frágil y
honorable de quienes se instalan en la niñez eternamente, me lo dice tu cara tan…
hmm, estos cachetitos, cómo los quiero, qué bien los recuerdo, dos trozos de pan
esponjoso remojados en leche fresca… tan inocente aunque haya estado a punto
de salpicarse con sangre fea y salada que no tiene nada qué ver créeme, con ese
néctar circulando gozoso por la suavidad de las venas de los Fufitos, esos bichos
adorables, que se subieron a un promontorio de cebada, avena, trigo y salvado
que, adivinaste, se apareció de súbito, para contemplar desde allá las dos
explosiones atómicas con las que hace varias décadas este horizonte se cimbró,

18
aunque creo que desde aquí donde estamos nos hallamos más bien lejos, y ellos
consideraron que ambos hongos rojos estarían constituidos por centros de
mermelada de frambuesa tan letalmente dulces que creyeron había llegado la muy
vaticinada hora de salir disparados hacia acá e inaugurar una nueva época de
cereal azucarado masivo y feliz. Pero no fue suficiente, ya vimos. Aunque al
menos nuestros amiguitos se vieron y se siguen viendo lindos reproduciéndose y
reproduciéndose y perfeccionándose una y otra vez, atravesando el cartón
industrial mutágeno hasta las mesas bien puestas que coronan los desayunos
dignos de fotografías inolvidables que nos servirían para recordar sus
transformaciones en hordas de gallos, tigres, ranas, gatos amarillos y rosados,
jirafas púrpura, brujitas, momias, el Conde Chócula, abejas, un ñu con talante de
mamut, canguros, un tucán policromo, una tortuga con antifaz, un elefantazo
marrón, pingüinos, incluso El Llanero Solitario y un fantasmita con la barriga azul,
Frankenberry y una Robo-ardilla, un cocodrilo acompañado de su cazador: un
fino caballero inglés de monóculo bonachón y más y más, hasta donde tu ternura
te lleve a imaginar. Los Fufitos son así, tan naturales y acostumbrados a los
cambios allá desde donde me mandaron y tan seguros de sí mismos y
omnipresentes en este lugar, una dimensión tan necesitada de sabor y
tranquilidad como de azúcar y buen gusto, y qué bueno que estén por aquí
haciendo su parte.

-¿Y cuál es la relación de todo eso conmigo?

-Ninguna, pero es que a estas alturas ya no sé qué más decirte. Es curioso,


pero durante este largo tiempo suspendido que empezó oscuro hasta que tú has
venido a iluminarlo esta noche, además de las noticias y chismes que me hacen
llegar, mi pasatiempo y pasión siempre había sido, quizá lo sospeches, pensar en
ti pero en los términos de la charla que sostendríamos una vez llegado este
momento: si sería de día o de noche o si estos años te habrían sido leves y si los
habrías aprovechado muy bien, la ropa que usarías para venir a verme, pues
pronto comprendí que sería irreal esperar tu aparición enfundada en ese viejo
uniforme escolar con el que te conocí, o si tu rostro y tus modales habríanse
deteriorado conforme entraras en la vida cada vez más agitada que corresponde a
la edad que tienes ahora. Y no sé si te haya pasado, pero hubo noches en que…

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te está colgando una legaña de tu párpado izquierdo, quítatela, así, eso, no, no, ya
casi, si la sujetas con el índice y el pulgar, sin mucha fuerza tampoco, correcto,
muy bien… en que me atrevía a avanzar tanto con mis largos monólogos que de
repente ya estaba abordando temas realmente insospechados, al menos para mí,
¿me sigues?, y por eso, cuando todo se quedaba callado, creí estar alcanzando
nuevas cumbres de genialidad, despepitando proposiciones filosóficas que
seguramente no se le ocurrirían nunca a nadie, aunque la emoción me duraba
poco, porque es común que cuando no cuentas con quien oponer tus ideas con
amplitud, estas no se pueden enriquecer mediante la crítica. Es algo muy triste.

-¿No podrías haber platicado con tus amigos que te comunicaban los
chismes más recientes?

-Por supuesto que así fue al principio, pero con el transcurso de los
primeros meses, te diré que los más largos, su actitud se fue haciendo más
negativa, indagadora, y se volvió complicado inventar excusas y extensiones de
mi misión y nadie entendía lo que pasaba, y no me importa que hayan empezado a
desarrollar una animadversión en contra mía, pues lo que me deprime de verdad
es que me miren feo. Pero lo han asimilado y al pasar este periodo de natural
desconfianza vuelven a ser amables como antes, me visitan muy ocasionalmente,
no hacen preguntas, me comunican las buenas o malas nuevas y estamos
tranquilos.

-Hmm, ya veo. Me ha gustado mucho verte, pero creo que no me siento


muy bien. Me duele la cabeza y tengo frío.

-No tienes la menor idea de lo que has hecho, ¿verdad?, me queda claro
que no eres alguien que tenga el estómago de pasar mucho tiempo en la cárcel,
que hasta debe ser peor que este agujero, ni tampoco de salir huyendo de la
sensación de saber que en cualquier momento te atraparán.

-Bueno, no, no, es que no sé muy bien qué pasó y…

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-Te precipitaste, cariño. Pero no importa, a mí me conviene más que las
cosas discurran así porque ahora ya no te queda más opción que venir conmigo,
adelante, vámonos ya…
-No sé, por lo que me dices me da la impresión de que ni tú tienes el
control de las cosas que pasan por allá. No sé, a lo mejor ya no te quieren tanto
como antes y hasta a mí me va mal, ¿verdad?

-¿Pero qué tonterías estás diciendo?, lindura, mira… a ver, trae acá esas
manitas, ay, qué heladas se te están poniendo… mira, una vez que estemos del
otro lado, todo será como antes, tendremos la facultad de suprimir todo el tiempo
que transcurrió con el Mecanismo Físico de Conversión del Universo Gusano,
curvaremos una dimensión completa parra transportarnos en un instante de un
extremo al otro de nuestras percepciones para recuperar todos estos años de
desolación y todo volverá a empezar para nosotros allá y esta espera habrá valido
toda la pena para mí, aunque de hecho ya lo vale por tenerte aquí de regreso,
¿qué me dices?

-Sinceramente, no me parece que todos estos años hayan servido para


esto, es decir, ahora recuerdo, o creo que recuerdo, pero porque tú me platicas
cosas que quizás inspiran otras que me hacen cree que alguna vez pasaron, pero
visto de ese modo, no sé si hayan sido ciertas para mí, y yo sólo me levanté
porque quería ir al baño o algo así, pero heme aquí y he hecho cosas que…
además, ya me está doliendo mucho la cabeza e ignoro lo que en realidad pueda
estar pasando. Estas cosas de las que me platicar las siento presentes pero no
me hacen sentir nada, o sea, como que sí noto que de verdad ha pasado mucho
tiempo y ese es el gran problema.

-Te estás confundiendo, déjame explicarte…

-No. Eh, mejor olvida lo que he dicho, por favor. Es un poco


desconcertante que me digas que has esperado tanto tiempo por mí, y si yo
supiera que me mientes hace rato que te habría echado en cara tus embustes y
me habría largado pero ignoro qué es, en qué consiste la relación que tuvimos y
me lo pregunto porque allá, muy lejos, muy adentro de mi mente hay algo. Algo,

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sin duda. Como cuando te detienes por muchos minutos a disfrutar un sabor que
solo conociste en la niñez, por una sola vez, y que nunca había regresado a ti,
¿sabes cómo? Aunque un sabor así no corresponde con los de la comida que me
has mencionado, pues más exactamente es una sensación caliente y salada, ¿sí?

-Salada, ¿eh?, lo que pasa es que la culpa empieza a carcomerte y no es


para menos: asesinaste a dos personas que bien podrían ser justo como tú, con
pesadillas y grandes dudas, espero que algún día reflexiones sobre eso. Por el
momento lo más importante es que desaparezcas, ¿y cuál es la mejor forma de
hacerlo?, esfumándote en un hoyo negro como este. Hmm, tesoro mío, todo ha
funcionado a la perfección esta noche. Ven, ya no hay tiempo qué perder.

-Un momento, ¿cómo sé que tú no lo provocaste todo y que me hiciste que


me levantara, viniera hasta aquí, hiciera eso tan horrible que acabo de hacer y
llegara hasta este agujero para reconocerte a ti?, es decir, bien podrías haberme
manipulado a mí como a muchos más. ¡Qué miedo! ¿Para qué me quieres?, esto
es una abducción, ¿no es cierto?

-Abdu¿qué?, diantres, corazoncito, tranquilízate y haz memoria, te lo


suplico. Recuerda: la mitad de la mañana perdida como todas en el jardín de
niños, la visita sorpresa de la directora acompañada del inspector de zona y de
otro señor con un lustroso traje gris y la charla brevísima sobre la ciudad con sus
grandes edificios donde papi y mami consumen sus vidas (o donde trabajan
todos los días para comprarte cosas lindas, como más te guste) y la llegada de
un camión amarillo al patio de la escuela al que subiste feliz para poner aquí tu
piecito por vez primera, cuando corriste hasta este pasillo precisamente huyendo
de tu profesora y del ruido y nos encontramos tan rápidamente como para que yo
sólo alcanzara a planear entregarte al Cuerpo de Producción de Bombones
Extraordinarios para que pasaras tus años más mozos en el fondo de un
bizcochito de chocolate con dulce liquido en el centro en el que serías educado
con toda dulzura, es obvio, ¿no?, por alguna delicada Fufita que de osa glotona
en una caja de cereal pasara a transformarse en una réplica idéntica a mamá. Qué
maravilla. Qué dicha tan grande.

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-¿Alguna vez se te ocurrió que yo deseara eso?
-Ay, por el amor de Cracker Jack, serénate de una buena vez, que desde
hace rato estás hablando como un personaje de novela. Parece que ya no tienes
nada de bueno qué platicarme, evidentemente.

-No, creo que no. Más bien me parece que no debí ni abrir la boca desde un
principio.

-Tesoro, no te imaginas lo que significa para mí que hayamos platicado. Ni


tampoco sabes de qué forma empiezo a desdibujarme desde este momento…

-¿Por qué?

-Porque está claro que no serías tan feliz como yo lo espero si vinieras
conmigo. Tal vez te diría que hay demasiada sal en ti, si no sonara tan ridículo.
Así que no quisiera insistir más pero no puedo evitarlo: para ahorrarme esta
contrariedad sólo te advertiré que a partir de esta noche puedes seguir viviendo
como si nada hubiera pasado, como si no nos conociéramos (que de cualquier
forma yo sé que es algo imposible de creer, sobre todo para mí, bombón), pues yo
no dejaré de pensar en ti y en el instante en que, cuando menos te lo esperes,
vaya por ti y en menos de lo que se dispara un segundo te transporte hacia acá
por siempre, ¿entendido?

-A eso me refería con “abducción”.

-Lo que sea, y el punto que estoy tocando es que mi intención al esperarte
consistía en recibir de ti la atención de acordarte de mí, sin importar en medio de
qué condiciones, y si hubiera ido a por ti desde el principio todo habría sido
diferente y más triste, sin importar la felicidad que hubiese puesto a tu
disposición. Por eso, ya podrías sentirte libre de conducirte como más te plazca,
al fin que tienes la seguridad de que sí existe otro mundo después de este. El mío,
corazón de melón.

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-¿Te digo algo y me lo crees?, yo ya sospechaba eso desde hace mucho,
contigo o sin ti.
-Eres un tesoro malo, pero no me importa. Me perteneces y ya no hay
manera de escapar. Disculpa la rudeza pero sólo quiero que vayas
acostumbrándote a la idea de que estamos destinados a pasar la vida, la vida que
no espera, viéndonos las caras.

-Eso suena un poco aburrido. Oye, disculpa si rompo el encanto, pero


estas paredes ya me están inquietando. Es raro, hace unos momentos ni las
notaba y ahora siento que me van a aplastar.

-No te aplastarán, te lo aseguro, es sólo que necesitaba meterte hasta aquí,


conmigo, para verte mejor… pero qué ojos tan tristes y rojos tienes, primor… y lo
que pasa es que ya te aburriste de mí. Y yo no les llamaría paredes, exactamente,
recuerda que has entrado, te he introducido, en mi pequeñísima guarida, que no
me puedo imaginar para qué usos fue planeada por aquellos días en que se
planeaba terminar de construir este edificio, ¿lo sabes tú?, y me parece que no es
más que una caja que casi asemeja un féretro de piedra bastante incómodo.
Perdona la comparación pero así es como me he sentido desde que te fuiste y me
quedé aquí, en un plano intermedio donde…

-Ay, por favor, eso ya me lo has repetido más de cien veces en este rato.
Ahora lo que quiero es salir, si no te molesta mucho. Desde afuera te puedo
seguir platicando, si quieres.

-No exageres, te pido, y vamos aclarando algo, que por una razón más te
traje hasta aquí, una razón técnica, si te parece, y es que una vez que salgas
perderemos contacto y además ¡no me interrumpas!, qué feos modales has
desarrollado… y yo que les decía a todos por allá que cuando me distraía todo se
iba al cuerno… en fin, tan sólo una pizca de saludable orgullo profesional, jocoso,
¿no?

-¿Y ese fue otro de tus parlamentos solitarios durante estos años?

24
-No tanto, sólo cuando te imaginaba a la deriva de todo y lejos de mi
cuidado, y en mis peores momentos me convencía de que sin mí no podrías llegar
a nada bueno. Y no me equivoqué.

-Mira, te juro que ya no soporto la cabeza, te ruego que me dejes salir y te


prometo que desde este momento estaremos en contacto, ¿sí?

-¿Quieres que te acompañe algún Fufito? Puedo llamarles, eso sí.

-No, gracias, jajajaja, no… mejor esperaré para saludar a los que vienen en
las cajas que tengo en casa. Ayer que compré cereal de fibra con pasas aritos de
trigo sabor manzana. No te molestes.

-Lo que me tranquiliza es que una vez que estés conmigo tendrás
oportunidad de aprender que con eso no se juega, dulzura. Por lo pronto, puedes
ir pensando en lo que vas a decirle a los señores de uniforme cuando vayan a
buscarte, pero no olvides que cuando las cosas se pongan peor, iré por ti, no te
preocupes. Acá te corregiremos amorosamente, vida mía.

Y estaba fuera de nuevo. Con su cuerpo de tamaño regular, y ni hablar de la


oscuridad de la caja tan dura como una piedra y otra vez fría como las emociones que
momentos antes ahí se habían caldeado en el cero absoluto. Tampoco había ningún
dolor de cabeza, por fortuna. Sólo un picahielo en el piso para tomarlo y correr a toda
pastilla desde la negra recepción en obra negra hasta la calzada y de ahí enfilar directo
a casita, que el pavimento estaba hecho de lava y cualquier paso lento podría significar
hundirse en la perdición salada del canto de sirenas del rojo y el azul girando sobre sus
ejes, y si por un momento hubiese volteado a mirar atrás se habría quedado de piedra
ante la visión de tres o cuatro Fufitos agrupados en una alegre escolta que a su avance
dejaba céfiros de jarabe de maíz antes de encararle para expresar sus deseos de
buena suerte en esa nueva vida que brevemente estaba iniciando antes del carameloso
renacimiento prometido. Infortunadamente, el último fufito que se le apareció no estaba
preparado para enfrentar su ráfaga de mal humor y miedo reconcentrados en el
acongojado filo escarlata que lo derribó como el amanecer derriba la cortina de
terciopelo azul profundo que cobija a las calles

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3

Por la razón que sea, rememoro mis días en el Instituto iluminados por un cielo de
nubes gordísimas cuya tonalidad iba y venía del gris lluvioso al azul turquesa del agua
estancada en las alcantarillas bajo nuestro edificio. Eso no significa que de verdad el
clima siempre permaneciera inalterable sino que todos los recuerdos trascendentes de
aquella época se me proyectan ambientados por la amenaza de una fabulosa tormenta,
y he terminado por creer que el sentimiento de cómoda protección que ocasionalmente
me embargaba a la mitad de la jornada cuando me metía a la oficina de Camila a
acurrucarme en su gordo sofá era la calidez de los objetos suaves y duros que me
rodeaban por montones en cada rincón de la oficina y que por permanecer siempre en
su mismo lugar, fueran libros, computadoras, sillas, cuadernos anotados o en blanco o
la cafetera, eran inmóviles garantes de que todo estaría bien bajo la felicidad de los días
grises.

-Ya era hora de que saliéramos a comer a un lugar bonito, ¿a que sí?

-¿De qué estás hablando, Andrea?, si no es más que un bufé corriente. Muy
corriente.-Perezgrovas estaba aumentando de peso por esos días, y con una rapidez
tan alarmante que me daba risa pero por más que pensaba no se me ocurría una forma
de abordar el tema para preguntarle qué era lo que lo hacía infeliz.

-Pero al menos se come rico y abundante, ¿no creen?

-Hombre, pues sí, la comida es muy rica y, ¿saben qué es lo mejor?, que tienen
una salida de emergencia. Eso es algo que no se ve mucho de donde venimos. Y
tienen camarones a mogollón, eso es aún más raro.

-Jajaja, buen punto, pero cuida que no te oigan los chicos de Rectoría, darling.

-No te preocupes, Andreíta, te juro por mi honor de Doctor en Estudios


Socioculturales que todos los caballeros de la Academia de Ciencias Sociales de aquí
en adelante te protegeremos a ti y a tu noble Instituto de cualquier adversidad. Salud.-

26
Paquito debía tener problemas si llevaba todo el rato difiriendo la botella de cerveza y
ahora brindaba con un vaso de té recién vaciado.

-Creo que ya es hora de que cada quien tome un plato y vaya a servirse. Esta
morsa sentada en la mesa contigua no se ha bañado desde que la sacaron del agua,
¿no?

-Hablando de eso, Francisco, la razón por la que quise invitarlos a comer es que
quiero tratar el tema de la relación del IIS con la Academia en un lugar neutral. Yo sé
que entenderás…

-A la orden, mi generala, soy todo oídos.

-Además, la señorita del mostrador nos está viendo feo. Me imagino que
considera que ya hemos hablado demasiado.- Y viene acompañado de la hembra y de
sus dos morsitas. Hmm, veamos… ocho sillas en total, para mayor comodidad.

-¿Y eso qué?, nosotros pagamos por nuestro plato y tenemos derecho a estar
aquí. Total, si algo le molesta, que se case.

-Edgardo, espérate, esto es importante: Francisco, lo que más me preocupa en


este momento es que el Departamento de Investigación Académica aumente la cuota
de publicaciones para el registro de presupuesto. No quiero sonar muy pragmática ni
nada parecido, pero es que necesitamos el apoyo para mantener la planta de
investigadores y las suscripciones de los boletines para traducción que son el recurso
que actualmente nos permite tener cierta presencia en el sector, así que, como sabes,
en Rectoría están muy satisfechos con la propuesta de la Academia para absorber a
nuestra publicación y quiero decirte que de verdad agradezco la oferta, pero no sé hasta
que punto eso significaría la interferencia sobre nuestra línea editorial, porque tampoco
quiero que desde el Instituto lleguemos a trastocas las actividades de la Academia,
porque lo que sí tengo claro es que nosotros seguiríamos haciéndonos cargo de la
mayor parte del contenido, ¿qué tal? Es por eso que hace dos semanas propuse que se
creara un Consejo Editorial conjunto para supervisar y editar el material. Se trata de una
mayor colaboración, sin duda. Es algo que nos conviene a todos.

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-Bien, básicamente estamos proponiendo un cambio de administración. No será
nada complejo ni problemático en términos de recursos humanos, pues nuestra
propuesta incluye una colaboración conjunta de tus investigadores con la Academia,
que además estaría dispuesta a adaptarse a sus necesidades y brindar una mayor
facilidad para que puedan concentrarse también en sus horarios de clase. Por esta
razón habilitaríamos un sistema electrónico para el envío de textos y colaboraciones
para así librarlos de la necesidad de permanecer en las instalaciones del Instituto. Sin
cubículos ni espacios reservados, aún cuando lógicamente mantendrían su sueldo de
tiempo completo intacto, nos encontraríamos con una considerable economía de
recursos.

-¡Pero lo que usted está proponiendo es la desaparición del Instituto!, ¡qué


atropello!

-Edgardo, si quieres, en un momento lo discutimos. No nos pongamos radicales.


Francisco, ¿no sería mejor implementar ese servicio exclusivamente para los asuntos
de la Revista?

-¡No olvidemos que la mayoría de nuestros académicos están retirados de la


docencia!

-Yum-yum, ese arroz frito con camarones amaneció muy tentador, ¿no es
cierto?, y las pechugas del pollo kung pao parecen más doraditas que las de nuestro
bufé del Centro Comunitario. No puede ser, ¿la familia vecina está discutiendo?, ¿un
pleito dominguero en pleno miércoles? Grandioso, quiero ver cuando muestren esos
colmillos de cincuenta centímetros.

-Andrea, toma en cuenta esto: no sólo es un problema presupuestal que se


arreglaría en las audiencias del Consejo Universitario. La visión de las nuevas reformas
estructurales considera vital que los índices de productividad vayan a la par de una
administración eficaz de insumos e instalaciones. Empezar a ligar las funciones
esenciales del Instituto de Investigación Sociológica con la labor que nosotros
realizamos sería el primer paso para la optimización de recursos bajo nuestra
supervisión. No es nada del otro mundo.

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Nunca volví a comer ahí, pero lo recuerdo muy bien. Cada detalle se grabó en
mis ojos con prístina crueldad. En ese instante me sentía desfallecer de hambre en
medio de esa cháchara tan intrascendente a la que la desconsideración de Andrea nos
condujo y Perezgrovas, con su camiseta barata de tianguis desentonando con la
mezclilla horadada de sus pantalones, debía hallar muy satisfactorio ponerse en ridículo
profiriendo su indignación frente a Paquito, polo Ralph Lauren rosa y gafas Oliver
Peoples, y frente a Andrea, vestida de Nanette Lepore para un encuentro tan definitorio
en nuestras carreras profesionales, sin mencionar a la gruesa familia que nos cubría la
retaguardia y que, lo juraría, había llegado a bordo de un automóvil con los asientos
delanteros cubiertos con camisetas de saldo (“Fear this!” y “Harvard Class of 1998” ) y
cuando sentía que un vahído me atrapaba entre las miradas electrizadas de Andrea y
Paquirri empecé a repetirme que lo último que habíamos ido a hacer era comer, ingrata
suerte.

-No nos apresuremos, Paco, tal vez el Departamento no abundó en detalles


cuando fuiste a hablar con ellos, pero tenemos pendiente la conclusión de proyectos
para presentar en la Revista como artículos seriados y mis investigadores están muy
optimistas, especialmente el doctor Galván y el doctor Cedillo, que por fin han terminado
su estudio sobre la influencia del mosquito en las variaciones de los hábitos alimenticios
y que inciden en la sexualidad veraniega de los pizcadores de algodón en el Valle. Así
que sin duda aún hay mucho que decir. Podemos tomarlo como un reto conjunto.

Un tema fascinante. Y sentí como si el puñetazo en la nariz malcriada del hijo


menor de La Morsa acaecido inmediatamente después de las palabras de Andrea se
hubiese descargado en mí al levantarse el sujeto de su mesa plato en mano dejando a
la mujer que sorteara sola con el berrinche de la cría. Debía sentir tanta hambre como
yo y eso quería decir que cuando yo me dirigiera finalmente a la barra ya se habría
llevado todo lo bueno.

-Es horrible que los padres golpeen a sus hijos, pero que lo hagan en público no
tiene nombre, en serio. Andrea, vacaburra estúpida, por la tontería que más quieras en
esta vida, te lo suplico: fírmale a “Francisco” las escrituras del Instituto y comamos ya…

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-Doctor Beauregard, con todo respeto, en mi posición de sub-director de la
Revista debo decir que la proposición de la Academia llega en un mal momento para
todos. El señor Rector acaba de iniciar su mandato y es lógico que haya reacomodos,
pero una convulsión del tamaño de la que usted sugiere desequilibraría la estructura del
Departamento en lo general, y del Instituto en lo particular, sobre todo si consideramos
que el Departamento de Rectoría permanece acéfalo mientras se realizan las
investigaciones a su ex-director. Una acusación de malversación de fondos no es
cualquier cosa y sus subalternos están muy nerviosos realizando auditorias en todos los
centros de investigación. Lo mejor sería no inquietar al resto de funcionarios y, en última
instancia, a la opinión pública.

-Andrea, disculpa, ¿podemos empezar a servirnos? Vamos, mi querida babosa,


no te atrevas a decir que se te fue el apetito, que nos acapararán los camarones.

-¿Cómo?, ah, sí, seguro que podemos, adelante, ve. Francisco, Edgardo, ¿no
van a comer todavía?... bueno, está bien, mira, ya que te has levantado, a mí tráeme
solamente un platito de arroz blanco y una limonada, ¿de acuerdo?-Una intelectual
carilinda pero preocupada, hambrienta pero tan discreta en medio de una catástrofe que
podía entretener a su estómago con cualquier minucia. Así ha sido siempre nuestra
queridísima Andrea, con sus facciones bajo el sudor helado y las manos tratando de
ocultar un ligero temblor.

-Desde luego. ¿Es que Paquito está sonriendo mientras bebe su segundo vaso
de té de cortesía?, ¿jaque mate?, ay, no, aquí viene un bochorno…

-Oye, tú, de una vez tráeme dos rollitos primavera. Llévate mi plato.-
Perezgrovas, por su parte, llamaba a la mesera con la autoridad que le hubiera dado
pedir una comida corrida en vez del buffet; prefería evitar la fatiga. Siempre.

(Como si cada cosa fuese bañada de improviso por la claridad de una epifanía,
las sensaciones pueden ajustarse con perfección a las formas: un plato, un tenedor, las
lámparas adornadas con motivos en rojo o el terciopelo de la alfombra desbordado por
millones de pelusas de formas geométricas que jamás conoceremos, y en semejante
simplicidad radica la comunión del Yo, y un poco menos la del Tu y la del Él mucho

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menos, con la realidad; disponer de la realidad es una facultad que se nos revela en
contadas ocasiones, cuando nuestra distracción nos concede otear a través de las
membranas pegajosas que cubren nuestros ojitos. En este lugar nos contemplan cuatro
enormes murales que representan escenas pastoriles de una China que acaso, cómo
saberlo, no existió jamás ni tan sólo para alimentar la imaginación inexacta de sus
autores aniquilados por la memoria selectiva de la humanidad. En cada escena una
leyenda y, debo confesarlo, nunca he sido muy inteligente, pero cada caracter
embrollado se me presenta tan amigable que insiste en revelarme, para desolación de
los comensales que nunca lo sabrán, el sentido de los gritos que estos signos nos
lanzan mientras velan nuestro bon appetit: “El verdugo empuña el alfanje por la tarde,
cuando la montaña se esconde”, “Desaparecer mientras haya tiempo”, “No importa lo
que hagas, la cola del zorro siempre se mojará”, “Se pronostican fuertes precipitaciones.
Nada de salir sin abrigo”.)

-Ándale, m’hijo, ‘ora es cuando. Ve nomás qué camaronzotes.

-Uff, se ven bien buenos.

-Pero cómo no. Órale, te caben dos en cada mano, mételos rapidito, bien, llena
las bolsas del pantalón y también la de tu camisa, eso es, ¿puedes llevarte uno debajo
de cada manga?, así, perfecto, no te vayas a quemar, sale, yo acá llevo los míos, cómo
no. Listo, campeón, ya la hicimos por hoy.

-Sí, apá. Qué buena onda.

Me puse a pensar en las negras fumarolas que expulsara la tartana


desvencijada que La Morsa habría estacionado fuera del bufé y me sentí mucho mejor,
pero cuando recordé las burbujitas de mi saliva sanguinolenta (porque acostumbro
lavarme los dientes a conciencia antes de cada comida, o por lo bajo llevar conmigo un
par de metros de hilo dental, si me gusta cuidar mi cuerpo, qué se creen) chorreando
sobre el capeado crujiente de los que iban a ser mis camarones regresó a mi pecho esa
familiar pero elusiva sensación de que el bien siempre tendría que imponerse sobre la
desesperación y deseé con toda la fuerza de mi corazón que la gran actitud de Paquito
le fuera leve a nuestra directora.

31
-…resumiendo, así acaba el asunto, comunícaselo a tus académicos y nos
vemos el próximo semestre, ¿sí, Andrea?-Alcancé a escuchar a Paquito cuando
regresé y dio por terminado el encuentro, sin esperar por el postre. Su porte era tan
avasallador y profesional que imagino que todos olvidamos el hambre y yo me quedé
sin comer. Se hacía tarde.

