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Un camino por la historiografía argentina...

Jueves 31 de enero de 2008, por Romina Soledad Bada

Para comenzar

En el siguiente artículo se pretenderá responder porqué las obras de Bartolomé


Mitre con su Historia de Belgrano y de Vicente Fidel López fueron consideradas
como clásicos de la historiografía Argentina por un largo tiempo, teniendo en
cuenta las razones presentadas a tal efecto por Tulio Halperin Donghi y José
Luís Romero. Asimismo observar el tipo de interpretación que Alejandro
Eujanian presenta teniendo en cuenta su eje de análisis y factores que le
permiten argumentar sus tesis. Finalmente se responderá a la siguiente
pregunta: ¿cuáles serían los factores para sostener que la Nueva Escuela
Histórica fue el primer espacio sino el único que se constituyó en escuela?.

Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López desde la perspectiva de José Luis


Romero y Tulio Halperin Donghi

En principio, se observa a un Halperin Donghi que parece ser un historiador


tradicional, anclado en modelos historiográficos clásicos (Anales), fácilmente
individualizables, con una crítica un tanto irónica, pero en nuestro caso
supongo que la ironía no es sólo un arma retórica, ella es mucho más
profundamente uno de los elementos constitutivos de lo que se podría llamar la
visión o la filosofía de la historia que subyace en su obra o en cualquier obra.

En cambio en José Luis Romero se observa a un historiador que tiene una


profunda comprensión de la historia argentina (con esto no quiero decir que
Halperin no la tenga), parece honesto y prudente, democrático en el estilo, para
nada panfletario ni irónico en su interpretación.

Pero independientemente de estas leves diferencias, ambos autores utilizan


lineamientos básicos comunes a la hora de abordar el análisis de Bartolomé
Mitre y Vicente Fidel López.

En el caso de López, ambos autores marcan las distintas etapas formativas de


su vida intelectual y personal, con los diferentes elementos que terminaron
influenciando en su vida (Romanticismo, lecturas de Niebuhr, de Michelet y
Thierry, de Guizot, la novela histórica de Walter Scott, etc.) y que hicieron del él
un historiador muy singular, con grandes preocupaciones y lecturas, con una
fuerte evocación literaria llevada a sus últimas consecuencias, en donde no
necesitaba de documentos para elaborar alguna obra, le bastaba la
imaginación (él la llamaba “filosofía”) para evocar y comprender todo lo
ocurrido. Era o fue sin duda un escritor de gran estilo, que sabía dar vida,
colorido y movimiento a sus personajes.

Asimismo se puede decir que se formó en las filas de los filósofos de la historia,
lugar que él llamaba escuela fatalista (desde aquí se puede aclarar su postura
historiográfica). Según Romero para López la Filosofía de la Historia suponía (y
supone pues es su núcleo) la vigencia de un principio de necesidad en la trama
del desarrollo histórico. Cuando el Romanticismo retomó el problema, insinuó y
desarrolló el principio de la libertad, pero ni en las más altas manifestaciones
de esa tendencia ni aún en las eclécticas, halló en la eterna y vieja antinomia
una superación categórica y convincente: de hecho quedaron los términos del
problema estructurado de tal forma que se constituyeron el tema fundamental
de la Filosofía de Historia. Y es precisamente en esa articulación donde incide
la reflexión de López en cuanto tiene de más interesante. Y dentro de aquellos
fundamentos filosóficos, López afirmó la preeminencia del libre albedrío y no
vaciló en confirmar su disidencia con dicha escuela en cuanto ésta lo negó, per
el mismo se contradice, primero cuando admite una determinación del medio y
luego cuando yuxtapone al libre albedrío, con fundamentos del desarrollo
histórico, un instinto de perfectibilidad que arranca de una raíz psicológica y
crea una constricción de la libertad. De esta contradicción, según Romero, se
nutre toda su concepción, en cuanto tiene de firme y en cuanto tiene de
insegura.

Por otra parte, el interés de López por la Historia proviene de su validez para el
presente. En consecuencia se presenta como un pragmático que espera de ella
lecciones para el patriota, el ciudadano y el hombre moral. Pero el presente
solo adquiere significación encadenado en la línea de desarrollo ininterrumpido
y así como el pasado aclara el presente, también el presente ilumina el pasado
y coadyuva a establecer su coherencia.

Precisamente en estas afirmaciones que se ven en López hacen de él un


historiador genuino que a veces escapa a los planteos rigurosos pero que atina
a percibir la raíz compleja de desarrollo histórico, a pesar incluso de ciertas
limitaciones e insuficiencia que se evidencias en sus obras (como aclara
Halperin), limitaciones éstas donde puede hallarse hasta la virtud mas alta de
él, mientras no se busque en su Historia lo que ya se sabe que no ha de
encontrarse en ella: un relato eruditamente objetivo, un relato no centrado en la
historia de un municipio y del grupo que lo gobernaba. Porque López no hace
historia erudita, objetiva ni nacional (como Mitre), sino hace una historia de un
grupo de hombres cuyos ideales han muertos junto con ellos.

