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SALTO AL VACÍO Y A LA GLORIA

Jorge Enrique Hadandoniou Oviedo (Jeho)

El reconocimiento a héroes notables


o anónimos no requiere de la impronta de
una fecha o de un acto oficial. Debería ser
permanente, tal vez sutil y -por qué no-
original o disruptivo. El siguiente tramo de
escritura ha sido Inspirado en hechos
ocurridos en la playa de Pescadores,
cercana a Chancay (Perú, 25 de noviembre
de 1820) y otros, relativos a los personajes
que participan.

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Según los registros neurológicos de habitantes del siglo XIX, a
través de su transcripción paciente y minuciosa llevada a cabo
en la localidad de Las Chacras, Juana Koslay, San Luis,
Argentina, se detallan a continuación los resultados
catalogados en sendas carpetas que están rigurosamente
numeradas. Tanto la sintaxis como la semántica responden
más al estilo de los traductores de las huellas electrónicas que
a los portadores de las mismas. Es posible encontrar entre
líneas y aún en el mismo texto digresiones y probables
contaminaciones debido a la aún rudimentaria técnica de
recolección en la que pueden aparecer tanto emisiones
personales como colectivas. En tal sentido será útil remitirse a
las teorías del inconsciente colectivo de Jung. He aquí, con
habilitación de día y hora, el resultado de tales testimonios:

#1 (Soldado 1)

¿Qué le pasa a ese puntano engreído? Apenas se lo ve del caballo y quiere


arrojarse al mar… Boca arriba, el cielo es más grande, me traga y me
confunde. Si la herida me dejara moverme, este abismo no acaba más. El agua
es inmensa, nunca me hubiera imaginado este color, esta furia tranquila y esos
remolinos cuando se enoja como un general sin ejército. Así se va quedando la
tierra. La defendemos por instinto, porque si damos un paso más vomitamos
estómagos vacíos y pólvora mojada. Y ahora, se le ocurre hacerse el héroe.
Aunque sería mejor tirarse en serio desde estas alturas, perderse entre las
aguas. No nos quedan fuerzas para cruzar la montaña y volver a los llanos de
mi pueblo. Ese sur hay que vivirlo: polvo y sudor. Se lo hubiéramos dejado sólo
para la indiada. A qué hacerse tanto barullo si la tierra nunca va a ser nuestra.
Siempre va a tener dueños. Y nosotros acá como unos cimarrones en medio
del vacío, casi sin gente y sin municiones. ¡Qué distinto el campamento! Ahora
se siente el perfume de las albahacas que tenía el patio los Osorio. Y los higos
que nos habremos comido a escondidas del cabo. Aaahhh. Parecen revivir los
pulmones, pero ya me queda poco tiempo. ¡Cuántas leguas me costó llegar al
campamento! Enancado y en carreta crujiente, hasta caminando porque no
pasaba un alma por el camino cortado por yuyales. Hasta que vi unos sauces y
carrizos cerca de una aguada. Los potreros te alientan y te atrapan con su
barro pastoso. ¡Cómo suena la calandria! Muchos pájaros que nunca había
visto y ahora me hacen ruido en el oído. Y mirar las serranías al alba o a la
tardecita es increíble. Pasé como veinte días a pura fajina y nunca lo había
visto, hasta esa tarde que me había agotado hasta la médula. Uno puede leer
mucho y aprender y estudiar y hablar, pero cuando hay que cuerpearle al
ejercicio o al combate se terminan todas las letras y el cerebro no puede
pensar más. Y a esperar que el cuerpo reaccione, porque si no, te matan.
¿Andan las bumbunas o me parece que me arrullan en este lecho…? A lo

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mejor pueda volver si los realistas se apiadan. Si le saliera bien la jugada al
teniente…

#2 (Narrador hispano)

