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El magisterio reciente de la Iglesia sobre la sexualidad humana.

Pbro. Dr. José A. Coronel S.

Conferencia pronunciada el 2 de junio de 2010, dentro del curso “Afectividad y


sexualidad” del Departamento de Humanidades de la U. Panamericana. Los otros dos
expositores fueron el Dr. Aquilino Polaino (perspectiva psiquiátrica), y el Dr. Vicente
de Haro (perspectiva filosófica)

Es un valor entendido que el discurso actual de la Iglesia sobre el hombre


arranca del Concilio Vaticano II, y, más concretamente, de la constitución pastoral
Gaudium et Spes., del 7 de diciembre de 1965. Es un documento que muestra muy
vivamente, y muy teológicamente, la atención cristiana a “los gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y
de cuantos sufren” (n.1).

En la parte introductoria, el n. 8 alude, dentro de los factores inéditos de la vida


humana, a “las nuevas relaciones sociales entre los dos sexos”. Pero, va a señalar
también en muchos de sus pasajes, la condición no cambiante que iluminará esos
factores inéditos y mudables: “Corpore et anima unus, el hombre, por su misma
condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del
hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador. No debe, por
tanto, despreciar la vida corporal, sino que, por el contrario, debe tener por bueno y
honrar a su propio cuerpo, como criatura de Dios que ha de resucitar en el último día.1”.

El resumen clásico de la antropología cristiana es el dado en el n. 22: “En


realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado.
Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo
nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y
de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la
sublimidad de su vocación”2. Hay incluso un dato evidente sobre esa conexión entre
Cristo y el hombre. La antropología cristiana tuvo su primer gran desarrollo con las
1
Va a ser un texto clave en el futuro Catecismo de la Iglesia Católica. El texto continúa: “Herido
por el pecado, experimenta, sin embargo, la rebelión del cuerpo. La propia dignidad humana
pide, pues, que glorifique a Dios en su cuerpo y no permita que lo esclavicen las inclinaciones
depravadas de su corazón. No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el
universo material y al considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento
anónimo de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a
esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda,
escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su
propio destino. Al afirmar, por tanto, en sí mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma,
no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las condiciones
físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la
realidad”. (Const. Pastoral Gaudium et spes, n.14)
2
Y continúa así: “Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas
encuentren en Cristo su fuente y su corona. El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es
también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina,
deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido
elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha
unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia
de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen
María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en
el pecado”.
controversias cristológicas. Al intentar aclarar el misterio de Jesús, verdadero hombre,
aparecieron las explicaciones antropológicas. El símbolo atanasiano es una muestra
sencilla y elocuente: perfectus Deus, perfectus homo. Ex anima rationale et humana
caro subsistens. Jesucristo es verdadero ser humano, porque es un subsistente de carne
humana y alma racional. En ese mismo sentido, es muy notable comprobar que las
controversias sobre la Santísima Trinidad, el ser íntimo divino, van a dar también un
resultado antropológico singular: la noción perfilada de la persona, como la realidad
más digna dentro de la creación3.

Dentro del capítulo “la comunidad humana” aparece el texto conciliar quizá más
comentado hasta nuestros días (n. 24): “El Señor, cuando ruega al Padre que todos sean
uno, como nosotros también somos uno (Jn 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a
la razón humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y
la unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que
el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede
encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás”.
Como es lógico, entre las uniones “de los hijos de Dios” aquí aludidas genéricamente,
destacará la unión hombre-mujer, como reflejo de la unión de las personas divinas.
Imposible minusvalorar este carácter de semejanza, símbolo, o reflejo que tiene la
unión-distinción sexual humana respecto al Dios uno y trino.
En el n.29 se aludirá a una consecuencia social. “Toda forma de discriminación en
los derechos fundamentales de la persona, ya sea social o cultural, por motivos de sexo,
raza, color, condición social, lengua o religión, debe ser vencida y eliminada por ser
contraria al plan divino”4.

Ahora bien, la inmersión plena en el tema de la sexualidad se hará en el capítulo


“Dignidad del matrimonio y de la familia”. Luego de notar las oscuridades actuales del
matrimonio (la poligamia, la epidemia del divorcio, el llamado amor libre, el egoísmo,
el hedonismo y los usos ilícitos contra la generación –n.47-, describe, en el célebre n.48
la institución matrimonial; su origen divino, su permanencia, su causa humana (el
consentimiento), y la dotación de bienes y fines dados por el Creador5.
3
“La vía por la que el concepto de ‘persona’ resplandeció ante la mente humana fue la de la
controversia sobre… la interpretación de la figura de Jesús de Nazaret”. RATZINGER, JOSEF,
Sobre la noción de persona en teología, Communio 17 (1990), 448.
4
El texto se completa así: “En verdad, es lamentable que los derechos fundamentales de la
persona no estén todavía protegidos en la forma debida por todas partes. Es lo que sucede
cuando se niega a la mujer el derecho de escoger libremente esposo y de abrazar el estado de
vida que prefiera o se le impide tener acceso a una educación y a una cultura iguales a las que
se conceden al hombre”. Más adelante, en el n.60, se exhortará a emprender acciones que
disminuyan la discriminación (también por motivos de sexo).
5
““Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal
de vida y amor se establece sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su
consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el cual los esposos se dan y
se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley
divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la
sociedad, no depende de la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio,
al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo cual es de suma importancia para la
continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la familia y su
suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la
sociedad humana.

Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí
mismos a la procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona
También célebre es el tratamiento del amor conyugal como“principio” (que debe
dar origen al matrimonio) y “fruto” (que resulta del matrimonio bien vivido). Se trata de
un amor profundamente humano, personal, que impregna las expresiones corporales, y
supera, también en los actos íntimos, la inclinación meramente erótica 6.

El apartado más vivamente trabajado fue el referente a los fines, valores o


dimensiones fundamentales: fecundidad y amor mutuo (n.50)7. Se buscaba engarzar, por
así decirlo, el plan de Dios con los planes humanos. El elemento clave para ese engarce
fue el de vocación o misión a la que los cónyuges responden libremente.

propia. De esta manera, el marido y la mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino
una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y actividades se ayudan y se
sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más
plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de
los hijos, exigen plena fidelidad conyugal y urge su indisoluble unidad”.
6
49. (Del amor conyugal) “Este amor, por ser eminentemente humano, ya que va de persona a
persona con el afecto de la voluntad, abarca el bien de toda la persona, y, por tanto, es capaz
de enriquecer con una dignidad especial las expresiones del cuerpo y del espíritu y de
ennoblecerlas como elementos y señales específicas de la amistad conyugal. El Señor se ha
dignado sanar este amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad.
Un tal amor, asociando a la vez lo humano y lo divino, lleva a los esposos a un don libre y
mutuo de sí mismos, comprobado por sentimientos y actos de ternura, e impregna toda su vida;
más aún, por su misma generosa actividad crece y se perfecciona. Supera, por tanto, con
mucho la inclinación puramente erótica, que, por ser cultivo del egoísmo, se desvanece rápida
y lamentablemente. Este amor se expresa y perfecciona singularmente con la acción propia del
matrimonio. Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí
son honestos y dignos, y, ejecutados de manera verdaderamente humana, significan y
favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un clima de gozosa
gratitud”
7
“El matrimonio y el amor conyugal están ordenados por su propia naturaleza a la procreación
y educación de la prole. Los hijos son, sin duda, el don más excelente del matrimonio y
contribuyen sobremanera al bien de los propios padres. El mismo Dios, que dijo: No es bueno
que el hombre esté solo (Gen 2,18), y que desde el principio... hizo al hombre varón y mujer (Mt
19,4), queriendo comunicarle una participación especial en su propia obra creadora, bendijo al
varón y a la mujer diciendo: Creced y multiplicaos (Gen 1,28). De aquí que el cultivo auténtico
del amor conyugal y toda la estructura de la vida familiar que de él deriva, sin dejar de lado los
demás fines del matrimonio, tienden a capacitar a los esposos para cooperar con fortaleza de
espíritu con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece
diariamente a su propia familia. En el deber de transmitir la vida humana y de educarla, lo cual
hay que considerar como su propia misión, los cónyuges saben que son cooperadores del
amor de Dios Creador y como sus intérpretes. Por eso, con responsabilidad humana y cristiana
cumplirán su misión y con dócil reverencia hacia Dios se esforzarán ambos, de común acuerdo
y común esfuerzo, por formarse un juicio recto, atendiendo tanto a su propio bien personal
como al bien de los hijos, ya nacidos o todavía por venir, discerniendo las circunstancias de los
tiempos y del estado de vida tanto materiales como espirituales, y, finalmente, teniendo en
cuanta el bien de la comunidad familiar, de la sociedad temporal y de la propia Iglesia. Este
juicio, en último término, deben formarlo ante Dios los esposos personalmente. En su modo
de obrar, los esposos cristianos sean conscientes de que no pueden proceder a su antojo, sino
que siempre deben regirse por la conciencia, lo cual ha de ajustarse a la ley divina misma,
dóciles al Magisterio de la Iglesia, que interpreta auténticamente esta ley a la luz del
Evangelio…Pero el matrimonio no ha sido instituido solamente para la procreación, sino que la
propia naturaleza del vínculo indisoluble entre las personas y el bien de la prole requieren que
también el amor mutuo de los esposos mismos se manifieste, progrese y vaya madurando
ordenadamente. Por eso, aunque la descendencia, tan deseada muchas veces, falte, sigue en
pie el matrimonio como intimidad y comunión total de la vida y conserva su valor e
indisolubilidad.
Por último, hubo todavía un señalamiento especialmente solemne sobre los
criterios objetivos que hacen razonable y digna la transmisión de la vida humana8. Ese
n.51 es el preludio de la encíclica Humanae vitae. De hecho, ante el alargamiento de las
discusiones sobre la píldora anticonceptiva, se remitió a los estudios de una comisión ad
hoc. Este fue el detonador de los pronunciamientos modernos de la Iglesia sobre la
sexualidad.

