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-Marxismo-

Juan Carlos Sarmiento Reyes

Empecemos recuperando una información básica acerca de la modernidad. Habíamos dicho que la
modernidad es una etapa en la que se impone lo nuovo, lo exótico, la mercancía que se va
consiguiendo desde el centro (Europa) en las periferias: América, Asia y África. La idea de salir de
la crisis económica en Europa, impulsa las grandes conquistas, los viajes de Colón y el desarrollo de
un método científico moderno que les permita a los europeos manipular la materia prima para
convertirla en mercancía. De allí la importancia de los métodos de Descartes y Bacon, de los
astrónomos y físicos modernos. Se va imponiendo, según estos intereses, un método mecanicista,
capaz de responder por el cómo (y no por el por qué o para qué) ocurren los hechos; es decir,
capaz de explicarlos más que de comprenderlos, con el propósito de poderlos producir,
reproducir, predecir y controlar, mediante leyes, teorías, modelos y experimentos científicos. Se
trata de una tradición galileana de la ciencia y un abandono de la tradición aristotélica.

De otra parte, decíamos que en el Renacimiento, aunque hubiese primado más el sentimiento que
la razón, se habían iniciado como ideales en Europa: a) la libertad de los Estados-Naciones, b) el
desarrollo económico, el esplendor y la riqueza (burguesía y mercantilismo: capitalismo), c) la
conformación de la familia como núcleo de la sociedad (espíritu caballeresco), y d) el progreso del
conocimiento (la ciencia moderna y el dominio de la naturaleza a través de la misma). En síntesis,
como ideales renacentistas:

a) El esplendor y riqueza: Capitalismo


b) El progreso del conocimiento: ciencia moderna y dominio
c) La libertad: mediante la formación de los Estados-nación
d) El espíritu caballeresco: la formación de la familia nuclear

En la modernidad se van concretando mucho más algunos de estos ideales, pero ahora desde una
perspectiva predominantemente racional. Así, en la época ilustrada, tales propósitos se expresan
en términos de libertad, progreso y democracia. Sin embargo, como motores mismos de la
Revolución Francesa, se tornan paradójicos, en la medida en que se va imponiendo
paulatinamente el sistema capitalista que hace del individuo ‘libre’ un verdadero esclavo de la
mercancía fetiche, que lo subyuga y lo explota.

Dentro del Capitalismo y su proceso de industrialización, el hombre moderno crea más máquinas y
las hace más eficientes, al tiempo que destruye más individuos y los hace más inútiles, menos
autónomos y más autómatas (recordar aquí la imagen de Chaplin en Tiempos modernos: el obrero
que sale automatizado de la fábrica después de ejecutar todo el tiempo un mismo movimiento al
ritmo de la máquina. El obrero ‘atrapado’ en el mecanismo de la máquina, atrapado por el
mecanicismo desde el cual se le concibe)

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La máquina ahora es quien produce y el individuo es sólo un medio (y no el fin) para que esto
ocurra de manera eficiente. La máquina determina entonces quién es el individuo, qué debe hacer
y a qué horas. En últimas, la máquina determina quién es el ser humano, y no al contrario. Esta
des-humanización (maquinización) llega a invadir su propia vida privada; por ejemplo, su forma de
vida cotidiana, sus hábitos, sus costumbres, sus afanes, sus sueños. Su felicidad en pareja, el ideal
renacentista del amor romántico, se ve desvanecida por la falta de productividad en beneficio
propio, y no en beneficio exclusivo del ‘propietario’ o dueño de los medios de producción. El
hombre produce cada vez más para el Estado y el capital del propietario y cada vez menos para sí
mismo. Para tener algo mínimo debe sacrificar la mayoría de su tiempo, y si algo llega a obtener,
no tendrá tiempo para disfrutarlo (su noviazgo, su embarazo, sus hijos, su hogar y las propias
mercancías que alcanza a comprar o a deber por mucho tiempo al comprarlas)

