Capítulo 5: Emergencia y contagio global de las infecciones
La epidemiología, es una disciplina que incluye enfermedades tanto infecciosas como no
infecciosas. La mayoría de los estudios epidemiológicos de las enfermedades infecciosas se han concentrado en los factores que influyen en la adquisición y contagio. En sentido histórico, los estudios epidemiológicos y la aplicación del conocimiento adquirido de ellos han sido esenciales para el control de las principales enfermedades epidémicas, como el cólera, la peste, la viruela, la fiebre amarilla y el tifo. La concienciación reciente sobre las enfermedades infecciosas en surgimiento ha aumentado el reconocimiento de la importancia de la información epidemiológica. Unos cuantos ejemplos de estas infecciones identificadas en fechas recientes son las criptosporidiosis, el síndrome pulmonar por hantavirus y el síndrome respiratorio agudo severo (SARS) por coronavirus. Además, algunos patógenos conocidos han asumido nueva importancia epidemiológica en virtud de haber adquirido resistencia a los antimicrobianos (p. ej., los neumococos resistentes a la penicilina, enterococos resistentes a la vancomicina y Mycobacterium tuberculosis multirresistente). Los factores que aumentan el surgimiento o resurgimiento de patógenos diversos incluyen: Movimientos poblacionales y la intrusión de los seres humanos y animales domésticos en nuevos hábitat, en particular las selvas tropicales. Deforestación, con desarrollo de nuevas tierras de cultivo y exposición de los agricultores y animales domésticos a nuevos artrópodos y patógenos primarios. Irrigación, en especial sistemas primitivos, que no controlan los artrópodos y organismos entéricos. Urbanización descontrolada, con poblaciones de vectores que se reproducen en agua estancada. Aumento en los viajes aéreos a grandes distancias, con contacto o transporte de vectores artrópodos y patógenos primarios. Agitación social, guerras civiles y desastres naturales importantes, que conducen a hambrunas y alteración de los sistemas sanitarios, programas de inmunización, etcétera. Cambio climático mundial. Evolución microbiana, que conduce a selección natural de agentes multirresistentes (p. ej., estafilococos resistentes a meticilina, nuevas cepas más virulentas del virus A de la influenza). En algunos casos, estos cambios pueden acelerarse en forma considerable por el uso indiscriminado de agentes antiinfecciosos. FUENTES Y COMUNICABILIDAD Las enfermedades infecciosas en seres humanos pueden ser producto de patógenos exclusivos de los humanos, como Shigella; ser producidas por organismos ambientales, como Legionella pneumophila; o por organismos que tienen su reservorio primario en los animales, como Salmonella. Las infecciones no comunicables son aquellas que no se transmiten de una persona a otra e incluyen: (1) infecciones derivadas de la flora normal del paciente, como en la peritonitis posterior a la ruptura del apéndice; (2) infecciones causadas por la ingestión de toxinas preformadas, como el botulismo, y (3) infecciones causadas por ciertos organismos que se encuentran en el ambiente, como la gangrena gaseosa por Clostridium. Las infecciones comunicables requieren que un organismo sea capaz de dejar el cuerpo en una forma que sea directamente infecciosa o que pueda volverse infecciosa en un ambiente adecuado. Las infecciones comunicables pueden ser endémicas, lo cual significa que la enfermedad está presente a un nivel bajo, pero bastante constante, o epidémicas, lo cual implica un nivel de infección mayor del que se encuentra usualmente en una comunidad o población. Las infecciones comunicables que están generalizadas en una región, a veces en todo el mundo, y tienen elevadas tasas de ataque se denominan pandémicas. INFECCIÓN Y ENFERMEDAD Una consideración importante en el estudio de la epidemiología de los organismos comunicables es la distinción entre infección y enfermedad. Infección implica la multiplicación del organismo dentro o sobre el hospedador y que quizá no sea evidente; por ejemplo, durante el periodo latente o de incubación cuando ocurre poca o ninguna replicación (p. ej., con los virus del herpes). Enfermedad representa una respuesta o daño clínicamente manifiesto en el hospedador como resultado de la infección. Las infecciones que no son evidentes o patentes se denominan subclínicas y en ocasiones al individuo se le conoce como portador. Este último término también se aplica a las situaciones en las que un agente infeccioso se establece como parte de la flora del paciente o causa una enfermedad crónica leve después de una infección aguda. Por ejemplo, la presencia clínicamente no evidente de S. aureus en las narinas anteriores se denomina portación, como ocurre en la infección crónica