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Título:

LA INFANCIA:
¿Una categoría psicosociológica
problemática?

Autora:
Noemí Allidière

1
La infancia ¿una categoría psicosociológica problemática?
Resumen: La tesis que se sostiene en este trabajo es que la infancia como categoría psico-
sociológica está deslizándose, en las últimas décadas, hacia un vacío de sentidos.
Se rastrean, en primer lugar, las modalidades de crianza privilegiadas en los diferentes per-
íodos históricos (sacrificio ritual, infanticidio, abandono concreto del niño y abandono por de-
legación de su atención en una nodriza). Se señala que el “uso” sexual con el niño coexistió
siempre con estas formas de crianza.
Se ubica luego, el surgimiento de la idea de niño como ser diferenciado del adulto y con
necesidades específicas a partir del desarrollo de la familia moderna hacia el siglo XVIII. Se
cita el aporte del psicoanálisis al reconocer la sexualidad infantil y la importancia de los
vínculos tempranos en la estructuración del psiquismo.
Al considerar la situación de la infancia en la actualidad se sostiene que, tanto por el extremo
de la pobreza como por el extremo del bienestar económico, está perturbada la función
social y familiar de sostenimiento (material y/o afectivo) de la infancia.
Se concluye que históricamente existió un predominio de las modalidades vinculares de des-
carga hostil (proyección agresiva) del adulto sobre el niño y que, en la actualidad (aunque
haya un reconocimiento de la importancia de los primeros años) subsiste dicho estilo vincular
junto con la inversión de la relación con el niño, modalidad que es paradigmática del pos-
modernismo.
Se señala que en esta modalidad de inversión, el niño pasa a sostener afectivamente al
adulto, dando lugar a la emergencia de patologías psicológicas relacionadas con la pseudo-
madurez y la sobreadaptación.
Se reflexiona, por último, acerca del riesgo de extinción del concepto infancia en un futuro.

Noemí Allidière.

2
La infancia:¿Una categoría psicosociológica problemática?

Al indagar sobre el lugar histórico y social que el niño ha ocupado en las diferentes épocas
y culturas, los historiadores dan cuenta acerca de la modernidad del concepto de infancia.
En las sociedades antiguas y medievales el niño carecía de un status propio, siendo sólo
considerado en tanto posesión de un adulto; como objeto del que se podía disponer sin mi-
ramientos.
A lo largo de los siglos, si bien se alcanza a reconocer en diferentes períodos históricos el
predominio de estilos de crianza diferenciados, la humanidad se ha visto sistemáticamente
signada por la vigencia de sistemas de crianza y prácticas educativas cuyo común denomina-
dor ha sido, en primer lugar, la proyección de la agresión del adulto sobre el niño y, en
segundo lugar, la inversión del vínculo adulto-niño, modalidad de relación donde el niño
pasa a “sostener” emocional y/o materialmente al adulto.

Las modalidades de crianza históricamente predominantes.

Intentando un brevísimo recorrido en la descripción de las prácticas de crianza predominan-


tes, en los diferentes períodos históricos, descubrimos, en primer término, los sacrificios ri-
tuales de niños destinados al aplacamiento de los dioses.
Estos sacrificios, realizados desde la prehistoria, continuaron posteriormente vigentes entre
las prácticas de numerosos pueblos (egipcios, fenicios, moabitas, mayas, celtas, galos, escan-
dinavos, incas, onas, etc.).

