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QUE UN GRITO
NADA MÁS REAL
QUE UN GRITO
OBRA ANTOLÓGICA
Escrita por:
ISBN: 9798734746615
Sello: Independently published
2021
Publicado en Colombia
Páginas: 302
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Copas y sangre
Era una noche de viernes como cualquier otra y Karina salía de su trabajo
para tomar unos tragos con sus dos mejores amigas, aunque estaba muy
cansada accedió, ya que no le caería nada mal relajarse y despejar la
mente un poco. Mientras iba en el metro camino al encuentro con sus
amigas, notó que un chico en el vagón de adelante la miraba
continuamente, no le molestó y empezó a mirarlo en repetidas ocasiones
también, se estaba convirtiendo en un juego divertido, hasta que el metro
se detuvo en la estación en la que tenía que bajarse, así que salió
corriendo y perdió de vista al chico.
Tuvo un efusivo encuentro con sus amigas, ya que no las veía desde que
había empezado la pandemia; un fuerte virus impedía a las personas salir
de sus casas y tener contacto físico, pues el virus convertía a las personas
en adictas a la sangre, los contagiados bebían sangre humana hasta que
una sobredosis de glóbulos rojos les explotaba las venas y los hacia
sangrar por ojos, nariz y boca, de esta manera morían ahogados con su
propio alimento.
Claramente nadie quería morir de esa horrible manera, pero
afortunadamente los ríos de sangre y las calles cubiertas de cuerpos
contaminados eran cosa del pasado y en aquella ciudad ya se podía
caminar y respirar con tranquilidad, así que Karina y sus amigas
entraron a un bar al que anhelaban regresar y justo ese día volvía a abrir
sus puertas.
Estaban pasándola de maravilla, las copas iban y venían y ya no sentían
los pies de tanto bailar, de pronto Karina pudo ver entre la multitud al
chico del metro, era realmente atractivo y notó que empezaba a caminar
hacia ella, sin palabras comenzaron a bailar; poco a poco terminaron en
los baños del bar, sus bocas estaban una junto a la otra hasta que Karina
logró ver que el chico lloraba sangre y justo antes de gritar cayó una gota
entre sus labios. Karina lo empujó y salió corriendo del baño, cuando llegó
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a la mesa donde estaban sus amigas, estas yacían sin vida y ahogadas en
sangre; en segundos toda la gente que estaba en el bar terminó
contagiada, se mordían entre sí saciando su sed de líquido rojo, espeso y
cálido. Rompió, como pudo, la puerta del bar con una silla y esquivó al
guardia que intentaba rasgar y morder su piel.
No podía creerlo, estaba pasando de nuevo, no estaba quedando un solo
lugar de la ciudad sin infectados; corría desconsolada hasta que logró
encontrar un CAI en ruinas, que había sido quemado durante las
protestas que hicieron los ciudadanos que exigían una vacuna gratuita
contra el virus. Allí pudo sentarse y recuperar el aliento, pero al ver su
reflejo en un espejo roto notó que también estaba empezando a sangrar,
no tuvo tiempo de reaccionar, en un segundo todo su cuerpo se hizo
pedazos, salpicando de carne y sangre lo que quedaba del CAI.
Karina despertó de un grito y por poco hace estrellar al conductor del
Uber, se había pasado bastante de copas y sus amigas la llevaban a casa,
casi igual de ebrias que ella. Al calmarse notó que solo había sido un
sueño, pero por el espejo retrovisor del carro pudo ver que los ojos del
conductor eran los del chico del metro.
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—¿Lo prometes?
—Lo prometo, ya vete.
—¡Mamá! Voy a salir un momento, no me demoro.
—No te demores mucho, corazón, aquí te espero.
—Solo voy a echar un vistazo…
—¡No, para por favor, no, no, no! ¿Quién eres tú? ¿Déjame salir!
—Lo siento, ahora perteneces aquí, ya no puedes salir, nadie puede salir
una vez entre aquí.
—¿Por qué? No he hecho nada malo.
—¡Claro que sí! Hablabas tras la espalda de mi hermosa madre y ahora
tú vas a ocupar el lugar de ella ¡Y tendrás que cuidar de mí, pequeño
mocoso!
—¡Por favor, ayúdenme, por favor alguien que me ayude! Alguien…
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quemaban por unos minutos, sentía esa sensación de ardor, un calor que
verdaderamente quemaba, lastimaba. Lo peor eran esos gritos que te
dejaban en shock.
Quizás esa hora, fue la más terrorífica que viví, la hora de los espíritus,
la hora en que los muertos despiertan y hacen de las suyas, juegan con tu
conciencia y te abruman hasta consumir todas las emociones de felicidad
y dejarte solo en tristeza.
El espejo poltergeist
Al fin y al cabo, ya me mentalizaba que moriría ahí o quedaría atrapado
de por vida. Pero aquel espejo me ayudó a entender lo que
verdaderamente estaba pasando ahí.
—¿Escuchas eso?
—¿Qué? No hay nada más atemorizante para mí que oír el silbido del
viento.
—¡No, que haces! ¡Para! ¡Para! Alguien te está mirando, alguien te está
miran… Alguien te está mirando, ¡alguien te está mirando! Ya no más,
deja de reírte por favor.
Al quitarme las manos de mis oídos estos sangraban, nunca me sentía
solo, me acompañaban esas dulces voces del infierno, ahogándome en lo
profundo de la tierra, mi vista borrosa y mi cuerpo moribundo, tal vez el
hambre que sentía empezaba a hacer efecto, ¿cuánto tiempo llevare aquí?
Una pregunta que nunca faltaba y por último el viento atormentándome
en un vacío profundo.
Espera, creo que alguien está tosiendo. —¿Qué haces en mi casa? Se
escuchan los crujidos de alguien que está siendo apuñalado.
—Perdona, ¿quién eres tú?
El piano resuena y resuena, como si alguien hubiera muerto tocando
esa última melodía que nunca pudo interpretar, pero ahora ya muerto
toca como un profesional.
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La pecera muerta
Tres de la mañana, un minuto antes de cumplir la hora, ya tenía listo
el vaso de agua lleno.
—¿Lo ves?
—¿Qué cosa?
—¿No lo ves?
—¿Ver qué?
—El móvil colgado al techo apuntando al ataúd.
—Mira qué cosas, nunca noté que hubiese un móvil ahí. Ahora te das
cuenta de lo que no podías ver, se está haciendo tarde, tu cuerpo está
muriendo, y si no haces algo pronto, te quedarás así para siempre.
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—Parece un cuaderno.
—¡No! Mira, creo que es un diario.
—¿Qué hace un diario tirado allí?
—Tal vez sea de él.
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14 de febrero, 1945
Querido diario, te odio.
—¿Por qué me odias?
—Yo no quería hacerlo, tú dijiste que no pasaría nada, que solo era un
juego y ahora está muerto.
—Pero no fue culpa mía.
—¡Pero si mía!
—Te equivocas, fue culpa de él.
—¿Por qué?
—Por no creer en ti.
—Tienes razón fue culpa de él.
27 de febrero, 1945
Querido diario.
—¿Sí? ¿Por qué me siento así?
—¿Así cómo?
—Ida, como si ya no quisiera estar más aquí. Me siento vacía y no sé
qué sentir ya.
—Tranquila, ¿quieres ser feliz verdad?
—¿Sí?
—Solo falta muy poco, ¿puedes esperar?
—Tú sabes que sí, eres mi mejor amigo.
—Mira atrás de ti.
—Mamá, ¿qué haces aquí?
—¡Hija, suelta ese diario!
—¿Por qué?
—No es bueno que estés pegada a él todo el tiempo, dámelo.
—¿Por qué me lo quieres quitar?, es lo único que tengo.
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1 de abril, 1945
Querido diario.
Ya no estás conmigo, ahora la señora que nos permitió vivir con nosotros
es quien me cuida, pero me causa mucho miedo, hay algo en su habitación
que no me permite ver.
10 de abril, 1946
Querido diario.
Ya no lo soporto más, por favor aparece, por qué me abandonas cuando
más te necesito, ya no puedo alejarme de ti, vuelve por favor, te lo pido
vuelve por favor.
—¿Ana?
—¿Sí?
—Tengo que salir urgentemente. ¿Podrías cuidar de mi bebé?
—Claro que sí, señora. ¿Dónde está él?
—En mi habitación, es muy delicado así que no lo molestes.
—Sí señora, no hay problema.
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Relato de medianoche
31 de octubre de 1998
Cuando salí de ese horrible reclusorio, una especie de hospital mental con
el alma de una cárcel llena de pseudopsicópatas y drogadictos, el reloj
marcaba las 10:00 p.m. No sé por qué mi salida había sido programada
para ese horario tan particular, puesto que siempre observé que la
mayoría de gente se iba de ese horrible lugar cuando el sol aún era visible.
Bajé a pie la vereda entre los árboles y las ramas, parecía que ese lugar
fue construido para que, quien lograse escapar, se perdiera en la infinidad
del verde atardecido y para que, quien quisiese encontrarlo, muriera loco
haciéndolo. Su estructura se veía algo contemporánea, aunque
conservaba en su interior el aire de una casona antigua del siglo pasado.
Un señor que siempre rondaba la finca pero que nunca sabíamos de dónde
aparecía, ni dónde vivía, aseguraba que esta tenía 200 años de
construida, con algunas modificaciones y arreglos, pero su esencia llevaba
ahí mucho más de lo que nosotros imaginábamos. Las rejas eran azules
y creo que su fachada trataba de hacer alusión a unos tales ángeles, pero
en realidad en su interior habitaba el demonio. Era una casa helada de
tres pisos: el tercero era una especie de mansarda improvisada pero
firme, de madera dura, probablemente roble y nogal. En las noches crujía,
y las escaleras parecían ser pisoteadas con una ira incontrolable, allí
habitaban las mujeres, las cuales se distribuían en 2 habitaciones con
espacio para 8 personas.
Por nuestra parte, habitábamos en el segundo piso, sin contacto con
ninguna mujer, solo dados a la masturbación idealizada de poder tocar la
cintura de alguna de ellas o, por lo menos, sentir la humedad de su gemir
después de tantos años añorando la libertad.
¡Menos mal que abandoné ese horrible lugar!
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facciones, tenía el cabello largo, le faltaban dos dientes y sus ojos eran
tan grises como el invierno matinal de enero.
De repente, aquel hombre flaco y cansado, con la misma mirada de
Breiner entró a la pequeña casa, tomó una pala que estaba recostada al
lado izquierdo de una puerta rota como por un hacha. Cavó una tumba,
dispuso de una pistola Walther P38, sabrá Dios de dónde habrá sacado
un arma alemana de la Segunda Guerra Mundial, y en el último instante
me miró fijamente y susurró: —No dejes que ella te atrape, corre lejos,
corre muy muy lejos antes de que amanezca. Y solo fue el fogonazo de
aquella vieja pistola y el estruendo de su cuerpo cayendo en la tumba que
él mismo había cavado, lo que me hizo reaccionar ante tan distópica
escena. Giré mi cuerpo para huir, pero me encontré de nuevo su rostro
pálido y gris ¡Estaba vivo!
—¿Cómo es posible?
Me desplomé inmediatamente sin poder reaccionar. Cuando abrí los
ojos, me di cuenta de que estaba dentro de la casa. Sus paredes eran
cálidas de un tono amarillo cálido. En el centro había una pequeña sala
donde se ubicaba un tocadiscos antiguo y algunos cuadros de hombres con
armas, camuflados y machetes. Eran campesinos.
El hombre que rondaba la finca tomó un lápiz y dibujó un mapa en un
papel arrugado.
—Antes de que salga el sol debes estar fuera de la entrada de la vereda
—afirmó con el tono más tranquilo que pudiese tener alguien que había
acabado de morir.
—¿Cómo es que aún estás vivo? —pregunté con un nudo en la garganta
que por poco no me deja dar coherencia a la pregunta.
—En realidad yo no podría afirmar si estoy vivo o muerto. Verás, hace
muchos años estoy atrapado en un bucle del cual no hay salida, todos lo
estamos algunos en bucles temporales más cortos o longevos.
—¿Un bucle, de qué me habla?
—Yo qué sabré, no soy físico cuántico, pero sé que todos los habitantes
de esta muerta montaña no son vivos ni muertos, condenados a un
divagar infinito en el espacio tiempo sin principio ni final. Todo por la
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maldición de una bruja que cayó sobre esta vereda hace algunos años ya.
Una vez te extravías en el bosque, si no logras salir del laberinto quedas
atrapado en tu propio bucle para la eternidad.
Tomé el mapa repentinamente y salí corriendo mientras gotas de sudor
frío se deslizaban por mi rostro. Mientras descendía sentí que alguien
susurraba a mi oído, por lo que sentí que se me pusieron los pelos de
punta. Corrí tan rápido que no se durante cuánto tiempo lo hice, el tiempo
ahora había transcurrido sumamente rápido, cada vez más sentía la voz
de una mujer en mis oídos, una voz desagradable pero hipnótica. Recordé
de nuevo la historia del anciano de Gómez Plata, por suerte llevaba un
pequeño cuchillo que conservaba de los años de la guerra y corté mi mano.
Dibujé un pentáculo de sangre, a lo que cada vez más escuchaba esa
horrible voz en la cabeza. Divisé una sombra que reposaba sobre una
rígida rama. Sus ojos eran un par de lentes lucífugos que brillaban en
medio de la oscuridad de su silueta.
—¡Te invito a pasar a mi círculo! —dije con voz temblorosa.
Incliné la cabeza para mirar de nuevo sus ojos, pero al percatarme ya
se encontraba dentro del círculo, ¿qué más se supone que haría?
Tomó mi cuello con una mano, sus manos estaban sucias y resecas, tenía
una fuerza ininteligible y a distancia sentía el odio que emanaba de su
sórdido corazón. Al punto de quedar casi inconsciente dejó mi cuerpo
tirado contra un árbol anciano en medio del bosque. El alba asomaba a
pequeños vistazos, pero al parecer mi esfuerzo por mantenerla retenida
dentro del círculo de sangre había sido efectivo. Alguien bajó por la
vereda. Era Breiner. Traía la misma ropa con la que salió una semana
antes del centro de rehabilitación, estaba impecable, irradiaba una
alegría contagiosa. No se percató ni por un segundo de mi presencia y,
justo cuando iba descendiendo la vereda, resbaló con una roca y sufrió
una lesión grave en la espina dorsal que lo dejó inmóvil durante un par
de segundos, la bruja tomó su cuerpo dentro del círculo, arrancó su
corazón y lo ofreció al cielo, sabrá Dios implorando qué. El sol logró
alumbrar su rostro extasiado con la sangre del corazón de Breiner y me
quedé perplejo al ver que la bruja era la directora del centro de
rehabilitación. Calculé que aún me quedaban un par de minutos antes de
que se reiniciara el bucle. Escuché en la lejanía el sonido de los carros,
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Salsa de la noche
Son las 4:00 p. m. en la capital, siento como si hubiera dormido mil horas,
me siento mareado y con una fuerte jaqueca, hace sol, pero se siente frío;
así recuerdo cómo era el agua con la que ella se duchaba. ¡Jum! Se
empañaban los vidrios del apartamento, recuerdo sus cantos, sus
gemidos, sus gritos…
¡Ring! Contesté:
—¡Aló!
—Hola mi amor, ¿qué haces?
—Hola, ¿quién habla?…
—Soy yo Singer, tu novia…
—¡Mm!
—Luck, a ver… ¿volviste a fumar?
—Oye, lo siento, le respondí, estaba trabajando y de repente me quedé
dormido, acabo de despertar, pero no recuerdo nada de anoche…
—Amor, me dijiste que saliste con Marlb y Capri, que iban por unas
copas, me escribiste hasta las 10:00 p.m.
—¡Mm! Sí recuerdo hasta que salimos del bar, pero no sé cómo llegué a
casa; y recuerdo que me estaba duchando, hasta que me resbalé…
—¿Cómo así? ¿Qué paso? ¿Estás bien?
—Sí, eso creo…
Empecé a caminar por el apartamento, y encontré mi ropa
ensangrentada.
—Singer, amor, tengo que colgar…
—¿Cómo así? ¿Por qué? ¿Al fin nos vemos para cenar? Me dijiste que
iríamos a ese restaurante nuevo…
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El apartamento 502
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Al verlos besándose aquella noche, tan apasionados, inmediatamente
supe que eran los indicados. Ella tenía cabello negro, le llegaba a la mitad
de la espalda, era delgada y con un cuerpo evidentemente trabajado en
un gimnasio; él, en cambio, era desgarbado, más alto que ella y sin
ninguna gracia para mi gusto, claramente no la merecía. No habían
venido juntos, los vi llegar por separado y en diferentes grupos de amigos,
después de varios tragos ella lo invitó a bailar y él aceptó (hasta malo
para ligar era), de ahí en adelante todo fue historia: besos, tragos, manos
que subían y bajaban al ritmo de la música, al parecer los tragos le
servían al señor pendejo para soltarse. A eso de las 12:30 lo vi susurrarle
algo al oído, ella sonrió y ambos salieron del lugar, los seguí a una
distancia prudente, no quería ser descubierto, no hoy que todo estaba
saliendo a pedir de boca. Caminaban de la mano y se besaban a cada
cuadra, bajo la luz de las lámparas pude ver un poco mejor sus rostros,
no creo que ninguno de los dos superara los 25 años, si todo salía como lo
esperaba, antes de finalizar la noche, podría corroborarlo.
Después de unos 15 minutos de camino y besos, giraron a la izquierda
y continuaron en línea recta, creía adivinar adónde me estaban llevando,
solo había un lugar que pudiera interesarles en aquella dirección, era
conocido como el Parque de los novios y era famoso por ofrecer la
oportunidad a estos de desfogar todos sus placeres cuando no tenían la
posibilidad de hacerlo con todas las de la ley en una habitación de motel.
Efectivamente llegamos al parque (ellos primero, como era de esperarse),
tomaron el sendero rodeado de árboles y continuaron caminando sin
soltarse de las manos. Yo no quise tomar el sendero, estaba demasiado
excitado y temía cometer una imprudencia que terminara por arruinar
todos mis planes y, por ende, mi tan añorada noche de miércoles. Me
adentré en los árboles de la derecha siguiendo de cerca el sendero y
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pisando con mucho cuidado para evitar las hojas secas que pudieran
delatar mi presencia. A unos quinientos metros más adelante ellos
también se desviaron y entraron a los arbustos del lado derecho, no se
alejaron mucho del sendero, debieron pensar que no era necesario, no
parecía haber mucha gente por allí y claramente no se percataron del
viejo que fumaba escondido entre los arbustos al lado izquierdo del
sendero.
Se quedó mirándolos mientras daba otra calada a su cigarrillo, no lo
consideré una amenaza y decidí dejarlo estar. En la oscuridad los busqué
nuevamente y vaya si estaban decididos a llegar hasta las últimas
consecuencias. Ella ya no llevaba la blusa y buscaba desesperada el botón
del pantalón de él, quien, por su parte, batallaba con el broche del sostén
de ella. Cuando por fin logró quitárselo, ella ya le estaba bajando el
pantalón y acariciaba con desesperación a su asqueroso amigo del medio.
Las ropas cayeron junto al tronco de uno de los árboles vecinos, los besos
eran más apasionados que antes, parecían estar cubiertos por un halo de
deseo solo visible a mis ojos, empecé a sentir una erección, pero
inmediatamente fue interrumpida por el crujir de las hojas secas al ser
pisadas, ¿podría ser que ese viejo asqueroso que fumaba se hubiera
atrevido a acercarse a ellos?
Agudicé la vista y allí estaba, un perro callejero meando en el árbol de
enfrente, los miró con ganas de querer unirse, pero pareció perder interés
al descubrir que ninguno de los dos, en su estado de excitación, notó su
presencia. Siguió su camino saliendo de los árboles al sendero, lo seguí
con la mirada y vi que el viejo salía al sendero también y continuaba su
camino, al parecer estos dos solo eran interesantes para mí, lo cual era
mucho mejor.
