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Instituto de Historia
Pontificia Universidad Católica de Chile
LEoxaRDo Lpóx*
ABSTRACT
This article presents a detailed account of the conflictive relationship that evolved
between the chilean lower classes and the elite during the first phase of the war of
Independence ( 1810- 18 l4). Based upon a wide range of documents, the author
demonstrates that the deep schims which divided the social body during the
nineteenth century had its roots in tho se early days of the Republic. It focuses its
atention on the military aspects, examining both the forced recruitmen of peasants
and inquilinos from the haciendas and its subsequent dessertion from the warring
armies. Neither patriots nor monarchists, the lower classes showed their
determination to remain outside the civil war. Thus, they became an imp ortant
third party in the eonflict, under the guise of montoneros and bandits, that
continued fighting against the national authorities well after the Independence
wars had ended.
atribuía a los peones hicieron crisis cuando los dos bandos combatientes aumenta-
ron sus exigencias sobre ese vasto sector, demandándole más productividad en las
haciendas y obrajes, mayor estabilidad en sus formas de vida y una activa y entu-
siasta colaboración en el plano militar. Si hasta allí, y por más de un siglo, la gente
pobre había cultivado su existencia de afuerinos, se había automarginado del Esta-
do y había insistido en vagabundear por la tierra, ¿por qué habría de cambiar su
conducta ancestral ante una repentina demanda de la elite?2.
Para los representantes del monarca, la guerra englobaba principios, intereses y
expectativas que no estaban dispuestos a ceder con facilidad, especialmente cuando
las reformas tributarias, comerciales y administrativas de los borbones comenzaban
a dar sus primeros frutos. Para los patricios del reino la guerra también era crucial,
pues con la derrota arriesgaban la pérdida total del poder, de sus riquezas e, inclu-
so, de sus vidas. "La ambición del mando", escribió un fraile realista en 1815,
refiriéndose a los líderes de la elite, "como fiebre voraz les abrazaba el cora-
zótt..."3 Pero debemos preguntarnos, ¿era igualmente crucial la revolución para la
plebe? En realidad, frente a los acontecimientos que se desataron con tanta fuerza
y violencia a partir de 1810, los sectores populares permanecieron indiferentes. En
Concepción, a fines de 1813, al momento de ser ejecutado un grupo de cinco
peones, una de las víctimas confesó "que no solo no sabía la causa de su muerte,
pero ni tampoco si había o no guerra, ni por qué razón..."4 Esta indiferencia del
bajo pueblo y el creciente abismo que surgió entre este y el liderazgo patriota
fueron acaso los factores más importantes en la derrota de los insurgentes, que
culminó en Rancagua a principios de octubre de 1814; también sirvieron como
importantes ingredientes en el posterior proceso de restauración monarquista. En
efecto, la persistencia en la memoria colectiva del descalabro económico, social y
moral que vivió el país desde el inicio de la revolución en septiembre de 1810
Ilevó al general realista Mariano Osorio a escribir al momento de asumir el mando
en Santiago: "Cuatro años, diecisiete días ha llorado Chile una revolución, que
principió con injusticias, continuó con tiranías y terminó con crueldad"s.
armas contra sus propios hermanos. La virtual guerra civil producía espanto, divi_
siones y anarquía. A ello se sumó el creciente caos político qr" p.oro.ó la ruptura
entre diferentes fracciones de la elite y su innata tendencia a debatir los más
afiebrados proyectos políticos, proyectando una imagen de desconcierto y falta de
autoridad. "Todos se creían gobernantes", escribió con amargura Manuel José Gan_
darillas algunos años más tarde, "y ninguno quería ser gobernado,,ll. No sin razón,
un testigo realista de la época describió a los líderes de la insurrección patriota
como "mandones e ilusos"12. De igual forma, el virrey Abascal denunció en abril
de 1813 a los jefes patriotas como un grupo reducido de ,.egoistas que abrigando
ambiciosos planes de mando, encendían en su patria las rivalidad., y puriidor,
llevándola a la ruina y desolación...,'13. Al capturar la ciudad de Santiago, el 5 de
octubre de 1814, las autoridades monarquistas continuaron desprestigiando a los
líderes de Ia emancipación, a quienes describieron con los epítetos de ..almas in_
quietas, ambiciosas o alucinadas... quiméricos... monstruos de iniquidad... ambi_
ciosos y tumultuarios"l4.
El creciente desprestigio del liderazgo patriota y el colapso de las antiguos
mecanismos de control social, proporcionaron al peonaje la oportunidad para-des_
plegar su crónica insubordinación, su espíritu pícaro y su crónica falta de respeto.
"A más de la escasez de bagajes,', escribió en su Diario de campaña el mayor
general Francisco Calderón al describir el desplazamiento del ejército de
O'Higgins hacia Concepción a mediados de marzo de lgl4, .,uno de los arrieros se
llevó en la noche 15 mulas"15. eue la víctima principal de este atentado haya sido
una de las máximas autoridades del gobierno nacional demuestra la descarada
conducta que asumió el populacho frente a quienes, en su opinión, no dejaban de
ser meros caudillos. "Estos milicianos del campo',, escribió el letrado cronista José
Rodríguez Ballesteros, "son propios para las armas, y por naturaleza buenos solda_
dos para campaña, pues su clase conserva la sangre araucana..,',16
¿Por qué el bajo pueblo chileno decidió marginarse del enfrentamiento que
dividía a la aristocracia? Diversos autores coinciden en describir la ausencia de
reformas sociales, políticas o económicas que modificaran las condiciones de vida
del bajo pueblo durante la administración borbona. por el contrario, como han
demostrado investigaciones recientes, la modalidad del trabajo forzado a ración y
sin sueldo fue mucho más que un símbolo de los ruevos aires autoritarios qul
soplaban en los pasillos del gobierno imperial: en medio de un riguroso proceso de
r7 Pedro Burgos, Violencia en el norte chico: los delitos\de homicidio y lesiones en la Villa de
San Felipe el Real y en el asiento de minas de Petorca 1750-1800 Tesis para optar al grado de
Licenciado en Humanidades con mención en Historia, Universidad de Chile, 1995; María Paz Arrigo-
rñaga, El band.olerismo en Colchagua durante el siglo XVIil. Tesis para optar al grado de Licenciado
en Antropología, Universidad de Chile, 1986.
r8 John Lynch,The Spanish American revolutíons, 1808-1826 London, 1973; Sergio GrezT-, De
la regeneración del bajo pueblo a la Huelga General, 1810'1880 Santiago, 7999,' Arnold Bauer,
"sociedad y potítica rural chilenas en un enfoque comparativo", Proposiciones 19, 1990; José Bengoa,
Et poder y la subord.ínación. Acerca del origen rural del poder y la subordinación en Chile 2 Vols.,
Santiago, 1988.
19 Marcelo Carmagnani, Les mecanismes de la vie economique dans une societe coloniale: Le
Chile, 1680-1830 Paris, 1973; Gabriel Salazar, Labradores, peones y proletarios. Formación y crisis
de la socieclad popular chilena Santiago, 1985; Rolando Mellafe, "Latifundio y poder rural en Chile
de los siglos XVII y XVI[", Cuadernos de Historia No 1, Santiago, 1982, 87-108; Arnoldo Pacheco,
"La economía de una sociedad tradicional: propiedad rural en Concepción, siglo XVIII", en J. G.
Muñoz, editor, El Agro Colonial, Serie Quinto Centenario, Universidad de Santiago, 1992.
20 Manuel de Salas, "Oficio de la Diputación del Hospicio al Excelentísimo señor don Luis
Muñoz de Guzmán, gobernador y capitán general del reyno, en que se proponen medidas para arbitrar
recursos con que sostener el establecimiento (¿1804?)", en Sergio Grez, La cuestión social en Chile.
Ideas y debates precursores, I 804- I 902 S antiago, 1995, 45.
LEONARDO LEÓN I RECLUTAS FORZADOS Y DESERTORES DE LA PATRIA:
251
dirigida a los penquistas, "y que tenéis un alma racional que os distingue de los
brutos, con quienes os iguala1..."2l
El bando monarquista tampoco ofreció grandes cambios. ,,Estos valerosos y
sufridos soldados", apuntó a modo de epílogo de la patria Vieja el coronel realista
Antonio Rodríguez Ballesteros, al referirse a los contingentes que engrosaron los
ejércitos de Antonio Pareja, Gabino Gaínza y Mariano Osorio, .,que abandonaron
sus hogares y sus familias y derramaron su sangre en el servicio del Rey, siempre
desnudos y llenos de miseria, unos sin brazos, otros sin piernas y todos llenos de
contusiones, impedidos totalmente para trabajar en lo sucesivo y para mantener sus
mujeres y un crecido número de hijos, fueron inhumanamente despedidos del ser_
vicio..."22 Sin embargo, antes de morir o de verse obligados a sobrevivir como
pordioseros, siempre quedaba para el peonaje la posibilidad de fugarse o desertar,
dejando en los comandantes el amargo sabor que causa la traición en el campo de
batalla. No sin razón, una de las frases más utilizadas por los comandantes de la
época fue señalar que "la mayor parte de las milicias se habían desertado...,,23
El beneficio que la revolución independentista reportó al bajo pueblo fue prácti_
camente nulo; peor aún, la liberación del tutelaje madrileño permitió que la aristo_
cracia chilena comenzara a ejercer su poder sobre los plebeyos sin las salvaguar_
dias jurídicas que les había brindado el antiguo sistema monárquico. Así,
confrontados con la opción de sumarse a los bandos en pugna, irrumpió el bajo
pueblo desempeñando su nuevo rol de desertor o bandolero. Empero, a diferencia
de sus ancestros -los vagos, ociosos y malentretenidos que asolaron el campo
chileno desde mediados del siglo XVII-, los nuevos tránsfugas portaban armas de
fuego, se movían en gavillas o bandas y habían recibido entrenamiento bélico2a.