En el caso de Bartolomé Mitre, dice Halperin Donghi, en su Historia de


Belgrano quiere ser todo lo que López no es, por eso con Belgrano Mitre
elabora una la historia objetiva, documentada, científica, de los tiempos
argentinos. Hasta entonces la narración adjetiva a lo Guizot con sus
evocaciones y filosofías había sido la imperante. Ahora la historia dejaba de ser
un género literario exclusivamente, para tomar, por lo menos, el método de las
ciencias. Pues como todas las ciencias se proponía conocer y comprender una
parte de la realidad; el de la Ciencia Histórica era conocer el pasado social.

No puede decirse que el Belgrano fue un modelo de historia objetiva: tiene


insalvables lagunas de información y fallas gravísimas de interpretación (como
lo demostraría al poco tiempo Vicente Fidel López) porque Mitre no era un
historiador sino un político, o un general, o un poeta, o un periodista, en sus
múltiples actividades; cada una de cuyas deformaciones profesionales deja su
huella en el libro. Pero, con todo, era el primer ensayo serio de hacer historia
crítica.
Asimismo Mitre da cuenta del pasado, del presente y del futuro. Su imagen del
nacimiento de la nacionalidad no sólo integra los distintos planos de la realidad
histórica (ente ellos los ignorados o evocados ocasionalmente por López) en un
proceso unificado en torno al ético-político; en éste es capaz de mostrar el
surgimiento de la nacionalidad como el fruto de la acción de todas las que a
través de sus choques cooperan en ese resultado que por otra parte las
excede. Está claro que se revela en la Historia de Belgrano la súbita madurez
alcanzada por la historiografía argentina: en ella se manifiesta también en la
perfecta correspondencia entre las ideas orientadoras y el trabajo de
indagación erudita que aparece constantemente guiados por ella, y es a la vez
exhaustivo y capaz de marginar con pulso seguro los elementos de hechos que
para el propósito de la obra resultarían superfluos.

Con esta misma convicción Romero expresa que Mitre se conocerá por sus
obras. Su pensamiento de historiador genuino está implícito en su labor como
tal, en su Historia de Belgrano y de San Martín, pero también en sus artículos
periodísticos, en sus discursos de circunstancias, en sus esquemas de trabajos
históricos que no llegó a realizar, pero que contienen en potencia cuadros de la
época de la magnitud de aquellos que han hecho su prestigio. Definitivamente,
dice este autor, Mitre constituye un clásico, porque si hay clásicos en las
ciencias históricas, su perfección consistirá en el ajuste entre el pasado y el
presente que él alcanza con penetración singular: la Historia se hizo con él
conciencia histórica, firme y segura.

Mitre, sostiene Romero, era un hombre reflexivo y un hombre de acción, tenía


la mente clara y una voluntad poderosa que sabía poner al servicio de sus
convicciones. Era un hombre de Buenos Aires y el patriarca de la Nación, y su
palabra adquirirá con los años una extraña resonancia, en la que algo parecía
indicar que hablaba por su boca una lejana y misteriosa sabiduría, por eso fue
escuchado, inspiró a muchos núcleos dirigentes e influyó vigorosamente sobre
la opinión pública, que vio en él un ejemplo de la virtud ciudadana y de saber
maduro. Pero un día murió, como muere un padre amado, cuya voz no se
quería dejar de oír y cuya leyenda comienza a enturbiar su historia humana.
Tiempo es ya de que volvamos a ver en él (para la lección de nuestro tiempo)
al luchador de buenas causas y al arquetipo de una nación que queda todavía
sin construir.

Decididamente, desde la aparición de sus obras y casi hasta ayer, Mitre y


López ofrecieron los términos de referencia frente a los cuales creyeron
necesario definirse los historiadores argentinos, por esa razón y por todo lo
explicitado anteriormente se consideraron clásicos de la historiografía argentina
por un largo tiempo.

Interpretación y Análisis de Alejandro Eujanian

La intención de este autor es determinar el rol que la crítica cumplió en el


proceso de conformación de una campo profesional en la historiografía
argentina a partir de las últimas décadas del siglo XIX, centrando su atención
en la etapa caracterizada por la emergencia de la crítica historiográfica en
nuestro país que abarca las polémicas que enfrentaron a Bartolomé Mitre y
Dalmacio Velez Sarsfield en 1864 y la que, 1881-1882, opuso a Mitre y Vicente
Fidel López.