Si no consigue aquello que necesita, por los medios que el Estado y el sistema socio-económico le
exige, se convierte en un desadaptado e incluso en aquel ladrón que será perseguido y castigado
por los guardianes de los intereses del capital privado. Si protesta, es vigilado y castigado por
rebelde, por revolucionario. En este sistema, va creándose, entonces, el sueño de poder ‘vivir
mejor’, que le absorbe sus momentos de intimidad, como una preocupación permanente y que lo
hace cada vez someterse más al sistema explotador, como único camino ‘posible’ para realizarlo.
Se le vende a través de los medios de comunicación (apropiados también por los más ricos) una
idea falsa de felicidad: tener una vivienda propia, un automóvil, un título profesional que le dé un
mayor estatus y reconocimiento social y que le permita llegar a montar su propio pequeño neg-
ocio (como una reproducción en micro del sistema de explotación obrera) o a tener un mejor
salario que, a su vez, le proporcione el dinero necesario para tener un mayor poder de adquisición
de mercancías, aquel estado de ‘confort’ de una supuesta vida más ‘digna’, a tener la sensación de
que ha valido la pena dejarse explotar toda la vida.

Adicionalmente, si no alcanza estos medios para su ‘felicidad’ y la de los suyos, se le refuerza la


idea de la compensación de las injusticias sociales en la otra vida. En cualquier caso, todo lo que
debe hacer para lograr esos mínimos materiales en su vida, le impide tener tiempo para vivirla y,
menos tiempo aún para desarrollar un pensamiento crítico frente al sistema que lo subyuga. En
otras palabras, se le manipula para que, en la práctica, deje de pensar en pro de su libertad,
abandone cualquier intento o forma de pensamiento emancipatorio o liberador.

En este contexto, se irán tornando más valiosas (como mercancías intelectuales) las profesiones
que guarden la ‘salud’ corporal (la medicina), que garanticen la ‘libertad’ del individuo (el
derecho), que le proporcionen la comodidad de una vivienda y el ‘orden’ de su ciudad, la
organización de sus barrios, sus interconexiones viales y sus parques (la ingeniería).
Paradójicamente, aquellas disciplinas que se vayan constituyendo como ciencias sociales se
convertirán en un riesgo para el sistema mismo de dominación, por lo cual deberá dárseles un
menor reconocimiento y menores posibilidades de productividad para el Estado y el individuo.

Sólo serán menos riesgosas las ciencias sociales, si se les logra domesticar o amansar. Esto resulta
fácil si se les defiende como ciencias positivas, como las ciencias meramente naturales (nadie sabe

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para quién trabaja). Pero, es claro que positivizar las ciencias sociales equivale a desaparecer al
sujeto de las mismas. La idea es que el sujeto se confunda con el objeto de estudio (como se
observa en algunas tendencias en la psicología, la sociología, la antropología, etc.) o, mejor aún,
que el sujeto se confunda con los demás objetos: se reifique o se cosifique. El anhelado ‘orden’
producido por la organización racional moderna se irá convirtiendo, en consecuencia, en orden de
los Estados y las ciudades, pero en verdadero caos de los individuos explotados, que irán siendo
cada vez más producto u objeto, antes que sujetos históricos para la crítica y el cambio del propio
sistema. El sistema no estará al servicio de los individuos, sino los individuos (enajenados y
explotados, im-pensantes y alienados) al servicio de los intereses del Estado y de los grandes
propietarios.

Aparentemente, con la positivización de las ciencias sociales y humanas, adquirimos mayor


dominio sobre los objetos, pues los logramos someter a ‘control’. Pero, en realidad, lo primero
que ocurre es que desaparecemos como sujetos mismos de la historia, pues se nos cosifica, de tal
manera que nos convertimos en objeto de estudio y no en sujeto del estudio. Si se nos estudia
como un objeto no seremos más entendidos como un agente de transformación social, sino que
quedamos determinados como esclavos de las leyes que nos rigen natural y socialmente,
sometidos mecánicamente a determinadas leyes que hacen risible cualquier proclama de libertad.