Humanae vitae, 29 de junio de 1968.

Luego de la exposición de motivos para la intervención pontificia sobre la


natalidad, se establece la necesidad de una visión integral (n. 7)9, cuyo punto de
arranque es el proyecto amoroso divino (n.8)10. Ese amor efusivo explica las
características del amor conyugal (n.9)11.

8
La vida desde su concepción ha de ser salvaguardada con el máximo cuidado; el aborto y el
infanticidio son crímenes abominables. La índole sexual del hombre y la facultad generativa
humana superan admirablemente lo que de esto existe en los grados inferiores de vida; por
tanto, los mismos actos propios de la vida conyugal, ordenados según la genuina dignidad
humana, deben ser respetados con gran reverencia. Cuando se trata, pues, de conjugar el
amor conyugal con la responsable transmisión de la vida, la índole moral de la conducta no
depende solamente de la sincera intención y apreciación de los motivos, sino que debe
determinarse con criterios objetivos tomados de la naturaleza de la persona y de sus actos,
criterios que mantienen íntegro el sentido de la mutua entrega y de la humana procreación,
entretejidos con el amor verdadero; esto es imposible sin cultivar sinceramente la virtud de la
castidad conyugal. No es lícito a los hijos de la Iglesia, fundados en estos principios, ir por
caminos que el Magisterio, al explicar la ley divina reprueba sobre la regulación de la natalidad.
(nota: Cf. Pío XI, enc. Casti connubii; AAS 22 (1930) 539-561; DS 3716-3718; Pío XII, Aloc. Al
Congreso de la Unión Italiana de Matronas, 29 oct. 1951; Pablo VI, Aloc. Al Sacro Colegio
cardenalicio, 23 junio 1964. Ciertas cuestiones que necesitan más diligente investigación han
sido confiadas, por orden del Sumo Pontífice, a la Comisión pro Estudio de Población, Familia y
Natalidad, para que, cuando ésta acabe su tarea, el Sumo Pontífice dé su juicio.
Permaneciendo así firme la doctrina del Magisterio, el santo Sínodo no pretende proponer
inmediatamente soluciones concretas).

Tengan todos entendido que la vida de los hombres y la misión de transmitirla no se limita a
este mundo, ni puede ser conmensurada y entendida a este solo nivel, sino que siempre mira el
destino eterno de los hombres”.
9
El problema de la natalidad, como cualquier otro referente a la vida humana, hay que
considerarlo, por encima de las perspectivas parciales de orden biológico o psicológico,
demográfico o sociológico, a la luz de una visión integral del hombre y de su vocación, no sólo
natural y terrena sino también sobrenatural y eterna.

10
La verdadera naturaleza y nobleza del amor conyugal se revelan cuando éste es considerado
en su fuente suprema, Dios, que es Amor (Cfr. I Jn., 4, 8.), "el Padre de quien procede toda
paternidad en el cielo y en la tierra" (Ef., 3, 15).

El matrimonio no es, por tanto, efecto de la casualidad o producto de la evolución de fuerzas


naturales inconscientes; es una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su
designio de amor. Los esposos, mediante su recíproca donación personal, propia y exclusiva
de ellos, tienden a la comunión de sus seres en orden a un mutuo perfeccionamiento personal,
para colaborar con Dios en la generación y en la educación de nuevas vidas.
11
Es, ante todo, un amor plenamente humano, es decir, sensible y espiritual al mismo tiempo.
No es por tanto una simple efusión del instinto y del sentimiento sino que es también y
principalmente un acto de la voluntad libre, destinado a mantenerse y a crecer mediante las
alegrías y los dolores de la vida cotidiana, de forma que los esposos se conviertan en un solo
corazón y en una sola alma y juntos alcancen su perfección humana.
Aunque el número más conocido (el 14) es el que reprueba los métodos
anticonceptivos, el plano de apoyo firme viene dado por tres puntos cruciales: la
apertura hacia la transmisión de la vida que todo acto matrimonial exige (n.11)12, la
inseparabilidad de sus dos aspectos: unión y procreación (n.12)13, y el carácter inmenso
(procreador) que conlleva la transmisión de la vida humana (n.13)14.

La segunda parte de la encíclica merece el calificativo de ‘profética’, porque


preveía el panorama animal, hoy evidente, dado por la ruptura entre el ejercicio de la
sexualidad, la procreación, y el amor personal. Un panorama compuesto por el
deterioro del matrimonio, la explotación de la mujer, y la injerencia abusiva del poder
coercitivo estatal, o, en cualquier caso, mediático.

La revolución sexual, proyecto siempre presente en la historia humana, se


intensifica con las ideologías del s. XIX. Pero se hará posible, también como fenómeno
de masas, por las posibilidades abiertas con las modernas técnicas anticonceptivas. Las
‘razones’ para justificar tal revolución provocarán una profundización del magisterio sin
precedente, en la dimensión sexual del hombre, no sólo según las legítimas
adquisiciones de las ciencias humanas, sino también en las mismas fuentes de la

Es un amor total, esto es, una forma singular de amistad personal, con la cual los esposos
comparten generosamente todo, sin reservas indebidas o cálculos egoístas. Quien ama de
verdad a su propio consorte, no lo ama sólo por lo que de él recibe sino por sí mismo, gozoso
de poderlo enriquecer con el don de sí.

Es un amor fiel y exclusivo hasta la muerte (…)

Es, por fin, un amor fecundo que no se agota en la comunión entre los esposos sino que está
destinado a prolongarse suscitando nuevas vidas. "El matrimonio y el amor conyugal están
ordenados por su propia naturaleza a la procreación y educación de la prole. Los hijos son, sin
duda, el don más excelente del matrimonio y contribuyen sobremanera al bien de los propios
padres" (Gaudium et spes, n. 50).
12
La Iglesia…, al exigir que los hombres observen las normas de la ley natural interpretada por
su constante doctrina, enseña que cualquier acto matrimonial (quilibet matrimonii usus) debe
quedar abierto a la transmisión de la vida (Cfr. Pío XI, Enc. Casti Connubii, AAS 22 (1930), p.
560; Pío XII, AAS 43 (1951), p. 843).

13
Esta doctrina, muchas veces expuesta por el Magisterio, está fundada sobre la inseparable
conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los
dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador.
14
un acto de amor recíproco, que prejuzgue la disponibilidad a transmitir la vida que Dios
Creador, según particulares leyes, ha puesto en él, está en contradicción con el designio
constitutivo del matrimonio y con la voluntad del Autor de la vida. Usar este don divino
destruyendo su significado y su finalidad, aun sólo parcialmente, es contradecir la naturaleza
del hombre y de la mujer y sus más íntimas relaciones, y por lo mismo es contradecir también
el plan de Dios y su voluntad.

Usufructuar en cambio el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso generador
significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más bien
administradores del plan establecido por el Creador. En efecto, al igual que el hombre no tiene
un dominio ilimitado sobre su cuerpo en general, del mismo modo tampoco lo tiene, con más
razón, sobre las facultades generadoras en cuanto tales, en virtud de su ordenación intrínseca
a originar la vida, de la que Dios es principio. "La vida humana es sagrada, recordaba Juan
XXIII; desde su comienzo, compromete directamente la acción creadora de Dios" (Enc. Mater
et Magistra, AAS 53 (1961), p. 447).
revelación. Paulo VI aprobará dos documentos vaticanos sumamente importantes al
respecto, uno dirigido a la formación de los candidatos al sacerdocio (11 de abril de
1974), y otro para aclarar la doctrina sobre algunas cuestiones de ética sexual (29 dic.
1975).

Merece la pena transcribir la afirmación que, en el primer documento, abre el


apartado sobre la madurez sexual del cristiano (n.27). “La pedagogía cristiana posee,
conforme a la revelación divina, una visión y una valoración propia sobre la sexualidad.
Considera a la sexualidad como obra de Dios, como una realidad que no se agota en el
cuerpo, sino que reviste al ser humano en su totalidad; una realidad que tiene un papel
determinante en la maduración del hombre, desde la personalidad física hasta la
personalidad moral, y, por tanto, (un papel determinante) en el mismo desarrollo de la
semejanza con Dios. Una realidad que se actualiza en un encuentro personal. Justo por
este encuentro mutuo de persona a persona, la relación sexual humana se diferencia
fundamentalmente de la relación animal”15.

