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COMISIONES DE PASTORAL

I. Introducción

Las comisiones o delegaciones diocesanas de pastoral son instituciones


estables o permanentes que coordinan y dinamizan concretos sectores de pastoral:
evangelización, catequesis, liturgia, ayuda fraterna, apostolado seglar,
ecumenismo, enseñanza, patrimonio artístico-cultural de la Iglesia, etc.
Según las diócesis, los organismos de la pastoral sectorial suelen adoptar
diversos nombres: delegaciones, comisiones, secretariados o departamentos.
Sería muy recomendable una homologación en la terminología de dichos
organismos diocesanos. Propongo llamar delegaciones a las grandes áreas de
pastoral sectorial a frente de las cuales hay un delegado del obispo con su
respectivo equipo de colaboradores, y si el ámbito de dicha delegación lo requiere,
subdividirla en comisiones, secretariados o departamentos, según convenga.
Las delegaciones o comisiones diocesanas de pastoral convendría que fueran
coordinadas por una secretaría técnica o centro de acción pastoral, «como lugar en
donde se establece el contacto entre la línea horizontal de las comisiones y la
vertical del obispo, vicario y consejo presbiteral»1.
El motu proprio Ecclesiae sanctae afirma que «con objeto de conseguir realmente
el fin de este consejo (consejo pastoral), es conveniente que un estudio previo
preceda a los trabajos en común, con la ayuda, si el caso lo requiriese, de las
instituciones u oficinas que trabajen para este fin» (ES I, 16, 4).

II. Delegaciones o comisiones de pastoral

Las delegaciones o comisiones diocesanas de pastoral: a) contarán con un


equipo adecuado de dirección, formado por personas entendidas o especializadas
en la materia; b) dispondrán de los medios necesarios para llevar a término con
eficacia su misión; c) se complementarán y enriquecerán con otras delegaciones
afines, y d) estarán íntimamente conectadas con las instancias pastorales
territoriales de la diócesis (parroquias, arciprestazgos, zonas).
¿Cuántas delegaciones de pastoral debe tener una diócesis? Las que necesite
para cubrir las necesidades sectoriales de su pastoral. He ahí un ejemplo de una
diócesis española, de tamaño mediano, estructurada en delegaciones y alguna de
estas, a su vez dividida en comisiones, secretariados o departamentos. Las
delegaciones de esta diócesis son las siguientes: 1) Delegación de acción social:
comisión de migraciones, secretariado gitano, secretariado de pastoral
penitenciaria, departamento de estudios y animación, departamento de servicios y
obras. 2) Delegación de catequesis. 3) Delegación de ecumenismo y diálogo
interreligioso. 4) Delegación de enseñanza. 5) Delegación de estudios teológicos y
pastorales. 6) Delegación de familia. 7) Delegación del laicado (apostolado seglar).
8) Delegación de liturgia, plegaria y religiosidad popular: comisión de música sacra,
comisión de arte sacro. 9) Delegación de misiones. 10) Delegación de medios de
comunicación. 11) Delegación de pastoral juvenil. 12) Delegación de pastoral de
salud. 13) Delegación de pastoral del turismo. 14) Delegación de pastoral
universitaria. 15) Delegación de pastoral vocacional: comisión del diaconado
permanente. 16) Delegación del patrimonio: comisión del patrimonio artístico,
comisión de archivos y bibliotecas, comisión de órganos históricos. 17) Delegación
de la vida consagrada.