Se crea así una idea de la felicidad que se compra a base de la adquisición y posesión de
mercancías u otros objetos (el otro o lo otro): por ejemplo, podrá decir aquel que ‘tiene’ una
mujer bonita y, como es su mujer, la trata como parte de su mercancía: la domina, la manipula, la
compra más que conquistarla, se hace dueño de su cuerpo, de su tiempo, de su espacio. La
subyuga, la esclaviza, la utiliza para tener placer, para tener hijos bien criados, para tener las
comidas servidas, la ropa limpia y la casa bien arreglada. Los hijos se convierten en su nueva
mercancía que prepara para convertirlo en su futura fuente de producción familiar (de ahí que no
convenga que se estudien ciencias de mediana remuneración como la psicología), reflejo este de
lo que hace el propio sistema con cada uno.

En este contexto, una psicología que prometa algún control sobre las demás conductas facilita la
vida, o más bien, la labor del sistema: la adaptación de los individuos al sistema; así, hasta el
manejo terapéutico de las frustraciones del individuo puede convertirse en un buen trabajo para
sostener el propio sistema, para ayudar a mantener subyugado al individuo. Mostrar que
simplemente aprendemos, como lo hace cualquier otro animal, sólo que en una escala de mayor
complejidad, es un buen principio para resignarnos a entrar en la categoría mecanicista de objetos
manipulables, observables más que observadores; transformables más que transformadores.

Vender científicamente la idea de que la libertad, la voluntad, la conciencia no existen ni pueden


existir, sino que son sólo quimeras humanas, es la manera más sencilla y sagaz de hacernos
objetos. Vendernos la idea de que somos un sistema complejo de neuronas, de estímulos y
respuestas, es valerse del sistema mecanicista para dejarnos al nivel de los demás animales o las
otras máquinas que también se pueden, en muchos casos, domesticar. Se trata, pues, de
domesticarnos para el Estado y por el Estado legitimado, pero no justo. Reducir el pensamiento a

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sinapsis y circuitos neuronales es vernos como cerebros maquinantes que no tienen autonomía,
que por naturaleza no necesitan aspirar a ser libres, porque la libertad es sólo una quimera de
filósofos, de curas, de humanistas o de idealistas desadaptados o de poetas nostálgicos que poco o
nada saben de ciencia. La idea de que la psicología científica es objetiva y no debe ser subjetiva,
facilita la labor del sistema para convertirnos en reproductores de intereses mórbidos y ocultos.

Así, de múltiples maneras, el sistema captura mis aspiraciones a obtener una vida feliz. La felicidad
que se me vende está dada por ‘objetos’ o ‘mercancías’ que me permiten tener una mejor
apariencia en todo sentido, empezando por la apariencia física. Esta misma imagen superflua y
vacua de felicidad, es la que quizás nos hace creer justamente cada vez menos en esa palabra. Esto
me va llevando a aceptar la necesidad de no volver a soñar para no aparecer como un torpe frente
a los que se portan con un supuesto ‘sentido de realidad’ por encima de mí. La mujer, para dar
sólo un ejemplo, entra a hacerse presa de la competencia de tener el ‘mejor’ cuerpo, a la luz de
una barby-imagen vendida que fácilmente la hace degenerar en estados de anorexia
acompañados de ansiedad, baja autoestima y demás. Se vende ‘confort’ que nos habitúa a ser más
sedentarios, al lado de comida chatarra que nos hace más consumidores de alimento, que no
nutre, que nos intoxica y deforma (el mal de Homero Simpson), pero paradójicamente se nos
vende en simultanea la imagen del cuerpo perfecto que está en el extremo opuesto al de Homero
y que requiere de una dieta en contravía de ese mismo confort adquirido y usado diariamente.

Entonces, se crean nuevos aparatos y nuevas mercancías para ayudarle a hacer lo que usted ya no
es capaz de hacer (controlar el apetito, comer sano y hacer ejercicio). O bien, se le da el alimento
sano en nuevas fórmulas, o fortificadas o ‘light’, y el ejercicio en gimnasios o aparatos caseros de
no bajo ‘costo’ para suplir el ejercicio que usted podría hacer naturalmente en un parque. De no
poder adquirir estas nuevas mercancías fetiches se puede estar condenado a la infelicidad.