Aplacados los dioses, el sacrificio expiatorio cedió su supremacía al infanticidio como for-
ma habitual de relación con los niños.(1)
Bajo el mandato de la necesidad económica, en sociedades cuyos recursos eran, sin duda,
insuficientes, el infanticidio se constituyó en un método sistemático de regulación demográ-
fica.
En Grecia y Roma, por ejemplo, culturas que tanta influencia tuvieron en el desarrollo de la
sociedad occidental, el infanticidio fue una práctica común.
Mientras que en Atenas el ciudadano era dueño absoluto de su hijo, en Esparta, la Asam-
blea de Ancianos se encargaba de resolver acerca de la “utilidad” de conservar o no la vida
del recién nacido. Las laderas del monte Taijeto resultaban el destino final de éste, en caso
negativo.
En Roma, el asesinato de un niño comenzó a sancionarse como delito en el año 374, pero
la práctica del infanticidio (en particular de los recién nacidos enfermos o malformados) conti-
nuó ejerciéndose, siendo avalada incluso por pensadores y filósofos. Dice Séneca, quién refle-
ja en su obra la moral de la época: “A los perros locos les damos un golpe en la cabeza; al
buey fiero y salvaje lo sacrificamos; a la oveja enferma la degollamos para que no contagie al
rebaño; matamos a los engendros; ahogamos a los niños que nacen débiles y anormales.
Pero no es la ira, sino la razón la que separa lo malo de los bueno”. (2)

La práctica del infanticidio, cuyo origen se pierde entonces, en la prehistoria de la humani-


dad, persistió aún, en forma abierta, durante el período medieval, aunque la tendencia pre-
dominante de la época fue la de su presentación en forma disfrazada (bajo la fachada de “ac-
cidentes” o “descuidos”). Lo significativo de estos accidentes es la recurrencia con que
acontecían, lo que permite presuponer intenciones de eliminación del niño.“Accidentes”, fre-
cuentemente descriptos por los historiadores de la Edad Media, concluían con la muerte por
asfixia del bebé dormido entre los cuerpos de los adultos; o la muerte de niños muy pequeños
(no deambuladores) a causa de las quemaduras con agua caliente.

(1) Para Arnaldo Ravscosky el término adecuado que debe aplicarse es filicidio (del latín filius= hijo y cidium-cide= ma-
tar). Según este autor la sustitución de la palabra infanticidio por la de filicidio hace a la negación, históricamente sostenida,
de las actitudes agresivas de los padres hacia sus propios hijos.
(Cfr. Rascovsky, A. La matanza de los hijos y otros ensayos. Ed. Kagieman, Bs. As., 1970, pág. 18).

(2)(Cfr. Séneca. Moral Essays, pág. 145. La negrita es nuestra).

3
Con anterioridad a la Edad Media y luego del período romano, el cristianismo primitivo al
absorber sobre el sacrificio de la cruz, parte de la proyección hostil que previamente estaba
dirigida hacia los desposeídos, las mujeres y los niños, había introducido en la historia de la
humanidad (y de la infancia) una corriente de aire refrescante.
La palabra evangélica propiciadora de la igualdad entre las personas incluía también a los
niños (“Dejad que los niños vengan a mi”) (3). Sin embargo, el alivio duró poco, ya que los
padres y teólogos de la Iglesia, a partir del siglo III, abandonan esta filosofía y enfatizan, en
cambio, la idea de pecado, culpa y necesidad de expiación como instrumento privilegiado de
dominación de los pueblos.
Específicamente en relación a la infancia, el pecado original, la culpa primigenia o, al
decir de San Agustín “el pecado de la infancia”, (4) ocupó un lugar fundamental en la pueri-
cultura y pedagogía de varios siglos.
La idea de “culpabilidad moral” del niño generó la necesidad de educarlo (palabra que eti-
mológicamente significa “enderezar lo que está torcido” (5) y fundamentó, además, ideológi-
camente, la justificación y permisividad del castigo (“la expiación”) como sistema correctivo
(“para su salvación”).

La siguiente práctica que reemplazó al infanticidio directo o disimulado como forma privile-
giada de crianza fue el abandono del niño.
Bajo las opciones de abandono real o de abandono “moral” signó la vida y frecuente-
mente la muerte de muchas generaciones de infantes. Si bien, desde el punto de vista psicoló-
gico, implicó cierto “adelanto” en relación a las prácticas del infanticidio directo y los significati-
vos descuidos y accidentes, el abandono concluía también, con mucha frecuencia, con la
muerte del pequeño.

