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pintada
Pedro González-Trevijano
PEDRO GONZÁLEZ-TREVIJANO
Boletín Oficial del Estado
Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
de España
Madrid, 2018
Primera edición: octubre de 2018
Director de publicaciones
de la Real Academia de Jurisprudencia
y Legislación de España: Antonio Fernández de Buján
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y la distribución de ella mediante alquiler o préstamo público.
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ISBN: 978-84-340-2501-1
Depósito Legal: M-31207-2018
«No basta con conocer las obras de un artista. También hay que
saber cuándo las hacía, por qué, cómo, en qué circunstancias.»
(Picasso)
Índice
Índice
Agradecimientos................................................................................. 17
I) OBJETO .................................................................................................. 19
III) EL
EPÍLOGO DEL ANTIGUO RÉGIMEN. EL ESTA-
TUTO DE BAYONA DE 1808 ......................................... 59
A) Una crisis constitucional sin precedentes. 1808. Un annus
horribilis. La desvertebración del Estado ....................... 59
B) La familia de Carlos IV, de Francisco de Goya ............. 66
C) El dos y el tres de mayo, de Francisco de Goya .............. 73
1) El 2 de mayo .............................................................. 73
2) El 3 de mayo .............................................................. 77
D) El Estatuto de Bayona. Una Carta otorgada ................ 81
E) La batalla de Bailén, de José Casado del Alisal ............. 94
IV ) LA
CONSTITUCIÓN DE 1812. EL SURGIMIENTO
DE LA NACIÓN ESPAÑOLA .......................................... 103
A) 1812. Un anuus mirabilis. El surgimiento de una nación .... 103
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AGRADECIMIENTOS
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e escrito las presentes páginas con pasión. Siempre he
creído que esta engrandece al hombre, al tiempo que
como expresaba La Rochefoucauld, «la pasión es el
único orador que persuade». Y a tal efecto, confieso dos pasio-
nes: el Derecho y el Arte, y en particular, la pintura. Pues bien,
el presente estudio trata de anudar ambas.
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E. Fischer, La necesidad del arte, prólogo de J. F. Ivars, Península, 1.ª ed.,
Barcelona, septiembre de 2011, pág. 31.
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O. Wilde, «Un marido ideal», en Obras completas, traducción de Julio
Gómez de la Serna, Aguilar, 10.ª ed., Madrid, 1967, pág. 507: «Nuestros
maridos no aprecian nunca nada en nosotras. Tenemos que recurrir para eso
a otros hombres. Sí; tenemos que recurrir siempre a otros, ¿verdad?»;
pág. 538: «Pero las mujeres modernas lo comprenden todo, según he oído
decir. Excepto a sus maridos. Es la única cosa que la mujer moderna no
comprende jamás»; y pág. 557: «No me preocupan los malos maridos; he
tenido ya dos y me han divertido enormemente». Aunque la expresión más
conocida, a estos efectos artísticos, del escritor irlandés, es la de que «La
teoría es realmente muy curiosa; pero para completarla necesita usted
demostrar que la Naturaleza es como la Vida: una imitación del Arte», en
«La decadencia de la mentira (Observaciones)», op. cit., pág. 984. Son
también dignas de reseña sus reflexiones en «El crítico artista (Diálogo)»,
op. cit., págs. 913-966.
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I. Stravinsky, Poética musical en forma de seis lecciones, traducción de
Eduardo Grau, Acantilado, Barcelona, 2006, págs. 57-59, donde el insigne
músico sigue realizando la siguiente lúcida reflexión sobre el proceso creativo,
ya sea en la música como en la pintura: «La facultad de observar y de sacar
partido de sus observaciones no pertenece sino a aquel que posee, al menos
en el orden de su actividad, una cultura adquirida y un gusto innato. El
marchante, el coleccionista que compra, el primero, las telas de un pintor
desconocido que será célebre veinte años más tarde con el nombre de
Cézanne, ¿no nos proporciona un ejemplo manifiesto de aquel gusto innato?
¿Qué es, pues, lo que guía su elección? Un olfato, un instinto del que procede
ese gusto, facultad completamente espontánea, anterior a la reflexión».
5
J. Huizinga, Homo ludens, traducción de Eugenio Imaz, Alianza
Editorial, 5.ª reimpresión, Madrid, 2005, págs. 210-211.
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II
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LA PINTE
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orría el año de 1981 cuando Pedro Cruz Villalón, ca-
tedrático de Derecho constitucional, y después Presi-
dente del Tribunal Constitucional, publicaba un suges-
tivo artículo sobre nuestro modelo de distribución territorial
del poder político —el denominado Estado de las Autono-
mías— con un más que atrayente título: La estructura del Es-
tado o la curiosidad del jurista persa 6. Hoy, algo más de veinti-
cinco años después, sin pretensiones de emulación, ni de
semejanza dogmática, con el excelente hacer del jurista sevilla-
no, se propone otra reflexión con confesable vocación innova-
6
Recogido hoy en P. Cruz Villalón, La curiosidad del jurista persa, y otros
estudios sobre la Constitución, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales,
2.ª ed., Madrid, 2006, págs. 377-440, en cuyas primeras líneas se podía leer:
«Supongamos por un momento que en un rincón de Persia habita un jurista
que carece de cualquier tipo de información acerca de este país, pero que,
por una misteriosa razón desea conocer cuál es la estructura de nuestro
Estado, para lo cual —no olvidemos que, aunque oriental, es, al cabo,
jurista— no se le ocurre cosa mejor que procurarse un ejemplar de nuestra
Constitución vigente y entregarse concienzudamente a su lectura».
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más adecuado a este fin que las obras de arte, porque los medios
del arquitecto, del pintor, del escultor son visuales» 16.
