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DETALLES
DE LA
I8T0RIA RIOPLATENSE
MONTEVIDEO
CLAUDIO GARCÍA — Editok
SARANDÍ, 441
1917
DETALLES
DE LA
HISTOEIA EIOPLATENSE
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in 2011 with funding from
University of Toronto
http://www.archive.org/details/detallesdelahistOOzorr
Juan Zorrilla de San Martín
DETALLES
DE LA
HISTORIA RIOPLATENSE
MONTEVIDEO
CLAUDIO GARCÍA — Editor
SARÁN DÍ, 441
1017
F
r
I I
726705 I
UNIVERSITY OF TORONJO
Claudio García.
II
III
IV
— 19 —
entonces del pueblo argentino que acaudilló
y ante la evidencia que estaban pal-
Artigas,
pando y que invocaron, dijeron a Dorrego
sin vacilar Eso es imposible. Y dijeron más
:
— 24 —
zaingó; pondría todo el óleo de mis más gene-
rosas atenuaciones en esa lámpara moribunda.
Pero en este caso, como en muchos otros ca-
sos, la historia más corriente en América, la
escrita «ad usum delpMni, nos ha colocado a
los orientales en la más dura de las alternati-
vas: o Artigas o Alvear. Uno de esos dos hom-
bres tiene que ser sacrificado; uno de ellos tie-
ne que ser malo, para que el otro no lo sea,
según esos funestos escritores. Y es sabido
que, para ellos, el malvado ha sido siempre Ar-
tigas, debelador de Alvear».
el
(
i ). En la Eefutación que aquí se cita, y que, efecti-
vamente, fué publicada por Alvear en 1819, y reprodu-
cida, en 1901, en la colección chilena, aquel se defiende
diciendo que los mismos cargos que contra él se hacían,
fueron lanzados contra otros.
Muy conveniente hubiera sido, y muy interesante,
que el señor Rodríguez hubiera hecho conocer a sus
lectores los términos en que Alvear se expresa. Y pues
él no lo hizo, lo haré yo, para dar toda la eficacia a su
cita.
— 31
(
i Esperé todo cuanto me fué posible, (más de un
).
año), y me
resolví, por fin, a enviar a Europa mis origi-
nales; pero no lo luce sin antes recurrir directamente al
señor Rodríguez en demanda de los nuevos informes,
que mucho deseaba, o de la promesa de ellos. Ni la pa-
labra autorizada de mi distinguido contrincante ni el
tercer tomo de su Historia de Alvear han llegado hasta
mí; pero he recibido, en cambio, reproducciones foto
— 37 —
No es que yo pretenda, al hablar de mi
trabajo literario, dar a ese mi libro una im-
portancia que no tiene; pero creo oportuno,
pues el señor Eodríguez lo considera digno de
II
Es el mío un de vulgari-
libro apologético,
zación, que, como mío, no puede valer gran
cosa; pero si algo valiera, su mérito estaría
precisamente, me parece, en lo que para otros
es defecto.
Hay libros de historia destinados solo a
«probar los hechos», y los hay que solo tratan
de «exponerlos» metódica y amablemente; de
estos últimos es el mío. Todos ellos caben, o
mucho me equivoco, en la filosofía de la
historia y en la metodología; la primera se
refiere, como dice Flint, al nexo causal de los
hechos; la segunda estudia los procedimientos
«racionales y necesarios» para llegar a la ver-
dad, marca los caracteres y establece los lími-
tes del conocimiento en historia. ambos Y
autorizan, y hasta imponen, la forma bella,
personal, que puede ser varia y múltiple.
En las composiciones del género de la mo-
destísima mía, la prueba de la verdad está
sobre todo en el autor, que solo trasmite el
reflejo de su verdad interna; es la estructura
ósea, que solo se revela en el músculo vivo que
la recubre; es la cimbra que se reconoce solo
en la nitidez del arco. Esas obras pretenden
ser, ante todo, obras de arte; y el arte es belleza;
— 39 —
y la belleza es el esplendor de lo verdadero, se-
gún se ha dicho.
El señor Bodríguez insinúa en su hermoso
artículo ese pecado original de mi libro, que
yo confieso ¡ay! confundido; él me llama, con
el ilustre español Unamuno, «gran poeta». Y
ese predicado, que en otras circunstancias me
confundiría por lo honroso e inmerecido, en las
presentes me desautoriza un poco, efectiva-
mente, a los ojos de muchos seres humanos.
