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Profesor: Palomo, Ariel Colegio “San Cayetano” Literatura 6° Economía

Prólogo de Orwell a la edición ucraniana (1947)


de Rebelión en la granja

Se me ha pedido que escriba un prefacio a la versión ucraniana de


“Rebelión en la granja”. Soy consciente de que escribo para unos lectores
de los que no sé nada y que, probablemente, tampoco han tenido la menor
oportunidad de saber de mí.
Seguramente, los lectores esperarán que en
este prefacio les explique algo de cómo nació
“Rebelión en la granja”, pero antes quisiera
explicar algunas cosas sobre mí mismo y sobre
las experiencias que me han llevado a mi
actual posición política.
Nací en la India en 1903. Mi padre era allí
funcionario de la administración británica,
y mi familia era una más de esas familias de
clase media cuyos hombres son militares,
sacerdotes, funcionarios, maestros,
abogados, médicos, etc. Me eduqué en Eton,
la más costosa y careta de las escuelas
públicas inglesas. Ingresé allí gracias a
una beca; de otro modo, mi padre no habría
podido permitirse el lujo de enviarme a una
escuela de este tipo.
Poco después de salir de Eton (cuando aún no había cumplido los veinte
años) fui a Birmania e ingresé en la Policía Imperial India. Era ésta
una policía armada, una especie de gendarmería muy similar a la Guardia
Civil Española o a la Garde Mobile francesa. Serví en ella cinco años.
No me gustó aquel trabajo y me hizo odiar el imperialismo, aunque en
aquellos momentos el sentimiento nacionalista en Birmania no era muy
intenso y las relaciones entre ingleses y birmanos no eran especialmente
malas. En 1927, estando de permiso en Inglaterra, abandoné el servicio
y decidí hacerme escritor, actividad en la que, al principio, no tuve
éxito. En 1928 y 1929 viví en París y escribí unos relatos y novelas que
nadie quiso publicar (y que más adelante destruí).
En los años siguientes, viví casi siempre al día y pasé hambre en varias
ocasiones. De 1934 en adelante, pude vivir de lo que ganaba escribiendo.
Antes, pasé a veces varios meses seguidos entre las gentes miserables y
semidelincuentes que habitan las peores zonas de los barrios pobres o
entre los que se echan a la calle para mendigar y robar. En aquella
época, me uní a ellos por la falta de dinero, pero más adelante su forma
de vida me interesó mucho por sí misma. Pasé muchos meses (esta vez más
sistemáticamente) estudiando las condiciones de vida de los mineros del
norte de Inglaterra. Hasta 1930 no me consideraba socialista; no tenía
ideas políticas concretas.
Me hice prosocialista más por indignación ante la forma en que eran
oprimidos y abandonados los obreros industriales más pobres que por
admiración teórica hacia una sociedad planificada.
En 1936 me casé. Casi la misma semana estalló en España la guerra civil.
Mi esposa y yo decidimos ir a España a luchar en favor del gobierno.

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Profesor: Palomo, Ariel Colegio “San Cayetano” Literatura 6° Economía