Muchos eran experimentados arrieros, cuatreros o salteadores, y no pocos habían
participado en los feroces malones araucanos que asolaron el mundo trasandino.
En común, todos tenían un buen conocimiento del terreno y poseían la habilidad
guerrillera para conformar las primeras montoneras populares. Su afán no era sola_
mente sobrevivir en un medio abiertamente hostil, sino desafiar el poder de la elite.
Por supuesto, durante la Patria Vieja, este fenómeno se manifestó solamente en su
estado embrionario. Alternativamente, y esa fue la posición que asumió la mayor
parte del populacho, muchos hombres de la plebe prefirieron permaneier como
pasivos testigos de las encarnizadas luchas que protagonizabala elite. ,,Grupos de
curiosos, compuestos principalmente de hombres del pueblo y de vendedores del
mercado público", escribió Barros Arana al describir el enfrentamiento que se
produjo enlaPlaza de Armas de Santiago entre patriotas y monarquista durante el
2r Antonio Orihuela, "Proclama revolucionaria" , en Grez, La cuestión social..,, Ob, Cit., 54.
22 José RodríguezB., "Revista de la Guerra de la Independencia de Chile", en C. H. D. I. Ch.
Vol. 6, 215.
23 Juan Mackenna, "Informe sobre [a conducta militar de los Carreras dado en virtud de órden
espedida al
9fe1¡opor el Supremo Director don Francisco de La Lastra, Santiago,20 dejulio de lgl4,,,
en C. H. D. I. Ch, Vol. l, 250.
Mario Góngora, "Vagabundaje y sociedad fronteriza en Chile (Siglos XVI a XIX)", en Estud,ios
de Historia de las ldeas y de Historia Social. Ediciones Universitarias áe Valparaíso, 19g0, 341-390;
Alejandra Araya, Ociosos, vagabundos y malentretenid,os en Chile colonial Dibam, Santiag o, 1999.
258 HISTORIA 35 I 2OO2
regimientos era para el peonaje no más que eso: una tarea, nunca la defensa de un
principio ni de una concepción doctrinaria. Reaparecía en el ejército la vieja rela-
ción de patrones y dependientes bajo la nueva nomenclatura de oficiales y solda-
dos. Todo esto porque el principal objetivo de la elite revolucionaria no consistía
en modificar las condiciones de vida de los de abajo, sino triunfar sobre sus enemi-
gos monarquistas, extirpar sus instituciones y perseguir con brutal encono a todos
los que disintieran de la nueva política oficial. ¿Cómo evaluó estos cambios el
resto de la comunidad? ¿Hasta qué punto la arrogancia del patriciado alienó a la
sociedad civil, haciendo imposible la victoria revolucionaria? Es díficil contestar
estas preguntas sin relevar miles de documentos que han sido hasta aquí ignorados
-entre otros, las causas judiciales, los informes de doctrineros, además de cartas
privadas y testimonios orales que han perdurado en el tiempo-, pero lo que no está
en duda es el hábil manejo que hicieron los realistas de esta suma de errores que
cometió la elite chilena. En su proclama a los habitantes de Santiago de abril de
1813, el virrey Abascal ironizaba sobre el destino final que habían tenido en dos
años "la independencia y libertad a que aspirabais a la discreción y capricho de dos
jóvenes, cuya arbitrariedad y licencia abominaba mucho tiempo antes vuestra reli-
giosidad y pundonor". Carrera y O'Higgins, supuestamente aludidos por el virrey
en su comunicación, no eran ajenos a este concepto tan peculiar de Ia autoridad y
el poder que detentaron en esos días: "En manos de Ud. y mías,,, escribió Carrera
cuando las dos facciones del ejército patriota se enfrentaban al sur de Santiago
mientras Osorio ayanzaba para conquistar la capital, "está la salvación y destruc-
ción de un millón de habitantes..." Tampoco desconocían los patriotas la completa
enajenación que se había creado con el resto del 'pueblo,. José Antonio Irisarri,
uno de los más destacados miembros del liderazgo revolucionario, escribió sin
tapujos en 1813: "Lo que no os podré menos de decir es que Ia voz del pueblo no
es la voz de cuatro tertulianos que proyectan divertir sus pasiones con una escena
de revolución"30.
30
José Antonio Irisarri, El Semanario Republicano,lg de febrero de 1813
260 HISTORIA 35 I 2AO2
identidad entre los reclutas y sus respectivos regimientos. Sin embargo, la falta de
recursos redundó en un continuo incumplimiento de estas reglamentaciones. "No
es ya tolerable el abuso que se ha hecho hasta hoy del reglamento de uniformes y
divisas", puntualizó Carrera en un decreto de septiembre de 1814, notando que "la
falta a su cumplimiento ocasiona una confusión y desarreglo perjudicial a todas sus
clases..."34 De allí en adelante, los sargentos y cabos que no cumplieran con la
obligación de vestir sus atavíos serían rebajados al grado de soldado raso y estos,
de ser sorprendidos sin sus respectivos trajes, serían expulsados del ejército. No
obstante, la realidad era bastante distinta, pues a la cabeza de los bandos comba-
tientes surgían ejércitos improvisados, sin oficiales preparados ni con la suficiente
disciplina que permitiera mantener cohesionadas sus fuerzas. La anarquía institu-
cional, de otra parte, mermaba la capacidad logística y el poder militar de los
patriotas. "El ejército desnudo, las armas en muy mal estado, sin plata, víveres, ni
auxilios", escribió un oficial de las fuerzas comandadas por O'Higgins en los
críticos meses de marzo y abril de 1814, "escasos del todo y la tierra que pisába-
mos enemiga, porque la poseía el godo. Así fue que nos habilitamos con las bayo-
netas, marchábamos con cuanto pillábamos y se amansaban yeguas, potros y hasta
burros para montar la tropa"35.
La escasez de pertrechos, Ia miseria de los recintos y el desarrollo de un am-
biente de corrupción habían sido un mal crónico en el ejército colonial apostado en
la frontera del río Biobío durante casi tres siglos, pero a partir de 1810 estos
problemas se agravaron. "Los problemas del Ejército de Chile", escribió Valdés
Urrutia en un artículo reciente sobre el tema de la deserción, "consistieron en bajos
sueldos, pago irregular y condiciones de operación -sobre todo en el sur- de díficil
superación"36. Al respecto, a fines de la Patria Vieja, cuando el desbande de 1as
fuerzas patriotas era casi un hecho consumado, el propio O'Higgins escribió al
gobierno de Santiago: "Todos los soldados están descalzos... tampoco hay tabaco
ni donde comprarlo... la desnudez en el ejército es grande; hay cantidad de reclutas
fogueados que nunca han tomado vestuario, y no tienen otro que un cotón, calzon-
cillos de bayeta, y muchos hechos pedazos, muchos de los artilleros andan con una
jerga amarrada a la cintura"37. Los soldados del rey, de otra parte, no se encontra-
ban en mejor pie. "Comenzó la tropa a padecer muchas escaseces por la estación
del tiempo", escribió el fraile Juan Ramón al describir el estado del ejército realista
después del tratado de Lircay, "corta ración que se daba a los soldados, y por el
corto sueldo de dos pesos mensuales, que no les alcanzaba para lo necesario a su
subsistencia. Esto los incomodaba tanto que muchos no cesaban de suspirar por,la
libertad..."38 Cuando el brigadier Gabino Gaínza fue enviado desde el Perú para
que reorganizaralas fuerzas leales al rey y diera et golpe final contra los desfalle-
cientes destacamentos patriotas, entre las instrucciones que le dio el virrey Abascal
figuraba de modo prominente la necesidad de que las raciones se distribuyeran
"con equidad y prudente abundancia..." para evitar el desorden y la indisciplina de
la tropa. Similares instrucciones se entregaron al coronel Mariano Osorio quien, en
caso de una rendición de las fuerzas nacionales, debía entrar a Santiago ..para
restablecer en ella el buen orden"39. En otras palabras, en ambos bandos se regis-
traba una falta de recursos y pertrechos, lo que obligaba a los comandantes de las
partidas de ayanzada a obtener por la fuerza lo que rehusaban dispensar voluntaria-
mente los habitantes rurales. Enfrentados a este problema, los reclutas provenien-
tes del bajo pueblo eran doblemente perjudicados, pues no solo debían asumir la
penosa tarea que significaba luchar sin el equipamiento adecuado, sino que tam-
bién debían exponer sus vidas realizando operativos de saqueo. peor aún, el no
pago de sueldos y la inexistencia de pensiones para los lisiados e inválidos, trasla-
daba el costo de la guerra al centro de las empobrecidas economías familiares del
populacho, allanando el camino para el resentimiento, la insubordinación y la fuga.