Regresé con ellos, ahora estaban en el piso, sobre las hojas secas,
completamente desnudos, él encima de ella. Escuché las hojas crujir
nuevamente, esta vez cerca del árbol donde habían dejado sus ropas, un
hombre estaba en cuclillas junto a este, halaba las ropas de ambos con
mucho cuidado y esculcaba en sus bolsillos, nuestras miradas se
cruzaron, él enrolló las ropas y se alejó muy despacio sin apartar los ojos
de mí, yo tampoco dejé de mirarlo hasta que la oscuridad lo consumió y
no quedó nada de él. Volví a mirar a mi objetivo, ella se estaba
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II
Cuando Diana despertó por el ruido de la porcelana al chocar con el
piso lo primero que hizo fue mirar el reloj que reposaba sobre su mesa de
noche, eran las 12:40, apenas había dormido media hora, pero se sentía
como si hubiese estado en cama por más de diez horas. Se levantó
decidida a ir a la cocina por un poco de agua, era temporada de verano y
el calor azotaba a la ciudad, incluso en las noches. Abrió la puerta de la
habitación y aún medio dormida caminó por el pasillo que conectaba la
habitación con la sala de estar, recordó que debía ser cuidadosa, no sabía
cuál de las porcelanas de su madre era la que había elegido Tom, el gato,
para destruir esta vez. Caminó hasta la sala y se detuvo para tener una
visión completa y tratar de encontrar los restos de la porcelana. A
primera vista el piso de la sala se veía vacío; caminó despacio pegada a la
pared por donde estaba casi segura que no habría podido llegar la
porcelana ni restos de ella, una vez que cruzó, continuó con más confianza
por el siguiente pasillo que la llevaría a la cocina.
Al pasar por la habitación de su madre, se sorprendió al ver la puerta
abierta, ella estaba segura de haberla cerrado antes de irse a dormir,
¿sería posible que su madre hubiera regresado antes de tiempo del viaje
en el que estaba? Lo creía poco probable, Diana decidió nuevamente
culpar a Tom, luego de convencerse de que muy seguramente no había
cerrado bien la puerta. Reanudó su marcha a la cocina y fue allí cuando
sintió que algo se le clavaba en la planta del pie derecho, el dolor subió
lentamente por toda su pierna, al final no había sido tan cuidadosa y allí
estaba la porcelana.
—¡Mierda! —exclamó molesta y levantó el pie para retirar la esquirla
incrustada. Buscó a tientas el interruptor de la bombilla que alumbraba
el pasillo y la encendió, mientras retiraba el pedazo de porcelana y
maldecía mentalmente a Tom, Diana vio que una sombra aparecía al final
del corredor, al parecer provenía de la cocina.
—Mam…
Se interrumpió al levantar la mirada y descubrir con terror que no era
su madre la que aparecía por el marco de la puerta de la cocina, era una
figura masculina, medía casi dos metros y estaba vestido completamente
de negro, llevaba un pasamontaña del mismo color cubriendo todo su
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rostro y con agujeros para la nariz y los ojos. Diana se quedó en medio del
pasillo, inmóvil, tratando de digerir lo que veía, fue lo que vio en la mano
derecha del extraño lo que la sacó de su letargo. El tamaño del cuchillo
era exagerado y se veía manchado de sangre ya seca, de color carmesí.
Diana gritó y entró inmediatamente a la habitación de su madre, cerró la
puerta y puso el seguro. Sus manos temblaban al contacto del pomo de la
puerta, esperaba aterrada el momento en que el extraño arremetiera
contra esta. Sin apartarse, miró por toda la habitación buscando algo con
lo que defenderse si conseguía entrar (que era lo más seguro), pero no vio
nada que pudiera servirle. A su derecha avistó la silla donde su madre se
sentaba a leer las novelas románticas de Danielle Steel, estiró su pie
lastimado tratando de alcanzar el reposabrazos de la silla, sin apartarse
así de la puerta, sentía el latido de su corazón en las sienes de su cabeza
y empezaba a sudar.
Cuando por fin alcanzó su objetivo, sintió el primer golpe del otro lado
de la puerta, gritó de terror y sorpresa, pero contrario a lo que creyó
inicialmente, la puerta no cedió tan fácilmente. Se apresuró entonces a
agarrar la silla alejándose por un momento de la puerta, nunca había
intentado algo así, esperaba que fuese tan fácil como se veía en las
películas. Tomó la silla con ambas manos y la acomodó de tal manera que
el espaldar quedara contra el pomo de la puerta, se retiró un poco y
esperó. Las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos y todo su cuerpo
temblaba. Estaba convencida de que nunca había sentido tanto miedo, ni
siquiera aquella vez que, siendo una niña, su madre la perdió en el centro
comercial y ella había llorado escondida en el baño durante casi dos
horas, reconocía que su reacción no había sido la más acertada, pero así
era ella, muy mala para tomar decisiones cuando era vital pensar con
cabeza fría.
Al otro lado de la puerta no se escuchaba nada, ¿acaso habría
abandonado la misión aquel hombre? Diana no lo creía. Miró nuevamente
por toda la habitación, debía encontrar algo que le sirviera como arma, se
acercó al closet y abrió los cajones apresuradamente. Buscó, sin éxito,
unas bragas, un sostén y algunas faldas, ninguna era un arma muy
potente. De repente Diana se detuvo y supo lo que debía hacer, la
ventana, esa era su salvación. Corrió a la cama y retiró las sábanas y
sobrecamas, los unió tratando de apretarlas lo más que pudo, abrió la
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ventana y miró afuera, eran cinco pisos, con lo que tenía no llegaría ni al
segundo piso, pero era mejor intentarlo, quizá algún vecino de un piso
inferior la viera y la ayudara, debía mantener la esperanza. Mientras se
apresuraba a amarrar su soga improvisada del barandal de la cama, el
extraño arremetió nuevamente contra la puerta, fueron dos golpes
fuertes, Diana gritó nuevamente y vio cómo la puerta cedía un poco ante
los golpes recibidos.
Volvió la espalda a la puerta y decidió continuar con lo que estaba
haciendo. Finalizado el nudo tiró la soga por la ventana y observó, no era
suficiente, llegaba casi a la mitad del piso tres. Otro golpe y el crujido de
la madera al romperse sonaron a sus espaldas, Diana tuvo otra idea, no
saldría por la ventana, se escondería en el closet y él creería que había
salido. Así lo hizo, corrió al closet y cerró la puerta asegurándola con una
de las blusas de seda de su madre, cuando terminó sintió que la puerta
caía y estuvo a punto de gritar nuevamente pero su mente la alertó y
logró contener el grito. Se pegó a la pared del armario y observó por medio
de las rendijas de madera que el extraño caminaba por la habitación
observando, se dirigió a la ventana, miró hacia abajo y haló la soga al
interior, Diana se cubría la boca con ambas manos intentando no hacer
ningún ruido, sus manos sudaban, el extraño observó la soga
improvisada, se volvió hacia el closet, Diana sintió su respiración pesada,
temió. Él agarró el pomo de la puerta y cuando se disponía a abrirla, Tom
chilló en el pasillo, el extraño perdió interés en el armario y salió de la
habitación dando un golpe a la silla utilizada para bloquear la puerta.
Diana esperó, cuando estuvo segura de que no podía escucharla relajó sus
manos y destapó su boca, jadeaba, sin aliento, aguzó su oído y pudo sentir
el sonido de la puerta que daba a la calle al cerrarse, no podía creer la
suerte que tenía y tampoco que un plan tan improvisado hubiese dado
resultado. Abrió la puerta del closet lentamente, segura de estar a salvo,
salió a la habitación y observó, era un desastre, pero estaba viva, eso era
lo que importaba. Se apresuró a la salida, llegó al corredor y miró para
ambos lados, debía llegar a su habitación, tomar su celular y llamar a la
policía cuanto antes, más personas en el edificio podían estar en peligro,
ese loco podía seguir por allí. Corrió por el pasillo olvidando el dolor que
sentía por la herida causada con la porcelana rota, pero al llegar a la
puerta de su habitación se detuvo y gritó, allí estaba de pie el hombre
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extraño, Diana giró rápidamente, resbaló con el mármol del piso y cayó,
el extraño la garró del cabello y de un tirón la entró a la habitación. Diana
se golpeó en la baranda de la cama y grito, el extraño entró, cerró la
puerta y en tono burlón dijo:
—Solo un idiota caería en ese truco.
Su voz era gruesa y retumbó en los oídos de Diana. Ella lloró y
sintiéndose perdida, suplicó por su vida: —Por favor, no me haga daño —
sollozó.
El hombre sacó el cuchillo de la parte trasera de su pantalón, Diana
gritó nuevamente, cuando él se acercó ella se arrastró hacia el lado
derecho de la habitación, él la agarró del pie herido con la porcelana. Sus
manos enguantadas se sentían húmedas, quizá por el sudor, quizá por la
sangre, Diana no quiso pensar cuál de las dos era la correcta, pero sí gritó
al sentir el contacto. El extraño levantó el cuchillo y lo clavó en la pierna,
ella gritó de dolor, sintió la sangre correr, pero siguió arrastrándose. El
extraño se paró con las piernas abiertas sobre ella, luego colocó su pie
izquierdo encima de su cuello inmovilizándola y, acto seguido, levantó su
pie derecho y golpeó el mango del cuchillo clavado en la pierna de Diana,
ella gritó de dolor y perdió el conocimiento.
III
Santiago salió de la ducha y miró su reloj, eran las 10:30, se acercó a
su teléfono móvil y apagó la música, le era imposible tomar una ducha si
no había música de fondo, era su ritual para finalizar el día. Consultó las
notificaciones de mensajes recibidos, pero no tenía nada nuevo, salió del
baño y se dirigió a la habitación, estaba oscura, siempre cerraba las
cortinas para poder caminar desnudo por todo el apartamento, era uno
de los mayores placeres que tenía en el día. Se quitó la toalla y la dejó en
una silla que se encontraba a un lado de la ventana, salió nuevamente de
la habitación y se dirigió a la cocina, el ritual siempre terminaba con una
cerveza fría. Abrió el refrigerador y sacó una lata de Heineken, en tres
sorbos ya estaba vacía, tiró la lata al basurero y recordó que debía llevar
la basura a la zona de basuras del edificio, pues la recolección siempre la
realizaban los martes y viernes en horas de la mañana. Volvió a la
habitación, sacó una sudadera del closet y se la colocó, agarró la bolsa con
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había llegado allí, pero de repente sintió que el vidrió sonaba de nuevo y,
al mismo tiempo, algo muy pesado caía encima de él derribándolo al
suelo, los vidrios del primer golpe de la ventana se le clavaron en las
manos y algunos de los nuevos en el cuello y la espalda desnuda. Trató
de gritar, pero lo que cayó encima de él era demasiado pesado y le impedía
gritar y respirar de manera apropiada. Movió sus manos en señal de aviso
o de ayuda, pero no obtuvo respuesta, cuando pensó que estaba perdido
el peso se aligeró y pudo respirar nuevamente, se arrastró hacia adelante,
pero se detuvo al sentir que los vidrios se le enterraban aún más
profundamente. Respiró pausadamente y trató de calmarse, no entendía
bien lo que había ocurrido.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —susurró.
Pero solo había silencio. Se giró para quedar boca arriba y contuvo un
grito al ver una silueta de pie encima de él, al estar a contraluz era
imposible ver bien, pero estuvo seguro de que era un hombre el que se
erguía allí, silencioso.
—¿Quién eres? —preguntó.
Nuevamente no consiguió una respuesta. Se sentó muy despacio
evitando apoyar sus manos en el piso, tenía miedo, pero sabía que debía
tratar de tomar ventaja, se retiró los vidrios más grandes y los que sintió
más fácil, todo lo hizo sin dejar de mirar la sombra que seguía inmóvil al
frente; cuando hubo finalizado se apoyó en su rodilla izquierda y buscó a
tientas un vidrio más grande como objeto de defensa, pero no pudo
encontrar ninguno, decidió entonces levantarse y correr, no le gustaba la
situación y no estaba dispuesto a arriesgarse. Sin quitar la mirada de la
sombra consiguió ponerse de pie, él seguía quieto en el mismo sitio,
cuando Santiago estuvo de pie evidenció que el extraño era demasiado
alto, creyó que podía llegar a medir casi dos metros, giró rápidamente y
echó a andar a paso acelerado volviendo la cabeza de vez en cuando para
evidenciar que la sombra siguiera allí, pero la tercera vez que se giró
descubrió que había desaparecido, ahora solo se veía el resplandor de la
lámpara que se colaba por la que hasta hace unos minutos había sido una
ventana. Aceleró el paso y visualizó el marco de la puerta, escalofríos
recorrían todo su cuerpo, miró hacia atrás una última vez y vio que el
extraño estaba solo a unos pasos de él, gritó y trató de correr, pero este lo
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Nada más real que un grito
IV
Huía por una calle oscura y llena de niebla, pasaba la medianoche,
había salido de un bar al que acostumbraba a ir los jueves en la noche.
Desde que salió se había sentido observada, pero fue demasiado tarde
cuando constató que, en realidad, alguien venía detrás de ella. Lo que la
perseguía (a este punto no estaba segura de que fuera humano) era algo
muy grande, jadeaba fuertemente al caminar y a cada paso que daba
hacía que el piso temblara, aún no lo había visto y no estaba segura de
querer hacerlo. Giró a la derecha por la que pensó era la calle correcta sin
aminorar la marcha, pero se aterró al descubrir que era un callejón sin
salida.
—¡Mierda! —gritó.
Giró para regresar por dónde había venido, pero se detuvo al ver la
sombra de su perseguidor, era algo gigantesco y parecía tener tentáculos
en las manos, estaba atrapada en ese callejón, era su fin, la tierra
retumbó nuevamente, el atacante jadeó, estaba al voltear, un paso más y
después un grito en la lejanía…
Fernanda despertó sobresaltada y bañada en sudor, a pesar de la
oscuridad reconoció su habitación, respiró fuertemente, y se sentó al
borde de la cama; con todo el amor que tenía por las películas de terror
no debería sentirse aterrada al tener esta clase de sueños, ese era su
mundo, todos los días antes de dormir veía una película de terror y, al
parecer, la de esta noche había surtido efecto y la criatura lovecraftiana
que la protagonizaba la había seguido hasta sus sueños. Consultó el
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Nada más real que un grito
celular, eran las 12:42, llevaba casi una hora y media de sueño, esperaba
poder conciliarlo nuevamente.
Se dirigió a la cocina para tomar un poco de agua y volver a la cama
cuanto antes, no quiso encender las luces, conocía el apartamento como
la palma de su mano, llevaba casi tres años viviendo en el edificio de
apartamentos de la calle 27 y había caminado por este a oscuras, dormida
e incluso borracha, sin sufrir nunca ningún accidente. Sacó un vaso de la
alacena, lo llenó directamente del grifo y bebió, cuando dejó el vaso sobre
el mesón fue que escuchó el grito, provenía del apartamento de al lado, el
502, y era el grito de una mujer, podía ser Diana o su madre, no vivía
nadie más en ese apartamento y claramente no era el grito de un gato,
por ende, no podía ser Tom.
Fernanda aguzó el oído pero no escuchó nada más, caminó despacio
hasta la puerta de salida y miró por el ojo de buey, el pasillo estaba oscuro
(llevaban varios días presentando fallas en la electricidad de todo el
edificio, en su defensa cabía aclarar que era una construcción vieja), pero
alcanzó a ver que la puerta del 502 estaba entreabierta, en ese momento
recordó que Diana estaba sola, la señora Torres llevaba dos días por fuera
de la ciudad, lo sabía porque habló con ella en el ascensor el martes
cuando salía a trabajar, la señora Torres le había contado que debía
viajar fuera de la ciudad por trabajo (regresaría para el fin de semana), y
le había pedido muy comedidamente estar pendiente de Diana por si
llegaba a necesitar algo; ellas llevaban alrededor de dos años en el edificio
y habían tenido una muy buena relación con Fernanda desde su llegada.
Abrió la puerta de su apartamento y desde allí observó la puerta del
502, ¿podría ser que Diana se hubiese olvidado de cerrarla? ¿La habría
dejado así por si Tom regresaba de su paseo nocturno? Fernanda decidió
que era mejor verificar, la ciudad no era muy segura y el edificio carecía
de vigilancia, a esto se debía sumar que algunos de los inquilinos eran
muy irresponsables y, en muchas ocasiones, no cerraban la puerta
principal cuando entraban. Atravesó el pasillo y se plantó frente de la
puerta del apartamento 502, estaba oscuro y silencioso, de no ser por la
puerta entreabierta todo parecería normal. Empujó un poco la puerta,
observó hacia el interior, pero no vio movimiento alguno.
—¿Diana? —llamó con voz baja. No hubo respuesta.
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V
Al llegar al edificio de la calle 27 eran las 11:10 de la noche, el trayecto
desde la universidad se le había hecho eterno, ahora solo quería
descansar, le esperaba un nuevo día con mucho por hacer. Aprovechó que
la puerta principal estaba abierta y entró, caminó por el pasillo que
conectaba con las escaleras para llegar a los pisos superiores,
generalmente nunca utilizaba el ascensor, le gustaba subir y bajar por
sus propios medios. Antes de comenzar a subir se detuvo, sacó su celular
y llamó a Diana, quería asegurarse de que aún no estuviese dormida, de
lo contrario debía seguir hacía su casa ubicada una calle más adelante.
Esperaba poder verla, pues quería aprovechar que su mamá no estaba,
ya que no era santo de devoción de la señora Torres. El teléfono sonó y al
cuarto timbrazo cuando Sergio estaba a punto darse por vencido escuchó
la voz de Diana al otro lado de la línea.
—¿Apenas llegas? —preguntó con un tono de voz dulce.
—Así es. ¿Cómo ha estado tu día princesa?
—Aburrido, no he hecho más que mirar la televisión y comer.
—Pues mira, qué buena vida te das —dijo mientras se echaba a reír.
—¿Vienes?
—Solo a darte el beso de las buenas noches, estoy realmente cansado y
mañana tengo clase a las seis.
—Lo sé, me conformo con eso —dijo y finalizó la llamada.
Sergio comenzó a subir las escaleras concentrado en su celular,
revisando su página de Twitter a la que era adicto, no notó en ningún
momento las huellas de pisadas con sangre que las adornaban. El extraño
había subido por allí y, al parecer no hacía mucho tiempo, pues aún se
veían frescas. Cuando giró en el segundo piso para seguir subiendo
tampoco se dio cuenta de que el extraño permanecía de pie junto a la
puerta del ascensor ubicado al fondo del pasillo, era como una sombra
más que se camuflaba en la tenue oscuridad del edificio. Sergio se detuvo
en el piso tres, abrió su bolso y buscó algo dentro, estaba seguro de que
tenía un chocolate para Diana, se dio por vencido al no encontrar nada,
la oscuridad del lugar tampoco ayudaba mucho, así que reanudó su
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VI
Diana despertó y lo primero que sintió fue un dolor que le recorría toda
la pierna derecha y ascendía casi hasta la cadera, era una punzada
constante que se negaba a abandonarla. Levantó un poco la cabeza, miró
a su derecha y a su izquierda, no alcanzó a ver a su atacante, se arrastró
un poco hacía adelante, estaba muy oscuro, pero logró identificar la
puerta de la habitación. Trató de ponerse en pie para salir de allí cuanto
antes pero no lo logró, las fuerzas le fallaron y cayó de nuevo sobre el frío
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VII
A la edad de 8 años el asesino vivía en un orfanato de la ciudad, no uno
de los buenos a los que iban las personas acaudaladas a llevar regalos en
navidad para sentirse mejor, no, era uno donde debías trabajar para
poder ganarte un pedazo de pan con un vaso de agua en las horas de la
noche. No tenían ningún apoyo gubernamental, a duras penas se
mantenían gracias a los ingresos que los mismos niños y una que otra
alma caritativa llevaban. Sus días eran largos, duros y el hambre era una
constante en ellos. Debía levantarse a las seis de la mañana para ir a
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Nada más real que un grito
recibir clases hasta el mediodía. En esas seis horas solo recibía una taza
de chocolate con dos galletas de soda como media mañana, al finalizar,
tenía una hora libre y luego era enviado a realizar labores de jardinería
y construcción en las casas de los vecinos del sector, esto con el fin de
recibir una paga al final del día, dicha paga debía ser entregada a la
administradora del orfanato, la señora Carvajal, una mujer con aires de
grandeza y muy temperamental, los niños tenían prohibido mirarla
cuando se cruzaban con ella en los pasillos o en el patio, debían agachar
la mirada y saludarla con voz suave y temerosa.
A eso de las seis de la tarde la jornada se daba por finalizada y
regresaban al orfanato para recibir la cena que constaba de un pan duro
y un vaso de agua, finalmente, a la cama para reanudar sus labores al
día siguiente. A los niños se les tenía prohibido hablar con las personas
de la calle o con aquellos a quienes prestaban sus servicios y
constantemente se les recordaba que, de llegar a incurrir en este tipo de
comportamientos, se verían altamente afectadas sus probabilidades de
ser adoptados por una familia que los sacara de allí, sobra aclarar que
ninguno de los niños que lo habitaban se atrevía a romper las reglas,
todos guardaban la esperanza de salir cuanto antes de aquel lugar y
confiaban en que pronto llegaría su hora, incluso cuando eran pocas las
familias que se acercaban a verlos nunca perdían las esperanzas.