La felicidad se vende mediante objetos que son ‘jabones’, que tan pronto se creen tener atrapados
entre las manos se resbalan. Se cree que a mayor comodidad, mayor felicidad, y esto se vuelve
resbaloso todo el tiempo. Entonces, siempre lo nuevo se impone, es mejor que lo anterior y hay
que adquirirlo. Se vende mediante los medios de comunicación (los mass media manipulados y
controlados por el Estado, bajo la apariencia de libre prensa, que se convierten supuestamente en
la voz del pueblo o medios promotores de la democracia, en el saber común, cuando en realidad
masifican el pensamiento para unificar los intereses, adormecen en común las conciencias,
hipnotizan, idiotizan: para que todo mundo hable de la misma novela que obnubila la propia vida.
Para que el pueblo sufra o se alegre por la vida de Marbel, antes que por la propia. Es un fetiche
más que deja un gran sin sabor, pues al apagar el televisor aparece de nuevo la propia vida y
desaparece de la pantalla mágica la vida ajena por la que, el ama de casa, o la empleada doméstica
terminaba derramando incontenibles lágrimas estériles e imponentes.

Se vende: por televisión, por radio y por Internet la felicidad, aquel nuevo producto que la pone al
alcance de algunos. Se pretende que esa nueva mercancía se imponga masivamente y se creen así
nuevas jerarquías bajo la amenaza discriminatoria entre los que tienen el nuevo producto y
quienes no lo tienen. Los niveles de frustración se aumentan en este contexto para la mayoría.

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Nos volvemos además reproductores del sistema cuando se nos usa para vender estos ‘ideales de
vida’, para obtener algún beneficio personal (la venta por catálogo; etc.). Gastamos nuestra vida
tratando de alcanzar esos ‘mínimos’ con el sueño de poder dejarles algo de ello como herencia a
nuestros hijos. La frustración de no tenerlos aun o quizás nunca se nos trata de apaciguar con
varios tipos de opio: el alcohol, el juego, el partido de fútbol, los reinados de belleza, los
conciertos, el cine chatarra, la televisión chatarra y demás diversiones masivas que distraen
nuestra atención en lo menos importante. Son diversiones que, en otro contexto, serían de gran
disfrute, si no pretendieran simplemente servir de distractores de los problemas que no hemos
resuelto en nuestras ciudades, pueblos y poblados.

En cualquier caso, la recreación se nos va volviendo un privilegio, como el descanso. El descanso es


sólo descanso en estado de agotamiento. Agotados sólo logramos recostarnos frente a un
televisor y permitirle a los dueños de los medios masivos de comunicación que nos bombardeen
con sus canales como mejor quieran y puedan, de tal manera que ni necesitemos pensar, sino que
piensen también durante el ocio ellos por nosotros.

Hacer algo adicional que no implique remuneración, como leer un libro de interés personal, se
convierte en otro lujo. El cultivo de las aficiones personales se vuelve un privilegio que también
desea ser capturado por el sistema para vendérseme. Está así la mercancía lista para que
intentemos comprarla o por menos la deseemos. Se me vende, conjuntamente la idea de que esta
es la única manera de vivir. Dejamos de ser artistas como originalmente lo son, no sólo el artista,
sino el filósofo y el científico. Nuestro objeto producto ya no es reconocido por nosotros como
sujetos hacedores del mismo. El obrero ni siquiera fabrica como el artesano, sino que coloca una
pieza en la cadena de fabricación que no es necesario que sepa ni siquiera para qué va a servir en
esa máquina o en dónde vaya a quedar puesta esa tal pieza ‘x’ dentro del electrodoméstico que
ayuda a fabricar. Y aún, si lo sabe, no reconocerá en el mercado cuál de esos productos fueron
parcialmente hechos por sus propias manos que operaron la máquina. La obra propia no puede
ser apropiada a la hora de tener que comprarla, no se reconoce el sujeto en ella, la obra no se
subjetiva, sino que se objetiva, se promociona y se vende anónimamente (bajo el nombre de
marcas comerciales o incluso genéricas).

