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El Magisterio Reciente de La Iglesia Sob
El Magisterio Reciente de La Iglesia Sob
Dentro del capítulo “la comunidad humana” aparece el texto conciliar quizá más
comentado hasta nuestros días (n. 24): “El Señor, cuando ruega al Padre que todos sean
uno, como nosotros también somos uno (Jn 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a
la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y
la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que
el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede
encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”.
Como es lógico, entre las uniones “de los hijos de Dios” aquí aludidas genéricamente,
destacará la unión hombre-mujer, como reflejo de la unión de las personas divinas.
Imposible minusvalorar este carácter de semejanza, símbolo, o reflejo que tiene la
unión-distinción sexual humana respecto al Dios uno y trino.
En el n.29 se aludirá a una consecuencia social. “Toda forma de discriminación en
los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo,
raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser
contraria al plan divino”4.
Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí
mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona
También célebre es el tratamiento del amor conyugal como“principio” (que debe
dar origen al matrimonio) y “fruto” (que resulta del matrimonio bien vivido). Se trata de
un amor profundamente humano, personal, que impregna las expresiones corporales, y
supera, también en los actos íntimos, la inclinación meramente erótica 6.
propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino
una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se
sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más
plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de
los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urge su indisoluble unidad”.
6
49. (Del amor conyugal) “Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a
persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y, por tanto, es capaz
de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de
ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal. El Señor se ha
dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad.
Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y
mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida;
más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con
mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida
y lamentablemente. Este amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del
matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí
son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y
favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa
gratitud”
7
“El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación
y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y
contribuyen sobremanera al bien de los propios padres. El mismo Dios, que dijo: No es bueno
que el hombre esté solo (Gen 2,18), y que desde el principio... hizo al hombre varón y mujer (Mt
19,4), queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora, bendijo al
varón y a la mujer diciendo: Creced y multiplicaos (Gen 1,28). De aquí que el cultivo auténtico
del amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que de él deriva, sin dejar de lado los
demás fines del matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar con fortaleza de
espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece
diariamente a su propia familia. En el deber de transmitir la vida humana y de educarla, lo cual
hay que considerar como su propia misión, los cónyuges saben que son cooperadores del
amor de Dios Creador y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana
cumplirán su misión y con dócil reverencia hacia Dios se esforzarán ambos, de común acuerdo
y común esfuerzo, por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal
como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los
tiempos y del estado de vida tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en
cuanta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. Este
juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos personalmente. En su modo
de obrar, los esposos cristianos sean conscientes de que no pueden proceder a su antojo, sino
que siempre deben regirse por la conciencia, lo cual ha de ajustarse a la ley divina misma,
dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del
Evangelio…Pero el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación, sino que la
propia naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el bien de la prole requieren que
también el amor mutuo de los esposos mismos se manifieste, progrese y vaya madurando
ordenadamente. Por eso, aunque la descendencia, tan deseada muchas veces, falte, sigue en
pie el matrimonio como intimidad y comunión total de la vida y conserva su valor e
indisolubilidad.
Por último, hubo todavía un señalamiento especialmente solemne sobre los
criterios objetivos que hacen razonable y digna la transmisión de la vida humana8. Ese
n.51 es el preludio de la encíclica Humanae vitae. De hecho, ante el alargamiento de las
discusiones sobre la píldora anticonceptiva, se remitió a los estudios de una comisión ad
hoc. Este fue el detonador de los pronunciamientos modernos de la Iglesia sobre la
sexualidad.
8
La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el
infanticidio son crímenes abominables. La índole sexual del hombre y la facultad generativa
humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de vida; por
tanto, los mismos actos propios de la vida conyugal, ordenados según la genuina dignidad
humana, deben ser respetados con gran reverencia. Cuando se trata, pues, de conjugar el
amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no
depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe
determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos,
criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación,
entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la
castidad conyugal. No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por
caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina reprueba sobre la regulación de la natalidad.
(nota: Cf. Pío XI, enc. Casti connubii; AAS 22 (1930) 539-561; DS 3716-3718; Pío XII, Aloc. Al
Congreso de la Unión Italiana de Matronas, 29 oct. 1951; Pablo VI, Aloc. Al Sacro Colegio
cardenalicio, 23 junio 1964. Ciertas cuestiones que necesitan más diligente investigación han
sido confiadas, por orden del Sumo Pontífice, a la Comisión pro Estudio de Población, Familia y
Natalidad, para que, cuando ésta acabe su tarea, el Sumo Pontífice dé su juicio.
Permaneciendo así firme la doctrina del Magisterio, el santo Sínodo no pretende proponer
inmediatamente soluciones concretas).
Tengan todos entendido que la vida de los hombres y la misión de transmitirla no se limita a
este mundo, ni puede ser conmensurada y entendida a este solo nivel, sino que siempre mira el
destino eterno de los hombres”.
9
El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que
considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico,
demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo
natural y terrena sino también sobrenatural y eterna.
10
La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado
en su fuente suprema, Dios, que es Amor (Cfr. I Jn., 4, 8.), "el Padre de quien procede toda
paternidad en el cielo y en la tierra" (Ef., 3, 15).
Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos
comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de
verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso
de poderlo enriquecer con el don de sí.
Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está
destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio y el amor conyugal están
ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin
duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios
padres" (Gaudium et spes, n. 50).
12
La Iglesia…, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por
su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe
quedar abierto a la transmisión de la vida (Cfr. Pío XI, Enc. Casti Connubii, AAS 22 (1930), p.
560; Pío XII, AAS 43 (1951), p. 843).
13
Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable
conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los
dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador.
14
un acto de amor recíproco, que prejuzgue la disponibilidad a transmitir la vida que Dios
Creador, según particulares leyes, ha puesto en él, está en contradicción con el designio
constitutivo del matrimonio y con la voluntad del Autor de la vida. Usar este don divino
destruyendo su significado y su finalidad, aun sólo parcialmente, es contradecir la naturaleza
del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también
el plan de Dios y su voluntad.
Usufructuar en cambio el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador
significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien
administradores del plan establecido por el Creador. En efecto, al igual que el hombre no tiene
un dominio ilimitado sobre su cuerpo en general, del mismo modo tampoco lo tiene, con más
razón, sobre las facultades generadoras en cuanto tales, en virtud de su ordenación intrínseca
a originar la vida, de la que Dios es principio. "La vida humana es sagrada, recordaba Juan
XXIII; desde su comienzo, compromete directamente la acción creadora de Dios" (Enc. Mater
et Magistra, AAS 53 (1961), p. 447).
revelación. Paulo VI aprobará dos documentos vaticanos sumamente importantes al
respecto, uno dirigido a la formación de los candidatos al sacerdocio (11 de abril de
1974), y otro para aclarar la doctrina sobre algunas cuestiones de ética sexual (29 dic.
1975).
El segundo documento, añadirá que esa visión es reforzada por los mismos datos
de la ciencia actual16. Insistirá en el aspecto permanente de la naturaleza humana, por
encima de la evolución histórica17. En su parte aplicativa, mostrará las razones por las
15
Orientaciones educativas para la formación al celibato sacerdotal. S.C para la educación
católica, 11 abril 1974, n.27. El texto continúa así: “Para la pedagogía cristiana, el amor es
capacidad de abrirse al prójimo en ayuda amorosa. Es superación de cualquier forma de
interés egoista; es dedicación al otro, para el bien del otro; es inserción activa en la vida
comunitaria. La pedagogía sabe que este amor auténtico, vocación del hombre, puede ser
vivido tanto en el matrimonio, como en la virginidad.
16
“La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera
marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la
vida de los hombres. A la verdad en el sexo radican las notas características que constituyen a
las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo
así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad”. S.C. para la
doctrina de la Fe. Declaración "Persona humana" acerca de ciertas cuestiones de ética sexual,
29 dic. 1975., n.1.
Quiero poner de relieve un dato hoy día indiscutible: la fijación de la identidad sexual del homo
sapiens, desde los primeros momentos de su gestación: el embrión (la mórula, el ser humano
en ese primer estadio, etc.) es ya masculino o femenino.
17
“No puede haber, por consiguiente, verdadera promoción de la dignidad del hombre, sino en
el respeto del orden esencial de su naturaleza. Es cierto que en la historia de la civilización han
cambiado, y todavía cambiarán, muchas condiciones concretas y muchas necesidades de la
vida humana; pero toda evolución de las costumbres y todo género de vida deben ser
mantenidos en los límites que imponen los principios inmutables fundados sobre los elementos
constitutivos y sobre las relaciones esenciales de toda persona humana; elementos y
relaciones que trascienden las contingencias históricas.
Estos principios fundamentales comprensibles por la razón, están contenidos en "la ley divina,
eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos
de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor. Dios hace partícipe
al hombre de esta su ley, de manera que el hombre, por suave disposición de la divina
Providencia, puede conocer más y más la verdad inmutable" (Concilio Vaticano II, Declaración
que la Iglesia ve el amor humano genuino, como cauce del amor divino, y las razones
por las que son indignas del hombre las relaciones prematrimoniales, la masturbación, y
la práctica homosexual. Además de su carácter monográfico o recopilador (destacan las
referencias bíblicas), la novedad del documento está en salir al paso del argumento más
empleado en trabajos teológicos disidentes al magisterio: el de la opción fundamental. O
sea, aquella actitud que verdaderamente definiría el calado moral del hombre con
independencia de acciones puntuales, antes calificadas como pecaminosas, pero
realmente ‘periféricas’18 en comparación con la opción fundamental. Un anticipo de la
Veritatis splendor, de Juan Pablo II.
Las 133 catequesis de Juan Pablo II sobre el amor humano son el más intenso y
extenso acercamiento magisterial-teológico dado a este tema. Basta aludir a sus diversos
ciclos para darse cuenta de la ambición con que se aborda. Se trata de oír con
profundidad lo que Dios dice sobre su plan ‘primero’ (el hombre original), la finalidad a
la que lo destina (el hombre escatológico), el plan con que lo redime (el hombre
histórico), y los dos modos de su realización amorosa (virginidad y matrimonio), para
concluir justamente con la aplicación de toda esa antropología teológica al problema de
la Humanae vitae. Una vez más, se dan las “razones de la esperanza” (1Pt 3,15) que
muestran la verdad, belleza, bondad y alegría del mensaje de la Iglesia sobre el hombre,
su amor, corporeidad, y su sexualidad.