de la vesícula con Salmonella serotipo Typhi que puede ocurrir después de un ataque de tifoidea y producir excreción fecal del organismo durante años. Los organismos asociados con largos periodos de incubación o altas frecuencias de infección subclínica, como el virus de inmunodeficiencia humana (SIDA) o virus de hepatitis B, pueden propagarse y contagiarse en una población durante largos periodos antes de que se reconozca la extensión del problema. Esto dificulta el control epidemiológico. PERIODO DE INCUBACIÓN Y COMUNICABILIDAD El periodo de incubación es el tiempo entre la exposición al organismo y la aparición de los primeros síntomas de la enfermedad. Los organismos que se multiplican con rapidez y producen infecciones locales, como la gonorrea y la influenza, se asocian con periodos cortos de incubación (p. ej., 2-4 días). Las enfermedades como la fiebre tifoidea, que dependen de contagio hematógeno y multiplicación del organismo en órganos blanco distantes para producir síntomas, a menudo tienen periodos de incubación más largos (p. ej., 10 días a 3 semanas). Algunas enfermedades tienen periodos de incubación incluso más largos debido al tránsito lento del organismo infeccioso hacia el órgano blanco, como en la rabia, o por el lento crecimiento del organismo, como en la tuberculosis. Los periodos de incubación de un agente también pueden variar ampliamente dependiendo de la vía de adquisición y la dosis de infección; por ejemplo, el periodo de incubación para la infección por hepatitis B puede variar desde unas cuantas semanas hasta varios meses. La comunicabilidad de una enfermedad en la que el organismo se arroja en las secreciones puede ocurrir principalmente durante el periodo de incubación. Incluso en otros casos, los síntomas se relacionan más con la respuesta inmunitaria del hospedador que con la acción del organismo y, en consecuencia, es posible que el proceso de la enfermedad se amplíe más allá del periodo en el que el agente etiológico puede aislarse o contagiarse. Algunos virus pueden integrarse en el genoma del hospedador o sobrevivir mediante la replicación muy lenta en presencia de una respuesta inmunitaria. La infectividad y virulencia inherentes de un microorganismo también son determinantes significativos de las tasas de ataque de la enfermedad en una comunidad. La dosis infecciosa de un organismo también varía según los diferentes microorganismos y, por ende, influye en la probabilidad de infección y desarrollo de la enfermedad. VÍAS DE TRANSMISIÓN Diversas infecciones transmisibles pueden adquirirse de otros individuos a través del contacto directo, por transmisión en aerosol de las secreciones infecciosas o por vía indirecta a través de objetos o materiales inanimados que estén contaminados. Estas vías de contagio se conocen con frecuencia como transmisión horizontal, en contraste con la transmisión vertical, que es de la madre al feto. Las principales vías de transmisión horizontales de las enfermedades infecciosas son: Contagio por vías respiratorias Muchas infecciones se transmiten a través de las vías respiratorias, a menudo por la formación de aerosoles con las secreciones respiratorias que son inhalados posteriormente por otro individuo. A menudo, las secreciones respiratorias se transmiten en las manos o en objetos inanimados (fomites) y pueden llegar de este modo a las vías respiratorias de otros individuos. Por ejemplo, el contagio del resfriado común puede implicar la transferencia de secreciones infecciosas de la nariz a la mano del individuo infectado, con transferencia a otras personas por medio del contacto mano a mano y, después, de mano a nariz en la confiada víctima. Contagio por la saliva Algunas infecciones, como el herpes simple y la mononucleosis infecciosa, pueden transferirse de manera directa mediante el contacto con saliva infectada a través del beso. La transmisión de secreciones infecciosas por contacto directo con la mucosa nasal o con la conjuntiva explica con frecuencia la rápida diseminación de agentes, como el virus sincitial respiratorio y el adenovirus. En estos casos es posible reducir el riesgo de propagación por medio de medidas higiénicas simples, como lavarse las manos. Contagio fecal-oral El contagio fecal-oral implica propagación directa o de dedos a boca, el uso de heces humanas como fertilizante o la contaminación fecal de alimento o agua. Algunos virus diseminados a través de la vía fecal-oral infectan y se multiplican en las células bucofaríngeas y después se diseminan a otras partes del cuerpo para provocar infección. No obstante, los organismos que se propagan por esta vía por lo común se multiplican en las vías intestinales y pueden producir infecciones intestinales. Por ende, deben ser capaces de resistir