El segundo documento, añadirá que esa visión es reforzada por los mismos datos
de la ciencia actual16. Insistirá en el aspecto permanente de la naturaleza humana, por
encima de la evolución histórica17. En su parte aplicativa, mostrará las razones por las
15
Orientaciones educativas para la formación al celibato sacerdotal. S.C para la educación
católica, 11 abril 1974, n.27. El texto continúa así: “Para la pedagogía cristiana, el amor es
capacidad de abrirse al prójimo en ayuda amorosa. Es superación de cualquier forma de
interés egoista; es dedicación al otro, para el bien del otro; es inserción activa en la vida
comunitaria. La pedagogía sabe que este amor auténtico, vocación del hombre, puede ser
vivido tanto en el matrimonio, como en la virginidad.

Para la formación afectiva de la personalidad, no se precisa el matrimonio; y tampoco éste


realiza por sí mismo el desarrollo armónico de la personalidad afectuosa. Por otro lado, el
hombre es capaz de sublimar su sexualidad y de completar su personalidad en una relación de
intercambio afectivo no sexual”.

16
“La persona humana, según los datos de la ciencia contemporánea, está de tal manera
marcada por la sexualidad, que ésta es parte principal entre los factores que caracterizan la
vida de los hombres. A la verdad en el sexo radican las notas características que constituyen a
las personas como hombres y mujeres en el plano biológico, psicológico y espiritual, teniendo
así mucha parte en su evolución individual y en su inserción en la sociedad”. S.C. para la
doctrina de la Fe. Declaración "Persona humana" acerca de ciertas cuestiones de ética sexual,
29 dic. 1975., n.1.

Quiero poner de relieve un dato hoy día indiscutible: la fijación de la identidad sexual del homo
sapiens, desde los primeros momentos de su gestación: el embrión (la mórula, el ser humano
en ese primer estadio, etc.) es ya masculino o femenino.
17
“No puede haber, por consiguiente, verdadera promoción de la dignidad del hombre, sino en
el respeto del orden esencial de su naturaleza. Es cierto que en la historia de la civilización han
cambiado, y todavía cambiarán, muchas condiciones concretas y muchas necesidades de la
vida humana; pero toda evolución de las costumbres y todo género de vida deben ser
mantenidos en los límites que imponen los principios inmutables fundados sobre los elementos
constitutivos y sobre las relaciones esenciales de toda persona humana; elementos y
relaciones que trascienden las contingencias históricas.

Estos principios fundamentales comprensibles por la razón, están contenidos en "la ley divina,
eterna, objetiva y universal, por la que Dios ordena, dirige y gobierna el mundo y los caminos
de la comunidad humana según el designio de su sabiduría y de su amor. Dios hace partícipe
al hombre de esta su ley, de manera que el hombre, por suave disposición de la divina
Providencia, puede conocer más y más la verdad inmutable" (Concilio Vaticano II, Declaración
que la Iglesia ve el amor humano genuino, como cauce del amor divino, y las razones
por las que son indignas del hombre las relaciones prematrimoniales, la masturbación, y
la práctica homosexual. Además de su carácter monográfico o recopilador (destacan las
referencias bíblicas), la novedad del documento está en salir al paso del argumento más
empleado en trabajos teológicos disidentes al magisterio: el de la opción fundamental. O
sea, aquella actitud que verdaderamente definiría el calado moral del hombre con
independencia de acciones puntuales, antes calificadas como pecaminosas, pero
realmente ‘periféricas’18 en comparación con la opción fundamental. Un anticipo de la
Veritatis splendor, de Juan Pablo II.

Juan Pablo II y la ‘teología del cuerpo’.

Las 133 catequesis de Juan Pablo II sobre el amor humano son el más intenso y
extenso acercamiento magisterial-teológico dado a este tema. Basta aludir a sus diversos
ciclos para darse cuenta de la ambición con que se aborda. Se trata de oír con
profundidad lo que Dios dice sobre su plan ‘primero’ (el hombre original), la finalidad a
la que lo destina (el hombre escatológico), el plan con que lo redime (el hombre
histórico), y los dos modos de su realización amorosa (virginidad y matrimonio), para
concluir justamente con la aplicación de toda esa antropología teológica al problema de
la Humanae vitae. Una vez más, se dan las “razones de la esperanza” (1Pt 3,15) que
muestran la verdad, belleza, bondad y alegría del mensaje de la Iglesia sobre el hombre,
su amor, corporeidad, y su sexualidad.

Con la certeza de empobrecer esas reflexiones, ofrezco el siguiente resumen.

Importancia de volver ‘al principio’, no sólo para entender el matrimonio (una


caro), sino para entender al hombre (“Todo hombre tiene un eco del proyecto
original”19). A las catequesis sobre Génesis 1 (el relato más especulativo de la creación
del hombre), hay que añadir las observaciones del cardenal Ratzinger en sus
conferencias sobre la creación: a) la evocación regia del término ‘imagen’; b) la
estructura sabática (operi Dei nihil praeponatur), reforzada por la misma palabra
‘imagen’ (sin Dios, no hay hombre); y el tono paterno con el que Dios prepara el
hábitat del hombre.

"Dignitatis Humanae," 3 AAS 58 (1966), p. 931). Esta ley divina es accesible a nuestro
conocimiento”. Ibid. n.3;

Y el n.5 lo expondrá de manera alternativa y equivalente: “Estos principios y estas normas no


deben, en modo alguno, su origen a un tipo particular de cultura, sino al conocimiento de la ley
divina y de la naturaleza humana. Por lo tanto, no se los puede considerar como caducados, ni
cabe ponerlos en duda bajo pretexto de una situación cultural nueva”.

18
(Pecado grave y opción fundamental) “Sin duda que la opción fundamental es la que define
en último término la condición moral de una persona. Pero una opción fundamental puede ser
cambiada totalmente por actos particulares, sobre todo cuando éstos hayan sido preparados,
como sucede frecuentemente, con actos anteriores más superficiales. En todo caso, no es
verdad que actos singulares no son suficientes para constituir un pecado mortal”. Ibid. n.10.

19
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 13, parágrafo 4. Cito, según la edición difundida en la
red, que tiene ese título. P.ej. http://www.clerus.org/bibliaclerusonline/es/et.htm#b
En el ‘principio’ destacan las tres experiencias originarias del capítulo 2:
soledad, unidad y desnudez-integridad. La soledad, explica muy bien la ‘imago Dei’
del capítulo 1, sólo que ahora incluye también el contraste del cuerpo humano con los
otros seres también corpóreos. También ese cuerpo humano original evidenciaba la
unidad (unidad originaria entre varón y mujer, y unidad originaria de todos los
hombres), como base o llamada a la comunión con los otros y con Dios, y como base de
la igualdad en dignidad de todos los hombres20 (costilla, costado). Precisamente porque
la desnudez-integridad habla de la fácil referencia del cuerpo humano a su origen
divino, hay justificación suficiente para hablar del carácter sacramental de ese cuerpo.
No sólo ‘revela la persona’, sino que tan fuerte es la evocación corpórea, que “el abrazo
conyugal es un icono de la vida íntima de la Trinidad”21.

El magisterio anterior, ya venía insistiendo en el carácter oblativo del verdadero


amor humano. Juan Pablo II dirá que el fundamento es “el significado nupcial del
cuerpo”.22 La desnudez-transparencia originales se refieren sin duda a la realidad de la
‘naturaleza íntegra’ (armonía de facultades), y también a la in-nocencia de esa
condición original. Está ya preparada la visión de la pureza o castidad como la fuerza
para volver al principio, cuando no había posesión ni agresión sexual abusiva, sino
pleno reconocimiento de la grandeza del otro. Este tema se desarrollará en los demás
ciclos, especialmente en el ciclo sobre el hombre histórico, y en el del hombre
escatológico, en consonancia con la doctrina evangélica y paulina del cuerpo como
templo de Dios.

