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JURIDICA DE LA OBRA
EL PRíNCiPE
Autor: Nicolas Maquiavelo
Nombres:
1. Choque Choquevillca Paola
Fernanda
Los que de particulares que eran se vieron elevados al principado por la sola
fortuna, llegan a él sin mucho trabajo, pero lo encuentran máximo para
conservarlo en su poder. Elevados a él como en alas y sin dificultad alguna,
no bien lo han adquirido los obstáculos les cercan por todas partes. Esos
príncipes no consiguieron su Estado más que de uno u otro de estos dos
modos: o comprándolo o haciéndoselo dar por favor. Ejemplos de ambos
casos ofrecieron entre los griegos, muchos príncipes nombrados para las
ciudades de la Iona y del Helesponto, en que Darío creyó que su propia gloria
tanto como su propia seguridad le inducía a crear ese género de príncipes, y
entre los romanos aquellos generales que subían al Imperio por el arbitrio de
corromper las tropas. Semejantes príncipes no se apoyan en más fundamento
que en la voluntad o en la suerte de los hombres que los exaltaron, cosas
ambas muy variables y desprovistas de estabilidad en absoluto. Fuera de esto,
no saben ni pueden mantenerse en tales alturas. No saben, porque a menos
de poseer un talento superior, no es verosímil que acierte a reinar bien quien
ha vivido mucho tiempo en una condición privada, y no pueden, a causa de
carecer de suficiente número de soldados, con cuyo apego y con cuya
fidelidad cuenten de una manera segura. Por otra parte, los Estados que se
forman de repente, como todas aquellas producciones de la naturaleza que
nacen con prontitud, no tienen las raíces y las adherencias que son necesarias
para consolidarse.
El primer golpe de la adversidad los arruina, si, como ya insinué, los príncipes
creados por improvisación carecen de la energía suficiente para conservar lo
que puso en sus manos la fortuna, y si no se han proporcionado las mismas
bases que los demás príncipes se habían formado, antes de serlo.
Las tropas se integran por gente que esta dispuesta a dar un servicio a su
nación pero debían de cuidarse de la sed de ambición sobre todo de los
soldados mercenarios, puesto que son los que más tienen más deseos de
Poder y podrán en un futuro traicionar fácilmente. Pero a la ves en la guerra
son sanguinarios y no tienen compasión alguna por la vida humana, es
entonces cuando pueden en batalla alcanzar un gran numero de victorias
debido a esta razón.
Capítulo XV: de los cosas por las que los hombres, y especialmente los príncipes, son
alabados o censurados
Los príncipes, por hallarse colocados a mayor altura que los demás, se
distinguen por determinadas prendas personales, que provocan la alabanza o
la censura. Según el interés con el que desempeñen la función pública.
Pero no tema incurrir en la infamia ajena a ciertos vicios si no le es dable sin
ellos conservar su Estado, ya que, si pesa bien todo, hay cosas que parecen
virtudes, como la benignidad y la clemencia, y si las crearán su ruina,
mientras que otras que parecen vicios, si las practicas, a crecerán su
seguridad y su bienestar.
Capítulo XVII: de la clemencia y de la severidad, y si vale mas ser amado que temido
Capítulo XX: si las fortalezas y otras muchas cosas que los príncipes hacen, son útiles o
perjudiciales .
El príncipe debe considerarse con una gran estimación a un príncipe que las
grandes empresas y las acciones raras y maravillosas. De ello nos presenta
nuestra edad un admirable ejemplo en Fernando V, rey de Aragón y
actualmente monarca de España. Podemos mirarle casi como a un príncipe
nuevo, porque, de rey débil que era, llegó a ser el primer monarca de la
cristiandad, por su fama y por su gloria. Pues bien: si consideramos sus
empresas las hallaremos todas sumamente grandes, y aún algunas nos
parecerán extraordinarias. Al comenzar a reinar, asaltó el reino de Granada, y
esta empresa sirvió de punto de partida a su grandeza. Por de contado, la
había iniciado sin temor a hallar estorbos que se la obstruyesen, por cuanto
su primer cuidado había sido tener ocupado en aquella guerra el ánimo de los
nobles de Castilla. Haciéndoles pensar incesantemente en ella, les distraía de
cavilar y maquinar innovaciones durante ese tiempo, y por tal arte adquiría
sobre ellos, sin que lo echasen de ver, mucho dominio, y se proporcionaba
suma estimación. Pudo en seguida, con el dinero de la Iglesia y de los pueblos,
sostener ejércitos, y formarse, por medio de guerra tan larga, buenas tropas,
lo que redundó en pro de su celebridad como capitán. Además, alegando
siempre el pretexto de la religión, para poder llevar a efecto mayores hazañas,
recurrió al expediente de una crueldad devota, y expulsó a los moros de su
reino, que quedó así libre de su presencia. No cabe imaginar nada más cruel
y a la vez más extraordinario que lo que ejecutó en ocasión semejante.