El asesino nunca conoció a sus padres y según supo por la única vez
que habló con la señora Carvajal, ellos lo habían abandonado en la puerta
del orfanato sin importarles su suerte. Él siempre había sido muy
silencioso y retraído, dicho comportamiento había aumentado en los
últimos tres años, la señora Carvajal pensaba que se trataba de un caso
de autismo (no podía estar más equivocada), pues casi nunca se le veía
interactuando con los otros niños y, en ocasiones, a la hora de
despertarlos para iniciar sus labores, algunas de las ayudantes del lugar
manifestaban que lo encontraban sentado al borde de la cama con la
mirada perdida y debían moverlo bruscamente para lograr sacarlo de su
estado catatónico.
En las noches, después de la extenuante jornada a la que era sometido,
le gustaba irse a escondidas al patio trasero del antiguo edificio, allí,
escondido entre las sombras, utilizaba migas de pan que conservaba de
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su cena para atraer a las ratas que pululaban por el lugar, una vez las
tenía cerca, las cazaba y se dirigía a uno de los baños ubicados al lado del
comedor, las agarraba de la cola y las golpeaba contra el lavamanos hasta
matarlas, le encantaba escuchar los chillidos de dolor que proferían. Una
vez muertas, el asesino las abría por la mitad utilizando una navaja que
guardaba en el tanque de agua de uno de los sanitarios (la había
encontrado mientras llevaba a cabo labores de jardinería en una de las
casas a las que era enviado), sacaba todo lo que estaba adentro y lo echaba
por el retrete, el cuerpo inerte del animal lo tiraba a un campo que
quedaba después de la vieja cancha de fútbol, limpiaba el baño y volvía a
su habitación con mucho cuidado de no despertar a ninguno de los otros
niños, se sentaba al borde la cama y permanecía allí reviviendo el suceso
una y otra vez. En ocasiones conseguía una erección, se sentía bien,
aunque no entendía completamente lo que era.
Cuando cumplió trece años, todas sus esperanzas de ser adoptado se
habían desvanecido y para ser honestos a él le hacía poca ilusión irse del
orfanato, en los años que habían transcurrido desde que iniciara su juego
con las ratas, había aprendido otras técnicas y ahora podía sumar a su
lista algunos desafortunados perros y gatos que se habían cruzado en su
camino. Una tarde después de finalizar las clases, fue asignado a un
servicio laboral, pero por ser uno de los más grandes del lugar y también
uno de los más aplicados ahora podía desplazarse a otros lugares de la
ciudad a prestar dichos servicios. A él le encantaba salir del orfanato y
ver la ciudad, siempre se iba por el sendero que atravesaba el bosque,
conectaba con el Parque de los novios y luego llegaba a la ciudad. Hacía
ambos trayectos caminando y se guardaba para él el dinero que debía
utilizar en el transporte. Esa noche, al regresar del servicio, en el Parque
de los novios, fue abordado por un hombre de unos treinta y cinco años,
era casi de su mismo porte y un poco más fornido, se acercó a él con una
sonrisa amable en el rostro, preguntó si podían caminar juntos, pues no
le gustaba mucho ese parque en las noches, el asesino asintió con la
cabeza y emprendieron el trayecto, al salir del parque e iniciar el camino
por el sendero del bosque, el hombre lo agarró del cuello por sorpresa
haciendo un gancho con su mano derecha, lo sacó del sendero y lo adentró
en el bosque, el asesino no sintió miedo, no gritó y se limitó a dejarse
llevar, llegaron a un campo cubierto de árboles muy altos que estaba muy
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VIII
El asesino salió del apartamento 502 con el cuerpo de Diana en los
brazos, ella aún respiraba, pero el golpe la había dejado inconsciente
nuevamente. Caminaba despacio mientras que la pierna herida de Diana
iba dejando un rastro de sangre por todo el corredor, pequeñas gotas que
adornaban el mármol blanco. Llegó a las escaleras y comenzó a
descender, el edificio estaba oscuro y, al parecer, todos sus inquilinos
dormían, pues no se sentía ni el zumbido de una mosca. Bajó los cinco
pisos sin problema hasta llegar al sótano que se estaba convirtiendo en
su base de operaciones, su guarida secreta llena de trofeos sin vida. Soltó
el cuerpo de Diana junto a los otros dos, su cabeza cayó encima de las
piernas de Sergio, el piso estaba teñido de la sangre de Santiago. El
asesino los observó en silencio, probablemente era lo más bello que vería
en su vida, incluso mejor que los cuerpos sin vida de las mujeres que
había asesinado desde los dieciséis años; en los últimos tres meses había
incrementado su labor, una por semana para un total de doce, todas en el
Parque de los novios (allí donde había asesinado a su violador), el bosque
que llevaba al que había sido su hogar por años y algunas en otros puntos
oscuros y solitarios de la ciudad para no despertar sospechas, todas las
noches de los miércoles y todas en su mayoría habían estado en ese bar
de mala muerte.
Al recordar a su víctima de la semana anterior el asesino sintió un
cosquilleo en la entrepierna, la había vigilado desde que llegó al bar, la
vio ligar con el idiota que la sacó de allí, los siguió en silencio y los observó
mientras tenían sexo. Esa noche pensó que sus planes se iban a ver
frustrados porque el parque estaba un poco concurrido, recordó que en su
camino se cruzó un anciano y un ladronzuelo, pero al final, todo salió
como lo esperaba. Primero lo había asesinado a él, no recordaba cuántas
veces había clavado la navaja en su abdomen, pero sí recordaba su mirada
llena de terror. No dejó de mirarlo hasta que sus ojos perdieron el último
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IX
Fernanda daba vueltas en la cama, esa pequeña distracción le había
costado el sueño y, al parecer, no le sería fácil conciliarlo de nuevo.
Decidió que seguir intentándolo sería inútil, abandonó la cama y se
dirigió al escritorio ubicado al otro extremo de la habitación. Encendió la
lámpara para iluminarse un poco y luego pulsó el botón de inicio del
computador portátil que allí reposaba. Mientras iniciaba caminó descalza
por el frío suelo hasta la cocina, encendió la luz, abrió la nevera y sacó
una botella de jugo de naranja, se llenó un vaso y regresó a la habitación.
Cuando se acomodó en el escritorio el computador esperaba paciente por
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X
Al abrir los ojos muy despacio, Diana notó que le dolía la cabeza y algo
viscoso goteaba encima de su mejilla. Todo estaba muy oscuro, pero con
un esfuerzo pudo ver que lo que antes parecía ser un rostro humano la
miraba desde arriba, la sangre que salía de su boca era lo que estaba
cayendo encima de su mejilla. Se abalanzó hacia atrás impulsándose en
su cadera, pues descubrió que tenía las manos atadas. Aguzó la vista para
tener una panorámica del lugar, el corazón se le encogió cuando reconoció
la camisa de Sergio cuyo cuerpo inerte reposaba sobre los pies del tipo de
rostro desfigurado. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro
lavando la sangre que había caído sobre sus mejillas mientras estaba
desmayada. Se acercó gateando hasta los cuerpos haciendo acopio de
todas sus fuerzas. Santiago estaba sentado y recostado contra una de las
columnas del lugar, la cabeza destrozada seguía chorreando sangre cada
vez más espesa. El cuerpo de Sergio estaba sobre las piernas de Santiago,
ella había estado desmayada encima de las piernas de su novio. Se
arrastró hasta encontrar su rostro, las pocas esperanzas que guardaba se
desvanecieron, era él, ya no había ninguna duda. Se acomodó en su pecho
ahogando un grito de rabia y dolor y lloró hasta que sintió que le faltaba
el aire. No supo cuánto tiempo pasó, pero cuando por fin logró calmarse
solo un pensamiento pasaba por su mente: «no iba a morir allí».
Besó los fríos labios de Sergio y ayudándose de la columna logró ponerse
en pie, caminó hasta las escaleras que conducían al primer piso, se le
antojaron demasiadas, pero no le importó. Se agarró del pasamanos y
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empezó a subir. A cada paso que daba su pierna rugía de dolor y Diana
sentía que la sangre le corría hasta sus pies descalzos. Después de lo que
le pareció una eternidad logró llegar a la puerta, haló la manija, pero la
puerta no abrió. En ese momento Diana recordó que la puerta tenía un
pasador interno y otro externo, era este último el que había usado el
asesino para que no pudiera salir.
Dio dos golpes a la puerta con sus manos atadas y se dejó caer hasta
quedar sentada en la parte superior de la escalera. Miró nuevamente el
cuerpo de Sergio y divisó la luz que llegaba desde la ventana rota por la
que había ingresado el asesino. Su rostro se iluminó, volvió a bajar y cojeó
hasta los contenedores de basura. La ventana rota bañada por la luz de
la lámpara del parqueadero parecía saludarla. Esa era su salida, pero
primero debía desatar sus manos para poder alzarse hasta la calle.
Regresó hasta donde estaba el cuerpo de Sergio pues recordó que siempre
llevaba una navaja en el bolsillo trasero de su pantalón. Haciendo acoplo
de todas sus fuerzas lo giró un poco e introdujo las manos en su bolsillo,
sacó la navaja y lo dejó caer de nuevo sobre las piernas de Santiago.
Caminó hasta los contenedores por donde entraba un poco de luz, abrió
la navaja y se llevó el mango a la boca. Agarrándola con sus dientes metió
la hoja entre sus manos y la soga que las ataba y comenzó a moverla, si
su plan no daba resultado tendría que ideárselas para salir del sótano
aun estando amarrada. Pero al parecer la suerte estaba de su lado esta
vez. Después de un momento Diana vio que la soga empezaba a ceder.
Gotas de sudor le corrían por la frente, pero ella no se detuvo, siguió
moviendo su boca aún más de prisa. Después de lo que le pareció un
tiempo eterno, la soga cayó a sus pies y sus manos quedaron libres. Diana
las movió en círculos, le dolían, pero no pensaba que fuera peor que el
dolor que sentía en la cabeza y en la pierna. Sacó la navaja de su boca, la
cerró y guardó entre sus pechos, caminó despacio hasta la ventana rota
teniendo cuidado de no hacerse otra herida con los vidrios que adornaban
el frío suelo del sótano. Al llegar la observó, estaba muy alta para saltar
y agarrarse de la parte inferior, miró a su derecha y vio las cajas de
herramientas donde el asesino había conseguido la soga para atarla, apiló
tres y subió encima de ellas, examinó más de cerca la parte baja de la
ventana asegurándose que no tuviera vidrios que pudieran lastimar sus
manos y cuando estuvo segura que no los tenía estiró sus manos y se
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una de las paredes del ascensor, dio una mirada rápida a la herida del
pie, notó que había dejado de sangrar, lo cual estaba muy bien. Arrancó
otro pedazo de su pijama y se ató el cabello en una cola de caballo,
recuperó el hacha justo en el momento en el que el ascensor pitó para
anunciar la llegada a su destino. Las puertas se abrieron iluminando el
pasillo, Diana dio dos pasos para salir del ascensor y vio al asesino que
parecía esperarla plácidamente en la puerta del apartamento 501.
Empuñó el hacha y la alzó, caminó hasta donde él la esperaba sin quitar
la mirada de sus ojos. De reflejo lo vio empuñar el cuchillo con el que la
había herido, esta iba a ser su última oportunidad.
XI
Un grito de rabia retumbó por todo el pasillo del piso cinco. Diana,
levantando el hacha con todas sus fuerzas se abalanzó encima del
asesino. Él se agachó para esquivar el golpe y con la mano contraria a la
mano con la que sostenía el cuchillo golpeó a Diana en el abdomen. Ella
retrocedió adolorida y cayó de rodillas frente al asesino. El hacha se le
fue de las manos, pero antes de que cayera al piso Diana logró alcanzarla
y empuñando solo la parte superior la clavó en el pie del asesino. Este
gritó, se agachó un poco, retiró el hacha de un tirón y entró nuevamente
al apartamento 501 arrastrando el pie en el que se había clavado el
hacha.
Diana se levantó apoyándose en el mango del hacha, el golpe había sido
fuerte pero esta vez su voluntad de resistencia era mayor. Caminó
despacio hasta el apartamento 501 arrastrando el hacha con su mano
derecha, cruzó lo que quedaba de la puerta, pero al ingresar no encontró
rastro del asesino. En el piso de mármol blanco solo se veía una mancha
de sangre que iba hasta el balcón. Diana alzó el hacha y se preparó para
atacar mientras se acercaba a la puerta del balcón, pero un ruido en la
entrada interrumpió su concentración; sintió la puerta cerrarse detrás de
ella con un golpe sordo, giró lista para atacar, pero fue recibida por el
puño del asesino que la esperaba oculto atrás de los vestigios de la puerta.
El golpe la lanzó a la mitad de la sala de estar y la obligó a soltar el hacha
que quedó a sus pies. En el piso, Diana tosió, un pedazo de diente salió
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miró hacia abajo, el cuerpo inerte reposaba sobre el pavimento con las
manos por encima de la cabeza y la pierna derecha evidentemente rota,
la sangre empezaba a brotar de su boca.
—Está muerto —susurró Fernanda con voz de alivio.
Ayudó a Diana a incorporarse mientras le sugería hacer presión sobre
las heridas de su abdomen, trató de llevarla adentro, pero Diana se
agarró del barandal y no se lo permitió. Ambas permanecieron allí
vigilando el cuerpo inerte del asesino hasta que vieron asomar las sirenas
de las ambulancias y los coches patrulla. Era la 1:25 a.m. cuando ambas
entraron al apartamento finalmente para esperar a que los paramédicos
se ocuparan de ellas. Fernanda dejó a Diana en uno de los muebles de la
sala y se sentó a su lado.
Las sirenas cesaron, escucharon personas hablando en el silencio de la
noche, pasos fuertes al descender de los vehículos, las luces de las sirenas
seguían iluminando el oscuro apartamento 501 y adornaban sus caras de
descanso pasando del azul al rojo. El pito del ascensor sonó anunciando
la llegada de la caballería que las sacaría de allí. La luz que salía del
ascensor se coló por el hueco que antes fuera la puerta. La voz de un
hombre habló fuerte y claro en la primera planta del edificio, ambas se
miraron y apretaron sus manos horrorizadas al escucharlo.
—Este aún vive, trasládenlo de inmediato.
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Carne de primera
Capítulo I
Poco antes de la penumbra total, un anciano contemplaba los últimos
rayos del sol dibujando un hermoso atardecer en el horizonte, una de las
pocas cosas que aún podía darse el lujo de disfrutar. Decidió regresar
antes de que la luz del día se extinguiese completamente, a paso lento y
torpe atravesó el pequeño bosque que lo separaba de su casa. Al llegar
tocó la puerta tres veces, pero nadie respondió, una mueca de dolor y
amargura se dibujó en su rostro, este acto involuntario hizo que la
realidad le golpease en el rostro y le recordara la muerte de su último
familiar. Ahora estaba solo, sin nadie para amar, sin nadie para saludar
al llegar a casa. Sin nadie. La senilidad le había estado jugando este tipo
de bromas desde hace un par de años, cada vez con más frecuencia
afrontaba su verdad y se sentía el hombre más miserable del mundo.
Un anciano caminaba por el pasillo de lo que antaño fuera un palacio
en miniatura, los pisos de roble crujían bajo sus pies, el viento,
atravesando múltiples agujeros en las paredes de este lugar, producía
múltiples silbidos y enfriaba el lugar. Al final del corredor encontró un
estudio de proporciones generosas que estaba forrado casi completamente
de libros, salvo por un gran ventanal y un pequeño espacio destinado a
una chimenea. Frente a esta se situaba un sillón de cuero sumamente
desgastado. Procedió a encender la chimenea y se sentó con uno de los
incontables ejemplares que le rodeaban.
Aunque el anciano ya se encontraba en el sillón, la madera no cesó de
crujir por varios segundos. El viento se detuvo y el silencio empezó a
reinar.
Media hora pasó, yacía en sus manos una novela de Charles Dickens,
sus ojos pasaban lentamente por cada palabra, pero no conseguía
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tras esta ilusión hasta las escaleras, jurando venganza por sus hijos.
Segundos después estaba tendida en el suelo del primer piso, la sangre
que de su cabeza brotaba había creado un camino que dividía la escalera
en dos perfectas mitades, así como su cráneo.
Se sorprendió a sí mismo observando desde el preciso lugar donde hace
tantos años ella había caído, mirando hacia abajo, con una mirada fría y
temerosa. Escuchó una leve risa… En su cabeza, ¿o no? Ya no podía estar
seguro. Miró en su reloj la hora, solo diez minutos habían transcurrido.
El tiempo también castiga. Caminó nuevamente hasta su cuarto, se sentó
al borde de la cama entrecruzando los dedos girando levemente su argolla
de matrimonio mientras sentía como levemente el lado contrario de su
cama se hundía, cerró los ojos y se puso de pie nuevamente.
Bajó a cenar. «Otra miserable cena» pensó. Una gran mesa de fino roble
en el vestíbulo le esperaba. Puso un plato con cortes de res cocida,
pimientos y algunas verduras. —Carne de tercera —se repite una y otra
vez—, ese sabor, esa textura, ese animal… Cierra sus ojos y reza, pide
por las almas de sus allegados y conocidos, agradece lo comido (en el
pasado remoto) mientras toma el tenedor. Las velas que iluminaban
tenuemente la sala comienzan a apagarse, una tras otra, en perfecto
orden desde el extremo opuesto de la mesa. Aunque fuese ridículo a su
edad, había aprendido a temerle a la oscuridad, se levantó y se dirigió al
estudio, mientras lo hacía notó que la luz de la última vela se extinguía
a sus espaldas.
¿Estaba volviéndose loco? Si ese fuere el caso no le molestaba la idea
de estar ausente de su propio cuerpo, de su vida, vivir en un país de
fantasías donde pudiera sentirse como un humano de nuevo. Tocó su
rostro, sintió la cicatriz en su mejilla, bajó su mano.
Pasada la medianoche, se encontraba en el sillón reposando a la luz del
fuego proveniente de la chimenea. Algo le hacía sentirse particularmente
intranquilo, podía sentir que lo observaban, podría jurar que alguien
estaba detrás de él. Mirándolo sin siquiera parpadear. Pudo sentir cómo
su espalda y la parte trasera de su cuello se enfriaba lentamente y
comenzaban, el poco pelo que tenía en estas zonas se había erizado y su
piel se tornaba particularmente sensible con el paso del tiempo. No
importaba qué tan rápido se girase sobre sí mismo, no llegó a ver nada.
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Capítulo II
—Buenos días televidentes, amanece lloviendo en el cielo capitalino. Es
una mañana fría y justo en este momento, a las 6:30 a.m. los residentes
del barrio San Dionisio en la localidad de Santa fe se despiertan
consternados. Por décima vez en los últimos tres meses, son hallados los
restos, de lo que se presume era una joven de entre 23 y 28 años de edad,
que se teoriza, fue brutalmente asesinada en la madrugada de este lunes
dos de marzo. Esta vez, los restos fueron encontrados por un habitante
de calle quien informó a las autoridades sobre un olor fétido que
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Capítulo III
Se acercaba el amanecer del quinto día de abril, las calles parecían aún
más desoladas de lo que esperaba, pero hace mucho que había estado
esperando una oportunidad como esa. Una mujer caminando sola por la
acera, no se había percatado de su presencia.
Es una madrugada de domingo… «todos en el sector estarán durmiendo
la borrachera», pensó mientras se lamía los labios otra vez y apretaba el
paso hacia la distraída rubia de vestido azul verdoso, manteniendo un
silencio absoluto, cada paso con cuidado felino para no desprender el más
mínimo ruido. La ansiedad iba empezando a carcomer su conciencia y
penetrar en sus músculos que empezaban a prepararse, ya podía percibir
su dulce olor. Apenas un instante después, se produjo el único sonido que
perturbó el silencio que reinaba. No hubo gritos, ni una voz pidiendo
ayuda, ni un cuerpo cayendo, solo un sonido seco y el violento contacto
del metal contra piel, cráneo y sangre. Con un movimiento ágil y
milimétricamente estudiado, él la tomó del cuello y del estómago antes
de que siquiera se notara que ella iba a caer, con la experticia que solo la
experiencia podía proveerle.
Ella despertó bajo el goteo del agua negra que se desprendía de las
cañerías del edificio, poco podía ver, salvo un par de trozos de carne
sangrante que estaban a un par de metros, se encontraban colgando sobre
un pequeño bote lleno de un fluido color escarlata y, cada pocos segundos,
una nueva gota caía perturbando la quietud con su vacío eco.
Estaba aturdida, no había dolor, solo un cansancio inexplicable y un
mareo imposible de manejar, poco después cedió nuevamente ante la
monstruosa cantidad de morfina que le habían inyectado algunas horas
atrás. Cuando volvió en sí, notó los ojos de su captor que la observaban
como si fuera poco menos que una bolsa de basura, no hubiera podido
contener su grito de no ser por la mordaza que le restringía con una
fuerza brutal la mandíbula; miró rápidamente su cuerpo, no había
muestras de que hubieran retirado su vestido, esto la alivió un poco, pero
sintió como algo ardía en la planta de sus pies y alrededor de estos.