El obrero llega a la vitrina siguiente a la esquina de la fábrica donde trabaja, pero no reconoce que
ese electrodoméstico ha sido parte de su obra, se deslumbra con su belleza y utilidad, pero no le
alcanza su sueldo para comprarlo. Su trabajo no lo realiza, sino que lo esclaviza, lo humilla, lo
subyuga, lo explota. Las utilidades de la venta del objeto no le pertenecen, pues ha ‘vendido’ su
mano de obra barata, ha vendido su alma al diablo. Ahora debe resignarse a obtener un objeto
que esté verdaderamente a su alcance. El mueble fino que fabrica el carpintero para ser el
cómodo sofá del adinerado, no podrá ser lucido por él en su propia casa, deberá resignarse a
sentir orgullo de poderle fabricar algo digno y de buena calidad a quien sí puede pagarlo.

La psicología puede ser una valiosa herramienta crítica que permita destapar el origen real de
nuestras frustraciones, de nuestras ansiedades, de nuestros descontroles, de nuestros
comportamientos ‘desadaptados’. Pero si la psicología es también capturada por el sistema, se nos

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vuelve contra nosotros mismos. Entonces, de manera quizás no muy consciente, trabajamos para
los intereses del sistema desde la propia profesión. De esta manera, contribuimos a perpetuar el
sistema y a justificarlo. Entonces es el individuo quien supuestamente debe cambiar, adaptarse,
relajarse, controlarse, comportarse socialmente, normalmente; etc. Mientras que los análisis
profundos que llevan a la crítica del sistema mismo se ven opacados. La psicología social-
comunitaria estaría en estas circunstancias entre la espada y la pared. Por tales razones, resulta a
veces más fácil vender, entonces, la psicología del consumidor, que la psicología comunitaria como
campo aplicado.

Ahora bien, hacer de la psicología una ciencia natural es aproximarla más al mecanicismo.
Biologizar el comportamiento para explicarlo es reducirlo a la descripción de aquello que no se
puede cambiar, que determina nuestro comportamiento y que ya está determinado. Esto es
reducir la psicología a explicar y no a comprender, a saber y no a pensar, a describir y cuantificar y
no a valorar, criticar, proponer y cambiar. La crítica y la transformación aparecen sólo después de
haber establecido cómo se es ‘normalmente’, para ajustar todo aquello que se salga de ese
parámetro de normalidad o para prevenir que se salga. Descubrir que hay algo más allá de lo que
percibimos a simple vista, es sospechar de lo que hay, de la idea de que lo que existe es así, de la
idea obtusa de que es lo que debe existir. Se nos enseña a pensar así de manera pragmática,
utilitarista, capitalista, comerciante, de tal forma que nos parece ahora inútil pensar de otras
maneras. De ahí el desprestigio mismo de la reflexión filosófica frente a estos asuntos. El estudio,
el conocimiento se vuelven también mercancía y su ejercicio un medio más para sostener el
sistema.

Se puede querer descubrir las leyes naturales que rigen los comportamientos humanos, se puede
incluso buscar leyes sociales que justifiquen el orden o la realidad existente y los comportamientos
que se manifiestan en él (como lo haría el positivismo de Comte). Pero también se puede, más allá
de la explicación, buscar la comprensión de los fenómenos sociales y psicológicos. No es lo mismo
contestar la pregunta de por qué nos comportamos así y no de otra manera, acudiendo a ciertos
principios conductuales del aprendizaje, y a determinadas leyes neuropsicológicas que soportan
los comportamientos, que buscar también la respuesta desde una teoría crítica de la sociedad y su
funcionamiento. Los problemas del individuo se convierten en buena parte en un producto de los
problemas sociales que no sólo pueden explicarse desde la hipótesis del refuerzo o desde la
mirada del condicionamiento, pues finalmente esta está elaborada desde la mirada mecanicista y
biologicista de los organismos, más que desde la mirada histórico-cultural y crítica del desarrollo
de las sociedades contemporáneas y sus razones históricas. Responder desde las causas, sin
responder desde las razones, es reducir al ser humano a un organismo reactivo, pero no
propositivo, autocrítico y crítico, finalmente un buscador de libertad, un ser consciente de sus
actos capaz de elegir más allá de la simple respuesta mecánica a ciertos estímulos provenientes
del medio ambiente.