"Dignitatis Humanae," 3 AAS 58 (1966), p. 931). Esta ley divina es accesible a nuestro
conocimiento”. Ibid. n.3;
18
(Pecado grave y opción fundamental) “Sin duda que la opción fundamental es la que define
en último término la condición moral de una persona. Pero una opción fundamental puede ser
cambiada totalmente por actos particulares, sobre todo cuando éstos hayan sido preparados,
como sucede frecuentemente, con actos anteriores más superficiales. En todo caso, no es
verdad que actos singulares no son suficientes para constituir un pecado mortal”. Ibid. n.10.
19
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 13, parágrafo 4. Cito, según la edición difundida en la
red, que tiene ese título. P.ej. http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/et.htm#b
En el ‘principio’ destacan las tres experiencias originarias del capítulo 2:
soledad, unidad y desnudez-integridad. La soledad, explica muy bien la ‘imago Dei’
del capítulo 1, sólo que ahora incluye también el contraste del cuerpo humano con los
otros seres también corpóreos. También ese cuerpo humano original evidenciaba la
unidad (unidad originaria entre varón y mujer, y unidad originaria de todos los
hombres), como base o llamada a la comunión con los otros y con Dios, y como base de
la igualdad en dignidad de todos los hombres20 (costilla, costado). Precisamente porque
la desnudez-integridad habla de la fácil referencia del cuerpo humano a su origen
divino, hay justificación suficiente para hablar del carácter sacramental de ese cuerpo.
No sólo ‘revela la persona’, sino que tan fuerte es la evocación corpórea, que “el abrazo
conyugal es un icono de la vida íntima de la Trinidad”21.
20
Cfr. JPII, Catequisis sobre el amor , no. 9 parágrafo 5.
21
Imposible expresar con más elocuencia el concepto cristiano de la dignidad de la
corporeidad-sexualidad humana. En esa misma línea de admiración y aprecio se pueden situar
las palabras de S. Josemaría Escrivá: “para mí, el tálamo conyugal es como un altar donde los
esposos se ofrecen”.
22
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 15, parágrafo 5.
23
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor 56, parágrafo 5.
24
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 58.
25
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 57, parágrafo 3.
26
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 62, parágrafo 2.
Del ciclo sobre el ‘hombre escatológico’, quiero solo recoger la ‘vuelta’ a la
situación original obrada por la resurrección gloriosa. En el sentido de una nueva y
perfecta integración de las dimensiones espiritual y corpórea. Dejo de lado todas las
reflexiones sobre la divinización del cuerpo. También tomo una nota del ciclo sobre el
celibato, aunque se refiere a todo estado de vida. Solo cuando el hombre vence la
lujuria, y arriba a la posesión de la propia subjetividad sexual, se convierte en don o
regalo para los otros27. Hay una correlación estrecha entre la pureza y la libertad para
darse 28.
El ciclo sobre el matrimonio, que parte de la epístola a los efesios, subrayará aún
más la sacramentalidad del cuerpo29, del cuerpo conyugal que imita al Cuerpo de Cristo
entregado30, y el carácter reflejo del amor carnal respecto del amor trinitario. Desde
luego, la analogía esponsal es incompleta, pero recoge bien la nota de totalidad. En
Cristo, Dios da todo lo que puede31. Y también recoge estupendamente la nota de
fecundidad, o mejor, de apertura a la vida, que es el tema más desarrollado: esa apertura
se manifiesta en el ‘lenguaje corporal hablado en la verdad’ de la verdadera entrega
total. Ese será el tema del último ciclo (amor y fecundidad).
Quizás el pasaje más sugerente es el que hace ver cómo la comunión de personas
se deshace, al faltar precisamente la entrega de la persona por el ato anticonceptivo,
haciendo de ese lenguaje del cuerpo una mentira. Suprimir la fecundidad priva al ser
humano de su subjetividad, convirtiéndolo en objeto de manipulación. También pasará a
patrimonio de la Iglesia la distinción entre O-misión de un acto bueno (actitud que
puede ser correcta, propia de la abstención periódica) y la Co-misión de un acto malo
(propia de la conducta anticonceptiva). Imposible resumir la descripción ascética y
espiritual que demanda la visión sacra del ámbito conyugal, especialmente del
27
“Cuando la concupiscencia nos ata, la divinidad de la persona no se siente”.
28
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 102, parágrafo 5.
29
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 87.
30
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 90, parágrafo 1
31
Respecto a la propiedad de unidad (matrimonio monógamo), dice Benedicto XVI en la
Deus caritas est, n.11: “A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio
monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el
icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se
convierte en la medida del amor humano. Esta estrecha relación entre eros y matrimonio
que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno en la literatura fuera de
ella”.
32
Juan Pablo II ve la referencia a la persona (y no sólo a un cuerpo indiferenciado) en las
expresiones “huerto cerrado”, y “hermana” en el diálogo amoroso.