Seguramente eran sus tacones, los había usado ya por bastantes horas,
pensó. Tampoco podía bajar sus manos, sujetas con un par de esposas a
uno de los tubos sobre su cabeza, no podía ver más abajo de sus rodillas,
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separarles cada miembro sin que mueran por la pérdida de sangre, hay
que hacerlo para evitar cosas como esta —dijo señalando una fina cicatriz
que recorría su mejilla derecha— fue la primera cena que tuve con mi
padre, hace ya muchos años, pero me dejó una enseñanza de por vida—.
Se escuchó una voz gruesa. —Basta ya padre, yo mismo he comprobado
que no es algo del otro mundo, vamos a comer o perderemos el apetito—.
Pudo reconocer la voz, era el hombre que había cortado sus brazos. Poco
a poco se acercaron a ella rostros desconocidos con expresiones absortas
de un platillo tan peculiar, arrancaron su piel con cuchillos, tenedores y
pinzas, el sonido de los metales chocando y mandíbulas masticando una
suave goma que empezaba con la piel de su abdomen, siguiendo con sus
senos y su cara. Con sus últimas fuerzas, dedicó una mirada de odio al
infeliz que la mutiló, él ni siquiera lo notó, estaba limpiando el mentón
de su esposa, quien se había manchado con un poco de sangre. Una niña
lloraba a su lado, él empezó a consolarla y alimentarla con un trozo de
mejilla, al tiempo felicitaba a dos pequeños bastardos que comían
entusiasmados algunos trozos de carne a tres cuartos que desprendían
finos hilos de jugos.
Era ahora su realidad, el dolor la ahogó y lo último que sintió fue que
arrancaban su ojo izquierdo y esas fibras elásticas se desprendían con un
dolor indescriptible, creyó ver cómo era cubierto con salsa y engullido. —
No hay nada mejor que la carne fresca —escuchó mientras caía en el
sueño eterno que añoró desde que sintió el primer tenedor penetrando su
cuerpo, dos horas antes.
Epílogo
Casi treinta años después Astrid visitó al último de los participantes en
su festín. Un anciano que trataba de dormir en su sillón...
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Come almas
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puedes escapar; la punta del cuchillo hacia ti, el sonido de esa loca
película, estás atrapado dentro de tus miedos y no podrás salir.
¡Corre, corre por la casa! El fantasma se ríe, tú eres su amor, prepárate
para la sangre, no tengas miedo o temor, el horror es suave, el payaso
está desnudo, apasionado y tentado, le gusta el pecado, pero su voz es tan
horrible que quedarás petrificado…Suplícame, ¡sácame de aquí! No
apagues la vela, el fuego está caliente, él todavía canta: dancemos con la
muerte, hasta que tu alma arda.
¡Corre, corre, tu casa está encantada! Los cuervos comiendo pesadillas,
los fantasmas haciendo el amor, los esqueletos teniendo sexo con arañas
en putrefacción.
Owen: —¿Qué diablos es esto? No puedo estar dormido.
Sombra siniestra: —Ya lo estás, tu alma ha descendido, no mires atrás,
no hables con extraños, el silencio es un mito perseguido. Todos esos
espíritus malignos solo quieren un poco de amor, ¿no se los darás? La
luna ya no está protegiéndote, porque el tiempo ya no está de tu parte,
toma forma la dimensión negra de los libros oscuros, hay cadáveres que
visualizan tu terrible futuro… Son las víctimas de nuestros deseos, son
nuestra colección del destino. Y tú eres nuestro nuevo premio poseído.
Owen: —Entonces, ¿qué ocurre? Es solo una maldita pesadilla...
Sombra siniestra: —Despierta o mejor no, La lechuza te persigue, te va
a matar, le gustan las almas asustadas y tú quieres llorar.
Tu ropa está rota, los árboles te quieren lastimar.
¡Corre, corre por el bosque! los vampiros vuelan, te estás acercando. La
sangre es tan sabrosa, así que no la bebas más. ¡Está mirando, está
mirando !, y te quiere degustar. No apagues la mirada, la bruja ciega está
ahí, la niebla la disfraza, ella está comiendo trozos de carne. Quiere volver
a lucir bonita para su amante, leyendo unos cuantos hechizos, la madera
se rompe, el viento te traiciona y ella percibe tu aroma, no respires, ¡no
susurres! Solo intenta escabullirte... El zombi es su prometido, ya está
aquí, quiere un regalo para su novia, y tu cerebro fue elegido, te quieren
matar y comerte vivo, tu carne es tan joven, que alimenta sus inhumanos
orgasmos.
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la hora en que se verán para cenar. Pablo responde con furia y con
palabras hirientes la rechaza.
Vuelve a su casa y se encierra en su cuarto. Se mira al espejo y allí ve
los fantasmas que lo acompañaron en su día. Su mal humor, su poca
paciencia y tolerancia y su ego herido, hicieron que este no fuera el día
extraordinario que pensaba y terminó viviendo la peor pesadilla.
Aterrorizado por sentirse solo y vacío, entra en llanto y corre a abrazar a
su tía Clarita, quien yace en su cama como dormida. Pablo se le acerca,
pero ella está pálida y sin sentido. Falleció luego de que él saliera en la
mañana y él solo encontró un cuerpo frío e inerte. Pablo ha vivido la peor
película de terror en la que él es el protagonista.
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Olvido y terror
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—Está muy oscuro, apenas para que el diablo salga a asustar. ¿Y usted
qué opina de los mitos y leyendas de la zona? ¿Creen en las brujas, en la
llorona? —preguntó Gonzalo mientras guardaba su moneda.
—De que las hay, las hay —dijo Guillermo entre risas—, sin embargo,
no dejan de ser relatos que pudieron partir de hechos reales e irse
deformando con el tiempo añadiendo elementos fantásticos, aun así, hace
parte de nuestra riqueza folclórica.
—Pero ¿no cree que puedan ser reales algunas? ¿O que tal vez reflejen
nuestros deseos más internos, nuestros monstruos o nuestra realidad? —
expresaba ese extraño hombre mientras esbozaba una sonrisa ante un
Guillermo que no sabía que responder.
—Bueno yo me bajo acá, buena suerte en su viaje.
—Lo mismo.
Guillermo miraba hacia atrás sorprendido de que aquel hombre se bajó
a la mitad de la nada y en medio de la noche quedándose ahí parado sin
que hubiera señales de ninguna persona a la vista o rastros de algún
pueblo cercano.
Pasaron algunas horas hasta llegar al final de la carretera. Empezaba
la segunda parte de su travesía de varios días hasta llegar al punto de
reunión con Pancha y de ahí era incierto cuántas horas o días de más iba
a durar. Luego del bus tenía que continuar a caballo por unas trochas
empantanadas que si fuera en época de lluvia quedaría atrapado hasta
que la muerte lo alcanzara, pues la única ayuda se encontraba a varios
días.
En esos cinco días de travesía continúo con su insomnio y las pesadillas
provocadas de este. Una de sus pesadillas consistía en Gonzalo, con quien
habló en el bus. Sentía que él seguía parado en esa carretera jugando con
su moneda en la oscuridad de la noche tan fuerte era su pesadilla que
podía escuchar el sonido de esa moneda como si Gonzalo estuviese cerca.
Finalmente, Guillermo logró llegar al punto de encuentro con Pancha,
la persona que lo llevará a Qunqay. Pancha esperaba a Guillermo sentado
en una canoa mientras observa el cielo. Sorpresivamente, el rostro de
Pancha reflejaba una similitud con el de la muchacha desaparecida cuyas
acusaciones de abuso y desaparición habían hundido a Guillermo solo por
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sus gritos quedaban opacados por los demás gritos en Izua. Sin embargo,
dos voces se escuchaban diciendo:
—¿A quién le dijo? —preguntaba con ira una voz a la que Guillermo
reconoció, era la suya.
—¿Qué me hizo? —gritó la otra voz a la que Guillermo también
reconoció.
Guillermo por fin recordó lo que quiso olvidar, las voces que no había
querido reconocer, una era la suya y la otra voz era la de la muchacha
que desapareció. En el fondo se escuchaba el sonido de un machete
cortando un cuerpo y el olor que se emanaba era el de un cuerpo ardiendo.
Guillermo había asesinado a la muchacha, pero quería olvidarlo. En su
mente se había configurado una lucha entre el deseo de olvidar y su
conciencia. Quedaba la duda de otras atrocidades que habría guardado
Guillermo en lo recóndito de su mente. Lo que diferenciaba a Guillermo
de las personas en Izua era que estas no pretendían ser inocentes,
disfrutaban su culpabilidad.
—¡Perdóname! No quería llegar a eso, no quería ir a la cárcel. Fueron
los últimos gritos de Guillermo que se quedaron el olvido dentro de la
orgía de sangre y oro. Al final solo quedaba un charco de sangre dentro
de la hoguera.
De pronto, Guillermo despierta en la misma casa y a su lado están las
mujeres con las que había fornicado.
«¡Todo era una maldita pesadilla!» se decía Guillermo suspirando de
alivio, pero por dentro temeroso preguntándose si era otra de sus
alucinaciones.
Guillermo sale y encuentra lo mismo un pueblo bastante libertino como
le había dicho Pancha. Pero algo parecía diferente, ni la arquitectura ni
las vestimentas eran coloniales, además la ropa de él estaba manchada
de sangre, no sabía si era de su herida o si la pesadilla era cierta, en todo
caso la paranoia invadía su mente.
Guillermo corrió hacia el fondo del pueblo y encontró el santuario, el
mismo que había visto antes de la carnicería. Sin embargo, afuera del
santuario parecía limpio como si nada hubiera pasado a excepción de tres
estructuras de madera listas para una hoguera en cuyo fondo se podían
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El tridente de la agresión
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sabíamos el lugar y el momento para todas las semanas, nunca tuve una
ocasión en la que llegara y me quedara solo.
Así que finalmente estábamos los cinco de siempre, pero esta vez había
un integrante nuevo, Abelardo, un joven mayor que todos, nada más su
nombre nos hacía verle viejo, su expresión fría y oscura generaba
impresión al verle, su mirada sombría y su sonrisa al hablar de muertes
y sangre era en ocasiones repulsiva, me generaba escalofríos en algunos
momentos al carcajear, en verdad era espeluznante su presencia, en el
ambiente de nuestra conversación ahondaba ese frío que reinaba en la
tarde.
Pronto empezamos a hablar de la manera de comprobar algunos temas
o teorías, lo que encontrábamos en internet era muy extenso, muchos
mitos urbanos, muchos creeps y exageraciones que a nuestro parecer eran
más que obvias, pero entonces, ¿cuál era la verdad sobre todo esto?, ¿cómo
comprobar?, ¿cómo aprender, cómo reconocer la realidad de esto oculto,
invisible para muchos? Todos allí coincidíamos en algo, habíamos tenido
experiencias que nos llevaban a pensar que no eran mentiras, no era falso
todo lo que encontrábamos.
No pasó desapercibido el tema de las casas embrujadas, hablábamos de
la manera de reconocerlas, qué marcaba las casas embrujadas, qué tenían
en común, estaban abandonadas o habían estado abandonadas mucho
tiempo, algunas decían estar sobre cementerios antiguos o fosas sin
revisar, se encontraban otros casos en los que se hablaba de rituales
realzados por algún habitante, o por alguien después de quedar
deshabitada la casa, los múltiples juegos con diferentes instrumentos en
estos lugares, abrían portales a fuerzas, energías o espíritus ajenos a
nuestro universo, nuestro mundo.
También pensamos en las personas cuyas muertes hubiesen sido
violentas dentro de la casa, o alguien que se negaba a morir, los que
lloraron mucho por alguna experiencia vivida en ese lugar, se apegaban
tanto a situaciones, lugares o personas que generaba que sus energías
etéricas y astrales residuales se quedaron allí causando estas
presentaciones y materializaciones en nuestro mundo y ni que decir de
las personas cuya existencia fue agresiva, abusiva con otras personas,
estas personas podrían ser quienes se quedaban en un lugar cuidándolo
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Se habrán preguntado alguna vez por qué ese impulso natural de saber
qué hay más allá de lo que no podemos ver. ¿Qué hay detrás de la
montaña? ¿Qué hay oculto en la oscuridad? ¿Por qué cuando nos
perdemos escogemos siempre un camino al azar buscando una respuesta?
Preguntas que no tienen una respuesta directa, pues es del destino ser
contestadas de forma misteriosa, irónica, a veces con otra incógnita que
no se puede resolver. Hay sucesos misteriosos que desafían la realidad y
deforman la concepción de tiempo, lógica y espacio a su antojo, tal cual
como lo hace un herrero con el metal. ¿Qué es real? ¿Qué es lógico? ¿Lo
que ven los ojos? ¿Lo que interpreta la mente?
Lo último que recuerdo fue que me levanté para ir al baño, la cerveza y
el vino entran a nuestro sistema casi como una transfusión, se meten
dentro de nosotros y eliminan lo que ya está allí. Es una bonita analogía
para algo tan carnal como lo es ir al baño a miccionar. No recuerdo más
sino un lapso de medio segundo sin luz y silencio, pero ahora todo es
normal, solo que no puedo salir de acá, algún gracioso me encerró y mi
chica está afuera esperando con otra cerveza y una sonrisa para mí. ¿Qué
haré? ¿Habrá otra salida?
Las luces eléctricas parpadeaban y hacían ruidos extraños, por un
momento se me revolvió la cabeza, sonidos indeterminados rondaban
dentro y fuera de mi ser y la jaqueca fue monumental, similar a la que
queda después de una noche de copas aunada a una fina caricia de un
ladrillo en la cabeza, «el alcohol me hizo efecto», pensé. De alguna forma
un chirrido de una puerta llamó mi atención, era una puerta que nunca
había visto antes, tras de ella un gran zaguán, oscuro, el silencio del lugar
solo se alternaba con el tictac de un gigantesco reloj de péndulo que
estaba justo en la mitad de la ironía más grande que hubiera visto, dos
puertas con los letreros más locos que pudieran tener, respectivamente:
Realidad y Paraíso.
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consciente de lo que había bajo esta, tal vez solo ocultaba el suelo o tal
vez un profundo abismo, «¿por qué tan filosófico?», pensé.
Bueno, la cerveza despierta al Sócrates dentro de mí y más si voy
caminando, me hago preguntas y luego me las respondo, a veces en voz
alta y por eso la gente que no iba a la clase de filosofía del grado 11 para
beber, fumar y tener sexo se ríen de mí. ¡Qué afortunados!
Ahí estaba, enfrentado a los temores fundamentales del ser humano, la
incertidumbre, la impotencia y a mí mismo. ¿Qué habría bajo la bruma
sino un oscuro abismo o una bestia al acecho? ¿Si al mirar a través del
cristal encontraba todo aquello que alguna vez fue un anhelo y no lo podía
ni tocar? ¿Si el reflejo de ti mismo se oscurecía sin razón? Mi novia y mi
cerveza me hicieron avanzar, por encima de mis temores estaban ellas,
así que decidí salir de ahí. Se sentía cierto calor bajo mis pies, el suelo era
tibio, bastante agradable. De repente vi un reflejo curioso en el primer
espejo del pasillo, era un niño que, a juzgar por sus rasgos, podía ser mi
hijo. En la ventana que quedaba al lado, lo imposible, ese niño jugaba con
mis amigos del kinder, ese niño era yo. Atónito decidí ver el otro espejo y
me vi a mí mismo de adolescente y en el ventanal la escena de cuando
robé la moto de mi padre y me fui de aventura con mi novia.
Consecuentemente observé todos mis reflejos y recuerdos, la historia de
mi vida, como una película.
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I
Dicen que las penas se curan en soledad, que los sueños se realizan si los
construyes, dicen que no hay nada mejor que las palabras cuando el alma
se ahoga y que el amor lo cura todo. Charles Bukowski encontró su refugio
en sí mismo, desprendiendo todo convencionalismo de su alma, llevando
su cuerpo a un estado extremadamente vegetativo. Allan Poe sintió que
había algo diferente en él que el resto no tenía, desde su niñez supo que
todo lo quería solo, desde una montaña hasta una tormenta. Alejandra
Pizarnik usaba el lenguaje como la mejor cura para sus heridas, con él
podía tener las alas que su soledad necesitaba. Estos tres personajes
tienen algo en común: la certeza de ser únicos, hacer lo que el corazón les
imploró por muy empecinado que parezca, y asumir la realidad como el
sentido de tu vida. Me he inspirado en ellos desde mi niñez, a pesar de
que me prohibían leer libros de ese tipo, y mis textos más profundos dejan
huella de ello.
Por mucho tiempo me quebré la conciencia cuando veía el espejo lleno
de preguntas, yo estaba frente a ese espejo. Ese instante se volvió largo,
mientras más me miraba al espejo, más preguntas aparecían, mientras
más preguntas aparecían más heridas había en mi piel, mientras más
heridas había en mi piel más me sentía condenado. Con el tiempo ese
espejo se burlaba de mí, sabía que mis dudas eran un alimento para él y
eso me hacía sentir impotente. Así que decidí un día agarrar una roca,
abrir la puerta de mi lánguido cuarto y reventarlo duramente a pedradas
hasta que… hasta que... ¿Hasta qué? ¡Dios, me volví a desconcentrar!
Mejor dejo de escribir por ahora y lo intento más tarde.
He tratado de plasmar esa escena de muchas formas, pensar en el dolor
que me causan algunas cosas y crear un escenario en el que acabe con
ellas, pero no me sale. Siempre que voy a terminar, algo pasa o llega
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en los que nada era fácil y me hacen ver que siempre tengo que pensar en
grande.
La clínica a la que asistía no era muy grande, tenía una amplia sala en
su interior donde los pacientes esperaban sentados hasta que llegara su
turno. En las horas de la mañana nadie parecía de buen ánimo, siempre
he creído que las personas del Caribe generamos cierta apatía cuando se
nos habla de madrugar. Noté que no había tantas personas como de
costumbre, eso me mantenía tranquilo, me siento más seguro cuando
estoy rodeado de pocas personas.
A las 9:45 a. m. llegó mi turno, me despedí de mis padres e ingresé al
consultorio para cumplir con la sesión, abrí la puerta cuidadosamente y
le hice un gesto formal de saludo al terapeuta. Cada vez que hablaba con
él, me miraba fijamente, en ocasiones, eso me hacía sentir intimidado, no
sé si se notaba, pero trataba todo el tiempo de ignorar eso y mostrar lo
contrario. El consultorio era de mi agrado, porque me transmitía esa
serenidad que yo siempre buscaba. Las baldosas eran color carmesí, las
paredes blancas, con cuadros colgados de paisajes naturales hechos en
lienzo. Justo detrás del asiento del terapeuta se apreciaba una ventana
que reflejaba la imagen de una ciudad completa, edificios y casas por
todas partes y el mar al costado derecho de estas.
Al cabo de 30 minutos de sesión, él empezó a preguntarme acerca de
cómo me había sentido las últimas semanas, si había tenido el mismo
número de episodios o si creía que había disminuido. Pero antes de que
pudiera responder, fui entrando lentamente en un extraño trance, mi
visión se fue opacando, sentí un poco de mareo y las palabras no me salían
de la boca. Intenté decir cosas, pero algo me impedía hablar, como si
hubiera entrado en un mutismo selectivo. Duré aproximadamente tres
minutos en ese estado, hasta que de reojo pude ver una sombra detrás del
terapeuta, tenía la figura de una persona, no tenía vestimenta y
caminaba lentamente de un lugar a otro, mirándome fijamente. Yo hacía
intentos desesperados por gritar, pero mi lánguido cuerpo perdía la
capacidad de mantenerse erguido. Él me hablaba, pero no podía
escucharlo, era como si perdiera la percepción de los sentidos. Cuando fui
cayendo al piso la última imagen que vi fue la de esa sombra sacando una
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II
Cuando caí al piso demoré unos instantes para volver a abrir los ojos,
tenía mucho miedo, pero de algún modo debía recuperar la postura.
Luego de abrirlos, lo primero que miré fueron manchas de sangre regadas
en el escritorio, había tanta sangre que en mi cabeza solo me imaginaba
lo peor: armas cortopunzantes, degollación, torturas, suicidios. En el
fondo sabía que nada de eso era real, pero no me servía de mucho, las
imágenes, los olores y las voces siempre estaban, aunque hiciera mi
mayor esfuerzo por hacer que se fueran. Seguí analizando el ambiente y
me di cuenta de que a mi alrededor no había nadie, entonces decidí
levantarme poco a poco, con mucha suspicacia.