El caballo de Juan Pascual se eleva en un relincho para gritarle a los godos


que se lleva la bandera en un galope al vacío, que nunca caerá en sus manos y
que morirán en libertad sin luchar, pero sin entregarse. Al otro lado, más allá de
la primera lomada, el Comandante rojo abre los ojos y la boca sin entender. Ya
le han dicho que es medio loco este jovencito soberbio y caliente, pero nunca
se hubiera imaginado este desplante. Tendría que enojarse y arremeter a punta
de bayoneta hasta limpiarlos a todos. ¡Qué diablos! Pero ha sido muy pícaro
este oficialito de cuarta: está buscando dejarlos como criminales. Y le vienen a
la memoria los papeles que han desparramado por el Virreynato con ese traidor
de San Martín desgarrando a los valientes generales españoles. O no saben
qué hacer o lo planearon demasiado bien. ¡Les sale de pedo! Ya vendrá la hora
de la venganza. Saca el sable para dar la orden fatal, pero se detiene. Ese
orgullo prepotente, con su amenaza lo puede perjudicar cuando se presente al
virrey y menos si algún francesito se ha hecho cargo. Si los pasamos a
degüello nadie se entera, pero siempre hay algún judas escondido en la tropa.
Y si los salvamos a todos: son pocos, están destrozados. Allá hay uno
boqueando a lo mejor el último suspiro.

#3 (Narrador del Soldado 1)

La hora de la siesta invita a escaparse entre los cardales. A lo lejos se ve el


polvo que levanta algún caballo atrasado por llegar al descanso. El sol cae
como un balde de agua caliente y justamente lo que falta es agua. Joaquín
tiene las rodillas sucias de barros trasnochados, pero sus ojitos se han clavado
en la nube de tierra que avanza, tirando hacia el norte una estela de pedregullo
que se levanta hacia el cielo. Hiere la mirada ese azul opaco con semejante sol
en medio. El niño sueña porque ha visto un dibujo muy prolijo en el cuaderno
ajado de Pedro, que ha quedado como recuerdo en la escuela de adobe: una
montaña blanca que el indio dibujara de memoria una vez. Según este tal
Pedro (no recuerda el nombre aindiado) es tan alta como el cielo y son pocos
los que se animan a subir y menos a cruzarla. Del otro lado hay otras pachas
como él dice. Sería muy lindo tener cerca ese frío blanco que añorara antes de
irse aquel callado jovencito que aprendiera sus primeras letras por estos pagos.
Tendrá que escaparse una noche hacia el norte porque dicen los viejos que
hay ruido de guerras y harán falta soldados tarde o temprano.

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#4 (General don José de San Martín)

Soplar y hacer botellas. Como si fuera tan simple. ¿Quién sería capaz de hacer
una siquiera? La independencia es más fácil y no se dan cuenta que para ellos
es sólo cuestión de decisión y de palabras, en medio de las comodidades que
disfrutan. Uno tiene que soportar la soberbia de los jefes españoles, el ataque
soterrado de la envidia y la calumnia. Además, entrar en batalla con el olor a
sangre y pólvora, reprimiendo el aliento que se agota en los caballos heridos,
en los soldados muertos. Los señoritos no podrían sostenerse en medio de
estos barriales y menos hacer una botella. Y me escriben eso como si fuera un
aprendiz. No tienen idea de las pruebas y la templanza que hay que demostrar
cada día. Lo inaudito espera en cada recoveco de la montaña, aliado de la tos
y de la fiebre. Hay que planificar cada paso, pero con sable en mano hay que
decidir y uno queda atado a ese recuerdo que es un relámpago en medio de la
noche. Puede hacerse más oscura, pero nunca como para claudicar. El
fanatismo nos carcome y si firman la confirmación del aislamiento, cada uno
será cacique de su comarca; nunca habrá unión. Necesitamos luz y más luz en
esta noche oscura. Las nubes ocultaron la luna plena y brillante. Y si hacemos
un fuego más, lo verá alguna patrulla enemiga. No se andan con vueltas,
cuando pudieron nos emboscaron. Hacia el norte de Buenos Aires se ha
puesto muy dura la lucha. Martín y Manuel tendrán que hacer lo suyo muy bien
porque peligra nuestra misión. A veces me siento solo y con tantas cargas y
reclamos como para irse, para buscar en otra parte el sentido de la vida. La
felicidad, ¿qué es? Sólo la lucha, estar alerta, despertar ahogado por los
pulmones y las ideas. No tenemos permiso para dudar. No podemos retroceder
un paso. Débiles, aún somos poderosos por el aliento de los criollos, de las
mujeres y la sonrisa inocente de los niños que juegan con armas de madera
como si supieran lo que es matar a un hombre.