¿Cómo compensaban las autoridades estas falencias? Aumentando el rigor en la
instrucción y la severidad en los castigos, vale decir, multiplicando los factores
estructurales que subyacían al descontento popular.
En 1814, las autoridades se vieron enfrentadas a la seria ameflaza que represen-
taba Ia persistencia de la rebeldía en las filas de los cuerpos armados. ,,De la falta
de organización, disciplina y arreglo en los cuerpos de milicias", escribió en marzo
de 1814 el Director Supremo, "resulta necesariamente el desorden de su servi-
cio..."40 Desarreglo en las guardias, insubordinación, motines y, por sobre todo, la
deserción, asumían los rasgos de un calamidad al interior del ejército y la Guardia
Nacional creada en 1811. En Curicó, cuando las fuerzas patriotas se aprestaban a
tomar la villa, la tropa desertó en masa para refugiarse en el pueblo. Solamente una
vez realizada la operación, los oficiales procedieron a "reunir la tropa que se había
embriagado y estaba en desorden"4t. La suma y proliferación de hechos similares
obligaron a las autoridades a introducir medidas cadavez más rígidas para conse-
guir que los regimientos no desaparecieran por falta de hombres, fenómeno que ya
se había iniciado en 1813. "Se comunicará la orden de reclutamiento a todos los
comandantes" , rezaba un decreto de José Miguel Carrera en marzo de 1 8 1 3, ,.quie-
nes instruirán al Gobierno de el que se niegue a pretexto de excusas, para ejecutar-
le con el desagrado que se hará acreedor..."42La misma rigurosidad se observaría
39 "Instrucciones que deberá observar el coronel don Mariano Osorio en el mando det ejército
Real de Concepción de Chile, a que va destinado, Lima, 1ro. de julio de 1814,,, en C. H. D. i. Ch.,
Yol.4, 152.
40 "El Director Supremo al comandante del regimiento de Milicias Disciplinadas de Caballería
de El Príncipe, Santiago, 18 de marzo de 1814", enArchivo Nacional, Ministerio de Guerra (A. N. M.
G), Vol. l, s. f.
al "Diario de las op'eraciones de la División que a las órdenes del Teniente Coronel don Manuel
Blanco Cicerón, salió de la capital de Chile para recuperar a la ciudad de Talca en marzo de 1814,,, en
C. H. D. I. Ch., Vol. 1, 357.
42 "Carrera al comandante del regimiento La Princesa, Santiago, 24 de marzo de 1813,', en A. N.
M. G., Vol. 1., s. f.
LEONARDO LEÓN / RE,CLUTAS FORZADOS Y DESERTORES DE LA PATRIA: 263
contra los peones movilizados. "Si hubiese algunos que olvidados de su deber no
obedezcan ciegamente 1o que Us. Mande", escribió Carrera al comandante de mili-
cias de Concepción Antonio Mendiburu un mes más tarde, "me los remitirá Us.
Escoltados y con una barra de grillos..."+¡ Así como se reunían mulas, caballos y
vacas para el transporte, montura y sustento de las tropas, se iban también reco-
giendo los peones rurales que en grandes números eran desplazados hacia las villas
o ciudades. En Talca, en menos de un mes, los comandantes guerrilleros de Carrera
remitieron casi cuatro mil hombres desde los campos vecinos que, si bien carecían
de instrucción o disciplina militar, abultaban sus escuálidas filas. Por su parte, el
ejército realista creció del núcleo original de 50 oficiales remitidos desde Lima a
más de cuatro mil hombres durante el mismo período.
Únicamente razones de índole económicá, provocadas por el bloqueo del co-
mercio con el Perú y la desarticulación de gran parte de la economía agroganadera
de Chile central, impidieron una leva más intensa de la población rural. "Los
solteros y los viudos sin hijos deben componer la principal y primera fuerza",
señalaba Carrera en abril de 1814 al comandante de caballería de San Fernando,
"pues sería un absurdo arrancar los brazos necesarios de la agricultura y de la
industria..."44 En otra comunicación, remitida al oficial a cargo del regimiento de
Rancagua, el Director Supremo manifestaba que la recluta de infantes debía reali-
zarce teniendo en consideración "la que sea capaz su vecindario e inmediacio-
nes..."45 Sobre este punto, el comandante de la guarnición de Rancagua escribió en
1813 que la tropa principal del regimiento Infante don Carlos, estaba cornpuesta
por "inquilinos de las mismas haciendas del distrito, unos son labradores y otros
arrieros"46. Indudablemente, nadie desconocía que el servicio militar distraía a la
fuerza laboral de sus tareas habituales, justo en los momentos en que se requería
aumentar la producción de granos y animales para sostener a los combatientes. En
ese sentido, uno de los sectores más perjudicados por la violencia eran los inquili-
nos, que debían pagar sus deudas a los hacendados para mantenerse vinculados a la
tierra. Al tanto de esta situación, y procurando proteger los derechos de estos
"guerreros ausentes", las autoridades nacionales dispusieron que "ningún propieta-
rio moleste a sus inquilinos, que han salido a la guerra, por la pensión o arriendo
de todo el presente airo..."41 Incluso en los peores momentos de la guerra, las
autoridades patricias tendieron a relevar a los labradores y jornaleros, procurando
reclutar a la amplia masa de 'ociosos, vagos y malentretenidos' que pululaban por
los valles septentrionales. "Que sean jóvenes, solteros, de buena configuráción, sin
43 "Carrera a Antonio Mendiburu, Curicó,4 de abril de 1813", en Barros Arana, Historia Jene-
ral, Yol.IX, 46.
44 "Carrera al coronel del regimiento de milicias de San Fernando, Santiago, 8 de abril de 1814",
en A. N. M. G., Vol. 1., s.f.
4s "Carrera al sargento mayor interino Félix Antonio Viel, Santiago, 30 dejunio de 1814", en A.
N. M. G., Vol. 1, s.f.
46 "Razón que yo, el coronel de expresado regimiento, doy a larlnspección del reyno, en que se
manifiesta el pié, fuerza, situación y demás circunstancias que son necesarias, 1813", en A. N, M. G,
Vol. l, s. f.
47 El Monitor Araucano, l0 de abril de 1813.
264 HISTORIA 35 I 2OO2
48
Anónimo, "Memoria. . :' , Ob. Cit., 83.
49
Id., L26
50 "J. M. Carrera a la Junta Gubernativa, Talca, l l de mayo de l BlZ,,, en C. H. D. I. Ch., Vol.
23, 39
5r "O'Higgins a Juan Mackenna, Las Canteras, 5 de enero de lgl1", én Epistolario de don
Bern_ardoO'Higgins, 1798-1823 E.O., Santiago, 1916,32.
s2 Barros Arana, Historia Jeneral..., Vol. VIII, 257.