Sería vano tratar de hallar trascendencia alguna a la conversación que


sostuvimos de regreso al Instituto, una vez que observamos al “Doctor Beauregard”
abandonar el estacionamiento a bordo de su Chrysler C300. El trayecto se resumió en
los quejidos de Perezgrovas in crescendo impidiéndome escuchar algo que escapaba
de los labios de Andrea, no menos angustiada, mientras salía de la avenida del
restaurante para ingresar a la calzada. En medio del sofoco, bajé mi ventanilla.

-Por una de estas calles fue, más o menos, proveniente de las torres gemelas.
Dios mío, nadie habla de otra cosa el día de hoy.

-Excepto Beauregard, evidentemente.-Eructó Perezgrovas.

El viento que golpeaba mi nariz, fresco e inerme, se sometía a mi imaginación


para asignarle su procedencia, porque el cielo, por una vez de ese gris tan claro, no
podía ser de este mundo sino de otros: Spokane, Vancouver o incluso los Hamptons.
Un bonito lugar donde la aridez diera paso a mi copa de suave vino blanco, si me
gustara beber.

-¿Qué dices, Andrea? Porque si esta ciudad ostenta el primer lugar nacional de
suicidios no ha de ser por sus limpios amaneceres.

-¡Los asesinatos!, qué horror, un loco que se metió a las torres gemelas
abandonadas y acuchilló a los veladores.

-Fue con un picahielo, es diferente. El muy tarado lo olvidó a media calle.

-¡Y de una manera tan horrible!, en la cabeza y….

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-Les hundió el pico en las cuencas de los ojos y les hizo picadillo el cerebro.

-Ay, por favor, basta, Edgardo, qué terror. Malditos locos.

-Fue sólo uno, según dicen las averiguaciones, y no se detuvo ahí, sino que a la
salida siguió el mismo procedimiento con otros cuatro infelices que se encontró en la
calle.

-¿Fue antes o después?

-No creo que importe, pero la policía dice que los mató después de los veladores
y desapareció. A ellos los apuñaló en el estómago, con mucha saña. Eran vagabundos.

-Vagabundos o intelectuales, estamos hablando de cuatro vidas invaluables que


fueron segadas por un trastornado, ¿te enteras?

-No quise decir eso y lo sabes, pero aunque nos indignemos esas son cosas que
siempre van a ocurrir, como parte de un impulso que está en nosotros. Es como dijo
Voltaire: el hombre es el lobo del hombre. La verdad, no sé de qué se sorprende tanta
gente.

-Disiento de tu opinión, Edgardo, pues si bien es cierto que los actos antisociales
como este se hallan presentes en toda la historia de la civilización, es nuestra
responsabilidad concientizarnos para influir en el contexto donde nos ubicamos en pos
de lograr la revaloración de la preciosa vida humana y así alcanzar una sociedad más
justa y, en consecuencia, más libre. Por otra parte, me parece que es Hobbes a quien le
debemos la cita que nos acabas de compartir. Arrojamos una piedra al charco…

-¿Y tú te crees esa barrabasada?

-Edgardo: en realidad, todos necesitamos creerlo. …y vemos saltar a la rana. Mi


pechito se hincha de orgullo. En definitiva, ya no tengo ganas de saber más del asunto.

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-Tienes toda la razón, Pifia, la prioridad fundamental debe ser un cambio de
mentalidad para transformar a nuestro mundo.

-Sí, Andrea, y he opinado sabiendo que a veces no es fácil decir ni mucho


menos pensar lo que es correcto. Tú sabes, las pasiones humanas y todo eso. Cretina,
cretina, cretina, cretina…

Séxtuple homicidio. Una de esas noticias para pasarse por alto porque
parecieran el argumento que se recicla en veinte películas de acción serie “B”: un
asesino y su arma blanca que se torna roja. La sangre justa para que el público la
disfrute y sacie su sed de algarabía antes de volver a casa, manteniendo a salvo a sus
familias. Lo mismo aplica para el entretenimiento que nos ofrecen los periódicos y, a
diferencia del poco elegante caso de Perezgrovas, creo que merezco algo de crédito
cuando digo que así será por siempre. Qué remedio. En teoría, todos necesitaríamos de
una válvula de escape pero, por el bien de nuestra sociedad, debemos conformarnos
con la tapa sudorosa de una olla a presión que se limite a sólo amenazar con elevarse
hasta el techo un día sí y el otro también. Esa era la función que desempeñaba mi
relación con el buen Kerouac, como le llamaban (o se hacía llamar por) los gamberros
de la misma Facultad de Ciencias y Humanidades de la que yo egresé y que fungió
como mi asistente durante los años en que despaché junto al cubículo de Camilita.
Kerouac se presentaba en el Instituto todos los lunes y miércoles para “asistirme” en
todo lo que necesitara o se me ocurriera en cumplimiento de las actividades de su
Servicio Social y posteriormente de sus Prácticas Profesionales: preparaba mi café,
fotocopiaba completo cualquier libro que yo le ordenara para matar nuestro tiempo,
mullía el cojín estampado de animalitos que colocaba en mi silla, bajaba por mi comida
china y, por supuesto, su inglés se había perfeccionado tanto desde que a los catorce
años tradujo Satori in Paris en su cama de hospital tras atropellarle un camión la noche
en que salió huyendo de casa para ir en busca de su iluminación interior que traducía
cada paper que se publicaba en nuestra muy insigne Revista con brillante ortografía y
mejor concordancia para mayor gloria del IIS, de Camila y mía.

Aquella tarde, tras volver del infausto almuerzo en el bufé, Kerouac me emboscó
con su habitual sonrisa halitosa y me escoltó a mi cubículo, entusiasmado por la
novedad:

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-Qué escandalazo, ¿verdad?, lo mejor fueron los primeros tres días, en serio
que no sabe de lo que se perdió, en la escuela hasta improvisaron una mesa redonda
sobre seguridad y el estado de los valores de la sociedad y esas cosas que tienen que
ver. Fue en la mera fecha en que usted y la licenciada estaban en Los Ángeles para lo
de la conferencia de Güilons, ¿no?

-Giddens. Anthony Giddens, Kerouac. He podido leer un poquito del caso en los
periódicos, pero trataré de no informarme de más porque luego sufriré pesadillas, te lo
juro. Jodido patán hijo de la Madre Tierra, ¿cómo puedes comprobarme que no has
sido tú, durante un “trance malviajado”?

-¿Usted cree que haya un serial killer suelto por la zona?, y si así fuera, ¿se
limitaría a ella como siguiendo un patrón?

-Wow, ¿quién sabe?, en caso de que semejante enfermo acechara por ahí,
nuestra ciudad saltaría a las ocho columnas de todo el mundo. No te sorprenda que
después de un año o dos cualquier tiburón de Hollywood viniera a filmar su película
aquí. Una derrama de dólares sucede a una derrama de sangre. Siempre es así, a
todos los niveles, está claro.

-De fábula…- Asimismo, Kerouac lucía muy simpático relamiéndose el bigotillo


grasoso, saboreando cualquier idea excitante.

-Por lo que a continuación te propongo un ejercicio igual de emocionante:


visualízate como miembro de la familia de uno de esos infortunados hombres. ¿Es que
esos lumpen eran tan descarados como para tener familia? Que vergüenza. ¡Si ellos
son los que más se reproducen!

-Sí, lo siento, perdóneme si soné muy desconsiderado.- Y su mirada tan ingenua


se caía hasta el piso. El único temor de su espíritu libre era un regaño. Por eso los
imaginaba donde no los había.

-Oye, no te preocupes, todos hemos visto muchas películas. ¿Ya me tienes


listos los dos artículos que mandó la Universidad de Austin? ¿Qué significa ese morral

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hippie sobre mi silla?, ¿otra vez lo que estoy imaginando?, ¿cuánto tiempo ha pasado
desde el último permiso que te di?

-Ya casi los termino, y precisamente sobre ellos tengo una duda. Encontré en su
escritorio una nota de la licenciada Zubiri donde le avisa que no han sido aprobados por
el consejo evaluador o algo así. ¿No quiere hablar con ella primero?

-No hace falta, ese no es ningún problema para nosotros. Considera que sólo
para ser recibidos por el Instituto ya fueron filtrados por una serie de requisitos formales
estrictos. La opinión del consejo no es más que un detalle técnico. Termínalos cuanto
antes, por favor. Pues todavía tienes que pasar por la copiadora mi nuevo Diccionario
de Sociología, por ambos lados.

-Seguro que sí, cuente con ello.

Claro que el horario de Kerouac era el más conveniente para todos. Que
únicamente acudiese a trabajar los dos días de la semana en que Camila salía a dictar
cátedra en mi querida Facultad me permitía un amplio margen de maniobra con el que
podía recapitular todo mi trabajo pendiente y así “agendárselo” de tal manera que
aprovechara al máximo sus dos jornadas semanales de asistencia técnica con la
máxima discreción.

-Ehh, disculpe, una cosa más, ¿qué posibilidades habría de que me permitiera
salir temprano?, lo que pasa es que Naomi se presenta hoy en el Teatro Universitario
porque es la graduación de su curso de danza polinesia y van a montar un baile de gala
y, pues, bueno, ya que prácticamente he acabado por esta semana, quisiera pedirle
este favor especial, ¿sí?-Me asaltó Kerouac cuando alzaba su infecta mochila de mi
silla para tomar asiento.

-¿Porno, Kerouac? Ninguna posibilidad, zopenco. En absoluto.

-¿Qué?... ¡¿qué?!

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-¿Por no tener que concluir artículos tan extensos como estos?, te aseguro que
valdrá la pena, la licenciada Zubiri no pondrá objeciones de ningún tipo. Te tengo. Para
siempre. En cuanto pidas tu tercer permiso discutiremos eso que tienes la confianza de
guardar bajo tu llave en el último cajón de MI escritorio, so capullo.

-Oiga, no, no es eso, es solamente que… mi novia… pues…

-Tranquilo, chico, tú eres muy bueno en esto, ya sabes que puedes tomarte las
tardes que quieras, sólo avísame. La tal Naomi… una guarrilla de su misma estofa…
jamás pensé que volviera a presentárseme esta situación. Demasiada confiancita.
Todavía me repugna acordarme del sabor de la franela que me coloqué en mi boquita
cuando le avisé por teléfono que el traductor estrella del IIS había sufrido una overdose.
Vaya ocurrencia, pero es que la entrega de las traducciones era para el día siguiente y
no llevábamos casi nada, y la Revista no estaba en condiciones de tolerar sus planes
de una visita anticipada al cine. Por lo demás, un movimiento estratégico de mi parte.

-¡Yujú!, ¡gracias, usted es súper dúper! Por las traducciones ni se preocupe, que
ya casi están listas. Nos vemos!- Y Kerouac salió a trompicones expulsando un tufillo
ácido.

Quien labore en la academia no debería desperdiciar la ganga de los asistentes


ofrecidos por los programas de Servicio Social. Son tan dóciles, y si se te ponen “mala
onda” siempre puedes llamar a Servicios Estudiantiles para que los metan en cintura
desde las listas de calificaciones de sus maestros. Pero yo encontré a un muchacho
excelente.

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Un buen chico

Subo las escaleras de las que parece surgir otra línea de escaleras y luego otra con los
escalones más pequeños por cientos, por miles hasta la nausea y sé que mucha gente
me está mirando pero no me importa; los escalones se reproducen puntuales al tic-tac
de mi desesperación y yo deseo llegar a la cima, desde luego, pero no quisiera porque
presiento que en cuanto lo haga me lanzaré con todo mi espíritu para quebrarme la
cabeza contra el piso ya que ahora regresa a mi pecho la convicción de que nuestra
existencia debería acabar en momentos muy determinados (por el azar, la tristeza, la
impotencia, pero sobre todo por la certeza de que llegamos a un punto en que la vida ya
no cambia de carril pese a las cosas anheladas por largo tiempo que de repente pueden
o no aparecer: ahora se me aparece una, muy tarde, a cuya ausencia ya me había
resignado con un aire de superioridad) para no tener tiempo de arrepentirnos por errar
en nuestras decisiones: las elecciones correctas se agazapan bajo velos de colores
prohibidos, empolvándose junto con nosotros. Desde que lo vi creí que las cosas serían
diferentes pero me arrepentí: nada es diferente, y mientras mejor estemos conscientes
de ello se vuelve más complicado invocar las sensaciones bonitas de antes, las
ilusiones de los paisajes desenfocados por la pasión, aunque nunca me ha gustado esa
palabra que encierra mucha charlatanería, e igualmente nunca había pensado que fuera
verdad la vieja sospecha de que hubiera algunas personas dotadas con el poder de
volvernos a trasplantar, cada vez, con sólo mirarlas, a esos campos nebulosos donde la
única brújula son los corazoncitos emocionados pero siempre tristes, en el fondo, y es
que desde tiempo atrás, a través de mis actos y menos por mis palabras, he deseado
que todos sepan muy bien algo de lo que al parecer nadie más está enterado: la única
salvación, de la clase que sea, está en nuestras mentes y de ahí nunca saldrá a
materializarse, y ahí donde nos posamos podemos pudrir las raíces y acedar el néctar:
no importa cuánto nos acerquemos a nuestro más acariciado deseo, siempre estaremos
solos. En ningún tiempo ni lugar específico aprendí nada de esto. No hubo un proceso
de ensayo y error, pues tomé como ejemplo a las peores (y más reales) de las
experiencias y a partir de ellas empecé a generalizar, y luego me di cuenta con alegría
de que la realidad se revelaba de a poco tal y como la imaginé, y darse de frente con
esa verdad es una auténtica bendición para alguien como yo…

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-Hola, muy buenas tardes. Renato Puig. Soy becario de la Academia de
Ciencias Sociales y vine, vine a… ¿qué?... ¿qué le pasa? Descanse, por favor, ¿está
sudando tanto por haber subido esos pocos escalones?, ¿quiere que llame a alguien?

-No, por favor, estoy muy bien, todo el problema es que vengo descubriendo que
no tengo muy buena condición, ¿eh?, y como que estas escaleras ya han decidido
empezar a reprochármelo.- Tu rostro hermoso, lo recuerdo muy parecido desde mis
añoranzas más queridas, tan luminoso que no puedo menos que encontrarme en ti. Me
parece que ahora, por primera vez, me cubre la sombra protectora de alguien que me
ama sin imaginarlo siquiera.

-Ah, bien, en fin, como le decía, vine por encargo del doctor Beauregard para
charlar con la directora y con usted, pero como no están, quisiera entrevistarme con el
doctor Anzaldo. Soy el encargado de cotejar los programas de trabajo y proyectos de
investigación y revisar los ajustes necesarios para su homologación con los de la
Academia, usted sabe, en caso de que para finales de semestre se apruebe el Edicto
842/B.- Ojos muy oscuros, diríase que sin pupila, nariz respingada y altanera,
seguramente harta de la concupiscencia de su carnosito labio superior. Ropa ordinaria a
juego con la actitud pobre-pero-decente del pelo relamido con gel apestoso a aquella
sustancia con gusto a plástico lejano que desde mi segunda dulce infancia, creo, no
había vuelto a oler y que creí haber perdido para siempre. Entonces, ¿en algo tan
simple como esto consistiría la química?

-Perfecto. Seguro que el doctor Anzaldo le apoyaría, pero siento informarle que
ahora se encuentra trabajando en la Biblioteca Nacional en Madrid. Sepa usted que es
muy amigo de Doña Rosa Regás, quien le ha expedido un nuevo carné de investigador
nada más saber que se quedará por allá hasta el próximo mes. Érase una vez una
chica de piel muy pálida, casi tanto como la tuya, aunque la de ella no la imagino tan
tersa, que vivía al pie del lecho hospitalario de su marido, aterrada por la idea de verlo
morir, pero, de repente, más agobiada aún, de que lo que en realidad estaba esperando
no era su recuperación milagrosa, sino el momento en que finalmente desapareciera en
un rápido suspiro. Le aterrorizaba admitir que ese evento era el que daría sentido a
todos los meses de, precisamente, agonía, y que entonces todos los momentos de
aflicción sólo serían validados por la muerte y no por una chapucera remisión del mal…

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-¿Quién?, ¿cómo dice?, disculpe, pero creo que no estaría cumpliendo con mi
trabajo si no le preguntara de dónde ha salido la autorización para llevar a cabo ese
viaje. Justo en este momento, ¿de qué se trata?

-Lamento no poder ofrecerle mayor información. Pero me parece que el doctor


Anzaldo ha sufragado ese viaje de su propio peculio. Según tengo entendido, quiere
avanzar en algunas líneas particulares de investigación, para lo cual ha solicitado una
licencia sin goce de sueldo, no se preocupe. ¿Puedo invitarle unas galletas de la
máquina del piso de abajo? …aunque se niega a pensar en ello, la idea la fascina, con
lo que su sufrimiento se duplica, junto con el dolor de los estertores finales del enfermo.
Cuando se presenta el desenlace, ella descubre, bañada en lágrimas, que ahora está
sola, como siempre, y libre como nunca antes: sabe que es hora de tomar sus propias
decisiones y cuando se va a vivir al pueblo de sus suegro y este empieza a cortejarla
accede sólo para poder estar cerca del simiesco y ardiente jardinero…

-Mire, aquí lo que importa es que estemos en contacto con todos los
investigadores y administrativos del Instituto para tratar de empezar cuanto antes los
trabajos de entrega-recepción, es decir, claro, si el Edicto 842/B queda aprobado por el
Consejo Universitario, y necesitamos entonces que cada uno de ustedes esté disponible
para que, repito, en caso dado, tramitemos el traspaso de instalaciones.- No, sus manos
no eran tan amarillas, pero tan enervantes que podría tomarlas entre las mías y, por una
vez, ceder al siempre temido contacto con el Otro, con Otro que tenía boquita de fresa.

-Entiendo, ¿tú trabajas en la Academia? …y entonces ella empieza a


enloquecer por lo lerdo que es su hombre, o el que quiere que lo sea, un papanatas
cuyo único horizonte es juntar “unos centavitos” para regresar a su pueblo, con su
noviecita de pueblo, a participar en una de las fiestas del pueblo… pedacito de cielo
turbio, amarillento, de labios gordos, besables y bebibles. Tu timidez me desnuda y
reduce y enerva otra vez… ah, pero te decía, sí, nuestra chica no entiende que el chico
anhele volver a hundirse en la devota miseria de pueblo supersticioso, y aunque intenta
civilizarlo…

-Soy asistente del profesor Beauregard. Fue mi maestro en la carrera. Y bien,


¿con quién podré hablar?, sólo necesito una lista de los proyectos de investigación para

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enviarla a la Academia. Se realizará una selección de los más viables, en caso de que
se apruebe el edicto 842/B, le repito, de los que se podrían hacer cargo por allá.

-Mire, yo también usé jabón Nordiko para lavarme las manos durante algún
tiempo y se me hicieron esas arruguitas en los nudillos. Debe ser por los ácidos que les
ponen. Podría usar Dove durante un mes. Yo sí noté la diferencia. …nunca consigue
interesarlo por cosas como las corbatas o la utilidad de las servilletas. Eso sólo acicatea
su excitación. Se obsesiona por domarlo pero pronto admite su necesidad por ser
dominada, sublimada por el fuego silvestre de ese hermoso animal que la saque de su
burbuja helada y azul…

-¿Cómo dice?, ¿podríamos centrarnos en el asunto, por favor?, ¿podría


ayudarme?

-Seguro, aunque temo que no puedo facilitarle nada más. Yo tan sólo me dedico
a realizar algunas traducciones de artículos que nos envían en inglés. No tengo acceso
a expedientes, pero si quiere puedo escribirle a la licenciada Zubiri para que le agende
otra cita. …entonces, cuando convence a su orangután de que mate a su patrón para
huir juntos muy lejos, a su paraíso de sexo y miel, cargados de fanegas de oro, el tipo
titubea y ella, desesperada, mata a los dos. En realidad, descubría que la angustia que
sentía la llevaría con ella a donde estuviera, así viviese en el orden del sofoco lo mismo
que en el caos de un derrumbe…

-Hmm, bueno, sólo dígale lo que le he dicho, ella lo entenderá.- Zapatos Hush
puppies, qué monada!, los movía de atrás hacia delante, como el tic de su naricita que
se movía hacia abajo cuando hablaba: un bocado de chantilly caliente, perfumado con
colonia pirata de Antonio Banderas, si tan sólo hubiera podido acercarle mi rostro
encendido...

-Me parece excelente. Bien, ¿puedo invitarle un refresco? Creo que tanto usted
como yo necesitamos uno. ...¿Derrumbe?, ¿eso lo dije o lo pensé?, luego lo averiguaré,
como de qué novela saqué esa historia pero, mi querido, mi nuevo adorado con tu
chalequito lleno de rica caspita, convengamos, juntos, en que leer novelas es un
pasatiempo de idiotas que quita tiempo para cosas de verdad importantes, como

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recordarnos cada cinco minutos que nos tenemos y no nos alejaremos. Que vivimos
abrazándonos, felices por nuestro refrigerador lleno de comida congelada para
microondas y nuestra televisión con cable.

Bajamos a la recepción, a la máquina dispensadora de sodas. Le compré,


faltaría más, una lata de root beer. Qué maravilla, su sabor encajaba perfecto con el
caramelo de sus ojos. Pude verlo niño con su pijama de vaqueros disfrutando a
escondidas de una root beer nocturna. Yo despaché una coca-cola light y después, con
más calma, una segunda. Entonces me fijé en el cielo, era tan claro como casi siempre
pero esta vez no me pareció ofensivo en su radiante claridad. Ahora estaba en
compañía. Y agradable, para variar un poco. Sentí algo en mi pecho y mi vientre, pero
no era un sofoco desagradable, y tuve que mover mi rostro para refrescarlo y vi sus
antebrazos dorados por el sol. Me obligué a enfocar de nuevo al sol y luego a los
arbolitos del campus pero esta vez no había nadie, es decir, ahí la misma gente de
siempre, de aquí para allá y a veces gente que iba a pasear sin tener relación con la
Universidad. Patinadores, matrimonios con sus hijos, incluso un heladero. Pero, por
alguna razón, yo no los percibía, como que simplemente los estaba dejando estar sin
sentirlo, sin meterme con ellos en mi mente. Una sensación novedosa. La experiencia
pura.

-Hay otra cosa que me aconsejaron tratar con discreción. No sé si usted


conozca el tema pero quiero que se lo comunique cuanto antes a su jefa, si la ve antes
que yo. Se trata de los archivos sobre Andrés Guajardo. Pertenecieron al Archivo
General de la Nación y cuando se fundó el Instituto se negoció su traslado para acá.
Creo que es una situación similar a la de los archivos sobre Felipa Velázquez que el
Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad nos facilitó en resguardo. Me
dice el doctor Beauregard que ustedes, a diferencia de nosotros, nunca habilitaron un
espacio en su biblioteca para que todo lo relacionado con Guajardo fuera accesible a
consulta externa. De hecho, el doctor afirma que los mencionados archivos nunca se
guardaron en la biblioteca y, considerando la posibilidad de que apruebe el Edicto
842/B, esos archivos serían los primeros que se trasladarían, usted entiende, por su
gran valor.

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El viento, cargado de basuritas, me golpea; un grano de polvo me entra en el ojo
derecho. Al vuelo he captado algo sobre Guajardo, o los archivos, o sobre los labios de
este joven, este Puig. ¿Por qué no se relaja? Debería preguntarme cosas como el
tiempo que llevo trabajando aquí o qué me gusta comer o por qué no he dejado de
mirarle con fijeza.

-Cuando se apruebe el edicto, que es un hecho que se aprobará, ¿usted y yo


podríamos trabajar entonces en la misma oficina? Yo he realizado trabajos similares a
este y tal vez podría echar una mano. ¿Eso le gustaría? Tus patillas puntiagudas,
pobladas, no sé por qué me recuerdan algo en mí. En fin, a estas alturas ya no tengo
gran cosa que decir. Yo nunca fui hábil para hablar ni mucho menos armar un discurso,
nunca tuve nada qué decir tampoco. Ahora tú me recuerdas que no eso no es
necesario. Las palabras se pueden evitar a la luz de una mirada.

-La verdad es que dudo estar para entonces, puesto que sólo soy un becario con
el doctor Beauregard y no sé si usted quiera ir a trabajar allá. Con este asunto de la
addenda al edicto no sabemos dónde se les reubique a todos ustedes.- Renato dio un
largo trago a la lata y, aún cuando debía quedar en ella la mitad de root beer, la dobló
con su puño fuerte, tan blanco y suave, y la arrojó al bote de basura a un lado de la
máquina expendedora.

-No ha terminado su refresco. Ahora el viento se hace más fuerte y las nubes se
reconcentran sobre nuestras cabezas y me percato de la mayor atención que le he
puesto a los cambios climáticos: lo único que nos falta aquí es un huracán, aunque a mí
me basta el que se cierne en mi tierno corazoncito: esta criatura es el signo de mis
tiempos.

-Lo que pasa es que ya me voy. Temo que he pasado aquí demasiado tiempo.
Disculpe si le distraje de sus labores. Volveré mañana porque sí me interesa
entrevistarme con la directora. Nos vemos. Mucho gusto, de verdad.- Y dedicando sólo
un segundo para darme la mano, se retiró y yo no supe cuando se había ido de mí.

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-Bueno, entonces nos vemos mañ… Está bien, entiendo que tengas prisa. Ojalá
ese edicto nos dé oportunidad de volver a vernos un día de estos. Por cierto, ya que lo
has mencionado: ¿en dónde vamos a terminar? ¿Qué va a ser de nosotros?
Lo único que importa es el cariño. Es decir, podemos permitir que nos agobie el
vértigo mundanal de las estupideces de todos los días y seguir tan frescos si sabemos
que, al final del día, tenemos a alguien a nuestro lado que sea una roca para nuestro
corazón. El corazón y sus asuntos tienen muy mala prensa en un tiempo tan ignorante
como el que estamos viviendo. Las cosas bellas que nos podemos encontrar se filtran
por un prisma mucho más claro si nuestra conciencia está ocupada por el amor que le
tenemos a ese alguien especial. Es tan difícil encontrar a una persona así. Es probable
que el terror por morir en la soledad nos lleve a cometer desaguisados, pero lo único
que hoy te quiero decir es que yo he estado aquí, y no puedo olvidarte, y que aunque
yo no tenga cabida en el mundo que habitas puedes contar con todo lo que soy. Sé que
tal vez eso no te importe pero lo único que puedo responder es que al ser parte de lo
que ahora soy yo, tú te manifiestas como la evidencia de mi grito lanzado cual
dentellada de neón: ¡yo estoy aquí!, ¡yo existí!, y no hay nada más humilde que mi vidita
que has tocado sin darte cuenta, y mi temor a que esta magia que hemos sentido se
acabe me ha causado el prurito de no dejar que te des cuenta. Gracias por eso.

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Los días tenían la gracia de deslizarse por las paredes percudidas del Instituto para
terminar siendo idénticos y facilitar nuestra rutina. Cuando amanecía lloviznando un
delicado sopor se introducía al edificio y se elevaba hasta nuestros cubículos
proveniente de la Unidad 2 de la Biblioteca Central Universitaria ubicada en el primer
piso. Era delicioso visitarla en ocasiones y pasar las horas acariciando un volumen
amarillento que nadie leería jamás. Era un ejercicio de hipnosis. Descubrí que podía
poner al mundo a girar bajo mis pies para así trasegar las horas bajo un manto de
serenidad que se me hizo más claro llegando a la conclusión de que en ese lapso no
era capaz de pensar en nada. En mis esporádicos malos momentos creí que el costo de
percibir las texturas más suaves para tocarlas dulcemente consistía en la indiferencia
del resto de las personas y eso pesaba mucho en mi ánimo cuando, después de una de
esas escapadas y ya entrada la tarde, por fin subía al IIS y notaba cómo una nueva
jornada había concluido con regular fortuna sin que yo hubiese movido un dedo ni
entrado a tomar posesión de mi escritorio. Todo funcionaba y funcionaría por siempre y
todos desapareceríamos. Pero me reanimaba saludar a las caras de siempre y
reconocer en ellas a un gran equipo y retornaba a mi corazón la certeza de que
inclusive no volvería a haber nadie como el maldito Perezgrovas y que los bellos
recuerdos protagonizados con Camila y Andrea y los demás eran únicos e irrepetibles.
Nos lo habíamos montado bien.

