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NADA MÁS REAL

QUE UN GRITO
NADA MÁS REAL
QUE UN GRITO

Murmullos desde las sombras

OBRA ANTOLÓGICA
Escrita por:

Camilo Andrés Pérez Rodríguez


Daniela Olaya
Carlos Alberto Chacón De Los Ríos
Camilo Madrid
Carlos Romero
Carmen María Bolaño Torres
Camilo Cartagena
Carmen Sofía Castillo Gutiérrez
César Andrés Gordillo Orozco
César Augusto Rojas
Christian Camilo Cepeda Vargas
Claudia Marcela Casas Castillo
Cristian Camilo Herreño Mojica
Wilson Andrés Romero Cajamarca
William Suárez
William Muñoz Vanegas
Wendi Vanesa Delgado Monroy
Vanessa Melissa Pedrero Lizcano
Valentina Torres
Teresa De Jesús Sierra Jaime
Stella Margarita Velasco Buitrago
Sindy Marcela Lozano González
Sergio Tobón Carvajal
Sergio Israel Tejeda Guajardo
Sebastián Villa Medina
Sebastián Osorio Morales
Sebastián Andrés Tabares Gómez
Ángela Gaviria
Nada más real que un grito
©Camilo Andrés Pérez Rodríguez ©Daniela Olaya ©Carlos Alberto Chacón De Los Ríos ©Camilo
Madrid ©Carlos Romero ©Carmen María Bolaño Torres ©Camilo Cartagena ©Carmen Sofía
Castillo Gutiérrez ©César Andrés Gordillo Orozco ©César Augusto Rojas ©Christian Camilo
Cepeda Vargas ©Claudia Marcela Casas Castillo ©Cristian Camilo Herreño Mojica ©Wilson
Andrés Romero Cajamarca ©William Suárez ©William Muñoz Vanegas ©Wendi Vanesa Delgado
Monroy ©Vanessa Melissa Pedrero Lizcano ©Valentina Torres ©Teresa De Jesús Sierra Jaime
©Stella Margarita Velasco Buitrago ©Sindy Marcela Lozano González ©Sergio Tobón Carvajal
©Sergio Israel Tejeda Guajardo ©Sebastián Villa Medina ©Sebastián Osorio Morales ©Sebastián
Andrés Tabares Gómez ©Ángela Gaviria
www.itabooks.com

ISBN: 9798734746615
Sello: Independently published
2021
Publicado en Colombia
Páginas: 302

Diseño de portada: ©Editorial ITA S.A.S.


Fotografía de portada: ©Nsey Benajah

Se prohíbe la reproducción total o parcial de la presente obra, restringiendo, además, cualquier


compendio, mutilación o transformación de la misma por cualquier medio o procedimiento. Los
comentarios descritos en la presente obra, realizados a título personal, no corresponde a
pensamientos de la compañía, sino a aseveraciones particulares de los autores. Se permite la
reproducción parcial, con el debido crédito a los autores y a la Editorial.
ÍNDICE

EL ESPANTO DE LA BARAJA DEL TAROT ..................... 12


POR CAMILO ANDRÉS PÉREZ RODRÍGUEZ ............................... 12
COPAS Y SANGRE ................................................................. 16
POR DANIELA OLAYA .............................................................. 16
EL ATAÚD DEL BEBÉ........................................................... 18
POR CARLOS ALBERTO CHACÓN DE LOS RÍOS ........................ 18
RELATO DE MEDIANOCHE ................................................ 39
POR CAMILO MADRID .............................................................. 39
SALSA DE LA NOCHE ........................................................... 45
POR CARLOS ROMERO ............................................................. 45
AQUELLA PECULIAR REVISTA......................................... 50
POR CARMEN MARÍA BOLAÑO TORRES ................................... 50
EL APARTAMENTO 502........................................................ 52
POR CAMILO CARTAGENA ....................................................... 52
EL TERROR QUE VIVE EN MÍ ............................................ 85
POR CARMEN SOFÍA CASTILLO GUTIÉRREZ............................. 85
CARNE DE PRIMERA ........................................................... 89
POR CÉSAR ANDRÉS GORDILLO OROZCO................................. 89
Y BRAYAN YESID SANABRIA ROJAS ......................................... 89

COME ALMAS ....................................................................... 106


POR CÉSAR AUGUSTO ROJAS ................................................ 106
¿QUIÉN ESCRIBE MIENTRAS DUERMO? ..................... 112
POR CHRISTIAN CAMILO CEPEDA VARGAS ............................ 112
NADA ES LO QUE PARECE ............................................... 115
POR CLAUDIA MARCELA CASAS CASTILLO ............................ 115
OLVIDO Y TERROR............................................................. 117
POR CRISTIAN CAMILO HERREÑO MOJICA ............................ 117
EL TRIDENTE DE LA AGRESIÓN .................................... 142
POR WILSON ANDRÉS ROMERO CAJAMARCA ......................... 142
QUE EL PARAÍSO ESPERE ............................................... 152
POR WILLIAM SUÁREZ........................................................... 152
EL RETORNO DE LAS SOMBRAS .................................... 155
POR WILLIAM MUÑOZ VANEGAS ........................................... 155
LA CUEVA DEL DIABLO DESTERRADO........................ 174
POR WENDI VANESA DELGADO MONROY .............................. 174
PECADO ................................................................................. 184
POR VANESSA MELISSA PEDRERO LIZCANO .......................... 184
26 DE OCTUBRE .................................................................. 186
POR VALENTINA TORRES ...................................................... 186
¿CÓMO IBA A PARTIR EN PRIMAVERA? ...................... 191
POR TERESA DE JESÚS SIERRA JAIME .................................. 191
TERROR EN LA MENTE ..................................................... 194
POR STELLA MARGARITA VELASCO BUITRAGO ..................... 194
LA CASA DEL ÁRBOL ......................................................... 222
POR SINDY MARCELA LOZANO GONZÁLEZ ............................ 222
GATO....................................................................................... 226
POR SERGIO TOBÓN CARVAJAL ............................................. 226
JAQUECA ............................................................................... 234
POR SERGIO ISRAEL TEJEDA GUAJARDO ............................... 234
EL BOSQUE SINIESTRO .................................................... 239
POR SEBASTIÁN VILLA MEDINA ............................................ 239
MI PESADILLA EN UNA CARTA, MI EXPERIENCIA EN
EL OCÉANO ............................................................................. 242
POR SEBASTIÁN OSORIO MORALES ....................................... 242
SUSURROS DE MEDIANOCHE ......................................... 269
POR SEBASTIÁN ANDRÉS TABARES GÓMEZ ........................... 269
BLYANA ................................................................................. 274
POR ÁNGELA GAVIRIA ........................................................... 274
El espanto de la baraja del tarot

Por Camilo Andrés Pérez Rodríguez

¡Escuchad amigos míos! ¡No temáis y siéntense en su silla!


Esta historia me la contó un amigo mío, entre su locura y cordura. No
es un juego, ya que hay personas que no logran apreciar lo siniestro en
las cosas simples, ni tampoco en las cosas fastuosas, tan así, como lo es
una simple baraja de tarot. ¡No te engañéis por las apariencias! ¡No hay
que creer en lo que puede ser ficción o cosas del destino!
En una tétrica y nublada noche, que parecía ser más de la medianoche,
la lluvia ya asechaba junto con unos estruendosos truenos, que parecían
como un tambor o como un fusil al disparar.
Al empezar a caer fuertemente las gotas del cielo encapotado, una pobre
vieja andrajosa llegaba dirigiéndose al primer bar que encontró al
adentrarse en el pueblo, fue por refugio para no mojarse. El joven que
atendía el sitio no la quiso recibir, ella tenía todo el dinero para que el la
atendiera como ella se lo merecía, pero el señor solo se dejó guiar por las
apariencias y se negó en recibirla. No hubo pelea alguna, la vieja sacó
una carta como de una vieja baraja de naipes y se la dio al señor que se
la recibió con desinterés, mientras ella mostraba una sonrisa siniestra en
su rostro.
La vieja se fue y siguió su camino, mientras que el joven detalló la carta
vieja (era una carta de una vieja baraja de tarot). En la carta, aparecía
una imagen perversa de un joven ahorcándose sinuosamente junto a un
barril, el joven no le dio mucha importancia y con tono de torpeza la dejó
caer en el suelo y esta se quebró haciendo un chasquido.
La vieja continuó su camino…
La señora continuó adentrándose en lo profundo del pueblo, buscando
un refugio para resguardarse de la lluvia, cuando una mujer salió a la
puerta de una panadería, la vieja se le acercó un poco y con un tono
meloso le dijo:
Nada más real que un grito

—Buenas noches, jovencita —la miró a los ojos y continuó—¿Por favor,


tienes algún lugar para resguardarme de la lluvia y algo de comer que
me puedas brindar? Inquirió.
La joven dueña de la panadería, sin decir palabra alguna, se entró al
local, antes de que le permitiera el paso y le diera la bienvenida a la
andrajosa mujer, le cortó la entrada cerrando la puerta de un portazo. No
le permitió su entrada al local a pesar de su gentileza.
La señora andrajosa después de tal desplante decidió alejarse dejando
una carta de su vieja baraja de tarot sobre la puerta del local. Al alejarse,
la dueña del local volvió a salir, tomó la carta entre sus manos y la
observó. Se podía apreciar una hermosa mujer observándose a través del
espejo, pero al observar su reflejo, era el de una mujer muerta de aspecto
funesto con su piel pegada hasta los huesos. A un extremo se podía ver el
número trece. Sin impactarse con lo que tenía ante sus ojos, votó la carta
al suelo y esta se quebró en un chasquido, en ipso facto desapareció.
Y una vez más, la vieja continuó en el pueblo sin conseguir algún lugar
para resguardarse.
Después de que el reloj de la catedral del pueblo diera las 11:00, ella se
acercó a la puerta de un restaurante, allí todavía estaban atendiendo a
todos sus clientes. A pesar de esto, el viejo del restaurante tampoco quiso
que la anciana siguiera, pues su aspecto no era de su agrado para dejarla
entrar. Con este nuevo desplante, la vieja se alejó, pero antes de que se
apartara dejó una carta de su vieja baraja en la mano del señor.
El señor observa sin interés la imagen de un hombre perturbado siendo
acechado por una monstruosa presencia. Había otro número en ella, era
un “cero”. Con desinterés la tiró al suelo y esta carta en cenizas se
resumió.
Al rato ella se dirigió a la catedral del pueblo, muy cerca de la plaza
principal donde quedaba un hotel. Entonces, pensó que ese lugar era el
único lugar que iría en búsqueda de resguardo y descanso. Entró en la
recepción y con su voz un poco dejada, le dijo al joven recepcionista:
—¡Buenas noches! ¿Podrías ayudarme con una habitación en la que
pueda hospedarme? —dijo tiritando de frío por el gran aguacero que caía
afuera.

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Nada más real que un grito

—Un momento señora ya la atiendo —dijo el joven. Dígame primero,


¿cuántos días se va a quedar?
—Es solo por hoy —contestó. Está lloviendo muy fuerte y no sé hacia
dónde dirigirme.
—Está bien —respondió el dueño del hotel con gentileza, por favor,
denle las llaves de la habitación número diez. Mañana pagará por su
estadía.
Después de todo esto, se dirigió a su cuarto, se quitó su capota y se sentó
en una silla frente a la ventana observando el reloj de la parroquia.
El reloj dio las 12:00, ya era medianoche y el señor del restaurante daba
gritos de terror despavorido como si un ser sobrenatural lo acechara.
Salió del restaurante corriendo sin sentido y, de un momento a otro, cayó
en un hueco, su pierna crujió y se escuchó un grito de dolor. Ahogándose
con su propia saliva amaneció allí sin moverse mirando a diestra y
siniestra enloquecido por su misma sombra.
Al día siguiente, cuando el reloj marcó las 12:00, ya siendo mediodía,
algo siniestro había sucedido en el bar donde la anciana pidió resguardo
por primera vez. Uno de los empleados del bar había encontrado al dueño,
recién ahorcándose junto a un barril de cerveza y la soga era tan fuerte
que le estranguló el cuello con fuerza. Al salir del raro encantamiento no
pudo decir palabra alguna, ni ser de algún modo salvado.
A la 1:00 de la tarde, sucedió otro hecho catastrófico en la panadería.
En la hora exacta y puntual, la dueña del lugar estaba preparando el
horno para hornear el pan, pero al prenderlo el fuego se le mandó de
frente. Trató de apartarse, pero sin lograr lo cometido quedó frente al
cristal de la ventana viendo cómo el fuego chamuscaba su piel hasta los
huesos.
Todos esos sucesos ocurridos alarmaron al pueblo, algunos dedujeron
que era brujería, otros, una maldición, pero la mayoría lo planteó como
un hecho sin resolver, es decir, un misterio. Mientras en el hotel del
pueblo su dueño estaba un poco preocupado por la persona que el día
anterior estaba en la habitación número diez, ya eran más de las 10:00
de la noche cuando se dio el permiso de entrar al despacho. Y encontró
que la vieja no estaba y lo que había era un cadáver simulando estar

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Nada más real que un grito

sentado en la silla con un bolso grande a su lado derecho. El joven dueño


buscó entre el bolso para encontrar respuesta alguna y entre los varios
rublos de billetes de cien encontró una nota y una carta de tarot. En la
nota rezaba:
“El deseo de tomar la ley por mi propia mano no lo deseaba, pero el que
encuentre en mi bolso esta nota y esta carta sabrá que la suerte y la fortuna
está con él o ella después de que yo esté muerta”.
El joven observó la carta de tarot que era el décimo arcano: la rueda de
la fortuna, quedó en silencio guardándose todo en un secreto. Y ahora
heme aquí como un loco contando historias de espanto.

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Nada más real que un grito

Copas y sangre

Por Daniela Olaya

Era una noche de viernes como cualquier otra y Karina salía de su trabajo
para tomar unos tragos con sus dos mejores amigas, aunque estaba muy
cansada accedió, ya que no le caería nada mal relajarse y despejar la
mente un poco. Mientras iba en el metro camino al encuentro con sus
amigas, notó que un chico en el vagón de adelante la miraba
continuamente, no le molestó y empezó a mirarlo en repetidas ocasiones
también, se estaba convirtiendo en un juego divertido, hasta que el metro
se detuvo en la estación en la que tenía que bajarse, así que salió
corriendo y perdió de vista al chico.
Tuvo un efusivo encuentro con sus amigas, ya que no las veía desde que
había empezado la pandemia; un fuerte virus impedía a las personas salir
de sus casas y tener contacto físico, pues el virus convertía a las personas
en adictas a la sangre, los contagiados bebían sangre humana hasta que
una sobredosis de glóbulos rojos les explotaba las venas y los hacia
sangrar por ojos, nariz y boca, de esta manera morían ahogados con su
propio alimento.
Claramente nadie quería morir de esa horrible manera, pero
afortunadamente los ríos de sangre y las calles cubiertas de cuerpos
contaminados eran cosa del pasado y en aquella ciudad ya se podía
caminar y respirar con tranquilidad, así que Karina y sus amigas
entraron a un bar al que anhelaban regresar y justo ese día volvía a abrir
sus puertas.
Estaban pasándola de maravilla, las copas iban y venían y ya no sentían
los pies de tanto bailar, de pronto Karina pudo ver entre la multitud al
chico del metro, era realmente atractivo y notó que empezaba a caminar
hacia ella, sin palabras comenzaron a bailar; poco a poco terminaron en
los baños del bar, sus bocas estaban una junto a la otra hasta que Karina
logró ver que el chico lloraba sangre y justo antes de gritar cayó una gota
entre sus labios. Karina lo empujó y salió corriendo del baño, cuando llegó

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Nada más real que un grito

a la mesa donde estaban sus amigas, estas yacían sin vida y ahogadas en
sangre; en segundos toda la gente que estaba en el bar terminó
contagiada, se mordían entre sí saciando su sed de líquido rojo, espeso y
cálido. Rompió, como pudo, la puerta del bar con una silla y esquivó al
guardia que intentaba rasgar y morder su piel.
No podía creerlo, estaba pasando de nuevo, no estaba quedando un solo
lugar de la ciudad sin infectados; corría desconsolada hasta que logró
encontrar un CAI en ruinas, que había sido quemado durante las
protestas que hicieron los ciudadanos que exigían una vacuna gratuita
contra el virus. Allí pudo sentarse y recuperar el aliento, pero al ver su
reflejo en un espejo roto notó que también estaba empezando a sangrar,
no tuvo tiempo de reaccionar, en un segundo todo su cuerpo se hizo
pedazos, salpicando de carne y sangre lo que quedaba del CAI.
Karina despertó de un grito y por poco hace estrellar al conductor del
Uber, se había pasado bastante de copas y sus amigas la llevaban a casa,
casi igual de ebrias que ella. Al calmarse notó que solo había sido un
sueño, pero por el espejo retrovisor del carro pudo ver que los ojos del
conductor eran los del chico del metro.

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Nada más real que un grito

El ataúd del bebé

Por Carlos Alberto Chacón De Los Ríos

Un joven narra una historia sobre su vida y cómo termina actualmente.


Este se ve obligado a pasar por circunstancias que desafiarán el mundo
en el que inició, terminando en un lugar de espíritus, por lo que tendrá
que descubrir cómo escapar de ese temor y más aún, la liberación de los
que quedaron atrapados allí.
Para ser más concretos, desafiará a un demonio que ha manipulado
ferozmente y durante un periodo de más de cincuenta años, a varias
familias que no entienden por qué están en ese lugar, y para acabar con
esa maldad recorrerá una línea de tiempo, que se repite como una
paradoja, hasta llegar al punto en el que entienda la situación en la que
está y pueda ayudar, uno por uno, a buscar esa luz que tanto desean.
¿Logrará escapar?
La oscuridad penetraba cada parte de mi interior, cada vez
atemorizándome más. Tal vez era o no imaginación mía. Sentía que la
casa respiraba, sentía un respiro muy profundo casi en la nuca. Sentía
cómo por todo a mi alrededor se esparcía esa presencia fría de tristeza.
Quizás fue el peor error que pude hacer, aun así, aprendí una lección de
vida que jamás olvidaré…
Nota importante:
A veces asumimos la pérdida de nuestros parientes, y logramos superar
una tristeza inminente, pero hay unos pocos, que no creen lo que ven y,
como una ilusión, creemos que no están muertos.
—¿Has escuchado la historia, de la vieja loca que vive en la casa del
frente?
—No, nunca la he escuchado, pero solo mencionar a la anciana me causa
escalofríos.
—Pues dicen que en la última habitación de la casa se encuentra el
ataúd de un bebé.

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Nada más real que un grito

—¿El ataúd de un bebé?


—Sí, el ataúd de un bebé.
—Y ¿por qué tendría ella un ataúd en su casa?
—No es obvio, ella está loca. Además, nadie nunca la visita, y los vecinos
de los lados tan pronto se enteraron, decidieron mudarse.
—¿Ah, sí? ¿Por qué lo harían? No es que les afecte mucho, ¿no? Como
si pasaran cosas raras o algo parecido.
—Eres un tonto, antes de mudarse, Julia me contó que en las noches se
escuchaban lloriqueos y a veces risas de un bebé, y que siempre a la
madrugada en ocasiones tiraban y rompían cosas.
—¡Qué miedo!, pero son cosas que murmuran las personas, no es que
sean reales.
—¿Y qué tal que sí?
—Lo dudo mucho, es más, te apuesto la mesada de todo un mes a que
las personas mienten, aunque la anciana cause algo de miedo, siempre se
le ve arreglando sus plantas y ayudando a los indigentes de la calle con
algo de comida, inclusive una vez curó mis heridas.
—En eso tienes razón, pero sigo con la intriga.
—¡Hey! Mira.
—¿Qué?
—Qué raro, mira la ambulancia, y llegaron policías.
—¿Qué habrá pasado? Están sacando un cuerpo, la han tapado. ¿Será
la anciana?
—No lo sé, tal vez sea ella, es mejor que dejes eso atrás, no tiene
importancia.
—Pero alguien cerró la puerta. ¿Qué habrá pasado?
—Te dije que ya no importa, bueno, me tengo que ir, hoy hay estofado
de carne y no me lo quiero perder, así que te dejo, pero antes, solo no
vayas a hacer una locura, ¿de acuerdo?
—Está bien, está bien, de acuerdo, no voy a hacer nada.

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Nada más real que un grito

—¿Lo prometes?
—Lo prometo, ya vete.
—¡Mamá! Voy a salir un momento, no me demoro.
—No te demores mucho, corazón, aquí te espero.
—Solo voy a echar un vistazo…
—¡No, para por favor, no, no, no! ¿Quién eres tú? ¿Déjame salir!
—Lo siento, ahora perteneces aquí, ya no puedes salir, nadie puede salir
una vez entre aquí.
—¿Por qué? No he hecho nada malo.
—¡Claro que sí! Hablabas tras la espalda de mi hermosa madre y ahora
tú vas a ocupar el lugar de ella ¡Y tendrás que cuidar de mí, pequeño
mocoso!
—¡Por favor, ayúdenme, por favor alguien que me ayude! Alguien…

14 de julio, presente hoy 2016


Mientras intentaba tranquilizarme, en frente de mí aparecía un espejo,
al mirarlo me vi reflejado, pero a mi lado veía también a un bebé con la
apariencia de un niño de diez años, curioso, ¿no? Me veía todo el tiempo,
cuidado porque él está detrás tuyo, si no me crees mira el espejo, ahí atrás
está él, las apariencias engañan y él también lo hace, porque no sé si es
un niño o un bebé, ayúdame a descubrir cuál es la verdadera apariencia
de este espectro.
—¡Son las tres de la mañana, tráeme agua!
Me costaba moverme y tartamudeaba al hablar, era raro, ya que todos
los días, sin falta alguna, a las tres de la mañana tenía que llevarle agua,
todo fue empeorando al transcurrir los días, al principio sonaba la voz de
un niño, pero poco a poco retumbaban mis oídos al escuchar esa voz tan
gruesa y escalofriante.
—¡Cuidado!
Un grito de una mujer. Pensé que era afuera, pero no sabía dónde me
encontraba. Siento mi boca congelada y los aullidos inesperados de un

20
Nada más real que un grito

perro vigilante, esperando el momento en que quiera escapar para


traerme de vuelta a la habitación, me asustaba, pensé, ¿acabará esto en
algún momento? Las primeras noches me costaba dormir y tomaba como
costumbre dormirme justamente a la hora de ir por el agua, cuando me
dormía, eso me castigaba.
—¿Qué era eso?
—El espejo.
No entendía nada de lo que pasaba, pero una vez me acerqué a él, me
vi tirado en el suelo, y no solo eso, a las tres de la mañana me
atormentaban todos a la vez, de alguna forma no podían entrar, pero sí
lastimar.
—¿A qué te refieres con eso?
—Yo estaba muerto… O eso creía, lo veía respirar en un sueño
profundo, tirado en medio de la sala.
—¿Podrías explicarme mejor?

La hora de los espíritus


Era mi cuerpo, y lo que veía en el espejo era el reflejo de mi espíritu, era
como si alma se hubiera separado de mi cuerpo, cuando llegaban las tres
de la madrugada todos se alborotaban, pero se esparcían como si el
tiempo fuera otro, y para ellos las tres horas restantes significaban una
deliciosa cena. No se dieron cuenta de mi cuerpo hasta cuando lo
encontraron.
Uno de ellos intentó entrar. De momento apareció un símbolo en forma
de estrella, marcada con sangre en el suelo, como una preparación antes
del ritual, muchos de ellos se acercaron, esperando el momento adecuado,
pero la furia se estremeció. En llamas vi mi cuerpo encenderse, y no me
lastimó, a ellos sí, pues un símbolo de protección en forma de collar
colgaba de mi cuello, cosa que ellos no podían manejar.
Desde entonces tomaron la oportunidad de verme atrapado con el niño
o bebé, y si desobedecía alguna cosa, lastimaban mi cara. Cada vez que
pasaba, sufría, ellos no podían entrar a tomar como posesión mi cuerpo,
así que le hacían daños por encima. Colocaban sus manos en mi cara y la

21
Nada más real que un grito

quemaban por unos minutos, sentía esa sensación de ardor, un calor que
verdaderamente quemaba, lastimaba. Lo peor eran esos gritos que te
dejaban en shock.
Quizás esa hora, fue la más terrorífica que viví, la hora de los espíritus,
la hora en que los muertos despiertan y hacen de las suyas, juegan con tu
conciencia y te abruman hasta consumir todas las emociones de felicidad
y dejarte solo en tristeza.

El espejo poltergeist
Al fin y al cabo, ya me mentalizaba que moriría ahí o quedaría atrapado
de por vida. Pero aquel espejo me ayudó a entender lo que
verdaderamente estaba pasando ahí.
—¿Escuchas eso?
—¿Qué? No hay nada más atemorizante para mí que oír el silbido del
viento.
—¡No, que haces! ¡Para! ¡Para! Alguien te está mirando, alguien te está
miran… Alguien te está mirando, ¡alguien te está mirando! Ya no más,
deja de reírte por favor.
Al quitarme las manos de mis oídos estos sangraban, nunca me sentía
solo, me acompañaban esas dulces voces del infierno, ahogándome en lo
profundo de la tierra, mi vista borrosa y mi cuerpo moribundo, tal vez el
hambre que sentía empezaba a hacer efecto, ¿cuánto tiempo llevare aquí?
Una pregunta que nunca faltaba y por último el viento atormentándome
en un vacío profundo.
Espera, creo que alguien está tosiendo. —¿Qué haces en mi casa? Se
escuchan los crujidos de alguien que está siendo apuñalado.
—Perdona, ¿quién eres tú?
El piano resuena y resuena, como si alguien hubiera muerto tocando
esa última melodía que nunca pudo interpretar, pero ahora ya muerto
toca como un profesional.

22
Nada más real que un grito

—Yo vivía aquí con mi hermosa esposa, pero tiempo después lo


perdimos y nunca pude terminar aquella melodía que le compuse a esa
hermosa criatura.
—¿A quién? ¿A tu esposa?
—No, a nuestro hijo…
—Espera, no te vayas por favor.
El teléfono roto empezó a sonar y unas campanas chocaban hasta
destemplar los dientes, su presencia se alejaba mientras los cuadros
viejos se movían y los objetos pequeños se caían sin tocarlos. ¿Que será
ese ruido? Están afilando un chuchillo.
—No, por favor no. Un niño llorando grita, no me hagas daño, no le
hagas daño por favor, siempre a las cuatro en punto repetía lo mismo…
Pero volví en sí cuando escuché el grito a mis espaldas.
—¡Qué esperas, tráeme agua!
Las seis de la mañana y no había dormido nada, ya no tenía sueño,
entonces me pregunté: —¿En qué momento dejé de dormir?
El niño paseaba por la casa y en su habitación en la tarde, miraba por
la ventana, en ese momento sentí tranquilidad y me senté a su lado,
también a mirar por la ventana, pero más que eso, mirar el frente de mi
casa, aún con la ilusión de volver a ella.
—¿Aún quieres volver a tu casa?
—Sí, cada día lo anhelo mucho más.
—Pero mis amigos ya te han hecho parte de nuestro hogar, ya no te
molestan mucho, solo queda él,
—¿Quién es él?
—Él es dueño de todo, él te lo dijo, ¿lo recuerdas?
—¿Ese hombre alto, quien me dijo que ya nadie puede salir de aquí?
—¡Ja, ja, ja! Él no es un hombre ni un niño ni un adulto.
—¿Entonces quién es?

23
Nada más real que un grito

—Rompieron la ventana, una vez entren ellos aquí tendrás la


oportunidad de salir, esa es la única manera fácil, no puedes dejarte ver,
si de verdad quieres regresar no puedes dejar pasar esta oportunidad.
—¿Y pudiste salir?
La puerta se abrió, él ya estaba preparado para atormentar, y yo para
escapar. Bajé las escaleras, y vi a mi mejor amigo entrar, comprendí que
me habían hecho una mala jugada, así que me sacrifiqué y, utilizando el
espejo, lo atravesé para empujarlo fuera de la casa.
—¿Y qué pasó después?
Pensé que yo también saldría, pero no había entrado a mi cuerpo,
golpeaban las puertas, como para romperlas y un frío enorme invadió
toda la casa. Gritos de niñas se escuchaban y las voces más feas
resonaban en el lugar, como un estruendo apareció el perro guardián con
su amo al lado, todos se habían escondido y quedaba yo.
Tomó mi cuerpo y clavó las manos a la pared, mis manos sangraban, me
arrastró su perro hasta la habitación del niño, pero este lucía diferente,
pues al frente estaba un ataúd, y con una voz muy gruesa me preguntó:
—¿Ya no te gusta nuestro hogar? Has querido escapar y dejarme de
alimentar, ¿acaso no te he dado suficiente amor?
Me dieron escalofríos y mi piel se erizó.
—Ya te lo había dicho antes y te lo vuelvo a decir. ¡Ya no puedes salir
de aquí maldito mocoso de mierda!
Tiró las puertas sin moverse y, como mudando de piel, se escarapeló
totalmente hasta volverse completamente negro, con manchas de sangre
por todo su cuerpo, gruñidos y quejidos, de repente se escuchó su voz aún
más gruesa:
—¡Ahora solo vete de aquí y tráeme mi agua!
Definitivamente ese día fue el más terrorífico de todos, aunque me fuese
acostumbrando ya tenía muy claro que de cometer un error con él
acabaría peor que muerto, ya nunca saldría de ahí.
—Pero lograste escapar, o no estarías contándome todo esto, ¿no es así?
—¿Tú crees? ¿Crees que logré escapar?

24
Nada más real que un grito

—¿A qué te refieres con esto?


Gracias a todo lo que viví supe lo que tenía que hacer, cuando salí del
espejo salí al instante sin pensarlo, me di cuenta de que estaba atrapado,
pero al no volver a mi cuerpo no pude salir de la casa, por eso él se asustó
y clavó las manos de mi cuerpo a la pared.
Ahora solo tengo que encontrar el espejo, romperlo e ir por mi cuerpo y
volver a él, pero no sería tan sencillo, y no podría irme sin descubrir la
verdad de todo.
—¿Y cuál es esa verdad de la que tanto hablas?
—¿Es que no lo ves?, todos tienen miedo de él, son como sus esclavos.
Hacen lo que sea necesario para complacerlo y que él no los lastime. Ellos
también tienen que atravesar el espejo.
—Pero él también salió del espejo cuando fue por ti.
—No. Él nunca salió, él me veía todo el tiempo en el espejo, alguien más
estaba haciendo su trabajo sucio.
—Ahora que recuerdo, mencionaste que habías aparecido en una
habitación distinta a lo habitual y que habías visto un ataúd, luego ese
ataúd no es el mismo a donde siempre llevabas el agua.
No. El ataúd que vi era mucho más grande que el habitual…

La pecera muerta
Tres de la mañana, un minuto antes de cumplir la hora, ya tenía listo
el vaso de agua lleno.
—¿Lo ves?
—¿Qué cosa?
—¿No lo ves?
—¿Ver qué?
—El móvil colgado al techo apuntando al ataúd.
—Mira qué cosas, nunca noté que hubiese un móvil ahí. Ahora te das
cuenta de lo que no podías ver, se está haciendo tarde, tu cuerpo está
muriendo, y si no haces algo pronto, te quedarás así para siempre.

25
Nada más real que un grito

—¿Cómo sabes eso? ¿Acaso tú pasaste? Mira, ya se tomó el agua sin


darnos cuenta.
—Sigo sin entender.
—¿Entender qué?
—¿Quién es él?
Tres y media. Escuchas el piano de cola, nuevamente está tocando una
canción.
—¡Vengan, todos vengan! Es hora del show mágico de la hermosa luz de
la oscuridad…
El techo de lo oscuro pasó a lo blanco, luego a lo azul. Llovía dentro de
la casa, todos estábamos ahí, el ambiente pronto cambió y el cielo se
oscureció y dejó de llover. Notas altas, notas bajas, notas suaves y del
cielo bajó una mujer.
—Soy yo, he bajado del cielo al revés para juzgar a vivos y a muertos,
condenare a quien se atreva a negar mi nombre, os haré felices a todos,
siempre y cuando obedezcáis mi alto status social.
Carcajadas sonaban y caras grises sonrojaban, y mi rostro y su rostro
perplejos quedaron. El niño, me advirtió en ese instante:
—Cuidado, las personas nos pueden defraudar.
Bailó y se movía con una danza profesional, exquisita de ver, el calor y
el sudor esparcidos por la habitación, quemando como un químico a todos
quienes sus pecados no lograron conseguir. Una risa aguda y su piel de
tono cambió, mordió su labio, y el niño me advirtió: —¡Corre, corre!
Extendiendo sus palabras.
—¡Es hora de comer!
Pero ya no podía moverme, cerré y abrí mis ojos y cuatro paredes
gigantes de vidrio me cerraban el camino.
—¿Qué paso luego?
—¡Para, para! ¡Me ahogo, que me ahogo, deja de llenar el tanque, deja
de llenarlo!

26
Nada más real que un grito

Mi respiración se está acabando, no sé si mi cuerpo es el que está


muriendo, o solo es mi imaginación.
—¿Y se te acercó?
—Y se me acercó. El pecado de un pez por ahogar a su hijo.
Con sus manos apretó mi cuello, mi voz ronca trató de hablarle y mi
memoria hizo presencia de ese hombre.
—Yo vivía aquí con mi hermosa esposa, pero tiempo después lo
perdimos, y nunca pude terminar aquella melodía que le compuse a esa
hermosa criatura.
Entre las burbujas la mujer lo vio, y de su rostro lágrimas salieron.
Aclarando mi vista, diez puñaladas tenía ese hombre, y su esposa
doblando a la mitad su cuerpo. Giró su cabeza por completo y tocó la mía.
Vi el recuerdo de sus ojos, no soportar el ahogo en la pecera grande de su
hijo de diez años, y el asesinato a su propio esposo tocando el piano.
—¡Por qué lo hice, por qué! Tomé una silla y le di quince golpes a la
pecera, de pronto el lugar se volvió frío y una sombra detrás de mí
apareció, me tapó la boca y me tiró a la pecera, pero nunca vi a nadie, solo
vi llover sangre muy clara adentro de la casa.
—¿Y el niño?
Cuando desperté, estaba en la pecera muerta, y el niño a mi lado estaba
sentado.
—¿Entonces no pudiste escapar?
—No, pero lo volveré a intentar.
Estaba alimentando a los peces, mi mamá estaba cerca hablando por
celular, no se dio cuenta de que estaba allí y tropezó con la escalera
haciéndola caer. Nunca me vio, y yo caí al fondo sin saber nadar. Después
de un rato me vi a mí mismo, y mi madre con las manos manchadas de
sangre golpeaba con una silla la pecera. Al final solo la abrace, pero ya no
estaba.
—¿Si logras salir con éxito, nos llevarás contigo?
—Si logro salir con éxito, todos serán libres y podrán alcanzar la luz.
—¡Mira! ¿Qué es eso en el fondo de la pecera?

27
Nada más real que un grito

—Parece un cuaderno.
—¡No! Mira, creo que es un diario.
—¿Qué hace un diario tirado allí?
—Tal vez sea de él.

El diario de Ana Luz


—Es el diario de Ana luz.
—¿Quién es ella?
—¿Nunca la has visto?
Una música de fondo para niños empezaba a sonar, el ambiente se
volvió pesado, y de pronto todo el lugar se convirtió en azul hielo.
—¿Dónde estamos?
Los latidos de un corazón empezaron a retumbar, acelerándose
velozmente, una mujer aparece en frente de mí. —¡No lo leas por favor!
—¡Léelo, léelo! Una voz gruesa suena.
—¡Léelo, léelo!
—No lo leas por favor, no lo leas por favor.
—¡Ya!
¡Miau, miau! Un gato maúlla, ya no puedes escapar, ahora es tu turno
de morir. ¡Ya basta!
—Ábrelo, ábrelo. Lo miraba y él me veía, ella nos veía con una cara larga
desesperada.
Él insistía: —Ábrelo, ábrelo, ábrelo.
—Por favor no lo abras.
—¡Cállate!
Una presencia más nos acompañaba. —¡No! Se la llevó a rastras.
—Ábrelo, ábrelo, ábrelo, ¡que lo abras maldita sea!

28
Nada más real que un grito

14 de febrero, 1945
Querido diario, te odio.
—¿Por qué me odias?
—Yo no quería hacerlo, tú dijiste que no pasaría nada, que solo era un
juego y ahora está muerto.
—Pero no fue culpa mía.
—¡Pero si mía!
—Te equivocas, fue culpa de él.
—¿Por qué?
—Por no creer en ti.
—Tienes razón fue culpa de él.

27 de febrero, 1945
Querido diario.
—¿Sí? ¿Por qué me siento así?
—¿Así cómo?
—Ida, como si ya no quisiera estar más aquí. Me siento vacía y no sé
qué sentir ya.
—Tranquila, ¿quieres ser feliz verdad?
—¿Sí?
—Solo falta muy poco, ¿puedes esperar?
—Tú sabes que sí, eres mi mejor amigo.
—Mira atrás de ti.
—Mamá, ¿qué haces aquí?
—¡Hija, suelta ese diario!
—¿Por qué?
—No es bueno que estés pegada a él todo el tiempo, dámelo.
—¿Por qué me lo quieres quitar?, es lo único que tengo.

29
Nada más real que un grito

—Nos tienes a nosotros, cariño.


—¡No! ¡Dámelo!
—¡No! ¡Dámelo, cariño!
—¡No, déjame en paz! ¿Qué haces? Déjalo, no lo toques, no lo toques
déjamelo, madre.
—¡Te he dicho que lo sueltes ahora Ana, no me hagas enojar!
—¿Eh? ¿Qué es eso?
La puerta se cerró, una nota grave sonó del piano y una voz susurro al
oído: —Mátala. Mátala. Mátala, mátala, mátala, mátala, mátala, mátala.
—¿Quién está ahí?
Agarra el cuchillo que está debajo de tu almohada, si quieres la felicidad
mátala a ella, solo está privándote de tu felicidad y por eso quiere
quitarme de tu vida. Hazlo ahora, hazlo de una vez.
—Abran la puerta, quien quiera que esté ahí, ábrala, yo no estoy
jugando, ábrala.
Los bombillos se apagaban y prendían, la alarmar se soltó y un ruido
intenso asfixiaba los oídos. Entre el pánico lloraba, tomando sus manos
las apretaba de desesperación. Todo paró. Agitada creyendo que todo
había acabado, explotaron las lámparas de toda la casa. Una canción de
cuna se esparcía por el lugar.
—Cariño, escóndete en tu armario.
La puerta se abre, ella sin pensarlo la hala veloz, pero no hay nadie,
mira hacia los lados confirmando que ya pasó todo, aunque el lugar ya
destrozado, una calma momentánea aparece en ella, y regresa en
búsqueda de su hija.
—Cariño, ya puedes salir.
—¿Mama, te puedo abrazar?
—Sí. Sí, ven hermosa ya todo pasó.
Las dos se dan un cálido abrazo, y una risa zumba sobre el oído de la
madre, la música de cuna desafina apagándose.
—¡Ah! Y un grito de ella se escucha soltando un último aliento…

30
Nada más real que un grito

—¿Por qué, cariño?


—¿Mama? ¿Mama? ¿Mama?
—¡Oh! ¡No! ¿Qué he hecho? ¿Yo hice todo esto?
Nada más que el llanto quedó…
—¿Y la niña que hizo después?
La presencia que me obligaba a leer el diario se alejó.
Y ella seguía frente a mí.
—¿Por qué la mataste? ¿Cómo? ¿Por qué la mataste?
Él me obligo a hacerlo.

1 de abril, 1945
Querido diario.
Ya no estás conmigo, ahora la señora que nos permitió vivir con nosotros
es quien me cuida, pero me causa mucho miedo, hay algo en su habitación
que no me permite ver.

10 de abril, 1946
Querido diario.
Ya no lo soporto más, por favor aparece, por qué me abandonas cuando
más te necesito, ya no puedo alejarme de ti, vuelve por favor, te lo pido
vuelve por favor.

—¿Ana?
—¿Sí?
—Tengo que salir urgentemente. ¿Podrías cuidar de mi bebé?
—Claro que sí, señora. ¿Dónde está él?
—En mi habitación, es muy delicado así que no lo molestes.
—Sí señora, no hay problema.

31
Nada más real que un grito

—¡Ah! Una última cosa, si no alcanzo a llegar hoy, a las tres de la


mañana, llévale un vaso de agua al bebé, no te preocupes por nada más,
¿de acuerdo?
—Claro que sí, no hay problema.
Se acerca la hora, siento mucho miedo, pero tengo que hacerlo. Mientras
daba cada paso, el suelo de madera del segundo piso rechinaba, intentaba
caminar lo más despacio posible, pero fue como si me acercaran la puerta
de la alcoba, solo parpadeé una vez y ya estaba en frente de ella. Intenté
prender las luces del pasillo, estas nunca prendieron. Al abrir la puerta,
todo permanecía aún más oscuro, de pronto unas velas se encendieron
dando una luz cálida a la habitación.
—¿Por fin has llegado?
—¿Quién es?
—¿Ya no me recuerdas, pero si no ha pasado un mes?
—¿Eres tú, diario?
—Claro que sí. Pero no soy un diario, acércate más y ve por ti misma.
Al estar cerca, me llevé la sorpresa más grande del mundo, pues como
en un altar un ataúd estaba allí, y dentro los huesos restantes de un
bebé…
No pude hablar, aunque lo intentara, no salió ninguna palabra más de
mi boca.
—Gracias por traerme el agua, sin esta no puedo estar aquí mucho
tiempo.
—¿Esa es su debilidad?
—En realidad, sí, pero no es tan sencillo.
—¿Por qué?
—Tienes que deshacerte de mí. Te queda poco tiempo, una vez tu cuerpo
alcance la pudrición será demasiado tarde.
—¿Cuánto me queda?
—Tal vez dos días más, tu alma se está acostumbrando a este entorno
al que solemos vivir.

32
Nada más real que un grito

—Si quieres ser verdaderamente el primero, no será nada sencillo


escapar, aunque te ayudemos, siempre tendrá una ventaja.
—¿Y cuál es esa ventaja?
—Tendrás que hablarlo personalmente con ella…
—Pero antes de buscarla, ¿cómo pudiste superar a tu madre tan rápido?
—Es que... yo ya estaba muerta. Fui yo quien quise que estuviera
conmigo.
—¿Y está contigo?
—Lo había olvidado, pero ahora gracias a ti, sí lo está…
—¿Cómo llego a ella?

14 de julio, 50 años atrás


Nuevamente miro el espejo, al darme cuenta, ya no está el niño. Ya no
está el hombre del piano. Ya no está la pecera. Ya no está el diario. Ya no
hay nadie más que él y me espera por llegar a ella. ¿Quién será?
Uno, dos, tres. Uno, dos, tres. Uno…
—¿Disculpa, tú sabes quién es ella?
Una risa se intensificó y de inmediato señaló al sótano.
Uno, dos, tres. Uno, dos, tres… el juego continuó.
De nuevo, una puerta más rechinando, al fondo una silla
balanceándose, unas voces desde abajo pidiendo ayuda y al frente se
escuchaba la llovizna de un pasado atroz. Ahí estaba ella…
—¿Quién era ella?
Me sorprendí, pensaba estar imaginando, pero en esta paradoja todo
pasaba sin cesar.
—¿Cómo así?
—Era la anciana, de la que siempre hablábamos y a la cual todos tenían
miedo…
—¿Entonces, sí murió, o estaba viva?

33
Nada más real que un grito

—Entonces empezó a hablar. Y todo por lo que pasamos se redujo a una


vuelta al pasado.
Toda mi vida me dediqué a mi trabajo, tuve una vida normal, y lo conocí
a él inesperadamente. Me enamoré, poco después estaba esperando un
hermoso bebé, él siempre fue muy serio conmigo, pero me amaba y
consentía casi a diario. Un mes antes de tenerlo, compramos una hermosa
casa, con un hermoso jardín trasero. Al tener a mi amado bebé, tuvo
complicaciones, me recuperé, y él seguía en una incubadora, conectado a
muchos tubos y cables que le hacían un seguimiento de su salud.
—¿Qué pasó después?
A los tres meses murió… Una fiebre amarilla acabó con la vida de mi
pequeño, y para terminar con una depresión imposible de superar, mi
querido esposo se suicidó ese mismo día al enterarse…
Lo tome en mis brazos, y me fui corriendo, lo recuerdo muy bien, ya que
ese día llovió como nunca, pero luego me habló cuando llegué a la casa, él
volvió a vivir como si fuese un milagro, mi pequeño volvía a vivir con una
inmensa sonrisa en su rostro. Los días pasaron y olvidaba la tragedia,
tiempo después dejaba al cuidado de mi bebé a unos inquilinos mientras
yo trabajaba, al pensionarme, me dediqué al cuidado completo de él y así
seguí hasta ahora. Extrañamente todos los que vivieron aquí fueron
muriendo uno por uno, y volvían a la vida, algo que nunca pude entender.
Un enorme frío pasó por todo mi cuerpo, haciéndome dudar si de verdad
estaba en mi cuerpo o no y si fuera así, ¿de quién es el cuerpo apuntillado
a la pared de las manos?
—¿Por qué siempre tiene que llevarle el agua a su bebé a las tres de la
mañana?
—¿Señora? ¿Señora?
Al acercarme más a la silla, no había nadie. Una sombra se deslizó por
el suelo, un sonido agudo de un violín disminuía el tamaño del sótano, la
sombra se hacía más y más grande. En un momento, acurrucado, sentí
una presión en mi cuello, y al alzar la mirada.
—No lo soporto más, por qué tenía que morir, por qué…
—Vi el momento en el que se colgó…

34
Nada más real que un grito

La sombra se alejó y frente a mí apareció el ataúd grande…

Todo llega a su fin


En ese momento sabía qué hacer. Me paré, me acerqué al ataúd y vi lo
que tenía que ver, recorrí toda la casa, logré cortar el agua, busqué dos
bolsas, y tomé el vaso de agua y busqué dos más.
Me dirigí al cuerpo apuntillado, todavía de día, seguía aprovechando mi
tiempo. Las manos seguían sangrando, llené los vasos de esa sangre. Y
fui directo al ataúd grande, tomé los huesos que se encontraban allí y los
metí en la bolsa.
Fui habitación por habitación, hasta reunirlos a todos. Una
concentración de energía se sumergía por toda la casa, llegamos al espejo
y les dije:
—Quiero que me escuchen bien. Queda poco tiempo antes de las tres.
En el momento en que él grite, aparecerá el perro guardián al frente del
espejo. Van a esperar que se acerque, todos tendrán que cogerlo y van a
verter este vaso de sangre en él.
—¿Por qué sangre?
—Ya lo verán…
Me impacientaba demasiado, ya que esta vez el tiempo pasaba más
lento.
Once en punto, el reloj sonó. Doce en punto, el reloj sonó. Una en punto,
el reloj sonó. Dos en punto, el reloj sonó… Tres en punto, todos los relojes
pararon de sonar. Todo quedó en silencio y, al despertar de su sueño, el
vaso de agua no estaba. Un grito irritante se pronunció en los oídos de
todos y el perro guardián apareció. Mientras el perro se acercaba a ellos,
yo me acercaba a él.
—¿Dónde está mi agua, mocoso? ¡Te he dicho demonios de veces que
debes traérmela, de lo contrario!
—Discúlpeme, ya estaba por entrar. Nunca quitó su mirada de la mía,
así que no podía hacer movimientos bruscos que me delataran, le

35
Nada más real que un grito

entregué el agua y sin ningún problema fue la primera vez que lo vi


tomársela.
Unos chillidos desesperantes retumbaban la casa, él alzo la mirada.
—¿Qué le hacen a mi guardián?!
Se abalanzó hasta mí rápidamente, ahorcándome, pero como agua
bendita el fuego, que una vez me protegió, empezaba a quemarlo a él y, a
la vez, a su perro guardián. Me apresuré a bajar y esa mujer que lo
protegía para que no saliera del espejo. Del espejo, apareció.
—Has sido muy astuto, gracias, yo era el perro guardián… y
desapareció…
Los gritos no cesaban, la casa temblaba de dolor y una luz a través del
espejo apareció.
—Ahora ya pueden irse a descansar, ya no más sufrimiento, ya no más
lágrimas, pueden ir hacia su libertad.
Así, todos a los que alguna vez atrapó la casa, y en especial él,
caminaron hacia la luz, como si fueran estrellas recibidas por sus seres
queridos traspasaron el espejo, logrando salir de su sufrimiento del que
alguna vez fueron atrapados…
La casa empezaba a quejarse, todos los objetos se estrellaban
rompiéndose con los muros, los relojes retrocedían sus manijas,
devolviendo el tiempo que se perdió una vez, y los gritos desesperados
desaparecían. Ahora solo quedaba uno solo, y una última cosa por hacer…
—¡No! ¡No! ¡Me quemo!
Con el amanecer encima, corría nuevamente dirigiéndome hasta el
ataúd pequeño. En la otra bolsa eché rápido los huesos, y los de la otra
bolsa los metí en el pequeño, y los que estaban en el ataúd pequeño en el
grande.
—¿Por qué hiciste eso?
Los huesos del bebé estaban en el ataúd grande, así que los intercambié
mientras que la sombra tenebrosa se desasía, poco a poco la casa mantuvo
la calma y la anciana se acercó, me miró y lloró.
—¡Mi bebe murió! ¡Mi bebe murió!

36
Nada más real que un grito

La sombra pronto desapareció, y un reflejo en los ojos de la anciana


miré.
—¿Quién eres tú?
—Soy yo, amor, tu esposo.
Y me miró. Una vez la conocí, me enamoré perdidamente de ella, nos
casamos y tuvimos un hermoso hijo, pero al poco tiempo él murió y, al
mismo tiempo, no pude soportar el dolor que emanaba de mi cuerpo y me
ahorqué con la esperanza de dar mi vida para que él viviera. Pero todo el
tiempo fui yo quien nunca quiso separarse de ella. Consumido por la
tristeza y el dolor, una sombra sedienta y extraña se apoderó de mi ser.
—Ahora pueden irse, ya no hay nada que perder, ya no hay nada que
llorar, tan solo ese descanso que tanto han anhelado.
Los dos me observaron, luego se alejaron sin mover un solo dedo,
desapareciendo. Al mirar al espejo, ya no vi a nadie más que los dos
ataúdes.
—¿Y el último vaso de sangre?
Atravesé el espejo y eché el último vaso de sangre encima de él. Este se
fue deshaciendo en cenizas, por primera vez en mucho tiempo sentí paz.
Al salir de la casa algo sucedió.
—¿Qué sucedió?
—Escuché pasar a un par de jóvenes.
—¿Has escuchado la historia de dos adolescentes que quedaron
atrapados en esta casa?
—¡Sí! Dicen que quedaron atrapados por un incendio, y nunca más
volvieron a salir, murieron allí adentro…
Entonces comprendí que todo el tiempo estuve afuera, y solo entré en
dos ocasiones. La luz apareció en ellos, pero nunca en mí, y aquella vez
cuando entraste lo que empujé, en realidad, fue a tu alma, tu cuerpo
quedó afuera mientras llegaba la ambulancia…
—Yo ya no puedo salir, pero tal vez tú sí, querido amigo, ahora solo nos
queda acabar con el otro demonio.
—¿Otro demonio?

37
Nada más real que un grito

—Sí, el que se oculta en el ataúd del bebé.


—Entonces el verdadero haz era ese bebé.
—¡Sh!, no hables tan duro, puede escucharnos.
—Ahora tenemos que llevarle el agua.
—Hermanitos, nunca se alejen de mí…

38
Nada más real que un grito

Relato de medianoche

Por Camilo Madrid

31 de octubre de 1998
Cuando salí de ese horrible reclusorio, una especie de hospital mental con
el alma de una cárcel llena de pseudopsicópatas y drogadictos, el reloj
marcaba las 10:00 p.m. No sé por qué mi salida había sido programada
para ese horario tan particular, puesto que siempre observé que la
mayoría de gente se iba de ese horrible lugar cuando el sol aún era visible.
Bajé a pie la vereda entre los árboles y las ramas, parecía que ese lugar
fue construido para que, quien lograse escapar, se perdiera en la infinidad
del verde atardecido y para que, quien quisiese encontrarlo, muriera loco
haciéndolo. Su estructura se veía algo contemporánea, aunque
conservaba en su interior el aire de una casona antigua del siglo pasado.
Un señor que siempre rondaba la finca pero que nunca sabíamos de dónde
aparecía, ni dónde vivía, aseguraba que esta tenía 200 años de
construida, con algunas modificaciones y arreglos, pero su esencia llevaba
ahí mucho más de lo que nosotros imaginábamos. Las rejas eran azules
y creo que su fachada trataba de hacer alusión a unos tales ángeles, pero
en realidad en su interior habitaba el demonio. Era una casa helada de
tres pisos: el tercero era una especie de mansarda improvisada pero
firme, de madera dura, probablemente roble y nogal. En las noches crujía,
y las escaleras parecían ser pisoteadas con una ira incontrolable, allí
habitaban las mujeres, las cuales se distribuían en 2 habitaciones con
espacio para 8 personas.
Por nuestra parte, habitábamos en el segundo piso, sin contacto con
ninguna mujer, solo dados a la masturbación idealizada de poder tocar la
cintura de alguna de ellas o, por lo menos, sentir la humedad de su gemir
después de tantos años añorando la libertad.
¡Menos mal que abandoné ese horrible lugar!

39
Nada más real que un grito

Descendí calculando desconcentrado la mitad de la trocha que aún


tenía que pasar por la vereda a tumbos entre rocas y pasto. La luna
iluminaba a tientas entre los árboles. El camino que se perdía entre la
bruma. Una hora después de haber salido el camino se tornó confuso, no
sabía orientarme y donde quiera que me movía observaba árboles
totalmente similares por los que ya había pasado. Escuché unos silbidos,
mi oído se agudizó al punto de distinguir entre los insectos, una ribera
lejana y la respiración de alguien. Corrí inmediatamente, y encontré
refugio en un pequeño techo que abrigaba una banca vieja de madera
rota. La bruma se extendía por el bosque.
Recordé que hace unos años estando en Gómez Plata, un anciano del
pueblo me contó la historia de una bruja que siempre hacía círculos en su
camino. Era él un hombre de edad avanzada, aunque bien conservado, un
hombre que definitivamente había perdido el miedo a las historias de
fantasmas y aún más ¡a la muerte misma! Aseguraba que todos los días
se levantaba a las 3:00 a.m. para salir a trabajar la tierra. Le pregunté si
era necesario salir tan temprano o cuál era su verdadero propósito de
salir cuando aún no era visible el sol. A lo que él me respondió que así
debía ser, puesto que la bruja siempre hacía perder su camino durante
largas horas. Sin embargo, un día, encontró a una gitana que iba de paso
y se dirigía hacia altas tierras. La gitana le dijo que se levantase una hora
más temprano, en lo que reflexioné que el mito de la puntualidad de las
brujas era cierto, que llegase al bosque y dibujara un pentáculo con sal y
justo a la hora en que la bruja siempre hacía perder su camino, la invitara
a pasar al círculo. Así su energía se vería obligada a mantenerse dentro
del símbolo geomántico. No sabría decir qué sucedió después, pero estoy
seguro de que aquel anciano logró su cometido.
Esperé bajo el entablado unos minutos, cuando observé que alguien
subía por el rocoso camino, me percaté de que era un compañero que fue
dejado en libertad el fin de semana pasado. A pesar de eso, había llegado
el rumor al centro de rehabilitación que al segundo día de haber salido
Breiner, fue a la tienda y jamás volvió. Llevaba una bolsa negra de
basura, no tenía zapatos y la camisa que vestía estaba rasgada al parecer
por las ramas del agresivo bosque.

40
Nada más real que un grito

—¡Breiner! Su mirada perdida me indicó que algo no estaba bien, se


veía desorientado, flaco y alucinado.
—¿Camilo? ¿También estás aquí?
—Hace una semana saliste, ¿por qué volviste?
—¿Salí? Nunca me he ido y creo que nunca me iré, una vez el camino te
absorbe no hay cómo marcharse.
No dijo nada más, me ignoró entre un hondo suspiro y siguió caminando
en dirección al centro de rehabilitación.
No entendí muy bien lo que me dijo en ese instante. Me senté atónito
mirando el reloj esperando que amaneciera para poder continuar el
descenso hasta la carretera, pero para impresión mía observé que eran
las 11:30 p.m. Decidí seguir el camino, mi linterna empezaba a titilar
exigiendo más baterías. Llegué a una pequeña casa abandonada con las
paredes llenas de grafitis, parecía más bien un antro donde el sexo y las
drogas fueron el ritual más celebrado dentro de sus paredes, di una vuelta
por fuera de la casa sin éxito de encontrar a alguien. Me dispuse a seguir
el camino y, al rato de errar un poco por el onírico bosque, encontré
inesperadamente al señor que siempre rondaba la finca en la entrada de
una pequeña casa de aspecto humilde pero bonita y acogedora.
—Sumercé, ¿qué hace por estos lares tan solitarios, no debería estar en
la jinca?
—No, no —contesté con desconfianza—. Ya he quedado en libertad,
estoy buscando hace un buen rato ya la carretera, ¿sabe dónde puedo
encontrarla?
—Ay mijito, eso sí que es un problema, espere mejor que amanezca —
respondió con una notoria inseguridad.
En lo que para mí pudieron ser 3 horas, para el reloj solo fueron 30
minutos más. Algo jodidamente extraño sucede acá, reflexioné para mis
adentros. La alarma de mi reloj sonó, el reloj marcó la medianoche.
—Váyase ya sumercé —dijo el señor con gran desespero—¡Váyase!
Sin embargo, sin poder controlar mi cuerpo me quedé ahí petrificado sin
saber adónde ir, sin saber qué hacer, sin saber qué decir. Estando tan
cerca de aquel hombre que siempre rondaba la finca pude leer más sus

41
Nada más real que un grito

facciones, tenía el cabello largo, le faltaban dos dientes y sus ojos eran
tan grises como el invierno matinal de enero.
De repente, aquel hombre flaco y cansado, con la misma mirada de
Breiner entró a la pequeña casa, tomó una pala que estaba recostada al
lado izquierdo de una puerta rota como por un hacha. Cavó una tumba,
dispuso de una pistola Walther P38, sabrá Dios de dónde habrá sacado
un arma alemana de la Segunda Guerra Mundial, y en el último instante
me miró fijamente y susurró: —No dejes que ella te atrape, corre lejos,
corre muy muy lejos antes de que amanezca. Y solo fue el fogonazo de
aquella vieja pistola y el estruendo de su cuerpo cayendo en la tumba que
él mismo había cavado, lo que me hizo reaccionar ante tan distópica
escena. Giré mi cuerpo para huir, pero me encontré de nuevo su rostro
pálido y gris ¡Estaba vivo!
—¿Cómo es posible?
Me desplomé inmediatamente sin poder reaccionar. Cuando abrí los
ojos, me di cuenta de que estaba dentro de la casa. Sus paredes eran
cálidas de un tono amarillo cálido. En el centro había una pequeña sala
donde se ubicaba un tocadiscos antiguo y algunos cuadros de hombres con
armas, camuflados y machetes. Eran campesinos.
El hombre que rondaba la finca tomó un lápiz y dibujó un mapa en un
papel arrugado.
—Antes de que salga el sol debes estar fuera de la entrada de la vereda
—afirmó con el tono más tranquilo que pudiese tener alguien que había
acabado de morir.
—¿Cómo es que aún estás vivo? —pregunté con un nudo en la garganta
que por poco no me deja dar coherencia a la pregunta.
—En realidad yo no podría afirmar si estoy vivo o muerto. Verás, hace
muchos años estoy atrapado en un bucle del cual no hay salida, todos lo
estamos algunos en bucles temporales más cortos o longevos.
—¿Un bucle, de qué me habla?
—Yo qué sabré, no soy físico cuántico, pero sé que todos los habitantes
de esta muerta montaña no son vivos ni muertos, condenados a un
divagar infinito en el espacio tiempo sin principio ni final. Todo por la

42
Nada más real que un grito

maldición de una bruja que cayó sobre esta vereda hace algunos años ya.
Una vez te extravías en el bosque, si no logras salir del laberinto quedas
atrapado en tu propio bucle para la eternidad.
Tomé el mapa repentinamente y salí corriendo mientras gotas de sudor
frío se deslizaban por mi rostro. Mientras descendía sentí que alguien
susurraba a mi oído, por lo que sentí que se me pusieron los pelos de
punta. Corrí tan rápido que no se durante cuánto tiempo lo hice, el tiempo
ahora había transcurrido sumamente rápido, cada vez más sentía la voz
de una mujer en mis oídos, una voz desagradable pero hipnótica. Recordé
de nuevo la historia del anciano de Gómez Plata, por suerte llevaba un
pequeño cuchillo que conservaba de los años de la guerra y corté mi mano.
Dibujé un pentáculo de sangre, a lo que cada vez más escuchaba esa
horrible voz en la cabeza. Divisé una sombra que reposaba sobre una
rígida rama. Sus ojos eran un par de lentes lucífugos que brillaban en
medio de la oscuridad de su silueta.
—¡Te invito a pasar a mi círculo! —dije con voz temblorosa.
Incliné la cabeza para mirar de nuevo sus ojos, pero al percatarme ya
se encontraba dentro del círculo, ¿qué más se supone que haría?
Tomó mi cuello con una mano, sus manos estaban sucias y resecas, tenía
una fuerza ininteligible y a distancia sentía el odio que emanaba de su
sórdido corazón. Al punto de quedar casi inconsciente dejó mi cuerpo
tirado contra un árbol anciano en medio del bosque. El alba asomaba a
pequeños vistazos, pero al parecer mi esfuerzo por mantenerla retenida
dentro del círculo de sangre había sido efectivo. Alguien bajó por la
vereda. Era Breiner. Traía la misma ropa con la que salió una semana
antes del centro de rehabilitación, estaba impecable, irradiaba una
alegría contagiosa. No se percató ni por un segundo de mi presencia y,
justo cuando iba descendiendo la vereda, resbaló con una roca y sufrió
una lesión grave en la espina dorsal que lo dejó inmóvil durante un par
de segundos, la bruja tomó su cuerpo dentro del círculo, arrancó su
corazón y lo ofreció al cielo, sabrá Dios implorando qué. El sol logró
alumbrar su rostro extasiado con la sangre del corazón de Breiner y me
quedé perplejo al ver que la bruja era la directora del centro de
rehabilitación. Calculé que aún me quedaban un par de minutos antes de
que se reiniciara el bucle. Escuché en la lejanía el sonido de los carros,

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Nada más real que un grito

corrí hacia la carretera mientras sentía los pasos de la bruja siguiéndome


y los quejidos de Breiner emanando sus últimos suspiros.
Llegué a un puente que cruzaba la carretera y un relámpago
estruendoso me despertó. Miré el reloj y eran las 10:00 p.m. Uno de los
funcionarios me avisó que había terminado mi proceso y que me dejarían
en libertad. Ahora sabía por qué había sido programada mi salida a esa
hora. Hace mucho que me encontraba perdido en un bucle en el que no
existe la vida o la muerte, solo la horrible maldición de la bruja de la
montaña.

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Nada más real que un grito

Salsa de la noche

Por Carlos Romero

Son las 4:00 p. m. en la capital, siento como si hubiera dormido mil horas,
me siento mareado y con una fuerte jaqueca, hace sol, pero se siente frío;
así recuerdo cómo era el agua con la que ella se duchaba. ¡Jum! Se
empañaban los vidrios del apartamento, recuerdo sus cantos, sus
gemidos, sus gritos…
¡Ring! Contesté:
—¡Aló!
—Hola mi amor, ¿qué haces?
—Hola, ¿quién habla?…
—Soy yo Singer, tu novia…
—¡Mm!
—Luck, a ver… ¿volviste a fumar?
—Oye, lo siento, le respondí, estaba trabajando y de repente me quedé
dormido, acabo de despertar, pero no recuerdo nada de anoche…
—Amor, me dijiste que saliste con Marlb y Capri, que iban por unas
copas, me escribiste hasta las 10:00 p.m.
—¡Mm! Sí recuerdo hasta que salimos del bar, pero no sé cómo llegué a
casa; y recuerdo que me estaba duchando, hasta que me resbalé…
—¿Cómo así? ¿Qué paso? ¿Estás bien?
—Sí, eso creo…
Empecé a caminar por el apartamento, y encontré mi ropa
ensangrentada.
—Singer, amor, tengo que colgar…
—¿Cómo así? ¿Por qué? ¿Al fin nos vemos para cenar? Me dijiste que
iríamos a ese restaurante nuevo…

45
Nada más real que un grito

—Sí, amor nos vemos esta noche en el portal.


—Ok, besos.
Llevamos solo dos meses saliendo… y ya me pide explicaciones…
Bueno, «¿qué paso ayer?» me pregunté. ¿Tuvimos alguna pelea? ¿Se me
vino la sangre? ¡Ja, ja, ja! ¡Sí! Thila, la chica que me presentó Marlb, sí
que estaba pasada. Bueno, recuerdo que salimos con mis amigos, fuimos
por unos shots, a mitad de la noche Marlb habló con dos chicas y Capri se
fue… ¡Jim! La que estuvo conmigo sí que estaba bella, y tenía unas…
«¡Carajo! Otra vez lo volví a hacer»
En ese momento lo recordé… me aterraba el hecho de lo ocurrido, y no
poder explicarlo, inmediatamente no tuve más remedio que salir de mi
propio apartamento. De repente aparezco junto a ella, junto a mi esposa,
es ese momento en el que haces las cosas por inercia, sin razón, es tanto
que no recordaba cómo llegué allí, pero luego de caminar un poco más y
pensar, recordé que ella me llamó en la tarde para vernos.
Ese frío no se iba, ella me hablaba de su trabajo yo solo la escuchaba, a
ella le fascinaba que no dijera una palabra, solo quería desahogarse todos
los días conmigo, yo le prestaba atención, pero también era agotador, a
veces me daban ganas de gritar, salir corriendo, en ocasiones no la quería
escuchar, solo quería silencio, solo quería sacarle la lengua y cortarla. ¡Ja,
ja, ja!
¡Uy! A veces mis pensamientos son bárbaros…
—Oye, vamos rápido —dijo ella—, vamos que es el parque que no te
gusta.
Alguna vez le conté a ella que, cuando era pequeño, jugábamos con mis
amigos en esa rueda, sí, esa rueda que da vueltas mientras otro niño la
impulsa, allí paramos porque la rueda se frenó de un momento a otro, uno
de mis amigos salió por el aire y se rompió la cabeza, le salía mucha
sangre, vi cuando se le abrió el cráneo, su cuero cabelludo abierto
ensangrentado, no sé por qué me gustó, me causó curiosidad… ¡Mm!
Tengo un recuerdo de él, al momento de golpear la cabeza con el suelo,
sonó como cuando rompes un huevo, pero diez veces más fuerte, él gritaba
de dolor… Claro, era un niño de nueve años. Mi mamá al ver eso, me cogió
de la mano yo solo pensaba en por qué la rueda se detuvo y lo curiosa que

46
Nada más real que un grito

se veía su cabeza… Luego de unos metros de distancia volteé a mirar la


rueda y vi a una señora muy muy grande, no tanto de altura, pero sí de
volumen, fea, de poco cabello, liso y grasoso, estaba desnuda, su piel se
veía verdosa, húmeda, yo no entendía qué hacía allí, sus dientes
amarillos, ojos pequeños, sucios, con lagañas, parecía como si no se
bañara en meses. ¡Qué asco! Se sentía un hedor de queso descompuesto
como a basura, luego de dejarla en la misma caneca por años, con carne
descompuesta, luego, ella volteó la cabeza y se le descolgó del cuello, pero
no se le cayó, vi cuando se bajó de la rueda, sus extremidades se
dislocaron, realmente sonó, sonó como cuando le tuercen el cuello a una
gallina para matarla o como cuando muerdes los huesos del pollo… yo
empecé a gritar y cuando ella escuchó, solo empezó a perseguirnos, veía
cómo corría a cuatro patas, con sus brazos y piernas casi que colgando,
gritando; le salía baba de la boca, se notaba hambrienta, pero cuando
llegó a nosotros… yo cerré mis ojos, se detuvo y sentí ese olor tan
nauseabundo, un olor a podrido y putrefacción… sentí que me agarró una
pierna, pero cuando abrí los ojos ya no estaba… me encontraba en mi
habitación húmedo de tanto sudar, pero me dolía la pierna.
La versión de mi mamá fue que yo salí corriendo luego de que ella me
agarró, yo me solté y empecé a correr como loco, tanto así, que me partí
la pierna y me desmayé de un momento a otro.
Yo sé lo que vi, pero nadie me creyó.
Pasamos el parque cuando me preguntó si tenía frío, en realidad, me
sentía muy sofocado. Caminamos y sentía una brisa en la nuca, lo curioso
es que era acompañada de un silbido, le pregunté a ella si escuchaba lo
mismo, pero me dijo que no… que no escuchaba ningún silbido, solo el
estómago que le gruñía del hambre… pero algo raro ocurrió, mientras
caminaba, sentía que algo me llevaba al restaurante, no solo el hambre,
yo quería estar allí, solo pensaba en ello, de repente sus pasos se volvieron
como martillazos en mi cabeza, y no paraba de hablar de su trabajo, como
si fuera lo único que importara, quería gritarle: «¡Hey! ¡Reacciona! Todos
tenemos vida, todos queremos también contar cosas, no solo tu trabajo y
tú importan. ¡Cállate!» Bueno, supongo que es bueno que sean solo
pensamientos.

47
Nada más real que un grito

Llegamos al restaurante, un lugar muy cálido, tanto su atención como


su comida.
—Buenas noches —dijo el camarero— ¿Qué desean cenar?
Sentí como si ya lo conociera. Mi novia le pidió la carta y noté que le
extrañaba el menú, yo le eché un vistazo y lo entendía todo… como
hounter meet, sabía que era un pedazo de carne, ya sea de venado pato o
conejo con una especie de salsa en jäger… sé que era Jack, el
destripatripas, que es el intestino de la res en una salsa de Daniels honey,
sé que floyd en salsa de la casa es carne de cerdo bañado en su misma
sangre con un toque hierbas finas, pero eso era lo que decía la carta, muy
en el fondo sabía que era una fachada… mi novia ordenó Hunted hunter
me causó gracia, pero no dije nada, era algo distraída para el inglés.
—Con mucho gusto señorita —respondió el mozo—. Le traeré una
receta exquisita que el chef hace una semana está probando, ha gustado
mucho, es de maravilla, es una carne que no está a término medio ni tres
cuartos, le fascinará—. —¿El joven qué desea?
—Por favor un floyd en salsa de la casa.
—Exquisita elección, caballero. Enseguida vuelvo.
Hablamos de su trabajo y pensé: «Otra vez trabajo, ¿no hay otra
conversación?»
Hasta que por fin llegó la cena, con una cara muy pícara el mozo dijo:
—Buen provecho, caballero.
Le di el primer corte y, en realidad, estaba deliciosa, solo me di cuenta
cuando terminé y de inmediato pedí otra… y así hasta comer seis cortes,
mi novia se sorprendió, pero no le prestó atención. Cuando terminamos,
al pagar la cuenta, ella vio algo por el vidrio de la cocina...
—¿Qué pasó?
—Me pareció ver un detalle en la cocina que me llamó la atención, es
como a prueba de sonido.
—¿En serio? Si quieres vamos, yo conozco al chef...
—¡Uy! Me gustaría, de paso le pregunto al chef el secreto de esa carne
para mis papás, pues tiene una receta fenomenal.

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Nada más real que un grito

El mozo escuchó nuestra conversación, y le sugirió:


—Señorita, disculpe mi atrevimiento, pero me fue difícil no escuchar lo
que habla con su compañero; sin embargo, nos agrada mucho que le haya
gustado nuestro menú, es más, le presento al chef y mientras le da las
gracias debería llamar a sus padres para que vengan, la casa invita por
mi atrevimiento.
—¿En serio? Dijo ella, así voy a dejar que me escuchen todo lo que hablo.
¡Ja, ja, ja!
Ella llamó a sus padres, pues esa noche los conocería, jamás los había
visto. Entramos a la cocina, y estaba el chef, quien le dio una calurosa
bienvenida a mi novia.
—¡Qué belleza lo que veo! —dijo el chef— Eres muy hermosa, qué ojos
qué cuerpo, qué muslos, tu vientre qué esbelto está... eres una cliente muy
hermosa, si algún día Luck te deja, ven a mí y te alimentare gratis, ¡ja,
ja, ja!
Todos reímos, pero a Singer obviamente no le gustó el comentario, él me
estrechó la mano y me dijo que gracias por venir. De inmediato me acordé
de la noche anterior... el mozo me pagó, y me dijo que me sentara en mi
silla, le sonreí y me senté a ver el espectáculo, mientras él esperaba a mis
suegros.
Una hermosa danza de despojo de ropa, giros, lágrimas y angustia.
Recordé sus baños en mi apartamento, esos que te conté en el inicio, ella
me miraba y me pedía ayuda, yo solo pensaba en el dinero que gané por
ella, mientras el chef y los otros cocineros, le cortaban sus brazos, le
arrancaban sus piernas, recordé lo que pasó anoche con Thila, ¡ja, ja, ja!
Una belleza exótica, pero cuando le cortaron el cuello, las dos chillaron
como cerdos, de ahí es que me gusta el floyd en salsa de la casa...
Algo curioso es que cada vez que traigo a alguien, siempre ordena
hounter hunted... siempre terminan siendo casados. Ojalá sea la
diferencia con Marlb y Capri, tengo una buena apuesta con el mozo. Pero
no te preocupes, solo ten cuidado con quien sales, tal vez yo sea tu novio,
tu amigo, quizás tu hermano. Recuerda: ¡Reacciona, todos tenemos vida!

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Nada más real que un grito

Aquella peculiar revista

Por Carmen María Bolaño Torres

Era una noche como cualquier otra cuando me dirigía a mi lecho de


descanso, lo recuerdo muy bien, como si hubiese sido ayer.
La habitación de la casa donde vivía en aquel entonces era pequeña,
tanto así, que mi hermana menor y yo compartíamos dicha habitación:
un camarote, un ventilador, un espejo y un pequeño escritorio que
contaba con una sola gaveta; encima suyo reposaba un florero con plumas
de pavo real, una vieja máquina de escribir que sagradamente después
de ser utilizada se le colocaba el seguro antideslizamiento del carro y,
posteriormente, se guardaba en un forro de cuero negro totalmente
lacrado, por último y no memos importante: una revista que contaba la
historia de una fallecida monja. Recuerdo que la peculiar revista me la
había prestado una cálida monjita en el asilo de ancianos que frecuentaba
en aquel tiempo con ánimos de convertirme en novicia.
Esa noche avanzaba, mientras yo sumida en el sueño descansaba
plácidamente, y hubiese podido seguir siendo así, si no fuese por ese
extraño sonido, acompañado del peso de la presencia que se acababa de
posar en mi lecho. En aquel momento desperté abruptamente tratando
de reincorporarme, e inmediatamente intenté ver qué era lo que había
sucedido, pero me fue imposible, puesto que la oscuridad lo invadía todo.
Luego de lo sucedido, aunque muy intrigada, traté de mantener la
calma; sin embargo, miles de pensamientos en cuestiones de segundos
revoloteaban en mi cabeza y, al tiempo que ahogaban mi voz, paralizaban
mi cuerpo, pues el peso misterioso que reposaba en mi cama se había
levantado de ella lentamente. Luego de unos minutos, empecé a escuchar
y a sentir lo afanosa que se encontraba aquella extraña presencia por
encontrar algo que yo ignoraba por completo, pues sonaban papeles que
revolvían, pasos que se desplazaban de un lugar a otro en la habitación
y, por momentos, se cansaba y volvía a reposar sentada en la piecera de
mi cama.

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Nada más real que un grito

Entumecida ya por completo del mismo pavor, pero tratando de buscar


explicaciones lógicas a lo que acontecía de momento en aquella basta y
cegadora oscuridad, como que tal vez era alguno de mis padres buscando
algún papel, o tal vez un ladrón, me fue invadiendo cada vez más y más
el miedo, ya que el pensamiento último resultaba por colocar nuestras
vidas en peligro.
Por momentos, sentía que aquella espeluznante e inexplicable
presencia se acercaba tanto a mi rostro, como buscando mi mirada, como
si presintiese de momento que yo estuviese despierta y atenta a lo que
hacía. Esos fueron tal vez los momentos más agobiantes de mi vida…
apretaba con tal fuerza los párpados de mis ojos por temor a que se
abriesen; de repente algo inesperado y espantoso sucedió, las teclas de la
máquina de escribir sonaron y la máquina corrió emitiendo el sonido del
timbre marginal que jamás hubiese imaginado resultase tan abrumador,
el sonido de la revista siendo revisada hoja por hoja. Inmediatamente mi
ritmo cardíaco se aceleró, pues no me quedaba duda de que aquella
extraña presencia no era la de un ser cálido y vivo; ella misma se había
encargado de hacérmelo saber. Se desplazó varias veces al rededor del
camarote e incluso llegó a subir las escaleras del mismo.
Mientras todo aquello acontecía, mi alma elevaba una oración por
piedad, pedía perdón por los pecados cometidos y temía por lo que pudiese
suceder aquella anoche, tal vez… era mi última noche. De tanto pánico
creo que no puede soportar y me desvanecí por completo.
Pronto llegó la mañana con su luz resplandeciente y alentadora que
despojaba la basta oscuridad con su llegada, pronto me reincorporé, todo
estaba normal, recorrí cada centímetro de la habitación con mi mirada y
todo estaba en orden. La revista en su lugar, la máquina de escribir
guardada y asegurada en su forro. Empecé a recordarlo todo y llegué a
pensar que había sido solo una pesadilla, hasta que decidí contar lo
sucedido, pero mi hermana solo lo confirmó todo.
Ese mismo día, absorta, regresé al asilo de ancianos con el propósito de
devolver dicha revista. Desde entonces mis noches han sido tranquilas,
pero dudo mucho de que suceda lo mismo en aquel asilo, en las noches de
basta oscuridad.