El hombre histórico no es historia pura: es libertad y gracia. Es hombre redimido


objetivamente, por los méritos de Cristo, y llamado (subjetivamente) a hacer suya esa
gracia. En particular, “a través de la redención, Cristo nos da la tarea de rescatar la
verdad sobre el cuerpo y la sexualidad”.23 Tal rescate se realiza (o falla), cara a Dios, en
el terreno del corazón (entendido como la misma subjetividad personal). Por eso, la
lujuria es el deseo sexual privado del amor de Dios; es decir, privado de donación y
apertura, y caracterizado como dominio y abuso del otro. Es el fracaso lingüístico del
cuerpo, porque no expresa la verdad a la que se refiere. Por ello, dirá Juan Pablo II,
“dime cómo miras, y te diré quién eres”. Tan humano es el ethos como el eros. Y la
gracia es reactivo que ayuda a eliminar la oposición existencial entre ambos. Son ‘los
puros de corazón’ los que ‘verán a Dios’24, lo que ‘glorifican a Dios en sus cuerpos’25 y
los cuidan ‘en santidad y honor’. Tres catequesis se refirieron a la representación del
cuerpo humano. Para que se represente adecuadamente, hay que respetar el “sistema
nupcial de referencia”, aquel que revela al cuerpo como don intrínseco de la persona, y
no como realidad degradada y degradante. De hecho, la pornografía “no revela mucho
de la persona: más bien, no revela nada”.26

20
Cfr. JPII, Catequisis sobre el amor , no. 9 parágrafo 5.
21
Imposible expresar con más elocuencia el concepto cristiano de la dignidad de la
corporeidad-sexualidad humana. En esa misma línea de admiración y aprecio se pueden situar
las palabras de S. Josemaría Escrivá: “para mí, el tálamo conyugal es como un altar donde los
esposos se ofrecen”.
22
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 15, parágrafo 5.
23
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor 56, parágrafo 5.
24
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 58.
25
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 57, parágrafo 3.
26
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 62, parágrafo 2.
Del ciclo sobre el ‘hombre escatológico’, quiero solo recoger la ‘vuelta’ a la
situación original obrada por la resurrección gloriosa. En el sentido de una nueva y
perfecta integración de las dimensiones espiritual y corpórea. Dejo de lado todas las
reflexiones sobre la divinización del cuerpo. También tomo una nota del ciclo sobre el
celibato, aunque se refiere a todo estado de vida. Solo cuando el hombre vence la
lujuria, y arriba a la posesión de la propia subjetividad sexual, se convierte en don o
regalo para los otros27. Hay una correlación estrecha entre la pureza y la libertad para
darse 28.

El ciclo sobre el matrimonio, que parte de la epístola a los efesios, subrayará aún
más la sacramentalidad del cuerpo29, del cuerpo conyugal que imita al Cuerpo de Cristo
entregado30, y el carácter reflejo del amor carnal respecto del amor trinitario. Desde
luego, la analogía esponsal es incompleta, pero recoge bien la nota de totalidad. En
Cristo, Dios da todo lo que puede31. Y también recoge estupendamente la nota de
fecundidad, o mejor, de apertura a la vida, que es el tema más desarrollado: esa apertura
se manifiesta en el ‘lenguaje corporal hablado en la verdad’ de la verdadera entrega
total. Ese será el tema del último ciclo (amor y fecundidad).

Los textos básicos de la reflexión son el Cantar de los cantares, la oración de


Tobías en su noche de bodas, y el cap. 5 de Efesios. El éxtasis sensual, precisamente
con su cuidado erotismo, pone de relieve el aprecio del otro: no sólo de un cuerpo, sino
de una persona32. Hay un empeño de integrar el eros con el ágape, precisamente porque
el amor “es fuerte como la muerte”33, es una afirmación de eternidad. Hay mucho más
en este ciclo. La importancia del don de piedad, ése por el que reconocemos y
respetamos lo sagrado, hace capaz al hombre de descubrir en la una caro al Dios que da
la vida. También permite detectar la inseparable conexión de los significados unitivo y
procreador. La anticoncepción convierte a los esposos en “falsos profetas” que
blasfeman con sus cuerpos el gran misterio del amor divino dador de vida.

Quizás el pasaje más sugerente es el que hace ver cómo la comunión de personas
se deshace, al faltar precisamente la entrega de la persona por el ato anticonceptivo,
haciendo de ese lenguaje del cuerpo una mentira. Suprimir la fecundidad priva al ser
humano de su subjetividad, convirtiéndolo en objeto de manipulación. También pasará a
patrimonio de la Iglesia la distinción entre O-misión de un acto bueno (actitud que
puede ser correcta, propia de la abstención periódica) y la Co-misión de un acto malo
(propia de la conducta anticonceptiva). Imposible resumir la descripción ascética y
espiritual que demanda la visión sacra del ámbito conyugal, especialmente del
27
“Cuando la concupiscencia nos ata, la divinidad de la persona no se siente”.
28
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 102, parágrafo 5.
29
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 87.
30
Cfr. JPII, Catequesis sobre el amor no. 90, parágrafo 1
31
Respecto a la propiedad de unidad (matrimonio monógamo), dice Benedicto XVI en la
Deus caritas est, n.11: “A la imagen del Dios monoteísta corresponde el matrimonio
monógamo. El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el
icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se
convierte en la medida del amor humano. Esta estrecha relación entre eros y matrimonio
que presenta la Biblia no tiene prácticamente paralelo alguno en la literatura fuera de
ella”.

32
Juan Pablo II ve la referencia a la persona (y no sólo a un cuerpo indiferenciado) en las
expresiones “huerto cerrado”, y “hermana” en el diálogo amoroso.
33
JPII, Catequesis sobre el amor no. 111, parágrafo 4.
significado singular, o mejor, excepcional del acto íntimo. Estamos ante un contenido
ético, personal y religioso, que vuelve a esos actos veneración a la majestad del
Creador, y al amor esponsal del Redentor. Recuerdan mucho las expresiones audaces de
S. Josemaría Escrivá, cuando comparaba el tálamo nupcial a un altar34.

Después, vendrá la cascada de documentos inspirados en esas catequesis. El


primero, es la exhortación Familiaris consortio, si bien recoge sobre todo las
conclusiones del sínodo de obispos sobre la familia . Precisamente, uno de los objetivos
de Juan Pablo II, había sido el de acompañar, con sus catequesis, los trabajos (de
preparación, etc.) de ese sínodo. Me parece que el desarrollo del argumento sobre la
entrega íntima (su vocación a la totalidad) es particularmente luminoso35.

El siguiente es muy interesante: es la extensión a toda la Iglesia de las pautas


dadas antes en la formación de los candidatos al sacerdocio. Se trata de las
“Orientaciones educativas sobre el amor humano. Pautas de educación sexual”, 1 nov.
1983. La base doctrinal es esas orientaciones son, sin más, las catequesis de Juan Pablo
II, y ofrecen la visión de la castidad, que hará después propia el Catecismo: “La
castidad consiste en el dominio de sí, en la capacidad de orientar el instinto sexual al
servicio del amor y de integrarlo en el desarrollo de la persona. Fruto de la gracia de
34
"Que consideréis una cosa muy elemental para un cristiano: en todos los sacramentos, el
ministro es el Sacerdote; pero ahí, no. Ahí, el ministro sois vosotros. En otros sacramentos, la
materia es el pan, es el vino, es el agua? Aquí son vuestros cuerpos. Recordad lo que decía
esta mañana con palabras de San Pablo: no os pertenecéis; yo veo el lecho matrimonial como
un altar: está allí la materia del sacramento» (San Josemaría Escrivá, en "Nuestro tiempo",
Pamplona, dic. 1967, p. 720).
35
“En consecuencia, la sexualidad, mediante la cual el hombre y la mujer se dan uno a otro con
los actos propios y exclusivos de los esposos, no es algo puramente biológico, sino que afecta
al núcleo íntimo de la persona humana en cuanto tal. Ella se realiza de modo verdaderamente
humano, solamente cuando es parte integral del amor con el que el hombre y la mujer se
comprometen totalmente entre sí hasta la muerte. La donación física total sería un engaño si no
fuese signo y fruto de una donación en la que está presente toda la persona, incluso en su
dimensión temporal; si la persona se reservase algo o la posibilidad de decidir de otra manera
en orden al futuro, ya no se donaría totalmente.

Esta totalidad, exigida por el amor conyugal, corresponde también con las exigencias de una
fecundidad responsable, la cual, orientada a engendrar una persona humana, supera por su
naturaleza el orden puramente biológico y toca una serie de valores personales, para cuyo
crecimiento armonioso es necesaria la contribución perdurable y concorde de los padres.

El único «lugar» que hace posible esta donación total es el matrimonio, es decir, el pacto de
amor conyugal o elección consciente y libre, con la que el hombre y la mujer aceptan la
comunidad íntima de vida y amor, querida por Dios mismo, que sólo bajo esta luz manifiesta su
verdadera significado. La institución matrimonial no es una ingerencia indebida de la sociedad o
de la autoridad ni la imposición intrínseca de una forma, sino exigencia interior del pacto de
amor conyugal que se confirma públicamente como único y exclusivo, para que sea vivida así a
plena fidelidad al designio de Dios Creador. Esa fidelidad, lejos de rebajar la libertad de la
persona, la defiende contra el subjetivismo y relativismo, y la hace partícipe de la Sabiduría
creadora”. (Familiaris consortio, n.13)”. También : “al lenguaje natural que expresa la recíproca
donación total de los esposos, el anticoncepcionismo impone un lenguaje objetivamente
contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce, no sólo el rechazo
positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor
conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal” (Ibid, n.32).
Asimismo, hablará de la urgencia de ese mensaje “la Iglesia siente más urgente e insustituible
su misión de presentar la sexualidad como valor y función de toda la persona creada, varón y
mujer, a imagen de Dios”. (Ibidem).
Dios y de nuestra colaboración, la castidad tiende a armonizar los diversos elementos
que componen la persona y a superar la debilidad de la naturaleza humana, marcada por
el pecado, para que cada uno pueda seguir la vocación a la que Dios lo llame” 36(n.21).
La reflexión de Juan Pablo II en su Mensaje a los jóvenes (31 de marzo de 1985),
y en su trabajo sobre la dignidad y la vocación de la mujer (Mulieris dignitatem, 15
agosto 1988), tiene el tinte de diálogo, y de transmisión de experiencia. “La juventud es
el período en el que este gran tema (el del encuentro con personas del otro sexo) invade,
de forma experimental y creadora, el alma y el cuerpo de cada muchacho o muchacha, y
se manifiesta en el interior de la joven conciencia junto con el descubrimiento
fundamental del propio «yo» en toda su múltiple potencialidad. Entonces, también en el
horizonte de un corazón joven se perfila una experiencia nueva: la experiencia del amor,
que desde el primer instante pide ser esculpido en aquel proyecto de vida, que la
juventud crea y forma espontáneamente.