el ácido del estómago, la bilis y las enzimas gástricas y del intestino delgado. Muchas bacterias y virus envueltos mueren rápidamente en estas condiciones, pero los miembros de las enterobacterias y los patógenos virales intestinales sin envoltura (p. ej., los virus entéricos) tienen más probabilidades de sobrevivir. Transferencia de piel a piel La transferencia de piel a piel ocurre con una variedad de infecciones en las que la piel es el portal de acceso, como la espiroqueta de la sífilis (Treponema pallidum), cepas de estreptococos del grupo A que causan impétigo y los hongos dermatófi tos que causan tiña y pie de atleta. En la mayoría de los casos, es probable que esté implicada una cortadura inadvertida en el epitelio como entrada de la infección. Otras enfermedades pueden diseminarse a través de fomites, como toallas que se comparten o regaderas y pisos de baño que no se han limpiado en forma adecuada. Transmisión sanguínea La transmisión sanguínea de la infección a través de insectos vectores requiere de un periodo de multiplicación o alteración dentro de un insecto vector antes de que el organismo pueda infectar a otro hospedador humano. La transmisión directa de persona a persona a través de la sangre se ha vuelto cada vez más importante en la medicina moderna debido al uso de transfusiones sanguíneas y de productos de la sangre y el aumento en la autoadministración de drogas ilícitas por medio de inyecciones intravenosas o subcutáneas en las que se comparten equipos no esterilizados. Los virus de hepatitis B y C, al igual que el VIH, se transmitieron con frecuencia por esta vía antes de que se instituyeran pruebas de detección en sangre. Transmisión genital La transmisión de enfermedades por vía genital ha surgido como uno de los problemas infecciosos más comunes y refleja los cambios en las costumbres sociales y sexuales. El contagio puede ocurrir entre una pareja sexual o de madre a lactante durante el parto. Uno de los principales factores en estas infecciones ha sido la persistencia, las elevadas tasas de portación asintomática y la frecuencia en la recurrencia de organismos como Chlamydia trachomatis, el citomegalovirus (CMV), el virus de herpes simple y Neisseria gonorrhoeae. Transmisión ocular Las infecciones de la conjuntiva pueden ocurrir de manera epidémica o endémica; pueden ocurrir epidemias de adenovirus y conjuntivitis por Haemophilus, que son muy contagiosas. La enfermedad endémica principal es el tracoma, causado por Chlamydia, que sigue siendo una causa común de ceguera en países en desarrollo. Estas enfermedades se pueden transmitir por contacto directo a través de equipo oftalmológico o por secreciones transmitidas en las manos o en fomites como toallas. Transmisión zoonótica Las infecciones zoonóticas son por contagio de animales, donde tienen su reservorio natural, a humanos. Algunas zoonosis como la rabia se contraen en forma directa por la mordedura del animal infectado, en tanto que otras se transmiten por vectores, en especial artrópodos (p. ej., garrapatas, mosquitos). Las infecciones en humanos contraídas por picadura de las pulgas de las ratas pueden producir neumonía que, entonces, puede transmitirse a otros individuos a través de la vía respiratoria por gotas en aerosol. Transmisión vertical Ciertas enfermedades pueden transmitirse de madre a feto a través de la barrera placentaria. Este modo de transmisión involucra organismos como el virus de la rubéola que quizá esté en el torrente sanguíneo de la madre. Este modo de transmisión puede ocurrir en diferentes etapas del embarazo con distintos organismos. Otra forma de transmisión de madre a hijo ocurre por contacto durante el parto con los microorganismos, como en el caso de los estreptococos del grupo B, C. trachomatis y N. gonorrhoeae, que colonizan la vagina. El virus de herpes simple y el CMV pueden contagiarse tanto a través de métodos verticales, ya que pueden estar presentes en la sangre, como por colonización del cuello del útero. EPIDEMIAS La caracterización de las epidemias y su reconocimiento en una comunidad implican diversas medidas cuantitativas y algunas definiciones epidemiológicas específicas. En términos epidemiológicos, la infectividad significa la tasa de ataque y se mide como la frecuencia con la que una infección se transmite cuando existe contacto entre el agente y un individuo susceptible. El índice de enfermedad de una infección puede expresarse como el número de personas que desarrollan el padecimiento dividido entre el total de personas infectadas. La virulencia de un agente puede estimarse como el número de casos fatales o graves por el número total de casos. La incidencia, que es el número de nuevos casos de una enfermedad dentro de un periodo específico, se