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Díez del Corral, «El rapto de Europa», op. cit., págs. 764-765. La obra,
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En conocidas palabras de H. Kelsen, Teoría pura del Derecho, traducción
de Moisés Nilve, Eudeba, 16.ª ed., Buenos Aires, 1979, pág. 147: «Un orden
jurídico no es un sistema de normas yuxtapuestas y coordinadas. Hay una
estructura jerárquica y sus normas se distribuyen en diversos estratos
superpuestos. La unidad del orden reside en el hecho de que la creación de
una norma —y por consecuencia la validez de una norma— está determinada
por otra norma, cuya creación, a su vez, ha sido determinada por una tercera
norma. Podemos de este modo remontarnos hasta la norma fundamental de
la cual depende la validez del orden jurídico en su conjunto».
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Un examen sobre la significación actual de la justicia constitucional,
por ejemplo, P. J. González-Trevijano, El Tribunal Constitucional, Aranzadi,
Navarra, 2000, págs. 42-44.
26
No hay en la jurisprudencia del Tribunal constitucional una sentencia
donde de forma explícita y elaborada se afirme una teoría moderna del principio
de separación de poderes. Quizás, porque sea tan incontrovertible en nuestro
vigente régimen constitucional, que el máximo intérprete de la Constitución no
ha sentido la necesidad dogmática de reseñarla. La más, la STC 166/1986, de
19 de diciembre (Caso Rumasa), que lo que hace es asumir de forma natural
el referido principio y su evolución histórica (FJ. 11).
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A. Glendinning, «Goya y el retrato español del siglo xviii», en El
retrato español, Del Greco a Picasso, op. cit., pág. 232.
45
F. Licht, «Familia de Carlos IV», en Enciclopedia del Prado, Madrid,
2008 págs. 1033 y 1034: «Todo retrato de la familia real anterior a la Familia
de Carlos IV es esencialmente una epifanía donde la realeza se revela a sus
fieles súbditos en su aspecto humano, pero también “divino” por la gracia de
Dios (…) Goya ha suprimido uno por uno todos los elementos esenciales de
la retratística regia. Hasta en la Francia republicana igualitaria una insistencia
tan despiadada en la verdad descriptiva habría sido impensable. Uno de los
aspectos de la obra de Goya que hacen época es que, hasta él, los pintores
daban respuestas, y Goya es el primer artista que plantea preguntas».
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Rose-Marie y Rainer Hagen, op. cit, pág. 29.
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cionales, los de 1834, 1837, 1845, 1869, 1931 y con todas las
reservas, las Leyes Fundamentales, ejemplo de constitucionalismo
semántico 54, no tienen cabida en estas reflexiones. No tuvieron
la fortuna, que también es precisa en el ámbito de lo jurídico,
de disfrutar en su día de puesta de largo, o más tarde como
exaltación del momento constituyente, de un artista que las
retratase para su futura inmortalización 55.
54
Loewenstein, op. cit., págs. 218-219: «Mientras la tarea original de la
Constitución escrita fue limitar la concentración del poder, dando posibilidad
a un libre juego de las fuerzas sociales de la comunidad dentro del cuadro
constitucionalista, la dinámica social, bajo el tipo constitucional aquí analizada,
tendrá restringida su libertad de acción y será encauzada en la forma deseada
por los detentadores fácticos del poder, independientemente de que estos
sean una persona individual (dictador), una junta, un comité, una asamblea
o un partido (…) para continuar con el símil anterior: el traje no es en
absoluto un traje, sino un disfraz».
55
Son los casos, por ejemplo, de la Monarquía de Amadeo de Saboya,
de la que es cierto hay un cuadro de José Casado del Alisal, La jura de la
Constitución ante las Cortes españolas por el rey Amadeo I de Saboya, pero no
tiene la calidad ni el interés para justificar su estudio pormenorizado, lo
mismo que cabe decir de la obra, tampoco representativa, de Isabel jurando
la Constitución de 1837 en 1845 (Museo de Historia de Madrid) del pintor
José Castelaro y Perea.
58
III
EL EPÍLOGO DEL ANTIGUO RÉGIMEN.
EL ESTATUTO DE BAYONA DE 1808
L
a ordenación del Derecho público de España a comien-
zos del siglo xix se definía por los rasgos caracterizado-
res de los principios que determinan la estructura y el
funcionamiento de los poderes del Estado en el Antiguo Ré-
gimen 56. Una regulación que se construía sobre la preeminen-
cia del poder monárquico, de rasgos absolutos y casi divinos,
dentro de una organización política y administrativa centrali-
zada, al que se supeditaban las decisiones que pudieran animar
o impulsar las competencias, en su caso, de los diferentes
Consejos: el Consejo de Estado, el principal, pues tenía asig-
nado el examen de los asuntos más trascendentales (por ejem-
56
Para un conocimiento de la estructura y ejercicio del poder político
en España durante el Antiguo Régimen hasta comienzos del siglo xviii, ver
el excelente libro de F. Barrios Pintado, La gobernación de la Monarquía de
España: Consejos, Juntas y Secretarios de la Administración de la Corte, BOE,
Madrid, 2015. También su Discurso de ingreso en la Real Academia de la
Historia, España 1808. El gobierno de la Monarquía, Madrid, 2009.
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B)
L A FAMILIA DE CARLOS IV, DE FRANCISCO
DE GOYA
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C)
EL DOS Y EL TRES DE MAYO, DE FRANCISCO
DE GOYA
1) El 2 de mayo
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años más tarde del suceso (1814, Museo del Prado, Madrid).