Por un lado, el abandono concreto del niño, y en particular del bebé de pocos días, se
volvió un hecho tan cotidiano que, a partir del siglo XVII y como un intento de paliarlo, se hizo
necesaria la fundación de asilos para huérfanos. Como dato histórico: San Vicente de Paul,
funda en París, en 1638, la primera Casa de Niños Expósitos.
El abandono real fue característico de las familias de las clases más paupérrimas y era
realizado por mujeres en situaciones de riesgo (pobreza, exceso de hijos, enfermedad) o, en
las otras clases sociales, por presiones sociales (soltería, “deshonra”).

El abandono moral, resultó, por otra parte, un fenómeno sumamente extendido en el


tiempo y en los diversos estratos sociales. Según las diferentes fuentes históricas se infiere
que comenzó en el siglo XIII y, a diferencia del abandono real, alcanzó (con excepción de a
los hijos de obreras) a todas las clases sociales.
Este abandono moral estuvo asentado en una situación que, con el transcurso del tiempo,
se constituyó en una práctica de crianza habitual de la sociedad medieval, deslizándose luego
hacia la modernidad. Esta práctica consistía en la delegación del cuidado del hijo en otra
mujer: la nodriza.
Como dato interesante se registra la primera “agencia de nodrizas” en París, en el siglo
XIII. Las primeras nodrizas fueron contratadas sólo por familias ricas. La mujer elegida se
mudaba a la casa del niño para darle su leche (abandonando, en la mayoría de los casos, a su
propio hijo aún lactante).
Con el correr del tiempo, la institución de la nodriza se extendió, primero, a las clases me-
dias (la burguesía) y luego, al resto de la sociedad, pero adquiriendo además, una caracterís-
tica que terminó siendo paradigmática del abandono moral al que sucumbió la crianza de los
niños durante este período de la historia. Esta característica consistió en que a partir de la
costumbre de delegar la lactancia y el cuidado del niño en un ama de leche, se invierte el
desplazamiento geográfico: ahora son los propios niños los que resultan desplazados,
lejos de sus padres a la casa de nodriza, la que frecuentemente vive en comarcas alejadas y
en condiciones socioeconómicas inferiores.

(4) (Cfr. San Agustín. Confesiones. Buenos Aires, Austral, 1958)


.
(5) (Cfr. Badinter, E., Existe el amor maternal? Barcelona, Paidós-Pomaire, 1 ed.castellana, 1981, pág. 41).

4
La recopilación de historiales de la época da cuenta de una suerte de “cadenas de crianza”
en las que cada madre delegaba en una nodriza, a cambio de un pago, el cuidado de su hijo;
mientras la nodriza elegida delegaba en otra mujer, por un pago algo inferior, a su propio bebé
y así sucesivamente. La escasa diferencia de dinero significaba, en muchos casos, la posibili-
dad de supervivencia de una familia.
Sin embargo no parece ser el económico el determinante más importante de esta costum-
bre. Prueba de ésto es que las familias adineradas fueron las primeras en desembarazarse de
sus hijos (o de algunos de ellos) por este método; y prueba de ésto, también, es que las muje-
res campesinas y más modernamente las obreras recurrieron menos a este método de crian-
za.(6)

El dificultoso viaje de los bebés (a veces de sólo pocos días de vida) a comarcas lejanas; la
escasa o nula conexión con sus padres biológicos a partir de ese momento; el hacinamiento
(ya que muchas veces, una nodriza se hacía cargo de varios niños), junto con las epidemias y
enfermedades asociadas al nulo desarrollo de la medicina infantil, hicieron que la mortalidad
de los primeros años se mantuviera altísima.
Pensamos, a la luz de todas estas razones, que la institución de la nodriza puede inscribirse
también, entre las prácticas del “infanticidio disimulado”.
Cuando, y a pesar de las condiciones de existencia deplorables, los niños lograban sobrevi-
vir, eran buscados por sus padres biológicos, varios años más tarde, para ser incorporados
como mano de obra al trabajo familiar, pasaban a constituirse al decir de Brown en “patrimo-
nios económicos”. (7)