Su hipótesis es que frente a la ausencia de canales académicos destinados a


legitimar tanto las obras como a los hombres que las ejecutaron, la crítica
historiográfica se convirtió en el medio privilegiado para dirimir problemas
vinculados a la competencia y legitimidad de aquellos que compartían el interés
por dilucidar hechos del pasado o, con mayor ambición, desentrañar la trama
que permitiera develar la verdad oculta tras esos hechos.

El análisis de las polémicas le sirve en pro a su objetivo ya que puede


establecer de qué modo la crítica, vehiculizada por intermedio de la prensa
primero y las revistas culturales luego, se convertirá en un eficaz instrumento
de consagración y disciplinamiento que, a la vez que contribuía a fijar las reglas
de un oficio y las prácticas que lo regían, y en cada uno de esos actos, ella
misma se constituía y autolegitimaba.

Parte Eujanian del problema que se denominó como políticas de interpretación,


ya que lo que estaba en juego en estas polémicas era la autoridad que el
historiador reclamaba frente a las elites políticas, la sociedad y, también con
respectos aquellos cuyo campo de estudio compartía, pero frente a los cuales
intentaba afirmar su preeminencia y status.

Plantea que en la segunda mitad del siglo XIX, el surgimiento de la crítica


histórica estuvo asociada a un conjunto de transformaciones de la esfera
política y cultural: (1) necesidad de dotar de una legitimidad histórica y jurídica
al Estado Nacional con relación a los Estados provinciales y países limítrofes,
contribuiría a otorgar un status social y científico a la historiografía, al mismo
tiempo que ésta proveía una norma de realismo tanto al pensamiento como a la
acción política; (2) el Estado actuaba como soporte de una rearticulación de las
relaciones entre intelectuales y poder político y (3) el surgimiento y
consolidación de una conciencia propiamente historiográfica no era ajeno al
proceso de constitución de la literatura como una esfera particular de la
producción cultural.

En este marco, se propone Eujanian analizar las dos polémicas más


importantes desde el punto de vista historiográfico como dos momentos de un
mismo proceso en donde hay continuidades, pero también desplazamientos
que él desea indagar con el fin de determinar en qué medida la crítica
historiográfica contribuyó a la especialización de la disciplina histórica respecto
a otras ramas del conocimiento (literatura), a la fijación de reglas y prácticas del
trabajo del historiados; a la definición de formas de autorrepresentación en
relación con la disciplina y su función como historiador y finalmente a
consolidar un espacio diferenciado del campo político, verificando la existencia
de punto de fricción en aquellas zonas en las que códigos, conductas y
prácticas se superponían.

En el debate Mitre y Velez Sarsfield observa el autor el papel que desempeña


la interpretación del pasado como núcleo central del mismo, desplazándose la
discusión al problema de la verdad y en consecuencia al rol de los documentos
en su doble faz constructiva y demostrativa de los argumentos en pugna. Lo
que destaca el autor es que Mitre logró en el debate construir su autoridad no
en base a la posición que ocupaba en la escena política sino dentro de los
límites de una labor basada fundamentalmente en la valoración y crítica de
documentos históricos.

Con respecto al debate Mitre y López, el contexto en que se dio cambió


notablemente por lo tanto la historiografía otorgaba legitimidad jurídica e
ideológica a un tema fuera de discusión: la preexistencia de una nación y, por
lo tanto, la de su preeminencia sobre los estados provinciales. Ambos
cuestiones aparecen como una suerte de sentido común historiográfico que
quedaba fuera de cualquier disputa. Además ninguno de los protagonistas
ocupaba un lugar prominente en la escena política, la prensa ya no era el
soporte material de la disputa ni tampoco el público al que ella interpelaba el
sujeto que se pretendía legítimamente de los argumentos. Sin embargo,
señaladas estas diferencias y tomada la polémica como un enfrentamiento
entre una historia filosófica frente a una historia en la que no se daba un paso
sin el aval de los documentos, carece de originalidad y no justifica el carácter
fundacional que le ha atribuido la historiografía contemporánea.

En este debate cuando se pretendió poner en tela de juicio la veracidad de los


textos, la crítica aparecía legitimada como instancia privilegiada para conferir
autoridad tanto a las obras como a sus autores. Al tiempo que, presentada
como un derecho y una condición de la vida intelectual y aceptada como
criterio de validación e incluso como un estímulo para la lectura, la pretendía
alejada de los lazos personales y, por lo tanto, ya no regida por los rencores ni
tampoco por la actitud complaciente de sus amigos. Aun reconociendo que la
práctica de la crítica en el periodo careció de estas consideraciones, eso no
sólo no invalidaba sino por el contrario justificaba el hecho de que fuese
concebida como un arma cuya posesión garantizaba la consagración de unos
en detrimento de la condenación de otros.