Tiene su origen, parece ser, en el deseo de Goya expuesto en
carta remitida a la Regencia, presidida por Luis María de
Borbón y Vallabriga, un 24 de febrero de 1814, de «perpetuar
por medio del pincel las más notables y heroicas escenas de
nuestra gloriosa insurrección contra el tirano de Europa». Se-
guramente fueron iniciados a partir del mes de mayo, y con-
cluidos a finales del mes de noviembre. El 13 de mayo entra-
ba en Madrid Fernando VII, pero ya dos días antes, la situación
política auguraba represalias, como se vio enseguida con la
destitución y destierro de Luis María de Borbón. Lo hemos
adelantado: nuestro artista actuó, como lo hubiera hecho cual-
quiera, de manera prudente. Fue, las circunstancias mandaban,
cauteloso 88. El pintor saldría finalmente indemne del proceso
de purificación política ordenado el 21 de mayo de 1814 por
el duque de San Carlos, a quien retrataría un año más tarde
(1815, El Duque de San Carlos, Museo de Zaragoza. Hay otras
versiones del mismo año en las colecciones del Conde de Vi-
llagonzalo y de los Marqueses de Santa Cruz). Las sospechas
acechaban: fue pintor de corte de José Bonaparte, al que había
retratado, y había sido condecorado por él. No es por tanto
una casualidad el Retrato ecuestre de Palafox (1814, Museo del
Prado, Madrid; hay otro Retrato de medio cuerpo, hacia 1810,
una versión preparatoria, en una colección inglesa), si bien
antes ya había ejecutado el de El Empecinado (1809, Museo de
Bellas Artes Occidentales, Tokio), símbolo de la resistencia fren-
te a Napoleón. Representar tales obras era una buena manera
de alejar suspicacias y proclamar su «patriotismo» 89.
88
Losada, op. cit., pág. 158 manifiesta: «Cabeza y corazón en lucha. Goya
asiste al Dos de Mayo como habrá de asistir a la guerra toda, impresionado
por la grandeza de aquella lucha desigual, pero con una clara visión de lo
que la victoria iba a suponer: la vuelta a los antiguos vicios, el encadenamiento
del pueblo bajo un absolutismo sin límites. La victoria iba a impedir aquel
ideal de cultura y prosperidad, de armonía y justicia que Goya y sus amigos
«ilustrados» soñaban para España».
89
Bozal, op. cit., pág. 76.
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2) El 3 de mayo
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Goya», en Obras maestras del Museo del Prado, Electa, Madrid, 1996, pág. 203.
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de la camisa blanca del hombre de pie que preside la escena: «¡Qué lástima
— exclamó— ¡Qué lastima que todo el cuadro no mantenga el valor pictórico
que posee ese extraordinario blanco de la camisa del rebelde central! ¡Qué
maravillosas cualidades posee! Constituye por sí solo, colocado ahí, un
enorme valor plástico. No veo la camisa, veo los valores plásticos de esa masa
de blanco».
100
L. F. Földenyi, Goya y el abismo del alma, traducción de Mária Szijj,
Galaxia Gutenberg. Círculo de Lectores, Barcelona, 2008, pág. 174.
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M. Mena Marqués, «Goya, al margen de los acontecimientos políticos
de su tiempo», en Historia del Arte de España, director X. Barrai i Altet,
Lunwerg, Barcelona, 1996, pág. 367.
102
L. Díez del Corral, «La función del mito clásico en la literatura
contemporánea», en Obras Completas, t. II, Centro de Estudios Políticos y
Constitucionales, Madrid, 1998, pág. 1225, dice de nuestro personaje: «Res-
ponde al esquema mediterráneo de isleño aventurero, y a sus condiciones
nativas une una ferviente admiración por la gloriosa Antigüedad (…) Na-
poleón se presenta como un Emperador al estilo romano, rodeado de laure-
les y águilas, como los que glorificaba el teatro francés. Las tragedias fran-
cesas, con su pathos y ethos, son para Napoleón, una escuela de reyes,
confirmación, enaltecimiento y sanción de su esfuerzo». Y completa también
en «La desmitificación de la Antigüedad clásica por los pensadores liberales,
con especial referencia a Tocqueville», op. cit., pág. 1839: «reencarnaría su
figura, llevando al extremo las posibilidades de imitación dinámica del mun-
do antiguo en símbolos, en títulos y ceremonias, en hazañas y en persona-
lismo autoritario».
103
M. Martínez Sospedra, «El Estatuto de Bayona: originalidad e
imitación en la primera Constitución española», en Cuadernos Constitucionales
de la Cátedra Furió Ceriol, n.º 58/59, pág. 95.
104
F. Martínez, «La Constitución de Bayona y la experiencia
constitucional josefina», en Historia y Política, n.º 19, enero-junio, 2008,
pág. 151.
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Sobre la figura del rey en la historia de España ver el excelente libro
AAVV, El Rey. Historia de la Monarquía, tres tomos, director José Antonio
Escudero, Planeta, Barcelona, 2008.
131
Fernández Sarasola, op. cit., págs. 58 y 59.
132
Sobre José Bonaparte ver el reciente estudio de M. Moreno Alonso,
José Bonaparte. Un rey republicano en España, La Esfera de los Libros,
Madrid, 2008, con un estudio sobre la Constitución de Bayona y el contex-
to personal y político del hermano del Emperador (págs. 216-223).
133
Una exposición gráfica de los principales principios constitucionales
de Bayona y de las relaciones entre los distintos poderes del Estado, en F. J.
García Fernández y E. Espín Templado, Esquemas del constitucionalismo
español, director Jorge de Esteban, Servicio de Publicaciones de la Facultad
de Derecho de la Universidad Complutense, Madrid, 1976, págs. 44 y 45.
134
I. Cavero Lataillade y T. Zamora Rodríguez, Constitucionalismo
histórico de España, Universitas, Madrid, 1995, pág. 29, señalan: «Se hace
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L A BATALLA DE BAILÉN, DE JOSÉ CASADO
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bien erguida, vestido para la ocasión con sus mejores galas, con
la mano derecha sujetando el sombrero y la izquierda en posi-
ción abierta y en actitud de entrega. Castaños, por su parte,
con una postura sencilla y afable, se muestra sonriente y rela-
jado, desprendido y generoso, sin rasgos de acritud, ni de pre-
potencia hacia el contrincante vencido, descubriéndose el bi-
cornio en el momento de hacer el correspondiente saludo.