Ricardo Cichercia aporta un claro ejemplo de reinserción del niño a su familia biológica pa-
ra contribuir con su aporte económico. En su “Historia de la vida privada en la Argentina” ex-
presa en relación al período 1776-1850, en el Virreinato del Río de la Plata:
“El abandono de menores aparece como un mecanismo para derivar niños de familias po-
bres “hacia otras de mayores recursos que les garantizaran un mejor nivel de vida”; y luego
agrega que la cesión de menores fue una institución tan habitual como el reclamo para re-
cuperarlos cuando la familia biológica estaba en mejores condiciones o los hijos reclamados
podían ser usados como fuente de recursos económicos. Para Cichercia esta última opción
explica el hecho de que por cada varón reclamado había tres niñas, las que inmediatamente
eran ubicadas en el servicio doméstico.
Aún en el período colonial, el Virrey Vertiz autoriza fondos para la fundación de la primera
Casa de Niños Expósitos de Buenos Aires (ex-Casa Cuna y actual Hospital de Pediatría
Pedro de Elizalde) la que luego de muchas vicisitudes queda, en 1823, bajo la dirección de la
Sociedad de Beneficencia. En la puerta de entrada de la Casa de Niños Expósitos había un
torno giratorio en el que eran dejados los niños. La inscripción que lo coronaba decía: “Mi pa-
dre y mi madre me arrojaron. Divina Piedad, ampárame aquí”. (8)

Asociada sistemáticamente con las formas de relación entre adultos y niños anteriormente
descriptas, la “familiaridad sexual” con los chicos se mantuvo a lo largo de los siglos. Tal
costumbre sólo muy tardíamente comenzó a categorizarse como abuso y, por ende, a perci-
birse entre las conductas connotadas negativamente.
Resultado de considerar al niño como un objeto, el “uso” de su cuerpo fue una actitud
habitual y constante a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Las prácticas sexuales directas (como el incesto, la violación y la sodomía) y las prácti-
cas incriminatorias y ejemplificadoras (como las mutilaciones genitales: infibulación, clirec-
tomía, circuncisión y, en ocasiones, castración) signaron la vida de muchos niños desde la
antigüedad, subsistiendo actualmente, de modo alarmante, entre diversos grupos culturales.

(6) Las obreras de las primeras fábricas ubicaban a sus niños durante la larga jornada de trabajo en casas de otras mujeres;
pero, los iban a buscar por las noches.

(7) (Cfr. Brown, J.A.C. La psicología social en la industria. México, Fondo de Cultura Económica, 1964).
(8) (Cfr. Cichercia, Ricardo. Historia de la vida privada en la Argentina. Editorial Troquel, Bs. As., 1958, pág. 68).

5
Recapitulando entonces:

El asesinato ritual, el infanticidio directo o disfrazado de accidente, el abandono real o


disimulado a través de la entrega del niño a una nodriza y el uso sexual del cuerpo del
niño fueron históricamente, las principales formas de regulación familiar y de vinculación
entre los padres y sus hijos. (9)

El reconocimiento de la infancia.

Es muy gradualmente que la idea de niño, como un ser diferenciado del adulto, con par-
ticularidades evolutivas propias y con necesidades específicas, va a ir surgiendo en la
historia de la humanidad.
El concepto de infancia como categoría psicosociológica reconocida comienza a esbozar-
se promediando el siglo XVI, pero cobra fuerza recién a mediados del siglo XVIII, cuando se
logra establecer una relación de causalidad entre la posibilidad de supervivencia del niño y los
cuidados que se le prodigan. (10)

