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PASO A LAS MUJERES

Por primera vez en la historia, España tiene más mujeres que hombres con título universitario.
Este dato barre muchos prejuicios, pero no garantiza por sí solo el fin de la discriminación,
puesto que siguen teniendo menos oportunidades que los hombres para acceder a las mismas
ocupaciones. En todo caso, estamos ante una revolución silenciosa y rápida: en diez años se ha
duplicado hasta el 13,9% la proporción de mujeres con estudios universitarios, según el
Instituto Nacional de Estadística. El avance entre los hombres ha sido menor: del 8,3% al
13,2%.

Las mujeres se forman más, y a menudo mejor. Alcanzan mayor éxito en los estudios: seis de
cada diez graduados son mujeres. Quieren trabajar, tener autonomía. Por eso se ha duplicado
en veinte años la población activa femenina. Sin embargo, encuentran más dificultades que los
hombres para alcanzar sus metas profesionales. El paro femenino casi duplica al masculino. Y
son mujeres la mayoría de los ciudadanos con contratos precarios. Resulta sumamente
revelador que en los puestos a los que se accede por oposición, como la judicatura, las mujeres
tengan más oportunidades que en la contratación más personalizada del sector privado.

En el ámbito de la empresa, las trabajadoras se sienten obligadas a muchas renuncias,


empezando por la maternidad, para poder hacer una carrera profesional. Con empleo público
o privado, la desigualdad se mantiene al volver a casa: la doble jornada femenina resta
posibilidades de formación continua que suelen tener los hombres y de la que depende en
gran parte la promoción profesional. En un país que estrena el primer Consejo de Ministros
paritario, las mujeres son una ínfima minoría en los consejos de administración.

Editorial El País.

....................................................Mujeres corriendo en la playa. Picasso.

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INSOMNIO

Cuando apareció el cadáver de Mari Luz Cortés, experimenté un síntoma físico peculiar. Fue
como si la desolación vaciara mis huesos, porque los sentí repentinamente huecos mientras
contemplaba las fotos de la niña, los rostros de sus padres, las imágenes de archivo del
culpable. Mi cuerpo no respondía sólo al horror. También había rabia, impotencia, tristeza y,
sobre todo, compasión en el sentido más clásico del término, el impulso de ponerme en el
lugar de otra madre, de sufrir con ella, lo mismo que ella.

Hace unos días, las advertencias de Eduardo López-Palop, el juez encargado de la ejecución de
las penas contra los maltratadores en Madrid, me devolvieron aquella conmoción. En un
ejercicio de responsabilidad insólito en este país, donde la expresión "escurrir el bulto" parece
integrar el decálogo profesional de cualquier cargo público, López-Palop decidió abrir a los
ciudadanos las puertas de su juzgado, 7.000 sentencias pendientes de ejecución y sólo dos
personas para tramitarlas, sin esperar a que sucediera una tragedia de la que justificarse. Su
situación es tan intolerable, tan evidentemente vergonzosa, que no merece comentario, pero
una de sus declaraciones volvió a suscitar mi compasión. Al llegar a casa, por la noche, y ver en
las noticias que algún hombre ha asesinado a su esposa, el juez siempre se pregunta si será
uno de aquellos a los que le ha resultado materialmente imposible meter en la cárcel, y esa
noche no puede dormir.

En el discurso que pronunció al recoger el Premio Cervantes, Juan Gelman evocó al


responsable del bombardeo de Hiroshima, que solía presumir de que durmió de un tirón esa y
todas las demás noches de su vida. Mientras le escuchaba, pensé que el juez López-Palop bien
puede estar orgulloso de su insomnio. A veces, las ojeras son una condecoración que no está al
alcance de cualquiera.

Almudena Grandes.

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ADIOS “GLAMOUR”

Ahora que al mundo del cine lo acusan de repetitivo, de insustancial, de vivir a costa de
remakes, de comedias tontas y de explosiones, llamaradas y toda clase de efectos especiales,
no dejo de pensar en lo que fue el mundo de las estrellas hasta hace apenas treinta años, quizá
menos. Porque lo cierto es que las llamadas estrellas de la pantalla han desaparecido del
firmamento del cine. ¿Qué estrellas? Bien, estoy pensando en actores como Cary Grant, James
Stewart o John Wayne, o en estrellas como Ava Gardner, Audrey Hepburn o Lana Turner. La
verdad es que nadie les exigió ser grandes actores o actrices, aunque unos lo fueran de verdad
y otros se limitaran a repetir su personaje. De hecho ha habido grandes actores (Charles
Laughton, por ejemplo) que no alcanzaron la popularidad o el gancho de las estrellas, pero eso
era sencillamente porque las estrellas eran otra categoría y lucían como tales por encima de
cualquier otra consideración.