Bailén ha tomado el testigo de Breda y Castaños el lugar de
Spínola 149.
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IV
LA CONSTITUCIÓN DE 1812.
EL SURGIMIENTO DE LA NACIÓN
ESPAÑOLA
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i 1808 fue un annus horribilis, con una gravísima, implacable
y degenerativa crisis social, económica, política, institucional,
y hasta de identidad nacional, 1812 aparece en la historia
moderna de España como un annus mirabilis. Una de esas fechas
gozosas que se graban para siempre, uno de nuestros momentos
estelares, con las mejores letras en el ideario colectivo de un
pueblo. Si unos siglos antes, durante la Monarquía de los
Austrias, 1625 se presentaba por el Conde duque de Olivares
como un annus mirabilis durante el reinado de Felipe IV 152, pues
asentaba la hegemonía española tanto en Europa como en Amé-
152
En conmemoración de aquellos años de hegemonía española, la
pintura del momento nos dejaría dos expresivos lienzos realizados unos años
después: La rendición de San Salvador de Bahía o La recuperación de Bahía de
Todos los Santos, de Juan Bautista Maíno (1634, Museo del Prado, Madrid)
y La Rendición de Breda o Las Lanzas, de Diego Velázquez (1634-1635,
Museo del Prado). Ver, por ejemplo al respecto, J. Elliot, La Edad de oro de
la pintura española, traducción de Javier Sánchez García-Gutiérrez, Nerea,
Madrid, 1990, págs. 148 y 149.
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tomos, dedicados por la Revista de Derecho Político, n.º 82, 83 y 84, UNED,
2012, por la Revista de las Cortes Generales, n.º 10, 1987, y en el Anuario de
Derecho Parlamentario, n.º 26, 2012, Corts Valencianes, con ocasión de su
bicentenario. Y también la obra colectiva Sobre un hito jurídico. La Constitución
de 1812, edición a cargo de M. A. Chamocho Cantudo y J. Lozano Miralles,
Servicio de Publicaciones de la Universidad de Jaén, Jaén, 2012. Sobre su
relevancia en Iberoamérica, por ejemplo, La Constitución de Cádiz de 1812,
coordinador Asdrúbal Aguiar, Universidad Católica Andrés Bello, Caracas, 2004.
157
L. López Guerra, La Constitución de 1812, Tecnos, Madrid, 2012,
pág. 9.
158
M. García Pelayo, Derecho Constitucional Comparado, Revista de
Occidente, 6.ª ed., Madrid, 1961, pág. 34.
159
Seguimos aquí las acepciones de Constitución señaladas en P. Biscaretti
de Ruffia, Derecho Constitucional, traducción de Pablo Lucas Verdú, Tecnos,
1.ª reimpresión, 1976, págs. 149 y ss.
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de comerciantes extranjeros. Por ello, por los barcos que anclaban en la bahía,
entraron en España hombres, libros e ideas liberales. Estaba, además, lo
bastante alejada de los campos de batalla como para servir de refugio a otros
muchos burgueses liberales venidos de distintas ciudades españolas.
El ambiente era en ella propicio para unas Cortes liberales constituyentes».
165
M. Herrero de Miñón, El principio monárquico, Cuadernos para el
Diálogo, Madrid, 1972, pág. 17.
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El juramento de los primeros diputados a Cortes en 1808,
de José Casado del Alisal: una visión conservadora del
momento constituyente
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3)
P roclamación de la Constitución de Cádiz, de Salvador
Viniegra y Lasso de la Vega: una visión progresista
del momento constitucional
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Sea como fuere, lo que no hay que creer, y menos a pies jun-
tillas, es lo que declaraba la Comisión Constitucional ante el
Pleno el día 24 de diciembre de 1811, por boca de Argüelles:
«Nada ofrece la Comisión en su proyecto que no se halle con-
signado del modo más auténtico y solemne en los diferentes
cuerpos de la legislación española, sino que se mire como
nuevo el método con que ha distribuido las materias ordenán-
dolas y clasificándolas para que formasen un sistema de ley
fundamental y constitutiva, en que estuviese constituido con
enlace, armonía y concordancia cuanto tienen dispuesto las
leyes fundamentales de Aragón, de Navarra y de Castilla…».
Aunque en ese intento de contrapeso inestable no importase
recoger, de modo simultáneo, que «… al mismo tiempo no ha
podido menos de adoptar (la Comisión) el método que le
pareció más análogo al presente Estado de la Nación, en que
el adelantamiento de la Ciencia del Gobierno ha introducido
en Europa un sistema desconocido en los tiempos en que se
publicaron los diferentes cuerpos de nuestra legislación, sistema
del que ya no es posible prescindir absolutamente» 228. No se
estaba maquillando una ordenación política heredada del An-
tiguo Régimen. Se trataba, desde luego, de algo cualitativamen-
225
F. Suárez, «Sobre las raíces de las reformas de las Cortes de Cádiz»,
en Revista de Estudios Políticos, n.º 126, 1962, págs. 31 y ss.
226
Sánchez Agesta, op. cit., págs. 45 y ss.
227
Tomás Villarroya, op cit., págs. 14 y ss.
228
Un examen detallado de las distintas tendencias, entre absolutistas y
liberales, puede verse en R. Morodo y E. Díaz, «Tendencias y grupos
políticos en las Cortes de Cádiz y en las de 1820», en Cuadernos
Hispanoamericanos, n.º 201, septiembre, 1966.