III. Áreas de la pastoral

Estas diecisiete delegaciones, a su vez, están estructuradas en tres grandes


áreas: área del anuncio, que comprende las delegaciones 5, 15, 2, 4, 10 y 16; área
del vivir cristiano, que abarca las delegaciones 8, 7, 6, 11, 14 y 17, y área de la
comunión, cuyas delegaciones son: 9, 3, 1, 12 y 13. Al frente de cada área hay un
delegado, elegido por sus colegas. El vicario general y el secretario de pastoral
coordinan las 17 delegaciones y se reúnen con cierta frecuencia con todos los
delegados o con sólo los delegados pertenecientes a cada una de las tres áreas
arriba indicadas2.
Las instancias sectoriales y territoriales de la pastoral pueden y deben
complementarse y enriquecerse mutuamente. Este punto es de capital
importancia: las parroquias, los arciprestazgos y las zonas necesitan de la
orientación de las delegaciones y estas a su vez han de estar muy atentas a la
problemática concreta que surge de la base, si no quieren quedar reducidas a
gabinetes teóricos que hacen simple pastoral de laboratorio. Sería necesario que
estos interrogantes, formulados a continuación, acompañaran siempre la reflexión
y actuación de las distintas delegaciones o comisiones diocesanas: ¿Cómo vive el
hombre de hoy? ¿Qué historia tiene detrás? ¿De qué cultura es hijo? ¿En qué
concretos condicionamientos sociológicos se encuentra? ¿Hasta qué grado estos
condicionamientos inciden sobre su vida cotidiana y la marcan positiva y/o
negativamente? ¿Qué puntos de referencia tiene? ¿Por qué tiene estos y no otros?
¿Cuál es su escala o jerarquía de valores? ¿Quién «fabrica» e impone estos valores
y, en concreto, esta jerarquía? ¿Cuáles son sus concretas preocupaciones? ¿Cuáles
son sus problemas reales? ¿Cuáles son sus principales proyectos y aspiraciones? 3.
Sin este realismo sociológico elemental, las delegaciones o comisiones de
pastoral corren el peligro de dar respuestas estereotipadas y rutinarias a preguntas
que nadie les hace.
La Iglesia en su tarea evangelizadora, catequética y celebrativa, ¿tiene
realmente en cuenta al hombre de la modernidad con sus valores y contravalores?
Todavía nuestra pastoral no ha asumido suficientemente los valores de la
modernidad, y ya estamos en plena época posmoderna. Importantes valores civiles
subrayados con fuerza por la Ilustración, como la singularidad del individuo, la
sana racionalidad, la autonomía de la persona y de los pueblos, la secularidad, la
tolerancia, el pluralismo, la libertad, la igualdad, la democracia, etc., cuestionan
profundamente nuestro ser y quehacer pastorales. Si la Iglesia no acepta estos
valores, su disfuncionalidad ante el mundo de hoy irá cada día en aumento. Ahora
bien, aunque el fenómeno de la modernidad que arranca de la Ilustración del s.
XVIII sea irreversible, no podemos absolutizarlo porque este a veces se vuelve
barbarie. Debemos adoptar, pues, una sana actitud crítica, profética, ante la
modernidad para que sus valores nunca degeneren en contravalores. Si bien esta
crítica no debemos hacerla nunca desde planteamientos oscurantistas, sino desde
argumentos de modernidad. Lo que necesitamos, de verdad, es una modernidad
redimida.

IV. Pastoral de conjunto

La pastoral sectorial (grandes áreas temáticas) y la territorial deben seguir


conjuntamente un plan diocesano de pastoral y en este deben confluir ambas, en
orden a la evangelización.
La verdadera pastoral de conjunto sólo será una realidad palpable cuando la
pastoral sectorial y territorial avancen al unísono, se complementen mutuamente
y elaboren y sigan un coherente plan diocesano de pastoral.
La pastoral de conjunto o pastoral orgánica es la necesaria convergencia,
complementariedad e integración de todas las fuerzas evangelizadoras (personales
e institucionales) que, conservando cada una, en la unidad y en la variedad, su
propia naturaleza y características y su peculiar misión y cometido, se lanzan, bajo
la dirección del obispo, a una acción conjunta. La pastoral de conjunto, por tanto,
no es un conjunto de pastorales realizadas individual o aisladamente, parroquia
por parroquia. Y más que un método o una técnica, es un espíritu de comunión
fraterna y de misión evangelizadora coordinada. Se trata, en definitiva, de pasar de
un espíritu particularista a un espíritu verdaderamente eclesial. Solamente un
esfuerzo convergente de todas las fuerzas eclesiales en torno al obispo permitirá a
la Iglesia particular el cumplimiento de su misión en el mundo de hoy4.