La verdad es que aquél era un mundo de una falsedad total en el que nadie era lo que parecía,
pero también es cierto que sólo unos cuantos seres de origen humano entre muchos miles
alcanzaron la categoría de estrellas. Y si alguien me pregunta qué tenían esos elegidos que no
tuvieran los demás, sólo les puedo responder con una palabra: glamour.

Por lo general, las estrellas de hoy se caracterizan por ser efímeras o por ser sustituibles. Un
año resulta ser la reina de las pantallas Cameron Díaz y cuando ya la tienes localizada resulta
que ahora la reina es Jennifer Anniston; y apenas unos meses más tarde la reina es una tal
Angelina Jolie, pero luego abres el Tentaciones de la semana siguiente y resulta que la que
manda es la hija de Goldie Hawn, que ya ni me ha dado tiempo a enterarme de cómo se llama.

Los tiempos cambian, qué duda cabe, y también cambia la velocidad de crucero de los
acontecimientos. Los músicos o los actores responden a necesidades simples, a
representaciones inmediatas. No hay dos Lou Reed, pero hay centenares de Britneys Spears, y
por eso son tan fugaces; hoy todos los ombligos van al aire. ¿También cambian los sueños? Las
estrellas, los mitos, responden a deseos y originan sueños. El culto actual a la velocidad, a la
prisa, al logro urgente, favorece el intercambio urgente, pero no permite el tiempo de reposo
que necesita un símbolo para conformarse; quizá tenga que ver con la diferencia que existe
entre un modelo y un espejo: el primero es un resumen de ejemplaridad, del orden que sea; el
segundo se limita a reproducir nuestra imagen.

No diré que confundo a Gwyneth Paltrow con Cameron Díaz, pero sí diré que, más o menos,
me da lo mismo una que otra. La diferencia es escasa, el repertorio también y la imagen
responde a un mismo estereotipo. También era un estereotipo la rubia, pero ¡vaya si se
distinguía a Lana Turner de Marlene Dietrich! El problema está en que las estrellas eran
símbolos y aun mitos, y las estrellitas actuales son chicas y chicos en todo semejantes a los
espectadores que les contemplan. ¿Democracia? ¿Igualitarismo? Me temo que la razón es el
puro ejercicio de la compraventa. 'Cómprese a sí mismo' vienen a decirte. ¿Y las estrellas qué
eran si no? Pues lo mismo, en efecto, pero tenían glamour, que es lo que no tenían los
espectadores.

La masificación sólo quiere más de lo mismo, y especialmente el consumidor quiere verse


reflejado en las pantallas. No quiere imaginarse, quiere verse; ésa es la diferencia. Las estrellas
eran un producto, sin duda, pero entraban en una pantalla o en un salón y suspendían el
aliento de los presentes. No juzgo; yo, como decía Guillermo Brown, sólo hago constar un
hecho. ¿No hay mitos? Lo más parecido hoy quizá sea una Sigourney Weaver, el resto parece
un interminable procesión de colegialas arregladas. Actores o actrices admirables sigue
habiendo, es una línea que se mantiene constante, pensemos en Kevin Spacey o Julianne
Moore; pero estrellas... El cielo se ha desplomado sobre nosotros. O no necesitamos mitos o,
lo que sería más doloroso, ya no sabemos lo que es un mito.

José María Guelbenzu.