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Nada más real que un grito

El apartamento 502

Por Camilo Cartagena

I
Al verlos besándose aquella noche, tan apasionados, inmediatamente
supe que eran los indicados. Ella tenía cabello negro, le llegaba a la mitad
de la espalda, era delgada y con un cuerpo evidentemente trabajado en
un gimnasio; él, en cambio, era desgarbado, más alto que ella y sin
ninguna gracia para mi gusto, claramente no la merecía. No habían
venido juntos, los vi llegar por separado y en diferentes grupos de amigos,
después de varios tragos ella lo invitó a bailar y él aceptó (hasta malo
para ligar era), de ahí en adelante todo fue historia: besos, tragos, manos
que subían y bajaban al ritmo de la música, al parecer los tragos le
servían al señor pendejo para soltarse. A eso de las 12:30 lo vi susurrarle
algo al oído, ella sonrió y ambos salieron del lugar, los seguí a una
distancia prudente, no quería ser descubierto, no hoy que todo estaba
saliendo a pedir de boca. Caminaban de la mano y se besaban a cada
cuadra, bajo la luz de las lámparas pude ver un poco mejor sus rostros,
no creo que ninguno de los dos superara los 25 años, si todo salía como lo
esperaba, antes de finalizar la noche, podría corroborarlo.
Después de unos 15 minutos de camino y besos, giraron a la izquierda
y continuaron en línea recta, creía adivinar adónde me estaban llevando,
solo había un lugar que pudiera interesarles en aquella dirección, era
conocido como el Parque de los novios y era famoso por ofrecer la
oportunidad a estos de desfogar todos sus placeres cuando no tenían la
posibilidad de hacerlo con todas las de la ley en una habitación de motel.
Efectivamente llegamos al parque (ellos primero, como era de esperarse),
tomaron el sendero rodeado de árboles y continuaron caminando sin
soltarse de las manos. Yo no quise tomar el sendero, estaba demasiado
excitado y temía cometer una imprudencia que terminara por arruinar
todos mis planes y, por ende, mi tan añorada noche de miércoles. Me
adentré en los árboles de la derecha siguiendo de cerca el sendero y

52
Nada más real que un grito

pisando con mucho cuidado para evitar las hojas secas que pudieran
delatar mi presencia. A unos quinientos metros más adelante ellos
también se desviaron y entraron a los arbustos del lado derecho, no se
alejaron mucho del sendero, debieron pensar que no era necesario, no
parecía haber mucha gente por allí y claramente no se percataron del
viejo que fumaba escondido entre los arbustos al lado izquierdo del
sendero.
Se quedó mirándolos mientras daba otra calada a su cigarrillo, no lo
consideré una amenaza y decidí dejarlo estar. En la oscuridad los busqué
nuevamente y vaya si estaban decididos a llegar hasta las últimas
consecuencias. Ella ya no llevaba la blusa y buscaba desesperada el botón
del pantalón de él, quien, por su parte, batallaba con el broche del sostén
de ella. Cuando por fin logró quitárselo, ella ya le estaba bajando el
pantalón y acariciaba con desesperación a su asqueroso amigo del medio.
Las ropas cayeron junto al tronco de uno de los árboles vecinos, los besos
eran más apasionados que antes, parecían estar cubiertos por un halo de
deseo solo visible a mis ojos, empecé a sentir una erección, pero
inmediatamente fue interrumpida por el crujir de las hojas secas al ser
pisadas, ¿podría ser que ese viejo asqueroso que fumaba se hubiera
atrevido a acercarse a ellos?
Agudicé la vista y allí estaba, un perro callejero meando en el árbol de
enfrente, los miró con ganas de querer unirse, pero pareció perder interés
al descubrir que ninguno de los dos, en su estado de excitación, notó su
presencia. Siguió su camino saliendo de los árboles al sendero, lo seguí
con la mirada y vi que el viejo salía al sendero también y continuaba su
camino, al parecer estos dos solo eran interesantes para mí, lo cual era
mucho mejor.
Regresé con ellos, ahora estaban en el piso, sobre las hojas secas,
completamente desnudos, él encima de ella. Escuché las hojas crujir
nuevamente, esta vez cerca del árbol donde habían dejado sus ropas, un
hombre estaba en cuclillas junto a este, halaba las ropas de ambos con
mucho cuidado y esculcaba en sus bolsillos, nuestras miradas se
cruzaron, él enrolló las ropas y se alejó muy despacio sin apartar los ojos
de mí, yo tampoco dejé de mirarlo hasta que la oscuridad lo consumió y
no quedó nada de él. Volví a mirar a mi objetivo, ella se estaba

53
Nada más real que un grito

levantando, parecía molesta, abrió la boca y habló para confirmar mis


suposiciones,
—¡Vaya mierda venir aquí para que acabes con tan solo tocarme!
—No sé qué me pasó, espera —dijo él mientras la tomaba del brazo.
Ella se zafó y se agachó a recoger sus ropas, descubrió que no estaban,
esto la enfureció aún más.
—¡Nos robaron! ¡Hijos de puta!
Lo empujó y se adentró más entre los árboles, él se quedó ahí parado
viéndola irse. Supuse que ella iba a cruzar toda la arboleda para salir al
extremo sur del parque donde era fácil tomar un taxi, esta era mi
oportunidad, debía actuar de inmediato. Saqué el cuchillo de la parte
trasera de mi pantalón, era mi favorito, el primero que había utilizado,
caminé despacio hasta donde él seguía parado, se giró al oírme llegar.
—¿Qué quieres, asqueroso?
—Ver cómo lucen tus entrañas —respondí.
Clavé el cuchillo en su estómago una y otra vez, no creo que se haya
percatado de lo que estaba ocurriendo hasta que fue demasiado tarde.
Las manos se me teñían de un rojo carmesí, la sangre caía sobre las hojas
secas, seguía mirando a sus ojos sin dejar de apuñalarlo, pude ver cómo
iban perdiendo el último soplo de vida que le quedaba, sonreí satisfecho
y lo apuñalé una última vez, saqué el cuchillo, él cayó al suelo, inerte,
abierto como un cerdo en una carnicería, alcé el cuchillo y probé su
sangre, estaba caliente. La recordé a ella, ya debía estar muy cerca a la
salida, debía apresurarme, allí había cámaras y no quería dejar ningún
registro de mi visita, caminé rápidamente por la misma dirección que ella
tomó y me llevé una sorpresa al verla muy cerca de donde había caído su
compañero, estaba ahí parada en frente de un árbol poniéndose sus
pantalones, al parecer el amigo ladrón no necesitaba esas prendas
femeninas, solo lo que había en sus bolsillos. Alcé el cuchillo y caminé
muy despacio, se iba a ver hermoso en su espalda desnuda, solo tres pasos
más y sería mía, como las otras doce en los últimos tres meses, una cada
semana, todas jóvenes y bonitas, dos pasos, las hojas crujieron y ella
escuchó, se volvió hacia mí, su cara de terror al ver el cuchillo alzado y
escurriendo sangre me hizo eyacular, un paso…

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Nada más real que un grito

II
Cuando Diana despertó por el ruido de la porcelana al chocar con el
piso lo primero que hizo fue mirar el reloj que reposaba sobre su mesa de
noche, eran las 12:40, apenas había dormido media hora, pero se sentía
como si hubiese estado en cama por más de diez horas. Se levantó
decidida a ir a la cocina por un poco de agua, era temporada de verano y
el calor azotaba a la ciudad, incluso en las noches. Abrió la puerta de la
habitación y aún medio dormida caminó por el pasillo que conectaba la
habitación con la sala de estar, recordó que debía ser cuidadosa, no sabía
cuál de las porcelanas de su madre era la que había elegido Tom, el gato,
para destruir esta vez. Caminó hasta la sala y se detuvo para tener una
visión completa y tratar de encontrar los restos de la porcelana. A
primera vista el piso de la sala se veía vacío; caminó despacio pegada a la
pared por donde estaba casi segura que no habría podido llegar la
porcelana ni restos de ella, una vez que cruzó, continuó con más confianza
por el siguiente pasillo que la llevaría a la cocina.
Al pasar por la habitación de su madre, se sorprendió al ver la puerta
abierta, ella estaba segura de haberla cerrado antes de irse a dormir,
¿sería posible que su madre hubiera regresado antes de tiempo del viaje
en el que estaba? Lo creía poco probable, Diana decidió nuevamente
culpar a Tom, luego de convencerse de que muy seguramente no había
cerrado bien la puerta. Reanudó su marcha a la cocina y fue allí cuando
sintió que algo se le clavaba en la planta del pie derecho, el dolor subió
lentamente por toda su pierna, al final no había sido tan cuidadosa y allí
estaba la porcelana.
—¡Mierda! —exclamó molesta y levantó el pie para retirar la esquirla
incrustada. Buscó a tientas el interruptor de la bombilla que alumbraba
el pasillo y la encendió, mientras retiraba el pedazo de porcelana y
maldecía mentalmente a Tom, Diana vio que una sombra aparecía al final
del corredor, al parecer provenía de la cocina.
—Mam…
Se interrumpió al levantar la mirada y descubrir con terror que no era
su madre la que aparecía por el marco de la puerta de la cocina, era una
figura masculina, medía casi dos metros y estaba vestido completamente
de negro, llevaba un pasamontaña del mismo color cubriendo todo su

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Nada más real que un grito

rostro y con agujeros para la nariz y los ojos. Diana se quedó en medio del
pasillo, inmóvil, tratando de digerir lo que veía, fue lo que vio en la mano
derecha del extraño lo que la sacó de su letargo. El tamaño del cuchillo
era exagerado y se veía manchado de sangre ya seca, de color carmesí.
Diana gritó y entró inmediatamente a la habitación de su madre, cerró la
puerta y puso el seguro. Sus manos temblaban al contacto del pomo de la
puerta, esperaba aterrada el momento en que el extraño arremetiera
contra esta. Sin apartarse, miró por toda la habitación buscando algo con
lo que defenderse si conseguía entrar (que era lo más seguro), pero no vio
nada que pudiera servirle. A su derecha avistó la silla donde su madre se
sentaba a leer las novelas románticas de Danielle Steel, estiró su pie
lastimado tratando de alcanzar el reposabrazos de la silla, sin apartarse
así de la puerta, sentía el latido de su corazón en las sienes de su cabeza
y empezaba a sudar.
Cuando por fin alcanzó su objetivo, sintió el primer golpe del otro lado
de la puerta, gritó de terror y sorpresa, pero contrario a lo que creyó
inicialmente, la puerta no cedió tan fácilmente. Se apresuró entonces a
agarrar la silla alejándose por un momento de la puerta, nunca había
intentado algo así, esperaba que fuese tan fácil como se veía en las
películas. Tomó la silla con ambas manos y la acomodó de tal manera que
el espaldar quedara contra el pomo de la puerta, se retiró un poco y
esperó. Las lágrimas empezaban a brotar de sus ojos y todo su cuerpo
temblaba. Estaba convencida de que nunca había sentido tanto miedo, ni
siquiera aquella vez que, siendo una niña, su madre la perdió en el centro
comercial y ella había llorado escondida en el baño durante casi dos
horas, reconocía que su reacción no había sido la más acertada, pero así
era ella, muy mala para tomar decisiones cuando era vital pensar con
cabeza fría.
Al otro lado de la puerta no se escuchaba nada, ¿acaso habría
abandonado la misión aquel hombre? Diana no lo creía. Miró nuevamente
por toda la habitación, debía encontrar algo que le sirviera como arma, se
acercó al closet y abrió los cajones apresuradamente. Buscó, sin éxito,
unas bragas, un sostén y algunas faldas, ninguna era un arma muy
potente. De repente Diana se detuvo y supo lo que debía hacer, la
ventana, esa era su salvación. Corrió a la cama y retiró las sábanas y
sobrecamas, los unió tratando de apretarlas lo más que pudo, abrió la

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Nada más real que un grito

ventana y miró afuera, eran cinco pisos, con lo que tenía no llegaría ni al
segundo piso, pero era mejor intentarlo, quizá algún vecino de un piso
inferior la viera y la ayudara, debía mantener la esperanza. Mientras se
apresuraba a amarrar su soga improvisada del barandal de la cama, el
extraño arremetió nuevamente contra la puerta, fueron dos golpes
fuertes, Diana gritó nuevamente y vio cómo la puerta cedía un poco ante
los golpes recibidos.
Volvió la espalda a la puerta y decidió continuar con lo que estaba
haciendo. Finalizado el nudo tiró la soga por la ventana y observó, no era
suficiente, llegaba casi a la mitad del piso tres. Otro golpe y el crujido de
la madera al romperse sonaron a sus espaldas, Diana tuvo otra idea, no
saldría por la ventana, se escondería en el closet y él creería que había
salido. Así lo hizo, corrió al closet y cerró la puerta asegurándola con una
de las blusas de seda de su madre, cuando terminó sintió que la puerta
caía y estuvo a punto de gritar nuevamente pero su mente la alertó y
logró contener el grito. Se pegó a la pared del armario y observó por medio
de las rendijas de madera que el extraño caminaba por la habitación
observando, se dirigió a la ventana, miró hacia abajo y haló la soga al
interior, Diana se cubría la boca con ambas manos intentando no hacer
ningún ruido, sus manos sudaban, el extraño observó la soga
improvisada, se volvió hacia el closet, Diana sintió su respiración pesada,
temió. Él agarró el pomo de la puerta y cuando se disponía a abrirla, Tom
chilló en el pasillo, el extraño perdió interés en el armario y salió de la
habitación dando un golpe a la silla utilizada para bloquear la puerta.
Diana esperó, cuando estuvo segura de que no podía escucharla relajó sus
manos y destapó su boca, jadeaba, sin aliento, aguzó su oído y pudo sentir
el sonido de la puerta que daba a la calle al cerrarse, no podía creer la
suerte que tenía y tampoco que un plan tan improvisado hubiese dado
resultado. Abrió la puerta del closet lentamente, segura de estar a salvo,
salió a la habitación y observó, era un desastre, pero estaba viva, eso era
lo que importaba. Se apresuró a la salida, llegó al corredor y miró para
ambos lados, debía llegar a su habitación, tomar su celular y llamar a la
policía cuanto antes, más personas en el edificio podían estar en peligro,
ese loco podía seguir por allí. Corrió por el pasillo olvidando el dolor que
sentía por la herida causada con la porcelana rota, pero al llegar a la
puerta de su habitación se detuvo y gritó, allí estaba de pie el hombre

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Nada más real que un grito

extraño, Diana giró rápidamente, resbaló con el mármol del piso y cayó,
el extraño la garró del cabello y de un tirón la entró a la habitación. Diana
se golpeó en la baranda de la cama y grito, el extraño entró, cerró la
puerta y en tono burlón dijo:
—Solo un idiota caería en ese truco.
Su voz era gruesa y retumbó en los oídos de Diana. Ella lloró y
sintiéndose perdida, suplicó por su vida: —Por favor, no me haga daño —
sollozó.
El hombre sacó el cuchillo de la parte trasera de su pantalón, Diana
gritó nuevamente, cuando él se acercó ella se arrastró hacia el lado
derecho de la habitación, él la agarró del pie herido con la porcelana. Sus
manos enguantadas se sentían húmedas, quizá por el sudor, quizá por la
sangre, Diana no quiso pensar cuál de las dos era la correcta, pero sí gritó
al sentir el contacto. El extraño levantó el cuchillo y lo clavó en la pierna,
ella gritó de dolor, sintió la sangre correr, pero siguió arrastrándose. El
extraño se paró con las piernas abiertas sobre ella, luego colocó su pie
izquierdo encima de su cuello inmovilizándola y, acto seguido, levantó su
pie derecho y golpeó el mango del cuchillo clavado en la pierna de Diana,
ella gritó de dolor y perdió el conocimiento.

III
Santiago salió de la ducha y miró su reloj, eran las 10:30, se acercó a
su teléfono móvil y apagó la música, le era imposible tomar una ducha si
no había música de fondo, era su ritual para finalizar el día. Consultó las
notificaciones de mensajes recibidos, pero no tenía nada nuevo, salió del
baño y se dirigió a la habitación, estaba oscura, siempre cerraba las
cortinas para poder caminar desnudo por todo el apartamento, era uno
de los mayores placeres que tenía en el día. Se quitó la toalla y la dejó en
una silla que se encontraba a un lado de la ventana, salió nuevamente de
la habitación y se dirigió a la cocina, el ritual siempre terminaba con una
cerveza fría. Abrió el refrigerador y sacó una lata de Heineken, en tres
sorbos ya estaba vacía, tiró la lata al basurero y recordó que debía llevar
la basura a la zona de basuras del edificio, pues la recolección siempre la
realizaban los martes y viernes en horas de la mañana. Volvió a la
habitación, sacó una sudadera del closet y se la colocó, agarró la bolsa con

58
Nada más real que un grito

los desechos, las llaves del apartamento y se encaminó al sótano. El


pasillo estaba a media luz, llevaban más de tres días con una de las
lámparas malas y el encargado no había hecho nada aún, maldijo para
sus adentros y siguió caminando hasta la escalera, eran solo dos pisos, no
valía la pena utilizar el ascensor para eso.
Al llegar al sótano buscó a tientas el interruptor, ese lugar solía estar
infectado de cucarachas y Santiago las detestaba, cuando a la luz se
encendió pudo ver los diferentes contenedores dispuestos para todos los
apartamentos del edificio, eran 5 contenedores en total, lo cual hacía que
fuera uno para cada dos apartamentos. Caminó tranquilo hasta el
contenedor azul marcado con el número dos de color blanco, lo abrió y
depositó la bolsa dentro, bajó la tapa y se volvió, en ese mismo instante
las luces se apagaron y un pequeño grito salió de su boca. Suspiró y
caminó en línea recta hasta donde estaba la salida, consideró necesario
tener una conversación con el encargado del edificio sobre las luces del
lugar y los precios de la administración, era inaceptable que se
presentaran este tipo de problemas. A mitad de trayecto Santiago se
sobresaltó de nuevo al sentir el sonido de un vidrio al quebrarse, giró
nuevamente y trató de ubicar el origen del ruido, era una mala idea no
haber traído su celular; caminó hasta donde estaban los contenedores,
pues atisbó un ápice de luz que aparecía desde el extremo derecho de los
mismos.
—¿Hola? —dijo con voz suave.
No hubo ninguna respuesta. Buscó a tientas con su mano izquierda
hasta encontrar el borde de los contenedores, una vez que lo hizo comenzó
a desplazarse despacio agarrado a ellos hacia donde estaba la luz, estiró
su mano derecha hacia adelante para evitar chocar con algo. Se detuvo al
sentir que pisaba vidrios, levantó la cabeza y vio que allí había una
ventana de aproximadamente 70 centímetros de alto, «era la parte
trasera del edificio» recordó, observó la ventana y pudo evidenciar que
estaba totalmente rota, por allí se filtraba la luz que llegaba desde una
de las lámparas de la parte trasera donde se ubicaban los parqueaderos.
Santiago nunca había entendido el uso de esa ventana, le parecía
innecesaria. Supuso entonces que alguien había lanzado una piedra y se
había echado a correr, giró decidido a regresar de la misma manera que

59
Nada más real que un grito

había llegado allí, pero de repente sintió que el vidrió sonaba de nuevo y,
al mismo tiempo, algo muy pesado caía encima de él derribándolo al
suelo, los vidrios del primer golpe de la ventana se le clavaron en las
manos y algunos de los nuevos en el cuello y la espalda desnuda. Trató
de gritar, pero lo que cayó encima de él era demasiado pesado y le impedía
gritar y respirar de manera apropiada. Movió sus manos en señal de aviso
o de ayuda, pero no obtuvo respuesta, cuando pensó que estaba perdido
el peso se aligeró y pudo respirar nuevamente, se arrastró hacia adelante,
pero se detuvo al sentir que los vidrios se le enterraban aún más
profundamente. Respiró pausadamente y trató de calmarse, no entendía
bien lo que había ocurrido.
—¿Hola? ¿Hay alguien? —susurró.
Pero solo había silencio. Se giró para quedar boca arriba y contuvo un
grito al ver una silueta de pie encima de él, al estar a contraluz era
imposible ver bien, pero estuvo seguro de que era un hombre el que se
erguía allí, silencioso.
—¿Quién eres? —preguntó.
Nuevamente no consiguió una respuesta. Se sentó muy despacio
evitando apoyar sus manos en el piso, tenía miedo, pero sabía que debía
tratar de tomar ventaja, se retiró los vidrios más grandes y los que sintió
más fácil, todo lo hizo sin dejar de mirar la sombra que seguía inmóvil al
frente; cuando hubo finalizado se apoyó en su rodilla izquierda y buscó a
tientas un vidrio más grande como objeto de defensa, pero no pudo
encontrar ninguno, decidió entonces levantarse y correr, no le gustaba la
situación y no estaba dispuesto a arriesgarse. Sin quitar la mirada de la
sombra consiguió ponerse de pie, él seguía quieto en el mismo sitio,
cuando Santiago estuvo de pie evidenció que el extraño era demasiado
alto, creyó que podía llegar a medir casi dos metros, giró rápidamente y
echó a andar a paso acelerado volviendo la cabeza de vez en cuando para
evidenciar que la sombra siguiera allí, pero la tercera vez que se giró
descubrió que había desaparecido, ahora solo se veía el resplandor de la
lámpara que se colaba por la que hasta hace unos minutos había sido una
ventana. Aceleró el paso y visualizó el marco de la puerta, escalofríos
recorrían todo su cuerpo, miró hacia atrás una última vez y vio que el
extraño estaba solo a unos pasos de él, gritó y trató de correr, pero este lo

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Nada más real que un grito

agarró del hombro bruscamente y lo tiró al piso, Santiago pataleó, el


extraño levantó su pie y sin darle tiempo de reaccionar golpeó su cabeza,
la sangre salió a chorros de su boca y su nariz, el golpe fue muy fuerte,
Santiago se sintió mareado, trató de enfocar la vista, pero en ese
momento el extraño arremetió de nuevo contra su cabeza, una patada
tras otra, sonido de huesos rotos, sangre, Santiago convulsionó, el extraño
siguió golpeándolo hasta la muerte. Cuando sopló quedaron los restos de
la que fuera la cabeza de Santiago regados por el piso del sótano el
extraño se dirigió a la puerta que conectaba con los pisos superiores y
ascendió, la noche acababa de comenzar.

IV
Huía por una calle oscura y llena de niebla, pasaba la medianoche,
había salido de un bar al que acostumbraba a ir los jueves en la noche.
Desde que salió se había sentido observada, pero fue demasiado tarde
cuando constató que, en realidad, alguien venía detrás de ella. Lo que la
perseguía (a este punto no estaba segura de que fuera humano) era algo
muy grande, jadeaba fuertemente al caminar y a cada paso que daba
hacía que el piso temblara, aún no lo había visto y no estaba segura de
querer hacerlo. Giró a la derecha por la que pensó era la calle correcta sin
aminorar la marcha, pero se aterró al descubrir que era un callejón sin
salida.
—¡Mierda! —gritó.
Giró para regresar por dónde había venido, pero se detuvo al ver la
sombra de su perseguidor, era algo gigantesco y parecía tener tentáculos
en las manos, estaba atrapada en ese callejón, era su fin, la tierra
retumbó nuevamente, el atacante jadeó, estaba al voltear, un paso más y
después un grito en la lejanía…
Fernanda despertó sobresaltada y bañada en sudor, a pesar de la
oscuridad reconoció su habitación, respiró fuertemente, y se sentó al
borde de la cama; con todo el amor que tenía por las películas de terror
no debería sentirse aterrada al tener esta clase de sueños, ese era su
mundo, todos los días antes de dormir veía una película de terror y, al
parecer, la de esta noche había surtido efecto y la criatura lovecraftiana
que la protagonizaba la había seguido hasta sus sueños. Consultó el

61
Nada más real que un grito

celular, eran las 12:42, llevaba casi una hora y media de sueño, esperaba
poder conciliarlo nuevamente.
Se dirigió a la cocina para tomar un poco de agua y volver a la cama
cuanto antes, no quiso encender las luces, conocía el apartamento como
la palma de su mano, llevaba casi tres años viviendo en el edificio de
apartamentos de la calle 27 y había caminado por este a oscuras, dormida
e incluso borracha, sin sufrir nunca ningún accidente. Sacó un vaso de la
alacena, lo llenó directamente del grifo y bebió, cuando dejó el vaso sobre
el mesón fue que escuchó el grito, provenía del apartamento de al lado, el
502, y era el grito de una mujer, podía ser Diana o su madre, no vivía
nadie más en ese apartamento y claramente no era el grito de un gato,
por ende, no podía ser Tom.
Fernanda aguzó el oído pero no escuchó nada más, caminó despacio
hasta la puerta de salida y miró por el ojo de buey, el pasillo estaba oscuro
(llevaban varios días presentando fallas en la electricidad de todo el
edificio, en su defensa cabía aclarar que era una construcción vieja), pero
alcanzó a ver que la puerta del 502 estaba entreabierta, en ese momento
recordó que Diana estaba sola, la señora Torres llevaba dos días por fuera
de la ciudad, lo sabía porque habló con ella en el ascensor el martes
cuando salía a trabajar, la señora Torres le había contado que debía
viajar fuera de la ciudad por trabajo (regresaría para el fin de semana), y
le había pedido muy comedidamente estar pendiente de Diana por si
llegaba a necesitar algo; ellas llevaban alrededor de dos años en el edificio
y habían tenido una muy buena relación con Fernanda desde su llegada.
Abrió la puerta de su apartamento y desde allí observó la puerta del
502, ¿podría ser que Diana se hubiese olvidado de cerrarla? ¿La habría
dejado así por si Tom regresaba de su paseo nocturno? Fernanda decidió
que era mejor verificar, la ciudad no era muy segura y el edificio carecía
de vigilancia, a esto se debía sumar que algunos de los inquilinos eran
muy irresponsables y, en muchas ocasiones, no cerraban la puerta
principal cuando entraban. Atravesó el pasillo y se plantó frente de la
puerta del apartamento 502, estaba oscuro y silencioso, de no ser por la
puerta entreabierta todo parecería normal. Empujó un poco la puerta,
observó hacia el interior, pero no vio movimiento alguno.
—¿Diana? —llamó con voz baja. No hubo respuesta.

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Nada más real que un grito

—Diana, soy Fernanda, ¿está todo bien? Creí escuchar un grito.


De nuevo la única respuesta fue el silencio que provenía desde el
interior. Fernanda empujó un poco más la puerta y puso un pie en el
interior, pero como si de un huracán que venía desde el interior se
tratara, la puerta se cerró bruscamente devolviéndola al pasillo y
sacándole un grito por lo inesperado de la situación.
—¡Mierda! —exclamó.
Por poco pierde el equilibrio, pero logró sostenerse. Se acercó de nuevo
a la puerta que ahora se erguía cerrada frente a ella, llamó dos veces, no
hubo respuesta desde el interior. Fernanda soltó un suspiro y sonrió,
recordó que Diana tenía un novio que no era del agrado de la señora
Torres, probablemente él estaba allí y Diana no quería que nadie se diera
cuenta. Lo de la puerta podía haber sido un descuido, por eso no se
molestó en contestar a sus llamados, pero ¿y el grito?
En este punto Fernanda empezó a dudar que hubiese venido de allí, en
la cocina había un ducto de ventilación para el gas que daba a la calle, así
que podía haber venido de afuera. Se dio vuelta entonces y caminó hacía
su apartamento, antes de entrar se detuvo pues escuchó como si
golpearan el piso del apartamento 502, regresó rápidamente a la puerta
de las Torres y golpeó muy fuerte.
—Diana, ¿estás bien? Contéstame por favor, quiero irme a dormir
tranquila.
No hubo respuesta, no hubo más golpes, no hubo más gritos. Fernanda
regresó a su puerta y se quedó allí parada, pasaron casi cinco minutos (o
eso le pareció) y desde el interior del apartamento 502 no hubo más
señales de vida; se dio por vencida entonces, el sueño regresaba y ella
debía levantarse temprano para cumplir con sus deberes.
Entró y cerró la puerta, caminó a su habitación y se sentó al borde de la
cama, recordó que no había echado el pasador, pero esta vez el cansancio
fue un poco más fuerte que el sentido de seguridad, decidió dejarlo pasar,
solo le quedaban cinco horas de sueño y debía aprovecharlas. Volvió a la
cama, se cubrió con las cobijas y se acomodó esperando no tener más
pesadillas ni escuchar más ruidos.

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Nada más real que un grito

V
Al llegar al edificio de la calle 27 eran las 11:10 de la noche, el trayecto
desde la universidad se le había hecho eterno, ahora solo quería
descansar, le esperaba un nuevo día con mucho por hacer. Aprovechó que
la puerta principal estaba abierta y entró, caminó por el pasillo que
conectaba con las escaleras para llegar a los pisos superiores,
generalmente nunca utilizaba el ascensor, le gustaba subir y bajar por
sus propios medios. Antes de comenzar a subir se detuvo, sacó su celular
y llamó a Diana, quería asegurarse de que aún no estuviese dormida, de
lo contrario debía seguir hacía su casa ubicada una calle más adelante.
Esperaba poder verla, pues quería aprovechar que su mamá no estaba,
ya que no era santo de devoción de la señora Torres. El teléfono sonó y al
cuarto timbrazo cuando Sergio estaba a punto darse por vencido escuchó
la voz de Diana al otro lado de la línea.
—¿Apenas llegas? —preguntó con un tono de voz dulce.
—Así es. ¿Cómo ha estado tu día princesa?
—Aburrido, no he hecho más que mirar la televisión y comer.
—Pues mira, qué buena vida te das —dijo mientras se echaba a reír.
—¿Vienes?
—Solo a darte el beso de las buenas noches, estoy realmente cansado y
mañana tengo clase a las seis.
—Lo sé, me conformo con eso —dijo y finalizó la llamada.
Sergio comenzó a subir las escaleras concentrado en su celular,
revisando su página de Twitter a la que era adicto, no notó en ningún
momento las huellas de pisadas con sangre que las adornaban. El extraño
había subido por allí y, al parecer no hacía mucho tiempo, pues aún se
veían frescas. Cuando giró en el segundo piso para seguir subiendo
tampoco se dio cuenta de que el extraño permanecía de pie junto a la
puerta del ascensor ubicado al fondo del pasillo, era como una sombra
más que se camuflaba en la tenue oscuridad del edificio. Sergio se detuvo
en el piso tres, abrió su bolso y buscó algo dentro, estaba seguro de que
tenía un chocolate para Diana, se dio por vencido al no encontrar nada,
la oscuridad del lugar tampoco ayudaba mucho, así que reanudó su

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Nada más real que un grito

ascenso sin darse cuenta que se le caía un pasamontañas negro que


utilizaba para pasar de incógnito en las protestas de la universidad, una
de las muchas razones por las que la mamá de Diana no gustaba de él.
Llegó al piso cinco, nunca vio que el extraño lo seguía a corta distancia,
llevaba en su mano derecha el pasamontaña que Sergio había olvidado,
era muy sigiloso. Giró a su izquierda y tocó en la puerta del apartamento
502, Diana abrió inmediatamente y lo recibió con un fuerte abrazo y un
beso en la boca, él le correspondió, ninguno de los dos se percató de la
presencia del extraño al borde de la escalera, observaba parado al final
de estas. Diana tomó a Sergio de la mano y trató de llevarlo al interior
del apartamento, pero él se resistió.
—Sabes que no puedo —dijo besando suavemente sus labios.
—Solo será un momento.
—No, eso dijimos la última vez y me quedé durmiendo en tu cuarto.
—¡Eso no tiene nada de malo!
—Nunca dije que fuera malo, pero necesito estar relajado para mañana,
tengo un examen en la universidad.
Diana se dio por vencida, se acomodó entre sus brazos y besó su
barbilla. Llevaban un año y medio de relación, ella nunca se había sentido
tan enamorada de ningún otro hombre, él le correspondía
completamente, de hecho, Diana era su primera novia. Se siguieron
besando por un par de minutos más hasta que Sergio cortó todo el
romance mirando su reloj.
—Debo irme, te amo. La besó por última vez y comenzó a alejarse
mientras ella soltaba su mano un poco desconsolada. —Dejaré la puerta
entreabierta por si decides regresar —dijo Diana y se adentró en el
apartamento. Sergio sonrió y siguió caminando por el pasillo sin volverse
a mirarla, llegó a las escaleras y comenzó a descender, llevaba una
sonrisa en la cara, Diana tenía la cualidad de mejorarle hasta los peores
días. Llegó al piso tres y se detuvo exaltado al chocarse con el cuerpo del
extraño que lo esperaba al final de la escalera. Sergio ahogó un grito y
sonrió.

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Nada más real que un grito

—Disculpa, no te había visto —dijo sin levantar la mirada—, pero se


obligó a hacerlo al ver que quien le cortaba el paso no se movía para
dejarlo seguir.
—¿Cuál es tu problema hombre?
No hubo respuesta verbal, en cambio, el extraño agarró a Sergio por
sorpresa del cuello con ambas manos utilizando toda su fuerza, lo levantó
alejándolo del piso y apretó. Sergio golpeó los antebrazos del extraño tan
fuerte como le era posible, no cedió, intentó tratando de golpearlo con los
pies, pero tampoco surtió ningún efecto, la respiración empezó a
dificultarse. Sergio miró directamente a los ojos del extraño y le pareció
que no tenían expresión alguna, estaban vacíos como si de un cuerpo sin
alma se tratase. Con su último aliento agarró el pasamontaña y tiró de él
tratando de arrancárselo de la cabeza, pero en ese mismo momento el
extraño apretó con más fuerza y el cuello de Sergio se rompió. Un poco de
sangre emanó de su boca, la presión cedió y el cuerpo inerte cayó sobre
las escaleras, el extraño lo contempló ensimismado por algo más de un
minuto, luego lo agarró de la pierna derecha y comenzó a arrastrarlo
escaleras abajo, la cabeza hacía un sonido de tambor al golpear en cada
escalón y difuminó las huellas de los zapatos ensangrentados que antes
estaban allí. Al llegar a la planta principal el extraño siguió arrastrando
el cuerpo sin vida de Sergio y lo llevó hasta el sótano, allí lo depositó junto
al cuerpo con la cabeza destrozada de Santiago, uno encima del otro, la
sangre que aún brotaba de la cabeza despedazada caía sobre la cara con
expresión de dolor y sorpresa de Sergio. Caminó por el sótano y después
de unos minutos subió nuevamente las escaleras para dirigirse a los
apartamentos de la parte superior.

VI
Diana despertó y lo primero que sintió fue un dolor que le recorría toda
la pierna derecha y ascendía casi hasta la cadera, era una punzada
constante que se negaba a abandonarla. Levantó un poco la cabeza, miró
a su derecha y a su izquierda, no alcanzó a ver a su atacante, se arrastró
un poco hacía adelante, estaba muy oscuro, pero logró identificar la
puerta de la habitación. Trató de ponerse en pie para salir de allí cuanto
antes pero no lo logró, las fuerzas le fallaron y cayó de nuevo sobre el frío

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Nada más real que un grito

mármol. Respiró profundo y sin hacer más intentos de levantarse trató


de relajarse, consideró necesario conservar la calma si quería salir
triunfante de aquella situación. Había sido muy tonta al creer que lo
había engañado, lo mejor que podía haber hecho era enfrentarlo, aunque
no creía que ese enfrentamiento pudiese acabar a su favor; ese hombre
era muy grande y tenía mucha fuerza, solo al recordar el contacto con sus
manos ensangrentadas Diana se estremeció, trató de recordar dónde
había dejado su celular y si no le fallaba la memoria debía estar encima
de la mesa de noche. Ayudándose de los codos comenzó a arrastrarse
hacia ella, el dolor de la pierna no se detenía, parecía incrementarse con
cada nuevo intento que hacía para salvar su vida. Consideró que era el
momento de examinar esa pierna, giró un poco y se apoyó sobre su brazo
izquierdo, con la mano derecha palpó el lugar donde sentía la punzada de
dolor y que era donde el cuchillo se había clavado, el cuchillo ya no estaba
y eso lo agradecía, levantó la mano casi hasta sus ojos y tuvo que ahogar
un grito al ver que estaba llena de sangre, debía hacer algo y debía
hacerlo pronto, antes de que fuera muy tarde. Apoyándose en la parte
baja de la cama a la que había conseguido llegar difícilmente, logró subir
la parte alta de su cuerpo, se giró hasta quedar boca arriba sobre la cama
y ahora ayudada de sus dos manos se sentó al borde, se quitó la camisa
de la pijama y usando toda su fuerza la amarró alrededor de su pie
tratando de cubrir la herida sangrante, al sujetarla para que no se soltara
tuvo que dejarse caer contra la almohada para ahogar otro grito que
amenazó con salir de su garganta.
Después de unos minutos y cuando estuvo segura que no iba a perder
el conocimiento de nuevo, volvió a su posición inicial y ayudándose
nuevamente de sus manos se desplazó por la cama hasta quedar junto a
la mesa de noche, abrió el primer cajón y buscó a tientas en la oscuridad,
unas llaves, pastillas para el dolor, un cuaderno, lapiceros, no había
rastros del celular, tomó dos de las pastillas que utilizaba para dolores
menores y las tragó esperando que le ayudaran a minimizar el que sentía
ahora mismo, también tomó uno de los lapiceros, lo usaría como arma a
falta de algo más peligroso. Se levantó y caminó muy despacio hasta la
puerta, en la mano derecha llevaba el lapicero, abrió la puerta con mucho
cuidado, se detuvo cuando la sintió chirriar, gotas de sudor corrían por su
rostro y espalda, contuvo su respiración y esperó, cuando estuvo

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Nada más real que un grito

convencida de que él no iba a aparecer reanudó su labor y abrió la puerta


completamente. Miró el pasillo, estaba vacío. Salió de la habitación y
caminó por este sosteniéndose de la pared con su mano izquierda, recordó
la porcelana rota, así que pegó todo su cuerpo a la pared del lado izquierdo
y siguió avanzando, así llegó a la sala de estar, su corazón palpitaba tan
fuerte que parecía querer salirse de su pecho, también estaba despejado.
Miró a la puerta de salida y vio que un haz de luz penetraba desde afuera,
estaba entreabierta, ella la había dejado abierta para que Sergio volviera,
el extraño no la había cerrado al colarse en el apartamento y si había
salido tampoco se había detenido a cerrarla, no era tan listo después de
todo.
Sonrió y cojeando caminó un poco más rápido hacía la puerta, quería
irse de allí cuanto antes, pero a mitad del camino se detuvo en seco. Lo
vio entrar desde el balcón, la miraba (o eso le parecía). Aunque entendía
que debía moverse, su cuerpo no reaccionaba, estaba inmóvil viéndolo
interrumpir el camino entre ella y la posibilidad de seguir viviendo, sus
ojos se llenaron de lágrimas, retrocedió dos pasos, él se limitó a quedarse
de pie frente a ella, sin moverse ni un centímetro, Diana comenzó a
caminar hacia atrás sin apartar la mirada de él ni un momento, seguía
sin moverse, llegó al pasillo que llevaba a las habitaciones, él corrió hacia
ella, Diana gritó y trató de correr, pero fue inútil, el extraño se abalanzó,
cuán grande era sobre ella, la tiró al piso, se golpeó la cabeza con el
mármol pero fue peor el dolor de la pierna herida, lo que antes parecía
una punzada se multiplicó por mil. Aunque trató de gritar de nuevo no
emanó más que un chillido apagado, el peso del cuerpo de ese hombre era
demasiado para ella que no pesaba más de cincuenta y cinco kilos, golpeó
su pecho con ambas manos poniendo toda la fuerza de la que era capaz,
él no cedió ni un milímetro, en cambio, la agarró del cuello, se levantó él
y la levantó a ella, la puso contra la pared sin aflojar ni un poco la fuerza
que ejercía, Diana comenzaba a perder el aliento, lo miró a los ojos
tratando de encontrar una pizca de piedad, pero no vio más que
oscuridad.
—¿Diana? Alguien llamó desde afuera.
—Diana, soy Fernanda, ¿está todo bien?

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Nada más real que un grito

Creí escuchar un grito. El extraño aflojó un poco, Diana pudo respirar


de nuevo difícilmente. Él giró la cabeza hacia la sala de estar, volvió a
mirar a Diana y con la mano libre le dio un puñetazo en la cara, soltó su
cuello y la dejó caer al suelo, ella mareada, solo vio que se alejaba y
escuchó el ruido de la puerta al cerrarse bruscamente.
—¡Mierda! Se alcanzó a escuchar que alguien gritaba afuera del
apartamento.
Luego otros dos golpes secos a la puerta y después el silencio. Él
regresó, se paró frente a su cabeza, se agachó un poco, enredó su pelo
entre sus dedos atrayéndola hacía él, luego arremetió con todas sus
fuerzas, dos golpes contra el duro mármol, lo último que Diana escuchó
antes de perder el conocimiento por segunda vez en aquella noche fue la
voz de la misma mujer que gritaba desde afuera del apartamento:
—Diana, ¿estás bien? —contéstame por favor—, quiero irme a dormir
tranquila.
El extraño se quedó de pie junto a ella observándola, su pecho pequeño
cubierto por un sujetador de color negro, su abdomen plano, nada de eso
le despertaba ninguna sensación, siguió observando y se detuvo al ver
que la pierna de Diana sangraba otra vez. Primero un cosquilleo en su
entrepierna, después una erección, el dolor y la sangre eran sus mayores
placeres, pero aún no había terminado, así que no podía detenerse a
pensar en el placer ahora mismo, la noche prometía una nueva invitada,
había hecho su aparición y era de mala educación hacer esperar a las
visitas.

VII
A la edad de 8 años el asesino vivía en un orfanato de la ciudad, no uno
de los buenos a los que iban las personas acaudaladas a llevar regalos en
navidad para sentirse mejor, no, era uno donde debías trabajar para
poder ganarte un pedazo de pan con un vaso de agua en las horas de la
noche. No tenían ningún apoyo gubernamental, a duras penas se
mantenían gracias a los ingresos que los mismos niños y una que otra
alma caritativa llevaban. Sus días eran largos, duros y el hambre era una
constante en ellos. Debía levantarse a las seis de la mañana para ir a

69
Nada más real que un grito

recibir clases hasta el mediodía. En esas seis horas solo recibía una taza
de chocolate con dos galletas de soda como media mañana, al finalizar,
tenía una hora libre y luego era enviado a realizar labores de jardinería
y construcción en las casas de los vecinos del sector, esto con el fin de
recibir una paga al final del día, dicha paga debía ser entregada a la
administradora del orfanato, la señora Carvajal, una mujer con aires de
grandeza y muy temperamental, los niños tenían prohibido mirarla
cuando se cruzaban con ella en los pasillos o en el patio, debían agachar
la mirada y saludarla con voz suave y temerosa.
A eso de las seis de la tarde la jornada se daba por finalizada y
regresaban al orfanato para recibir la cena que constaba de un pan duro
y un vaso de agua, finalmente, a la cama para reanudar sus labores al
día siguiente. A los niños se les tenía prohibido hablar con las personas
de la calle o con aquellos a quienes prestaban sus servicios y
constantemente se les recordaba que, de llegar a incurrir en este tipo de
comportamientos, se verían altamente afectadas sus probabilidades de
ser adoptados por una familia que los sacara de allí, sobra aclarar que
ninguno de los niños que lo habitaban se atrevía a romper las reglas,
todos guardaban la esperanza de salir cuanto antes de aquel lugar y
confiaban en que pronto llegaría su hora, incluso cuando eran pocas las
familias que se acercaban a verlos nunca perdían las esperanzas.
El asesino nunca conoció a sus padres y según supo por la única vez
que habló con la señora Carvajal, ellos lo habían abandonado en la puerta
del orfanato sin importarles su suerte. Él siempre había sido muy
silencioso y retraído, dicho comportamiento había aumentado en los
últimos tres años, la señora Carvajal pensaba que se trataba de un caso
de autismo (no podía estar más equivocada), pues casi nunca se le veía
interactuando con los otros niños y, en ocasiones, a la hora de
despertarlos para iniciar sus labores, algunas de las ayudantes del lugar
manifestaban que lo encontraban sentado al borde de la cama con la
mirada perdida y debían moverlo bruscamente para lograr sacarlo de su
estado catatónico.
En las noches, después de la extenuante jornada a la que era sometido,
le gustaba irse a escondidas al patio trasero del antiguo edificio, allí,
escondido entre las sombras, utilizaba migas de pan que conservaba de

70
Nada más real que un grito

su cena para atraer a las ratas que pululaban por el lugar, una vez las
tenía cerca, las cazaba y se dirigía a uno de los baños ubicados al lado del
comedor, las agarraba de la cola y las golpeaba contra el lavamanos hasta
matarlas, le encantaba escuchar los chillidos de dolor que proferían. Una
vez muertas, el asesino las abría por la mitad utilizando una navaja que
guardaba en el tanque de agua de uno de los sanitarios (la había
encontrado mientras llevaba a cabo labores de jardinería en una de las
casas a las que era enviado), sacaba todo lo que estaba adentro y lo echaba
por el retrete, el cuerpo inerte del animal lo tiraba a un campo que
quedaba después de la vieja cancha de fútbol, limpiaba el baño y volvía a
su habitación con mucho cuidado de no despertar a ninguno de los otros
niños, se sentaba al borde la cama y permanecía allí reviviendo el suceso
una y otra vez. En ocasiones conseguía una erección, se sentía bien,
aunque no entendía completamente lo que era.
Cuando cumplió trece años, todas sus esperanzas de ser adoptado se
habían desvanecido y para ser honestos a él le hacía poca ilusión irse del
orfanato, en los años que habían transcurrido desde que iniciara su juego
con las ratas, había aprendido otras técnicas y ahora podía sumar a su
lista algunos desafortunados perros y gatos que se habían cruzado en su
camino. Una tarde después de finalizar las clases, fue asignado a un
servicio laboral, pero por ser uno de los más grandes del lugar y también
uno de los más aplicados ahora podía desplazarse a otros lugares de la
ciudad a prestar dichos servicios. A él le encantaba salir del orfanato y
ver la ciudad, siempre se iba por el sendero que atravesaba el bosque,
conectaba con el Parque de los novios y luego llegaba a la ciudad. Hacía
ambos trayectos caminando y se guardaba para él el dinero que debía
utilizar en el transporte. Esa noche, al regresar del servicio, en el Parque
de los novios, fue abordado por un hombre de unos treinta y cinco años,
era casi de su mismo porte y un poco más fornido, se acercó a él con una
sonrisa amable en el rostro, preguntó si podían caminar juntos, pues no
le gustaba mucho ese parque en las noches, el asesino asintió con la
cabeza y emprendieron el trayecto, al salir del parque e iniciar el camino
por el sendero del bosque, el hombre lo agarró del cuello por sorpresa
haciendo un gancho con su mano derecha, lo sacó del sendero y lo adentró
en el bosque, el asesino no sintió miedo, no gritó y se limitó a dejarse
llevar, llegaron a un campo cubierto de árboles muy altos que estaba muy

71
Nada más real que un grito

oscuro, el hombre sin soltarlo le bajó los pantalones utilizando su mano


izquierda, después, con la misma mano bajó los suyos y lo penetró, no
pasaron más de cinco minutos pero para él parecieron eternidades, sintió
mucho dolor y mucho asco, pero no gritó, no lloró y lo más importante, no
suplicó, se limitó a esperar mientras clavaba sus uñas en las manos
empuñadas, cuando el hombre terminó el asesino sintió que un líquido
caliente corría por sus piernas, no sabía si era sangre, semen o una
mezcla de ambas, cayó de rodillas al piso y decidió que debía actuar.
—Me ha gustado —dijo sin reflejar ninguna emoción en su voz.
El hombre sorprendido se acercó terminándose de abrochar el pantalón,
se puso de rodillas junto a él, sacó su lengua y la pasó por su oreja, luego
susurró: —Podemos repetirlo cuando quieras, dulzura.
El asesino que había estado llevando su mano derecha muy lentamente
hasta la parte superior de la bota que calzaba, desenfundó la navaja que
guardaba entre sus medias y que era la misma usada para divertirse con
los gatos y las ratas en el orfanato, giró muy rápido hasta quedar frente
al hombre y clavó la navaja en su cuello con todas las fuerzas que aún
conservaba, este, sorprendido, solo reaccionó tapándose la herida con
ambas manos cuando la navaja salió de su cuello y la sangre brotó en un
chorro, su mirada reflejaba el terror de una persona que no esperaba
conocer el país de los muertos tan pronto, el asesino no se limitó a ese
golpe sorpresa, ahora que sabía que tenía toda su atención arremetió
contra su abdomen descargando toda la ira contenida, una y otra, vez la
navaja entraba y salía, fueron trece puñaladas en total, pero fue la inicial
la que acabó con su vida, fue la primera vez que el extraño eyaculó,
ocurrió justo al clavar la navaja por última vez en el abdomen de su
violador. Cuando el hombre por fin se desplomó, el asesino se levantó, se
abrochó el pantalón, escupió la cara del hombre y reanudó su camino
hacia el orfanato, al llegar entró por uno de los campos de la parte trasera,
fue a los baños donde jugaba con las ratas, escondió la navaja en su lugar
de confianza y se limpió la sangre que adornaba sus manos. Después
golpeó varias veces su cara hasta sangrar por boca y nariz, salió por donde
había entrado y caminó hasta la puerta principal donde anunció que
había sido víctima de un robo al salir del lugar donde prestaba el servicio,
por tal motivo debió regresar caminando, fue trasladado a la enfermería

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Nada más real que un grito

y tras descartar algún tipo de daño mayor fue enviado a su habitación


para descansar. No lo hizo, toda la noche, en cambio, pensó en la
sensación del cuchillo entrando y saliendo del cuerpo del hombre, una
sonrisa dibujaba su rostro, esa noche se prometió que debía repetirlo.

VIII
El asesino salió del apartamento 502 con el cuerpo de Diana en los
brazos, ella aún respiraba, pero el golpe la había dejado inconsciente
nuevamente. Caminaba despacio mientras que la pierna herida de Diana
iba dejando un rastro de sangre por todo el corredor, pequeñas gotas que
adornaban el mármol blanco. Llegó a las escaleras y comenzó a
descender, el edificio estaba oscuro y, al parecer, todos sus inquilinos
dormían, pues no se sentía ni el zumbido de una mosca. Bajó los cinco
pisos sin problema hasta llegar al sótano que se estaba convirtiendo en
su base de operaciones, su guarida secreta llena de trofeos sin vida. Soltó
el cuerpo de Diana junto a los otros dos, su cabeza cayó encima de las
piernas de Sergio, el piso estaba teñido de la sangre de Santiago. El
asesino los observó en silencio, probablemente era lo más bello que vería
en su vida, incluso mejor que los cuerpos sin vida de las mujeres que
había asesinado desde los dieciséis años; en los últimos tres meses había
incrementado su labor, una por semana para un total de doce, todas en el
Parque de los novios (allí donde había asesinado a su violador), el bosque
que llevaba al que había sido su hogar por años y algunas en otros puntos
oscuros y solitarios de la ciudad para no despertar sospechas, todas las
noches de los miércoles y todas en su mayoría habían estado en ese bar
de mala muerte.
Al recordar a su víctima de la semana anterior el asesino sintió un
cosquilleo en la entrepierna, la había vigilado desde que llegó al bar, la
vio ligar con el idiota que la sacó de allí, los siguió en silencio y los observó
mientras tenían sexo. Esa noche pensó que sus planes se iban a ver
frustrados porque el parque estaba un poco concurrido, recordó que en su
camino se cruzó un anciano y un ladronzuelo, pero al final, todo salió
como lo esperaba. Primero lo había asesinado a él, no recordaba cuántas
veces había clavado la navaja en su abdomen, pero sí recordaba su mirada
llena de terror. No dejó de mirarlo hasta que sus ojos perdieron el último

73
Nada más real que un grito

soplo de vida, después probó su sangre caliente y se fue tras de ella. La


encontró un poco más adelante, antes de salir del parque, se estaba
vistiendo. Recordó que su espalda parecía llamarle, suplicarle, a gritos,
que clavara el cuchillo en ella; caminó muy despacio porque quería
sorprenderla con la primera puñalada, pero el crujido de las hojas lo
delató antes de poder hacerlo, ella se giró y quedaron cara a cara.
Empuñaba el cuchillo que aún escurría la sangre tibia de su amante,
eyaculó en ese mismo momento, fue extraño porque siempre que
alcanzaba un orgasmo estaba asesinando a alguien, así que ella había
sido especial. No gritó (o no tuvo tiempo), el cuchillo se clavó en su pecho
izquierdo, salió y volvió a su cuerpo, esta vez fue a clavarse en medio de
su cuello, ella se desplomó boca arriba, su pecho cubierto tan solo por un
sostén negro (tal como estaba Diana ahora mismo) empezaba a teñirse de
rojo, ella convulsionaba levemente y la sangre salía de su boca salpicando
las hojas secas. Después de unos minutos dejó de moverse. Él, que se
había limitado a observarla mientras moría, había conseguido una
segunda eyaculación, sintió la humedad en sus interiores y sonrió, las que
no peleaban eran las que le producían mayor placer. Se arrodilló a su
lado, lamió la sangre que salía de la herida de su pecho izquierdo, se
levantó de nuevo y se alejó caminando a buen ritmo.
La noticia de las muertes había aparecido en los periódicos y en los
noticieros del día siguiente, como era su costumbre (desde la muerte de
su violador), el asesino había recolectado los recortes en una caja que
guardaba en lo más alto del armario de su habitación. Aunque vivía solo
era precavido y no quería que nadie encontrara su más preciado tesoro.
La policía tenía la certeza de que los asesinatos estaban altamente
relacionados con los ocurridos en los últimos tres meses y algunos
ocurridos años atrás, pero manifestaban en su anuncio oficial (y no
mentían) que no se tenían las pistas necesarias para señalar a un
sospechoso aún.
Miró a Diana nuevamente, aunque aún respiraba no recuperaba el
conocimiento, así no le interesaba. Asesinato tras asesinato había
descubierto que se requería una combinación de diferentes factores para
llevarlo al orgasmo y el terror que solían reflejar sus víctimas antes de
recibir la estocada final eran uno de ellos, así pues, esperaría. Caminó
por el sótano y se dirigió al lugar por donde había entrado al principio de

74
Nada más real que un grito

la noche, se agachó y rebuscó entre unas cajas con elementos de


construcción que pocas veces se utilizaban en el edificio. Encontró lo que
buscaba: una cuerda gruesa de cáñamo. Volvió donde estaba Diana y ató
sus manos, muy fuerte por encima de su abdomen, volvió a dejarla caer
encima de las piernas de su novio muerto y salió del sótano.
Llegó a la primera planta del edificio y caminó despacio hasta el
ascensor, pulsó el botón de subir y esperó. Después de un momento el
ascensor abrió sus puertas frente a él, la luz que salía desde el interior
era brillante y le molestó en los ojos; sin embargo, caminó hacia este,
pulsó el número cinco y esperó para subir. Una vez que las puertas se
cerraron se quitó el pasamontañas y, con este mismo, se limpió el sudor
que corría por su rostro joven (no sobrepasaba los veintisiete años). Al
escuchar el timbre que anunciaba la llegada a su destino volvió a cubrir
su rostro, salió al pasillo y caminó hasta la puerta del apartamento 501,
se plantó allí a mirarla por unos minutos, desde dentro se escuchaba una
música suave y por debajo de la puerta se colaba un haz de luz, al parecer
la persona que había interrumpido sus tareas en el apartamento 502 aún
se encontraba despierta. El asesino sacó el cuchillo que había tomado de
la cocina de Diana y que guardaba en la parte trasera de su pantalón,
luego se agachó para comprobar que la navaja seguía en el lugar que
correspondía (la parte superior de la bota que calzaba), volvió a ponerse
de pie y apretó el cuchillo en su mano derecha, alzó la mano izquierda, la
empuñó y llamó a la puerta del apartamento 501 con dos golpes fuertes
que retumbaron en el silencioso pasillo.

IX
Fernanda daba vueltas en la cama, esa pequeña distracción le había
costado el sueño y, al parecer, no le sería fácil conciliarlo de nuevo.
Decidió que seguir intentándolo sería inútil, abandonó la cama y se
dirigió al escritorio ubicado al otro extremo de la habitación. Encendió la
lámpara para iluminarse un poco y luego pulsó el botón de inicio del
computador portátil que allí reposaba. Mientras iniciaba caminó descalza
por el frío suelo hasta la cocina, encendió la luz, abrió la nevera y sacó
una botella de jugo de naranja, se llenó un vaso y regresó a la habitación.
Cuando se acomodó en el escritorio el computador esperaba paciente por

75
Nada más real que un grito

la contraseña de seguridad para poder finalizar su labor de inicio.


Fernanda tecleó “Sidney1996” que era el nombre del personaje
interpretado por Neve Campbell en su película de terror favorita: Scream.
Los números por su parte correspondían al año de estreno de esta.
Mientras el computador terminaba de cargar, Fernanda notó que había
dejado encendida la luz de la cocina, pero decidió dejarla, al final no iba
a causarle ninguna molestia a nadie.
Ubicó en el escritorio el icono de iTunes, buscó el último disco de Borns
y le dio reproducir, los primeros acordes de God save our young blood
comenzaron a sonar, aunque el volumen estaba bajo, parecía retumbar
en el silencioso apartamento. Volvió al escritorio y abrió el archivo de su
tesis, si no podía dormir más le valía hacer algo productivo. Miró lo último
que había escrito y se dispuso a iniciar la redacción, pero las palabras
parecían no querer salir, tomó un poco de jugo y releyó el último párrafo
que había en el archivo, se acomodó en la silla y se dispuso a escribir
nuevamente, pero la poca concentración que había conseguido se
interrumpió cuando escuchó dos golpes secos en la puerta, rugieron por
todo el apartamento ahogando incluso el sonido de la música. Fernanda
se levantó de la silla exaltada, fue hasta la cocina y esperó, aguzó el oído,
no parecía haber nadie al otro lado de la puerta. Caminó muy despacio
en las puntas de los pies hasta la puerta, pero cuando se disponía a mirar
por el ojo de buey la puerta recibió dos nuevos golpes igual de fuertes a
los anteriores, Fernanda dejó escapar un grito y retrocedió de un salto.
—¿Quién es? —preguntó con voz temblorosa— No hubo respuesta
alguna.
Lo que estaba al otro lado de la puerta pareció perder la calma y
arremetió contra la puerta con todas sus fuerzas, Fernanda gritó
nuevamente y corrió a la cocina, abrió el cajón donde guardaba los
cuchillos, pero lo haló demasiado y, tanto el cajón como su contenido,
cayeron al suelo. Ella retrocedió un poco y se agachó tratando de
encontrar su cuchillo más grande y filoso. Al otro lado de la habitación la
puerta cedió a los golpes recibidos y gran parte de ella voló hasta la mitad
de la sala. Fernanda giró y vio que un hombre que cubría su rostro con
un pasamontañas negro entraba por el hueco y se enfilaba directo hacia
ella. Agarró el primer cuchillo que encontró y corrió a la habitación, se

76
Nada más real que un grito

detuvo en la mitad de esta, giró para quedar frente a él y empuñando el


arma con ambas manos lo señaló.
—¡Aléjate, no dudaré en usarlo!
Él la observó en silencio, ella retrocedió un poco más, sus manos
temblaban y sudaban, de sus ojos salían lágrimas, la música seguía
sonando, pero ahora parecía distante.
—¿Qué es lo que quieres? —dijo sollozando.
A modo de respuesta él dio dos pasos rápidos, agarró sus dos manos con
su mano derecha y apretó hasta hacerla soltar el cuchillo que cayó en el
piso cerca a la cama. Ella gritó, sintió que las piernas le fallaban y pensó
que caería al suelo, pero él no se lo permitió. La levantó como si se tratara
de una muñeca de trapo y con la otra mano la golpeó en la cara dos veces.
Fernanda sintió el crujir de la nariz al romperse, gritó de dolor y sintió la
sangre entrar en su boca, él la soltó, ella cayó al suelo mareada pero no
se rindió, llegó hasta la ventana gateando y ayudándose de ella logró
ponerse en pie, por el reflejo de la ventana lo vio ubicarse detrás de ella,
lloró de terror e impotencia. Él enredó las manos en su pelo y la golpeó
contra la ventana que se rompió al instante en mil pedazos, los vidrios
cayeron al negro suelo del parqueadero donde terminaron de romperse.
A Fernanda le pareció ver que alguien caminaba allí abajo, omitiendo el
dolor que sentía en todo su rostro aguzó la vista y vio que se trataba de
una mujer que cojeaba por el parqueadero, hizo acopio de las fuerzas que
aún le quedaban y gritó:
—¡Ayúdame, ayúdame por favor!
El asesino la regresó a la habitación tirando nuevamente de su cabello
y la dejó caer en el suelo, Fernanda se retorció hasta quedar en posición
fetal, su rostro antes pálido ahora recordaba a Sissy Spacek después de
recibir el baño en sangre de cerdo en el tramo final de Carrie. Giró un
poco y vio que el hombre se asomaba a la ventana y daba un golpe de
rabia a la pared mientras miraba hacia abajo. Descansó su cabeza
nuevamente en el suelo y vio el cuchillo asomando debajo de la cama,
estiró la mano y lo agarró del mango, lo empuñó y cuando se disponía a
girar para tratar de levantarse el pie del hombre aplastó su muñeca
haciéndola lanzar otro alarido de dolor. Él se agachó sin dejar de pisarla,

77
Nada más real que un grito

la forzó a abrir la mano y le quitó el cuchillo, se acercó a su oído y susurró:


—No esta noche.
Retiró el pie de su mano, la agarró del cuello, la levantó y la tiró contra
la pared, Fernanda cedió un poco al dolor y quedó en el piso sin aliento ni
fuerzas de seguir dando la pelea. El asesino pasó a su lado sin prestarle
mayor importancia, ella lo miró mientras salía y sintió sus pasos alejarse,
caminaba sin ninguna prisa. Fernanda escuchó el pito del ascensor al
abrirse la puerta, su rostro se iluminó con un poco de esperanza.
Agarrándose de la pared trató de ponerse en pie, pero resbaló en el piso
embadurnado de sangre y cayó de nuevo.

X
Al abrir los ojos muy despacio, Diana notó que le dolía la cabeza y algo
viscoso goteaba encima de su mejilla. Todo estaba muy oscuro, pero con
un esfuerzo pudo ver que lo que antes parecía ser un rostro humano la
miraba desde arriba, la sangre que salía de su boca era lo que estaba
cayendo encima de su mejilla. Se abalanzó hacia atrás impulsándose en
su cadera, pues descubrió que tenía las manos atadas. Aguzó la vista para
tener una panorámica del lugar, el corazón se le encogió cuando reconoció
la camisa de Sergio cuyo cuerpo inerte reposaba sobre los pies del tipo de
rostro desfigurado. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro
lavando la sangre que había caído sobre sus mejillas mientras estaba
desmayada. Se acercó gateando hasta los cuerpos haciendo acopio de
todas sus fuerzas. Santiago estaba sentado y recostado contra una de las
columnas del lugar, la cabeza destrozada seguía chorreando sangre cada
vez más espesa. El cuerpo de Sergio estaba sobre las piernas de Santiago,
ella había estado desmayada encima de las piernas de su novio. Se
arrastró hasta encontrar su rostro, las pocas esperanzas que guardaba se
desvanecieron, era él, ya no había ninguna duda. Se acomodó en su pecho
ahogando un grito de rabia y dolor y lloró hasta que sintió que le faltaba
el aire. No supo cuánto tiempo pasó, pero cuando por fin logró calmarse
solo un pensamiento pasaba por su mente: «no iba a morir allí».
Besó los fríos labios de Sergio y ayudándose de la columna logró ponerse
en pie, caminó hasta las escaleras que conducían al primer piso, se le
antojaron demasiadas, pero no le importó. Se agarró del pasamanos y

78
Nada más real que un grito

empezó a subir. A cada paso que daba su pierna rugía de dolor y Diana
sentía que la sangre le corría hasta sus pies descalzos. Después de lo que
le pareció una eternidad logró llegar a la puerta, haló la manija, pero la
puerta no abrió. En ese momento Diana recordó que la puerta tenía un
pasador interno y otro externo, era este último el que había usado el
asesino para que no pudiera salir.
Dio dos golpes a la puerta con sus manos atadas y se dejó caer hasta
quedar sentada en la parte superior de la escalera. Miró nuevamente el
cuerpo de Sergio y divisó la luz que llegaba desde la ventana rota por la
que había ingresado el asesino. Su rostro se iluminó, volvió a bajar y cojeó
hasta los contenedores de basura. La ventana rota bañada por la luz de
la lámpara del parqueadero parecía saludarla. Esa era su salida, pero
primero debía desatar sus manos para poder alzarse hasta la calle.
Regresó hasta donde estaba el cuerpo de Sergio pues recordó que siempre
llevaba una navaja en el bolsillo trasero de su pantalón. Haciendo acoplo
de todas sus fuerzas lo giró un poco e introdujo las manos en su bolsillo,
sacó la navaja y lo dejó caer de nuevo sobre las piernas de Santiago.
Caminó hasta los contenedores por donde entraba un poco de luz, abrió
la navaja y se llevó el mango a la boca. Agarrándola con sus dientes metió
la hoja entre sus manos y la soga que las ataba y comenzó a moverla, si
su plan no daba resultado tendría que ideárselas para salir del sótano
aun estando amarrada. Pero al parecer la suerte estaba de su lado esta
vez. Después de un momento Diana vio que la soga empezaba a ceder.
Gotas de sudor le corrían por la frente, pero ella no se detuvo, siguió
moviendo su boca aún más de prisa. Después de lo que le pareció un
tiempo eterno, la soga cayó a sus pies y sus manos quedaron libres. Diana
las movió en círculos, le dolían, pero no pensaba que fuera peor que el
dolor que sentía en la cabeza y en la pierna. Sacó la navaja de su boca, la
cerró y guardó entre sus pechos, caminó despacio hasta la ventana rota
teniendo cuidado de no hacerse otra herida con los vidrios que adornaban
el frío suelo del sótano. Al llegar la observó, estaba muy alta para saltar
y agarrarse de la parte inferior, miró a su derecha y vio las cajas de
herramientas donde el asesino había conseguido la soga para atarla, apiló
tres y subió encima de ellas, examinó más de cerca la parte baja de la
ventana asegurándose que no tuviera vidrios que pudieran lastimar sus
manos y cuando estuvo segura que no los tenía estiró sus manos y se

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Nada más real que un grito

agarró de ella, flexionó hacia arriba y apoyando ambos codos en la base


de la ventana se impulsó de nuevo.
La mitad de su cuerpo reposaba sobre el asfalto del parqueadero, las
piernas le colgaban aún en el interior del sótano. Diana suspiró aliviada
y se impulsó una vez más para terminar de salir. Se dejó caer sobre el
negro suelo por unos segundos, pero recordó que debía ser rápida y no
podía perder el tiempo. Se levantó y comenzó a caminar despacio por el
parqueadero mirando a lado y lado para asegurarse que Él no apareciera.
De pronto escuchó una ventana quebrarse, vidrios que caían sobre el
suelo y parecían gritar al hacerse pedazos, giró aterrada y miró a la
ventana por donde había salido, no había nada allí, luego escuchó un grito
que provenía desde arriba.
—¡Ayúdame, ayúdame por favor!
Diana logró ver a una mujer que colgaba de la ventana del apartamento
501, pero no pudo reconocer quién era, algo la haló hacia adentro en el
momento en el que Diana alzó la vista. Ella esperó y en cuestión de
segundos lo vio aparecer a él en la ventana. La miraba, estaba segura de
eso. Notó que retrocedía y desaparecía en la oscuridad del apartamento.
Diana pensó en huir y avisar a la policía, allí cerca había una estación.
Dio dos pasos y se detuvo, giró hasta quedar frente al edificio y caminó
hasta él, lo rodeó para quedar por la entrada del principal. Había
cambiado de opinión; mientras iba hasta la policía la mujer del
apartamento 501 (que probablemente fuera su vecina Fernanda), estaría
muerta. Era el momento de acabar con esto. Ya había corrido demasiado
por esa noche.
Llegó a la puerta principal del edificio, subió las pocas escaleras que
había entre la puerta y la acera agarrada del pasamanos, empujó y, como
era de esperarse, encontró que estaba abierta. Escuchó la puerta cerrarse
a sus espaldas, miró a su izquierda y vio el kit de emergencia contra
incendios. Dio un golpe fuerte y contundente al vidrio con su codo,
retrocedió un poco para evitar los vidrios que caían al suelo. Tomó el
hacha con ambas manos y continuó caminando en dirección al ascensor.
Pulsó el botón de subir y esperó. Las puertas se abrieron y pudo ver su
reflejo irreconocible en el espejo del fondo del ascensor, entró, pulsó el
número cinco y el botón de cerrar puertas. Dejó el hacha recostada contra

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Nada más real que un grito

una de las paredes del ascensor, dio una mirada rápida a la herida del
pie, notó que había dejado de sangrar, lo cual estaba muy bien. Arrancó
otro pedazo de su pijama y se ató el cabello en una cola de caballo,
recuperó el hacha justo en el momento en el que el ascensor pitó para
anunciar la llegada a su destino. Las puertas se abrieron iluminando el
pasillo, Diana dio dos pasos para salir del ascensor y vio al asesino que
parecía esperarla plácidamente en la puerta del apartamento 501.
Empuñó el hacha y la alzó, caminó hasta donde él la esperaba sin quitar
la mirada de sus ojos. De reflejo lo vio empuñar el cuchillo con el que la
había herido, esta iba a ser su última oportunidad.

XI
Un grito de rabia retumbó por todo el pasillo del piso cinco. Diana,
levantando el hacha con todas sus fuerzas se abalanzó encima del
asesino. Él se agachó para esquivar el golpe y con la mano contraria a la
mano con la que sostenía el cuchillo golpeó a Diana en el abdomen. Ella
retrocedió adolorida y cayó de rodillas frente al asesino. El hacha se le
fue de las manos, pero antes de que cayera al piso Diana logró alcanzarla
y empuñando solo la parte superior la clavó en el pie del asesino. Este
gritó, se agachó un poco, retiró el hacha de un tirón y entró nuevamente
al apartamento 501 arrastrando el pie en el que se había clavado el
hacha.
Diana se levantó apoyándose en el mango del hacha, el golpe había sido
fuerte pero esta vez su voluntad de resistencia era mayor. Caminó
despacio hasta el apartamento 501 arrastrando el hacha con su mano
derecha, cruzó lo que quedaba de la puerta, pero al ingresar no encontró
rastro del asesino. En el piso de mármol blanco solo se veía una mancha
de sangre que iba hasta el balcón. Diana alzó el hacha y se preparó para
atacar mientras se acercaba a la puerta del balcón, pero un ruido en la
entrada interrumpió su concentración; sintió la puerta cerrarse detrás de
ella con un golpe sordo, giró lista para atacar, pero fue recibida por el
puño del asesino que la esperaba oculto atrás de los vestigios de la puerta.
El golpe la lanzó a la mitad de la sala de estar y la obligó a soltar el hacha
que quedó a sus pies. En el piso, Diana tosió, un pedazo de diente salió

81
Nada más real que un grito

de su boca acompañado de sangre. El asesino se acercó a ella y la agarró


del cuello levantándola hasta que quedaron frente a frente.
—Nunca, ninguna perra asquerosa podrá conmigo. Recuérdalo antes
de que acabe contigo —dijo el asesino con voz seca—, mientras apretaba
su cuello. Diana estiró las manos hasta alcanzar su rostro y metiéndolas
entre los orificios que el pasamontañas tenía para facilitar la vista haló
con todas sus fuerzas. La tela que cubría su rostro se rasgó y dejó al
descubierto la mitad de su cara, este la soltó y la dejó caer al piso, retiró
lo que quedaba del pasamontañas y lo tiró a sus pies.
—Supongo que quieres ver el rostro de la muerte antes de irte —dijo
sonriente.
Diana lo miró y reconoció su rostro. Era el chico amable que había
estado pintando los pasillos del edificio durante las últimas dos semanas.
Recordó que en varias oportunidades su madre le había llevado jugo con
galletas y él las había recibido de muy buena manera. Al principio se
había negado alegando que no estaba autorizado, pero ante la insistencia
de su madre las había recibido y las había seguido recibiendo los días
siguientes.
—Hijo de puta —dijo Diana entre dientes.
—Solo veo una puta en este cuarto y va a morir ahora mismo —contestó
él.
Alzó su pie y le asestó dos golpes fuertes, el pecho y espalda de Diana
fueron su objetivo. Ella giró adolorida y se arrastró en dirección al balcón.
El asesino se sentó sobe su espalda obligándola a detenerse, metió su
mano entre el cabello de Diana y le levantó la cabeza, puso el cuchillo en
su cuello y antes de cortar susurró a su oído: —Has sido una de mis
favoritas, que te sirva de consuelo.
Diana lloró y mientras esperaba a que el cuchillo acabara con su vida
recordó a su madre al despedirse cuando se fue de viaje, también recordó
a Sergio que yacía sin vida en el sótano. Si es que en realidad existía un
más allá entonces pronto estaría con él. El asesino soltó un grito similar
al que había lanzado cuando Diana consiguió herirle el pie, soltó su
cabeza y se dejó caer a la derecha quedando en el piso. Diana se apoyó en
sus brazos y miró hacia atrás, Fernanda estaba allí parada con un

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Nada más real que un grito

cuchillo en la mano, su rostro estaba cubierto de sangre y sin expresión


alguna. El asesino se apoyó en el sofá y consiguió sentarse recostado en
él, pero sin llegar a subirse. Fernanda corrió hacia él y clavó el cuchillo
en su estómago dos veces más, él gritó de nuevo y la agarró del cuello.
Fernanda gimió e hizo dos cortes más, pero esta vez en el antebrazo de la
mano que la apretaba buscando así liberarse. La presión cedió un poco,
Fernanda hizo un corte más en su antebrazo y él la liberó mientras caía
de nuevo al piso cerrando los ojos y sosteniendo su abdomen adolorido.
Diana, que había conseguido ponerse de pie una vez más, había
recuperado el hacha, se acercó por detrás y caminó hasta donde el asesino
yacía, alzó el hacha y la descargó en su pecho con todas las fuerzas de las
que aún hacía acopio. Él gritó, Diana retrocedió cuando la sangre brotó
de su boca, se agarró de la mano de Fernanda y lloró. Por un momento
ambas miraron el cuerpo inerte del asesino sin pronunciar palabra
alguna. Su rostro joven y ensangrentado no reflejaba la maldad que
habitaba en su interior. Caminaron hasta la cocina sin desprenderse la
una de la otra, Fernanda dejó el cuchillo sobre la barra y caminó hasta
una mesa ubicada en un rincón de la sala de estar, levantó el teléfono y
marcó el número de la policía. Mientras esperaba por una respuesta se
dirigió a su habitación. Diana, por su lado, caminó hasta el balcón, se
arrodilló dando la espalda al interior del apartamento y lloró, lo habían
logrado, estaban vivas.
Mientras observaba la noche desde el balcón sintió pasos que se
acercaban a sus espaldas, se levantó y giró esperando encontrar a
Fernanda, pero no era ella la que aguardaba allí de pie, era el asesino
que, sin darle tiempo de reaccionar, clavó en su estómago dos veces el
cuchillo que Fernanda había abandonado en la cocina. Ella gritó, sintió
la lámina de acero dejar su cuerpo la segunda vez y luego la sangre
brotar, cayó al piso de rodillas, él la miraba desde arriba y a pesar de las
heridas causadas, sonreía. El asesino alzó el cuchillo empuñándolo con
ambas manos, Diana esperó por su momento final una vez más, pero esta
vez tampoco llegó. Fernanda atacó nuevamente por detrás y arremetió
contra el asesino con todas sus fuerzas empujándolo al vacío. Él soltó el
cuchillo, perdió el equilibrio y pasó por encima de la baranda del balcón
que solo le llegaba a la cintura. El sonido del cuerpo estrellándose contra
el pavimento llegó hasta el piso cinco. Fernanda se acercó a la baranda y

83
Nada más real que un grito

miró hacia abajo, el cuerpo inerte reposaba sobre el pavimento con las
manos por encima de la cabeza y la pierna derecha evidentemente rota,
la sangre empezaba a brotar de su boca.
—Está muerto —susurró Fernanda con voz de alivio.
Ayudó a Diana a incorporarse mientras le sugería hacer presión sobre
las heridas de su abdomen, trató de llevarla adentro, pero Diana se
agarró del barandal y no se lo permitió. Ambas permanecieron allí
vigilando el cuerpo inerte del asesino hasta que vieron asomar las sirenas
de las ambulancias y los coches patrulla. Era la 1:25 a.m. cuando ambas
entraron al apartamento finalmente para esperar a que los paramédicos
se ocuparan de ellas. Fernanda dejó a Diana en uno de los muebles de la
sala y se sentó a su lado.
Las sirenas cesaron, escucharon personas hablando en el silencio de la
noche, pasos fuertes al descender de los vehículos, las luces de las sirenas
seguían iluminando el oscuro apartamento 501 y adornaban sus caras de
descanso pasando del azul al rojo. El pito del ascensor sonó anunciando
la llegada de la caballería que las sacaría de allí. La luz que salía del
ascensor se coló por el hueco que antes fuera la puerta. La voz de un
hombre habló fuerte y claro en la primera planta del edificio, ambas se
miraron y apretaron sus manos horrorizadas al escucharlo.
—Este aún vive, trasládenlo de inmediato.