Marchamos al cabo de seis meses, tan pronto como yo hube terminado el


libro que estaba escribiendo. En España, pasé casi seis meses en el
frente de Aragón, hasta que, en Huesca, un francotirador fascista me
atravesó la garganta de un disparo.
A mediados de 1937, cuando los comunistas lograron el control (o el
control parcial) del gobierno español y empezaron a perseguir a los
trotskistas, nos encontramos los dos entre las víctimas. Tuvimos la gran
suerte de salir de España con vida, sin haber sido detenidos una sola
vez. Muchos amigos nuestros fueron fusilados y otros pasaron largo tiempo
en la cárcel o simplemente desaparecieron.
Estas persecuciones en España tuvieron lugar al
mismo tiempo que las grandes purgas de la URSS,
de las que fueron una especie de complemento. En
España y Rusia la naturaleza de las acusaciones
era la misma (es decir, conspiración con los
fascistas), y, en lo referente a España, tengo
todas las razones para creer que aquellas
acusaciones eran falsas. Esta experiencia
constituyó para mí una valiosa lección práctica:
me enseño con qué facilidad puede la propaganda
totalitaria controlar la opinión de la gente
culta en los países democráticos.
Tanto mi esposa como yo vimos a personas
inocentes arrojadas a las cárceles porque sobre
ellas recaía una simple sospecha de heterodoxia1.
Pero, a nuestro regreso a Inglaterra, nos
encontramos con que numerosos observadores sensatos y bien informados
creían los fantásticos relatos de conspiraciones, traiciones y sabotajes
que reproducía la prensa en sus informaciones de los juicios de Moscú.
Entonces comprendí, con más claridad que nunca, la influencia negativa
que tiene el mito soviético en el movimiento socialista occidental.
Y aquí debo hacer una pausa para describir mi actitud hacia el régimen
soviético.
Nunca visité Rusia y mi conocimiento de ella consiste solo en lo que
puede aprenderse leyendo libros y periódicos. Incluso si tuviera la
posibilidad, no me gustaría intervenir en los asuntos domésticos de los
soviéticos: no condenaría a Stalin y a sus asociados meramente por sus
métodos barbáricos y antidemocráticos. Es bastante posible que, incluso
con las mejores intenciones, ellos no puedan haber actuado de otro modo
bajo las condiciones que allí imperan.
Pero, por otro lado, era de la mayor importancia para mí que las personas
en Europa occidental viesen al régimen soviético por lo que realmente
era. Desde 1930 he visto poca evidencia de que la URRS estuviese
progresando hacia algo que uno pudiese verdaderamente llamar socialismo.
Por el contrario, quedé sorprendido por las claras señales de su
transformación en una sociedad jerarquizada, en la que los gobernantes
tenían tantas razones para abandonar su poder como cualquier otra clase

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Forma de pensar que se aparta de la ortodoxia, es decir, de la doctrina establecida por una institución o
partido político.

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gobernante. Más aún, los trabajadores y los intelectuales en un país


como Inglaterra no pueden entender que la URSS de hoy es totalmente
diferente a lo que fue en 1917. Esto se debe, en parte, a que ellos no
quieren entender (es decir, quieren creer que, en alguna parte, realmente
existe un país socialista), y en parte a que, estando acostumbrados a
una relativa libertad y moderación en la vida pública, el totalitarismo
es completamente incomprensible para ellos.
Aun así, uno debe recordar que Inglaterra no es completamente una
democracia. Es, además, un país capitalista con grandes privilegios de
clase e (incluso ahora, luego de una guerra que ha tendido a igualar a
todos) con grandes diferencias en la riqueza. Pero, aún así, es un país
en el que las personas han vivido juntas por muchos cientos de años sin
mayores conflictos, en el que las leyes son relativamente justas y en
el que la propaganda gubernamental y las estadísticas pueden ser creídas,
y, no menos importante, en el que sostener y expresar miradas
minoritarias no involucra un peligro mortal. En tal atmósfera, el hombre
de la calle no entiende realmente cosas como campos de concentración,
deportaciones masivas, arrestos sin juicios, censura de prensa, etc.
Esto ha causado un gran daño al movimiento socialista en Inglaterra, y
ha tenido serias consecuencias para la política internacional de
Inglaterra. En efecto, en mi opinión, nada ha contribuido tanto a la
corrupción de la idea original del socialismo como la creencia de que
Rusia es un país socialista y que todo acto de sus gobernantes debe ser
perdonado, si no imitado.
Y así, desde los últimos diez años, me he convencido de que la destrucción
del mito soviético era esencial si queríamos un renacimiento del
movimiento socialista.
Desde mi regreso de España, pensé
en denunciar el mito soviético en
una historia que pudiese ser
entendida fácilmente por casi
cualquiera y que pudiese ser
traducida fácilmente a otros
idiomas. Sin embargo, los detalles
actuales de la historia no se me
ocurrieron durante algún tiempo
hasta que un día (en ese entonces
estaba viviendo en una pequeña
aldea) vi a un niño, quizás de diez años, manejando un enorme carro
tirado por un caballo por un sendero estrecho, y lo golpeaba con la
fusta cada vez que intentaba desviarse del camino. Pensé que, si los
animales llegaran a ser conscientes de su fuerza, no tendríamos poder
sobre ellos, y que los hombres los explotan del mismo modo que los ricos
a los proletarios.
Procedí a analizar la teoría de Marx desde la perspectiva de los
animales. Para ellos, estaba claro que el concepto de lucha social entre
humanos era pura ilusión, dado que, cuando es necesario explotar a los
animales, todos los humanos se unen contra ellos: la verdadera lucha es
entre animales y humanos. Desde este punto de partida, no fue difícil
elaborar la historia.

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