33
JPII, Catequesis sobre el amor no. 111, parágrafo 4.
significado singular, o mejor, excepcional del acto íntimo. Estamos ante un contenido
ético, personal y religioso, que vuelve a esos actos veneración a la majestad del
Creador, y al amor esponsal del Redentor. Recuerdan mucho las expresiones audaces de
S. Josemaría Escrivá, cuando comparaba el tálamo nupcial a un altar34.
Esta totalidad, exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una
fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su
naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo
crecimiento armonioso es necesaria la contribución perdurable y concorde de los padres.
El único «lugar» que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de
amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la
comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su
verdadera significado. La institución matrimonial no es una ingerencia indebida de la sociedad o
de la autoridad ni la imposición intrínseca de una forma, sino exigencia interior del pacto de
amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así a
plena fidelidad al designio de Dios Creador. Esa fidelidad, lejos de rebajar la libertad de la
persona, la defiende contra el subjetivismo y relativismo, y la hace partícipe de la Sabiduría
creadora”. (Familiaris consortio, n.13)”. También : “al lenguaje natural que expresa la recíproca
donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente
contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo
positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor
conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal” (Ibid, n.32).
Asimismo, hablará de la urgencia de ese mensaje “la Iglesia siente más urgente e insustituible
su misión de presentar la sexualidad como valor y función de toda la persona creada, varón y
mujer, a imagen de Dios”. (Ibidem).
Dios y de nuestra colaboración, la castidad tiende a armonizar los diversos elementos
que componen la persona y a superar la debilidad de la naturaleza humana, marcada por
el pecado, para que cada uno pueda seguir la vocación a la que Dios lo llame” 36(n.21).
La reflexión de Juan Pablo II en su Mensaje a los jóvenes (31 de marzo de 1985),
y en su trabajo sobre la dignidad y la vocación de la mujer (Mulieris dignitatem, 15
agosto 1988), tiene el tinte de diálogo, y de transmisión de experiencia. “La juventud es
el período en el que este gran tema (el del encuentro con personas del otro sexo) invade,
de forma experimental y creadora, el alma y el cuerpo de cada muchacho o muchacha, y
se manifiesta en el interior de la joven conciencia junto con el descubrimiento
fundamental del propio «yo» en toda su múltiple potencialidad. Entonces, también en el
horizonte de un corazón joven se perfila una experiencia nueva: la experiencia del amor,
que desde el primer instante pide ser esculpido en aquel proyecto de vida, que la
juventud crea y forma espontáneamente.
“Todo esto posee cada vez su irrepetible expresión subjetiva, su riqueza afectiva e
incluso, su belleza metafisica. Al mismo tiempo, en todo esto se contiene una poderosa
exhortación a no falsear esta expresión, a no destruir esa riqueza y desfigurar esa
belleza. Estad convencidos de que esta llamada viene del mismo Dios, que ha creado el
ser humano «a su imagen y semejanza», concretamente «como hambre y mujer». Esta
llamada brota del Evangelio y se hace notar en la voz de las jóvenes conciencias si éstas
han conservado su sencillez y limpieza: «Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios » (Mt 5.8). Sí. A través de aquel amor que nace en vosotros
—y quiere ser esculpido en el proyecto de toda la vida— debéis ver a Dios que es
amor” (n.10)37.
La Mulieris dignitatem, expone extensamente la antropología bíblica basada en
el hombre como imago Dei, y en el relato de Génesis 2. Es patente cómo resalta el Papa
la impronta especial de ‘don de sí’ que caracteriza a la mujer. Eso es obvio en la
procreación, por cuanto que objetivamente, la mujer da más. Aquí no hay solo una
asimetría (como cuando se dice que el hombre da y la mujer recibe), sino una franca
supremacía.
También recogerá con acentos entrañables la valoración que hace Jesús de la
mujer. Punto saliente de esa valoración es la atención a cada mujer. Desde luego, la
figura sobresaliente es María, la persona humana más digna que ha existido.
Asimismo, la grandeza de la procreación está señalada en relación a la misma vida
íntima divina, y no solo con el poder creador exclusivo de Dios: “En la maternidad de la
36
Antes, habrá caracterizado el “valor” de la sexualidad: “La sexualidad es un elemento básico
de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de
sentir, expresar y vivir el amor humano. Por eso, es parte integrante del desarrollo de la
personalidad y de su proceso educativo” (n.4)
37
Y continúa así: “Hoy los principios de la moral cristiana matrimonial son presentados de
modo desfigurado en muchos ambientes. Se intenta imponer a ambientes y hasta a sociedades
enteras un modelo que se autoproclama «progresista» y «moderno». No se advierte entonces
que en este modelo el ser humano, y sobre todo quizá la mujer, es transformado de sujeto en
objeto (objeto de una manipulación específica), y todo el gran contenido del amor es reducido a
mero «placer», el cual, aunque toque a ambas partes, no deja de ser egoísta en su esencia.