LEONARDO LEÓN / RECLUTAS FORZADOS Y DESERTORES DE LA PATRIA 265
la población civil eran anteriores y de más larga data. Describiendo las acciones
realizadas por Carrera para contener en 181 1 la formación del gobierno autónomo
de Concepción encabezado por Rozas y O'Higgins, un testigo manifestaba que "los
excesos que estas tropas cometieron en los pueblos del tránsito, jamás se olvidarán
de la memoria de sus habitantes... baste solo saberse que al soldado se le daba por
órden que podía llevar a su campamento y rancho Ia concubina eue gustase..."53
Más adelante, al relatar el paso de más de 1.200 granaderos hacia el sur, el mismo
testigo describía "los perjuicios graves que recibieron los pueblos de ambas pro-
vincias y los hombres agricultores, con la erogación de auxilios injentes sin arreglo
alguno, y la cesación del trabajo de los campos por el acuartelamiento de los
milicianos..." Bajo el dominio de los hermanos Carrera, señalaba el mismo autor,
la villa de Talca se transformó en "un laberinto inentendible de desórdenes y
vicios..."54 En Concepción, se acusó a las fuerzas capitalinas de saquear la ciudad
y entregarse a toda suerte de "brutalidad, haciendo víctimas de sus deseos a las
infelices mujeres que, incautas, confiaron en la lenidad y promesas amistosas del
ejército". El fraile Melchor Marfínez, en su encendido texto contra la causa revolu-
cionaria, relató con pormenores el cuadro de "crueldades, saqueos y ruinas de
todos los lugares de la provincia de Concepción que caían en poder del ejército
insurjente, cuyas tumultuarias tropas, su mayor parte [integrada] de los facinerosos
que residían en las cárceles..."55 Advertido de los negativos efectos que tendrían
estas acciones sobre el resto de la población, los asesores del general Carrera le
aconsejaron que cambiara el saqueo por el pago de un sueldo extraordinario a las
tropas pues, "atemorizados los hombres [de Concepción] con estos sucesos estraor-
dinarios, detestarían el sistema, se separarían de auxiliar a su ejército, le aumenta-
rían los recursos al enemigo..." Poco tiempo después, cuando Carrera fue destitui-
do del mando, el mismo autor manifestó que los pueblos de la frontera estaban
"exasperados, y reducida Concepción a una Babilonia..." El brigadier Juan Mac-
kenna, de reconocida antipatía hacia los hermanos Carrera, observó que hasta el
nombre del gobierno patriota llegó a ser odioso entre los habitantes del país duran-
te esos días, "aún entre los inocentes habitantes de la campaña, por el robo que se
hizo de sus caballos, verificado por saqueadores sacados para el intento de la
cárcel"s6. Según Mackenna, al entorno de Carrera se unió un salteador de conocida
fama, Ilamado por sobrenombre El Maulino, "sacado para el efecto de Ia cárcel,
entraba en las haciendas, potreros, casas de ricos y pobres, sacando los caballos
que quería... estos bribones [hicieron por sus extorsiones el sistema tan odioso,
que esos vecinos solo esperaban la ocasión de unirse al enemigo..."57
La áspera denuncia de los excesos cometidos por los carreristas en Concepción
fue corroborada, en 1815, por el fraile Juan Ramón quien se refirió extensamente a
la "irreligión, impiedad, fiereza, hipocresía y otros vicios" que desplegaban los
nexión entre sus acciones refleja la miopía con que los máximos líderes de la
Patria emprendieron su gesta en ese período, responsabilizando a otros de sus
propios errores. Carrera asumía un lenguaje casi demagógico que no lograba opa-
car las deficiencias del nuevo sistema político construido por la elite. Sin duda que
esos años fueron de aprendizaje, pero el costo humano no puede ser negado: su
resultado más inmediato fue la alienación del populacho. EI virrey Abascal, siem-
pre preparado para explotar las debilidades del liderazgo patriota, denunció en
agosto de 1812 lo que él veía como "pérdida [de] la armonía social, y paz interior,
deshecha la unidad, y delacerado el Reino..."70 Esta situación descrita por Abascal
desde la perspectiva del poder seguramente tomaba tan solo en cuenta la peligrosa
escisión que afectaba a la elite; sin embargo, era mucho más importante el cisma
que emergía desde abajo, descontrolado e implacable, y que como un río subterrá-
neo, amenazaba destruir al reino con su turbulenta carga de resentimiento popular.
A medida que se acercaba la hora definitiva que zanjaúa la confrontación, se
hacía imprescindible someter a la plebe alzada, motivo por el cual los castigos que
se contemplaban para los sujetos que evitaran las levas eran cada vez más enérgi-
cos. "Por cuanto las críticas circunstancias del Estado exigen una pronta reunión de
tropa para resistir al enemigo", puntualizaba un Bando emitido el 8 de marzo de
1814, "y viendo este Directorio con grave sentimiento la escandalosa dispersión,
que se nota en el día. Por tanto, y a fin de evitar los funestos resultados que
amer,aza la tolerancia de estos crímenes, ordena: que todo soldado que por extravío
o formal deserción se haya separado de su respectivo cuerpo, será enteramente
perdonado siempre que hallándose á las inmediaciones de esta Capital, se presente
a su respectivo jefe dentro de ocho días después de publicado este Bando, y dentro
de quince a los subalternos de las villas cabeceras"Tl. En contraste, los desertores
que rechazaran los beneficios del indulto y que rehusaran presentarse a los cuarte-
les, "serán irremisiblemente pasados por las armas ...y la misma pena sufrirá todo
individuo del Ejército que en cualquier punto cometiese de hoy en adelante el
delito de deserción, aunque sea la primerayez que en él incurre". Ese mismo mes,
al disponer una campaña de reclutamiento de peones en el partido de Melipilla, se
manifestaba que los hombres "que se oculten, fuguen o excusen sin legítima causa,
sean estos tratados como traidores, y sus haciendas entregadas a la Patria y sus
posesiones quemadas, y aquellos remitidos a la Capital para ser juzgados..."zz
Rehusar servir a la patria, para las autoridades, era sinónimo de traición; en su
visión, los chilenos tenían frente a sí una dolorosa opción: "En nosotros no hay
más alternativa", señaló un Bando de la Junta Gubernativa de septiembre de 1813,
"que defender nuestra libertad o pasar a morir en las tropas del tirano"73.
10 "Oficio del virrey de Lima a la Suprema Junta de Santiago de Chile, Lima, 12 de octubre de
1812", en C. H. D. I. Ch. Vol. 23, 92.
1t El Monitor Araucano Extraordinario, 10 de marzo de 1814.
72 "Carrera al comandante del regimiento de milicias de MelipillalSantiago,3 de marzo, 1814",
en A. N. M. G., Vol. 1, s. f.
73 "Proclama del Gobierno a las provincias, Santiago, 10 de septiembre de 1813", en C. H. D. I.
Ch., Vol. 24,357.
LEONARDO LEÓN / RECLUTAS FORZADOS Y DESERTORES DE LA PATRIA 269
persona de cualquier clase que fuese que salga de esta ciudad, ni aun con destino a
sus chácaras, o haciendas inmediatas, sin espresa licencia mía por escrito, bajo la
pena de 500 pesos, que sé impondrán al contraventor, y en defecto de bienes con
que cubrir la multa, tres meses de prisió¡"12.
La guerra contra los españoles, de otra parte, justificaba medidas dictatoriales
que se hacían extensivas al resto de la población, toda vez que sus acciones caye-
ran en el ámbito conceptuado como 'traición a la Patria,,. Así ocurrió con las
estrictas regulaciones introducidas por Carrera para controlar los movimientos de
los españoles disidentes. De acuerdo al bando publicado a comienzos de marzo de
1814, Ios españoles que carecieran de carta de ciudadanía debían entregar sus
armas de fuego y cuchillos, caballos y bastones de estoques. Además, debían so-
meterse a un estricto toque de queda y no reunirse con más de tres miembros de su
comunidad. Las penas contra las transgresiones eran variables, pero oscilaban entre
cárcel, el secuestro de bienes y el extrañamiento del país. para hacer aún más
efectiva esta vigilancia, las autoridades no dudaron en transformar a sirvientes y
esclavos en espías domésticos de sus amos. "Al esclavo que denunciare a su amo
[por] ocultación de armas y caballos, se le concederá la libertad, y al criado libre,
se le pagarán 200 pesos en el momento de probarse la ocultación',78. Sin embargo,
el elemento más peligroso del Bando fue incorporado en su última capitulación.
"El Gobierno pone toda su vigilancia en los enemigos del sistema, y se extenderán
a los americanos, y cualesquiera otros contrarios á la causa del pais, cuantas provi-
dencias se dictaren en adelante contra los Europeos, que la hostilizan". En otras
palabras, en aras de la defensa del gobierno constituido, las autoridades aplicaron a
los chilenos las severas medidas que se introducían para castigar a sus enemigos.
Estas determinaciones, coronaban un proceso de continuo asedio a los monar-
quistas, a cuyos sirvientes se les otorgó, desde 1812, el derecho a denunciar a sus
patrones: "Todo individuo", se decretó aquel año, "podrá quejarse o delatar y se le
hará justicia y guardará secreto". También se procedió a modificar el reglamento
del Consejo de Guerra con el propósito de otorgar más poder a los tribunales que
se constituían a nivel local para combatir Ia deserción. Principalmente, se ordenó la
formación de un Consejo de Guerra permanente, de jurisdicción nacional. Su inten-
ción consistía en reforzar la autoridad de los comandantes regionales, quienes de
modo sumario y ejecutivo, podían procesar a los soldados que cometieran desaca-
tos o desertaran. "Siendo propio y peculiar de los Cuerpos Militares la substancia-
ción y juzgamiento de los crímenes, que cometan sus individuos; lo es también el
que a su vista sufran la pena a que se hayan hecho acreedores en justo escarmiento
de los delincuentes, y para ejemplo de las demás clases..."7e Mayor eficacia judi-
cial y celeridad en las causas eran los beneficios más directos de la reforma, pero
por sobre estos cambios se llevaba a cabo una acción mucho más trascendente: se
80 "Bando sobre la libertad de opinar, Santiago,24 de noviembre de 18L2", en B. L. D. G., Vol. I, 187.
8r "Bando de entrega de armamento, Santiago, 25 de noviembre de 1812", en B. L. D. G., Vol. I, 188.
82
El Monitor Araucano,30 de noviembre de 1813.
212 HISTORIA 35 I 2OO2
94
La Aurora de Chile, 1 1 de marzo de 1813.
95
E,l Monitor Araucano, 10 de abril de 1813.
96
Melchor Martíne z, Memoria histórica . .., 158.
9'1
El Monitor Araucano, 19 de agosto de 1814.
98
Barros Arana, Historia Jeneral, Vol. IX, 57 6.