140
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229
Si echamos la vista atrás, por ejemplo, la Constitución de 1837 nacía
«siendo la voluntad de la Nación revisar, en uso de su soberanía, la
Constitución política promulgada en Cádiz…» La Constitución non nata
de 1856 preceptuaba que «Todos los poderes públicos emanan de la Nación,
en la que reside esencialmente la soberanía, y por lo mismo pertenece
exclusivamente a la Nación el derecho de establecer sus leyes fundamentales»
(artículo 1). En la Constitución de 1869 se disponía que «la Nación española
y en su nombre las Cortes Constituyentes decretan y sancionan la siguiente
Constitución», mientras su artículo 32 prescribía que «la soberanía reside
esencialmente en la Nación, de la cual emanan todos los poderes». Lo que
se reiteraba en el Proyecto de Constitución Federal de 1873, al subrayarse
que «La Nación española… decreta y sanciona el siguiente Código
fundamental». Y la Constitución de 1931 manifestaba que «España, en uso
de su soberanía, y representada por las Cortes Constituyentes, decreta y
sanciona la Constitución».
En lo atinente a la Constitución vigente de 1978, ya hemos adelantado
sus siguientes términos: «La Nación española, deseando establecer la justicia,
la libertad y la seguridad y promover el bien de cuantos la integran, en uso de
su soberanía, proclama…», mientras su importantísimo artículo 1. 2 explicita
de modo tajante: «La soberanía nacional reside en el pueblo español…». An-
tes, la propia Ley para la Reforma Política de 1977 arrancaba con una formu-
lación entonces prometedora, aunque evidentemente insatisfactoria, al hilo de
su sometimiento, tras su aprobación por las Cortes franquistas, a referéndum
de un pueblo español que aspiraba a recuperar, de una vez por todas, su an-
helada soberanía —«Remitido a consulta de la Nación…»—, mientras en su
artículo 1.1 se apuntaba que «La democracia en el Estado español se basa en
la supremacía de la ley, expresión de la voluntad soberana del pueblo».
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S. Amón, «Goya y La Pepa», en Diario 16, 24 de marzo de 1987.
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V
LA CONSTITUCIÓN DE 1876.
UN MODERADO EQUILIBRIO
ENTRE LA MONARQUÍA Y LAS CORTES
E
l conmocionado discurrir de nuestra historia constitu-
cional decimonónica, que arranca con el afligido devenir
de la Constitución de Cádiz —con sus derogaciones,
pronunciamientos y restablecimientos—, continúa su crispado
curso en los años venideros, con su pléyade de sobresaltos po-
líticos, y como no podía ser menos, asimismo constitucionales.
Las Constituciones venideras, el Estatuto Real de 1834 y las
Constituciones de 1845 y 1869, se conforman además como
textos de bandería y facción, Constituciones de partido y frac-
ción, ya fueran de perfil conservador o de sesgo liberal, exclu-
yendo, y nunca incluyendo, las diferentes opciones y sensibili-
dades políticas 257; solo la Constitución de 1837 era, en cierta
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Planeta, Barcelona, 1976, pág. 111, explica las razones de la fácil asunción
de la propuesta de restauración de Cánovas del Castillo: «La proclamación
consiguió aceptación inmediata y generalizada; prácticamente solo se
opusieron a ella los carlistas y los republicanos recalcitrantes. Tal aceptación
se explica por varias razones ligadas entre sí: la extenuación del país después
de tantos cambios y anarquía; el deseo de acabar con el continuo y progresivo
desorden desencadenado a raíz de la revolución del 68; la necesidad de poner
fin a una situación —la del General Serrano al frente del Estado— que se
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3)
Jura de la Constitución por S. M. la Reina Regente
Doña María Cristina, de Joaquín Sorolla y Bastida
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293
Una de las obras más conocidas y exhaustivas sobre el pintor es la B.
Pons-Sorolla, Joaquín Sorolla. Vida y obra, Fundación de Apoyo a la Historia
del Arte Hispánico, Madrid, 2001, aunque curiosamente no se detiene par-
ticularizadamente en nuestra pintura.
294
F. Gabriel Elorriaga, Arte y Política. Artistas Valencianos en el Senado,
Diseñarte, Valencia, 2005, pág. 82.
295
B. de Pantorba, «Sorolla y la Familia real española», en Blanco y Negro,
n.º 2658, 13 de abril de 1963, pág. 21, fecha el presente encargo como el
punto de conexión del pintor con la Corona y, en concreto, con el futuro
Alfonso XIII.
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298
Gabriel Elorriaga, op. cit., pág. 86.
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VI
LA CONSTITUCIÓN DE 1978.
LA ESPAÑA CONSTITUCIONAL
L
a Constitución de 1978 es, sin género de dudas, y con
mucho, la más sobresaliente de nuestra historia consti-
tucional. Una Constitución de la que se pueden y deben
decir muchas cosas, y además razonadamente dignas de elogio.
Nuestra Carta Magna nos ha adentrado por la puerta grande,
y además con letras mayúsculas, en la mejor expresión del
Derecho constitucional contemporáneo, al satisfacer los irre-
nunciables presupuestos de cualquier ordenación político-cons-
titucional de verdad: disfruta de los perfiles definidores del
concepto racional normativo de Constitución; goza de natura-
leza jurídica y directamente vinculante para los diferentes
poderes públicos y los ciudadanos; reúne las exigencias de la
Constitución en sentido formal, diferenciador conjunto norma-
tivo al que el poder constituyente atribuyó en su día el lugar
preferente en la estructura de los fuentes del Derecho; y cum-
ple con unos contenidos materiales intangibles: el principio de
separación de poderes y la protección de los derechos funda-
mentales y de las libertades públicas —testimonio de un ám-
bito axiológico irrenunciable, una especie de Derecho natural
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307
Expresión de Santiago Carrillo tomada en P. Preston, Juan Carlos el
rey de un pueblo, t. II, Ediciones Folio, Madrid, 2005, págs. 434-435: «Mien-
tras la monarquía respete la Constitución y la soberanía popular, nosotros
respetaremos la monarquía». Posteriormente en «En el xxv aniversario de la
Constitución», en AAVV, Impresiones sobre la Constitución de 1978, director
Sabino Fernández Campo, ICO. Universidad Rey Juan Carlos, Madrid, 2005,
pág. 154, señalaría: «Es cierto que al Rey no lo elegimos en las urnas. Pero
la conducta del Rey, devolviendo la soberanía al pueblo y salvando la Cons-
titución el 23 F ha conseguido que un país que no es monárquico pueda
decirse que sea juan carlista».