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Nada más real que un grito

El terror que vive en mí

Por Carmen Sofía Castillo Gutiérrez

Mi familia y yo nos cambiamos de casa, estábamos aburridos de vivir en


el campo y un cambio de aires nos caería bien; aunque en la ciudad haya
más contaminación hay más lugares para divertirse, llegamos a la casa
era muy bonita, todo parecía normal hasta ese momento, desempacamos
nuestras cosas y dormimos en el piso la primera noche hasta que llegaron
nuestras cosas y las acomodamos, a mamá le encantaba la casa, a mi
hermana le fascinaba la idea de tener amigos nuevos y mi papá estaba
feliz de tener un trabajo nuevo. Siendo sincera no tenía muchas
expectativas, pero no era tan malo, sí sabía que sería diferente a lo que
estaba acostumbrada, los primeros días fueron buenos. Me estaba
adaptando; sin embargo, había algo extraño en esa casa siempre sentía
como si me estuvieran mirando, las cosas nunca estaban donde las dejaba
y en las noches sentía ruidos extraños, le platiqué de esto a mi madre y
solo me llamó paranoica, «tal vez lo estaba y solo estaba haciendo
películas de terror en mi mente», eso pensé, sin embargo, lo que pasó esa
noche hizo que me diera cuenta de que algo estaba mal en ese lugar.
Estaba escuchando música y revisando mi perfil social, de repente
escucho chillidos y llantos de una mujer que al parecer venían de la sala,
no quise darle importancia y me dije: —¿En serio vas a ir? recuerda lo
que pasa en las películas de miedo. Pero los llantos se hacían más
intensos se escuchaban cada vez más cerca, así que me armé de valor y
salí de la recamara, cuando llego a la sala mis ojos no creían lo que veían,
había una mujer toda harapienta, sucia con el pelo en la cara que tapaba
sus cicatrices, sus ojos reflejaban un odio que podrían matarte de tan solo
mirarla, sus gritos eran tan agudos que solo quería que parara, me
desesperé tanto que le grité: —¡Cállate! Ella me miró y me lanzó una
sonrisa macabra, quería correr pero mis piernas no respondían, cada vez
estaba más cerca, trataba de gritar pero no salía palabra alguna, ella me
tomó de los pies, me tumbó, traté de zafarme, no lo conseguí, me agarró
por el cuello, estaba ahorcándome, su mirada de satisfacción era lo que

85
Nada más real que un grito

más me causaba terror en ese momento, estaba desfalleciendo, creí morir


hasta que terminé por desmayarme, cuando desperté me encontraba en
mi cama, en mi alcoba, no lo podía creer, ¿acaso lo soñé? Eso no podía ser
un simple sueño, se sentía tan real, pensé que debía contarles a mis
padres, no lo hice, tal vez solo era una pesadilla, no lo era.
Todas las noches la veía, se arrastraba hacía mí, cambiaba de lugar mis
cosas, cuando dormía me quitaba las sábanas y me hacía caer de la cama,
siempre amanecía con moretones, no sé qué sea esa cosa, supuse que era
un demonio o algo parecido.
Una vez le pregunté a mi vecina el porqué se habían mudado las
personas que vivían ahí, lo que me contestó fue perturbador, dijo que no
se fueron simplemente desaparecieron, siempre lo hacen, y se fue con una
sonrisa malévola dejándome estupefacta, en ese momento lo decidí: no
me importan que me digan loca, debo convencer a mis padres y a mi
hermana de que esa casa no es segura, debemos irnos, esperé a que todos
estuviéramos en la casa y les dije: —Debemos irnos, no es seguro aquí,
esta casa está maldita— espeté. No me hicieron caso, me miraron como
una loca, y los entiendo, yo tampoco me creería. Hace unos meses nunca
podría haber imaginado que algo así pudiera ocurrirme, estaba tan
devastada que empecé a halarme el cabello, golpearme el estómago,
arañarme de la frustración y llorar como loca, mis padres trataban de
calmarme, me agarraron de las manos para que no siguiera
lastimándome, a unos pasos de nosotros estaba mi hermana estupefacta,
no podía creer lo que estaba ocurriendo, debió tener mucho miedo al
verme así.
Pero minutos después lo que menos importaba era tranquilizarme, el
ambiente se puso tenso, se podía palpar la sed de sangre de esa mujer
que apareció detrás de las cortinas colgadas en la pared de la sala, mis
padres y hermana estaban en estado de shock, extrañamente yo no, se
podría sentir que una gran valentía emanaba en mí.
—Vámonos, debemos irnos —les dije.
Todos corrimos, queríamos salir de la casa, pero ese demonio truncó la
puerta e iba en dirección hacia nosotros, se podía sentir su odio y anhelo
por la muerte, corrimos hasta el patio, desde ahí se podía escuchar cómo
se arrastraba y sus chillidos agudos, mi mamá y yo nos pasamos a patio

86
Nada más real que un grito

de la otra casa, pero mi papá se quedó en la casa aturdido de no saber


dónde estaba mi hermana, ella desapareció de nuestra vista de una forma
inexplicable, ese ser maligno nos había alcanzado, mi padre no hizo el
más mínimo intento por defenderse, ella lo atacó.
No me quedó de otra que volver a la casa, aunque mi madre no quisiera,
la quité de encima de mi padre, me di cuenta de que tenía un corazón
lleno de hilos, fue lo más monstruoso y asqueroso que vi, cogí el hacha
que mi padre usaba en el campo, que por suerte o desgracia estaba en el
patio, así que me lancé hacia ella y le di un hachazo en el corazón, pero
no le hacía nada, ese ser seguía como si nada.
De repente se puso a reír, yo no lo entendía hasta que escuché quejidos
desde el patio de atrás, cuando me asomé pude presenciar la escena más
aterradora que vi en mi vida, mi madre, una de las personas que más amo
en el mundo, estaba con el pecho abierto llena de sangre, no entendía
nada, resulta que el corazón del demonio era el de mi madre, estaban
enlazados, yo maté a mi madre, sin darme cuenta acabé con su corazón,
fue estúpido de mi parte pensar que podría acabar con esa cosa, quería
que no fuera real, que todo eso fuera una pesadilla y, como si mi deseo
fuera concedido, desperté, ya no estaba en ese lugar, pero mi familia ya
no era la misma, ni mis padres y ahora tenía dos hermanos.
Debo estar loca pero siempre inicia igual, por alguna extraña razón
empiezo a decirles que debíamos irnos, que ocurriría algo horrible si nos
quedábamos pero no lograba que me hicieran caso, hasta que la veían a
ella, siempre terminaba matándolos tratando de salvarlos y cuando creía
que todo estaba perdido volvía a despertar como si todo fuera una
pesadilla, que nunca volvería ocurrir pero sucedía una y otra vez, pensé
en suicidarme pero tal vez ya estaba muerta, tal vez ese era un infierno
creado para mí, tal vez ese demonio que había acabado con mi vida y
familia era yo misma.
No lo sé, tal vez nunca sepa qué fue lo que hice mal solo sé que la
situación dejó de ser aterradora, esa criatura dejó de darme miedo, ahora
hasta me agrada, empiezo a entender todo esto, es un asco y lo único
entretenido es ver la cara de miedo que ponen mis nuevos familiares al
verla, al verme disfruto cada momento en que, por error, termino
empapada de su sangre en mi boca, sí, tal vez ya no sea un error pero no

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Nada más real que un grito

pueden juzgarme cuando no fue mi culpa que me convirtiera en el más


grande terror, a veces ser una víctima puede volverte victimario o, como
dije antes, lo más probable es que siempre lo haya sido y por eso viva este
infierno.

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Nada más real que un grito

Carne de primera

Por César Andrés Gordillo Orozco


y Brayan Yesid Sanabria Rojas

Capítulo I
Poco antes de la penumbra total, un anciano contemplaba los últimos
rayos del sol dibujando un hermoso atardecer en el horizonte, una de las
pocas cosas que aún podía darse el lujo de disfrutar. Decidió regresar
antes de que la luz del día se extinguiese completamente, a paso lento y
torpe atravesó el pequeño bosque que lo separaba de su casa. Al llegar
tocó la puerta tres veces, pero nadie respondió, una mueca de dolor y
amargura se dibujó en su rostro, este acto involuntario hizo que la
realidad le golpease en el rostro y le recordara la muerte de su último
familiar. Ahora estaba solo, sin nadie para amar, sin nadie para saludar
al llegar a casa. Sin nadie. La senilidad le había estado jugando este tipo
de bromas desde hace un par de años, cada vez con más frecuencia
afrontaba su verdad y se sentía el hombre más miserable del mundo.
Un anciano caminaba por el pasillo de lo que antaño fuera un palacio
en miniatura, los pisos de roble crujían bajo sus pies, el viento,
atravesando múltiples agujeros en las paredes de este lugar, producía
múltiples silbidos y enfriaba el lugar. Al final del corredor encontró un
estudio de proporciones generosas que estaba forrado casi completamente
de libros, salvo por un gran ventanal y un pequeño espacio destinado a
una chimenea. Frente a esta se situaba un sillón de cuero sumamente
desgastado. Procedió a encender la chimenea y se sentó con uno de los
incontables ejemplares que le rodeaban.
Aunque el anciano ya se encontraba en el sillón, la madera no cesó de
crujir por varios segundos. El viento se detuvo y el silencio empezó a
reinar.
Media hora pasó, yacía en sus manos una novela de Charles Dickens,
sus ojos pasaban lentamente por cada palabra, pero no conseguía

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Nada más real que un grito

realmente leer. Solo podía pensar en su familia, su pequeña hija y la


adoración de sus ojos, sus dos hijos y su amada esposa. Dijo para sí
mismo: —Sé que he cometido errores, pero ¿realmente merecía que me
fueran arrebatados de esa manera? Después de pronunciar estas
palabras, el ambiente se tornó aún más frío, y la luz proveniente de la
chimenea aminoró su intensidad. Algunos pasos se escucharon,
provenían del corredor. El anciano no se molestó en verificar la presencia
de alguien, bien sabía que la casa se hallaba completamente vacía. La
madera rechinaba suavemente, como si alguien con poco peso estuviera
pasando sobre ella. Él trató de fingir calma y serenidad. «esta vez fueron
19» pensó, «uno más que la semana pasada».
Cayó en un sueño profundo. Pudo ver a su hermosa esposa comiendo
su platillo favorito, él limpió una gota de sangre que se derramó sobre su
mentón y la besó. Su hija menor lloraba, era su primera vez en El
Restaurante, no estaba acostumbrada al tipo de comida que allí podían
ofrecerles. Sus dos hijos comían con voracidad, arrancando trozo a trozo
de la suculenta carne asada situada frente a ellos, bañada en salsa,
sumergida en aceite hirviendo segundos antes de ingerirla, era un manjar
para ellos, uno de aquellos que solo los más pudientes pueden costear.
Fue uno de los últimos años felices de su vida.
Sus días transcurrían lentamente, recorría parte de sus predios y
volvía antes de la puesta del sol, disfrutaba de lo único que le quedaba,
su vasta fortuna había ido desapareciendo con el pasar de los años. No
llegó a notar que sus abogados y contadores estaban devorando cada
centavo que podían hasta que fue muy tarde. En pocos años murió gran
parte de su familia, hermanos, tíos, primos, abuelos y padres, uno tras
otro, esto mantuvo su cabeza ocupada permitiendo que le robaran en su
propia cara. Suicidios, accidentes domésticos, paros cardíacos, las
razones fueron múltiples. En cierto punto se inició una investigación para
hallar a un culpable, sobornos para agilizar el trámite, recompensas e
incentivos brindados a detectives públicos y privados durante años, todo
fue infructuoso, nunca se llegó a encontrar algo.
Algunas noches podía escuchar los pasos de su hija, corriendo por el
segundo piso hacia el balcón, solo para saltar con una soga atada al cuello.
La veía por el gran ventanal del estudio, cayendo momentáneamente,

90
Nada más real que un grito

después, de un fuerte tirón la cuerda se tensaba y rompía el cuello de su


adorada niña. Solo una nota dejó atrás: “Lo siento, siento haber cedido,
nunca quise hacerlo.”
Otras noches podía escuchar a su hijo llorar en su cuarto, la pena moral
había acabado con él, una vez estuvo suficientemente débil,
enfermedades diezmaron, lo poco que quedaba de su espíritu murió.
Solo llegaba a soñar con su familia, las pocas ocasiones en que estos
sueños eran dulces le resultaban una tortura inenarrable, al despertar
notaba su realidad, el dolor de la pérdida de sus seres queridos era más
fresco entonces y lo orillaba a tomar su propia vida para volver a verlos.
Lastimosamente era demasiado cobarde como para hacerlo, lo había
perdido casi todo, salvo su vida, aún se aferraba a ella sin importar qué
tan miserable fuera.
Habían pasado muchos meses desde que vio solo la primera planta de
la edificación decadente en la que vivía, las hermosas escaleras de doble
hélice que comunicaban el primer y el segundo piso ya no eran confiables.
Podía oler la madera putrefacta, no soportarían a un hombre de su
complexión. En ocasiones escuchaba algunos ruidos provenientes de la
planta alta, optó por ignorarlos. Cierto día decidió subir, la certeza de
haber observado una sombra, las incontables horas de soledad habían
mellado en su alma, deseoso de compañía humana, aunque fuese un
vagabundo, decidió confiar su vida a cada escalón. Podía sentir cómo se
curvaban por el efecto de su peso, tan rápido como se lo permitió su cuerpo
atravesó los 20 peldaños. Vacío, además de un par de muebles viejos y
corrompidos por el paso del tiempo el piso se encontraba completamente
vacío.
Empezó a caminar por la que alguna vez fue su habitación, salvo por la
enorme cama de madera maciza, no había ya rastro de que alguien
hubiese vivido allí jamás. Recordó a su esposa, decenas de noches sin
dormir tras la muerte de su primogénito le habían pasado factura. Las
pocas ocasiones en que llegaba a dormir por más de treinta minutos
arañazos atacaban con fuerza el cuarto contiguo despertándola
inmediatamente. En ese lugar dormía, en épocas más felices, la que ahora
fuese su difunta hija. Poco después, fruto de una alucinación ella empezó
a maldecir sin cesar, a pelear con alguien quien no estaba allí. Caminó

91
Nada más real que un grito

tras esta ilusión hasta las escaleras, jurando venganza por sus hijos.
Segundos después estaba tendida en el suelo del primer piso, la sangre
que de su cabeza brotaba había creado un camino que dividía la escalera
en dos perfectas mitades, así como su cráneo.
Se sorprendió a sí mismo observando desde el preciso lugar donde hace
tantos años ella había caído, mirando hacia abajo, con una mirada fría y
temerosa. Escuchó una leve risa… En su cabeza, ¿o no? Ya no podía estar
seguro. Miró en su reloj la hora, solo diez minutos habían transcurrido.
El tiempo también castiga. Caminó nuevamente hasta su cuarto, se sentó
al borde de la cama entrecruzando los dedos girando levemente su argolla
de matrimonio mientras sentía como levemente el lado contrario de su
cama se hundía, cerró los ojos y se puso de pie nuevamente.
Bajó a cenar. «Otra miserable cena» pensó. Una gran mesa de fino roble
en el vestíbulo le esperaba. Puso un plato con cortes de res cocida,
pimientos y algunas verduras. —Carne de tercera —se repite una y otra
vez—, ese sabor, esa textura, ese animal… Cierra sus ojos y reza, pide
por las almas de sus allegados y conocidos, agradece lo comido (en el
pasado remoto) mientras toma el tenedor. Las velas que iluminaban
tenuemente la sala comienzan a apagarse, una tras otra, en perfecto
orden desde el extremo opuesto de la mesa. Aunque fuese ridículo a su
edad, había aprendido a temerle a la oscuridad, se levantó y se dirigió al
estudio, mientras lo hacía notó que la luz de la última vela se extinguía
a sus espaldas.
¿Estaba volviéndose loco? Si ese fuere el caso no le molestaba la idea
de estar ausente de su propio cuerpo, de su vida, vivir en un país de
fantasías donde pudiera sentirse como un humano de nuevo. Tocó su
rostro, sintió la cicatriz en su mejilla, bajó su mano.
Pasada la medianoche, se encontraba en el sillón reposando a la luz del
fuego proveniente de la chimenea. Algo le hacía sentirse particularmente
intranquilo, podía sentir que lo observaban, podría jurar que alguien
estaba detrás de él. Mirándolo sin siquiera parpadear. Pudo sentir cómo
su espalda y la parte trasera de su cuello se enfriaba lentamente y
comenzaban, el poco pelo que tenía en estas zonas se había erizado y su
piel se tornaba particularmente sensible con el paso del tiempo. No
importaba qué tan rápido se girase sobre sí mismo, no llegó a ver nada.

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Nada más real que un grito

—Uno, dos. Empezó a contar. —Tres, cuatro. Los pasos se escuchaban


desde el corredor, la madera crujía y las uñas arañaban la pared. —
Nueve, diez. El aire se tornó gélido e insoportable, lo sintió en sus huesos.
Sabía que no podía mirar, un instinto primitivo le prevenía de mover
cualquier músculo, un sudor frío empezó a brotar de su frente,
rápidamente estuvo completamente empapado. —Diecisiete, dieciocho. A
diferencia de otras noches, ahora los pasos no se detenían. —Veintiuno,
veintidós. Pudo sentir cómo algo atravesaba la puerta del estudio, cada
vez los pasos eran más próximos. —Veinticinco, veintiséis. Algo tiró
levemente de su camisa, los pasos empezaron a rodearlo, pudo ver cómo
la madera frente suyo cedía momentáneamente para después retomar su
posición original, no podía moverse, el pánico crecía en su interior
mientras los pasos de un ser que no podía ver terminaban de dar la vuelta
al sillón. —Veintisiete, veintiocho. Notó que las fuerzas que tenía habían
abandonado su cuerpo. —Veintinueve, treinta. Los pasos cesaron, la
madera no se quejaba más, pero aún había un tenue sonido en la
habitación, el de un solo hombre jadeando.
No llegó a percatarse de que había dejado de respirar hasta que sus
pulmones empezaron a arder como si tuvieran carbón encendido dentro.
No lo había notado por una simple razón: creyó que ese débil sonido
provenía de sí mismo, pronto se enteró de lo equivocado que estaba. Como
si quisieran susurrarle un secreto, Eso se acercó a él, quien pudo sentir
entonces cómo respiraba en su nuca, resoplando intencionalmente sobre
su cuello. Después de esto, supo que nunca volvería a ver un atardecer de
nuevo.

Capítulo II
—Buenos días televidentes, amanece lloviendo en el cielo capitalino. Es
una mañana fría y justo en este momento, a las 6:30 a.m. los residentes
del barrio San Dionisio en la localidad de Santa fe se despiertan
consternados. Por décima vez en los últimos tres meses, son hallados los
restos, de lo que se presume era una joven de entre 23 y 28 años de edad,
que se teoriza, fue brutalmente asesinada en la madrugada de este lunes
dos de marzo. Esta vez, los restos fueron encontrados por un habitante
de calle quien informó a las autoridades sobre un olor fétido que

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Nada más real que un grito

desprendían cuatro bolsas de basura de mediano tamaño ubicadas en la


esquina de la calle 2 con carrera 3f. El hombre afirma que se encontraba
pasando por allí cuando sintió el extraño aroma que le hizo sobresaltar,
y que lo alarmó inmediatamente, por lo que acudió al policía más cercano
a informar sobre el suceso.
—Aunque por el momento la unidad del CTI no ha dado declaraciones
oficiales, podría decirse que es casi un hecho que la descripción del cuerpo
encaje con el anteriormente mencionado, pues esta podría ser solo una
más de la oleada de atroces crímenes que sacuden a este humilde sector
de la ciudad y que, hasta la fecha, tiene de brazos cruzados a los
investigadores. Por otra parte, tenemos el primer reporte de la policía
sobre lo encontrado en el lugar de los hechos, el intendente Lisandro
Moreno hizo la siguiente declaración:
“Presenta un reto el comunicar de forma sutil lo que hemos encontrado
en esta escena, es para nosotros y para la ciudadanía en general una
muestra de la morbosidad y crueldad que puede llegar a alcanzar un ser
humano. Condenamos al, la o los responsables de este sanguinario hecho”
“En efecto, hemos hallado lo que serían los restos de un cadáver humano
en avanzado estado de descomposición y en condiciones que, sin
resquemor alguno, y teniendo en cuenta la profesión de este servidor, que
simplemente escapan del imaginario colectivo”
Se espera que el primer informe generado por la Fiscalía sobre este
aterrador suceso sea informado antes del mediodía y permita conllevar a
la captura de los responsables. Me despido de todos, sigan en estudio con
más noticias.
Astrid se levanta de su asiento y apaga el viejo televisor de la estación,
la imagen se muestra estática por un segundo y finalmente la luz se ve
minimizada a solo un punto en el centro de la pantalla, donde finalmente
desaparece. El silencio cubre su oficina y sus compañeros observan,
algunos miran el suelo buscando respuestas o haciéndose preguntas,
algunos la miran detenidamente y otros con la mirada fijada en la
ventana, reflexionan sobre el paso del tiempo y la inevitable presencia de
la muerte que cada segundo acecha esperando el más mínimo error para
cobrarse una víctima más.

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Nada más real que un grito

Finalmente ella rompe el silencio, se ve abrumada y, a pesar de que aún


falta un lustro para sus treinta años, luce agotada, las ojeras le pesan
bajo los párpados de sus tiernos ojos azules. Aclara su garganta y solicita
a su asistente que se comunique rápidamente con su contacto en la
Fiscalía. Debe tener la primicia sobre el informe de asesinato de esa
mañana. «Aún no lo tengo» piensa mientras toma aire, en su cabeza dan
vuelta las imágenes de las fotografías enviadas por el grupo de forenses
y, aunque las haya repasado una y otra vez en las nueve ocasiones que
anteceden, no lograba encontrar un patrón, una pista, un algo que le
llevara a esclarecer el asunto más allá de la ubicación geográfica.
Su asistente vuelve para informarle lo que ya sabía, es un crimen más
al de la lista. Un vacío cubre su estómago y las imágenes empiezan a
volver de forma agitada. Las recuerda, recuerda la sangre, el olor, las
moscas que rápidamente se dispersaban cuando recogían las bolsas de
cerca de 5 o 7 kilogramos cada una, recuerda a las familias, a los llantos
y las entrevistas que con un nudo en la garganta aceptaba realizar.
Su mente divaga por la crueldad de la que el intendente Moreno
hablaba en la mañana, y en cómo durante el primer descubrimiento ella
se negaba a creer que aquello que se encontraba en las bolsas había sido
en algún momento una joven llena de vida. No solo el hecho de que
aquellos restos parecían ser carne, órganos y huesos porcinos
provenientes de alguna rústica carnicería que se encontraba en las
cercanías, sino las cosas que acompañaban de forma sádica e
inimaginable dicha escena, las rodajas de tomate, lechuga, pepino y
aguacate, las cantidades exageradas de vinagre y zumo de limón, vino y
whisky.
Mientras más reparaba en los detalles, más ilusorio le parecía. Las
primeras hipótesis señalaban que aquello había sido puesto de forma
premeditada para disimular el fuerte olor de la descomposición y así dar
tiempo a los ejecutores de escapar sin que los perros y otros animales se
acercaran a ladrar y delataran su posición. La comisaría, tal vez, en un
intento de forzarse a creer en ello como “de los males el menos” aceptó y
cobijó la hipótesis, la cual rápidamente fue aceptada por los medios de
comunicación y convertida en una única verdad; solo un pequeño grupo
de personas llegaba a teorizar lo peor, y ella se encontraba allí.

95
Nada más real que un grito

Astrid camina entonces hacia el baño, se siente mareada, asqueada,


débil. Apoya las manos sobre el lavabo, agacha la cabeza y cierra los ojos
apretando fuertemente los párpados, sintiendo cómo las voces de llanto
inconsolable invaden su cabeza. Abre los ojos y ve destellos de colores
fruto del maltrato que se había causado, le duele, pero no lo suficiente, la
impotencia de aquellos acontecimientos carcome su cabeza y la
desespera, abre el grifo y pone sus manos bajo la corriente de agua que
ha sido liberada, está helada y cuando siente que sus manos están llenas,
arroja el vital líquido sobre su cara. —Mucho mejor.
Se seca con las manos y el rostro con las toallas de papel, se sienten
ásperas al contacto. Las arroja al depósito y sale justo en el momento en
el que su asistente la está buscando.
—Tengo que hablar contigo, necesitamos ir a la escena del crimen.
Astrid lo mira dubitativa, él parece entender su gesto. —Hay alguien que
al parecer vio algo. Ella abre los ojos y su corazón empieza a acelerarse.
—Vamos.
Astrid corre hacia su oficina y toma su lapicero, su agenda y una
grabadora, sale corriendo por los pasillos de aquel reconocido diario y baja
las escaleras rápidamente. En el estacionamiento su asistente la espera,
su Simca 1000 enciende rápidamente y su asistente acelera mientras ella
empieza a llenar su cabeza de interrogantes para aquel anónimo
informante. —¿Cómo es que te has enterado? —pregunta, mientras su
conductor medita la respuesta. El hombre que encontró el cuerpo le
mencionó al oficial que uno de sus conocidos había visto a alguien dejar
las bolsas de basura y salir en un auto, pensó que por ser cuatro bolsas y
haber sido arrojadas de forma tan particular, pertenecerían a algún
cartel de droga y prefirió alejarse del lugar una vez los había perdido de
vista, pues el tipo que se encontraba apenas al otro lado de la calle, dijo
que temió meterse en problemas.
Una vez llegados al punto de los hechos, dieron con el hombre de la calle
que había reportado el suceso. —El mono me dijo que los vio irse en un
carro negro, aunque igual estaba oscuro y ese viejo está medio loco
entonces no le creo mucho, sin embargo, estaba como asustado y eso me
pone a pensar. —¿“El mono” le ha contado algo más? —pregunta Astrid
un poco impaciente.

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Nada más real que un grito

Su mente está tan ocupada en absorber todos los detalles y en anotarlos


en su libreta que no se percata del hedor a orina y sudor que emana su
interlocutor; el hombre que se hacía llamar Eliecer, tenía el cabello sucio,
grasoso, algunos de sus mechones se encontraban tan pegados a su frente
que parecían irse asimilando al resto de la cara, vestía un traje de paño
que podría haber sido lavado apenas uno, seis o siete meses atrás. Cuando
hablaba movía las manos para hacerse entender y tenía un ligero tic en
una mano que le ocasionaba chasquear los dedos como si pidiese atención.
A Eliecer le faltaban algunos dientes en la parte superior, aquellos que
aún no se caían se mostraban con un amarillo malsano e infectados con
caries. Aparentaba tener entre sesenta y sesenta y cinco años de edad, el
tipo se veía tan asustado que la excitación propia de su relato le hacía
girar la cabeza hacia ambos lados como si esperara que, de alguna parte,
saliera algo. El asistente de Astrid apenas mantenía una distancia
prudencial que le permitiera tomar aire fresco, mientras su jefa se
acercaba al hombre como si de toda la vida lo conociera.
—Eliecer, ¿usted puede llevarnos donde “El mono”? — pregunta Astrid
con una convicción y emoción poco vista anteriormente. —Claro que sí,
doctora —dice Eliecer mientras se ríe nerviosamente. En su boca se
atisba una lengua cubierta de una superficie blanquecina y babosa.
—“El mono” normalmente se hace ahí en la parroquia a pedir comida
antes de la misa. Eliecer señala entonces hacia donde se encuentran
pasando las personas que se preparan para la misa de las nueve de la
mañana. —Lo reconocen rápido porque al tipo le falta una pata y siempre
anda en un carrito. Eliecer nuevamente sonríe, chasquea los dedos, mira
hacia ambos lados de la calle y vuelve la mirada hacia Astrid. —Muchas
gracias por su tiempo Eliecer —dice la periodista mientras entrega a
Eliecer un tinto y dos panes frescos. El hombre agradece y ellos se retiran.
Astrid y su asistente bajan hacia la plaza principal de San Dionisio
donde efectivamente se hace innegable la presencia de “El mono”, tal
como Eliecer lo había mencionado, a este le hace falta de la rodilla hasta
la planta del pie izquierdo, es un hombre más joven y macizo, no aparenta
tener más de cincuenta años y mira, tal vez con un poco de rencor, a las
personas que van entrando hacia la iglesia. Él se limita a mostrar su

97
Nada más real que un grito

mano en señal de petición para que cualquier persona coloque en ellas


algo de comer, beber o, mejor aún, dinero para gastar.
“El mono” se mosquea un poco apenas observa que Astrid y su asistente
se acercan de forma directa a él. Su condición no le permite huir, pero
toma un palo que le sirve como muleta para alejarlos de forma
desconfiada. —No se preocupe “mono”, venimos de parte de Eliecer y
queremos saber qué fue lo que vio —pregunta Astrid mientras su
compañero mira con asco al inválido que se encuentra frente a sus ojos—
¿Qué dijo ese viejo sapo del Eliecer? —dice “el mono”— aún con su muleta
firmemente sujeta. —Él solo nos dijo que usted vio algo en la madrugada
antes del escándalo de esta mañana, nada más. Astrid lo mira fijamente
y él parece convencerse. “El mono” baja la muleta lentamente y, al igual
que Eliecer, mira hacia ambos lados de forma precavida. Pide que le
ayuden a ponerse de pie y señala un banquillo cercano.
—Mire señorita, lo que yo vi fue un carro negro, muy bacano la verdad,
estaba nuevecito. Se bajó un tipo vestido con un gabán largo, también de
color negro, tiró las bolsas y se fue. Yo me quedé callado hasta que los
perdí de vista y después me fui lo más rápido que pude. “El mono” estaba
sudando, se notaba cómo le afectaba contar esa historia con el
presentimiento de que alguien o algo lo viera o lo escuchara.
—Mire señorita —dijo nuevamente “El mono”—, esa vaina de las
muchachas se está poniendo muy maluca, ahora la gente se guarda
temprano y después de las siete usted no encuentra a nadie, la gente anda
asustada—. “El mono” se pone de pie y empieza a cojear, declina la
invitación de Astrid a desayunar y simplemente se pierde al voltear por
una esquina.
La periodista y su asistente se ponen de pie y caminan hasta el auto.
Hay cierta electricidad en el aire, un presentimiento extraño, un
ambiente denso, el mundo se siente aislado, las nubes grises
complementan el panorama, algunos radios se escuchan levemente en las
calles. Por primera vez en ese día, Astrid reflexiona sobre el entorno en
el que se encuentra; calles sin pavimentar, casas hechas de latón, una
parroquia pequeña, niños descalzos, estaba en un ambiente humilde…
no, pobre. Indigentes, desplazados, prostitutas, ladrones.

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Nada más real que un grito

Su asistente enciende el auto y vuelven a la oficina, Astrid compra una


taza de café y empieza a analizar. Las personas empiezan a irse conforme
la luz del día empieza a extinguirse y el piso queda totalmente solo. Ahora
solo existe ella y las pruebas de las matanzas, pasa sus noches fuera de
casa y duerme en su escritorio apenas unas horas, todo con el propósito
de hallar esa respuesta que tanto le atormenta. Los días pasan y otras
tres jóvenes son encontradas en los barrios aledaños, cada lunes en la
madrugada, una más es hallada.
Astrid ve fijamente a su pizarra, las fotos están ancladas con un
pisapapeles, hiladas en un gran mapa de la zona. Tiene en sus manos la
ubicación del último asesinato. Está tensa, pues aunque ella no lo ha
visto, su cerebro ha empezado a identificar un comportamiento, un patrón
entre los sucesos. Lentamente empieza a caer en cuenta y vislumbra las
zonas interceptadas por el hilo de lana rojo que ha utilizado para marcar
los tétricos descubrimientos. La respuesta se alza sobre sus ojos de forma
prominente, Astrid se deja caer de rodillas y siente un fresco en el
corazón. Se permite llorar fuertemente mientras en su cabeza rondan las
fotografías nuevamente. Vuelve a mirar al pizarrón, analiza el tipo de
gráfico y puede ver que es una especie de recorrido que asimila a un
dibujo a un solo trazo. Ella sabe que trazo es el siguiente y su alma lo
celebra.
Mira la hora, 3:25 a.m. del sábado 04 de abril, es su cumpleaños. Va
hacia su casa habiendo marcado y anotado en su libreta lo que sería la
próxima dirección donde, en teoría, un cuerpo sería arrojado. Astrid
vuelve a casa y se recuesta intentando, por primera vez en meses, tener
una buena noche.
No llega a dormir más de una hora, esto no es raro, lleva semanas sin
poder descansar apropiadamente, cada vez que lo intenta la despierta
una imagen, una bolsa de basura despidiendo sangre. Pero esta vez es
diferente, la posibilidad de descubrir quién está detrás de tan aberrantes
crímenes le genera cierta ansiedad. Solo necesita verlo, una fotografía,
anotar el número de placa de la camioneta, cualquier dato que pueda
conseguir va a ser valioso. Decide tomar una taza de café e ir a estudiar
el lugar, necesita saber cuál es el mejor lugar para ocultarse y tomar la
fotografía perfecta.

99
Nada más real que un grito

Astrid camina hasta la cabina pública más cercana y llama a su oficina,


deja un mensaje para su asistente, debe reunirse con ella a la menor
brevedad, indica la dirección de la reunión y cuelga. Camina hasta el
Simca y lo enciende; Astrid tiene un cosquilleo en su cabeza, un
presentimiento.
Conduce hasta el punto donde cree que será el próximo asesinato, es un
punto retirado, silencioso. La brisa es fuerte y levanta su cabello, debe
tapar su cara para evitar que el viento no le permita ver. Cuando la brisa
mengua un poco, logra visualizar un pequeño cambuche, una pila de
delgadas estacas sirven de techo a lo que parece ser un campamento
improvisado en el que se encuentra sentado un hombre de barba gris,
viste una camiseta blanca ya percudida por el paso del tiempo y las pocas
condiciones de higiene que parece tener su portador, usa una pantaloneta
verde que está muy sucia.
Este hombre se encuentra desayunando, tiene en sus manos una bolsa
de pan y en el suelo ha colocado una taza plástica con café, al observar a
Astrid, el hombre sonríe y le saluda, Astrid corresponde el saludo, pero
está ansiosa y va al grano, le pide al hombre que esté pendiente de todo
lo que vea y si encuentra algo sospechoso que la llame. El hombre
dubitativo enarca una ceja y pide dinero a cambio, Astrid, que intuía que
aquello podría pasar, saca un billete de veinte pesos y algunas monedas,
el hombre sonríe y acepta, ella le entrega un papel con su teléfono y se
retira.
Astrid conduce hasta su oficina, se siente cansada cuando la adrenalina
de la mañana le abandona, se retira hasta su escritorio y pide no ser
molestada. En cuestión de minutos queda profundamente dormida por
algunas horas hasta que es despertada bruscamente por su asistente, el
hombre excitado la sacude hasta despertarla, le informa que tiene una
llamada, ella reflexiona rápidamente y corre hasta el teléfono de la
oficina. El hombre que ella vio más temprano estaba en la línea. Le
informa que no ha pasado nada raro a excepción de un auto lujoso de
vidrios negros que ha circulado ya varias veces por el lugar de forma
lenta. Astrid le pide que la siga manteniendo informada y cuelga.
Cuando vuelve a su escritorio se encuentra con sus compañeros, que la
esperan con una sonrisa y empiezan a celebrar. —¡Sorpresa! —gritan al

100
Nada más real que un grito

unísono—. Y la música empieza a sonar en el fondo. Es regalada con un


exquisito pastel, sus compañeros insisten en que deben festejar su
cumpleaños junto con su valiosa hazaña y, aunque ella se niega al inicio,
termina por ceder cuando se siente presionada.
El día transcurre sin ningún contratiempo hasta el final de la jornada,
Astrid recibe una nueva llamada de su informante, quien le dice que
aquel lujoso auto ha sido avistado un par de veces más, emocionada y
convencida parte con sus compañeros hacia el lugar donde festejan su
cumpleaños.
Son las 2 de la mañana, Astrid tiene ya unas copas encima y no piensa
claramente, el alcohol y el calor del jolgorio la hacen sentir
envalentonada, algunos de sus compañeros de oficina yacen en sillas
profundamente dormidos, otros ya se han ido y su asistente se encuentra
idiotizado bailando, totalmente ebrio, con una mujer en el medio de la
pista. Astrid mira la hora y una chispa de emoción cruza por su cabeza,
se pone de pie tan rápido como su estado le permite, en su cabeza solo
hay una idea, aunque no es la más brillante y su subconsciente le indica
que no debe hacerlo, ella lo ignora.
Toma su bolso y trata de despertar a alguno de sus compañeros, trata
de ubicar con su distorsionada mirada a su asistente, no lo encuentra.
Desiste de despertar a sus compañeros, se encuentra sola y tiene una
única oportunidad. Astrid decide tomar un taxi y pide ser llevada hasta
el lugar que desde la noche anterior no ha salido de su cabeza.
Aunque no tarda en conseguir un taxi que acepta llevarla a su destino,
faltando algunas calles para llegar el conductor se detiene, la mira con
cierto morbo al decir: —Reinita, la verdad yo no la puedo acercar más,
ese barrio me lo conozco y sé la clase de pintas que se la pasan por ahí—
. Astrid no discute, se baja del auto y azota la puerta de forma altanera,
arroja unas monedas a su conductor quien parte maldiciéndola. Astrid
queda segundos después sumida en un espectral silencio y una oscuridad
envolvente, empieza a caminar cuesta arriba tratando de recordar el
punto en que ocurriría el siguiente homicidio. Pocos minutos después se
topa con el cambuche que vio en la mañana. No hay nadie.

101
Nada más real que un grito

Capítulo III
Se acercaba el amanecer del quinto día de abril, las calles parecían aún
más desoladas de lo que esperaba, pero hace mucho que había estado
esperando una oportunidad como esa. Una mujer caminando sola por la
acera, no se había percatado de su presencia.
Es una madrugada de domingo… «todos en el sector estarán durmiendo
la borrachera», pensó mientras se lamía los labios otra vez y apretaba el
paso hacia la distraída rubia de vestido azul verdoso, manteniendo un
silencio absoluto, cada paso con cuidado felino para no desprender el más
mínimo ruido. La ansiedad iba empezando a carcomer su conciencia y
penetrar en sus músculos que empezaban a prepararse, ya podía percibir
su dulce olor. Apenas un instante después, se produjo el único sonido que
perturbó el silencio que reinaba. No hubo gritos, ni una voz pidiendo
ayuda, ni un cuerpo cayendo, solo un sonido seco y el violento contacto
del metal contra piel, cráneo y sangre. Con un movimiento ágil y
milimétricamente estudiado, él la tomó del cuello y del estómago antes
de que siquiera se notara que ella iba a caer, con la experticia que solo la
experiencia podía proveerle.
Ella despertó bajo el goteo del agua negra que se desprendía de las
cañerías del edificio, poco podía ver, salvo un par de trozos de carne
sangrante que estaban a un par de metros, se encontraban colgando sobre
un pequeño bote lleno de un fluido color escarlata y, cada pocos segundos,
una nueva gota caía perturbando la quietud con su vacío eco.
Estaba aturdida, no había dolor, solo un cansancio inexplicable y un
mareo imposible de manejar, poco después cedió nuevamente ante la
monstruosa cantidad de morfina que le habían inyectado algunas horas
atrás. Cuando volvió en sí, notó los ojos de su captor que la observaban
como si fuera poco menos que una bolsa de basura, no hubiera podido
contener su grito de no ser por la mordaza que le restringía con una
fuerza brutal la mandíbula; miró rápidamente su cuerpo, no había
muestras de que hubieran retirado su vestido, esto la alivió un poco, pero
sintió como algo ardía en la planta de sus pies y alrededor de estos.
Seguramente eran sus tacones, los había usado ya por bastantes horas,
pensó. Tampoco podía bajar sus manos, sujetas con un par de esposas a
uno de los tubos sobre su cabeza, no podía ver más abajo de sus rodillas,

102
Nada más real que un grito

la habían puesto en un barril de madera finamente elaborado y al fondo


de este había un cálido líquido que cubría buena parte de sus piernas,
sintió un leve aroma a sal, pero no pudo reparar en ello antes dormirse
nuevamente.
Pocas horas habían pasado, o eso creía ella, desde que había despertado
por primera vez, el sujeto que había visto ahora se encontraba a su lado,
ella trató de gritarle en vano, mientras él retiraba una aguja de su brazo,
nuevamente drogas… Pero esta vez no estaba dispuesta a quedarse
dormida, cada vez que Morfeo tocaba su hombro ella mordía con furia la
parte interior de sus mejillas, podía sentir cómo la sangre bajaba por su
garganta. Poco tiempo después sintió cómo recobraba su conciencia, en
ese momento lamentó haberlo hecho, un dolor penetrante surgió en sus
piernas y notó cómo ardían con una furia que nunca antes había sentido.
Mientras se retorcía de dolor se percató de que los pedazos de carne que
colgaban cerca de él habían sido reemplazados por dos trozos más
grandes y carnosos. Sintió cómo su miedo se transformaba lentamente en
náusea y un vacío surgía de su estómago y subía hasta su garganta… al
mirar hacia abajo notó que el agua del barril había subido de nivel, casi
hasta llegar a su cintura, tenía un color rojizo claro y mantenía su aroma
a sal y sangre.
Entonces empezó a morder la mordaza con desesperación hasta que
cortó con sus dientes todo el material, gritó con todas las fuerzas que
quedaban en su cuerpo, sintió cómo la energía que aún albergaba en su
cuerpo emergía desde su plexo ya anémico. Entonces escuchó cómo la
única puerta de aquel cuarto se abría lentamente. Un hombre alto,
robusto y bien vestido ingresó, tras él estaba su captor, con la nariz
destrozada chorreando sobre un uniforme marrón, propio de un vigilante,
jadeando y gateando con esfuerzo.
Al ver esta imagen sintió ganas de llorar, pocos eran los minutos que
había logrado estar despierta durante su confinamiento, pero había
bastado el tiempo para perder toda esperanza, ahora, el sentimiento
renacía en su pecho, llenándolo de una sensación cálida. El hombre de
traje impecable caminó rápidamente hacia ella con una sonrisa
indescriptible, pudo entonces notar su rostro, varonil y bien definido, era
el hombre más atractivo que ella hubiese visto jamás. Cuando llegó a su

103
Nada más real que un grito

lado, gritó al pobre diablo que se sujetaba la cara tratando de contener la


sangre, este entregó la llave de las esposas. Una vez sintió que sus manos
se liberaban, su cuerpo empezó a sumergirse en el agua, se sujetó de su
salvador y empezó a llorar en su hombro.
—No lo entiende, por favor déjeme explicarlo —dijo el celador—
suplicando de rodillas. El hombre lo miró con desprecio mientras
acercaba una mesa de madera con la mano. —Esto no tiene ninguna
explicación, es imperdonable— respondió mientras ubicaba a la dama
sobre esta, extendiendo sus brazos para que no se hundiera nuevamente
en el líquido del barril. Ella se aferró con fuerza a los extremos de la mesa
y fijó la mirada en el desgraciado que había cortado sus piernas y las
había dejado en un par de ganchos de carnicería tan solo a dos metros de
ella. —Completamente imperdonable —repitió el hombre—, el ganado no
debe hacer ruido alguno en este lugar. Diez palabras bastaron para que
ella sintiera cómo su mundo se caía a pedazos, un golpe en la parte
trasera de su cabeza le nubló la vista, pero no tuvo la suficiente fuerza
como para dejarla inconsciente. Sintió cómo sus brazos iban siendo
cortados, uno, dos, tres golpes de machete arremetieron contra sus
hombros, cada golpe desprendía tajos de sangre y nervio, pero no
lograban su objetivo. Este hombre no tenía la experiencia ni la técnica de
su empleado y al notar que ella seguía despierta, ordenó que le tapasen
la boca y prosiguió a tirar de cada brazo para desprenderlos, asomó un
sonido grotesco y suave como tela mojada desgarrándose. Como no
quedaba mucho tejido que se le uniera al cuerpo solo le costó un par de
minutos por brazo.
La última vez que Astrid tuvo conciencia de sí misma, estaba
completamente desnuda, los lugares en los que antes habían estado sus
extremidades estaban vacíos y algunos vegetales escondían las heridas
que habían sido cauterizadas después de cada mutilación. Estaba servida
sobre una mesa de fino roble de un tamaño considerable, a su lado salsas,
frutas, vegetales y algunos aperitivos completaban la escena, algunas
velas sin encender y una leve tonada de Bach era lo que podía percibir.
Los comensales se veían ansiosos. Una débil voz se escuchó entonces,
provenía de un hombre maduro que ni siquiera intentó verla por un
segundo. —Espero que disfruten la cena, no muchos se pueden dar este
lujo, y este mes solo hemos conseguido cinco especímenes así, cuesta

104
Nada más real que un grito

separarles cada miembro sin que mueran por la pérdida de sangre, hay
que hacerlo para evitar cosas como esta —dijo señalando una fina cicatriz
que recorría su mejilla derecha— fue la primera cena que tuve con mi
padre, hace ya muchos años, pero me dejó una enseñanza de por vida—.
Se escuchó una voz gruesa. —Basta ya padre, yo mismo he comprobado
que no es algo del otro mundo, vamos a comer o perderemos el apetito—.
Pudo reconocer la voz, era el hombre que había cortado sus brazos. Poco
a poco se acercaron a ella rostros desconocidos con expresiones absortas
de un platillo tan peculiar, arrancaron su piel con cuchillos, tenedores y
pinzas, el sonido de los metales chocando y mandíbulas masticando una
suave goma que empezaba con la piel de su abdomen, siguiendo con sus
senos y su cara. Con sus últimas fuerzas, dedicó una mirada de odio al
infeliz que la mutiló, él ni siquiera lo notó, estaba limpiando el mentón
de su esposa, quien se había manchado con un poco de sangre. Una niña
lloraba a su lado, él empezó a consolarla y alimentarla con un trozo de
mejilla, al tiempo felicitaba a dos pequeños bastardos que comían
entusiasmados algunos trozos de carne a tres cuartos que desprendían
finos hilos de jugos.
Era ahora su realidad, el dolor la ahogó y lo último que sintió fue que
arrancaban su ojo izquierdo y esas fibras elásticas se desprendían con un
dolor indescriptible, creyó ver cómo era cubierto con salsa y engullido. —
No hay nada mejor que la carne fresca —escuchó mientras caía en el
sueño eterno que añoró desde que sintió el primer tenedor penetrando su
cuerpo, dos horas antes.

Epílogo
Casi treinta años después Astrid visitó al último de los participantes en
su festín. Un anciano que trataba de dormir en su sillón...

105
Nada más real que un grito

Come almas

Por César Augusto Rojas

En ocasiones cosas sin explicación pueden ocurrirle a cualquiera.

En algún momento de la noche un preludio a la tierra de Morfeo, que


podría ser acogedor, dentro de una mixtura de tranquilidad y confort,
puede dar un giro inesperado, transformándose y mutando en sucesos
extraños; mientras te adormeces viendo una película de terror.
Siempre ocultos del horror de afuera por un enemigo invisible… En el
refugio de Owen Vander, para pasar las noches de su casi insomnio,
concentraba sus actividades nocturnas, en el séptimo arte, el horror su
género favorito, pero esa noche no fue como las demás y, poco a poco, se
deslizaba en un espiral del que quizás nunca podría escapar.
Frente al televisor, alrededor de la 1:30 a.m., adormecido escuchaba la
lluvia golpear la ventana, y la sombra del árbol afuera lo inquietaba, pero
poco a poco su mirada se desviaba, perdiendo el control de la película que
miraba, desvaneciendo su conciencia, y el cansancio, dio fruto, mientras
algo oculto acechaba su morada, un hechizo envolvente que no era de
Morfeo, recorría el frío de la madrugada, y como chispas dimensionales
en otra tierra se abrían portales, mientras los párpados descansan y se
vuelven pesados poco a poco, es un pequeño traspaso de realidades, pero
algo era seguro, Morfeo esta vez no atendió su llamado.
Crees que su sueño es placentero, pero de repente nuestro protagonista
escucha voces... Como si la cabeza le pesara, y siente presencias
provenientes del techo, susurrándole, como si estuvieran agarradas al
aire, pero no puede abrir sus ojos, y los misterios de la noche se
manifiestan entre conversaciones murmuradas y no descifradas, lo oculto
toma forma de espectros entre puentes neurales y su llamada tras el velo
oculta, lo peligroso que puede ser una parálisis... La parálisis del sueño.

106
Nada más real que un grito

Ni un solo músculo puede mover, como si cayera en un profundo abismo,


su mirada se encuentra entre figuras sin forma, que parecieran oprimir
su pecho, pareciera estar despierto, pero no puede gritar, es como caer en
un espiral, como una piedra casi muda.
Mientras estos espíritus abisales observan, esa alma que pueden
poseer, hambrientos desde las sombras escuchan decir a su líder “un ente
amorfo” decir:
Ente oscuro: —Oh querido Owen, ¿qué estás haciendo solo? Sombra
siniestra, tráemelo de regalo, estoy aburrido, no tardes tanto.
Sombra siniestra —Como desee, su majestad.
La luna se esconde, las nubes grises le abrazan, la lluvia cae, el frío es
cómplice, esa manta te seduce, la televisión encendida, pero estás muy
cerca de quedarte sin vida Owen. ¡Ja, ja, ja!
Owen percibe esta sombra casi bufona y grotesca que le maltrata sin
poderse resistir, mientras sus ojos entreabiertos ven figuras abstractas,
oscuras y malvadas, una sombra siniestra que pareciera hablar
incoherentemente, describiéndole su nueva realidad.
Sombra siniestra: —Detrás de la puerta, disfrazada de oscuridad, con
pequeños monstruos cerca de despertar, sonriendo con ojos rojos, pero no
son luciérnagas de bondad, la verdad yace debajo de la cama, lo real
irreal, es tu sombra siniestra, tocándote dulce y gentilmente con sus uñas
y luego dice… —Hola eres mi víctima, hablándole al oído, no seas tímido
es hora de enfrentarse a los horrores de la noche que te han perseguido.
Owen: —¿Dónde estoy?
Su voz es casi un susurro percibido por ese negro espíritu…
Sombra siniestra: —Cállate, es solo una pesadilla. ¡Corre, corre, corre
por tu habitación!, pero no puedes. ¿Estás intentando escapar? Dientes
afilados vienen llegando aquí querido amigo, observa y si quieres mata a
ese bicho, disfruta su jugo visceral, es delicioso y ahora es nuestro
desayuno, ¿quieres?
Los gusanos bailando en el suelo por tu captura, esa extraña sombra te
acecha, el calor de la noche, el frío del día, este es nuestro paraíso, y no

107
Nada más real que un grito

puedes escapar; la punta del cuchillo hacia ti, el sonido de esa loca
película, estás atrapado dentro de tus miedos y no podrás salir.
¡Corre, corre por la casa! El fantasma se ríe, tú eres su amor, prepárate
para la sangre, no tengas miedo o temor, el horror es suave, el payaso
está desnudo, apasionado y tentado, le gusta el pecado, pero su voz es tan
horrible que quedarás petrificado…Suplícame, ¡sácame de aquí! No
apagues la vela, el fuego está caliente, él todavía canta: dancemos con la
muerte, hasta que tu alma arda.
¡Corre, corre, tu casa está encantada! Los cuervos comiendo pesadillas,
los fantasmas haciendo el amor, los esqueletos teniendo sexo con arañas
en putrefacción.
Owen: —¿Qué diablos es esto? No puedo estar dormido.
Sombra siniestra: —Ya lo estás, tu alma ha descendido, no mires atrás,
no hables con extraños, el silencio es un mito perseguido. Todos esos
espíritus malignos solo quieren un poco de amor, ¿no se los darás? La
luna ya no está protegiéndote, porque el tiempo ya no está de tu parte,
toma forma la dimensión negra de los libros oscuros, hay cadáveres que
visualizan tu terrible futuro… Son las víctimas de nuestros deseos, son
nuestra colección del destino. Y tú eres nuestro nuevo premio poseído.
Owen: —Entonces, ¿qué ocurre? Es solo una maldita pesadilla...
Sombra siniestra: —Despierta o mejor no, La lechuza te persigue, te va
a matar, le gustan las almas asustadas y tú quieres llorar.
Tu ropa está rota, los árboles te quieren lastimar.
¡Corre, corre por el bosque! los vampiros vuelan, te estás acercando. La
sangre es tan sabrosa, así que no la bebas más. ¡Está mirando, está
mirando !, y te quiere degustar. No apagues la mirada, la bruja ciega está
ahí, la niebla la disfraza, ella está comiendo trozos de carne. Quiere volver
a lucir bonita para su amante, leyendo unos cuantos hechizos, la madera
se rompe, el viento te traiciona y ella percibe tu aroma, no respires, ¡no
susurres! Solo intenta escabullirte... El zombi es su prometido, ya está
aquí, quiere un regalo para su novia, y tu cerebro fue elegido, te quieren
matar y comerte vivo, tu carne es tan joven, que alimenta sus inhumanos
orgasmos.

108
Nada más real que un grito

Owen: —¿Qué? Esto es demasiado desagradable, déjame despertar,


¡sácame de aquí!
El joven intenta despertar, pero su pecho es pesado, se escucha, pero no
puede gritar, es como observar, mientras duermes un lugar inverosímil y
oscuro, desconocido y absurdo, pero el horror se apodera de sus
extremidades y no responden en la realidad, su alma está siendo
despegada de su corporalidad.
Sombra siniestra: —Los miedos cobran vida... El horror de la noche es
sexy, estás cerca de su círculo, el ritual está abierto.
¡Están mirando, mirando! Tú eres la presa de todos los podridos...
Owen: —¡Esto es una locura!
Sombra siniestra: —Diablos, sí, esta es una maldita pesadilla, la que tu
invocas con tus películas de terror y locura... El payaso todavía está
desnudo, satisfaciendo a la muñeca de cera, es tan hermosa, que su
clímax se apodera de la escena...
Owen: —¿Qué está pasando aquí?¡Todo da miedo, hay demasiada
sangre, sexo y olores nauseabundos!
La visión de su pesadilla es más palpable cada vez más, su espíritu se
ha fragmentado mirando estupefacto, un recorrido, como si fuera un
flashback de terror, como si su esencia diera vueltas, escuchando a esa
sombra que lo atormenta.
Sombra siniestra: —El cementerio está abierto por dentro, las calabazas
podridas están peleando y el horror acaba de comenzar, aparecen, los
asesinos en serie, y no te puedes negar, dicen: —¡Esto es una trampa! Te
vamos a despedazar, nos pintaremos con tu sangre, es mejor que
empieces a gritar. Es la danza en cada película que viste, y ahora es tu
turno, eres el último superviviente, haz que la noche de graduación sea
un orgullo latente.
¡Huye, otra vez quieren divertirse! Las arañas te muerden, su veneno
te emborracha, tu cuerpo está paralizado, pero esta vez no puedes correr,
aunque quisieras, solo tu alma lo desea. Un jorobado torpe te sonríe, te
envuelve en una manta y dice con voz de tonto: ¡Es hora de bailar con mi
amo para que su vida termine en el pantano!

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Nada más real que un grito

Owen: —Esto no puede estar pasando ¿o qué demonios, no me puedo


mover? Déjame despertar…
Sombra siniestra: —¡Sh! Ellos pueden escuchar tus pensamientos. Los
árboles te capturan, te conducen a la cabaña, las garras te acechan y tu
espíritu herido quiere defenderse, quieres combatir, pero ya es tu fin…
Soñoliento, Owen escucha a su gato maullar a lo lejos, como si quisiera
despertarlo, desdibujando realidades siente como si su mascota le dijera
entre maullidos: ¡Estás adormecido!¡Despierta, despierta, despierta! Tu
pesadilla es el alimento de estos visitantes, pero es la última vez que su
conciencia, responde…
Y así, estas entidades logran capturar el espíritu de Owen.
Sombra siniestra: —El mal se acerca, el jefe está aquí, saluda, el
siempre viene a alimentarse de las vísceras, de todas las almas
fragmentadas. Aunque tu cuerpo este intacto en el otro plano, tu alma se
ha deslizado, en nuestro espiral y nos has dado el acceso malsano, tu
pasión será tu destrucción, porque él te ha perseguido y elegido; ahora
está aquí saboreando cada filamento de tu espíritu, y sin notarlo te imbuí
hasta aquí, arrastrado, te he desprendido de tu plano terrenal para que
te pueda almorzar. La abstracción del sueño, más allá de lo real, Morfeo
ya no te espera porque tú no vas a regresar, ya no estás en ese abstracto
lugar, porque mi jefe te quiere abrazar.
Confundido y con una opresión en el pecho, queriendo gritar, un
espejismo siniestro se hace realidad, las dimensiones se mezclan, y Owen
Vander llega a su final… Donde algo macabro le espera.
Como si se tratara de algo comestible es lanzado a un lugar donde solo
puede observar brillos de ojos en la oscuridad, risas macabras y un olor a
muerte que era imposible de esquivar, un lugar que pareciera ser de
fango, pero en realidad era de alquitrán, una mezcla de sangre y piel
muerta, que no podía descifrar, sentía una presencia diferente, algo que
no podía creer, su sueño se había tornado en una pesadilla… De la que
nunca podría volver. Y así fue… al final de esa espiral de miedo una voz
terrorífica se manifiesta, helando su etérea espina dorsal. Así aparece un
ente amorfo, gigante, mortal, su mayor temor hecho realidad, el ente
oscuro aparece y lo hace levitar.

110
Nada más real que un grito

Observándolo con deseo y hambre.


Ente oscuro: —¡Oh! Mi asustado bocadillo, te he estado esperando.
Suplicándole en vano Owen trata de salvarse, pero ya es tarde, su
destino ya está consumado
Owen: —Déjame ir, déjame escapar, no puedo despertar.
Ente oscuro: —No te preocupes, bienvenido al inframundo, has abierto
el portal y desde ahora por la eternidad tu alma será el platillo que
alimente mi voracidad…
Y así, en medio de una noche casi tranquila, una pesadilla transformada
en parálisis de sueño, se lleva en silencio, otra alma; solo un gato negro
es testigo de lo que los ojos humanos no pueden percibir… lo que las
madrugadas ocultan, cerca de las 3:00 a.m. figuras escondidas entre
sombras, que siempre acechan, para devorar aquellas almas que han
elegido lastimar…
Fin.

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Nada más real que un grito

¿Quién escribe mientras duermo?

Por Christian Camilo Cepeda Vargas

Los hechos que bombardean constantemente mi mente pueden parecer


simplistas, hasta vulgares. Es decir, una repetida cotidianidad de sucesos
que fácilmente abarcarían el campo de lo más trivial y aburridor. Pero de
vez en cuando mi mente se afianza en silencios prolongados, no
propiamente inducidos por factores externos si no muchas veces por un
ensimismamiento profundo. Es este silencio diáfano y austero que
moldea mi realidad con otra totalmente alterada, irreal, surrealista y
fantástica.
Y es al final del día cuando mis parpados caen más deprisa, cuando un
frenesí palpitante me incita a plasmar en la escritura los desenlaces
trastornados y totalmente “descabellados” que la imaginación genera.
Pero la pesadez de un día agobiante y exprimidor en una ciudad caótica
y totalmente succionadora, me conducen por pasos ya tomados al
aposento donde duermo.
El sueño…
Yo creo que es el mejor aliado para la ruptura deseada en una
cotidianidad muchas veces absurda ¡Quién no adora inmolarse en aquel
vívido, carnal e insensible mundo de sucesos incontrolables! Es en el
sueño que recreo aquellas situaciones imaginarias, pero tengo que decir
que, con un poco de práctica, increíblemente he logrado mantener el
recuerdo de mis experiencias oníricas. Y aunque logre sorprenderme de
aquel control mental que he desarrollado en poco tiempo y casi
intuitivamente, mi terror y estupefacción no se debe enteramente a
esto…
Resulta que desde el primer momento en que el estudio y la práctica, a
través de los sueños lucidos, comenzó a tener resultados positivos y más
que sorprendentes. Al día siguiente y sobre mi escritorio he tenido la
extraña sorpresa de encontrar en mi agenda de apuntes una estructurada

112
Nada más real que un grito

y muy buena redacción literaria de experiencias en sueños que siempre


he querido registrar con mis palabras.
La primera mañana que me sucedió esto quedé completamente atónito
y desconcertado, de repente supuse que mi madre o hermano habían
ingresado a mi cuarto y realizado estas acciones con el propósito de
desestabilizar mi cordura, pero al momento de hacer algún tipo de
reclamo, obtuve como respuesta una negativa rotunda y al parecer
sincera, con explicaciones bastante honestas para mí. ¿Cómo es posible
que estén enterados de los sueños que tengo en las noches, si por mi parte
siempre he sido una persona reservada y no le cuento nada a nadie?
Las únicas conclusiones que puedo socavar son tan impensables, pero
tal vez creíbles, ¿será que aquel deseo reiterativo y constante ha hecho
que mi cuerpo trabaje inconscientemente sobre mis mandatos
consientes?, ¿alguna clase de sonambulismo crónico se ha apoderado de
mis ideas y pensamientos más profundos…?
Nunca lo sabré, pero lo que llegó a aterrarme de esta inusual situación
fue que al quinto día de presentarse esta “cotidianidad” desperté con
sangre en mis manos, la cual ya había manchado escandalosamente parte
de mi pijama. Me levanté sobresaltado y rápidamente me quité la camisa
y limpié el restante de ese coagulado líquido carmesí en ella.
Miré trastornado a todos lados, no sabía qué pensar, ¿qué sucedía? No
le encontraba lógica a toda esta situación. Sobre mi escritorio yacía mi
agenda de apuntes abierta con un escrito nuevo, pero al comenzar a leer
las líneas que lo componían me di cuenta de que este en particular era
distinto a los otros. Era macabro, desalmado, aterrador en su
composición. Al terminar de leerlo, caí desplomado en la silla mirando sin
parpadear las manecillas del reloj, recordando de repente todo,
mostrándose como una revelación lo que el escrito decía en cada una de
sus palabras, en cada una de sus líneas…
Resulta que el relato narraba la historia de un joven que vestía de
negro, este tomaba el transporte público y a los pocos minutos comenzaba
a amenazar a los demás pasajeros con un arma de fuego en su mano. Se
reía con un titubeo que generaba pánico. La extraña máscara de un búho
blanco que tenía puesta no dejaba apreciar sus gestos, su expresión
solamente estaba representada por una mirada que se movía de lado a

113
Nada más real que un grito

lado, sin pestañear. En cuestión de minutos el joven abría fuego contra


los siete pasajeros de aquel autobús, uno por uno y en un orden decidido
por él. Las ventanas del vehículo se adornaron de rojo casi en su totalidad,
y al no haber ya vidas existentes excepto la de él, se bajó de aquel
destartalado autobús silbando una melodía repetitiva, como canción de
caja musical.Al llegar a su casa, el sonido tétrico que realizaba con sus
labios aún se producía, y en una noche casi sepulcral y totalmente silente,
ese molesto ruido retumbaba en medio de la calle vacía. Cuando
ingresaba a su hogar su madre y hermano lo esperaban a la entrada, lo
recibieron con una retahíla de reclamos a causa de su repentina ausencia,
pero estos dos se sorprendieron cuando vieron que, sobre la cara de este
veían el rostro de un impactante Búho blanco.
Como por arte de magia, madre y hermano dejaron de hablar, como si
de repente el ambiente les hubiera quitado la voz. Y fue en ese preciso
instante que el joven con cara de ave accionó el arma de fuego sobre ellos,
dos veces, en orden de cercanía; los cuerpos cayeron al suelo de golpe. Al
darse cuenta que aquella sangre que brotaba de los cuerpos ya sin vida
se derramaba por doquier, comenzó a limpiar el escandaloso líquido del
piso de baldosas negras, pero la sangre emanaba sin cesar. Así que optó
por desmembrar los cuerpos y colocarlos dentro de bolsas plásticas de
basura, ubicándolos casi a la entrada de la cocina, pero lo más extraño de
todo esto es que el joven realizaba todas estas acciones con una
tranquilidad aterradora, y silbando la maldita melodía repetitiva de hace
unas horas atrás…
No salía de la estupefacción, y al terminar de leer el relato todo fue claro,
mi mirada analítica y fija duró por casi dos horas. Al salir de mi
ensimismamiento me di cuenta de que ya era tarde en la noche y aún no
había sacado la basura, me calcé deprisa y bajé las escaleras al primer
piso, las dos bolsas de basuras estaban allí, intenté levantar las dos, pero
estaban demasiado pesadas, así que me dije: —No puedo cargar las dos,
creo que tendré que hacer dos trayectos. Mientras miraba mi cara
hipnotizado a través del espejo de la sala. Analizando mi extraño rostro
blanco. ¡Sí, similar al de un búho blanco! Estas son las únicas
posibilidades en las que puedo ahondar, vamos a ver qué logra pasar, he
instalado varias cámaras en mi cuarto, esta noche se sabrá, solo habrá
que esperar…

114
Nada más real que un grito

Nada es lo que parece

Por Claudia Marcela Casas Castillo

Un amanecer lleno de luz se refleja en la ventana de su cuarto. Pablo abre


sus ojos emocionado porque tendrá un día extraordinario. Reuniones de
trabajo, el reconocimiento por ser el mejor líder de la Compañía,
celebración con sus empleados por lograr las metas esperadas y la
propuesta de matrimonio a su novia Lucy a quien dice amar con locura.
Se levanta presuroso de su cama y sin pensarlo mucho entra a la ducha
con la sorpresa de encontrar agua helada y no cálida, como a la que está
acostumbrado. Algo enojado se baña rápidamente y en poco tiempo baja
a desayunar. Allí se sienta a la mesa un poco malhumorado y saluda entre
dientes a su tía Clarita, con quien vive.
Al verlo, ella corre presurosa porque “le cogió la noche”, como ella misma
dice, y el desayuno todavía no está listo. Pablo mira el reloj
constantemente y mueve sus piernas de forma descontrolada e inquieta.
Sus dedos golpean la mesa alternadamente demostrando impaciencia y
angustia. Solo han pasado diez minutos, pero para Pablo es toda una
eternidad. Decide irse. Coge su portafolio y, sin decir palabra, azota la
puerta. Clarita, con lágrimas en sus ojos se queda perpleja observando la
puerta.
La primera reunión es a las 9:00 a.m. son las 8:30 a.m. y su automóvil
no avanza, ya que está en un trancón de nunca acabar. Pablo baja la
ventana y desde allí vocifera y discute con los conductores de otros
vehículos, al parecer, eso lo hace sentirse mejor. Finalmente llega a su
trabajo media hora tarde. Su jefe ya ha terminado la reunión y le recibe
muy ofuscado. En esa reunión se habló de su reconocimiento como mejor
líder, pero en medio de su ausencia.
Como desquitándose de su mala suerte golpea fuertemente su escritorio
y se encierra en su oficina. Los empleados que esperan ir a celebrar lo
escuchan con temor, deciden no molestarlo y se van dejándolo solo. Recibe
una llamada, es su novia Lucy, quien muy emocionada quiere confirmar

115
Nada más real que un grito

la hora en que se verán para cenar. Pablo responde con furia y con
palabras hirientes la rechaza.
Vuelve a su casa y se encierra en su cuarto. Se mira al espejo y allí ve
los fantasmas que lo acompañaron en su día. Su mal humor, su poca
paciencia y tolerancia y su ego herido, hicieron que este no fuera el día
extraordinario que pensaba y terminó viviendo la peor pesadilla.
Aterrorizado por sentirse solo y vacío, entra en llanto y corre a abrazar a
su tía Clarita, quien yace en su cama como dormida. Pablo se le acerca,
pero ella está pálida y sin sentido. Falleció luego de que él saliera en la
mañana y él solo encontró un cuerpo frío e inerte. Pablo ha vivido la peor
película de terror en la que él es el protagonista.

116
Nada más real que un grito

Olvido y terror

Por Cristian Camilo Herreño Mojica

Nuestra mente tiende a llenar los vacíos de aquello que olvidamos o


queremos olvidar. Este comportamiento evoluciona hasta distorsionar
nuestra realidad y las historias que contamos. Lugares destinados al
olvido cuyas leyendas fantásticas pueden ser producto de un cuento de
charlatanes o tal vez de un deseo para afrontar la realidad de su
abandono. Leyendas, mitos, creencias populares de lugares que parecen
de otros mundos, algunos paraísos, otros infiernos, son producto del
pensamiento colectivo e individual tratando de llenar baches en nuestro
conocimiento o quizá de aquello que olvidamos.
Guillermo es un antropólogo cómodo con el poder y la fama, ambicioso
y mujeriego que no gustaba del fracaso ni descender de su cima. Su
reputación se desplomó luego de un escándalo de abuso sexual a una de
sus estudiantes que desapareció sin dejar rastro. Nadie sabía lo que había
pasado ni siquiera Guillermo recordaba, o no quería recordar, los
supuestos repetidos abusos o haberla visto el día de su desaparición, como
se le acusaba. Él solo recordaba que luego de rechazar sus pretensiones
amorosas, la vio salir llorando, o eso era lo único que su mente albergaba.
Luego de meses de investigación salió exonerado por falta de pruebas,
pero esa situación le hizo perder su empleo en la universidad, además de
ocasionarle un insomnio crónico que le provocaba constantes
alucinaciones acerca de un pasillo oscuro.
Pasaba noches en vela pensando cómo volver a la cúspide recuperando
su fama y poder en el mundo académico. Guillermo, como el ávido lector
que se había vuelto desde el escándalo, para pasar su insomnio no paraba
de leer con el fin de encontrar algo que nadie hubiera investigado,
pensando que al ser pionero en algún tema lo llevaría de nuevo a la cima.
En aquella bibliografía encontraba anotaciones interesantes sobre
algunos lugares cuya cultura ha permanecido intacta de la sociedad
moderna, todo un tesoro para algunos estudiosos. Aquellos lugares

117
Nada más real que un grito

enfrentaban inseguridad, hambre, falta de acceso a servicios de salud y


falta de autoridad, por lo que el desorden y la impunidad reinaban.
Al final encontró uno de esos lugares cuyo estado del arte era muy
reducido debido a las difíciles condiciones de acceso y a la presencia de
grupos armados lo que imposibilitaba su estudio. Entonces enfiló su
destino hacia Qunqay, un particular lugar en lo profundo de una zona
boscosa y montañosa con caudalosas fuentes hídricas y al que muchos
llaman “un paraíso” debido a los tesoros que podría haber. A este lugar
no le interesaba tener contacto con la sociedad moderna ni siquiera con
las comunidades y pueblos vecinos. A pesar de su deseo solo unos pocos
servían de intermediarios para conseguir ciertas cosas para el pueblo.
Guillermo había contactado con uno de estos intermediarios gracias a
uno de sus colegas que no quiso investigar el lugar por miedo a los grupos
armados que moran la zona. Él se comunicó con Pancha, joven
comerciante de esa zona y muy cercana a los habitantes de Qunqay. Ella
consultó con la comunidad para recibir a Guillermo a cambio de una lista
de regalos que él tenía que conseguirles. De llegar allá, interactuar y
estudiar el pueblo harían de Guillermo una eminencia académica
olvidando ese tormento del pasado.
El viaje no era fácil, empezaba su travesía en bus por la carretera en un
trayecto de dieciséis horas hasta el fin de esta para luego emprender cinco
días caminando hasta el punto de contacto con Pancha. En el bus, debido
a su insomnio no podía dormir para pasar el viaje por lo que iba leyendo
textos que recopilaban el diario vivir de los habitantes de la zona y sus
creencias populares o verdades distorsionadas como las llamaba él.
Guillermo encontraba relatos de todo tipo, aunque en los que se
concentraba era en los de Qunqay. Había muchos comentarios sobre
Qunqay, desde leyendas que van desde la verdadera ciudad del Dorado
hasta una especie de utopía donde la gente era feliz todo el tiempo.
Sin embargo, mientras iba leyendo encontró un pasaje en uno de los
textos que le llamó la atención:

“Los pobladores me comentaron sobre un cierto lugar, mucho más


extraño que Qunqay, que aparece y desaparece, donde no existe cosa tal

118
Nada más real que un grito

como reglas, donde la avaricia y la lujuria, no tienen límites y las


depravaciones y horrores más inimaginables tienen cabida, un pueblo de
demonios que devoraban a su paso… Ellos no me dijeron el nombre de
dicho lugar, ni su locación exacta, o no quisieron, lo único que me contaron
es que dicho lugar aparece en las montañas y a la medianoche se pueden
observar tres grandes hogueras acompañadas con gritos lejanos
indistinguibles entre placer y sufrimiento…”
Extrañamente, un escalofrío recorrió el cuerpo de Guillermo. Él
desconocía si ese escalofrío era una señal de su cuerpo advirtiéndole que
ya había pasado mucho tiempo despierto. Por otro lado, él estaba
escéptico del pasaje al cual achacaba a simples creencias populares de
terror que adornan la cultura de esos lares. De hecho, una de las hipótesis
del autor aludía a la presencia de campamentos de grupos armados en
las montañas que atentaban contra las comunidades donde iban pasando
o como comentaba el pasaje que devoraban a su paso. Pero ciertas
inquietudes rondaban su cabeza:
«¿Por qué tantos elementos de fantasía? ¿Gritos de dolor? Supongo que
quisieron hacerle una broma al investigador, pero qué es esta sensación
de pesadilla que estoy teniendo» pensaba Guillermo mientras el mismo
escalofrío vuelve cuando alguien toca su hombro.
—Qué pena si lo asusté —dijo el extraño hombre alto de apariencia
fornida y de vestido negro elegante, a pesar del clima, mientras jugaba
con una moneda dorada en la mano. Era inevitable notar que le gusta la
lectura porque incluso de noche sigue leyendo. No es de por acá, ¿verdad?
—preguntó el extraño.
—¿Se me nota mucho? —expresa Guillermo con una ligera risa—
Efectivamente, no soy de esta zona, vengo de la gran ciudad. Soy
Guillermo, doctor en antropología y me dirijo a un trabajo de campo,
mucho gusto —dijo Guillermo, estrechándole la mano.
—Gonzalo, el gusto es mío —expresa sin estrecharle la mano a
Guillermo, pero con una expresión de curiosidad mientras se sentaba al
lado de él—. Pero cuénteme hacia dónde se dirige exactamente.
—Qunqay, quiero investigar sobre…

119
Nada más real que un grito

—Qunqay, ¿en serio? —pregunta con sorpresa Gonzalo interrumpiendo


a Guillermo— ¿Sabe dónde queda o solo va en su búsqueda? Porque nadie
sabe su localización, parece ser una leyenda —afirmaba Gonzalo
mientras observaba su moneda.
—Acá entre nos, logré contactar a una de las pocas personas que sabe
cómo llegar —respondía Guillermo ufanándose como si de su más grande
hazaña se tratase.
Guillermo seguía relatando con gran emoción a un desconocido el
objetivo de su investigación y la fama que alcanzará cuando la publique.
A pesar de que Guillermo era un desconocido, Gonzalo escuchaba atento,
como si de un estudiante escuchando a su maestro se tratase, pero él
seguía jugando con la moneda dorada en su mano, moviéndola entre sus
dedos y lanzándola al aire, pero sin quitar ni un segundo su mirada y
atención en Guillermo.
—Discúlpeme si he hablado mucho de mí, es que estoy muy emocionado
—comentaba Guillermo sintiéndose incomodo del silencio atento de aquel
extraño jugando con su moneda. —Pero por su vestimenta asumo que
usted tampoco es de la zona.
—Me atrapó —respondió Gonzalo con una sonrisa mientras lanzaba su
moneda al aire sin quitarle la mirada a Guillermo—, soy de un lugar algo
lejano de esta zona, se llama Izua.
—¿Izua? Nunca lo había escuchado. ¿Dónde se encuentra? —preguntó
Guillermo estupefacto porque él creía conocer, al menos en nombre, de
los lugares del país.
—Lejos de acá le puedo asegurar creo que tiene que viajar más.
—¿Qué tipo de lugar es? O sea ¿es grande?, ¿pequeño?, ¿tranquilo?,
¿alegre?
—Fiestero, eso se lo puedo confirmar. De seguro le gustará es un lugar
alegre y libre donde todas las personas, vengan donde vengan y hagan lo
que hayan hecho son bienvenidas.
—Interesante, tendré que averiguar e ir —comentaba Guillermo
mientras anotaba en su libreta aquel lugar.