#5 (Soldado 2)

No se vaya a equivocar en este trayecto el teniente porque las monturas pesan


por las faldas de la montaña, estrechos caminos que sorprenden y después el
valle que espera con cualquier sorpresa. Desde allá, en ese paraje hermoso y
protegido que el General nos consiguió hasta este cielo árido, cuántas noches
al descampado, cuántos lechuzos cruzando agoreros y despiadados, cuántos
hermanos muertos, cuántas heridas ya sin dolor, cuánta espera. Y los nuestros
¿qué harán? ¿qué será de las mujeres, esperando y esperando? Que no se
vaya a equivocar este soldadito. Todos se creen héroes y muchas veces la

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soberbia nos llevó al abismo. ¡Qué hermosas las montañas de mi pago! Nunca
podíamos verlas porque estábamos en ellas, seguros porque sabíamos que
nos protegían pero uno sólo las descubre cuando va saliendo de Merlo. Mira
atrás y parece que lo aplasta la mole impresionante. ¡Cuántos colores! Pero ya
estamos lejos. Y se empiezan a extrañar los bosques de talas, espinillos,
algarrobas para endulzar la noche ciega. Los médanos nos esperan y no
sabemos bien qué hay detrás de la barranca. El mar se ve a lo lejos, pero los
godos estarán esperando, seguramente. Son muchos, no alcanzará con
caballos cansados y con piernas destrozadas por el peso y el barro, por las
piedras y la montura cargada sobre los hombros lastimados. Éramos muy
crédulos, pero las botas brillantes nos iluminaban los ojos. Y si no, qué
teníamos entre las manos: tierra, piedra, arena y lluvias con rayos fulminantes.
Ahora sabemos el sabor de la esperanza. Allá están los héroes de verdad.
Viven con el Jesús en la boca. Y si no, por qué se escaparon esos españoles
sin dejar rastro ni alborotar al pueblo grande. Dicen barbaridades que nadie
cree. Y, claro, parientes cada uno tiene en el otro bando. No saben si temerle
más al hambre que a los traidores. Época de espías y como los jóvenes salen a
dar batalla, cualquier viejo inocente o muchacho desertor puede ser fatal,
especialmente si se gana la confianza de alguien.

#6 (Coronel Juan Pascual Pringles)

Los zorzales que han sobrevivido al sol tremendo, me recuerdan nombres, pero
la memoria se aplaca con el olor a sangre. ¡Quién dijera morir en medio de los
espinillos y entre matas secas! Malo el sable y peor la lanza cuando la empuña
un hermano. Pero a quién le importa… Si ya nacimos en medio de una guerra,
cómo vamos a salvarnos. En aquellas callejas era solo rumor y comentarios.
Después, en el campamento supimos de cómo se cargan las armas. Y no las
carga el diablo… Pero lo más grandioso fue ver la nieve en la montaña, la
playa… ¡Qué linda es la playa! ¡Cómo penetra los pulmones ese aire finito de
sal húmeda! En el llano y en las quebradas o en los arroyos uno ni se imagina
lo que es aquella mole de agua. Y se va lejos, muy lejos… como ahora me
estoy yendo casi sin darme cuenta. Por un reflejo siento que unos caldenes me
miran y desde alguna ramita seca me parece ver otra vez el primer pámpano
que descubrí en el viñedo que hacía crecer aquel francés de Cuyo, cerca de la
finca del General. ¿A dónde fue a parar la Pancha? Amazona brava de la
milicia y de la batalla hasta quedar exhausta. ¡Oh, Valeriana, cómo te extraño
justo ahora! Ni el viento chorrillero fue tan audaz para hacerme bajar la mirada
como vos pudiste conmigo. ¡Agua! ¿No hay ni siquiera un trago, tan cerca del
río que estamos? Jarilla, chañares, caldenes, carrizos, cardales, pajonales y
una gota de agua… Aquel oriental era cojudo y allá sí que había agua por
todos lados. Decían que la sangre charrúa lo sostenía, pero nunca supe si era
verdad o leyenda. Era lindo sablear a su lado. Tenía el coraje que lleva al
hombre a la gloria. Nunca se sabe cuál es la última batalla porque siempre
sigue otra o te tientan con otra lucha. ¡Agua, un poco de agua! Me miran como