276 HISTORIA 35 I 2OO2
de levas, Ia única alternativa que les quedaba era el motín o la fuga. Refiriéndose a
uno de estos movimientos, protagonizado en marzo de 1814 por los soldados de los
regimientos Don Carlos y Maipú, Carrera puntualizaba que "semejantes delitos
deben ser juzgados en el momento con la vida para escarmiento de la tropa..."99
Las dificultades que presentaba la recluta del bajo pueblo, se agravaban cuando los
inquilinos, huasos, arrieros y labradores desertaban. "No puedo atinar en qué con-
siste la deserción tan frecuente que ejecutan los cuerpos de milicias", escribió con
consternación Carrera veinte días más tarde de este incidente, para luego agregat
con tono drástico: "es preciso atajarla con el más riguroso castigo; tengo prevenido
al señor Coronel del cuerpo, que todos los que sean aprehendidos sufran de pronto,
cien azotes, y después el trabajo con una cadena..."l00 Luego de haberse enterado
de nuevas deserciones en los regimientos de la ciudad, el Director Supremo escri-
bió al coronel Larraín instruyéndole que reuniera las debilitadas fuerzas, "siéndo-
me muy sensible que este último se haya dispersado en tanto grado que me asegu-
ran no ha quedado un solo individuo"l0l. En otra comunicación, enviada a fines del
mismo mes, señalaba con desaliento: "ha sido tan escandalosa la deserción de la
tropa de la División de Maipú, que de los doscientos hombres que Ud. acuarteló,
solo permanecen en el Ejército sets¡1¿"102. Delitos de esta naturaleza, continuaba,
"no pueden quedar impunes..." El problema era por cierto grave, todavez que el
ejército patriota dependía de la fuerza miliciana para sostenerse; en el combate de
Cancha Rayada, del 9 de mayo de 1813, la proporción entre fuerzas regulares y
milicianos osciló entre 1.250 y 2.800103. Durante la batalla de San Carlos, que
tuvo lugar el 15 de abril de 1813, las fuerzas comandadas por Carrera ascendían a
1.500 hombres de infantería y "10.000 de caballería -i1¡"¡unu"104. ¿Cómo se expli-
ca la pérdida, en menos de veinte días, de tantos milicianos?
El lento paso de los días ahondaba la fisura en el bando patriota, que se manifes-
taba no solo en las disputas que sostenían carreristas y o'higginistas sino también en
la continua fuga de los peones enrolados. En los primeros días de marzo de 1814, el
comandante patriota Ramón Balcarce firmaba una orden del día afirmando: "Sin
novedad y la deserción pica..,"l05 Quizás el único consuelo que quedaba para los
desesperados jefes nacionales era que el bando realista no experimentaba mejor
suerte en su relación con el populacho. Después de la sorpresa patriota de Yerbas
Buenas, y en momentos én que el general Pareja decidió crtzar el río Maule, se
produjo el inesperado levantamiento de chilotes y valdivianos que rehusaron prestar
106 Rodríguez B., "Revista de la Guerra de la Independencia de Chile", ..., Ob. Cit., S4.
to1 Id. , 85.
r08 "Carrera al Superior Gobierno, Chillán, 6 de agosto de 1813", en C. H. D. I. Ch. Yol.23, 176
roe Rodríguez B., "Revista de la Guerra de la Independencia de Chile", ..., Ob. Cit.,98.
rr0 Calderón, "Diario...", Ob. Cit.332.
rrr "Gabino Gaí¡zaa O'Higgins, Talca, g de mayo de 1814", en C. H. D. I. Ch. Yo|.23,370.
r12 Anónimo, "Memoria...", Ob. Cít., ll9.
r13 3'Informe de don Julián Pimuer, Chillán, 12 de marzo de 1814", en C. H. D. I. Ch. Vol. 10, 321.
218 HISTORIA 35 I 2OO2
que escribió sobre la toma de Concepción, el general Carrera señaló: "los soldados
abandonan al enemigo y vienen apresuradamente a alistarse bajo las banderas de Ia
patria"lra. En Chillán, señaló Melchor Marfínez, los soldados del rey eran repetida-
mente llamados a desertar por los jefes revolucionarios, "con infinidad de prome-
sas y premios". Los avatares de la guerra fueron generando un mercado de la
deserción, en el que el precio de los renegados subía constantemente. En un Bando
publicado en septiembre de 1814, cuando las tropas realistas marchaban hacia
Santiago, las autoridades patriotas llegaron a ofrecer doce mil pesos a quien se
presentara con la cabeza de Mariano Osorio, seis mil por los oficiales subalternos,
cincuenta para los soldados que escaparan con fusil y 25 para los desertores que se
presentaran sin armasl 15.
Las recompensas y beneficios que ambos bandos otorgaban a los desertores
evidencian la facilidad con que el peonaje miliciano abandonaba las filas para
sumarse a las partidas enemigas. De lo que ya no cabía duda a los oficiales era que
si se dejaba elegir a la plebe, las fuerzas populares optarían por marginarse com-
pletamente del conflicto. Como escribiera el general O'Higgins en los últimos días
de Ia Patria Vieja, no era recomendable que las fuerzas patriotas se enfrentaran con
el ejército de Mariano Osorio en los llanos de Maipú, "porque las nuestras se
corromperán en Santiago y se desertarán a sus casas"ll6. Razón tenía el general
patriota para temer el desbande de los milicianos. Justamente cuando asumió la
comisión de suprema autoridad del ejército, en enero de 1814, por lo menos 400
soldados desertaron su fuerza en Concepción para buscar refugio en SantiagollT.
Las proclamas patriotas, señaló en su R¿visf a de la Guerra de la Independencia el
realista Rodríguez Ballesteros, "habrían alcanzado los más ventajosos efectos si las
tropas milicianas no hubiesen visto después con más adhesión sus hogares que la
defensa a que se les obligaba..."I18
Desde un punto de vista militar, los perjuicios que generaban Ia deserción y la
fuga podían ser superados aumentando el reclutamiento de los 'forzados', pero lo
que no era tan fácil de solucionar fue el efecto político negativo que tenían estas
operaciones. En realidad, lo más pernicioso fue que durante estos años se engendró
la fatal división entre el bajo pueblo y la elite que enfrentaría al país por más de
dos siglos. A medida que los plebeyos desertaban del ejército, los jefes del gobier-
no patriota visualizaron al populacho como el principal sostén de las prácticas
anómalas e ilegales que conformaban la deserción miliciana. En ese sentido, las
expresiones de Carrera fueron emblemáticas. Refiriéndose a los problemas que
causaba la deserción de regimientos completos, el Director Supremo ordenó en
abril de 1814 que se apersonara en la ciudad de Rancagua el coronel Juan Larraín,
para que '!amás deje de existir allí una fi¿erza capaz de sostener al pueblo, cuando
menos de las irrupciones de los malvados, que se valen de las inquietudes popula_
res para los saqueos y piraterías..."119
Enfrentados al grave deterioro que experimentaba el orden púbtico por el des_
bande de una soldadesca que no ponía límites a su desenfreno, las autoridades
patriotas comenzaron a velar para que los jueces y comisionados pudieran realizar
sus tareas sin obstáculos, pues se comprendió que de ello dependía el manteni_
miento de la paz social. "Los jueces son respetables en los pueblos, y como repre_
sentantes de ellos no deben ser ultrajados", escribió con firmeza Carrera, en
1814120. No obstante, las propias autoridades contribuían en gran parte al desorden
y anarquía, al llevar a cabo el enganche de facinerosos y delincuentes en las filas
del ejército. Refiriéndose a una partida que llegó a Talca proveniente de Cauque_
nes en abril de 1813, Carrera manifestaba con la destemplanza que le caracteúzó:
"eran los 200 hombres tan ladrones como su jefe...,'121 El mismo general señaló
que las pérdidas sufridas por el ejército patriota durante la batalla de yerbas Bue_
nas fueron considerables "por el saqueo a que se entregó la tropa escandalosamen_
te..." En otra comunicación, Carrera manifestaba que los soldados que participaron
del saqueo habían obtenido, además de cientos de armas de fuego, ..onzas dó oro,
relojes, sables, y vestuarios completos...',122 Apenas un mes más tarde, en medio
del acoso que sufrían sus hombres a causa de los incesantes ataques de las guerri_
llas enemigas, el atribulado general manifestaba que ..era menos ierrible pareja que
el desorden de la tropa, que no podía contener por falta de auxiliares". Carrára
también relató que en los días previos a su captura por las fuerzas realistas en
Concepción, la soldadesca patriota flaqueaba mientras el enemigo acometía cada
vez con mayor osadía. Para quebrar la inacción, dispuso que una partida guerrillera
se dirigiera a la campaña para recuperar monturas, pertrechos y .á"u.sor, ,.Tomé
el
partido de comisionar algunos individuos para que los sacasen a la fuerza. Como
los tuvieran escondidos por las cordilleras y montañas, mandé hombres inteligentes
y quizás ladrones de profesión, para que no se escapasen. Era consiguiente utg.i,
desorden por la clase de comisionados, pero este desorden no pasaba de 4 a 6
caballos que robaban para su uso, y de algunos insultos de palabra, por el senti_
miento que les causaba ver que los despojaban de lo que más defienden y quieren
nuestros huasos ¿No habrá alguno que conozca el carácter de aquella genie?
quién dicta un arbitrio para evitar estos males?,,123.