120
Nada más real que un grito

—Está muy oscuro, apenas para que el diablo salga a asustar. ¿Y usted
qué opina de los mitos y leyendas de la zona? ¿Creen en las brujas, en la
llorona? —preguntó Gonzalo mientras guardaba su moneda.
—De que las hay, las hay —dijo Guillermo entre risas—, sin embargo,
no dejan de ser relatos que pudieron partir de hechos reales e irse
deformando con el tiempo añadiendo elementos fantásticos, aun así, hace
parte de nuestra riqueza folclórica.
—Pero ¿no cree que puedan ser reales algunas? ¿O que tal vez reflejen
nuestros deseos más internos, nuestros monstruos o nuestra realidad? —
expresaba ese extraño hombre mientras esbozaba una sonrisa ante un
Guillermo que no sabía que responder.
—Bueno yo me bajo acá, buena suerte en su viaje.
—Lo mismo.
Guillermo miraba hacia atrás sorprendido de que aquel hombre se bajó
a la mitad de la nada y en medio de la noche quedándose ahí parado sin
que hubiera señales de ninguna persona a la vista o rastros de algún
pueblo cercano.
Pasaron algunas horas hasta llegar al final de la carretera. Empezaba
la segunda parte de su travesía de varios días hasta llegar al punto de
reunión con Pancha y de ahí era incierto cuántas horas o días de más iba
a durar. Luego del bus tenía que continuar a caballo por unas trochas
empantanadas que si fuera en época de lluvia quedaría atrapado hasta
que la muerte lo alcanzara, pues la única ayuda se encontraba a varios
días.
En esos cinco días de travesía continúo con su insomnio y las pesadillas
provocadas de este. Una de sus pesadillas consistía en Gonzalo, con quien
habló en el bus. Sentía que él seguía parado en esa carretera jugando con
su moneda en la oscuridad de la noche tan fuerte era su pesadilla que
podía escuchar el sonido de esa moneda como si Gonzalo estuviese cerca.
Finalmente, Guillermo logró llegar al punto de encuentro con Pancha,
la persona que lo llevará a Qunqay. Pancha esperaba a Guillermo sentado
en una canoa mientras observa el cielo. Sorpresivamente, el rostro de
Pancha reflejaba una similitud con el de la muchacha desaparecida cuyas
acusaciones de abuso y desaparición habían hundido a Guillermo solo por

121
Nada más real que un grito

rechazar su amor, según él. Era como si su pasado lo siguiera. Su rostro


similar al de ella causó un dolor de cabeza en Guillermo, como si algo
hubiera olvidado, mientras su cuerpo se estremecía oía unas voces en su
mente, pero no podía reconocer sus palabras. Quizá era lo joven de
Pancha o acaso las alucinaciones de su insomnio ya se apoderaron de su
mente.
—Está raro el cielo, como más oscuro ¿no cree? —preguntó Pancha
mientras se levantaba a buscar los remos.
—Pancha, me alegra conocerla —dijo Guillermo estrechándole la mano
nerviosamente y evitando mirar su rostro intentando acallar las voces en
su mente.
—El viento está dando unos fríos, pero no cualquier frío, no, no, no. Es
un frío que hiela la sangre. Pancha clava los remos al suelo quedándose
un par de minutos con la mirada abajo como de quien tiene dudas, o
miedo, de partir. De repente alza su mirada a Guillermo, preguntándole.
—Usted no le contó a nadie, ¿verdad?
—No, claro que no —expresaba Guillermo con temor a que, si llegase a
decir la verdad de que habló con un extraño muy peculiar en el bus, tal
vez la oportunidad de su vida se le esfumaba de las manos.
—Será entonces que el invierno llega antes —dijo Pancha con una
ansiedad que se le notaba en todo el cuerpo fijando su mirada hacia las
montañas— ¿Está seguro de querer continuar?
—Claro, sino para que atravesé medio país.
—Entonces, andemos pues.
Pancha alista la canoa y emprende la última parte del viaje a un destino
que Guillermo tanto ansiaba; sin embargo, alrededor había un profundo
silencio. Animales, plantas, ningún ser vivo e incluso el mismo río era
como si el tiempo se hubiera paralizado. Guillermo hubiera pensado que
se había quedado sordo sino fuera porque el único sonido era el corazón
latiendo de Pancha a un ritmo frenético, sonido que inquietaba a
Guillermo y avivaba las voces de su cabeza.
A Guillermo volvía una pesadilla que tenía cada noche y que, durante
su viaje, iba empeorando más y más. Miraba al río y era como un camino

122
Nada más real que un grito

sin fin dirigiéndose al inframundo de la mano de aquella muchacha


desaparecida encarnada en Pancha. Guillermo sentía que lo observaban
en ese largo camino hacia la nada. Miles de miradas observándolo
atentamente y juzgándolo dentro de un pasillo oscuro con unas voces
iracundas, pero sin reconocer lo que decían. En su mente trataba de solo
pensar en un lugar, Izua. Aquel lugar donde todos son bienvenidos, venga
donde vengan y hagan lo que hagan, sin que te juzguen, sin miradas que
se extienden en un vasto y oscuro pasillo. Pancha y Guillermo, ambas
almas en terror en ese río, cada uno por su propia razón.
—La veo tensa, ¿se siente bien? —preguntaba Guillermo cuya voz
temblorosa y agitada no denotaba calma tampoco.
—Sí, supongo que el frío me tiene así —respondía una Pancha recelosa,
mirando a todos lados.
—¿Y esta zona es segura? Porque la veo mirando a todo lado.
—Es tranquila, pero debo admitirle que por estos lugares han pasado
muchas cosas y los políticos no hacen nada por acá a menos que sea para
voto y pues estamos expuestos a muchos bandidos de todo tipo en especial
los monstruosos.
—Quería preguntarle, ¿qué sabe sobre Izua? —preguntó Guillermo
evitando mirar el rostro de Pancha.
—¿Quién le dijo ese nombre? —preguntaba una Pancha en tono muy
serio mientras dejaba de remar porque no paraba de temblarle las
piernas en tanto miraba a todo lado.
—Lo leí por ahí y quería saber si era cerca de por aquí —responde
Guillermo temeroso haciéndose ya a la idea de que acá terminaba su
recorrido.
—No pues relatos y puros cuentos de mi mamá, es muy lejos y bastante
libertino dice ella. Sabe que mi mamá vio a la llorona —comentó Pancha
como de quién evitaba un tema o quería pensar en otra cosa.
—Cuénteme más —expresaba Guillermo con el fin de distraerse.
Pancha siguió remando mientras contaba las historias de terror de su
mamá. A pesar del tipo de historias ambos reían olvidándose del terror
que sentían hace unos minutos, reían como si nadie los observara

123
Nada más real que un grito

haciendo que Guillermo olvidara el parecido de Pancha con la muchacha


desaparecida, acallando las voces y quitando la sensación de algo
olvidado. Sin embargo, Pancha no volvió a hablar sobre Izua, cosa que a
Guillermo le intrigó dado que no sabía si la reacción de Pancha era por
cambiar el tema o por desconectarse de su paranoia.
Luego de seis horas de trayecto entre relatos y paranoia por fin
Guillermo pudo avistar la comunidad cuyo estudio lo iba a llevar a la
fama, aquella comunidad que había sido esquiva por tanto tiempo y que
para muchos era una leyenda. Desde la canoa divisaba hermosas casas
de bahareque y una gran multitud de personas esperándolo como si uno
de los suyos volviera. Guillermo y Pancha fueron recibidos con abrazos
por toda la comunidad y les colocaron collares con materiales autóctonos
de la zona.
Qunqay era algo que superaba sus expectativas, algo que ni en sus
sueños se hubiera podido imaginar. Qunqay está rodeada de árboles
frondosos y cultivos de frutas y verduras que nunca había visto, de las
cuales Pancha vendía en otros lugares a cambio de traer productos del
exterior que le eran muy útiles para los lugareños. En un costado se
encontraba un estanque casi de color dorado que opacaba el mismo brillo
del cielo diurno donde los niños jugaban alegres y por las tardes toda la
comunidad se sentaba alrededor para ver el atardecer. Las aves con unos
particulares colores brillantes volaban como si ni el cielo fuera límite en
una gran danza colorida que adornaba los atardeceres. Era un paraíso
como algunos lo llamaban.
Guillermo empezó a repartir los elementos que le habían solicitado, que
incluían ollas, pequeñas herramientas para los cultivos y alguna que otra
tela, elementos que los pobladores consideraban muy útiles del exterior.
Los pobladores le solicitaron dejar los presentes en una casa la cual quien
los fuera necesitando o, en consenso general, se iban usando. Para la
sorpresa de Guillermo, en la casa no solo se encontraban muchas de las
cosas que le habían solicitado algo en particular llamó su atención, oro.
Una significativa cantidad de oro se encontraba en ese lugar, tal es la
cantidad que provocaría en aquellos más ambiciosos en pelearse a muerte
por él. Al preguntar Guillermo de dónde venía el oro y qué uso se le daba
los pobladores, respondían que del estanque dorado. Ellos los usaban

124
Nada más real que un grito

para la artesanía y como regalo de agradecimiento a Pancha por ciertas


cosas que ella les conseguía. Los pobladores comentaban que ya no sabían
qué más hacer con él, así que lo iban acumulando en esa casa.
Guillermo dentro de sí pensaba si acaso la paranoia de Pancha y su
pregunta sobre si le había contado a alguien tenía que ver con que la
ubicación del pueblo llegara a saberse por ciertos grupos de personas que
pudieran hacerle daño al lugar. También, dentro de sí, Guillermo veía
esto como una oportunidad, no solo de estudiar a la comunidad sino de
comercializar su oro, así no solo recuperando su reputación, sino
volviéndose rico a la par. La concentración de Guillermo duró poco porque
la gente lo invitó a un banquete. Él estaba contento por todo lo que veía
en el lugar, por la gente que lo trataba cariñosamente, las oportunidades
que podía aprovechar, pero principalmente porque este era el lugar que
tanto anhelaba en el que la tormenta de su pasado no lo agobiaría más a
excepción del rostro de Pancha, pues cada vez que la veía se enardecían
las voces de su cabeza.
Cayendo la tarde toda la gente se reunía a ver el atardecer en el
estanque dorado, pero Guillermo notaba cómo las nubes más oscuras se
cernían en un solo lugar, la cima de aquella montaña que se avistaba a lo
lejos y parecía llamarlo. Guillermo preguntaba sobre la montaña, pero
nadie le daba razón lo único que le decían era que no se acercara.
Guillermo dentro de sí pensaba que tal vez en la montaña se encontraban
grupos armados, lo que podía amenazar, tanto sus planes de estudio con
la comunidad, como los comerciales con el oro, pero algo en la punta de la
montaña lo atraía.
En la noche toda la gente iba para sus hogares, a pesar de que la luna
se alzaba con su más grande brillo y en la que los niños querían seguir
jugando bajo su luz. Pancha también estaba asombrada, ya que en sus
anteriores viajes el lugar se caracterizaba por su alegría nocturna, pero
esta vez las personas se dirigían con premura a dormir como si de la regla
más estricta se tratase. Pancha se preguntaba qué había pasado en estos
días para ese cambio abrupto; sin embargo, a ambos no les quedó más
remedio que seguir a la gente.
Guillermo extrañamente pudo dormir. Tal vez sea el sueño acumulado
de semanas sin dormir o la emoción de que su vida volvía a la cima. Sin

125
Nada más real que un grito

embargo, ni en sus sueños se sentía tranquilo porque volvía a tener la


sensación que había experimentado en el río, aquella del pasillo oscuro
sin fin con miles de miradas observándolo, juzgándolo adornada con un
sentimiento de persecución, pero con una ligera diferencia, esta vez no se
escuchaban las voces sino una luz incandescente que lo llamaba cuyo
volumen aumentaba más y más a medida que Guillermo se acercaba. De
repente, al llegar a la luz, Guillermo despierta y mira que el exterior está
iluminado.
Guillermo sale a mirar y observa en la montaña tres grandes llamas
como si la montaña fuese a incendiarse. Esas tres llamas hipnotizantes
guiaban a Guillermo en un trance, parecían llamarle hacia lo alto de la
montaña. Guillermo a través de esas llamas ya no veía ese camino con
miles de miradas observándolo, ya no sentía culpa ni persecución, sentía
placer. Un placer libre de culpas, un placer que alababa su ser más
profundo y egoísta, un placer que le hacía sentir que podía hacer lo que
quisiera; pero también sentía terror ante una realidad sin consecuencias
al dejar suelto a sus deseos más profundos. Miraba a la persona que podía
ser y sentía repulsión. Ese contraste entre placer y terror hacía que no
siguiera avanzando y solo se quedara mirando la cima de aquella
montaña. De repente varias voces en sincronía que provenían de aquella
montaña repetían la misma pregunta:
—¿Dónde estás? Guillermo, ¿Dónde estás? Danos una señal —repetía
aquel coro que se escuchaba a lo lejos entre lo que parecía risas y gritos.
Guillermo embelesado por las llamas respondió en susurros: —Aquí
estoy —repetía una y otra vez Guillermo.
De repente, alguien toca a Guillermo despertándolo de su trance y
dándose cuenta de que estaba al lado del estanque. Guillermo ya vuelto
en sí, se siente consternado por lo que acaba de pasar y se pregunta si lo
sucedido es producto de su insomnio jugándole una mala pasada. La
persona que lo despierta le pregunta qué era lo que Guillermo hablaba,
ante lo cual Guillermo dice no recordar por miedo a ser juzgado como loco.
—Es mejor que se devuelva para su hamaca, muchacho, vea que a estas
horas no es bueno salir —dijo el lugareño.

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Nada más real que un grito

—Discúlpeme no sé qué me sucedió —dijo Guillermo tocándose la


cabeza—, qué pena la pregunta, pero Pancha me contaba que este lugar
era bastante alegre por las noches, ¿por qué esta noche se apresuraron a
irse a dormir?
—Ya hace cinco días que están apareciendo luces en la montaña más o
menos a la mitad de la noche entonces nos asusta.
—¿Qué les asusta? —pregunta Guillermo consternado.
—Que nos encuentren. Por décadas hemos sido olvidados por lo que
llaman estado, pero nos hemos adaptado y vivido tranquilamente en este
lugar, hemos recibido muy bien a las pocas personas que han llegado acá
y nos han dado algo o nos ofrecen ayuda como Pancha, pero no sabemos
qué hay afuera y qué intenciones tienen.
Ambos se dirigen a sus hamacas, pero Guillermo no puede dormir, tiene
miedo. No sabe qué hacer, si contarles a todos sobre lo que vio y mucho
menos si contarles que habló sobre el lugar con un tal Gonzalo en un bus.
Pero lo que más hizo pensar a Guillermo era aquel pasaje que relataba
algo similar a lo que le sucedió. Se preguntaba si era una coincidencia,
un sueño influenciado por aquel pasaje, delirios de una mente que va
hacia la locura o si era real.
Pasaron varias semanas en las que Guillermo estudiaba a la comunidad
y enviaba cartas por medio de Pancha para evitar verla por días,
justamente los días en que podía dormir tranquilo. Al parecer las cartas
iban dirigidas al rector de la universidad donde trabajaba con el fin de
que se diera cuenta del éxito que sería exponer sus estudios y de esa
forma devolverle su empleo. En esos días Guillermo seguía teniendo el
mismo sueño, ya no del pasillo oscuro, sino el de la montaña con las
hogueras, cosa que Guillermo guardaba en silencio para no comprometer
su camino de vuelta a la fama y poder a aquella cúspide.
Un día el ambiente lucía extraño, Qunqay parecía otro lugar no el lugar
de las anécdotas aquel que algunos llamaban “paraíso” y del que
Guillermo se enamoró a primera vista. Algo parecía extraño, aquel cielo
oscuro que se cernía sobre la montaña se esparcía por todo el cielo de
Qunqay. El hermoso estanque ya no brillaba y las aves ya no volaban
sobre Qunqay. Todo el día estuvo gris, tanto que todos se dedicaron a

127
Nada más real que un grito

sentarse en silencio, cada uno desde su hogar, aquella alegría se había


desvanecido.
Guillermo pregunta a cada lugareño sobre lo que pasa, pero todos le dan
la misma respuesta:
—Algo va a pasar y no sabemos qué hacer.
Guillermo continuando con su nerviosismo habla con Pancha, pero ella
tampoco tiene certeza solo miedo porque desde ayer ya tenía
presentimientos extraños de que algo iba a llegar. Guillermo ante la
incertidumbre trató de organizar una fiesta o de jugar con los niños, pero
todos simplemente no tenían ganas. A Guillermo volvía la sensación
aquella de las miradas en el pasillo oscuro y las voces al fondo, esa
constancia en sus pesadillas lo hubieran hecho explotar de locura, pero
su ambición lo ataba a la cordura.
La noche se iba acercando y el cielo gris ocultaba el atardecer que
usualmente la gente del lugar se reunía en el estanque a observar. Ahora
todos estaban en sus casas, abrazados como si de un desastre natural se
aproximase. Aquel desastre natural no era más que el inevitable
encuentro con el exterior.
Ya sea por la emoción que le causa Qunqay o de querer olvidar lo que
arruinó su carrera, Guillermo por un instante no sintió tanto nerviosismo
al estar con Pancha. Las voces estaban apaciguadas al igual que un
silencio antes de la tormenta. Ambos estaban en sus hamacas charlando.
—¿Cuántos días más se va a quedar aquí joven? —preguntó Pancha.
—No lo sé —expresaba Guillermo con tristeza—, siento que por mi
culpa el lugar ha perdido su alegría.
—¿De qué habla joven? Esto no más es porque la temporada de lluvia
se acerca más rápido de lo que se pensaba —decía Pancha tratando de
reconfortar a Guillermo.
—Lluvia o no, no dejo de sentir culpa, no deja de atormentarme las
miradas, las voces.
—¿Miradas? ¿Voces? Mijo usted está muy loco —dijo Pancha entre risas.
—Miradas que me juzgan. No sé de si de haberle roto el corazón a una
mujer hace unos meses o de haber hablado del lugar con un extraño en el

128
Nada más real que un grito

bus solo para fanfarronear, para sentirme mejor —contó Guillermo en un


momento de sinceridad.
—Joven, ¿cómo así que habló con alguien del lugar?, ¿a quién? ¿qué les
dijo? —dijo Pancha preocupada empezaba a interrogar a Guillermo.
De repente una gran explosión seguida de algunos gritos se empezó a
escuchar. Guillermo y Pancha salieron rápidamente a mirar lo que
sucedía, vieron una gran llamarada alzándose sobre el lugar. Hombres
armados empezaron a disparar a diestra y siniestra, los lugareños
inmediatamente tomaron a sus niños y empezaron a correr, pero era
inútil, no eran más veloces que las balas. Algunos intentaron defenderse,
sin embargo, su comunidad pacifica no estaba preparada para la pelea
por lo que la derrota era inevitable. ¿Buscaban el oro? ¿Qué buscaban? Se
preguntaba Guillermo atemorizado. Pero estos hombres armados
entraron a las casas buscando aquello que saciara sus deseos: ambición,
lujuria y muerte para luego quemarlas y rematar a cualquiera que
estuviera herido. No tenían compasión alguna la sed de sangre marcaba
sus rostros.
Guillermo y Pancha empezaron a correr por sus vidas mientras iban
ayudando al que pudieran. Niños, mujeres, ancianos, hombres, iban
siendo formados al frente de lo que era un hermoso estanque y uno a uno
fueron violados y masacrados de las peores formas. Esos hombres
armados se divertían de aquella escena macabra que pintaba el estanque
dorado de un carmesí intenso. Tal fue su diversión que a una de las
personas la descuartizaron y jugaron béisbol con su pierna.
Guillermo y Pancha estaban a punto de escapar de esa pesadilla cuando
de repente un disparo fatídico alcanzó a Pancha en la columna mientras
a Guillermo una bala le atravesó el hombro. Guillermo trató de
levantarla, pero era demasiado tarde ella ya no podía seguir y él no podía
cargarla. El pavor se adueñaba de Guillermo, el pasillo oscuro se
transformaba en un camino de sangre y fuego, las voces irreconocibles del
fondo se confundían con los balbuceos de Pancha en su agonía. En un
momento de claridad Guillermo creyó entender lo que decía Pancha:
—¿A quién le dijo? ¿Qué me hizo?

129
Nada más real que un grito

Guillermo desesperado y con una sensación de remembranza deja a


Pancha en el suelo a merced de que los hombres armados llegaran e
hicieran de sus últimos minutos la peor de las agonías. A medida que
Guillermo y las pocas personas que escaparon se iban alejando, veían
cómo aquel paraíso con un estanque dorado donde las aves bailaban en
sincronía, se volvía un infierno donde los gritos y el sonido de las balas
adornaban un paisaje sombrío de llanto y muerte. Ese era el destino
trágico de los lugares hundidos en el olvido originado por su mayor
amenaza, ser encontrados.
Pero ¿quién estaría detrás de tan vil acto? ¿Cómo los hallaron? Eran
preguntas que agobiaban a Guillermo una y otra vez. Guillermo mareado
por su herida, o tal vez por la falta de sueño, voltea a ver por última vez
a Qunqay cuando a lo lejos ve un sujeto alto, fornido y de buen vestir
entre ese infierno. Un hombre que lanzaba al aire repetidamente algo,
posiblemente una moneda. Guillermo no podía dar cuenta si sus ojos lo
estaban engañando y aquel hombre era Gonzalo, con quién habló en el
bus o si sus delirios le están jugando una mala pasada, pero el sonido de
la moneda retumbaba en su cabeza.
En el camino, hacia algún lugar en el que se pudieran sentir seguros,
Guillermo no dejaba de pensar en ese hombre, en las palabras de Pancha,
en aquellas hogueras de la noche anterior, en aquel pasaje, en la
muchacha desaparecida. Él sentía que tal vez todo podría estar
relacionado confirmando que las leyendas eran ciertas, que tal vez él trajo
unos demonios a la tierra o tal vez su mente estaba tratando de ocultar
una realidad lúgubre y siniestra que acaba de presenciar, pero lo cierto
es que las miradas y voces se intensificaban.
Llegó la noche y ni el cielo ni el entorno servía de guía alguna, se
encontraban en la nada, a oscuras, con frío, hambre y el miedo de que lo
que encontraran fuera peor de haber escapado. Tanto fue el desespero y
la premura por sobrevivir que no se dieron cuenta de que estaban
subiendo la montaña. A la mitad de esta, llegaron a un pequeño puente
que conectaba una parte cortada del camino hacia la cima con un abismo
abajo. Los pocos que escaparon de Qunqay no querían cruzar el puente a
pesar de la insistencia de Guillermo, algo les hacía sentir que no debían,

130
Nada más real que un grito

pero Guillermo insistía para poder al menos conseguir ayuda; sin


embargo, ellos ya habían visto los horrores del exterior.
Guillermo decide ir solo a pesar de su herida. El pequeño puente era un
tanto peculiar no parecía resistente, además de tener manchas y charcos
pegajosos indistinguibles debido a la oscuridad y alta nubosidad de la
noche, pero con un olor cuproso muy particular. Guillermo no había
notado la cantidad de sangre que había perdido, se sentía mareado y su
vista se nublaba por lo que no sabía si ese hombre con la moneda era real.
Guillermo cruzó el puente avanzando por un camino bastante elaborado
para ser de la zona, pero Guillermo no lo notaba ya que él sentía que
hasta aquí iba a llegar debido al estado de su herida.
Mientras iba avanzando el entorno iba oscureciéndose más y más, su
piel se erizaba, el dolor se intensificaba, su boca cada vez más saboreaba
la sangre, pero a Guillermo parecía no importarle por qué las miradas lo
juzgaban y las voces se clarificaban preguntando:
—¿A quién le dijo? ¿Qué me hizo?
Esta vez ya no había una luz al final sino hogueras y en el fondo se
escuchaban gritos agónicos y placenteros. Cuando Guillermo estaba a
punto de caer observó tres luces, al parecer eran linternas sostenidas por
tres siluetas oscuras que se interponían en su camino cuando finalmente
Guillermo cayó.
En una especie de purgatorio Guillermo se encontraba solo, en la
oscuridad, gritando por ayuda. Siguió avanzando sin encontrar ningún
rastro de algo tangible, de algo existente que no fuera la oscuridad que
llenaba su entorno. A lo lejos, escucha voces por lo que sale corriendo
hacia ellas solo para encontrar una persona de espaldas. No podía
distinguirla, estaba todo muy oscuro, pero un sonido en particular le
llamaba la atención, una moneda.
—¿Será Gonzalo? —se preguntaba Guillermo corriendo a confirmar—,
pero esa persona solo se alejaba más y más, jamás pudo observar su
rostro.
A un lado se escuchaba otra voz, pero no podía reconocer lo que decía,
por lo que decidió ir en esa dirección. Al acercarse cada vez más pudo
reconocer lo que decía.

131
Nada más real que un grito

—¿A quién le dijo? ¿Qué me hizo?


De pronto, a los lados aparecen las miradas. Esos ojos que llenaban el
lugar observándolo y aparte algo llega rodando a los pies de Guillermo;
sin embargo, la oscuridad no le permitía observar qué era.
Inmediatamente el lugar se ilumina de un incandescente naranja y
amarillo, el suelo se tinta de rojo y las miradas se convertían en las
personas de Qunqay, Guillermo aterrado mira hacia abajo aquello que
había llegado rodando, era la cabeza de Pancha o acaso de la muchacha
desaparecida, el terror de esa situación no le permitía distinguir.
La cabeza lo miraba atentamente preguntándole a lo que los demás se
unieron en un coro al unísono preguntando la misma pregunta una y otra
vez:
—¿A quién le dijo? ¿Qué me hizo?
—¡A Gonzalo, solo era una persona en un bus! —dijo entre sollozos y con
una sensación de remembranza Guillermo desesperado gritaba. —Solo
era una persona en un bus, en un bus. No les hice nada.
Tal vez alguien más estaba escuchando en ese bus, pero Guillermo no
tenía certeza, no tenía cabeza para asegurarlo, no sabía si lo que estaba
viviendo era una fantasía o un castigo. Cabía la posibilidad de que todo
fuera una coincidencia de eventos trágicos y que era inevitable que
Qunqay fuera encontrado. De igual forma en la zona abundaban bandas
criminales o al menos era uno de los pensamientos de Guillermo para
sentirse menos culpable o loco como una especie de refugio que armaba
su razón ante la realidad, pero ¿cuál era la realidad?
Las voces alzaban su volumen más y más acercándose a Guillermo
apresuradamente mientras este solo estaba agachado con sus manos en
la cabeza queriendo olvidar todo. Las voces cesaron, cuando Guillermo
abrió los ojos se encontraba en una cama con el sol brillando en su rostro.
Parecía una casa colonial con toque modernos, Guillermo no encontraba
a nadie en la casa, entonces decidió salir. Afuera había tiendas, bares,
restaurantes y música, había personas bailando, besándose, aunque
también muchos ebrios peleando, aun así, todos parecían alegres.
Guillermo estaba sorprendido ya que era un pueblo que no concordaba

132
Nada más real que un grito

con la zona cuya arquitectura de calles y casas además de la vestimenta


de la gente parecía colonial, como si hubiera regresado en el tiempo.
—Señor, disculpe, todavía está herido, vuelva a la cama — dice una
extraña mujer alta, bella y de vestido rojo elegante.
—¡Por favor, una masacre ha ocurrido cerca de aquí! — contaba
Guillermo con desespero— Hay unas personas que se quedaron en el
puente, están heridas, con frío y hambre, hay niños, tenemos que
ayudarlos.
—Bien saberlo, inmediatamente iremos allá y los invitaremos al
banquete.
—¿Banquete?
—Sí señor, un banquete esta noche para celebrar las buenas noticias y
rendir ofrendas a nuestro dios.
—¿Cómo se llama este lugar?
—Como nuestro dios, pero por el momento tiene que volver a su cama y
le enviaremos nuestro mejor vino y comida. No tenga miedo en solicitar
lo que quiera. Ella procede a llamar a unas hermosas mujeres. —Trátenlo
lo mejor posible, chicas, es nuestro invitado especial. Discúlpeme, no le
pregunté, tal vez quisiera otro tipo de compañía, no se inhiba que acá
nadie lo juzga —dijo la mujer a Guillermo.
—Gracias, así está perfecto —expresaba Guillermo estupefacto por la
belleza de las mujeres olvidándose de inmediato de las personas que lo
esperaban en el puente.
A la larga Guillermo solo es un ser humano egoísta, como todos, en
busca del placer este manifiesto en lujuria, avaricia, reconocimiento, en
busca de lo que lo haga sentir bien. Pareciera que lo que sucedió anoche
fuera simplemente una pesadilla porque Guillermo no se preguntaba
sobre las personas en el puente, parecía no recordar la infernal escena
que vivió o quizá no quería recordar, no parecía importarle saber más del
lugar donde estaba solo, se entregaba en cuerpo a aquellas mujeres que
satisfacían todos sus deseos.
Guillermo recorría el pueblo bebiendo, comiendo y follando. Por primera
vez en mucho tiempo no se sentía restringido ni con culpa. La noche se

133
Nada más real que un grito

iba acercando, Guillermo está acostado descansando cuando empieza a


escuchar a la gente gritar. Súbitamente se levanta recordando lo que
había olvidado durante su deleite, a su mente vuelven las imágenes de la
noche anterior. Observa por la ventana aliviándose un poco debido a que
eran gritos de alegría, el banquete se iba acercando. Guillermo empezó a
preocuparse por las personas en el puente, ellos confiaron en él y él, en
cambio, dando rienda suelta a su gozo.
Guillermo salió a buscar a la mujer de vestido rojo, preguntaba y
preguntaba, pero solo encontraba ebrios, orgías, peleas y ningún rastro
de esa mujer. Guillermo llega al fondo del pueblo dándose cuenta de que
este se encuentra en la cima de la montaña y ve a lo lejos el puente. En
ese espacio entra a una especie de santuario decorado con adornos
religiosos que jamás había visto o leído en algunos de los textos
académicos. Una mezcla de rojo y negro pintaba las paredes de aquel
santuario con esculturas de oro puro que brillaba todo el lugar.
—¿Qué clase de dios adoran en este lugar? —se preguntaba Guillermo
recordando que el banquete era para dar ofrendas a su dios, pero él
notaba desde su percepción que estas personas no parecían del tipo
religioso o al menos convencionalmente.
Dentro de sí Guillermo pensaba que al no poder estudiar bien a Qunqay
podía estudiar este lugar y así mejorar su reputación, ese era el objetivo
inicial que no quitaba de vista, incluso a pesar de haber visto el infierno.
Empieza a observar cada detalle del santuario tomándose su tiempo para
apreciar los rastros de una cultura nueva. Él nota al fondo una gran
estatua de algo que ni en sus peores pesadillas hubiera visto, era de una
forma de dragón mitológico, pero con ojos y garras por todos los lados y
un rostro casi humano. Aquellos ojos hacían recordar las pesadillas de
Guillermo, pero estos, a diferencia del de sus desvaríos, no juzgaban,
algunos denotaban miradas de placer, otros de dolor, otros de tristeza o
eso era lo que percibía Guillermo. En la parte inferior mira un nombre,
Izua.
De repente el exterior se ilumina de un gran naranja, Guillermo
despavorido corre afuera recordando lo vivido. Afuera observa tres
grandes llamaradas. La gente se reúne al frente de ellas cantando y
bailando, a los lados se hallaban personas desnudas con la cabeza tapada

134
Nada más real que un grito

y amarradas a troncos de madera. Guillermo anonadado recordó el sueño


y el pasaje en donde aparecían las tres hogueras y para su mayor sorpresa
de una de las hogueras salía la mujer de vestido rojo acompañada de un
hombre elegante que lanzaba una moneda, era Gonzalo sin duda alguna.
—Hoy mis hermanos rendimos tributo a nuestro dios, aquel que da
nombre a nuestro hogar, aquel que nos ha permitido gozar de una vida
eterna sin límites —vociferaba a la multitud Gonzalo mientras agarraba
de la cintura a la mujer de vestido rojo—. Esta noche es especial porque
hemos traído tesoros de un lugar lejano y esquivo además de un invitado
especial, todo el mundo salude a Guillermo.
La gente voltea a mirar hacia la entrada del santuario donde se
encontraba Guillermo estupefacto por lo que está sucediendo. Miles y
miles de miradas hacia un solo punto, a Guillermo, pero estas no lo
juzgaban, en cambio, lo recibían con alegría y agradecimiento.
Inesperadamente, de la oscuridad salen los hombres armados que
irrumpieron en Qunqay, estos traían oro manchado de sangre,
colocándolo al frente de la hoguera.
—Guillermo, gracias por guiarnos a un tesoro que de otra forma
hubiera quedado en el olvido, qué desperdicio hubiera sido —gritaba
Gonzalo.
—Mis chicas te han tratado bien por lo que veo Guillermo —decía la
mujer de vestido rojo.
—Vaya Guillermo, te dije que te iba a gustar este lugar. Aquí la culpa y
el remordimiento no tiene cabida —gritaba Gonzalo lanzando una
carcajada.
Guillermo se sentía responsable, fue su culpa por haberle contado a un
extraño en el bus sobre el lugar al que se dirigía solo por querer
vanagloriarse y sentir que volvía a tocar la fama alcanzando esa cima que
le habían arrebatado. Llorando Guillermo grita:
—Por favor, ¿dónde están las personas que me esperaban en el puente?
¿Qué les hicieron?
—Ellos están aquí —dijo Gonzalo lanzando su moneda al aire—. Mis
hermanos que comience el banquete, demos nuestro aprecio a Izua con
estas ofrendas especiales.

135
Nada más real que un grito

Los hombres armados empiezan a quitar el velo en las cabezas de las


personas que se encontraban amarradas, eran las personas que habían
escapado de Qunqay y esperaban a Guillermo en el puente. Los hombres
armados sacan unos cuchillos y proceden a apuñalar a los sobrevivientes
de Qunqay sirviendo en copas la sangre que iban derramando.
A algunos los tiran en el suelo para que la multitud empiece a sacar
trozos de sus cuerpos para comerlos, una orgía bañada en sangre
comenzó. Todos reían, follaban, comían y se excitaban de los gritos de
dolor de los últimos niños, mujeres y hombres de Qunqay. Sus ojos
servían de adorno para los cocteles de sangre que bebían. Su piel la
usaban como máscara, como si de una fiesta de disfraces se tratase. Sus
órganos eran el plato fuerte y sus genitales afrodisiacos. El resto de los
cuerpos eran manjares para los necrófilos. Sadomasoquismo extremo,
canibalismo, necrofilia, pedofilia, todos los horrores de los que puede ser
capaz un ser humano, así era un banquete en Izua entre gritos de placer
y dolor.
Guillermo estaba horrorizado, su pesadilla no había terminado. Él
estaba en shock, no podía moverse ni gritar mientras que todos los de
Izua lo abrazaban y besaban ungiéndolo en la sangre de Qunqay. El oro
se iba tiñendo de un carmesí cuyo brillo opacaba la luna y las hogueras,
era la ofrenda para Izua. En el centro de todo estaba Gonzalo y la mujer
de vestido rojo besándose apasionadamente cerca de las hogueras sin
importarle las quemaduras, pareciera que su pasión desbordada
alimentara las hogueras y que el río de sangre bajo sus pies combinara
con el vestido rojo.
—¿Qué pasa Guillermo? Venga y disfrute —gritaba Gonzalo con una
gran sonrisa esbozada en su rostro.
—Es un banquete y usted es el invitado de honor —decía la mujer de
vestido rojo.
—Izua le da la bienvenida a lo que será una larga estadía —gritó
Gonzalo desnudando a la mujer de vestido rojo e ingresando de lleno a las
llamas, ambos ardiendo.
Guillermo con una expresión de terror ante la macabra escena que
estaba contemplando, decidió correr entre una multitud bañada en

136
Nada más real que un grito

sangre queriéndolo tocar y sentirlo. Un camino lleno de sangre y personas


mirándolo, algunos con deseo mientras los cadáveres juzgándolo. Esta
vez como en Qunqay el pasillo no era oscuro era iluminado y lleno de
sangre. Él no quiso mirar más por lo que decidió seguir su camino sin
abrir los ojos sin importarle caerse porque ya había alcanzado el fondo y
no podía salir de él. Guillermo corre hasta que el ruido disminuye su
volumen parece que ya se ha alejado lo suficiente.
Él abre los ojos y observa el puente, atrás, en la cima de la montaña, ve
las hogueras con los gritos al fondo. Guillermo encuentra antes del puente
tres linternas, cuando prende una de ellas de repente los gritos cesan,
voltea hacia atrás y las hogueras ya no están. Sin importarle lo que
estaba pasando inmediatamente decidió cruzar el puente, queriendo salir
de ese infierno. El puente seguía tal cual como cuando lo cruzó la primera
vez, con charcos y manchas de un olor cuproso, pero esta vez con la
linterna pudo distinguir que era sangre lo que adornaba el puente.
Temeroso quiso cruzar rápido, pero el puente parecía ser más largo que
cuando lo cruzó la primera vez, parecía un camino sin fin a pesar de que
alumbraba con la linterna no hallaba el otro extremo.
Caminaba y caminaba, pero no llegaba a ningún lugar mientras que la
temperatura iba aumentando más y más, Guillermo se sentía sofocado.
Su piel y ropa se ponían pegajosos, pero Guillermo continuaba porque su
único objetivo en ese momento era escapar cuanto antes. Al final observa
una luz enceguecedora, mientras la temperatura seguía aumentando
estrepitosamente Guillermo se dirige hacia esa luz desesperadamente.
Con los ojos cerrados atraviesa la luz solo para encontrarse que está
dentro de una de las hogueras ardiendo mientras en la otra se encuentran
Gonzalo y la mujer de vestido rojo fornicando como si no les afectara las
llamas.
Guillermo grita desesperadamente que lo ayuden, pero nadie lo
escucha, o al menos no parecen interesarle, ya que cada quien en su
éxtasis no ponía atención a los gritos de dolor de Guillermo.
Extrañamente la hoguera no quemaba a Guillermo, parecía derretirlo tal
como a una vela. Su piel se empezaba a derretir, sus ojos estallaron y su
sangre hervía; el dolor agónico era inimaginable mientras a su alrededor

137
Nada más real que un grito

sus gritos quedaban opacados por los demás gritos en Izua. Sin embargo,
dos voces se escuchaban diciendo:
—¿A quién le dijo? —preguntaba con ira una voz a la que Guillermo
reconoció, era la suya.
—¿Qué me hizo? —gritó la otra voz a la que Guillermo también
reconoció.
Guillermo por fin recordó lo que quiso olvidar, las voces que no había
querido reconocer, una era la suya y la otra voz era la de la muchacha
que desapareció. En el fondo se escuchaba el sonido de un machete
cortando un cuerpo y el olor que se emanaba era el de un cuerpo ardiendo.
Guillermo había asesinado a la muchacha, pero quería olvidarlo. En su
mente se había configurado una lucha entre el deseo de olvidar y su
conciencia. Quedaba la duda de otras atrocidades que habría guardado
Guillermo en lo recóndito de su mente. Lo que diferenciaba a Guillermo
de las personas en Izua era que estas no pretendían ser inocentes,
disfrutaban su culpabilidad.
—¡Perdóname! No quería llegar a eso, no quería ir a la cárcel. Fueron
los últimos gritos de Guillermo que se quedaron el olvido dentro de la
orgía de sangre y oro. Al final solo quedaba un charco de sangre dentro
de la hoguera.
De pronto, Guillermo despierta en la misma casa y a su lado están las
mujeres con las que había fornicado.
«¡Todo era una maldita pesadilla!» se decía Guillermo suspirando de
alivio, pero por dentro temeroso preguntándose si era otra de sus
alucinaciones.
Guillermo sale y encuentra lo mismo un pueblo bastante libertino como
le había dicho Pancha. Pero algo parecía diferente, ni la arquitectura ni
las vestimentas eran coloniales, además la ropa de él estaba manchada
de sangre, no sabía si era de su herida o si la pesadilla era cierta, en todo
caso la paranoia invadía su mente.
Guillermo corrió hacia el fondo del pueblo y encontró el santuario, el
mismo que había visto antes de la carnicería. Sin embargo, afuera del
santuario parecía limpio como si nada hubiera pasado a excepción de tres
estructuras de madera listas para una hoguera en cuyo fondo se podían

138
Nada más real que un grito

encontrar cenizas. El miedo se apoderaba de Guillermo por lo tanto


decidió entrar al santuario encontrando el mismo interior que había visto
en su pesadilla, pero no la estatua. Al salir se encuentra una persona con
una tula y decide preguntarle:
—Disculpe ¿cómo se llama este pueblo? —preguntó Guillermo
nerviosamente.
—Izua, señor. Cuenta el extraño con un particular acento militar.
—¿No había una estatua dentro del santuario? —pregunta Guillermo
con temor.
—Sí señor. Tengo entendido que sí había una estatua solo que está en
mantenimiento, al parecer la última fiesta fue algo descontrolada —
cuenta el extraño hombre dejando caer una carta que se encontraba
dentro de su tula.
Guillermo la recoge y se da cuenta de que esa carta está escrita por su
puño y letra, era una de las cartas que enviaba a través de Pancha.
—¿Dónde sacó esa carta? —pregunta Guillermo sorprendido.
—Usted nos la dio, no sabemos por qué.
—¡Miente! —gritó Guillermo sorprendido.
—Mire, es su letra y mire su contenido dice: “Aquí estoy”.
Guillermo corre despavorido del lugar y en el camino cae chocando con
una pareja haciéndoles caer una bolsa con monedas. Guillermo observa
que estas monedas son de oro y alzando ve que la pareja era Gonzalo
acompañado de la mujer de vestido rojo, pero esta vez Gonzalo no venía
elegante, lucía un atuendo simple de sombrero y camisa y la mujer venía
con vestido azul.
—Qué casualidad Guillermo —dijo Gonzalo.
—Pensábamos que no iba a despertar, al parecer bebió más de la cuenta
anoche en el banquete —dijo la mujer de vestido azul.
—Vaya, veo que ya conoce a nuestras mujeres, le dije que le encantaría
este lugar —comentó Gonzalo mientras jugaba con una moneda en su
mano.

139
Nada más real que un grito

—¡Ustedes son unos demonios, unos malditos monstruos! —gritó


Guillermo.
—¿Por qué? ¿Por vivir? ¿Por entregarnos al placer? Acá el único pecado
es inhibirse —expresó Gonzalo.
—Al parecer ha seguido bebiendo como anoche —dijo la mujer de
vestido azul entre risas. Corrió por todo lado y rompió la estatua del
santuario, pero tranquilo, ya con los ingresos que usted y sus amigos
trajeron al pueblo la vamos a mejorar.
—¡Mentira! —gritó Guillermo sollozando.
—¡Ah! Ahora que recuerdo, las personas que mencionaba en el puente
no las encontramos, solo encontramos objetos que habían dejado tirado
los amigos con los que llegó. Lástima iban a ser parte del banquete —dijo
la mujer de vestido azul.
—¡Malditos cínicos! —vociferaba Guillermo.
—Parece que su mente está algo alterada con lo que nos sobró del
banquete realizaremos otro ahorita y así se va acostumbrando al ajetreo
en nuestro pueblo, le dije sería una larga estadía —dijo Gonzalo con una
sonrisa abarcando su rostro.
Guillermo con una expresión de horror en su cara huye del lugar,
mientras Gonzalo le gritaba: —¡Cuídese! ¡Que andan diciendo que en la
zona hay hombres armados! Espero verlo en el banquete de esta noche —
gritó la mujer de vestido azul.
Guillermo, con la locura finalmente apoderándose de su mente, corría
por todo el camino principal del pueblo mientras iba viendo que el sol caía
y la noche se iba acercando. La gente lo observaba mientras él corría
escapando del lugar, esos cientos de miradas juzgándolo. Guillermo,
después de casi una hora corriendo, llega al puente, pero un miedo recorre
su cuerpo. En el puente aquellas manchas y charcos pegajosos eran barro.
Desde ahí observa dentro del bosque una pequeña mancha gris.
Guillermo no podía ver a Qunqay solo veía ese punto gris en un paisaje
lleno de verde sin poder localizar aquel estanque dorado que se convirtió
en carmesí la última vez que lo vio.

140
Nada más real que un grito

Su mente inquieta se cuestionaba si lo que había pasado anoche era una


pesadilla formada por su mente la cual estaba dominada por un
sentimiento de culpabilidad ocultando una realidad. Empezó a cuestionar
si Qunqay de verdad existió o fue producto de su imaginación. Qué era
real y qué no, ¿qué pasó de verdad anoche? y ¿dónde estaban las personas
que lo esperaban en el puente? En el otro extremo del puente solo pudo
visualizar una pequeña mochila militar.
«¿Gonzalo y aquella mujer decían la verdad o me estaban manipulando?
En este momento ambos deben estar excitados de torturarme
emocionalmente. Tal vez, había muerto en el ataque a Qunqay y este es
mi infierno personal» pensaba Guillermo incapaz de atreverse a cruzar el
puente.
Anocheció sin que Guillermo se diera cuenta, pero en el suelo él
encuentra dos linternas. Asustado, su teoría de un infierno personal se
hacía más fuerte. Un laberinto al que estaba destinado a recorrer una y
otra vez sin hallar la salida hasta que la locura lo encuentre, si es que no
lo ha atrapado. Quizá era su mente queriendo llenar con horror aquello
que deseaba olvidar. Acaso Izua era ese pueblo de aquel pasaje que
aparece y desaparece devorando lo que halle a su paso, un pueblo de
monstruos y demonios que ofrecían tributos a una entidad de otro mundo.
Guillermo ya no podía distinguir la verdad dentro de su realidad
distorsionada.
Él, ya desesperado y sin saber qué pensar, decide prender una de las
linternas. De repente las hogueras se encienden a lo lejos detrás de él, el
puente se mancha de sangre y, en algún lugar debajo de la montaña, se
escuchan disparos y una risa lúgubre se escucha del puente, todo ante la
mirada perturbada y demente de Guillermo. Empezaba el banquete en
Izua.

141
Nada más real que un grito

El tridente de la agresión

Por Wilson Andrés Romero Cajamarca

Creo que siempre recordaré esa mañana de octubre, me desperté con el


reflejo del rayo del sol sobre mi rostro filtrándose entre la ventana y la
cortina de la habitación de mi hermano, había dejado de dormir en la mía
desde que él salió de viaje y yo empecé a tener esas pesadillas en las que
sentía que no me podía mover y alguien apretaba mi pecho y me respiraba
en el oído con risa burlona. Había comenzado como algo confuso en un
sueño, pero que se convertía en un tema de rutina y la decoración de los
extraños símbolos e imágenes que mi hermano mantenía en su habitación
me permitían conciliar el sueño sin problema.
En fin, esa mañana al levantarme y mirar por la ventana vi un arcoíris
dibujado de manera circular alrededor del sol, no era común, no podía
explicar cómo pasaba, pero era hermoso, lo admiré por un par de minutos
mientras mi cuerpo terminaba de asimilar que estaba despierto y
deberíamos empezar ese nuevo día, un sábado de descanso poco común,
no tenía labores caseras que realizar ni tareas pendientes del estudio.
Recordé que había destinado la tarde para reunirme con mis amigos de
la biblioteca, un grupo de chicos con el que gustábamos sentarnos a
platicar sobre aquellas cosas inexplicables que no podemos hablar
abiertamente en otros espacios y con otras personas, como siempre esos
temas tabú que creaban un estigma en quienes los manejaban y que por
las creencias de mi familia debían mantenerse en secreto, pero mi
hermano mayor nunca tuvo miedo de ello, era el único con quien podía
conversarlos en casa, no le importaron los regaños y críticas de la familia
sobre ello, pero él ya no estaba cerca de mí.
Pronto llegó la hora del encuentro, me acerqué a mi amigo Rudolf, él era
alto y delgado, vestía de negro casi siempre y estaba tomando un café, lo
saludé con un apretón en el hombro y empezaron las burlas de siempre,
extrañaba esas risas alocadas, poco a poco fueron llegando los demás, no
colocábamos una cita, no confirmábamos una hora, simplemente

142
Nada más real que un grito

sabíamos el lugar y el momento para todas las semanas, nunca tuve una
ocasión en la que llegara y me quedara solo.
Así que finalmente estábamos los cinco de siempre, pero esta vez había
un integrante nuevo, Abelardo, un joven mayor que todos, nada más su
nombre nos hacía verle viejo, su expresión fría y oscura generaba
impresión al verle, su mirada sombría y su sonrisa al hablar de muertes
y sangre era en ocasiones repulsiva, me generaba escalofríos en algunos
momentos al carcajear, en verdad era espeluznante su presencia, en el
ambiente de nuestra conversación ahondaba ese frío que reinaba en la
tarde.
Pronto empezamos a hablar de la manera de comprobar algunos temas
o teorías, lo que encontrábamos en internet era muy extenso, muchos
mitos urbanos, muchos creeps y exageraciones que a nuestro parecer eran
más que obvias, pero entonces, ¿cuál era la verdad sobre todo esto?, ¿cómo
comprobar?, ¿cómo aprender, cómo reconocer la realidad de esto oculto,
invisible para muchos? Todos allí coincidíamos en algo, habíamos tenido
experiencias que nos llevaban a pensar que no eran mentiras, no era falso
todo lo que encontrábamos.
No pasó desapercibido el tema de las casas embrujadas, hablábamos de
la manera de reconocerlas, qué marcaba las casas embrujadas, qué tenían
en común, estaban abandonadas o habían estado abandonadas mucho
tiempo, algunas decían estar sobre cementerios antiguos o fosas sin
revisar, se encontraban otros casos en los que se hablaba de rituales
realzados por algún habitante, o por alguien después de quedar
deshabitada la casa, los múltiples juegos con diferentes instrumentos en
estos lugares, abrían portales a fuerzas, energías o espíritus ajenos a
nuestro universo, nuestro mundo.
También pensamos en las personas cuyas muertes hubiesen sido
violentas dentro de la casa, o alguien que se negaba a morir, los que
lloraron mucho por alguna experiencia vivida en ese lugar, se apegaban
tanto a situaciones, lugares o personas que generaba que sus energías
etéricas y astrales residuales se quedaron allí causando estas
presentaciones y materializaciones en nuestro mundo y ni que decir de
las personas cuya existencia fue agresiva, abusiva con otras personas,
estas personas podrían ser quienes se quedaban en un lugar cuidándolo

143
Nada más real que un grito

con recelo considerándolo su propiedad para siempre. Un silencio reinó


por un instante, era claro que la última idea nos había quedado rondando
en la cabeza, entonces Abelardo hablo:
—¿A cuántas cuadras de acá, existe una casa, que tiene forma de
castillo? Lleva abandonada mucho tiempo, la gente constantemente pasa
por allí y le da miedo, algunos dicen que ven gente salir de esa esquina
para perseguir a otros, dicen que para robarlos, otros dicen que sienten
que los halan hacia el castillo, queda sobre la avenida Venetia, además,
yo he preguntado mucho a los ancianos de esas cuadras y dicen que allá
vivía un señor que le pegaba a la esposa y a los hijos y todos se fueron al
crecer y lo abandonaron, no se sabe si la esposa murió antes de poder irse
de allá, pero se sabe que cuando él murió vivía solo y que su cuerpo fue
descubierto por los vecinos y la policía por el olor que se desprendía desde
la casa.
»Trataron de vender la casa varias veces, pero no fue posible, fue
arrendada para vivienda, pero las personas no duraban mucho y al
buscar colocar una oficina o algo comercial, las cosas las lanzaban de su
sitio, incluso dicen que empujaba personas...
De nuevo reino el silencio, no sabíamos qué decir, aún procesábamos lo
que escuchábamos y las teorías anteriores a la historia de Abelardo. Nos
miramos entre todos y Rudolf sonrió, una risa corta, mientras miraba al
piso llamó nuestra atención: —Pues entonces tenemos que ir.
Volvimos a mirarnos entre todos, algunos más asombrados que otros, si
bien habíamos hablado de algunas prácticas para conocer la verdad,
nunca habíamos llegado al punto de hacerlo ni plantear siquiera un sitio
o un momento.
Abelardo mostró su emoción por la aceptación de Rudolf y algunos
evidentemente por miedo de inmediato dijeron que no podían, justificaron
su ausencia sabiamente con tareas pendientes en las casas y el estudio,
otro simplemente dijo que no era tonto para “meterse a bailar con
muertos”, ese comentario nos dejó cortos de cualquier expresión, yo temía
ser tomado por cobarde, así que solo quedábamos Abelardo, Rudolf y yo.
Así que mientras los demás se iban yo empezaba a pensar en lo mucho
que quisiera no estar ahí ese día, poco a poco veía menos la posibilidad de

144
Nada más real que un grito

alejarme de esta experiencia en la cual me veía caminando tras ellos sin


decir nada, sin saber cómo caminar hacia otro lado y sin percepción
alguna del tiempo, los pasos los andaba, escuchando risas y sin
mencionar más palabras que una que otra afirmación o negación de sus
preguntas, ¡qué frío el que me recorría por la espalda y el cosquilleo en el
estómago!, perdí la noción del hambre, la sed y hasta de mi vejiga llena.
Faltando dos cuadras para llegar al castillo y ya sin luz del día, ni de la
luna, la noche más oscura que podía imaginar (tal vez un augurio), Rudolf
tiene el encuentro causal con su prima, quien le dice que por favor le
acompañe al hospital a recoger a su madre, quien se encontraba en su
atención de urgencias por un desmayo sin causa aparente, vi en ese
evento mi oportunidad para desligarme de esa aventura que mi ser
percibía como fúnebre, y al acercarme a Rudolf a ofrecerme a
acompañarlo, como si hubiese sido por la mirada terrorífica de Abelardo,
él despreció mi compañía diciendo que era más importante lo que se iba
a averiguar, que él tenía la obligación de presentarse en el hospital, pero
yo no.
El frío se hizo más helado en mis piernas y seguí caminando con
Abelardo mientras veía a Rudolf alejarse poco a poco con su prima, me
sentí succionado por un tornado de energía helada y un olor a cementerio
que provenía de Abelardo, los pasos ya no eran suaves ni lentos, sentía
que me pesaba el caminar y que avanzaba forzado hacia la esquina que
ya visualizaba sin poder enfocarme en nada más.
Mi respiración se hacía muy fina, sentía que al exhalar me apretaban
el pecho y al inhalar me cortaban el aire que entraba, sentí que mis ojos
se cerraban, pero no dejaba de ver igual que veía siempre, sentí que algo
halaba mi cuerpo hacia arriba, pero que mi cuerpo físico seguía
caminando con la inercia de los últimos 200 metros.
Cuando llegamos al castillo ya no podía entender las palabras de
Abelardo, pero las seguía al pie de la letra. Al llegar a la torre norte
empujamos algunos ladrillos acomodados de manera brusca y seguí el
camino que la seña de la mano de Abelardo me mostró.
Allí, en este pasaje oscuro, polvoriento y pequeño, me encontraba entre
caminar arrodillado o gateando, de repente escuché una risa burlona que
se fue alejando cada vez más, no había espacio suficiente para voltear a

145
Nada más real que un grito

mirar, tampoco luz suficiente para entender que detrás de mí no había


nada más que piedra, entonces decidí que no quería continuar ese camino
y trataba de devolverme, me pareció una tortura caminar de rodillas
hacia atrás, pero cuando logré asimilar el paso me fui tranquilizando,
tranquilidad que no era más que una ilusión desvanecida al reconocer
que el espacio por donde entré ya no estaba, los ladrillos ya no eran tan
frágiles y desaliñados como cuando los vi antes de entrar.
El desespero se apodero de mí, no tenía la comodidad para empujar con
el cuerpo, intentaba patear y, a pesar de lanzar como una mula, no vi
cambio alguno en esa pared, solo me quedaba un camino, hacia adelante,
mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, pero no lograba ver nada,
entonces no podía reconocer si estaban cerrados o abiertos. ¡Qué tajante
era el polvo entrando en mi garganta al inhalar con desespero!, no podía
reconocer si lloraba o no, si temblaba o no, mi estado mental era de un
desespero tal que no pude entender cuánto tiempo duré en ese estado,
solo cuando reconocí los músculos entumidos entendí el estado en el que
me encontraba.
El dolor muscular por la posición incómoda y sin cambiar se iba
desvaneciendo a medida que avanzaba por el camino que solo los golpes
en los brazos, rostro, cabeza y manos me mostraban que debía tomar,
sentía pequeños momentos de calidez en el cuerpo, pero poco a poco
comprendí que era la sangre corriendo en los cortes y golpes que recibía,
la sensación de vértigo se apoderaba de mi cabeza y la percepción de que
el espacio se cerraba ante mí me obligaba a respirar más rápido cada vez.
Ya no pude reconocer cuánto tiempo estuve en ese camino, solo pude
sentir en mi mano, el cambio de la textura del suelo, en ese momento, me
sentí tranquilo, había terminado esa ruta infernal, sentí el dolor en todo
mi cuerpo, fui consciente de los cortes, magulladuras y esfuerzo muscular,
me dejé caer acostado por un momento, creo que no fue superior a un
suspiro cuando decidí levantar la mirada y mirando hacia atrás la luz del
cuarto al que ingresaba me mostraba que el espacio por donde entré era
más grande que mi cuerpo y más corto de lo que había vivido.
Me levanté poco a poco y avancé, la habitación era extraña, a pesar de
ser pequeña y sin ventanas tenía luz, una luz naranja que, en ocasiones
se tornaba roja, daba la suficiente visibilidad a mis ojos, una banca

146
Nada más real que un grito

pequeña y de madera en el rincón me daba la espalda, no entiendo cómo


podía sentir que sin espaldar alguno, me daba la espalda, pero era lo que
percibía al mirarla, al otro lado de la habitación unos cuantos objetos
arrumados generaban una silueta que no podía definir, me brindaban la
sensación de que en cualquier momento alguien se levantaría entre todo
eso.
Di el primer paso y un rostro apareció en mi mente, no podía entender
de dónde provenía la imagen, pero sentía que me miraba, que esos ojos
grandes de fondo blanco penetraban mi mirada hasta llegar a mi mente
y no podía encontrarlos en ningún lado por más que buscase, a decir
verdad, no sé si hubiese sido peor llegar a encontrarlos. Vi cómo la puerta
era más clara poco a poco, como si esta se fuese abriendo poco a poco, pero
esta no se movía, era como si me invitara a salir a través de ella, pero
después comprendí que no era una salida, sino una entrada.
A medida que avanzaba a ella percibía que todo lo que estaba en la
habitación avanzaba también, como si trataran de rodearme para evitar
que me pudiera devolver, me atrevería a decir que eran un tipo de
elementos guardianes, velaban porque fuera un viaje sin retorno, sin
duda alguna, esa ruta sería como escalar desde la cola hasta la cabeza de
la serpiente, es posible que mi sangre supurando por las heridas, los
sentimientos de desesperación y rabia fuese lo que me permitió salir del
túnel. Aún me pregunto si acaso hubiese controlado mis emociones y mi
paso por aquel camino, habría terminado en un lugar diferente o no.
Al tocar la manija de la puerta sentí que mi cuerpo se desprendía de sí
mismo, que caía una parte y avanzaba otra, liviano como el éter, mi mano
abrió la puerta y una luz enceguecía mis ojos al cruce el umbral, avancé
y tras de mí la puerta se cerraba, por unos instantes sentí que mi cuerpo
avanzo solo, mi mirada era lenta y con dificultad podía asimilar en mi
mente lo que los ojos recibían, no sé si giré en alguna esquina antes de
poder retomar la consciencia a mi ser, pero al voltear la mirada no
encontré la puerta del cuarto.
Poco a poco empecé a reconocer el sitio donde estaba, las paredes
parecían ser de piedra, como estar en una cueva, pero el suelo y la
arquitectura del sitio me mostraban estar en un tipo de casa, encontraba
cuartos separados y si bien no tenían puertas era claro que cada

147
Nada más real que un grito

habitación era independiente. Cada vez me parecía más un tipo de hotel,


un pasillo largo y a los lados habitaciones, empezaba sentir que una
presencia estaba delante de mí, no sé si yo la seguía al azar o ella me
guiaba de forma consciente, pues cuando ya mi mente estaba
sincronizada a mi consciencia empezaba a tratar de reconocer el interior
de las habitaciones y como si alguien hubiese susurrado a mi oído, en mi
mente sentí el sutil y rápido “no entres ahí”.
Al momento de reconocerlo era muy tarde, una mujer se encontraba
amarrada a la pared rústica de la habitación totalmente desnuda, su
cuerpo deslumbraba no solo la física belleza perfecta, sino cientos de
heridas que se habrían, se cauterizaban solas, luego se volvían llagas y
volvían a cerrarse, de su boca no se escuchaban más que los pedidos de
ayuda y auxilio, parecía que aunque quisiera decir otra cosa no podía
pronunciarlo y su rostro parecía transfigurarse, como si en el reposara
por algunos momentos el de un hombre. Un ser pequeño, con brazos y
piernas alargadas y delgadas, con un rostro cuyos ojos eran inmensos, sus
dientes afilados y su boca tan grande que ocupaba más de la mitad de su
cara, carente de nariz alguna y sus oídos puntiagudos y parecidos al de
un murciélago, en su piel se veía el mismo color rojizo ladrillo de las
paredes terráqueas.
Solo ver a este ser que podría llamar como un diablillo castigador, me
causó terror, tal miedo y pánico que sentí olvidar por un momento a esta
mujer allí encadenada, luego en su mano izquierda reconocí lo que
parecía ser un tridente, el cual usaba para introducirlo por los cuerpos
cavernosos inferiores de la mujer, podía escuchar el sonido de la carne al
ser quemada y ver cómo esas heridas sangraban a borbotones, para luego
parar y volver a empezar, este “diablillo” parecía solo cumplir una tarea,
no expresaba ninguna satisfacción propia al realizar estos actos.
Todo sucedió en un instante no superior a los 30 segundos y creo que ni
siquiera tuve la necesidad de entrar a la habitación para poder ver lo ya
contado, así fue como al avanzar entre uno o dos metros hacia al frente,
vi lo que parecía ser una habitación más larga que la anterior pero más
al estilo de un pasillo que no llevaba a ninguna parte, de su interior se
escuchaba el llanto de un infante, ese tipo de llanto que reconoces como

148
Nada más real que un grito

un desespero de aquel ser que no tiene la capacidad de pedir ayuda de


otra manera.
Así que guiado entre mi humanidad y mi estupidez entré al sitio para
ver lo que sucedía, encontré un bebe, cuyo rostro también parecía estar
poseído por otro ser, votado en el piso con un tamaño de cuerpo que
mostraban tener no más que un par de semanas de vida, rodeado de
basura y podredumbre de toda clase, me sentí afligido por la condición de
este ser, sin percatarme que otro “diablillo” estaba frente a él, causando
los mismos daños que a la mujer anterior, pero en este ser las heridas no
actuaban igual y no tenía la misma cantidad que el otro ser.
Pero esta habitación era más oscura y al gritarle al diablillo por qué le
estaba haciendo eso al bebé, este se giró hacia a mí y con palabras que
mis oídos no reconocieron, me decía que no podía estar allí, sus manos
blandían el tridente que amenazaba mi ser, como el más cobarde empecé
a correr para salir de allí, tratando de salvarme de aquel castigador, logré
salir al pasillo de nuevo y como si fuese un límite, al volver al pasillo dejó
de perseguirme.
Agitado por el miedo y la amenaza que me representó el diablillo, me
encontré sentado en el suelo, mientras seguía escuchando los gritos de la
mujer y el llanto del infante, pero al lograr tranquilizarme empecé a
reconocer muchos quejidos más, avancé a una habitación, para ver un
hombre de rodillas amarrado de pies y manos, diciendo: “No, por favor,
no, yo tengo familia”. Otro diablillo con una piel un poco más oscura tenía
un cuchillo en su mano izquierda y lo enterraba en el pecho y abdomen
del hombre, causando las mismas heridas que en los casos anteriores, el
hombre sangraba a borbotones y se desmayaba, sus heridas se curaban y
despertaba, entonces volvía a hablar y se repetía el ciclo.
Llegado a este punto me percaté de dos cosas, primero, no debía dejar
el pasillo, segundo todo lo que había podido ver y escuchar ocurría en las
habitaciones de la izquierda, así que traté de ver a mano derecha las
habitaciones, pero estas eran demasiado oscuras para ver su interior sin
salir del pasillo, y la verdad no tenía intención de volver a ver frente a
frente un diablillo de esos.
A medida que seguí avanzando, veía que siempre había un ser humano
atado, siempre le causaban heridas, siempre se quejaban de una manera

149
Nada más real que un grito

explícita y exclusiva, en todas las habitaciones había un diablillo y


siempre actuaban con su mano izquierda, más de una ocasión tenían
tridentes y su color de piel solo cambiaba en el tono, de que dependía no
pude entenderlo.
Recuerdo otra habitación que me impactó y fue la de un muchacho
amarrado dando la espalda, su rostro parecía en ocasiones ser el de una
mujer mayor y llorando decía una y otra vez: “Mamita, por favor, no me
pegue”. El diablillo usaba el tridente para causar cortes estilo latigazo en
la espalda, glúteos y pierna y terminar escuchando el quejido de dolor y
nuevamente la petición de piedad.
En otra de la que no me logro olvidar y recuerdo con mucho color fue
aquel hombre que derramaba lágrimas de sangre mientras su cuerpo
cambiaba de forma, no solo era su rostro como en los transformistas,
también su cuerpo, en un niño y una mujer, cuando noté cómo su rostro
se transformaba en el de hombre mayor y con expresión de mucha rabia
y odio.
El pasillo parecía no tener fin, a medida que avanzaba por él me sentía
cansado, pesado, sentía que me iba para el lado derecho, dado un
momento solo se cerraron mis ojos y caí al piso viendo que me iba hacia
adentro de una habitación de la derecha, al abrir mis ojos lo primero que
noté era estar sobre tierra, empecé a mover mis manos y en mi mano
izquierda apreté un hueso y reconocí la calidez de la sangre en mi mano.
Me coloqué de rodillas, miré mi mano cortada, y me sorprendí al ver que
el hueso que había tomado era grande, temí que fuese de una persona, de
la impresión sentí caerme hacia atrás, para mi sorpresa reconocí el
agujero que recordé recorrer para entrar, era tan pequeño que solo
requería cuerpo y medio para atravesarlo, fue entonces que recordé
cuando iba entrando, haber cortado mi mano con algo afilado en el piso
al agacharme y haberme golpeado la cabeza al entrar, los ladrillos
estaban puestos al igual que lo recordé al intentar devolverme.
Miré hacia arriba y noté que estaba en un espacio abierto, aún era de
noche, una noche igual de oscura que las intenciones de Abelardo, ignoré
cuánto tiempo estuve en este lugar, solo cubrí el hueso con tierra y me
dispuse a salir por el mismo sitio que entré, moviendo poco a poco los
ladrillos con la esperanza de salir pronto.

150
Nada más real que un grito

No hubo contratiempo alguno, al salir me puse de pie, dejé la entrada


sellada de nuevo y miré a los lados, la soledad era quien gobernaba, las
imágenes de lo que escuché y vi en las habitaciones me seguían
retumbando en la cabeza, caminé hacia la avenida y recordé el frío en mi
cuerpo, los vehículos que transitaban me recordaban los ruidosos
chillidos de los diablillos, en el camino hacia mi casa no sabía si temer a
aquellos recuerdos o los peligros de las personas que me pudiese topar. A
pesar de que me encontraba lejos de casa, sentí que la distancia en verdad
fue corta, abrí la puerta para encontrar mi casa a oscuras, un frío invadió
mi espalda de nuevo, mi madre no había llegado y la poca luz de la calle
entraba por las ventanas aún abiertas.
Subí a mi habitación, pero al estar frente a ella, preferí no entrar, aún
percibía las imágenes de aquellos ojos que penetraban mi mirada, pasé a
la habitación de mi hermano y traté de dormir, en vano fue el tiempo que
busqué conciliar el sueño, mis ojos se cerraban y eran más fuertes las
imágenes en mi mente, prendí el televisor y la luz, hasta que mi madre
llegó, cené, tomé agua, me di un baño y el cansancio de mi cuerpo fue
cobrando cuota a Morfeo.
Finalmente me quedé dormido para no lograr evitar soñar con el
diablillo persiguiéndome, durante toda una semana recordaré a ese
diablillo, nunca volví a saber de Abelardo, y Rudolf nunca creyó en mi
historia, solo sé que cuando cuento la historia, esa noche en mis sueño
vuelvo a encontrar al diablillo, como si mi mente fuese el portal a ese
lugar en el que, por causalidades de la vida, terminé aquella noche, mis
brazos y mis manos los cubro para evitar tener heridas fuera de casa, por
si acaso en algún momento vuelvo a tocar algo que tenga la suficiente
energía para llevarme a algún lugar de nuevo más allá de mi comprensión
y deseo.

151
Nada más real que un grito

Que el paraíso espere

Por William Suárez

Se habrán preguntado alguna vez por qué ese impulso natural de saber
qué hay más allá de lo que no podemos ver. ¿Qué hay detrás de la
montaña? ¿Qué hay oculto en la oscuridad? ¿Por qué cuando nos
perdemos escogemos siempre un camino al azar buscando una respuesta?
Preguntas que no tienen una respuesta directa, pues es del destino ser
contestadas de forma misteriosa, irónica, a veces con otra incógnita que
no se puede resolver. Hay sucesos misteriosos que desafían la realidad y
deforman la concepción de tiempo, lógica y espacio a su antojo, tal cual
como lo hace un herrero con el metal. ¿Qué es real? ¿Qué es lógico? ¿Lo
que ven los ojos? ¿Lo que interpreta la mente?
Lo último que recuerdo fue que me levanté para ir al baño, la cerveza y
el vino entran a nuestro sistema casi como una transfusión, se meten
dentro de nosotros y eliminan lo que ya está allí. Es una bonita analogía
para algo tan carnal como lo es ir al baño a miccionar. No recuerdo más
sino un lapso de medio segundo sin luz y silencio, pero ahora todo es
normal, solo que no puedo salir de acá, algún gracioso me encerró y mi
chica está afuera esperando con otra cerveza y una sonrisa para mí. ¿Qué
haré? ¿Habrá otra salida?
Las luces eléctricas parpadeaban y hacían ruidos extraños, por un
momento se me revolvió la cabeza, sonidos indeterminados rondaban
dentro y fuera de mi ser y la jaqueca fue monumental, similar a la que
queda después de una noche de copas aunada a una fina caricia de un
ladrillo en la cabeza, «el alcohol me hizo efecto», pensé. De alguna forma
un chirrido de una puerta llamó mi atención, era una puerta que nunca
había visto antes, tras de ella un gran zaguán, oscuro, el silencio del lugar
solo se alternaba con el tictac de un gigantesco reloj de péndulo que
estaba justo en la mitad de la ironía más grande que hubiera visto, dos
puertas con los letreros más locos que pudieran tener, respectivamente:
Realidad y Paraíso.

152
Nada más real que un grito

Un impulso natural del ser humano es esculcar en el misterio, buscar


más allá de lo que podemos ver, de ahí que atravesemos la montaña para
ver qué hay tras ella, de elegir un destino aleatorio o a nuestra
conveniencia, ya sea por un buen juicio o por necedad. Ahí estaba yo, ya
atravesé el muro que esconde lo desconocido y ahora apelaba a la
segunda, ya que abrir la puerta del paraíso es algo muy pretencioso, es
un lugar inaccesible para gente corriente y pecadora como yo, pero, ¿sí
había un árbol lleno de manzanas prohibidas, el conocimiento del bien y
el mal, la sabiduría eterna, el pecado original? Un pecador pensando en
pecar en vez de buscar su redención, ahí estaba yo, pero la realidad en
ese momento para mí era más gratificante el afuera, allá estaban mi
cerveza y mi novia, una se calentaba y la otra se enfriaba.
Fue en vano buscar la verdad, la realidad no se abría a mí, la cerradura
había sido asegurada por alguna razón, tal vez era una broma del dueño
del establecimiento. Ni modo, debía salir de ahí y el chistecito no era tan
gracioso, era muy sospechoso estar encerrado en un baño de un bar por
mucho tiempo, así que la opción de pasar por el edén se convirtió en
obligación, de modo que me dispuse a girar la perilla.
Una neblina densa y fría salió por el suelo, no podía ver mis pies, el
abrir esa entrada fue como abrir un frigorífico, excepto por el inquietante
silencio que reinaba, ni siquiera el jaleo del pesado reloj se oía, una vez
más un largo pasillo se dibujaba ante mí. De lado y lado de aquel pasillo
tal cual como un hospital se observaban ventanas grandes como las que
tienen los cuartos y algo aún más inquietante, espejos en lugar de
puertas. ¿Adónde había llegado? ¿Qué era aquel lugar tan extraño y por
qué se extendía tanto? La curiosidad de averiguar el secreto escondido
tras este juego era demasiada motivación para mí y no tomar el camino
más obvio, volver por donde había entrado. Una vez se atraviesa el muro
hacia lo desconocido toda enseñanza o suposición queda sujeta a
comprobación o al descarte, en mi caso sentía que debía averiguar más,
el simple hecho de que hubiera un secreto por descubrir o al menos una
verdad por vislumbrar y regresar sin haber buscado la respuesta era un
insulto a mi intuición y un chiste para mi inteligencia, la salida debía
estar atravesando lo desconocido, más allá de la bruma y debía tener el
valor de pasar encima de esta, dando pasos delicados ya que no era

153
Nada más real que un grito

consciente de lo que había bajo esta, tal vez solo ocultaba el suelo o tal
vez un profundo abismo, «¿por qué tan filosófico?», pensé.
Bueno, la cerveza despierta al Sócrates dentro de mí y más si voy
caminando, me hago preguntas y luego me las respondo, a veces en voz
alta y por eso la gente que no iba a la clase de filosofía del grado 11 para
beber, fumar y tener sexo se ríen de mí. ¡Qué afortunados!
Ahí estaba, enfrentado a los temores fundamentales del ser humano, la
incertidumbre, la impotencia y a mí mismo. ¿Qué habría bajo la bruma
sino un oscuro abismo o una bestia al acecho? ¿Si al mirar a través del
cristal encontraba todo aquello que alguna vez fue un anhelo y no lo podía
ni tocar? ¿Si el reflejo de ti mismo se oscurecía sin razón? Mi novia y mi
cerveza me hicieron avanzar, por encima de mis temores estaban ellas,
así que decidí salir de ahí. Se sentía cierto calor bajo mis pies, el suelo era
tibio, bastante agradable. De repente vi un reflejo curioso en el primer
espejo del pasillo, era un niño que, a juzgar por sus rasgos, podía ser mi
hijo. En la ventana que quedaba al lado, lo imposible, ese niño jugaba con
mis amigos del kinder, ese niño era yo. Atónito decidí ver el otro espejo y
me vi a mí mismo de adolescente y en el ventanal la escena de cuando
robé la moto de mi padre y me fui de aventura con mi novia.
Consecuentemente observé todos mis reflejos y recuerdos, la historia de
mi vida, como una película.

154
Nada más real que un grito

El retorno de las sombras

Por William Muñoz Vanegas

I
Dicen que las penas se curan en soledad, que los sueños se realizan si los
construyes, dicen que no hay nada mejor que las palabras cuando el alma
se ahoga y que el amor lo cura todo. Charles Bukowski encontró su refugio
en sí mismo, desprendiendo todo convencionalismo de su alma, llevando
su cuerpo a un estado extremadamente vegetativo. Allan Poe sintió que
había algo diferente en él que el resto no tenía, desde su niñez supo que
todo lo quería solo, desde una montaña hasta una tormenta. Alejandra
Pizarnik usaba el lenguaje como la mejor cura para sus heridas, con él
podía tener las alas que su soledad necesitaba. Estos tres personajes
tienen algo en común: la certeza de ser únicos, hacer lo que el corazón les
imploró por muy empecinado que parezca, y asumir la realidad como el
sentido de tu vida. Me he inspirado en ellos desde mi niñez, a pesar de
que me prohibían leer libros de ese tipo, y mis textos más profundos dejan
huella de ello.
Por mucho tiempo me quebré la conciencia cuando veía el espejo lleno
de preguntas, yo estaba frente a ese espejo. Ese instante se volvió largo,
mientras más me miraba al espejo, más preguntas aparecían, mientras
más preguntas aparecían más heridas había en mi piel, mientras más
heridas había en mi piel más me sentía condenado. Con el tiempo ese
espejo se burlaba de mí, sabía que mis dudas eran un alimento para él y
eso me hacía sentir impotente. Así que decidí un día agarrar una roca,
abrir la puerta de mi lánguido cuarto y reventarlo duramente a pedradas
hasta que… hasta que... ¿Hasta qué? ¡Dios, me volví a desconcentrar!
Mejor dejo de escribir por ahora y lo intento más tarde.
He tratado de plasmar esa escena de muchas formas, pensar en el dolor
que me causan algunas cosas y crear un escenario en el que acabe con
ellas, pero no me sale. Siempre que voy a terminar, algo pasa o llega

155
Nada más real que un grito

alguien y me interrumpe o mi mente se ofusca. Creo que no lo intentaré


más, probaré con otro método que sea menos trágico.
Ahora que lo recuerdo, mis amigos vienen hoy a visitarme. Por lo
general vienen cuando se sienten aburridos, o cuando pasa mucho tiempo
y quieren contar sus tristes historias que ya me aburre escuchar. Somos
un grupo de cuatro amigos, tres hombres y una chica. A esta última la
conocimos en el tramo final del bachillerato. En las horas de descanso nos
sentábamos los tres en un muro situado en la parte derecha del patio
principal. Allí, debajo de un árbol, la encontrábamos siempre sola, hasta
que un día decidimos acercarnos a ella para charlar y divertirnos. El
tiempo hizo lo suyo, sin darnos cuenta ya planeábamos salidas, idas a
playa, pijamadas y muchas más salidas. Algo que siempre ha
caracterizado nuestros encuentros es la importancia de la comida. En
cada pijamada el anfitrión debe ser quien ofrezca la comida. Si no
tenemos para comer entonces preferimos no salir y el día de hoy no está
exento de ese mecanismo.
Eso se ha vuelto un ritual, aunque debo decir que el día de hoy mi estado
de ánimo no se encuentra donde debería, no pude conciliar el sueño y las
ojeras me llegan a los pies. Así que mejor los llamaré para decirles que
cada uno traiga alimentos por independiente.
Agarré el teléfono que había dejado tirado en la cama de la habitación
después de ir a la sala a verme una película y llamé a Cristian, ya que es
el primero en mi lista de contactos.
—Hola, ¿habla Cristián?
—Sí, ¿quién me llama?
—Hablas con Fernan, el del barrio La concepción.
—Ah, ¡hola!, ¿todo bien?, ¿ya tienes la comida lista pa’ hoy? —preguntó
emocionado.
—Precisamente pa’ eso te llamo —respondí.
—¿Pasó algo? —me contestó sorprendido.
—Pues pasó que no pude dormir bien y mis ánimos están en la cama
aún soñando.
—Okey, ¿y eso significa?