Este reconocimiento de la infancia está íntimamente ligado a la instauración de la familia


moderna; institución basada, en términos generales, en la idea del amor conyugal; en el
reconocimiento discriminado de los roles parentales y filiales; en la exaltación de un supues-
to “instinto materno”; en la instauración del derecho sucesorio como garantía de transmi-
sión de los bienes personales y en la preocupación por la salud y educación de sus miem-
bros.
Para Phillippe Ariès el pasaje desde la indiferencia y el desapego afectivo (11) por los ni-
ños, al apego afectivo y preocupación por su suerte, más propio de la vida moderna, se apoyó
en otro cambio social significativo: el de la separación de la vida privada de la vida pública.
(12)
En la medida en que las relaciones familiares pasaron a desarrollarse en la intimidad y
privacidad de la casa, cambió la relación entre los miembros de la familia y, por ende, entre
los padres y los hijos; quedaron excluidas de la crianza de los niños las personas extrañas al
hogar y se inauguró una nueva forma de relación parental con predominio del afecto positi-
vo sobre la agresión.

Posteriormente, hacia fines del siglo XIX, rescatando a la sexualidad de la idea de peca-
do, Freud reconoce, describe y jerarquiza la organización sexual infantil y al poner, además,
en evidencia la importancia de los vínculos tempranos en la constitución del psiquismo, in-
augura un capítulo fundamental en la comprensión de la infancia.
Ha nacido finalmente “su majestad el bebé”.

(9) Resulta de interés acotar que la realización de estas prácticas estuvieron siempre sesgadas por la discriminación. La
mortalidad de los hijos ilegítimos, de los niños enfermos, de las hijas mujeres y de los hijos menores fue histórica y
significativamente mayor que la mortalidad de los hijos legítimos, de los niños sanos, de los hijos varones y de los
primogénitos.

(10) El tratado de pedagogía “Emilio” de Juan J. Rousseau, publicado en 1762, es considerado como un hito fundamental
en el cambio de la cosmovisión acerca de la infancia.

(11) Una de las explicaciones psicológicas “benignas” que circulan entre los historiadores de la infancia es que el desapego
emocional hacia los hijos tuvo una función defensiva: la de evitar (o disminuir) el sufrimiento ante la posibilidad, tan fre-
cuente por otra parte, de muerte del infante.

(12) (Cfr. Ariès, Ph.- Béjin, A.- Foucault, M. y otros. Sexualidades Occidentales. Buenos Aires, Paidós, 1 ed. argentina
1987).

6
Las actuales consideraciones hacia el niño:
El deslizamiento hacia el vacío de sentidos de la categoría psicosociológica infancia.

Teniendo en cuenta las observaciones precedentes, pasaré ahora a considerar la tesis


central de este trabajo que puede enunciarse como sigue:

Si bien la infancia como categoría psicosociológica, ha sido reconocida desde hace aproxima-
damente tres siglos, en las últimas décadas se está deslizando hacia un vaciamiento de
sentidos.

Este deslizamiento hacia el vacío semántico, que es resultado de la conjunción de múltiples


factores, está enmarcado dentro de la modalidad dicotómica adoptada en la actualidad por la
distribución de la riqueza (13) y se está produciendo, a mi entender, por dos extremos.

Por uno de ellos, y de modo harto dramático en los sectores económica y socialmente
marginados, por lo que sintéticamente podemos denominar el “infanticidio de la pobreza”; y
por otro, aunque de modo mucho más sutil, en los sectores de medianos y altos recursos
socioeconómicos, por la dificultad que se observa, por parte de los adultos de sostener, du-
rante el tiempo necesario, las demandas de dependencia afectiva de los niños.

A pesar de los esfuerzos de los Organismos Internacionales, de la Declaración de los De-


rechos del Niño (Naciones Unidas, 1959); de la aprobación de la Convención por los Dere-
chos del Niño (Asamblea General de las Naciones Unidas, 1989) y de otros intentos importan-
tes, la infancia, como un período de la vida particularmente vulnerable, merecedor de pro-
tecciones especiales por parte de los adultos y de los Estados, está siendo dramáticamente
ignorada.

El deslizamiento por el extremo de la pobreza.