No diré yo que esa sea la intención del señor
Bodríguez al proclamarme ahora gran poeta;
pero si tal fuera su intento, no sería de cen-
surarse; es ese un recurso como cualquier otro
para enervar la fuerza de expansión de una
verdad, y no hay porqué tomarlo a mal en
quien juzga que la que él combate es nociva.
Solo se ocurre que es ese un recurso opuesto a
otro recurso; una poesía, en resumidas cuentas,
opuesta a otra poesía.
No todos los hombres ven en lo bello el es-
plendor de lo verdadero, efectivamente; los
hay, por el contrario, para quienes verdad y
belleza son cosas esencialmente contrapuestas,
y que recíprocamente se excluyen; la verdad,
para ser tal, ha de ser fea, tiene que habitar
en almas que no resuenen, ha de tener los ojos
sin pupilas. El mismo señor Bodríguez, que
no piensa así seguramente, en general, no está
distante de pensarlo con respecto a mi libro
— 40 —
«que deslumhra pero no convence», según su
expresiva frase. No puedo menos de agrade-
cérsela, sin embargo. Que no hubiera hecho
yo poco, si, realmente, hubiera conseguido
deslumbrar en este asunto de Artigas. El solo
llamar la atención sobre él, provocando un
examen razonado, es ya bastante. «Hiere pero
escucha».
III
IV
II
III.
IV.
V.
VI.
II
III
— 72 —
que le rinde un pueblo unánime, tras larga
gestación del sentimiento nacional, pasa la
raya de lo discreto; mi ilustre amigo me per-
mitirá de inconsiderado e irrespe-
calificarlo
tuoso, cuando menos. Esas palabras gruesas,
como dicen los franceses, son las que provocan
las represalias duras, los «más eres tú» de los
no preparados a la rectificación razonada, las
irracionales antipatías entre pueblos que de-
ben amarse. Y son los fuertes de la inteligen-
ligencia, y, sobre todo, de la palabra, los en-
cargados de atenuar, en vez de atizar, tales
instintivos movimientos en las naciones. Dice
Víctor Hugo que la paz y la felicidad sólo lle-
garán cuando llegue el momento «ou tous
CEUX QUI SONT FORTS AURONT PEUR DE LETJR
forcé ». Groussac es fuerte. ¡Cuidado con su
fuerza
Nó, no es una degeneración condenada a
desaparecer el culto que
pueblo oriental el
IV
VI
EICAEDO EOJAS.
Montevideo, Marzo de 1917.
Mi esclarecido colega:
*
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LA EPOPEYA DE ARTIGAS
Un prólogo o prefacio en esta segunda edi-
ción de La Epopeya de Artigas es menos
inútil de lo que parece. No se trata de hacer
el elogio de la obra, cuyo autor es conocido;
trátase sólo de que sus nuevos lectores, los
extraños sobre todo, sepan, a ciencia cierta, si
van a leer o no un libro auténtico. Auténtico,
en este caso, vale tanto como decir épico u ob-
jetivo, es a saber, evocador del espíritu o vida
interior, no de un hombre, sino de un pueblo
o nación.
Que fué ese el propósito del autor, es fuera
de duda; él afirma que lo que quiso fué «reali-
zar una forma o símbolo, no sólo veraz, sino
imaginativo y pasional, de la fe cívica urugua-
ya»; la expresión, no tanto de lo que saben,
cuanto de lo que sienten y aman los orientales
del Uruguay en su historia; deseó llegar hasta
«hacer desaparecer su propio yo, en cuanto
ello escompatible con la sinceridad, a ñn de
que la patria toda pensara y sintiera en él, se
escuchara a sí misma y se reconociera en sus
palabras».
— 120 —
Conviene, pues, que los que esta edición le-
yeren sepan a qué atenerse, sobre si el autor
ha salido o no con su intento.