156
Nada más real que un grito

—Significa que no cocinaré ni preparé nada, traigan comida rápida o


cosas para consumir en el momento.
—Pero estás rompiendo con los códigos del grupo, eso no se puede hacer
—dijo.
—Tendré que romperlos por una vez en la vida, llama al resto y diles lo
que te acabo de decir.
—Pero espera, mira que...
Colgué antes de que pudiera hacer cualquier tipo de reproches, y cuando
lo hice sentí que me quité un peso de encima.
Ahora me encuentro solo en la casa, mis padres decidieron irse de viaje
por una semana a Guatapé. Por un lado, se lo merecen, han sido muy
luchadores y atentos conmigo, sobre todo con las responsabilidades de la
casa, también aprecio el hecho de que quisieran tenerme en cuenta, pero
decidí tomar el riesgo de quedarme. Siento que ellos deben descansar y
que debo aprender a cuidarme solo, especialmente cuando experimento
episodios.
Hace dos años fui diagnosticado con trastorno psicótico leve, cuando
tenía 18 años. Desde ese día no supe si sentirme bien o sentirme mal.
Desde niño siempre tuve sensaciones extrañas, escuchaba voces en mi
cuarto, ellas me decían que hiciera cosas indebidas, como matar o
apuñalar a mis compañeros de clase, poner veneno en la comida de mis
padres, a veces eran tan molestos los ruidos que duraba toda la
madrugada despierto, y mis ojeras eran la señal para que mis padres
supieran que no había tenido una buena noche. En ese tiempo era
demasiado pequeño para entenderlo y también para hacer cosas de tal
magnitud que perjudicaran a otros de esa manera. Ahora, aunque soy lo
suficientemente consciente de todos mis actos, tengo que decir que mis
episodios no van más allá de la percepción de olores o voces que al rato se
van.
La tarde de abril en que me diagnosticaron yo me encontraba en la
habitación del terapeuta y mis padres estaban afuera, aguardando por
mí hasta cuando se terminara la sesión. Recuerdo que ese día fue de los
más normales para mí, porque desde que amaneció quise hacer las cosas
por mí mismo: tender la cama, limpiar mi cuarto, escoger mi ropa, etc.,

157
Nada más real que un grito

cosa que normalmente haría sin ayuda de alguien. Al salir de casa en la


mañana, miré con atención el ámbito: el sol radiante, los árboles, las
casas aledañas, los vecinos que desde temprano salían a barrer sus
terrazas. Por un momento aprecié esa imagen cotidiana que a veces se
pasa por alto y sentí que por alguna razón ese día tendría algo especial.
Mi padre encendió su carro, un Mazda 323 azul que consiguió en un
remate de segunda y que a veces tenía problemas para andar. En esos
momentos nadie en la familia había adquirido nunca un coche, así que
cuando mi padre lo hizo, automáticamente se convirtió en una figura
importante para todos. Sus hermanos y primos visitaban cada fin de
semana y cuando lo hacían traían canastas de cervezas, carnes para asar,
regalos, etc. Durante la semana todos ellos estacionaban en la casa
nuevamente para solicitar el carro prestado, como una forma de
retribuirse lo que habían invertido el fin de semana pasado. Lo usaron a
su gusto, yendo a cualquier parte, y en poco tiempo se fue desgastando
hasta que sin darnos cuenta quedó instaurado en un taller de mecánica
para siempre.
Vivo en este barrio desde que mi memoria hizo sus primeros revuelos,
empecé a aprender las costumbres del día a día y el lenguaje cotidiano.
Es un barrio marginado, olvidado por el Estado y en condiciones
paupérrimas. Una comunidad que con el tiempo ha tratado de hacer sus
mejores esfuerzos para evitar el asedio. Si algunas calles se han
pavimentado, ha sido por la fuerza de voluntad de sus habitantes, por lo
demás, se aprecia polvo todo el tiempo, criaderos de gallos y gallinas,
defecación de animales entre la tierra y pocas casas hechas en madera.
Algunas experiencias me han hecho ver que las personas aquí cada día
buscan ignorar su dolor, olvidarse de los malos tiempos que imperan
mediante comportamientos superficiales: despilfarrar el dinero obtenido
del trabajo en un fin de semana, ir a un pickup y dejar todo tu dinero
invertido en alcohol, emplear tus ahorros en apuestas o chances que
nunca ganas, o alimentar tu ego con las prendas y ropas más caras del
mercado. Son cosas que hacen parte del dilema existencial y sociocultural
de las personas del sur, el sufrimiento que se esconde detrás de una
máscara, somatizado en este tipo de costumbres; pero mis padres siempre
han buscado que yo trate de observar otro tipo de cosas, siempre me ha
inscrito en colegios privados, me manifiestan sus recuerdos de infancia

158
Nada más real que un grito

en los que nada era fácil y me hacen ver que siempre tengo que pensar en
grande.
La clínica a la que asistía no era muy grande, tenía una amplia sala en
su interior donde los pacientes esperaban sentados hasta que llegara su
turno. En las horas de la mañana nadie parecía de buen ánimo, siempre
he creído que las personas del Caribe generamos cierta apatía cuando se
nos habla de madrugar. Noté que no había tantas personas como de
costumbre, eso me mantenía tranquilo, me siento más seguro cuando
estoy rodeado de pocas personas.
A las 9:45 a. m. llegó mi turno, me despedí de mis padres e ingresé al
consultorio para cumplir con la sesión, abrí la puerta cuidadosamente y
le hice un gesto formal de saludo al terapeuta. Cada vez que hablaba con
él, me miraba fijamente, en ocasiones, eso me hacía sentir intimidado, no
sé si se notaba, pero trataba todo el tiempo de ignorar eso y mostrar lo
contrario. El consultorio era de mi agrado, porque me transmitía esa
serenidad que yo siempre buscaba. Las baldosas eran color carmesí, las
paredes blancas, con cuadros colgados de paisajes naturales hechos en
lienzo. Justo detrás del asiento del terapeuta se apreciaba una ventana
que reflejaba la imagen de una ciudad completa, edificios y casas por
todas partes y el mar al costado derecho de estas.
Al cabo de 30 minutos de sesión, él empezó a preguntarme acerca de
cómo me había sentido las últimas semanas, si había tenido el mismo
número de episodios o si creía que había disminuido. Pero antes de que
pudiera responder, fui entrando lentamente en un extraño trance, mi
visión se fue opacando, sentí un poco de mareo y las palabras no me salían
de la boca. Intenté decir cosas, pero algo me impedía hablar, como si
hubiera entrado en un mutismo selectivo. Duré aproximadamente tres
minutos en ese estado, hasta que de reojo pude ver una sombra detrás del
terapeuta, tenía la figura de una persona, no tenía vestimenta y
caminaba lentamente de un lugar a otro, mirándome fijamente. Yo hacía
intentos desesperados por gritar, pero mi lánguido cuerpo perdía la
capacidad de mantenerse erguido. Él me hablaba, pero no podía
escucharlo, era como si perdiera la percepción de los sentidos. Cuando fui
cayendo al piso la última imagen que vi fue la de esa sombra sacando una

159
Nada más real que un grito

navaja con la intención de asesinar al terapeuta, así que antes de caer


totalmente grité: —¡No lo hagas!
Cuando la percepción se distorsiona, la realidad es como una burbuja,
va de aquí para allá sin saber si ascenderá o se irá para el piso, solo
esperas el momento en el que por fin la burbuja explote para regresar a la
auténtica realidad.
Escritos de Fernan

II
Cuando caí al piso demoré unos instantes para volver a abrir los ojos,
tenía mucho miedo, pero de algún modo debía recuperar la postura.
Luego de abrirlos, lo primero que miré fueron manchas de sangre regadas
en el escritorio, había tanta sangre que en mi cabeza solo me imaginaba
lo peor: armas cortopunzantes, degollación, torturas, suicidios. En el
fondo sabía que nada de eso era real, pero no me servía de mucho, las
imágenes, los olores y las voces siempre estaban, aunque hiciera mi
mayor esfuerzo por hacer que se fueran. Seguí analizando el ambiente y
me di cuenta de que a mi alrededor no había nadie, entonces decidí
levantarme poco a poco, con mucha suspicacia.
Puse mis dos manos suavemente en la cabeza, para tratar de agudizar
el dolor, y me fui acercando al escritorio y noté que además de las
manchas había lápices regados y el calendario en el mes de agosto de
2017. Eché un vistazo por la ventana, la ciudad había perdido su color,
ya no me parecía aquella ciudad carismática que esconde riquezas en sus
playas y fortificaciones, ahora solo veía un amargo resplandor y la luz
incandescente del sol perdiendo su tonalidad. Entre las hojas pude ver de
reojo una que me llamó la atención, no tenía ninguna mancha de sangre
en su exterior, y estaba doblada como si la hubiesen preparado para
enviarla por correo. La tomé y la fui abriendo con timidez, curioso por
saber qué había dentro. Cuando terminé de abrirla, se apreció una frase
en ella escrita con tinta roja, que decía: No somos distintos.
En ese mismo instante se escuchó detrás de mí el ruido estrepitoso de
una puerta abriéndose y cerrándose de golpe. Guie mi mirada husmeada
hacia la puerta, con las manos temblorosas y una sensación friolenta. Al

160
Nada más real que un grito

cabo de un instante observé. Era ella, la sombra que había visto justo
detrás del terapeuta, con un cuchillo en la mano y su reflejo totalmente
negro. No pude evitar sentirme temeroso, se acercaba a mí con pasos
lentos, premeditando cada movimiento a seguir, y yo, del otro extremo de
la habitación guiado solamente por mi instinto. Decidí actuar, hasta ese
momento, solo había estado de pie sin hacer nada, así que cuando lo creí
oportuno, eché a correr hacía el escritorio para esconderme debajo y
refugiarme; pero antes de que pudiera hacer algo, una fuerza me haló por
detrás y me arrastró por el suelo, luego me golpeó contra el plafón y por
último contra la pared que quedaba justo al lado del escritorio. Solo me
había percatado hasta entonces que usó sus manos para jugar con mi
cuerpo y llevarlo de un lado a otro. Cuando caí mi cobardía fue tal que
permanecí acurrucado en el piso por muchos minutos, quizás horas,
asimilando lo que había sucedido.
Finalmente, cuando tuve la certidumbre de que no quedaba nadie más
que yo en esa sala, y que la sombra que apareció ya se había esfumado,
abrí los ojos. Fue cuando noté que las paredes tenían frases escritas con
sangre, ellas anunciaban la muerte inminente de una persona o grupo de
personas. Me acerqué al escritorio, para revisar si las cartas aún seguían
allí. Solo quedaba una, era la que yo había abierto antes, ahora tenía
escrito algo diferente, cuando leí lo que decía perdí completamente el
juicio.
El dolor es como el río que corre, tan pasajero y fluvial como el mar en
el que desemboca, se evapora cuando dejamos de ignóralo, y llega hasta
roce de las nubes.
Escritos de Fernan

III
Expectante, sereno, inmóvil. Abrí los ojos después de un largo tiempo.
No sabía cuánto exactamente, pero tenía la certeza de que al menos
habían pasado días. La luz diáfana y el ambiente lúgubre provocaron en
mí un desagrado que se prolongó hasta que tomé conciencia del lugar en
el que me encontraba. Mis brazos estaban arropados por una camisa de
fuerza y mi vestimenta era blanca. No podía hacer mayores esfuerzos que
los de mover mis piernas lentamente para caminar, como si de una

161
Nada más real que un grito

sedación se tratase. Era un cuarto cerrado, con lámparas de luz blanca


tenue en el costado, que incitaba a la tranquilidad y al descanso. Las
paredes sin pintar transmitían soledad, un blanco cal que se escarchaba
con el tiempo, y el olor a objetos de antaño que una vez guardados, nunca
se tocaron sino después de mucho tiempo.
Empecé a gritar, a caminar de un lado a otro, pensando en lo último que
me pudo haber pasado antes de aparecer en esa habitación, en ese
hospital. ¿Qué había pasado? ¿Cuáles eran las razones por las que me
encontraba allí? ¿Habría asesinado a alguien? ¿Perdí el control sin darme
cuenta? Al cabo de una hora sin obtener respuestas ni soluciones supe
que estar alterado no era la opción más viable, debía permanecer
tranquilo para así demostrar que estaba apto para salir y volver a mi vida
normal. Entonces llegó a mi cabeza un pensamiento. ¿Vida normal?
¿Acaso tengo yo una vida normal? Por muchos años he estado librando
una lucha que probablemente pocos tienen que librar.
Desde que llegué a la adolescencia siempre me gustaba ir a la bahía de
la ciudad a caminar solo, lo hacía cuando veía el estrés de cerca o cuando
la depresión me estaba tocando la puerta. En esos ires y venires la brisa
y el agua tomaron un lugar importante en mi vida, me hacían percibir la
realidad que tanto necesitaba. Toda la vida he creído que la naturaleza
puede darte cosas más allá de lo común, y cuidarla se vuelve un
salvavidas para ti mismo. Caminar por ese terreno pedregoso, donde los
árboles se apreciaban en los bordes del camino, la luz del sol y el mar
cristalino se besaban al llegar el mediodía y los yates estacionados eran
cómplices de su eterno romance, me hacía sentir tranquilo, todo era
perfecto.
Por esos días habitaban por allí algunas personas sin hogar. En medio
de tanta hermosura natural, tu mirada podía encontrarse con un olor
desagradable, vestimentas rotas, pies descalzos y una típica frase en
todos: —Regáleme una monedita que tengo hambre—. Aunque muchos
terminaban insultándolos o diciéndoles que se largaran, a mí nunca me
molestó su presencia, de hecho, en una ocasión tuve la fortuna de
entablar una conversación con uno de ellos.
Fue un martes, cuando terminaba mi recorrido habitual y empezaba a
ablandar mis pensamientos. Generalmente salía a caminar en la tarde,

162
Nada más real que un grito

pero ese día decidí hacerlo en la mañana, producto de un ataque de ira.


La noche anterior tuve una discusión con mis padres porque sentí que me
estaban presionando mucho con mi futuro. Yo estaba por terminar la
secundaria y no sabía qué destino escoger ni cuál era el camino correcto,
así que les dije que probablemente querría tomar un año para pensar en
mí y en lo que realmente quería. Esas palabras fueron las
desencadenantes de un repertorio de experiencias que servían para
escribir un libro, recordándome el valor del tiempo y de mis propias
decisiones. No dormí mucho en la madrugada pensando en todo este
asunto, y cuando desperté sentía tanta cólera por dentro que casi
golpeaba la pared de mi cuarto. Entonces me dije que iría a caminar para
tratar de cambiar mi estado de ánimo.
Lo vi sentado en una esquina del parque, recostado en una pared y
mirando a la nada. Minutos antes lo estaba observando, pero tuve nervios
de acercarme por la reacción que pudiera tener. Pocos minutos después
noté que me hizo una mirada y un gesto que invitaban a acercarme. Al
principio dudé en hacerlo, yo jamás había hablado con nadie desconocido,
pero luego me acerqué, dejando relucir mi sentido filantrópico y tratando
de echar a un lado los prejuicios.
Era un tipo alto, de cabello corto y rizado, su aspecto lo hacía ver como
un anciano, pero estaba seguro que algunas de sus canas guardaban
juventud. Tenía ciertas heridas en su hombro y brazo derecho; A juzgar
por la forma, asumí que eran originadas por un puñal. Algunas arrugas
en el borde exterior de los ojos y los labios adormecidos. Cuando
estuvimos a la distancia necesaria, él tomó la palabra.
—Vi que me observabas demasiado, ¿qué quieres, chico? —preguntó.
—Lo siento, no era mi intención incomodarlo —respondí.
—No me incomodas, de hecho, ya estoy acostumbrado a que me miren
y me ignoren todo el tiempo.
En ese momento sentí una enorme pena por dentro que no pude
disimular, pero aproveché la ocasión que había esperado mucho tiempo
para saciar mi curiosidad.
—¿Qué siente usted al llevar este tipo de vida? —le pregunté sin más.

163
Nada más real que un grito

—¿Qué siento? —respondió con tono irónico—, pues nada, consigo para
comer cuando a la gente le da la gana de soltar algunas monedas, duermo
en los andenes de las casas del barrio y camino todo el día sin parar para
distraerme, con eso soy afortunadamente feliz.
—¿En serio crees que eres feliz con eso? —repliqué.
—¿Qué es la felicidad para ti, chico? —preguntó abruptamente.
No supe qué decir en el momento, admito que esa pregunta me tomó por
sorpresa. Vacilé durante unos instantes, miré el mar e hice revuelos en
mi cabeza. Cuando creí tener una respuesta entonces clavé mi vista en él
con seguridad y le respondí.
—Creo que para mí la felicidad es poder tener grandes lujos, una buena
mujer a tu lado que cuide día a día de tus hijos y esté contigo en los buenos
y malos momentos. Que tus padres estén contigo para siempre y tener
muchos viajes en tu vida.
—Tonterías fantasiosas —concluyó.
—¿Qué dices? —respondí con un tono un poco agresivo. Me lo dices justo
tú estando en semejante posición.
—Te aseguro que no sabes nada de mi vida —dijo—, no sabes cuánto
tiempo he tenido que luchar para mantenerme en pie, chico.
—¿Cuánto tiempo lleva usted viviendo en la calle?
—Desde que tenía 13 años mi padre y mi madre me abandonaron, chico.
La casa donde vivíamos fue embargada por una deuda jamás saldada.
Ellos se fueron de viaje en busca de mejores oportunidades, y yo quedé
viviendo con una madrina con la que nunca empaticé.
—¿Y cómo es que terminó usted alejándose de todos?
—Pues, cómo te lo digo, chico. —Vaciló. —Yo era muy libertino, pasaba
todo el día fuera de casa y llegaba a la hora de dormir. Cuando llegaba
recibía mi dosis diaria de insultos y humillaciones y me iba a la cama. En
una noche oportuna, decidí salir de la casa y echarme a la suerte, chico.
Recogí dos mudas de ropa que había en mi armario, y me volé por el patio
utilizando el techo a mi favor. El resto es historia.
—Debió ser muy duro para usted.

164
Nada más real que un grito

—Un poco. Me costó... con el tiempo supe que fue lo mejor —durante
unos segundos miró hacia arriba y agregó— por eso no me quejo si no
tengo para comer, o si mi ropa está sucia, chico. La calle me ha enseñado
que sentirse libre es más importante que tener lujos.
Después de dos o tres preguntas más, le dije que iría al supermercado
más cercano, para comprarle algunos alimentos que dieran tregua a su
buen gesto conmigo. Caminé cinco cuadras hasta dar con el “ARA, el que
te trata dulcecillo cuidando tu bolsillo”, conocido por su peculiar refrán.
Me abastecí de una bolsa de leche, un pan de sal grande, una bolsa de
pan tajado y tres jugos de caja para que consumiera durante todo el día.
En parte quería que mi regalo fuera lo suficientemente completo como
para que prescindiera de pedir dinero.
Al regresar al lugar en el que conversábamos, me encontré con la
imagen de un muro gris lleno de verdín en sus bordes, el césped un poco
maltratado por el tiempo y nadie alrededor del lugar. Mis niveles de
dopamina fueron en recaída y me decepcioné mucho. Me agaché en el
rincón en el que reposaba sentado, dejé la bolsa con las compras allí por
si regresaba, y fui tomando el rumbo hacia mi casa. ¿Por qué se iría? Me
pregunté. Ni siquiera tuve tiempo de decirle unas últimas palabras.
Estuve dos semanas seguidas yendo por esos senderos, espantando los
fantasmas de la mañana, mirando suspicazmente todo alrededor
mientras caminaba, pero no lo volví a ver. No conocía su nombre, ni tenía
datos específicos para poder hallarlo, solo recordaba la tonalidad de sus
ojos, color sinceridad, color transparencia, color humildad.
Estando esa habitación tan remota, llena de altercados y de gran tedio,
aquel recuerdo grato me hacía sentir incólume, con un poder mesiánico
que nadie podría quitarme, ni las enfermedades psiquiátricas, ni la
camisa de fuerza, ni las voces de mi habitación, ni aquellas sombras que
yacían a mi alrededor. El reflejo de su ímpetu me dio el valor necesario
para mantenerme tranquilo por el resto del día, sintiendo la libertad que
siempre había anhelado, en esa habitación donde realmente no tenía
nada. Tiempo después fui desalojado del hospital y llevado nuevamente
a mi hogar, donde permanecí dos semanas sin salir ni visitar a nadie.

165
Nada más real que un grito

Estar solo es la peor cárcel que se puede experimentar, la soledad, su


llave de oro.
Escritos de Fernan

IV
Al llegar la noche, se empezó a ver el crepúsculo desde mi terraza, el
primero en llegar fue Daniel. Siempre ha sido el más puntual de todos y
al que más admiramos. Me sorprendió la vestimenta que traía puesta,
tenía unas chancletas crocs, mochona de overol y chaqueta cerrada. Era
muy raro verlo vestir de esa forma, ya que siempre lo ha caracterizado su
formalismo. Le dije que pasara, saqué dos asientos y nos sentamos en la
terraza a esperar que los demás llegaran. Hablamos acerca de cómo había
llegado, me contó que llegar hasta a casa fue toda una odisea, debido a
que el conductor del bus en el que venía era nuevo y cogió una ruta
distinta a la establecida, todos los pasajeros terminaron en un barrio
distinto, entonces tuvieron que esperar otros autobuses para poder llegar
a su destino.
Mi casa es bastante amplia, cuenta con una terraza en la cual hay tres
árboles sembrados, dos de mango en el costado derecho y uno de limón en
el otro extremo. Por tal motivo, cuando llega la noche, es normal que haya
mucha brisa y se escuche el ruido de sus hojas. Tenemos un rottweiler
como mascota llamado Murdor que permanece en el patio amarrado y
solo lo vemos cuando toca alimentarlo o cuando queremos sacarlo. Mi
padre lo obtuve hace un algunos años cuando terminó de prestar su
servicio militar. En ese tiempo, los altos mandos hacían entrenamientos
con los soldados, les enseñaban cómo controlar y utilizar a los perros,
también impartían clases de psicología canina básica. Esos encuentros
dejaron como producto buenas relaciones sociales que perduraron con el
tiempo, y al salir fue muy fácil para él adquirir un cachorro.
Al interior se aprecia un pasillo que divide la casa en dos mitades: una
mitad contiene la sala y detrás de ella un cuarto alternativo, en el que
guardamos objetos que ya no usamos o que nos cansamos de usar. La otra
mitad contiene el comedor que queda justo al frente de la sala y detrás
dos habitaciones que se encuentran unidas. Lo curioso de esta

166
Nada más real que un grito

infraestructura, es que solo se llega a la segunda habitación entrando por


la primera, y existe una puerta que conecta la segunda con el patio. En
ese sentido, se puede ingresar al patio desde el pasillo o desde la segunda
habitación. Es una infraestructura bastante complicada y quien la ideó
seguro estaba mal de la cabeza, pero puede ser útil en casos de extrema
seguridad.
Media hora después llegaron Cristian y Mary, venían juntos debido a
que sus casas quedaban cerca. Llevaban puesta ropa fresca y ambos
compartían leggins y zapatos deportivos. Saludaron, dejaron tres bolsas
de compras en el piso y se unieron a la conversación que duró casi 20
minutos en la terraza, entre la emoción de vernos nuevamente después
un tiempo y las historias de Cristian que innatamente contaba.
Terminado el preludio, nos instalamos en la sala de la casa. Yo fui en
busca de una sábana en la que pusimos todas las cosas, tuvimos que rodar
las sillas, mecedoras y el sofá a una esquina para tener más espacio en el
suelo. Estiramos la sábana y organizamos todo.
—La pregunta del millón, ¿qué película vemos? —preguntó Daniel.
—Yo opino que veamos una película de comedia —respondí.
—Pues yo creo que veamos mejor una de acción, es más emocionante y
no nos dormimos.
En pocos segundos nos vimos envueltos en un dilema de argumentos en
los que empleamos cada parla y recurso retórico existente para ver qué
género era el ganador. Entonces Mary tomó la palabra de sorpresa.
—Chicos.
—¿Sí? —dijimos Daniel y yo al tiempo.
—Cristian y yo les trajimos una película especial para esta noche.
—¿Cuál es? —preguntó Daniel.
—Se llama “El retorno de las sombras”.
—¿No pudiste traer un título menos traumático? ¿Es en serio? —
dijimos.
—Sí, además, nos abstuvimos de verla en otras ocasiones solo para verla
junto en este día.

167
Nada más real que un grito

—También les tenemos una pequeña sorpresa —agregó Cristian.


Abrió la bolsa que habían traído delicadamente y sacó una botella de
vino rojo Stellar, una de las marcas más caras, y con ella tres paquetes
de six pack. Yo miraba ese espectáculo segundo a segundo, sin perder de
vista la botella de vino que ya me hacía salivar. Al final todos terminamos
aceptando la película, motivados más por la susceptibilidad de Mary al
rechazo y el por el alcohol que habían traído que por el deseo de verla.
Daniel fue a la cocina para buscar las copas, abrió la botella de vino y lo
repartió, Cristian le dio una cerveza a cada uno, dando apertura a la
primera ronda. Yo prendí el televisor, conecté la USB, apagué los
bombillos y empezamos a ver la película.
Segunda ronda, tercera ronda, copas de vino cada 5 minutos. Bebíamos
tanto y tan rápido como si estuviésemos tratando de calmar la ansiedad,
¿ansiedad de qué? La sala oscura hacía que derramáramos el vino y este
caía en el suelo a chorros. Me fui sintiendo ebrio sin darme cuenta y los
efectos del alcohol ya estaban llegando a mi cabeza. Observé el ámbito y
noté que el único que veía la película era yo, Daniel miraba al piso y
Cristian y Mary estaban abrazados compartiendo un profundo sueño. Así
que no vi mal recostar mi cuerpo en el sofá, cerrar los ojos y pensar en
qué hacían mis padres en su viaje, ya debían regresar los próximos días.
Entre tantos pensamientos fui cayendo en varios microsueños, hasta que
cerré mis ojos completamente para disfrutar de los placeres oníricos que
me propiciaba la noche. Era el ambiente perfecto: amigos, hogar,
tranquilidad, alcohol.
Desde aquella noche no fui el mismo, la madrugada eterna opacó la
vigilia.
Escritos de Fernan

V
Abriendo los ojos lentamente, descubrí la silueta de tres personas,
estaban despiertos de pie justo a un lado del tocadiscos. Me miraban
fijamente, sin espabilar. Sus prendas de vestir ahora se tornaron color
gris, esa imagen me hizo sentir un poco de escalofríos.
—¿Chicos? —dije, mientras los labios me temblaban.

168
Nada más real que un grito

Pero no me respondieron, me seguían mirando fijamente, con la


percepción nula.
—¡Chicos! —repetí sin obtener ninguna respuesta.
Todo me parecía tan confuso en ese momento, solo quería salir huyendo
de allí, tenía un mal presentimiento. Cuidadosamente me fui arrastrando
por el sofá hasta el otro extremo, sin perderlos de vista. Una vez allí me
levanté de golpe, corrí hasta la puerta y la abrí. Al salir de la habitación
me encontraba en el pasillo. Llegué rápidamente a la puerta principal,
pero cuando quise abrirla no pude. Halé muchas veces empleando todas
mis fuerzas, pero los intentos fueron en vano. ¿Por qué no se abría si ni
siquiera tenía el cerrojo ajustado? Me di la vuelta para ir al interior de la
casa, hice una galopada por el pasillo hasta llegar al cuarto alternativo,
abrí la puerta y le puse llave. Al hacerlo me aferré a la puerta asustado y
por unos segundos me quedé absorto. Me deslicé por la puerta hasta estar
completamente agachado, allí puse mis manos en la cabeza y rompí en
llanto.
Era un cuarto angosto, plagado de cachivaches viejos. Entre el olor a
objetos oxidados y las lágrimas recorriendo mis mejillas, se escondían
miedos, incertidumbres, deseos profundos de estar al abrigo de mis
padres, regresarles ese beso que nunca fue correspondido, tal vez por
vergüenza o apatía. Pensé en todas las posibilidades en las que pude ser
una mejor persona y no lo fui, entonces sentí una dura carga, la del paso
del tiempo. Esa mezcla entre desolación e impotencia por no poder
cambiar las cosas que pasaron.
Después de unos minutos volví a la realidad. Algo estaba vibrando en
mi bolsillo, era mi celular. Hice algunos esfuerzos para sacarlo y mirar
quién era. Cuando lo hice noté que era un número desconocido. Rara vez
le he compartido mi número a alguien, eso se me hacía extraño, pero
acabé por contestar.
—¿Quién habla? —dije. No obtuve respuestas.
—¿Quién habla? —repetí. Pero tampoco respondió. Colgué el teléfono.
Al colgar la llamada y automáticamente se volvió a escuchar el ringtone.
Era el mismo número volviendo a marcar. Contesté, pero antes de que

169
Nada más real que un grito

pudiera decir algo escuché una voz gruesa y cortante que repetía las
siguientes frases:
He matado a tus padres. ¡Bienvenido al día de tu muerte! Serás el
siguiente.
He matado a tus padres. ¡Bienvenido al día de tu muerte! Serás el
siguiente.
He matado a tus padres. ¡Bienvenido al día de tu muerte! Serás el
siguiente.
Traté de colgar, presioné compulsivamente el botón rojo, pero no se
terminaba la llamada, cada vez se escuchaba más fuerte el sonido, no lo
soportaba. Tiré el teléfono duro contra el suelo, eché una mirada a los
cachivaches que había en el cuarto y encontré una barra de hierro
puntiaguda. La agarré, me acerqué al teléfono y lo golpeé muchas veces
con ira, hasta que quedó hecho trizas.
—¿Murieron? ¿Siguiente? ¿Acaso era una broma? —me dije. Yo me
negaba a aceptar todo lo que estaba pasando, todo esto parecía un show
planeado a la perfección y yo, la persona que sufría las consecuencias.
En aquel momento, escuché tres golpes en la puerta del cuarto y me
alarmé. Seguramente era alguno de los chicos. Dejé pasar algunos
segundos y se volvieron a escuchar tres golpes. Estaba claro que sabía
que yo estaba allí y que quería que saliera. Me acerqué a la puerta para
mirar por el ventanillo, era Daniel. Tenía el iris y la esclerótica de los ojos
recubierta de color negro, estaba parado de frente a la puerta con un
cuchillo en su mano derecha. Supe que nada de esto era un juego, ya no
lo era. Debía dejar atrás mi sentido de negación y aferrarme a la realidad
de una vez por todas. Recordé una cita de un autor que había leído hace
mucho tiempo. El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos
los que la jugamos.
Aunque no creía mucho en el destino sí creía en que tus propias acciones
te llevan al lugar que deseas y, en ese momento, tres personas que conocía
perfectamente tenían la baraja en sus manos, yo era quien debía entrar
al juego y hacer mi mejor partida.
La puerta sonó por tercera vez, yo me encontraba listo para abrir la
puerta y enfrentarme a todos. Ajusté la barra de hierro que había

170
Nada más real que un grito

agarrado a mis manos e introduje la llave en la puerta. Fui girando poco


a poco y cuando abrí el cerrojo, sentí que tiraron de la puerta de una
patada. Me caí hacia atrás y Daniel entró, puso su mirada fría en mí
sabiendo que quería asesinarme. Se agachó rápidamente y me lanzó su
puñal, yo lo esquivé haciendo girar mi cuerpo en el suelo hacia el lado
derecho. Luego se puso de cuclillas sobre mí, para tratar de dejarme
impedido de hacer cualquier movimiento. Me lanzó su segundo puñal,
esta vez dirigido hacia mi pecho, pero lo contrarreste con el antebrazo.
Apreté fuertemente la barra de hierro y se la clavé en el cuello. Al hacerlo,
en vez de sangre fue saliendo una sustancia líquida espesa y un poco
babosa de color verde que llegó a mancharme la camiseta. Empujé el
cuerpo a un costado e hice un largo suspiro.
Me puse de pie rápidamente para continuar con mi objetivo, me limpié
un poco la camiseta y llegué hasta la puerta del cuarto. Cuando salí noté
que Cristian y Mary me buscaban, él estaba adentro de la habitación de
enfrente con la puerta abierta y ella en el pasillo del comedor, un poco
más alejada. Al mirarme vinieron a mi búsqueda, pero yo corrí hacia
adelante, empujé a Cristian hacia el interior de la primera habitación y
cerré la puerta. Quedamos solamente él y yo encerrados en ese cuarto.
Él se recuperó, yo me levanté unos segundos después e intenté darle con
la barra sin perder tiempo, pero la esquivó. Deslizó su pierna izquierda
por el piso en forma de llave para pegarme una patada y caí al piso. Me
puso boca abajo haciendo uso de fuertes músculos y empezó a golpearme
sin parar. Me propinaba golpes en la espalda, en la cabeza, los hombros
y me presionaba el cuello hasta abajo con su antebrazo. Parecía que iba
a morir, creí que todo estaba perdido. Siguió golpeándome por un buen
rato, hasta que las heridas ya eran bastante evidentes, entonces se alejó
para descansar un poco. Embestido por la pena, solo me atreví a gritar.
—¿Qué quieren de mí? ¡Lárguense! ¡No vuelvan! ¡Ustedes no son reales!
Mientras salían lágrimas de mis ojos, pataleaba como un loco. Seguí
gritando con los ojos cerrados, no tenía ya nada que perder, así que grité
y grité por muchos segundos hasta cansarme. Me di cuenta entonces al
abrir los ojos de que sus brazos se estaban calcinando progresivamente y
aunque trataba de moverse no podía hacerlo. No sabía si existía alguna

171
Nada más real que un grito

relación entre mis gritos y su cuerpo, pero haciendo mayores esfuerzos


saqué el último grito y sus brazos se esfumaron totalmente.
Aprovechando que se encontraba débil vi la oportunidad perfecta para
actuar. Me fui levantando mientras ignoraba el dolor de mis costillas y
espalda, llegué hasta la puerta que lleva a la segunda habitación y entré
en ella. Recorrí el pasillo central del cuarto y alcancé la puerta que
conectaba al patio. Una vez que la abrí, miré atrás y me percaté de que
Cristian se acercaba a mí, pero con un ritmo mucho más lento, estaba que
claro que ahora tenía dificultades. Me acerqué de inmediato a Murdor,
que se encontraba ladrando hace muchos minutos, le solté la cuerda y él
se lanzó encima de Cristian, terminando con el resto de su cuerpo. Fue
una imagen repugnante, ver a mis mejores amigos morir
despectivamente era algo que años atrás no hubiese imaginado.
Adentro quedaba Mary, la última vez estuvo en el pasillo, cuando me
vio salir del cuarto alternativo y empujé a Cristian hacia la habitación.
Probablemente seguía ahí, con la mente en blanco, tal vez armada,
esperando a mi llegada, o con el placer de verme muerto.
Alejándome de los restos de Cristian, fui llegando a la puerta del patio
para entrar en el pasillo principal, sin más armas que el poder de mi
valentía. Fui abriendo ese cerrojo con el deseo de acabar con todo, con el
ego de un soldado alado, a jugar el último movimiento para ganar la
partida. Abrí la puerta de golpe, y la imagen que me encontré fue la de
un lugar tranquilo y luminoso. Las bombillas superiores encendidas, las
puertas de las habitaciones cerradas y sin ningún daño, las paredes rosas
sin rastro de humedad y los baldosines en perfecto estado. Todo parecía
muy normal, el silencio imperaba en todo el ambiente. Luego de tres
cortos pasos, el área dio un giro inesperado y parecía que la flecha se
había incrustado en el centro del dardo. Los bombillos se fueron
rompiendo uno a uno en cuestión de segundos, los baldosines se
transformaron en un oscuro suelo donde nada se distinguía y las puertas
ya no estaban allí. Segundos después se vio una luz fosforescente en el
fondo del pasillo, que palpitaba intermitentemente, atrayendo mi
atención. Me dirigí a ella sin dudarlo, caminando con reticencia,
dispuesto a cualquier cosa por salir de allí. Mi mirada guiada por el
resplandor finalmente observó lo más tenebroso que en mi vida había

172
Nada más real que un grito

visto. Mary yacía en el aire, con brazos y piernas abiertas, justo en el


medio de la sala. Despojada de ropajes y con una luz esclareciente que
provenía de su pecho. Al ver tal suceso, me entró pavor y vomité
instintivamente.
Al recuperarme, vi un detalle en la sala que había pasado desapercibido.
Era una sombra, con el aspecto físico de un ser humano. Tuve la
sensación de haberme cruzado antes con ella, pasaron por mis recuerdos
algunas imágenes que no terminaba de ver claramente; en ese instante
fue agarrando forma. Se iba mostrando primeramente sus pies, luego sus
manos, después su torso, abdomen, muslos y finalmente su rostro.
Me hallé atónito, totalmente nulo, su cuerpo era el mío, mi cabello era
el suyo; sus extremidades eran las mías, mi rostro era el suyo. Entonces
entendí lo que me había preguntado todo este tiempo: las voces en mi
niñez, el consultorio, el terapeuta, mi nombre escrito en las cartas del
escritorio. Llegaron a mí los recuerdos inconclusos de aquellos tiempos en
los que solo me hacía preguntas.
La manifestación de aquellos recuerdos me dio poderío, ahora ya no
dudaba de lo que estaba bien, las inseguridades quedaron retumbando en
el olvido. Así que recuperé la compostura y corrí hacia donde estaba
Mary. La sombra me propinó un golpe desde la lejanía, maniobrando con
sus manos, expulsando un extraño aura que me hacía devolver de golpe
hacia atrás. Sin prestar atención me volví a levantar muchas veces
seguidas, acercándome más y más al cuerpo de ella. Entonces cuando
faltaba un milímetro para alcanzarla, la sombra soltó un grito estrepitoso
y aparecieron muchos fantasmas a mi alrededor. Tenían los ojos
sobresalientes de sus cuencas y una vestimenta larga de color blanco.
Empezaron a morder mi piel con embelesa, mientras hacían ruidos
escalofriantes. Tomé el último suspiro, me armé de fuerza y dejé atrás
toda sombra existente. Alcancé la luz que emanaba de su pecho y la
apreté. Entonces se comenzó a expandir una luz blanca por toda la sala
que borró todo lo que había alrededor.

173
Nada más real que un grito

La cueva del diablo desterrado

Por Wendi Vanesa Delgado Monroy

Dentro de la claridad ya mezclada con la oscuridad de la noche se podía


vislumbrar a lo lejos un tramo de carretera, era más espesa y sombría a
causa de los árboles que allí se alzaban, era solo uno el más imponente,
el más particular, un higo de más de diez metros de alto, con una abertura
honda entre su tallo y raíz; los lugareños le llamaron La cueva del diablo,
debido a que se rumoraba que entre las doce y tres de la mañana salía
apareciéndoseles a las personas, pero nunca nadie había confirmado la
veracidad de esa historia, lo cierto es que siempre que alguien pasaba por
el lugar sin importar la hora, experimentaba dolor de cabeza o de forma
inevitable, escalofríos en alerta al terror que generaba ese árbol casi
negro y hueco. Los lugareños por respeto a lo desconocido y evitar
cualquier tipo de maldición decidieron nunca investigar ni hablar de la
cueva, solo los padres le comentaban unas cuantas veces a sus hijos
pequeños que esa era la casa del diablo para que evitaran pasarse solos o
mirar de más.
Las fiestas del pueblo siempre terminaban antes de las diez de la noche
ya que había muchos borrachos y eran numerosos los habitantes que
debían pasar por ese árbol, pues había tres veredas que tenían como único
acceso ese tramo; incluso antes de la medianoche asustaban, ya se había
escuchado de situaciones que les pasaba a los campesinos: se caían en las
zanjas, se desorientaban y regresaban al pueblo, escuchaban voces, veían
jardines con flores exóticas, entre otras cosas. Muchos creyentes
apoyaban la idea de que era alucinación de los campesinos que se
sugestionaban al pasar a altas horas de la noche y por eso imaginaban
objetos surreales o se desorientaban.
La entrada al higo parecía de aproximadamente dos metros de alto y
ancho, dentro se podía ver unos costales de fique, algunos parecían llenos,
pero no se sabía qué contenían. Con el pasar del tiempo la maleza crecía,
pero no cerca del árbol, los dueños de los terrenos con que limitaba, por

174
Nada más real que un grito

augurio tenían parte de esas tierras abandonabas, hecho que


incrementaba con el tiempo la desolación y misterio del lugar.
Efectivamente era la casa del diablo, un diablo desterrado del infierno
por desobediente, nunca cumplía con la cuota de almas, llegaba tarde a
los festejos, ignoraba a los más antiguos y fomentaba el no hacer nada
por el infierno a los demás diablos. El infierno cansado después de miles
de años soportando a un diablo perezoso que disminuyó
considerablemente las oportunidades en las tinieblas, decide relegarlo del
cargo enviándolo a vivir de forma permanente en la tierra, su única
oportunidad seria ofrendar antes de mil años, tres mil almas y un alma
rebelde, situación verdaderamente difícil para el diablo que se instaló en
un solo lugar, en ocasiones estuvo cerca de completar la ofrenda en el
plazo establecido pero no consiguió el alma rebelde.
Estando ya en el año 979 le faltaba solo 4 almas y el alma rebelde para
volver a las comodidades del infierno, siempre se quejaba con otros
diablos castigados que lo visitaban que tenía que aguantar el frío y la
lluvia que penetraba en el árbol, los niños molestos que le tiraban piedras
haciéndole crecer abultamientos de piel, además del apretón fuerte y
doloroso en su estómago en señal de hambre que nunca sintió en las
tinieblas. Algunos diablos conocidos, aunque era prohibido, le dejaban
comida y motivaban a que regresara pronto con ellos para que viera todos
los cambios que se habían hecho en el infierno desde que él fue
desterrado, todos tenían mediodía de descanso para hacer lo que
quisieran sin ser castigados severamente por sus leyes, hacía dos
milenios se abolió el destierro a cambio de castigos reflexivos y
disminución en las horas del descanso, se les permitió a los diablos con
mayor antigüedad frecuentar la tierra para asistir a fiestas, además la
estructura del infierno era moderna con comodidades para todos que no
podría aún imaginar, ya se podían aislar los lamentos y suplicas molestas
de las recién almas condenadas…
Se acercaba la medianoche, había sido la fiesta de cumpleaños del
pueblo, pero como de costumbre la prudencia confundía las calles con un
pueblo abandonado, hasta los animales temían andar por la noche. Una
jovencita enamorada de un amor no correspondido, después de meditarlo
por noches de desespero ante la ausencia de su amado, aprovecha del

175
Nada más real que un grito

cansancio de sus padres ya dormidos para salir a pedir ayuda al diablo,


si es que allí se encontraba, de otra forma lo invocaría para hacer su
conversión a bruja, llevaba lo que había escuchado de su bisabuela bruja
que deliraba antes de su muerte, una pluma de una gallina negra, cola
de yegua y una vela blanca. Al irse acercando al higo, caminaba sin saber
a dónde se conducía, la claridad de la luna se desvaneció en pesada
oscuridad, una leve brisa rosaba su cuello desnudo, poco a poco sintió que
unas largas y calientes manos sujetaban sus brazos dando escalofríos
continuos a su cuerpo, quiso iniciar la oración que se indicaba en el libro
de su bisabuela, pero oyó al instante:
—Chiss chiss chiss, —susurraba el diablo al oído… silencio… La
jovencita lentamente se volvió a él de rodillas aún sin poder ver nada, con
los brazos semiextendidos sosteniendo el cabello, la pluma y la vela. —Sé
lo que quieres —le dice el diablo con voz de moribundo mientras acaricia
su cabello—. La joven rompe en llanto e ingenuamente le cuenta que su
amado la ha rechazado innumerables veces… Cansado de oír la historia
de desamor y de su abuela bruja, la silencia nuevamente: —Chiss, puedo
ayudarte, pero a cambio quiero tu alma, te daré el amor del joven que
deseas y te convertiré en bruja.
Ilusionada asiente con la cabeza diciendo: —Es lo que más deseo—. El
diablo se le revela alto, lánguido, pálido, con huesos salientes de su piel,
brote exagerado y su horrible y deforme rostro cubierto en parte por su
barba y cabellera desaliñada. Al acercarse toma fuertemente el brazo
izquierdo de la joven, hiriendo con sus garras hasta sangrar el dedo
índice, dejando caer de esa misma forma sangre de su dedo, uniendo su
alma a él por la eternidad. —Gracias, pequeña —le dice el diablo
mientras la empuja a la claridad de la luna.
La joven regresa a su casa temblorosa, aún con escalofríos, su cuerpo
suda frío, pero era más la confusión en medio de la satisfacción que le
impedía tener cualquier tipo de reacción. Pasaron unos cuantos días de
impaciencia, nada salía como esperaba la joven, su amado se
comprometió en matrimonio con una muchacha desarreglada que parecía
agradarle a la gente, “qué simpática y juiciosa niña”, decían. Los hechizos
y maldiciones no parecían tener ningún efecto, así que, sin temor alguno,
llena de ira, antes de anochecer fue a buscar al diablo.

176
Nada más real que un grito

—¡Diablo, diablo! —gritaba furiosa, dentro de la cueva.


—No puedo hacer nada por ti —responde el diablo.
—Prometiste que mi amor sería correspondido y que sería una bruja,
pero él se va a casar y no me sale ningún hechizo, quiero que
inmediatamente rompas el compromiso entre Ezequiel y Laura —le exige
la joven.
El diablo se revela de espaldas ante ella diciéndole: —No puedes
pedirme nada a mí ni a cualquier otro diablo porque ya tu alma está
condenada.
La furia subió al rostro de la ahora desgraciada muchacha: —No puedes
adueñarte de mi alma sin darme nada a cambio —le dice alterada.
—No soy un diablo cualquiera, por miles de años estoy fuera del infierno
enviando almas para regresar, siempre existirán personas inocentes
como tú, no puedes confiar en un diablo, no tengo los mismos poderes de
antes, solo puedo mostrar cosas y desaparecerme —le respondió con voz
de burla dejándola callada— ¡Ah! Y no puedes revelar esta verdad a
nadie, porque el infierno se abrirá rápidamente para ti, sé que estarán
muy deseosos de tenerte —agrego el diablo susurrándole al oído.
—Es mentira —refuta aquella niña.
—¡Claro que no! Es de las pocas verdades que digo, pero si prefieres,
puedes confirmarlo —le dice en tono amenazante.
La joven llena de ira, regresa velozmente al pueblo pensando en todo lo
dicho por el diablo, «¿será cierto?», se cuestionaba, no pensó en más
durante el camino, se dirigió agitada a la casa de un brujo a preguntarle,
pero antes de poder tocar la puerta y decir cualquier palabra cayó
asfixiada en la puerta. «Un alma menos para pagar su condena», pensó
el diablo. Algunos viejos amigos empezaron a visitarlo con más frecuencia
para prepararlo en pensamiento, al nuevo mundo de las tinieblas, le
hablaron sobre cómo en milenios anteriores, de la transición de que debía
pasar antes de volver a una eternidad normal, los diablos más jóvenes
eran siempre instruidos por los más viejos para aprender trucos de
convencimiento y otras artes, se enseñaba también sobre la jerarquía,
autoridad, deberes y quienes así lo prefirieran podrían dedicarse a

177
Nada más real que un grito

encontrar mejoras en castigos, reubicaciones, descubrimientos, entre


otros.
Pasaron tres años hasta que alguien volvió a acercarse de noche al higo,
era Arturo, un señor de 41 años, a quien por estar bebiendo se le había
hecho tarde para regresar a su casa en una de las veredas. En ocasiones
anteriores regresaba temprano o amanecía tomando con sus amigos, pero
esta vez todo fue diferente, su hija menor llevaba enferma una semana y
como no había tenido dinero suficiente antes para hacer el mercado
quincenal, su esposa no tenía para darle de comer a sus hijos, a pesar de
que vivían en el campo ellos no lo cultivaban y las siembras vecinas no
estaban en cosecha, hacía mucho que se habían acabado las yucas y las
gallinas, Arturo se culpaba y se discutía a sí mismo por no haberse ido
antes a casa y lo borracho que estaba, sabia del vacío que tendrían su
mujer y sus pequeños.
Cuando se vio a punto de pasar por la casa del diablo paró, devolverse
no era una opción, ya lo había meditado e irse por las parcelas
abandonadas para no pasar cerca a el higo no le parecía viable, era mayor
peligro que por allí podría enfrentar, de modo que con el mercado en los
brazos corrió hasta tropezar desequilibrado. —¡Cómo carajos!, me están
asustando —dijo Arturo asombrado. Empezaba a notar que eran ciertas
las historias. El alcohol le ayudaba a no sentir el miedo que respiraría
cualquier otra persona que pasara por ese árbol, al levantarse
nuevamente siguió caminando, pero esta vez asegurando sus pasos de no
caer en algún hueco o tropezar, el diablo le dice estando atrás de él:
—Arturo, ¿qué te trae a estas horas por este lugar?
Sin detenerse sigue caminando sin mirar siquiera a los lados, solo
pensaba en su familia, en qué pasaría si no regresara esa noche.
Al sentirse ignorado el diablo le dice: —Sé que tu familia está
hambrienta y tu hija menor tiene hambre, puedo solucionar eso.
Cada metro recorrido por Arturo aumentaba su conciencia, no le
respondería nada. El diablo le hace ver un jardín hermoso de flores con
néctar, brillante como el diamante, coge una flor y la guarda en el bolsillo
de su camisa siguiendo hasta escapar de la oscuridad, tanta era la duda
de que todo había sido imaginado que no notó cuánto caminó hasta que

178
Nada más real que un grito

escuchó los ladridos de su perro, ya estaba en su casa, su mujer encendió


una vela y llamó a sus hijos a comer pan, del asado de carne que había
comprado su padre.
Arturo era el alma rebelde que buscaba el diablo, las tinieblas se lo
confirmaron, dependía de él aprovechar la oportunidad, el infierno estaba
dispuesto a ayudarlo. En un concejo por intervención de sus amigos que
gozaban de mayores privilegios por su antigüedad, la discusión resultó a
favor del diablo, quien ya había sido castigado estado mucho tiempo en la
tierra enviando almas.
Pasó menos de un mes cuando pasaron dos borrachos en la madrugada
por La cueva del diablo, Arturo se había encargado de contarles muy
valientemente a sus conocidos que burló al diablo y aunque se extendió
el rumor, la mayoría seguía temerosa de no estar fuera de sus casas a
medianoche. Los amigos reían mientras llamaban al diablo, quien
respondió una vez pisaron las sombras:
—¿Me llamaban, amigos míos?
Uno al otro se echaron el brazo al hombro en señal de acompañamiento
y apoyo, tambaleaban mientras seguían, el diablo les tocó el hombro al
tiempo y al intentarse voltear se soltaron, sintiéndose solos viendo
únicamente al decrepito de los infiernos.
—Señores, ¿en qué puedo servirles? —les cuestiona el diablo.
—Nada, nada —respondieron.
El diablo les muestra a sus familias, muriendo, suplicando por ayuda
mientras la sangre corría por sus cuerpos, los dos acudían a ayudarles,
pero la imagen se alejaba haciéndole dar vuelta y chocar hasta dejarlos
sin fuerzas de continuar, se lamentaban por las pérdidas.
—¡No, mis hijos, madrecita santa… por Dios vuelvan!
Suplicaban al diablo tirados al piso que se los regresara, el diablo se les
volvió a mostrar y con las pocas fuerzas que les quedaban se arrastraron
a él agarrándole sus ropas, implorando por el regreso de sus familias. El
diablo feliz les dice con su desalentada voz:
—De acuerdo, caballeros, ustedes me entregan su alma, a cambio
regresarán a sus hogares y se encontrarán con sus amadas familias.

179
Nada más real que un grito

Los dos rápidamente le responden que sí, estaban dispuestos a todo por
sus familias, uno a uno el diablo les hizo unir su sangre con la propia
diciéndoles: —Ahora me perteneces.
Los hombres salieron de la oscura sombra de los árboles, se vieron uno
al otro y la cortadura de sus dedos, no pronunciaron palabra alguna en el
camino incluso al separarse la trocha siguieron hacia sus casas sin
despedirse, sus familias estaban bien, no habían sufrido alguna
desventura.
Dos almas más engañadas por el diablo, ambos creían que el diablo los
había ayudado, motivo por el cual nunca comentaron el hecho ni siquiera
entre ellos. Pasados un par de años, una mujer llamada Cristina cede a
los comentarios de sus llamados amigos de ir a la cueva del diablo a
pedirle que le dé belleza, pues ante la presencia de conocidos parecía solo
causar desprecio, se veía al espejo con sus tres pronunciadas verrugas y
sentía asco de sí misma. Alrededor de las seis de la tarde Angélica,
Lorenzo y Cristóbal la acompañaron a unos cincuenta metros antes del
higo.
—Tienes que continuar sola —le dice Angélica haciéndole con sus
manos señales de que avanzara. Cristina da pasos lentos hasta llegar
fría, con poca respiración, hasta el hueco del árbol. —Buen día —balbucea
con su tímida, pero poco delicada voz. —Entra. —Escucha de una voz
suave y misteriosa. Cristina voltea y ve a sus amigos animados a la
expectativa de ser los primeros en vislumbrar su transformación, con tan
solo cinco pasos se encuentra dentro de la cueva. Observa un espejo donde
se refleja hermosa, sin las verrugas, sus ojos grandes y brillantes, su piel
tersa, su cabello largo ondulado y sedoso, «cualquier mujer lo envidiará»,
pensó. Hasta la forma de su cuerpo había cambiado, sus curvas eran más
pronunciadas, cualquier hombre querría estar a su lado, soñó por un
momento siendo deseada y cortejada por los hombres inalcanzables, que
ni en lástima se acercaban tan siquiera a insultarla.
—¿Quieres ser ella? —le preguntó el diablo, mostrándose en el reflejo
del espejo.
—Claro que sí —responde Cristina al volverse a ver con la ilusión de
deleitarse con la expresión de sorpresa en los rostros de sus amigos
cuando saliera tan bella.

180
Nada más real que un grito

—Te doy belleza y a cambio me das tu alma —le dice el diablo.


Decidida ella asiente con la cabeza, inmediatamente el diablo estira sus
esqueléticas manos, y sin levantar el brazo de la joven que se deleitaba
de un falso reflejo, cortó sutilmente el final de su dedo índice, la sangre
goteaba, lo podía ver en el espejo, pero no le importaba, ahora era una
mujer envidiable, al unir la sangre con la suya se completó el pacto.
—Puedes irte —le dice el diablo.
Al salir el diablo la acompaña, sus amigos inmediatamente corren
despavoridos, gritando que habían visto al diablo, lo horrible que era, que
los iba a alcanzar para llevarse en alma… Cristina, por su parte, regresó
tranquila al pueblo, varias personas estaban fuera de sus casas, la
observaban de pies a cabeza y murmuraban, La ingenua muchacha
pensaba que los comentarios y miradas se debían a su ahora
deslumbrante belleza. Al llegar a su casa buscó el espejo para verse
nuevamente, quería ver cómo la veían todos.
La hermana de Cristina corrió a la habitación a encontrarse con ella,
todos en el pueblo hablaban de un pacto con el diablo, tres lo habían
presenciado. Cristina estaba inmóvil frente a su pequeño espejo, las
verrugas seguían en su rostro, nada había cambiado. —Me engañó —dijo
en voz alta. Su hermana que apenas entraba le preguntó: —¿Entonces es
cierto que vendiste tu alma al diablo por algo de belleza?
Al voltear Cristina roza firmemente una esquina rota del espejo contra
su brazo, haciéndose un corte profundo y horizontal. —Me engañó —dijo
decepcionada a la vez que se desangraba. Su hermana intentó ayudarla,
pero cuando regresó yacía rígida, tendida en el suelo sangriento. Los
comentarios sobre su muerte aumentaron, la casa se declaró maldita y la
gente fue más estricta con el paso por la cueva del diablo. Al conocer la
historia Arturo repetía a sus conocidos que había escuchado al diablo y
que este le había mostrado un jardín hermoso, pero ya nadie le creía, le
decían eran cuentos de borracho, que tuviese cuidado de no estar
caminando hacia la vereda tan tarde. Arturo sabía que lo que había
experimentado aquella noche no era un invento suyo, la otra vez no pudo
mostrar evidencias porque la flor se le cayó de camino y no pudo
encontrarla, pero algún día demostraría que el diablo trató de conseguir
su alma insatisfactoriamente.

181
Nada más real que un grito

Los diablos en el infierno preparaban todo para el recibimiento del


diablo desterrado, se concluyó en otro consejo que intervendrían para
conseguir el alma rebelde, todos sabían el valor y lo difícil de esas almas.
A partir de ese día todo empezó a cambiar en la vida de Arturo, descubrió
cartas de su esposa para su amante, después tras discusiones y golpes,
ella lo deja con sus tres hijos. Arturo se refugia en el alcohol entre soledad
y decepción, cada día llega más tarde con sus hijos siempre atemorizados,
quienes tenían que escuchar una y otra vez que el diablo le había
mostrado jardines hermosos, que si él quisiera recibiría tesoros, pero que
algo le impulsaba a no detenerse ni prestar atención. Llegó el día en que
nuevamente se pasó por el higo después de medianoche, nuevamente
borracho, esta vez escuchó una voz como la de su padre fallecido que lo
llamaba al otro lado del jardín diciéndole:
—Arturito, venga acompáñeme.
Pero él sabía que no podía hacer nada con y por su padre, cogió
nuevamente una flor con su tallo y la llevó consigo, segundos después ya
veía el camino, iba ilusionado a contarle a sus hijos lo que había visto y
escuchado, pero ninguno le creyó, solo era un pedazo de rama seca de
maleza que había recogido por ahí, «tomar tanto lo está volviendo loco»,
pensaban mientras recibían regaños por no creerle.
Los pasos por el higo en la madrugada se hicieron más frecuentes para
Arturo, el diablo trataba de convencerlo de que le entregara su alma a
cambio de mujeres, fortuna, vida eterna y cuanta banalidad se le
ocurriera, pero Arturo siempre le ignoraba, algunas veces el diablo lo
lanzó contra las cercas de piedra, lo hizo perder entre la maleza de las
fincas de alrededor, pero el siempre salía así fuese al amanecer. Los otros
diablos buscaban la forma de influir en la suerte de aquel hombre, pero
nada parecía afectarle, aun sin trabajo él seguía despreciando las
promesas del diablo, las peleas con sus hijos se hacían más frecuentes, de
modo que más tomaba y menos le veían sus pequeños hijos.
Cinco años después Arturo seguía siendo el alma rebelde más difícil de
robar en todos los tiempos del infierno. El tiempo se agotaba para el
diablo que pensaba conseguir cualquier otra alma menos complicada de
atraer, pidió ayuda a sus amigos para encontrar almas desesperadas con
las que pudiera darle fin a su castigo. Luego de un año de haberse ido del

182
Nada más real que un grito

pueblo tras un alma aparentemente incorruptible, logra engañar a un


hombre que había perdido sus cultivos, dinero, incluso se había separado
de su familia, se veía solo, sin sospechar que la causa venía desde las
tinieblas. El astuto diablo le ofreció fortuna en los negocios y el paulatino
regreso de sus parientes, estimulándole en recuerdos felices y
acompañado de sus seres queridos.
Al tomar la última alma el diablo se alzó en fuego dirigiéndose
inmediatamente al infierno, por miles de años no reconocía el camino de
vuelta, pero bastaron minutos para que se encontrara en la inmensa
puerta de entrada a las tinieblas donde lo esperaban. Se realizó un festejo
de reintegración a la vida eterna del mal, allí le ofrecieron bebidas de
fuego en colores desconocidos para él, se le otorgó nuevamente el sano
crecimiento de sus alas junto con todos sus poderes, que aprendería a
dominar después de practicar en la escuela de iniciación. En las llamas
todos alaban el regreso de quien logró regresar luego de miles de años en
la tierra sin poder siquiera visitar su hogar. Al diablo solo se le permitió
entrar hasta el valle de los muertos desalmados, el único espacio en el
infierno en que no se habían efectuado modernizaciones, ya que estas
almas tendrían la oportunidad de ascender a demonios y tendrían que
luchar el cargo entre sí sin motivación alguna. Uno de los amigos más
íntimos del diablo le advirtió que en el infierno querían el alma de Arturo
como primera alma recaudada en su regreso, teniendo un plazo de seis
meses, de otra forma tendría que luchar con los muertos desalmados
antes de entrar al palacio que le correspondía por derecho.
En el infierno estaban al tanto del último encuentro entre el diablo y
Arturo, este le había enfrentado diciendo por única vez: —Usted me
puede ofrecer el cielo y la tierra, puede matar a todos mis cercanos, puede
mostrarme la inmensidad de lo desconocido, pero jamás aceptaré tener
trato con usted.
Razón por la cual el diablo se resignó a no conseguir su alma. El
ingenioso diablo solicitó seis diablos como ejército para conseguir incluso
en el juicio final el alma de Arturo. Sabiendo que no podría hacerle a
voluntad del hombre aprovecharon verlo subido en un aguacate
recogiendo la cosecha para enredarlo por la fuerte brisa con sus pies y
hacerlo caer de las alturas.

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Nada más real que un grito

Pecado

Por Vanessa Melissa Pedrero Lizcano

Hacía calor, a pesar de la lluvia, sentía calor, el vapor que salía de mi


cuerpo era tan grande y tan intenso que creí evaporarme, pero no, era
estúpida la idea de creer que la lluvia podría lavar la culpa dentro de mí,
aunque la ausencia de la misma me horrorizaba. No me arrepiento. He
pecado, sé que he pecado, ¡oh! ¡Dios mío! Si es que existe un Dios, espero
pueda comprender por qué lo he hecho. No me arrepiento, es todo lo que
siento. Quizás fuera un accidente lo sucedido o el simple hecho de la
consumación de mis deseos, lo que sé es que ahora podría irme al
haberme librado de su presencia. Pero no.
Los días que llegaron después de tan fatídica noche fueron de los
mejores, aunque me evitaba por las habitaciones y tan solo de reojo
lograba ver su presencia, la distancia que había impuesto entre las dos y
que ella tan comedidamente había aceptado, hizo que los días venideros
fueran tranquilos. El silencio en la casa era tan grande que podía oír el
susurro de su voz del otro lado, llamándome. Aun así, prefería no ir, mi
corazón temía que esta paz acabara y que volvieran los días de pesadez y
zozobra; ya no me quería ir, ahora me sentía bien aquí con ella.
Pasaron los días y la sentía cada vez más cerca de mí, su presencia más
constante, acechándome en la oscuridad, vigilando mis movimientos.
Aunque quería hablarle, ¡porque la quiero!, ¡solo Dios sabe que en verdad
la quiero!; sentía miedo, quizás fuera de ella, de lo que pudiera decirme o
por mí, de lo que podría volverle a hacer. Comencé a huir, sí, dentro de
mi propia casa, empecé a esconderme; si sentía que se aproximaba, corría
a la siguiente habitación y así pasaron las semanas hasta que, al fin,
cuando el atardecer daba paso a la oscuridad, logró alcanzarme, fue
entonces que aquella fatídica noche volvió a repetirse, pero esta vez mi
corazón no tenía fuerzas para pelear.
—Lo lamento, mamá, debo irme.

184
Nada más real que un grito

Creí que intentaría detenerme como lo hizo esa vez, pero no, esta vez no
sentí sus manos sobre mis hombros, ni el sonido de su voz. Pensé que por
fin había comprendido que debía irme, así que, entrada la noche, me
dispuse a prepararlo todo, sin dejar ningún cabo suelto: fui a la habitación
y saqué presurosa una maleta de viaje. Mi madre me miró con espanto,
pero sabía que el momento al fin había llegado. Corrí tropezándome
varias veces con las escaleras al bajar, sin saber si huía de ella o de lo que
había hecho; abrí la puerta y salí, mi madre corrió tras de mí, pero se
detuvo en el umbral y vi que su silueta se fundía con la oscuridad de la
noche. Llovía, pero pensé que la lluvia era lo que menos importaba, a tal
punto que creí no sentirla, caminé lo más rápido que pude hasta ser
consciente de que trotaba, mis pasos sin rumbo me guiaron al fin al
cementerio; arranqué con las manos la tierra del suelo, con las uñas
desagarradas comencé a cavar hasta que un hueco no muy profundo logré
hacer, lo suficiente para que la maleta pudiera entrar y la sepulté; pero
justo antes de irme percibí unos susurros que no venían de muy lejos,
decidí seguirlos y fui conducida de nuevo a la tumba de la maleta, escuché
su voz salir de ahí, esta vez la oí claramente y palidecí, tanto, que creí
nunca haber cometido pecado, así que la desenterré con desesperación,
saqué la maleta y la abrí: fue entonces cuando comprendí que aquella
noche la había asesinado y ahora el fantasma de la que algún día fue mi
madre no era más que odio, rencor y venganza, viniendo por mí.

185
Nada más real que un grito

26 de octubre

Por Valentina Torres

26 de octubre
El 26 de septiembre nació un bebé en el hospital de la ciudad. Todo había
ido muy bien al comienzo, pero a las pocas horas de haber nacido tuvieron
que intervenir al pequeño y dormirlo, pues tuvo un ataque de epilepsia.
Estuvo dormido dos días. Su madre rezaba desesperada pidiendo ayuda
del cielo, con la esperanza de que su bebé viviera. Al final, sus plegarias
fueron escuchadas, su bebé no había sufrido más ataques, todo parecía
marchar bien y se lo pudo llevar a casa el 1 de octubre.
Yo que soy su vecino, escuché cómo ella jugueteaba con su pequeño
todos los días, cómo lo arrullaba y lo mimaba. Cuando este lloraba ella
entonaba las más hermosas melodías para volver a dormirlo. Era una
sensación extraña, de alguna manera aquellas canciones me conmovían,
pues en cada palabra cantada se sentía el inmenso amor que aquella
mujer sentía por su bebé.
Todo estuvo bien hasta el 10 de octubre, día donde pude presenciar cómo
la vecina corría con los ojos llenos de lágrimas, sosteniendo a su bebé
contra su pecho. El pequeño también lloraba, pero noté algo distinto, no
era un llanto normal, como el que había escuchado desde que regresó. Era
un llanto que provenía desde lo más profundo de sí, era un llanto de dolor.
Esto me heló por completo la sangre, pues nadie nunca quiere que sus
hijos ni los de sus conocidos sufran. No hay nada que devaste tanto el
alma humana como ver a un niño sufrir.
Así pasé los siguientes días, sin canciones ni llantos. Solo estaba yo, la
incertidumbre y la preocupación. De verdad pedí al cielo por su bebé.
Ninguna madre merece padecer algo semejante.
El 21 de octubre la escuché de nuevo, había regresado al parecer la
pasada noche; pues eran las 6 a. m. cuando reconocí aquella melodiosa
voz. Todo parecía estar bien.

186
Nada más real que un grito

Al día siguiente me convencí de que algo no andaba completamente


bien, la escuchaba en su habitual rutina, pero sus arrullos y canciones
habían cambiado, el toque de amor que me había conmovido tanto en sus
inicios, había sido reemplazado por melodías tristes que al final rompían
en sollozos. Quizá su bebé no estaba tan sano como se pensaba. Todo lo
que podía sentir en ese momento era una gran tristeza, pues sus melodías
eran de verdad deprimentes y una gran lástima por ella, solo Dios sabe
lo mucho que debe estar sufriendo.
Después de dos días nada parece cambiar. Ella lloraba como alma en
pena a las madrugadas. Esto me destroza por completo el corazón.
Quisiera poder hacer algo, pero no es mucho lo que un anciano de 80 años
pueda hacer ya. Así que solo me limito a escuchar el dueto estremecedor
y tétrico que forman sus arrullos y su profunda tristeza. Estoy casi seguro
de que cualquiera que pasase frente a la casa y escuchara estos
melancólicos acordes saldría despavorido sin mirar atrás, pues admito
que en ocasiones hasta yo mismo me sorprendo del terror que evocan esos
lamentos.
Hoy 26 de octubre no la he escuchado en todo el día. Nada de llantos ni
de canciones tristes. Quizá salió de prisa otra vez.
Al día siguiente desperté con una hermosa melodía, ella cantaba otra
vez como los ángeles, su bebé se escuchaba reír. Estaba dichoso y muy
feliz por ella. Tanto así que me animé a prepararle una de mis famosas
galletas con chispas y se las llevé. Me abrió al segundo timbrazo, se veía
hermosa y radiante. Aceptó mi humilde detalle con cariño y me regaló
una sonrisa encantadora.
Me sentía perfectamente pero mi quimioterapia semanal era algo que
no podía posponer, ni mucho menos cuando estaba a pocas semanas de
finalizarla y de poder decir que por fin vencí al cáncer. Normalmente
regresaba al día siguiente, ya que mi tratamiento terminaba muy
entrada la noche y las enfermeras solo me dejaban salir sino hasta el otro
día cuando había recuperado fuerzas. Así que a las 12:00 p. m. partí al
hospital.
A mi regreso al día siguiente, para ser más exactos el 28 de octubre todo
se hallaba en silencio. El ambiente se sentía pesado y abrumador. Pensé
que se debía al cambio de clima tan brusco al que nos habíamos sometido,

187
Nada más real que un grito

hace unos días hacía un sol radiante, y hoy llovía a cántaros, la espesa
neblina cubría todo a su paso. Llegué a mi hogar y me topé con el periódico
de la mañana. Eran las 11:30 a. m., cuando me dispuse a leerlo con una
taza de café una noticia llamó mi especial atención, ya que en su foto de
portada se mostraba un cadáver en una bolsa frente a mi hogar. Encima
de este decía: Cadáver de madre desconsolada y su bebé hallados en una
casa de los suburbios.
Sentí un vuelco en mi pecho, me negaba a leer el relato que allí aparecía.
Era ella, era mi vecina. Algo le había sucedido a ella y a su bebé. Tenía
miedo de lo que pudiese decir. Pero como siempre, la curiosidad fue más
grande y lo leí. En pocas palabras decía esto:

El cadáver de una mujer de 28 años de edad y de un bebé fueron


encontrados la pasada noche del 27 de octubre del presente año.
Fuentes confiables dijeron que la mujer gozaba de excelente salud
física y mental antes de tener a su bebé, el cual nació el 26 de
septiembre. El parto había salido bien, pero a las pocas horas tuvieron
que intubar al pequeño por algunas complicaciones. Despertó sano a
los pocos días. Las complicaciones que se habían diagnosticado al
inicio habían desaparecido por arte de magia. Los médicos no podían
explicar lo que había pasado. Al final todo quedó con que había sido
un milagro de Dios. La mujer pudo llevarse a su bebé a casa y todo el
tema pareció concluir ahí.
El 10 de octubre la mujer regresó al hospital con su bebé, este había
tenido un ataque de neumonía repentina y sus pulmones estaban
luchando por continuar. La criatura fue intervenida y los médicos
hicieron todo lo que estuvo en sus manos, pero a los tres días de haber
ingresado sus pequeños pulmones se habían cansado y murió en brazos
de su madre. El pequeño había vivido 17 días.
Su madre estaba devastada, al punto en casi caer en un ataque de
histeria en el hospital, solo pedía estar con su hijo el tiempo que se
pudiera, mientras que su hermana se hacía cargo de los trámites para
el entierro. Ella no se alejó de su pequeño cadáver hasta que llegaron
a recoger el cuerpo para su debido arreglo. Nunca se había visto a una

188
Nada más real que un grito

mujer más triste en la historia de la ciudad, sus lamentos conmovían


en lo más profundo a cada ser humano que la escuchara.
El entierro fue a los dos días de su muerte, el 15 de octubre. Todo había
transcurrido con normalidad. La madre había ido a casa de su
hermana, pues no se recomendaba dejarla sola después de semejante
experiencia. Su hermana dice que no vio nada fuera de lo normal en
su comportamiento, al fin y al cabo, era una mujer que había perdido
a su hijo casi recién nacido. La indiferencia y depresión estaban más
que justificadas. Tanto así que no logró sospechar que la noche del 20
de octubre su hermana se escaparía de su casa al anochecer.
Al parecer, en su desesperación e infinito dolor, no soportaba estar lejos
de su criatura, así que profanó su tumba, robó su cadáver y regresó a
la casa con su hijo.
Nadie notó la ausencia del cadáver, pues la mujer se había esmerado
en dejar el lugar como lo encontró. Estuvo de su lado el clima, pues la
torrencial lluvia que sobrevino después ocultó lo sucedido.

No podía creerlo. Eso explicaba los sollozos y tristes canciones que había
escuchado los días contiguos a su llegada. Mis ojos se llenaron de
lágrimas por el efecto de aquel relato. Era sumamente triste, parecía más
una novela que una noticia.
Veía a una mujer siendo consumida por el dolor y la desesperanza, para
mí era entendible su extraña reacción a la muerte de su bebé. Quizá la
quimioterapia me haya afectado en algo la cabeza. En fin, continúo con
la noticia:

Se dice que la mujer estuvo con el cadáver de su hijo los próximos días.
Vecinos y cercanos cuentan haberla escuchado cantar al pasar frente
a su casa. Tanto fue el miedo que aquellas extrañas melodías
produjeron en algunos, que llamaron a la policía la tarde del 27 de
octubre. La mujer no contestó a los golpes en la puerta y los oficiales se
vieron obligados a derrumbarla. En la casa abundaba un hedor
penetrante, fétido y asqueroso. Buscaron el origen de este por el primer
piso de la casa y el cuarto principal. No había nada. Solamente

189
Nada más real que un grito

quedaba la habitación que había sido del pequeño. Al entrar se


encontraron con una imagen que, dicen, quieren olvidar de su
memoria. La madre se había colgado con ayuda de una cuerda y una
silla. En sus brazos sostenía el cadáver de su pequeño hijo, el cual
estaba pegado a su cuerpo por efecto de un canguro que ella llevaba
puesto. Esto había evitado que los restos del bebé se cayeran. La fecha
y hora de muerte se dictaminó a las 11:30 p. m. del 26 de octubre. A un
mes exacto del nacimiento de su hijo. En el cuarto no se encontró nada
fuera de lo inusual.

Así terminaba la noticia. No tengo palabras suficientes ni correctas para


describir lo que me produjo leer todo esto. Me invadía la tristeza, el horror
y la impotencia. No había podido ayudarla, ella y su bebé habían muerto.
Pero más que eso era el hecho de que la fecha de muerte había sido del
día anterior a mi visita. ¿A quién había visto?

Han pasado ya quince días desde el trágico suceso. La casa ha sido


sellada por completo con tablas para alejar a los curiosos. Los cadáveres
encontrados fueron enterrados en una misma tumba a petición de la
ciudad, pues este caso logró conmover a más de uno.
Todavía no logro explicar lo que vi la mañana del 27 de octubre, quizá
fue una aparición del más allá o una señal divina. No lo sé. Y siendo
sincero no quiero buscar una explicación lógica a lo que pasó. Así como
tampoco quiero buscarla para las risas de bebé y hermosas melodías
entonadas por ella que escucho a diario provenientes de su casa desde el
día de su muerte.

190
Nada más real que un grito

¿Cómo iba a partir en primavera?

Por Teresa De Jesús Sierra Jaime

Elevó el vuelo en el preciso instante en que los días empezaban a tener


sus horas más cálidas. Es la época del año en la que los días acostumbran
también a crecer entre la noche. La primavera es el despertar de la vida.
Un ropaje multicolor viste los árboles de amarillo intenso, azul marino,
rojo fosforescente, lila, sepia, verde. Las flores, silenciosamente, dibujan
el arcoíris entre árbol y árbol, como un rito anual que anuncia la llegada
de la vida.
El último año trabajó noche y día, más allá del sol, bajo el invierno, para
juntar los duros suficientes que le permitieran, por fin, participar de la
fiesta primaveral. Tirarse todas las tardes frente al Sena, hasta bien
entrada la noche, ese era su sueño. Mirar a los turistas apresurados,
atrapando entre sus lentes los espacios, las luces y las sombras de la
ciudad luz, la que no duerme, la que camina agitada, la que empuja no se
sabe hacia dónde, no se sabe cómo, no se sabe para qué. Los turistas
parecen colegiales diligentes cumpliendo una tarea interminable.
Esta primavera sería diferente. Eran ya muchas primaveras,
trabajando duro, veranos sin descanso, otoños agotados, inviernos
fatigosos. La furgoneta en la que movilizaba a los turistas a precios
cómodos no paraba de rodar en estación alguna.
Eran turistas de tercera clase. Algún día él sería también turista. Le
resultaba interesante. Los veía como ciudadanos de ningún lado, felices
de llevarse un pedacito de Europa entre sus cámaras. «Los turistas son
niños grandes», se decía para sí. Invierten sus días en atrapar sueños de
la nada, metiendo entre sus bolsillos cuanta canica encuentran; pero sus
bolsillos son pequeños, quedando muchas canicas en la calle, a la deriva.
Trabajó duro el último año para regalarse una primavera inolvidable.
Se lo había prometido a su mujer. Bueno, intentaría cumplirle la
promesa, porque, a decir verdad, eran ya muchas promesas rotas. La de
serle fiel, por ejemplo.

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Nada más real que un grito

Siempre se preguntó qué tenía en la cabeza cuando hizo tamaña


promesa desbordada. Solía decir como Gardel, que para qué hacer mártir
a una mujer, pudiendo hacer felices a tantas. ¡Y vaya que siempre se
esforzó en hacer muy felices a muchas! Esta primavera sí le iba a cumplir,
la amaría en exclusiva, le regalaría el tiempo que siempre había
reclamado, la atendería como la turista de primera clase en su corazón.
El último invierno se dedicó a adecuar su furgoneta, la convirtió en
caravana, como esas que recorren las carreteras de los Estados Unidos.
Esas que había visto en las películas de gánsteres cuando era niño. La
suya era una caravana igualita, aunque sus amigos le dijeran lo contrario
y se mofaran porque no era último modelo ni tenía las más sofisticadas
tecnologías. Festejaría su cumpleaños en el diminuto bar que adecuó,
apenas para los dos, cerca de la cama. El espacio estaba perfecto para
muchas noches románticas.
Total, había nacido en primavera, pero en el trópico, donde se funden y
se juntan las estaciones y en un día puedes tenerlas todas o ninguna y la
vida se abre paso a codazos y a empujones. Por eso prefirió atravesar el
océano y jugarse la vida de otra forma. Era una suerte de pirata que no
tomaba barcos al asalto en plena mar, solo buscaba que no le saquearan
su vida.
A unas cuantas semanas de entrar la primavera, el mismo día en que
por primera vez El País publica el titular más esperado, alentador y
promisorio, no solo para España, sino para el mundo sobre la caída de
muertes por Coronavirus, justamente en el descenso de la curva, en ese
preciso instante sus fuerzas lo abandonan. No estará en el reporte
victorioso de la segunda cifra más baja desde que se marchó el invierno.
La tendencia a la baja de los fallecimientos incluirá su nombre, no estará
entre los vencedores, él que siempre se preció de serlo.
Al otro lado del Atlántico, leerán esperanzados la noticia, orará su
madre, se abrazarán sus hermanos, sonreirán sus sobrinos, se alegrará
su hijo. Mientras España difunde la noticia como una plegaria al cielo, su
mujer llora desconsolada. Por lo menos pudo estrechar su mano y
acompañarle en su partida. Estuvo con él desde entrada la noche, hasta
la madrugada, cuando dio su último suspiro.