Por el extremo de la pobreza, en las sociedades del llamado “tercer mundo”, la muerte o
invalidez por desnutrición o por enfermedades evitables, causadas por la ausencia o por la
falencia de los sistemas sanitarios y educativos; el abandono y la falta de hogar; el abuso
sexual y la prostitución; el trabajo a edades prematuras, que en muchos casos adquiere ribetes
de esclavitud, es el destino de millones de niños.

Sin pretensiones de rigor metodológico citaremos solamente algunos datos extraídos de los
periódicos locales. (14)

. El último informe sobre la infancia (UNICEF, 1997) indica que hay en el mundo
250.000.000 de chicos trabajando. Se estima que si a esta cifra se agrega la de los niños que
realizan trabajo familiar, se eleva a 400.000.000.
Este “dato” se inscribe además, dentro de una terrible paradoja: muchos países subdesarro-
llados se oponen a la restricción del trabajo infantil, argumentando (con dramática razón) que
“el niño puede ser el único que gana dinero en una familia desesperadamente pobre”. (Nego-
ciaciones del Acuerdo General del Gatt)

(13) Esta modalidad se expresó, históricamente, a través de un irreconciliable divorcio entre clases ricas y pobres primero;
entre países desarrollados y subdesarrollados y, a partir de la “globalización” de la economía, entre el poder
económico, político e ideológico de las empresas multinacionales (Organizaciones Corporativas) y versus “el resto”.

(14) Fuente: Argentina, Diarios: Clarín, La Nación y Página 12, (años 1996/99) .

7
. Según daatos de la OMS (1994) en América Latina viven en las calles 40.000.000 de chicos.
En Brasil, que presenta el “record” de 15.000.000, fueron asesinados 4.600 niños entre 1990 y
1994.

. Si bien la Convención Internacional sobre los Derechos de la Infancia fija en 15 años la


edad para el reclutamiento militar, la realidad indica que en muchos países (Mozambique,
Camboya, Líbano, Sri Lanka, Liberia, Ruanda, Afganistán, Guatemala, México y la ex-
Yugoslavia, por ejemplo) hay “chicos soldados” de 7 u 8 años.
La organización “Salven a los niños” (Save the Children) denunció que en 1996, casi
250.000 soldados menores de 18 años, combatieron en 33 conflictos armados

. Las detecciones (y denuncias) de abuso sexual (que se dan en todas las clases sociales),
han aumentado en los últimos años.
Según Susan Brownmiller, que investigó el tema en los E.E.U.U., el abuso comienza alre-
dedor de los 6 años y continúa hasta entrada la adolescencia. El 97 % de los abusadores
son hombres y el 92% de las víctimas son nenas. En el 75% de los casos el abusador es
familiar (o conocido) de la víctima. Alrededor del 75% de los niños no cuentan lo que les
sucede por estar amedrentados por el abusador (“pacto de silencio”). La fuerza es usada en
el 60% de los casos.

. En la Argentina nacieron, en 1996, 674.000 bebés, de los cuales murieron 14.127, (el 20,9
por mil). El 60 % murió antes de los 28 días. La mayor parte de estos decesos hubieran po-
dido evitarse con el seguimiento médicoasistencial de las mujeres durante la gestación, el
parto y el puerperio.

. Según el Ministerio de Salud y Acción Social en las provincias del norte argentino las
tasas de mortalidad infantil registradas para el año 1995 fueron: Chaco, 32,8 por mil; For-
mosa, 30,5 por mil; Tucumán, 28,9 por mil.
Las cifras que se dieron en el 31er.Congreso Nacional de Pediatría ( Argentina, Mendoza,
septiembre de 1997) no fueron más alentadoras. Para todo el país la mortalidad infantil es
del 24 por mil (P.B.I. 8.110 millones).
Cuba, con un P.B.I de 1.170 millones, (o sea siete veces menor) presenta la mortalidad in-
fantil más baja de latinoamérica: 9 por mil.

. Se estima que, en 1997, hubo en Buenos Aires (Capital Federal), 25.000 chicos (menores
de 14 años), con déficit alimentario y, consecuentemente, algún grado de desnutrición.