Puse mis dos manos suavemente en la cabeza, para tratar de agudizar
el dolor, y me fui acercando al escritorio y noté que además de las
manchas había lápices regados y el calendario en el mes de agosto de
2017. Eché un vistazo por la ventana, la ciudad había perdido su color,
ya no me parecía aquella ciudad carismática que esconde riquezas en sus
playas y fortificaciones, ahora solo veía un amargo resplandor y la luz
incandescente del sol perdiendo su tonalidad. Entre las hojas pude ver de
reojo una que me llamó la atención, no tenía ninguna mancha de sangre
en su exterior, y estaba doblada como si la hubiesen preparado para
enviarla por correo. La tomé y la fui abriendo con timidez, curioso por
saber qué había dentro. Cuando terminé de abrirla, se apreció una frase
en ella escrita con tinta roja, que decía: No somos distintos.
En ese mismo instante se escuchó detrás de mí el ruido estrepitoso de
una puerta abriéndose y cerrándose de golpe. Guie mi mirada husmeada
hacia la puerta, con las manos temblorosas y una sensación friolenta. Al
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cabo de un instante observé. Era ella, la sombra que había visto justo
detrás del terapeuta, con un cuchillo en la mano y su reflejo totalmente
negro. No pude evitar sentirme temeroso, se acercaba a mí con pasos
lentos, premeditando cada movimiento a seguir, y yo, del otro extremo de
la habitación guiado solamente por mi instinto. Decidí actuar, hasta ese
momento, solo había estado de pie sin hacer nada, así que cuando lo creí
oportuno, eché a correr hacía el escritorio para esconderme debajo y
refugiarme; pero antes de que pudiera hacer algo, una fuerza me haló por
detrás y me arrastró por el suelo, luego me golpeó contra el plafón y por
último contra la pared que quedaba justo al lado del escritorio. Solo me
había percatado hasta entonces que usó sus manos para jugar con mi
cuerpo y llevarlo de un lado a otro. Cuando caí mi cobardía fue tal que
permanecí acurrucado en el piso por muchos minutos, quizás horas,
asimilando lo que había sucedido.
Finalmente, cuando tuve la certidumbre de que no quedaba nadie más
que yo en esa sala, y que la sombra que apareció ya se había esfumado,
abrí los ojos. Fue cuando noté que las paredes tenían frases escritas con
sangre, ellas anunciaban la muerte inminente de una persona o grupo de
personas. Me acerqué al escritorio, para revisar si las cartas aún seguían
allí. Solo quedaba una, era la que yo había abierto antes, ahora tenía
escrito algo diferente, cuando leí lo que decía perdí completamente el
juicio.
El dolor es como el río que corre, tan pasajero y fluvial como el mar en
el que desemboca, se evapora cuando dejamos de ignóralo, y llega hasta
roce de las nubes.
Escritos de Fernan
III
Expectante, sereno, inmóvil. Abrí los ojos después de un largo tiempo.
No sabía cuánto exactamente, pero tenía la certeza de que al menos
habían pasado días. La luz diáfana y el ambiente lúgubre provocaron en
mí un desagrado que se prolongó hasta que tomé conciencia del lugar en
el que me encontraba. Mis brazos estaban arropados por una camisa de
fuerza y mi vestimenta era blanca. No podía hacer mayores esfuerzos que
los de mover mis piernas lentamente para caminar, como si de una
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—¿Qué siento? —respondió con tono irónico—, pues nada, consigo para
comer cuando a la gente le da la gana de soltar algunas monedas, duermo
en los andenes de las casas del barrio y camino todo el día sin parar para
distraerme, con eso soy afortunadamente feliz.
—¿En serio crees que eres feliz con eso? —repliqué.
—¿Qué es la felicidad para ti, chico? —preguntó abruptamente.
No supe qué decir en el momento, admito que esa pregunta me tomó por
sorpresa. Vacilé durante unos instantes, miré el mar e hice revuelos en
mi cabeza. Cuando creí tener una respuesta entonces clavé mi vista en él
con seguridad y le respondí.
—Creo que para mí la felicidad es poder tener grandes lujos, una buena
mujer a tu lado que cuide día a día de tus hijos y esté contigo en los buenos
y malos momentos. Que tus padres estén contigo para siempre y tener
muchos viajes en tu vida.
—Tonterías fantasiosas —concluyó.
—¿Qué dices? —respondí con un tono un poco agresivo. Me lo dices justo
tú estando en semejante posición.
—Te aseguro que no sabes nada de mi vida —dijo—, no sabes cuánto
tiempo he tenido que luchar para mantenerme en pie, chico.
—¿Cuánto tiempo lleva usted viviendo en la calle?
—Desde que tenía 13 años mi padre y mi madre me abandonaron, chico.
La casa donde vivíamos fue embargada por una deuda jamás saldada.
Ellos se fueron de viaje en busca de mejores oportunidades, y yo quedé
viviendo con una madrina con la que nunca empaticé.
—¿Y cómo es que terminó usted alejándose de todos?
—Pues, cómo te lo digo, chico. —Vaciló. —Yo era muy libertino, pasaba
todo el día fuera de casa y llegaba a la hora de dormir. Cuando llegaba
recibía mi dosis diaria de insultos y humillaciones y me iba a la cama. En
una noche oportuna, decidí salir de la casa y echarme a la suerte, chico.
Recogí dos mudas de ropa que había en mi armario, y me volé por el patio
utilizando el techo a mi favor. El resto es historia.
—Debió ser muy duro para usted.
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—Un poco. Me costó... con el tiempo supe que fue lo mejor —durante
unos segundos miró hacia arriba y agregó— por eso no me quejo si no
tengo para comer, o si mi ropa está sucia, chico. La calle me ha enseñado
que sentirse libre es más importante que tener lujos.
Después de dos o tres preguntas más, le dije que iría al supermercado
más cercano, para comprarle algunos alimentos que dieran tregua a su
buen gesto conmigo. Caminé cinco cuadras hasta dar con el “ARA, el que
te trata dulcecillo cuidando tu bolsillo”, conocido por su peculiar refrán.
Me abastecí de una bolsa de leche, un pan de sal grande, una bolsa de
pan tajado y tres jugos de caja para que consumiera durante todo el día.
En parte quería que mi regalo fuera lo suficientemente completo como
para que prescindiera de pedir dinero.
Al regresar al lugar en el que conversábamos, me encontré con la
imagen de un muro gris lleno de verdín en sus bordes, el césped un poco
maltratado por el tiempo y nadie alrededor del lugar. Mis niveles de
dopamina fueron en recaída y me decepcioné mucho. Me agaché en el
rincón en el que reposaba sentado, dejé la bolsa con las compras allí por
si regresaba, y fui tomando el rumbo hacia mi casa. ¿Por qué se iría? Me
pregunté. Ni siquiera tuve tiempo de decirle unas últimas palabras.
Estuve dos semanas seguidas yendo por esos senderos, espantando los
fantasmas de la mañana, mirando suspicazmente todo alrededor
mientras caminaba, pero no lo volví a ver. No conocía su nombre, ni tenía
datos específicos para poder hallarlo, solo recordaba la tonalidad de sus
ojos, color sinceridad, color transparencia, color humildad.
Estando esa habitación tan remota, llena de altercados y de gran tedio,
aquel recuerdo grato me hacía sentir incólume, con un poder mesiánico
que nadie podría quitarme, ni las enfermedades psiquiátricas, ni la
camisa de fuerza, ni las voces de mi habitación, ni aquellas sombras que
yacían a mi alrededor. El reflejo de su ímpetu me dio el valor necesario
para mantenerme tranquilo por el resto del día, sintiendo la libertad que
siempre había anhelado, en esa habitación donde realmente no tenía
nada. Tiempo después fui desalojado del hospital y llevado nuevamente
a mi hogar, donde permanecí dos semanas sin salir ni visitar a nadie.
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Nada más real que un grito
IV
Al llegar la noche, se empezó a ver el crepúsculo desde mi terraza, el
primero en llegar fue Daniel. Siempre ha sido el más puntual de todos y
al que más admiramos. Me sorprendió la vestimenta que traía puesta,
tenía unas chancletas crocs, mochona de overol y chaqueta cerrada. Era
muy raro verlo vestir de esa forma, ya que siempre lo ha caracterizado su
formalismo. Le dije que pasara, saqué dos asientos y nos sentamos en la
terraza a esperar que los demás llegaran. Hablamos acerca de cómo había
llegado, me contó que llegar hasta a casa fue toda una odisea, debido a
que el conductor del bus en el que venía era nuevo y cogió una ruta
distinta a la establecida, todos los pasajeros terminaron en un barrio
distinto, entonces tuvieron que esperar otros autobuses para poder llegar
a su destino.
Mi casa es bastante amplia, cuenta con una terraza en la cual hay tres
árboles sembrados, dos de mango en el costado derecho y uno de limón en
el otro extremo. Por tal motivo, cuando llega la noche, es normal que haya
mucha brisa y se escuche el ruido de sus hojas. Tenemos un rottweiler
como mascota llamado Murdor que permanece en el patio amarrado y
solo lo vemos cuando toca alimentarlo o cuando queremos sacarlo. Mi
padre lo obtuve hace un algunos años cuando terminó de prestar su
servicio militar. En ese tiempo, los altos mandos hacían entrenamientos
con los soldados, les enseñaban cómo controlar y utilizar a los perros,
también impartían clases de psicología canina básica. Esos encuentros
dejaron como producto buenas relaciones sociales que perduraron con el
tiempo, y al salir fue muy fácil para él adquirir un cachorro.
Al interior se aprecia un pasillo que divide la casa en dos mitades: una
mitad contiene la sala y detrás de ella un cuarto alternativo, en el que
guardamos objetos que ya no usamos o que nos cansamos de usar. La otra
mitad contiene el comedor que queda justo al frente de la sala y detrás
dos habitaciones que se encuentran unidas. Lo curioso de esta
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V
Abriendo los ojos lentamente, descubrí la silueta de tres personas,
estaban despiertos de pie justo a un lado del tocadiscos. Me miraban
fijamente, sin espabilar. Sus prendas de vestir ahora se tornaron color
gris, esa imagen me hizo sentir un poco de escalofríos.
—¿Chicos? —dije, mientras los labios me temblaban.
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pudiera decir algo escuché una voz gruesa y cortante que repetía las
siguientes frases:
He matado a tus padres. ¡Bienvenido al día de tu muerte! Serás el
siguiente.
He matado a tus padres. ¡Bienvenido al día de tu muerte! Serás el
siguiente.
He matado a tus padres. ¡Bienvenido al día de tu muerte! Serás el
siguiente.
Traté de colgar, presioné compulsivamente el botón rojo, pero no se
terminaba la llamada, cada vez se escuchaba más fuerte el sonido, no lo
soportaba. Tiré el teléfono duro contra el suelo, eché una mirada a los
cachivaches que había en el cuarto y encontré una barra de hierro
puntiaguda. La agarré, me acerqué al teléfono y lo golpeé muchas veces
con ira, hasta que quedó hecho trizas.
—¿Murieron? ¿Siguiente? ¿Acaso era una broma? —me dije. Yo me
negaba a aceptar todo lo que estaba pasando, todo esto parecía un show
planeado a la perfección y yo, la persona que sufría las consecuencias.
En aquel momento, escuché tres golpes en la puerta del cuarto y me
alarmé. Seguramente era alguno de los chicos. Dejé pasar algunos
segundos y se volvieron a escuchar tres golpes. Estaba claro que sabía
que yo estaba allí y que quería que saliera. Me acerqué a la puerta para
mirar por el ventanillo, era Daniel. Tenía el iris y la esclerótica de los ojos
recubierta de color negro, estaba parado de frente a la puerta con un
cuchillo en su mano derecha. Supe que nada de esto era un juego, ya no
lo era. Debía dejar atrás mi sentido de negación y aferrarme a la realidad
de una vez por todas. Recordé una cita de un autor que había leído hace
mucho tiempo. El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos
los que la jugamos.
Aunque no creía mucho en el destino sí creía en que tus propias acciones
te llevan al lugar que deseas y, en ese momento, tres personas que conocía
perfectamente tenían la baraja en sus manos, yo era quien debía entrar
al juego y hacer mi mejor partida.
La puerta sonó por tercera vez, yo me encontraba listo para abrir la
puerta y enfrentarme a todos. Ajusté la barra de hierro que había
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Los dos rápidamente le responden que sí, estaban dispuestos a todo por
sus familias, uno a uno el diablo les hizo unir su sangre con la propia
diciéndoles: —Ahora me perteneces.
Los hombres salieron de la oscura sombra de los árboles, se vieron uno
al otro y la cortadura de sus dedos, no pronunciaron palabra alguna en el
camino incluso al separarse la trocha siguieron hacia sus casas sin
despedirse, sus familias estaban bien, no habían sufrido alguna
desventura.
Dos almas más engañadas por el diablo, ambos creían que el diablo los
había ayudado, motivo por el cual nunca comentaron el hecho ni siquiera
entre ellos. Pasados un par de años, una mujer llamada Cristina cede a
los comentarios de sus llamados amigos de ir a la cueva del diablo a
pedirle que le dé belleza, pues ante la presencia de conocidos parecía solo
causar desprecio, se veía al espejo con sus tres pronunciadas verrugas y
sentía asco de sí misma. Alrededor de las seis de la tarde Angélica,
Lorenzo y Cristóbal la acompañaron a unos cincuenta metros antes del
higo.
—Tienes que continuar sola —le dice Angélica haciéndole con sus
manos señales de que avanzara. Cristina da pasos lentos hasta llegar
fría, con poca respiración, hasta el hueco del árbol. —Buen día —balbucea
con su tímida, pero poco delicada voz. —Entra. —Escucha de una voz
suave y misteriosa. Cristina voltea y ve a sus amigos animados a la
expectativa de ser los primeros en vislumbrar su transformación, con tan
solo cinco pasos se encuentra dentro de la cueva. Observa un espejo donde
se refleja hermosa, sin las verrugas, sus ojos grandes y brillantes, su piel
tersa, su cabello largo ondulado y sedoso, «cualquier mujer lo envidiará»,
pensó. Hasta la forma de su cuerpo había cambiado, sus curvas eran más
pronunciadas, cualquier hombre querría estar a su lado, soñó por un
momento siendo deseada y cortejada por los hombres inalcanzables, que
ni en lástima se acercaban tan siquiera a insultarla.
—¿Quieres ser ella? —le preguntó el diablo, mostrándose en el reflejo
del espejo.
—Claro que sí —responde Cristina al volverse a ver con la ilusión de
deleitarse con la expresión de sorpresa en los rostros de sus amigos
cuando saliera tan bella.
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Pecado
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Creí que intentaría detenerme como lo hizo esa vez, pero no, esta vez no
sentí sus manos sobre mis hombros, ni el sonido de su voz. Pensé que por
fin había comprendido que debía irme, así que, entrada la noche, me
dispuse a prepararlo todo, sin dejar ningún cabo suelto: fui a la habitación
y saqué presurosa una maleta de viaje. Mi madre me miró con espanto,
pero sabía que el momento al fin había llegado. Corrí tropezándome
varias veces con las escaleras al bajar, sin saber si huía de ella o de lo que
había hecho; abrí la puerta y salí, mi madre corrió tras de mí, pero se
detuvo en el umbral y vi que su silueta se fundía con la oscuridad de la
noche. Llovía, pero pensé que la lluvia era lo que menos importaba, a tal
punto que creí no sentirla, caminé lo más rápido que pude hasta ser
consciente de que trotaba, mis pasos sin rumbo me guiaron al fin al
cementerio; arranqué con las manos la tierra del suelo, con las uñas
desagarradas comencé a cavar hasta que un hueco no muy profundo logré
hacer, lo suficiente para que la maleta pudiera entrar y la sepulté; pero
justo antes de irme percibí unos susurros que no venían de muy lejos,
decidí seguirlos y fui conducida de nuevo a la tumba de la maleta, escuché
su voz salir de ahí, esta vez la oí claramente y palidecí, tanto, que creí
nunca haber cometido pecado, así que la desenterré con desesperación,
saqué la maleta y la abrí: fue entonces cuando comprendí que aquella
noche la había asesinado y ahora el fantasma de la que algún día fue mi
madre no era más que odio, rencor y venganza, viniendo por mí.
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26 de octubre
26 de octubre
El 26 de septiembre nació un bebé en el hospital de la ciudad. Todo había
ido muy bien al comienzo, pero a las pocas horas de haber nacido tuvieron
que intervenir al pequeño y dormirlo, pues tuvo un ataque de epilepsia.
Estuvo dormido dos días. Su madre rezaba desesperada pidiendo ayuda
del cielo, con la esperanza de que su bebé viviera. Al final, sus plegarias
fueron escuchadas, su bebé no había sufrido más ataques, todo parecía
marchar bien y se lo pudo llevar a casa el 1 de octubre.
Yo que soy su vecino, escuché cómo ella jugueteaba con su pequeño
todos los días, cómo lo arrullaba y lo mimaba. Cuando este lloraba ella
entonaba las más hermosas melodías para volver a dormirlo. Era una
sensación extraña, de alguna manera aquellas canciones me conmovían,
pues en cada palabra cantada se sentía el inmenso amor que aquella
mujer sentía por su bebé.
Todo estuvo bien hasta el 10 de octubre, día donde pude presenciar cómo
la vecina corría con los ojos llenos de lágrimas, sosteniendo a su bebé
contra su pecho. El pequeño también lloraba, pero noté algo distinto, no
era un llanto normal, como el que había escuchado desde que regresó. Era
un llanto que provenía desde lo más profundo de sí, era un llanto de dolor.
Esto me heló por completo la sangre, pues nadie nunca quiere que sus
hijos ni los de sus conocidos sufran. No hay nada que devaste tanto el
alma humana como ver a un niño sufrir.
Así pasé los siguientes días, sin canciones ni llantos. Solo estaba yo, la
incertidumbre y la preocupación. De verdad pedí al cielo por su bebé.
Ninguna madre merece padecer algo semejante.
El 21 de octubre la escuché de nuevo, había regresado al parecer la
pasada noche; pues eran las 6 a. m. cuando reconocí aquella melodiosa
voz. Todo parecía estar bien.
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hace unos días hacía un sol radiante, y hoy llovía a cántaros, la espesa
neblina cubría todo a su paso. Llegué a mi hogar y me topé con el periódico
de la mañana. Eran las 11:30 a. m., cuando me dispuse a leerlo con una
taza de café una noticia llamó mi especial atención, ya que en su foto de
portada se mostraba un cadáver en una bolsa frente a mi hogar. Encima
de este decía: Cadáver de madre desconsolada y su bebé hallados en una
casa de los suburbios.
Sentí un vuelco en mi pecho, me negaba a leer el relato que allí aparecía.
Era ella, era mi vecina. Algo le había sucedido a ella y a su bebé. Tenía
miedo de lo que pudiese decir. Pero como siempre, la curiosidad fue más
grande y lo leí. En pocas palabras decía esto:
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No podía creerlo. Eso explicaba los sollozos y tristes canciones que había
escuchado los días contiguos a su llegada. Mis ojos se llenaron de
lágrimas por el efecto de aquel relato. Era sumamente triste, parecía más
una novela que una noticia.
Veía a una mujer siendo consumida por el dolor y la desesperanza, para
mí era entendible su extraña reacción a la muerte de su bebé. Quizá la
quimioterapia me haya afectado en algo la cabeza. En fin, continúo con
la noticia:
Se dice que la mujer estuvo con el cadáver de su hijo los próximos días.
Vecinos y cercanos cuentan haberla escuchado cantar al pasar frente
a su casa. Tanto fue el miedo que aquellas extrañas melodías
produjeron en algunos, que llamaron a la policía la tarde del 27 de
octubre. La mujer no contestó a los golpes en la puerta y los oficiales se
vieron obligados a derrumbarla. En la casa abundaba un hedor
penetrante, fétido y asqueroso. Buscaron el origen de este por el primer
piso de la casa y el cuarto principal. No había nada. Solamente
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Terror en la mente
Fue en una noche oscura y tenebrosa, una noche de esas en donde la luna
y las estrellas brillaban por su ausencia o tal vez presagiaban lo que
estaba a punto de suceder donde todo ocurrió; podías sentir que el aire,
aunque delgado y sutil, era capaz de cortarte las venas, con sus gélidas
brisas despellejaba toda tu piel, pero sobre todo la piel de tus mejillas y
labios, lo único cálido que sentías en esa noche era la sangre tibia que se
empezaba a escapar de tu cuerpo a través de las cortadas ocasionadas por
la brisa que recorría tu cuerpo, y claro, nuestros protagonistas más allá
de todo optimismo, nunca tuvieron oportunidad alguna de salvarse, sus
vidas iban desapareciendo tan lento como el tiempo pasaba para ellos,
cada segundo congelado en las horas que los acompaña, cada instante lo
único que reflejaba era como su vida se escapaba ante la mirada impávida
de ellos.