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Nada más real que un grito

La escuchó llorar, la sintió gemir, mientras era presa de la fiebre. ¿En


qué momento se le ocurrió venirse a Madrid si París siempre había sido
su sueño? ¿En qué momento se adentró en el centro de esa ciudad bullosa
y ocupada? ¿En qué momento quiso aumentar los duros para tener una
primavera primaveral, como nunca la había tenido? ¿En qué momento
Madrid le arrebató la vida? Si corrió siempre agitado entre sus calles, con
el afán a cuestas para hacerse a un duro desde que descendió en Barajas.
La última semana volvió a recorrer sus calles, esta vez muy fatigado,
rumbo al hospital. Madrid le pareció, como siempre, indiferente y
desolada.
¿Por qué partir en primavera si todo estaba listo para el brindis, para
la fiesta de la vida, para la torta de cumpleaños, justo cuando España
acaricia la esperanza de poner bajo control al dragón mortal? Una vez
más y para siempre quedó rota su promesa.

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Nada más real que un grito

Terror en la mente

Por Stella Margarita Velasco Buitrago

Fue en una noche oscura y tenebrosa, una noche de esas en donde la luna
y las estrellas brillaban por su ausencia o tal vez presagiaban lo que
estaba a punto de suceder donde todo ocurrió; podías sentir que el aire,
aunque delgado y sutil, era capaz de cortarte las venas, con sus gélidas
brisas despellejaba toda tu piel, pero sobre todo la piel de tus mejillas y
labios, lo único cálido que sentías en esa noche era la sangre tibia que se
empezaba a escapar de tu cuerpo a través de las cortadas ocasionadas por
la brisa que recorría tu cuerpo, y claro, nuestros protagonistas más allá
de todo optimismo, nunca tuvieron oportunidad alguna de salvarse, sus
vidas iban desapareciendo tan lento como el tiempo pasaba para ellos,
cada segundo congelado en las horas que los acompaña, cada instante lo
único que reflejaba era como su vida se escapaba ante la mirada impávida
de ellos.
Apuesto a que es lo que esperarías, que toda historia tenebrosa iniciara
con algo así, pero te equivocas, porque fue más bien todo lo contrario; ese
día no habría podido ser más perfecto y bello, el sol sublime e imponente
se encontraba en lo más alto de su trayectoria, el clima cálido y nosotros
como siempre en el acantilado, la brisa más fresca que podrías llegar a
respirar, el petricor que en ocasiones nos acompañaba con su peculiar
olor. Eso era todo el plan de los fines de semana, les gustaba sentarse por
horas al filo del acantilado y tirarse a las profundas aguas que se fundían
con los acantilados en un lienzo imperecedero; si te parabas en la orilla
no alcanzabas a entender dónde iniciaban o dónde terminaban estos, era
algo de lo que nunca te podías llegar a cansar de contemplar, pero a mí
no me dejaban acercarme a ellos, solo podía contemplarlos desde lo lejos
a través de mis binoculares o del telescopio que me habían regalado para
mi cumpleaños número 9, pero qué más podría hacer yo, era muy
complicado para mí poder llegar hasta allá y mucho menos después de
aquel terrible accidente que había marcado la vida de mi hermano y la
mía, accidente que había ocurrido en aquel lugar maravilloso y

194
Nada más real que un grito

majestuoso que tanto me hipnotizaba y me cautivaba, pero mis padres no


alcanzaban a entender eso.
Pues bien, en un día como el que hoy se estaba dando, me escapé y fui
tras mi hermano, él no se dio cuenta de que yo me había escondido en la
parte trasera de su camioneta y que me había cubierto con las mantas
que él solía llevar cuando se alistaba a visitar el acantilado, todo parecía
ir como si nada, en ocasiones levantaba la manta para observar qué era
lo que hacían y así verlos, podía ver cómo él le tomaba la mano y le
acariciaba el pelo, no entendía por qué hacía eso y sentía rabia y enojo de
ver cómo la trataba, entonces volvía a esconderme tras la manta, pero
pronto el sueño me venció y quede allí tendida en un sopor inevitable,
casi inerte, por lo que él nunca, muy a mi pesar, se dio cuenta de que allí
me encontraba; pero solo sería con algo inesperado, lo que le permitiría
que supiese de mí y de la peor forma, las horas transcurrieron, yo dormida
en la parte de atrás de la camioneta y él con sus amigos y su novia en sus
cosas y como un juego del destino se desató una tormenta magistral que
los envolvió a ellos, rápidamente todos subieron a sus vehículos y
empezaron a huir de lo que sería la peor tormenta en la historia del lugar,
el viento huracanado que rugía, era como que les hablase al oído, pero su
rugido y su clamor no lo entendían, fue allí cuando empecé a despertar,
podía oír que alguien decía…
Rugido del viento. —¡No podrán retenerme más tiempo aquí! Por fin
seré libre y van a pagar por todo el encierro y soledad a la que me han
sometido.
Era una voz realmente estremecedora y preocupante, en ella lograbas
percibir el gran dolor, la rabia y el enojo que sentía, logrando meterse
hasta lo profundo de mis huesos y hacer que me levantara de un brinco
de mi letargo involuntario y perdurable, buscaba a ese ser que gritaba de
esa manera tan lastimera, nunca lo encontré, el ambiente estaba pesado,
oscuro y lo único que podía percibir y con mucha dificultad eran las hojas
que volaban y me golpeaban la cara, por momentos me refugiaba en las
mantas y así evitar su golpeteo, en uno de esos momentos en los que me
quitaba la manta del rostro se me hizo ver algo muy extraño, era como si
un árbol nos estuviera persiguiendo y hasta podría aseverarte que tenía
rostro y que de allí era de donde provenía ese lamento tan aterrador, me

195
Nada más real que un grito

profesaba rara, algo empezó a oprimirme el pecho y nuevamente a mi


mente llegaron las imágenes de mi hermano con su novia, me sentí
embotada, débil por un instante, mi espíritu se amoscó y en ese preciso
instante fue como si mis ojos cambiaran de color, pudiendo ver con más
claridad lo que estaba ocurriendo, pero en realidad era todo lo contrario,
una venda había sido puesta sobre ellos; aun así mi hermano no me vio,
él estaba maniobrando con gran pericia su camioneta, porque volaban
troncos y ramas secas a su alrededor y él trataba de esquivarlas a toda
costa, para así salvaguardar su vida y la vida de los que con él iban,
cuando por fin hubo salido de la parte más boscosa, mermó la velocidad,
se sintieron a salvo y paró en un claro, pero la tormenta impetuosa no lo
dejaría así de fácil, arreció con más fuerza contra ellos y lanzándoles un
gran y gigantesco árbol lo estampó sobre la camioneta, ellos al ver la
manifestación y la fuerza del fenómeno que estaba ocurriendo ante ellos
salieron despavoridos a refugiarse en el costado de una gran roca, todo
sucedía como en una cámara súper lenta ante sus ojos, él, gallardo y
valiente toma a su novia, la carga y corre a refugiarse, al darse la vuelta
se da cuenta de que su pequeña hermana está en la parte trasera de su
camioneta e impávido observa cómo el árbol cae sobre ella aplastándola,
solo un grito desgarrador es lo que se escucha en ese momento en todo el
lugar.
La noticia de la tragedia se corrió por todas partes y pronto todos, las
autoridades, los cuerpos de socorro llegaron a ayudar y también la
comunidad se presentó para asistir, el trabajo se hacía cada vez más
difícil porque ya la noche se estaba posicionando en su espacio y esto
dificultaba sus labores, la gente del lugar encendió antorchas y se
hicieron en derredor de la camioneta para así alumbrar, pero no solo eso
hacían, empezaron a cantar y a mecerse en torno a su cántico y súplica,
para que todos pudieran salir con bien, con una mano sostenían la
antorcha y con la otra la posaban en el hombre de la persona que tenían
a su lado; su cántico alentaba a los que estaban luchando por sacar a
Alondra y a Benjamín de la prisión a la que ahora estaban siendo
sometidos por el gigantesco árbol, las labores se extendieron por varias
horas, la madrugada llegaba con su ambiente fresco y sobrecogedor,
deberían apresurarse si querían sacarlos con vida, Alondra siempre
impávida, inamovible, lograba conmoverlos a todos por su actitud pasiva,

196
Nada más real que un grito

aunque en ocasiones se quejaba por el gran dolor al que estaba siendo


sometida por el peso de su desgracia, esto los animaba a esforzarse aún
más; de pronto lograron sacar a Benjamín y pronto lo asistieron y fue
llevado al hospital, lo bueno de toda esta situación es que solo resultó con
algunos huesos rotos y raspaduras, pero lejos de detenerse deberían
seguir en su labor para poder sacar con vida también a la hermanita de
Samuel, las mujeres siempre atentas con sus mantas y bebidas calientes
para que el espíritu de las personas no decayese por el frío escalofriante
que los nutría esa madrugada.
Justo al rayar el alba y con aquellos primeros rayos de sol el tronco por
fin cedió dejando en libertad a Alondra y nuevamente un grito, pero esta
vez de victoria fue lo que recorrió los caminos, veredas y senderos del
lugar; ella había pasado mucho tiempo sometida al frío inclemente y al
peso del árbol, se había debilitado bastante, decayendo su ánimo en gran
manera; por la gravedad de las lesiones de Alondra no habían podido
darle nada caliente, por temor a que algo estuviera mal en su interior, la
estabilizaron y la ambulancia salió expedita hacia un helipuerto que
había no muy lejos de allí, sería trasladada a una de las mejores clínicas
especializadas del país, en donde un grupo de los mejores cirujanos y
cuerpo médico la estaría esperando para ayudarla y fue ese mismo día,
aún con aquel gran dolor que me embargaba, donde sellamos nuestro
pacto y prometimos nunca romperlo.
Al momento de romperse el tronco con un ruido estentóreo, también se
escuchó un susurro que la gente prefirió ignorar y en ese momento
Alondra se desmayó; ya iba rumbo a la Clínica de Vanguardia a ser
atendida, siguió inconsciente todo el camino y, aun después de haber
llegado, estuvo varias horas en el quirófano mientras le intentaban salvar
la vida, ah, horas tan largas y tortuosas las que vivimos en esos días, el
tiempo parecía nuestro enemigo, ya que este transcurría de manera lenta
para darnos sus noticias o iba a la velocidad de la luz cuando así lo
decidía. Mis padres no me permitieron estar cerca de ella mientras se
recuperaba, no me permitieron visitarla ni una sola vez, creo que ellos me
culpaban de que ella estuviera en esa situación y sentía que me
recriminaban no haberla cuidado y protegido como lo hice con Amber, mi
corazón estaba compungido, la tristeza me embargaba y ellos no lo podían
ver, me sentía solo, ellos me habían abandonado.

197
Nada más real que un grito

Lo único que hice durante todos esos días fue ir a la colina, amaba esa
colina y lo mejor de ella era el gran acantilado que tenías justo antes de
llegar a ese gran cuerpo de agua, que con solo percibirlo te invitaba a
anegar en aquellas aguas azules verdosas, cálidas y heladas; al
sumergirte en ellas era inevitable que tu cuerpo no se estremeciera, los
cambios abruptos de temperatura al recorrer todo el cuerpo y que se
convertían en esa segunda capa, que se adhería a ti y te acompañaba casi
por el resto de tu día y fue allí en ese lugar donde nos conocimos y nunca
me imaginé que ese encuentro desencadenaría todo cuanto aconteció en
mi vida los días siguientes. Me paraba en la orilla con el pensamiento de
arrojarme a él y esperar que este me recibiera y se convirtiera en mi
nueva morada, pero cada que me arrojaba y era sepultado por aquellas
aguas cristalinas, llegaban a mi mente las últimas palabras que
habíamos cruzado antes que te apartasen tan abruptamente de mí y con
gran agilidad salía de sus aguas y regresaba al acantilado.
Pronto las noticias llegaron, por fin mis padres me permitieron saber de
ti y como una sorpresa maravillosa me dejaron oír tu dulce y tierna voz,
mi pequeña Alondra, me estabas hablando y eso era el alimento que mi
ser, estaba requiriendo en esos momentos, me apresuré a la casa y alisté
todo para tu llegada, aún no sabía en cuánto tiempo más te vería, pero
eso no me importaba, estaba muy emocionado de haberte oído y saber que
pronto estarías entre nosotros y que todo sería como antes; puse flores
frescas en el buró de tu alcoba, esas florecillas que tanto te encantaban y
que siempre me rogabas para que te llevase a recogerlas, ya que estas se
daban en un lado del acantilado bastante complicado y peligroso para una
niña como tú, en realidad, para cualquiera; hacía mucho tiempo que no
entraba a tu cuarto, no recuerdo haberlo hecho alguna vez y el entrar fue
realmente impactante, todo cuanto allí había era casi como entrar en el
cuarto de alguien mayor, todo perfectamente colocado en su puesto, la
cama sin ninguna arruga, llena de almodones de terciopelo y con los
tejidos de la abuela, tu tocador con aquel bello marco dorado, espejo que
había sido traído desde París, algo que enorgullecía mucho a nuestra
madre al referirse a él, aquel cuadro del acantilado con la imagen de una
pequeña niña sosteniendo flores, las mismas que tanto te gustaban; razón
tenía nuestra madre en decir que eras como un alma vieja, lo primero que
observabas al entrar era el gran ventanal con sus delicadas cortinas de

198
Nada más real que un grito

un material traslúcido y suave que flotaban caprichosas al viento,


apostado al lado derecho, estaba el telescopio que te habíamos regalado
en tu último cumpleaños con nosotros y junto a él, en una pequeña mesita
los binoculares, junto con el librillo que solías llevar a todas partes;
recuerdo perfectamente también el día en que te lo regalé, desde ese día
se volvieron uno, siempre escribías en él, dibujabas o te encantaba poner
fotos viejas de nuestros padres y antepasados, además de que guardabas
las flores y me decías que así inmortalizarías ese momento en el tiempo
y lo podrías repetir por siempre; de pronto una ráfaga intensa atravesó
por la ventana haciendo que algo se introdujera en mi ojo, al mismo
tiempo sentía que alguien me sujetaba y me abrazaba fuertemente, al
principio traté de soltarme, pero cuanto más me movía o mayor era mi
fuerza para hacerlo, hacía que esto me oprimiera más y me hacía sentir
débil, dejé de luchar por un instante y me sentí aliviado, fue casi como
cuando te acercabas a mí por la espalda y me abrazabas, pronto el ojo
también dejó de molestarme, era una sensación de que lo que me había
entrado al ojo se hubiera acomodado o que por sobármelo tanto se hubiera
salido, me sentía agotado por la exaltación del día y me acurruqué en tu
cama a leer un poco y observar un rato qué tanto tenías en tu librillo y
allí me quedé. No me di cuenta a qué hora sucumbí tan profundamente,
solo sé que me desperté agazapado abrazando tu librillo, me froté los ojos
mientras me desperezaba y al voltear al ver tus flores ya estaban
marchitas y secas, algunos de sus pétalos incluso estaban en el suelo, pero
algo que llamó mucho más mi atención fue el hecho de que una de ellas,
una de las flores, aparecía en tu librillo perfectamente inmortalizada y
con la fecha de este día; a lo que no le presté mucha atención, aún me
sentía algo cansado y me seguía molestando el ojo, lo único que sí debía
hacer era ir nuevamente por las flores, pero esta vez me aseguraría de
que las que trajera a casa estuvieran frescas y así que duraran lo
suficiente para que las pudieras ver y disfrutar.
Salí de la casa, pero esa vez me fui caminando por el sendero que de ella
conducía al bosque y lentamente recorrí ese viejo camino, en mi mente
los únicos pensamientos que me abordaban era la imagen de aquel árbol
cayendo encima tuyo y de las horas subsiguientes, era casi como estar
viviéndolo en cámara lenta una y otra vez; las lágrimas se desbordaban
de mis ojos y mis puños se encontraban cerrados, sentía rabia e

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Nada más real que un grito

impotencia y de la nada terminé corriendo, cuando por fin pude


detenerme estaba en la orilla del acantilado nuevamente, pero esta vez
había sido diferente, puedo jurarte que era ella la que me estaba
llamando y yo corría a su encuentro, respiré tan profundo como pude, en
ese momento sentí que nuevamente algo me incomodaba en mi ojo, pero
no le presté atención.
Ese día pude ver cómo una venda tan fina y excelsa de aspecto casi
imperceptible era puesta en tus ojos, a lo que no pude hacer nada más
que esperar a que tú te dieras cuenta de ello y pudieras darle solución,
pero, ¿cómo lograrías hacer eso?, si es que ni tú mismo podrías verla,
sufría al ver lo que ello ocasionaba en tu vida, pero tú parecías disfrutarlo;
desde ese día una nueva venda era posada sobre ti y esta era a su vez
más gruesa que la anterior, pero igual de imperceptible que la primera
que posaron sobre tus ojos cristalinos, opacándolos y cambiando tu
semblante a cada instante.
Al llegar a casa todo fue perfecto, lo más perfecto que podría ser dada
mi nueva condición después del accidente, mis padres habían
acondicionado toda la casa para mi comodidad, quisieron mudar mi
recámara a la parte baja, pero a mí me encantaba mi habitación, sobre
todo por la vista y entonces para no limitarme a esperar a que alguien me
pudiera subir o bajar construyeron un bellísimo elevador en forja, lo que
permitía que no desentonara con los demás.
Voz de la niña. —Mamá, él nuevamente está en el acantilado, ven y
mira—. La madre se acerca sin prisa y sin darle mucha importancia,
cuando lo hace Sam ya se había alejado.
Samuel recogió las flores nuevamente y siguió su camino, pero esta vez
se sentía como flotando sobre una nube de aspecto grisáceo, turbia, que
lo envolvía y lo guiaba a donde fuera, en su mente él solo caminaba sin
sentido y se detuvo justo junto a lo que quedaba de aquel gran árbol que
había cambiado su vida; al verlo su semblante decayó y su corazón se
entenebreció, ya en la casa buscó una sierra y tomó su camioneta y se
dirigió al bosque nuevamente, al llegar allí cortó el gran tronco y cargó
varios trozos del mismo en su camioneta y se los llevó a su casa, sus
amigos lo acompañaron esta vez para ayudarlo y Amber dejó unas flores
allí; todos estaban muy angustiados por el comportamiento de Sam, ya

200
Nada más real que un grito

casi no hablaba y su aspecto había desmejorado bastante, casi no le


prestaba atención a su aspecto físico, algo que antes era muy importante
en su vida; pero ellos sabían que estaba pasando por un momento de
adaptación y de aceptación, entonces procuraban ayudarlo a salir de él;
él sabía que aquella dulce pequeña lo estaba observando y por ello se
comportaba de la mejor manera para que ella no sufriera o se asustara.
Al ir él con su rabia y su enojo en busca del que, a su parecer, era el
culpable de la desgracia de su hermanita, todos esos sentimientos
terminaron por darle salida a aquel espíritu apresado en semejante árbol
arcaico, detenido en él por cientos de años, no se había imaginado aquella
voz que le recorría todo su cuerpo y que se había alojado en sus huesos,
sí la había oído, sentido y aun transpirado, pero en esos momentos su ser
se sintió confuso y no podía cavilar con sabiduría, dejando que este le
gobernara por completo y le amargase su vivir, todos los días mientras él
esculpía la silla y cada una de las piezas de la casa, el espíritu se
fortalecía, debilitando a Sam y posesionándose más y más de él, había
empezado como una pequeña mancha, una gota negra de la sabia que
saltó hasta su pecho y se filtró hasta alojarse en su corazón y esta se
empezó a regar como tinta por sus venas, a su paso siempre le dejaba
unas manchas que se iban convirtiendo en postulas putrefactas, que se le
iban comiendo la piel en instantes, pero su mente obtusa y ya confusa por
aquella presencia no lo percibía, en ocasiones lograba distinguir su dolor
del cuerpo y trataba de esconderlas y de cuidárselas, alguien las notó y
asumieron que estaba entrenando tanto que el cuerpo estaba resintiendo
el esfuerzo, por lo que lo ayudaban y estas mejoraban un poco, casi hasta
desaparecer, pero la que tenía en su corazón seguía creciendo, y ante eso,
¿habría quién lo pudiera ayudar?
Pronto Benjamín dejó la clínica, todos estaban muy contentos, así que
fueron a su encuentro para festejar que hubiera salido con bien de todo
aquello, meses antes de esta tragedia lo habían admitido junto con
Samuel a una Universidad muy prestigiosa, otorgándoles una beca
deportiva muy importante, representarían a su país en las próximas
olimpiadas, en natación, los administrativos al enterarse de lo ocurrido
por lo raro del evento sostuvieron su ofrecimiento con la condición de que
deberían esforzarse para recuperarse en todo sentido; lo bueno es que aún
les faltaba más de medio año escolar para terminarlo y entrarían unos

201
Nada más real que un grito

meses después a la universidad, esto les daba un poco más de 11 meses


para alcanzar las metas propuestas, en esos meses Benjamín estuvo en
terapias y en recuperación, al ser un atleta de alto rendimiento, esto le
ayudó, sus lesiones se fueron recuperando muy rápido, entre tanto
Samuel también siguió con sus entrenamientos, su rabia y enojo los
canalizaba a la hora de entrenar y esto lo había convertido en una ficha
muy importante para lograr la tan anhelada presea dorada para su país
y si a eso también le sumabas que para no tener tiempo de pensar, se
metió de lleno en su otra pasión; era muy hábil con sus manos y sabía
manejar muy bien todo tipo de herramientas, con la madera que se había
llevado del tronco, le elaboró a su pequeña hermanita la silla de ruedas
más hermosa y cómoda que alguien pudiera tener, mientras la elaboraba
siempre su corazón se perturbaba recordando el suceso y sus ojos se
llenaban de lágrimas y cambiaban no solo de color sino en su expresión,
era una pieza tan bella y suave al tacto, ya que no había podido ayudarla,
por lo menos le ayudaría a que su vida fuera más fácil; además le
construyó la casita de muñecas que ella le había pedido que le hiciera
algún tiempo atrás, pero que él por estar sumido en sus cosas no se la
había hecho; se esmeró tanto en ella, como explicarte la perfección que
había en cada detalle, en cada pieza hecha y colocada, era la
manifestación de lo sublime y dotado de hermosura en miniatura, no
carecía de ningún detalle o esmero, era casi la réplica de donde ellos
vivían, su tamaño colosal y perfecto al mismo tiempo, era definitivamente
una obra magistral digna de admiración, cada precisión en las medidas y
escalas utilizadas te dejaba pasmado y sin aliento.
A Alondra le encantó, se abalanzó como pudo sobre ella y desde ese
momento nunca se volvieron a separar, Sam estaba realmente conmovido
y pávido al ver la pasividad y felicidad de su hermanita con algo que para
él era minúsculo comparado con todo el sufrimiento al que se había visto
ella sometida y como si no fuera poco lo que había logrado con aquella
bella casita de muñecas esta se abría y se podía acomodar en torno a su
silla para que ella cupiera perfecto y alcanzara a todos los espacios; ella
pasaba sus días y noche allí observándola y jugando con ella, aunque solo
había lago que le faltaba para ser perfecta, no tenía una sola muñeca o
muñeco en su interior, pero esto sería algo que cambiaría en muy poco
tiempo.

202
Nada más real que un grito

Al transcurrir unos días Sam entró al cuarto de su hermanita a dejarle


las flores que había tomado del acantilado, y cuando las estaba colocando
en su buró, pudo ver a alguien a través del espejuelo del tocador de
Alondra, al principio sintió un poco de temor y se llevó sus manos a los
ojos, pero algo lo incitaba a ver, casi como que alguien le susurrara al oído
que volteara, sin más volteó para echar un vistazo, era la belleza hecha
mujer, su sutil figura y sus delicadas manos, vestida de blanco con
cabellos tan largos, ondulados y dorados, cual rayos del sol en primavera,
al caminar expedía una fragancia tan etérea que adormecía tus sentidos
y quedabas suspendido en tus recuerdos y realidades por horas, incluso
por días quedabas en ese letargo absorto e inconsciente; ella con su
dulzura característica lo toma y lo lleva para curarle, a lo que él impasible
no puede decir nada, estaba como hechizado ante su presencia, con gran
agilidad y sutileza pone una nueva venda sobre los ojos de Sam, esta es
un poco más pesada pero igual de imperceptible que las demás, lo cura y
le susurra algo al oído a lo que él con su cabeza asiente y se va de allí.
El tiempo, ah, amigo, es tan efímero y escurridizo, en un instante crees
que está a tu favor y al otro intervalo se ha ido arrebatándote lo que creías
tuyo y así él nunca se detuvo, los meses para la entrada a la universidad
pronto pasaron y con ellos la recuperación completa de Benjamín, ya nos
estábamos alistando para nuestro futuro, cuánto me pesaba ello, ¿cómo
continuar mi vida? Debería seguir adelante, nunca se apartó de mi mente
la imagen de mi pequeña hermanita cuando llegó del hospital; fueron los
días más largos de mi vida, ya que mis padres estaban realmente
enojados conmigo, no entendía por qué, yo no la había llevado conmigo
ese día, pero igual casi no me hablaban y mucho menos me dejaban
hablar con ella, tuvieron la consideración de avisarme que regresaban del
hospital, al verla mi corazón se agrietó y en ese momento la mancha
encontró cómo adentrarse más en mí, la sabia se metió aún más al
interior y allí se instaló; cuando la vi nuevamente mi papá la traía en
brazos, ella con su sonrisa serena que me hipnotizaba, ni siquiera esto le
arrebató su alegría, la puso con suma delicadeza en la silla que yo le había
construido y corrí por su manta para cubrirla y evitar que se enfriara,
mis padres a duras penas me miraron, siguieron de largo entrando a la
casa, por fin pude estar nuevamente a su lado y ese día no los vi más, lo
que no noté tampoco fue su extraña manera de trasladarse.

203
Nada más real que un grito

Benjamín. —¡Vamos Samuel o nos cogerá el tráfico de la autopista!


Sentado en la puerta de la camioneta de Sam, golpeó el techo de la misma
y grita, estaba muy eufórico porque iban rumbo a la universidad.
Antes de partir subí rápidamente a despedirme de Alondra y a dejarle
sus flores preferidas, me acerqué a su buró y las flores ya estaban
marchitas y mal olientes, cuanto me alegró el llevarle estas para así
reponer las que ya se habían marchitado; mi pequeña estaba
descansando, así que solo la besé en la frente y salí con gran sigilo, cuando
ya me estaba yendo pude notar que ya tenía algunos muñecos al interior
de la casita y esto también llenó mi corazón, aunque no pude detallarlos
muy bien ya que los tenía acostados y cobijados, me acerqué a la casita
para tratar de verlos bien, pero Benjamín empezó a hacer sonar el pito y
por temor a que por su bulla se despertara bajé expedito para partir por
fin, además aun nos faltaba pasar por casa de Amber a despedirnos, ella
iría a la misma universidad que nosotros, pero a ella la llevarían los
papás unos días más tarde. Estaba muy callado, tenía una sensación rara
desde que vi aquellos muñecos, me recordaban a alguien, no sabría cómo
explicarlo bien, pero esta sensación me estaba oprimiendo el pecho,
Benjamín no paraba de hablar, me estaba enloqueciendo, pero en mi
mente solo estaba el tratar de recordar a quién se me parecían y tratar
de que esta sensación se desvaneciera de una vez por todas; a lo lejos
pudimos ver a una mujer que pedía ayuda, parecía que estaba en
embarazo, yo no quería parar, pero Benjamín insistió en que la
ayudáramos y no me quedó más remedio que parar, a pesar de lo que esto
conllevaría. Al detenerme Benjamín se bajó a auxiliarla, corrió hasta
donde ella se encontraba, ya que detuve el carro algunos metros adelante,
una ráfaga helada nos envolvió en ese momento, junto con varios copos
de nieve que helaron más el instante y allí empezó todo, la ventisca se
tornó más fuerte, casi no nos permitía ver, empecé a comprender lo que
pasaría y cuando quise ver qué había pasado con la señora embarazada,
no la pude encontrar por ningún lado y entonces traté de correr hacía
Benjamín para auxiliarlo, pero algo me detuvo, pude ver cómo era
levantado del suelo, envuelto en aquella borrasca, que cuando lo tuvo en
la parte más alta lo dejó caer, quedando inmóvil por unos minutos, las
cosas en realidad pasaron muy rápido, pero para mí no, era como si las
estuviera viendo en cámara lenta y así mismo me sentía, me sentía

204
Nada más real que un grito

congelado en el tiempo y entre más fuerza le impartía a mi cuerpo, más


lento me volvía, casi al punto de quedarme estático. De pronto todo
pareció casi como una pintura, en la que podías ver a Benjamín en el piso
terroso y frío, las hojas, con los copos de nieve flotando en círculos
alrededor de nosotros, los árboles cerca, a un costado el trozo de lo que
había quedado del tronco que los aplastó y una sombra oscura que se
percibía en el piso, que se hacía cada vez más y más fuerte, pude ver cómo
Benjamín recobraba el sentido y como de sus ojos salían lágrimas, pero
estas eran negras y de pronto el tiempo volvió a andar como lo hacía
habitualmente, este fue el inicio del final de él; el dolor que sentía en esos
momentos era terrible, tenía quebrados casi todos los huesos de su cuerpo
y aun así con sumo esfuerzo trataba de huir de aquello que se estaba
acercando con gran rapidez a él, yo seguía tratando de llegar y auxiliarlo,
sus ojos pronto se cubrieron con aquella sabia gris y pegajosa,
arrebatándole su visión.
Samuel. Se postra de rodillas en el suelo helado y se acurruca tapándose
los oídos para tratar de no escuchar los gritos desgarradores de su amigo.
—¡Perdón! Pero fue la única manera que ella me dejara en paz y que me
ayudara con Alondra.
Mientras los gritos atroces y desgarradores me recorrían mi ser y se
alojaban a un costado de mi alma, pude observar cómo por el suelo se
arrastraba algo viscoso y aterrador, tuve miedo de seguir observando y
cerré mis ojos, pero mi curiosidad era más grande que mi temor y volví a
abrirlos, vi cómo esa mancha viscosa que se arrastraba por la tierra y la
nieve del lugar que empezaba a caer, lo hacía ayudada por una especie de
brazos, con dedos largos y puntiagudos que hacían un ruido tan
estremecedor que me destemplaban los dientes y mientras se
transportaba empezaba a tomar forma, al principio era muy confusa, pero
conforme se iba acercando a Benjamín está iba mutando su apariencia y
ya cuando estuvo a su lado se había convertido en una mujer de aspecto
pequeño con cabellos largos y negros, cual la noche más oscura, su tez era
casi trasparente y adherida a sus músculos que en realidad casi no tenía
y a sus huesos; pero lo más espeluznante era que parecía estar
embarazada, en un instante ella volteó a verme, sus ojos al principio eran
dulces y lastimeros pero de pronto se tornaron grises y oscuros como si
un huracán se estuviera desatando en ellos, cerré nuevamente mis ojos

205
Nada más real que un grito

con tal fuerza que podía sentir la presión en ellos, en mi mente la imagen
de aquello que estaba viendo y viviendo, Benjamín seguía gritando y en
un momento de resplandor me paré con la intención de ayudarlo, en ese
instante pude observar que el vientre de la mujer tenía un corte que le
llegaba de lado a lado, era un corte que se notaba que había sido hecho
por un cuchillo perfectamente afilado, por lo limpio del mismo, por el que
se empieza a asomar algo, entre más se asoma más claridad puedo tener
de lo que es, una pequeña cabeza surge del interior, que extendiendo sus
manos cual ramas delgadas de un árbol se introducen lentamente en
Benjamín sobre todo su cuerpo.
Ante todo esto que se estaba presentando mi ser no pudo más y mi
espíritu me abandonó por una fracción de tiempo y fue entonces cuando
me desmayé, cayendo sobre la delgada capa de nieve que se estaba
formando sobre la tierra y dejando allí mi silueta plasmada, sentí que
reboté en ella y luego no percibí nada más, no sé cuánto tiempo estuve
allí tirado, o cuándo llegué allí, solo sé que al recobrar mi conciencia ya
no estaba en el bosque, me desperté en el dormitorio de la universidad
con un gran golpe en la cabeza y más aún al ver que Benjamín estaba allí
conmigo.
¿Qué era lo que había ocurrido? ¿Lo había soñado?, me sentía
confundido y muy cansado, como si hubiera nadado más de cinco mil
metros contra marea en menos de 30 minutos, no quería pensar más así,
que sencillamente me volví a recostar y me dormí, aunque esto también
para mí había cambiado.
Desde ese momento viví atrapado como en una especie de letargo
profundo y etéreo que me impedía ver las cosas que sucedían a mi
alrededor con claridad, esto hizo también que me alejara de aquellos a
quienes tanto amaba y que ellos a su vez se hubieran apartando de mí
tan rápido como la mancha de un caracol sobre tierra seca; ¡oh!, si hubiera
visto el amor incondicional de todos los que me rodeaban, se los aseguro
que todo hubiera sido muy distinto el día de hoy, pero qué les puedo decir,
las vendas estaban puestas y estaban logrando su cometido: apartarme.
Lo peor es que estaba arrastrando hacia ellas a todos los míos, tan sigiloso
como las sombras se adhieren a ti en la noche o en el día más brillante en
el que puedas estar, así aprendí a moverme y a acercarme a todos, sin

206
Nada más real que un grito

importar lo que sintiera por ellos, mi único cometido era acercarme tanto
que no notasen que aquellas vendas eran puestas en sus ojos.
Sé que en este punto deben sentirse un poco confundidos, pues bien se
los voy a explicar, cada que me acercaba a ellos una pequeña porción de
la sabia que crecía como mares en mi interior se pasaba hasta ellos,
entraba por cualquier lugar, una pequeña raspadura, una pequeñísima
herida en tu encía después de cepillarte, ese uñero que te molestaste justo
antes de un parcial o por un grano que te salió por tu adolescencia, es
decir, no importaba porque siempre encontraba el punto por donde
filtrarse, la primer vez que vi cómo lo hacía vomité por la impresión; fue
el día en que salió Benjamín del hospital, me acerqué a saludarlo y vi el
hambre de esa cosa al verlo, se abalanzó sobre él. ¿Cómo explicar lo que
veían mis ojos en palabras para poder describirles con exactitud aquello
que se posaba sobre el que fue mi amigo y que ahora estaba siendo
cubierto por esta mancha grisácea? Podía ver cómo se alimentaba de su
cuerpo, cómo en las heridas que él tenía se posaba y le arrancaba
pequeñas porciones de su piel y se las comía, fue en ese instante que no
pude más y devolví mi estómago, peor que eso fue que no alcancé a llegar
al baño, lo hice sobre un basurero y allí noté que una pequeña masa había
salido de mi interior, lentamente aumentaba su tamaño ante mis ojos y
esa materia viscosa que había expulsado al verla era como una bolsa
traslúcida con venas, que seguía creciendo más y más, algo adentro
parecía moverse y pude escuchar un lento y suave palpitar, estremecido
y asustado me alejé con prontitud de allí, pero pude ver cómo esa cosa se
deslizó fuera del basurero, resbaló unos pocos centímetros y ya no lo pudo
hacer más, su vitalidad se apagaba conforme avanzaba y ya solo en el
suelo quedó una mancha horrenda que pronto fue limpiada por el
personal del servicio, quedando tan solo el recuerdo de lo que había sido
o hubiera podido llegar a ser.
De allí en adelante así fue con casi todos a los que me acercaba, era
como si esa cosa no se saciara nunca, pude notar que se sentía más
ansioso con ciertas personas y sentía que hasta huía de algunas de ellas,
el caso es que a las que lograba acercarse les ponía la venda y de allí en
adelante todo era más fácil para aquella materia extraña y pegajosa.

207
Nada más real que un grito

Voz de la niña. —No puede ser, apareció otro muñeco—. Se queda


pensativa, lo toma y lo observa con sumo cuidado, pero este es más joven
que los otros, ¡genial!
Las noches para mí eran caóticas ya que siempre tenía frío, lo que yo no
sabía era que desde ese día ella siempre me acompañaba, se sentaba al
final de mi cama tomándome los pies y acariciándome, mientras de sus
manos y de su ente, escurría ese líquido viscoso y mal oliente que enfriaba
mi ser y mi alma, siempre pensé que era el frío de la noche y me cobijaba
bien para no sentir tanto el frescor de la madrugada, pero no, siempre fue
ella, cuando por fin lograba dormirme de mi mente no se apartaban los
últimos días, el árbol aplastando a Alondra, la indiferencia de mis padres,
el acoso de mis amigos y maestros por ayudarme, la membrana viva que
había salido de mí y que se arrastraba buscando algo vivo en qué
adherirse; pero de repente como si estuviera entre sueños, o parte de mi
conciencia estuviera despertando venía a mí esa misma efigie, es allí en
donde podía ver aquel vestido de seda blanca ondeando al viento te
encapsulaba en él y te sentías abrigado, aliviado, eso era lo que tú
percibías mientras adormecía tus sentidos aquellas mismas capas de
seda, se tornaban grises y oscuras dejando salir su verdadera
manifestación, pero cuando ya despertabas del sopor en el que habías
caído ya no podías hacer nada.
Por fin el semestre había terminado, los entrenamientos eran cada vez
más fuertes y nos exigían mantener tanto el ritmo como las notas, no
entendía cómo lo estaba haciendo, pero lo que me importaba era que mi
promedio estaba bien y que en realidad iba volando con mis tiempos,
había logrado reducirlos en varias milésimas de segundo y otros hasta en
segundos, por lo que me había ganado mi derecho a ir a casa a pasar un
tiempo con los míos, a Benjamín sí le tocó quedarse en el campus para
lograr mejorar sus tiempos, así que ese día después de despedirnos
regresé a mi amado acantilado y a verte, mi pequeña y frágil Alondra
Sentado en el acantilado junto a las flores que tanto te gustaban seguían
viniendo a mi memoria aquellos recuerdos que me perturbaban, pero
también aquellos vividos antes de tu tragedia, siempre esperaba hasta el
último instante para cortar las flores y poder llevártelas, seguía sin
entender por qué se marchitaban tan pronto, mi único interés era que al

208
Nada más real que un grito

abrir tus ojos de ese azul celeste en el que podrías perderte fuera lo
primero que vieras, muchas veces me extraviaba en ellos, ¿pero cómo no
hacerlo? Era como verse o sumergirse en las aguas profundas del
acantilado y en ellas perderse para siempre, estas imágenes llegaban a
mí como flashes que me estremecían, cuando me daba cuenta estaba
totalmente humedecido por las lágrimas que caían como cascadas sin
control de mis ojos; podía pasar horas enteras en aquel lugar, en mi casa
nadie me extrañaba o se preocupaba por mí, por lo general el sueño se
sumaba a mis encuentros en aquel lugar y terminaba tumbado sobre la
hierba fresca, adormecido por la fragancia sutil e inestimable que
emanaban aquellas florecillas; después de este largo descanso me
levanté, recorté las flores más bellas que allí se encontraban y partí a
entregártelas, pero no te encontré en casa, supuse que habías ido a algún
control, así que las dejé donde siempre las ponía, era necesario que
enviara un documento a uno de mis profesores, en realidad a mi
entrenador, y fui al estudio de mi padre a buscar mi acta de nacimiento,
documento imprescindible para que me pudieran inscribir en las
olimpiadas.
En eso llamaron a la puerta y antes de que pudiera moverme hacia ella,
alguien ya había abierto, me asomé por la ventana para enterarme de
quién se trataba y pude ver una patrulla de la policía con sus luces
encendidas, dos policías en el porche de la casa hablaban con alguien, no
alcancé a escuchar muy bien de qué se trataba, solo se me hizo escuchar
que nombraban a Benjamín, así que bajé tan rápido como pude por las
escaleras, al punto que me salté los últimos escalones para llegar más
rápido, pero mi esfuerzo fue en vano ya que no alcancé a llegar, abrí la
puerta y a lo lejos vi alejándose en una nube de polvo la patrulla, traté de
hablar con mi madre pero ella solo se apartó sin mirarme o farfullar
palabra alguna, no había vuelto a escuchar su voz desde hacía más de un
año, al verla supuse que Alondra ya estaba en la casa y subí nuevamente
para hablar un poco con ella, al llegar a su cuarto toqué suavemente y
muy despacio giré la perilla, fui abriendo la puerta con sumo cuidado, no
quería perturbarla, pude observar que estaba recostada sobre su cama,
así que me acerqué y la besé en su rostro, estaba un poco fría, tomando
la manta que estaba a sus pies la cobijé y me aparté.

209
Nada más real que un grito

Samuel. —¿Es esto una broma? ¡Mamá! ¿Quién cambió las flores del
buró de Alondra?
Solo un silencio eterno siguió a mi exclamación, estaba realmente
furioso, lo único que tenía para consolarme era hablar con mi hermanita
y llevarle sus flores, las cuales sabía que ella no podría volver a recoger
jamás, esa noche hacía más frío que de costumbre, parecía que las
heladas habían llegado mucho antes, el frío me recorrió todo mi cuerpo,
me asomé otra vez al cuarto de ella para cerrarle la ventana y evitar que
se enfermara y esta vez noté algo que no había visto.
Su casita de muñecas ya tenía muñecos, estaba impresionado de ver su
perfección y de ver cada detalle en ellos, los tenía muy bien organizados
y su vestimenta era impecable, digna de cualquier diseñador; me acerqué
más para poder contemplarlos mejor y al hacerlo mis ojos no daban
crédito de lo que estaba viendo, cada uno de estos muñecos era muy
parecido a las personas que conocíamos, por no decir que eran exactos,
pero algunos aún no estaban terminados, era como si estuvieran
trabajando en ellos, les faltaban partes del cuerpo o los ojos, la ropa, algo
que me impactó de sobremanera, seguí observando y prestando atención
de donde estaban los muñecos para no cambiarlos de lugar o de posición,
para que Alondra no se enojara conmigo, al llegar al cuarto principal los
muñecos estaban arropados y mi curiosidad fue más fuerte que mi deseo
de respetar la privacidad de mi hermana, así que con un poco de temor
empecé a quitarles la pequeña manta que los tapaba, era increíble, mi
mano me temblaba y empecé a sudar frío, resbalé la pequeña manta hacia
mí y pude ver los muñecos, eran mis padres allí recostados en la camita
que yo pocos meses atrás había construido, esto me hizo sentir extraño y
asustado lo que provocó que diera unos pasos hacia atrás estrellándome
con algunas cosas, rápidamente levanté todo cuanto había tirado,
tratando de dejarlo como lo había encontrado y salí de allí, no sin antes
volver a recoger las flores marchitas, o lo que quedaba de ellas, cerré la
puerta a mi espalda, suspiré y me fui a mi cuarto a tratar de dormir.
En ese entonces el invierno comenzó más temprano que de costumbre y
pronto supe por qué había ido la policía ese día, sí se trataba de Benjamín,
lo estaban buscando porque nunca había llegado a su casa, el despliegue
por su búsqueda fue realmente grande, el tiempo transcurría sin noticias

210
Nada más real que un grito

de su paradero, el clima inclemente empezaba a afectar la exploración,


pero, ¿por qué buscarlo allá?, se suponía que él estaba en la universidad,
aunque los testigos aseveraban que lo habían visto la última vez en el
bosque conmigo; me uní a la búsqueda a pesar del frío y de la ventisca
que nos acompañaba, ya habían pasado muchos días desde su
desaparición, así que junto con Amber, Ciro y Vicente nos adentramos al
bosque, pero nuestra búsqueda fue en vano, cualquier rastro estaba
siendo borrado por la pureza de la nieve que empezaba a caer y su cuerpo
aún sin descubrir se había llenado de hojas y de animales que lo habían
escogido de albergue, los caminos y los árboles majestuosos vestidos de
blanco, la nieve que cubría todo a su paso, revistiendo todo con esa
bellísima capa blanquecina perfecta, y claro, mis huesos también se
revistieron con su manto celeste; podía sentir cómo mi vida se adentraba
al interior de aquel lugar y aún podía escuchar esa triste melodía que
persistía mientras mi cuerpo inerte era recubierto e inmortalizado en ese
terreno, aquella melodía lúgubre que me hacía recorrer los caminos por
los que solía ir, pero esta vez era diferente, el sonido del piano, cada
acorde se clavaba en mi corazón y se desgarraba mi alma; cada nota
tocada me martillaba el espíritu y retumbaba en mis oídos ya ausentes;
aquellos parajes distantes y solitarios, ¿alguien realmente me extrañaría
lo suficiente como para buscarme...? ¡Qué irónico!, siempre me reía
diciendo que este sería el lugar perfecto para desaparecer un cuerpo y
heme allí, postrado en este suelo frío y duro como colchón de lo que serían
mis últimos días sobre la faz de la tierra.
Los días transcurrieron en total monotonía, angustia y la pesadumbre
de todos, ¡cuánto buscábamos con gran interés el paradero de Benjamín!,
pero parecía que la tierra se lo hubiera tragado y si a eso le sumabas que
esta era la nevada más infame registrada en la historia de nuestra bella
y apacible ciudad te encontrabas con el peor escenario. No fue el único
que desapareció pronto Ciro, Vicente, Amber, Celeste y algunos más se
unieron al grupo de los desaparecidos, algo sumamente preocupante para
una población como la de nosotros y lo peor de todo es que no había rastro
de ellos, nunca se supo de su paradero, lo que me entristecía cada vez más
día a día; no podía pasar por otra depresión nuevamente, así que me
aferré más a las necesidades de Alondra y a consentirla en lo que más
pudiera, decidí entonces que su casita debería tener nuevos espacios de

211
Nada más real que un grito

entretenimiento y fue entonces cuando le adicioné una piscina natural,


tratando de imitar el acantilado que tanto amábamos y para hacerlo más
real, lo tallé en la roca madre del mismo y con la ayuda de un pequeñísimo
motor hacía que el agua fluyera como lo hacía en la real y no contento con
eso también sembré de las flores que tanto le gustaban, con gran ansia
esperé a que si me prendieran y florecieran, así ya no tendría que ir nunca
nuevamente por ellas ya que estaría allí por siempre. Una sombra
oscureció por un instante el cuarto, pero al voltear a ver no había nadie
cerca de mí, Alondra estaba dormida, ya nunca la había podido volver a
encontrar despierta, me preocupaba que tal vez ya no quisiera verme o
que estuviera desmejorando.
Y ese astro celestial que nos acompañaba en las mañanas, seguía su
curso hacia el ocaso, era algo que me seducía y de lo que no me cansaba
de ver nunca, mientras esto ocurría yo estaba sentado en el balcón de mi
casa con una taza de café amargo que me reconfortaba y me ayudaba a
aclarar mis ideas, la noche cada día acercándose más, su paso lento pero
constante no se detenía y mis ojos fijos en el horizonte, mi pupila dilatada,
esa noche la luna tímida se dejaba ver por momentos, y fue precisamente
en uno de esos instantes, en que la luna pudo penetrar sus rayos por las
pesadas y espesas nubes cargadas de los copos que pronto nos abrigarían
con su helado encanto, que la vi, por un momento pensé que se trataba
de un espejismo y que mis ojos ya cansados estaban viendo visiones,
nuevamente la luna logró traspasar las gruesas capas y cúmulos,
permitiéndonos ver su encanto por más de un minuto y allí pude ver con
gran claridad lo que antes pensé que me estaba imaginando, pero estas
nuevamente como un mal presagio volvieron a enturbiarla con su
presencia; salí tan rápido de la casa que lo único que cogí fueron las llaves
de mi camioneta, con gran rapidez y nerviosismo me dirigía hacia el
acantilado, no lo podía creer, era ella, estaba viva, pero, ¿dónde había
estado todo este tiempo y qué había estado haciendo? Un suspiro
profundo recorrió todo mi ser, ese soplo de vida me llenó de emoción y en
ese mismo instante que mi ser se llenaba de vida y me revitalizaba vomité
nuevamente, pero esta vez la membrana viscosa que salió de mí, cayendo
por la ventana de mi carro, trató de inmediato de aferrárseme, aceleré lo
más que pude para alejarme de ella y pude oírla y aun verla por el
retrovisor que se aferró a lo primero vio que se le cruzo por enfrente; fue

212
Nada más real que un grito

algo realmente escalofriante, aquel pequeño animal se retorcía del dolor


y sus chillidos retumbaban en mis oídos, esa masa viscosa lo envolvió por
completo y cuando hubo terminado de hacerlo sus ojos se cubrieron de
ella y salió corriendo sin control hacia mí, podía ver cómo su carrera
aumentaba, así que saqué mi ballesta y traté de dispararle, el miedo
abonado con la angustia que sentía de que esa cosa me alcanzaba,
nublaba mi razón haciéndome fallar en mis tiros, hasta que por fin le di
y de pronto quedó tendido en mitad de la carretera, nuevamente aquel
asqueroso tegumento se vio desesperado y se empezó a reducir hasta
quedar convertido en una mancha más de la carretera.
Al continuar mi camino hacia el acantilado en mi mente solo estaban
las imágenes de mi bella Amber, me sentía extasiado de verla
nuevamente, ¿cómo no ir hacia donde ella estaba?, así ella no me hubiera
llamado lo habría hecho, pero verla saludándome desde lo lejos e
invitándome a saltar con ella desde el risco, como cuando lo hacíamos
antes de toda esta tragedia me llenó de gran felicidad, el camino se me
hizo eterno, me pareció que llevaba horas manejando hasta que por fin a
unos cuantos metros de mí estaba ella, tan bella y perfecta como siempre,
vestía ese vestido blanco que tanto me gustaba, aquel que vimos juntos
en el aparador que le quedaba tan bien, se ajustaba a su figura de manera
perfecta y extraordinaria, algunos pequeños y delicados rayos de luna que
le acariciaban su piel, mientras ella estaba sentada en la orilla,
balanceando sus pies, se voltea hacia mí y mirándome estira su mano,
presto me acerco a ella sentándome a su lado, ella muy suavemente se
inclina recostándose en mi hombro, justo allí el tiempo se detuvo, fue
como si la tierra dejara de girar, no se movía una sola hoja, yo estaba
encandelillado con su aparición, no percibía nada más que lo que ella me
estaba permitiendo ver y sentir, aquel rayo plateado solo le iluminaba
una parte de su dorso, el resto del cuerpo entre las sombras y la penumbra
de la noche.
Vaya que estaba absorto en el recuerdo de mi mente, porque mis ojos
carnales no me permitieron ver lo que realmente estaba sucediendo; su
cuerpo húmedo y putrefacto con las ausencias de su carne se lo habían
comido los peces, su vestido raído, con algas que le colgaban y sus pies
llenos de lo que pudieron ser rasguños y heridas, con la ausencia de
algunas de sus uñas, en uno de sus tobillos colgaba aún de la correa uno

213
Nada más real que un grito

de sus zapatos; pero más allá de toda esta situación yo ni siquiera podía
percibir su olor mohoso e infecto que embargaba todo el ambiente y
opacaba la fragancia perfumada y magna de las florecillas del acantilado.
Esa noche no hablamos, disfrutaba de su compañía en silencio, en
realidad no hicieron falta las palabras, me dejaba guiar por lo que ella
me hacía sentir, en un instante se incorpora sin soltarme de la mano, yo
la sigo aun en silencio, mientras a su paso ella sigue chorreando y
pequeños trozos de su ser y de su ropa se van desprendiendo, largas algas
cuelgan de su cabellera haciéndola ver más extensa y enredada, me lleva
hasta el lugar en donde dos amantes tiempo atrás habían estado y del
cual existían muchas y diversas historias, de repente una nube tapa por
completo la luna y quedamos sumidos en una oscuridad insondable,
envolvente que aturdía tus sentidos, como ecos retumbando en mis oídos
las palabras que ellos se dijeron ese día; mientras mi cuerpo caía por el
acantilado, por unos segundos la luna pudo penetrar por los espesos
cúmulos de nubes sus delicados rayos alumbrando a Amber, pude verla
como estaba realmente y alcancé a observar cómo con su otra mano se
sacaba una daga de su dorso, el sonido provocado por esta acción hizo que
mis dientes se destemplaran y cerré mis ojos.
Esa noche oscura en el lago mi corazón se detuvo, no lo vi venir, lo único
que alcancé a sentir fue el frío intenso de aquella daga delgada y fuerte
penetrando por mi costado atravesando mi pulmón y alojándose
directamente en mi corazón, este se convertiría en su funda por muchos
años, historia que se repetirían... Qué ingenuo fui, nunca me di cuenta,
pero ahora que tengo tanto tiempo libre he podido meditar sobre ello y
aclarar mejor mi mente y mis ideas, mi cuerpo se hundía cual plomo en
las impetuosas aguas, yo sentía como si fuera llevado de la mano de
alguien, pero mi mente confundida no entendía que Amber era quien me
había arrastrado a las profundidades de lo que se convertiría en nuestra
última morada juntos, pero en realidad había sido yo quien la había
puesto en primer lugar allí; cuando mi cuerpo llegó a lo más profundo de
estas aguas, aún mi alma no había abandonado mi ser y en esos instantes
mi mente logró regresar y todos los recuerdos vinieron a mí como una
fuerte bofetada.
Voz de la niña. En su mano tiene uno de los muñecos con los que más le
gustaba jugar, ella decía que era muy real, ya que este tenía un yeso y

214
Nada más real que un grito

vendas. —Mamá la dama oscura otra vez está aquí—. La madre asustada
le pide que la describa. —No te vas a enojar conmigo, ¿verdad?
Mamá. La abraza fuertemente, le sonríe y la sienta en su regazo. —
Dale, mi pequeña florecilla, cuéntame—. La niña empieza su relato.
—Ella todo el tiempo está allí, es como si no quisiera o no pudiera salir,
lo más lejos que la he visto llegar es al balcón, cuando la ves moverse, no
es como lo hacemos nosotros, siempre se ve suspendida a unos
centímetros del piso, nunca le he visto sus pies, su vestido flota y se
mueve conforme ella lo hace, pero debe ser pobre porque está raído y roto,
en ocasiones se le caen trozos de él, los he guardado todos en aquel cofre
—señalándolo con su pequeño dedito—. La madre voltea la pone sobre la
cama y sin hacer movimientos bruscos lo toma, no quiere que ella se
asuste y mucho menos que deje de contarle lo que está viviendo, nota un
olor bastante penetrante que sale de él y lo guarda en el bolsillo de su
falda.
Voz de la niña. —¡Mamá!, ¿ves?, por eso no quería contarte, todo me lo
quitas. Por eso también siempre guardo las flores—. Se entristece y hace
pucheros.
Mamá. —No, muñeca, no te lo voy a quitar, ¿te acuerdas que te había
dicho que lo iba a llevar a pulir? Es solo eso, recuerda que este es el cofre
que tu abuelo le dio a tu abuela con la sortija de compromiso, sigue
contándome.
—Cuando la veo a ella me siento triste y en ocasiones me duelen mis
ojitos, siempre anda con un ramo de flores secas, muy parecidas a las del
acantilado y en su otra mano un pañuelo muy lindo, es de una tela que
brilla con el sol, una vez quiso ponérmela en los ojos, pero entre más se
acercaba más triste me sentía —la madre solo se toca el pecho y la acerca
a su corazón— así que mejor me fui a jugar con las mariposas plateadas
que ese día entraron a mi cuarto, lo que no entiendo es por qué él se acerca
tanto a ella y cada vez que lo hace ella le pone un nuevo pañuelo sobre
sus ojos, pero parece que a él no le incomoda porque nunca se lo quita, es
como si solo se lo tratara de acomodar; su cabello es largo y enredado,
como si nunca lo hubiera cepillado, no me gusta como huele, me hace
acordar de la vez que visitamos el cementerio para sacar los restos de la
abuela, lo curioso es que a pesar de que no le veo los pies deja unas huellas

215
Nada más real que un grito

oscuras y unas marcas como de neumáticos en mi cuarto, por las que tú


siempre me regañas, casi no me gusta mirarla a la cara porque le faltan
pequeños trozos de piel por los que se asoman gusanos que la
mordisquean y puedo ver su carne y sus huesos a través de ella, en
ocasiones su apariencia cambia a tal grado que no me asusta, la veo
sentada en la mecedora con su extensa cabellera al viento, mientras
contempla el acantilado y acaricia su barriguita, en ocasiones me he
acercado y he podido sentir como patea su bebé, pero esto dura unos pocos
instantes, cuando el sol se oculta ella se vuelve a transformar e
inmediatamente después de ello llega a mí un nuevo muñeco, pero nunca
llegan a la misma parte de la casita, algunos los he encontrado en los
cuartos, en la piscina que también apareció, al principio pensé que tú me
los dejabas, pero un día lo vi llegar, la casa cada vez se hace más extensa
y tiene partes de la ciudad que aparecen conforme ellos lo hacen.
Voz de la niña. —Ummm, ya se fue, estoy cansada de hablar me quiero
ir a jugar—. Se retira saltando de allí, sale a perseguir las mariposas
plateadas que siempre aparecían si ella estaba.
Cuando la mamá se mete la mano al bolsillo para sacar el cofre en el
que estaban los trozos de tela que su hija había guardado, siente algo
húmedo y viscoso, retira con rapidez su mano del bolsillo y al verla esta
negra y llena de gusanos blancos y malolientes, rápidamente toma una
toalla para limpiarse pero entre más lo hace, más se embadurna de
aquella membrana viscosa y hedionda, ese día ella había discutido con su
esposo por algo sin importancia y mientras preparaba el almuerzo se
había cortado, herida que aprovecho la viscosidad para apoderarse de ella
y ganársela para su mundo, sin más, sus ojos cambiaron de color,
menguando su semblante, al punto de que su aspecto se volvió lúgubre y
triste, su vestimenta cambió drásticamente como si la hubieran sacado
debajo del agua, se veía raída, rota, desgastada y sin dar explicación se
empieza a alejar de su pequeña mientras la niña es atraída por unas
extrañas mariposas plateadas que siempre la apartan cuando ella está
cerca.
Voz de la niña. No se da cuenta de lo que está pasando a su alrededor
porque está jugando con las mariposas. —Mamá, es que cuando ella les
pone la venda la segunda vez, es como que ellos dejaran de caminar, ya

216
Nada más real que un grito

no lo pueden hacer, empiezan a flotar, sus pies se ven descolgados, sus


dedos se arrastran y después aparecen en una de las habitaciones de mi
casita, pero no siempre están con la misma ropa, lo que es genial.
La niña voltea a ver a su madre, entiende lo que acaba de suceder, sus
ojos se llenan de lágrimas y grita llamándola para que no se aleje, para
que luche, pero esta no la escucha, ya no lo puede hacer, ya no pertenece
a este mundo, ella ya está absorta en sus redes de oscuridad y
podredumbre, la venda ha sido puesta y esta se está alejando de ella
pesadamente, en su mano el pequeño cofre que va destilando gotas de lo
que fuera el vestido de la ama tenebrosa, pero ella ya no va caminando,
sus pies empiezan a verse descolgados, sus hombros caídos, va flotando y
lentamente se pierde en la sombra que se proyecta en la puerta principal
de la casa, ella se siente realmente atemorizada y aún siente que sus
piernas no le responden, está tratando de salir corriendo pero la fuerza
se ha alejado de ella, en ese preciso instante una de las mariposas se posa
en su mano y esto hace que la pequeña pueda respirar de forma más
tranquila e inicie su marcha hacia su cuarto, al llegar a él vuelve a parar,
su corazón no podría latir más fuerte, sus pequeñas manos sudorosas se
empiezan a extender hacia la casita de juguetes, esta se encuentra
abierta, así que pasa por el medio de ella y puede observar cómo la puerta
principal que va a la calle está en la misma posición en la que se
encuentra la de su casa y justo en la parte oscura, donde el sol o la luz no
alcanza a llegar, allí hay una nueva muñeca, trastabilla un poco hasta
llegar a ella y con sumo cuidado la toma en su mano para corroborar que
su mamá ha llegado a una de las habitaciones, pero también puede notar
que aún sus ojos están, no han sido dibujados, lo que le da tiempo para
tratar de salvarla; desconsolada la pequeña se agazapa en un rincón de
su cuarto, con ella en sus brazos y rompe en llanto hasta que por fin el
sueño la vence y allí la encuentra Jacob, su padre, muy asustado la
levanta y se da cuenta de que está ardiendo en fiebre y murmurando
incoherencias, no entiende lo que ha sucedido, la puerta estaba medio
abierta, Yésebell no estaba y su pequeña se encontraba en aquellas
condiciones tan perturbadoras.
Pasados unos días, ya con la pequeña restablecida, decidieron averiguar
un poco más de la historia de la casona en la que estaban viviendo ahora
y descubrieron muchas cosas impactantes que preocuparon mucho al

217
Nada más real que un grito

padre de la niña. La ausencia de su amada Yésebell, su partida tan


inusitada, su desaparición tan extraña y sorprendente, sin huella o
rastro, toda su ropa estaba en la casa, lo que ellos no notaban era que la
muñeca cambiaba de vestidura cada día y así mismo la ropa de su closet,
la única que se daba cuenta de ello era la pequeña y los relatos que ella
le contaba parecían sacados de las entrañas de los confines de la creación,
él ya se sentía agotado, debilitado por todo cuanto estaba aconteciendo,
pero las palabras vehementes de ella le retumbaban en el interior de su
ser, arrebatándole la poca paz que le quedaba; era imperativo llegar al
fondo del asunto, porque entre más días pasaban más difícil sería
recuperar a su adorada esposa. Me encontré con uno de los habitantes
más célebres de la región, curiosamente uno de los historiadores más
experimentados e instruidos, si alguien podría llegar a ayudarme sería
él, no solo por todo su conocimiento, sino porque él había vivido en la
época más negra y turbulenta, época que sus habitantes se habían
esforzado por olvidar y dejar atrás, pero dado los últimos acontecimientos
este estaba dispuesto a ayudar y develar todo cuanto sabía.
Rafael. —Es necesario que me prestes mucha atención y que guardes
silencio mientras te cuento todo cuanto vi, viví y he estudiado, las
preguntas que te vayan surgiendo anótalas y al final las trataré de
resolver—. Hace una breve pausa y comienza su relato.
»A finales del año 1920 llegó a esta ciudad una familia conformada por
Samuel, Magnolia, su pequeño hijo de 3 años, Samuel junior, y en camino
llegaría su cuarto integrante que aún no sabían si sería niño o niña,
llegaron llenos de ilusiones y de sueños que los transformarían más tarde
en realidades, era una familia muy querida y respetada por todos, él era
médico, ella era profesora de primaria, pero ahora estaba dedicada por
completo a su familia en crecimiento, el pequeño Sam siempre mostró
habilidades en los deportes, pero sobre todo en los acuáticos, poco
explorados por ese entonces; organizó su hogar a las afueras de la ciudad
en una planicie maravillosa ubicada en frente del acantilado del lugar.
»Los años transcurrieron, pero Samuel padre tenía un secreto que en
realidad muy pocos conocieron, entre esos pocos me encontraba yo, que
era su mejor amigo, en el lugar había una doncella que yo amaba en
sobremanera, pero ella jamás me vio a mí con los mismos ojos que veía a

218
Nada más real que un grito

Samuel, algo que él supo aprovechar a su beneficio sin importarle ella o


lo que yo sentía, pero en realidad fue mi error, ya que nunca les dije a
ninguno lo que sentía; no existieron dos corazones más compenetrados,
unidos y perfectos, eran el uno hacia el otro, y te lo puedo asegurar, sé
que te estarás diciendo que eso dicen todos, pero no podrías estar más
equivocado, porque no me refiero al de los dos amantes, que ese día en el
acantilado al caer el sol, en medio de aquellas flores hermosas que les
regalaron su fragancia celestial para envolverlos y enamorarlos, que les
sirvieron de alfombrilla para sellar su unión, no, hablo de la vida que en
ese preciso momento se empezó a formar, en ese mismo instante el
vientre de aquella mujer ingenua, temerosa, que llena de ilusiones se
llenó de vida; una vida que cambiaría todo y a todos, ya que el tiempo le
tendría una sorpresa que la marcaría, aquel joven solo la había utilizado.
Desgarrada por el dolor inmenso al que se vio enfrentada terminó
dándole a aquel lugar la peor desgracia de su historia; ella estaba
atrapada en su dolor y no pudo ver el laso de amor que se entretejía en
sus manos, la llegada para la culminación de esa vida había llegado y
ella, desesperada, se dirigió al acantilado para terminar con aquel
problema, una vida que allí se había formado. Estuvo por horas sentada
al borde del acantilado con un gran cuchillo en su mano, se lo había
robado a su hermano mayor, que estaba de permiso del ejército; era una
mujer tan frágil y pequeña, su embarazo apenas se le notaba, pero con la
llegada de su hermano y las ideas de su estricto y riguroso padre sintió
miedo y decidió terminar con su desgracia, como un juego del destino el
sol empezó a caer y ella se levantó sin rumbo, sus ojos llenos de lágrimas
y su corazón lleno de cólera y enfado, caminó unos metros más y sintió un
dolor intenso que le recorría la parte baja de su espalda, ella, mujer
romántica, se había vestido con un hermoso vestido de seda blanco que
arrastraba a su paso, en su mano derecha el gran cuchillo y en su otra
mano un ramo de las mismas flores que tiempo atrás le habían brindado
su fragancia para enamorarla, hoy las llevaba en señal de duelo por su
desgracia. Pronto se cansó y se recostó en ese magistral árbol, al verla
era casi como encontrarte con una novia, su corazón agobiado, su mente
confusa y el dolor en su cuerpo no la dejaron avanzar más, de pronto sin
musitar un quejido más por su amargura, de un solo tajo se abre el

219
Nada más real que un grito

vientre y saca a la pequeña criatura y la deposita en un hueco del árbol,


solo da unos pasos más y cae desmayada.
El bosque ha despertado, el viento rugía, las aves volaban y hubo gran
conmoción, el cielo desgarrado por lo que estaba sucediendo abrió sus
fuentes y se derramaron por toda la tierra. Maldición ha caído sobre ti
por la muerte de aquel inocente que un día viniste a esconder en este
árbol, te arrastrarás como las raíces por la tierra seca y árida buscando
saciar tu hambre y tu sed, pero esta solo será llenada con la sangre de
aquellos a quienes logres atrapar, ella será tu alimento, pero al mismo
tiempo tu condena y tu sed, pues nunca será saciada, así como el llanto
de aquel infante; pero un día, llegará un ser con tanta luz en su interior
logrará cortar la maldición que acarreaste por tu malevolencia.
El hombre se toma el pecho y continua con su relato
»Ninguno de los dos cuerpos fue encontrado, el bosque lo absorbió por
completo, en ocasiones la gente decía oír lo que parecía el llanto de un
infante o verla deambulando por el bosque arrastrando su desgracia y
cuando esto sucedía, siempre alguien desaparecía, pero de pronto esto
cesó y pasaron muchos años hasta que en una tarde ocurrió una desgracia
que conmocionó a todo el país. Ese día hubo una tormenta muy fuerte
ocasionando que uno de los árboles más grandes del bosque cayera sobre
la camioneta de Sam y de sus amigos, allí murieron de inmediato
Alondra, la pequeña hermana de Sam y Jothám, los demás lograron
escapar con algunos rasguños nada más, pero Sam absorbió toda la
maldad que el bosque había estado guardando por tantos años, culpó a
todos por la muerte de ella y se convirtió en un cazador, uno a uno los
persiguió, los acechó atemorizándolos de tal manera que no tuvieron
escapatoria y sucumbieron en sus manos de la peor forma, ni siquiera le
tembló la mano con su amada Amber, mi adorada hija, a quien engañó y
de la cual no sé nada aún.
»No existen pruebas de todo esto que te estoy contando, pero, ¿quién
más, sino él, habría podido ser? Él siempre era el último en estar con ellos
y la policía fue tras él, pero cuando llegaron a su casa lo único que
pudieron encontrar fue a su pequeña hermanita, su cuerpo sin vida,
momificado y sentado en una pequeña silla de ruedas que él mismo había
construido con el tronco que la había matado, para sus padres, también

220
Nada más real que un grito

momificados en el interior de su auto, ver sus cuerpos fue algo muy


escalofriante, aún tengo pesadillas por sus imágenes. Verás, se
encontraban en perfecto estado, sus ropas desgastadas, en sus ojos
vendas de la tela más preciada que te puedas imaginar, el olor te
penetraba hasta los huesos y sus pies se veían volteados, como si los
hubieran arrastrado por muchos kilómetros, lo que más me estremeció
fue darme cuenta de que quedaron viéndose el uno al otro, Samuel con su
mano en el volante, la de ella recostada en la ventana y tomados de la
mano; en esa misma época desaparecieron varios de sus amigos de los
cuales no se sabe nada.
Jacob. Al escuchar este relato no tuvo más preguntas, pero sí pudo
darles las repuestas que ellos buscaban desde tanto tiempo atrás. —Es
necesario que venga conmigo y también las autoridades, creo que puedo
saber dónde se encuentran y aclararles este misterio.
Jacob llegó a su casa con una comisión completa de todos los que
deberían estar allí, de inmediato los llevó al segundo piso al cuarto de la
pequeña y allí les mostró la casita de muñecas, estaban atónitos al ver la
majestuosidad de aquella obra, nunca le habían prestado atención, ni
mucho menos el detalle de los muñecos y su ubicación, aunque les parecía
algo inverosímil empezaron a buscar en los mismos sitios para
determinar si podría ser verdad.
El primero lugar al que asistieron fue al acantilado, específicamente a
la parte complicada del mismo, donde nacían las flores, allí sentado en
una esquinita, tapado por una enredadera se encontraban los restos de
alguien, desde allí pudieron ver una parte que no se apreciaba bien,
descendieron con sumo cuidado y al llegar al agua uno de los buzos se
sumergió y lo que halló en las profundidades cambió la vida de todos sus
habitantes. Todo lo que sucedió con ellos está escrito en el libro que
encontraron en la casa de Sam, y desde ese entonces vivo atrapado en
aquel lugar y solo se me permite salir cuando ella tiene hambre.

221
Nada más real que un grito

La casa del árbol

Por Sindy Marcela Lozano González


(Soledad venérea)

Eva era una niña hermosa, de piel morena, su cabello era alborotado y
recorría su cara como una cascada, tenía una sonrisa deslumbrante, la
cual portaba como corbatín en día de fiesta. Cuando cumplió seis años su
padre le construyó una casa en el árbol afuera, con tablas de colores y una
pequeña puerta encadenada, en un espacio fangoso y amplio, rodeado de
yerba mala, caracoles y hormigas.
—Buenos días, pequeña escarabajo, —pronuncia el padre en tanto
enciende la lámpara en la habitación—, feliz dulce cumpleaños número
seis, levántate, tengo una sorpresa para ti.
La niña se eleva de un tirón dejando caer las cobijas al suelo, sin ponerse
sandalias sale corriendo pendida del brazo de su padre, al llegar al lugar
y ver la construcción elevada se pronuncia un silencio seco y el llanto de
la niña se hace evidente. —Es lo que siempre he querido. —Seca de
sopetón el agua salada, disponiéndose a subir con emoción las angostas
escaleras de madera que su padre había dispuesto para acceder al
escondite.
—¡Aún no, Eva! Sabes cuál es el orden, iremos a celebrar a casa de tu
madre y al volver podrás destapar tu regalo—. La toma de la mano
finalizando la conversación y se dirigen al interior para preparar el
desayuno.
A Eva no le agradaba ir a casa de su madre, era casi como una
desconocida, tenía otros tres hijos, todos menores que ella, así que
siempre estaban gruñendo y llorando, y cuando Eva estaba cerca nunca
le prestaba atención, por ello prefería vivir con su padre, solos, los dos, en
su "pequeña casa paraíso", como solían llamarle.
Una vez en casa de su madre se cumplió el ritual de cumpleaños, cantar
el Happy birthday, soplar la vela, cortar en trozos amables el pastel que
su padre había comprado, regresar a casa sin más regalos que su morada

222
Nada más real que un grito

en el árbol, sin más abrazos que el de su padre. Al salir de allí tomaron


el primer bus amarillo, en el camino Eva observaba los árboles que
quedaban atrás por la ventana del autobús.
—Un árbol, dos árboles, tres árboles, cuatro árb… —su voz deja de
escucharse cuando una sacudida y ruido ensordecedor aprisionan el
vehículo— Luego de ello todo oscureció.
—Buenos días, pequeñita —dice una mujer de bata, en tanto ajusta a
sus manos unos guantes blancos de látex con olor a muerto—, préstame
tu brazo, debo cambiar el catéter; has dormido por tres días, pero ya
despertaste.
—¿Dónde estoy? —pregunta la niña intentando levantar su cuerpo de
la cama sin conseguirlo—, ¿dónde está papá? —Respira agitadamente y
en un impulso desesperado por no poderse levantar arranca la manta que
cubría su tronco, solo para darse cuenta la razón por la cual sus intentos
eran fallidos, sus piernas habían desaparecido. Un grito desesperado
acoge la sala del hospital.
***
—Sora, ¿podrías llevarme al cementerio, quiero ver a papá?
—Por Dios, Eva, supera ya el accidente, han pasado 4 años, tus
hermanos necesitan cosas más importantes —responde irónicamente una
vieja mientras intercambia los canales en la televisión—, y llámame como
se debe, madre.
—Como digas, "mamá" —pronuncia haciendo unas comillas con los
dedos en tanto da la vuelta para dirigirse a la puerta.
Ya afuera observó la casa que había construido su padre, nunca pudo
entrar, nunca supo qué había en el interior. «Tal vez no sea tan tarde,
aún puedo subir hasta allí y destapar mi regalo», pensaba absorta hasta
que una pelota golpeó con fuerza su rostro.
—Lo siento mucho —dijo angustiosamente la dueña del juguete redondo
y en mal estado.
—Tranquila, soy Eva —pronunció la pequeña en tanto resbalaba con
sus diminutas manos la silla de ruedas e inspeccionaba cuidadosamente
a la niña que esperaba su pelota de vuelta.

223
Nada más real que un grito

—Mi nombre es May —respondió la chiquilla al otro lado de la


carretera.
—Si quieres podemos jugar en mi casa mañana. —Sonrió intensamente
Eva, evitando que May pudiese negarse.
—Está bien—. Se despide rápidamente con un aleteo de brazos. —Te
veo mañana.
Al día siguiente May cumple la cita acordada, la madre de Eva no se
encuentra en casa, pues está realizando las compras, Eva le recibe con un
cordial abrazo y la invita a su habitación.
—¿Qué te pasó en las piernas? —pregunta May mientras escruta el
lugar.
—Un accidente a los 6 años —expone y se posiciona detrás de la
pequeña con un cuchillo afilado, que había escondido más temprano bajo
el cojín de su silla—, cuando papá me hizo la casa en el árbol, «hoy
después de tanto tiempo podré verla».
Con esfuerzo frenético la niña clava el cuchillo en el cuello de su vecina,
quien intenta perpetrar un grito que se ahoga en la sangre desprendida
de su boca, cayendo en el suelo frío y hostil de la habitación.
—Lo siento, May, te contaré una historia, eso ayudará a que ya no te
duela, tranquila, estás haciéndome muy feliz, estás dejando que cumpla
por fin mi sueño.
»Cuando papá murió, mamá vino a vivir aquí, no quería cuidarme, pero
vaya que quería una casa, así que vinieron ella y mis estúpidos hermanos,
le rogué mil veces que me ayudara a subir al árbol, pero ella siempre
respondía diciendo que no era su culpa que yo fuese una paralítica, mi
propia madre, solo vino aquí para no pagar un arriendo costoso por una
pocilga de cucarachas.
»¿Ya te dejó de doler May? ¿Te gusta mi historia? La última vez que
pedí a mamá mi deseo dijo que consiguiera unas piernas, ese día salí a la
calle y ahí estabas tú, con tu balón y tus piernas sanas y deportivas,
perfectas para subir a un árbol, ¿no crees? Por eso te traje aquí, porque
vas a regalarme tus piernas, para eso son las amigas May, ahora tú y yo
lo somos las mejores amigas, ahora compartiremos tus piernas.

224
Nada más real que un grito

El cuchillo había cortado ya la mayor parte del músculo, sin embargo,


ni la fuerza de la niña, ni la del cuchillo eran suficientes para cortar el
hueso que aún unía la pierna derecha a una cadera inerte, la sangre se
derramaba por las grietas de madera cuando un sonido se escuchó en la
parte inferior de la casa.
—Pequeña estúpida, ya llegamos, baja a almorzar, porque no voy a ser
tu sirvienta y la comida no va a estar esperándote aquí para siempre.
Los ojos de la niña se encapsularon en una burbuja de agua al
reaccionar y ver a la pequeña May tirada en el piso, al escuchar paso a
paso el chirrido de las escaleras mientras su madre ascendía hacia su
habitación; pero ya era demasiado tarde, en unos segundos su sueño se
habría arruinado, cuando la vieja mujer girara la perilla de la habitación
ella perdería para siempre la posibilidad de conseguir unas piernas y
subir al árbol, el sentido de su vida había fallecido.
Se abre la puerta, la mujer adulta encuentra dos cadáveres en la
habitación.