Pero hubo una época en que las cosas se resquebrajaron a tal grado que yo no
paraba de sonreír al ver mi escritorio invadido de trabajo por hacer, mi teléfono
congestionado de gritos que de tan agudos se hacían inaudibles y el Instituto, en
general, paralizado por tanta actividad. Emociones para las que no estábamos curtidos.
Y ahora, cuando el polvo se acumula impunemente y ya no le podemos preguntar nada,
al recordar esos eventos siento algo que creí haber trabajado lo suficiente para no tener
que sentirlo nunca más: me ataca un deseo ineluctable de llorar por siempre, depositar
mi llanto en las manos contrariado y hacer lodo con él.

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En uno de los barrios marginales de la ciudad, ahí donde esa gente valiente y
recia que anda en harapos sabe sorprendernos con nuevas recetas de cocina con las
que se pueden aprovechar todas las partes de la rata, se levantó un anuncio
monumental de pilares de hierro, de cara a la carretera, quince metros por ocho de
lámina tintada con láser, presentando el perfume de Paris Hilton, alegre vista para
bienvenir a la ciudad a visitantes o paisanos de regreso y, según el caso, una invitación
a disfrutar la fragancia; un pretexto para alegrar un poco a los habitantes de nuestra
Cartolandia en crecimiento y que por desgracia no fue apreciado en su justa magnitud.
Le insistí a Camila que ni nosotros teníamos en el centro de la ciudad un espectacular
tan grande y bonito, pero se sentía indignada en cuanto tocaba el tema y la entiendo:
debía parecerle un tulipán transplantado a una maceta llena de heces. Sí, uno de sus
bonitos tulipanes blancos en honor a la tela (¿seda?, ¿organza?) inmaculada del
vestido strapless de Paris, del que no reconocí al diseñador.

En efecto, el anuncio gigante no debía significarle nada a nadie más que a sus
potenciales compradores y era una visión agradable para los cartolandeses que
levantaran la vista de sus pisos de tierra y sus catres asaltados por los ciempiés. La
vida seguía, para su desolación, y no recordé que esos desdichados seguían vivos
hasta que en la página tres del diario (que llevaban cada mañana y yo tiraba a la basura
para evitar una excesiva acumulación de papel en el reducido cuarto destinado a
nuestra hemeroteca) apareció una foto a colores del espectacular lanzando su sombra
benevolente sobre el barrio de cartón salpimentada con un pie que no desmerecía a la
toma bien enfocada:

“Sin importar que en Las Florecitas, la colonia más humilde de nuestra ciudad,
a sus habitantes no les alcance el presupuesto para comprar leche o carne,
la glamurousa [sic] Paris Hilton ha colocado [?] este cartel de enormes dimensiones
para publicitar su nuevo perfume más apropiado para los lujosos ambientes paricinos
[¡recontrasic!] que para un asentamiento urbano que día a día sufre por no hallar
solución a las necesidades más elementales”.

Foto y texto: Rogaciano Pérez Moroyoqui

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-Es despreciable, asqueroso. Mira hasta dónde nos ha llevado la insensibilidad
absoluta hacia las carencias de la gente humilde y, peor aún, hacia sus sentimientos.
¿Puedes imaginarte lo que sienten esas pobres personas cuando se levantan para ir a
trabajar, los que tienen la suerte de hacerlo, y ven que les han plantado enfrente un
insulto como ese? Simplemente indignante.- La adorable Camila golpeaba la hoja del
periódico con una intensidad variable según la violencia con que su sentido de
responsabilidad social la inundara durante tal o cual frase.

-Tienes toda la razón, y debemos tomarlo de quien viene: no es otra cosa que
una ofensiva más del desalmado mercantilismo empeñado en terminar de hundirnos en
el cenagal consumista. Por eso hoy es vital como nunca asumir y sostener una postura
crítica muy firme contra las iniquidades que nos azotan en las regiones más afectadas
por el monetarismo ortodoxo. Al menos Paris sí puede entrar en ese vestido, marrana
amargada.

Podía imaginarme bien a ese Rogaciano Pérez Moroyoqui. Gordo bigote negro a
juego con el vientre, manos demasiado encallecidas y olorosas a cobre y a fierro de
baranda caliente como para fluir con primor por el teclado. Axilas e ingles del pueblo.
Sudor que se ha vuelto amarillo por aburrimiento. La tierra es de quien se la lleva en las
uñas. Boca de fuego gorgoteando efluvios ambarinos de fin de semana desde el pecho
laureado con medallas papales y guadalupanas bendecidas por todas las abuelas
frijoleras desde sus tronos del centro de las salas levantadas con muros de cartón
industrial (y que seguirían hediendo a tortilla quemada con sal y jabón Rosa Venus
mucho después de que la familia escapara a un fraccionamiento ganado al gobierno por
acaparadores de terrenos), ojos hundidos bajo un gel blancuzco y brillante y, con
suerte, un paliacate despintado por los mocos asomando del bolsillo trasero del único
pantalón. Aunque también podría equivocarme. Y una cosa llevó a la otra: cuatro días
después los columnistas locales dedicaron sus artículos al asunto para referirse a la
carestía, al consumismo, a la iniquidad, al desempleo, a los niños panzones que
mueren en África (siempre en África…), a los indígenas, al capitalismo salvaje y,
seguramente sólo pensándolo, a la infame desventaja de las hipotecas por pagar y,
quizá, hasta al obstáculo irremontable que representa la belleza para el ciudadano de a
pie, y supuse que a eso se refería Camilina cuando hablaba del insulto que la mentada
pobre gente de Las Florecitas debía soportar y así descubrí que había mucha gente que

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compartía su opinión pues durante la siguiente semana no se habló de nada más y me
enfrenté a debates internos que cimbraron al Instituto en busca de las definiciones más
humanistas de la belleza humana en sus múltiples expresiones…
-En medio de este frenesí globalizador que, amén de nuestra identidad, ya
amenaza con arrebatarnos nuestra dignidad a través de una lluvia de productos
impulsados por la más insensible mercadotecnia, debemos detenernos a reflexionar en
que el crecimiento espiritual es inherente a la evolución humana y que sin un espíritu
fortalecido alumbrando nuestro interior no somos nada. Mírame a mí, que después de
mi cuarto infarto me hice más sensible al hecho de que la vida es una y que no la
podemos pasar paralizados mientras los grandes capitales nos bombardean con su
basura. Créeme, Pifia, nada bueno puede salir de las mentes de esos fríos
mercadólogos que ignoran que lo mejor está adentro. Por eso, en mi proyecto de
investigación actual busco hacer un estudio de recepción de los contenidos de los
cortos comerciales y su poder para desplazar en el cerebro de los receptores las ideas
alimentadas por nuestros valores más humanos y a los que puedes llamar tradicionales.
Ya me he puesto en contacto con el Departamento de Neurología de la Facultad de
Medicina y con la gente del Instituto de Psicología, porque vamos muy en serio,
llevaremos a cabo estudios a profundidad de los cerebros de los televidentes que
tomaremos como muestra, aunque por supuesto que cuidaremos que los resultados
obtenidos sean tratados en relación con modelos de estudios culturales que nos den
una idea de los factores que han hecho posible el estado actual del mundo capitalista,
seguro, porque tampoco se trata de ponernos muy positivistas que digamos, ¿qué tal?-
Martín Anzaldo, Sub-director del IIS, hablaba con tal vigor insuflado por la inesperada
emoción de los últimos días que me hizo temer por su corazoncito bonachón. Su
manaza derecha cortaba el aire viciado en el trayecto desde su frente perlada de sudor
hasta el pantalón de áspero género donde se la limpiaba sin recato.

-Doctor Anzaldo, debo decirle que me parece un proyecto brillante e innovador


que sin duda nos proveerá de datos con que trabajar durante toda una vida. Permítame
felicitarlo. Es muy lógico. Cuando pesas más de doscientos kilos por supuesto que lo
más importante tiene que ser lo de adentro, ¿verdad?

… y las asociaciones civiles organizaron mesas redondas como reflejo de la


súbita inquietud, fustigada por la prensa, que la opinión pública sentía respecto a la

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penetración de las marcas extranjeras en el mercado nacional. Estábamos ante una
nueva moda que nadie osaría llamar moda a riesgo de provocar sospechas de
complicidad con el Capital. Viejos conceptos desempolvados y discursos ardorosos y
conferencias de banqueta y en un parpadeo las múltiples izquierdas patrióticas se
habían unido a las derechas nacionalistas alrededor de una sola preocupación y
asaltaron las unidades universitarias, los parques, cafeterías, teatros comunitarios y los
estacionamientos de algunos cines y centros comerciales. Yo me enteré de la
progresiva fuerza tomada por los Comités de Sensibilización y Auscultación por
Kerouac, quien en un principio tomó parte de dicho movimiento un poco menos
activamente de lo que esperé, solo repartiendo algunos folletos que hablaban del valor y
la trascendencia de los individuos y la humanidad ofreciendo información teórica
tomada prestada a autores anarquistas, marxistas, ecologistas, cristianos new age,
esotéricos y metafísicos; un cóctel muy comprensible en los casos de organizaciones de
agitadores amateur que tenían como única idea rectora la certeza de que algo va mal,
muy mal para perder el tiempo investigando ninguna teoría a modo de sus bravíos
intereses, y por esos días me sentaba, como habitualmente, frente a mi escritorio con la
intención de cerrar mis ojos y sentir el flujo de los minutos y las horas y no era raro que
Kerouac entrase a informarme del nuevo giro ideológico diario tomado por el
movimiento y las acciones a seguir una vez que se había despertado la inquietud de las
autoridades municipales por una ocurrencia que había despegado desde las secciones
editoriales hasta numerosos foros cívicos donde las deliberaciones revolucionarias se
lubricaban con cerveza helada para estimular audaces planes de sublevación popular…

-Ni se imagina la que se está preparando en el Comité 4 Oriente: la gente del


Sindicato de Madereros, los que hace tres días fueron a los centros comerciales a
quemar publicidad de la vieja esa del perfume, ¿se acuerda?, ahora quieren entrar a
vaciar botes de pintura roja en los aparadores de esos miserables, aunque apenas
están decidiendo qué tiendas visitar porque hay que cuidar los recursos, pero de veras
que esto es solo el inicio de algo grandísimo, cómo no. Ya era hora, carajo, ya era
hora.- Mi querido Kerouac aporreaba mi escritorio mientras hablaba, sus dientes
chuecos adornados con la masilla de la comida de dos días, y quise creer que el
creciente temblor de su cuerpecito se lo debería a su vehemencia pero también a la
profundidad de mi mirada hueca, pues tengo que alimentar a mi ego, desde luego.

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-¿Tienes listas las copias de los tomos I y II de El Capital que te encargué?
Recuerda que debías reproducirlas en hojas tamaño doble carta de manera que
compaginen correctamente cuando las encuadernes. Pollo con piña, pato en salsa de
frijol con champiñones negros, arroz frito de res, hmm… un buen plato, vendrá bien
ahora que la lluvia está tan fuerte y necesito algo muy consistente y calientito, no siento
hambre, pero es que mis manos están muy frías.

… y entonces el alcalde empezó a ponerse nervioso. Sabía que no estaba


hecho para lo que se avecinaba, a pesar de ser sólo un berrinchazo de una duración
mayor a lo común, eso sí, por parte de algunos cientos de marginales, y le quedaba la
natural duda de que todo fuera una fabulosa estrategia propagandística en plena
campaña electoral donde su candidato sostenía una levísima delantera que con el paso
de los días se desplomaría hasta llegar a su punto más bajo la mañana del asesinato de
un anciano matrimonio a manos de una turba que protestaba contra lo que se ofreciera
y que allanó la casa de los viejos y los ejecutó para expropiar (como les gustaba decir)
sus propiedades a nombre de la causa, fuera la que fuese, y de pronto fueron dos o tres
miles de desposeídos, entre vagabundos, drogadictos de todas las especies, pandilleros
multicolores, jovenzuelos oscuros y, peor, simpatizantes más o menos radicales de los
muchos partidos políticos amontonados en el cajón de sastre denominado Frente Unido
Pluralista por la Salvación de la Identidad Nacional los que se acantonaron en las zonas
residenciales más próximas al Ayuntamiento (no muy lejos de la Unidad Central de la
Universidad y del Instituto) y así se dio inicio a nuestros ciento veinte días (fueron un
poquito menos) de Gomorra que terminaron una vez que Hermenegildo De la Uña, el
candidato del alcalde, logró imponerse con una ventaja de míseros ciento catorce votos
al candidato del Frente, y sólo entonces el gobierno municipal se atrevió a proceder
contra el polvorín, por el que se había disparado el índice de asesinatos, violaciones,
robos y secuestros, políticos o no, mediante una firme acción policiaca que se encargó
de perfeccionar, con la legitimación del Estado, todos los desmanes cometidos
provocando la ira de las asociaciones civiles y humanitarias que con inteligencia se
apartaron a tiempo de los planes patrióticos de los partidos frentistas que entonces
cayeron en la cuenta de que la derrota se había originado a causa de la desconfianza
ciudadana de última hora hacia ciertas medidas financieras y de política doméstica
propuestas desde su confuso proyecto de gobierno, produciéndose en consecuencia
una caída libre del candidato, Saúl Romayra, tres días antes de la elección…

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-Sabemos que hay muchos nervios y una gran molestia, estas elecciones han
sido otra de las farsas del alcalde y ustedes, como Instituto de Investigación
Sociológica, han de saber captar hasta las inquietudes más sutiles de la gente, sobre
todo de aquella que pertenece a las clases más desfavorecidas que son quienes le
dieron el beneficio de su voto a Saúl, un voto fundado en la esperanza de recuperar a
nuestra ciudad y poner orden en todos los ámbitos de gobierno, ¿sabe usted?, y por
eso consideramos que este Instituto puede ser un actor proactivo en la lucha que se
avecina para defender nuestro triunfo. Sepan desde ya que su apoyo intelectual y
prestigio académico será de incalculable valor para sensibilizar a los miembros del
círculo universitario con las que contamos para profundizar el sentido y la fuerza de este
amplio movimiento social.- Me explicó Ingrid Caballero, vocera oficial del FUPSIN
mientras me entregaba, a la puerta del cubículo de Camila, una invitación para que el
IIS organizara un debate sobre el particular. Un debate al gusto y necesidades del
incordiado candidato Romayra. Recuerdo que el sobre manila membretado estuvo en
mi bote de basura tanto como para darme cuenta de que no lo usaba y que jamás había
sido vaciado.

-Estoy de acuerdo con usted. La crisis que está destrozando a nuestro municipio
es inaceptable, y hablo por todos los integrantes de esta institución cuando le aseguro
que la esencia de nuestro compromiso social dimana de la solidaridad para con los más
desprotegidos integrantes de la sociedad. Para eso estamos, a final de cuentas,
ciertamente. Yo informaré de inmediato a la señora directora de esta generosa
oportunidad para apadrinar este foro de expresión destinado, qué duda cabe, a ser
histórico. Todos aquí en el IIS le quedamos muy agradecidos por esta muestra de
confianza y emoción social. Que tenga un buen día y estamos en contacto. El mes
pasado el doctor Perezgrovas, no sé si usted tenga el gusto de conocerlo, pero le
encanta leer el periódico de pe a pa, me convidó una de las páginas finales de la
sección principal donde se publicó una foto a cargo de Don Rogaciano en la que
aparecía el señor Romayra en un evento partidista abrazando a una mujer que no era
su esposa y que llevaba el cabello recogido con un broche de su mismo estilo y también
vestía blusa sin mangas y pantalón Carolina Herrera, aunque en esa ocasión agregaba
un saco. No sabría decirle más porque las caras se veían borrosas pero puede venir
cuando quiera a preguntarle al doctor.

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… y asistimos a la inauguración de una nueva etapa, una Resistencia que
mostró a la Alcaldía el grado de devaluación de su autoridad de una forma tan grosera
que el primer edil desapareció de la esfera pública para lo que restaba de su
administración mientras la gente del FUPSIN fue a la capital del país a reclamar su
triunfo ante las máximas instancias. En los diarios desfilaron fotografías de papeletas
con votos válidos que fueron cancelados en los recuentos distritales y que después
recuperaron su valor en la Junta Estatal para finalmente perderlo en la Suprema Corte
que, sobresaltada por el tono de nuestros acontecimientos, como el asalto de uno de los
sectores radicales del Frente a una Iglesia, donde hicieron volar el altar con bombas
molotov, falló a favor de Romayra ese mismo día (por sólo sesenta y ocho votos), con lo
que se hizo innecesaria la colaboración propuesta al IIS y urgente la presencia del triste
Hermenegildo en el Instituto Estatal Electoral para devolver su constancia de mayoría.
Al día siguiente hizo su aparición en el Parque De Los Héroes una mesnada de
bandoleros que se hizo llamar “Los amigos de la justicia” dirigida por un Joe Morgue,
como él mismo se presentó a la prensa con una carta retórica en la que no explicaba
nada, y de quien nunca se volvió a hablar al desaparecer tras el golpe único del
ahorcamiento de cuatro niños que pasaron una tarde balanceándose en las ramas de
dos árboles secos, y ya que nadie se asoció con el ataque, se convirtió en un evento
que proveyó a los bandos del Frente y del gobierno de una buena excusa para
recrudecer las hostilidades, y todos esperábamos un extrañamiento de las autoridades
federales por la escalada de violencia: operativos de la policía judicial e incluso un
destacamento del ejército o el dedo flamígero del procurador de derechos humanos,
pero nada de eso pasó y en su lugar sobrevino una onda cálida que humedeció a toda
la zona urbana para acompañar la inacción del gobierno municipal que, azorado por el
éxito de su ineptitud, lanzó la iniciativa del toque de queda para que fuera violado por
policía, frentistas, delincuentillos comunes y ciudadanos curiosos que apoyaban la
novedad llevando comida y ocasionalmente suministros de agua y piedras a su
contendiente favorito cuando las batallas urbanas que se extendieron hacia vecindarios
populares y que fueron a tiempo desmentidas tanto por el jefe de la policía como por
Romayra, para quien sus seguidores más apasionados no pasaban de ser “unos
criminales alborotadores” ajenos al Frente, el cual, como debía ser, reprobaba estos
hechos de violencia de los que no había otro culpable más que el alcalde, contra quien
se protestó con firmeza en un acto multitudinario en el Valle (la campaña de “Saúl” se

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había lanzado en un mitin en Las Florecitas), en el que se exigió la conclusión
adelantada de la administración municipal y a donde se acarreó a una horda feliz de
desposeídos de la patria que recibieron su refresco y su emparedado de rigor por
persona para que aplaudieran con renovado vigor y entre los que tuve que moverme
para cubrir el evento por una orden especial de Camila y Andrea que se habían
propuesto adornar el último número de la Revista con una crónica crítica del mayor
suceso político de actualidad…

-¿Quiere probar un trozo de chicharrón?, está rebueno, con su chilito y limón,


mire, bien crujiente, ¿oyó?, se deshace, como que es de hoy.- Me dijo, mientras me
acercaba la lasca grasosa hasta casi tocar mi cara, un obeso moreno, camiseta rota y
sudorosa que le dejaba presumir un ombligo seboso, que despachaba como vendedor
ambulante de botanas derivadas del cerdo, a la entrada de la plaza ejidal donde se
verificó el convite, y no sé quién olería peor: él o su carrito, en el que guardaba su
indigerible mercancía. Quizás ambos cooperaran.

-Se lo agradezco, pero no, gracias. He visto un documental donde muestran el


trato que dan a los cerdos en los mataderos. Al parecer, los operarios experimentados
se vuelven un pelín más juguetones de lo conveniente. A las cerdas agresivas les
arrebatan a sus lechones para electrocutarlos frente a sus ojos con cables pelados y no
siempre sobreviven. También les dan patadas y a los machos los cuelgan de ganchos
para que se desangren hasta morir y, no conozco mucho sobre la organización social
de esos animales, pero creo que han de elegir al macho alfa o algo así para
engancharlo ante el resto de los marranos y si esto no es suficiente los encierran a cada
uno en jaulas especiales que no les permiten ningún movimiento y no dudan en dejarlos
morir si estiman que así les queda claro quien manda, a pesar de que al final todos
mueren. Todos. Gracias de cualquier modo. Y si el voltaje les ha sabido a poco a los
lechoncitos y siguen llorando, asustados e irritantes, la cerda es abierta en canal junto
con sus crías y ahí acaba el problema. La piel restante del animal, que pronto se
convertirá en chicharrón, permanece caliente y sus cachorritos se acercan a ella en
busca de calor antes de la cuchillada final, un relámpago, y de eso ya hace mucho
tiempo y supongo que las normas de calidad se habrán endurecido y ahora se contrata
a otro tipo de personas. Y no me mire así, que no somos iguales y yo le hablo con toda
seriedad.

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… y a media tarde, leído el llamamiento a la renuncia digna del alcalde y a la
restitución de la paz en todo el territorio municipal, se quemaron algunas efigies
irreconocibles cuyas flamas exacerbaron el entusiasmo de los asistentes que se
animaron a disparar una miríada de fuegos artificiales que darían un recibimiento
ensordecedor a cinco camiones repletos de regalos, algunos pocos envueltos en
celofán rojo, para rifar entre los convidados en un sorteo democrático que garantizara
que nadie se fuera a casa sin nada entre las manos y que yo no saliera de ahí sino
hasta tres horas después de lo que había calculado. Con todo, debo confesar que fue
muy entretenido presenciar la lluvia de obsequios, cada uno de ellos recibido con
aplausos a los que, es obvio, yo me uní con auténtico fervor para celebrar la alegría que
se regalaba con cada presente, se tratara de planchas, tostadores, wafleras, cafeteras,
ositos de peluche, juegos de cubiertos, jarras de vidrio o plástico, teléfonos
inalámbricos, dos televisiones, vasos, platos para ensalada, vajillas de porcelana o
plástico, estampadas o no, máquinas portátiles de coser, una consola de videojuegos
que no identifiqué, discos compactos, calculadoras, plumas, lápices, cuadernos,
borradores, el Santo Prepucio, mochilas, loncheras, tijeras, tazas, servilletas de tela,
mesitas, portavasos, mini-equipos de sonido, lectores portátiles de CD, relojes de
muñeca, relojes de pared, cuadros con paisajes o con pinturas naïf mal reproducidas,
con carteles de películas, con la foto del Papa anterior y del actual, llaveros, bandejas,
cubos Rubik, camisetas, camisas, calcetines, una caja de condones, una Piedra
Filosofal, un refrigerador cuyo ganador acudió a reclamar montado en un caballo cagón,
antenas de conejo, videocaseteras, sandwicheras, hieleras, sillas para jardín, tarros
cerveceros, abanicos, floreros, pistolas de agua, la mamá de Satanás, radios portátiles,
pelotas de fútbol soccer, fútbol americano, básquetbol, volibol, béisbol, tenis, albercas
inflables, juegos de jardinería aficionada, mangueras, cuatro asadores para carne, tres
hornos de microondas o de la edición de lujo de Economía y sociedad, el rollizo
mamotreto de Max Weber, que Romayra envió a Andrea como una atención personal
del burgomaestre electo a la distinguida socióloga que poco antes se había adherido al
clamor del Frente por el cese de las hostilidades que entonces llamó “guerrilla urbana”
en un programa radiofónico...

-Considero que la preocupación cívica del Instituto de Investigaciones Sociales


[¡sic!] ante los sufrimientos del pueblo durante los meses que antecedieron al

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reconocimiento de nuestro triunfo rotundo ejercieron un papel determinante en el ánimo
de importantes segmentos de la población que se volcó apasionadamente a defender el
Estado de Derecho mediante diversas expresiones de la voluntad ciudadana. Sirva este
pequeño detalle para enviar, a través de su honorable señora directora, mi saludo, el
reconocimiento de nuestra alianza partidista y mi compromiso de establecer una
relación muy cercana con ustedes en cuanto asumamos el cargo. Sólo una cosa más:
¿usted cree que este presente le agrade?, porque apenas ayer me lo sugirió mi
asistente y de veras quisiera su opinión.- Inquiriome el líder mientras se recargaba feliz
en mi cuerpo tras un abrazo dos segundos más largo de lo normal. Su pecho olía a
desodorante rancio y a caballo fatigado.

-Señor, es un regalo precioso con el que nos honra. Un símbolo de su voluntad


inaugurando una nueva época para todos. A nombre del IIS le extiendo una felicitación
con los mejores deseos de éxito. Vamos, Saúl, ánimo, que te las tienes que ingeniar
para darle a tus huestes lo que les gusta: menos impuestos, horarios extendidos en
cantinas y burdeles, derogarles ese bando que les prohíbe el sexo consensuado con
menores de dieciocho años y la creación de otro palenque donde liberen testosterona
viendo a dos gallos descuartizarse. Hazlo o la gleba te pondrá bajo la cola de ese
caballo.

... y sin ganas de enterarme de más aventuras como las que relataban los
simpatizantes recordando los días de asalto contra el gobierno, salí del lugar con el sol
como un gajito anaranjado desapareciendo con tanta decisión que parecería no volver
nunca. Eso fue lo que deseé cuando lo vi. Mi chofer, quien no merece siquiera que
mencione su nombre, me preguntó si tenía hambre y yo le dije que moría por pastelillos
de vainilla rellenos de crema de cajeta. Habría que ver la cara de apuro que puso el
desdichado y el hilillo de voz con que me contestó: “por aquí no hay nada de eso, pero
si quiere le doy uno de mis sándwiches de huevo con chorizo”. Nos llevó cerca de dos
horas llegar hasta el Valle. Dos horas de descamisados y bicicletas y casuchas
rebosantes de indias descalzas y embarazadas. Muchas polvaredas inestables. El año
anterior debí acompañar a otro docto señor de la Universidad Nacional por esta misma
ruta, camino de regreso a Tijuana, cuando se le ocurrió que paráramos para bajarse y
sentir el polvo en su lengua “y conocer la esencia de esta tierra’. Así lo hizo y fue feliz.
Kerouac también, aunque nos llenamos de polvo y yo no pude expresar mi indignación

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porque ahí me percaté de lo diminutos que éramos todos, de lo imperioso que era
trabajar para dejar nuestra marca en el mundo; era desolador saber que ya era muy
tarde para cambiar el rumbo de mi vidita: simplemente ya no tenía fuerzas y un mundo
mejor nunca acabó de asomar esplendoroso desde una lejana dimensión, por fuerza
más prometedora, ajustada a mis fantasías. De pronto y sin mi autorización me hallaba
en el corazón de la dinámica del intercambio social sin más alternativa que ofrecer mi
mejor sonrisa y seguir adelante, hasta el fin. Y sin haberlo podido prever de ninguna
forma. Pero, recapitulando, encontraba que la realidad no era tan fácil como fue (en el
reino de mi imaginación, muchísimo tiempo ha), ni tan difícil como pudo ser
(despachaba mi trabajo desde una posición cómoda y hasta el sensacional Kerouac era
feliz por estar conmigo, en una empresa que exigía muy poco esfuerzo). Nadie se daba
cuenta de que el mundo estaba a punto de estallar y, por ende, desperdiciaban
preciosos minutos, meses y años en divagaciones sobre mundos posibles y mientras
tanto la vida pasaba…

-No sé si en las tiendas de abarrotes vendan eso que usted quiere. Aquí sólo
hay productos básicos, pero si está de acuerdo puedo bajarme a preguntar.- Mi chofer
se agitaba mucho. Un mes más tarde falleció víctima de un infarto fulminante porque no
era feliz. Yo quise advertirle de los signos fatales que se dibujaban en su cara (un
hipopótamo inmemorial que emergía de su labio inferior para devorar a la mamá de tres
gimientes gatitos, en la base grasosa de su nariz) pero no me atreví. Cada quien debe
afrontar solo su destino. Posteriormente me arrepentí mucho, porque me había quedado
sin chofer.

-Ay, ¿sería posible? No quisiera molestar pero es que de verdad tengo mucha
hambre. En esta carretera hay al menos diez tienditas que se ven llenas de muchas
cosas. ¡Las conté! Seguramente encontraremos algo muy rico. Y no te voy a dar nada,
porque no serías capaz de disfrutar de mis pastelitos al nivel en que yo lo hago.
Décadas de huevo con chorizo, frijoles refritos y caldo de papas te han dejado
incapacitado para ello.