“Todo esto posee cada vez su irrepetible expresión subjetiva, su riqueza afectiva e
incluso, su belleza metafisica. Al mismo tiempo, en todo esto se contiene una poderosa
exhortación a no falsear esta expresión, a no destruir esa riqueza y desfigurar esa
belleza. Estad convencidos de que esta llamada viene del mismo Dios, que ha creado el
ser humano «a su imagen y semejanza», concretamente «como hambre y mujer». Esta
llamada brota del Evangelio y se hace notar en la voz de las jóvenes conciencias si éstas
han conservado su sencillez y limpieza: «Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios » (Mt 5.8). Sí. A través de aquel amor que nace en vosotros
—y quiere ser esculpido en el proyecto de toda la vida— debéis ver a Dios que es
amor” (n.10)37.
La Mulieris dignitatem, expone extensamente la antropología bíblica basada en
el hombre como imago Dei, y en el relato de Génesis 2. Es patente cómo resalta el Papa
la impronta especial de ‘don de sí’ que caracteriza a la mujer. Eso es obvio en la
procreación, por cuanto que objetivamente, la mujer da más. Aquí no hay solo una
asimetría (como cuando se dice que el hombre da y la mujer recibe), sino una franca
supremacía.
También recogerá con acentos entrañables la valoración que hace Jesús de la
mujer. Punto saliente de esa valoración es la atención a cada mujer. Desde luego, la
figura sobresaliente es María, la persona humana más digna que ha existido.
Asimismo, la grandeza de la procreación está señalada en relación a la misma vida
íntima divina, y no solo con el poder creador exclusivo de Dios: “En la maternidad de la
36
Antes, habrá caracterizado el “valor” de la sexualidad: “La sexualidad es un elemento básico
de la personalidad; un modo propio de ser, de manifestarse, de comunicarse con los otros, de
sentir, expresar y vivir el amor humano. Por eso, es parte integrante del desarrollo de la
personalidad y de su proceso educativo” (n.4)
37
Y continúa así: “Hoy los principios de la moral cristiana matrimonial son presentados de
modo desfigurado en muchos ambientes. Se intenta imponer a ambientes y hasta a sociedades
enteras un modelo que se autoproclama «progresista» y «moderno». No se advierte entonces
que en este modelo el ser humano, y sobre todo quizá la mujer, es transformado de sujeto en
objeto (objeto de una manipulación específica), y todo el gran contenido del amor es reducido a
mero «placer», el cual, aunque toque a ambas partes, no deja de ser egoísta en su esencia.
Finalmente, el niño, que es fruto y encarnación nueva del amor de los dos, se convierte cada
vez más en «una añadidura fastidiosa». La civilización materialista y consumista penetra en
este maravilloso conjunto del amor conyugal —paterno y materno—, y lo despoja de aquel
contenido profundamente humano, que, desde el principio, llevó una señal y un reflejo divino.

¡Queridos jóvenes amigos! ¡No os dejéis arrebatar esta riqueza! No grabéis un contenido
deformado empobrecido y falseado en el proyecto de vuestra vida: el amor «se complace en la
verdad». (Ibidem)
mujer, unida a la paternidad del hombre, se refleja el eterno misterio del engendrar que
existe en Dios mismo, uno y trino (cf. Ef 3, 14-15)”. Es decir, la trinidad humana
(madre, padre, hijo) es un reflejo de la trinidad divina, solo que en el caso humano, la
parte femenina es “la más cualificada” y “más profunda”38.
El tinte audaz de las frases empleadas está a tono con la interpretación,
decididamente novedosa, de aquellos pasajes paulinos en que aparece la sumisión de la
mujer39. Y está a tono con la convicción ahora adquirida de que la dimensión mariana de
la Iglesia es “igualmente fundamental –si no es que mucho más fundamental- y
característica para la Iglesia, que el perfil apostólico y petrino” (nota 25). Otra vez, la
asimetría desproporcional. Porque el perfil petrino, surge en la Iglesia de un orden
sacerdotal, al que no pueden acceder las mujeres. Ya se sabe que no se trata de un
derecho, sino de una vocación, es decir, de una determinación soberana de Cristo-
Esposo que entrega su Cuerpo (la Eucaristía) a la Iglesia-Esposa, mediante ese orden
sacerdotal (cada sacerdote) que hace de alter Christus sponsus Ecclesiae. No se trata de
una supremacía masculina sustancial, ni siquiera personal, sino de una re-presentación
funcional: re-presentar a Cristo como nuevo Adán, esposo de la Iglesia.

38
n.18.
39
“«maridos, amad a vuestras mujeres», amadlas como exigencia de esa unión especial y
única, mediante la cual el hombre y la mujer llegan a ser «una sola carne» en el matrimonio
(Gén 2, 24; Ef 5, 31).
En este amor se da una afirmación fundamental de la mujer como persona, una afirmación
gracias a la cual la personalidad femenina puede desarrollarse y enriquecerse plenamente. Así
actúa Cristo como esposo de la Iglesia, deseando que ella sea «resplandeciente, sin mancha ni
arruga» (Ef 5, 27).
Se puede decir que aquí se recoge plenamente todo lo que constituye «el estilo» de Cristo al
tratar a la mujer. El marido tendría que hacer suyos los elementos de este estilo con su esposa;
y, de modo análogo, debería hacerlo el hombre, en cualquier situación, con la mujer. De esta
manera ambos, mujer y hombre, realizan el «don sincero de sí mismos».
El autor de la Carta a los Efesios no ve ninguna contradicción entre una exhortación formulada
de esta manera y la constatación de que «las mujeres (estén sumisas) a sus maridos, como al
Señor, porque el marido es cabeza de la mujer» (5, 22-23a). El autor sabe que este
planteamiento, tan profundamente arraigado en la costumbre y en la tradición religiosa de su
tiempo, ha de entenderse y realizarse de un modo nuevo: como una «sumisión recíproca en el
temor de Cristo» (cf. Ef 5, 21), tanto más que al marido se le llama «cabeza» de la mujer, como
Cristo es cabeza de la Iglesia, y lo es para entregarse» a sí mismo por ella» (Ef 5, 25), e incluso
para dar la propia vida por ella. Pero mientras que en la relación Cristo-Iglesia la sumisión es
sólo de la Iglesia, en la relación marido-mujer la «sumisión» no es unilateral, sino recíproca.
En relación a lo «antiguo» esto es evidentemente «nuevo»: es la novedad evangélica.
Encontramos diversos textos en los cuales los escritos apostólicos expresan esta novedad, si
bien en ellos se percibe aún lo «antiguo», es decir, lo que está enraizado en la tradición
religiosa de Israel, en su modo de comprender y de explicar los textos sagrados, como por
ejemplo el del Génesis (c. 2).
Las cartas apostólicas van dirigidas a personas que viven en un ambiente con el mismo modo
de pensar y de actuar. La «novedad» de Cristo es un hecho: constituye el inequívoco contenido
del mensaje evangélico y es fruto de la redención. pero al mismo tiempo, la convicción de que
en el matrimonio se da la «recíproca sumisión de los esposos en el temor de Cristo» y no
solamente la «sumisión» de la mujer al marido, ha de abrirse camino gradualmente en los
corazones, en las conciencias, en el comportamiento, en las costumbres (…)Todas las razones
en favor de la «sumisión» de la mujer al hombre en el matrimonio se deben interpretar en el
sentido de una sumisión recíproca de ambos en el «temor de Cristo». La medida de un
verdadero amor esponsal encuentra su fuente más profunda en Cristo, que es el Esposo de la
Iglesia, su Esposa.”. (n.24).
Siguiendo con la carta a los efesios, Juan Pablo II resalta la dimensión simbólica
del “gran misterio” de la unión de Cristo y la Iglesia. Lo femenino simbolizará lo
humano que acepta a Dios, a Cristo40. Y lo masculino, el amor de Dios al hombre41.