225
Nada más real que un grito

Gato

Por Sergio Tobón Carvajal

Con frecuencia se leer los pensamientos impropios de generaciones


nuevas y antiguas, pero por desgracia esto no me hace ser especial, puesto
que nunca he podido comprender las ideas de Dios, e incluso me considero
un ser irracional por el hecho de temerle más que al mismísimo Lucifer.
Mes número cuatro, día seis, hora cinco con veintidós. Abro mis fanales
desplazando mi vista asustada al reloj que está al lado derecho de mi
lecho en un mostrador de madera de Albano y pintado de un color café
oscuro como los ojos de mi difunta madre. Atiendo la hora y me percato
de que mi sueño fue tan profundo que no fui capaz de levantar mi cuerpo
a la hora enseñada, esto ocasionó diferentes tipos de palpitaciones en mi
corazón, las cuales iban desde pausadas hasta las más aceleradas como
un corcel que intenta huir de las nalgadas de su domador cuando quiere
más velocidad. Trato de dominar este miedo que invadió mi cuerpo por
potestad de la maldita glándula y pongo mis pies en la cerámica helada
de las cinco con veintiséis, y mientras estoy parado concentrado en no
caer de nuevo en mi sueño profundo por un tiempo extra, considero las
opciones que tengo para programar otro rutinario día, por ende, tomé la
decisión de tomar un baño fugaz.
Ciego, entro y salgo de la ducha, otro mes en que la luz no es bienvenida
a mi morada y por consecuencia doy vida a un cirio que alumbra solo una
parte de la casa haciéndola ver más fúnebre, tétrica y con un ambiente
melancólico y fatigado. Dirijo mi caminata al armario a sustraer mi
vestimenta no sin antes caerme y darme un ligero golpe que bastó para
incomodar y sacar llanto a un ser humano abatido por el dolor de una
úlcera en una extremidad baja. —Maldita sea —dije mirando el techo de
mi domicilio simulando ver el cielo y subsecuente maldiciendo de nuevo.
El dolor era tan inmenso que la llaga empezó a supurar un líquido blanco
y con textura pegajosa, allí fue cuando quise acudir a Dios, sin embargo,
no salían palabras de mi boca reseca, así que mejor tomé la decisión de

226
Nada más real que un grito

reposar todo mi cuerpo desnudo en el terreno para quedar en armonía


con el universo.
A decir verdad, no estoy seguro de cuántos minutos transcurrieron, pero
por el sonido del tictac de mi reloj heredado, podía asumir que fueron de
cinco a seis minutos aproximadamente que estuve postrado, no podía
negar que el dolor había disminuido paulatinamente y mi cerebro asumió
que podía ponerme nuevamente de pie. Al levantarme, una vez más
estaba sentenciado a seguir con la rutina que me había dado la existencia
desde mis veintiséis años de edad, mismos años con los que compré esta
choza y fundé mi propio estudio que se encuentra a unas pocas cuadras
de este lugar.
—Por cierto, ¿para qué calumniar, señor?, ¿para qué?, ¿para qué
hacerlo? Ya no sé cómo engañarme más, pues estoy extremadamente
harto de no ser el mismo de aquellos días en que tenía suficiente vigor
para obrar como le diese la bendita gana y conquistar mujeres hermosas.
¿Para qué inducir una ilusión falsa a mi propio ser que sabe que ya soy
un viejo decrépito y mal hablado?, ¿para qué hacerlo si sé que vestirme
como lo hago en este momento es casi una tarea imposible de completar?,
¿para qué, Dios mío santo?
Y así, completando mi lamento di un golpe al armario al mismo tiempo
que el cirio concluyó su misión al consumar su esperma. Fui a buscar otra
veladora pero acontece que no poseía ninguna, quise maldecir de nuevo,
pero en el fondo sabía que alguien allá arriba no aprobaría esa decisión,
así que con mi ira encarnada y aberrante me tumbé en el sofá mientras
escuchaba pasar a mis amigos roedores, a decir verdad no estoy seguro
de cuántos son, pero sean cuantos sean se han convertido en una hermosa
compañía a lo largo de unos meses duros y opresivos para mi persona, por
esta misma razón no creo quererlas sino que creo amarlas y cada que veo
alguna le brindó alimento para mantenerlas conmigo.
Ustedes deben de estarse preguntando si soy un maníaco, trastornado,
loco o como prefieran llamarlo, pero la respuesta es no, no soy un
perturbado y se darán cuenta de que se debe tocar fondo para apreciar
una verdadera compañía como la de una diminuta rata en la lobreguez.
Pasados unos minutos más, el alba vuelve a darme la orden de salir de
mi aposento y dirigirme hacia mi desbarajustado estudio. Mientras

227
Nada más real que un grito

camino por la carretera escucho susurros vecinos diciendo comentarios


adrede sobre mí, algunos algo desgarradores y otros de lástima general,
pero a eso ya me he acostumbrado. Solo una cosa: ese día me dolió morir
y fue cuando una señora le dijo a su descendiente natural que si no
ocultaba sus sentimientos debido a unas lágrimas que brotaban por su
angelical rostro iba a acabar como yo.
¿Realmente así de mal me veo?
¿Soy tan repugnante para los otros seres humanos?
Pero, ¿por qué si ni siquiera me conocen?

Estuve meditando todo el camino y no encontré respuesta alguna, tal


vez gracias a la fuerza universal que a menudo está en contra de mí no lo
hice, pues esta vez a pesar de pensarlo no quería que las respuestas
fueran crueles.
Al llegar a la puerta de mi estudio entendí que pintar al óleo ya no me
llevaba al éxtasis y por tanto ya no era feliz, aun así, tomé el atrevimiento
de abrir la puerta para dar origen a otra pintura morbosa creada en
sueños y plasmada en un lienzo con tinta roja, negra a veces blanca o azul
creando calaveras, sangre o demonios dependiendo del veredicto de mi
juicio. Unos segundos más tarde tomé asiento y alcancé la brocha gorda
con la cual iba a dar inicio, la empapé de pintura azul oscuro, un azul casi
como el color negro, un azul poco más o menos que el de las tinieblas y
sombras de la noche en su máxima expresión, un azul supremamente
excitante al ojo entrenado.
Empecé pintando todo el lienzo de este maravilloso color para dar base
al resto de las cosas que iban encima de él, luego cogí el color negro y
empecé a darle más vida colocando unos árboles muertos, después mezclé
el blanco y el negro para plantar una carretera y cuando el cuadro estaba
un poco seco encima de la calzada creé un gato musculoso con mirada roja
penetrante y una cola enormemente larga y peluda para posteriormente
ya para finalizar con el satélite en fase creciente y aplicar la última
sombra. Era toda una obra de arte.
Me sentía bien, más que bien, era algo genial, la pintura era tan real
que parecía tener miedo en el preciso momento en que le di punto final,

228
Nada más real que un grito

ese instante en que la clepsidra había dejado de gotear y por consecuente


parecía que el tiempo se congelaba junto con mi cuerpo, fue solo unos
segundos después que reaccioné y logré salir de mi trance, sentía que algo
maligno estaba por llegar. Por tal credulidad proporcionada me aseguro
de no volver a divisar este lienzo nunca más y por tal razón coloqué una
sábana encima de él para ocultarlo en la fracción más recóndita de mi
estudio.
—Pero, ¿qué he creado, por amor a Dios? ¿Qué clase de pintura maldita
he hecho y qué significado tiene? ¿Será este mi destino? —susurraba en
voz baja.
Mis sentidos entraron en confusión, dejé de percibir mis piernas y mi
cerebro extenuado no cavila, pero todo esto y más no fue suficiente para
dar origen a el mundo de la locura. Consternado puse a rodar el fonógrafo
para yacer nuevamente en el piso junto al ritmo de un excitante disco
fabricado de ebonita que transmitía la melodía de la pianola que
protagonizaba notas agudas y graves un poco inmensas y disonantes que
se concentraban en mi cabeza como si fuese un órgano impregnando su
armonía en una vacía catedral descomunal. Por fin todo estaba en calma,
y la nada se apoderaba de mi alma, mientras tanto la conciencia se
descargaba hacia los abismos de maldad más inherentes de mi persona,
convocando así el Satán de la cólera y formando pensamientos modestos
en mi lóbulo frontal para rápidamente visualizar con los ojos
herméticamente cerrados y tiempo después adormecerse en el calor de un
taller indiferente.
—Dios, ayúdame —dije antes de perder mi vigor.
Posteriormente volví a la vida a las dos con cincuenta de la mañana y
desconcertado por pasar todo un día y parte de la noche en aquellas
cuatro paredes sin comer ni beber tomé la decisión de volver a casa,
descolgué mi gabán de cuero negro y abrigué mi cuerpo helado para más
adelante abrir la puerta y darme cuenta de que el cielo se estaba cayendo
a pedazos, gracias a mi intuición en la cercanía siempre dejaba un
paraguas que servía para estos precisos instantes en que el firmamento
mostraba su verdadero y más sensible rostro. Acto seguido me llené de
valentía, salí a la acera y agarré el paraguas con las pocas fuerzas que
me quedaban mientras pensaba en la odisea que estaba a punto de

229
Nada más real que un grito

enfrentar, me aseguré de obstruir la puerta de mi taller con un candado


un poco más pequeño que mi muñeca para que nadie pudiera entrar y,
sobre todo, para que no fueran a encontrar aquella traumática pintura
hecha unas cuantas horas atrás, de modo tal que teniendo la certeza de
que todo estaba seguro me tumbé a mi misión.
Transcurridas unas cuantas cuadras mi paraguas perdió la batalla
frente a tal colosal diluvio dañando los rayos y la gabardina, tal hecho
hizo que mi ser sintiera una rabia la cual fue demostrada echando a
perder aún más este paraguas quitándole sus costillas tolerado así
únicamente el bastón que sirvió como cayado para seguir mi camino
rumbo a casa. De pronto sentí que solo bastó un milisegundo para quedar
empapado totalmente y dictaminar que ya hacía parte de las pocas
personas que padecían de pluviofobia, pues era excitante sentir caer el
agua por tu rostro en plena noche mientras asomaba uno que otro
murciélago agitando sus alas y emitiendo sus ultrasonidos de alta
frecuencia que por razones obvias yo no podía escuchar.
Mientras seguía dando pasos y más pasos repentinamente algo agudizó
mis sentidos y dejé de darle importancia a los pequeños y voladores
mamíferos para dar enfoque a otra cosa que había visto y que no tenía la
plena certeza de lo que era. La curiosidad me invadió, tuve que caminar
hacia donde esto se dirigía, tuve que hacerlo, algo me decía que debía
hacerlo, pero a la vez en mi cerebro la glándula atacaba de nuevo
implementado su miedo ocurrente; no obstante, esta vez fui fuerte y no le
dejé dominar, pues ganaban más mis ganas de fisgonear aquella cosa que
no tenía ni idea de lo que era y que subía mis niveles de adrenalina.
Un rato después terminé mi andadura, cuando llegué a la pendiente que
daba al viejo cementerio, estupefacto noté que la cosa se había perdido de
mi vista y por un instante pensé que había desperdiciado mi tiempo,
debieron ser las tres con no sé cuántos minutos de la mañana cuando la
cosa apareció a la mitad de la pendiente, se trataba pues de un gato de
contextura fuerte, cola alargada y bastante peluda y unos ojos blancos
como la nieve. Me enamoré y lo quería para llevarlo a casa y tener un
amigo más con quien compartir aparte de las ratas que supuse que se las
pudiese llegar a comer. El gato comenzó a ascender rumbo al cementerio
y yo lo perseguía con un siseo para llamar su atención, cada vez lo tenía

230
Nada más real que un grito

más cerca de mis palmas parecía que lo iba a agarrar y cuando de repente
quise abalanzarme sobre él, este huyó escondiéndose en un matorral.
Melancólico y abatido no quedaba otra opción que recorrer de nuevo el
tramo que mis pies habían caminado para llegar allí, di media vuelta
para quedar de espaldas al cementerio y de tal modo observar la
inclinación que estaba a punto de descender, luego levanté mi mirada a
los algodones que lloraban y lloraban sobre mí tomando como conclusión
que lo seguirán haciendo por un buen rato, posteriormente bajé
nuevamente mi vista a un plano central y empecé a marchar. Uno y dos
sonaban los charcos, tres y cuatro seguían mi rastro, cinco y seis di la
vuelta y me percaté de que era el gato, pero esta vez era mucho más
atlético y fuerte y ya sus iris no eran albinos, sino que se convirtieron en
color rojo carmesí. Era el gato de la pintura.
Asombrado por el acontecimiento parpadeé varias veces como la
velocidad relativa de las estrellas hasta que en una de esas oscilaciones
apareció un varón frente a mí de mediana edad, con pelo extremadamente
sedoso, algo arrugado y delgado, también vestía un esmoquin de gala que
parecía no ser penetrado por la lluvia y seguía teniendo los mismos ojos
rojos.
Este se presentó: —Buen amanecer, no soy nadie.
Sin quererlo un pensamiento llegó a mí obligándome a creer que había
perdido el equilibrio, sin embargo, este caballero me miró fijamente y me
obsequió una sonrisa pícara mientras argumentaba:
—No estás loco, querido amigo, incluso puedes estar y seguir siendo el
hombre más cuerdo de la vida, incluso puede ser tu mejor momento para
la lucidez.
A lo que respondí: —Si no estoy loco, entonces ¿qué está sucediendo?,
¿quién eres?, ¿qué quieres?, ¿por qué estoy aquí?
—Noto tu temor, pues tú, en el fondo, sabes quién soy, además no está
sucediendo nada fuera de contexto y respondiendo a tu otra pregunta,
estás aquí porque te conozco lo suficiente y quiero proponerte un trueque.
»Empezaré con que hace ya un tiempo me tomé la osadía de acechar lo
más profundo de tu ser, de tu vivir, de tu existencia malvada y falta de

231
Nada más real que un grito

esperanza que te hace a un ser miserable en los confines del espacio


tiempo.
»Solo quiero argumentar que te seguí, te sigo y te seguiré en esta
dimensión embrujada, te seguiré con admiración, te pondré en mi lista,
eres quien quiero, me deseas y te deseo y solo yo puedo darte lo que
requiere tu existencia.
En el instante no fui capaz de responder, solo sentí un escalofrío
acogedor en mi alma y justo cuando mi capacidad semiótica y
computacional se iban a unir para formular una respuesta, este
escalofriante señor me interrumpió diciendo:
—Se de la muerte de tu primogénito.
—Callad, basta de ridiculeces, basta, Dios —exclamé
—Sé que tu intención nunca fue hacerlo, sé que la mujer con que
soñabas ver de blanco frente al altar te abandonó debido a este altercado,
sé que tú madre murió por tu obsesión insaciable a la cebada fermentada
en agua y sé que deseas morir.
Vulnerable por lo que sucedía sacudía mi cabeza y tapaba mis oídos
convenciéndome de que debía estar loco, pero él no paraba.
—Me has soñado, me has pintado y no puedes negar que en la oscuridad
de tu hogar no me has observado.
Con una mirada desolada respondí: —No sé quién eres.
A lo que él replicó: —Oh, miserable anciano iluso, que por la quietud de
un anochecer tratas de no llorar y simulas padecer. Sabes muy bien quién
soy y seguiré siendo y también sabes muy bien lo que te he de ofrecer,
solo confía en mí y cierra los párpados de una bendita vez.
Abrumado, decidí hacerle caso, y experimenté su mano en mi pecho,
para unos segundos más tarde alucinar siendo feliz a lado de mis seres
amados.
—¿Puedes hacer esto? —pregunté incongruentemente
—Puedo hacer eso y mucho más.
—¿Por qué a mí?

232
Nada más real que un grito

Pero su respuesta fue: —Los caminos son tenues y tus dioses ya no


existirán, abrumadora sabiduría conseguirás, pero un escalón haz de
subir para caer al abismo infernal. ¿Aceptas?
Tiempo después me encontraba postrado en mi canapé mientras el
retoño y la consorte dormían tranquilos como dos ángeles celestiales y
benevolentes en sus respectivas cámaras, de repente estaba cayendo en
un sueño profundo para así advertir a mi conciencia que ya había llegado
la hora, con mis últimas fuerza giré mi cabeza para quedar en un ángulo
de 180 grados y ver así que un minino negro acechaba mi alma,
despavorido dejé caer mi copa de vino agrio al paladar y con mi último
suspiro dije gracias al amigo que aquella noche di vida en mis más
oscuros deseos.

233
Nada más real que un grito

Jaqueca

Por Sergio Israel Tejeda Guajardo

Amanda despertó en punto de las ocho, como casi todas las mañanas. A
diferencia de otros días, tenía un punzante dolor de cabeza, que
inútilmente trataba de mitigar con las manos sobre el cráneo. Una acción
ridícula, pero arraigada, y que a primeras luces parecía la única defensa
contra los malestares internos del alma.
Preparó el desayuno y trató de leer el diario, distraerse un rato. Estuvo
hojeando la sección de espectáculos, pero sin mostrar auténtica
curiosidad, casi por trámite. Aún no se desperezaba del todo, por lo
general eso ocurría hasta después de ducharse; no obstante, con aquel
dolor todo parecía ir más lento. Además, tenía la extraña sensación de
haber olvidado algo, algo muy importante. Si tan solo consiguiera
recordar qué era...
Escuchó un ruido en el segundo piso, como si hubieran caminado con
sigilo por las habitaciones. En la casa no había nadie aparte de ella.
Estaba sola, sola con ese maldito dolor de cabeza y un montón de cosas
por hacer.
El pasillo que conectaba con las tres habitaciones y los dos baños se
mostró solitario, desértico. Allí arriba no había rastro de vida. «Estoy
imaginando cosas», se dijo y soltó una risita. Ningún ladrón iba a entrar
a las ocho de la mañana en la casa, mucho menos con ella dentro. Esos
tipos eran listos, la mayoría de las veces estudiaban a las familias
durante semanas, incluso meses, lo hacían con una dedicación por poco
enfermiza, trazaban sus rutinas y tenían planes, sabían cómo... Otra vez
el ruido, ahora con mayor descaro, como si se empeñara en alterarla. Allí
había algo, o alguien, ya no tenía la menor duda. Siguió avanzando. La
puerta de su recámara estaba entre abierta, hubo un rechinido siniestro
y...
Vio que un gato negro se escabulló entre sus pies. Soltó un grito y se
alejó de un salto. Luego quiso reír, al menos no era un ladrón.

234
Nada más real que un grito

Seguramente había entrado por la terraza, pero, ¿quién demonios había


abierto la puerta? La respuesta fue obvia e inmediata: ella misma, ¿quién
más? Aun así, la duda se quedó instalada en su cabeza, mezclándose con
el dolor que la atormentaba sin compasión. Ni siquiera reparó en el hecho
de que los gatos negros son de mala suerte.
Con el animal fuera, continuó su rutina y se olvidó del asunto. A veces
las mañanas parecían tan aburridas. Tan solo la foto familiar que estaba
sobre el comedor la entretenía. Su hija era hermosa, había heredado su
cabello rubio y lacio, y sus cachetes estaban adornados todavía por esos
pincelazos rosas tan propios de la niñez. Toda una muñequita, como decía
a menudo la abuela, una versión veinte años más joven que Amanda y
cincuenta años más joven que la madre de esta. Su esposo las abrazaba,
mostraba en la imagen ese característico gesto de seguridad, que
transmitía que todo iba de maravilla. La realidad es que en parte así era.
Los tres formaban una hermosa familia y Amanda contaba las horas para
que estuvieran reunidos. Ojalá la cabeza no le doliera tanto.
Fue directo al baño, pasando de largo la cocina. No era momento de
entrar todavía, quería tomar una ducha y relajarse, dejar atrás los
malestares. No obstante, se descubrió dándole vueltas otra vez al asunto
del gato. Había sido tan raro encontrarlo. Por más que intentaba no
conseguía recordar haber abierto la terraza. Aunque era probable que lo
hubiera hecho, claro que sí. Con el dolor de cabeza que tenía, cualquiera
podía olvidar algo. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, ¿era lo único que
había olvidado?
Sorpresivo, como un trueno en un día claro, como un rayo de luz en
medio de la noche oscura, así resonó por las paredes el tétrico eco de una
risita infantil. La sangre se le heló. Aquel sonido bien pudo ser el de una
niña muerta en una película de terror, aunque estaba convencida de que
solo había sido alguna vecinita jugando en la calle. «Tienes que dejar de
preocuparte», se dijo y trató de recuperar la calma, pero entonces escuchó
la voz. Esa maldita voz que retumbó en lo más profundo de su mente,
desenterrando viejos fantasmas...
El recuerdo se presentó intacto, casi como si hubiera ocurrido una
semana antes, aunque en realidad habían pasado más de veinte años. En
aquellos tiempos tendría la edad de su hija, no más de siete, pese a eso,

235
Nada más real que un grito

todo seguía en su cabeza: la habitación oscura, el cuchillo afilado, y por


supuesto, la muñeca. Se la habían regalado cuando cumplió seis. Su
carita era tierna y no media más de un metro. Aun así, Amanda le había
temido más que a todo en el mundo, pronto se había dado cuenta de cosas
extrañas, cosas que hubieran vuelto loco al más cuerdo de los hombres.
Luego del ataque, la siguiente escena en su memoria era en el hospital,
con las manos llenas de vendas y sangre. Todavía tenía las cicatrices en
las palmas, aunque se confundían con los pliegues de la piel. Sus padres
nunca habían creído la historia, después de todo era una niña y las niñas
siempre imaginaban cosas. Verdad o no, a partir de ese momento visitó
muchos doctores hasta que al final lograron curarla. Ella siempre sostuvo
que nunca había habido algo que curar. Ahora, después de oír otra vez
esa voz, terminaba por confirmarlo. Había sido real, y peor aún, era
probable que hubiera vuelto.
Salió del baño cubierta en la toalla y miró a todos lados con nerviosismo.
Muy atenta, esperando que en cualquier momento una sombra pequeña
saltara de la nada y volviera a ver aquellos ojos azules, de pestañas casi
perfectas y brillo aterrador. Todo estaba en silencio. El sol resplandecía
al otro lado de las ventanas. El día parecía sacado de una serie de
televisión infantil; las nubes por poco tenían caritas felices dibujadas en
el centro. Avanzó despacio, temblando. Pero le pareció difícil seguir
sintiendo miedo, allá fuera todo estaba tan quieto, tan acogedor. A
medida que plantaba un pie detrás del otro fue convenciéndose de que tal
vez, solo tal vez, había imaginado la voz.
Ya en su dormitorio se tranquilizó aún más. Había muchas niñas en el
vecindario, ¿no era probable que alguna de ellas tuviera una voz similar?
Por supuesto que sí, además, hasta donde recordaba, sus padres habían
quemado a la muñeca, o al menos eso le habían dicho para que pudiera
volver a dormir. El caso es que jamás volvió a verla y no tenía por qué
encontrarse con ella tantos años después. No pudo creer que incluso había
estado a punto de llamar por teléfono a su esposo.
Avanzó al tocador, tomó el cepillo y lentamente fue deslizándolo sobre
su larga cabellera. El contacto de las cerdas se volvió un calmante para
el pensamiento. Delicado, suave, sedoso. Sin quererlo, sus hombros
comenzaron a relajarse y sintió alivio. Una tranquilidad absoluta, de esas

236
Nada más real que un grito

que solo parecen existir entre sueños. La imagen que el espejo le devolvía,
le gustó. Su piel se notaba nívea y limpia; sus facciones, finas y lisas. Era
como si el tiempo se hubiera olvidado de pasar por su rostro. «Ojalá
pudiéramos ser jóvenes por siempre», reflexionó y luego miró el reloj.
Eran casi las once. La hora de comida estaba próxima y ella ni siquiera
había empezado en la cocina. Apurada, comenzó a arrancar los cabellos
del cepillo, intentando compensar el tiempo desperdiciado, las horas
que... Se detuvo abruptamente.
En su mano había un mechoncito pelirrojo, color sangre, el mismo tono
que había visto tantas veces en aquellas colitas coquetas. El gato, la risa
y la voz volvieron a su cabeza, como un relámpago, destruyendo en un
instante la calma momentánea que había experimentado. Esas tres cosas
podían ser coincidencias, claro que podían serlo, pero el mechón no. Era
imposible que lo fuera. Ahí, frente a sus ojos, tenía una prueba
incuestionable de que las sombras de la niñez a veces nos alcanzan
cuando somos adultos. Y sí, son tan aterradoras como en el pasado, o
todavía más...
La cabeza volvió a explotarle. Ahora con un dolor mucho más certero e
insistente. No hubo presión por parte de sus manos que pudiera
aminorarlo. El mundo se le tornó en negro, los ojos se le cerraron y cayó
tendida en la cama. Estuvo moviéndose un rato, luego se quedó quieta.
Tenía seis años otra vez, la muñeca le pidió que jugara con ella, como
había hecho tantas veces después de que le oprimiera la mano, con esa
vocecilla inocente, pero no sonó como una petición, fue más bien como una
orden. La luz se apagó de pronto y la muñeca avanzó con el cuchillo y la
sonrisa desencajada: “Witzy, Witzy, araña subió́ a su telaraña, vino el
viento y...”
Despertó. Había sido una pesadilla, o más bien, una vivencia del
pasado, aun así, la jaqueca persistía. Sus ojos miraban al techo, tratando
de acostumbrarse a la luz de la habitación, de comprender lo que sucedía.
¿Por qué han vuelto los recuerdos? ¿Por qué ahora cuando todo va de
maravilla?
La voz entró por sus oídos: clara, melodiosa, aterradora. Lanzó el pecho
hacia delante, con un movimiento exagerado y el corazón palpitándole en

237
Nada más real que un grito

una melodía interminable. Ahí estaba. Tal como la había visto por última
vez. Igual de tierna y espeluznante, con su cabello rojizo y los ojos azules.
—Juega conmigo —le dijo. Parecía una niña común y corriente, pero
Amanda sabía lo que era en realidad. La piel se le volvió de gallina. Tomó
la lámpara del buró, con mucho cuidado para que ella no se diera cuenta.
—Witzy, Witzy, araña, subió a su telaraña, vino la lluvia y...
—¡Se la llevó! —gritó tomándola por sorpresa.
La lámpara se rompió en mil pedazos y como en cámara lenta, Amanda
vio desplomarse el cuerpecito, chocando fuerte contra el piso, produciendo
un crujido sordo y funesto. Todo fue silencio después, parecía que la
pesadilla por fin había terminado, pero entonces una de las manitas se
movió despacio, amenazante. Al principio, Amanda no supo qué hacer y
se quedó quieta. Hubo un nuevo movimiento, poco más rápido que el
anterior, como si las fuerzas le volvieran lentamente. Antes de que fuera
demasiado tarde la cogió del cabello en un arranque de ira y le azotó la
cara contra el piso.
—¡Muérete! —exclamó furiosa. Sus ojos estaban inyectados en sangre.
Aquella maldita cosa le había arruinado la infancia y no iba a permitir
que siguiera atormentándola. La destruiría, sin importar a qué costo, sin
importar cuántas veces más tuviera que pegarle.
La puerta se abrió de repente. Amanda azotaba por tercera vez el
pequeño cuerpo cuando vio a su esposo. Lo vio muy fijamente. Estaba
parado en medio del marco, con el rostro descompuesto en una auténtica
mueca de horror.
Sonrió convencida de que estaría orgulloso de ella por haber vencido sus
miedos. pero, lo que vio en el suelo la dejó desconcertada. Había un charco
de sangre y el cabello que sujetaba con tanta rabia era ahora rubio.
—¿Qué hiciste? —gritó él al borde de la histeria.
Volteó a mirarlo, desesperada, como tratando que respondiera a su
propia pregunta. En su mano, el hombre sostenía un pequeño frasco
blanco. Amanda sintió que un trueno la atravesó por dentro, una cosa
indecible se rompió en su interior y entonces recordó lo que había
olvidado.

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Nada más real que un grito

El bosque siniestro

Por Sebastián Villa Medina

13 de octubre de 1977
—¿Estás seguro… de este lugar? —preguntó James Thellart, en un tono
titubeante, a su mejor amigo Drake Jonson. Este no parecía escucharlo
ya que estaba profundamente concentrado en el destino que lo aguardaba
más adelante.
—No me gusta este lugar —le seguía hablando, mostrándose aún más
nervioso—, me da tanto miedo que no quiero seguir andando—. Sus
piernas se rehusaban a dar un paso más.
Lo que dijo James Thellart era cierto. Aquel bosque donde se
encontraban Drake y él, tenía una atmósfera que no les deseaba nada
bueno: en todos los árboles aparecían una especie de extrañas caras
talladas en la corteza de los troncos, y todas ellas tenían un solo gesto de
un grito petrificado e insufrible. Pero a simple vista Drake no le prestaba
mucha atención, ni le despertaba la menor curiosidad, hacia aquellos
rostros que parecían verlo con sus ojos ciegos y sin vida.
«Aunque no tengan pupilas, presiento que nos observan de alguna u
otra manera», pensó James, sin que llegara a pronunciarlas, vacilante y
nervioso. Recuerda aquella expedición en compañía de su familia al
Parque Nacional Yosemite, cuando él tenía ocho años, y no hubo nada
que lo asustara, ni tampoco que le causara tanto miedo. Sin duda, en ese
entonces, era un niño valiente, y no un cobarde como lo es ahora.
De repente, Drake se detiene, se voltea y observa a James, de pies a
cabeza, con una mirada gélida como el hielo.
—¡Hemos caminado por siete kilómetros en toda esta maldita tarde! —
Su voz carecía de afecto, y estaba llena de odio y desprecio. Han caminado
siete kilómetros por el noreste del pueblo de New Karlbawell (condado de
Salem, New Jersey) —¡Que no pienso regresar de una vez al pueblo! —le

239
Nada más real que un grito

lanza una mirada asesina a James—, ¿acaso te gusta que los estudiantes
del bachillerato Thyllwer se mofen de ti y te llamen “cobarde”?
—No… Claro que no—. Fue lo único que dijo James, mientras agachaba
su cabeza al suelo. No se atrevía discutir con su mejor amigo, cuando lo
dominaba la ira y la desesperación. «El ambiente de este lugar te está
cambiando de adentro, Drake», pero no era capaz de decirlo.
En la hora del almuerzo del día anterior, Drake le preguntó a James
qué tan cierta, o no, era la leyenda urbana que solían escuchar sus
compañeros y los demás alumnos del bachillerato. James se contentaba
con solo escucharla, pero ahora se retracta de estar aquí. La leyenda es
conocida con el nombre de “El monstruo homicida”. En una simple casa
de campo al noreste de New Karlbawell, vivía el respetado cirujano
Elysus Rowdermont, a principios de la década del veinte. Pero bajo su
fachada de humilde personaje, nadie en el pueblo sabía que él era un
astuto violador y homicida de niñas y jóvenes inocentes; hasta que en
1928 se encontraron sus cuerpos en la propiedad del doctor Rowdermont.
Pero en ese tiempo las autoridades no llegaron a juzgar al respetado
doctor por falta de evidencias. Así que la mitad del pueblo estaba tan
indignada y, un mes después, con antorchas y estacas de metal, tocaron
la puerta de entrada de la residencia de Elysus Rowdermont, lo
descuartizaron y cada extremidad, incluyendo su frío corazón, fueron
empalados en las estacas de metal, cada una de ellas calentadas al rojo
vivo.
—Y mañana iremos a ver qué tan cierta es esa leyenda —le dijo Drake,
después de habérsela contado.
—Claro que sí—. En ese entonces, James estaba muy contento.
Volviendo al presente, James observa unas cuantas piedritas y un
diente de león en el suelo. Drake le dice lo siguiente manteniendo su
mirada fría: —Basta de cháchara. La noche se acerca y no quiero
congelarme las pelotas.
Y ya no hubo nada más que decir. Los dos jóvenes seguirían su camino
en silencio. Una hora y media después, con las primeras estrellas
brillando en el cielo y una luna fantasmagórica emergiendo poco a poco
hacia el este, tanto Drake como James se quedan sin palabras mientras

240
Nada más real que un grito

observan la casa de campo abandonada por el paso de las décadas.


Alrededor de ella solo crecían arbustos desnudos y animales de la zona
muertos, y las hojas del otoño cubriéndolos con colores anaranjado,
amarillo y rojo.
—No arriesguen su vida entrando en esta casa —lo dijeron al mismo
tiempo leyendo estas palabras colocadas en un letrero de madera sujetado
con un clavo en la entrada principal.
—A mí ningún letrero me dice qué hacer —dijo Drake, testarudo. Abre
la puerta, con todas sus fuerzas, forzándola hacia dentro. El sonido de las
bisagras oxidadas era tan insoportable, que James se tapó sus oídos con
las manos.
Los dos jóvenes entran, y lo que ven son los restos de las cosas que en
su tiempo eran tan valiosas y bien preciadas. Y todas las ventanas no
tenían cristal, y algunas de ellas no tenían marco.
—Yo iré al pasillo de la derecha y tú al de la izquierda —dijo Drake, en
un tono neutro.
—Ok—. Fue lo único que dijo James, en un tono apagado.
Los dos cuartos no tenían nada de especial, pero cuando fue hacia el
último, escuchó un leve susurro en el viento y una voz femenina.
—¡Deben irse de inmediato! —le dijo a James, desesperada.
Sin saber si eso era real o no, el temor vuelve apoderarse de James.
Enseguida, comienza a correr temerosamente, y llama a Drake a gritos,
pero no recibe ninguna respuesta. Comienza a explorar cada cuarto del
pasillo derecho, hasta que James siente un olor desagradable. Y lo que ve
en aquella habitación lo deja tan sorprendido que se queda sin palabras:
la cabeza de Drake estaba clavada en una estaca, mientras su cuerpo
desnudo yacía flotando en un fluido que parecía ser sangre. Mientras
James Thellart muere de un supuesto ataque al corazón.

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Nada más real que un grito

Mi pesadilla en una carta, mi experiencia en el


océano

Por Sebastián Osorio Morales

Es bien conocido aquel desacertado pensamiento que dicta que “un


verdadero hombre no siente miedo,” el cual declino, no por voz ni
experiencia propia, sino por la de mi propio padre, quien aunque en su
momento no llegase a aceptar y/o admitir el terror que sintió en cada
escondrijo de su ya entonces agotada alma, hoy día recuerdo, y soy así
testigo, del pavor que azotó, no solo su existencia, sino también la mía;
todo por aquella vivencia que perdura en mis recuerdos y que
permanecerá ahí hasta el día de mi muerte, tal y como estoy seguro que
hizo con mi difunto padre. Es pues, el peso que llevo en mi mente,
producto de la mencionada experiencia, lo que me ha orillado a testificar
en este escrito lo que rememoro como una nublosa pesadilla.
Al lector le hablo cuando digo que para sentir el terror no es
imprescindible entender qué es lo que te espanta, y tampoco lo es que
incluya un hecho que supere la comprensión humana; puede acontecer
uno u otro. Para mi mala suerte… fui víctima de ambos.
Tenía entonces este servidor alrededor de doce años cuando aún solía
vivir en Cornualles, Inglaterra, y no fue sino hasta años más tarde que
opté con total seguridad por dejar mi tierra natal. Éramos mi familia y
yo poseedores de la tranquila vida que muchos desean, conformada dicha
familia por mis padres, dos hermanos y una hermana mayores. Mi madre,
mujer flexible en cuanto a personalidad se refiere, era quien cuidaba de
nosotros, sus cuatro hijos, mientras mi padre, un hombre recto la mayor
parte del tiempo, nos daba el sustento a base de trabajo como miembro
del personal de mantenimiento de los veleros que se situaban en el muelle
local.
Por provechoso que fuese, lamentablemente este oficio no era suficiente
para cumplir con las necesidades básicas de todos nosotros, por lo cual
dos de mis hermanos mayores, de catorce y quince años, acostumbraban

242
Nada más real que un grito

salir después del mediodía en busca de cualquier trabajo que aportara


una ganancia mínima. No es como si fuésemos mendigos, pero
desgraciadamente no éramos los más afortunados. Por mientras,
ayudaba a mi madre en los deberes del hogar con el fin de aligerar sus
cargas tanto como me fuera posible. Una vez que tenía tiempo libre para
mí, lo empleaba ya fuera jugando con mi hermana mayor de trece años o
leyendo para ella. Suena a algo singular, ¿no es verdad? El hermano
menor que lee para uno de sus hermanos mayores cuando generalmente
suele ser lo contrario. Ahora bien, me dispongo a explicar dos razones
para tal situación: la primera es que, al no tener una estabilidad
monetaria, les fue imposible a nuestros padres inscribir al menos a uno
de sus hijos a una escuela básica, fue por esto que tomaron la decisión de
enseñarle lo básico, como la lectura y escritura, al menos a uno de sus
hijos. Como ya habrá deducido, se inclinaron por hacerlo conmigo, esto en
vista de que, al prestarse dos de mis hermanos para ir en busca de
cualquier compensación, y al ser yo el menor de entre los cuatro, teniendo
entonces más tiempo libre en comparación con los demás, me sería más
fácil aprender dichos temas para posteriormente amaestrar en el área a
mis hermanos por mi cuenta; puede que esté pensando: ¿por qué no hacer
lo mismo con su hija? La cual es una muy buena pregunta y me lleva a la
segunda y más importante razón del porqué era yo quien se prestaba para
leerle a mi hermana mayor, y es que lamentablemente ella poseía una
discapacidad visual, o para mayor entendimiento, había nacido ciega.
Fue así como teniendo en cuenta estos motivos, era yo quien durante
las soleadas tardes se prestaba para leerle relatos a mi hermana, muchas
veces a la orilla del mar, ciertamente no por elección mía, sino siempre
por petición suya. Aclaro encarecidamente que en ninguna ocasión fue
porque yo así lo deseara, y esto es así porque, contrario a lo que muchos
pensarían de una persona que reside a las orillas del mar, aquel chiquillo
padecía, y sigue padeciendo actualmente, un pánico irracional a lo que
algunos denominan la inmensidad azul. Un profundo temor que hoy
conozco más a profundidad y sé el nombre por el que se le conoce, que
viene siendo Talasofobia. En aquella época no comprendía el fundamento
de mi fobia, sin embargo, a causa de lo que ocurrió cierto día, hoy por hoy
lo comprendo a la perfección.

243
Nada más real que un grito

Durante uno de esos días soleados me encontraba sentado a la par con


mi hermana, cuyo nombre no recuerdo con certeza, por lo tanto, nos
referiremos a ella como Elsea. Nos encontrábamos pues Elsea y yo
sentados al borde del risco que quedaba al lado de nuestro humilde hogar,
aquel que daba con la playa y nos ofrecía una amplia vista al océano; vista
que, por más bella y gratificante que fuese para muchos, para mí no era
diferente a divisar cada día los vestigios de peligros desconocidos. Fue
entonces cuando, mientras le leía un cuento fantástico, proveniente del
mismo libro que le había leído ya varias veces, ya que era el único que
teníamos, me interrumpió ella con la pregunta que, creo yo, marcó un
antes y un después en mi propia realidad.
—John —dijo refiriéndose a mí—, ¿es el océano tan maravilloso como lo
relatan los libros?
En su momento no supe qué decirle. Es una interesante pregunta, muy
precisa, pero su respuesta algo inexacta. Lo que expone el océano llega a
ser variado, desde un sentimiento de intriga que empuja a querer
desvelar cada misterio que este esconda, hasta innumerables y
fascinantes criaturas para el ser humano. Es seguro que al hacer su
pregunta no quiso que mi contestación fuese con base a una sola cosa,
sino algo más panorámico. Claro que dudé en darle una respuesta
concisa, después de todo, ese azul infinito era el que me hacía padecer de
escalofríos en la extensión de mi piel; por el contrario, mi hermana era
dueña de una gran fascinación por el océano y casi cualquier cosa que
este involucrara. Aun con todo, no quería darle una respuesta que fuera
a ser motivo de decepción, y fue cuando opté por brindarle una que fuese
a lo mucho agradable a sus oídos.
—Probablemente lo sea.
Ella sonrió y soltó un suspiro. —Por favor, continúa —dijo mientras
cerraba sus ojos.
Continué leyéndole diversos cuentos y relatos de la misma obra, así por
al menos unas 3 horas, hasta que sin previo aviso el cielo fue cubierto por
sombrías nubes, bloqueando cualquier rastro de los rayos del sol. Ante
esto, fácilmente deduje que pronto comenzaría a llover, por lo que me
dispuse a agarrar los libros que tenía conmigo y a guiar a mi hermana al
interior de nuestro hogar. Una vez adentro la llevé hasta su cama para

244
Nada más real que un grito

que se recostara, tras esto me dirigí a la cocina para que mi madre me


entregara dos trozos de pan, los cuales me daba cada tarde con el fin de
dárselos a mis hermanos mayores en cuanto estos volvieran. Fueron solo
cinco minutos después que ambos entraron por la puerta principal,
agotados, además, ya que se la habían pasado corriendo por todo el
condado. Cerrando ya la puerta a sus espaldas, me acerqué a ellos con los
trozos de pan en mis manos, ambos los tomaron y tras darme las gracias,
los engulleron sin dejar caer una sola migaja; algo entendible, dado que
era más que seguro que terminaban agotados en consecuencia de ir de
aquí a allá todo el día, y era algo que mi madre deducía, siendo la razón
por la que les convidaba unos trozos de pan ínterin la noche descendía y
volvía nuestro padre para finalizar el día cenando juntos.
En la rutina habitual mis hermanos solían arribar a casa un poco más
tarde de lo que lo habían hecho aquel día, pero en vista de la pronta lluvia,
estos decidieron regresar de inmediato al ver aquellas oscuras nubes. De
igual manera mi rutina también se vio alterada, a razón de que
normalmente al ellos volver les enseñaba lectura y escritura con base a
lo que fuere de mi comprensión en aquel instante durante una hora como
mínimo. Dado su prematuro retorno, al tener más tiempo para el estudio
que de costumbre, nos la pasamos estudiando en el comedor cerca de
cuatro horas. No fue sino hasta media hora después de haber finalizado
que mi padre entró por la puerta principal, completamente empapado
para mi sorpresa, y fue debido a que al estar inmerso tanto tiempo en el
estudio de mis hermanos, no me había percatado del momento en el que
había iniciado la lluvia.
Mi madre se abalanzó hacia él en cuanto lo vio para quitarle las prendas
mojadas que llevaba puestas como su camisa y su pantalón. A causa de
aquello me levanté rápidamente a ayudarle, entonces ella me pidió que
llevara las prendas al canasto de ropa sucia; una vez lo hice me dirigí
nuevamente al comedor para tomar los lápices y las hojas de papel que
mis hermanos y yo usábamos para nuestro estudio y llevarlos a nuestra
recámara mientras ellos entraron a la cocina para ayudarle a nuestra
madre a servir la cena.
Encontrándome en la recamara escuché la voz de mi madre, quien me
pidió que guiara a nuestra hermana al comedor para que cenáramos;

245
Nada más real que un grito

dejados ya todos los materiales en su sitio, tomé a mi hermana de su


suave y delicada mano, puse mi otra mano en su cintura y la llevé hasta
su asiento frente al grato olor de un plato de comida, para seguidamente
sentarme a su lado, y una vez dadas las gracias por la comida, dimos
inicio a nuestra cena.
A lo largo de esta se oían principalmente las voces de mis padres
conversando y discutiendo de lo que, por aquellos tiempos, eran para mí
“asuntos de adultos,” y por otro lado se escuchaba como una balada de
fondo a las pesadas gotas de lluvia que caían en el techo y se estrellaban
contra las ventanas. Fue hasta que ya casi había comido lo que se
encontraba en mi plato que mi padre les dirigió la voz a mis hermanos
mayores.
—Así que, ¿cómo estuvo hoy? —dijo de forma tranquila
Al decirlo, mis hermanos introdujeron rápidamente sus manos en sus
bolsillos, sacando de estos algunas monedas y un billete de un valor no
muy alto, mostrándoselos a mi padre. Él los tomó y mirando aquellas
monedas dejó escapar en voz baja un casi imperceptible “bien.”
Seguidamente se las entregó a mi madre pidiéndole que las guardara.
Con monedas y billete en mano ella se levantó y fue hasta su recámara,
mientras mi padre, volviendo a mirar a mis hermanos, les frotó la cabeza
a la vez que les decía “buen trabajo”. Tras esto me miró y nos preguntó a
mi hermana y a mí por lo que habíamos hecho en el transcurso del día.
—John estuvo leyendo para mí —le respondió Elsea a la vez que frotaba
suavemente su mano en mi hombro.
Él me miró y, sin mostrar mayor expresión, que era como solía
permanecer en casi la totalidad de su tiempo, asintió con la cabeza. De
igual manera asentí y lentamente dejé que mi mirada descendiera hasta
mi plato. No me era muy común para mí el establecer un contacto visual
con mi estricto padre por un periodo prolongado, por lo que me era arduo
y hasta en ocasiones embarazoso verlo firmemente a los ojos.
Posteriormente, y tras lo que creo fueron alrededor de tres minutos, mi
madre regresó de su recamara y tomó asiento. Al hacerlo, mi padre se
levantó, le dio las gracias por la comida y procedió a darnos a todos los
presentes un anuncio.

246
Nada más real que un grito

—A raíz de los resultados, producto de mis servicios, un cliente me ha


ofrecido un extra por estos.
—¿Una paga? —preguntó mi madre, con aparente ilusión en sus ojos.
—En efecto, mi cielo. No monetaria, que es como hubiese deseado; me
han ofrecido un trayecto en un pulido velero, y han dicho que puedo llevar
al menos un acompañante.
Ciertamente estábamos confundidos al escuchar algo que, si bien y sería
un placentero privilegio para otros, para personas como nosotros sonaba
a un disparate, mirándonos así las caras unos a otros. Bueno, con
excepción de mi hermana, claro está. Mi madre, la más confundida, le
presentó su interrogante sobre por qué ofrecerle algo de un valor
diferente al que se suele utilizar como el dinero. Mi padre aclaró que el
motivo fue que, al terminar el mantenimiento de dicho velero, le aconsejó
a su propietario dar unas cuantas rondas por la costa para asegurarse de
que el funcionamiento de este estuviera en aptas condiciones; sin
embargo, este le informó que había reuniones que debía de atender, por
lo cual no tendría el tiempo para hacer tal cosa. Fue por eso que le ofreció
a mi padre dar la ronda en el mencionado velero, no solo como un pago
extra por sus servicios, sino también para que él mismo supervisara su
rendimiento en el agua.
—¿Y lo has aceptado? —le preguntó Elsea a mi padre.
—No vi motivo para no hacerlo —respondió él—, pues bien, ¿alguno
desea acompañarme?
Una pregunta decisiva. En ese instante no supuso para mí causa de
nervios ni inquietud, puesto que ser yo el escogido para hacerlo suponía
para mí una posibilidad casi nula; no debido a que mis padres tuvieran
consciencia de mi repelencia al mar abierto, pues lo había estado
conservando como un secreto y ni siquiera ellos sabían de aquello.
Mi razonamiento fue concluir que aquel que acompañaría a mi padre
sería uno de mis dos hermanos mayores; actualmente no comprendo muy
bien la causa de mi deducción, quizás fue mi subconsciente hablando en
representación de mis temores. A pesar de lo que creí, mis hermanos, tras
meditarlo unos cuantos segundos y susurrar entre sí quién sabe qué,
declararon que a ellos no les sería posible realizar dicha actividad porque

247
Nada más real que un grito

ambos debían partir en la mañana para un trabajo que les había sido
encomendado. Luego se aproximaron a Elsea y amablemente la
ofrecieron a ella para que fuese quien realizara ese paseo en velero.
Más que sorprenderme, diría que causó en mí otro sentimiento de
confusión. Si bien la pasión de mi hermana por el océano era notable y
todos nosotros éramos conscientes de esta, el ponerla en tal situación
habría sido a mi parecer un acto peligroso e irresponsable; no fui el único,
dado que mi madre inmediatamente se negó a tal idea. Mi padre afirmó
estar de acuerdo con ella, por lo que mi hermana también quedó
descartada. Después de pensarlo un poco, Elsea manifestó alegremente
lo que era para ella una brillante idea.
—¡Ya sé! ¿Por qué no va John en mi lugar?
Terminar de pronunciar esa corta propuesta hizo que se erizaran los
numerosos pero cortos cabellos distribuidos a lo largo y ancho de mi
cuerpo. No me atreví a alzar la mirada para que mi familia no se
percatara de la evidente preocupación en mis ojos. Todo lo que hice fue
tragar saliva en silencio.
—Opino que es una buena idea —continuó diciendo ella—mañana él
podría acompañar a papá y contemplar el océano de primera mano, y
haciendo uso de sus conocimientos de escritura puede escribir para mí un
detallado ensayo describiendo el mar para posteriormente ser él quien
me lo lea.
Siguiendo en pos de mi mala suerte, mi familia no presentó objeción
alguna; mi madre mostró total conformidad con el plan ideado por mi
hermana, lo cual era comprensible si tenía en cuenta que los motivos eran
más que suficientes: mis hermanos tenían un trabajo y mi hermana,
Elsea, no podía ir sola con mi padre en un velero por el peligro que
suponía su discapacidad, además mi madre tampoco era una opción
válida si es que el ir implicara dejarnos a mi hermana y a mí sin
supervisión adulta.
En efecto, todos regresaron a verme esperando mi respuesta. Tal vez en
una situación corriente una elección como esa sería de lo más simple, pero
en mi caso se tornó similar a una decisión de ganar o perder. Por un lado,
al rehusarme, y no tener una razón válida para explicarlo, habría

248
Nada más real que un grito

despertado en mi familia sospechas del miedo que palpitaba en mí; miedo


que, si bien y podría no ser una causa de vergüenza, era algo que sentía
la necesidad y debía ocultar, algo común entre jóvenes de la edad que yo
tenía, los cuales tienden a encubrir y reprimir sus sentimientos como si
de un oprobio se tratase. Sumándole a esto la posibilidad de ocasionar
decepción en mi hermana a consecuencia de no realizar el escrito que, con
ilusión y cariño, pidió que realizara para ella.
Por otro lado, el aceptar e ir con mi padre en el velero, significaba
encaminarme en dirección al lugar que por mucho tiempo he evitado.
Dirigirme a la boca del lobo. Siempre que se manifestaba una situación
la cual implicara mi presencia en la playa o sus cercanías, o cuando en
ocasiones mis hermanos obtenían un tiempo exento de trabajo y
proponían que los acompañara a dar un recorrido por la playa, conseguía
idear una excusa para librarme de hacerlo. Pero ahora me encontraba
entre la espada y la pared; debía escoger… ¿aceptar la petición de mi
hermana, afrontando lo que me espanta y así complacer uno de los pocos
deseos que ella suele expresar? ¿O declinar y arriesgarme a de alguna
manera lastimar su frágil corazón? Cualquier elección que tomara
acabaría siendo perjudicial a largo plazo. Es seguro que ya habrá
adivinado usted cual fue mi decisión, pero aún con esas, me ofrezco a
remarcarlo.
—De acuerdo —dije con voz ligeramente temblorosa, tratando de
disfrazar el nerviosismo que emanaba de mí.
Aun cuando no exhibí mayor emoción, pareció natural ante mi familia,
posiblemente porque, como ya expliqué, situaciones como esa no eran algo
de suficiente importancia para individuos como nosotros. No digo que
fuese algo bueno, al fin y al cabo, las experiencias son las que permanecen
y no se olvidan, pero teniendo en cuenta la situación que nos envolvía,
aspectos como esos no eran de nuestro mayor interés.
Fue así que, una vez mi padre estuvo de acuerdo, avisó que nuestra
partida daría comienzo temprano en la mañana. Tras esto, mi madre nos
ordenó a mis hermanos y a mí lavarnos los dientes para después
retirarnos a dormir. Nosotros obedecimos y una vez terminamos los
cuatro, nos recostamos a descansar.

249
Nada más real que un grito

Puede que muchos se sientan identificados cuando digo que uno de los
sonidos naturales más relajantes que se puedan apreciar, es el de las
gotas de lluvia que descienden y se topan con tierra firme, esto mientras
se está cómodo en una cama blanda y cubierto con un suave manto;
dichoso el sentimiento que se siente con algo como esto, adecuado para
relajarse y reposar. Pero debo decir con aflicción que, aunque gozara de
un momento como ese, me era imposible darle sosiego a mi mente. Todo
por el abrumador futuro que me esperaba y que solo sucedería horas más
tarde.
¿Habría hecho yo algún mal como para que cayera en mí lo que
aparentaba ser un castigo divino? Aun cuando sabía que al ser un niño
realizaba una que otra travesura por la malicia que se posee a esa edad,
ninguna ameritaba tal reprimenda. Pero sin importar lo que yo creyera,
lo hecho, hecho estaba, y pensé que no había nada que pudiese hacer para
cambiarlo.
Tal era mi inquietud que no solo me impedía adormecerme, sino que
también provocó en mí la necesidad de dirigirme al lavabo. Una vez
acabado lo que había ido a hacer, salí de ahí para nuevamente retirarme
a mi recamara, pero antes de hacerlo entreoí a mis padres conversando,
y como cualquier niño curioso, me asomé intentando oír el tema que los
mantenía a ellos aún despiertos.
—¿Estás seguro de tu decisión? —fue la pregunta que dijo mi madre—,
eres conocedor de los relatos de embarcaciones que desvanecen tras
intensas tormentas como la que acontece justo ahora.
—Son meras especulaciones —respondió mi padre—además te he dicho
que haré mi esfuerzo para evitar alejarnos de la costa tanto como me sea
posible.
Luego mi madre manifestó estar de acuerdo con las palabras de mi
padre, aun cuando el tono de su voz indicaba lo contrario. Posteriormente
dijo que iría al lavabo, por lo que apresuradamente me alejé de ahí y
retorné a mi recámara.
Con franqueza expreso que, si el acontecimiento próximo ya había
causado en mí preocupación, haber escuchado esa corta, pero estimulante
charla, solo avivó aquel sentimiento aún más. Yo no era conocedor del

250
Nada más real que un grito

contexto en el que se basaba su conversación, pero seguro aun sabiéndolo,


no cambiaría el objetivo de la advertencia que declaró mi madre ni mucho
menos su importancia. «¿Embarcaciones que se esfuman tras una intensa
tormenta?» Aquello me hizo meditar dos asuntos: el primero de estos fue
mi hallazgo por la falta de lógica que rondaba en tal rumor, puesto que lo
más razonable sería suponer que una embarcación se desvaneciera en
mitad de las violentas corrientes y fuerte lluvia, no en medio de la
tranquilidad; y el segundo asunto, de menor importancia por cierto, fue
la alta intensidad que poseía la actual tormenta según las palabras de mi
madre, de la cual no me había percatado yo, posiblemente debido a los
altos y gruesos árboles que rodeaban nuestra vivienda, siendo quizás los
responsables de apaciguar los fuertes vientos que finalmente se topaban
con esta. Mi punto es que todo el asunto despertó en mí algo de intriga,
no la suficiente para hacerme cambiar de parecer y desear abordar aquel
velero, pero si los suficiente para querer idear una explicación lógica.
Afortunadamente, mis intenciones de desear hallar dicha explicación
bastaron para desviar mi mente y conciliar así el sueño que tanto
necesitaba.
La mañana llegó al fin, y con esta retornaron una vez más mis dolencias.
Tan solo se necesitaron segundos para que se diera el regreso de mis
preocupaciones, transformando mi mente en un conjunto de ideas y
pensamientos grises; algo irónico si se tiene en cuenta que el día anterior
los rayos del sol fueron opacados por las densas nubes de lluvia, pero que
ahora su luz era apreciable mientras se colaba por el cristal. Ahora me
da la impresión de que mi alma había sido empapada con la negatividad
presente en el entorno.
—¡John, tienes treinta minutos!
Oí a mi madre quien se encontraba en la cocina. Para mi sorpresa,
desperté faltando poco tiempo para la hora a la que acordé encontrarme
con mi padre, aun cuando usualmente despierto en cuanto empieza el
amanecer; aparentemente era tanto el deseo de descanso que mi cuerpo
demandaba en pos de compensar el estrés presente en mí, que provocó en
mis sentidos un fuerte reposo.
Me alisté, en contra de mis deseos, para partir al encuentro con mi
padre, quien dijo que me esperaría en el muelle, tomando incluso una

251
Nada más real que un grito

hoja de papel a fin de usarla para hacer un esfuerzo por crear el tedioso
ensayo que me había involucrado en todo este asunto, pero a punto de
abrir la puerta principal fue que volvió la duda que me carcomía, que me
paralizó y me impidió avanzar. ¿Por qué razón estaba a punto de hacer
yo tal cosa? ¿Cuál habría sido mi recompensa y cuál mi perdida? ¿Cuál
sería mayor? Incógnitas razonables y válidas, pero por desgracia estas
fueron disipadas en el momento en que mi hermana, desde su asiento en
el comedor, exclamó con júbilo: “¡Vuelve pronto, John!” Sostuve tales
palabras como una desgracia por darme el coraje para abrir la puerta,
despedir a mi dulce hermana, y marchar a la contienda que tenía
pendiente con la inmensidad azul.
Arribé al punto en el que mi padre se encontraba a mi espera, quien
estaba además desconcertado por verme llegar pasada la hora del
encuentro, pues sabía bien que la tardanza no era un aspecto propio de
mí; decidí ahorrar las explicaciones al suponer que esto solo crearía más
dudas para él, optando entonces por ofrecer una mera disculpa. Sin nada
más para decir, aceptó difícilmente mis disculpas, tras esto se dirigió a
un agraciado velero, quitó las amarras que ataban a este al muelle e
inmediatamente se subió en él.
—Adelante —dijo de forma serena, pero con tono grave, característico
de un firme adulto como lo era él; o al menos como lo recuerdo yo.
Lentamente comencé a acercarme al velero, observando como este se
mecía por la corriente de un lado a otro. Mirar aquel movimiento me hacía
asemejarlo con el péndulo de un reloj, haciendo parecer que estuviese
contando los segundos que tardaría en desfallecer una vez estuviésemos
en pleno mar abierto. Aun con todo, ya no podía dar marcha atrás, y en
cuanto puse un pie en el velero una vez y estuve frente a él, mi padre
tomó mi mano y haló de este, haciéndome subir finalmente, e iniciando
nuestra breve travesía.
Me tomo el momento para disculparme con usted por tantos
preámbulos, ya que es probable que se haya sentido inconforme con la
saturación de información que he aportado hasta este instante, la cual
puede piense usted era innecesaria brindar, pero espero y entienda que
el motivo por el que me tomé la molestia de relatar estos aspectos de mi
vida que, por suerte, aún son claros para mi estropeada retentiva, fue

252
Nada más real que un grito

para que entendiera el motivo por el que me encontraba ahora en esa


situación. Reconozco la curiosidad de la que es usted poseedor pues fue
esta quien le permitió leer hasta este punto, curiosidad que ahora será
satisfecha dado que es a partir de aquí que verá la verdadera razón por
la que he decidido crear este escrito.
Divisé como nos alejábamos poco a poco de la costa una vez comenzado
el trayecto. Cada metro que la nave avanzaba implicaba menos tierra
firme bajo nuestros pies y más lúgubres aguas. Recuerdo esa oscuridad y
la asocio con aquello que dicen acerca del sentimiento de cobardía hacia
esta; dicen que un individuo que padece de Nictofobia, conocido
vulgarmente como miedo a la oscuridad, no teme realmente a esas
tinieblas, sino a lo que pueda rondar o alojarse entre estas. Por tal motivo
concluyo que, personas que experimentan un pavor similar a este, dando
como ejemplo el que padezco por el océano, no percibimos esa ansiedad
por el lugar o en ocasiones por sus condiciones, sino por los daños que nos
puedan ocasionar los sujetos que se encuentren ahí. Les puedo asegurar
que ese pensamiento es justificable.
Daba la impresión de que mi hogar, junto con los elementos
característicos de este, se hacían más pequeños a medida que nos
adentrábamos en esas inmensas aguas, y así mismo, el coraje que obtuve
un rato atrás comenzaba a escasear. Fue esa escasez la que me forzó a
situarme en medio del velero, muy cerca del mástil; mientras tanto, mi
padre rondaba de aquí a allá supervisando que cada funcionamiento de
nuestra pequeña embarcación marchase correctamente.
Estando a una distancia considerable de la costa, mi padre opinó, y era
adecuado, amarrar las velas con el fin de no alejarse más de lo necesario,
por lo cual pidió que yo las amarrase; me desagradaba un tanto la idea
de tener que salir de mi “zona de confort” puesto que debía ponerme de
pie y arriesgarme a tener que visualizar una vez más la oscuridad de las
aguas. Claro está que obedecer la petición de mi padre era primordial; me
acerqué pues al lugar indicado a tratar de realizar adecuadamente las
instrucciones dadas por mi padre, pero estando a punto de terminar las
amarras, una pequeña ola colisionó contra el velero, haciéndome perder
el equilibrio y ocasionando que cayera cerca de la orilla de este. Al caer,
mi visión se enfocó precisamente en aquello que estuve tratando de

253
Nada más real que un grito

evitar, y aunque fueron solo dos segundos, los experimenté como los
segundos más extensos en la corta vida de la que había sido poseedor
hasta esos momentos.
Puede y esté usted considerando mis pensamientos y emociones como
exagerados, pero para entenderme le pido que se sitúe en mi posición y lo
observe desde mi perspectiva.
Un joven de tan solo doce años de edad que se la ha pasado leyendo
libros durante un amplio periodo de su vida, cuyo mundo se limita a una
humilde casa y sus alrededores, y quien además es víctima de un terror
que no puede explicar, estando el causante a tan solo metros del lugar en
el que descansa, es en esencia forzado a aventurarse en los dominios de
aquello que considera espeluznante; asemeje la situación con una en la
que un individuo que padezca de Apifobia (miedo a las abejas, avispones
y/o abejorros) sea situada a tan solo un metro de un panal de avispones.
Aumento del ritmo cardiaco, estrés, sudoración, náuseas, son solo algunos
de los síntomas que comenzarían a manifestarse, siendo no muy
diferentes de aquellos que se presentarían con cualquier otro temor
excesivo. Agregar ahora la imaginación de una mente joven y tratar de
combinarlo con la especulación que rodea sus ideas:
«Pareciese que no haya un fin en ese profundo abismo; si me llegase a
hundir en él… ¿me dolería?» «¿Y si algo hiciese el esfuerzo por llevarme
hasta las profundidades estando completamente consciente de mí
mismo?»
Son solo algunos ejemplos de los escenarios que constantemente mi
desmesurada imaginación ideaba. De no ser esto suficiente como para
ayudarlo a hacerse una idea, le pido que se visualice a usted nadando en
mitad del océano, completamente solo y en circunstancias
sospechosamente tranquilas, no hay ningún movimiento anormal ni
tampoco tierra firme donde apoyarse. Después de procurar permanecer a
flote durante extensos minutos, percibe la fatiga por la que comienzan a
pasar sus extremidades y esto le hace prever que pronto podría comenzar
a hundirse, aquello altera sus nervios y le hace desconfiar de la inusual
tranquilidad que acontece, esa desconfianza le incita a garantizar que la
seguridad momentánea de la cual goza es realmente verídica, lo que lo
hace tomar la elección de mirar dentro de las aguas. Al hacerlo se percata

254
Nada más real que un grito

de que precisamente no hay absolutamente nada a su alrededor; solo ve


kilómetros de agua y ningún indicio de que esta tenga un fin, es por esto
que comienza a desconfiar de lo que pueda encontrarse más allá del límite
que alcanza su rango de visión, sintiendo miedo al creer que, sin previo
aviso, algo pueda emerger sorpresivamente de esa oscuridad.
Es este punto a donde quería llegar. No es la situación como tal la que
le origina su miedo, es su desconfianza; la desinformación. Al no tener
certeza de lo que pueda suceder a causa de algo o alguien, le influye a
pensar de manera irracional y en ocasiones a tomar acciones no acordes
a la postura en la que se encuentre. Fue esa desconfianza la que me
impedía expresar a mi familia el pánico que me agobiaba y producía las
especulaciones en relación con lo que podría pasar si me viese envuelto
en una situación como la que le acabo de ilustrar; incluyendo el hecho de
que, entre mis conocimientos, no se encontraba vigente el del nado.
Retomando donde lo dejé, retrocedí rápidamente acabados esos dos
segundos, manifestando mi nerviosismo y respiración agitada. Mi padre
oyó el sonido provocado por mi caída y preguntó, desde el otro extremo
del velero, si me hallaba yo bien, a lo cual me puse de pie y, tratando de
camuflar el inestable tono de mi voz, le respondí afirmativamente. Al ver
que me encontraba bien, me pidió que terminara con las amarras de las
velas; entonces me dispuse a acabar lo que había comenzado, sin
embargo, en cuanto elevé mis manos para proseguir, me percaté de que
estas aún se encontraban temblando. En vista de aquello, hice el intento
por terminar con esas amarras lo más pronto posible procurando que mi
padre no lo fuese a notar, desviándome de las indicaciones que
anteriormente me había brindado; aun con esas, conseguí terminarlas
tan rápido como pude, y una vez hecho, me dirigí nuevamente al mástil
para tomar asiento junto a este.
Cerré mis ojos en lo que hacía un breve reposo, haciendo un esfuerzo
por relajar mi agitada respiración, aunque cabe mencionar que los
sonidos de las olas no eran muy tranquilizadores y solo aportaban un
efecto opuesto al que deseaba. Se percató finalmente mi padre de tales
síntomas y se acercó para averiguar qué era lo que me agobiaba. No
deseaba mentirle a mi padre, pero tampoco era de mi agrado explicarle

255
Nada más real que un grito

al asunto con franqueza, es así que ideé una excusa que tuviese un tanto
de veracidad.
—Solo tengo nauseas —le dije a la vez que colocaba mi mano sobre mi
abdomen.
Él afirmo con alivio que una sensación como esa era común en alguien
que estuviese en altamar por primera vez, por lo que, recostándose a mi
lado, me sugirió que hiciese lo mismo, comentando que el velero se
encontraba en buen estado y que por lo tanto podríamos darnos el lujo de
descansar unos momentos.
Si bien y el pretexto antes mencionado contenía una realidad,
desconozco si aquella sensación de malestar aún se debía al pavor que
sufría o si realmente comenzaba yo a padecer de mareos por Cinetosis, es
decir, una sensación de indisposición por viajar. Cualquiera que fuese el
caso, el mal estado en el que me encontraba era veraz, lo que me hizo
replantear la propuesta de mi padre. Aunque la ansiedad que me
martirizaba influenciaba a mis sentidos para permanecer alerta por si
algún inconveniente hacia aparición, permanecer vigilante únicamente
habría agravado mis síntomas; es entonces cuando, a regañadientes, me
tendí junto a mi padre, cerrando mis ojos para hacer un intento por
descansar mi cuerpo unos cuantos minutos. Al menos eso era lo que tenía
planeado…
Entreabrí mis ojos, siendo la vela lo primero que veo. No me percaté los
primeros segundos y cerré de nuevo mis ojos con el deseo de seguir
reposando; pero al fin, tras casi un minuto entero, comprendí que no tenía
por qué estar viendo a la vela siendo llevada por el viento. Aprisa me
levanté y dirigí mi mirada a las amarras de la vela, fijándome como estas
se encontraban sueltas, permitiendo que la vela se soltase e impulsase
desmedidamente el velero a diestro y siniestro. Tal parece que las horas
en la que me mantuve despierto la noche anterior no se habían
compensado completamente en vista de que, sin intención alguna, quedé
dormido.
Comencé inmediatamente a divisar en diferentes direcciones con el fin
de determinar el rumbo que habría que seguir para retornar a
Cornualles. Destacar que fue considerablemente arduo, pero tras
diversos intentos, finalmente localicé a la lejanía la tierra que era mi

256
Nada más real que un grito

hogar, estando a punto de volverse este un simple punto a lo lejos.


Retornó nuevamente la ansiedad a mi cuerpo al contemplar algo como
esto; ya no se trataba solo de encontrarme en el que consideraba territorio
hostil, sino también de hallarnos lejos, tanto mi padre como yo, de
cualquier medio de ayuda en caso de necesitarlo.
Al saturarme de pánico, consideré en advertir a mi padre, quien seguía
recostado y por lo que deduje, completamente dormido; no obstante, a
pesar de ser una opción que posiblemente solucionara tal situación, pues
conociendo a mi padre habría mantenido la calma y nos hubiese
trasladado sin problemas a la costa, también habría sido una opción
perjudicial para mí. Claramente cargaba yo con la culpa de encontrarnos
en ese estado, en vista de haber sido quien realizó incorrectamente las
amarras de las velas, quizás por sentirme tan alterado. Tal como
cualquier niño que no realiza como se debe una tarea encomendada por
sus padres, sentí cobardía por declararle la verdad a este, pensando
únicamente en el riesgo de que me lanzase alguna amonestación, fue por
esto que tomé la decisión de idear por mi cuenta una solución que lo
remediase.
Comencé a pensar con desespero, mirando en diferentes direcciones
para determinar si alguna de las cosas de las que disponía en el velero o
alrededor de este podría haber ayudado a un chico en apuros: primero
dirigí mi mirada al cielo, seguidamente a las velas, luego al mar rojo,
después al mástil…
¿Lo inquieta que se encontraba mi mente habría provocado que esta
recreara algún tipo de alucinación? No hubiese sido un hecho anormal
considerando lo perturbado que me encontraba en ese instante;
confundido, a la vez que intrigado por lo que creí haber visto, empecé a
girar mi cabeza lentamente en busca de corroborar lo que supuestamente
habían visto mis ojos.
Desafortunadamente todos mis sentidos se encontraban en perfecto
estado; suena ilógico, pero era preferible que estuviese perdiendo la
cordura. No se me ocurre una manera apropiada de expresarlo, pero decir
que me conmocionó no basta para describir la sensación que me invadió,
puesto que, efectivamente, el agua a nuestro alrededor se había teñido en
su totalidad de un vivo color rojo carmesí.

257
Nada más real que un grito

¿La causa de esto? Bueno, es bastante probable que usted ya haya


imaginado lo mismo que yo pensé en ese instante: litros y litros de roja
sangre, como si la vida marina que se encontrara bajo nuestros pies
hubiese sido completamente masacrada; imagine mi impresión al
atestiguar tan horrorosa escena. Inclusive mis náuseas habían regresado,
pero, en este caso, la sensación era mucho más intensa, haciéndome
retroceder e intentar no vomitar colocando mi mano sobre mi boca. ¿Un
niño con pánico al mar abierto, quien se encuentra en medio de este, ve
ahora como dicho mar se ha bañado de sangre? Situación tan drástica
requería evidentemente la intervención de un adulto, por lo que me
dispuse a despertar a mi padre de su sueño, y cuando tenía mi mano sobre
su hombro… ganó la curiosidad.
Aun cuando me encontraba increíblemente atemorizado por todo el
suceso, sentí la curiosidad por reafirmar lo que estaba viendo ante mis
ojos. Es bien conocido el refrán de “la curiosidad mató al gato,” y la
perversa curiosidad infantil que poseía tuvo el deseo de comprobar una
última vez si un suceso tan surrealista en verdad no era producto de una
jugarreta por parte de mi mente, fue por eso que me alejé de mi padre y
tomé una vara de madera que se encontraba en un rincón del velero, con
la intención de sumergirla en el agua para certificar si esta se teñía o no
de carmesí. Algunos podrían considerarlo un acto de valentía, otros un
acto de estupidez, pero la realidad es que independientemente de cuál
fuera es el acto que escogí realizar.
Entonces tomé la vara y, apartando con temor la mirada, la sumergí en
el agua con el profundo deseo de que esta no se tiñera. En cuanto sentí
que ya la vara se había sumergido hasta la mitad, la saqué lentamente
sin mirarla; con temor giré mi cabeza y, manteniendo mis ojos cerrados,
hice una corta cuenta regresiva.
—Tres… dos… ¡Uno!...
Terminé la cuenta e inmediatamente abrí mis ojos.
Imagine mi sorpresa al observar que, en efecto, la vara conservaba su
color y no había sido pintada de rojo.
Reconozco el inmenso alivio que inundó mi espíritu, pero
lamentablemente ese alivio permaneció poco tiempo pues la incógnita

258
Nada más real que un grito

seguía vigente. ¿Con qué clase de sinsentido me había topado? Resultaba


que ahora la razón más lógica para ese supuesto “mar de sangre” quedaba
completamente invalidada al no ser verdaderamente litros del líquido
rojo; por mas estresado y/o nervioso que me encontrase, tenía la
seguridad de que aquello tampoco podría tratarse de una alucinación
como síntoma de locura, en vista de que una ilusión tan masiva como cien
metros a la redonda de sangre pura, sería algo casi surrealista para un
niño saludable tanto mental como físicamente.
¿Cuál podría ser la causa de aquel fenómeno anormal? Individuos
expertos podrían hacer el intento de explicarlo basándose en posibles
causantes como algas marinas o efectos de la refracción de la luz, sin
embargo, acertar una resolución basándose en la lógica le era a aquel
jovencito de inocentes pensamientos e ignorante en temas complejos algo
sumamente enrevesado. Aun con esas, procuré encontrar una explicación
con el fin de averiguar si podría resolverlo antes de advertir a mi padre,
esto porque concluí que, si se mostraba airado al percatarse de que
nuestro paradero era remoto a la costa por Mea culpa, presenciar de igual
manera lo que yo veía solo lo hubiese perturbado aún más.
Varios minutos transcurrieron, tiempo en el que el asunto no dejaba de
darle vueltas a mi cabeza; algo irónico a resaltar es que, al pasar cierto
tiempo pensando en por qué el mar lucía de ese color, desatendí el pavor
que me asolaba por encontrarme precisamente en mar abierto. Fue
entonces cuando, inesperadamente, contemplé como un extraño manto
oscuro se aproximaba a lo lejos por la superficie del agua a una velocidad
considerable; aquello me espantó, por lo que retrocedí acercándome al
mástil, pero ese manto se acercaba cada vez más, hasta que incluso
avanzó debajo del velero, viendo esto me di la vuelta para ver como seguía
avanzando por el otro extremo. Fue entonces cuando me percaté de que,
a medida que avanzaba dicho manto, el color rojizo presente en el agua
se desvanecía.
Al darme cuenta de aquello, comencé a mirar el agua a mi alrededor, y
efectivamente el rojo carmesí se había desvanecido por completo, dejando
en su lugar el color azul característico del agua, pero siendo este un poco
más oscuro de lo normal.

259
Nada más real que un grito

Si lo anterior me había aterrado, esto me dejaba ahora desconcertado.