… y así nos fuimos, aquel miserable apeándose del auto cada diez o quince
minutos, preguntando por mi caprichito y regresando con el rostro afligido, los mofletes
perrunos le bailaban flácidos con la respiración entrecortada, a preguntarme si deseaba

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otra cosa. No le contestaba y seguíamos nuestro camino. No tenía el atrevimiento de
comprarse nada porque sabía que así no eran las reglas y era una persona muy bien
educada como para comer en mi hambrienta presencia. Yo no tenía sed y por eso su
torso estaba hecho una sopa en la noche húmeda. Se removía en su asiento, nervioso,
y había perdido el interés por alguna charla banal. Para romper el mutismo le conté la
historia de ese desgraciado alumno de mi maestro Solchaga que forzó a su renuente
novia a sostener relaciones sexuales. La tipa quedó muy lastimada por los golpes de
ese energúmeno que la amenazó con comerse sus pezones de un mordisco y por eso
corrió a denunciarlo con su hermano, un matachín de Villa Vanguardia, barriada vecina
de Las Florecitas, quien con su caterva de patanes cocainómanos secuestró al niñato y
lo montó en un Honda Civic 1995 (sí, y lo hizo rápida y furiosamente) para llevarlo de
paseo por la misma ruta por la que ahora circulábamos y donde yo tiraba al vacío
silencioso el libro de Weber junto con dos envolturas de caramelo de limón, hasta
subirlo a la zona más alta de la sierra La Rumorosa, para desnudarlo, atarlo y hacerlo
entrar en un tonel metálico que fue llenado de cemento hasta el cuello del infeliz, a
quien abandonaron a la buena de Dios, por usar una expresión de Camila, con la
satisfacción del deber cumplido. Me exaltaba mucho siempre que podía relatar esa
historia tan feroz, pero mi chofer dejó de escucharme. La noche había caído sobre
nuestras cabezas y el automóvil avanzaba muy lento. En medio del sofoco decidimos
quedarnos callados…

Se me olvidaba: en esa congregación de simpatizantes en el Valle fue donde por


primera vez se habló de la pena de muerte. Parte central del comunicado del FUPSIN
en favor de la paz y el progreso ponía el acento en la necesidad de establecer
mecanismos para redimir al pueblo de las afrentas que históricamente estaba sufriendo,
no sólo por parte del Ayuntamiento, como era visto, sino por el caos social que, ya sin
mencionar siglas, era denunciado como el origen de todas las tragedias que los
ciudadanos habían padecido sin merecerlas. Allanamientos, secuestros, asesinatos,
violaciones brutales, “expropiación” de las propiedades de cientos de familias para
sufragar la Resistencia y repartirse el botín restante, bandas de criminales que habían
esperado la oportunidad de adueñarse de la ciudad bajo el apoyo de sectores radicales
del Frente o del mismo Municipio: ofensas que debían ser cobradas, aunque fuera en la
carne sangrante de unos cuantos pobres diablos condenados en una lotería mortal bien
legislada, para la representación simbólica del pueblo ejerciendo una justicia ciega que

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no conociera de partidos políticos y tuviera la discreción de no importunar a los
dirigentes de la coalición en el poder. Justicia por fin. Me sigue sorprendiendo mucho
observar el sentido que tomaron los acontecimientos, la aparición y afianzamiento del
estado de cosas que permitieron esos meses desquiciados y la clase de sociedad que
heredaron sin que durante o después de ese proceso nadie recordara la prehistoria del
movimiento popular, cuando algún ocioso revolucionario se animó a cambiar el mundo
en que vivía y desde el fondo de su cenagoso pozo de rencor tomó una placa a ese
letrero espectacular de Paris Hilton instalado al borde de la carretera. Y ahí sigue.

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5

Recuerdo vívidamente las amenazas de Paquito hasta el día de hoy y cuando me


concentro lo suficiente vuelve a escalofriarme su voz chillona decretando nuestra
desaparición entre fórmulas de cortesía académica insinuándonos que nosotros ya no
teníamos utilidad en el orden universitario de los primeros meses del nuevo Rector y,
por qué no, del heroico Saúl Romayra, de quien Paquito se presumía cercano (“voy a
quedar bien parado, pero que muy bien: la hermana de un amigo del padre del alumno
de un primo de la madre del prefecto de la preparatoria donde estudia la hija del
asistente de uno de los colegas del profesor que dirigió la tesis de maestría del
padrastro de la tía del novio de la capturista que ayuda al editor del Jornal ¡es la esposa
del nuevo alcalde!”) y que había practicado un acercamiento indecoroso a las
actividades de la Universidad haciéndose invitar a las ceremonias de graduación,
inauguraciones y eventos deportivos que fueran cubiertos por la prensa institucional y
local así como para fungir como jurado de honor en los consejos editoriales para
evaluar la publicación de las obras aplicantes a la Convocatoria Anual del Libro
Universitario, a pesar de algunas protestitas apagadas de ciertos docentes quienes
antes que imparciales centinelas de la autonomía universitaria eran exfuncionarios
municipales que cifraron en Hermenegildo sus esperanzas de no tener que pisar un
salón de clases por el resto de sus vidas. Al correr el segundo mes de las
administraciones, que arrancaron paralelas, la mitad de los investigadores adscritos al
IIS fueron dados de baja y los vejetes, felices, enviados a cultivar la polilla a sus casas
con goce de pensión vitalicia y de unas ilegales compensaciones retroactivas por cada
tres meses dedicados al servicio de la institución. Sin que la brutal oferta de Paquito en
el restaurante se repitiera nunca más ni en voz baja, al quedar vacíos un buen número
de cubículos (asimismo, no todos los académicos registrados en el Instituto trabajaba
dentro de sus instalaciones) se ejecutaron trabajos de reducción y redecoración para
habilitar las oficinas de la Dirección Central de Intercambio Estudiantil y el hedor a
pintura fresca manchaba el aire dificultándonos el pensamiento mucho después de

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terminadas las adecuaciones. Durante unas buenas semanas no tuvimos problema para
seguir las labores diarias del Instituto a más del inconveniente de que las imprentas
elevaron los precios (la gasolina estaba al alza y, junto con ella, todo lo demás) hasta
latitudes inalcanzables para el gradualmente más humilde presupuesto de la Revista,
que vio transmigrar su portada, en su primera edición posterior a las vacaciones, del
decente cartoné a una simple hoja de papel de veinticuatro libras de densidad que la
emparentó con los pasquines de chismografía romántica de las escuelas secundarias.
Pero era todo lo que había. Si descontamos al eventual Kerouac, las únicas personas
que en la práctica manteníamos en pie al IIS éramos Andrea, Camila, Perezgrovas y yo
(Anzaldo pronto se mudaría a la Academia, que le ofreció un mejor sueldo y condiciones
para efectuar su mema investigación) y los maledicientes que nos visitaban se burlaban
basando la sentencia a muerte del Instituto en tal circunstancia. Había vida ahí donde
no podían verla: los investigadores que restaban eran catedráticos distinguidos y
atareados que enviaban cada fin de mes los avances de sus proyectos al correo
electrónico de Andrea para ser revisado por Camila, quien era, hay que decirlo, una
mujer admirable que fue mi roca desde el primer momento y que, en una de esas tardes
tontas y para mi infortunio, empezó a cuartearse por la desilusión. Supongo que todos
nos sentíamos igual.

-Pifi, creo que nunca te lo he preguntado, pero… en fin, dime: ¿qué esperas de
la vida?- Camila yacía en su silla reclinable y, como en la escena de una azul película
dramática, me hablaba dirigiendo su mirada a la ventana.

-Bueno, Camila, me imagino que lo mismo que todos. Superarme, hacer muchas
cosas y todo eso. Por ahora mi mayor interés es sacar adelante al Instituto. No, por
favor, no, Camila. Este lugar está muy silencioso, no es el mejor momento para una
actitud melancólica. El mundo se está cayendo, así que mínimo deberías encender la
radio.
-No me respondiste. Mira, sobra decir que todos tenemos sueños, podemos
compartirlos o no, pero he estado pensando mucho en ti, ¿sabes?, en que casi no
conocemos nada de ti. Sí, ya sabemos que eras brillante en la escuela. El doctor
Solchaga te adoraba. ¿Te dije que él fue mi maestro? Así es, tú entraste aquí por su
recomendación directa, sin embargo eso no tiene nada de malo cuando demuestras que
puedes trabajar muy bien y destacar hasta volverte indispensable. Eso es lo que

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muchas personas no entendieron y tú les callaste la boca poco a poco, con tu sentido
de responsabilidad. Bien, como te comentaba, a veces quisiera que platicáramos más
de nosotros aquí pero todos estamos ocupados, y ni siquiera hemos organizado nunca
un convivio para charlar sobre nuestras vidas y, no sé... ¡sin duda sería genial organizar
uno!, ¿como la ves?

-Seguro. Tú ocupas un lugar fundamental en este Instituto desde el principio.


Hoy como nunca eres su vértebra más importante, sin discusión. Cualquier decisión que
tomes será la correcta. Puedes matarnos a todos en este momento, cuando no hay
nadie cerca ni nadie nos puede oír. En esta hora en que está claro que nuestro valor es
inferior al de las portadas de la Revista. Como ese acertijo zen del árbol cayendo en el
bosque solitario. ¿Realmente podríamos morir si no hay nadie que se preocupe por
nosotros?, ¿o era al revés?...

-Jajajaja, caramba, yo soy humana y me equivoco, no tienes que hacer cada


cosa que yo diga. Mucho menos tú, poseyendo una gran voluntad propia. Y mucha
determinación. No creas que no lo noto… Después de todo, yo creo que todo lo
hacemos por amor. Es decir, ¿para qué haríamos las cosas si no fuera por amor? Hubo
una época en que yo no creía en eso, cuando murió nuestro bebé Coquito, pero mi
marido y yo supimos que sólo teníamos al amor para seguir adelante, por nuestro hijo
mayor. Y ahora somos muy felices, créeme, ya te había contado antes esta historia.
Dime algo, Pifita: ¿nunca te has enamorado?

-Oye, Cammy, parece que hay una llamada entrante, pero el conmutador no
conecta a ninguna extensión. ¿No ha sonado la tuya?- Perezgrovas se acercó con
estrépito para detenerse en el marco de la puerta. Muy profesional. A mitad de la
primera frase escupió una tosecilla seca para disimular una flatulencia.

-Chispas, déjame ver. No, aquí no me aparecen llamadas en espera. No es tan


raro, ya has visto cómo falla el sistema del viernes para acá. Si insisten en algún
momento podremos contestar.

-Sí, es una mala racha porque han insistido bastante. Como sea, voy a estar
atento a ver si atrapo la llamada. No puede ser que quedemos incomunicados.- Dijo

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nuestro nuevo subdirectonto, dando la vuelta tras cerrar la puerta de Camila, que había
estado abierta.
-¿Permites que te siga llamando así?, ¿a la jefa del Departamento Editorial?
¿Como si fueras su hetaira de turno, risueña y apestando a esas lociones por catálogo
que compraban las secretarias, cuando teníamos?

-Por favor, camarada, no es importante. Todos aquí nos conocemos desde hace
mucho tiempo. Es una nadería. Quizás ese sea el problema contigo. Eres muy formal,
en exceso. Se me ocurre que te vendría muy bien relajarte más, vivir otras cosas. Ah,
¿qué te estaba diciendo?- Mientras estructuraba su pregunta, Camila se volvió a su
credenza y destapó un tarro de cristal repleto, oh felicidad, de canastitas de papel con
chocolate relleno de crema de cacahuate.

-Hmm, me platicabas de algo que leíste en el diario, sí, algo así. Chomp-
chomp… hmmmm… caracoles, uno solo de estos chocolates vale el reino que nos
queda… Eres grande, Camila. Que hayas vuelto a llenar el tarro después de
encontrarlo vacío esa mañana lo demuestra.

-Chispas, no recuerdo. En realidad, no ha pasado nada interesante desde que


atraparon al asesino de las torres gemelas. Sí, a lo mejor te hablaba de eso, de que
estoy sorprendida de que no era un asesino, ¡sino tres!

-Imagino que ahora el curso de las investigaciones tenderá a complejizarse. Es


un caso que de verdad le removió varias fibras a la sociedad. Les llevará muchas horas
extras esclarecer la identidad de ese maniático. Sí, sobre todo cuando todos los seres
humanos somos un solo maniático. Preguntémosle a Hobbes o, mejor aun, a su erudito
exegeta Edgardo Perezgrovas.

-Si he de serte sincera, no lo creo, Pifi. ¿No has visto sus fotos? Te juro por lo
que quieras más que esos hombres son inocentes. Porque lo primero que debería
sorprendernos es la rapidez con que la policía ha solucionado, entre comillas, este
caso. El gobierno de Romayra es muy frágil. Las alianzas con la gente de Hermenegildo
y su partido en el Congreso y el Cabildo no son suficientes. El hombre recibe presiones
de cada frente y hasta de la prensa en la capital del país. ¿Qué te hace pensar eso a ti?

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Esos asesinatos podrían favorecerle pero también terminar de hundirlo. Creo que en
esta coyuntura a quien hay que seguir es al alcalde. De plano.
-¿Quieres decir que a los acusados les sembraron pruebas? Veamos, Camilita,
tú votaste por el actual alcalde, ¿qué no?, y ocupaste dos horas de tiempo en radio por
semana, junto con Andrea y Perezgrovas para discutir su propuesta y anatemizar la
violencia provocada, según decía el guión que te dieron, por el Municipio contra el
FUPSIN. ¿Qué te prometieron y no te dieron? ¿El Rector electo y el candidato tuvieron
un affaire electorero y Paquito, en vez de ti o Andrea, cosechó los frutos? Curioso. El
despecho te está haciendo envejecer. Ahora sí se ha vuelto notable.

-Nada de eso. Todas las pruebas estaban en el lugar de los hechos y de


cualquier forma los tarados policías no se molestarían ni en agacharse para buscar
huellas. Si este asunto se está resolviendo tan rápidamente es porque al jefazo le
interesa, ¿no?, y esos tres pobres señores. Tan jóvenes. A ese Gastélum lo levantaron.
de su cama por la madrugada, en un operativo de los ridículos SWAT panzalegres de la
Policía Municipal, aterrorizando a su familia. Y el afroamericano, ¡el colmo!, Edgardo
dice que no es afroamericano, que es como mestizo mezclado con nativo americano
criollo o sepa el diantre, lo importante es que le vieron facha de camello y seguro que
los muy nazis a él si que le sembraron droga, tenía que ser negro, ¿verdad? Y el
muchacho chino… es una vergüenza, parece que le han apuntado a todo el espectro
humano para jugar a decidir qué raza es más psicópata, los muy malnacidos… lo
sacaron de la escuela, parece ser que es el único que asiste a la Universidad y lo
siguieron, Paquito dice que lo conoce. Dicen que los tres viven en las colonias aledañas
a las torres y que “¡los vieron!”, ¿tú crees?, “por ahí, aproximadamente a la hora del
crimen”, y por lo tanto son sospechosos. Qué terror. Y los tres son padres de familia.
Bien o mal viven con sus mujeres e hijitos, Pifi, no puede ser. Tengo la certeza de que
se viene algo muy malo. Romayra no ha de querer que las cosas se salgan de control y
sea él quien pague. Por el momento el Gobernador ya lo ha felicitado, al cretino. Lo
único que quiere son cuentas alegres para decir que el crimen se combate. ¡Si los
criminales son ellos!- Camila se inclinó como si fuera a llorar, y así me di cuenta de que
llevaba un rato llorando. Con mucha elegancia digna de agradecerse.

-Vaya, estás muy decepcionada, Camila… Igual yo, justo cuando comienzo a
sospechar que compartes especial responsabilidad en nuestra ruina. Lo mejor será que

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tratemos muy bien al Paquito en su próxima visita. Debemos ver por el futuro. Quizá
tengas posibilidades de que el fin de la administración Romayra te sorprenda
despachando en un cubículo de la Academia, mi querida idiota.

-Lo peor de todo es que la gente está muy alebrestada. Sienten que la algarabía
se terminó muy pronto y ahora están exigiendo la pena de muerte. Hazme el maldito
favor… Un lector escribió a la sección de Diálogo Directo del diario y estaba fuera de sí,
demandando que de una buena vez mataran a los tres como ejemplo. Que la seguridad
del pueblo estaba de por medio. ¡Y lo publicaron!... Locos. Al alcalde le ha salido de
maravilla la estrategia de revivir la polémica sobre el artículo cuarenta y cuatro de la
Constitución, para financiarle un eslogan a una cosa llamada Grupo México que acaban
de improvisar: “Quien a otro impide vivir, pierde el derecho a existir”, o una bazofia de
ese calibre, y han sacado calcomanías, camisetas, tazas y botones metálicos. Yo
acepto eso, te lo aseguro. Finalmente, todo es un negocio. Pero que quieran tomarlo en
serio y arrastrar a los demás ciudadanos me parece abominable. Ni modo. Pensé que
ya te había platicado todo esto.- Camila sudaba. Una gorda nube morada se escurría
tras ella recordándome el paisaje acostumbrado. Un sol resplandeciente habría sido un
mal presagio.

-No. Hacía muchísimo que no platicábamos tanto. ¿Acaso no era ese el artículo
que abolieron cuando se creó la Comisión Nacional de Derechos Humanos? Que yo
recuerde, la Comisión era el requisito que pedían los Estados Unidos para que se
firmara el Tratado de Libre Comercio. Yumyum… más chocolate, máaaaaaaaaaas,
masmás-más-más, más, oh, sí, no te me pongas tacaña, mi dulce activista de postín.
Llena ese tarro.

-Pues sólo lo hicieron por eso, pero la verdad es que el artículo permanece
intacto; eso sí, lleva décadas en desuso. Inclusive en el fuero militar. Pero en este país
la venganza contra los grandes criminales es un argumento que cala muy hondo en la
gente que está harta de la inseguridad, y con razón, aunque sea un botín político.
Disculpa estos términos tan duros, pero yo voy contra la pena capital. Por eso, Andrea y
yo hemos propuesto a Rectoría un proyecto que en lo personal encuentro magnífico y
que les ha gustado tanto que puede ser la salvación de este Instituto.- Pronunció las

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últimas cinco palabras en un gritito y se agachó para sacar un legajo de uno de los
cajones inferiores. La nubecita se había ido.
-¿Vamos a entrar al negocio de las damas y caballeros de compañía? Por favor
dime que ahí están nuestras fotos de cuerpo entero. ¡Cocho-cocho-cocho-cocholate!
Cocoa rica con lechita y todo estará bien. Démosles toneladas de cocholate a esos
imbéciles de allá afuera y todos seremos felices.

-Jejeje, me encantas cuando dices cosas chistosas. ¿Ves que no es tan difícil?
No, lo que pasa es que vamos a adelantar el próximo número de la Revista y lo vamos
a dedicar al tema de la pena de muerte, como una respuesta al clima restauracionista
que ha cundido en la ciudad. Aquí tienes el prototipo. Lo armé con artículos viejos. Le
llamaremos a nuestros mejores intelectuales y, por qué no, a los extranjeros que estén
interesados, para analizar este castigo: historia, aplicación, costumbres, legislación,
problemáticas, injusticias y actualidad. Por primera vez en dos semestres los he visto
sonreír con una propuesta del IIS. Será un bombazo. Empezamos la próxima semana.

-Camila, es una idea genial, te felicito sinceramente: ¡me abrumaste!, jaja, es


grandioso, y sabes que cuentas conmigo para absolutamente todo. Bien, discúlpame,
linda pero estoy esperando correo del ITESO; parece que Rossana Reguillo colaborará
con algún texto sobre comunicación y representaciones sociales. Ya es hora…sí, él dijo
que a esta hora desde esta semana, ¿o dentro de una más?, veamos…

-¡Fenómeno!, qué bien, ojalá que se concrete, salúdala de mi parte y no la


sueltes por nada del mundo. Háblale de este proyecto. ¡Suerte!

Corrí a mi cubículo, me senté frente a la computadora, abrí el programa de


mensajería instantánea y ahí estaba:

ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: eeit!, q onda Sandy????


Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: ola
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: hola mi niña linda te extrañe (l)(l)
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: y yo a ti
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: donde estas?
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: en la casa del centro

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ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: o sea q estas con tu papi, no? y
ya llego?
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: no, y lo estraño mucho :(
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: pobeshita! Pero ya sabes q yo te
amo mucho verdad?
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: deberitas?
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: en serio mija... ya eres parte de mi
alma para siempre y siempre estoy pensando en ti te lo juro
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: grasias frodo
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: me aces sentir muy bien
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: muy kerida
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: ay, mi chiquilla, mi adoracion, mi
todo sabes no pense q fueras a entrar tan fuertisimo en mi vida pero es q eres como un
huracan un huracan de amor es neta, chiquita
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: frodo :’( :’(
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: q tienes mi vida, no llores
porfis!!!!, hago lo q quieras te compro las paletas y los peluches q quieras pero no llores
mi amor, porq te pones tristecita? cuentame
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: porq siento q me muero...
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: es k me siento muy solita :(
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: lo se bebita ({)
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: es k ODIO k se ayan divorciado LO ODIO
siento mas feo k nunca de plano
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: abrazame
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: te estoy abrazando, mi vida
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: muy fuerte, az de cuenta k estamos aki bien
a gusto en la sala, verdad? comiendo la ensalada de pollo k mi pa me deja siempre pork
ya tengo hambre!! :) y luego ay k ver una pelicula!!!
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: q rico, mi niña, me encanta la
ensalada, y que pelicula quieres que veamos :D
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: la de High School musical
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: orale, excelente, mi amor vas a
ver q suave nos lo pasamos
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: si :)

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ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: te amo Sandybell…
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: y yo a ti Ismael te amo demasiado
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: pork eres super lindo conmigo y me kieres y
me muero pork estubieras aquí los dos abrazandonos
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: es lo mismo q yo he deseado
dedse el momento en q te conoci presiosura
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: mi amor oy siento k te necesito mas k otros
dias :’(
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: q te pasa chiquilla linda? hare lo q
este en mis manos para q no sufras lo sabes
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: es k
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: tube una pesadilla
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: a ver mi beba hermosa platicame
seguro que te sentiras mejor qieres?
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: bueno
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: es k mira es k suenyo lo mismo desde k mi
mama dijo k iba a vender la mitad del terreno de la casa y yo no kiero pork ai es donde
mi papi y yo plantabamos las plantas que escogiamos de la tienda y era nuestro
jardinsito solo para nosotros dos me entiendes?
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: por supuesto
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: y bueno, lo que suenyo es k a mi pa lo
secuestran y yo no lo puedo encontrar asta que a mi me agarran tambien y me llevan a
verlo y lo tienen amarrado en una silla y dicen k lo acaban de condenar a morirse y su
ultima boluntad era berme
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: y yo le grito papi papi papi papi nooo noo no
nooo y ni modo resulta que mi papa estaba triste mucho muy triste pero entonses les
dise k ya me vaya y cuando me sacan alcanso a ver que le ponen una inyexion en el
brazo y el se esta despidiendo de mi con su manita y me sonrie y yo me vuelvo loka de
desesperacion y entonses es cuando me despierto
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: y lloro mucho sobre todo cuando estoy en mi
casa con mi mama y el no esta y me afiguro de que todo era verdad y el ya no vuelve :’(
:’( :’( :’(
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: pero q pesadilla tan mas horrible,
mi princesa :(

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Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: si :(
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: pero Sandy, mi Sandy, no debes
temer nada de eso, es solo una pesadilla q nunca nunca, pero nunca va a pasar, de
acuerdo? tu tienes a tu papa contigo q te qiere mucho y tambien tu mami te quiere a
pesar de q ahora se esten divorciando
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: no temas mi amor, ademas
recuerda q me tienes a mi q yo tambien te qiero mucho, y voy a adorarte para siempre
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: y lo q mas deseo en la vida es
estar contigo para demostrartelo, me dejas??? :)
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: si, igual yo siento lo mismo :D (l)(k)(l)(k)
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: pero frodo de veras no te enfado para nada
platicandote mis kosas? :)
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: pero como crees????, nunca
vuelvas a decir eso mi niña-hada :D yo te adoro a ti y a cada cosa q me platicas
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: grasias frodo bonito yo igual en serio, pork ya
no me imagino mi vida sin ti, en serio (l)(l)(l)(l)(l)(l)(l)
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: y yo no me imagino la vida sin ti
tampoco, mi pequeña
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: ademas, me encantass porq yo
nunca habia platicado con una chica tan supermegalinda y tan sentrada como tu
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: jiji, grasias frodito k lindo
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: no, si te lo digo en serio, tus ideas
tus sueños, todas las cosas q me dices q escribes y las q me has platicado, la forma en
q armas tus pensamientos es increíble, mi nena bonita, tú eres la ternura
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: deberitas tienes 12 años??
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: jijijijij, si klaro, cumplo los 13 en 4 dias, pork?
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: guau, nhombre, por nada, ya se,
si me haz dicho, pero es q eres super inteligente, mi amor
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: me encantas
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: siiiiiii y tu a mi :D (l)(l)(k)
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: oye, y por sierto nunca me haz
dicho en q trabajan tus papis……
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: son sosiologos
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: oooorales, en serio?, ambos dos?

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Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: ajap ^_^ dan clases en la uni en una oficina
q se llama instituto de investigasion de sosiologia
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: o de investigacion sociologica, por ai va
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: uta, pus q buena onda, nena
bonita, con razon de ai te biene lo brillante, mi cielo, es q estas rodeada de mucha
sabiduría
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: mi amor grasias
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: no sabes lo feliz k me aces por lo k me
platicas y la forma en k me quieres
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: es lo menos q te mereces, mi
floresita
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: pero kreo k lo mas importante de todo no es
el trabajo ni el dinero sino k aya amor no?, al menos yo es lo que mas kiero, platicar con
alguien comer con alguien
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: k me apapachen con cariñito kmo cuando
juego con mis peluchitos ^o^
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: Sandybell, te amo en serio
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: y yo a ti mi cielo presioso
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: lo k mas adoro es k contigo puedo platicar
desaogarme sobre todo cuando todo esta tan difícil y muy feo porque a veses quisiera
gritar pero siento k aunk lo iciera nadie me escucharia
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: mi vida…
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: y eso es algo que nunk se lo e dicho a nadie,
pork todos estan siempre tan ocupados y kon nuevos problemas a cada rato
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: y kreo que e sido asi desde ace muchisimo
tiempo, una sensación muy fea, kmo de miedo pero mas fuerte, y kreo que ya ni
recuerdo cuando empezo
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: mi bebe presiosa, hagamos una
cosa, olvidemos esas cosas feas, porq para eso qiero quererte, para tratar de hacerte
feliz porq te amo mas q a nada en el mundo
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: y me acaba de llamar el arquitecto
camacho, me qiere ver porq estamos planeando un levantamiento en un barrio de la
zona norte asi q en un ratito tengo q dejarte, mi vida
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: ay noooo :’(

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ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: mi chiqita, yo tampoco deseo
irme, por eso qiero aprovechar para platicar un poqito mas
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: q vas a hacer aorita?
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: bueno, estoy comiendome la ensalada, me
gusta mucho pork mi pa le puso mas zanahoria
ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: mmmm, q delicia mi amor, pero
ten cuidado y no vayas a comer mucha zanahoria, lindura ehh?
Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou dice: pork?

-Qué locura, Pifia, apenas hace dos minutos que entró la llamada. Pidieron de
inmediato a Camila. Me sonó a asunto familiar urgente.- Perezgrovas entró corriendo,
sobresaltándome. No perdía la fea costumbre de dramatizar sus intervenciones como si
alguna de las cosas que él pudiera decir tuviera importancia.

-Extraño. Quizá su maridín se volvió a astillar con un picadientes.- ¡Juá!. Lo que


hay que ver… cerdo, cerdo y más cerdo. Es entretenido permanecer a la expectativa de
los avances de un acosador pervertido. Sólo hay que esperar el próximo y naturalmente
más audaz movimiento. Es adictivo, lo admito. Terapéutico como una telenovela.

ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: porq la zanahoria te puede picar


tu carita, mi amor chiqito.

-Jejejeje, ya sé. Así es el buen Jorgillo. Me estoy acordando de una temporada


del año antepasado cuando le dio por morirse de leucemia fulminante cada quince días.
Tremebundo.

ISMAEL-Frodo reloaded in da house yeahhh dice: hablando de tu hermosa carita,


nena mia, dime cuando me vas a enviar una fotito tuya???...

-Claro, son tantos los buenos momentos que George nos ha hecho pasar vía
telefónica con todas sus enfermedades fatales… ¡sin contar las que se han descubierto
gracias a él! Y aquí está. Qué mundo. Sigue adelante y un día te obsequiaremos un
sustito entre la Policía Cibernética y yo, vil engendro. Ah, Edgardo, tienes que gozar la
amenidad con la que me estoy conduciendo. Disfrútame. Camila me lo sugirió. Creo.

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-Jajajajajajaja, pero cómo no, lástima que Camila se angustie cada vez. Ese
inconsciente sólo quiere llamar la atención. Ese es el problema. ¿Y tú qué haces?