308
S. Fernández Campo, «Introducción: la monarquía y el consenso en la
transición política española», en AAVV, Impresiones sobre la Constitución de 1978,
op. cit., pág. 16: «Una de las labores más importantes de aquellos tiempos de
la transición fue la de convencer a las fuerzas políticas entonces surgidas de la
vida pública para que se legalizaran sin cuestionar a la Monarquía en la cual
podía apoyarse la democracia. A su vez, aquellas fuerzas negociaron el obtener
su reconocimiento oficial aportando la admisión de la Corona».
309
H. Schambeck, «Significación de la Constitución española de 1978»,
en Revista de Estudios Políticos, n.º 14, 1982, pág. 258.
310
Sobre la configuración constitucional de la Monarquía en España
ver M. Fernández-Fontecha Torres y A. Pérez de Armiñan y de la Serna,
La Monarquía y la Constitución, Civitas, Madrid, 1987, págs. 245 y ss.
También es de reseñar AAVV, Monarquía y Constitución, director Antonio
Torres del Moral, Colex, Madrid, 2000, especialmente los capítulos de I.
Cavero «La Monarquía en el debate constituyente» (págs. 139-150) y A
Fernández-Miranda, «Monarquía y Transición» (págs. 151-158). Es intere-
sante asimismo, desde una perspectiva sin embargo diferente, la obra de G.
Ariño Ortiz, La Corona. Reflexiones en voz baja, Iustel, Madrid, 1.ª ed., 2013.
311
Ver al respecto, G. Rollnert Liern, El arbitraje y la moderación regios
en la Constitución española, Uiversitat de Valencia, Valencia, 2005.
312
W. Bagehot, The English Constitution, Oxford University Press,
Londres, 1968, pág. 67.
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316
Ver su reproducción y comentario en A. Salvá, Colecciones artísticas
del Congreso de los Diputados, Fundación Argentaria, Congreso de los
Diputados, Madrid, 1997, págs. 269-270.
317
Así, por ejemplo, D. Durán Úcar, «Pablo Serrano: trayectoria
humanista», en AAVV, Pablo Serrano, Arte Español para el Exterior,
Madrid, 2003, págs. 25 y ss.
318
F. Calvo Serraller, «El lenguaje de las formas puras», en El País, 27
de noviembre de 1985.
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324
J. J. Solozábal Echevarría, La sanción y promulgación de la ley en la
Monarquía parlamentaria, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 72.
325
Recogido en El País, de 28 de diciembre de 1978. Posteriormente es
elevadísimo el número de ocasiones en que Don Juan Carlos ha afirmado la
vigencia de la Constitución de 1978. Entre otras, en los importantes mensajes
de Navidad (ver la excelente obra de M. Ventero, Los mensajes de navidad del
Rey, La Ley, Madrid, 2010).
326
P. González-Trevijano, «Del grito de Munch al abrazo de Genovés»,
en ABC, 8 de julio de 2012.
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pág. 12: «Si la Constitución fue hija del consenso, fue principalmente porque
su gestación se produjo en el marco de un proceso de cambio político —la
transición— en la que la reconciliación y la superación de las «dos Españas»
había sido ya elevado a la categoría de valor superior, su objetivo final. De
hecho los debates constituyentes se desarrollaron al tiempo que se ponían en
marcha otras iniciativas de distinta naturaleza destinadas a cerrar viejas heridas
—como la Ley de Amnistía o la restauración de la Generalitat de Cataluña—,
bien a ampliar el apoyo popular de las nuevas instituciones —con los llamados
Pactos de la Moncloa, de octubre de 1977».
338
O. Alzaga Villaamil, Comentario sistemático a la Constitución españo-
la de 1978, Ediciones El Foro, Madrid, 1978, pág. 46. En este sentido, el
académico y político recuerda las palabras pronunciadas por el profesor
Maurice Duverger un año después de la muerte del general Franco, en
noviembre de 1977, con motivo de unas jornadas organizadas por la CITEP
sobre la Ley electoral: «La mejor Constitución para un país es aquella que
no satisface plenamente a todos los grupos políticos, pero que tampoco les
disgusta a todos». Asimismo nos describe las posiciones críticas en la lite-
ratura constitucional clásica de Ferdinand Lassalle, ¿Qué es una Constitu-
ción?, Ariel, 2.ª ed., Barcelona, págs. 143-144 —«¡Nada de Pactos!», en lo
que denomina «la bancarrota total del Derecho público»— y Karl Loewens-
tein, Teoría de la Constitución, traducción de Alfredo Gallego Anabitarte,
Ariel, Barcelona, 1964, págs, 218 y ss. —con las advertencias sobre «las
Constituciones semánticas y el constitucionalismo de mentirijillas»—.
339
J. Stuart Mill, Del Gobierno representativo, traducción de Marta C. C.
de Iturbe, Tecnos, 2.ª ed., Madrid, 1994, págs. 44 y ss.