. En el Hospital Pedro de Elizalde, las estadísticas de niños atendidos por maltrato infantil
(muchos de los cuales quedaron internados), registran para los años 1988 a 1991, 250 casos;
para el año 1992, 220 casos y para el año 1993, 240 casos.
En el Hospital Ricardo Gutiérrez y en los hospitales de provincias los datos son parecidos.
(15)

El deslizamiento por el extremo del “bienestar”.

En el otro extremo, están los niños de los sectores de buenos y altos recursos económicos,
afianzados en el estilo de vida de la sociedad de consumo y que tienen las necesidades que
hacen a la supervivencia satisfecha (e incluso “exageradamente” satisfechas).
En estos grupos, sin embargo, se puede observar como tendencia, y en particular en esta
última década, la dificultad por parte de padres y adultos en general, de cubrir las necesida-
des de sostenimiento afectivo de los niños.

(15) La semiología del niño maltratado fue reconocida y descripta por primera vez por Ambroise Tardieu, médico de La
Salpertrière, en 1868. Sin embargo (y significativamente) sus apreciaciones se omitieron hasta 1962, año en que Henry
Kempe describe en E.E.U.U. el “síndrome del niño apaleado”.

8
Este sostenimiento, imprescindible para el logro de un desarrollo sano, implica indefecti-
blemente una disponibilidad por parte de los adultos que no siempre pueden (o quieren)
brindar. Disponibilidad que incluye tiempo, presencia, dedicación, paciencia, compromiso,
contacto y muchas otras emociones que el hombre y la mujer modernos, acuciados por múlti-
ples exigencias (económicas, laborales, estéticas, intelectuales, afectivas, etc.) no están en
condiciones de sostener. Al unísono de la aceleración del tiempo social, el ritmo que se im-
pone en la actualidad a la crianza de los niños, no suele compadecerse con las necesidades
singulares de los mismos y con las pautas evolutivas de cada etapa.

La enumeración de algunas observaciones espontáneas de la vida cotidiana servirá sólo a


modo de ilustración:

. Guarderías desde los cuarenta y cinco días, en las que numerosos lactantes y deambu-
ladores pasan gran parte del día, atendidos por pocas personas en recambio permanente;
doble escolaridad primaria “complementada” con actividades extraescolares que, al ocupar
todo el tiempo, le impiden al niño un desarrollo lúdico más espontáneo y libre; “carreras” de-
portivas de competición extenuantes; estímulos culturales que, como las “matinées” de los
bailes, los programas de T.V. “infantiles”, la publicidad de los medios masivos de comunica-
ción y la moda (ropa de “jean” y “canchera” para bebés, ropa “sexy” para las nenas, etc.), entre
otros factores, propician la adultomorfización y la pseudogenitalización de los chicos, ex-
pulsándolos precozmente de la infancia en pos de la idealizada adolescencia.

La actual aceleración de la crianza se ve impulsada además, como se mencionó antes,


por las necesidades personales de padres y adultos que, presionados culturalmente, en mu-
chos casos privilegian sus propios desarrollos individuales por sobre la dedicación de su
tiempo y disponibilidad afectiva hacia sus hijos.
Se produce entonces, una delegación precoz de las funciones parentales en otras perso-
nas, en instituciones, en un aparato de televisión o, incluso, en el mismo niño quien pasa a
ejercer sobre sí mismo una suerte de “autocrianza”.
Esta última situación justifica la frecuencia con que se detectan en la clínica psicológica,
patologías relacionadas, por un lado, con la pseudomadurez (poniéndose de manifiesto en
estos casos, los esfuerzos de sobreadaptación que deben realizar muchos niños y adolescen-
tes en la actualidad) y, por otro lado, con depresiones que cursan con apatía, pérdida de la
espontaneidad, reemplazo de los contactos sociales por la televisión, la computadora o los
videojuegos, trastornos del sueño (especialmente hipersomnia) y de la alimentación (bulimia
y/o anorexia con edades de comienzo cada vez más tempranas) y problemas en el aprendizaje
escolar.