Desde luego nada de esto podría tratarse de una ilusión, pues se sintió
bastante real, pero solo hacía que el asunto perdiera sentido cada vez
más. ¿Primero el océano se teñía de un vivo rojo y ahora de un azul opaco?
Si bien y lo sigo recordando como un suceso extraño y aterrador, hay
ocasiones en las que creo es un tanto cómico, pues aquello es equiparable
con los cambios de apariencia radicales que en ocasiones realizan las
personas. Le sonará a usted algo tonto, y en realidad puede que lo sea.
Quizás este estilo de comedia sea una forma en la que mi cerebro intenta
disipar mis nervios y apaciguar el temor vigente en mí.
Regresando al tema principal, todo lo que acontecía aparentaba ser real
para mí en gran manera, aun si me considerara usted un demente que se
tomó la libertad de plasmar un relato ficticio en un trozo de papel; pero
recordemos hay quienes opinan que la realidad… supera a la ficción, y
esa era verdaderamente una realidad para mí.
Presencié como en solo cuestión de segundos aquel manto retornaba,
acercándose desde la lejanía; pero en este caso noté de inmediato que, a
medida que este volvía y seguidamente se alejaba en la misma dirección
de la que vino, el rojo carmesí hacía nuevamente aparición, hasta que
finalmente aquel manto desapareció, dejando en evidencia el mismo “mar
de sangre” que se encontraba presente hace tan solo unos segundos, como
si la única intención de ese colosal manto oscuro fuese esconderlo o
camuflarlo.
Misterios, preguntas y más incoherencias.
Algo curioso a mencionar es que, al ver una vez más ese mar rojizo, sentí
más ansiedad de la que tenía hace unos momentos; no estoy muy seguro
del por qué, pero puede que mi subconsciente haya asociado el color rojo
con el peligro, instigándome a mantenerme alerta en cuanto lo viera.
Seguía tratando de asimilar lo que acontecía cuando noté que algo
oscuro había hecho aparición en mitad de las rojas aguas, muy cerca del
velero. Esto provocó en mí intensos escalofríos, siendo mi infinita
imaginación de infante la principal causante, puesto que supuse que
aquella mancha podría tratarse del responsable de todos esos aterradores
sucesos, además del culpable que posiblemente estuviese disfrutando lo
que yo percibía como una efectiva tortura. Tenía pues, la completa

260
Nada más real que un grito

disposición de quedarme de pie junto al mástil hasta que todo lo que


ocurría se desvaneciera de la misma forma en la que inesperadamente se
manifestó, creyendo que había atestiguado lo suficiente, y no deseaba
más sorpresas innecesarias; francamente, ya no temía que mi padre se
exaltara lo suficiente para sancionarme como su hijo, únicamente
atesoraba que se diera nuestro regreso y acabara recordando todo como
un mal sueño. Fue por esto por lo que me dispuse a despertarle, pero
antes de hacerlo presencié como esa negra mancha se movió
rápidamente, situándose bajo el otro extremo del velero, luego
nuevamente al otro extremo y por último al lugar en el que se encontraba
al principio. Fueron esos movimientos los que me hicieron percatar de
que aquella mancha presentaba una silueta circular; extrañamente, una
forma circular casi perfecta, además de tener un tamaño cercano al de
nuestra embarcación.
Ciertamente aquello indicaba tener pensamiento propio, lo que agravó
mis temores pues reforzaba mi teoría de que se trataba de aquel que
causó tales eventos que aparentaban no tener un fin específico; ninguno
además de mi tortura psicológica. ¿Acaso el objetivo de todo esto era
alimentarse de mi miedo? No estaba seguro de eso, aunque no me
encontraba seguro de nada en general.
Una vez más, por cobardía o estupidez, llegué a la conclusión de que,
para cortar de raíz todo el problema y finalmente dejar que mi espíritu
reposara de la ola de emociones que vivió en un solo día, lo más sensato
sería afrontar de forma directa aquello que me asechaba; por lo que opté
por tomar la vara de madera que usé anteriormente, para lanzarla
directamente a la mancha con el objetivo de espantarla. Fue así como, con
vara en mano, me acerqué lentamente a la orilla. Una vez y estuve de pie
junto al borde, levanté la vara, pero en cuanto lo hice la mancha comenzó
a expandirse, volviéndose más grande que el propio velero.
Contemplar tal cosa provocó que me quedase pasmado; en un estado
similar al shock puesto que ni siquiera tenía la capacidad de moverme,
todo lo que podía hacer era mirar fijamente esa mancha cuyo tamaño
demostraba que, si así lo hubiese querido, podría habernos devorado sin
mucho esfuerzo. Aun con esto, lo realmente perturbador fue la nitidez de
mi reflejo en dicha mancha; una imagen casi tan clara como la que

261
Nada más real que un grito

construye un espejo novicio. Lo siguiente no lo plasmo como un hecho,


sino como una probabilidad, y es que, opino yo, fue esa claridad la que
permitió que, tanto aquella mácula como yo, pudiéramos ver en
profundidad el alma del otro, siendo esta la que me facilito entender, con
intenso espanto, la causante de todos los sucesos relatados.
Lo que en ese entonces era conocido para mí, un jovencito ignorante,
como “la parte blanca del ojo,” pero que hoy reconozco por el nombre de
la esclerótica, era representada por ese mar rojo, por lo tanto, el “manto
oscuro” representaba el parpado, y finalmente la “mancha negra” sobre
la que ahora nos hallábamos, era la representación de una colosal pupila;
en pocas palabras, sobre lo que nos encontrábamos mi padre y yo, se
trataba nada más y nada menos que de un descomunal globo ocular.
Aunque nos encontrásemos usted y yo hablando en persona, sería
igualmente incapaz de expresarle la desmedida cantidad de
sentimientos, especialmente negativos, que brotaron excesivamente
desde lo profundo de mi corazón; fue tal mi impacto que, aun cuando
sentía el impulso de exteriorizar mi cagalera mediante el grito más
intenso que hubiera producido en toda mi vida, un estrecho nudo en mi
garganta me lo impedía, pudiendo escuchar mis desgarradores gritos
únicamente en el interior de mi cabeza.
Como cualquier niño que ha llegado a su límite, me invadió el afán por
desahogarme a través del llanto, mi cuerpo, empero, imposibilitó que
hiciese cosa tan sencilla, dejando a un frío sudor ser el único líquido que
descendiera por mi rostro. Creo recordar además la apreciación de la
perdida en la tonalidad en mi piel, junto con la sensación de una gruesa
mano que oprimía mi cavidad torácica, impidiéndome respirar con
normalidad.
Inclusive perdí la fortaleza en mis extremidades, dejando caer la vara
al suelo, para posteriormente derrumbarme justo en el sitio donde me
encontraba. La gravedad de mi estado mental se reflejó en el hecho de
que mis fuertes deseos por retornar con mi familia se desvanecieron
completamente; ahora lo único que se albergaba en mi mente era un
conjunto de pensamientos negativos cuyas palabras se basaban
principalmente en la frase “estoy acabado.” Sin darme cuenta me había
convencido a mí mismo de que todo lo anterior había sido el preámbulo,

262
Nada más real que un grito

no solo del fin de mi vida, sino también la de mi padre. Esa lóbrega


aceptación de mi destino les permitió a mis lágrimas germinar levemente,
pero antes de que estas pudieran derramarse, experimenté la sensación
de algo frío haciendo contacto con mi dorso. Esa imprevisible percepción
le cedió a mi corazón la oportunidad para interrumpir sus labores un
instante, creando la impresión de un cese en la continuidad del tiempo.
Aquella pausa dejó que me tomase la libertad de meditar diversos
asuntos un momento; dicen que antes de morir atestiguas toda tu vida
transcurrir frente a tus ojos, y al asegurar yo que el momento de mi
partida había llegado, viví algo similar. Entre dichos asuntos aparto dos
a relucir; el primero fue en relación con el sentimiento de culpa que me
agobiaba al considerar una vez más que el encontrarnos en tal situación
sumamente surrealista, era cumplidamente mi responsabilidad, puesto
que no nos encontraríamos a semejante distancia de Cornualles si
hubiese hecho correctamente las amarras, y hubiera sido así si no fuera
por mi ansiedad a causa del mar, lo que me llevó a reflexionar en la razón
por la que me encontraba en el último lugar donde desearía perecer: mi
querida hermana.
Soy un buen conocedor de la bondad que conllevaba mi hermana desde
temprana edad, y puedo asegurar que, de haber conocido mi hermana el
secreto de mis temores, dicha bondad la habría llevado a impedir mi
partida con mi padre a toda costa. Fue esa bondad la que mantuvo mi
disposición de leerle por tanto tiempo, la que me brindó determinación
suficiente como para adentrarme en las aguas, e igualmente fue esa
bondad la responsable de permitirme adquirir nuevamente el anhelo de
ver a mi familia.
Es así como, por inoportuna que fuere aquella fría sensación, esta me
concedió la valía que necesitaba, la cual usaría para llevar a cabo un
último esfuerzo en pro de la preservación de mi propia vida;
naturalmente, nosotros, organismos vivientes, nos aferramos
especialmente a la vida si consideramos que esta se encuentra en riesgo,
por ende, al creer que yo fallecería, giré aprisa, atemorizado, a hacerle
frente a aquello que demandaba mi atención…
Una sonrisa de lado a lado.

263
Nada más real que un grito

Era lo único que alcanzaba a ojear en el rostro de mi padre, siendo este


quien anteriormente había palpado mi espalda a fin de llamar mi
atención, ya que estaba siendo opacado por el sol, lo cual me dificultaba
distinguirlo apropiadamente, dejando que su inmensa sonrisa fuera la
único que pudiera ver con claridad.
En cuanto me giré, las palabras que pronunció fueron estas: —Es
momento de irnos—. Posteriormente se puso de pie y acomodó las velas,
sin despegar la mirada de estas, en dirección a la costa de Cornualles.
Seguidamente me tomó en brazos, y una vez se sentó él en la popa, me
situó en su regazo.
Desconozco si alguna vez ha sido usted testigo del regocijo que denota
un infante en el momento en que este se encuentra con su madre tras
haberse extraviado en medio de una abundante multitud; aun así,
reafirmo como me invadió un gozo semejante a este en el instante en que
mi padre me proporcionó su amparo, aunque más que un sentimiento de
alegría, fue una sensación de alivio, a razón de que imaginé y ahora
podría descansar de las penas con las que intenté cargar por mi cuenta.
Sin embargo, ese alivio no era al completo verídico, a razón de que algo
no estaba bien, y en efecto era algo que sabía con exactitud.
La razón de esto era verdaderamente aquello que resaltaba en el rostro
de mi padre cuando establecimos contacto visual hace unos instantes: esa
sonrisa. Le sonará absurdo, pero le pido que haga memoria de las
cualidades que anteriormente describí y poseía mi padre, las cuales
dejarían en claro que un hombre recto y en ocasiones estricto como lo era
este, le adjudicaba un perfil no muy risueño; por lo tanto, el contemplarle
una sonrisa, especialmente en un momento y lugar donde teóricamente
no tendría por qué encontrarse algo que le hiciese gracia, era cuanto
menos singular.
Según esa lógica, quise hallar una explicación al comportamiento
anormal de mi padre, pero antes de que pudiese dar comienzo con dicho
proceso, percibí cómo una gota se topó justo en mi frente; por supuesto,
me pareció algo extraño, por lo que eleve mi mirada para ver de qué se
trataba…

264
Nada más real que un grito

No tengo forma alguna de determinar si era comparable con el mío, pero


el vehemente horror que reflejaban los ojos de mi padre era
completamente indescriptible, en vista de que, al hallarme bajo su
impotente figura, esta impedía que fuera deslumbrado por el fulgurante
sol, permitiéndome distinguir sus facciones con claridad; su respiración
era bastante irregular y apenas perceptible, del mismo modo los latidos
de su corazón sostenían un ritmo anormal, suponiendo yo que estuvo a
punto de sufrir una arritmia, inclusive, abundante sudor descendía por
sus poros, siendo una gota de este la que dio con mi cabeza.
Por la expresión de su rostro era evidente que había atestiguado lo que
ningún ser humano debería, y desde luego, lo que claramente yo también
presencié, en vista de que aun perseveraba aquella sonrisa que,
evidentemente, no era de alegría, dando la impresión de que cada uno de
sus músculos faciales habían sido petrificados por el miedo; sin embargo
¿habrá podido interpretar tales eventos de igual manera en la que yo lo
hice? Sospecho que es así, pero es algo que siempre será un misterio dado
que mi padre y yo nunca tuvimos el atrevimiento de entablar una
conversación en relación con dicho asunto.
Tras un corto viaje que pareciera y hubiese sido eterno, finalmente
volvimos al muelle de Cornualles. Permanecí inmóvil en el regazo de mi
padre durante todo el trayecto de vuelta, y desde su comienzo hasta su
final ninguno de nosotros tuvo el atrevimiento de decir una sola palabra;
por mi parte, no se me ocurrió algo que fuera apropiado mencionar en la
respectiva situación, además de no tener la osadía como para hacer un
intento. En cuanto a mi padre, es probable que supiera a la perfección
todos los eventos que atestigüé, y por lo tanto no consideró correcto hablar
del tema, mucho menos con un niño, pero quién sabe cuál habrá sido el
verdadero motivo.
Al desembarcar, me apartó y se dispuso a atar el velero a la viga del
muelle, a continuación, me tomó nuevamente en brazos y, acariciando mi
cabecera, fijó rumbo a nuestro hogar en lo alto del risco.
Mi madre abrió la puerta principal en cuanto estuvimos frente a esta;
posiblemente estuviese atenta a nuestra llegada al ser consciente de
nuestra evidente demora. Al abrirla, mi padre me soltó y me pidió que
fuera directamente a mi recamara, yo por supuesto le obedecí, por lo que

265
Nada más real que un grito

comencé a caminar, pero sin prestar ningún tipo de atención a lo que


estuviese ocurriendo a mi alrededor, como si el mundo que me rodea se
hubiera quedado en completo silencio.
Aunque había tantas cosas en las que pensar a lo largo de esa silenciosa
marcha, mi mente se mantuvo completamente en blanco; no visualicé el
vivo color rojo, ni el manto oscuro, y menos aún la mancha negra, todos
mis pensamientos se habían teñido de un apacible blanco. Me supongo
que las acciones de mi padre podrían haber influenciado en aquello; el
haberme tomado en brazos hasta en dos ocasiones, haberme abrazado con
una calidez que, honestamente, nunca había sentido por parte suya, o al
menos no desde que tengo memoria, hasta el haber acariciado mi
cabecera con tal sensibilidad que es probable y no hubiese usado desde
que yo era un bebé, tanto así, que casi consiguió dejarme dormido.
Abrí la puerta de mi recamara, siendo mi cama lo primero que veo y lo
único que anhelaba en ese momento; un tranquilo reposo me habría
brindado la serenidad que tanto estuve deseando durante estas últimas
horas. No obstante, al momento de dar un solo paso en la habitación, oí
una voz que rompió con ese pacifico estado silencioso.
—¿John? ¿Eres tú?
Se trataba de mi querida hermana, quien se encontraba tendida y a
quien posiblemente interrumpí mientras se hallaba en la profundidad de
sus sueños. Si se lo está preguntando, es razonable que ella fuere capaz
de saber que se tratara de mí puesto que era consciente de que aún no
acaecía la hora de llegada de nuestros hermanos. Ciertamente su
presencia fue algo que me tomó por sorpresa a causa de que, al hallarme
inmerso en mis ideas blancas, e indiferente al exterior, no esperaba una
abrupta interrupción similar a esa. Aun así, era preciso brindarle una
respuesta, por lo que le respondí afirmativamente en cuanto a que de mí
se trataba. Al hacerlo, denotó contento, exponiendo el alivio que sentía al
escucharme en casa, sano y salvo.
—Dime, ¿conseguiste elaborar el ensayo? —preguntó ella
Considero que está de más decir que, indudablemente, entre un asunto
y otro, omití la petición de mi hermana, la cual, irónicamente, había sido
la razón por la que me aventuré en una inimaginable odisea. En un

266
Nada más real que un grito

intento de improvisación, evitando lastimar su delicado espíritu, tomé de


mi bolsillo una hoja, la cual había llevado conmigo para realizar dicho
ensayo, con el fin de simular leer el escrito; sin embargo, en el momento
en que vi aquella hoja en blanco, comenzaron a sobrevenir las imágenes
de todo lo ocurrido en aquel velero, un recuerdo sobre otro, lo que me hizo
padecer una vez más todas y cada una de las sensaciones que viví, como
nauseas, pavor, tristeza, una presión en mi pecho, entre otras, solo que
ahora estas acometían a la vez… sin piedad… permitiendo que
finalmente mis lágrimas brotaran, todo esto… a la vez que simulaba leer
un hermoso ensayo… del perfecto océano.
Años después dejé mi tierra natal por obvias razones; no soportaba el
sentimiento que me alcanzaba al permanecer tan próximo a ese
inmensurable azul. Tras esto me albergué en los suburbios en una nación
extranjera donde realicé diversos estudios.
Si casualmente albergaba usted la duda de cómo soy yo conocedor de
diversos términos y locuciones mencionados a lo largo de esta carta,
relacionados con temas psicológicos, es porque de hecho mis principales
estudios fueron basados en la psicología, lo cual puede llegar a ser
considerado incluso como algo irónico si tenemos en cuenta que padezco
de un trastorno de la misma índole.
Efectivamente, poco después de comenzar con mis estudios fui
diagnosticado con lo que denominan “amnesia disociativa,” padecimiento
que vendría a explicar por qué en ocasiones me es desconocido mi propio
nombre, siendo la razón por la que suelo referirme a mí mismo como John,
o el de personas cercanas a mí, aunque curiosamente siga recordando mi
propio apellido, además de exculpar los cambios radicales en el uso de mi
vocabulario.
Puede que esto último lo haya notado usted a lo largo y ancho de este
escrito, ya que, al cohabitar en una tierra ajena, y ocasionalmente hacer
uso del dialecto que se usa en esta, mi modo de expresión, junto con mis
costumbres se han visto alterados, transformándose en una mezcla de
ambas lenguas, a esto añádale mi trastorno y dará como resultado
oraciones enteras creadas por una misma persona, pero que diera la
impresión y fueron hechas por individuos completamente diferentes. No
está claro el motivo del desarrollo de este mal, pero todo apunta a que la

267
Nada más real que un grito

principal razón sería un trauma, producto de una mala experiencia en el


pasado… posiblemente durante la infancia.
Como mencioné anteriormente, mi padre y yo nunca hablamos de lo
sucedido, ni entre nosotros ni con nadie más, dejando aquel asunto como
uno que nunca fue atestiguado, pero que si sucedió; por ello me estuve
preguntando algo, y me atrevo a hacerle la misma pregunta: ¿Cuántos
sucesos similares a ese cree y se seguirán dando? Sucesos de los que nadie
brinda testimonio, pero que, en algún lugar de nuestro vasto mundo
podrían estarse dando; de hecho, uno podría estar ocurriendo… mientras
usted lee este escrito.
Firma: John Ismael

268
Nada más real que un grito

Susurros de medianoche

Por Sebastián Andrés Tabares Gómez

Mi abuela solía decir que las casas tienen personalidades únicas y


diferentes, las cuales obtienen al absorber la “energía” de su primer
habitante, yo nunca le presté atención a lo que decía, me parecía ridículo
e imposible, pero vaya que le debí hacer caso.
Al cumplir 25 decidí que ya era momento de irme a vivir solo, pues tenía
un sueldo del cual vivir y la edad para andar por mi cuenta, así que renté
un pequeño apartamento en un antiguo edificio en el centro de la ciudad.
Todo iba de maravilla hasta que una noche comencé a escuchar sollozos
que venían del apartamento del lado, al principio no le presté mucha
atención, pero al repetirse la situación durante dos semanas mi
preocupación fue en aumento, y al fin decidí preguntar al dueño acerca
de la situación, él me dijo que era imposible, pues el lugar estaba solo
desde hace ya tres meses, esto último me molestó un poco, ¿cómo era
posible que un lugar deshabitado y solo produjera sonidos?, la única
explicación que encontré era que mi imaginación me estaba jugando una
mala pasada o que el sonido provenía de otro lugar.
Aun así, la situación continuaba y esta vez con mayor frecuencia y los
sollozos pasaron a ser llanto, ya bastante preocupado y algo asustado
decidí reclamarle al señor Wilson, administrador del lugar, sobre lo
acontecido, para calmarme me llevó al apartamento, abrió la puerta y me
permitió inspeccionar el lugar, todo era muy normal, un espacio amplio
con algunos muebles cubiertos por sábanas y polvo, cuando estábamos a
punto de salir del lugar se escucha al fondo unos arañazos y un leve
quejido, al escucharlo mi rostro palideció, mis piernas temblaban y lo
único que pude hacer fue tomar al señor Wilson del hombro y hacerle una
señal para que se diera cuenta de lo que pasaba, el mandó su mano al
bolsillo, sacó su llavero y alumbró el lugar con una pequeña linterna que
colgaba de este, entró sigilosamente, pero el ruido cesó, ambos estábamos
algo asustados (supongo, porque yo sí lo estaba).

269
Nada más real que un grito

El señor decidió continuar explorando cuando de repente una de las


sábanas se comienza a deslizar lentamente, levanto un dedo y lo apunto
hacia el lugar para que don Wilson se entere de lo que está sucediendo,
al percatarse toma la sábana y la hala con fuerza, debajo de esta salen
barios gatos corriendo y brincando, mi única reacción fue soltar un
pequeño y agudo grito, mientras don Wilson se tenía el estómago de tanto
reír.
—¡Qué estupidez! —dijo—, solo eran gatos.
Se acercó hasta donde yo estaba parado y golpeó suavemente mi pecho.
—¿Ahora podrás dormir tranquilo?
Yo asentí con la cabeza y él se despidió con una sonrisa en el rostro.
Después de aquello dormí tranquilo y cada vez que escuchaba algo
simplemente colocaba la televisión con el sonido al máximo, y me
acostaba. Sin embargo, toda aquella paz se vio interrumpida una noche
por fuertes golpes en mi puerta, me levanté y grité suavemente: —
¿Quién?—, pero nadie contestó, esto se me hizo algo extraño, así que me
acosté en el piso y miré por debajo de la puerta; vi una sombra y un par
de zapatos rojos de dama, lentamente abrí la puerta y cuál fue mi
sorpresa, no había nadie. Muy asustado cerré la puerta puse seguro y me
metí en la cama.
Al día siguiente, antes de salir de casa, miré todo a mi alrededor para
asegurarme de estar solo, esa noche me quedé en el trabajo hasta tarde y
al regresar a casa mientras subía por las escaleras pude ver una figura
femenina al frente de la puerta de mi departamento, al ver esto me
agazapé al borde de las escalas y continué observando hasta que la mujer
dejó mi puerta y se dirigió al apartamento contiguo, para mi sorpresa
abrió la puerta e ingresó, en mi mente revoloteaban muchas preguntas
pero en especial me confundía, pues ese apartamento hace no mucho
estaba solo, «alguien se habrá mudado mientras trabajaba», me dije a mí
mismo mientras me dirigía a mi apartamento, al introducir la llave en la
cerradura y girar para quitar el cerrojo la puerta del apartamento de mi
nueva vecina se abrió y ella salió.
—Hola —dijo ella mientras estiraba su mano hacia mí—Mucho gusto,
me llamo Marta.

270
Nada más real que un grito

—Hola… —respondí tímidamente.


Ella de un momento a otro agachó su cabeza y se metió casi corriendo a
su vivienda, justo cuando entra noto que una mano toma mi hombro, doy
un pequeño salto y giro, ante mí yacía un gran hombre mirándome con
enfado y antes de que pudiera decir algo se acerca a mi oído y susurra
lentamente: —Esa hermosa dama… es mía… más te vale no acercarte a
ella nunca más—. Me empujó y se fue al apartamento de la chica, yo
ingresé mi apartamento, cerré la puerta y me tiré en la cama. «Qué día»,
pensé, en eso escucho un golpe, me senté sobre la cama y sonó otro golpe
acompañado de un reclamo.
—¿Quién era ese? —gritaba.
—Nadie —contestó una voz femenina entre sollozos.
La pelea continúa alrededor diez minutos, luego de un portazo se calmó
la contienda, no se escuchaba nada hasta que un llanto amargo rompió el
silencio de la noche, así duro el resto de la noche, y la escena se repitió
cada noche hasta aquel martes 3 de noviembre, cuando se escuchó que
aquel ritual empezaba nuevamente, había algo diferente, ella respondía
a sus insultos, no se quedaba callada como en las otras ocasiones, esto al
parecer enfureció más al hombre, pues comenzó a tirar cosas y a gritar
con más fuerza, después un grito desgarrador que dejó todo en silencio
por unos segundos y luego un fuerte estallido como el de una pistola.
Asustado, llamé a la policía, sorpresivamente llegaron casi al instante
abrieron la puerta del lugar de un golpe e irrumpieron, minutos después
llamaron a mi puerta, al abrirla me encuentro con un policía bastante
serio, con una mano que me indica que le siga, lo cual hice al instante, al
ingresar al apartamento de al lado me señala al piso y dice con frialdad:
—¿Esta era la disputa doméstica que reportó?
Al mirar al piso veo a dos gatos muertos entrelazados por sus uñas,
bañados en sangre y expulsando babaza por la boca (al parecer producto
de una pelea por el territorio o algo así).
—Pero… —dije nervioso—, yo lo escuché… era una fuerte discusión…
cosas cayendo y luego un fuerte ruido similar al de una pistola… esto es
imposible… varias veces me encontré con ellos... ¿Cómo es que…?

271
Nada más real que un grito

Un policía me tomó del hombro y dijo: —¡Ay, hijo! Tendrás que


acompañarme a la estación… no se hacen bromas de este tipo.
Horas después estaba de regreso en casa, ya que el oficial dijo que no
había razón para detenerme, pues no tenía antecedentes y estaba limpio
en cuanto a sustancias. Antes de entrar Wilson me interceptó, me dijo
que si estaba loco, que si algo así se repetía me echaría del lugar, ya en
mi apartamento entré en un foro para averiguar qué podría ser lo que
pasó, y las respuestas variaban de delirios, conspiraciones y hechos
paranormales, lo que más me llamó la atención fue una especie de
captura o foto de un viejo periódico, el cual tenía por encabezado “muerte
brutal”, la fecha de redacción: martes 3 de noviembre de 1998. En
resumen, la noticia era de una pareja que murió de forma brutal, se
asesinaron mutuamente, la mujer murió desangrada por una puñalada
propinada por el hombre y él por una bala que le atravesó el cráneo que
disparó ella antes de morir, el artículo finaliza con una foto censurada de
los dos occisos, uno junto al otro, una escena que se me hizo muy familiar.
Unas horas después de haber leído aquel artículo, suena el teléfono, me
levanto de sobresalto y contesto, era mi abuela, me preguntó sobre cómo
me estaba yendo, le conté lo ocurrido y muy tranquila me dijo: —Es solo
la casa que te está contando su historia, recuerda lo que te dije… las casas
tienen personalidad—. Después se despidió y colgó.
Al día siguiente estaba un poco alterado así que decidí ir a beber a un
bar cerca de casa, quedé con una chica y la llevé a mi departamento,
ambos ya ebrios y llenos de deseo nos empezamos a desvestir de la forma
en que el licor nos lo permitía; en ese momento se siente un fuerte golpe
en la puerta, luego otro y otro, hasta que la puerta se va al piso, entró un
enorme hombre y se abalanzo sobre nosotros mientras gritaba con furia:
—¡Por tu culpa!
Me sacó de la cama y me dio un fuerte golpe, luego tomó a mi
acompañante por el cuello le abrió las piernas y la violó, tomo un cuchillo
y se lo pasó por la cara y posteriormente se lo clavó en la garganta donde
lo dejó, se levantó, me miró y me golpeó en la cabeza dejándome
inconsciente, al día siguiente yacía una mujer en mi cama con el cuello
abierto, Wilson en el piso con una especie de estaca clavada en el pecho y

272
Nada más real que un grito

una fuerte contusión en la cabeza, grité y grité con fuerza hasta que una
voz me hizo parar.
—Usted lo hizo. —Miré a la ventana y veo a un cuervo blanco. Me acerco
lentamente preguntándome cómo era posible tal cosa, me detengo frente
al espejo, y veo mi rostro y cuello arañado, mis brazos con algunos
moretones y las manos llenas de sangre, justo ahí lo recuerdo todo…
El ave tenía razón, la chica no quería estar conmigo, “se sentía mal”, así
que la obligué y la mate, luego Wilson entró a defenderla con un palo en
la mano, lo golpeé con una pesa en la cabeza, partí el palo en dos y se lo
clavé en el pecho… Al recordarlo me sujeté la cabeza y caí al piso en pose
fetal por un momento, luego un extraño sentimiento me invadió…
¿felicidad?, sí, estaba feliz, muy feliz y no sabía el motivo, salí a la calle
casi brincando como niño pequeño, afuera un escuadrón de la policía que
había llamado una vecina que se dio cuenta de lo ocurrido, me apuntan
con los cañones de sus armas y me ordenan que me acueste en el piso…
—¡No! —grité y corrí hacia ellos, al instante estos vaciaron sus
cartuchos en mí. Tras el impacto de cada bala me sentía más y más feliz,
caigo de espaldas al suelo y al mirar al cielo veo aquel cuervo blanco
volando en círculos y gritando mi nombre…

273
Nada más real que un grito

Blyana

Por Ángela Gaviria

Tengo un boleto de ida, sin regreso;


al lugar al que todo demonio va,
y es que he hallado consuelo…
en el desastre y la atrocidad.

Había pasado un año desde la muerte de mi abuela, se suicidó en el lago


congelado. Nadie creyó que fuera capaz de algo así, nadie era capaz de
entender los motivos que le llevaron a quitarse la vida, y menos de esa
manera. ¡Tan absurda! Mi abuela les había temido toda su vida a los
lagos, ríos, pozos y cualquier lugar en el que pudiera hundirse. Si cubría
sus pies se alejaba de allí lo más rápido que podía. Y ahora simplemente
no podíamos imaginar que la había llevado a caminar hacia el lago
Guthrie; no dejó una nota, no expresó nada, ni siquiera tristeza. A pesar
de ser una mujer fuerte y que siempre se hacía notar, nadie podía
imaginar una respuesta coherente a tal acción. Quizá por dentro le
consumía algo, tal vez no supero la muerte de mi abuelo tres años atrás,
tal vez le extrañaba demasiado. Lo cierto era que había generado toda
una incógnita, ni siquiera era una mujer de avanzada edad, estaba
apenas en sus sesenta, estaba sana… era fuerte y tenía mucha energía,
incluso más de la que yo misma poseía, le quedaba tanto por vivir.

Y había decidido quitarse la vida así, sin más, ¿por qué lo hizo? Por más
que lo intentaba no lograba imaginar qué tipo de pensamientos le habían
llevado a tal desenlace.

Yo me encontraba luchando cada día por no ir a contarle lo que me


ocurría, era un ritual diario el tomarnos un té en medio de su jardín
mientras le narraba cualquier cosa que me pasara en el día; fuese
interesante o no, ella amaba escucharme hablar y yo adoraba su

274
Nada más real que un grito

compañía, sin duda alguna su partida me había afectado más que a nadie,
jamás tuvo una buena relación con mamá, y mi hermana Elaia es
demasiado pequeña para notar su ausencia. Cada día desde su partida
resultaba una agonía, me había vuelto una persona muy poco sociable
desde que murió, tal vez influyó un poco el hecho de que mis múltiples
amistades decidieron que era demasiado triste ir a un velorio y que tenían
cosas más interesantes que hacer, mi mejor amiga o la que yo pensaba
era mi mejor amiga solo envió una ramo de flores y un mensaje diciendo
que su novio la había invitado a un cumpleaños y que no podía faltar, no
he vuelto a hablar con ella desde entonces, y no precisamente porque yo
no quisiera hacerlo, al parecer, y según sus propias palabras, mi aura se
había oscurecido tanto que estar en la misma sala que yo era asfixiante.

Eso es lo que trae la amistad, gente que solo juega con sus pulgares,
gente que solo piensa en sí misma.

— No para de nevar —comenta Elaia observando la ventana—, odio la


nieve, mamá, no me deja salir a jugar.

— Solo evita que enfermes pequeña, no es gran cosa.

— Pero la vida se me va, Bly —explica refunfuñando.

Se me hizo que mi dulce hermanita era demasiado adorable.

— ¿De dónde has sacado esa frase?

— Mamá se la dice al señor papá cada que él le pide algo.

Eso logró hacerme sonreír. Eli me miró sobre su hombro con una sonrisa
traviesa, sabía de antemano lo que esa sonrisa significaba, y lo cierto es
que me gusta complacerla, pero últimamente me he sentido demasiado
agotada.

— ¿Jugamos?

Me negué y ella me hizo un puchero.

275
Nada más real que un grito

— Uno y ya.

— ¿Un qué?

— Un juego.

— No caeré en eso otra vez, Eli, siempre escoges los más largos o los que
más tiempo toman.

— ¿Piedra, papel o tijera?

— No.

— ¿Por qué no?

— Odias perder.

— Bueno, nunca me dejas ganar.

— Ganarías si escogieras otra cosa que no fuera piedra.

— ¡Es que no sé hacer las tijeras!

— Claro y el papel es todo un desafío.

— ¿Qué es desafío?

— Ya sabes leer, búscalo en el diccionario.

Me alejé de ella y subí las escaleras de caracol, desde allí podía verla
refunfuñando con los brazos cruzados, no podía creer cómo era que cada
día sentía que le quería más.

Al cabo de un rato un extraño bullicio proveniente de la puerta principal


me despertó, no podía creer que me hubiera quedado dormida con mi
hermanita sola en la casa.

Pronto noté que un extraño humo se colaba por debajo de la puerta.

Algo se quemaba…

276
Nada más real que un grito

¡No puede ser! ¡Eli quemó la casa!

Salí de mi habitación tan rápido como mis pies me lo permitieron, el


humo era aún peor fuera, había una luz anaranjada y extraña
proveniente del primer piso, me asomé, había fuego por todos lados.

— ¡Eli! —grité y comencé a toser.

Apenas y me era posible respirar, bajé las escaleras a toda velocidad,


me caí a mitad del camino lo que me hizo llegar más rápido. Me levanté
a toda prisa.

— ¡¿Eli, dónde estás?!

Nada más que el crepitar del fuego se escuchaba en toda la casa. Se me


hizo un poco extraño considerando lo que me despertó. Corrí a la cocina,
me asombró el hecho de que estuviera intacta, corrí a la sala y resbalé
con un tapete, tal vez prendió la chimenea.

¡Bingo!

La sala se quemaba, pero no había rastros de mi pequeña hermana.

— ¡Eli!

Grité nuevamente dando la vuelta, mi garganta ardía y mi voz se ponía


cada vez más rasposa, el corazón me palpitaba tan fuerte y tan de prisa
que la sentís en la garganta, sentí que algo en extremo cálido tomo mi
mano derecha y baje la mirada creyendo por fin hallar a mi pequeña
hermana, unas piernas gruesas, negras y agrietadas fue lo que encontré,
parecían dos pilares de tierra rellenos de lava. Subí la mirada
lentamente, me sentía temblar mientras el cuerpo terminaba de formarse
ante mis ojos.

Un grito rasposo y lleno de pavor salió de mis labios en el momento en


el que vi sus ojos; dos fuentes de un fuego intenso que me llevaron de
golpe a ver a mis padres y hermana muertos, desmembrados y cubiertos

277
Nada más real que un grito

de sangre, mi cuerpo se sintió ligero en ese momento y pronto ya no veía


absolutamente nada.

— Bly —escuché una hermosa voz que me llamaba a lo lejos—, Blyana,


despierta, tengo hambre.

Me levanté abriendo los ojos de golpe, estaba completamente sudada,


mi pequeña hermana se veía borrosa y luego fue tomando su forma frente
a mí, tenía una expresión confundida en su perfecto rostro. No pude
evitar abrazarla. Había sido toda una pesadilla, pensé levantándome con
la mano derecha en mi frente.

— ¿Qué te gustaría cenar? —pregunté calzándome los zapatos.

— Pollo frito —dijo ella saltando a mi lado.

Bajamos juntas a la cocina y tomé el teléfono para realizar el pedido. El


sueño aún seguía en mi mente, palpitando, preocupándome.

Un rato después escuché que tocaban la puerta.

— Buenas noches, ¿cuánto le debo? —pregunté sin mirar al chico.

— Es hora de que nos dejes entrar —respondió con una voz gruesa y
aterradora, lo miré y sus ojos fuego me hicieron retroceder con el corazón
deseando desesperado abandonar mi pecho.

— 25 está bien, ¿señorita?

Escuché que decían ahora con una voz más normal y pestañé mientras
mi visión se aclaraba. Él chico me observaba confundido, le pasé uno de
50 sin dejar de observar sus ojos que ahora eran de un tono café. Lo vi
alejarse en una moto pequeña antes de cerrar la puerta.

Estábamos comiendo en la sala y viendo una película infantil, cuando


escuché la voz nuevamente, miré a mi alrededor, estábamos solas…

— Déjanos entrar —susurraba con su horrenda voz.

278
Nada más real que un grito

Sacudí mi cabeza pensando en que tal vez el sueño me había afectado


demasiado y me concentré en la película. Mis padres llegaron casi al final
de esta, Eli corrió a saludar a mamá y papá me saludó a mí como si no
esperara encontrarme en casa, se me hizo demasiada extraña su actitud,
sobre todo porque desde que mi abuela falleció voy a la universidad y
vuelvo a casa. Intuyo que a mamá también le ha parecido extraña su
actitud por la forma tan molesta en que lo miró, lo dejé pasar, fingiendo
que no había notado nada y me fui a dormir, dejando a mis padres con el
angelito.

No logré cerrar los ojos, cada que lo hacía la silueta y ojos de ese extraño
ser era todo cuanto veía, el recuerdo de mis padres y mi hermana muertos
no ayudaba tampoco, no podía imaginar por qué mis sueños me habían
traído tan espantosa imagen, no podía entender la razón de que mi
corazón estuviera tan despierto, bombeando con tanta rapidez. Sentí
calor, mucho, así que bajé por algo de agua fría a la cocina. Me disponía
a llevar el vaso a mis labios cuando una sombra en la sala llamó mi
atención, creí que era papá, así que fui a preguntarle si necesitaba algo,
mi padre era conocido por padecer de insomnio, me extrañó llegar a la
sala y encontrarla vacía, juraba que alguien estaba aquí hace unos
segundos. Noté la sombra en la ventana, así que me asomé, tal vez la
persona se encontraba fuera y la luz había llevado su presencia hasta mi
sala, noté que mi vecino llegaba con una chica a su casa, era un hombre
muy apuesto, pero todo un mujeriego, le había visto con más mujeres de
las que pude contar, a veces llegaba con varias, la chica que le
acompañaba hoy era morena, su piel se veía sedosa, pues la luna rebotaba
un poco en ella, me oculté un poco tratando de que no notaran mi
presencia, no quería ser conocida como la chismosa de la cuadra, ese
trabajo lo ocupaba muy bien la señora Rodríguez.

Su hermana abrió la puerta mientras él buscaba por todos los bolsillos


de su ropa, parece que dejó las llaves otra vez, había notado que le pasaba
siempre que su hermana estaba en casa, lo cual no era muy seguido desde
que se mudaron. Mi vida social había decaído tanto desde la muerte de
mi abuela que hasta conocía los hábitos de mis vecinos. ¿Qué tan patético
podría ser eso?

279
Nada más real que un grito

Genial, necesito buscarme un pasatiempo.

Di la vuelta, decidida a volver a la cama cuando el grito de una mujer


llamó mi atención, volví a la ventana, mi vecino y su chica de turno no
estaban ya en la entrada, la luz de su casa estaba encendida, observé los
alrededores, todo lo que mi ventana me permitía, no había nada, tal vez
lo imagine, no sería lo único de este interminable día.

Mis pies me llevaron a la ventana de mi habitación, observé el manto


de nieve que se había creado en el pequeño callejón, una luz hizo que
subiera un poco la mirada, llamando mi atención, había descubierto hace
un par de meses que la habitación de mi vecino se encontraba frente a la
mía, un árbol hacía que la vista no fuera la más detallada, pero lograba
ver un poco, la primera vez que le vi estaba teniendo relaciones sexuales
con una chica rubia y un cabello ondulado como el mío, se parecía un poco
a mí, físicamente, lo que no ayudó en nada a no imaginar que era a mí a
la que tenía contra la ventana, podía ver un poco de las expresiones en
ambos, sus pechos grandes y redondos en movimiento y por un segundo
su miembro antes de entrar en ella, nuevamente.

Ese recuerdo hizo que me ruborizara en segundos, sentí que mi corazón


latía con tanto ímpetu en mi pecho, al igual que en ese momento cuando
sus ojos de un tono miel tan parecidos a la arena del desierto dieron con
los míos, y sentí que me desplomaría. Me tomó por sorpresa el suspiro
que salió de mis labios y el extraño hormigueo que se desató en mi piel
cuando vi su torso desnudo pasar por la ventana, me enamoré de él
accidentalmente, como ocurre algunas veces cuando amas la belleza en
su forma más pura. Cerré la cortina asustada de mis sentimientos y
escuché una risa femenina muy dulce, me sentí tentada a abrir un poco
la cortina otra vez, incluso la tomé, recosté la cabeza y muy tarde descubrí
que no había cerrado mi ventana, en menos de un par de segundos yacía
colgando, sin atreverme a mirar abajo, aferrada por completo a la tela.

— Por favor no te rompas, no quiero morir por pervertida —susurré a


la cortina con los ojos cerrados.

— Puedes soltarte, no dejaré que te pase nada.

280
Nada más real que un grito

Escuché que decían muy cerca de mí, abrí los ojos de golpe cuando
relacioné la voz con mi vecino, estaba algo ronca, y sonaba tan sexy como
siempre, me era difícil mantener una conversación con él, sobre todo
porque parecía usar ese tono de voz solo conmigo, pues le había escuchado
hablar con mamá un par de veces y el tono era más serio, aunque no
dejaba de ser sexy.

— ¿Por qué estoy pensando en lo sexy que es mi vecino cuando estoy a


punto de morir?

Escuché una risita femenina y me di cuenta de que había dicho aquello


en voz alta, mi corazón latía a toda prisa, mis mejillas se tornaron tan
rojas que creí que mi rostro se quemaría. Y la cortina decidió que era el
momento perfecto para romperse, grité cuando sentí que la gravedad me
llamaba con urgencia y sentí unos brazos cálidos y fuertes atraparme,
abrí mis ojos verdes dejando salir un suspiro de alivio.

Mi vecino tenía una expresión preocupada en el rostro que lo hacía ver


muy tierno. Me bajó con cuidado y en cuanto mis pies tocaron el frío
manto de nieve comencé a temblar. No pude evitar abrazarme a mí
misma, después de todo estaba durmiendo con una camiseta de
Hufflepuff descolorida que me quedaba enorme, una broma de mi papá
hace un par de años.

Al ver mi reacción al frío, mi vecino decidió que era muy apropiado


volver a levantarme en brazos, mi lengua estaba congelada y mi mente
solo podía pensar en lo caliente que era mi vecino. Así que no dije nada,
de todas formas, no habría sonado para nada coherente. Al llegar a la
puerta noté que no era mi casa, me había cargado a la suya, me dejó en
el sofá y subió las escaleras, su hermana llegó con una taza de chocolate
caliente.

— Te ayudará a entrar en calor, nos ayuda a nosotros, aunque supongo


que mi hermano ya te calentó lo suficiente.

281
Nada más real que un grito

Me quemé la lengua luego de que ella dijo eso, lo que la hizo soltar una
fuerte carcajada. Me pasó una galleta de avena. El chocolate estaba
delicioso, pero lo mejor sería alejarme de aquí.

La chica morena bajó con mi vecino, sorprendiéndome, me observó de


arriba abajo con tanta frialdad que tuve que dar otro sorbo a mi chocolate
o me congelaría aquí mismo por al menos unos tres mil años. Miré a la
hermana de mi vecino en busca de algo que mirar para relajar mi cuerpo,
se veía divertida, noté de reojo que este le colocaba una bufanda a la
morena en el cuello y la guiaba hasta la puerta.

Interesante. No es necesario que ella se vaya, yo ya me iba.

— Era una chica tan… dulce… lástima.

Dijo la hermana llamando mi atención, la verdad es que no conocía sus


nombres, la presencia de mi vecino conseguía ese efecto lento y bobo en
mí, así que no ponía la atención necesaria a lo que me decía.

Él es un chico alto, de cabello castaño casi gris, pequeños rizos suelen


cubrir su frente, mandíbula definida, facciones marcadas, labios gruesos
y atractivos uno más que el otro, su hermana es muy parecida a él, solo
que las puntas de su cabello son algo azuladas, ambos son hermosos,
llaman la atención. Mamá cree que son mellizos, lo cierto es que ella se
ve un poco más joven que él, de mi edad.

Cuando regresó recostó su cuerpo en la pared de la entrada a la sala,


me costó verlo de forma directa, preferí verlo desde el espejo colgado
detrás de su hermana, no quería ruborizarme o decir otra tontería. Tomé
un poco más del chocolate y vi que le hizo una seña a la hermana con la
cabeza para que nos dejara solos, me sentía como una niña pequeña que
había hecho una travesura, no me gustaba la sensación. Se sentó frente
a mí, justo donde estuvo su hermana, sentí que me regañaría. La forma
tan seria en la que me miraba pesaba y ardía.

— ¿Estás bien? ¿Te duele algo?

Negué, su voz me había hecho perder el aliento.

282
Nada más real que un grito

— ¿Segura? Parece que te has mordido la lengua.

Sonreí y mordí mi labio inferior, el cual también es más grueso, él


pareció afectado ante el gesto. Y yo solo me derretía, no podía creer estar
preparada para estar en esta situación, tan indefensa, frente a mi vecino.

Tomé aire y por fin hablé.

— Solo estoy avergonzada, no es fácil para mí, me caí de la ventana.

— Sí, eso fue muy extraño, ¿qué hacías eh? —preguntó acercando su
cuerpo un poco a mí, sin dejar el sofá.

— Intentaba cerrar la ventana.

Me miró de una forma muy intensa, incluso observó un rato mis piernas,
eran uno de mis mejores atributos, sé que no soy muy bonita, jamás seré
modelo, o tan popular como de seguro lo es la morena, pero me han dicho
muchas veces que no soy fea, y les creo.

— Te llevaré a tu casa.

— Gracias.

— Buscaré un pantalón. —Se levantó y sobó su frente como si tuviera


migraña―, tal vez un abrigo y definitivamente zapatos.

Se alejó y terminé el chocolate tan rápido que me quemé un poco la


lengua, me levanté para salir de allí, solo que me detuve, él bajaba las
escaleras, se extrañó mucho al verme en la puerta, pero no dijo nada, me
acompañó a la puerta de mi casa, todo fue muy silencioso, le agradecí y
cerré la puerta, deslizándome por esta, mi corazón estaba agotado, no
había tenido un momento de descanso hace horas, eran tantas
sensaciones. Tomé un poco de aire, intentando darle un momento antes
de subir a mi habitación, no podría dormir eso era seguro, me quité los
tenis que asumo son de su hermana, me quedan algo grandes, pero a mí
todo me queda grande, las desventajas de ser tan pequeña, no quise decir

283
Nada más real que un grito

nada, ya había ocasionado demasiadas cosas, le dañé la noche, otra cosa


que podía anotar como algo seguro.

Aspiré un poco del aroma que emanaba del abrigo, era suyo, a veces me
atontaba un poco, él es ese tipo de chico, el que hace que tus pensamientos
y movimientos se tornen torpes. Un ruido extraño llamó mi atención,
sonaba como si estuvieran aruñando el piso de madera, o raspándolo,
observé a mi alrededor, tratando de encontrar el origen, no había nada a
la vista, pero la sensación de no estar sola era molesta. Me disponía a
levantarme cuando sentí que tomaron mis piernas y me halaron hasta la
sala, grité, o eso intenté porque no escuché mi propio sonido, había un
silencio antinatural, extraño, fueron segundos, pero se sentía como si el
tiempo se hubiese detenido. Me agarré a la pared en cuanto pasé por ella,
no entendía qué estaba sucediendo, pero no dejaría que me llevaran, un
montón de historias de terror comenzaron a pasar por mi mente, se
enredaban con imágenes de películas en las que algo así ocurría. Mi
corazón no obtendría descanso esta noche, o tal vez sí, aún no lo sabía, un
dolor intenso y desgarrador me hizo gritar nuevamente, mi respiración
era errática, mis manos dolían, pero me aferré a la pared, mis uñas lucían
extrañas, el dolor se intensificó, sentía como si estuvieran quitándome la
piel de las piernas a tirones, intentaba mirar qué me estaba causando tal
daño, la luz de la calle y de la luna se derramaba desde la ventana, no
había nada, el aire me faltaba, sentí el mismo dolor en mi torso, en mis
brazos, en todo mi cuerpo, sentí mi cuerpo húmedo, al mirar debajo de
mí, un líquido oscuro caía, haciendo un charco que crecía y crecía, intenté
gritar otra vez y me escuché, fue tan claro que mi propio grito agonizante
me dio pavor, no sabía qué pensar, no entendía qué sucedía, pero
necesitaba que se detuviera, ¡quería que se detuviera! Llamé a mi madre,
estaba aterrada, desorientada, me sentía perdida, ¡no quería morir! No
quería que mis padres me encontraran desgarrada en la sala… no…

— Blyana, abre los ojos —escuché a mi madre—, cielo, ábrelos.

Lo hice y observé mi alrededor, mi cuerpo, noté que temblaba, noté las


lágrimas en mis mejillas, estaba sudando, entre hipidos descontrolados
la abracé, papá buscaba por todos lados. Noté que estaba sentada aún en
la puerta.

284
Nada más real que un grito

— ¿Qué sucede? ¿Entró alguien a la casa, te hicieron daño?

Preguntaba papá preocupado, sin dejar de observar la sala, la cocina, el


recibidor, a mí, mamá, observó mi cuerpo, intentó encontrar algo,
nuevamente me había quedado muda, solo lloraba… aterrada, y es que,
¿qué les decía? Noté que no había ningún charco debajo de mí.

— Lo siento —musité al ver a mi hermanita bajar las escaleras—, fue


una horrible pesadilla, me dio mucho miedo.

Mis padres respiraron aliviados y me abrazaron, todo era demasiado


confuso, inexplicable. Me sentía insegura, y no del modo en que te sientes
cuando crees que te siguen en la calle, o luego de una pesadilla espantosa,
era mucho peor, era una sensación nueva, y abrumadora.

— No tienes que hacer esto —escuché decir a mi padre.

— Yo dormiré contigo hoy para que no te de miedo —intervino Eli y la


abracé, el temblor me iba abandonando poco a poco.

— Suban con papá yo les subiré algo de leche tibia.

Los tres subimos las escaleras, intentaba convencerme de que, si había


sido una pesadilla, tal vez luego de que mi vecino me dejó en la puerta
me dormí. Me sentía agotada, física y mentalmente, me costó incluso
subir las escaleras, la piel me dolía un poco, pero no al tacto, es como algo
psicológico. Necesitaba descansar, mi hermanita se metió conmigo a la
cama, me permití abrazarla, papá nos arropó y dio un beso en nuestras
cabezas.

— Duerman bien, angelitos, las pesadillas no las van a molestar, iré a


golpear al coco de ser necesario.

Eli rio, yo intenté sonreír, pero solo conseguí hacer una mueca extraña
que preocupó a papá. Mamá llegó con dos vasos de leche tibia, mi
hermana se tomó la mitad, yo solo lo probé.

— ¿Quieren un cuento hermoso antes de dormir?

285
Nada más real que un grito

Observé a Eli, ella negó, sus ojitos se cerraban solos, entendimos que
quería dormir ya, así que se despidieron y apagaron las luces, temía
dormir, pero le necesitaba tanto que me aferré a Morfeo con más ganas
de las que me gusta admitir.

Varios días pasaron, sentía que estaba dando un paso cada vez más
largo a un psiquiátrico, me era imposible diferenciar la realidad de las
pesadillas, tenía voces en mi cabeza que se habían aferrado tanto a mí
que hasta me sorprendía platicando con ellas, eran voces enfermizas,
demandantes, dañinas, me incitaban a hacer cosas que normalmente no
haría, me metían en problemas, algunos de ellos legales, mis padres me
creían fuera de control, mi hermanita había comenzado a temerme,
trataba de esconderlo de mí por consejo de mis padres, pero yo lo sabía,
Eli tenía una mirada muy expresiva, dulce, ahora se veía tensa, alerta,
cada movimiento brusco mío la llevaba a cerrar los ojos, aunque solo fuera
para intentar alcanzar la sal en la mesa, o entrar a la cocina por agua.

Había ido a muchas fiestas, en dos de ellas terminé en la cárcel, ninguna


novedad para mis padres, era algo que se había tornado demasiado
constante en nuestras vidas; en este momento me encontraba saliendo de
la cárcel distrital, mis padres ya no me decían nada, estaban agotados de
repetir lo mismo y que no los escuchara, ¡lo hacía! quería decirles, ¡lo
intentaba! Pero ellas no me lo permitían y solo terminaba haciendo llorar
a mamá.

Lo que me dolía.

— Le dejas escapar por tu oído derecho e izquierdo y estas matándome


—susurró con un tono cansado y triste.

Bajé del auto con un nudo en la garganta, mi vecino me observaba


preocupado, como otras veces, le devolví a su hermana los zapatos, el
pantalón lo usaba a veces para dormir, el abrigo estaba bajo mi almohada,
ya no olía igual que él, pero me gustaba dormir abrazándolo, alejaba un
poco las pesadillas. Volví mi vista e ingresé a casa, era hora de bañarme
para ir a clase.

286
Nada más real que un grito

Era fiel creyente de que debía ser internada, estaba bastante claro que
había enloquecido. No era normal que cambiara tanto, y tan rápido.
Esperaba el momento en que alguien lo sugiriera, pero a nadie se le
ocurría, era como si no vieran lo que yo, como si no sintieran el cambio,
el hedor a perdición.

— Estamos aburridos, déjanos entrar y tendrás tu cordura de vuelta —


canturreó la voz.

Escuché una risa frenética, descubrí que era mía.

— Ella no te cree ni una letra de eso.

— Cierra el pico, tus ideas son las que han retrasado nuestra salida de
este agujero.

Ellos discutían todo el tiempo, a veces las voces eran más, había llegado
a contar seis y luego perdido la cuenta de ello, pero ambos eran
constantes, les había llamado Pío y Pía en una borrachera, había algo
extraño en ellas, era de esas borrachas que recordaban todo, de las que le
buscaba problemas a la policía, de las que le tiraba los zapatos a la gente
que se metía con ella.

Pregunté muchas veces de dónde querían salir y la razón de que


requiriera mi permiso, siempre obtenía la misma respuesta.

— Déjanos hacerlo y te lo diré.

Pero no podía permitir eso, ya eran un problema para mí, me daba


terror pensar en el tipo de problemas que le causarían al mundo. Y no
sabía cómo hacerlo tampoco, lo que ayudaba bastante.

Por alguna extraña razón seguía siendo la mejor de mi clase,


disfrutaban mucho en ellas, les sentía poner atención y cuando olvidaba
algo ellos me lo recordaban, amaban que estudiara medicina.

De repente me vi sentada en la cajuela del auto de mamá, mi vecino


sacó algunas cosas del botiquín, ¿estaba herido? Colocó una mota de

287
Nada más real que un grito

algodón en mi labio y ardió, golpeé su mano y él rio, su risa me hizo


olvidar el dolor. Se acercó un poco más a mí, el ardor de mi labio volvió,
un poco más leve, luego ardió parte de mi mejilla.

— Creo que además de algunos golpes, estás ilesa.

No entiendo de qué hablaba, solo conseguía sonreír como una tonta.

Pero el recuerdo estaba aún en mi cabeza, ardiendo como fuego y humo.

— Así que te gustan las morenas.

Vociferó con un tono de ira tan palpable que lo sorprendió. Guardó todo
y me ayudó a bajar antes de responder.

— Es una mujer hermosa, pero no tengo un tipo, deberías saberlo.

Cerró la cajuela y me llevó con cuidado a la parte del copiloto. Era cierto,
no solo lo he visto con morenas, ha habido de todo tipo de mujeres;
pelirrojas, asiáticas.

Me senté y cubrí mi rostro con mis manos, él subió y encendió el auto,


bajé las manos y descubrí a Sara mirándome, tiró un beso en mi dirección
cuando sus ojos encontraron los míos. Entonces mi estómago rugió,
exigiendo comida y avergonzándome. Aun así, no dijo nada, solo condujo
hasta llegar a un KFC, ambos bajamos del auto, pedí algo de comer, y él,
solo algo de agua. Él silencio se había vuelto normal, cómodo, me
concentré un poco más en mis papás, las voces volvieron, tenían toda una
discusión en mi cabeza, intenté que él no lo notara, la luz en el
establecimiento comenzó a parpadear, mi cabeza dolía, mis manos
temblaban, estoy tan cansada de esto, si solo pudiera hacer que parara.
Mi vecino me miraba con cierta paciencia, como si esperara algo.

— ¡Es suficiente!

Grité y las luces se normalizaron, había pocas personas en el lugar, tres


trabajadores y algunos borrachos, me observaron un momento y volvieron
a lo suyo. Respiré y saqué una pastilla para la migraña.

288
Nada más real que un grito

Uno…

— Mi nombre es Evander, no vecino y mucho menos mi vecino, es mío,


Bly, que sea tu vecino no me hace de tu propiedad.

Bajé la mirada avergonzada, aunque no recordaba qué había sucedido,


era obvio que no había sido bueno, o agradable de presenciar. Odiaba esta
sensación, odiaba desconectarme de esa manera.

— Admito que la situación me divierte, y me siento muy alagado…

Tomé un sorbo de mi limonada, no sabía qué más hacer, no sé qué decir,


es que… lo entiendo.

— Lo siento, últimamente yo… no estoy bien.

— ¿Sabes que puedes apagarlas? —Lo observé confundida— Las voces,


les dejas sin lengua o coses su boca, aún habrá ruido, pero no te aturdirá
tanto.

Me acerqué a él.

— ¿Lo sabes? —Él asintió—. Pero… no es posible, están en mi cabeza.

— Soy tu guardián, Blyana, existo para protegerte, al igual que mi


hermana Sia, ella cuidará de ti.

— ¿Su nombre es Sia?

— Su nombre es Alosïa, jamás le digas que te lo dije.

Él sonreía, lo que me daba tranquilidad, pero no entendía nada, si ellos


son mis guardianes, ¿que soy yo? ¿Por qué tienen que cuidarme?

— Las cosas se pondrán cada vez peor si no les callas, llegará un


momento en que les dejarás salir, no podrás controlarlo, ellos ya te
controlan a ti.

289
Nada más real que un grito

Me asusté, lo admito, mi corazón se encogió debido al miedo y mi


respiración se aceleró.

— Lo siento, se supone que tu abuela debía hablarte de esto, no


nosotros. Pero no dabas muestras de ser…

— ¿Qué cosa soy? —lo incite a continuar.

— “Por mí se va tras la ciudad doliente; por mí se va al eterno


sufrimiento; por mí se va con la maldita gente.

Movió a mi autor el justiciero aliento: hizome la divina gobernanza, el


primo amor, el alto pensamiento.

Antes de mí, no hubo jamás crianza, sino lo eterno: yo por siempre duro:
¡Abandona al entrar toda esperanza!”.

Lo detuve levantando la mano.

— ¿Me estás diciendo que soy la puerta al infierno? —pregunté en un


susurro desesperado.

— Me da gusto que conozcas a Dante.

— Cierra la boca, ¿cómo te atreves a jugar conmigo de esta forma? ¡No


es gracioso! Está bien, también necesitas que te internen.

Salí furiosa del establecimiento, qué demonios se creía, de verdad iba a


venirme con esas, ¿qué soy de arcilla? Va a decirme ahora que soy
Cerbero, ¿qué le pasa?

— Blyana, esto es muy serio, jamás jugaría contigo, no tengo permitido


mentirte, no tengo permitido amarte.

Las últimas palabras parecían dolerle, subí al auto y él subió de vuelta,


lo puse en marcha.

— Conocemos a las de tu tipo como heklas, no eres la única en el mundo,


hay siete en total, dos de ellas hace unos años les permitieron salir, hubo

290
Nada más real que un grito

incendios, guerras, muerte y destrucción, no podemos dejar que pase de


nuevo.

— ¿Ahora soy un volcán? ¿A ti qué mierda te pasa? ¡¿Deseas que te deje


abandonado en la mitad de la nada?!

— Puedo teletransportarme.

— ¿A sÍ? Entonces bájate.

Dos…

— Blyana, hay mucho que debes saber.

— Me importa un carajo, bájate.

— ¡Dios, por qué tienes que ser tan difícil!

Una sacudida causó náuseas en mí, me aferré al volante, mi visión se


tornó algo borrosa, pero en cuanto la normalicé noté que estábamos frente
a mi casa.

¿Qué demonios?

Escuché la puerta del coche ser cerrada con fuerza y lo vi alejarse


furioso en dirección a su casa, bajé del auto y no pude evitar devolver
parte de lo que había comido. Busqué la manguera y limpié lo mejor que
pude el césped, si no mis padres me matarían y… ya tengo demasiados
problemas con ellos como para agregar un poco más.

¿En qué momento me convertí en esto?

¿Por qué decidiste irte abuela?

¿No pensaste acaso en mí?

Cerré los ojos un momento, dejando que el dolor, la ira y el miedo me


invadieran, sus palabras sonaban en mi mente, mezclándose un poco con
las de mi abuela y aquellas que me están volviendo loca, sentí que

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Nada más real que un grito

necesitaba un respiro, necesito paz en verdad. Un momento de silencio,


un momento de soledad, estoy cansada de sentirme atada, atrapada, rota.

Tres…

— Permitiré que salgan —susurré en una lengua extraña que no sabía


que conocía, lo que hizo que mi cuerpo temblara—, pueden hacerlo, con
la condición de que me dejen tranquila, y a mi familia sana y salva.

No escuché nada, solo un silencio que me pareció perfecto, logré respirar


con tranquilidad, mi corazón tenía un latido lento, un palpitar suave, la
presión en mi cuerpo se esfumó, me sentí relajada, sedada, tal vez un poco
adormilada.

Y la vi, vi a mi abuela, sonriendo frente a mí, lo que me sorprendió.

— ¿Abuela?

Ella extendió una mano hacia mí, lágrimas bajaban por sus mejillas;
eran tantas que un enorme charco se formó bajo ella, y se fue extendiendo
rápidamente a mí, logré tomar su mano, estaba helada, mis pies se
sentían húmedos y fríos, su sonrisa seguía siendo cálida, como cuando
vivía, di un paso hacia ella y me hundí. Estaba bajo mucha agua, bajo
una oscuridad que se cerraba hacia mí, sentía un aplastante frío que se
filtraba por mis poros, sentía que mi sangre se congelaba, mi corazón latía
cada vez más lento, no me atrevía a respirar, sabía que me ahogaría si lo
intentaba, pero le necesitaba. El líquido ingresaba, afilado, cortante,
helado, mi corazón emitía un latido fuerte, la razón perdida volvía a mí,
aplastándome; estaba ahogándome, ¡no deseaba morir! ¡No me refería a
esto! ¿Abuela, qué haces? Mi boca se abría y más líquido ingresó en mi
cuerpo, intenté nadar ¿pero hacia dónde? ¿hacia la luz? ¿Cuál de las dos?
¡¿La blanca o la naranja?! Unas manos cálidas tomaron las mías, no logré
ver de qué se trataba, solo un par de luces rojas frente a mí.

Sentí una mano en mi pecho, dejé de sentir frío, mis ojos continuaban
borrosos, algo me envolvía con ternura, lentamente el agua dejó de
cobijarme, el aire en mi piel era cálido, mis ojos enfocaban un par de ojos

292
Nada más real que un grito

rojos, parecían contener fuego en lugar de pupilas, luego una hermosa


sonrisa y la oscuridad absoluta.

Desperté en medio del caos, había mucha gente corriendo, mujeres


llorando, hombres desesperados, me levanté tocando mi cabeza, las voces
no se habían ido al parecer, era otra alucinación, me había acostumbrado
un poco a ellas, sentía algo helado debajo de mí, era nieve, y fue cuando
noté donde me encontraba… en el lago Guthrie.

Me levanté empapada, pero sin frío, observé a mi alrededor, había


sangre y muerte por todos lados, las personas enloquecidas, cargadas de
una furia explosiva se abalanzaban como ratas a un trozo de carne,
despedazando ante mis ojos a aquel que intentó detenerlos, a aquella
persona con un poco de cordura que intentó tranquilizar sus corazones
oscuros, un grito desesperado y agónico fue todo lo que escuché. El corto
sonido terminó desorientándome, traté de llevar mi mano derecha a mi
boca, la detuve a unos centímetros, mis uñas habían crecido, eran largas
y puntiagudas, jamás había tenido las uñas largas, excepto cuando… no
suelo dejar que crezcan, sacudí mi cabeza, la gente murió a mi alrededor.
Necesitaba enfocarme en lo importate. Mi familia.

Corrí a casa, con todas mis fuerzas, esquivando la muerte y la furia de


personas que poco conocía, ¡No mires! ¡no mires! Me decía cada que
avanzaba y notaba sangre o brazos sin cuerpo alguno, me sentía sofocada,
mi corazón latía tanto que la melodía me causaba un dolor intenso de
cabeza, al llegar a casa no conseguí entrar, había una especie de campo
invisible alrededor, grité a mis padres, desesperada, necesitaba que
estuvieran bien, que no les hubiera pasado nada.

Mi mamá salió, llorando, y me gritó:

— Debes irte, corre mi niña, no permitas que te encuentre, no permitas


que te tenga.

¿Qué?

293
Nada más real que un grito

La miré como si estuviera loca, y comencé a mover mi cabeza negando.


Golpeé lo que sea que los tenía atrapados con fuerza, y alguien me giró
con brusquedad.

— Vámonos.

— ¿Qué? No. —Señalé mi casa—. ¿Qué es esto? ¿Qué sucede?

— Les has dejado salir, te dije que no lo hicieras. Vámonos, no te estoy


preguntando.

Lo empujé e intenté entrar de nuevo, pero fue en vano, un disparo hizo


que me girara, vi que una bala se había detenido justo frente a mí, un
hombre alto, gordo y con cara de psicópata reía y disparaba una y otra
vez en mi dirección. Entonces me concentré en lo que ocurría a mi
alrededor, las personas se mataban entre ellas, algunos corrían
intentando protegerse y refugiarse, pero no pudieron, miré a Evan
horrorizada.

— Es suficiente —me dijo y de repente estaba en un carro, con náuseas,


en una ciudad que no conozco de nada, él conducía, la gente corría fuera,
evadía autos, había gritos, disparos, explosiones. Llanto, dolor,
sufrimiento.

Todo agonizaba.

Puse las manos en mi cara, todo ocurría de forma muy lenta para mí,
puse demasiado peso en el mundo… yo… puse demasiado peso a la vida,
y ahora se ha quebrado, y solo yo tengo la culpa…

La hermana apareció en el asiento de atrás, haciendo que gritara.

— Lo siento, no pretendía asustarte.

Noté que había un montón de bolsas junto a ella, me pasó una botella
con agua, y el recuerdo del lago vino a mí. Lo que hizo que Evan frenara
con fuerza y mi cabeza golpeara un poco con el salpicadero del auto. Dolió
y mis ojos se nublaron un poco, pero fue algo rápido.

294
Nada más real que un grito

— ¿Te tocó dónde?

¿Me tocó? ¿Quién me tocó?

— Evan, debemos irnos —dijo su hermana, pero la ignoró.

— ¡¿Puso la mano en dónde?! —gritó nuevamente y me asusté.

Sin proponérmelo toqué mi pecho, fue como un reflejo, el recuerdo latía


aún en mi mente y, mi mano decidió ir allí, donde aún sentía un ligero
calor, donde está mi corazón, donde está mi libertad.

Evan golpeó el volante con fuerza y arrancó con una velocidad


antinatural, las cosas a nuestro alrededor se quemaban, él trataba de no
pasar por encima de los muertos, a veces no le conseguía, no entendía la
razón de su enfado,

Evan se detuvo un momento para estirarnos, estaban tan tranquilos y


cómodos con la situación, con el extraño aroma que comenzaba a invadir
el aire, con la sangre seca a nuestro alrededor, no les entendía, cómo
podían estar tranquilos cuando el mundo estaba actuando de esta forma
tan sofocante y amenazadora.

— ¿Puede alguno explicarme qué está pasando?

— Lo que dejaste salir son demonios, Blyana, hiciste un trato con el


diablo, pero…

Me reí interrumpiendo su explicación.

— Claro que no, yo… —recordé mis palabras antes de lo del lago.

Es que no… es obvio que eso hice, pero… son Pío y Pía, ellos no
causarían tanto daño, si fueran ellos… si fueran ellos, yo habría matado
a alguien y no tuve que hacerlo.

No… lo hice.

295
Nada más real que un grito

— Te dije que necesitaba ayuda —dijo Sia a Evan sacándome de mis


pensamientos.

— Está bien, es mi culpa, ¿feliz? Mira tu alrededor, a quién le importa,


confié en ella. —Me señaló.

— Dijiste que somos siete —recordé—, ¿no pueden ellas hacer algo?

— Solo tú puedes volver a encerrarlos, las otras seis dejaron de existir,


luego de que les dejaste ir, sus demonios las mataron. Al igual que a sus
guardianes.

El dolor, la decepción y el odio en sus palabras me ayudó a comprender


por qué estaba tan molesto conmigo. Un silencio sepulcral se hizo
presente por un par de horas, nos habíamos detenido, el auto se había
dañado y tocaba buscar otro, de pronto comencé a reír como una lunática,
me sentía algo mareada, así que me senté en el suelo. Cerca de mi había
una montaña de cuerpos que empezaban a oler mal, comencé a toser
debido a la falta de aliento.

Sia me llevó agua, se le veía preocupada por mí, su hermanito se veía


furioso, no había un solo auto que sirviera en donde nos encontrábamos,
lo que significa que tendremos que caminar hasta hallar uno.

Pasamos una semana en la que apenas y encontrábamos a alguien con


vida, los hermanos jamás permitían que ayudara, ellos no entendían que
como estudiante de medicina era mi deber salvar vidas, pensaban que
debía olvidarme de eso, ¡pero no podía! era algo que amaba, y que me
había sido arrebatado solo porque algún ancestro mío decidió jugar a ser
Constantine y devolver demonios al infierno.

Me sentía frustrada, herida, y me desquitaba con ellos, el ambiente era


tan tenso que apenas y me miraban, yo quería volver con mi familia,
asegurarme de que estaban bien, ellos solo querían que me alejara y que
aprendiera a defenderme.

¡¿Por qué no me entendían?!¿Era tan difícil comprenderme?

296
Nada más real que un grito

Estaba agotada así que, en uno de los hoteles, luego de una ducha fría,
encendí la televisión. Solo había noticias, en todos los canales, mostraban
los disturbios, la muerte, la destrucción que Pío y Pía habían causado,
que yo había causado. Me sentía tan culpable que la mayor parte de la
noche solo lloraba y prometía que si todo volvía a la normalidad me
sacaría la lengua para no dejarlos escapar nunca, pensé que tal vez Dios
escucharía, nunca escucha. Me senté en el control remoto y mi trasero
pulsó el único canal que aún parecía intentar frenar las malas noticias,
un video musical de un hombre vestido de rojo me envolvió por completo,
todos mis problemas se fueron, me sentí en casa, en total tranquilidad,
incluso sentí deseos de bailar al ritmo de R&B/Soul. La pantalla se puso
roja, el hombre salió corriendo de un edificio, hubo un instante en el que
se cayó, pero se levantó y continuó, era justo lo que necesitaba hacer,
continuar. La música se detuvo, el hombre estaba mirándome, supuse
que era un error de conexión o algo así, pero la sonrisa que traía, la sangre
en su rostro y esos ojos rojos llamaron mi atención, mi corazón se aceleró,
sentí un montón de hormigas en mi piel, me acerqué lentamente al
televisor, sin dejar de mirar sus ojos, no pensaba en nada, solo me dejaba
guiar por las sensaciones en mi piel, por el latido desenfrenado de mi
propio corazón, por este sentimiento al que soy incapaz de negarme, un
impulso tentador. La pantalla se apagó y escuché un grito de furia lejano.

Salí de mi trance cuando Evan tocó mi brazo izquierdo.

— Eso nos dará como cinco minutos.

Asentí sin comprender por qué lo hacía, me sentía lenta, todo había sido
tan extraño, aparecimos en un lugar que conocía muy bien, era mi casa,
miré a los chicos confundida.

— Despierta a tu familia, debemos irnos ya.

Corrí al cuarto de mis padres, mi corazón latía repleto de esperanza, de


felicidad. Solo la pequeña Eli dormía, mamá lloraba y papá trataba de
consolarla, ¡me extrañaban! Me abalancé a ellos tratando de no aplastar
a Eli, sin importarme despertarla, se alegraron un montón al verme, les
expliqué que debíamos irnos, pero no dejaban de abrazarme. Cuando salí

297
Nada más real que un grito

con ellos a la sala, me extrañó ver a un hombre en ella, Evan estaba


furioso frente a él, Sia llegó a mi lado, no tuvo que explicar nada, todos
tomamos su mano, pero cuando vi que una lágrima bajaba por su mejilla
la solté, y desaparecieron frente a mí.

Se fue, sin mí.

Observé a Evan, fue como si le llamara, porque sus ojos dieron con los
míos y el terror lo inundó, pude ver lo asustado que estaba de verme allí,
la preocupación en su perfecto rostro. El hombre me observó y yo a él, era
realmente apuesto, más alto que Evan, piel clara, cabello negro con
destellos chocolate, una ligera barba, rostro triangular, nariz perfecta,
ojos rojos y una sonrisa seductora, mi piel quemaba frente a él, me sentía
extraña, como si necesitara, tocarle… su piel me llamaba, sus ojos, todo
en él lo hacía, dio un paso a mí, no me moví, sentí sed, una que no había
sentido nunca, él era hipnótico y la situación estimulante.

Evan llegó junto a mí, le sentí, pero no podía voltear a verle.

— No nos han presentado como es debido, amor.

Dijo con una voz ronca y profunda, mis piernas se sentían de gelatina,
pero hice mi mayor esfuerzo por mantenerme firme.

— Mi nombre es Samael, aunque también soy conocido por otros


nombres.

— Exijo que vuelvas al infierno y te lleves toda la destrucción contigo.

No sé porque lo dije, las palabras en mi boca me supieron a mentira, fue


como si lo dijera porque debía y no porque quería, me aferré al brazo de
Evan cuando dio otro paso a mí.

— Eso habría funcionado, amor, si de verdad quisieras que me fuera.

— Agradezco que me salvaras —le dije—, pero no estás cumpliendo con


tu parte del trato.

298
Nada más real que un grito

Tomé la mano de Evan, su calor me envolvió y me devolvió la libertad


que necesitaba, los dulces ojos de Evan me observaban, a mí, como
siempre soñé que lo hicieran. Samael lo notó, dio un paso a nosotros,
capturando nuestra atención; su rostro era sombrío, sus ojos
centelleaban. En un movimiento rápido, Evan había sido enviado fuera
de mi casa y el diablo tomaba mi cintura con fuerza, acercando sus labios
a los míos, mi respiración y temperatura se elevaron, estaba preocupada
por Evan, pero no lograba que mi cuerpo no respondiera a la cercanía de
Samael. Era una atracción magnética que no deseaba detener, a pesar de
que sabía que eso era lo que debía hacer. Dibujó mis labios con su pulgar,
sentí un cosquilleo intenso, mi cuerpo tembló ante su tacto, fue como si le
exigiera más. Quería ver que Evan estuviera bien, sus ojos me impedían
mirar otra cosa que no fueran los suyos.

Y me dolía. Me dolía por Evan, por mis sentimientos hacia él.

— Te he amado en todas tus vidas, Blyana, ¿por qué siempre huyes de


mí? No luches contra lo que sientes amor, déjale fluir, por una vez, únete
a mí, seamos uno.

Sentí el leve roce de sus labios antes de ser empujada hacia un lado, mis
labios arden, es una sensación deliciosa, podría pedir una sobredosis.
Noté que Evan había hecho algo, estaba lejos de mí, herido, intenté
acercarme.

— Ven a mí —susurré en esa lengua extraña y justo después de que


tomó mis manos el lugar donde estaba antes explotó, ambos miramos a
Samael, estaba furioso, todo se quemaba tras él, cerré los ojos y Evan nos
había llevado a algún lado, mi familia no estaba aquí, observé justo en
ese momento y todo a nuestro alrededor comenzó a explotar.

— No nos dejará, puede ver a dónde voy, necesito que seas tú quien nos
lleve a otro lugar.

Vi el reflejo de Samael en la ventana rota frente a mí, nos volví


invisibles mientras pensaba, noté que Evan negaba a mi lado, no
podíamos hablar, si lo hacíamos él nos escucharía, sentía que el latido de

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Nada más real que un grito

mi corazón nos delataría. Samael lucía triste, desesperado, Evan tomó mi


mano con fuerza y luego mi cuello, me obligué a mirarle, él se veía aún
más triste y desesperado, observó mis labios una fracción de segundo, se
acercó a mí y me besó, lo que hizo que nos teletransportara a otro lado,
entonces un montón de sangre nos calló encima, sus ojos brillaban, sus
labios seguían muy cerca de los míos.

— Se supone que no debo amarte —susurró—, no es correcto, mi corazón


está cometiendo un terrible pecado. Y, aun así, me da tanto gusto no
poder evitarlo.

Samael estaba justo detrás de él, pude ver la intención en sus ojos,
deseaba matarlo, le había escuchado, lo sabía, y sabía que yo también le
amaba; así que hice lo que tenía que hacer.

— Ve con Sia. —El terror inundó sus ojos nuevamente y una lágrima se
resbaló por mi mejilla—, prometo volver a ti, siempre serás… mi vecino.

Evander se fue, musité con un enorme dolor y desapareció frente a mis


ojos, Samael me observaba furioso, le sonreí mientras las lágrimas
rodaban por mis mejillas y entonces la sonrisa volvió a sus labios. No notó
que mis intensiones eran opuestas a sus deseos, en este momento todo lo
que me importaba era que mis seres queridos estuvieran bien.

Aunque yo no lo estuviera.

— El infierno en la tierra será devuelto a su lugar, la puerta que antes


fue abierta eternamente sellada quedará.

Lo dije rápido, con completa claridad.

Samael se acercó a mi dispuesto a matarme y lo hizo, mi corazón ahora


latía en su mano, me observó arrepentido, había actuado bajo un impulso,
le dolía perderme nuevamente, pero la decisión había sido tomada, yo
había causado todo el caos, era mi deber remediarlo.

No había otra opción.

300
Nada más real que un grito

Es una lástima que las cosas que piensas no siempre son las que haces,
había fuego a mi alrededor, mi casa se quemaba, Eli yacía dormida en el
sofá de la sala, me acerqué a ella, temblando, al levantar mis manos noté
la sangre en estas, mis uñas puntiagudas, toqué a Eli, no respiraba, con
un enorme nudo en la garganta. La tomé en mis brazos, necesitaba
ayuda, necesitaba que alguien la despertara, al salir de la sala me topé
con los ojos de Samael, una sonrisa triunfante y orgullosa iluminaba su
rostro.

— Prometiste no lastimarlos —le indiqué enojada, extendiendo a Eli en


su dirección.

Él miro las escaleras, subí con Elí en brazos al cuarto de mis padres, la
sangre se derramaba desde la cama, sus cuerpos estaban mutilados,
parecía que un animal les había atacado, observé mi reflejo en el espejo
y, como si se tratara de un video, este me mostró lo que había sucedido,
¡yo había causado la muerte de mis padres! Yo había dormido a Eli, yo
había prendido fuego a la casa, justo después de que Evan me trajera con
ellos, justo después de que Pío y Pía salieran riendo a carcajadas de mí,
porque no me habían dejado, se habían quedado conmigo, observando
todos mis movimientos, abracé a mi pequeña hermana, fuera había todo
un caos, personas gritaban, lloraban y asesinaban.

El daño estaba hecho, y parecía no tener fin, la necesidad de encontrar


a Evan me inundó, corrí con Eli hasta la cocina, me caí un par de veces
en el suelo tiñéndolo de sangre, al abrir la puerta noté que había aún más
sangre aquí, Evan estaba muerto, su garganta había sido desgarrada,
busqué a Sia, tenía un cuchillo incrustado en su cabeza. Abracé a mi
pequeña hermana con todas mis fuerzas, intenté llorar su pérdida, pero
las lágrimas no salían, mi rostro dolía, debido a la sonrisa que se había
formado en mis labios. Samael apartó a Eli de mí, la trató con cuidado, lo
que me extrañó, tomé la mano que me ofrecía y me levanté del suelo,
caminé a su lado, mientras todos morían a mi alrededor, vi a mi abuela
observando el lago en el que murió, nos ofreció té cuando llegamos a ella.

La sorpresa de verla viva, perfecta, radiante no abandonaba mi rostro.


Un destello de felicidad inundó mi inexistente corazón, había renacido

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Nada más real que un grito

sin uno, había renacido incompleta, mi aura era oscura, Sara tenía mucha
razón…

Había nacido por una oscura promesa…

Mi abuela me había entregado a Samael antes de que naciera, estaba


agotada de las voces en su cabeza, no quería ser una Hekla, así que hizo
un trato con él, un trato que además le daría vida eterna, la haría
inmortal. Poco le importaba mi madre, poco le importaba Eli, solo quería
disfrutar eternamente el sufrimiento de otros, y era consciente de que lo
lograría trayendo el infierno a la tierra, pero no fue tonta, sabía que debía
poseer un seguro, algo que la volviera intocable. Yo.

— El mejor trato que he hecho jamás, mi dulce —dijo al entregarme el


té—, naciste para él, se lo dije a tu madre. Me creyó loca, tuve una hija
muy tonta, sí, pero tú, mi Bly, lo vales.

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