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LA PRIMAVERA EN LA VOZ DE NUESTROS POETAS

Jorge Enrique Hadandoniou1

“Caramba... la primavera es/ inexorable” nos dice María Cristina Carnelli Despósito,
reconociendo su imperio de vida, su presencia y la cíclica manifestación que ha dado motivo a
nuestros poetas para cantarle. San Luis, esa guitarra con encordado de arroyos se hace presente
en la música del verso, en el énfasis de un idioma propio para saludar la estación del amor y los
artistas, el renacer y los adolescentes, la estudiantina y las flores. Ese sentimiento que expresa
otra mujer, Deni del Valle de Saá:
”Es tiempo de trepar a la esperanza
y aspirar profundamente de los sueños.
Arrojar a un costado – y para siempre-
el ropaje pesado
y desdeñar la niebla.”
Con un hábil juego de palabras, sencillamente, Juan Carlos Luchino describe el
momento del tránsito de una estación en otra:
“El frío no aguarda, huye.
El sol retorna, no espera.”
Parece vibrar en el conjunto todo de la naturaleza una música particular, una armonía
renovada pero inédita a la vez. Y por eso, María Delia Gatica de Montiveros se anima a
descubrir secretos guadardos, dándole nombre a la atmósfera de alegría:
“Setiembre toca en las acacias
Una sonata en sol mayor;
De la gran luz arranca notas
Que le ha aprendido al ruiseñor.”
En todo el registro de nuestros músicos de la palabra, primavera ha ido de la mano del
amor, la juventud, de la vida. Y por eso, a veces, para ocultar lo evidente, para transcribir la
intuición con símbolos, han personificado los elementos de la naturaleza, volviéndose románticos
desde el clasicismo o a partir de la sencillez de sus escritos pueblanos. Tal es el caso de Luis
Roberto Barroso, cuando concluye uno de sus “Sonetos de Primavera”:
“Y a poco de asomar la primavera,
un manantial de luces en el día
le confiesa su amor a la pradera.”
Y aunque todos hayamos transitado este recorrido de registrar el sentimiento, las voces de
los que no tienen voz y el encanto que repiten tantas tonadas en su afectuosa familiaridad, fue
suficiente que Antonio Esteban Agüero tomara la pluma para que la síntesis encontrara su
molde más elocuente. Así ocurre en sus “Sonetos de la primavera” que incluye el tributo poético
a San Juan de la Cruz conjuntamente con un sincretismo personal en el “Soneto del misterio
eucarístico”. Así es que exalta la estación, una vez más personificada:
“Sobre el duro cristal de la ventana
con su mano gozosa la morera
escribe que la niña primavera
se desnuda en el sol de la mañana.”
Y concluye con una afirmación vital que aún hoy resonará, tal vez por estas horas, en
aquella casa de Merlo, habitada por su duende gracias a otro poeta y cantor, JORGE
Altamirano:
“- ¡Hoy no quiero morir! ¡Hoy solo quiero
vivir para mirar la luz encima
del redondo rubor del duraznero!”
Para confirmar su perduración y salvación como lo anticipara en el “Digo la
Mazamorra”, pero también para no olvidar que nuestros poetas alcanzan desde la región
provinciana el sentido más profundo de la vivencia humana, es pertinente manifestarlos ahora.

1
Becario BAS XXI, Convocatoria 2004. Trabaja sobre una ANTOLOGÍA CRÍTICA de la poesía de San Luis

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