La instrucción Donum vitae (1987), forma una unidad con la Humanae vita y la
Evangelium vitae. Mientras que la segunda abordaba especialmente la negativa a la
procreación, la primera aborda la búsqueda de la procreación a toda costa, facilitada por
las nuevas técnicas de fecundación. Es el documento más argumentativo sobre el tema
de la procreación. La esencia de sus respuestas no es nueva. Pío XII la había
pronunciado en diversas instancias, siendo la principal aquella en la que se cuestionaba
la licitud de la inseminación artificial humana póstuma.
Recojo solo los argumentos principales. A) en la concepción empieza una vida
distinta a la de los padres42.
B) puede hablarse del derecho del niño a tener un origen plenamente humano
conforme a su dignidad y a la dignidad de quienes le transmiten la vida. Concretamente,
el derecho a ser concebido, llevado en las entrañas y traído al mundo en el contexto del
amor matrimonial, única cobertura adecuada al advenimiento de un ser humano (cfr.
III.2).
C) La unión entre los significados del acto conyugal y los bienes del matrimonio.
Pío XII decía: “nunca está permitido separar estos diversos aspectos hasta el punto de
excluir positivamente sea la intención procreativa sea la relación conyugal”43.
D) Se puede hablar de un derecho a los actos matrimoniales propios; pero no se
puede hablar de un ‘derecho al niño’. El niño no es objeto de derecho, sino sujeto44.
40
“En esta concepción, por medio de la Iglesia, todos los seres humanos hombres y
mujeres están llamados a ser la «Esposa» de Cristo, redentor del mundo. De este modo «ser
esposa» y, por consiguiente, lo «femenino», se convierte en símbolo de todo lo «humano»,
según las palabras de Pablo: «Ya no hay hombre ni mujer, ya que todo vosotros sois uno en
Cristo Jesús» (Gál 3, 28)”. (n.25)
41
““Cristo es el Esposo. De esta manera se expresa la verdad sobre el amor de Dios, «que ha
amado primero» (cf. 1 Jn 4, 19) y que, con el don que engendra este amor esponsal al hombre,
ha superado todas las expectativas humanas: «Amó hasta el extremo» (Jn 13, 1). El Esposo
el Hijo consubstancial al Padre en cuanto Dios se ha convertido en el hijo de María, «hijo
del hombre», verdadero hombre, varón. El símbolo del Esposo es de género masculino. En
este símbolo masculino está representado el carácter humano del amor con el cual Dios ha
expresado su amor divino a Israel, a la Iglesia, a todos los hombres”. (Ibidem).
42
Cfr. CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE (usaré la abreviatura; SCDF),
Instrucción sobre la dignidad de la vida naciente y de la procreación, Intr. Cita una declaración
anterior, justamente célebre: «Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura
una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que
se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A
esta evidencia de siempre (...) la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra
que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: un
hombre, este hombre individual con sus características ya bien determinadas. Con la
fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un
tiempo para desarrollarse y poder actuar» (SCDF, Declaración sobre el aborto procurado,
(1974), nn. 12-13).
43
Pío XII, Discurso a los participantes en el II Congreso Mundial de Nápoles sobre la
fecundidad y la esterilidad humanas, 19 de mayo 1956.
44
“el matrimonio no confiere a los cónyuges el derecho a tener un hijo, sino solamente el
derecho a realizar los actos naturales que de suyo se ordenan a la procreación”. (Pío XII,
Discurso a los participantes en el II Congreso Mundial de Nápoles sobre la fertilidad y la
esterilidad humanas, 19 de mayo 1956). “Un verdadero y propio derecho al hijo serla contrario
a su dignidad y a su naturaleza. El hijo no es algo debido y no puede ser considerado como
objeto de propiedad: es más bien un don «el más grande» (GS 50) y el más gratuito del
E) la sustitución de los gestos humanos por los procedimientos técnicos
conducentes a la concepción, es una supresión o falsificación del “lenguaje del
cuerpo”45. Es el paso de la ‘lógica del don’ a la del dominio46: ese será el tema de la
apasionada defensa de la vida humana en la Evangelium vitae. De ella menciono
solamente el dramatismo con el que se plantea el proceso de secularización: un proceso
que busca arrinconar o quitar a Dios, especialmente de los dos ámbitos físicos más
sagrados: el inicio y el final de la vida.

Ya en el nuevo siglo, la instrucción Dignitas personae, volverá a ocuparse


extensamente del tema de la procreación, debido a los nuevos experimentos, tanto con
material genético humano, como con embriones (clonación, intentos de quimeras,
células madre, etc.). Como dice esta misma instrucción, luego de 20 años, “La
enseñanza de la instrucción Donum vitae conserva intacto su valor tanto por los
principios que allí se recuerdan como por los juicios morales expresados”47. Por ello, no
abundo más en una reseña adicional.

matrimonio, y es el testimonio vivo de la donación recíproca de sus padres” (Donum vitae, III,
c).
45
“El valor moral de la estrecha unión existente entre los bienes del matrimonio y entre los
significados del acto conyugal se fundamenta en la unidad del ser humano, unidad compuesta
de cuerpo y de alma espiritual (cfr. GS 14). Los esposos expresan recíprocamente su amor
personal con «el lenguaje del cuerpo», que comporta claramente «significados esponsales» y
parentales juntamente (Cfr. JUAN PABLO ll, Audiencia general, 16 de enero 1980). El acto
conyugal con el que los esposos manifiestan recíprocamente el don de si expresa
simultáneamente la apertura al don de la vida: es un acto inseparablemente corporal y
espiritual. En su cuerpo y a través de su cuerpo los esposos consuman el matrimonio y pueden
llegar a ser padre y madre. Para ser conforme con el lenguaje del cuerpo y con su natural
generosidad, la unión conyugal debe realizarse respetando la apertura a la generación, y la
procreación de una persona humana debe ser el fruto y el término del amor esponsal. El origen
del ser humano es de este modo el resultado de una procreación «ligada a la unión no
solamente biológica, sino también espiritual de los padres unidos por el vinculo del matrimonio»
(JUAN PABLO II, Discurso a los participantes en la 35° Asamblea General de la Asociación
Médica Mundial, 29 de octubre 1983).”Una fecundación obtenida fuera del cuerpo de los
esposos queda privada, por esa razón, de los significados y de los valores que se expresan,
mediante el lenguaje del cuerpo, en la unión de las personas humanas” (Donum vitae II, b).
46
“La FIVET homóloga se realiza fuera del cuerpo de los cónyuges por medio de gestos de
terceras personas, cuya competencia y actividad técnica determina el éxito de la intervención,
confía la vida y la identidad del embrión al poder de los médicos y de los biólogos, e instaura un
dominio de la técnica sobre el origen y sobre el destino de la persona humana. Una tal relación
de dominio es en si contraria a la dignidad y a la igualdad que debe ser común a padres e hijos.

“La concepción in vitro es el resultado de la acción técnica que antecede a la fecundación; ésta
no es de hecho obtenida ni positivamente querida como la expresión y el fruto de un acto
específico de la unión conyugal. En la FIVET homóloga, por eso, aun considerada en el
contexto de las relaciones conyugales de hecho existentes, la generación de la persona
humana queda objetivamente privada de su perfección propia: es decir, la de ser el término y el
fruto de un acto conyugal, en el cual los esposos se hacen«cooperadores con Dios para donar
la vida a una nueva persona» (FC 14)” (Donum vitae, III,c).

47
SCDF, Instrucción DIGNITAS PERSONÆ SOBRE ALGUNAS CUESTIONES DE BIOÉTICA, 8 de
septiembre de 2008, n.1. De mucho interés resulta, para la comunicación social, otra instrucción de
la S. Sede,”Pornografía y violencia en las comunicaciones sociales: una respuesta pastoral”, del 7 de
mayo de 1989.
En octubre de 1992, Juan Pablo II promulgará el Catecismo de la Iglesia
Católica, concentrado de la fe, moral, liturgia y oración del Pueblo de Dios. Es un
resumen expositivo, más que argumentativo, y del que he recogido ya sus principales
expresiones a propósito de la sexualidad.

De la carta a las familias, de 1994, hay que destacar la denominación


‘personalismo’ aplicada a la concepción genuina de la libertad, que hace crecer
humanamente a la familia, en contraposición al ‘individualismo’ que la denigra48. No
hay pretensión de clasificar la postura de la Iglesia en una corriente determinada. Se
trata más bien de señalar un contraste. Me parece muy importante la manera en que se
señala la insuficiencia de la biología para hacerse cargo de la procreación humana49, a
pesar del parecido biológico con la generación animal: hay una nueva creación, no solo
una admirable emergencia de un nuevo viviente.
Y, todavía más importante, también por la extensión que le dedica, el
señalamiento de un modo de ver cartesiano, responsable de la visión manipuladora del
cuerpo humano (y de su sexualidad), y responsable del empobrecimiento ético actual
sobre la visión del hombre50.
48
“Nos encontramos también sobre las huellas de la antítesis entre individualismo y
personalismo. El amor, la civilización del amor, se relaciona con el personalismo. ¿Por qué
precisamente con el personalismo?¿Por qué el individualismo amenaza la civilización del
amor? La clave de la respuesta está en la expresión conciliar: «una entrega sincera». El
individualismo supone un uso de la libertad por el cual el sujeto hace lo que quiere,
«estableciendo» él mismo «la verdad» de lo que le gusta o le resulta útil. No admite que otro
«quiera» o exija algo de él en nombre de una verdad objetiva. No quiere «dar» a otro
basándose en la verdad; no quiere convertirse en una «entrega sincera». El individualismo es,
por tanto, egocéntrico y egoísta. La antítesis con el personalismo nace no solamente en el
terreno de la teoría, sino aún más en el del «ethos». El «ethos» del personalismo es altruista:
mueve a la persona a entregarse a los demás y a encontrar gozo en ello. Es el gozo del que
habla Cristo (cf. Jn 15, 11; 16, 20. 22)”.