Así como hemos afirmado que las ciencias parten de supuestos que regularmente no reconocen
como tales, de igual manera ocurre con las visiones psicológicas de lo humano. Ser crítico frente al
propio saber psicológico implica saber cuáles son los supuestos de los que se parte y desde qué

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intereses y de quienes. No existe el conocimiento desinteresado (Habermas). Limitar el
conocimiento a la visión empírico-analítica significa instrumentalizar la razón, sin dejar que pase al
plano de la emancipación. Es colocar, en otras palabras, la razón como otra mercancía que
deslumbra a otros y en función de la explicación del mundo objetivo, pero no permitirle (por
miedo a la subjetividad) que se comporte críticamente frente a lo que hay, aunque en lugar de
deslumbrar desencante a muchos. Las teorías encantan, las críticas desencantan. Explicar la
sociedad puede encantar, pero descubrir los intereses que tienden a ocultarse para que esta
funcione como funciona es más bien un acto desencantador que pocos toleran. En términos
psicoanalíticos freudianos, es tanto como colocarse en el diván para conocerse más allá de las
simples apariencias. Pocos soportan y pocos aceptan este ejercicio. Es más fácil que me digan qué
debo hacer para estar mejor, a descubrir por qué eso que me dicen no necesariamente me sirve
para solucionar el problema que de fondo lo causa.

El mecanicismo se comporta linealmente. En la relación unidireccional causa-efecto. Las relaciones


lineales son entonces relaciones irreversibles, deterministas, y, por ende, no dan cabida a cambios
o retractaciones. En este tipo de modelo solo es posible pensar que o se evoluciona o se
involuciona, pero hay cabida a pensar en que también se revoluciona. En medio de la evolución de
las especies parece haber progreso, pero no hay revolución humana que garantice que el progreso
es para todos y no sólo para las minorías en deterioro de las mayorías. La revolución de la especie
humana, se convierte en la revolución de las clases menos favorecidas y la resistencia de las más
favorecidas.

La dialéctica no marcha, entonces, linealmente, sino que marcha en medio de la lucha de


contrarios. Siempre a la tesis debe haber alguna antítesis, alguna crítica que permita pasar a un
estado más maduro, el de la síntesis. Pero este nuevo estado superior no puede ser absoluto (de
lo contrario surgen las dictaduras, como regímenes de los tiranos o gobernantes absolutos) sino
que se convierte en una nueva tesis. El progreso no es lineal, sino en espiral. Siempre debe haber
oposición, resistencia, como la hay frente a quienes gobiernan (es el lado crítico, vigilante, que
supervisa sus acciones, desde intereses ajenos a los intereses individuales o familiares de los
propios gobernantes). La dialéctica, sin embargo, en el caso de Marx, no debe entenderse como
una lucha entre las ideas que producen históricamente las etapas de la realidad. Es todo lo
contrario. La lucha de clases, basada en la economía política de la producción, es la que genera las
ideologías: unas de derecha y otras de izquierda. Unas defensoras del statu quo (de lo que hay o
estado del momento actual) y otras defensoras del cambio (de lo que debería haber). No obstante,
en el caso de Marx, existe la ambigüedad entre la historia como un devenir por etapas que se van
superando así mismas de manera ‘natural’ y la historia como una acción de sujetos conscientes
que se oponen a los intereses de los opresores y que producen un cambio forzoso en la historia
misma mediante la revolución que desatan. Esta contradicción en Marx es la tensión entre el
determinismo histórico o historicismo y el reino de la libertad que lucha por la emancipación de
los pueblos de la opresión, la injusticia, la esclavitud.