describe como una proporción en la que el número de casos representa el numerador y el número de personas en la población bajo vigilancia es el denominador. En general esto se normaliza para reflejar un porcentaje de la población afectada. La prevalencia, que también se puede describir como una proporción, se emplea principalmente para indicar el número total de casos existentes en una población en riesgo en un momento específico. Los prerrequisitos para la propagación de una epidemia de una persona a otra son un grado suficiente de infectividad para permitir que el organismo se contagie, suficiente virulencia para que un aumento en la incidencia de la enfermedad se vuelva evidente y un nivel suficiente de susceptibilidad en la población hospedadora para permitir la transmisión y amplificación del organismo infeccioso. Los factores del hospedador, como la edad, predisposición genética y estado inmunológico, pueden influir en forma notable las manifestaciones de una enfermedad infecciosa. La exposición previa de una población a un organismo puede alterar el estado inmunológico y la frecuencia de adquisición, la gravedad de la enfermedad clínica, y la duración de una epidemia. Por ejemplo, el sarampión es sumamente infeccioso y ataca a los miembros más susceptibles de una población expuesta. En ocasiones surge una epidemia por un organismo contra el que la inmunidad está esencialmente ausente en una población y porque tiene una mayor virulencia o parece tenerla debido a la falta de inmunidad. Cuando tal microorganismo es sumamente infeccioso, la enfermedad que causa puede volverse pandémica y generalizarse a todo el mundo. Uno de los principales aspectos de las enfermedades epidémicas graves es su frecuente asociación con la pobreza, la desnutrición, los desastres y la guerra. La asociación es multifactorial e incluye hacinamiento, alimentos y agua contaminados, un aumento en los artrópodos que son parásitos de los humanos, y la reducción en la inmunidad que puede acompañar a la desnutrición grave o ciertos tipos de estrés crónico. Los hospitales no están inmunes a las enfermedades epidémicas que ocurren en la comunidad y la asociación de personas o de pacientes infectados con aquellos individuos que están inusualmente susceptibles debido a una enfermedad crónica, terapia inmunosupresora, o uso de catéteres y sondas vesicales, intratraqueales o intravasculares, provoca brotes epidémicos. El control depende de las técnicas del personal médico, higiene de la institución y vigilancia eficiente. Control de epidemias El primer principio del control es el reconocimiento de la existencia de una epidemia. A veces este reconocimiento es inmediato debido a la alta incidencia de la enfermedad, pero a menudo la evidencia se obtiene de actividades de vigilancia continua, como los informes rutinarios a las secretarías o departamentos de salud y registros de ausentismo escolar y laboral. Después deben adoptarse medidas para controlar el contagio y el desarrollo de infección adicional. Estos métodos incluyen: 1. Bloquear en lo posible la vía de transmisión (p. ej., mejorar la higiene en la preparación de alimentos o controlar los artrópodos). 2. Identificar, tratar y, en caso necesario, aislar a los individuos infectados y a los portadores. 3. Elevar el nivel de inmunidad en la población no afectada a través de inmunización. 4. Utilizar en forma selectiva la profilaxis farmacológica para los sujetos o poblaciones en riesgo específico de infección, como en las epidemias de infección por meningococo. 5. Corregir las condiciones como el hacinamiento o la contaminación de los acuíferos que han conducido a la epidemia o que han facilitado la transferencia. PRINCIPIOS GENERALES DE INMUNIZACIÓN La inmunización es el método más eficaz para dar protección a los individuos y comunidades contra muchas enfermedades epidémicas. La inmunización puede ser activa, con estimulación de los mecanismos inmunitarios del organismo a través de la administración de una vacuna, o pasiva, a través de la administración de plasma o globulina que contenga anticuerpos preformados contra un agente específico. Las vacunas de organismos vivos proporcionan en general inmunidad humoral tanto local como duradera. Las vacunas con organismos muertos o con subunidades de éstos, como la vacuna de la influenza y el toxoide tetánico, proporcionan inmunogenicidad sin infectividad. Los avances recientes en biología molecular y química de las proteínas han traído consigo una mayor sofisticación en la identificación y purificación de agentes inmunizantes específicos y epítopes y en la preparación y purificación de anticuerpos específicos para la protección pasiva. De este modo, la inmunización se está aplicando a un rango más amplio de infecciones.