49
“Al afirmar que los esposos, en cuanto padres, son colaboradores de Dios Creador en la
concepción y generación de un nuevo ser humano, no nos referimos sólo al aspecto biológico;
queremos subrayar más bien que en la paternidad y maternidad humanas Dios mismo está
presente de un modo diverso de como lo está en cualquier otra generación «sobre la tierra». En
efecto, solamente de Dios puede provenir aquella «imagen y semejanza», propia del ser
humano, como sucedió en la creación. La generación (humana) es, por consiguiente, la
continuación de la creación. Así, pues, tanto en la concepción como en el nacimiento de un
nuevo ser, los padres se hallan ante un «gran misterio» (Ef 5, 32). También el nuevo ser
humano, igual que sus padres, es llamado a la existencia como persona y a la vida «en la
verdad y en el amor». Esta llamada se refiere no sólo a lo temporal, sino también a lo eterno.
Tal es la dimensión de la genealogía de la persona, que Cristo nos ha revelado definitivamente,
derramando la luz del Evangelio sobre el vivir y el morir humanos y, por tanto, sobre el
significado de la familia humana.
Como afirma el Concilio, el hombre «es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por
sí misma». El origen del hombre no se debe sólo a las leyes de la biología, sino directamente a
la voluntad creadora de Dios: voluntad que llega hasta la genealogía de los hijos e hijas de las
familias humanas. Dios «ha amado» al hombre desde el principio y lo sigue «amando» en cada
concepción y nacimiento humano. Dios «ama» al hombre como un ser semejante a él, como
persona. Este hombre, todo hombre, es creado por Dios «por sí mismo»” (Carta a las familias,
2 de febrero de 1994, n.9).
50
“La admirable síntesis paulina a propósito del «gran misterio» se presenta como el resumen,
la suma, en cierto sentido, de la enseñanza sobre Dios y sobre el hombre, llevada a cabo por
Cristo. Por desgracia el pensamiento occidental, con el desarrollo del racionalismo moderno, se
ha ido alejando de esta enseñanza. El filósofo que formuló el principio «Cogito, ergo sum»:
«Pienso, luego existo», ha marcado también la moderna concepción del hombre con el
carácter dualista que la distingue. Es propio del racionalismo contraponer de modo radical en el
El Consejo pontificio para la familia publicó, en 1995, un documento que sería,
según el título (Sexualidad humana: verdad y significado) una puesta al presente de la
visión de la Iglesia sobre el tema. Más bien se trata de unas “Orientaciones educativas
en familia”, como dice el subtítulo. Luego de encuadrar muy resumidamente el tema en
el marco del amor de Dios, y del amor al prójimo sale al paso del fácil expediente
conductual, mediante el cual se justifica una acción cualquiera porque se hace ‘por
amor’, o ‘con amor’, aunque la acción sea opuesta al mandato divino51. En efecto, no se
trata de cualquier amor, sino de aquel fundado en la verdad, y abierto al don de sí52. A
partir de allí, multiplicará el documento las pautas prácticas, sobre todo educativas, para

hombre el espíritu al cuerpo y el cuerpo al espíritu. En cambio, el hombre es persona en la


unidad de cuerpo y espíritu. El cuerpo nunca puede reducirse a pura materia: es un cuerpo
«espiritualizado», así como el espíritu está tan profundamente unido al cuerpo que se puede
definir como un espíritu «corporeizado». La fuente más rica para el conocimiento del cuerpo es
el Verbo hecho carne. Cristo revela el hombre al hombre. Esta afirmación del concilio Vaticano
II es, en cierto sentido, la respuesta, esperada desde hacía mucho tiempo, que la Iglesia ha
dado al racionalismo moderno.
Esta respuesta tiene una importancia fundamental para comprender la familia, especialmente
en la perspectiva de la civilización actual, que, como se ha dicho, parece haber renunciado en
tantos casos a ser una «civilización del amor». En la era moderna se ha progresado mucho en
el conocimiento del mundo material y también de la psicología humana, pero respecto a su
dimensión más íntima, la dimensión metafísica, el hombre de hoy es en gran parte un ser
desconocido para sí mismo; por ello, podemos decir también que la familia es una realidad
desconocida. Esto sucede cuando se aleja de aquel «gran misterio» del que habla el Apóstol.
La separación entre espíritu y cuerpo en el hombre ha tenido como consecuencia que se
consolide la tendencia a tratar el cuerpo humano no según las categorías de su específica
semejanza con Dios, sino según las de su semejanza con los demás cuerpos del mundo
creado, utilizados por el hombre como instrumentos de su actividad para la producción de
bienes de consumo. Pero todos pueden comprender inmediatamente cómo la aplicación de
tales criterios al hombre conlleva enormes peligros. Cuando el cuerpo humano, considerado
independientemente del espíritu y del pensamiento, es utilizado como un material al igual que
el de los animales —esto sucede, por ejemplo, en las manipulaciones de embriones y fetos—,
se camina inevitablemente hacia una terrible derrota ética.
En semejante perspectiva antropológica, la familia humana vive la experiencia de un nuevo
maniqueísmo, en el cual el cuerpo y el espíritu son contrapuestos radicalmente entre sí: ni el
cuerpo vive del espíritu, ni el espíritu vivifica el cuerpo. Así el hombre deja de vivir como
persona y sujeto. No obstante las intenciones y declaraciones contrarias, se convierte
exclusivamente en objeto. De este modo, por ejemplo, dicha civilización neomaniquea lleva a
considerar la sexualidad humana más como terreno de manipulación y explotación, que como
la realidad de aquel asombro originario que, en la mañana de la creación, movió a Adán a
exclamar ante Eva: «Es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2, 23). Es el asombro
que reflejan las palabras del Cantar de los cantares: «Me robaste el corazón, hermana mía,
novia, me robaste el corazón con una mirada tuya» (Ct 4, 9). ¡Qué lejos están, ciertas
concepciones modernas de comprender profundamente la masculinidad y la feminidad
presentadas por la Revelación divina! Ésta nos lleva a descubrir en la sexualidad humana una
riqueza de la persona, que encuentra su verdadera valoración en la familia y expresa también
su vocación profunda en la virginidad y en el celibato por el reino de Dios.
El racionalismo moderno no soporta el misterio. No acepta el misterio del hombre, varón y
mujer, ni quiere reconocer que la verdad plena sobre el hombre ha sido revelada en Jesucristo.
Concretamente, no tolera el «gran misterio», anunciado en la carta a los Efesios, y lo combate
de modo radical”. (Ibid n.19).
51
“como observa san Juan de Avila: algunos están tan ofuscados que «creen que si el corazón
los mueve a cualquier obra, la deben hacer aunque sea contraria a los mandamientos de Dios;
dicen amarlo tanto que, aun infringiendo sus mandatos, no pierden su amor. Olvidan de esta
manera que el Hijo de Dios predicó con la propia boca exactamente lo contrario: «el que tiene
mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama» (Jn 14, 21); “si alguno me ama,
guardará mí Palabra”, (Jn 14, 23). Y, «el que no me ama no guarda mis palabras». Hace así
reevaluar la sexualidad humana, siempre en el contexto de la santidad que Dios quiere
comunicar al hombre.

También eminentemente prácticos son los documentos “Preparación al


sacramento del matrimonio” (1996) y “Vademecum para los confesores sobre
algunos temas de moral conyugal” (1997), ambos del Consejo pontificio para la
familia.