El Estado Prusiano (posteriormente transformado en el Imperio germánico o alemán) no puede


justificarse a partir de la idea de un desarrollo o desenvolvimiento de la conciencia histórica. Es

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producto de la vida material de los hombres que producen ideologías para justificarlas como
buenas y necesarias (como cuando nos venden la idea de que debemos seguir pagando más
impuestos porque es bueno y necesario para la economía del país. La constitución no crea al
pueblo sino el pueblo debe crear la constitución). No es la conciencia la que determina la vida, sino
la vida la que determina la conciencia. Las cadenas humanas no están en sus ideas, como
promoverían los jóvenes de la izquierda hegeliana, sino en la vida material misma de los hombres.
Por eso el problema no es de reinterpretaciones de la realidad, sino de cambio de lo real. La
libertad no es un acto mental sino un hecho. La teoría y la praxis deben re-unirse. Quienes
producen los grandes cambios en la historia no son lo héroes, sino las masas populares. Estas son
las encargadas de transformar las naciones. Por eso los dictadores comunistas son contradictorios
a las tesis marxianas (como en el caso de la revolución cubana, la rusa, la china; etc.)

En cuanto a la crítica a la economía clásica, allá donde los economistas clásicos vieron en las
mercancías y su comercio un simple intercambio o relación de cambio entre objetos (mediado por
el dinero), Marx vio una relación entre los hombres, de tal manera que el valor de un objeto o
mercancía no está dado simplemente por su valor de cambio o su valor de uso, sino por la fuerza
humana que hizo posible su fabricación, por el valor de las horas de trabajo de quienes hicieron
ese objeto (cantidad de trabajo socialmente necesario). La economía política nos dice que las
cosas funcionan así, pero no por qué funcionan así. Justifica mediante leyes matemáticas o de la
economía el valor aparente de las cosas, de esta manera justifica lo que ocurre y lo convierte en
ideología alienante. Parte del hecho de que existe la propiedad privada, pero no la explica ni la
justifica racionalmente. La mitificación de la propiedad privada hace aparentemente justo
cualquier enriquecimiento de las minorías. Supone, entonces, el interés del capitalista, pero no lo
cuestiona ni propone cambiarlo. A diferencia de la mirada anterior, Marx se esfuerza por
explicarnos el origen de la propiedad privada como un hecho y no como una ley que no pueda
cambiarse.

El pensamiento de Marx nace así de la sospecha, de la crítica, de la indignación. Pero al mismo


tiempo que sospecha, se torna sospechoso y peligroso para quienes se sienten observados y en
peligro de perder la estabilidad que han logrado a base de injusticias e inequidades.

El pensamiento de K. Marx es una invitación a la sospecha de lo que vivimos, una invitación a ir


mas allá de las explicaciones mecanicistas en busca de comprender mejor nuestra propia realidad,
su origen y las posibilidades de su transformación. Sospechar es meterse debajo de lo que está
oculto para ver su verdadero origen, para desenmascarar aquello que parece intransportable y
parte de una supuesta realidad que deberíamos aceptar como tal, como ‘la realidad’ o como
‘nuestra realidad’. Se vuelve sospechoso de esta manera el slogan de los resignados, que solo
apunta a decir siempre ‘mejor seamos realistas’, y con lo cual solo contribuyen a estatificar mas lo
que hay e impiden de muchas maneras que se generen los posibles y necesarios cambios. Un
estudio del ser humano en su dimensión comporta mental debería siempre ir acompañada de una
crítica social permanente que nos haga comprender mejor la dimensión de nuestras dificultades y
la necesidad de producir transformaciones cada vez más profundas.

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Una psicología vendida al sistema es una psicología que también subyuga, domina, manipula. Es
una psicología poderosa, pero sin poder para transformar aquello que nos impide ser libres. Es una
psicología que renuncia a la felicidad y promueve la adaptación al medio sin ningún sentido crítico-
social. Es una psicología del ‘sálvese quien pueda’ que renuncia al ‘salvémonos’ de nuestras
propias injusticias sociales. Es una psicología con objeto de estudio, pero sin sujeto que transforme
y reclame siempre nuevas realidades mejores para el bien común. Es una psicología esclavizada,
también subyugada, capturada por el sistema vigente, incapaz de realizar el sueño de quienes
algún día comenzaron con todo el entusiasmo a estudiarla queriendo contribuir a la construcción
de un mundo mejor.

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