340
V. Zapatero, Conferencia titulada La democracia como proceso, impar-
tida en el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, el 13
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374
«El debate ruptura-reforma pasó a tener mucho de artificial, desde
el momento (…) en que quedó bien de manifiesto (…) la sincera voluntad
de restituir al pueblo español, por medio de un auténtico proceso constitu-
yente, la soberanía sobre sus propios destinos». (Acto de investidura como
doctor honoris causa por la Universidad Nacional de Educación a Distancia
en diciembre de 1991).
375
«La Constitución fue un pacto entre todos los españoles. Un pacto
del pueblo con doble identidad, de fuerzas políticas diferentes y de
instituciones. Y como todo gran pacto no puede ni debe ser interpretado
unilateralmente». (Acto de investidura como doctor honoris causa por la
Universidad de Cádiz el 30 de octubre de 2012)
376
«Intentamos hacer una operación de reestructuración nacional,
intentamos darle a España una institucionalidad democrática, intentamos
instituir un Estado social y democrático de Derecho asentado sobre una
economía social del Estado (…) La Constitución es una obra humana y
tiene errores, pero su gran virtud fue el consenso. «(Acto de investidura
como doctor honoris causa por la Universidad de Cádiz el 30 de octubre
de 2012).
377
«Estamos ante un texto pacificador, eficaz, justo y dinámico, por
primera vez en nuestra historia; un texto que concita muchas adhesiones y
pocos rechazos radicales (…) Los ciudadanos creen en su Constitución
(…), por eso todos debemos contribuir a su difusión, a su explicación, y a
que sea cada vez más respetada y cumplida (…) Si contribuye a formar
como ciudadanos libres, responsables, solidarios y participativos estará
cumpliendo su objetivo principal». (Acto de investidura como doctor honoris
causa por la Universidad Nacional de Educación a Distancia en diciembre
de 1991).
378
«Era menester que esa posibilidad del consenso se mantuviese hasta
el final, ya que el peligro era la ruptura en dos bloques, que entonces nos
podían situar en el riesgo que todos queríamos evitar: la Constitución de
unos contra la Constitución de otros». (Acto de investidura como doctor
honoris causa en la Universidad Nacional de Educación a Distancia en
diciembre de 1991).
379
«La institución monárquica (…) acompañó favorablemente el proceso,
actuando a la vez como motor y moderador del cambio, de estabilizador de
las Fuerzas Armadas y de catalizador de la opinión pública». (Acto de inves-
tidura como doctor honoris causa por la Universidad Nacional de Educación a
Distancia en diciembre de 1991).
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son los que tienen más movilidad, y el resto está más estáti-
co. Forman un equilibrio dentro de un conjunto» 386. Así es-
tructurados, se ha resaltado, «el tratamiento del rostro, y de
la mirada en las figuras retratadas, la orientación cambiante
del torso y su inserción en un fondo abstracto, que se con-
funde con una silueta solo insinuada; todos estos elementos
se benefician del estudio demorado de la tradición pictórica
española y extranjera sobre el género al mismo tiempo que
cualquier observador convendrá que componen un conjunto
de hechura moderna, que se enriquece de las aportaciones de
la experimentación de las vanguardias, prudentemente admi-
nistrada y asimilada» 387.
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Peces-Barba, op. cit., págs. 13-20. Y dice asimismo: «En otras palabras,
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el consenso son las reglas del juego, de la convivencia, donde solo uno no
puede cambiar y es precisamente la posibilidad del cambio, porque si ésta
desapareciese se obstruiría totalmente el progreso social y la única salida sería
el caos. Pero también el consenso tiene un contenido material, que hoy es
mixto-liberal y socialista democrático, y supone los grandes rasgos de un
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Evidentemente no quedan aquí las representaciones de la Constitución
de 1978. Un gran número de instituciones públicas y de ciudades y pueblos
de España, de norte a sur, y de oeste a este, han ido paulatinamente erigiendo
monumentos de lo más variado de nuestra Carta Magna de 1978. Entre ellas
podemos resaltar, sin ánimo exhaustivo, algunas de ellas. En la pintura, por
ejemplo, la obra del gallego Alfonso Costa Beiro, Los españoles y la Constitución,
(1983, Congreso de los Diputados), con la presencia de una alta mujer en el
centro de la escena, vestida con una blanca toga, y con una delgada bandera
de España que cruza delante de sus ojos, y enmarcada entre dos columnas, a
cuyo alrededor se encuentran rodeándola una serie de indefinidos ciudadanos;
la de Agustín de Celis Gutiérrez, Homenaje a la Constitución española de 1978
(1983, Congreso de los Diputados), con un tríptico que apunta la figura hu-
mana y su protección por la Constitución. Y, dentro de la escultura, entre otras,
la de González «Lalín», Homenaje a la Constitución (Rivadavía, Orense), donde
el libro abierto de la Constitución se apoya en un mapa de España; la de
Gustavo Torner, Monumento a la Constitución (1986, Cuenca), con una leyen-
da aleccionadora: «Estructura plural y unitaria en equilibrio por tensiones
contradictorias sobre una base de gran firmeza»; Homenaje a la Constitución
(Facultad de Letras de la Universidad de Murcia), consistente en dos tubos en
codo y paralelos con unos travesaños colocados aleatoriamente; Homenaje a la
Constitución (Plaza de las Tres Culturas, Toledo), realizado por los alumnos de
la Escuela Taller de la ciudad; Homenaje a la Constitución, de Florencio de
Pedro Herrera (Paseo de la Constitución, Zaragoza), con tres pirámides agu-
zadas metálicas al aire; Monumento a la Constitución de 1978 (Plaza de la
Constitución, Cádiz); Homenaje a la Constitución (Torre-Pacheco, Murcia), de
Maite Defruc, con tres escaleras que representan, a través de sus peldaños, a
los artículos del Texto constitucional; Homenaje a la Constitución (Vilagarcía de
Arousa, Pontevedra), de José Manuel García «Grangel»; Plaza y fuente de la
Constitución (Linares, Jaén), con una mujer que encarna la Constitución, suje-
tando una paloma en su mano en símbolo de paz; o Homenaje a la Constitución,
de Nacho Felgueras (Medina-Sidonia, Cádiz), etc.