Finalmente, el niño, que es fruto y encarnación nueva del amor de los dos, se convierte cada
vez más en «una añadidura fastidiosa». La civilización materialista y consumista penetra en
este maravilloso conjunto del amor conyugal —paterno y materno—, y lo despoja de aquel
contenido profundamente humano, que, desde el principio, llevó una señal y un reflejo divino.
¡Queridos jóvenes amigos! ¡No os dejéis arrebatar esta riqueza! No grabéis un contenido
deformado empobrecido y falseado en el proyecto de vuestra vida: el amor «se complace en la
verdad». (Ibidem)
mujer, unida a la paternidad del hombre, se refleja el eterno misterio del engendrar que
existe en Dios mismo, uno y trino (cf. Ef 3, 14-15)”. Es decir, la trinidad humana
(madre, padre, hijo) es un reflejo de la trinidad divina, solo que en el caso humano, la
parte femenina es “la más cualificada” y “más profunda”38.
El tinte audaz de las frases empleadas está a tono con la interpretación,
decididamente novedosa, de aquellos pasajes paulinos en que aparece la sumisión de la
mujer39. Y está a tono con la convicción ahora adquirida de que la dimensión mariana de
la Iglesia es “igualmente fundamental –si no es que mucho más fundamental- y
característica para la Iglesia, que el perfil apostólico y petrino” (nota 25). Otra vez, la
asimetría desproporcional. Porque el perfil petrino, surge en la Iglesia de un orden
sacerdotal, al que no pueden acceder las mujeres. Ya se sabe que no se trata de un
derecho, sino de una vocación, es decir, de una determinación soberana de Cristo-
Esposo que entrega su Cuerpo (la Eucaristía) a la Iglesia-Esposa, mediante ese orden
sacerdotal (cada sacerdote) que hace de alter Christus sponsus Ecclesiae. No se trata de
una supremacía masculina sustancial, ni siquiera personal, sino de una re-presentación
funcional: re-presentar a Cristo como nuevo Adán, esposo de la Iglesia.
38
n.18.
39
“«maridos, amad a vuestras mujeres», amadlas como exigencia de esa unión especial y
única, mediante la cual el hombre y la mujer llegan a ser «una sola carne» en el matrimonio
(Gén 2, 24; Ef 5, 31).
En este amor se da una afirmación fundamental de la mujer como persona, una afirmación
gracias a la cual la personalidad femenina puede desarrollarse y enriquecerse plenamente. Así
actúa Cristo como esposo de la Iglesia, deseando que ella sea «resplandeciente, sin mancha ni
arruga» (Ef 5, 27).
Se puede decir que aquí se recoge plenamente todo lo que constituye «el estilo» de Cristo al
tratar a la mujer. El marido tendría que hacer suyos los elementos de este estilo con su esposa;
y, de modo análogo, debería hacerlo el hombre, en cualquier situación, con la mujer. De esta
manera ambos, mujer y hombre, realizan el «don sincero de sí mismos».
El autor de la Carta a los Efesios no ve ninguna contradicción entre una exhortación formulada
de esta manera y la constatación de que «las mujeres (estén sumisas) a sus maridos, como al
Señor, porque el marido es cabeza de la mujer» (5, 22-23a). El autor sabe que este
planteamiento, tan profundamente arraigado en la costumbre y en la tradición religiosa de su
tiempo, ha de entenderse y realizarse de un modo nuevo: como una «sumisión recíproca en el
temor de Cristo» (cf. Ef 5, 21), tanto más que al marido se le llama «cabeza» de la mujer, como
Cristo es cabeza de la Iglesia, y lo es para entregarse» a sí mismo por ella» (Ef 5, 25), e incluso
para dar la propia vida por ella. Pero mientras que en la relación Cristo-Iglesia la sumisión es
sólo de la Iglesia, en la relación marido-mujer la «sumisión» no es unilateral, sino recíproca.
En relación a lo «antiguo» esto es evidentemente «nuevo»: es la novedad evangélica.
Encontramos diversos textos en los cuales los escritos apostólicos expresan esta novedad, si
bien en ellos se percibe aún lo «antiguo», es decir, lo que está enraizado en la tradición
religiosa de Israel, en su modo de comprender y de explicar los textos sagrados, como por
ejemplo el del Génesis (c. 2).
Las cartas apostólicas van dirigidas a personas que viven en un ambiente con el mismo modo
de pensar y de actuar. La «novedad» de Cristo es un hecho: constituye el inequívoco contenido
del mensaje evangélico y es fruto de la redención. pero al mismo tiempo, la convicción de que
en el matrimonio se da la «recíproca sumisión de los esposos en el temor de Cristo» y no
solamente la «sumisión» de la mujer al marido, ha de abrirse camino gradualmente en los
corazones, en las conciencias, en el comportamiento, en las costumbres (…)Todas las razones
en favor de la «sumisión» de la mujer al hombre en el matrimonio se deben interpretar en el
sentido de una sumisión recíproca de ambos en el «temor de Cristo». La medida de un
verdadero amor esponsal encuentra su fuente más profunda en Cristo, que es el Esposo de la
Iglesia, su Esposa.”. (n.24).
Siguiendo con la carta a los efesios, Juan Pablo II resalta la dimensión simbólica
del “gran misterio” de la unión de Cristo y la Iglesia. Lo femenino simbolizará lo
humano que acepta a Dios, a Cristo40. Y lo masculino, el amor de Dios al hombre41.
