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Las virtudes que hay en estas definiciones es que son variadas. Por ejemplo, Kroeber
habla del estilo de manera estética, clasificándolo como un término de posibilidades en
donde se pueden clasificar la vestimenta, los adornos y accesorios del cuerpo. Esto
elementos hacen que en una obra la pintura sea llamativa y de cuenta de un momento
histórico. Por ejemplo, cuando vemos pinturas de retratos del S. XVIII, podemos ver a
los hombres con grandes gabardinas (si podemos llamarles así a estas ropas de manera
coloquial) y con pelucas blancas, lo que nos habla de una forma de vestir de un época
muy distinta a la que vivimos.
Este autor también habla de que el estilo se extiende a las formas de ejercer una
actividad de resultados prácticos, como la gastronomía, en donde el estilo pasa a
formar una cultura distinta que fusiona distintos ingredientes para dar vida y sabor a un
platillo típico de alguna región.
Otros autores hablan del estilo como un proceso histórico que se va perfeccionando a
partir de distintas aportaciones técnicas que reflejan personalidad y forma de pensar de
quien ejecuta la obra de arte.
Los defectos que tendrían estas definiciones recaerían en que son varias cuestiones las
que se reúnen para tratar de explicar el estilo, lo que puede resultar algo confuso pero
es comprensible debido a que, como comente en un principio, no es un término
definido como tal.
Fuentes de consulta:
Bialostocki, Jan (1973). “El problema del modo en las artes plásticas” en Estilo e
iconografía. Contribución a una ciencia de las artes. Barral Editores. Pp. 13-38