Sandy(L)LOVE(L)kRAzY(s)fOrYou abandonó la conversación.

-No mucho, reviso el correo para guardar los artículos que nos envían. Es
cuando comienza la fase más ardua, ¿no crees?, la fase de la depuración. Tan simple
como identificar la dirección IP de tu computadora asquerosa: te mando tu fotito vía el
primer resultado que me aparezca en el motor de búsqueda y en cuanto aceptes el
envío entro al interfaz de MS-DOS, introduzco el comando “c:\netstat –a” (sin las
comillas, como dicen) y reconozco la dirección de la computadora que está
manteniendo transferencias con la mía y se acabó. El siguiente proceso es mero
trámite: abro la guía telefónica para buscar el número local de la Procuraduría General
de la República y listo. Puedes esperar sentado.

De improviso, unos pasitos tambaleantes.

-Ay, ay, ay, no, no, Dios mío. No sé cómo decirles… el-el bu-bu-
buaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa ay…- Camila llorando, sentándose en el escritorio,
alguien allá abajo encendiendo una aspiradora, profecías girando, argamasa cediendo a
la presión y el edificio casi cayendo, alguien sufriendo, alguien muriendo. Problemas y
más problemas. Y yo sigo sosteniendo que la gente buena existe para que le ocurran
cosas malas. He dicho.

-¿Pero qué te pasa, mujercita?, a ver, trata de calmarte y piensa bien cada
palabra antes de pronunciarla.

-El-el-el… el doctor, mi profesor, el doctor Solchaga, Edgardo, el doctor


Solchaga… ¡le dio un infarto y está gra- hic- ví- hic- si-i-moooo!!!!…

71
6

Sentí que todos los planetas me emboscaban cubriéndome con su estela de neón
ardiente. Y yo desaparecía, creyendo por un instante que mi cuerpo, vuelto arenilla, se
desvanecía, y notando que empezaba a consumirme en la confirmación a mi certeza de
lo hueca que era mi vida. Nunca se me ocurrió pensar con seriedad en que las cosas
cambiaban y que los destinos diferían de los deseos proyectados en pocillos de café,
en moneditas de la suerte lanzadas a los malditos animales del zoológico o en la
certeza de que sólo regresaría al polvo después de pasar el resto de mis décadas tras
el escritorio que me había caído del cielo por gracia de mi adorado doctor Solchaga: un
día el horizonte oscuro y al siguiente la seguridad serena de un trabajo digno y
domesticable, y el doctor a lo lejos, desde su poltrona olímpica a la derecha del Rector,
vigilante y satisfecho de su confianza recompensada por mi trabajo. Ahora, un día
cualquiera, mi maestro tirado en una infecta cama hospitalaria, el Instituto acabado y la
ciudad vuelta loca por la emoción de la Pena de Muerte. Mi querido Solchaga. En aquel
momento, cuando Camila regresó del soponcio y Perezgrovas intentaba comunicarse
con Andrea, comprendí que con toda seguridad mi maestro había sufrido un síncope
casi fulminante como resultado de la angustia de saber que la instauración del paredón
de fusilamiento era un hecho; y una afrenta para un humanista de la vieja escuela como
él, un liberal neo-rousseauneano que había hecho girar su tesis de la Licenciatura en
Sociología alrededor de los aparatos de organización y logística de la resistencia
contracultural de los sesenta (Solchaga, Ignacio, Róbate esta tesis: activismo urbano y
organización contestataria en la contracultura norteamericana. Convención demócrata,
Woodstock y Birmingham: tres casos prácticos. (1969). Biblioteca Universitaria. Unidad
Central 2. Tercer piso. Catálogo de tesis, tesinas y memorias, PQ7298.32 .I7 A58, 110
pp.) y que se había visto obligado a abjurar, dientes para afuera, de algunas de sus
posturas radicales ante la necesidad de sobrevivir en este complejo ambiente. Todo por
enseñar a las nuevas generaciones. Yo me puse en sus manos al verlo por primera vez
y decirme que me encontraba ante un buen hombre, sonriente, paciente y rechonchito,
sin imaginarme, lo juro, que me estaba subiendo al carro indicado. Lo demás vino por sí
sólo, pasaron unos pocos buenos años, me concentré, puse todo mi empeño y de
pronto ya no tuve espacio en mi cerebro más que para mi carrera y para él, bondad a
flor de labios, consejos acertados y tranquilizadores, sin que él lo supiera; pero yo sí

72
sabía que mi futuro, casi ninguno hasta ese momento, estaba en sus manos (“Pon
atención: no sé qué planes tengas para tu vida pero, por el momento, te puedo decir
que hay una vacante como asistente de investigación en el Instituto de Investigación
Sociológica y yo puedo hacer que entres de inmediato, aunque claro que sería algo
temporal, sólo para que inicies tu trayectoria y conozcas más este trabajo de primera
mano…”), en un voto de cariñosa lealtad que, me gustaba fantasear, era igual de
importante para su carrera y su vocación como formador de mentes libres: toda una
estructura de creencias quizás impensable para librepensadores necios como nosotros,
pero, en el cálido fondo, una fe indispensable para la microfísica del corazón. Que
seguimos siendo humanos y nos necesitamos, ni hablar. Por eso decidí que acompañar
a Camilita y al otro al hospital sería tanto como sentirme en la obligación de compartir,
aun entre líneas, algo de este tesoro que formaba parte de mí en conexión con el alma
de mi maestro Solchaga, alguien que sí se preocupaba por mí. Que seguramente
seguiría preocupándose. Como debía ser.

-No quiero entrometerme, pero alguien se tiene que quedar a cuidar el lugar,
¿no creen? Y no aceptaré que no sea yo, pues me niego a compartir un auto con
Perezgrovas: enrarece el aire y se niega a cambiar su dieta.

-Sí, tienes razón. ¿No vino tu asistente hoy?-Camila se detuvo y alcancé a oír el
rechinido de sus suelas de lona, la vulgarona, e imagino que querría que yo me quedara
pues ella no conducía y el del auto a punto era “Edgardo”.

-Hoy es martes, pero no se preocupen, por favor, saluden al maestro de mi


parte. Ya iré yo más tarde o mañana.-Tengo que quedarme a cuidarle la virtud a
nuestra cafetera frente a los coqueteos de la oficina de Intercambio Estudiantil tan
pagada de sí misma que no sabemos cuánto más crecerá.

-Hmm, ¿en serio no te incomoda? Seguro que al maestro le encantaría verte.


Ay, sólo de acordarme me da como miedito, de veras. No sé si lo aguante.

-Pues hay que apresurarnos, Cammy, que pase el mal trago de una vez, y quién
sabe si nos dejen pasar, depende de qué tan grave se encuentre.- Perezgrovas sacó de

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su bolsillo, sin razón alguna, uno de esos rayos láser en llavero para subrayar en
pizarrones e invocar cegueras y empezó a dispararme juguetonamente.

-Sí, vayan, de todas maneras debo atender a la gente de la Academia, por el


asunto del debate, Paquito me escribió y quiere que sea esta misma semana, ¿qué tal?-
Han de temer que Romayra les siembre pruebas demasiado contundentes a esos tres
infelices y los ejecuten a todos antes del viernes.

Y se fueron, tan tranquilos, pero porque nunca les ha importado mi maestro, a


Perezgrovas muchísimo menos, y era cierto que nadie le quería más que yo, pues nadie
corrió tras sus pasos con tanta devoción ni arrobamiento: sabía que estaba al lado de
un buen hombre y ninguna otra cosa tenía sentido ni podía ofrecerme mayor privilegio.
Por lo tanto, en tales condiciones y con semejante compañía resultaba imposible que
acudiera al hospital para acompañarle en su sufrimiento, a pesar de lo que me dictaba
el ardor que henchía mi pecho y mi vientre, y ahora tengo las opciones de decir que
entonces, caída la noche y aún sin noticias de mis compañeros, salí corriendo tras
dejarme vencer por la angustia dejando al Instituto abandonado a la hora de la llamada
distraída de la Licenciada Luciana Salazar, Coordinadora de Estudios Culturales de la
Academia, que se encontraría con que nadie le contestaba en la última hora hábil par
sugerir, tanteando apenas el ambiente, que el debate académico sobre la Pena de
Muerte podría llevarse a cabo mejor en sus dominios en vez de los nuestros, o bien, de
confesar que, antes de cerrar las oficias a su hora acostumbrada antes de dirigirme al
nosocomio a por lo menos solicitar información, aproveché la soledad que no lleva a
nada bueno para auditar la correspondencia entrante de la buena Andrea y hacer
perdedizo el oficio de Rectoría donde se designaba (solicitando la respectiva respuesta
de confirmación) al IIS como recinto donde verificar el famoso debate en cuyo panel se
tendría la estratégica piedad de incluir a una lamentable mujer que había visto a su hijo
morir tiroteado a la puerta de su casa por una célula de romayrianos radicales que,
antecedentes penales en regla, habrían aprovechado los ríos revueltos del momento
para incorporarse voluntariamente a la causa a sabiendas de que una vez alcanzado el
triunfo todo lo bueno estaría por comenzar, con cargo al presupuesto municipal. Ambas
posibilidades son compatibles con la orientación de mis humildes recuerdos, y quisiera
creer, sin ganas decir nada más sobre el tema, que cualquier lector imparcial podrá, con

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base en el retrato global que he venido bosquejando hasta el momento, deducir cual de
las dos se acerca a la realidad aquí ofrecida

En realidad, no era un infarto sino una trombosis múltiple y, por cierto, no son
aquí mis recuerdos los puestos al corriente sobre el papel, sino el testimonio de una
infamia informe que desde entonces ya manchaba el concreto de las paredes y el piso y
que hoy, trastocada la dura materia, habla a través mío.

Una vez le conté a mi bienamado Solchaga una historia triste, para variar un
poco: le dije que me gustaba escribir cuentos que eran en realidad borrones
desdibujados desde sus versiones originales de autorcetes de fanzines desaparecidos
pero que una vez, por una sola vez, sentí que podía hilvanar algunas cuantas frases
para la posteridad de mi fantasía, como si esas palabras que le pertenecían a otros
fuesen sólo acicates para despegar mi propio vuelo. No me escuchó. No volteó a
mirarme cuando le conté sobre mi personaje principal que todas las tardes, a la hora de
la comida, se subía a un radio taxi para atravesar el campus de la Universidad para ir a
comprar una orden de hamburguesa de tocino y queso blanco derretido con salsa estilo
cajún en el único restaurante de la ciudad donde las vendían, con la sola intención de
hacer feliz a su jefecito santo que antes había sido su maestro favorito. Solchaga estaba
demasiado ocupado revisando exámenes finales sin atender a mi confesión, que por
eso la había hecho, y supongo que siguió creyendo que esas hamburguesas se
compraban en cualquier parte siempre que yo entraba al salón de docentes después de
clases para entregarle a mi profesor su comida. Eso me recordaba la historia del
campesino indocumentado que atravesaba la frontera montado en su burro y que
declaraba al agente de la garita transportar un cargamento de marihuana. El guardián
se carcajeaba y lo dejaba pasar. Así fue durante varias semanas hasta que detuvieron
al campesino porque así lo quiso la desdicha y, al ser llevado a un juez tan tonto como
benevolente, fue dejado en libertad al explicarle que el nunca había falseado su
declaración y que los funcionarios de la garita eran quienes habían cometido un crimen
al creerle y dejarlo pasar impunemente. Mi maestro sonrió cuando le conté este
chistecito lindo la primera y única vez, pero no levantó la vista para compartirle el brillo
de mis ojos.

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Claro, la sola posibilidad de recuperar esta rutina me emocionó hasta el llanto
mientras corría por el campus, de nuevo para alcanzar la hamburguesería y llevarle su
bocado a mi profesor convaleciente. Así lo hice muchas veces y siempre, después de
llorar su rostro ajado a través de la ventanita de su puerta durante meses, incluso
mucho después de que la historia que quiero rearmar con estas memorias terminara,
volvía sobre mis pasos hasta sentarme en una de las sillas del pabellón de espera a
comerme la hamburguesa a escondidas y entonces la desilusión se presentaba
cocinada a la parrilla.

Al final, todo fue un fraude mayúsculo, mi maestro querido se hundió más en su


oscuridad, lo mismo que el Instituto, sofocado por las paredes de las nuevas oficinas
que pronto dieron cuenta de nuestros pasillos más secretos, aquellos donde Camila se
escondía a temblar cuando, por la época en que lo narrado aconteció, empezó a recibir
misteriosas llamadas en su celular que la obligaban a lanzarlo por los aires y correr
hacia ese oscuro recoveco con vista hacia el parque contiguo; después, desapareció el
pequeño salón de juntas y la mitad de los cubículos, correspondientes a los
investigadores pensionados, más tarde la covacha donde se guardaban los artículos de
limpieza y los cartuchos nuevos para las impresoras a inyección de tinta, a los pocos
días del coma irreversible de Ignacio Solchaga, se nos retiró la conexión a Internet y en
el último día del resto de nuestras vidas en aquel lugar amanecimos sin cafetera.

Realmente, todo el tiempo que pasó desde que comenzaron los planes para
destruir al IIS hasta que este cerró lo ocupé en pensar en lo que sería de mi querido
Solchaga, como relacionando su suerte, su perra suerte, con mi futuro una vez que
perdiera mi trabajo. Durante ese periodo no recibí jamás, ni de Camila ni de
Perezgrovas, muchísimo menos de la Academia, una oferta para irme a otra
dependencia en mi calidad de asistente de traducción. Entonces consideré que ellos,
unos pensando como sobrevivir y otros relamiéndose un triunfo redondo, estarían
demasiado ocupados para voltear a ver a mi frágil personita.

La ampliación de las oficinas vecinas, lo sabíamos, era sólo un pretexto. Más


temprano que tarde serían sustituidas por nuevas instalaciones de la Academia que se
usarían, según se empezaba a rumorar, como salones de clase para los nuevos
posgrados que Paquito estaba planeando. Obvio es que entonces eso no se decía en

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voz alta. Andrea y Camila asumían que el flujo de los acontecimientos era ineluctable, al
tiempo que seguían defendiendo la sensación de que nada cambiaba, que era absurdo
pensar que el Instituto podría dejar de existir algún día y que las intervenciones
constantes que la gente de la Academia (o “Los Nacadémicos”, como les llamaba
Kerouac, ese naco adorable) realizaba sobre nosotros eran, al fin, un asunto que sólo
les correspondía a ellos.

Difícil de explicar, sobre todo cuando enviaban gente a monitorearnos a diario y


mis jefas aún insistían en que no ocurría nada y que las visitas que dos becarios hacían
a nuestra biblioteca (a la que Andrea llamaba “Centro de Documentación”, por una
especie de pudor recién inventado) para inventariarla eran sólo cortesías por parte de
amigos, como dijo Beauregard en el buffet, simplemente se preocupaban por nuestro
bienestar.

Ya que no había nada que hacer, adquirí la costumbre de pasearme por fuera
del hospital. Durante la segunda semana tras el incidente, me indignó observar el
desinterés que Camila mostraba por el doctor Solchaga, a quien ya no había vuelto a
visitar. Me daba la sensación de que mi maestro estaba ahí, en su cama, abandonado
al calor de la temporada, cuajado en su sudor y en el humor de enfermedad que flotaba
en el ambiente. Illness is in the air. Me gustaba cambiar la letra y canturrearle a mi
maestro: And I know i’m not totally sane, but this is just awful to run run away, except
when I look in your eyes... sin saber si John Paul Young sería de su agrado. Pero
insistía en no despertarse para poder mirarle sus ojos.

-¿Por qué ya nadie ha ido a visitar al doctor Solchaga, Camila? Aunque, la


verdad, es mejor así. No me gustaría tener que explicarle mis visitas a ningún
zoperutano de la familia o del IIS que de verdad no quiera estar ahí.

-Por favor, lindura, ahorita no. Me imagino que sus hijos lo visitan de vez en
cuando, si su situación es muy delicada, ¿cómo lo van a dejar solo?-A Camila le
temblaban las manos. Revisaba su correo electrónico institucional. Ahora era la
Secretaría de Rectoría la que enviaba “sugerencias” sobre lo positivo que resultaría una
integración de los proyectos del Instituto con los de la Academia.

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-No lo creo. En serio, yo también pienso que ellos tienen que estar al pendiente,
pero siento que nadie se está preocupando por él. Ni siquiera en el hospital... Está solo
como perro o menos que eso…. casi como tú, malnacida, cuando esto se cierre para
siempre.

-Bueno, ya basta, ¿sí? El profesor saldrá de su problema de alguna manera. Por


ahora, lo que nos urge es que terminemos un listado de todas las investigaciones
realizadas aquí desde que el Instituto abrió hace treinta y cinco años. ¿Ya has hecho el
inventario?-Camila temblaba ahora completa. Y yo también al percatarme de que nunca
me había solicitado nada en forma imperativa, torciendo su labio inferior rosadito con
lápiz Maybelline con efecto labios mojados. Y eso me dolió.

-Kerouac se está encargando de todo eso. Desde ayer lo tengo en la bodega


recolectando todas las cajas llenas de papelería antigua. Hey, Camila, ¿por qué no nos
tranquilizamos un poquito y vamos al Dairy Queen por un Blizzard hawaiano grande?-
Te comprendo, habrá mucho tiempo para tranquilizarse a partir del próximo semestre.
No vale la pena preocuparse por los problemas que se pueden resolver ni por lo que no
se pueden resolver. En eso te llevo una madura ventaja.

-¿Kerouac?, ¿lo mandaste a él?, ¡pero si te lo pedí a ti!, él no sabe cómo


funcionaba nuestra anterior clasificación interna porque ese no ha sido su trabajo, ¿qué
estás haciendo tú?- Ahora Camila tenía los mofletes enrojecidos. Me hablaba a gritos y
el laboratorio de informática retumbaba. Era el único lugar donde podíamos conectarnos
a una red Wi-Fi sin protección. Sin duda, algo se había quebrado para siempre.

-Oye, tranquila, yo todavía estoy traduciendo un par de artículos sobre


metodología que mandó Homans desde Harvard... ...A una revista de la UCLA y que yo
descargué tras crear una cuenta de correo gratuita con el nombre del viejo desde la
cual enviar un saludo a nuestro Instituto donde confesaba su secreta admiración por
nuestro trabajo...

-¡Eso ya no importa!, necesitamos seguir los lineamientos de la Secretaría para


poner en orden los proyectos y el historial del Instituto para que los revisen en el
Consejo Universitario, se trata de dar una buena imagen, como la tiene la gente de

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Luciana, por favor, ocúpate en lo que te dije y ¡ponte a trabajar!-Su rostro delicado y
gentil se ajaba, derrumbado por muchas gotitas de cera que le escurrían desde su
cabellera exaltada. Si no salía cuanto antes de ahí, la vería convertida en un charco de
sebo crocante.

-De acuerdo, sí, le hablaré a Kerouac para terminar con eso, pero te aseguro
que el trabajo está casi terminado. Y que esa covacha me da mucho miedo desde mi
primer día aquí cuando, explorando el edificio, entré, sólo para recibir la bienvenida de
la cucaracha voladora más gorda, negra y nauseabunda que haya violentado mi suave
nuca. Jamás volví a entrar después de aquel susto.

Salí del laboratorio sintiendo un fluido ardiente en mis brazos. Me dirigí a la


oficina de Camila, entrecerré la puerta oteando por el intersticio su mirada hirviente
sobre el monitor de su laptop y extraje de su bolso sobre el escritorio el pastilllero donde
guardaba sus píldoras anticonceptivas. Las saqué día por día y fui sustituyéndolas por
caramelitos de menta Tic-Tac que había comprado una semana antes en previsión de
un momento como aquel.

Podría haber pensado que acababa de iniciarse el periodo de desconfianza. Yo


la seguía queriendo mucho como siempre, pero nunca como a mi adorado maestro
Ignacio Solchaga. Ahora descubría qué era lo que se había roto, Estábamos solos en
las instalaciones del IIS y no estábamos conversando con gusto sobre faciales, cremas
para las manos o sobre chismes verdes sobre cualquiera de los viejos investigadores
que todavía un año antes nos acompañaban.

Era una tristeza, que me invadía con tal fuerza que no habría podido conjurarla
ni siquiera ordenándole a Kerouac, como en otros tiempos, que se pusiera a sellar con
el logo del Instituto cada página múltiplo de cinco y ocho de cada uno de los dos mil
ochocientos setenta libros de nuestra bibliotequita.

No recuerdo si fueron dos días o dos semanas, pero cuando Kerouac me


informó de sus nulos hallazgos hacía mucho que yo ya había escrito un informe donde
enlistaba todas las aportaciones del Instituto al mundo académico. Seguíamos solos
Camila, Kerouac y yo y ella misma había olvidado el asunto y tuve qué recordárselo

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cuando le entregué el documento: ahora sus preocupaciones estaban dedicadas al
asunto de los cuatro infelices que habían sido detenidos por el asunto de los homicidios
de meses atrás y en la edición especial de la Revista que ya nunca podría aparecer por
la cancelación, a mitad del ejercicio fiscal, de nuestro presupuesto. Ahora sus esfuerzos
se concentraban en llamadas angustiadas al Contador General y al Vicerrector, pero yo
no podía permitir que mi esforzado trabajo dejara de ser reconocido y le insistí hasta
que debió colgar el teléfono.

Como por los días en que ocurrió el episodio del Laboratorio de Computación yo
no conseguía localizar a Kerouac, por cuya boca me enteré luego que se había
escapado con sus amigos orangutanes rasurados lectores de Carlos Castaneda y
coleccionistas de los discos de Gondwana a un tour para comer peyote a Real de
Catorce; y como a su regreso fue incapaz de recordar mi solicitud de que revisara los
archivos viejos (y, de paso, si podía, subrayar con plumón rojo las palabras agudas, con
verde las graves y con azul las esdrújulas de los títulos de cada una de las
investigaciones, para que no perdiera la buena condición...) recurrí a una alternativa
simplita, simplita que dejaría a todos satisfechos: ingresé, vía la propia laptop de
Camila, a la web del Generador Aleatorio de Nombres de Ponencias
(http://www.yeray.com/generador/), en donde pude descubrir, para Camila y la
posteridad, las notables líneas de investigación trazadas por el IIS desde que había sido
fundado:

*El proceso neodistópico tras el cangrejo ermitaño: ¿una crítica postreaccionaria?*El


análisis postconcurrente y los Glaciares de la Patagonia (una decadencia
postdistópica)*El análisis dadaísta y Kierkegaard (una metástasis neoanarquista)*La
deducción postfuturista, el destino surrealista y las telenovelas venezolanas*El
humanismo prometedor y Winston Churchill (una dispersión postcibernética)*La crítica
cyberpunk, la simbiosis cyberpunk y la Contrarreforma Puritana*La percepción
concurrente o los Village People (una conclusión surrealista)*La conclusión
postimpresionista frente a los calamares a la romana: ¿una decadencia dadaísta?*El
análisis ecologista tras la Tortilla de ajo: una simbiosis neorrevolucionaria*La metástasis
postgeneracional tras Karl Marx (una conclusión postdadaísta)*La deducción
neoconstructivista, la conclusión metafísica y la ambigüedad de Alejandro Magno*

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En fin, ¿quién podría notarlo? Y todos seríamos felices. En aquellos momentos
me parecía imperativo. Ya no había tiempo para mí y progresivamente me fui
percatando de mi lugar en la cadena alimenticia del IIS. No era que yo fuese
insustituible, sino que mi trabajo pesado no se me hacía presente porque ahí estaba
Kerouac para eso.

Nunca imaginé que mi amado Solchaga lo supiera. Quizá creería que mi puesto
era tan temporal que no tendría problemas para elevarme con puestos como el de
Camila o el de Perezgrovas, pero yo siempre me sentí tan bien que no me moví. Como
creo que lo dije antes, necesitaba de una estabilidad. El error de gente como Camila,
Beauregard, Perezgrovas y hasta Kerouac era que no podían estar tranquilos en el
lugar donde se encontraran. Cuando una vez le sugerí eso a Andrea, consideró que mi
actitud era mediocre. Todas las aflicciones nacían de la ambición, del deseo, y eso
atrae mucha infelicidad. Nada como la sana medianía.

Gracias a mi Solchaga, descubrí que obtener un trabajo decente no era difícil. Lo


complicado, lo angustioso, proviene del interior, de la lujuria por el poder y la materia. Si
cabía en mi corazoncito una sola pulsión relacionada con estas debilidades, al menos
mi buena disposición serviría para contrarrestarlas. Pero una cosa era asumir todo esto,
y otra muy diferente resignarme a las groserías de Camila. Pronto me encontré con que
mis llamados a la serenidad y el esparcimiento eran sólo gemiditos que morían en mi
garganta para dar paso a la cortesía.

Desde luego, yo no me percaté de ello sino hasta mucho después, cuando todo
había terminado y no había más Instituto de Investigación Sociológica. Empecé a
plantearlo con esas palabras en la soledad de la habitación de mi maestro, frágil trocito
de azogue agrietándose en un hospital público. Creí que sólo había terminado ahí por la
emergencia de su estado, pero pronto supe que su familia, a la que nunca pude conocer
y mejor así, lo había abandonado en ese lugar. Al menos tenía un cuarto propio.

Con el paso de las semanas, observé un par de llagas en su cuello creciéndole


purpúreas de hombro a hombro. Su pielecita estaba reseca y empecé a aplicarle a
diario una película de Pond’s reafirmante en sus mejillas, su cuello y en sus manos a las
que también les llegué a cortar las uñas. Un día de esos caí en la cuenta de que nunca

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había sabido su edad exacta, lo que ya no debía importar puesto que se veía convertido
en un anciano nonagenario que podría haberse desbaratado al ponerse de pie. Aunque
eso, sospechaba a veces, jamás ocurriría y me sentía un poquito mejor por él, y tal idea
me provocaba un escalofrío.

Porque no puedo recordarlo más que por fragmentos muy significativos (cuando
le llevé de contrabando un pastelito de cumpleaños o cuando tomé su mano izquierda y
lo puse a escribir su nombre y firma con mi ayuda para que no perdiera la costumbre
cuando despertara y terminé haciéndole escribirme cosas como: “Gracias por
acompañarme” o “Yo también te quiero demasiado”), me declaro incapaz de decir
cuánto tiempo estuvo en esas condiciones mi maestro. Supongo que consideré
superfluo ocupar aquellos momentos preciosos en cálculos inútiles, cuando el tiempo
era una variable que desaparecía para siempre cuando yo entraba a la habitación para
reinaugurar nuestra burbuja cada vez, al llegar la hora de visita que siempre me duraba
tan pocos minutos.

Entonces me ponía a monologar. Suena a mentira, pero yo acompañaba cada


palabra con la cierta seguridad de que estaba a solas con mi cerebro. Que mi maestro
se había ido hacia mucho. En momentos como ese me interrumpía y me desviaba hacia
la ingratitud de su familia, que lo había botado cual feo cachivache en ese tugurio
público de sábanas y batas blancas percudidas.

Recordé que alguna vez mi cumpleaños cayó en día de clase con él y al final de
la sesión se acercó a mi pupitre, como yo esperaba, y sacó del maletín un panquecito
de harina integral (que odio, cosa que mi maestro tiernamente ignoraba, lo que hizo que
me supiera aún más a ambrosía) y me deseó un cumpleaños feliz y una vida plena y
serena. Serenidad. Un deseo que no se suele ofrecer en esas celebraciones pero que
se me incrustó para siempre en mi pecho. Y yo lloré como nunca, y en un momento
percibí que se ponía nervioso, hipótesis que descarté porque siempre fue un señor tan
dulce como ecuánime.

-Tranquilízate, por favor. Sólo es un detalle para celebrar contigo tu día. Deseo
que siempre seas tan capaz y brillante como lo has sido hasta ahora. Ha sido un honor
ser tu maestro, pero sería mayor si me dejaras ser tu amigo.-Retórico y precioso, y muy

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liberal para aplicarse loción Fahrenheit; su cabello plateado se arremolinaba en sus
patillas y su nuca: mi maestro era un patricio.

-Maestro, yo estoy a sus pies para siempre. Si usted quiere honrarme con su
afecto, aunque no lo merezco, lo tendré en mi corazoncito el resto de mi vida. Usted es
una enorme persona, la mejor que he conocido... sí, estoy bien, no... aquí traigo un
pañuelo... Gracias, de verdad, no tengo muchas palabras... Bendito sea, ¿qué le ha
pasado que de repente se ha dirigido hacia mí? Mi personita no es digna de sus
atenciones pero hoy he decidido que una sola palabra suya bastaría para destruirme o
salvarme. Lo quiero mucho. Ah, necesitaba esto...

