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Yo soy un estético, un erótico que ha captado la verdadera naturaleza del amor,

su esencia, que domina las reglas de la seducción y las conoce a fondo.

Introducirse como un sueño en el espíritu de una mujer es un arte, pero salir y

dejarla prendida por ti para toda la vida es una obra maestra.

Sabía conducir a una muchacha hasta sentirse seguro de que ella iba a

sacrificarlo todo por él. Y cuando lo había conseguido, cortaba de plano.

Para él, los seres humanos no eran más que un estímulo, un acicate; una vez

conseguido lo deseado se desprendía de ellos lo mismo que los árboles dejan

caer sus frondosos ropajes; él se rejuvenecía, mientras las míseras hojas se

marchitaban.

Las víctimas que él causaba eran de un tipo muy especial: no pasaban a engrosar

el número de desdichadas que la sociedad condena al ostracismo; en ellas no se

advertía ningún visible cambio; vivían en la relación habitual de siempre;

respetadas en el círculo de los conocidos, como siempre, y sin embargo, estaban

sufriendo un profundo cambio, en una forma que a ellas les resultaba muy oscura

y para los demás totalmente incomprensible. Su vida no estaba rota, como la de

las otras seducidas; tan sólo, habían sido doblegadas y vencidas dentro de sí

mismas.

Elijo a mis víctimas entre las muchachas y no entre las jóvenes casadas. Una

mujer casada resulta menos espontánea y tiene menos coquetería y, con esas

mujeres, el amor no es ni hermoso ni interesante.

Un novio no es más que una cómica dificultad y yo no temo las dificultades, sean

cómicas o trágicas; tan sólo me asusta una cosa: el aburrimiento.

Una muchacha debe ser conducida hasta el punto de que no conozca más que

una tarea: la de abandonarse por completo al amado, igual que si debiera


mendigar con profunda beatitud ese favor.

Una historia de amor debe durar a lo sumo seis meses y toda relación debe cesar

inmediatamente en cuanto ya nada quede por disfrutar.

Es propio de la naturaleza de la mujer entregarse en forma de resistencia.

Un don Juan seduce a las muchachas y luego las abandona, pero no es el

abandono lo que le satisface, sino la seducción; no se puede decir, por tanto, que

sea esta una crueldad absoluta.

Una cierta melancolía sirve para hermosear al hombre y hacerlo más interesante;

y es una de las mejores artes masculinas del amor, el saber ocultar como un velo

de niebla engañadora la propia energía viril.

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