¿y
En el ejército realista, los generales monarquistas experimentaban similares
problemas. De una fuerza calculada en casi tres mil hombres, escribió el virrey a
mediados de 1814, una cifra importante de ellos eran.,milicianos armados de
lanza, que nada sirven por su indisciplina y [su] afición al robo...,,12a La improvi_
sación de las huestes se dejó Yer en las desordenadas escaramuzas que iban unien-
do una guerra que cambiaba rápidamente de frentes, desplazándose por Chile cen-
tral a lomo de caballos que dejaban ver un gran entusiasmo pero escasa estrategia'
"Las tropas del ejército real, así como las del patriota", escribió el comandante
español Antonio de Quintanilla, "en ninguna de estas acciones se batieron en for-
mación... cuando se rompía el fuego, se desbandaban en tropel..."l2s En septiem-
bre de 1814, cuando se acercaba la batalla decisiva, el ejército de la patria sufría el
drenaje de la deserción y de la indisciplina. "Los mismos cuerpos militares", seña-
laba con marcado desaliento un testigo anónimo, "sirven de sagrado a los delin-
cuentes..."126 Probablemente, a consecuencia de la continua deserción del popula-
cho, se entiende que de las fuerzas patriotas que enfrentaron a Mariano Osorio a
fines de aquel mes, compuestas por 6.000 hombres, solamente 2.564 etan milicia-
nos, en una completa reversión de 1o que había sido la tradicional proporción entre
soldados de línea y huasos enganchadostzT.De esos hombres, por lo menos 1'600
abandonaron el sitio sin entrar en combate, Una semana más tarde, el entonces
prófugo general Carrera describió con desaliento el completo desbande del ejército
patriota: "se han tomado todas las medidas para que los oficiales y soldados no
deserten sus banderas; pero faltándoles honor a los primeros es inevitable la fuga
de los segundos..."l28 Sin duda ambos ejércitos enfrentaron durante la guerra obs-
táculos formidables: los realistas, comandados por oficiales extranjeros, operaban
sobre un país cuya geografía no conocían bien. Los patriotas, por su parte, sin
muchos oficiales ni veteranos, debían confiar en la ventaja que les ofrecía un
abultado eiército de improvisados soldados que huían cada vez que reventaba Ia
metralla. "Por desgracia", escribió acertadamente Barros Arana, "la disciplina y la
moralidad de esa tropa neutralizaban las ventajas del número"l29.
Cuando el país era disputado palmo a palmo, los mestizos fronterizos se convir-
tieron en un elemento crucial de las campañas militares, toda vez que su conoci-
miento acabado de la geografía local, usos y costumbres, sumado a su experiencia
de maloqueros y comeroiantes informales, abrían las rutas cordilleranas y del terri-
torio tribal. Sin embargo, su participación en la guerra fue más bien reacia, si bien
grandes contingentes se sumaron al bando realista cuando Osorio levantó el estan-
darte real. "Entonces fueron llamados para servir en el ejército insurgente", escri-
bió el fraile Juan Ramón, "pero los más fugaron a los montes y quebradas, eligien-
do vivir en las selvas antes que ir contra su Rey Y Señor"1¡o' En vista de la
resistencia que mostraban los mestizos para integrarse a las milicias, las autorida-
des patriotas procedieron a quemar ranchos en La Laja y Santa Juana, "levantando
también en Rere una horca para obligarlos a presentarse, pena de la vida,,131. A los
peones reclutados en el ejército realista tampoco les iba mejor. Durante el desas_
troso combate de San Carlos, cuando un grupo de chilotes buscó refugio en un
bosque cercano al campo de los enfrentamientos, '.algunos de los cuales se habían
subido a los árboles para ocultarse, fueron casi todos inhumanamente fusilaalos',132.
La guerra, de otra parte, se encargó de esparcir a los mestizos fronterizos por el
resto del territorio, extendiendo sus prácticas insubordinadas y pícaras hacia las
provincias del norte. "Nadie se comprometió descaradamente,', observó Carrera al
referirse a los soldados que siguieron el motín de Tomás de Figueroa en Santiago
en 1811, "a excepción de un Molina, natural de la frontera, soldado de aquellos
dragones; era este el segundo caudillo..."133 Teniendo presente el ascendiente de
estos hombres sobre la plebe, las autoridades condenaron a los amotinados a ser
pasados por las armas "dentro de la misma prisión... por evitar alguna conmoción
popular..."l3a En el sur, mientras tanto, surgían las primeras guerrillas realistas
compuestas por peones que, fugados de las estancias hacia los montes y ,,sin otras
armas que tres malos fusiles, algunas pocas lanzas, garrotes y un cañón que figura_
ron con un tronco sobre unas ruedas de carretas,', asolaron las posiciones patrio_
tasr35. A principios de 1814, advirtiendo el peligroso cariz que asumía el conflicto,
el general O'Higgins se vio obligado a señalar respecto de gran parte de sus tropas:
"estos hombres no respetan gobierno ni autoridades; es necesario contenerlos o
vamos a ser envueltos en una anarquía que conduzca al Estado a su ruina..."136 En
Cancha Rayada, a fines de marzo del mismo año, el ejército revolucionario presen_
ció la deserción de compañías completas de milicianos y el colapso casi completo
de una división compuesta originalmente por 1.400 hombres al mando del bisoño
comandante Manuel Blanco Encalada. La ausencia de una estrategia unificada,
señaló Gandarillas, se sumaron a la "indisciplina y de la licencia incorrejible que
se había apoderado de nuestros militares...',137 Desde esos días, la deserción se
transformó en un auténtico desastre. "Han llegado a tanto extremo los robos, sa_
queos y salteos del Partido", escribió con un tono desesperado el gobernador inten_
dente de Quirihue a fines de septiembre de 1814, .6que sus vecinos ya desesperados
han tomado la providencia de contribuir mensualmente unos de a ocho reales y
otros de a cuatro, para que con su producto se organice en esta Villa cabecera una
fterza de doce fusileros voluntarios, sin más ocupación que, cuando llegue el caso,
perseguir facinerosos..."l38 El presbítero pedro José Eleiseguí, acusado por los
realistas de comandar una guerrilla patriota en las inmediaciones de esta localidad,
t31 Id.
r32 Barros Arana, Historia Jeneral, Vol. IX,
102.
r3r Carrera, "Diario...", Ob. Cit.., 16l
r3a *sentencia contra Tomás Figueroa, Santiago,
1ro. de abril de 1g11", en Melchor Martínez,
M emo ria histórica, 325.
r35 Juan Ramón, "Relación...", Ob. Cit.,28.
136 "O'Higgins al Supremo Director
del Estado, euechereguas, 14 de abril de lg14',, en C. H. D.
I. Ch., VoI.23,352.
r37 Gandarillas, "Don Bernardo O'Higgins...,,,
Ob. Cit.,62.
r38 "Manuel González al gobernador
intendente Bergara [sic], euirihue, 25 de septiembre de
1814", en Archivo Nacional, Fondo Capitanía General, Vol. 336, f. 39. -
282 HISTORIA 35 I 2OO2
r3e'ConfesióndePedroJoséEleiceguí,Chillán, 14demarzodel814",enC.H.D.LCh.,Vot'x,341.
r40 Juan Ramón, "Relación...", Ob. Cit.,39.
r4r José M. Carrera, "Lista de los ahorcados en Talca y Concepción, sin fecha (1813)", en C. H.
D. I. Ch. YoL23, 197.
r42 "Reglamento de Policía, Santiago,24 de Abril de 1813", en B. L. D. G., Vol. I, 210.
LEONARDO LEÓN / RECLUTAS F'ORZADOS Y DESERTORES DE LA PATRIA
283
drían un trágico eco, poco tiempo más tarde, en los gritos desesperados de los
paisanos y sus familias que pagaban el tributo a los vencedores o que rendían sus
vidas ante los derrotados. El ansia por sobrevivir era solamente equiparado por la
avidez de botín o la angustia que producía el afán de destruido todo antes de que
cayera en manos del enemigo; Chile central fue cubierto en esos días por el funesto
temor que sobrecogió a los habitantes de la campiña de ver a sus mujeres e hijas
morir violadas por anónimos soldados. La guerra, que cambiaba continuamente de
frente entre Santiago y Concepción, se desplazaba con una horrenda carga de
calamidades, sorprendiendo por igual a los incautos estancieros, labradores e in-
quilinos que empeñaban su tiempo en recuperarse de los daños pasados.