Después, bajo la misma capa de religión, se dirigió contra África, emprendió
la conquista de Italia, y acaba de atacar recientemente a Francia. Concertó de
continuo grandes cosas, que llenaron de admiración a sus pueblos, y que
conservaron su espíritu preocupado por las consecuencias que podían traer.
Hasta hizo seguir unas empresas de otras de gran tamaño, que no dejaron
tiempo a sus gobernados ni siquiera para respirar, cuanto menos para urdir
trama alguna contra él.
Para los príncipes la buena elección de sus ministros, los cuales buenos o
malos, según la prudencia usada en dicha elección. El primer juicio que
formamos sobre un príncipe y sobre sus dotes espirituales, no es más que
una conjetura, pero lleva siempre por base la reputación de los hombres de
que se rodea. Si manifiestan suficiente capacidad y se muestran fieles al
príncipe tendremos a éste por prudente puesto que supo conocerlos bien, y
mantenerlos adictos a su persona. Si, por el contrario, reúnen condiciones
opuestas, formaremos sobre él un juicio poco favorable, por haber
comenzado su reinado con una grave falta, escogiéndolos así.
Si un príncipe debe pedir consejos sobre todos los asuntos, no debe recibirlos
cuando a sus consejeros les agrade, y hasta debe quitarles la gana de
aconsejarle sobre negocio ninguno, a no ser que él lo solicite. Pero debe con
frecuencia, y sobre todos los negocios, oír pacientemente y sin desazonarse
la verdad acerca de las preguntas que haya hecho, sin que motivo alguno de
respeto sirva de estorbo para que se la digan. Los que piensan que un
príncipe, si se hace estimar por su prudencia, no la debe a sí mismo, sino a la
sabiduría de los consejeros que le circundan, se engañan en la mitad del justo
precio. Para juzgar de esto hay una regla general, que nunca induce al error,
y es que un príncipe que no es prudente de suyo no puede aconsejarse bien,
a menos que por casualidad dispusiera de un hombre excepcional y
habilísimo que le gobernara en todo. Pero en tal caso la buena gobernación
del príncipe no duraría mucho, porque su conductor se encargaría de quitarle
en breve tiempo su Estado. En cuanto al príncipe que consulta con muchos y
que carece él mismo de la prudencia necesaria no recibirá jamás pareceres
que concuerden, no sabrá corregirlos por si mismo ni aun echará de ver que
cada uno de sus consejeros piensa en sus personales intereses nada más. No
existe posibilidad de hallar dispuestos de otra manera a los ministros, porque
los hombres son siempre malos, a no ser que se les obligue por la fuerza a
ser buenos. De donde concluyo que conviene que los buenos consejos, de
cualquier parte que vengan, dimanen, en definitiva, de la prudencia del propio
príncipe y que no se funden en si mismos como tales.
Capítulo XXIV: por qué muchos príncipes de Italia perdieron sus estados
El príncipe nuevo que siga con prudencia las reglas que acabo de exponer
adquirirá la consistencia de uno antiguo y alcanzará en muy poco tiempo más
seguridad en su Estado que si llevara un siglo en posesión suya. Siendo un
príncipe nuevo mucho más cauto en sus acciones que otro hereditario, si
lasjuzgan grandes y magnánimas sus súbditos, se atrae mejor el afecto de
éstos que un soberano de sangre inmemorial esclarecida, porque se ganan
los hombres mucho menos con las cosas pasadas que con las presentes.
Cuando hallan su provecho en éstas, a ellas se reducen, sin buscar nada en
otra parte. Con mayor motivo abrazan la causa de un nuevo príncipe o si éste
no cae en falta en lo restante de su conducta. Así obtendrá una doble gloria:
la de haber originado una soberanía y la de haberla corroborado y consolidado
con buenas armas, buenas leyes, buenos ejemplos y buenos amigos.
Obtendrá, por lo contrario, una doble afrenta el que, habiendo nacido príncipe,
hay perdido su Estado por su poca prudencia.
Capítulo XXV: dominio que ejerce la fortuna en las cosas humanas, cómo resistirla cuando
es adversa .