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LA POLÍTICA

Resulta muy tentador el pensamiento moral que puede acomodarse a las decisiones absolutas
entre el bien y el mal. Las certezas, los principios fuertes, los dogmas, las creencias personales
elevadas a categoría pública, dejan pocas grietas a la hora de organizar el mundo. En las
conciencias cerradas no entran dudas. Pero de las conciencias cerradas tampoco pueden salir
las moscas y las obsesiones que cada experiencia particular genera en el trato diario con la
vida. Por eso la política, que por obligación debe atender a las tensiones y las posibilidades que
genera la convivencia de todos los ciudadanos, nunca tiene las cosas tan fáciles. La política no
es una tarea de moralización, sino un esfuerzo por interpretar la realidad, detectar los
problemas y buscar soluciones. La política tiene principios, desde luego, pero tiene también
circunstancias, situaciones concretas en las que trabajar, necesidad de estudiar el terreno, de
tender puentes, abrir caminos y evitar que sus labores provoquen una catástrofe por error en
los cálculos. La política no se parece a una sentencia judicial, o a una elección religiosa entre la
santidad y el pecado. Tiene mucho más que ver con una obra pública. A veces exige un
esfuerzo ético muy profundo, un ejercicio de íntima soledad y de compromiso social para
delimitar bien, y en cada caso, aquello que resulta conveniente, algo que no siempre se
identifica con una realidad perfecta. Los credos hablan desde el futuro, la política dialoga sobre
el futuro. Los credos hablan en nombre de la verdad, la política busca soluciones. No se trata
de renunciar a los principios o a la moral, sino de comprender que la política supone un modo
de encauzar esos principios para ser dueños también, y responsables, de los finales. Hago estas
reflexiones animado por la lectura de Victoria Kent. Una pasión republicana (Debate, 2007), la
biografía que Miguel Ángel Villena ha escrito sobre una de las políticas y de las mujeres
españolas más admirables del siglo XX.
Nacida en la Málaga liberal de Jiménez Fraud y Moreno Villa, la Málaga que poco después iba a
alentar la revista Litoral y la obra de Prados y Altolaguirre, Victoria Kent fue una pionera, una
ciudadana que abrió caminos. Leer su biografía significa atravesar los asuntos de la educación
de la mujer, del derecho penal y de la política republicana bajo un estribillo exacto: fue la
primera en... Sin embargo, no ha gozado en la democracia española del reconocimiento que se
merecía. Quizá se debe a que su figura de republicana solitaria, sin más adjetivos, resultó
incómoda no sólo para los padres de la transición monárquica, sino también para un
movimiento feminista que no comprendió su actitud, cuando votó en las Cortes contra la
concesión a las mujeres del derecho al voto, postura que compartió con la diputada socialista
Margarita Nelken. El discurso parlamentario con el que explicó su postura, estuviese o no
equivocada, es un documento conmovedor de honradez política, la misma que demostró
cuando Manuel Azaña forzó su dimisión como Directora General de Prisiones, asustado por la
modernidad de una medidas que transformaron los rumbos penitenciarios en Europa. Su
lealtad a una política, se plasmó en su ejemplo muy discreto de autocontrol. Del mismo modo,
al tomar una postura sobre el voto femenino, asunto que le afectaba íntimamente, hizo
política, reflexionó sobre la situación española, señaló que la clase obrera anarquista había
sido llamada a la abstención electoral, que la iglesia estaba volcándose en el apoyo de los
movimientos antirrepublicanos y que una parte muy significativa de las mujeres sometía su
voto a la iglesia. Pidió un poco de tiempo, sólo un aplazamiento, para que el voto de la mujer
no fuese un arma contra la República. Quien se limite a decir que Victoria Kent se opuso al
voto femenino será incapaz de comprender la altura de esta mujer, que quiso intervenir en la
realidad, siendo muy consciente de la situación española, es decir, haciendo política. No
negociaba una verdad, sino el futuro de todos.

Luis García Montero.

.................................................................... Victoria Kent.

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ATERRIZAJES

Las compañías de acceso a Internet venían prometiendo al usuario una velocidad que luego no
le daban. Y no se les caía el pelo. Ahora tampoco se les va a caer, aunque Industria las obligará
a proporcionar como mínimo el 80% de lo que ofrecen (y de lo que pagamos, se supone). El
ardid para estafar al personal consistía en que por arriba te vendían 20 megas y por abajo
incluían el término "hasta". Es decir, "hasta 20 megas", que eran los que te cobraban. Viene a
ser como vender bocadillos "hasta" de jamón de bellota por un euro y darlos de carne de
perro. Oiga, que esto no es jamón. Nosotros hemos puesto en el anuncio "hasta de jamón". De
hecho, cada cien de mortadela damos uno de Jabugo.