La instrucción Donum vitae (1987), forma una unidad con la Humanae vita y la
Evangelium vitae. Mientras que la segunda abordaba especialmente la negativa a la
procreación, la primera aborda la búsqueda de la procreación a toda costa, facilitada por
las nuevas técnicas de fecundación. Es el documento más argumentativo sobre el tema
de la procreación. La esencia de sus respuestas no es nueva. Pío XII la había
pronunciado en diversas instancias, siendo la principal aquella en la que se cuestionaba
la licitud de la inseminación artificial humana póstuma.
Recojo solo los argumentos principales. A) en la concepción empieza una vida
distinta a la de los padres42.
B) puede hablarse del derecho del niño a tener un origen plenamente humano
conforme a su dignidad y a la dignidad de quienes le transmiten la vida. Concretamente,
el derecho a ser concebido, llevado en las entrañas y traído al mundo en el contexto del
amor matrimonial, única cobertura adecuada al advenimiento de un ser humano (cfr.
III.2).
C) La unión entre los significados del acto conyugal y los bienes del matrimonio.
Pío XII decía: “nunca está permitido separar estos diversos aspectos hasta el punto de
excluir positivamente sea la intención procreativa sea la relación conyugal”43.
D) Se puede hablar de un derecho a los actos matrimoniales propios; pero no se
puede hablar de un ‘derecho al niño’. El niño no es objeto de derecho, sino sujeto44.
40
“En esta concepción, por medio de la Iglesia, todos los seres humanos hombres y
mujeres están llamados a ser la «Esposa» de Cristo, redentor del mundo. De este modo «ser
esposa» y, por consiguiente, lo «femenino», se convierte en símbolo de todo lo «humano»,
según las palabras de Pablo: «Ya no hay hombre ni mujer, ya que todo vosotros sois uno en
Cristo Jesús» (Gál 3, 28)”. (n.25)
41
““Cristo es el Esposo. De esta manera se expresa la verdad sobre el amor de Dios, «que ha
amado primero» (cf. 1 Jn 4, 19) y que, con el don que engendra este amor esponsal al hombre,
ha superado todas las expectativas humanas: «Amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). El Esposo
el Hijo consubstancial al Padre en cuanto Dios se ha convertido en el hijo de María, «hijo
del hombre», verdadero hombre, varón. El símbolo del Esposo es de género masculino. En
este símbolo masculino está representado el carácter humano del amor con el cual Dios ha
expresado su amor divino a Israel, a la Iglesia, a todos los hombres”. (Ibidem).
42
Cfr. CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE (usaré la abreviatura; SCDF),
Instrucción sobre la dignidad de la vida naciente y de la procreación, Intr. Cita una declaración
anterior, justamente célebre: «Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura
una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que
se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A
esta evidencia de siempre (...) la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra
que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: un
hombre, este hombre individual con sus características ya bien determinadas. Con la
fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un
tiempo para desarrollarse y poder actuar» (SCDF, Declaración sobre el aborto procurado,
(1974), nn. 12-13).
43
Pío XII, Discurso a los participantes en el II Congreso Mundial de Nápoles sobre la
fecundidad y la esterilidad humanas, 19 de mayo 1956.
44
“el matrimonio no confiere a los cónyuges el derecho a tener un hijo, sino solamente el
derecho a realizar los actos naturales que de suyo se ordenan a la procreación”. (Pío XII,
Discurso a los participantes en el II Congreso Mundial de Nápoles sobre la fertilidad y la
esterilidad humanas, 19 de mayo 1956). “Un verdadero y propio derecho al hijo serla contrario
a su dignidad y a su naturaleza. El hijo no es algo debido y no puede ser considerado como
objeto de propiedad: es más bien un don «el más grande» (GS 50) y el más gratuito del
E) la sustitución de los gestos humanos por los procedimientos técnicos
conducentes a la concepción, es una supresión o falsificación del “lenguaje del
cuerpo”45. Es el paso de la ‘lógica del don’ a la del dominio46: ese será el tema de la
apasionada defensa de la vida humana en la Evangelium vitae. De ella menciono
solamente el dramatismo con el que se plantea el proceso de secularización: un proceso
que busca arrinconar o quitar a Dios, especialmente de los dos ámbitos físicos más
sagrados: el inicio y el final de la vida.
matrimonio, y es el testimonio vivo de la donación recíproca de sus padres” (Donum vitae, III,
c).