En cambio, vuelve el talante especulativo en la carta de la SCDF, de 2004, Sobre


la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo. Reviste el interés de
ser respuesta a la “cuestión femenina”; esto es, a la reivindicación de derechos y
reconocimientos ausentes en buena parte (por no decir en toda) la historia. Dos posturas
extremas son puestas de relieve: a) una respuesta revanchista; y b) otra que,
simplemente, cancela las diferencias por ser efectos de condiciones histórico-culturales.
La importancia de lo corpóreo (sexo) ha de minimizarse, a favor de lo cultural (género),
cualidad humana realmente primaria y objeto de la propia libertad. Paso intermedio de
esos logros, sería, en el ámbito cristiano, el cultivo de una nueva teología, que relativice
los modos de expresión de la misma Biblia, libro sujeto a ideas ya superadas sobre las
relaciones entre géneros53.
El desarrollo de la carta es eminentemente positivo, todo él orientado a potenciar
la colaboración varón-mujer. Los datos (lo dado) fundamentales de la antropología
bíblica, ofrecen una humanidad articulada desde su origen en la relación de lo
masculino con lo femenino. Si ya había cosmos y no caos, por la acción divina, ahora
hay “imagen divina” y no sólo “vestigio” en esa relación de sexos (n.5). una relación de
“armónica uni-dualidad” (n.8). El carácter de “ayuda” con el que aparece la mujer,
indica una presencia co-existencial necesaria, no sólo funcional y conveniente . Una
ayuda que aparece en el carácter nupcial-esponsal del cuerpo humano (señalado por
Dios para la ser ofrenda o donación). Aún más: la expresión paulina que presenta a la
mujer existiendo “por razón del varón” (I Co 11,9), lejos de evocar alienación, expresa
un aspecto fundamental de la semejanza con la Santísima Trinidad. El matrimonio
refleja primariamente esa semejanza, pero también se da ese reflejo en la vocación al
celibato (n.6).
El pecado es el rechazo de la diferencia entre Dios y el hombre, y provoca
también la ruptura de la serena relación mujer-varón. Desde la primera ruptura, dicha
relación seguirá presentándose como algo bueno, pero necesitado de redención. La
redención aparece, en la historia de la salvación, como insistencia divina en mostrarse
como aliado de hombre, en términos de alianza nupcial. En ese insistir divino, destaca la
referencia, en Isaías, al carácter masculino del Siervo sufriente y al carácter femenino de

entender con claridad que quien no observa sus palabras no tiene ni su amistad ni su amor.
Como dice san Agustín: «ninguno puede amar al rey, si aborrece sus mandamientos”»: Audi fi-
lia, c. 50” (nota 33).
52
Verdad ausente en el hedonismo como pauta de vida. “No se debe olvidar que el desorden
en el uso del sexo tiende a destruir progresivamente la capacidad de amar de la persona,
haciendo del placer —en vez del don sincero de sí— el fin de la sexualidad, y reduciendo a las
otras personas a objetos para la propia satisfacción: tal desorden debilita tanto el sentido del
verdadero amor entre hombre y mujer —siempre abierto a la vida— como la misma familia, y
lleva sucesivamente al desprecio de la vida humana concebida que se considera como un mal
que amenaza el placer personal” (Ibid, n.105)
53
Cfr. SCDF, Sobre la colaboración del hombre y la mujer en la Iglesia y el mundo, 31 de mayo
de 2004, n.2.
Jerusalén, que da origen a un nuevo pueblo. Y también destaca la asunción de lo erótico
en el Cantar de los cantares, para expresar el amor divino por su pueblo (n.9).
Las figuras del AT se cumplirán en las realidades del NT: María y la Iglesia
esposa por un lado, y Cristo-Esposo por el otro. Pablo hablará de la vida cristiana como
un misterio nupcial (cfr. 2 Cor 11,2, y Ef. 5, 25-27). En Cristo, el antagonismo mujer-
varón se supera: “Todos los bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no
hay… ni varón ni mujer” (Ga 3,27-28)54. Con el Apocalipsis, y su dirección
escatológica, se apunta a una pervivencia transfigurada de lo masculino y lo femenino,
una vez que se haya superado la necesidad de la generación, y la presencia de la muerte.
La carta se explaya en el señalamiento de los “valores” propios de la mujer (lo que
Juan Pablo II llamaba el “genio femenino”), radicados en su capacidad de ser madre,
entendida más allá del puro dato biológico. Una verdadera auctoritas. También se dice
que esos valores son valores humanos (no exclusivos, por tanto, de la mujer), solo que
la mujer está “más inmediatamente en sintonía” con ellos (n.13). No puede exagerarse
en la necesidad de los valores femeninos en la vida de la Iglesia. Basta recordar que “la
figura de María constituye la referencia fundamental de la Iglesia” (n.15), precisamente
por la misma naturaleza del cristianismo.
Finalmente, hay que aclarar, que no se está exaltando la pasividad, rasgo de una
concepción “ya superada” de lo femenino. Sino del poder real del amor “que derrota
toda violencia, (que) es «pasión» que salva al mundo del pecado y de la muerte y recrea
la humanidad” (n.16).

Benedicto XVI: la unidad entre ortodoxia, ortopraxis y ortopoiesis.

Ya se han mencionado algunas aportaciones de Josef Ratzinger. Donum vitae y la


carta sobre la relación varón-mujer son, como hemos visto, particularmente intensas.
Deus caritas est, su primera encíclica, no sólo en su primera parte (“la más
especulativa”55), sino también en su parte práctica, nos ofrece su aportación muy
iluminadora.
En un estudio reciente56, se ha resumido esa aportación con dos aplicaciones
hechas por Benedicto XVI, a la relación amor humano- amor divino. Primero, la
analogía (discurso que surge de lo inferior) se refiere al tránsito que puede hacerse
desde el amor humano genuino hasta el amor divino trinitario. Segundo, si hablamos de
la catalogía ( discurso que parte de lo superior), estamos refiriéndonos al modo como el
amor trinitario, revelado en Cristo, desvela al hombre el “último significado del amor
humano: en el simbolismo del amor de Cristo Esposo por la Iglesia, Su Esposa, se hace
manifiesto el valor del amor conyugal como sacramento” 57.
El hombre religioso ha intuido siempre la conexión entre la sexualidad y lo sacro,
aunque haya mostrado esa conexión, a veces, de manera perversa58. Benedicto muestra
54
“El Apóstol no declara aquí abolida la distinción hombre-mujer, que en otro lugar afirma
pertenecer al proyecto de Dios. Lo que quiere decir es más bien esto: en Cristo, la rivalidad, la
enemistad y la violencia, que desfiguraban la relación entre el hombre y la mujer, son
superables y superadas. En este sentido, la distinción entre el hombre y la mujer es más que
nunca afirmada, y en cuanto tal acompaña a la revelación bíblica hasta el final” (Ibid, n.12)
55
BENEDICTO XVI, Deus caritas est, 25 diciembre de 2005, n.1
56
LIVIO MELINA, Dall´Humanae vitae, alla Deus carritas est: sviluppi del pensiero teologico
sull’amore umano, Anthropotes 2008, pp. 165 ss.
57
Ibidem, p.174. Así, dice Benedicto, “el modo de amar de Dios se convierte en la medida del
amor humano” Deus caritas est, n.11.

58
“En el campo de las religiones, esta actitud (erótica sin más) se ha plasmado en los
cultos de la fertilidad, entre los que se encuentra la prostitución « sagrada » que se daba
brillantemente que el cristianismo ofrece la clave última para entender esa conexión. La
aceptación del valor divino (ortodoxia), que se vive en la relación ordenada varón-mujer
(ortopraxis), y que se celebra litúrgicamente , sobre todo en la Eucaristía (ortopoiesis:
entrega de Cristo por Su Iglesia, entrega de Dios por el hombre), es la aportación
cristiana por excelencia. En Deus caritas est, se remacha la unidad de las dos primeras
rectitudes (ortodoxia y ortopraxis), pero se afirma claramente la unidad con el “culto
racional”59, siendo esta última realidad una verdadera pasión del Papa Ratzinger.

Todavía quiero hacer un subrayado importante, apoyándome en la enseñanza de


Benedicto: la vivencia de la rectitud en el entender, en el obrar y en la celebración, tiene
como resultante –lo experimentamos todos- la verdadera alegría. Creo que este es el
argumento más poderoso (una verdadera empereia) contra la cultura de la muerte, que,
por definición, es cultura de tedio y tristeza60.

en muchos templos. El eros se celebraba, pues, como fuerza divina, como comunión con
la divinidad. A esta forma de religión que, como una fuerte tentación, contrasta con la fe
en el único Dios, el Antiguo Testamento se opuso con máxima firmeza, combatiéndola
como perversión de la religiosidad. No obstante, en modo alguno rechazó con ello el eros
como tal, sino que declaró guerra a su desviación destructora, puesto que la falsa
divinización del eros que se produce en esos casos lo priva de su dignidad divina y lo
deshumaniza. En efecto, las prostitutas que en el templo debían proporcionar el
arrobamiento de lo divino, no son tratadas como seres humanos y personas, sino que
sirven sólo como instrumentos para suscitar la « locura divina »: en realidad, no son
diosas, sino personas humanas de las que se abusa. Por eso, el eros ebrio e
indisciplinado no es elevación, « éxtasis » hacia lo divino, sino caída, degradación del
hombre. Resulta así evidente que el eros necesita disciplina y purificación para dar al
hombre, no el placer de un instante, sino un modo de hacerle pregustar en cierta manera
lo más alto de su existencia, esa felicidad a la que tiende todo nuestro ser” (Ibid. n. 4)
59
“Fe, culto y ethos se compenetran recíprocamente como una sola realidad, que se configura
en el encuentro con el ágape de Dios. Así, la contraposición usual entre culto y ética
simplemente desaparece. En el “culto” mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la
vez el ser amados y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico
del amor es fragmentaria en sí misma. Viceversa —como hemos de considerar más
detalladamente aún—, el « mandamiento » del amor es posible sólo porque no es una mera
exigencia: el amor puede ser « mandado » porque antes es dado”. Ibid, n. 14).
60
“La defensa del amor como ‘misterio’ es, por tanto, al mismo tiempo una defensa de Dios y
una defensa del hombre. Últimamente es también una defensa del deseo e incluso del placer”
LIVIO MELINA, art.cit. p.176

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