415
P. González-Trevijano, «La Constitución tiene quien la pinte»,
en ABC, 28 de agosto de 2015.
416
El pintor recuerda sus avatares: «En fin, que durante mucho tiempo
El Abrazo ha permanecido en los almacenes de los museos. Periodistas de
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437
J. A. Escudero «Sobre la Constitución: historia, textos y personas», en
Impresiones sobre la Constitución española de 1978, op. cit., págs. 208-209: «Así
pues, al margen de las beaterías constitucionales al uso, si efectivamente España
armoniza en el futuro su unidad con el pluralismo de las nacionalidades y
regiones, la Constitución habrá sido un éxito. Si, por el contrario, las fuerzas
políticas centrífugas e insolidarias, hoy en auge, triunfan y se procede a
cualquier partición o segregación, habrá que reconocer que la Constitución
española de 1978 ha fracasado».
438
Zapatero, La Constitución del consenso, op. cit.
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Eso sí, habrá que ser cuidadoso y no dejarse arrastrar por los
excesos. El consenso tiene, como todo, sus límites. De un par-
te, no hay que incurrir, por una mal entendida noción omni-
comprensiva e inconexa, en un elenco de «ambigüedades, de
antinomias técnico-jurídicas y de conflictos implícitos», con el
efecto de un indeseable indeterminismo e indefinición, cuando
no de una burda y grosera imprecisión 441; y, de otra, tampoco
el consenso es «una medicina milagrosa», susceptible de apli-
carse, de manera indiferenciada en todo tiempo y lugar, pues
un uso inadecuado puede incidir desgraciadamente en la salud
democrática de un país 442.
439
V. Klempere, La lengua del Tercer Reich. Apuntes de un f ilólogo,
traducción de Adán Kovacsics, Minúscula, Barcelona, 2001.
440
V. Zapatero, en la conferencia titulada El lenguaje de la democracia,
Alcalá de Henares.
441
De Esteban, Curso de Derecho Constitucional, op. cit., pág. 106.
442
Alzaga, op. cit., págs. 47 y 48. Se recoge, en esta línea también, la
intervención de Ortega y Gasset en las Cortes Constituyentes, el 30 de octubre
de 1931, al denunciar ante la Cámara lo que el denominaba una «Constitución
epícena… una máquina monstruosa, inconexa, que no podrá funcionar».
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A ESPAÑA CONSTITUCIONAL DE FELIPE VI.
RETRATO DE FELIPE VI, DE HERNÁN CORTÉS
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447
Un examen pormenorizado de los rasgos de identidad históricos de la
Monarquía española, en J. de Salazar y Acha, Las señas de identidad del rey en
España a través de los siglos, Real Academia de la Historia, Madrid 2017.
448
Recogido en J. Sabartés, Picasso, Retratos y recuerdos, Afrodisio Aguado,
1.ª ed., Madrid, 1953, pág. 228.
449
P. Subra de Bieusses, «Ambigüités et contradictions du statut
constitutionnel de la Couronne», en Pouvoirs, n.º 8, 1978, pág. 111.
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VII
LISTADO DE OBRAS REPRODUCIDAS
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238
Francisco de Goya, Alegoría de la Constitución de Cádiz, 1812-1814
(Museo Nacional de Estocolmo).
Pablo Serrano, S. M. El Rey Don Juan Carlos I, 1984
(Congreso de los Diputados, Madrid).
Antonio Mingote, El Rey Don Juan Carlos cumple setenta años, 2003 (ABC).
Hernán Cortés, Retrato de Felipe VI, 2015 (Tribunal Constitucional, Madrid).
Francisco de Goya, La familia de Carlos IV, 1800 (Museo del Prado, Madrid).
Francisco de Goya, El Dos de mayo o La carga de los mamelucos, 1814
(Museo del Prado, Madrid).
Francisco de Goya, Los Fusilamientos del 3 de mayo o Los Fusilamientos
de la montaña del Príncipe Pío, 1814 (Museo del Prado, Madrid).
José Casado del Alisal, La rendición de Bailén, 1864
(Museo del Prado, Madrid).
José Casado del Alisal, El juramento de los primeros Diputados a Cortes en
1810 en la iglesia de san Pedro y san Pablo en San Fernando, Cádiz, 1863
(Congreso de los Diputados, Madrid).
Salvador Viniegra y Lasso de la Vega, Proclamación de la Constitución
de Cádiz, 1912 (Museo de las Cortes, Cádiz).
Antonio Gisbert Pérez, Fusilamiento de Torrijos y sus compañeros en las playas
de Málaga, 1888 (Museo del Prado, Madrid).
Joaquín Sorolla y Bastida, Jura de la Constitución por S.M. la Reina Regente
Doña María Cristina, 1897. Fotografía Oronoz (Senado, Madrid).
Antonio López, La familia de Don Juan Carlos, 2014 (Palacio Real, Madrid).
Hernán Cortés, Políptico de los Ponentes constitucionales, 2009
(Congreso de los Diputados, Madrid).
Guillermo Pérez Villalta, Alegoría de la Paz. Homenaje al XXV Aniversario
de la Constitución española de 1978, 2003 (Patrimonio Nacional, Madrid).
Javier Garcerá, Sin título (de la serie «Te hablo de lo cotidiano»), 2003.
Fotografía Povedano (Senado, Madrid).
Juan Genovés, El abrazo, 1976 (Congreso de los Diputados, Madrid).
Miguel Ángel Ruiz-Larrea, Homenaje del pueblo de Madrid a la Constitución
de 1978, 1982 ( Jardines del Museo de Ciencias Naturales, Madrid).