La soldadesca no se imponía límites cuando se trataba de reponer sus pérdidas,
de vengar sus agravios o de apoderarse de los bienes que siglos de dependencia y
sometimiento Ie habían negado. En ese momento, cuando llegaba la orden de arra-
sar, quemar o asesinar, los miserables obedecían disciplinadamente a sus genera-
les. "Para no dejarle al enemigo algunas cosas que pudieran aumentar su erario",
escribió Carrera cuando comandó el saqueo de la ciudad de Santiago en octubre de
1814, "dispuse y por mi mismo hice saquear a los pobres la Administración de
Tabacos, que encerraría el valor de 200.000 pesos. En número de dos horas estaba
la casa tan limpia que no dejaron ni las puertas de la calle»t47. El mismo general,
hasta allí Director Supremo de la nación y comandante en jefe de sus fuerzas
militares, escribía en sl Diario con una mezcla extraña de orgullo y pesadumbre la
trágica escena que desató en la capital la derrota de Rancagua: "Desde las dos de la
tarde hasta que anocheció, me mantuve en Santiago tomando por mí estas provi-
dencias, que eran tomadas a mi vista; contenía los desórdenes de la plebe y hacía
que los mismos vecinos armados patrullasen para mantener la tranquilidad". La
descripción de esta dramática escena fue corroborada por otros testigos. "Multiplí-
case el saqueo; arde la fábrica de pólvora; la Casa de Moneda queda sin los útiles
de labranza", escribió'en 1815 el autor anónimo de El Pensador Peruano, "expí-
dense repetidas órdenes para que se incendie Valparaíso..." Por su pafie, El Chile-
no Instruido señalaba: "El tesoro público y la Casa de Moneda fueron saqueados y
hechos pedazos sus muebles, ventanas y máquinas; los cuarteles destrozados; mu-
chas casas, almacenes y tiendas enteramente robadas; las madres, llorosas y segui-
das de sus hijas, andaban desmelenadas por las calles..."l48 Al tanto de los avata-
res de una guerra que no les pertenecía, las masas populares esperaron el desenlace
funesto de los acontecimientos para lanzar sus saqueos contra el último bastión
patriota, aprovechando los escasos momentos que mediaban entre la retirada de un
ejército derrotado y el arribo de los contingentes victoriosos. Acaso de esa manera
resarcían en una orgía de violencia y terror los daños, pérdidas y muertes que les
reportó la guerra revolucionaria desatada por la elite contra la monarquía.
En medio de los estertores de una patria que moría mientras en el horizonte se
dibujaba la silueta obscura de los ejércitos restauradores, el peonaje gavillero se
Hasta aquí se han revisado los testimonios provenientes del mundo oficial. Sin
embargo, corresponde preguntarse, ¿quiénes y cómo eran los desertores? La ausen-
cia de datos nos impide hacer una historia más cabal de esos sujetos durante este
período, pero el análisis de algunos casos -conservados en los archivos judiciales y
ministeriales- permiten realizar un bosquejo del perfil social de estos hombres que
optaron por dar su espalda al naciente Estado nacional. El primer caso dice rela-
ción con el teniente de asamblea Diego Guzmán, acusado de insubordinación en
1813. El incidente por el cual Guzmán fue encarcelado en la prisión de Talca, fue
la amonestación que hizo en público a los generales José Miguel Carrera y Camilo
Vial por los desórdenes y robos que se registraban en el ejército y de lo cual, según
Guzmán, ambas autoridades eran responsables. "Pero la arbitrariedad del primero
[Vial], acaso conociendo adonde me dirigía, me impuso el precepto de callar",
declaró el reo, "contéstele entonces, que lo mismo tenía resuelto decir en todas
partes y hacer presente a Vuestra Excelencia, más este señor, para ostentar su
soberbia, autorizado unicamente de la fuerza, me ofreció remancharme una barra
de grillos con esta misma expresión. Sin responder yo a esto más que lo haría con
injusticia. A consecuencia me mandó que fuese a mi cuartel arrestado..."156 El
destacado capitán de caballerías Francisco Vergara corroboró las declaraciones de
Guzmán, afirmando "que habiéndole ordenado el Gobernador de esta plaza [Vial]
que se contuviese en hablar de ese modo de los generales, porque de lo contrario lo
haría poner arrestado, respondió [Guzmán] que un ciudadano libre como el podía
hablar francamente. Y que inmediatamente el Gobernador Ie mandó se presentase
arrestado..."ls7 ¡1¿s1¿ ese momento, la única causa para la deserción de Guzmán
habría sido la prepotencia con que el general Vial acalló su protesta. Sin embargo,
el propio desertor aclaró que el motivo principal de su fuga fue la orden que se le
dio de dirigirse, sin escolta, hasta la prisión de la villa, "sin considerar que el
camino estaba poblado de guerrillas enemigas y que me exponía a ser víctima de
ellas..." En otras palabras, el afán de sobrevivir en un medio hostil, disparó en el
oficial patriota la crucial decisión de abandonar las filas y unirse al mundo de los
renegados. No está de más señalar que, de acuerdo a otros testigos, en los días
posteriores al combate de El Roble, las tropas o'se desertaban con escándalo, vién-
dose, en aquella tristísima época, que compañías enteras con sus oficiales se sepa-
raban de los campamentos y se dirigían para la ciudad de Talca..."l58
Desertores y pícaros los hubo antes de la crisis de 1810 y después también. Lo
interesante, en estos casos, es que los 'malhechores' eran considerados como cri-
minales y fueron castigados tanto por los patriotas como por los realistas. Entre
estos se puede citar el caso de Mariano Warnes, acusado de deserción y estafa en
abril de 1810. Oriundo de Chiloé, casado y soldado del Batallón fijo de laplazade
Valdivia, Warnes reconoció ante las autoridades que había mandado guardar a un
pulpero veintecinco pesos, "los que adquirió de unas botijas de chicha que vendió
156 Declaración del teniente Diego Guzmán en "sumario instruido en su contra por falta de
insubordinación, Talca, l3 de Octubre de 1813", en A. N. M. G., Vol. 6, f. 3.
r57 Declaración del capitán de caballería de Talca Francisco Vergara, Talca, 14 de octubre de
1813, en "Sumario...", Ob. Cit.
rs8 Anónimo, "Memoria...", Ob. Cit. 148.
288 HISTORIA 35 I 2OO2
l5e Confesién de Mariano Warnes, Valdivia, 12 de abril de 1810, en "sumario contra Mariano
Warnes, por deserción y estafa, Valdivia, 1810".
160 Declaración de Ignacio Jaramillo, 19 de mayo de 1810, en "sumario contra Mariano War-
nes...", Ob. Cit., f . l15.
16¡ Confesión de Mariano Warnes,20 de septiembre de 1810; en "sumario contra Mariano War-
nes...", Ob. Cit., f . 152v.
162 'Causa criminal contra Antanasio Muñoz, desertor,
Quirihue, 14 de septiembre de 1814", en
A.N.F.C.G., Vol. 336, f. 35.
163 Id., Auto cabeza de proceso, f. 35.
r6a Anónimo, "Memoria...", Ob. Cit., 174.
r65 Mackenna, "Informe...", Ob. Cit.,248.
LEONARDO LEÓN / RECLUTAS FORZADOS Y DESERTORES DE LA PATRIA: 289
Nombre de Jesús de Quirihue, dio el siguiente testimonio que deja en claro las
intenciones de Muñoz y sus secuaces y el monto usual de sus robos. "Que es cierto
y se ratifica que el Viernes dos del corriente en la noche, estando en su casa con su
familia, horas del primer sueño, llegó un tropel de gente a caballo tocando Ia
puerta, haciendo que se levantase el que declara; efectivamente lo verificó abrien-
do su puerta, y mientras los de afuera dentraron en amarrarlo cruelmente de pies y
manos y vendarle los ojos, que fue instantes, contó nueve o diez individuos, entre
ellos Antanasio Muñoz, que andaba con fusil y un viejo alto. Y habiendo estos
tomado la providencia de amarrarlo y vendarle los ojos, dentraron a saquearlo del
que Ie llevaron: Una espada con puño de plata, Un avío de montar de suela, nuevo,
con cincha y sudaderos, La plata, Un avío aforrado, Tres pares de espuelas, una de
plata y dos de metal, Cuatro pares de zapatos, cuatro pares de medias de lana, Una
camisa de gasa labrada, Tres sombreros negros y dos ponchos, Cinco camisas de
tocuyo de mujer, Un par de calzoncillos de tocuyo, Una camisa de tocuyo con
mangas de lienzo, Un cordovan de capado, Unos manteles de tocuyo nuevos de dos
varas, Una fresa aderezada, Unos reales de plata sellada, ignora el número, Un
atapellón, Un pañuelo de gasa, Dos candados, Dos pares de tijeras, Dos varas, una
de guimon y otra de cinta de nácar, Cuatro onzas de masano, Tres onzas de añil,
Un corte blanco de seda y dos más de sol, Una manta, Y un caballo, Una chaqueta
y bolante de sanalí nácar, Un queso grande y una tortilla de lata, Dos cuchillos,
Cuya declaración en presencia de los reos dijeron ser todo cierto..."166
Como se desprende de esta lista, todos los objetos robados por Atanasio Muñoz
eran vendibles, con excepción del queso y 1a tortilla. Así, cuando el país se prepa-
raba para una batalla decisiva, Muñoz y sus secuaces realizaban su propia guerra
con su tradicional incentivo: el botín que más tarde se transformaría en vino,
aguardiente, tabaco y buen pasar. Con sus acciones, los gavilleros demostraban que
la guerra de patriotas y realistas, en Ia cual participaron tantas veces como reclutas
forzados, vistiendo diversos uniformes y obedeciendo órdenes tan distintas, les era
ajena. Ciertamente, su camino de renegados lo habían trazado al abrigo de la
violencia, con sus propios cuchillos, sin importarles las leyes ni los reglamentos
que las autoridades procuraban implantar en la campiña, arriesgando su existencia
en el duro devenir de los perseguidos. De lo que no quedaba duda era de la
decisión con que estos hombres emprendían sus acciones, dispuestos a matar o
morir, sin dar tregua ni cuartel.