Y ahí estaba yo, tratando de corresponderle pero el remordimiento no me dejaba


pensar, como una gotita helada en mi vientre, recriminándome por qué hasta ese
momento, aunque sabía por respuesta que siempre sentí imponente la figura de
Solchaga. Habían pasado años desde la graduación y aquel fausto momento en que me
propuso mi empleo. Jamás nos habíamos vuelto a hablar. Por otro lado esto me hacía
preguntarme, la gotita se hacía más gorda y constante, por qué nunca me había
buscado si yo era tan especial para él. Todo era muy triste. Por eso levanté la cara y vi
la suya y estaba tan indefenso y tan viejito y, acaso, confundido en su oscuridad que la
desesperación me levantó de un brinco y yo trataba de pensar en otras cosas más
felices mientas me paseaba por su habitación presa del mismo vértigo sentí cuando mi
maestro me contaba que la sociología, mal que les pesara a los patancillos de la calaña
revolucionaria de Kerouac, había sido inventada como una reacción opositora al nuevo
orden propuesto por el enciclopedismo de la Ilustración.

Que Auguste Comte se sentía aterrado de enfrentarse a situaciones de


interacción social, convirtiéndose en un marginado total, víctima de recurrentes crisis
nerviosas que solo le permitieron exponer tres de sus setenta y dos cursos de filosofía
positiva. Que practicaba la “higiene cerebral” negándose a leer libros por considerar,
junto con pensadores como Hobbes y Spencer, que le provocarían un gran daño al
contaminarlo con ideas erróneas por tener estas que explicarse en clave especulativa y
no orientada a elaborar un plan magno para el reordenamiento del mundo, del que él
mismo sería artífice al dirigir, como Sumo Pontífice, una religión sociológica para un

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mundo regido por sociólogos-sacerdotes que se apoderaran del control de todas las
naciones del mundo.

Que Karl Marx, transido de dolor por la muerte de su hijo Edgar en 1855, al
momento de caer las primeras paladas de tierra sobre el féretro en el Tabernáculo
Whitfield del cementerio de Tottenham, en Londres, se lanzó gritando sobre los restos
de su cachorro demandando que lo enterraran junto con él, descendiendo también a la
tumba, aunque pocos minutos después cambió de opinión.

Que Louis Althusser, tras asesinar a su esposa, corrió a gritárselo al director de


la Ecole Normale Superieure. Que después intentaría quemar la escuela, donde su
escritorio rebosaba de libros y papeles acumulando el polvo de los años de silencio del
autor, paralizado entre gestos y tics incontrolables bajo el témpano gélido que le cubría,
impidiéndole saber si él mismo era real o sólo una ficción de su madre.

Que Michel Foucault era un habitué del Bay Area de San Francisco y suscriptor
de The leathersman’s handbook, el manual sadomaso donde se informaba de los
nuevos utillajes del erotismo gótico. Que sabía identificar a los jugadores según si se
colocaran un pañuelo en el bolsillo izquierdo, los sádicos, y en el derecho, los más
suavecitos, en tanto que los que usaban uno de color negro iban siempre muy en serio,
aficionados a las prácticas más duras. Que él, siempre elegante, portaba un pañuelo de
clásica seda azul.

Todas esas historias nos emocionaban mucho en clase sin importar nuestras
preferencias teórico-ideológicas, ya que nos humanizaban a las deidades monolíticas
que debíamos leer y ordenar en nuestras mentecitas, y yo se lo decía así a Solchaga,
con agradecimiento, porque es necesario aclarar que él no nos contaba esos cuentos
con mi lenguaje desde la estrechez de mi recuerdo, sino con su encanto de brujo
arcano, todo guapura.

Yo le revivía estas narraciones mientras le humedecía los labios con naranjada


de hospital tras abrir las cortinas y conectar una clandestina barrita de aromatizante
Glade. Mi favorita era la famosísima de Althusser, por creerla cercana a mi talante: me

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encantaba llenar mi escritorio de papeles y sándwiches a medio comer mientras
Kerouac hacía todo el trabajo y yo miraba al vacío. Pero mi maestro nunca despertó.

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Una buena chica

En realidad, Kerouac no siempre estuvo aquí a mi disposición. Cuando lo veo salir del
IIS, entusiasta porque tiene oportunidad de ir al otro lado de la ciudad a comprarme una
orden de ravioles en el único restaurante donde los hacen como me gustan, cuento con
poco más de media hora para abandonarme a mis recuerdos. Recuerdo entonces mi
primer escritorio, mi primera computadora, mi primer bote de basura, y en el fondo de
las sensaciones que regresan desde aquella época incluso puedo invocar otra vez el
olor dulzón de vainilla con coco, o algo así, de que se impregnó el edificio el día que mi
asistente entró por primera vez. No llegaba solo: lo acompañaba una jovencita junto a
quien, según Andrea, estaba solicitando realizar su prestación de Servicio Social como
estudiantes de una licenciatura por cuyo nombre jamás me interesó preguntar.

Naomi. Se sentaba en el piso del pasillo que daba a mi diminuto cubículo que
daba a la oficina de Camila. Le habían encargado que, provisionalmente, atendiera
cualquiera de mis necesidades relativas al funcionamiento administrativo de la revista
según yo dispusiera. Mientras, Kerouac era confinado al archivo, donde tenía que
soportar las visitas de Anzaldo y sus los largos circunloquios acerca de la servidumbre
africana en el puerto de Veracruz durante el siglo XVIII.

Pero la chica estaba mucho más tranquila en el piso, donde a veces se quedaba
dormida, a lo que yo nunca dije nada. Incluso cuando boicoteé la compra del que iba a
ser su propio escritorio, yo actuaba por su propia comodidad, pues parecía tan serena,
tan límpida, cuando apuntaba sus ojitos al concreto de la pared, que yo me había
acostumbrado a esa visión de inmediato. Someter a esa criatura etérica al prosaico
escenario burocrático del Instituto era una locura.

Todas las mañanas llegaba a saludarme, con los dedos acurrucados en los
cuencos de ambas manitas, y me preguntaba, con un hilillo azulado de voz, qué
pendientes había para el día. Al principio, esa atención me sacaba de balance, pues me
incomodaba distraerme de mi rutina de eliminar los correos de académicos que
deseaban participar en la Revista, pero cuando volteaba a mirarla, clavada en el piso en
una actitud expectante, perdía control de mi conciencia y la mirada se me nublaba:

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-Por el momento, nada, Naomi, pero te agradezco mucho tu interés. En cuanto
salga algo en lo que puedas apoyarme, ten la seguridad de que te lo digo. Tal vez,
acaso, si te pareciera, que algún día quisieras quedarte a acompañarme hasta la
noche, porque muy seguido me quedo muy tarde, y este lugar, de verdad, es
espantoso.

-Bueno, es que me pareció que usted siempre tiene muchas cosas que hacer y,
no sé, tal vez algo sencillo. Una también se cansa de no hacer nada, ¿no cree? Ejem,
¿aquí siempre está todo tan tranquilo? O sea, quiero decir... no es falta de respeto, o
sea, me refería a que aquí nadie anda con prisas y no parece que necesiten mucha
ayuda para hacer su trabajo.- Naomi se había puesto tensa, tartamudeaba y no quitaba
la mirada del suelo. Me di cuenta por primera vez: bajaba la cabeza y ponía al mundo a
dormir.

-Aquí cada quién sabe lo que tiene que hacer, espero. No te preocupes mucho,
que cuando yo llegué me pasó lo mismo. Me quedaba horas en este escritorio
esperando que me ordenaran algo que hacer y así se me iban muchas horas, pero las
aprovechaba leyendo o poniéndome a la disposición de Camila para ir por la comida o
esas cosas. Por supuesto que no te estoy pidiendo eso, pero es que te darás cuenta de
que este es un lugar muy casero, amigable. Te aseguro que has encajado aquí desde
que llegaste, si es lo que te está preocupando. Claro está, yo sólo te pediría que
estuvieras aquí, como estás ahora, con tu carita gacha, a veces sentada en el piso o en
esa silla. Me hace tanto bien saber que estás a mi lado que ese sería todo el servicio
que podrías dar aquí.

-Ah, pues si usted quiere, puedo hacer también esas cosas. ¿Ahora tiene
hambre? De veras, con confianza, me gustaría que usted me encargara todo lo que
necesite.- Cabello negro, piel tan blanca y una mirada que en un principio no me había
dicho absolutamente nada, lo que no quiere decir que estuviese vacía. Naomi me decía
estas cosas poniéndose de pie de repente, con un tono suplicante y curioso por igual.
Eso imaginé.

En una novela de F. Scott Fitzgerald, según me contó Camila (yo no tengo


tiempo de comprobar esas cosas), se habla del arrobamiento que podemos sentir por

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otro ser humano a partir de que descubrimos al resto del mundo en los ojos de esa
persona. Tener la certeza de que encontramos en un sobresalto la complejidad del
universo entero implica así saber que lo que vemos es nuestra propia percepción. Las
cosas se leen y entienden mejor así, a partir de nuestro muy peculiar e intransferible
punto de vista. Así, lo que tenemos es el descubrimiento inquietante de que gracias a la
mirada de la otra persona nos percatamos, primero, de toda la complejidad de nuestra
mirada sobre el universo y luego de todo lo demás. Era una explicación que no me
convencía del todo.

-Ya veremos, niña, por lo pronto necesito que vayas al almacén por cuatro
resmas de papel para las impresoras y después puedes ir a comer. Lo que sea que
comas, tráeme a mí también, ¿sí? ¿No sería fantástico? Que cada cosa la hicieras
conmigo y que estuviéramos cerca siempre, tal y como estás ahora, en tu silla, tal y
como te acurrucas para protegerte del frío que sale del ducto de la refrigeración que da
justo sobre tu cabecita, cuando eres tan maravillosa que ni siquiera te atreves a
quejarte.

-Pues, ¡lo que usted diga! Ahora mismo regreso.- Y entonces salía corriendo a
cumplir las órdenes. Si no fuera una ridiculez, diría que corría cual cervatillo. Me daba la
impresión de que su carácter nervioso se viera potenciado por su miedo a cometer un
error mínimo.

Yo no necesitaba asistencia de ningún tipo. Era autosuficiente para hacer mis


cosas, que tampoco eran muchas. En un principio me molestaba, mientras trabajaba en
mi computadora, saber que Naomi estaba a un lado, sin hace nada más que mirarme,
aguardando a cualquier disposición mía. Empecé a pedirle fotocopias y clips o que me
llevara al escritorio impresiones o libros de la biblioteca. Después se me ocurrió enviarla
por comida o en mi representación para hablar con Paquito Beauregard sobre cambios
en las políticas de la Revista y a los que los investigadores de la Academia debían
someterse. Siendo ellos los que más publicaban, yo me entretenía haciendo cambios
estúpidos a las políticas de publicación y me hacía muy feliz la felicidad de Naomi
cuando llegaba a mi escritorio a platicarme con todo detalle acerca de las
conversaciones con los subnormales de la Academia.

88
Su dentadura sería perfecta de no ser por una maloclusión en uno de sus
caninos inferiores que generaba la ilusión óptica de estar a punto de caérsele de la
boca. Su magnífica cabellera negra estaba jaspeada por dos mechones de canas
prematuras que le surcaban el cráneo entero. Ese me parecía un detalle tierno. Sus
manos se veían suavecitas a pesar de ser rechonchas y su cara era redonda por sus
mejillas siempre sonrosadas. Su gusto por los pantalones bombachos y las camisetas
holgadas, además de su desprecio por el maquillaje y accesorios femeninos, la dotaban
de un aura hombruna que sin embargo se erosionaba por completo cuando levantaba la
cara y me dejaba ver sus ojos, el izquierdo azul y el derecho turquesa, hasta que,
fijándome mejor con el auxilio de la luz artificial del pasillo, comprobaba que ambos eran
de un suave tono miel. Esa era una desilusión óptica.

Por la época en que me gustaba mantenerla entretenida con estas ocurrencias,


todavía no sucedía nada que amenazase con destruir el tranquilo orden y la serenidad
en que Naomi se fijaba tanto. Nuestras mañanas empezaban con el ritual del capuccino
instantáneo (si pudiera describir la belleza del bigotito de espuma que se le formaba en
el labio superior mientras me miraba atenta por cualquier tontería que le platicaba sobre
el Instituto, lo haría) que yo compraba en cajitas de diez sobres en la cafetería del
centro comunitario y que nos bebíamos mientras repasábamos los pendientes que
había para el día.

Por lo general, estos se limitaban a discutir sobre la comida que habríamos de


pedir por la tarde o sobre el pésimo gusto de Paquito para las corbatas, para los
adornos de su escritorio o para cualquier cosa en esta vida. Lo lindo de tener becarios o
prestadores de Servicio Social puede verificarse en la posibilidad de hacer que odien lo
mismo que tú odias. Nuestra relación era tan fabulosa que llegué a comentárselo a
Naomi, provocándole una suave carcajada que limpió el cielo encapotado de una
mañana cualquiera, haciendo que nos dieran ganas de salir a pasear fuera del IIS. Ella
no se imaginaba que yo no estuviera bromeando cuando le decía cosas como esa.

Entonces salíamos a dar una vuelta por ahí. Rodeábamos el edificio del IIS y
después nos pasábamos a la Academia de Ciencias Sociales, que afuera de su
vestíbulo tenía unas banquitas bastante cómodas, donde tomábamos asiento para
ponernos a platicar de mil nimiedades sobre el trabajo.

89
-¿Usted lleva mucho tiempo trabajando aquí?.- Yo nunca le había contado nada
acerca de mi Solchaga ni de la época en que empezó mi trabajo en el Instituto: temía
aburrirle y temía empezar a aborrecerla porque no se interesara en eso.

-Eso depende. Acaso de la cantidad de cosas que he podido hacer en un


periodo relativamente corto desde que terminé la licenciatura. He visto crecer a la
Revista y al Instituto, y supongo que eso es lo que importa. Hay muchas cosas qué
contarte. Tantas como no se imagina nadie y que me llevarían toda la vida, pero no sé
si te interese que me extienda tanto.

-Entiendo, eso sí.- Naomi se tronaba los dedos con discreción y el ambiente tan
cálido que se generaba en ese momento, ella tan pensativa, me aterraba. Era entonces
cuando me levantaba como por un resorte y la conminaba a regresar al Instituto. Yo
tomaba nota y hacía por no volver e incluso por no acercarme nunca más a ese lugar,
donde fuera que ella y yo hubiésemos estado hablando y ella se hallase a punto de
decir cosas sobre sí misma.

Me espeluznaba la sola posibilidad de que en algún momento, y por un error de


cálculo de Naomi, nuestra charla entrara en una parcela personal. Era cuando yo me
esforzaba por recordar a la letra el compromiso ético de ser fiel únicamente al principio
de separar a mi trabajo de las cosas del mundo. Cuando a Camila o a Paquito o
cualquiera de esos tristes imbéciles llegué a sugerirles al menos un detalle de mi
actitud, sólo coseché risas y una crítica tras la velada referencia a mi falta de
experiencias vitales.

Le tenía miedo a las cuestiones personales porque no las creía necesarias. Las
veía como una señal de interferencia con la historia cotidiana del trabajo. Además, en
mi propia vida cotidiana, ahora con Naomi, yo me había encontrado con una realidad
alternativa, en la medida en que me preocupada menos que nunca por las cosas
académicas y por los pendientes de cada día. Descubrí, por un corto lapso en mi
carrera en el IIS, que los pendientes podían esperar y que yo no debía angustiarme
tanto por las cosas que ocurrían y que no se podían resolver.

90
Por un breve tiempo luminoso, me percaté a diario de que las cosas se pueden
solucionar si tratamos de entenderlas en su propia naturaleza. Y yo me sentía dentro, y
consciente, de mi existencia dentro de un plano natural, de un orden que entendía mis
propios ciclos. Si esto suena muy abstracto, basta con que cerremos los ojos y tratemos
de concentrarnos, en silencio, en ese chillido que inunda al cerebro cuando los ruidos
desaparecen. Alguna vez leí un artículo médico que decía que el cerebro produce
sonidos cuando está pensando. Naomi habitaba el silencio de ese chillido. Me
preocupaba mucho todo lo que ella tuviera por decir. Cuando estábamos en mi
escritorio, ella en su silla, me esforzaba por instruirla en cuestiones relativas al campo
académico, aunque eso no me interesara ni a mí, y trataba de limitarme a los asuntos
de la revista. Incluso chismes que no importaban a nadie. Tampoco le aceptaba
cualquier charla acerca de lo que ella hacía en sus estudios, ya no digamos nada sobre
su familia o el pelafustán jipiteca con quien había llegado el primer día y al que pusieron
a trabajar en el archivo.

De pronto me di cuenta de que había logrado construir una confortable burbuja


en donde no tenía que considerar a nadie más para tomar mis propias decisiones. Yo
dominaba en una rutina que tenía por centro a las dos únicas personas en todo el IIS
que tenían cabida en un nuevo espacio simbólico. Naomi y yo señoreábamos nuestro
rincón y las cosas fluían tan suaves y tranquilas que incluso empecé a cuestionarme la
necesidad de estar en el Instituto, donde me rodeaban tantos mentecatos. Con todo,
cuando me planteaba una cuestión semejante, siempre lo hacía con la certeza interior
de que yo ya jamás me movería de ahí. ¿A dónde podía ir? Era una pregunta
ontológica: ¿qué podría decirle a mi maestro Solchaga, a quien por cierto tenía mucho
tiempo sin saludar, cuando me preguntara por el IIS y cómo me estaba yendo? Y yo
amaba cuando me preguntaba.

Por entonces le saqué a la administradora del Instituto (otra personita por cuyo
nombre jamás me interesó preguntar) unos pocos recursos de la caja chica para
hacernos de un pequeño microondas para mi cubículo. A Naomi le gustaban los platillos
instantáneos de espagueti Chef Boyardee´s y yo actuaba en consecuencia. También
cocinábamos los ravioles de la misma marca e impregnábamos el pasillo con un olor
que mucho después yo ya no soportaría siquiera recordar.

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Un día el microonditas se descompuso. Encendía y hacía dar vueltas al plato
central en su interior, pero se negaba a mover también a los átomos de la comida para
calentarla. Yo no he tenido nunca la menor idea acerca de cómo funciona ningún tipo de
aparato, así que llamé por mi cuenta a un técnico para que viniera a echarle un ojo.
Mientras esperaba en mi silla, soportando la contrariedad y sin humor de atender ningún
pendiente, me moría por ver a Naomi para contarle del asunto y reírnos de esa tontería.
Empecé a pasearme por el IIS mirando estrictamente al suelo y sin detenerme a saludar
a nadie. Así llegué a la biblioteca y al asomarme por la ventana contigua al estante de
los archivos de Andrés Guajardo (olía a vainilla, a coco, en fin: algo muy dulce) los vi:
bajo el cielo gris que amenazaba con una llovizna, a la sombra de un árbol (que
tampoco nunca he sabido distinguir cómo se llaman las distintas especies: un árbol es
un árbol es un árbol), como en la escena más trillada de una película, Naomi y Kerouac
se besaban en sus boquitas. Pensé que quizá se acomodaran en ese abrazo tan
apretado para protegerse del frío que arreciaba desde la mañana, pero no alcancé a
detectar con claridad que acaso esa fuera la intención. De cualquier forma, pensé,
podrían haberse resguardado en el interior del IIS. Eso me sorprendió.

Entonces fui a la oficina de Camila, de nuevo me senté frente a su


computadora, tecleé su contraseña (“teamocoqui”, que lo deduje un día mientras ella
tecleaba y yo le servía el café) y al entrar al sistema de registro del Servicio Social del
Instituto di de baja a Naomi. Entonces me percaté, por una asociación de ideas que ni
siquiera entonces pude comprender, que había sido un error aceptar a ambos
solicitantes en dicho programa cuando sólo teníamos cupo para un prestador, siendo
que Kerouac ya realizaba labores bien específicas. Y las seguiría haciendo ahora como
mi becario de planta.

De ahora en adelante, su trabajo, conmigo, sería más movido saliendo a


comprarme comidas raras al otro extremo de la ciudad, copiándome por ambos lados
libros inútiles de no menos de quinientas hojas, aceptando la obligación de contestar
mis llamadas los fines de semana para cualquier tontería del trabajo o, simplemente,
quedarse cerca y a mis órdenes para atender mis ocurrencias del momento. No podía
entender por qué esta niña tan encantadora podría haberse interesado por un simio
semejante, por una bestezuela tan básica. También en ese momento comprendí que, al
final, jamás podría encontrar la razón exacta: para Naomi yo sólo era una entidad

92
abstracta detrás de un escritorio, que se había esforzado por permanecer tal cual para
ella. Mi mentecita no había sido preparada para ser algo más que eso y desde tiempo
atrás le había ordenado resignarse a ello. Yo no sabía que pensar ni qué decir a nada:
me quedé en silencio. Por eso, cuando recibí un correo electrónico donde la maravillosa
Naomi me decía preocupada que Kerouac estaba teniendo pesadillas y alucinaciones y
hasta se había vuelto sonámbulo, yo no pude contestarle.

Lo único que importa es el cariño. Es decir, podemos permitir que nos agobie el
vértigo mundanal de las estupideces de todos los días y seguir tan frescos si sabemos
que, al final del día, tenemos a alguien a nuestro lado que sea una roca para nuestro
corazón. El corazón y sus asuntos tienen muy mala prensa en un tiempo tan ignorante
como el que estamos viviendo. Las cosas bellas que nos podemos encontrar se filtran
por un prisma mucho más claro si nuestra conciencia está ocupada por el amor que le
tenemos a ese alguien especial. Es tan difícil encontrar a una persona así. Es probable
que el terror por morir en la soledad nos lleve a cometer desaguisados, pero lo único
que hoy te quiero decir es que yo he estado aquí, y no puedo olvidarte, y que aunque
yo no tenga cabida en el mundo que habitas puedes contar con todo lo que soy. Sé que
tal vez eso no te importe pero lo único que puedo responder es que al ser parte de lo
que ahora soy yo, tú te manifiestas como la evidencia de mi grito lanzado cual
dentellada de neón: ¡yo estoy aquí!, ¡yo existí!, y no hay nada más humilde que mi vidita
que has tocado sin darte cuenta, y mi temor a que esta magia que hemos sentido se
acabe me ha causado el prurito de no dejar que te des cuenta. Gracias por eso.

93
7

La figura de Andrés Guajardo ocupó siempre un lugar de honor en el folclor local incluso
durante la segunda mitad del siglo XX, con todo y sus zonas oscuras, sus erosiones a
causa de la inexactitud de su leyenda. Pero, como el propio Anzaldo me aseguraba, su
atractivo radicó siempre en esa ubicuidad ajena a la circunscripción de un periodo
histórico, lo que inspiraría un tipo de familiaridad con su leyenda como la de familiar
lejano de quien muchos descendientes heredan ora una peculiaridad ora otro defecto,
de generación en degeneración.

La imaginación popular lo ubica desde los tiempos de la Reina Calafia aunque,


claro, trataríase de un antecesor español, igualmente ficticio, en quien el público habría
transferido las virtudes del personaje que, se decía, había tallado de la madera del Árbol
de la Noche Triste de Hernán Cortés al santo patrón de Magdalena de Kino, en Sonora,
una reproducción de San Francisco Javier yacente.

La gente de la localidad acostumbra acudir a esta figura para orar y pedirle


favores levantándole por la cabeza; aunque de peso regular se aligera bastante más si
el santo ha aceptado la súplica y, en caso contrario, su peso se vuelve tan grande que
no hay quien sea capaz de moverlo, por lo que el llanto de impotencia y desesperación
del devoto no se hace esperar, bajo las miradas de reprobación de la feligresía.

Estas historias, que a mí me parecían absurdas, lo han sido siempre para los
habitantes de Sonora, que niegan la leyenda de Guajardo e incluso su existencia,
mientras que en los estados del sur se le identifica vagamente como uno de los escoltas
de Francisco Cárdenas, autodenominado general porfirista que ejecutó al Presidente
Madero a las afueras del Palacio de Lecumberri.

He dicho leyenda, porque conforme Anzaldo me narraba esta historia iba


advirtiéndome que consistía más bien en una larga cadena de deducciones respecto al
periodo histórico de la Decena Trágica hilvanada por migrantes del centro de la
República que llegaban a vivir a los ejidos del norte del estado, los cuales ostentaban
los mismos nombres que las entidades federativas de procedencia de sus fundadores.

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De ahí que autores como José Fuentes Mares, Francois-Xavier Guerra o
Santiago Portilla no incluyan jamás el nombre de Guajardo entre las anécdotas más
jugosas de la época, si hemos de creer la historia, contada por veteranos zapatistas del
Ejido Cuernavaca, de que nuestro hombre, poseedor de poderes psíquicos, habría
hecho caer a Cárdenas en un trance hipnótico para asesinar al depuesto Presidente
cuando estaría “a punto de dejarlo escapar junto al Vicepresidente Pino Suárez” (¡qué
diablos!...) y que luego, triste fin, lo habría dirigido por telepatía hacia la cantina El Nivel
a presumir su hazaña, a lo que uno de los parroquianos, quizá sin necesidad de
encontrarse él también bajo el influjo maligno de Guajardo, le descerrajó cuatro balazos
en la cabeza. Anzaldo me narraba estos detalles con las manos temblorosas e
impostaba a su voz un dramatismo gutural (e innecesario, en mi opinión), cuando me
contaba sobre la cercanía “casi íntima” entre Guajardo y El Chacal Victoriano Huerta,
Presidente golpista de la República y que, según él, era un tarotista consumado que, al
igual que Madero, creía en el ocultismo, pero que además practicaba el rito santero del
Palo Mayombé, en el que fue iniciado por nuestro héroe, quien resultó ser también
veterano aventurero de la intervención estadounidense en Cuba en 1898, a decir de
miembros de la colonia cubana en la Ciudad de México.

Otra mención de su actividad es la que hacen los habitantes del Ejido Michoacán
de Ocampo, en el Valle del Municipio de Mexicali, donde en 1937 tuvo lugar el asalto y
expropiación de las tierras algodoneras propiedad de una compañía extranjera, la
Colorado River Land Company. Ahí, una mujer desconocida, Felipa Velázquez, recién
llegada de Sinaloa, había saltado a la fama local siete años antes tras supuestamente
liderar la creación de un Comité Ejecutivo Agrario para solicitar al gobierno federal la
entrega de tierras a los ejidatarios del Valle.

Al no recibir respuesta, el primero de mayo organizó una protesta escenificando


la comedia El burgués y el esclavo (como curiosidad, una adaptación del sainete
titulado El peninsular y sus siervos, publicado por un “D. Andrés de Guajardo” en la
última edición, la del 17 de enero de 1811, de El Despertador Américano, periódico
proindependentista fundado por Francisco Maldonado) denunciando las injusticias que
debían sufrir los campesinos, tratados como peones por los empresarios gringos.

95
Acusada del delito de disolución social, fue embarcada rea rumbo al penal de
Islas Marías y, contrario a lo que cuenta la historia de ejidos como el Nuevo León,
donde muchos de sus pobladores aseguran que Felipa vivió en Mazatlán hasta su
muerte, sus descendientes aseguran que ella estuvo al mando en 1937, en tanto que
Anzaldo añadió el detallito de que entonces organizó una especie de escuadrones de la
muerte destinados a perseguir y atacar a los comerciantes locales y capataces
contratados por la compañía.

Aunque los familiares callan sobre este hecho, los habitantes del Ejido Nuevo
León y algunos del Michoacán de Ocampo niegan además su existencia real,
coincidiendo con las opiniones de historiadores locales como Yolanda Sánchez Ogás,
Everardo Garduño o Adalberto Walther, y atribuyen la dirigencia de aquellos grupos a
Hipólito Rentería, un individuo aparecido “de la nada” justo por la época en que lo hizo
Felipa, a principios de los treinta, y que aseguraba venir huyendo de los generales
posrevolucionarios de la capital del país.

Estas paparruchas me habían sabido a muy poco siempre que las escuchaba. Al
parecer se trataba de un esfuerzo más por dotar a la localidad de una mitología que se
detenía en un aborto de extrema fantasía. Para los historiadores, y Anzaldo lo era un
poquito, descubrir la verdad era tan sólo un acercamiento lo más fiel posible a una
versión de los hechos, es decir, que si yo quisiera investigar en un futuro lejano lo que
había sido del Instituto de Investigación Sociológica tendría que acercarme a una
opinión fundamentada de los hechos, especialmente los finales, de lo que fue el IIS.
¿Qué otro sentido tendrían estas memorias?