Yo no sé medir megas, ni siquiera sé el aspecto que tienen, no los reconocería por la calle, pero
me fastidia que me cobren 20 y me den 10. Las autoridades deberían haberlo impedido antes.
Claro que también se estaban vendiendo pisos de 70 a 100 sin que nadie abriera la boca. Lo
sabíamos todos: el comprador, el constructor, el banco, el notario, el súrsum corda, pero nos
hacía gracia ese 30% de desfase, ese 30% de delirio, de alucinación, de ensueño. Mira, he
comprado este cuchitril por 50 y lo he vendido por 70 en cuatro días. Ahora me voy a hipotecar
para, con estos 70, adquirir uno de 90 que colocaré a 120 al mes que viene. Cuando no son
megas son metros cuadrados, el caso es vivir con un equis por ciento de ficción, de aire, de
humo, de mentira. "Hasta 20 megas", qué listos. Y nosotros hasta las narices (o sea, bastante
más abajo), pero hemos de dar las gracias porque ahora nos proporcionarán al menos un 80%
de realidad. No es el 100%, pero quién aguanta un 100% de realidad a palo seco. Además,
conviene hacer una transición lenta, como en el caso de la burbuja inmobiliaria, un modelo de
aterrizaje suave.

Juan José Millás.

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NO, ESTÚPIDOS

Las crisis son buenas para pensar. Un sugestivo punto de partida es la afirmación de Benedicto
XVI, el Papa más intelectual: "El dinero no es nada". Me recordó la conversación matemática
que atribuyen a dos surrealistas bilbaínos. "Pues a mí el resultado de la operación me da
infinito", dice uno, algo perplejo. Y responde el otro: "¿Infinito? ¡Me parece poco!". Está claro
que el Papa, como los caballeros andantes y los grandes banqueros, no puede llevar dinero
suelto en el bolsillo. En El Quijote, cuando el héroe necesita unos reales tiene que pedírselos a
Sancho. Hay un libro que trata sobre la idea del Alzheimer de Dios. El ser humano sería un
instrumento divino para recordar, para descender de la infinitud y lo intemporal. Esa gran
cabriola que va de la gran nada original a Liza Minnelli cantando al dinero mágico en Cabaret.
Las crisis son buenas para pensar, sí, pero también para vender espejismos. Dinero tóxico.
Política tóxica. Periodismo tóxico. Es lo que está sucediendo con la operación para resucitar la
energía nuclear. El viejo lobby, aprovechando la crisis, y con propagandistas reciclados, vuelve
a las suyas para reactivar el negocio, pero esta vez con el engaño de ofrecer el infinito.
Presentarse como la energía limpia que puede frenar el cambio climático. En El espejismo
nuclear, un ensayo científico que atrapa como un thriller, Marcel Coderch y Núria Almirón
desmontan el nuevo disfraz del "milagro salvador". En realidad, la energía nuclear, además de
su trágico historial ecológico, ha sido uno de los mayores desastres económicos para la
humanidad, con problemas "infinitos", como la basura radiactiva. Ahora se habla de construir
400 nuevas centrales y las grandes potencias recorren el mundo vendiendo el espejismo y, de
paso, reventando el Tratado de No Proliferación. Es la locura final. La opción cianuro. Hay que
perfilar el antiguo eslogan de ¿Nucleares? No, gracias. ¿Nucleares? No, estúpidos.

Manuel Rivas.

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¿DE CONFIANZA?

Que una de las lacras que minan la democracia española casi desde su nacimiento y que es
urgente atajar es la corrupción urbanística, está a la vista de cualquiera; que en las
autonomías, la cantidad de enchufados que deriva de los cargos políticos es abusiva, lo
sabemos; que ese abuso se calca en los ayuntamientos, está a la vista. No en todos, por
supuesto, pero, dada la frecuencia de los casos de corrupción que se han destapado en los
últimos años, tenemos derecho a concluir que hay una evidente desinformación de lo que es el
servicio público. Ya no basta con que la justicia castigue los excesos de quien se lo lleva crudo.
Este espectáculo de concejales entrando en los juzgados no es más que una tirita para una
herida profunda. Los partidos expulsan a los políticos inculpados y la propia expulsión se
muestra como prueba de que los mecanismos correctores de la democracia funcionan. Aquí
paz y después gloria. Pero eso no debiera bastar, menos aún, en tiempos de la Innombrable
(¿crisis?), en que el ciudadano raso ha de vivir austeramente.

Titulares como el que ofrecía el otro día este periódico, El nuevo alcalde de Estepona destituye
a veinticinco cargos de confianza, hielan la sangre. ¿Veinticinco? ¿De verdad son necesarios
veinticinco cargos de confianza en un Ayuntamiento como el de Estepona? ¿Cuántos debe
tener entonces el Ayuntamiento de Barcelona, el de Madrid? ¿Trescientos? ¿Son todos ellos
absolutamente necesarios? Leyendo la noticia al completo, podías informarte de que había
otros veintitantos cargos que podrían seguir en sus puestos dado que, felizmente, habían sido
contratados por empresas asociadas. Las sociedades clientelares, tan dependientes de la
política, acaban generando poderes crustáceos, inamovibles. Salvo que la ciudadanía despierte
y se rebele. En España ni siquiera se está desperezando.