El Gobierno de la Bepública dice, en el
Mensaje incorporado a esta edición, que Zo-
rrilla de San Martín, para llenar el encargo que
le confirió, ha escrito una obra que la crítica
nacional y la extranjera han consagrado. Y,
juzgándola merecedora de recompensa, pide
a la Asamblea Legislativa la sanción de una
ley especial que la autorice, y conceda los re-
cursos. La Cámara dictó la ley, de acuerdo
con la Comisión respectiva, que, constituida
por los diputados Jaime Ferrer Oláis, José
Enrique Eodó, Tibaldo Eamón Guerra, Alber-
to Zorrilla y Joaquín de Salterain, se creyó
«en el deber de repetir, con el Poder Ejecutivo
y con la Comisión Informante del Honorable
Senado, que la indicada remuneración no era
más que una modesta recompensa al autor de
una obra de valor absoluto evidentemente su-
perior».
Dejar constancia, pues, de dónde y cuándo
ha recibido este libro la consagración extran-
jera, y ante todola nacional, a que gobierno y
legislatura se refieren, es el objeto del prefa-
cio que va a leerse.
A dos clases de crítica ha dado ocasión has-
ta ahora La Epopeya de Artigas: a la gene-
— 121 —
ral española, que ha juzgado como obra de
la
arte (la historia lo es ante todo), y a la ríopla-
tense, que la ha apreciado también como vin-
dicación del héroe. En esta úitima conviene
distinguir dos impresiones: la de los platenses
orientales, compatriotas del autor, y la de los
occidentales del Plata y del Uruguay, que han
conservado el nombre genérico de argentinos,
y que, si bien hermanos de aquellos en el ori-
gen y en los ideales patrios, tienen que sentirse
sorprendidos, cuando menos, ante esa correc-
ción de la que ellos, con general buena fe, han
tenido por veraz historia de ambos pueblos.
También es el caso de consignar la consa-
gración recibida por este libro de parte de los
que podríamos llamar septentrionales del Plata
y del Uruguay: de los paraguayos. La acogida
de éstos, entusiasta y unánime, es, en sí misma,
un dato histórico.
Falta todavía conocer la impresión que este
libro puede despertar en el resto de la América
española. Esta no lo conoce aún, pues la prime-
ra edición, provisional, puede decirse, y entor-
pecida por su alto precio, ha caminado poco;
la presente, más ágil y andariega, llevará a
esos pueblos la noticia de su existencia, y ellos
hablarán.
— 122 —
II
III
Mi ilustre amigo:
Termino en este momento la lectura de su
libro monumental, y le escribo estas líneas
bajo la impresión profunda que deja en mi
espíritu.
Diríase que el recuerdo de Artigas flotaba
impalpable en la atmósfera de nuestra histo-
— 126 —
ria, esfumado después de su voluntario
casi
destierro, cuando usted emprendió la tarea
magna, patriótica, de levantar la lápida de su
sepulcro, y mostrar la extraña personalidad
de aquella figura colosal, a la luz de documen-
tos históricos desconocidos hasta hoy.
¿Vendrá la controversia ?
1
Tal vez.
Si así fuera, yo formulo un voto, que es al
mismo tiempo un augurio. Que el libro o los
libros que se escriban, comentando su Epope-
ya de Artigas, se inspiren en los altísimos
sentimientos de justicia que han dictado las
páginas de su monumento literario.
Mi mano en la suya, con la expresión de mi
admiración por su talento,
Enrique B. Moreno».
IV
VI
Montevideo, 1915.
ÍNDICE
índice —
PÁGINAS
Fantásticas revelaciones 21
Los documentos 47
OBRAS EDITADAS
LA BOLSA DE LOS LIBROS, Calle Sarandí, 441
—
Salgado J. «De la posesión», 1 tomo S 1.20
—
Lagarmilla E. «Comentarios del Código de Proce-
dimientos», 1 tomo ,2.50
—«Las acciones en materia civil», 1 tomo (agotado) .
Lasplaces A. —
«Cinco meses de guerra», estudio de
la guerra europea 0.40
—
Agorio Adolfo, «Jacob». «La Fragua», apuntes de
,
europea 0.50
—
Azaróla Enrique. «Proyecto de Constitución para
,
0.10
—«Obras completas», con un estudio de A. Lasplaces
,
0.35
Acosta t Lara Federico E. —
«Lecciones de Derecho
,
0.35
— Vida de
«La las Abejas»
,
0.35
—«La de las Flores»
,
0.35
— «Los Inteligencia
Dioses de la Guerra»
,
0.35
Rubén Darío. — «Prosas Profanas»
,
, 0.35
„
i
G*- J D
ZS6
riop '.ate uie.