Apuesto a que es lo que esperarías, que toda historia tenebrosa iniciara
con algo así, pero te equivocas, porque fue más bien todo lo contrario; ese
día no habría podido ser más perfecto y bello, el sol sublime e imponente
se encontraba en lo más alto de su trayectoria, el clima cálido y nosotros
como siempre en el acantilado, la brisa más fresca que podrías llegar a
respirar, el petricor que en ocasiones nos acompañaba con su peculiar
olor. Eso era todo el plan de los fines de semana, les gustaba sentarse por
horas al filo del acantilado y tirarse a las profundas aguas que se fundían
con los acantilados en un lienzo imperecedero; si te parabas en la orilla
no alcanzabas a entender dónde iniciaban o dónde terminaban estos, era
algo de lo que nunca te podías llegar a cansar de contemplar, pero a mí
no me dejaban acercarme a ellos, solo podía contemplarlos desde lo lejos
a través de mis binoculares o del telescopio que me habían regalado para
mi cumpleaños número 9, pero qué más podría hacer yo, era muy
complicado para mí poder llegar hasta allá y mucho menos después de
aquel terrible accidente que había marcado la vida de mi hermano y la
mía, accidente que había ocurrido en aquel lugar maravilloso y
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Lo único que hice durante todos esos días fue ir a la colina, amaba esa
colina y lo mejor de ella era el gran acantilado que tenías justo antes de
llegar a ese gran cuerpo de agua, que con solo percibirlo te invitaba a
anegar en aquellas aguas azules verdosas, cálidas y heladas; al
sumergirte en ellas era inevitable que tu cuerpo no se estremeciera, los
cambios abruptos de temperatura al recorrer todo el cuerpo y que se
convertían en esa segunda capa, que se adhería a ti y te acompañaba casi
por el resto de tu día y fue allí en ese lugar donde nos conocimos y nunca
me imaginé que ese encuentro desencadenaría todo cuanto aconteció en
mi vida los días siguientes. Me paraba en la orilla con el pensamiento de
arrojarme a él y esperar que este me recibiera y se convirtiera en mi
nueva morada, pero cada que me arrojaba y era sepultado por aquellas
aguas cristalinas, llegaban a mi mente las últimas palabras que
habíamos cruzado antes que te apartasen tan abruptamente de mí y con
gran agilidad salía de sus aguas y regresaba al acantilado.
Pronto las noticias llegaron, por fin mis padres me permitieron saber de
ti y como una sorpresa maravillosa me dejaron oír tu dulce y tierna voz,
mi pequeña Alondra, me estabas hablando y eso era el alimento que mi
ser, estaba requiriendo en esos momentos, me apresuré a la casa y alisté
todo para tu llegada, aún no sabía en cuánto tiempo más te vería, pero
eso no me importaba, estaba muy emocionado de haberte oído y saber que
pronto estarías entre nosotros y que todo sería como antes; puse flores
frescas en el buró de tu alcoba, esas florecillas que tanto te encantaban y
que siempre me rogabas para que te llevase a recogerlas, ya que estas se
daban en un lado del acantilado bastante complicado y peligroso para una
niña como tú, en realidad, para cualquiera; hacía mucho tiempo que no
entraba a tu cuarto, no recuerdo haberlo hecho alguna vez y el entrar fue
realmente impactante, todo cuanto allí había era casi como entrar en el
cuarto de alguien mayor, todo perfectamente colocado en su puesto, la
cama sin ninguna arruga, llena de almodones de terciopelo y con los
tejidos de la abuela, tu tocador con aquel bello marco dorado, espejo que
había sido traído desde París, algo que enorgullecía mucho a nuestra
madre al referirse a él, aquel cuadro del acantilado con la imagen de una
pequeña niña sosteniendo flores, las mismas que tanto te gustaban; razón
tenía nuestra madre en decir que eras como un alma vieja, lo primero que
observabas al entrar era el gran ventanal con sus delicadas cortinas de
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con tal fuerza que podía sentir la presión en ellos, en mi mente la imagen
de aquello que estaba viendo y viviendo, Benjamín seguía gritando y en
un momento de resplandor me paré con la intención de ayudarlo, en ese
instante pude observar que el vientre de la mujer tenía un corte que le
llegaba de lado a lado, era un corte que se notaba que había sido hecho
por un cuchillo perfectamente afilado, por lo limpio del mismo, por el que
se empieza a asomar algo, entre más se asoma más claridad puedo tener
de lo que es, una pequeña cabeza surge del interior, que extendiendo sus
manos cual ramas delgadas de un árbol se introducen lentamente en
Benjamín sobre todo su cuerpo.
Ante todo esto que se estaba presentando mi ser no pudo más y mi
espíritu me abandonó por una fracción de tiempo y fue entonces cuando
me desmayé, cayendo sobre la delgada capa de nieve que se estaba
formando sobre la tierra y dejando allí mi silueta plasmada, sentí que
reboté en ella y luego no percibí nada más, no sé cuánto tiempo estuve
allí tirado, o cuándo llegué allí, solo sé que al recobrar mi conciencia ya
no estaba en el bosque, me desperté en el dormitorio de la universidad
con un gran golpe en la cabeza y más aún al ver que Benjamín estaba allí
conmigo.
¿Qué era lo que había ocurrido? ¿Lo había soñado?, me sentía
confundido y muy cansado, como si hubiera nadado más de cinco mil
metros contra marea en menos de 30 minutos, no quería pensar más así,
que sencillamente me volví a recostar y me dormí, aunque esto también
para mí había cambiado.
Desde ese momento viví atrapado como en una especie de letargo
profundo y etéreo que me impedía ver las cosas que sucedían a mi
alrededor con claridad, esto hizo también que me alejara de aquellos a
quienes tanto amaba y que ellos a su vez se hubieran apartando de mí
tan rápido como la mancha de un caracol sobre tierra seca; ¡oh!, si hubiera
visto el amor incondicional de todos los que me rodeaban, se los aseguro
que todo hubiera sido muy distinto el día de hoy, pero qué les puedo decir,
las vendas estaban puestas y estaban logrando su cometido: apartarme.
Lo peor es que estaba arrastrando hacia ellas a todos los míos, tan sigiloso
como las sombras se adhieren a ti en la noche o en el día más brillante en
el que puedas estar, así aprendí a moverme y a acercarme a todos, sin
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importar lo que sintiera por ellos, mi único cometido era acercarme tanto
que no notasen que aquellas vendas eran puestas en sus ojos.
Sé que en este punto deben sentirse un poco confundidos, pues bien se
los voy a explicar, cada que me acercaba a ellos una pequeña porción de
la sabia que crecía como mares en mi interior se pasaba hasta ellos,
entraba por cualquier lugar, una pequeña raspadura, una pequeñísima
herida en tu encía después de cepillarte, ese uñero que te molestaste justo
antes de un parcial o por un grano que te salió por tu adolescencia, es
decir, no importaba porque siempre encontraba el punto por donde
filtrarse, la primer vez que vi cómo lo hacía vomité por la impresión; fue
el día en que salió Benjamín del hospital, me acerqué a saludarlo y vi el
hambre de esa cosa al verlo, se abalanzó sobre él. ¿Cómo explicar lo que
veían mis ojos en palabras para poder describirles con exactitud aquello
que se posaba sobre el que fue mi amigo y que ahora estaba siendo
cubierto por esta mancha grisácea? Podía ver cómo se alimentaba de su
cuerpo, cómo en las heridas que él tenía se posaba y le arrancaba
pequeñas porciones de su piel y se las comía, fue en ese instante que no
pude más y devolví mi estómago, peor que eso fue que no alcancé a llegar
al baño, lo hice sobre un basurero y allí noté que una pequeña masa había
salido de mi interior, lentamente aumentaba su tamaño ante mis ojos y
esa materia viscosa que había expulsado al verla era como una bolsa
traslúcida con venas, que seguía creciendo más y más, algo adentro
parecía moverse y pude escuchar un lento y suave palpitar, estremecido
y asustado me alejé con prontitud de allí, pero pude ver cómo esa cosa se
deslizó fuera del basurero, resbaló unos pocos centímetros y ya no lo pudo
hacer más, su vitalidad se apagaba conforme avanzaba y ya solo en el
suelo quedó una mancha horrenda que pronto fue limpiada por el
personal del servicio, quedando tan solo el recuerdo de lo que había sido
o hubiera podido llegar a ser.
De allí en adelante así fue con casi todos a los que me acercaba, era
como si esa cosa no se saciara nunca, pude notar que se sentía más
ansioso con ciertas personas y sentía que hasta huía de algunas de ellas,
el caso es que a las que lograba acercarse les ponía la venda y de allí en
adelante todo era más fácil para aquella materia extraña y pegajosa.
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abrir tus ojos de ese azul celeste en el que podrías perderte fuera lo
primero que vieras, muchas veces me extraviaba en ellos, ¿pero cómo no
hacerlo? Era como verse o sumergirse en las aguas profundas del
acantilado y en ellas perderse para siempre, estas imágenes llegaban a
mí como flashes que me estremecían, cuando me daba cuenta estaba
totalmente humedecido por las lágrimas que caían como cascadas sin
control de mis ojos; podía pasar horas enteras en aquel lugar, en mi casa
nadie me extrañaba o se preocupaba por mí, por lo general el sueño se
sumaba a mis encuentros en aquel lugar y terminaba tumbado sobre la
hierba fresca, adormecido por la fragancia sutil e inestimable que
emanaban aquellas florecillas; después de este largo descanso me
levanté, recorté las flores más bellas que allí se encontraban y partí a
entregártelas, pero no te encontré en casa, supuse que habías ido a algún
control, así que las dejé donde siempre las ponía, era necesario que
enviara un documento a uno de mis profesores, en realidad a mi
entrenador, y fui al estudio de mi padre a buscar mi acta de nacimiento,
documento imprescindible para que me pudieran inscribir en las
olimpiadas.
En eso llamaron a la puerta y antes de que pudiera moverme hacia ella,
alguien ya había abierto, me asomé por la ventana para enterarme de
quién se trataba y pude ver una patrulla de la policía con sus luces
encendidas, dos policías en el porche de la casa hablaban con alguien, no
alcancé a escuchar muy bien de qué se trataba, solo se me hizo escuchar
que nombraban a Benjamín, así que bajé tan rápido como pude por las
escaleras, al punto que me salté los últimos escalones para llegar más
rápido, pero mi esfuerzo fue en vano ya que no alcancé a llegar, abrí la
puerta y a lo lejos vi alejándose en una nube de polvo la patrulla, traté de
hablar con mi madre pero ella solo se apartó sin mirarme o farfullar
palabra alguna, no había vuelto a escuchar su voz desde hacía más de un
año, al verla supuse que Alondra ya estaba en la casa y subí nuevamente
para hablar un poco con ella, al llegar a su cuarto toqué suavemente y
muy despacio giré la perilla, fui abriendo la puerta con sumo cuidado, no
quería perturbarla, pude observar que estaba recostada sobre su cama,
así que me acerqué y la besé en su rostro, estaba un poco fría, tomando
la manta que estaba a sus pies la cobijé y me aparté.
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Samuel. —¿Es esto una broma? ¡Mamá! ¿Quién cambió las flores del
buró de Alondra?
Solo un silencio eterno siguió a mi exclamación, estaba realmente
furioso, lo único que tenía para consolarme era hablar con mi hermanita
y llevarle sus flores, las cuales sabía que ella no podría volver a recoger
jamás, esa noche hacía más frío que de costumbre, parecía que las
heladas habían llegado mucho antes, el frío me recorrió todo mi cuerpo,
me asomé otra vez al cuarto de ella para cerrarle la ventana y evitar que
se enfermara y esta vez noté algo que no había visto.
Su casita de muñecas ya tenía muñecos, estaba impresionado de ver su
perfección y de ver cada detalle en ellos, los tenía muy bien organizados
y su vestimenta era impecable, digna de cualquier diseñador; me acerqué
más para poder contemplarlos mejor y al hacerlo mis ojos no daban
crédito de lo que estaba viendo, cada uno de estos muñecos era muy
parecido a las personas que conocíamos, por no decir que eran exactos,
pero algunos aún no estaban terminados, era como si estuvieran
trabajando en ellos, les faltaban partes del cuerpo o los ojos, la ropa, algo
que me impactó de sobremanera, seguí observando y prestando atención
de donde estaban los muñecos para no cambiarlos de lugar o de posición,
para que Alondra no se enojara conmigo, al llegar al cuarto principal los
muñecos estaban arropados y mi curiosidad fue más fuerte que mi deseo
de respetar la privacidad de mi hermana, así que con un poco de temor
empecé a quitarles la pequeña manta que los tapaba, era increíble, mi
mano me temblaba y empecé a sudar frío, resbalé la pequeña manta hacia
mí y pude ver los muñecos, eran mis padres allí recostados en la camita
que yo pocos meses atrás había construido, esto me hizo sentir extraño y
asustado lo que provocó que diera unos pasos hacia atrás estrellándome
con algunas cosas, rápidamente levanté todo cuanto había tirado,
tratando de dejarlo como lo había encontrado y salí de allí, no sin antes
volver a recoger las flores marchitas, o lo que quedaba de ellas, cerré la
puerta a mi espalda, suspiré y me fui a mi cuarto a tratar de dormir.
En ese entonces el invierno comenzó más temprano que de costumbre y
pronto supe por qué había ido la policía ese día, sí se trataba de Benjamín,
lo estaban buscando porque nunca había llegado a su casa, el despliegue
por su búsqueda fue realmente grande, el tiempo transcurría sin noticias
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de sus zapatos; pero más allá de toda esta situación yo ni siquiera podía
percibir su olor mohoso e infecto que embargaba todo el ambiente y
opacaba la fragancia perfumada y magna de las florecillas del acantilado.
Esa noche no hablamos, disfrutaba de su compañía en silencio, en
realidad no hicieron falta las palabras, me dejaba guiar por lo que ella
me hacía sentir, en un instante se incorpora sin soltarme de la mano, yo
la sigo aun en silencio, mientras a su paso ella sigue chorreando y
pequeños trozos de su ser y de su ropa se van desprendiendo, largas algas
cuelgan de su cabellera haciéndola ver más extensa y enredada, me lleva
hasta el lugar en donde dos amantes tiempo atrás habían estado y del
cual existían muchas y diversas historias, de repente una nube tapa por
completo la luna y quedamos sumidos en una oscuridad insondable,
envolvente que aturdía tus sentidos, como ecos retumbando en mis oídos
las palabras que ellos se dijeron ese día; mientras mi cuerpo caía por el
acantilado, por unos segundos la luna pudo penetrar por los espesos
cúmulos de nubes sus delicados rayos alumbrando a Amber, pude verla
como estaba realmente y alcancé a observar cómo con su otra mano se
sacaba una daga de su dorso, el sonido provocado por esta acción hizo que
mis dientes se destemplaran y cerré mis ojos.
Esa noche oscura en el lago mi corazón se detuvo, no lo vi venir, lo único
que alcancé a sentir fue el frío intenso de aquella daga delgada y fuerte
penetrando por mi costado atravesando mi pulmón y alojándose
directamente en mi corazón, este se convertiría en su funda por muchos
años, historia que se repetirían... Qué ingenuo fui, nunca me di cuenta,
pero ahora que tengo tanto tiempo libre he podido meditar sobre ello y
aclarar mejor mi mente y mis ideas, mi cuerpo se hundía cual plomo en
las impetuosas aguas, yo sentía como si fuera llevado de la mano de
alguien, pero mi mente confundida no entendía que Amber era quien me
había arrastrado a las profundidades de lo que se convertiría en nuestra
última morada juntos, pero en realidad había sido yo quien la había
puesto en primer lugar allí; cuando mi cuerpo llegó a lo más profundo de
estas aguas, aún mi alma no había abandonado mi ser y en esos instantes
mi mente logró regresar y todos los recuerdos vinieron a mí como una
fuerte bofetada.
Voz de la niña. En su mano tiene uno de los muñecos con los que más le
gustaba jugar, ella decía que era muy real, ya que este tenía un yeso y
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vendas. —Mamá la dama oscura otra vez está aquí—. La madre asustada
le pide que la describa. —No te vas a enojar conmigo, ¿verdad?
Mamá. La abraza fuertemente, le sonríe y la sienta en su regazo. —
Dale, mi pequeña florecilla, cuéntame—. La niña empieza su relato.
—Ella todo el tiempo está allí, es como si no quisiera o no pudiera salir,
lo más lejos que la he visto llegar es al balcón, cuando la ves moverse, no
es como lo hacemos nosotros, siempre se ve suspendida a unos
centímetros del piso, nunca le he visto sus pies, su vestido flota y se
mueve conforme ella lo hace, pero debe ser pobre porque está raído y roto,
en ocasiones se le caen trozos de él, los he guardado todos en aquel cofre
—señalándolo con su pequeño dedito—. La madre voltea la pone sobre la
cama y sin hacer movimientos bruscos lo toma, no quiere que ella se
asuste y mucho menos que deje de contarle lo que está viviendo, nota un
olor bastante penetrante que sale de él y lo guarda en el bolsillo de su
falda.
Voz de la niña. —¡Mamá!, ¿ves?, por eso no quería contarte, todo me lo
quitas. Por eso también siempre guardo las flores—. Se entristece y hace
pucheros.
Mamá. —No, muñeca, no te lo voy a quitar, ¿te acuerdas que te había
dicho que lo iba a llevar a pulir? Es solo eso, recuerda que este es el cofre
que tu abuelo le dio a tu abuela con la sortija de compromiso, sigue
contándome.
—Cuando la veo a ella me siento triste y en ocasiones me duelen mis
ojitos, siempre anda con un ramo de flores secas, muy parecidas a las del
acantilado y en su otra mano un pañuelo muy lindo, es de una tela que
brilla con el sol, una vez quiso ponérmela en los ojos, pero entre más se
acercaba más triste me sentía —la madre solo se toca el pecho y la acerca
a su corazón— así que mejor me fui a jugar con las mariposas plateadas
que ese día entraron a mi cuarto, lo que no entiendo es por qué él se acerca
tanto a ella y cada vez que lo hace ella le pone un nuevo pañuelo sobre
sus ojos, pero parece que a él no le incomoda porque nunca se lo quita, es
como si solo se lo tratara de acomodar; su cabello es largo y enredado,
como si nunca lo hubiera cepillado, no me gusta como huele, me hace
acordar de la vez que visitamos el cementerio para sacar los restos de la
abuela, lo curioso es que a pesar de que no le veo los pies deja unas huellas
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Eva era una niña hermosa, de piel morena, su cabello era alborotado y
recorría su cara como una cascada, tenía una sonrisa deslumbrante, la
cual portaba como corbatín en día de fiesta. Cuando cumplió seis años su
padre le construyó una casa en el árbol afuera, con tablas de colores y una
pequeña puerta encadenada, en un espacio fangoso y amplio, rodeado de
yerba mala, caracoles y hormigas.
—Buenos días, pequeña escarabajo, —pronuncia el padre en tanto
enciende la lámpara en la habitación—, feliz dulce cumpleaños número
seis, levántate, tengo una sorpresa para ti.
La niña se eleva de un tirón dejando caer las cobijas al suelo, sin ponerse
sandalias sale corriendo pendida del brazo de su padre, al llegar al lugar
y ver la construcción elevada se pronuncia un silencio seco y el llanto de
la niña se hace evidente. —Es lo que siempre he querido. —Seca de
sopetón el agua salada, disponiéndose a subir con emoción las angostas
escaleras de madera que su padre había dispuesto para acceder al
escondite.
—¡Aún no, Eva! Sabes cuál es el orden, iremos a celebrar a casa de tu
madre y al volver podrás destapar tu regalo—. La toma de la mano
finalizando la conversación y se dirigen al interior para preparar el
desayuno.
A Eva no le agradaba ir a casa de su madre, era casi como una
desconocida, tenía otros tres hijos, todos menores que ella, así que
siempre estaban gruñendo y llorando, y cuando Eva estaba cerca nunca
le prestaba atención, por ello prefería vivir con su padre, solos, los dos, en
su "pequeña casa paraíso", como solían llamarle.
Una vez en casa de su madre se cumplió el ritual de cumpleaños, cantar
el Happy birthday, soplar la vela, cortar en trozos amables el pastel que
su padre había comprado, regresar a casa sin más regalos que su morada
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más cerca de mis palmas parecía que lo iba a agarrar y cuando de repente
quise abalanzarme sobre él, este huyó escondiéndose en un matorral.