El robo y la depredación eran parte de los delitos que se achacaron a los
milicianos comandados por Atanasio Muñoz. Mucho más graves fueron las acusa-
ciones de insubordinación que se levantaron en su contra basadas en las declaracio-
nes de sus propios secuaces. Su sobrino, Mariano Muñoz, quien le acompañó en
sus andanzas por el partido de Quirihue, declaró: "Es cierto que en compañía de
Antanasio Muñoz, su tío, Mauricio Mora, Bernardo Agurto, Dámaso Corral y Do-
mingo Araya, que el Domingo último salieron de Cucha-Cucha formados en un
t67 Id., Declaración de Mariano Muñoz, Villa del dulce Nombre de Jesris de euirihue, 26 de
septiembre de 1814, f. 46.
t68 ld.,Declaración de Esteban Fonseca, Chillán,24 de septiembre de 1814, f.
54.
t69 ldem.
LEONARDO LEÓI{ / RECLUTAS FORZADOS Y DESERTORES DE LA PATRIA 291
podría ser perjudicial al Real Ejército tal hombre, le dirigí un oficio insinuándole
[a Gaínza] sus propiedades notorias y muy divulgadas en dicho Ejército. Pero no
supe el resultado hasta que hallándome de comandante Militar en Chillán, supe que
había sido conducido reo y causado a Concepción desde Quirihue, y supongo que
por sus crímenes confinado a Juan Fernández..."l70
Apenas un par de días previos a esta tajante acusación, Bernardo Martínez
puntualizó respecto de la biografía delictual de Atanasio Muñoz: "Un reo delin-
cuentissimo nombrado Atanasio Muñoz, verificando su entrega así de él como de
cuatro más desertores del Cuerpo de Concepción emigrados en Valparaíso... Des-
pués de haber sido un empleado en nuestro Ejército, bognificado [sic] por el exce-
lentisimo General don Antonio Pareja con el grado de Sargento, se desertó al
ejército enemigo, siendo desde entonces un rival de nuestro ejército, habiendo
merecido escaparse ileso de la acción de Rancagua, de cuyas resultas arribó al
valle llamado Quirihue. Allí de nuevo se aprisionó, custodiando su persona hasta la
Concepción, en donde fue presentado al señor Intendente don José Bergunta, cuyo
señor enterado de su criminalidad le remitió a la Isla de Juan Fernández. Estableci-
do en aquel lugar (suplicio de su delito) no solo profugó sino que hizo un robo,
elaborando con esto más su delito, de cuyas resultas fue sorprendido el 29 de mayo
próximo pasado en el Partido de Colchagua, y por último declarado reo en esta
Real cárcel,'171.
En agosto de ese mismo año, el gobernador intendente de Quirihue Joseph
Vergara agregaba más antecedentes al prontuario de Muñoz: "Resulta que de Mau-
le desertó a los insurgentes. Que posteriormente pasó a Chillán con el perverso
objeto de espiar al ejército real. Que el desempeño de los caballeros Urrejolas lo
destinaron a ejecutar 1o mismo en El Membrillar a los insurgentes, y que lejos de
ser benéfico, les robó a los mismos Urrejolas una petaca de plata labrada, y juntó
gente para inv4dir a las guerrillas. El referido oficial don Nicolás Muñoz, el que de
orden del mismo don Juan Francisco Sanchez, lo condujo preso a Chillán, en
donde permaneció tres meses y fue puesto en libertad por intercesión de los mis-
mos Urrejolas"l72.
La nota final en el proceso contra Muñoz la puso el Fiscal de la Real Audiencia
quien señaló: "Que de este Sumario resulta que Atanasio Muñoz, que fue del
batallón de Concepción, desertor de reincidencia, ladrón, salteador, y algún tiempo
espía en ambos ejércitos fue conducido a la Isla de Juan Fernández en la Corbeta
Sebastiana, cuando de orden y disposición de Us. se volvió a poblar. EI destino de
Muñoz no pudo ser ni más piadoso ni más justo. Debe continuar allí por diez años,
sin vestuario de regimiento, a ración y sin sueldo..."173
Cuatrero, ladrón, violador, traidor y espía, además de gavillero, desertor y pró-
fugo de la justicia: he ahí una síntesis del perfil social que trazaton las autoridades
t10 Id., luan Francisco Sánchez a Mariano Osorio, Santiago, 23 de junio de 1815, f. 35.
t1t Id.,Declaración de Bernardo Martínez, Santiago,2l dejunio de 1815, f.44.
t72 ld., Declaración del gobernador intendente Joseph Vergara, Concepción, 23 de agosto de
1815, f.37.
r73 /d., Informe del Fiscal José Rodríguez, Santiago, 26 de octubre de 1815, f. 54.
292 HISTORIA 35 / 2OO2
El Iegado de Ia Patria Vieja fue magro. Los monarquistas quedaron con el país
nuevamente en sus manos, pero el nuevo Chile en nada se parecía al antiguo: sus
instituciones yacían en ruinas, los gobernantes habían perdido la confianza del
pueblo y se había quebrado el consenso mínimo que hizo posible la gobernabilidad
en las décadas previas. Para los patriotas el saldo era mucho peor, pues habían sido
derrotados en su propia tierra por su propio pueblo. "Los trabajos que sufrió [Ca-
rrera y su ejércitol en Ia referida campaña", escribió Torrente refiriéndose al sitio
de Chillán en 1814, "aunque solo fue de quince días, son superiores a toda descrip-
ción: un campamento inhabitable, una estación la más rigurosa, lluvias continua-
das, los caminos convertidos en verdaderos atascaderos, cuyo barro llegaba a Ia
rodilla, caballos muertos a centenares, insepultos los cadáveres de infinitos guerre-
ros, ataques no interrumpidos a la Plaza, perpetuo estado de alarma, un formidable
enemigo a su frente disfrutando de las necesarias comodidades, y abundando en
toda clase de provisiones de guerra yboca"ttq. El ejército de Carrera, escribió por
su parte el comandante realista Antonio de Quintanilla, "se destruyó por las enfer-
medades consiguientes a estar sobre un terreno lleno de lodo..."l75 El día del
primer ataque patriota contra Chillán, escribió e1 fraile realista Juan Ramón, pare-
cía estar determinado para la "ruina y exterminio" de la villa. "A las doce del día,
se dio principio a la escena más horrorosa, bárbara y cruel que se ha visto en el
reino de Chile. Iba adelante una bandera negra, precursora de la muerte, le seguía
un tambor que, tocando a degüello, anunciaba su proximidad, seguía a ese una
turba de incendiarios, que con fuegos artificiales hacían arder los ranchos y casas
que se presentaban al paso,... por úItimo seguíase las tropas insurgentes..."176 Y
luego agregaba: "Yo solo diré que el entusiasmo de los vecinos incomparables de
185 "José Domingo Valdés y otros a O'Higgins, Concepción, lro. de marzo de 1814", en C. H. D. I.
Ch. Vol. 23,274. Ya en 181 1, de acuerdo a Barros Arana, los penquistas habÍan manifestado su despre-
cio a "las ridículas tendencias aristocráticas con que ciertas familias pretendían tener derecho al mando",
refiriéndose, por cierto, a Carrera y su entorno; Barros Arana, Historia Jeneral, Vol. VIII, 505.
186 '¡FranciscodelaLastraaO'Higgins,Santiago,9demayode18l4",enC.H.D. I.Ch.Yo1.23,372.
I87 *Juan Mackenna a O'Higgins, Santiago, 14 de junio de 1814", en C. H. D. I. Ch., Vol. 23, 385.
188 "Proclama del virrey del Perú a los habitantes de la Provincia de Ia Concepción de
Chile...",
Ob. Cit., t26.
r8e *El virrey del Perú a los habitantes del reyno de Chile...", Ob. Cit., 170.
296 HISTORIA 35 I 2OO2
re0 "Oficio del virrey de Lima a la Suprema Junta de Santiago de Chile, Lima, 72 de octubre de
1812", en C. H. D. L Ch. Vol. 23, 99.
rer Valdés Urrutia, "La deserción.. .", Ob. Cit. ll9.
LEONARDO LEÓN / RECLUTAS FORZADOS Y DESERTORES DE LA PATRIA: 297