Algún día, que en mi fantasía es lluvioso y helado y salpicado de café con crema
de vainilla, alguien leerá estas páginas y sabrá que hubo un lugar en donde las cosas
se caían a pedazos y nadie prestaba mucha atención. Por las fechas en que yo visitaba
a mi maestro y Anzaldo me platicaba estas cosas mientras preparaba su décimo viaje
del año “a la Tierra del Toro”, como me decía para repugnarme sin querer, ya ninguno
de los investigadores ponía un pie en el IIS, siendo que la mayoría habían conseguido
su reubicación en la Academia o en diversas facultades de la Universidad. Sólo
quedábamos Camila, Anzaldo por poco tiempo, Kerouac cuando se acordaba de
nosotros y yo. Andrea y Perezgrovas dejaban pasar temporadas de una semana sin

96
reportarse cuando Camila aún leía el periódico y hacía llamadas infructuosas al
Ayuntamiento para informarse sobre el tema con miras al planeado especial sobre la
Pena de Muerte y yo languidecía.

Otros datos que se pueden leer en el Archivo General de la Nación gracias a


facsímiles de publicaciones de la época refieren, siempre según lo expuesto por Martín
Anzaldo, que hacia 1853 aparecía ya la primera mención bien documentada de la
existencia de Andrés Guajardo. Supuestamente a mediados de ese año la legislatura de
California autorizó a un texano de nombre Harry Love que organizara una cuadrilla de
persecución de bandoleros en cuya lista ocupaba el primer lugar un tal Andrés
Guajardo, buscado por abigeo y salteador de caminos, y a quien cazaron durante días
sin tener de él más señas que la certeza de que “tenía que parecer mexicano”.

De nuevo los datos oficiales chocan con opiniones como las de los habitantes
del Valle Imperial, en el sur californiano, quienes, en contraposición con las crónicas
repetidas por diarios como El siglo XIX, aseguran que el regimiento de Love, al divisar a
Guajardo con el suyo propio cerca del Paso del Panoche, al oeste de los Lagos de
Tulare en el condado de San Benito, habría recibido órdenes de ir a la carga por ellos
cuando todos los soldados se descubrieron paralizados junto con sus caballos,
incapaces, Love incluido, de mover un músculo y un historiador de ascendencia
cherokee, John Rollins Ridge, contaría que los miembros del grupo permanecieron
petrificados durante el tiempo que sobre sus cabezas se poso una nube verde brillante
que bañaría sus cuerpos en un halo del que no se pudieron desprender durante varios
días aquellos sobrevivientes que no sucumbieron a los vómitos que muchos de los
soldados de Love padecieron desde ese momento.

Otro cronista, José Ledesma Reyes, asegura que para ese momento, una
semana después de la fallida incursión, Guajardo se encontraría acantonado en
Hermosillo. La versión oficiosa, rememorada por el periodismo de la Reforma,
consistiría en la narración heroica del asesinato de Guajardo por la legión del texano,
que le habría cortado la cabeza y, tras conservarla en un frasco (que se perdería
durante el terremoto de San Francisco en 1906), la mandaría en gira de escarmiento
por todo el norte del país. Que las anécdotas en sentido contrario dispusieran de más
detalle y congruencia entre los pobladores, particularmente los ancianos, de condados a

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ambos lados de la frontera debía decir algo, en la opinión de Anzaldo, sobre la
veracidad de sus elementos como tradición oral frente a documentos aburridos
vindicando siempre con las mismas palabras el triunfo de la ley de los extranjeros
persiguiendo y asesinando a los locales en suelo mexicano.

Sería también Ridge, colocándose misteriosamente del otro lado de la leyenda,


el único autor que dedicaría la década siguiente en refutar las historias de la supuesta
violación y posterior asesinato de la esposa de Guajardo (nunca más se hablaría de su
familia en ninguna de las historias que lo mencionan) a manos de miembros del ejército
estadounidense, ya que al parecer, y retomando una historia oída a una descendiente
mestiza de la comunidad rusa en Ensenada, habría sido en un cuchitril de este puerto
donde se encontraría a la mujer de Guajardo, y al hermano de este, desnudos y
muertos en un catre y, acaso por el gusto del autor por seguir dramatizando, cubiertos
por un halo de tono verdoso, algo más que dudoso (aunque ciertamente atractivo si se
anota que en esos momentos el bandolero seguía en Hermosillo) al revisarse la historia
de Guajardo desde la perspectiva de cualquier historiador local en la frontera norte
mexicana como Manuel Rojas o Rafael de la Cruz. Alterando una de las frases hechas
de Anzaldo, diríase que la mentira no conoce fronteras y que historias como esta
estaban tan hiladas de absurdos tan congruentes como para justificar durante años un
presupuesto de investigación para dedicarlo a la comparativa de puntos, comas e
inflexiones en diarios de hace más de un siglo. A pesar de las denuncias de Kerouac,
eso me parecía bonito.

Era bonito también cuando Perezgrovas nos invitaba a un picnic en el campus


pero nunca me invitaban. O, más bien, sí lo hacían, pero yo declinaba porque siempre
me ha parecido detestable esa costumbre de instalarse en el césped mojado y lleno de
insectos como el que se puede encontrar en cualquier parque, y que mis piernas se
convirtieran en carnaza para las hormiguitas. Y me entristecía mucho verlos atreverse a
irse sin mí.

Era la época en que los ex-rectores aún se presentaban de vez en cuando en el


Instituto para pedorrearse al pasear frente a mi cubículo, preguntando la hora y si la
jarra de la cafetera había sido llenada ese día. Camila se burlaba de mí porque me

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consideraba extremadamente sensible, pero eso no es mi culpa: siempre han sido ellos
los que han desarrollado una coraza demasiado dura.

Fue en esas tardes tontas que empecé a desarrollar una actitud puritana gracias
a que el único de los investigadores que se quedaba a acompañarnos a las momias y a
mí era un antropólogo de cuyo nombre sí quiero acordarme pero no lo consigo y que
vivía en su cubículo. En serio, vivía en su cubículo por razones que nadie había
dilucidado, así que yo tuve que inventarlas con base en rumores que me llegaban lo
mismo de la Facultad de Ciencias y Humanidades que del Instituto de Investigaciones
Históricas, de donde tuvieron el buen tino de expulsarlo: al parecer, proveniente de una
familia proletaria, había conseguido casarse con una mujer aristocrática que lo había
expulsado del hogar al enterarse de su costumbre de acostarse con sus alumnas.

Así, si yo escribí o no algunos correos masivos donde explicaba que los


constantes viajes de documentación bibliográfica que el sujeto hacía a La Jolla y San
Diego estaban dedicados a acompañar y pagar a sus alumnas por los abortos en las
clínicas de la zona, no es un asunto de la incumbencia de nadie.

En realidad, dada la sensibilidad extrema del mundillo del chisme académico, no


me resultó muy difícil deshacerme del zoquete que tenía un horno de microondas y una
televisión conectados en el regulador de voltaje de la computadora y sí, todo eso era
muy triste pero yo me negaba a creer que eso fuese un catedrático, siempre tan
tranquilo hasta el momento en que nuestra Intranet detectó una colección de
pornografía de todos los tipos existentes que me dediqué con paciencia a insertar en su
disco duro, precisamente la única vez que le aceptó a Perezgrovas uno de los paseos,
dos por semestre, que organizaba como prestación especial, ya fuese a los jardines del
campus o al municipio de Tecate.

A veces, el tipo me invitaba a “relajarme”: ponía un disco compacto con sonidos


de muchas gotitas de agua con acompañamiento de flauta que me desquiciaban los
nervios, encendía inciensos inmundos con olor a cereza o a pachulí o se limitaba a
preparar una bolsa de palomitas de maíz en su horno, haciendo oídos sordos a mi
velada insinuación acerca de las cascaritas se me incrustaban en mis muelas y me
herían las encías, como hasta ahora me ocurre.

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-¿Quieres mejor un chow mein instantáneo, Pifia?-Además, no tenía el menor
recato para ocultarme sus uñas cortas pero sucias que me imaginaba infectas de tanto
rascarse los piojos de su cola de caballo.- Anda, sé que tienes hambre, mientras
comemos, ¿qué te parece un girondazo, eh?, o mejor, jeje, ¿nos ponemos sabinescos?

-Gracias, doctor, pero todavía tengo pendientes, y creo que lo mejor sería que lo
dejara leer tranquilamente, ¿no cree? A ver,¿son los mismos poemas que le recitas a
tus alumnas mientras las embarazas porque en estos años no has sido capaz de
escribir nada por ti mismo?, vaya, pero si juraría que hasta esos son los mismos libros
desde que te tirabas a tus compañeras en la carrera...

-Patrañas, que yo sé que te encantan Girondo y Benedetti, ¿no?, si no, no


vendrías a verme y es que, dejémonos de modestias, esto de recitar se me da... pero
bueno, mientras vuelve aquella gente, ¿qué tal si cambiamos la dinámica?, a ver,
recítame algo, ¿sale?

-Oh, por favor, doctor, no podría. Bastardo, ya verás lo que sí puedo hacer, en
cuanto te descuides una tarde de estas...

-Vamos, a mí no me vas a venir con timideces, entérate, anda, o si no ya no te


dejo entrar, ¿eh?

-Jijijiji, jujujuju, ay, doctor, ejem, ahm... como renuevos/cuyos aliños un viento
helado marchita en flor/así cayeron los héroes niños/ante las balas del... Caramba, qué
fácil es hacer poesía normal, algo que parece haberse olvidado en estos tiempos.

-Jajajajajajaja, ay, no, Pifia, ¡por piedad!, jajajajajajaja, basta, vas a matarme,
jejejejeje... discúlpame, es que no soy tan clásico como vos, jijijiji, ni modo, estuve a
punto de desterrarte de mi cubículo-casa pasa siempre, jejeje, por tu mala actitud pero
me hiciste reír, ni hablar, como sea, dejemos esto. Pero a donde sí que no te puedo
prohibir la entrada es a nuestra custodia del AGN, ¿sabías que yo soy el encargado?-
Se rascaba de nuevo el nacimiento de su cola de caballo y acaso sin darse cuenta
revolvía con dos de sus dedos el caldo del chow mein que se acababa de preparar.

100
-No, doctor, no lo sabía, y es una sorpresa. Pero dígame ¿qué contienen los
archivos?, yo no sabía que pertenecen al Archivo General de la Nación, es que apenas
estoy comenzando aquí. Es más, creo que nunca he visto que se abra la puertita que
los guarda en nuestra biblioteca. Pero más vale que no me obligues a ir hacia allá, que
nunca hay nadie y me da miedo. Además, nadie quiere una montaña de papeles de
hace un millón de años apolillados o enmohecidos o lo que sea. Lo que importa es el
aquí y ahora, eso espero.

-Pues nada menos que los documentos sobre Andrés Guajardo... eh, bueno,
supongo que te tengo que ilustrar: dicen que el estuvo detrás del asesinato de Madero,
otros que inspiró el personaje de El Zorro y que además fue asesor de las dos facciones
opuestas en el periodo en que se precipitó el fracaso de las actividades de la Colonia
María Auxiliadora que la Unión Nacional Opositora estableció cerca de La Paz. Incluso
hay locos que lo relacionan con los preparativos de la Guerra de Independencia, pero
en realidad no era más que un ladronzuelo de poca monta, un salteador que asaltó
gente inocente, aunque rica, entre California y Sonora, para darle su dinero a los
pobres. Como ves, ninguna fecha puede coincidir pero, como fantasía que es, la gente
de aquí considera que de la mano del Andrés Guajardo mitológico se consolidarán las
leyendas folclóricas de este estado. ¿Cómo ves?

-Apasionante, doctor. Me encantaría leer todos esos archivos cuanto antes,


aunque temo que no podría aprovechar plenamente el sentido de esa información sin su
guía. Eso sí, me aterra imaginarme para qué cosas podrías ser buen guía.

-Ah, pues depende de qué tan bien te portes, jeje. No te creas, no soy tan cruel.
En cuanto tengamos oportunidad nos adentraremos en esa aventura. Todavía hay que
organizar los documentos e inventarnos un buen sistema para catalogarlos aquí. Hay
que preguntarle a Andrea en qué puedes ayudar. ¿Sabías que los gabachos tienen la
teoría de que Andrés Guajardo no fue nada de lo que decimos de este lado sino que tan
sólo se trataba de un vendedor de dulces de Chicago?-Ahora se rascaba su trasero y
luego se restregaba la mano en la cara, donde se detenía para exprimirse la grasa de
un grano morado en su mejilla izquierda.

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-Vaya, pero qué falta de respeto hacia nuestra cultura, por fortuna tales infundios
no podrían tener la menor veracidad. Hmm, Rebeca, ¿a que horas me dijo que se
conectaría?

-¿Veracidad?, por favor, Pifia, si lo único que tenemos, ellos y nosotros, son
meras especulaciones. A propósito, seguro que tampoco sabes que historiadores
gringos de la talla de Howard Zinn aseguran que en Chicago el tal Guajardo era un
inmigrante vendedor de los dulces y las chocolatinas que él mismo se inventaba, jojo,
¿qué te parece ese Willie Wonka indocumentado? Supuestamente habría conocido a la
Emma Goldman y participaba en algunas huelgas a principios del siglo y que hasta
conoció a Eugene Debs en los mítines del Partido Comunista. En realidad, lo que se
dice de él, de que era un matoncillo que hipnotizaba a otros para que mataran tampoco
es creíble. Créeme, Pifia, nada es creíble pero todo puede ser revisable, cómo no, y ahí
es donde está la diversión, y es que...

-Doctor, no sabe cuánto he disfrutado enterarme de todo esto, pero tengo que ir
a revisar las cuentas de correo electrónico mía y de Camila, porque estoy esperando
comunicación de la UNAM, del Instituto de Investigaciones Estéticas. Parece que la Dra.
Uriarte de Labastida está interesada en publicar algo en nuestra Revista, pero aún
desconozco el tema. Y, como siempre, ya decidiré yo si se publica o no, como con cada
artículo; depende de lo bien que me caiga el desayuno.

-Sí, claro, adelante, adelante, pero, como te decía, a mí me parecen muy


graciosos los cuentos de la Annie Besant, sí, ella también se metió con este tema, en
los que decía que Guajardo se aparecía de repente en los lugares, (¡y hasta en las
cosas!), más inesperados para mandar a cualquier infeliz a matar a otro, sí, es todo un
mito integral y cuando quieras vamos a que veas el archivo, ¿eh?, ¿qué tal, Pifia?,
estoy a tu disposición, aunque no quieras declamar a Sabines, hey, Pifia, ¿dónde
estás?

Yo había salido por piernas de esa leonera y me dirigí a la computadora de


Camila. Hasta la fecha recuerdo el gusto con que me sentaba pensando en la nueva
comodidad de poder conectarme a la mensajería instantánea cuando yo quisiera.

102
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: ¿Señora mía?
(L)(L)Mary(L)(L): Ignacio!, hola, cariño... te extrañe
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Pues aquí me tiene, mademoiselle, recién
llegado.
(L)(L)Mary(L)(L): ay, Nacho, como eres menso, pense que ya habia confianza
(L)(L)Mary(L)(L): y eso... de donde llegaste???
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: De la UCSD, en San Diego. Disculpa que no me
conectara en estos días, pero los pendientes me han rebasado. Desde la conferencia
de Jacques Attali en Berlín apenas he tenido un respiro. Ya te he contado: asesorías,
conferencias, andar convenciendo a gente para que publique en la Revista...
(L)(L)Mary(L)(L): aja...
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: ...y revisar tareas de los estudiantes. Sabes, en
medio de tanto academicismo, lo que más me revitaliza es el contacto con mis alumnos.
Ideas frescas y ganas de trabajar; créeme que son los textos que reviso con más gusto.
(L)(L)Mary(L)(L): mi amorr! por eso me encantas, por que te siento tan super humano
tan buenoo siempre
(L)(L)Mary(L)(L): y ademas tan brillante, tan importante TE AMO (K)(K)
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Por, favor, mi vida, que no es para tanto. Sólo
hago mi trabajo. Y yo también te amo.
(L)(L)Mary(L)(L): no Ignacio, tu haces muchiisimo mas, en serio todavía no puedo creer
haber conocido aalguien como tu
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Soy yo quien debe decir eso, gacelita mía. Pero
ahora dime: ¿cómo va Fercho?
(L)(L)Mary(L)(L): :’(
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: ¿Qué ocurre?
(L)(L)Mary(L)(L): Ay Ignacio, ya no vivo por culpa de ese muchacho, aorita acaba de
llamarme de la comandancia de policia para decirme
(L)(L)Mary(L)(L): que lo detuvieron junto con el Polo y esos delincuentes con los que se
junta desde que dejo la prepa
(L)(L)Mary(L)(L): porque estaban tomando cerveza en la via publica
(L)(L)Mary(L)(L): se fueron tomando desde que salieron del expendio hasta la casa del
tal Polo y entonses que los agarra la patrulla y
(L)(L)Mary(L)(L): y ya no se que hacer nomas lo unico que ago es llorar, mi cielo

103
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Por favor, tesoro, te lo suplico, no llores. Bien
sabes que lo que más deseo es estar a tu lado, apoyándote, luchando juntos para que
tu muchacho se encarrile por la senda del bien. Sólo dame tiempo.
(L)(L)Mary(L)(L): yo lo se amor y nosabes cuanto he pensado en la fortuna d
encontrarnos en el chat
(L)(L)Mary(L)(L): pero por favor ya dime una cosa
(L)(L)Mary(L)(L): porque nunca llegaste a nuestra cita en el restaurant italiano que
dijiste? yo estaba en la mesa que querias
(L)(L)Mary(L)(L): atrás de una ventana grande desde la que se pudiera ver todo afuera
como te gusta, pidiendote tus wiskys cada vez que me llamabas y tenia que tomarmelos
porq la gente de la otra mesa me miraba feo y ya me imagino el espectaculo que debi
de dar
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Mi muñequita de sololoy, muchas veces me he
postrado aquí, aunque no me veas, rogándote que me disculparas, pero la visita del Dr.
Slavoj Zizek, de la Universidad de Ljubljana, parecía no terminar nunca. Yo estaba
desesperado. Porque te adoro.
(L)(L)Mary(L)(L): :D
(L)(L)Mary(L)(L): de verdad???
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: De verdad, tierna. Hay días en que me
desespero y deseo mandar todo al diablo y correr hacia ti. Y empezar de nuevo desde
cero, por el poder de nuestro amor.
(L)(L)Mary(L)(L): No amor no, tu trabajo es demasiado importante yo soy la que te
seguiria, una simple divorciada con un mal hijo y otro que nunca le abla...
(L)(L)Mary(L)(L): pero ya arreglara su problema solito esta vez... estoy harta :( mejor
cuentame de lo de la academia ya es de ustede?
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Mi vida, es para mí un gran honor informarte que
hace un par de horas recibí una llamada del director de la Academia de Ciencias
Sociales para solicitarme un último plazo para que sus investigadores retiren sus
efectos personales todavía durante el día de hoy. Yo sentí un poco de pena, pero no
puedo negarle un favor a un ex-alumno. Aunque tampoco ha sido el mejor que he
tenido. Así que empezaremos a despachar desde allá a partir de mañana y yo me
siento muy atareado con esto de invitar a nuevos investigadores, pero alguien lo tiene
que hacer. Pero, en efecto, ya es oficial: la Academia de Ciencias Sociales queda
absorbida por el Instituto.

104
(L)(L)Mary(L)(L): ay mi Nachito!!!! que felicidad!!! ya sabia que tu lo lograrias y tu
dirifiendoo todo eso... me encantas felicidades!!
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Gracias, mi duendecita. Pero toda la alegría se
esfuma cuando me entero de que estás sufriendo.
(L)(L)Mary(L)(L): No amor por favor no vale la pena que dejes de disfrutar tu logro y te
preocupes tnato por mi solo por que mi Fercho
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Pero quiero hacerlo...
(L)(L)Mary(L)(L): tiene que salir de esto por sus propios medios aunque su tio y yo
veremos en que podemos ayudarle
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Eso siempre es fundamental. Necesitamos
ayudarnos entre todos. Sobre todo ayudar al que intenta ganarse el pan por primera vez
y se encuentre con interminables problemáticas. Y cuando esta persona que estamos
lanzando al mundo se siente desubicada y no encuentra su sitio, tiende a confundirse y
a intentar salidas fáciles de entre todas las tentaciones tremendas que se encuentra en
su camino.
(L)(L)Mary(L)(L): ajaa
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Pero todo pasa, y es nuestro deber que,
mientras tanto, este joven especial, tu Fercho, se sienta apoyado, amado, siempre. El
amor, mi señora, es el fundamento de todo, y eso es algo que por desgracia se ha
perdido en estos tiempos de pesadilla. ¿Sabes? Incluso cuando tu hijo se porte peor,
será cuando podamos amarlo mejor. Esa es la manera civilizada, la única, por la que
podemos conducir a niños, jóvenes y adultos.
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Yo alguna vez hice eso. Encontré entre mis
estudiantes a alguien también muy especial. Cómo me gustaría que le hubieses visto.
Una criaturita maravillosa, sensible y dulce. Es curioso: uno de esos seres que al verlos
no puedes ubicar en ningún lugar y que te hacen añorar saber más sobre qué piensan,
cómo viven. Yo nunca supe mucho de su vida, creo que timidez le impedía abrirse. Y
ahí fue donde apliqué esto que te digo, tal vez por sus propios medios habría
conseguido un trabajo, pero yo veía su personalidad tan aislada, y su mente tan
brillante, que me empeñé en conseguirle un trabajo en el Instituto. Y aquí sigue a mi
lado.
(L)(L)Mary(L)(L): aaayyyyy, nachitoooo!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
(L)(L)Mary(L)(L): :´( :´( :´(
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: Por favor, mi vida, sólo eso te pido: no llores.

105
(L)(L)Mary(L)(L): no no mi vida, es que hablas super bonito y las cosas que dises, osea
lo que dises de mi hijo y como te has involucrado con tu asistente que me cuentas, tu
calidad humana…. aunq sea que solo pueda leerte por aquí, me gusta bien mucho
(L)(L)Mary(L)(L): deveras gracias!
Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS=: No es nada. De hecho, más quisiera yo poder
apoyarles, estar ahí con ustedes. Sabes bien, cariño, que están siempre en mis
pensamientos. Desde aquí los cuido.
(L)(L)Mary(L)(L): oye amor justamente por eso
(L)(L)Mary(L)(L): algo que me gustaría mucho saber, cuando podriamos conocerte en
persona?

Dr. Ignacio Solchaga =Desde el IIS= abandonó la conversación.

Apagué la computadora y me levanté de la silla, estirándome. Me dirigí a la


ventana del cubículo de Camila y miré al cielo. Tengo presente lo que vi. Podría
mencionar a los niños que martirizaban a un gatito bebé (¿o era un perrito?), sacándole
los ojos con una vara, sobre el tronco de un árbol en los jardines de la Universidad, a
donde acude la gente a hacer ejercicio; o acaso podría recordar el ruido de los
aspersores acompañando rítmicamente sus movimientos circulares. La verdad, ni
siquiera había basura tirada que pudiera destacarse de la lozanía gris del pavimento ni
entre el verdor del césped que, por ser primavera, ni siquiera había empezado a
quemarse.

Quisiera decir que de improviso el cielo se pobló de gigantescas nubes moradas


de las que descendió un pelotón de gusanos alados, también gigantescos, que cayeron
a plomo sobre las jardineras y el verde césped para penetrar la tierra y hundirse bajo los
cimientos del edificio del IIS para luego empezar a mecerme hasta inducirme un sueño
delicioso en el que yo podía verme ahí mismo, mirando por la ventana cuando de pronto
apareciera en el horizonte mi querido maestro Solchaga sonriéndome mientras agitara
una bolsa de bizcochos de harina integral y que el calambre de apetito que se me
despertara al verla me hacía despertar para encontrarme con que, en efecto, tras pasar
el suave terremoto lo único (pero, de verdad: lo único) que quedase en pie fuera mi
maestro, acariciándome el hombro con su mano mientras me sonreía y me preguntaba
a dónde quería acompañarlo para ir a tomar el café. Cómo sea, lo que sí tengo presente

106
que vi fue que no había nada nuevo que ver, todo era lo mismo, sin que afuera, más allá
del cubículo y del edificio, ocurriera nunca nada.

107
8

El Instituto de Investigación Sociológica quedó oficialmente absorbido por la Academia


de Ciencias Sociales mediante el Edicto de Rectoría 842/B, poco después de que
comenzara el verano. La mañana siguiente a la declaratoria emitida por el Rector y
redactada por Paquito Beauregard, llegué a mi cubículo para encontrármelo vacío. Con
excepción de la última gaveta, ocupada por Kerouac, ya no había nada encima de él ni
dentro de los cajones. Se había dado inicio al proceso de reinventario de todo nuestro
equipo y tanto las computadoras como algunos archiveros se encontraban en
provisionalmente en la bodega general de la Universidad. Sólo quedaban los archivos
oficiales de la Dirección, en la oficina de Andrea, y la hemerografía y el Archivo Especial
sobre Andrés Guajardo, que era considerado valioso y extrañamente aún no había sido
reclamado, en la Biblioteca.

Como ya he indicado, hacía tiempo que la actividad había cesado casi por
completo. Por ejemplo, Anzaldo nunca regresó de su periplo español y parecía que
nadie lo notaba. Andrea pasaba los días en una nueva oficina provisional para ella en
la Academia y sólo Camila, Kerouac y yo atendíamos llamadas. Perezgrovas llevaba
una semana sin trabajar, aunque yo tampoco lo iba a honrar preguntando por su
paradero. La oficina de la Dirección estaba cerrada y yo aprendí a evitar los cientos de
cajas y archiveros que infestaban el piso para llegar a mi cubículo. Los administradores
de ambos centros habían finiquitado los contratos de los empleados eventuales de
intendencia y de las secretarias, que descubrí no estaban basificadas en la Universidad.

Esto incluyó el cese del flujo de caja chica para café, almuerzos y chuchulucos.
Dejamos de percibir nuestros sueldos por depósito bancario para volver a recibir
cheques mientras se resolvía nuestra posible recontratación.

-¿Qué te parece, Pifia? En la Secretaría General dicen que nuestras plazas no


están fimes y no están seguros de que se apruebe la solicitud de movilidad. Dicen que
no tenemos nombramiento definitivo en unas plazas que ocupamos adscritas a una
unidad académica que ya no existe.- Esa mañana, Camila Zubiri estaba de un humor

108
inmejorable, la pobre cretina. Supuse que era su idea de ser optimista ante la
adversidad.

-No lo sé, Camila, pienso que las cosas no tendrían que ser tan difíciles, pero si
algo he aprendido en el campo académico es que las circunstancias son dictadas casi
siempre por la coyuntura del momento. Es decir, creo que las cosas, al final, se
resolverán favorablemente, de cualquier manera, para ti y para mí, que le hemos
guardado fidelidad a la institución. De nuevo esa sensación. ¿A qué la debo? No
entiendo de dónde salen todas estas palabras que apenas puedo creer que las esté
pronunciando. El día está insolitamente soleado, qué curioso. Tengo mucha hambre.

-No sabes como me recuerdas al maestro Solchaga cuando hablas así. Él


siempre fue muy entusiasta, muy positivo. La verdad es que creo que yo también he
empezado a pensar así. Digo, esto no es el fin del mundo, somos jóvenes y hay cosas
que hacer, ¿no crees? El ser humano siempre debe estar en constante cambio.- Noté
sus deditos crispados apretando su taza de café.

-Estoy completamente de acuerdo contigo, Camila, esto sólo es el inicio de un


ciclo nuevo. Debemos prestar mucha atención a las noticias que nos lleguen en los
próximos días. Tambien es cierto que al ser humano le gusta echar raíces, cuanto antes
mejor y lo más sólidas posibles. Tú eres la que suena muy distinta a la época en que a
finales de cada semestre ibas con el Rector anterior a rogarle una plaza definitiva. Mala
suerte.

Ya no me escuchaba. Había vuelto a esa posición sobre su silla en la que


parecía pronta a quedarse dormida, pero sin duda que estaba muy despierta, en su
rostro había una tranquilidad que no le había visto desde que llegué.