Elvira Lindo.

.........................................................................................Forges.

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7.000

Al parecer en el mundo hay 7.000 lenguas. Y la mitad están en trance de desaparición.


Acongoja imaginar esa gigantesca masacre silenciosa. Una lengua es algo extraordinario, es
uno de los mayores logros de la mente humana. Un logro colectivo. Asombra todo ese ingenio,
esa creatividad, ese esfuerzo invertido por una comunidad durante milenios no sólo para crear
una herramienta de comunicación eficaz, sino también para dar forma a sus sueños y a sus
miedos, a su manera de ver el mundo. Una manera única, porque cada lengua es una
traducción de la realidad. Y todo eso, todo, junto con las memorias de los antepasados, los
cuentos que las madres contaban a sus niños, las canciones y los rezos, desaparece
calladamente para siempre cuando muere una lengua, y al poco es como si ese pueblo nunca
hubiera existido.

Siempre me conmovió esa preciosa historia de Humboldt, el gran naturalista alemán, que en
su viaje de exploración por Centroamérica entre 1799 y 1804 se encontró con que una de las
tribus que quería visitar, la de los atures, había sido exterminada por los caribes, y que sólo
quedaba un pobre loro viejo y tiñoso que farfullaba una cantinela que nadie entendía, que era
la lengua atur. Humboldt, sabedor del valor de lo perdido, invirtió infinidad de horas
intentando transcribir al papagayo y rescató cuarenta palabras, es decir, cuarenta sonidos
seguramente deformados por el animal y que nadie sabía lo que significaban. Pero por lo
menos gracias a ese pájaro, y sin duda a Humboldt, hoy estamos siquiera mencionando a los
atures. Déjame que te diga que hay casos peores, como el de esos dos ancianos del Estado de
Tabasco, en el sureste de México, que son los dos últimos conocedores de la lengua zoque que
hay en el mundo. Lo malo es que están enfadados y no se hablan. Somos más idiotas que los
loros.

Rosa Montero.
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EL DESASTRE DE PARIR

Durante muchos años he ido posponiendo en mis artículos un tema verdaderamente


lastimoso: las malas prácticas médicas que se aplican en España, de manera casi generalizada,
a la hora del parto. A lo largo de este tiempo decenas de mujeres me han contado diversas
situaciones indignantes que han tenido que soportar para dar a luz. Supongo que, como yo no
tengo hijos, he estado esperando a que otra escritora que sí hubiera pasado por ello contara lo
que ocurre con el añadido de su testimonio personal. Hace un par de años, Lucía Etxebarría me
explicaba exasperada lo que había sufrido cuando nació su niña, y se prometía escribir algo al
respecto. Pero creo que todavía no lo ha hecho. Y resulta que acabo de recibir un libro
luminoso y formidable sobre el tema. Se titula La revolución del nacimiento y está escrito por
Isabel Fernández del Castillo. Todo lo que cuenta el libro es de una sensatez apabullante; y aún
así, Isabel, a quien sólo conozco a través de un par de cartas por e-mail, me comenta la
resistencia de los medios a tratar este tema y de qué manera el peso del poder obstétrico
dificulta que salgan a la luz opiniones distintas.

En las opiniones distintas de Isabel, que en el libro aparecen bien desarrolladas y


documentadas, resuenan todas las quejas, todos los gritos y todas las lágrimas de las muchas
mujeres que, como digo, me han ido contando durante todos estos años su triste historia.
Porque el problema, como bien señala Fernández del Castillo, es que aquí la mayoría de las
veces se utiliza un sistema erróneo. Resumo las ideas del libro: el parto, como es obvio, es un
acontecimiento involuntario dirigido por la parte más primitiva de nuestro cerebro. De manera
que no puedes ayudar a que se produzca (de la misma manera que no puedes ayudar a que
alguien se duerma), sino que lo único que puedes hacer es crear las condiciones idóneas para
que suceda.