V. Pastoral por objetivos

Otro concepto muy importante que deben tener en cuenta las delegaciones o
comisiones así como también las instancias territoriales (parroquias,
arciprestazgos, zonas, diócesis) en su actuación es el de pastoral por objetivos. Una
pastoral por objetivos es un proceso educativo que lleva una comunidad (grupo,
parroquia, arciprestazgo, institución eclesial, etc.) para repensar su finalidad y
metas en una situación global que está viviendo el pueblo, y, a partir de ahí,
establecer una estrategia adecuada con unas determinadas acciones que la hagan
posible. Y este proceso exige:
1)No planificar en función de la «consueta» o del «siempre se ha hecho así y ni
siquiera en función de las estructuras o tareas pastorales existentes, sino en
función de la realidad circundante. 2) No planificar a partir de unos principios
abstractos, sino en función de la personalización y profundización de la fe de los
creyentes y de la transformación de los ambientes. El horizonte nos viene dado por
la revelación, ciertamente, pero estamos ante un camino por recorrer, personal y
comunitariamente, en el que entran las personas concretas situadas en una
historia y con una mentalidad colectiva de la que arrancan unas determinadas
pautas de pensar y actuar5.
Al hablar de pastoral por objetivos no tratamos de introducir técnicas de
marketing en nuestro trabajo eclesial, La Iglesia no es asimilable a una empresa
comercial. Hablando con propiedad, la Iglesia no tiene un «mercado» para lo
cristiano, un mercado que pueda someterse a una investigación empírica, como si
se tratase de vender un producto. La acción del Espíritu no la monopoliza nadie,
ni siquiera la Iglesia misma. La «sementera» de Dios es la humanidad entera, a lo
largo y ancho del mundo y de la historia6.
Ahora bien, la voluntad de transformar la realidad humana de la Iglesia en un
proyecto serio y convincente de evangelización ha de introducir elementos de
racionalidad en nuestra pastoral. Se trata de ofrecer un servicio humano cualificado
a la salvación. No olvidemos que la Iglesia es, en definitiva, la acción de Dios en el
mundo a través de la acción de los hombres.
Así pues, lo que llevamos entre manos es importante y no podemos tratarlo
superficialmente. Las mediaciones humanas son decisivas en el campo de la
pastoral.
Cuando emprendemos una seria pastoral por objetivos, lo que intentamos es
salir de la rutina, de la repetición mecánica y anodina, para alzar la mirada hacia
un proyecto válido de evangelización y ordenar en función de este proyecto las
actividades de los agentes de pastoral, contando con la situación de la realidad,
valorando debidamente los recursos humanos y materiales y teniendo en cuenta la
medida del tiempo para proponernos objetivos concretos a corto, medio y largo
plazo.
La pastoral por objetivos no es una técnica más, no es una simple
modernización de instituciones, estructuras y tareas pastorales. La pastoral por
objetivos es una manera de situarse ante el quehacer pastoral, y esto implica y
exige una nueva mentalidad y un nuevo talante en los agentes de pastoral.
Toda pastoral por objetivos debe comenzar por una apreciación realista y crítica
(con capacidad de discernimiento) de todo lo que se hace, de cómo se hace y de
para qué se hace.
No podemos ampararnos en el «misterio» para dejar de examinar lo que en la
pastoral depende de nosotros en cuanto instrumentos de la acción de Dios. La
acción pastoral consiste en un conjunto de actividades humanas, plenamente
observables, y que, por lo tanto, pueden ser evaluadas tanto en su cantidad como
en su calidad.
Finalmente, la pastoral por objetivos debe hacerse desde un modelo de Iglesia
inspirado en el Vaticano II: un modelo de Iglesia fraterna, orante, evangélica y
evangelizadora, a la vez que ha de tener muy presentes estos cuatro elementos: 1)
El punto de partida, la realidad que pisa la gente, los nuevos signos de los tiempos,
el contexto sociocultural en el que está inmerso el hombre de hoy, destinatario
concreto de nuestra tarea pastoral. Si no tomamos muy en serio este punto de
partida, nuestra pastoral corre el peligro de quedar reducida a unas cuantas
acciones dispersas sin eficacia alguna. 2) Los medios, las mediaciones humanas y
materiales: agentes y estructuras pastorales, cauces institucionales, recursos
instrumentales, etc., que son necesarios para llevar a cabo los objetivos pastorales
preferentes o prioritarios y así poder acercarse al ideal del fin último de la pastoral.
3) Los objetivos pastorales preferentes que periódicamente deben señalarse, según
las necesidades y circunstancias de cada tiempo y lugar, y que han de ser
concretos, realizables, flexibles y evaluables. 4) El fin básico y último que persigue
nuestra pastoral que es la edificación de una Iglesia que sea servidora del mundo
desde el evangelio, descubridora y dadora de sentido y, en definitiva, sacramento
de salvación para todos los hombres (cf LG 1).
Tener muy presentes, adecuada y ordenadamente, estos cuatro elementos
significa llevar a cabo una pastoral realista por objetivos que, en definitiva, es la
que introduce una cierta racionalidad y una cierta mediación humana cualificada
en un ámbito que es misterio, que es gracia, que es don gratuito de Dios.
La pastoral por objetivos se opone a la «pastoral de mantenimiento» y se
identifica con la «pastoral de crecimiento», que intenta que las personas y los
grupos, partiendo de su propia vida y experiencia, vayan creciendo en el
descubrimiento de Jesucristo, capaz de transformar el corazón del hombre y las
estructuras injustas de la sociedad.