Melancólico y abatido no quedaba otra opción que recorrer de nuevo el
tramo que mis pies habían caminado para llegar allí, di media vuelta
para quedar de espaldas al cementerio y de tal modo observar la
inclinación que estaba a punto de descender, luego levanté mi mirada a
los algodones que lloraban y lloraban sobre mí tomando como conclusión
que lo seguirán haciendo por un buen rato, posteriormente bajé
nuevamente mi vista a un plano central y empecé a marchar. Uno y dos
sonaban los charcos, tres y cuatro seguían mi rastro, cinco y seis di la
vuelta y me percaté de que era el gato, pero esta vez era mucho más
atlético y fuerte y ya sus iris no eran albinos, sino que se convirtieron en
color rojo carmesí. Era el gato de la pintura.
Asombrado por el acontecimiento parpadeé varias veces como la
velocidad relativa de las estrellas hasta que en una de esas oscilaciones
apareció un varón frente a mí de mediana edad, con pelo extremadamente
sedoso, algo arrugado y delgado, también vestía un esmoquin de gala que
parecía no ser penetrado por la lluvia y seguía teniendo los mismos ojos
rojos.
Este se presentó: —Buen amanecer, no soy nadie.
Sin quererlo un pensamiento llegó a mí obligándome a creer que había
perdido el equilibrio, sin embargo, este caballero me miró fijamente y me
obsequió una sonrisa pícara mientras argumentaba:
—No estás loco, querido amigo, incluso puedes estar y seguir siendo el
hombre más cuerdo de la vida, incluso puede ser tu mejor momento para
la lucidez.
A lo que respondí: —Si no estoy loco, entonces ¿qué está sucediendo?,
¿quién eres?, ¿qué quieres?, ¿por qué estoy aquí?
—Noto tu temor, pues tú, en el fondo, sabes quién soy, además no está
sucediendo nada fuera de contexto y respondiendo a tu otra pregunta,
estás aquí porque te conozco lo suficiente y quiero proponerte un trueque.
»Empezaré con que hace ya un tiempo me tomé la osadía de acechar lo
más profundo de tu ser, de tu vivir, de tu existencia malvada y falta de
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Jaqueca
Amanda despertó en punto de las ocho, como casi todas las mañanas. A
diferencia de otros días, tenía un punzante dolor de cabeza, que
inútilmente trataba de mitigar con las manos sobre el cráneo. Una acción
ridícula, pero arraigada, y que a primeras luces parecía la única defensa
contra los malestares internos del alma.
Preparó el desayuno y trató de leer el diario, distraerse un rato. Estuvo
hojeando la sección de espectáculos, pero sin mostrar auténtica
curiosidad, casi por trámite. Aún no se desperezaba del todo, por lo
general eso ocurría hasta después de ducharse; no obstante, con aquel
dolor todo parecía ir más lento. Además, tenía la extraña sensación de
haber olvidado algo, algo muy importante. Si tan solo consiguiera
recordar qué era...
Escuchó un ruido en el segundo piso, como si hubieran caminado con
sigilo por las habitaciones. En la casa no había nadie aparte de ella.
Estaba sola, sola con ese maldito dolor de cabeza y un montón de cosas
por hacer.
El pasillo que conectaba con las tres habitaciones y los dos baños se
mostró solitario, desértico. Allí arriba no había rastro de vida. «Estoy
imaginando cosas», se dijo y soltó una risita. Ningún ladrón iba a entrar
a las ocho de la mañana en la casa, mucho menos con ella dentro. Esos
tipos eran listos, la mayoría de las veces estudiaban a las familias
durante semanas, incluso meses, lo hacían con una dedicación por poco
enfermiza, trazaban sus rutinas y tenían planes, sabían cómo... Otra vez
el ruido, ahora con mayor descaro, como si se empeñara en alterarla. Allí
había algo, o alguien, ya no tenía la menor duda. Siguió avanzando. La
puerta de su recámara estaba entre abierta, hubo un rechinido siniestro
y...
Vio que un gato negro se escabulló entre sus pies. Soltó un grito y se
alejó de un salto. Luego quiso reír, al menos no era un ladrón.
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que solo parecen existir entre sueños. La imagen que el espejo le devolvía,
le gustó. Su piel se notaba nívea y limpia; sus facciones, finas y lisas. Era
como si el tiempo se hubiera olvidado de pasar por su rostro. «Ojalá
pudiéramos ser jóvenes por siempre», reflexionó y luego miró el reloj.
Eran casi las once. La hora de comida estaba próxima y ella ni siquiera
había empezado en la cocina. Apurada, comenzó a arrancar los cabellos
del cepillo, intentando compensar el tiempo desperdiciado, las horas
que... Se detuvo abruptamente.
En su mano había un mechoncito pelirrojo, color sangre, el mismo tono
que había visto tantas veces en aquellas colitas coquetas. El gato, la risa
y la voz volvieron a su cabeza, como un relámpago, destruyendo en un
instante la calma momentánea que había experimentado. Esas tres cosas
podían ser coincidencias, claro que podían serlo, pero el mechón no. Era
imposible que lo fuera. Ahí, frente a sus ojos, tenía una prueba
incuestionable de que las sombras de la niñez a veces nos alcanzan
cuando somos adultos. Y sí, son tan aterradoras como en el pasado, o
todavía más...
La cabeza volvió a explotarle. Ahora con un dolor mucho más certero e
insistente. No hubo presión por parte de sus manos que pudiera
aminorarlo. El mundo se le tornó en negro, los ojos se le cerraron y cayó
tendida en la cama. Estuvo moviéndose un rato, luego se quedó quieta.
Tenía seis años otra vez, la muñeca le pidió que jugara con ella, como
había hecho tantas veces después de que le oprimiera la mano, con esa
vocecilla inocente, pero no sonó como una petición, fue más bien como una
orden. La luz se apagó de pronto y la muñeca avanzó con el cuchillo y la
sonrisa desencajada: “Witzy, Witzy, araña subió́ a su telaraña, vino el
viento y...”
Despertó. Había sido una pesadilla, o más bien, una vivencia del
pasado, aun así, la jaqueca persistía. Sus ojos miraban al techo, tratando
de acostumbrarse a la luz de la habitación, de comprender lo que sucedía.
¿Por qué han vuelto los recuerdos? ¿Por qué ahora cuando todo va de
maravilla?
La voz entró por sus oídos: clara, melodiosa, aterradora. Lanzó el pecho
hacia delante, con un movimiento exagerado y el corazón palpitándole en
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una melodía interminable. Ahí estaba. Tal como la había visto por última
vez. Igual de tierna y espeluznante, con su cabello rojizo y los ojos azules.
—Juega conmigo —le dijo. Parecía una niña común y corriente, pero
Amanda sabía lo que era en realidad. La piel se le volvió de gallina. Tomó
la lámpara del buró, con mucho cuidado para que ella no se diera cuenta.
—Witzy, Witzy, araña, subió a su telaraña, vino la lluvia y...
—¡Se la llevó! —gritó tomándola por sorpresa.
La lámpara se rompió en mil pedazos y como en cámara lenta, Amanda
vio desplomarse el cuerpecito, chocando fuerte contra el piso, produciendo
un crujido sordo y funesto. Todo fue silencio después, parecía que la
pesadilla por fin había terminado, pero entonces una de las manitas se
movió despacio, amenazante. Al principio, Amanda no supo qué hacer y
se quedó quieta. Hubo un nuevo movimiento, poco más rápido que el
anterior, como si las fuerzas le volvieran lentamente. Antes de que fuera
demasiado tarde la cogió del cabello en un arranque de ira y le azotó la
cara contra el piso.
—¡Muérete! —exclamó furiosa. Sus ojos estaban inyectados en sangre.
Aquella maldita cosa le había arruinado la infancia y no iba a permitir
que siguiera atormentándola. La destruiría, sin importar a qué costo, sin
importar cuántas veces más tuviera que pegarle.
La puerta se abrió de repente. Amanda azotaba por tercera vez el
pequeño cuerpo cuando vio a su esposo. Lo vio muy fijamente. Estaba
parado en medio del marco, con el rostro descompuesto en una auténtica
mueca de horror.
Sonrió convencida de que estaría orgulloso de ella por haber vencido sus
miedos. pero, lo que vio en el suelo la dejó desconcertada. Había un charco
de sangre y el cabello que sujetaba con tanta rabia era ahora rubio.
—¿Qué hiciste? —gritó él al borde de la histeria.
Volteó a mirarlo, desesperada, como tratando que respondiera a su
propia pregunta. En su mano, el hombre sostenía un pequeño frasco
blanco. Amanda sintió que un trueno la atravesó por dentro, una cosa
indecible se rompió en su interior y entonces recordó lo que había
olvidado.
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Nada más real que un grito
El bosque siniestro
13 de octubre de 1977
—¿Estás seguro… de este lugar? —preguntó James Thellart, en un tono
titubeante, a su mejor amigo Drake Jonson. Este no parecía escucharlo
ya que estaba profundamente concentrado en el destino que lo aguardaba
más adelante.
—No me gusta este lugar —le seguía hablando, mostrándose aún más
nervioso—, me da tanto miedo que no quiero seguir andando—. Sus
piernas se rehusaban a dar un paso más.
Lo que dijo James Thellart era cierto. Aquel bosque donde se
encontraban Drake y él, tenía una atmósfera que no les deseaba nada
bueno: en todos los árboles aparecían una especie de extrañas caras
talladas en la corteza de los troncos, y todas ellas tenían un solo gesto de
un grito petrificado e insufrible. Pero a simple vista Drake no le prestaba
mucha atención, ni le despertaba la menor curiosidad, hacia aquellos
rostros que parecían verlo con sus ojos ciegos y sin vida.
«Aunque no tengan pupilas, presiento que nos observan de alguna u
otra manera», pensó James, sin que llegara a pronunciarlas, vacilante y
nervioso. Recuerda aquella expedición en compañía de su familia al
Parque Nacional Yosemite, cuando él tenía ocho años, y no hubo nada
que lo asustara, ni tampoco que le causara tanto miedo. Sin duda, en ese
entonces, era un niño valiente, y no un cobarde como lo es ahora.
De repente, Drake se detiene, se voltea y observa a James, de pies a
cabeza, con una mirada gélida como el hielo.
—¡Hemos caminado por siete kilómetros en toda esta maldita tarde! —
Su voz carecía de afecto, y estaba llena de odio y desprecio. Han caminado
siete kilómetros por el noreste del pueblo de New Karlbawell (condado de
Salem, New Jersey) —¡Que no pienso regresar de una vez al pueblo! —le
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Nada más real que un grito
lanza una mirada asesina a James—, ¿acaso te gusta que los estudiantes
del bachillerato Thyllwer se mofen de ti y te llamen “cobarde”?
—No… Claro que no—. Fue lo único que dijo James, mientras agachaba
su cabeza al suelo. No se atrevía discutir con su mejor amigo, cuando lo
dominaba la ira y la desesperación. «El ambiente de este lugar te está
cambiando de adentro, Drake», pero no era capaz de decirlo.
En la hora del almuerzo del día anterior, Drake le preguntó a James
qué tan cierta, o no, era la leyenda urbana que solían escuchar sus
compañeros y los demás alumnos del bachillerato. James se contentaba
con solo escucharla, pero ahora se retracta de estar aquí. La leyenda es
conocida con el nombre de “El monstruo homicida”. En una simple casa
de campo al noreste de New Karlbawell, vivía el respetado cirujano
Elysus Rowdermont, a principios de la década del veinte. Pero bajo su
fachada de humilde personaje, nadie en el pueblo sabía que él era un
astuto violador y homicida de niñas y jóvenes inocentes; hasta que en
1928 se encontraron sus cuerpos en la propiedad del doctor Rowdermont.
Pero en ese tiempo las autoridades no llegaron a juzgar al respetado
doctor por falta de evidencias. Así que la mitad del pueblo estaba tan
indignada y, un mes después, con antorchas y estacas de metal, tocaron
la puerta de entrada de la residencia de Elysus Rowdermont, lo
descuartizaron y cada extremidad, incluyendo su frío corazón, fueron
empalados en las estacas de metal, cada una de ellas calentadas al rojo
vivo.
—Y mañana iremos a ver qué tan cierta es esa leyenda —le dijo Drake,
después de habérsela contado.
—Claro que sí—. En ese entonces, James estaba muy contento.
Volviendo al presente, James observa unas cuantas piedritas y un
diente de león en el suelo. Drake le dice lo siguiente manteniendo su
mirada fría: —Basta de cháchara. La noche se acerca y no quiero
congelarme las pelotas.
Y ya no hubo nada más que decir. Los dos jóvenes seguirían su camino
en silencio. Una hora y media después, con las primeras estrellas
brillando en el cielo y una luna fantasmagórica emergiendo poco a poco
hacia el este, tanto Drake como James se quedan sin palabras mientras
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ambos debían partir en la mañana para un trabajo que les había sido
encomendado. Luego se aproximaron a Elsea y amablemente la
ofrecieron a ella para que fuese quien realizara ese paseo en velero.
Más que sorprenderme, diría que causó en mí otro sentimiento de
confusión. Si bien la pasión de mi hermana por el océano era notable y
todos nosotros éramos conscientes de esta, el ponerla en tal situación
habría sido a mi parecer un acto peligroso e irresponsable; no fui el único,
dado que mi madre inmediatamente se negó a tal idea. Mi padre afirmó
estar de acuerdo con ella, por lo que mi hermana también quedó
descartada. Después de pensarlo un poco, Elsea manifestó alegremente
lo que era para ella una brillante idea.
—¡Ya sé! ¿Por qué no va John en mi lugar?
Terminar de pronunciar esa corta propuesta hizo que se erizaran los
numerosos pero cortos cabellos distribuidos a lo largo y ancho de mi
cuerpo. No me atreví a alzar la mirada para que mi familia no se
percatara de la evidente preocupación en mis ojos. Todo lo que hice fue
tragar saliva en silencio.
—Opino que es una buena idea —continuó diciendo ella—mañana él
podría acompañar a papá y contemplar el océano de primera mano, y
haciendo uso de sus conocimientos de escritura puede escribir para mí un
detallado ensayo describiendo el mar para posteriormente ser él quien
me lo lea.
Siguiendo en pos de mi mala suerte, mi familia no presentó objeción
alguna; mi madre mostró total conformidad con el plan ideado por mi
hermana, lo cual era comprensible si tenía en cuenta que los motivos eran
más que suficientes: mis hermanos tenían un trabajo y mi hermana,
Elsea, no podía ir sola con mi padre en un velero por el peligro que
suponía su discapacidad, además mi madre tampoco era una opción
válida si es que el ir implicara dejarnos a mi hermana y a mí sin
supervisión adulta.
En efecto, todos regresaron a verme esperando mi respuesta. Tal vez en
una situación corriente una elección como esa sería de lo más simple, pero
en mi caso se tornó similar a una decisión de ganar o perder. Por un lado,
al rehusarme, y no tener una razón válida para explicarlo, habría
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Puede que muchos se sientan identificados cuando digo que uno de los
sonidos naturales más relajantes que se puedan apreciar, es el de las
gotas de lluvia que descienden y se topan con tierra firme, esto mientras
se está cómodo en una cama blanda y cubierto con un suave manto;
dichoso el sentimiento que se siente con algo como esto, adecuado para
relajarse y reposar. Pero debo decir con aflicción que, aunque gozara de
un momento como ese, me era imposible darle sosiego a mi mente. Todo
por el abrumador futuro que me esperaba y que solo sucedería horas más
tarde.
¿Habría hecho yo algún mal como para que cayera en mí lo que
aparentaba ser un castigo divino? Aun cuando sabía que al ser un niño
realizaba una que otra travesura por la malicia que se posee a esa edad,
ninguna ameritaba tal reprimenda. Pero sin importar lo que yo creyera,
lo hecho, hecho estaba, y pensé que no había nada que pudiese hacer para
cambiarlo.
Tal era mi inquietud que no solo me impedía adormecerme, sino que
también provocó en mí la necesidad de dirigirme al lavabo. Una vez
acabado lo que había ido a hacer, salí de ahí para nuevamente retirarme
a mi recamara, pero antes de hacerlo entreoí a mis padres conversando,
y como cualquier niño curioso, me asomé intentando oír el tema que los
mantenía a ellos aún despiertos.
—¿Estás seguro de tu decisión? —fue la pregunta que dijo mi madre—,
eres conocedor de los relatos de embarcaciones que desvanecen tras
intensas tormentas como la que acontece justo ahora.
—Son meras especulaciones —respondió mi padre—además te he dicho
que haré mi esfuerzo para evitar alejarnos de la costa tanto como me sea
posible.
Luego mi madre manifestó estar de acuerdo con las palabras de mi
padre, aun cuando el tono de su voz indicaba lo contrario. Posteriormente
dijo que iría al lavabo, por lo que apresuradamente me alejé de ahí y
retorné a mi recámara.
Con franqueza expreso que, si el acontecimiento próximo ya había
causado en mí preocupación, haber escuchado esa corta, pero estimulante
charla, solo avivó aquel sentimiento aún más. Yo no era conocedor del
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hoja de papel a fin de usarla para hacer un esfuerzo por crear el tedioso
ensayo que me había involucrado en todo este asunto, pero a punto de
abrir la puerta principal fue que volvió la duda que me carcomía, que me
paralizó y me impidió avanzar. ¿Por qué razón estaba a punto de hacer
yo tal cosa? ¿Cuál habría sido mi recompensa y cuál mi perdida? ¿Cuál
sería mayor? Incógnitas razonables y válidas, pero por desgracia estas
fueron disipadas en el momento en que mi hermana, desde su asiento en
el comedor, exclamó con júbilo: “¡Vuelve pronto, John!” Sostuve tales
palabras como una desgracia por darme el coraje para abrir la puerta,
despedir a mi dulce hermana, y marchar a la contienda que tenía
pendiente con la inmensidad azul.
Arribé al punto en el que mi padre se encontraba a mi espera, quien
estaba además desconcertado por verme llegar pasada la hora del
encuentro, pues sabía bien que la tardanza no era un aspecto propio de
mí; decidí ahorrar las explicaciones al suponer que esto solo crearía más
dudas para él, optando entonces por ofrecer una mera disculpa. Sin nada
más para decir, aceptó difícilmente mis disculpas, tras esto se dirigió a
un agraciado velero, quitó las amarras que ataban a este al muelle e
inmediatamente se subió en él.
—Adelante —dijo de forma serena, pero con tono grave, característico
de un firme adulto como lo era él; o al menos como lo recuerdo yo.
Lentamente comencé a acercarme al velero, observando como este se
mecía por la corriente de un lado a otro. Mirar aquel movimiento me hacía
asemejarlo con el péndulo de un reloj, haciendo parecer que estuviese
contando los segundos que tardaría en desfallecer una vez estuviésemos
en pleno mar abierto. Aun con todo, ya no podía dar marcha atrás, y en
cuanto puse un pie en el velero una vez y estuve frente a él, mi padre
tomó mi mano y haló de este, haciéndome subir finalmente, e iniciando
nuestra breve travesía.
Me tomo el momento para disculparme con usted por tantos
preámbulos, ya que es probable que se haya sentido inconforme con la
saturación de información que he aportado hasta este instante, la cual
puede piense usted era innecesaria brindar, pero espero y entienda que
el motivo por el que me tomé la molestia de relatar estos aspectos de mi
vida que, por suerte, aún son claros para mi estropeada retentiva, fue
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evitar, y aunque fueron solo dos segundos, los experimenté como los
segundos más extensos en la corta vida de la que había sido poseedor
hasta esos momentos.
Puede y esté usted considerando mis pensamientos y emociones como
exagerados, pero para entenderme le pido que se sitúe en mi posición y lo
observe desde mi perspectiva.
Un joven de tan solo doce años de edad que se la ha pasado leyendo
libros durante un amplio periodo de su vida, cuyo mundo se limita a una
humilde casa y sus alrededores, y quien además es víctima de un terror
que no puede explicar, estando el causante a tan solo metros del lugar en
el que descansa, es en esencia forzado a aventurarse en los dominios de
aquello que considera espeluznante; asemeje la situación con una en la
que un individuo que padezca de Apifobia (miedo a las abejas, avispones
y/o abejorros) sea situada a tan solo un metro de un panal de avispones.
Aumento del ritmo cardiaco, estrés, sudoración, náuseas, son solo algunos
de los síntomas que comenzarían a manifestarse, siendo no muy
diferentes de aquellos que se presentarían con cualquier otro temor
excesivo. Agregar ahora la imaginación de una mente joven y tratar de
combinarlo con la especulación que rodea sus ideas:
«Pareciese que no haya un fin en ese profundo abismo; si me llegase a
hundir en él… ¿me dolería?» «¿Y si algo hiciese el esfuerzo por llevarme
hasta las profundidades estando completamente consciente de mí
mismo?»