Sin embargo en España, y en Latinoamérica, continúa imperando una visión del parto
patológica, intervencionista y jerárquica. A la parturienta se la considera una enferma (y no lo
es); y además una enferma privada de derechos que en otras especialidades médicas sí se
pueden ejercer. Lo necesite o no, sobre la parturienta a menudo se aplican rutinas
desaconsejadas por la Organización Mundial de la Salud. Por ejemplo, la episiotomía (el corte
vaginal) o el goteo (que acelera el parto y provoca mayores sufrimientos en la madre y el niño),
sin información de las consecuencias de las mismas y de que existen otras alternativas.

Pero prefiero contarlo en positivo, desde el otro lado, porque se puede dar a luz de otra
manera y porque el parto no tiene por qué conllevar el trauma, la pesadilla y la sensación de
maltrato que a menudo se experimenta en España (aquí también hay médicos sensatos, pero
son los menos y no están demasiado bien vistos por el entramado oficial médico). Y es que en
Europa (es decir, en la UE), dar a luz es algo muy distinto.

De nuevo sigo el libro de Fernández del Castillo: en otros países, la mujer no tiene que parir en
la atmósfera fría y quirúrgica de los paritorios españoles, sino que lo hace en la intimidad de su
habitación. En Europa no se rasura, no se pone enema ni se rompe la bolsa, y se procuran
realizar los menos tactos posibles. No existe ese arcaico instrumento de tortura llamado potro
obstétrico, y mientras dura la dilatación las madres pueden moverse a su gusto y hacer uso de
medios naturales para paliar el dolor: darse un baño, recibir un masaje, sentarse en grandes
pelotas de goma. Además pueden adoptar la postura que les sea más cómoda para parir: en el
taburete obstétrico, en cuclillas, a cuatro patas… Y desde luego, y salvo que sea imprescindible,
no se les pone ese terrible goteo acelerador que aquí reciben casi todas y que tan cómodo es
para médicos y enfermeras, que así ajustan la hora del nacimiento para cuando les conviene. El
parto está dirigido naturalmente por la hormona oxitocina, cuya secreción se bloquea con la
adrenalina. El enorme estrés con que se hace parir a las mujeres en España dispara la
adrenalina, comenzando así un círculo vicioso que aumenta la necesidad de recurrir a la
cesárea y los fórceps, y desde luego a la epidural, una supuesta conquista femenina que a
menudo tan sólo sirve para paliar el desastre de dolor y trauma que han creado con un sistema
obstétrico obsoleto.

Rosa Montero.

.................................................. Madre e hijo. Gustav Klimt.

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LA VIDA DULCE

Henos aquí en mitad de la canícula y quizá de nuestras vacaciones. O sea, justo en esos días
con los que soñamos el resto del año. Un tiempo de sensualidad en el que decidimos mimar
nuestro cuerpo: la gozosa pereza de levantarse tarde, el placer de comer y beber con cierto
exceso, el gustito de sentir la frialdad del agua por encima de nuestra piel recalentada. Todo
perfecto, salvo por esa tonta tendencia que padecemos los humanos a sentirnos insatisfechos
con lo que tenemos y a fastidiarnos el presente con cualquier fruslería. Como decía John
Lennon, la vida es eso que sucede mientras nosotros nos dedicamos a otra cosa.

Y esa otra cosa puede ser una estupidez. El otro día vi a una chica treintañera en una playa
cubierta con una camisola hasta las rodillas. "¡Que no, que no me quedo en bañador, que
estoy muy gorda!", decía con exasperación a sus amigas. No sé qué está pasando en España
con el cuerpo: somos el primer país de Europa y el tercero del mundo en operaciones de
cirugía estética. Se diría que no conseguimos aceptarnos como somos. Por añadidura, la
obsesión por la delgadez es un malentendido mundial. Hace unos meses, una revista femenina
australiana publicó las fotos de cuatro chicas con tipos distintos y los lectores tuvieron que
elegir el cuerpo ideal. La mayoría de los hombres eligieron a una joven que había sido descrita
como "con sobrepeso" por el 85% de las mujeres. Y la modelo que recibió la gran mayoría de
los votos femeninos sólo obtuvo un 19% de los votos masculinos: la chica era un espárrago. No
sabemos vernos, de la misma manera que no sabemos apreciar el presente en toda su riqueza
e intensidad. ¿Un cuerpo gordo? No, un cuerpo sano, una realidad apacible, un momento feliz.
Déjate de pamemas y disfruta el regalo de esta vida dulce que te late en las venas. Porque
luego se acaba.

Rosa Montero.

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