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1. Crisis de idolatría
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2. ¿Crisis económica?
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3. Dinero
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4. Dinero (más)
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Ahora resulta que los tipos que nos han llevado al pozo
sin fondo de la crisis se reúnen en Londres y aparecen como
nuestros salvadores, exhortándonos a tener confianza en sus
enjuagues. Me han recordado, en su risueño cinismo, al
ciego cabrón del Lazarillo, que después de descalabrar al
protagonista estampándole una jarra de vino se burla de él,
aplicándole vino en las heridas y diciéndole con sorna:
«¿Qué te parece, Lázaro? Lo que te enfermó te sana y da
salud». Y lo más estremecedor del asunto es que la pobre
gente engañada cree que, en efecto, esos tipos que nos han
Verbo, núm. 507-508 (2012), 579-618. 591
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rozo por las principales bolsas del mundo, que han y cele-
brado por los medios de adoctrinamiento de masas, encar-
gados de mantener cretinizada a la gente, mientras la
expolian. Cuando, dentro de un siglo, se estudie el hundi-
miento del capitalismo financiero, los historiadores se lleva-
rán las manos a la cabeza, horrorizados de que tanta gente
se dejase embaucar, llevada al matadero de la mano por sus
mismos verdugos, en quienes llegó a ver a sus salvadores.
Para explicar un suicidio colectivo de tal magnitud hace
falta una explicación de índole sobrenatural; y tal explica-
ción nos la brinda el Apocalipsis, cuando narra la caída de
la gran Babilonia (tan semejante, por cierto, a la caída del
capitalismo financiero): «Del vino del furor de su prostitu-
ción bebieron todas las naciones». El vino de prostitución
del que todos hemos bebido durante los últimos años es la
adoración de Mammón; o, como explicaba el filósofo
Santayana, la creación de una «niebla de las finanzas vaga-
bunda, nominal, inmaterial, que mañana puede destruirse y
desvanecerse como un sueño». Azuzando nuestra avaricia,
los sacerdotes de Babilonia nos hicieron creer que el dinero
podía procrear como un conejo; y que, si les confiábamos
ese conejo, nos premiarían con algunos hijos de su innume-
rable prole, aunque fueran los hijos más canijos (mientras
ellos se reservaban los más orondos). El mañana que profe-
tizaba Santayana ya ha llegado: lloran y hacen duelo los
reyes de la tierra –los politiquillos de la Unión Europea, el
falso mesías negro de Yanquilandia– que con ella fornicaron
y se dieron al lujo; lloran y hacen duelo los mercaderes –plu-
tócratas– que se enriquecieron con el poder de su opulen-
cia; y lloramos nosotros, pobre gente cretinizada, porque
vemos desvanecerse ese sueño.
La única salvación posible consiste en renunciar a las
mañas del capitalismo financiero; pero esto es algo que los
sacerdotes de Babilonia tratarán de impedir a toda costa
mientras les reste un hálito de vida. Saben que su destino es
perecer entre las ruinas de Babilonia; y, en su agonía, han
adoptado la misma estrategia que Sansón, cuando fue enca-
denado a las columnas del templo: «¡Muera yo con todos los
filisteos!». En esta estrategia desesperada de aniquilamiento
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