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si no me escucharan. ¿Qué miran, cabrones? ¿Por qué se acercan y se
alejan? ¡Agua! Los nombres, los nombres… he perdido los rostros de mis
padres y de mis hermanos. He visto tantos, en estos años. Fieros y feos, duros
y temblorosos, ásperos y dulces. De tantos pueblos, de tanta gente. ¡Gabriel!
¡padre! No te vayas. ¡Isabel, José, Melchora! ¡Hermanos, tírenme una mano!
¿Cuándo elegí seguir al General? ¡Las espuelas y el sable, cómo brillaban!
¡Mamá! ¡Andrea! Ya ni me acuerdo cuando alguna vez me acunaste. ¿Me
acunaste? ¡Úrsula, Margarita! ¿Dónde están?

#7 (Narrador eventual)

Saltó una tapia y defendió como tigre alzado el patio del gobernador. Hubo que
reprimir un levantamiento de los presos y hasta le ayudó este tigre de los llanos
que ahora lo persigue hasta verlo muerto. Quién iba a decir que el saldo fuera
una condecoración de Juan Martín. Se borraron los rastros de sangre y “aquí
no ha pasado nada”, pero sí había pasado y fue justamente unos días antes de
que cruzara por estas ventoleras y frías regiones, doña Remedios. Nadie
registra a la negra que dio la voz de alerta ni al cansino baqueano que llevara a
la señora hasta el Cuyo, donde manda su esposo. Pero cada paso que daban
los dos; otros muchos sostenía los cascos de las mulas cuando ascendieron
para cruzar la mole andina. Lejos, con aires que vienen de Escocia o de
Madrid, se oye el doble eco de la palabra “unión” que tanto preocupa al
libertador. Claro, libertad es otra palabra que lo obsesiona. Vaya a saber
cuándo se grabó a fuego en su corazón. Corazón de pueblo… Tal vez. Para
saltar a la gloria o al vacío. Ese acto valiente que depositó la primera medalla
en el pecho del ahora teniente coronel, fue real, concreto, vital y hasta
desesperado. También lo hizo famoso dos veces. Y no le sirvió para salvar la
vida. El general del ejército se irá con el tiempo a su lejana casa de aromas
franceses y no podrá conversar un rato con él, sepultado en su tierra, mojón de
historia o de olvido, a la vera de un camino real. La seca se atraganta en el
silencio de los soldados. La suerte está echada y para que muchos vivan
mejor, algunos caerán sin piedad. La gaceta tendrá su mera crónica, pero
aunque sea en palabras que se lleva el viento sabrán lo que pasó. Se los
tragará la tierra – es cierto – para abono de alguna escribanía en la Capital,
donde unas botas inglesas estamparán la firma del boleto. Y habrá herencias.
Ellos ni saben que sus hijos serán los que cultiven sus huesos para los
señoritos de galera. Se los tragará la tierra, pero se ha de decir lo que se deba.
Y algún día, salpicarán de sangre las tranquilas manos de un pueblero que ni
noticias tuvo de estos arrebatos de gente entre hilachas y coraje. Allá se
queda un soldado olvidado en la muerte lenta que vendrá en soledad a
buscarlo. Más acá, cubierto en gloria y tierra, el coronel encontró la última
batalla. Volverá otro de la muerte segura, para cultivar una quinta humilde y
apacible. Más allá, el general se quedará inmóvil en la nostalgia de algún
retrato.

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Villa Mercedes, San Luis, Argentina. Concluido el 29 de junio de 2021, exclusivo
para DIAFANIS, al amparo de frígidas temperaturas y alertas virales.

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