Los días fuera del Instituto, para nosotros, ahora se limitaban sólo a las noticias
que recibíamos de la Academia de Ciencias Sociales. Pero en las calles, en el mundito
provinciano en que nuestras suertes se inscribían pasaban cosas, igualmente ridículas,
pero que impactaban en el estade de ánimo de la gleba, cosas a las que Andrea seguía
la pista para platicarnos por las tardes mientras degustábamos un café sintético en
sobre.

109
La pena de muerte no sólo se había implementado en la ciudad sino de que
corrían rumores, pronto apoyados por imágenes de páginas web clandestinas, de que
se habían estado realizando prácticas de ensayo con prisioneros a los que se habría
sacado de sus celdas durante la madrugada para ejecutarlos mediante fusilamiento
ante la presencia de observadores del gobierno federal y del estatal. En todo el país
habíamos sido noticia gracias a la firme determinación del alcalde Romayra para
afrontar con fuerza el flagelo de la criminalidad mediante un endurecimiento ejemplar de
los castigos.

Yo intentaba explicarme estos acontecimientos, junto con la gente del Instituto,


desde el Acuerdo para la Autonomía de los Municipios, suscrito a principios de año por
el Presidente de la República en acto solemne donde Romayra había sido orador.

Desde ese momento, los municipios del país tendrían libertad absoluta para
tomar decisiones con respecto a la aplicación de penas más severas para frenar la
delincuencia galopante según las circunstancias del momento y sin necesidad de
arriesgar dichas nuevas medidas de la confirmación mediante apelaciones a tribunales
federales ni mucho menos a la Suprema Corte. Era una especie de estado de sitio
temporal más acorde a las condiciones de una guerra civil.

En medio de este proceso hacía mucho que se había dejado de hablar de la


dudosa elección de Romayra y de Hermenegildo De la Uña no se volvió a saber. La
sociedad encontró en las largas sesiones públicas del Cabildo en la Plaza Central,
destinadas a discutir la selección del método de aplicación de la pena capital en la
ciudad, entretenidas verbenas populares en las que se podía comer, beber, bailar,
subirse al carrusel, a las tazas giratorias, esnifar cocaína, conseguir prostitutas
profesionales o aficionadas, o comprar y vender chácharas en los tianguis improvisados
para la ocasión.

Tras el fugaz escándalo (en realidad, el pueblo lo celebró mucho) causado por
los fusilamientos de ensayo, el Ayuntamiento se había tomado con mucha formalidad el
trabajo de decidir un método de ejecución adecuado. Se abrió una convocatoria pública
destinada a aportar ideas para los ajusticiamientos según el sentir de la gente a partir

110
de, como pedía Romayra, su sentido de indignación ante la decadencia del tejido social
que la comunidad estaba enfrentando.

Llegaron múltiples propuestas. Las más frecuentes fueron precisamente aquellas


que más parecían técnicas de tortura que métodos de ejecución, lo que Romayra leyó
como una expresión de descontento generalizado basado en una genuina preocupación
por resolver de manera urgente la escalada de crímenes. Destripamiento,
despeñamiento, desollamiento, el suplicio del hambre, enjaulamiento, emparedamiento,
empalamiento, desmembramiento, rostizamiento, aplastamiento, la hoguera, la
aserradura, la garrucha, la lapidación o la decapitación, tales fueron las opciones para
adoptar el método final que debía seguirse en nuestra ciudad.

Cada dos días tenía lugar una verbena que iniciaba con una sesión
extraordinaria de Cabildo en la que Romayra cedía la palabra tanto a un especialista en
el campo de las ciencias sociales, la teología y la medicina como a un líder de opinión y,
centralmente, al familiar de alguna desafortunada víctima del crímen. Tenía especial
éxito el tono plañidero de madres a las que les habían arrebatado sus hijos en un asalto
o secuestro. Durante semanas escuchamos testimonios y anécdotas escalofriantes en
las que primaba la atención por el detalle.

Se trataba de sesiones maratónicas en las que el pueblo escuchaba las historias


terribles de las víctimas lo mismo que a las versiones particulares de los miembros del
Cabildo y, en especial, de un personaje que en dicha vorágine había encontrado una
nueva luz que lo hiciese refulgir con renovada energía. Paquito Beauregard era el
representante del campo de los científicos sociales (el proyecto de un ejemplar de la
Revista donde se analizara científicamente el fenómeno de la pena capital fue el
primero que se desechó entre los desechos que le llegaron de nuestros archivos) y el
encargado de exponer las implicaciones socioculturales de la pena de muerte,
explicaciones con las que se solazaba argumentando sobre el derecho de ley natural
para imponer el orden, y sobre la función edificante del espectáculo de la muerte en las
sociedades europeas y los mecanismos cada vez más humanitarios para extinguir la
vida de los seres antisociales de la manera más aséptica para las conciencias ajenas y,
muy importante, la necesidad profiláctica de esta práctica para eliminar un problema.

111
Paquito gozaba, por ejemplo, dando lectura a las primeras página de Vigilar y
castigar, el estudio clásico de Michel Foucault, que era también de los favoritos de mi
maestro Solchaga, y cuando lo escuchabamos hablar, que la comparecencia era
transmitida por todos los medios, me parecía presenciar una manifestación viciosa del
estado de ánimo de toda una época. Sobre las palabras encendidas de Paquito
revoloteaba el terror que se anhelaba infligir, paradójicamente, a la crueldad y la
ignominia. Las palabras de este hombre que acababa de lograr con éxito vaciarnos de
la vida que habíamos encontrado en nuestro trabajo y acaso sacarnos de la institución
que creíamos nos daba cobijo, resonaban ebrias al calor de los gritos encendidos,
cachondos, de una multitud tronante que desvariaba en la escenografía imaginaria de
un espectáculo de descuartizamiento. Se trataba, entonces, de la justicia más pura, y
acaso decente, en la que podría sentirse el peso de la unión de los contrarios, de los
agraviados históricos y de la carne que latía al rojo en el tejido social que, para felicidad
de Paquito, podría palparse, afiebrado, en la ensoñación de una mañana en donde
podía verificarse el ajusticiamientos de todos aquellos miserable que osaran atentar
contra el entramado moral de la sociedad. Eso sucedería al trasladar a la dinámica de la
sociedad aquello que según San Agustín, cita con la que Paquito cerraba su
intervención, procedia cuando un miembro del cuerpo empezaba a gangrenarse:
amputarlo.

Por entonces, el FUPSIN se había convertido en una agrupación terrorista de


pleno derecho. El mundo se había olvidado de cuáles habían sido sus intenciones
originales, y es que cuando Romayra tomó posesión del cargo y los seguidores de
Hermenegildo comenzaron a dispersarse (que muchos otros encontraron acomodo en
el gobierno), la riada de desorden y escándalos había cobrado tal ímpetu que cualquier
pretexto fue bueno para cometer desmanes. Incluso se hablaba de que el Frente tenía
relacones con cárteles de la droga, lo mismo que, se decía, con bandas de
secuestradores. El chisme habitual.

Aunque ninguno de los rumores demostró fundamento, pronto la organización


adquirió la forma de un grupo de luchadores sociales, como se hacían lamar en un
comunicado, que enviaban bombas por correo a diputados, funcionarios municipales e
incluso a un yerno del Gobernador del Estado. Fueron veinte las vidas que se cobraron

112
estos atentados durante el primer mes de Romayra y parte del telón de fondo en el que
se aplicó por primera vez, de forma clandestina, la pena de muerte.

Pero el clímax de la agitación llegó poco después, cuando nos desayunamos la


noticia de que, precisamente en Las Florecitas, un grupo de sicarios a bordo de una
camioneta Aztek había acribillado a la bebita de un año y medio de edad de una pareja
que pasaba con su cría la tarde de un domingo cualquiera en el parque público de la
colonia. Fue entonces cuando incluso ya no fueron necesarias las comparecencias de
especialista en la sesión pública del Cabildo. El pueblo se estaba saliendo de madre y
demandaba que las autoridades implementaran con carácter de urgente la pena capital.
Poco importaba que los asesinos de la pequeña nunca fueran encontrados: al final, la
representación de la justicia era simbólica y cualquier reo podría servir para saciar la
nueva sed que se estaba despertando.

Se aceleró la condena a muerte de un joven narcotraficante que había sido


detenido mientras vendía crack en la esquina de una escuela primaria. Este fue el paso
previo para que se programaran en todos los medios de comunicación calendarios para
las ejecuciones con el fin de que los ciudadanos pudiesen acudir al espectáculo que, se
entendía, debía ser público. Lo único que detenía el proceso era la tardanza para la
determinación del méodo de ejecución definitivo. Amnistía Internacional, interesada por
el fenómeno que ocurría en nuestra ciudad movilizó a algunos representantes hasta acá
con el fin de obsevar el proceso y presentar su objeción moral. Fueron recibidos en el
aeropuesto por turbas iracundas que no les permitían bajar del avión. Tras la
intervención de elementos del ejército, los tres jóvenes de la delegación pudieron bajar
y entrar a las instalaciones aeroportuarias. Cuando nos enteramos de que los supuestos
soldados eran en realidad agentes encubiertos del FUPSIN, Camila se puso a llorar.

-Es que no es posible. Ya no hay decencia, no sé qué nos está pasando y a


dónde vamos a tener que huir. Esto sí es un infierno, y yo no uso esa expresión con
ligereza, Pifia, ¿me entiendes?- Se enjugaba los ojos y se paraba y sentaba una y otra
vez en su silla. Su escritorio ya estaba limpio y, sobre él, yo batallaba por abrir una lata
de arenques en aceite Brunswick´s.

113
-En efecto, ya no hay lugar para la decencia ni el honor. Debemos
acostumbrarnos, supongo, a seguir ejercitando nuestra capacidad de crítica e
indignacion ante estos hechos, lamentablemente cotidianos, ahí en la trinchera desde
donde nos corresponda hacerlo. Ahora que me acuerdo, Camila, ¿por qué ya nunca
nadie siguió la iniciativa de Andrea para continuar con el dia del sombrero y el accesorio
chuscos en la oficina? Hmmppff, ya casi, ah, cómo me gustan, y a ver si me dejas
comer en paz si te digo lo que quieres escuchar. La única palabrería que entiendes.

Los cadaveres decapitados y colgados por los pies de los chicos de AI


amanecieron balanceándose de sendos postes de luz mercurial de una avenida aledaña
al Palacio Municipal. Esto, más que indignación, detonó la sospecha de que tras las
maniobras del FUPSIN se encontrase alguna célula del Ayuntamiento. Desde luego,
Romayra ordenó que se intensificara la búsqueda de aquellos criminales, desatando
más el frenesí popular.

Mientras, los tres jóvenes detenidos por los homicidios de las torres habían
pasado a un tercer plano en la atención mediatica. Camila había entablado contacto con
la madre de uno de ellos, cuando empezaba el proyecto del número especial de la
Revista, pero yo hacía un gran esfuerzo por desviar la conversación hacia temas como
la comida, Paquito, el clima o, con menos frecuencia, mi maestro Solchaga, cuando a la
cretina le daba por mencionar el asunto.

Al parecer, la mujer con quien Camila hablaba había sufrido varias crisis
nerviosas en las que creía poder trasladarse astralmente, o algo así, a la celda en
donde tenían encerrado a su muchachito. Esta celda era un apando sin ventanas ni luz
eléctrica, incomunicado con el exterior. El hombre permanecía tirado en el piso, rodeado
de platos de sopa de fideos a medios comer y platos volcados de agua que habría
encontrado imbebible. Cuando su madre se acercara a verlo de cerca constataría que
desde su cuello, por todo su pecho y hasta el bajo vientre estaba cubierto de sangre. Lo
habrían golpeado, quizás en sesiones rutinarias de cada tarde o antes del almuerzo.
Detenido sumariamente y sin que le comunicaran el cargo que habían hecho pesar en
su contra, el hombre luciría ante su madre una sonrisa extraña la cual, aguzando la
mirada (a pesar de la absoluta oscuridad), no era tal sino más bien el hueco antes
ocupado por los dientes frontales. Afinando más la vista, la buena señora podría

114
percatarse de otro par de huecos, correpsondientes a las órbitas de los ojos antes de
obtener la visión completa de una calavera bien limpia.

Cada vez que Camila empezaba a contar estas estupideces, impostando un tono
de voz que juraba dramático, yo prefería contestarle con mis propias sabrosas
ocurrencias. La primera vez le conté la noticia de la bebé que había nacido en China
con sangre de color rosa. La segunda vez me regañó, tal vez porque le dije que esas
historias que le habían contado eran “simples zarandajas”.

Esas eran nuestras conversaciones en los últimos días del Instituto, mismo que
ya no encendía su iluminación exterior y en donde sólo teníamos luz eléctrica en el
cubículo de Camila y en el de la directora. Incluso a mí me llamaron para que me
integrara a las labores de limpieza de archivos y libros. Todo tenía que ser llevado a la
Academia cuanto antes.

De hecho, siempre que empiezo a recordar estos acontecimientos desde el


principio me quedo con la impresión de que el punto central, inicial y culminante de todo
el proceso es justo esta escena. Camila y yo cargábamos las cajas hasta un recoveco
tras el pasillo derecho del vestíbulo del edificio. A la mañana siguiente las cajas habían
desaparecido.

Además, se inauguró la insólita costumbre de acudir al trabajo por las


madrugadas. Camila deseaba que pudiésemos acomodar todo el archivo hemerográfico
poniéndolo en orden por primera vez desde que el IIS se había inaugurado. Diarios de
décadas atrás, muchos de ellos podridos por el descuido del olvido, salían de nuevo a la
luz, deshaciéndose en mis manos. Afortunadamente, pude hacer mucho por ahorrar
tiempo desechando muchos de los paquetes de periódicos que juzgué inservibles.
Nadie los leería ya, como nunca antes los habían leído.

Debíamos ser un par de apariciones extrañas ella y yo trasladándonos por el


Instituto, ya una ruina aunque se mantuviera en pie, a altas horas de la noche y
cargando cajas y cajas. Quien nos espiara juzgaría raro, acaso un poquito deprimente,
vernos cuales hormiguitas paseándonos por los pasillos exteriores del edificio entrando
y saliendo con nuestros trebejos, en algunas ocasiones, como felizmente ocurrió,

115
recargándonos en el barandal de concreto a beber nuestras latas de Hawaiian Punch y
discutir zarandajas que ya tampoco recuerdo. Me concentraba, supongo, en imaginarme
cómo nos veríamos en esos momentos. Lo mejor de todo fue que Kerouac se reportó
enfermo todos esos días.

También tomábamos meriendas y platicábamos de cualquier memez que Camila


quisiera para animar el rato y descansar un poco. A veces se le antojaba un poco más
de hielo o té y entonces yo corría hasta el frigobar, cargaba con las vituallas y regresaba
tomando una desviación por la bodeguita donde íbamos poniendo las cajas y las bolsas
con periódicos y libros, me las cargaba en el brazo libre y alcanzaba a lanzarlas al
contenedor de basura interno del edificio. Lo veía como un servicio a la cansada
Camila, quien con gusto se bebía sus refrescos dejando deslizarse una clásica gota
helada por su cuello. Me sorprende darme cuenta de que todo esto lo realizábamos
cobijados casi por una total oscuridad. Me respondo que eso no puede ser, por raro,
pero pienso que así debía ser, si estábamos a punto de que nos quitaran para siempre
toda la electricidad, o al menos hasta que se entregara el edificio a Paquito y compañía.
De todas maneras, era raro.

Alguna vez, descansando de esta nueva rutina, pude ir a visitar a mi maestro


Solchaga. Me es imposible recordar nada que sea nuevo en oposición a las condiciones
en que lo encontré la primera vez que lo vi postradito en su cama. Definitivo: la
posibilidad de que algo cambiara sólo tenía cabida en sus heridas. Su cara era ya sólo
una película cristalina que debía sentirse crocante, pero que ya no me atreví a palpar
más. Lo volví a ver al mediodía de un día inaudito, por soleado, cuando su habitación
estaba en tinieblas. Volví a conectar al enchufe de su cuarto una barrita de aromatizante
pero preferí no abrir las cortinas: acaso sus párpados estaban demasiado sensibles
ahora, pero la verdad es que ni siquiera se me ocurrió.

Como me venía pasando desde mucho tiempo atrás, había perdido la noción del
tiempo. La siguiente ocasión en que fui consciente de percatarme de algún detalle en mi
maestro ya había anochecido. Aunque la sensación me incomodó, no me importó; me
había ocupado en admirar sus canitas, plateadas, y su cabello que se había vuelto de
un indefinible tono gris. Pronto ahuyenté de mi mente el pensamiento de que mi
maestro más bien parecía una vieja colilla de cigarro apachurrada con una punta de

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ceniza a punto de volverse polvo. Él, que nunca había podido entender a los fumadores
pero que con amabilidad podía sostenerle la sonrisa a cualquiera que le arrojara humo
en la cara.

También pensé en sus manos. Sólo pensé, pues no tenía valor de mirarlas otra
vez. Venosas, parecían haber adquirido una tonalidad azulada. Las uñas estaban muy
largas y muy amarillas y crecían desiguales, pues al menos un para de cada mano ya
empezaban a dar vuelta sobre sí mismas para enrollarse bajo los dedos, llevando
consigo el registro de miles de microscópicas basuritas y pelusa. A este bello ancianito
no lo estaban cuidando bien. Insisto, si yo hubiera tenido conciencia en los últimos
tiempos acerca de mí y el tiempo que me tocaba ocupar, es probable que hubiese ido a
visitarlo. Pero el tiempo se había pasado demasiado rápido, de tan lento que mi cuerpo
lo sentía a diario. Aún así, yo sabía que mi maestro me perdonaba.

Sólo yo lo visitaba. Saber esto desde que cayó víctima del infarto cerebral
fortalecía mi fantasía de que sólo yo lo quería. Así pasamos el tiempo, él y yo, una vez
que terminamos la movilización, acomodo y, por mi parte, desecho de archivos, libros y
periódicos. Dos días antes, oh maravilla, había encontrado en uno de esos periódicos
una sección de Sociales que incluía la cobertura fotográfica de su boda.

Y ahí estaba ahora, la fotito en endeble papel color sepia, instalada en un marco
de plata Asprey que antes portaba la foto de Camila y su gente, y que expropié de su
escritorio, en nombre de los intereses supremos de la melancolía, en uno de mis viajes
al frigobar. Las coincidencias felices no son exclusivas de las películas. De todas
maneras, consideré que la imagen de la boda de mi maestro, con la perspectiva de los
años, era mucho más vital ahora cuando, al estar yo a junto a su lecho, mi maestro
Solchaga, tan sólo haciéndole tocar mi mano derecha con la suya, podía comunicarme
cosas acerca de lo bueno que había estado el pastel en la recepción de su boda, lo
dulce que había encontrado el betún de nuez embarrado en los labios de su amada
esposa, lo ruidosa que le había parecido la música, que no me imaginaba de que estilo
habría sido, o lo bien que el piso se deslizaba (y el resto de todo, con él) bajo los pies
de mi maestro y de su señora.

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Continuamos con algo acerca de su primera casa. Lo bien que se llevaba la
frondosidad del jardín con la amplitud de la sonrisa del matrimonio y de las horas que
pasaban aplicando sus conocimientos de botánicos aficionados. Una escena muy bien
enfocada. Como las tardes en ese jardín, bebiendo un ponche muy fresco en el que
flotaban trocitos de fruta y todo era, si no perfecto, sin duda muy sereno. Ahora que lo
pienso, sí que tenía que ser perfecto.

Después me contó otras cosas que no vienen a cuento pero entonces observé
sus labios, quebrados, sedientos, indignados por las pocas gotas con que se los
humedecían en ocasiones los mediocres enfermeros del pabellón de comatosos. Era
suficiente. De mi cerebro saqué un vaso gigante, helado, del ponche de frutas de su
esposa y se lo di a beber con desesperación, suya y mía, en mi caso porque me hacía
muy feliz notar el juego de su garganta surcada por gotitas muy frescas también. Cogí
un pañuelo desechable y se las limpié. De inmediato, me pidió más ponche, bebiendo
con su mano muy apretada en la mía hasta que se lo terminó. Estaba feliz.

Por eso, cuando lo reconocí de nuevo con sus labios resecos y sus manos
flácidas, y sus ojos cerrados y sus dedos callosos y sus piernas tiesas, recordé la forma
en que mi maestro se había ido meses atrás. Sin avisarme y víctima de un ataque
parapetado en quién sabe dónde. Tomé de nuevo su mano y le recordé (intenté no
ponerlo al tanto) algunas cosas de cuantas estaban sucediendo afuera. Su respiración
era calmada e invitaba al sueño. No pasaba nada, en realidad, y ya de nuevo era de
noche. Me resistí a darle ningún crédito a mis oídos por los supuestos ruidos de una
muchedumbre ensangrentada, intuí, como parte de una de las verbenas que solían
concluir con ejecuciones improvisadas.

-Maestro querido, si le contara lo que está pasando, sí me podría creer, y eso es


lo más doloroso de todo. Qué mano tan bella, viéndola bien. Y sí, ese ruido proviene del
frenesí de afuera. En la cárcel, lo mismo que en las comandancias de policía y en las
comisarías, hay apandos repletos de infelices que han capturado por cualquier tontería.
Es un espectáculo nuevo, lleno de color. Los sacan a empellones pateándoles las
espinillas y a muchos los jalan de los cabellos, arrastrándolos hasta un descampado
detrás de la prisión estatal. A los que vienen de más lejos los acarrean en camiones sin
ventanas y cuando todos están tirados en el piso de terracería les sorrajan un tiro en la

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nuca. A todos los rematan aunque ya no se muevan. Muchos acaban con el cráneo en
pedacería de rubíes. Como perlas de granada, reventadas, otras dispersas, porque a
veces hace mucho viento. Y el público (porque siempre hay público), grita satisfecho
por la emoción que le han dado a cambio de su boleto de cinco pesos. Y es entonces,
juzgan, un espectáculo edificante para los niños, que lo comprenderán poco a poco. Y a
veces los ánimos se exaltan y muchos asistentes quieren participar, amenazan con
romper y atravesar las vallas de seguridad. Los focos de los enormes reflectores logran
cegar a unos cuantos pero la escena al final se enmarca en la potencia lumínica de ese
sol de artificio y aún así el público sigue desbordándose hasta el extremo de que los
gendarmes han de tomar cada quien un palo de madera y recoger con las puntas los
trozos de cerebro de los ajusticiados y pasar los palos frente a los espontáneos del
público, casi amenazando con tocarles la cara con ellos y sólo así la plebe se contiene.
Y es que, en efecto, lo puedo ver con toda claridad, así será, y esto es más que una
simple videncia del futuro que está aquí, que en realidad fue ayer, por lo que las cosas
que aparentemente están por suceder mañana temprano, o pasado mañana, o seguir
sucediendo en cincuenta años, son sólo resonancias de gritos de ayer: los tres
inocentes (que lo más seguro es que lo sean, a como están las cosas) detenidos por
culpa del que asesinó a otros tres inocentes en las torres serán atormentados y
ejecutados en una ceremonia inspirada por la propuesta de Paquito. Por favor, maestro
adorado, dígame que Paquito no fue nunca tan brillante y que nunca le regaló usted un
quequito. Una ceremonia montada por nota, al detalle, siguiendo el comienzo del libro
de Foucault, esas pocas páginas que nos hacían vibrar de un asco emocionado,
gozoso, como el de una película de horror y que usted casi se sabía de memoria y que
tengo la seguridad de que puede recitar ahí en el pozo en donde se encuentra ahora. Y
será entonces que este trío de desgraciados sea acarreado en una carreta diseñada
por convocatoria para tal efecto, los tres desnudos, con las tetillas, las manos, las
pantorrillas atenaceadas y después sus manos quemadas con aceite hirviendo y luego
con fuego de azufre y, en las partes atenaceadas, plomo derretido cera y azufre
fundidos. Después, sus cuerpos serán desmembrados por cuatro caballos para
proceder a la consunción por el fuego de sus miembros y los troncos de sus cuerpos.
Como en Foucault, es probable que surjan contratiempos, o que para hacer valer aún
más el dinero del pueblo y los contratos Pay Per View para la transmisión del evento
por televisión de paga fuera de la ciudad, los caballos seleccionados no estén
acostumbrados a tirar y que a pesar de sus esfuerzos aún haya que desmembrar los

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muslos de los pobres infelices cortándoles los nervios y rompiéndoles a machetazos las
coyunturas. Y acaso el guión se completará con súplicas a Dios y a todos los santos por
parte de los condenados y que la sonorización THX de las bocinas colocadas en cada
parque público de la ciudad podrá acallar un poco los gritos de placer de la multitud. Y
los gendarmes aprenderán pronto el arte de cortar los nervios hasta el hueso, antes de
lanzar los trozos a la hoguera hasta que todo quede reducido a cenizas luego de que la
carne tardara casi medio día en quemarse por completo y, para seguir con la anécdota
narrada en el libro, seguramente habrá por ahí un Rogaciano Pérez Moroyoqui para
reseñar la nota simbólica de color acerca del perro que meará sobre los restos de los
restos chamuscados antes de dar paso, ahora si y una vez saciados los espasmos
causados por la sed de sangre, a la industrialización de la muerte y a la inyección letal,
y en ese momento yo seguiré sosteniendo su mano, querido maestro mío.

Un ligero escalofrío se anidó en mi estómago y entonces me percaté de mí de


nuevo y volteé a ver la mano de mi maestro, famélica, tibia y venosa. Un día más había
transcurrido en aquella habitación hospitalaria

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El día siguiente a las ejecuciones foucaultianas de los tres supuestos asesinos de las
torres amaneció soleado. Yo pasé la mañana limpiando con Windex el que había sido
mi escritorio mientras Kerouac barría un poco los pisos. Aunque habíamos acordado
con Camila que nos veríamos temprano para terminar de arreglar, ella no se había
presentado. Como no se había presentado Andrea ni tampoco Perezgrovas ni nadie
más. Se hablaba de su reubicación en la Academia pero ya no supe más. El chisme no
me interesó para ahondarlo.

Supongo que aquí podría incluir algunos fragmentos de la charla dislocada que
sostenía con Kerouac pero tampoco vale la pena. Tal vez hablamos un poco de
Romayra y también del asunto, curioso, de Andrés Guajardo. Nunca consideré que
aquellos archivos sirvieran para gran cosa. Su único atractivo, para algunos ignorantes,
era el que se refirieran a una especie de “coco” tradicional mexicano, con el riesgo de
que incluso se tratase del mitológico “viejo del costal”. Como sea, autores como Sandra
Molina o Martin Monestier hablarían en ocasiones de este fenómeno para recordar
algunas leyendas, muy populares en rancherías de la península bajacaliforniana,
relativas a que Guajardo era una entidad que aparecía de vez en cuando para
aparentemente sembrar el mal y la destrucción, haciendo que seres débiles actuasen
como ejecutores, como criminales, contra sus propias voluntades para cumplir un
propósito que habría de transformar la vida de su entorno, incluso de su nación, para
dejar el paso a un nuevo horizonte. Supuestamente, el encuentro con esta entidad a la
que el folclor ocioso puso nombre y apellido de gente, se daría a partir de una
evocación por un objeto o espacio específico conducida por un recuerdo de infancia o
un sueño como detonante, según un ensayo del filósofo alemán Werner Jaeger, quien
incluso también se ocupo de semejantes temas a partir de su interés por Andrés
Guajardo.

Recordaba estas paparruchas cuando Kerouac me llamó desde el umbral de la


puerta para decirme que ya debía retirarse. Mientras lo acompañaba a la puerta del
vestíbulo, faltando poco para que yo también me fuera, se me ocurrió empezar a hablar
del amor. No supe por qué ni tampoco recuerdo los detalles de lo que dije, tan sólo que

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Kerouac me sonrió y salió por la puerta. Alcancé a darme cuenta de que no me despedí
porque me empezaba a concentrar en recordar el hilo sobre mi burda ocurrencia sobre
la importancia del amor y apenas pude entrever el fulgor verdoso de una cajita que mi
antiguo asistente había sacado de su mochla y a la que veía fijamente con deleite
mientras caminaba como autómata, hasta desaparecer tras un edificio vecino al que
tampoco reconocí.

Al cerrar la puerta, pensé en que un recuento de las cosas que nos pasaron era
sólo un intento por detener el flujo de pensamientos que me revoloteaban tras esa
imagen. El amor era una entidad que se ocultaba tras los bloques de concreto,
asfixiándose, siempre con la ayuda de unos tiempos difíciles y a la que yo intentaba
acicatear para deslizarla por la superficie rugosa de mi angustia y así suavizar mi
andanada de ocurrencias odiosas, algún día. Ahora sólo el amor podría salvarnos,
como siempre había sido.

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