Refiriéndome ahora a casos más concretos, digo que cierto príncipe que
prosperaba ayer se encuentra caído hoy, sin que por ello haya cambiado de
carácter ni de cualidades. Esto dimana, a mi entender, de las causas que antes
explané con extensión al insinuar que el príncipe que no se apoya más que en
la fortuna cae según que ella varia. Creo también que es dichoso aquel cuyo
modo de proceder se halla en armonía con la índole de las circunstancias, y
que no puede menos de ser desgraciado aquel cuya conducta está en
discordancia con los tiempos. Se ve, en efecto, que los hombres, en las
acciones que los conducen al fin que cada uno se propone, proceden
diversamente; uno con circunspección, otro con impetuosidad; uno con
maña, otro con violencia; uno con paciente astucia, otro con contraria
disposición; y cada uno, sin embargo, puede conseguir el mismo fin por
medios tan diferentes. Se ve también que, de dos hombres moderados, uno
logra su fin, otro no; y que dos hombres, uno ecuánime, otro aturdido, logran
igual acierto con dos expedientes distintos, pero análogos a la diversidad de
sus respectivos genios. Lo cual no proviene de otra cosa más que de la
calidad de las circunstancias y de los tiempos, que concuerdan o no con su
modo de obrar.
NOMBRES:
Choque Choquevillca Paola
Taquichire Condori Edelio
Farfán Corimayo Eldy
Mendoza Laka Noemí
Tomamos prestada una idea del sicólogo y neurocientífico Steve Pinker, para aplicarla a
Maquiavelo. A este pensador le ocurre algo similar a lo que pasa a otras figuras como Hobbes,
Malthus y Darwin: sus nombres, a punta de siglos de uso y mal uso, han dado lugar a adjetivos que
inspiran desde temor hasta espanto. “Hobbesiano” se usa para describir un estado de cosas en el
cual priman la violencia y el peligro permanente; se llama “darwiniano” a quien de una u otra
forma aplica a la sociedad humana un concepto de supervivencia del más apto; el adjetivo
“maltusiano” invoca el temible panorama de una población que se multiplica y que excede de lejos
los recursos que podrían alimentarla y sostenerla. Ninguno de estos usos, lamentablemente tan
frecuentes y extendidos, hace justicia a las grandes contribuciones científicas y filosóficas de estos
pensadores. Darwin jamás sostuvo que lo justo fuese la muerte del débil; el análisis hobbesiano de
la violencia está precedido por centenares de páginas que con la mejor lógica lo sustentan y le dan
límites conceptuales; y la mayoría de situaciones descritas como “malthusianas” no son más que
paranoias infundadas.
Pero de todos ellos quien ha corrido con peor suerte es Maquiavelo. El nombre de este genial
historiador, filósofo y político ha sido corrompido por el abuso del adjetivo “maquiavélico”, el cual
se usa para calificar acciones o estrategias en las cuales, con astucia un tanto tramposa, y sin el
menor reparo moral, alguien trata de alcanzar un objetivo que es de su total conveniencia.
También se llama “maquiavélicas” a las personas que de ordinario proceden de esa manera: a
quienes no hacen más que calcular conveniencias y moverse en pos de sus cálculos sin otra
consideración.
Poca justicia le hace este mal uso a Nicolás Maquiavelo (en italiano Niccolo Machiavelli). Nacido en
1469 y muerto en 1527, muchos le consideran el padre de la ciencia política moderna. Como si
esto no fuese suficiente, sus escritos hacen parte de las cumbres de la lengua italiana. Maquiavelo
escribió tratados de política, de estrategia militar y de historia; escribió poemas y comedias;
compuso canciones, y dio lugar a una correspondencia que goza de admiración por la elegancia y
la belleza de su lenguaje. Tuvo además una agitada vida como funcionario, y en tal calidad fue
partícipe de aquel incierto drama político que era la Italia del Renacimiento, con sus grandes
señores, con sus mecenas, con sus letales rivalidades, sus conspiraciones y sus envenenamientos.
Todo lo cual ocurría dentro del contexto del resurgir de las artes y las ciencias: era también la
época de Leonardo y Miguel Ángel.A este singular hombre, que sirvió en la administración de su
natal Florencia durante el lapso en que no fue dominada por los Medicáis, le correspondió el lugar
histórico de escribir, por primera vez, un gran tratado de política que no estuviese guiado por la
pregunta de cómo deben ser el Estado, las instituciones y la sociedad. El príncipe de hecho
responde a otra pregunta: a la de las realidades efectivas del poder político; de su obtención, de su
conservación, y de su pérdida.