VI. Exigencias evangelizadoras

Finalmente, para que la acción evangelizadora de las diversas delegaciones o


comisiones diocesanas de pastoral sea creíble y convincente ante los hombres de
hoy, exige un «precio», es decir, comporta una serie de exigencias en la manera de
ser y de vivir, en la forma de hablar y de actuar de nuestra Iglesia. En efecto, la
evangelización –si de verdad lo es nos ha de costar:
1) Fuertes renuncias de poder (económico, social, político), de materialismo, de
comodidad egoísta, de falso neutralismo que no suele comprometerse por la justicia
y por la defensa integral de la persona humana. En síntesis, hay que renunciar a
todo cuanto contradiga al evangelio: en nuestra vida personal y también en la
organización, las instituciones, las estructuras, las obras y los criterios de nuestra
Iglesia. Hay que renunciar a todo secuestro o manipulación del evangelio. Sin duda,
todas estas renuncias pueden significar un primer paso para que el mensaje
evangélico, transmitido por la Iglesia, sea de verdad creíble. Ahora bien, solamente
sabremos hacer estas renuncias si optamos por una sincera actitud de conversión
(personal y comunitaria) que nos exige fundamentalmente: a) Abandonar los ídolos,
los dioses falsos creados por nuestro egoísmo, y centrar nuestra existencia en el
único absoluto: el Dios bíblico que se nos ha revelado en Jesús de Nazaret. b) Releer
en profundidad, aquí y ahora, el evangelio de Jesús para que, de verdad, interpele
y cambie radicalmente nuestras vidas y las estructuras injustas de nuestra
sociedad. c) Intentar una plena coherencia entre fe y vida; que no haya
contradicción entre lo que pensamos y decimos y lo que realmente hacemos; que
el Dios de nuestra oración no sea distinto del Dios de nuestra vida.
2) Una clara superación de ciertas ambigüedades: el antitestimonio personal y
colectivo; la separación entre fe y vida; la contradicción entre teoría y praxis; el
lenguaje homilético y catequético privado de realismo sociológico, de fuerza
pedagógica y de fe vivida; el clericalismo que ahoga la corresponsabilidad laical; la
pastoral de «simple mantenimiento», de «ir tirando», sin imaginación ni creatividad;
la rutina y la frialdad en muchas de nuestras celebraciones, etc.
3) Una opción clara y resuelta por las bienaventuranzas. Las bienaventuranzas
son el modo de vivir de Jesús, la quintaesencia del mensaje evangélico. La vivencia
y el testimonio de las bienaventuranzas, que son el «sentido» del «sinsentido», según
el egoísmo del mundo, es lo más específico e importante que podemos aportar a
nuestra sociedad los que formamos la Iglesia de Jesús”.

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