En ocasiones, los esfuerzos para adaptarse a un medio que no satisface adecuadamente


sus necesidades de dependencia afectiva, llegan todavía más lejos, y es el niño (o el adoles-
cente) el que pasa a sostener emocionalmente al adulto.
En este sentido, tal vez uno de los motivos por los que, en los sectores de buenos recursos
económicos, se demora la salida de los jóvenes del hogar parental es que los hijos adolescen-
tes cumplen el rol de sostenedores afectivos de sus padres y funcionan como escuchas de los
problemas parentales.
Esta inversión del vínculo parento-filial suele hacerse particularmente evidente durante
los procesos de divorcio de los padres y en los hogares uniparentales.

Las diferentes actitudes psicológicas de los adultos hacia los niños.

Siguiendo a Lloyd de Mause (16) quién ha tipificado, desde una interesante perspectiva
psicoanalítica de la historia de la infancia las actitudes predominantes de los adultos cuan-
do se enfrentan a un niño y sus (universales y ahistóricas) necesidades afectivas, pasaré a
describir sucintamente tres reacciones paradigmáticas:

9
. La reacción proyectiva.
. La reacción de inversión.
. La reacción empática.

. En la reacción proyectiva, el adulto “usa” al niño como depositario de la proyección de


sus deseos concientes e inconcientes. Estos deseos suelen tener frecuentemente matices
hostiles, por lo que el niño pasa a constituirse en el objeto privilegiado para la descarga de
la agresión del adulto.
La historia de la infancia, que sintéticamente hemos reseñado en la primera parte de este
trabajo, da cuenta de la frecuencia con que, a lo largo de la historia de la humanidad y aún
en el presente, los niños han sido “elegidos” para descargar sobre ellos afectos hostiles.

. En la reacción de inversión, el padre (o la madre) trata al niño como si fuese un adulto,


sustituyendo conciente o inconcientemente con él, a una figura importante de su propia in-
fancia.
Esta modalidad vincular, en la que se ve alterada la necesaria asimetría del vínculo adulto-
niño es particularmente frecuente en la actualidad, época en la que la adultez “cronológica”
no suele estar acompañada por la madurez emocional.

. En la reacción empática, al adulto logra reconocer e identificarse introyectivamente con


las necesidades del niño, pudiendo ponerse entonces, en disponibilidad de satisfacerlas.

Las tres modalidades vinculares adulto-niño sucintamente descriptas, podrán coexistir y/o
alternarse en cualquier proceso de crianza, aunque una de ellas será siempre predominante.
La modalidad de relación “elegida” no sólo teñirá positiva o negativamente la infancia del hijo,
sino que determinará la estructura psíquica y el destino de equilibrio o alteración mental
del futuro adulto.

La infancia en crisis.

Por todo lo expuesto, y siguiendo la tipificación de modelos vinculares adulto-niño prece-


dentemente descripta, concluiré que:

Si bien en las sociedades contemporáneas hay un mayor reconocimiento de la importancia de


los primeros años de la vida y, por ende, de los vínculos tempranos como estructurantes del
psiquismo y responsables de la salud o enfermedad mental del individuo (reconocimiento que
favorece en los padres la reacción de empatía con las necesidades del hijo) se observa si-
multáneamente, en la actualidad, la persistencia y/o el recrudecimiento de actitudes hacia
los niños que fueron paradigmáticas de otros períodos históricos y que ubican a la infancia
como “lugar” privilegiado para la proyección de la agresión y/o como depositaria de
expectativas de sostenimiento emocional (e incluso material) por parte de los padres y
adultos.

La infancia como categoría psicosociológica surgió en el siglo XVIII, ¿seguirá existiendo


en el siglo XXI?

(16) (Cfr. Mause, Lloyd de y otros. Historia de la Infancia. Madrid, Alianza edit., 1982).

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Bibliografía

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