Para concluir Alejandro Eujanian sostiene que en las polémicas mencionadas


entendidas como acontecimientos que remiten a determinadas condiciones de
producción, se observa que la crítica irá definiendo un campo de batalla cada
vez menos ligado a problemas de tipo interpretativo – aspecto que se halla en
el centro del debate Mitre y Velez Sarsfield – y ello no porque la interpretación
dejara de estar en cuestión sino porque cada vez más se vería subordinada a
la legitimidad y grado de autoridad de aquel que la promovía. Al tiempo que se
pasaba de una crítica, sin dejar de ser valorativa, comenzaba a adquirir rasgos
normativos y, con ello, a influir en la fijación de reglas al trabajo del historiador.
Pero de todos modo, expresa Eujanian, la crítica contribuirá a la delimitación de
un espacio que, particularmente después de Pavón, comenzará a percibirse
parcialmente diferenciado y especializado. Y finalmente es con Paul Groussac
cuando la crítica va a parecer como un arma cuyo uso remita a un espacio y a
una autoridad consciente de su potencialidad normativa. Allí la crítica adquirirá
un carácter institucional, transformándose en uno de los dispositivos
fundamentales de disciplinamiento de la práctica historiográfica.

La Nueva Escuela Histórica


En primer lugar, la Nueva Escuela Histórica fue considerada como la única
escuela porque precisamente aparece ésta como un centro de aprendizaje
emprendido en conjunto por los nuevos historiadores, donde existen elementos
unificadores comunes dentro de su metodología de trabajo. En segundo lugar,
porque permite la profesionalización de la historia, propiciando, en
consecuencia, el surgimiento de la figura del escritor profesional. En tercer
Lugar porque los historiadores de esta Nueva Escuela fueron quienes
conformaron nuevos espacios institucionales e impulsaron una imagen de
historiador profesional en conflicto con otras disponibles para la misma época.
En cuarto lugar porque permitió consagrar los canales propiamente
académicos de consagración y legitimación de la labor profesional y de la
autoconsagración de un grupo, aquel que se consideraba parte de una nueva
escuela histórica en la Argentina y, al propio tiempo, de construcción de una
tradición de la que podían sentirse como legítimos herederos. En quinto lugar
porque se privilegió la recolección de documentos por intermedio de una
rigurosa crítica de los mismos a través de un conjunto de técnicas
preestablecidas. En sexto lugar porque se buscó delimitar un campo de
estudio, es decir, separar la Historia de la Literatura. En séptimo lugar porque
se utilizaba una metodología específica, la llamada “metodología histórica” y se
buscaba la objetividad por sobre toda las cosas. En octavo lugar porque las
normas de la objetividad contribuyeron a integrar dentro de un campo común a
los historiadores y estabilizar las reglas de su oficio. En noveno lugar porque la
monopolización del ejercicio de la crítica y el disciplinamiento de su práctica era
un imperativo moral para el ejercicio de la profesión y décimo lugar porque
existía un compromiso social respecto no sólo al método objetivo por
excelencia sino a los modos y medios a través de los cuales su conocimiento
podía eventualmente ser puesto en duda.

Notas:

Profesora de Historia. Adscripta a la cátedra Historia Americana Actual en la


Universidad Nacional de Río Cuarto (Cba. - Argentina).

Bibliografía

  Eujanian, A.: El surgimiento de la crítica. En Cattaruzza, A. Y Eujanian, A.:


Políticas de la historia Argentina 1860 – 1960. Alianza, Bs. As. 2003.

  Eujanian, A.: Paul Groussac y la crítica historiográfica. En Cattaruzza, A. Y


Eujanian, A.: Políticas de la historia Argentina 1860 – 1960. Alianza, Bs. As.
2003.

  Halperin Donghi, T.: Ensayos de Historiografía. Ediciones El cielo por asalto.


Bs. As. 1996.

  Pagano, N. Y Galante, M.: La Nueva Escuela Histórica. Una aproximación


institucional, del Centenario a la década del 40. En Buchbinder, P. Y Otros: La
historiografía argentina en el siglo XX (I). Centro Editor de América Latina.
1993.
  Romero, José Luis: Vicente Fidel López y la idea de desarrollo universal de
la historia. En Romero, J. L.: La Experiencia Argentina y otros ensayos. Taurus.
Bs. As. 2003.

  Romero, José Luis: Mitre, un historiador frente al destino nacional. En


Romero, J. L.: La Experiencia Argentina y otros ensayos. Taurus. Bs. As. 2003.

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