45
“El valor moral de la estrecha unión existente entre los bienes del matrimonio y entre los
significados del acto conyugal se fundamenta en la unidad del ser humano, unidad compuesta
de cuerpo y de alma espiritual (cfr. GS 14). Los esposos expresan recíprocamente su amor
personal con «el lenguaje del cuerpo», que comporta claramente «significados esponsales» y
parentales juntamente (Cfr. JUAN PABLO ll, Audiencia general, 16 de enero 1980). El acto
conyugal con el que los esposos manifiestan recíprocamente el don de si expresa
simultáneamente la apertura al don de la vida: es un acto inseparablemente corporal y
espiritual. En su cuerpo y a través de su cuerpo los esposos consuman el matrimonio y pueden
llegar a ser padre y madre. Para ser conforme con el lenguaje del cuerpo y con su natural
generosidad, la unión conyugal debe realizarse respetando la apertura a la generación, y la
procreación de una persona humana debe ser el fruto y el término del amor esponsal. El origen
del ser humano es de este modo el resultado de una procreación «ligada a la unión no
solamente biológica, sino también espiritual de los padres unidos por el vinculo del matrimonio»
(JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en la 35° Asamblea General de la Asociación
Médica Mundial, 29 de octubre 1983).”Una fecundación obtenida fuera del cuerpo de los
esposos queda privada, por esa razón, de los significados y de los valores que se expresan,
mediante el lenguaje del cuerpo, en la unión de las personas humanas” (Donum vitae II, b).
46
“La FIVET homóloga se realiza fuera del cuerpo de los cónyuges por medio de gestos de
terceras personas, cuya competencia y actividad técnica determina el éxito de la intervención,
confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un
dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación
de dominio es en si contraria a la dignidad y a la igualdad que debe ser común a padres e hijos.
“La concepción in vitro es el resultado de la acción técnica que antecede a la fecundación; ésta
no es de hecho obtenida ni positivamente querida como la expresión y el fruto de un acto
específico de la unión conyugal. En la FIVET homóloga, por eso, aun considerada en el
contexto de las relaciones conyugales de hecho existentes, la generación de la persona
humana queda objetivamente privada de su perfección propia: es decir, la de ser el término y el
fruto de un acto conyugal, en el cual los esposos se hacen«cooperadores con Dios para donar
la vida a una nueva persona» (FC 14)” (Donum vitae, III,c).
47
SCDF, Instrucción DIGNITAS PERSONÆ SOBRE ALGUNAS CUESTIONES DE BIOÉTICA, 8 de
septiembre de 2008, n.1. De mucho interés resulta, para la comunicación social, otra instrucción de
la S. Sede,”Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral”, del 7 de
mayo de 1989.
En octubre de 1992, Juan Pablo II promulgará el Catecismo de la Iglesia
Católica, concentrado de la fe, moral, liturgia y oración del Pueblo de Dios. Es un
resumen expositivo, más que argumentativo, y del que he recogido ya sus principales
expresiones a propósito de la sexualidad.
49
“Al afirmar que los esposos, en cuanto padres, son colaboradores de Dios Creador en la
concepción y generación de un nuevo ser humano, no nos referimos sólo al aspecto biológico;
queremos subrayar más bien que en la paternidad y maternidad humanas Dios mismo está
presente de un modo diverso de como lo está en cualquier otra generación «sobre la tierra». En
efecto, solamente de Dios puede provenir aquella «imagen y semejanza», propia del ser
humano, como sucedió en la creación. La generación (humana) es, por consiguiente, la
continuación de la creación. Así, pues, tanto en la concepción como en el nacimiento de un
nuevo ser, los padres se hallan ante un «gran misterio» (Ef 5, 32). También el nuevo ser
humano, igual que sus padres, es llamado a la existencia como persona y a la vida «en la
verdad y en el amor». Esta llamada se refiere no sólo a lo temporal, sino también a lo eterno.
Tal es la dimensión de la genealogía de la persona, que Cristo nos ha revelado definitivamente,
derramando la luz del Evangelio sobre el vivir y el morir humanos y, por tanto, sobre el
significado de la familia humana.
Como afirma el Concilio, el hombre «es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por
sí misma». El origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología, sino directamente a
la voluntad creadora de Dios: voluntad que llega hasta la genealogía de los hijos e hijas de las
familias humanas. Dios «ha amado» al hombre desde el principio y lo sigue «amando» en cada
concepción y nacimiento humano. Dios «ama» al hombre como un ser semejante a él, como
persona. Este hombre, todo hombre, es creado por Dios «por sí mismo»” (Carta a las familias,
2 de febrero de 1994, n.9).
50
“La admirable síntesis paulina a propósito del «gran misterio» se presenta como el resumen,
la suma, en cierto sentido, de la enseñanza sobre Dios y sobre el hombre, llevada a cabo por
Cristo. Por desgracia el pensamiento occidental, con el desarrollo del racionalismo moderno, se
ha ido alejando de esta enseñanza. El filósofo que formuló el principio «Cogito, ergo sum»:
«Pienso, luego existo», ha marcado también la moderna concepción del hombre con el
carácter dualista que la distingue. Es propio del racionalismo contraponer de modo radical en el
El Consejo pontificio para la familia publicó, en 1995, un documento que sería,
según el título (Sexualidad humana: verdad y significado) una puesta al presente de la
visión de la Iglesia sobre el tema. Más bien se trata de unas “Orientaciones educativas
en familia”, como dice el subtítulo. Luego de encuadrar muy resumidamente el tema en
el marco del amor de Dios, y del amor al prójimo sale al paso del fácil expediente
conductual, mediante el cual se justifica una acción cualquiera porque se hace ‘por
amor’, o ‘con amor’, aunque la acción sea opuesta al mandato divino51. En efecto, no se
trata de cualquier amor, sino de aquel fundado en la verdad, y abierto al don de sí52. A
partir de allí, multiplicará el documento las pautas prácticas, sobre todo educativas, para
entender con claridad que quien no observa sus palabras no tiene ni su amistad ni su amor.