La primera versión de El príncipe, inédita aún, fue conocida por algunos lectores en 1513. Solo en
1532 fue publicado oficialmente, cinco años después de la muerte de su autor. Desde su primera
aparición, la obra de Maquiavelo causó conmoción entre los pensadores de la época,
acostumbrados a disertaciones sobre el deber ser y las formas ideales de organización política bajo
fuertes connotaciones morales, y generalmente bajo la sombra de la divinidad. El príncipe será, de
hecho, uno de los primeros pasos en la secularización de la teoría política.
En la tercera parte, el autor reflexiona sobre las virtudes que debe desarrollar el príncipe para que
sus acciones le permitan conservar el poder ante sus súbditos. Al contenido de esta parte, o más
bien, a sus interpretaciones superficiales, se debe la fama negra que ha acompañado a
Maquiavelo, y que se asocia con la frase “el fin justifica los medios”: así suele caracterizarse el
actuar inmoral de quien solo busca su propio bien, pero tal concepto se halla muy lejos de las
verdaderas formulaciones de Maquiavelo. La tercera parte de la obra evidencia el realismo de
Maquiavelo para abordar los asuntos del poder y la comprensión de las cualidades y debilidades
humanas. El autor usa por primera vez un concepto de virtud aislado de connotaciones morales,
para referirse a las cualidades que debe tener un individuo para gobernar.En el último bloque de la
obra el autor realiza una descripción de la crisis que atraviesa Florencia, articulando cada uno de
los temas abordados en los capítulos anteriores y reforzando la necesidad de un cambio en los
principios y la forma de gobierno.
El científico, el filósofo
¿Por qué algunos consideran a Maquiavelo el fundador de la ciencia política? Basta pensar esto: si
el objeto de una ciencia es descubrir y explicar los mecanismos causales que obran en su ámbito
de estudio, una ciencia de lo político debería indagar por mecanismos, por causas y efectos,
dentro de las dificultades especiales que tal indagación presenta en el universo de lo social. Pero
esto es precisamente lo que hace Maquiavelo. No lo hace, por supuesto, con todos y cada uno de
los fenómenos propios de la política: tal tarea sería imposible para un solo autor, y sería sobre
todo injusto exigírsela a un pionero. Pero lo hace, y lo hace muy bien, con respecto a un fenómeno
político en particular: la obtención y la conservación del poder.
Con frecuencia hay que soportar a quienes, a partir de la anterior reflexión, pretenden restar
valor a Maquiavelo como pensador, y le acusan de una falta de profundidad y una limitación a lo
mecánico. Queda claro que no han leído otra de las obras de Maquiavelo, la cual no dudamos en
recomendar: sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio. Se trata de un libro de
anotaciones, de reflexiones que venían a la mente de Maquiavelo mientras leía la obra del gran
historiador romano. Hay allí profundísimas anotaciones sobre el carácter de una república.
Ellos los que han elegido seguir ese camino). Esto es lo que no parecen haber entendido la gran
cantidad de hombres que han querido imponer sus ideas a costa de los intereses de los que
supuestamente deben apoyar y defender.
En conclusión Maquiavelo describe las mentiras, los métodos inmorales, las tácticas de cómo
ganarse a su pueblo, propuso las condiciones que habían de caracterizar a un príncipe, entendida
esta figura como la cabeza o jefe del Estado.
El hombre, desde el principio de los tiempos, se ha relacionado a partir del poder o la aspiración a
éste. Pero conseguir manipular y gobernar a una persona o a un estado no es sencillo. Se necesita
ser un buen estratega, cínico y hábil, manipulador de las masas, hipócrita en las acciones, fuerte y
justo en los movimientos. Mantener el poder requiere un gran esfuerzo y una gran destreza que
no todos los hombres poseen. Maquiavelo, cuando escribió El Príncipe era consciente de esta
realidad. Por eso, dedicó su obra póstuma a los políticos de su tiempo.
“A los hombres se los ha de gobernar con mano de acero dentro de guante de terciopelo” –
Napoleón Bonaparte
Las ideas de Maquiavelo marcaron el inicio de la política como la conocemos hoy en día. Todo
gobernante actual que no siga sus consejos no podrá mantener su poder durante un largo periodo
de tiempo.
“Lo que impulsa a los adversarios a venir hacia ti por propia decisión es la perspectiva de ganar. Lo
que desanima a los adversarios de ir hacia ti es la probabilidad de sufrir daños” – El Arte de la
Guerra (Sun Tzu)
Licenciada:
El resumen que hicimos ,grupal los realizamos todos mis compañeros del grupo ,somos 4 personas
que hicimos el trabajo , todos trabajamos en el resumen .
Atentamente: el grupo 17