En Baile con serpientes, el sociólogo desempleado Eduardo Sosa descubre
estacionado en la calle del barrio un Chevrolet amarillo, dentro del cual vive un indigente que habla poco y nada. Interesado y sin otra cosa que hacer, Sosa empieza a seguir al indigente, de nombre Jacinto Bustillo, y tras una serie de acciones desafortunadas, Bustillo muere y Sosa, inexplicablemente, ocupa su lugar en el Chevrolet y como indigente. Ahí descubre que viven en el auto 4 serpientes que hablan con él y se desata entonces toda una seguidilla de ataques, muertes y persecuciones policiales. Esta novela de Moya arranca con cautela, con cierto letargo, pero conociendo la obra del autor, hay que esperar el estallido. A partir de que hablan las serpientes se acaba la verosimilitud que no era un objetivo y desde el primer ataque de Sosa-Bustillo y las serpientes, la violencia no se detiene y el final se precipita, con capítulos intermedios dedicados a la investigación policial que los persigue. La violencia innecesaria y la enajenación social que a veces la causa parecen ser los temas de la novela. Sobre todo la violencia, que va llenando todos los recovecos de la trama y que se alía con el dolor, con el odio, con la impotencia y hasta con la sexualidad más cruda.