Como dice san Agustín: «ninguno puede amar al rey, si aborrece sus mandamientos”»: Audi fi-
lia, c. 50” (nota 33).
52
Verdad ausente en el hedonismo como pauta de vida. “No se debe olvidar que el desorden
en el uso del sexo tiende a destruir progresivamente la capacidad de amar de la persona,
haciendo del placer —en vez del don sincero de sí— el fin de la sexualidad, y reduciendo a las
otras personas a objetos para la propia satisfacción: tal desorden debilita tanto el sentido del
verdadero amor entre hombre y mujer —siempre abierto a la vida— como la misma familia, y
lleva sucesivamente al desprecio de la vida humana concebida que se considera como un mal
que amenaza el placer personal” (Ibid, n.105)
53
Cfr. SCDF, Sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo, 31 de mayo
de 2004, n.2.
Jerusalén, que da origen a un nuevo pueblo. Y también destaca la asunción de lo erótico
en el Cantar de los cantares, para expresar el amor divino por su pueblo (n.9).
Las figuras del AT se cumplirán en las realidades del NT: María y la Iglesia
esposa por un lado, y Cristo-Esposo por el otro. Pablo hablará de la vida cristiana como
un misterio nupcial (cfr. 2 Cor 11,2, y Ef. 5, 25-27). En Cristo, el antagonismo mujer-
varón se supera: “Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no
hay… ni varón ni mujer” (Ga 3,27-28)54. Con el Apocalipsis, y su dirección
escatológica, se apunta a una pervivencia transfigurada de lo masculino y lo femenino,
una vez que se haya superado la necesidad de la generación, y la presencia de la muerte.
La carta se explaya en el señalamiento de los “valores” propios de la mujer (lo que
Juan Pablo II llamaba el “genio femenino”), radicados en su capacidad de ser madre,
entendida más allá del puro dato biológico. Una verdadera auctoritas. También se dice
que esos valores son valores humanos (no exclusivos, por tanto, de la mujer), solo que
la mujer está “más inmediatamente en sintonía” con ellos (n.13). No puede exagerarse
en la necesidad de los valores femeninos en la vida de la Iglesia. Basta recordar que “la
figura de María constituye la referencia fundamental de la Iglesia” (n.15), precisamente
por la misma naturaleza del cristianismo.
Finalmente, hay que aclarar, que no se está exaltando la pasividad, rasgo de una
concepción “ya superada” de lo femenino. Sino del poder real del amor “que derrota
toda violencia, (que) es «pasión» que salva al mundo del pecado y de la muerte y recrea
la humanidad” (n.16).
58
“En el campo de las religiones, esta actitud (erótica sin más) se ha plasmado en los
cultos de la fertilidad, entre los que se encuentra la prostitución « sagrada » que se daba
brillantemente que el cristianismo ofrece la clave última para entender esa conexión. La
aceptación del valor divino (ortodoxia), que se vive en la relación ordenada varón-mujer
(ortopraxis), y que se celebra litúrgicamente , sobre todo en la Eucaristía (ortopoiesis:
entrega de Cristo por Su Iglesia, entrega de Dios por el hombre), es la aportación
cristiana por excelencia. En Deus caritas est, se remacha la unidad de las dos primeras
rectitudes (ortodoxia y ortopraxis), pero se afirma claramente la unidad con el “culto
racional”59, siendo esta última realidad una verdadera pasión del Papa Ratzinger.
en muchos templos. El eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con
la divinidad. A esta forma de religión que, como una fuerte tentación, contrasta con la fe
en el único Dios, el Antiguo Testamento se opuso con máxima firmeza, combatiéndola
como perversión de la religiosidad. No obstante, en modo alguno rechazó con ello el eros
como tal, sino que declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa
divinización del eros que se produce en esos casos lo priva de su dignidad divina y lo
deshumaniza. En efecto, las prostitutas que en el templo debían proporcionar el
arrobamiento de lo divino, no son tratadas como seres humanos y personas, sino que
sirven sólo como instrumentos para suscitar la « locura divina »: en realidad, no son
diosas, sino personas humanas de las que se abusa. Por eso, el eros ebrio e
indisciplinado no es elevación, « éxtasis » hacia lo divino, sino caída, degradación del
hombre. Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación para dar al
hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera
lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser” (Ibid. n. 4)
59
“Fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura
en el encuentro con el ágape de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética
simplemente desaparece. En el “culto” mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la
vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico
del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa —como hemos de considerar más
detalladamente aún—, el « mandamiento » del amor es posible sólo porque no es una mera
exigencia: el amor puede ser « mandado » porque antes es dado”. Ibid, n. 14).
60
“La defensa del amor como ‘misterio’ es, por tanto, al mismo tiempo una defensa de Dios y
una defensa del hombre. Últimamente es también una defensa del deseo e incluso del placer”
LIVIO MELINA, art.cit. p.176