Son solo algunos ejemplos de los escenarios que constantemente mi
desmesurada imaginación ideaba. De no ser esto suficiente como para
ayudarlo a hacerse una idea, le pido que se visualice a usted nadando en
mitad del océano, completamente solo y en circunstancias
sospechosamente tranquilas, no hay ningún movimiento anormal ni
tampoco tierra firme donde apoyarse. Después de procurar permanecer a
flote durante extensos minutos, percibe la fatiga por la que comienzan a
pasar sus extremidades y esto le hace prever que pronto podría comenzar
a hundirse, aquello altera sus nervios y le hace desconfiar de la inusual
tranquilidad que acontece, esa desconfianza le incita a garantizar que la
seguridad momentánea de la cual goza es realmente verídica, lo que lo
hace tomar la elección de mirar dentro de las aguas. Al hacerlo se percata
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al asunto con franqueza, es así que ideé una excusa que tuviese un tanto
de veracidad.
—Solo tengo nauseas —le dije a la vez que colocaba mi mano sobre mi
abdomen.
Él afirmo con alivio que una sensación como esa era común en alguien
que estuviese en altamar por primera vez, por lo que, recostándose a mi
lado, me sugirió que hiciese lo mismo, comentando que el velero se
encontraba en buen estado y que por lo tanto podríamos darnos el lujo de
descansar unos momentos.
Si bien y el pretexto antes mencionado contenía una realidad,
desconozco si aquella sensación de malestar aún se debía al pavor que
sufría o si realmente comenzaba yo a padecer de mareos por Cinetosis, es
decir, una sensación de indisposición por viajar. Cualquiera que fuese el
caso, el mal estado en el que me encontraba era veraz, lo que me hizo
replantear la propuesta de mi padre. Aunque la ansiedad que me
martirizaba influenciaba a mis sentidos para permanecer alerta por si
algún inconveniente hacia aparición, permanecer vigilante únicamente
habría agravado mis síntomas; es entonces cuando, a regañadientes, me
tendí junto a mi padre, cerrando mis ojos para hacer un intento por
descansar mi cuerpo unos cuantos minutos. Al menos eso era lo que tenía
planeado…
Entreabrí mis ojos, siendo la vela lo primero que veo. No me percaté los
primeros segundos y cerré de nuevo mis ojos con el deseo de seguir
reposando; pero al fin, tras casi un minuto entero, comprendí que no tenía
por qué estar viendo a la vela siendo llevada por el viento. Aprisa me
levanté y dirigí mi mirada a las amarras de la vela, fijándome como estas
se encontraban sueltas, permitiendo que la vela se soltase e impulsase
desmedidamente el velero a diestro y siniestro. Tal parece que las horas
en la que me mantuve despierto la noche anterior no se habían
compensado completamente en vista de que, sin intención alguna, quedé
dormido.
Comencé inmediatamente a divisar en diferentes direcciones con el fin
de determinar el rumbo que habría que seguir para retornar a
Cornualles. Destacar que fue considerablemente arduo, pero tras
diversos intentos, finalmente localicé a la lejanía la tierra que era mi
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Susurros de medianoche
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una fuerte contusión en la cabeza, grité y grité con fuerza hasta que una
voz me hizo parar.
—Usted lo hizo. —Miré a la ventana y veo a un cuervo blanco. Me acerco
lentamente preguntándome cómo era posible tal cosa, me detengo frente
al espejo, y veo mi rostro y cuello arañado, mis brazos con algunos
moretones y las manos llenas de sangre, justo ahí lo recuerdo todo…
El ave tenía razón, la chica no quería estar conmigo, “se sentía mal”, así
que la obligué y la mate, luego Wilson entró a defenderla con un palo en
la mano, lo golpeé con una pesa en la cabeza, partí el palo en dos y se lo
clavé en el pecho… Al recordarlo me sujeté la cabeza y caí al piso en pose
fetal por un momento, luego un extraño sentimiento me invadió…
¿felicidad?, sí, estaba feliz, muy feliz y no sabía el motivo, salí a la calle
casi brincando como niño pequeño, afuera un escuadrón de la policía que
había llamado una vecina que se dio cuenta de lo ocurrido, me apuntan
con los cañones de sus armas y me ordenan que me acueste en el piso…
—¡No! —grité y corrí hacia ellos, al instante estos vaciaron sus
cartuchos en mí. Tras el impacto de cada bala me sentía más y más feliz,
caigo de espaldas al suelo y al mirar al cielo veo aquel cuervo blanco
volando en círculos y gritando mi nombre…
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Blyana
Y había decidido quitarse la vida así, sin más, ¿por qué lo hizo? Por más
que lo intentaba no lograba imaginar qué tipo de pensamientos le habían
llevado a tal desenlace.
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compañía, sin duda alguna su partida me había afectado más que a nadie,
jamás tuvo una buena relación con mamá, y mi hermana Elaia es
demasiado pequeña para notar su ausencia. Cada día desde su partida
resultaba una agonía, me había vuelto una persona muy poco sociable
desde que murió, tal vez influyó un poco el hecho de que mis múltiples
amistades decidieron que era demasiado triste ir a un velorio y que tenían
cosas más interesantes que hacer, mi mejor amiga o la que yo pensaba
era mi mejor amiga solo envió una ramo de flores y un mensaje diciendo
que su novio la había invitado a un cumpleaños y que no podía faltar, no
he vuelto a hablar con ella desde entonces, y no precisamente porque yo
no quisiera hacerlo, al parecer, y según sus propias palabras, mi aura se
había oscurecido tanto que estar en la misma sala que yo era asfixiante.
Eso es lo que trae la amistad, gente que solo juega con sus pulgares,
gente que solo piensa en sí misma.
Eso logró hacerme sonreír. Eli me miró sobre su hombro con una sonrisa
traviesa, sabía de antemano lo que esa sonrisa significaba, y lo cierto es
que me gusta complacerla, pero últimamente me he sentido demasiado
agotada.
— ¿Jugamos?
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— Uno y ya.
— ¿Un qué?
— Un juego.
— No caeré en eso otra vez, Eli, siempre escoges los más largos o los que
más tiempo toman.
— No.
— Odias perder.
— ¿Qué es desafío?
Me alejé de ella y subí las escaleras de caracol, desde allí podía verla
refunfuñando con los brazos cruzados, no podía creer cómo era que cada
día sentía que le quería más.
Algo se quemaba…
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¡Bingo!
— ¡Eli!
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— Es hora de que nos dejes entrar —respondió con una voz gruesa y
aterradora, lo miré y sus ojos fuego me hicieron retroceder con el corazón
deseando desesperado abandonar mi pecho.
Escuché que decían ahora con una voz más normal y pestañé mientras
mi visión se aclaraba. Él chico me observaba confundido, le pasé uno de
50 sin dejar de observar sus ojos que ahora eran de un tono café. Lo vi
alejarse en una moto pequeña antes de cerrar la puerta.
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No logré cerrar los ojos, cada que lo hacía la silueta y ojos de ese extraño
ser era todo cuanto veía, el recuerdo de mis padres y mi hermana muertos
no ayudaba tampoco, no podía imaginar por qué mis sueños me habían
traído tan espantosa imagen, no podía entender la razón de que mi
corazón estuviera tan despierto, bombeando con tanta rapidez. Sentí
calor, mucho, así que bajé por algo de agua fría a la cocina. Me disponía
a llevar el vaso a mis labios cuando una sombra en la sala llamó mi
atención, creí que era papá, así que fui a preguntarle si necesitaba algo,
mi padre era conocido por padecer de insomnio, me extrañó llegar a la
sala y encontrarla vacía, juraba que alguien estaba aquí hace unos
segundos. Noté la sombra en la ventana, así que me asomé, tal vez la
persona se encontraba fuera y la luz había llevado su presencia hasta mi
sala, noté que mi vecino llegaba con una chica a su casa, era un hombre
muy apuesto, pero todo un mujeriego, le había visto con más mujeres de
las que pude contar, a veces llegaba con varias, la chica que le
acompañaba hoy era morena, su piel se veía sedosa, pues la luna rebotaba
un poco en ella, me oculté un poco tratando de que no notaran mi
presencia, no quería ser conocida como la chismosa de la cuadra, ese
trabajo lo ocupaba muy bien la señora Rodríguez.
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Escuché que decían muy cerca de mí, abrí los ojos de golpe cuando
relacioné la voz con mi vecino, estaba algo ronca, y sonaba tan sexy como
siempre, me era difícil mantener una conversación con él, sobre todo
porque parecía usar ese tono de voz solo conmigo, pues le había escuchado
hablar con mamá un par de veces y el tono era más serio, aunque no
dejaba de ser sexy.
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Me quemé la lengua luego de que ella dijo eso, lo que la hizo soltar una
fuerte carcajada. Me pasó una galleta de avena. El chocolate estaba
delicioso, pero lo mejor sería alejarme de aquí.
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— Sí, eso fue muy extraño, ¿qué hacías eh? —preguntó acercando su
cuerpo un poco a mí, sin dejar el sofá.
Me miró de una forma muy intensa, incluso observó un rato mis piernas,
eran uno de mis mejores atributos, sé que no soy muy bonita, jamás seré
modelo, o tan popular como de seguro lo es la morena, pero me han dicho
muchas veces que no soy fea, y les creo.
— Te llevaré a tu casa.
— Gracias.
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Aspiré un poco del aroma que emanaba del abrigo, era suyo, a veces me
atontaba un poco, él es ese tipo de chico, el que hace que tus pensamientos
y movimientos se tornen torpes. Un ruido extraño llamó mi atención,
sonaba como si estuvieran aruñando el piso de madera, o raspándolo,
observé a mi alrededor, tratando de encontrar el origen, no había nada a
la vista, pero la sensación de no estar sola era molesta. Me disponía a
levantarme cuando sentí que tomaron mis piernas y me halaron hasta la
sala, grité, o eso intenté porque no escuché mi propio sonido, había un
silencio antinatural, extraño, fueron segundos, pero se sentía como si el
tiempo se hubiese detenido. Me agarré a la pared en cuanto pasé por ella,
no entendía qué estaba sucediendo, pero no dejaría que me llevaran, un
montón de historias de terror comenzaron a pasar por mi mente, se
enredaban con imágenes de películas en las que algo así ocurría. Mi
corazón no obtendría descanso esta noche, o tal vez sí, aún no lo sabía, un
dolor intenso y desgarrador me hizo gritar nuevamente, mi respiración
era errática, mis manos dolían, pero me aferré a la pared, mis uñas lucían
extrañas, el dolor se intensificó, sentía como si estuvieran quitándome la
piel de las piernas a tirones, intentaba mirar qué me estaba causando tal
daño, la luz de la calle y de la luna se derramaba desde la ventana, no
había nada, el aire me faltaba, sentí el mismo dolor en mi torso, en mis
brazos, en todo mi cuerpo, sentí mi cuerpo húmedo, al mirar debajo de
mí, un líquido oscuro caía, haciendo un charco que crecía y crecía, intenté
gritar otra vez y me escuché, fue tan claro que mi propio grito agonizante
me dio pavor, no sabía qué pensar, no entendía qué sucedía, pero
necesitaba que se detuviera, ¡quería que se detuviera! Llamé a mi madre,
estaba aterrada, desorientada, me sentía perdida, ¡no quería morir! No
quería que mis padres me encontraran desgarrada en la sala… no…
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Eli rio, yo intenté sonreír, pero solo conseguí hacer una mueca extraña
que preocupó a papá. Mamá llegó con dos vasos de leche tibia, mi
hermana se tomó la mitad, yo solo lo probé.
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Observé a Eli, ella negó, sus ojitos se cerraban solos, entendimos que
quería dormir ya, así que se despidieron y apagaron las luces, temía
dormir, pero le necesitaba tanto que me aferré a Morfeo con más ganas
de las que me gusta admitir.
Varios días pasaron, sentía que estaba dando un paso cada vez más
largo a un psiquiátrico, me era imposible diferenciar la realidad de las
pesadillas, tenía voces en mi cabeza que se habían aferrado tanto a mí
que hasta me sorprendía platicando con ellas, eran voces enfermizas,
demandantes, dañinas, me incitaban a hacer cosas que normalmente no
haría, me metían en problemas, algunos de ellos legales, mis padres me
creían fuera de control, mi hermanita había comenzado a temerme,
trataba de esconderlo de mí por consejo de mis padres, pero yo lo sabía,
Eli tenía una mirada muy expresiva, dulce, ahora se veía tensa, alerta,
cada movimiento brusco mío la llevaba a cerrar los ojos, aunque solo fuera
para intentar alcanzar la sal en la mesa, o entrar a la cocina por agua.
Lo que me dolía.
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Era fiel creyente de que debía ser internada, estaba bastante claro que
había enloquecido. No era normal que cambiara tanto, y tan rápido.
Esperaba el momento en que alguien lo sugiriera, pero a nadie se le
ocurría, era como si no vieran lo que yo, como si no sintieran el cambio,
el hedor a perdición.
— Cierra el pico, tus ideas son las que han retrasado nuestra salida de
este agujero.
Ellos discutían todo el tiempo, a veces las voces eran más, había llegado
a contar seis y luego perdido la cuenta de ello, pero ambos eran
constantes, les había llamado Pío y Pía en una borrachera, había algo
extraño en ellas, era de esas borrachas que recordaban todo, de las que le
buscaba problemas a la policía, de las que le tiraba los zapatos a la gente
que se metía con ella.
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Vociferó con un tono de ira tan palpable que lo sorprendió. Guardó todo
y me ayudó a bajar antes de responder.
Cerró la cajuela y me llevó con cuidado a la parte del copiloto. Era cierto,
no solo lo he visto con morenas, ha habido de todo tipo de mujeres;
pelirrojas, asiáticas.
— ¡Es suficiente!
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Uno…
Me acerqué a él.
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Antes de mí, no hubo jamás crianza, sino lo eterno: yo por siempre duro:
¡Abandona al entrar toda esperanza!”.
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— Puedo teletransportarme.
Dos…
¿Qué demonios?
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Tres…
— ¿Abuela?
Ella extendió una mano hacia mí, lágrimas bajaban por sus mejillas;
eran tantas que un enorme charco se formó bajo ella, y se fue extendiendo
rápidamente a mí, logré tomar su mano, estaba helada, mis pies se
sentían húmedos y fríos, su sonrisa seguía siendo cálida, como cuando
vivía, di un paso hacia ella y me hundí. Estaba bajo mucha agua, bajo
una oscuridad que se cerraba hacia mí, sentía un aplastante frío que se
filtraba por mis poros, sentía que mi sangre se congelaba, mi corazón latía
cada vez más lento, no me atrevía a respirar, sabía que me ahogaría si lo
intentaba, pero le necesitaba. El líquido ingresaba, afilado, cortante,
helado, mi corazón emitía un latido fuerte, la razón perdida volvía a mí,
aplastándome; estaba ahogándome, ¡no deseaba morir! ¡No me refería a
esto! ¿Abuela, qué haces? Mi boca se abría y más líquido ingresó en mi
cuerpo, intenté nadar ¿pero hacia dónde? ¿hacia la luz? ¿Cuál de las dos?
¡¿La blanca o la naranja?! Unas manos cálidas tomaron las mías, no logré
ver de qué se trataba, solo un par de luces rojas frente a mí.
Sentí una mano en mi pecho, dejé de sentir frío, mis ojos continuaban
borrosos, algo me envolvía con ternura, lentamente el agua dejó de
cobijarme, el aire en mi piel era cálido, mis ojos enfocaban un par de ojos
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¿Qué?
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— Vámonos.
Todo agonizaba.
Puse las manos en mi cara, todo ocurría de forma muy lenta para mí,
puse demasiado peso en el mundo… yo… puse demasiado peso a la vida,
y ahora se ha quebrado, y solo yo tengo la culpa…
Noté que había un montón de bolsas junto a ella, me pasó una botella
con agua, y el recuerdo del lago vino a mí. Lo que hizo que Evan frenara
con fuerza y mi cabeza golpeara un poco con el salpicadero del auto. Dolió
y mis ojos se nublaron un poco, pero fue algo rápido.
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— Claro que no, yo… —recordé mis palabras antes de lo del lago.
Es que no… es obvio que eso hice, pero… son Pío y Pía, ellos no
causarían tanto daño, si fueran ellos… si fueran ellos, yo habría matado
a alguien y no tuve que hacerlo.
No… lo hice.
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— Dijiste que somos siete —recordé—, ¿no pueden ellas hacer algo?
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Estaba agotada así que, en uno de los hoteles, luego de una ducha fría,
encendí la televisión. Solo había noticias, en todos los canales, mostraban
los disturbios, la muerte, la destrucción que Pío y Pía habían causado,
que yo había causado. Me sentía tan culpable que la mayor parte de la
noche solo lloraba y prometía que si todo volvía a la normalidad me
sacaría la lengua para no dejarlos escapar nunca, pensé que tal vez Dios
escucharía, nunca escucha. Me senté en el control remoto y mi trasero
pulsó el único canal que aún parecía intentar frenar las malas noticias,
un video musical de un hombre vestido de rojo me envolvió por completo,
todos mis problemas se fueron, me sentí en casa, en total tranquilidad,
incluso sentí deseos de bailar al ritmo de R&B/Soul. La pantalla se puso
roja, el hombre salió corriendo de un edificio, hubo un instante en el que
se cayó, pero se levantó y continuó, era justo lo que necesitaba hacer,
continuar. La música se detuvo, el hombre estaba mirándome, supuse
que era un error de conexión o algo así, pero la sonrisa que traía, la sangre
en su rostro y esos ojos rojos llamaron mi atención, mi corazón se aceleró,
sentí un montón de hormigas en mi piel, me acerqué lentamente al
televisor, sin dejar de mirar sus ojos, no pensaba en nada, solo me dejaba
guiar por las sensaciones en mi piel, por el latido desenfrenado de mi
propio corazón, por este sentimiento al que soy incapaz de negarme, un
impulso tentador. La pantalla se apagó y escuché un grito de furia lejano.
Asentí sin comprender por qué lo hacía, me sentía lenta, todo había sido
tan extraño, aparecimos en un lugar que conocía muy bien, era mi casa,
miré a los chicos confundida.
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Observé a Evan, fue como si le llamara, porque sus ojos dieron con los
míos y el terror lo inundó, pude ver lo asustado que estaba de verme allí,
la preocupación en su perfecto rostro. El hombre me observó y yo a él, era
realmente apuesto, más alto que Evan, piel clara, cabello negro con
destellos chocolate, una ligera barba, rostro triangular, nariz perfecta,
ojos rojos y una sonrisa seductora, mi piel quemaba frente a él, me sentía
extraña, como si necesitara, tocarle… su piel me llamaba, sus ojos, todo
en él lo hacía, dio un paso a mí, no me moví, sentí sed, una que no había
sentido nunca, él era hipnótico y la situación estimulante.
Dijo con una voz ronca y profunda, mis piernas se sentían de gelatina,
pero hice mi mayor esfuerzo por mantenerme firme.
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Sentí el leve roce de sus labios antes de ser empujada hacia un lado, mis
labios arden, es una sensación deliciosa, podría pedir una sobredosis.
Noté que Evan había hecho algo, estaba lejos de mí, herido, intenté
acercarme.
— No nos dejará, puede ver a dónde voy, necesito que seas tú quien nos
lleve a otro lugar.
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Samael estaba justo detrás de él, pude ver la intención en sus ojos,
deseaba matarlo, le había escuchado, lo sabía, y sabía que yo también le
amaba; así que hice lo que tenía que hacer.
— Ve con Sia. —El terror inundó sus ojos nuevamente y una lágrima se
resbaló por mi mejilla—, prometo volver a ti, siempre serás… mi vecino.
Aunque yo no lo estuviera.
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Nada más real que un grito
Es una lástima que las cosas que piensas no siempre son las que haces,
había fuego a mi alrededor, mi casa se quemaba, Eli yacía dormida en el
sofá de la sala, me acerqué a ella, temblando, al levantar mis manos noté
la sangre en estas, mis uñas puntiagudas, toqué a Eli, no respiraba, con
un enorme nudo en la garganta. La tomé en mis brazos, necesitaba
ayuda, necesitaba que alguien la despertara, al salir de la sala me topé
con los ojos de Samael, una sonrisa triunfante y orgullosa iluminaba su
rostro.
Él miro las escaleras, subí con Elí en brazos al cuarto de mis padres, la
sangre se derramaba desde la cama, sus cuerpos estaban mutilados,
parecía que un animal les había atacado, observé mi reflejo en el espejo
y, como si se tratara de un video, este me mostró lo que había sucedido,
¡yo había causado la muerte de mis padres! Yo había dormido a Eli, yo
había prendido fuego a la casa, justo después de que Evan me trajera con
ellos, justo después de que Pío y Pía salieran riendo a carcajadas de mí,
porque no me habían dejado, se habían quedado conmigo, observando
todos mis movimientos, abracé a mi pequeña hermana, fuera había todo
un caos, personas gritaban, lloraban y asesinaban.
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sin uno, había renacido incompleta, mi aura era oscura, Sara tenía mucha
razón…
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